Manifiesto : Ciudad de la Empatía

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LA CIUDAD DE LA EMPATIA

Valeria Duarte Guerrero Jorge Andres Rodriguez Angel


Cuando la administración de la ciudad prevé un proyecto en cualquier escala no escatima en solicitar programas para agasajar a las comunidades donde serán realizados. Bajo el lema ”más es mejor” y en su afán por dar resultados, nadie se detiene a pensar que es lo primordial para satisfacer las necesidades de los habitantes de un lugar. Como resultado obtenemos proyectos insensibles que reflejan un problema en la idiosincracia propia, donde aquello que decidimos es lo óptimo y que debe, por lo tanto, ser argumentado incisivamente hasta percibirse como una verdad irrefutable.



No podemos hacer la cuenta ya de las veces que un arquitecto ha proclamado que su obra es el paradigma del entendimiento de un lugar. Incontables son quienes se vanaglorian de aplicar conocimientos de asoleación, vientos y topografía, de las fachadas inspiradas en las preexistencias construidas, de la estructura innovadora que genera espacialidades novedosas y de cómo su proyecto construye en el espacio público en redes asombrosas que han sido creadas en su imaginación. Pero nos preguntamos ¿Cuántas veces alguno de ellos ha construido su discurso a partir de las personas que habitaran su obra? ¿Dónde han quedado los estilos de vida de los habitantes del lugar? ¿A caso se tienen en cuenta las rutinas, los gustos, las costumbres de aquel que demanda y da pie para que existan estas nuevas edificaciones?



Cada día se abren convocatorias a arquitectos de todas las escuelas para que hagan parte de los aclamados concursos, medios por excelencia para dejar divagar la mente en sofisticados discursos sobre la forma de la arquitectura. Pero a juzgar por lo construido, parecería que les basta con realizar un análisis superficial del lugar, sin siquiera tomarse la molestia de conectar con las personas. Como resultado obtenemos edificios fuera de escala que traen consigo un quiebre en las dinámicas del lugar donde se implantan. Tras estos “proyectos” adviene en muchos casos la gentrificación y el cambio de uso, dejando en el incierto a las poblaciones preexistentes, y en el peor de los casos un deterioro de la inmediación. Ello demuestra la manera inconsiente de proponer el mejoramiento de lugares en la ciudad, sin pensar en las implicaciones que proyectos de esta índole podrían significar.



Es acaso más valioso un edificio de grandes dimensiones, que apela a la monumentalidad y extravagancia, sin tener en cuenta su entorno ni las opiniones de las personas que harán uso de todo lo que les brinde. O una pequeña casa, que es construida y modificada por la misma persona que en ella habita, un verdadero hogar diseñado para sus necesidades y que además es el reflejo propio de la cultura donde su propietario coexiste.



No nos olvidemos de aquellos que alguna vez, sin el apoyo de la administración de la ciudad se organizaron y de alguna manera evolucionaron sus costumbres y su forma de vivir para resolver las necesidades que el territorio presentaba. No es momento de desmeritar todo un proceso, que tiene su propia lógica y organización. Debemos dejar atrás la vanidad que no nos permite progresar y verdaderamente llegar a criterios más objetivos e imparciales. Es importante retomar principios participativos al momento de construir ciudad y dejar a aquellos que realmente conocen de primera mano las condiciones peculiares de el lugar enriquecer el proceso de diseño y construcción.



Ya hay buenos ejemplos de quienes saben trabajar de lado con las comunidades y han construido proyectos a partir de aprendizajes que las personas han ofrecido. Sin embargo, son casos aislados que a pesar de tener un gran impacto en la inmediatez donde son implementados, en la escala de la ciudad, son incapaces de sostener por sĂ­ mismos la demanda de una poblaciĂłn urbana que solicita arquitectura adecuada para sus maneras de habitar, por ende no se trata de solo fundamentar algunos proyectos aislados en el aprendizaje de las personas, sino todos, haciendo que la ciudad, dialogue de una manera coherente a sus habitantes.



La ciudad de la empatía no es una utopía irrealizable, retomar los aprendizajes de sus habitantes no se trata de un acto inconveniente y aun siendo así, muchos lo han olvidado. La situación que estamos viviendo es un llamado para repensar el paradigma en el que nos encontramos inmersos. Basta de crear una ciudad insensible regida por valores endebles, que se estrella con sus fracasos por no conocerse a sí misma. Es hora de guardar el orgullo y aprender del otro para saber proyectar una mejor arquitectura.



Teniendo en cuenta lo anterior, proponemos una serie de pasos para no dejar perder la empatía que debe caracterizar la profesión del arquitecto:

1. Entablar un diálogo con las comunidades o las perso nas que habitan el lugar 2. Participar de la rutina de los habitantes 3. Durante el proceso de diseño no alejarse de las opiniones de los habitantes. 4. Generar una arquitectura adaptable que no permanezca rígida en el tiempo, si no que logre moldearse según los cambios que se vean presentes en la comunidad. 5. Y por último cuando el proyecto se encuentre realizado, verificar que quienes lo habiten sean felices.



“No nos olvidemos de aquellos que alguna vez, sin el apoyo de la administraciĂłn de la ciudad se organizaron y de alguna manera evolucionaron sus costumbres y su forma de vivir para resolver las necesidades que el territorio presentaba.â€?


1 Entablar un diรกlogo con las comunidades o las personas que habitan el lugar


2

Participar de la rutina de los habitantes


3 Durante el proceso de diseĂąo no alejarse de las opiniones de los habitantes


4 Generar una arquitectura adaptable que no permanezca rĂ­gida en el tiempo, si no que logre moldearse segĂşn los cambios que se vean presentes en la comunidad.


5 Y por Ăşltimo cuando el proyecto se encuentre realizado, verificar que quienes lo habiten sean felices.



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