Lenta, precipitadamente. Una experiencia psicoanalítica

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Lenta, precipitadamente


Serie: Tyché Directora: Damasia Amadeo de Freda

Vicens, Antoni Lenta, precipitadamente: una experiencia psicoanalítica. 1ª edición - San Martín: Universidad Nacional de Gral. San Martín. UNSAM EDITA; Fundación CIPAC, 2013. 88 pp. ; 15x21 cm. ISBN 978-987-1435-69-2 1. Psicoanálisis. CDD 150.195

1a edición, noviembre de 2013 © 2013 Antoni Vicens © 2013 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín © 2013 Pasaje 865 UNSAM EDITA

Campus Miguelete, Edificio Tornavía Martín de Irigoyen 3100, San Martín (B1650HMK), prov. de Buenos Aires unsamedita@unsam.edu.ar www.unsamedita.unsam.edu.ar Pasaje 865 de la Fundación Centro Internacional para el Pensamiento y el Arte Contemporáneo (CIPAC) Tel.: (54 11) 4300-0531 Humberto Primo 865 (CABA) pasaje865@gmail.com Diseño de interior y tapa: Ángel Vega Edición digital: María Laura Alori Corrección: Wanda Zoberman Ilustración de tapa: Francisco Hugo Freda, Líneas y curvas (fragmento), 2012 Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723 Editado e impreso en la Argentina Prohibida la reproducción total o parcial, inluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.


Lenta, precipitadamente Una experiencia psicoanalĂ­tica

Antoni Vicens


Prólogo por Damasia Amadeo de Freda

El pase Presentación

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Capítulo 1

El relato Testimonio La pulsión y mis destinos Del cinismo a la ironía

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Capítulo 2

La verdad mentida Un sueño de existencia Un sueño de des-ser

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Capítulo 3

Hilachas de un síntoma habitable El inocente El universo concentracionario De guerra, muerte y culpa No todo sobre mi madre

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Bibliografía

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Prólogo

EL PASE

Lacan creó para su Escuela un procedimiento al que llamó el pase. Inédito hasta entonces en el psicoanálisis, el pase es uno de los pilares de las Escuelas del campo freudiano. El analista que se propone para hacer el pase testimonia momentos clave de su análisis, tales como el atravesamiento del fantasma, su pasaje al analista, su fin del análisis. Uno de los resultados posibles de dicho testimonio es la nominación de “Analista de la Escuela” (AE). Desde la Serie Tyché tenemos el honor de publicar por primera vez en lengua española un libro que da cuenta del pase de un AE: se trata de una selección de testimonios que relatan el pase de Antoni Vicens, y que inicia una nueva línea de trabajo. Sin detallar aquí lo que ese dispositivo en sí mismo comporta, ya que el propio autor lo tratará en el comienzo del libro, partiremos de la idea del pase en un sentido amplio, para calificarlo como el relato que alguien hace de lo que fue su experiencia psicoanalítica, del trayecto de lo que fue su análisis. Y es, precisamente, sobre este primer sentido por donde comenzaremos el prólogo de este libro. La novela Antes de adentrarnos en el contenido de dicho relato, lo primero que quisiéramos destacar del conjunto de los testimonios del pase de Antoni Vicens, es el efecto poético que produce la lectura del conjunto. Y es más, sin temor a equivocarnos y parafraseando su título, podríamos decir que nos sumergimos precipitadamente en su relato como si se tratara de una novela. 9


Pero, entonces, nos preguntamos: ¿es correcto decir que el testimonio de un pase pueda asemejarse a una novela? Sabiendo que su aspiración tiene por objetivo apuntar a otra cosa, sin embargo, lo primero que se nos viene a la mente para responder es que la neurosis es una novela, y que Freud la llamó “la novela familiar del neurótico”. La neurosis es una novela; es la novela que cada uno se cuenta respecto de su vida, de los sufrimientos que esta implica, de lo que en ella hay de encuentros y de desencuentros; y esta novela se desarrolla, podemos decir más, se escribe durante el tiempo que dura el análisis. Pero no se trata exactamente de esto en estas páginas: ellas ya son el producto de otra cosa; ellas son el resultado y la consecuencia de aquel primer proceso de escritura dentro del análisis; ellas son el producto escrito de aquella primera escritura hablada, podríamos decir. El autor escribe el testimonio de una experiencia psicoanalítica de un modo particularmente literario, y esto sucede en todos y cada uno de estos textos; en todos ellos, las palabras tienen un efecto poético mucho antes del efecto de comprensión al que apuntan; y diríamos más, el efecto de comprensión, la elucidación del concepto al que sus palabras indudablemente se dirigen, se produce más bien lentamente. En determinado momento del texto, Vicens compara los personajes de su novela familiar con los retratados por Dostoievski en su literatura. Aunque compartimos esta impresión, también consideramos que hay una atmósfera totalmente local palpitando en este libro; y creemos, entonces, que es también a la de un nobel de España a la que esta escritura se asemeja, porque una fantasmagoría al estilo de La familia de Pascual Duarte sobrevuela en su novela familiar, y hasta podríamos afirmar que esta se impone sobre la saga rusa. No obstante lo dicho, el texto de Antoni Vicens sí nos recuerda a un ruso, pero a otro, y, en este caso, no por el efecto novelístico del testimonio sino, precisamente, por el efecto propiamente psicoanalítico. El sueño Hay algo muy asombroso en los testimonios del análisis de Antoni Vicens. Más allá de la novela familiar que contienen, casi podríamos animarnos a decir que el recorrido de su análisis consistió, prácticamente, en el análisis de un sueño infantil. Y también nos asombra que ese sueño se asemeje extraordinariamente al sueño del caso de El Hombre de los Lobos, el paciente ruso analizado por Freud. El 10


sueño de Vicens se asemeja al de aquel en su estructura, en la escena primordial que a partir del mismo se construye; y se asemeja en el hecho de contener en su interior la causa y la resolución de la neurosis. Se asemeja, también, en que este sueño es tratado reiteradas veces durante el análisis. Y es precisamente en este aspecto del análisis del sueño, donde quisiéramos detenernos. En primer lugar, lo que nos enseñan estos testimonios respecto del análisis de ese sueño es que en la repetición de lo mismo siempre hay diferencia, y nos muestran que es justamente en las pequeñas diferencias introducidas en las repeticiones sucesivas que el relato del mismo sueño aporta, donde se van a ir desgranando los elementos principales que lo han compuesto. Pero podríamos decir todavía más, porque también nos enseñan que en cada versión del sueño, lo que aparece es una interpretación distinta. Y entonces, nos arriesgaríamos a sostener que habría tantas interpretaciones posibles como relatos del sueño se produzcan. No obstante esto, la dimensión de ficción, de novela, que el relato del sueño nos aporta, encuentra en él su propio límite. Porque los tres niveles de interpretación propuestos por el soñante, no apuntan a otra cosa más que a su propia deconstrucción; y más aún, porque a lo que apuntan, finalmente, es a la posibilidad de su destrucción. En la última interpretación que él nos ofrece, y que es también la que lo deja en las puertas del fin del análisis, es decir, en el final de su relato, donde dice algo así como que el velo en el sueño no cubre nada o que cubre la nada misma detrás de ese sueño, nos da la dimensión precisa de lo que sostenemos. La historia En la tercera parte del libro, la dimensión de la historia se hace presente. Si en la primera parte es la novela familiar la que se impone, en los últimos testimonios asistimos a un análisis del contexto histórico del discurso social en el que se inscribe toda subjetividad. Es más, estos testimonios enseñan que la novela familiar está determinada por las condiciones históricas, y que el devenir de una generación y de las subsiguientes no es independiente de las coyunturas históricas producidas en la época que les toca vivir. Así, el contexto del final de la Guerra Civil española, de la instalación del franquismo, y el punto de fractura que significó la Segunda Guerra Mundial para la subjetividad de Occidente, es el mismo que 11


lo trajo al mundo, es decir, el discurso social en el que se va a inscribir su nacimiento. Sin embargo, no basta con pertenecer a una determinada época para analizarla con lucidez. Y ese es uno de los puntos más enigmáticos de estos testimonios. Quizá, una pista que pueda acercarnos a develar ese enigma, parta de una frase en la que el autor afirma que la afición por la historia en él se debe al haber vivido en un modo de vida arcaico. Entonces, siguiendo sus palabras y el derrotero de lo que nos cuenta que fue su análisis, podemos intuir que “ese modo de vida arcaico” es el que, en primer lugar, lo llevó al análisis, y que fue el análisis el que le abrió las puertas también a otro saber y al gusto por la transmisión, tal como él nos lo explica respecto de la segunda interpretación que extrajo del sueño. El saber En un contexto simbólico poco fecundo, en el que las figuras edípicas contribuyen a su aridez, un significante materno, que le está dirigido, llama la atención: “el gramático”. Ese significante y el objeto último de la pulsión escondido detrás del sueño, parecen resumir “la buena política” que encuentra Vicens gracias al psicoanálisis. En las palabras “entre el saber y la voz, interpongo la escritura” creemos encontrar el verdadero bucle que ha producido el análisis, y del que el conjunto de estos testimonios dan fe. Podemos deducir, entonces, que el análisis le abrió las puertas al saber de lo más propio; que ese saber pudo desplazarse hacia el interés por el concepto y al gusto por su transmisión, y que luego, una vez agotado el deseo de saber dentro del análisis, el pase le dio la posibilidad de transmitir lo producido durante el análisis con los mismos medios obtenidos en ese proceso. La erudición de la que estos testimonios dan cuenta, la bondad de un tipo de escritura que “no rechaza el mal como fuente de creación”, y la convicción que produce la lectura de que lo que obtuvo, lo adquirió en la experiencia del análisis, nos resulta particularmente interesante. El analista Para concluir, nos detendremos ahora en lo que consideramos el sentido más estricto al que apunta el testimonio de pase de un AE. Si hasta 12


aquí nos adentramos en los puntos que más nos impactaron del recorrido de su análisis, ahora nos interesa detenernos y decir unas palabras sobre lo que consideramos su función más capital, esto es, lo que el pase debe poder testimoniar del pasaje que alguien hace en el análisis, de la posición de analizante a la de analista. El autor de estas páginas testimonia el efecto que tuvo el equívoco de lalangue y lo que a partir del mismo pudo obtener al final de su análisis: una lengua extranjera le ofreció equivocar lo mismo con el amor, es decir, hacerlo nacer como algo nuevo. Y es en este amor en cuanto inédito, donde consideramos se sitúa el pasaje a la posición del analista, posición soportada por una ética y fundamentada en una topología, según las propias palabras del autor. Antoni Vicens nos dice, en un momento de su testimonio, que la posición del analista lo autoriza a estar en el lugar del agujero y representar la Otra respuesta que el analizante está a punto de encontrar por sí mismo. Nos dice, también, que la posición del analista lo autoriza a no tener nada que decir ni nada que saber ante las figuras que el analizante le presenta de su fantasma; nos dice, asimismo, que esa posición es la que lo autoriza a responder en nombre de una palabra que no se vende al discurso corriente, una palabra que no se propone completar nada, sino relanzar el discurso en la medida en que lo lleva a su propio borde. Encontramos confirmadas en esas líneas, el pasaje a la topología de esa ética de la que él nos habla, como producto del nuevo amor. Los testimonios presentados en este libro no incluyen más que una sola interpretación explícita del analista. No obstante, la impresión que tenemos de la lectura del conjunto es que la presencia del analista es constante. Su presencia palpita en todas las páginas y nos hace entrever cómo una experiencia tal puede subvertir por completo una existencia y conducirla a ser el soporte de las subversiones posibles de todos aquellos otros deseosos de embarcarse, también, en una experiencia psicoanalítica. Damasia Amadeo de Freda Buenos Aires, octubre de 2013

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PRESENTACIÓN So here I am, in the middle way, having had twenty years– Twenty years largely wasted… Trying to learn to use words. T. S. Eliot, Four Quartets

En 1971, cuando tenía 24 años, inicié mi primera experiencia psicoanalítica, que duró unos meses. En 1975 volví a pedir un análisis; al poco, empezaron a llegar a Barcelona los primeros psicoanalistas lacanianos, procedentes de Argentina especialmente. Mi conocimiento de Jacques Lacan era escaso pero suficiente para preferir su enseñanza a la confusión reinante, por otra parte, en el campo del psicoanálisis. En España, este era un campo de muy pequeña dimensión; en realidad, solo había ido un poco más allá del pensamiento crítico, cuyas primeras reglas las había dictado una lectura muy parcial de la obra de Karl Marx. Sobre Sigmund Freud, lo que yo sabía era que quería hacer una cura psicoanalítica, sin la cual no me sentía capaz de orientarme en la vida, en el pensamiento, en mis relaciones, en mi amor, ni en mi trabajo. Así, pues, me orienté, a partir de entonces, por lo que iba conociendo de la enseñanza de Jacques Lacan. Seguí mi análisis con un primer psicoanalista lacaniano, luego con un segundo –no juzgaré ahora hasta qué punto lo eran–, hasta un momento en que coincidieron el retorno de mi analista a su país natal, la muerte de quien representó en Barcelona, de manera eminente, la Escuela de Lacan, Oscar Masotta, el fin de una relación sentimental profunda y, sobre todo, un nuevo interés por el psicoanálisis: el que me hacía desear pasar de la posición de analizante a la de analista. El tiempo, en su relación con la muerte, quedó suspendido. Un intenso malestar me invadió, a la vez que una inhibición muy fuerte para decidir algo acerca del curso que debía dar a mi vida. A mi síntoma se le había añadido mi deseo de llegar a ser analista. Pasé así unos años, hasta que un fuerte dolor moral y la presencia de lo imposible en mi camino, me llevaron al acto –que tuvo en aquel 15


momento algo de desesperación– de reemprender mi análisis. Elegí a una psicoanalista alumna de Lacan, residente en París y portadora de algunos signos que anunciaban una segura transferencia. No fue hasta ya terminado mi análisis, muchos años después, cuando supe el principal de esos signos. En 1972, Lacan había dictado una conferencia en Barcelona, a la que asistí. Aquella mujer acompañaba a Lacan, y sin lugar a dudas la vi junto a él, sin saber quién era. Siempre he pensado que el instante más grave de inhibición en mi vida –casi estoy por llamarlo una cobardía– fue el de, en aquel momento en que tenía al doctor Lacan al alcance de la mano, no haberle formulado mi demanda de análisis. Por lo que ahora sé de él, estoy seguro de que, aún con mi figura de pobre estudiante que contrastaba con los sabios y elegantes profesores, psiquiatras y psicoanalistas que le daban conversación tras la conferencia, me hubiera dedicado un momento de atención que me habría cambiado la vida. Lo cierto es que el signo quedó inscripto y, a su debido tiempo, cambió mi discurso. El análisis que inicié entonces, duró bastante. Aproveché mis viajes para frecuentar el curso de Jacques-Alain Miller, lo que me permitió mucho más que seguir una orientación lacaniana. Por lo que se refiere a mi análisis, en su transcurso sucedieron cosas que trazaron vías nuevas en mi vida profesional y amorosa, y eso me llevó a creer que había concluido mi experiencia de psicoanalizante. Pero pronto advertí que quedaban algunos puntos sin resolver. Retomé –para utilizar una expresión de Lacan– el bastón de peregrino y añadí unos años más a mi recorrido. Al cabo de ese tiempo, decidí –era la segunda vez– añadir a la experiencia de mi análisis la experiencia del pase. El pase es un dispositivo producido en la enseñanza de Lacan, con el que la Escuela persigue obtener un saber sobre el paso de analizante a analista. El dispositivo tiene una formalidad que consiste en una serie de entrevistas con –generalmente– dos “pasadores” –personas que están en análisis–, que escuchan el relato de un análisis, así como de aquello que lo ha llevado a su fin, y de las razones que puedan articularse sobre la decisión de ocupar el lugar de psicoanalista. Una vez realizadas esas entrevistas, estos pasadores restituyen ese relato a un grupo de psicoanalistas elegidos por la Escuela, que escuchan lo que ha pasado de un lado a otro de la experiencia. Lacan compara la función de los pasadores con la de una placa fotográfica que revela su imagen tras el paso por una cámara oscura –eso antes de la digitalización de las imágenes fotográficas–. El resultado es bien singular: si a la verdad no se la puede mirar de frente, se la escucha bien en esa retransmisión. Si 16


los representantes de la Escuela llegan a una convicción sobre la veracidad de esa transmisión –pues solo se trata de esto: de transmisión de un saber–, el candidato –el “pasante” en la experiencia– es nombrado Analista de la Escuela (AE) y portador de esas siglas por el transcurso de tres años. La función de ese dispositivo, la composición de quienes intervienen en él, los frutos epistémicos que se obtienen, tanto de parte del pasante como de los analistas que toman la decisión, ha sido abundantemente presentada y discutida en las publicaciones de las Escuelas que pertenecen a la Asociación Mundial de Psicoanálisis. En particular, es habitual que el nominado AE, durante los tres años que dura su nominación, presente públicamente lo que denominamos un testimonio. En él, resume de manera condensada los puntos cruciales del que fue su recorrido analítico, con el fin de transmitir un saber clínico sobre el psicoanálisis, de presentar los puntos originales de su síntoma, de alimentar la transferencia hacia el psicoanálisis mismo –integrándose a una de las funciones generales de la Escuela–, dando así, respuesta a una pregunta muy general: ¿para qué hacer un psicoanálisis? Por supuesto, mucha gente puede hablar –y lo ha hecho– de su experiencia como psicoanalizante, y no siempre dicho relato es negativo o abominador –términos con los que generalmente se espera producir mayor convicción que cantando las bondades del producto–. Pero, en general, quien ha obtenido en su experiencia psicoanalítica una nueva relación con su manera de gozar, de amar, de trabajar, de sentir, de vivir, no tiene muchas ganas de volver atrás y hablar de ello; puede considerarlo algo de lo que no merece la pena hablar o, incluso, algo doloroso, costoso, poco grato; algo así como acariciar una cicatriz. Ahora bien, quien por la razón que sea se siente ligado al destino de la causa del psicoanálisis y en alguna medida responsable de su discurso, sí puede tener tiempo y ganas de transformar aquello que fue una experiencia íntima y fuera de todo relato coherente, en un saber transmisible acerca de un trayecto ordenado lógicamente y, en lo posible, susceptible de ser escrito de manera clara. Ese fue el trabajo en el que me ocupé durante los tres años que duró mi grado de AE (2008-2011). Produje una serie de textos, en general siguiendo propuestas venidas de la Escuela, en los que fui desgranando la lógica de mi síntoma. La causa freudiana tiene como fin, precisamente, la escritura de esa lógica como modo de transmutación de los síntomas. Esta causa lleva el nombre de Freud, porque nadie antes que él había llevado tan lejos, por la penetración de las causas y por 17


la aceptación de sus consecuencias, un ordenamiento de los episodios de una vida que no recurrieran, bajo ningún pretexto, ni a la culpa, ni a la desesperación, ni al traumatismo, ni al oscurantismo de las analogías, ni a proyecto alguno de salvación ni de condena. El inconsciente es el lugar donde descubrir esta causalidad en la que uno –y a ese “uno” Lacan nos ha enseñado a llamarlo sujeto– descubre la parte de su responsabilidad en las elecciones cruciales en las que se jugó la vida. Tampoco nadie, hasta Freud, pudo pensar de manera tan bien articulada, la vida junto con la muerte, el amor a la vez que el odio, y el saber extrayéndose de la pasión fundamental de la ignorancia. Acaso extraje de esa lógica freudiana, formalizada por Lacan y puesta en ejercicio en una experiencia psicoanalítica, algunos puntos singulares que, particulares y contingentes, permitan sugerir una forma de discreción en el trato con la verdad y alimentar en algo la comunidad de un trabajo en la orientación de la enseñanza de Lacan. Quizá mi experiencia se considere contingente, y solo ligada a las contingencias de una generación que, en mi país, se caracteriza por su dispersión. En efecto, para los nacidos a finales de los años 40, la disgregación fue, muchas veces, nuestro programa. Los grandes ideales de la Revolución empezaban a no ser tan impresionantes como lo fueron para la generación anterior. La salvación por la sexualidad libre empezaba a mostrar sus contradicciones. Los últimos años del franquismo, en los que se jugaban los destinos de quienes teníamos veinte y algo, ofrecían un teatro de caos administrativo, falta de alternativas claras, silencio de la política y preparación de las próximas traiciones. Añadamos que, en la primera mitad de los años 70, un síntoma de neurosis obsesiva generalizada se apoderó de nuestro país: todo el mundo se puso a esperar la muerte del dictador, como si la muerte de alguien pudiera arreglar algo. Algunos –gente inteligente– tomaron el camino de los extremismos hasta llegar al terrorismo; otros alimentaron su pulsión de muerte con estupefacientes cada vez más narcotizantes; otros tomaron el camino del karma; otros, el del cinismo; en general, abundó el desinterés por la historia. No menciono aquí la locura, porque esa no es una elección histórica. Vistas así las cosas, no me opongo a que alguien considere que el psicoanálisis es otra de esas opciones extravagantes que llevan a un sujeto a una posición de resto en los avatares de una civilización. Incluso diría que ese es el buen lugar de aquel discurso que pone al resto en el lugar más eminente. Y entonces se disuelve la particularidad de la generación, porque es imposible que la civilización no produzca restos. De ahí, la posibilidad de una nueva enseñanza sobre 18


la civilización: siguiendo a la de Freud que, como judío y formando él mismo parte de ese resto de Europa que aún no hemos sabido nombrar adecuadamente, pudo escribir las páginas más lúcidas sobre la catástrofe que incubaban los felices años veinte, y que tardaría poco en arrastrar a toda una civilización hasta convertirla en aluvión. Hoy nos vemos gobernados por una doble locura. A la locura de la producción, que ha sostenido nuestro sistema de vida el tiempo suficiente para convertirlo en global y para hacernos necesarios para él, se le añade, desde hace unos años, la locura financiera: cantidades vertiginosas de divisas y valores viajan a la velocidad de la luz, produciendo unos efectos que nadie sabe calcular. Por otro lado, la cultura alimenta hoy el apetito de vivir en el grado cero de la historia. Y el cuerpo humano se instaura como la sede de toda clase de transformaciones. La cibernética es nuestro vehículo de comunicación a la vez que de aislamiento. La letra, en la que se fundó la autoridad de los ideales humanistas, va siendo sustituida por la cifra. ¿Quién escribirá el Unbehagen, el malestar de nuestra civilización? Creo que, según el espíritu de nuestra época, habrá de ser una labor colectiva y constante, porque nada avanza a la velocidad que deseamos. Por mi parte, dejo aquí escritos algunos fragmentos de mi singularidad y de mis decisiones tomadas frente a las contingencias. Para mi uso personal, me sirven para diferenciar mi experiencia de aquellas que escucho a título de psicoanalista. Para uso de quien le pueda interesar, resumo el saber que obtuve sobre mí en la experiencia psicoanalítica: pienso que, aunque no siempre he sabido encontrar un buen alojamiento en la inconsistencia del Otro, he podido, en las ocasiones decisivas, decir que no a la convicción que abonaba la pulsión de muerte. He dividido esta escritura en tres partes. La primera corresponde a mi presentación, frente a la comunidad psicoanalítica, del material que llevé bajo el brazo durante el trayecto que me llevó a mi nominación como Analista de la Escuela. Es lo que hoy se considera un relato, en el sentido que se le da a una ficción que brinda un decorado presentable a una verdad que no se puede presentar desnuda. La segunda corresponde a la parte oscura, nocturna, de mi análisis: aquella que suele callarse para guardarla en una privacidad bien legítima. He reescrito fragmentos presentados en diversos testimonios, leídos en ocasiones bien distintas. Su función psicoanalítica es la de realizar el olvido de los pasos en falso dados en las elecciones que me condujeron, finalmente, al único paso que nunca es en falso: la entrada a la experiencia del psicoanálisis. La tercera parte corresponde a lo que queda de mi 19


existencia pasada como inanalizable. Se trata de contingencias de las que sé decir que elegí ser elegido, causé ser causado. A veces se utiliza el término “trauma” para referirse a eso que no podrá ser modificado por la palabra, incluso en el psicoanálisis. Digamos mejor que se trata de lo que no tiene remedio, salvo –y esta salvedad es esencial– para mostrarlo en un discurso sin queja y sin abandono. No elegí a quienes me dieron el ser, como no elegí el país ni la época en que nací. No hay vuelta atrás. Pero lo que se puede hacer –y eso lo intuyeron algunos lúcidos de Occidente, lo fundamentó Freud, lo escribió Lacan, lo hicieron presente mis psicoanalistas y lo escucho en mi práctica psicoanalítica– es rectificar la posición subjetiva respecto de eso: la discreción, gracias a la cual alguien puede decir “si volviera a nacer, volvería a elegir lo mismo”.

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