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2.5 El proceso de urbanización de Conocoto

(De hacienda a urbanización y de quinta a conjunto habitacional)

Ese Conocoto constituido por un núcleo central, rodeado de cultivos, quintas y haciendas recibe los efectos de la Reforma Agraria tanto la de 1964 como la de 1973 y sin entender sus consecuencias no se puede entender el crecimiento urbano de Conocoto.

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Para hacerse una idea de la situación basta este dato:

Hacia 1930 Conocoto llegó a tener 14 haciendas y 10 quintas.

Haciendas: 1.- Santo Domingo; 2.- San Agustín; 3.- Armenia; 4.- Olayas; 5.- Siria; 6.- Cornejo Bajo; 7.- San Francisco; 8.- Pólit, hoy San Nicolás; 9.- El Deán; 10-. San José; 11-. San Germán; 12-. Ontaneda; 13-. Miravalle; 14-. Pisingallí.

Quintas: Esthela, Granja (hoy Iglesia de Santa Rita), Girón, Delicia, San Antonio, Santa Ana –Galarza (hoy Colegio San Vicente de Paúl), Chúsig (actual urbanización Santa Mónica), Cornejo Alto (Ich), San Joaquín y San Isidro (hoy urbanización San Antonio) (Gallardo, 1994, 39).

La Reforma Agraria de 1964 afectó a las haciendas del Estado y de las comunidades religiosas. La de 1973 fue de afectación general. La entrega de los huasipungos, más las tierras entregadas a los mismos huasipungueros en pago de las deudas por no aportación al Seguro Social les cerró a éstos el acceso

a los ingresos complementarios que representaban el derecho al agua, la leña y sobre todo, el derecho de hierba o pastoreo, ya que la crianza de ganado siempre fue el medio de incrementar los ingresos, o cuando menos, la manera de tener unos ahorros. Esto afectó directamente a la economía familiar, y como los arrimados no recibieron nada, la tierra para la siembra de autoconsumo se volvió insuficiente para las necesidades de las familias, y tuvo como consecuencia la salida a buscar trabajo, situación que se vio agravada por las subsiguientes divisiones que, por herencia, se hacían a la muerte del titular.

Al perder las tierras su valor agrícola se incrementaron las subdivisiones, era común que los abuelos regalaran un pedazo de tierra a sus nietos “desde la acequia para allá” o “desde el penco hasta acá” para que hagan sus casas. La unidad de la familia ampliada no se había perdido como concepto cultural.

Si bien la familia permanecía unida, la forma en que se hicieron los fraccionamientos solo podía traer problemas, como que nunca hubo planos aprobados por el municipio. Recordemos que en 1933 el Municipio dicta la primera Ordenanza por la que se obliga al propietario a presentar los planos, aprobar los fraccionamientos en el Departamento de Obras Públicas Municipales y realizar las obras de urbanización para poder vender los lotes. Pero los lotes se vendieron sin cumplir esos requisitos; en poco tiempo los mismos ex huasipungueros y sus hijos se volvieron fraccionadores de tierras.

Ejemplo de esto tenemos al barrio San José como consolidación del agrupamiento de casas

de ex huasipungueros y a Santo Domingo de Conocoto como fraccionamiento realizado por ex huasipungueros y por instituciones y empleados públicos.

Se dio de hecho un cambio de uso de suelos que no constaba en los planes de desarrollo, lo que dificultaba el acceso a los servicios de agua, luz y alcantarillado.

En la parroquia de Conocoto la Reforma Agraria afectó las estrategias productivas de las haciendas y las relaciones de los hacendados con las poblaciones cercanas.

Al interior de cada hacienda el poder está repartido en forma piramidal y la autoridad suprema del patrón se ejerce a través de numerosos intermediarios: mayordomos, capataces, jefes de equipo, mismos que desempeñan lo esencial de las tareas cotidianas de mando y vigilancia.

Pero la mayor parte de las veces, el poder del terrateniente va mucho más allá de los límites de su propiedad; ofrece trabajo temporal a los campesinos de los alrededores y/o controla redes de clientela que incluyen los pueblos vecinos. Por su generosidad es el aliado predilecto del clero local, designando él mismo, a los representantes locales del poder central (Fauroux 1986, p.679).

Si bien los terrenos ubicados en Conocoto no eran considerados urbanos, la relativa cercanía a Quito los hacía llamativos para una expansión futura de la ciudad, ya sea urbanizados por sus propietarios o lo

que es peor, invadidos por alguna organización provivienda popular de las que ya estaban actuando en las goteras de Quito. En esas condiciones las haciendas que ya no eran rentables o cuya explotación ofreciera nuevas dificultades empezaron a parcelarse.

El precio del suelo y de la tierra (el suelo es urbano y la tierra es rural) suben en Quito y en Conocoto, pero por el proceso de paso de tierra agraria a urbana y su habilitación como suelo urbano, el alza porcentual es en Conocoto cuatro veces mayor. La tierra ya no se vende por hectáreas, es el suelo el que se vende por metro cuadrado, esté urbanizado o no, y la diferencia es abismal.

Este proceso especulativo en las zonas de expansión tiene beneficiarios directos: los terratenientes, intermediarios, compañías constructoras; promotores inmobiliarios, entre ellos algunos empleados municipales; y todo se hace en detrimento de la población residente la que nunca es consultada y poco a poco se va dando cuenta de que cuanto más se acerca la ciudad más se alejan ellos de las decisiones que se toman en la ciudad.

A principios de 1982 saltaron las alarmas, el Comité del Pueblo invadió la hacienda San José y pidió al Gobierno Central su expropiación para realizar un proyecto de vivienda. Si bien la expropiación no se concretó por la oposición de la población que tenía problemas con los servicios de agua, que escaseaba, y energía eléctrica, con cortes a cada rato; además estaba el temor de que se trataba de una población difícilmente asimilable. Los terrenos

de la Hacienda San José fueron negociados con militares y empleados del Hospital Militar que hicieron la Urbanización San José. El daño ya estaba hecho: siguiendo los caminos de hacienda, el proceso de urbanización se aceleró por todo el territorio de la parroquia.

Hay otras acciones que fuerzan el cambio de uso de suelo de rural a urbano, a veces en contra de la misma planificación territorial. La Empresa de Agua Potable, empresa pública propiedad del Municipio, solicita “para uso humano” la concesión de las fuentes de agua que ya no pueden ser utilizadas por la población para uso agrícola. La tierra sin agua pierde su valor al no poder usarse para actividades agrícolas o ganaderas. Sin embargo, vuelve a tener valor cuando recibe agua potable que es muy cara para poder utilizarse en actividades agrícolas o ganaderas, es decir, vuelve a valer como suelo urbano.

Al concebir el territorio de Conocoto con lógica de crecimiento y desarrollo urbano, el único futuro posible es convertirla en ciudad; la metrópoli es lo moderno, lo rural es atraso. Conceptos como calidad de vida o respeto a la cultura de la población cuando se enuncian, si es que se enuncian, quedan en el papel. En los hechos todo tiende a la uniformidad dada por el modelo que está sobreentendido, pero no discutido, porque en realidad no hay modelo. Basta el crecimiento de la ciudad.

Como consecuencia, se urbanizan las mejores tierras agrícolas; los alimentos vienen cada vez de más lejos, y al multiplicarse el número y recorrido de vehículos de transporte liviano y pesado, se nota un aumento

de la contaminación ambiental y de la huella de carbono que actualmente preocupa a la Secretaría de Ambiente del Municipio de Quito.

No es el único problema. Las quebradas, antes un atractivo de aguas limpias, son ahora alcantarillas abiertas que recogen las aguas servidas de las nuevas urbanizaciones y los desechos industriales de las empresas asentadas en el sector. La contaminación del aire con partículas y gases, sumada a la contaminación por ruido, tienen características alarmantes en algunos sectores de la parroquia, especialmente en el centro donde se encuentran ubicadas cuatro de las unidades educativas infantiles más grandes de la población.

Conocoto crece porque aumentan las viviendas, pero nadie piensa en los servicios que necesitan viejos y nuevos moradores, más aun, considerando que muchos de los nuevos habitantes pertenecen al segmento que utiliza los servicios públicos de salud y educación. No hay espacio para escuelas y colegios. El Colegio Nacional Conocoto hace años que está colapsado y necesita unas instalaciones más amplias acorde a la cantidad de alumnos.

La falta de espacios verdes es especialmente aguda en el centro de la población y los parques de barrios populosos están generalmente descuidados. Las áreas verdes más significativas son el Complejo Recreativo La Moya, el Parque Forestal La Armenia, y el Parque Metropolitano del Sur que está ubicado en las faldas de la Loma de Puengasí y que debería llamarse Parque Metropolitano del Valle. La gran extensión de este último se sitúa mayormente en

territorio de Conocoto, sin embargo, los accesos se hicieron únicamente desde el sur de Quito y desde Amaguaña.

Adicionalmente, el territorio de Conocoto se recortó de manera inconsulta y perjudicial para la parroquia, en dos sectores: 1.- En la loma de Puengasí, al bajar el límite de la línea de cumbre al canal de agua del PitaTambo. 2.- En el barrio San Francisco, al pasar el límite con Amaguaña, de la quebrada de Santa Isabel a la calle Panzaleo.

Lo que ahora vemos como un monocultivo de eucalipto, en tiempos de la colonia era un bosque de alisos y cedros de donde salió la madera para las iglesias y construcciones de Quito, entre ellas, la primera capilla de San Juan de Letrán de Diego de Sandoval y sus descendientes, que eran propietarios de Pisingallí, a la entrada del Valle de Chillos.

Las casas se dividen por herencia o por venta, esto se puede reconocer por el tratamiento de color de la fachada.

Otro ejemplo es el Cementerio que colapsó al tener que atender a una población que ya no era la correspondiente al crecimiento vegetativo, sino que respondía a la migración de adultos y adultos mayores. No es lo mismo nacer en Conocoto y morir en Conocoto a los ochenta años, a que llegue un grupo poblacional con edades entre treinta y cinco y cincuenta y cinco años o más y mueran a los mismos ochenta años. En los planes de desarrollo territorial aún no consta un espacio para cementerio.

La mayor muestra del descuido con que se dio el crecimiento urbano de Conocoto fue la fragilidad del abastecimiento de agua potable, como lo demostró el deslave de la escombrera del Troje que obstruyó el canal del Pita y dejó sin servicio de agua a Conocoto y parte de Quito por algunos días. No hay que olvidar que la toma que abastece a este canal está en las faldas del Cotopaxi, -volcán activo-, cuyas erupciones producen lahares, que pueden destruir la toma y causar la suspensión del servicio de agua potable por varios meses. A esto hay que añadir la contaminación de las capas freáticas y la pérdida de varios ojos de agua. En esta condición es irresponsable permitir y sobre todo fomentar el aumento poblacional, por migración, en la parroquia, al autorizar nuevas urbanizaciones y condominios. Cuando el Municipio de Quito cambió el uso del suelo, de agrícola a urbano en el territorio de Conocoto, debió haber planificado una nueva ciudad con los mejores aportes de la teoría y práctica del urbanismo, pero no lo hizo, y permitió que se diera un crecimiento desordenado de urbanizaciones privadas y condominios, sin vías y servicios adecuados. Ahora es necesario remediar lo que no se previno. Y repensar el territorio desde sus

propios habitantes.

Hay también una mentalidad casi colonial del Municipio de Quito acerca de sus parroquias rurales, como se puede ver en la intención de crear la nueva centralidad de Quitumbe, alimentándola con las parroquias del Valle de los Chillos, cuando éstas, y en especial Conocoto, tienen sus relaciones de estudio y trabajo principalmente en el Norte y Centro-Norte de la ciudad.

Otra muestra de esta mentalidad es el hecho de que no se asigna a Conocoto todo el presupuesto que debe corresponderle dada su alta concentración poblacional y su elevada contribución tributaria, asumiendo que “no hay necesidades insatisfechas”, es decir que basta con lo poco que se da, pues la ciudad de Quito se alimenta de los recursos de las parroquias rurales.

No todo es responsabilidad del Municipio, hay normas nacionales que conspiran contra el desarrollo de la parroquia. Por ejemplo: por no ser cantón se le retiró la oficina del Registro Civil; por no ser cantón no puede tener un hospital y la presencia policial es limitada. Este rápido e inorgánico crecimiento de urbanizaciones privadas y condominios rompió con la vida cotidiana de Conocoto, con su cultural rural, sin generar al mismo tiempo una infraestructura que permita desarrollar una cultura alternativa de ciudad pequeña, con aire de campo.

Para comprobar la pérdida de la memoria colectiva, y con ella la pérdida de los toponímicos, basta preguntar en cualquier parada de bus de Conocoto,

dónde queda el Aguarico (Montalvo y Abdón Calderón), la Bomba (la gasolinera que había en el inicio de la vía antigua a Quito, actual redondel de la Ponce Enríquez), el Bosque (la entrada al INFA).

Hay también otras pérdidas:

Se tiene conocimiento, -según relato de los antepasados-, que la hacienda el Deán tenía un túnel de 3 km. más o menos, conocido como el “SOCAVÓN”, que partiendo de la hacienda salía a la quebrada Ontaneda, de allí a Miravalle, Rumi- Hucu y luego a Quito (Gallardo, 1996, p.53).

La contaminación de las quebradas impide ahora llegar a los túneles que, -menos largos que el Socavón-, unen una quebrada con otra. Estos tienen como característica propia, dos cambios de dirección en ángulo recto y son frecuentes en la región Kitu - Kara.

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