Cuentos de epifanía

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Cuentos de epifanía Selección de textos literarios Taller de Escritura Creativa Valeria Muñoz Vásquez Agosto a octubre, 2020


Cuentos de epifanía © 2020 Selección de textos literarios Taller de Escritura Creativa Valeria Muñoz Vásquez Agosto a octubre, 2020 Primera edición digital: diciembre de 2020 Todos los derechos reservados © 2020 © De los autores © Del prólogo © De los textos El Farolero Ediciones De las Brevas E9—20 y Av. El Inca Editora: Valeria Muñoz Vásquez Corrección de estilo: María Eugenia Delgado Ilustración: archivo digital Diagramación: El Farolero Ediciones Diseño de portada: El Farolero Ediciones No se permite la reproducción total o parcial de este libro sin permiso previo y por escrito de su autor.


Prólogo El trabajo literario que se presenta en este libro digital responde a un proceso creativo desarrollado en los Talleres de Escritura de El Farolero Ediciones, cuyo principal objetivo ha sido promover un espacio de acercamiento a la literatura desde el desarrollo de la imaginación y la libre escritura. Estamos convencidos de que la lectura y la escritura constituyen herramientas fundamentales para el desarrollo del pensamiento crítico, la apropiación de la realidad de manera intuitiva y para la vida misma. Los textos trabajados durante los tres meses que ha durado este proceso, han fortalecido los talentos e iniciativas artísticas propias de un grupo de adultos que ha sucumbido a la pasión por la escritura, y que hoy estrechan lazos a través de sus creaciones. En este libro encontraremos una variedad de textos pertenecientes a distintos géneros: cuentos, poemas vanguardistas y contemporáneos, relatos de terror, cuentos fantásticos, diálogos teatrales, textos experimentales, ensayos; es decir, un sinnúmero de propuestas estéticas auténticas y bien trabajadas. Los talleristas han ido generando un gusto estético por diversos estilos y han aplicado variadas técnicas de escritura, que les han brindado las herramientas para crecer con sus historias y la posibilidad de construirse en su humanidad plena. Como todo en la vida, la escritura es una habilidad que demanda dedicación y perfeccionamiento continuo. Así, lo ha asumido este comprometido grupo de escritores que, a través de esta publicación, ven materializado su universo creativo. En el trayecto hemos descubierto que más allá de las diferentes oportunidades de acceder al aprendizaje, más allá de lo invasivas que, a momentos, pueden ser las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, la lectura y la escritura aún motivan y calan en la sensibilidad de las personas.

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La producción literaria de este taller constituye una verdadera revelación: una epifanía, (ya lo dice su título) y deja una huella imborrable en la vida de todos quienes hemos participado, no solo por la magia que nos produjo cada historia, cada vivencia y cada texto escrito, sino porque emerge en un momento crítico de la historia de la humanidad, en medio de una pandemia que nos obliga a replantearnos el mundo que conocíamos. Sin duda, recordaremos esta época como una nueva oportunidad para renacer junto al arte y la literatura: medios maravillosos que nos dan vida. Valeria Muñoz Vásquez

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Cristina Ordóñez (Quito, 1973)

Tengo 47 abriles. Soy quiteña de nacimiento, resido en la ciudad de Portoviejo. Amo el arte, me gusta mucho leer y también escribir; escuchar música es parte de mí, pintar mándalas es uno de mis pasatiempos. Isabel Allende, Gabriel García Márquez y Paulo Coelho son mis escritores favoritos. Salvador Dalí, Vincent Van Gogh, Gustav Klimt, Frida Kahlo, mis pintores predilectos. Me gusta sentir las emociones de manera apasionada, pienso que la vida debe ser vivida intensamente. Me hace feliz el chocolate, me gusta viajar, fotografiar los paisajes y los girasoles, que con sus colores me inyectan vida. Amo a mi familia, a mis amigos, a mi mascota. Tengo mi propio mundo en el cual soy un ser

sentipensante y libre.

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Cuando sales parece que no regresarás Dejó los platos sin lavar, corrió al baño, se cepilló los dientes y el cabello. Dejó sobre la mesa una nota escrita al apuro, que decía: “Vuelvo pronto”. Tomó el bolso y salió apresurada. Mientras caminaba por la calle, sus ojos se llenaron de lágrimas. En más de una ocasión quiso regresar y sintió que sus pies retrocedían. En el camino se encontró con Nohelia: su amiga de toda la vida, su hermana. Ella le preguntó: —¿Qué te pasa?, ¿a dónde vas con tanta prisa? y ¿por qué estas llorando? Sin mirar a Nohelia, le contestó: ─Me llamó. Me está esperando… ─¿Y te vas así? ─Sabes muy bien cuánto he esperado este momento, por favor, no me detengas —la tomó de las manos—. Debo irme. Encontrarse con Nohelia para ella fue nefasto, empezaron las dudas y no podía sacarse de la cabeza la cara de su amiga: acusadora, inquisidora; pero al mismo tiempo, en su diálogo interno, se repetía una y otra vez: “Es lo que he estado esperando. Mi vida se ha detenido en este instante; es como si en este momento se hiciera un nudo en donde se une el pasado añorado y el futuro anhelado. No puedo retroceder, tal vez debo perder lo que hoy tengo por recuperar lo que había perdido. Quizás valga la pena y mi vida merezca un instante de felicidad plena”. Subió en un bus, al poco rato le pareció lento, sentía como si llegar a su destino tomara una eternidad. Desesperada, decidió bajarse para buscar un taxi. Sin embargo, perdió más tiempo, pues tuvo que avanzar a pie hasta la parada de taxis. Todos iban ocupados. Esto hizo que se molestara y que se ofuscara. Sentía que necesitaba un cigarrillo o un chicle o algo que la distrajera y calmara sus nervios. Finalmente, apareció un taxi vacío. Apresurada dio la dirección al conductor y casi que le exigió que tomara la ruta más corta, lo más rápido posible. —En este mundo de locos, debo volar —le dijo ella. Al poco rato llegó a su lugar de destino: el terminal terrestre. Avanzó hasta el andén número 5, como se le había indicado, a la hora exacta: 18h30; pero cuando miró, él no

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estaba. No se encontraba por ninguna parte. No podía creerlo. Observó miles de rostros, caminó de aquí para allá: no estaba. Decidió marcarle al teléfono más de una vez, y más de una vez escuchó la voz de aquella mujer en el mismo tono frío y sin sentimiento: “El abonado al que usted llamó esta fuera de servicio”. No se resignaba, decidió esperar… Pasaron algo así como tres horas, entonces, decidió regresar a casa. Cuando entró, escuchó el televisor encendido, recitando la noticia del momento; el horno de la cocina emanaba un delicioso olor a comida y sobre la mesa había una botella de vino que ocultaba la pequeña nota. Miró a su esposo, él se acercó, la abrazó y le dijo amorosamente: —Te estaba esperando, cuando sales parece que no vas a regresar —y sonrío. Ella lo miró y con cariño y le dijo: —Aquí estoy, mi amor, nunca me fui.

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Robin, el hombre con el corazón de oro

Él es Robinson, pero no Crusoe; aunque era un hombre solitario, tenía un buen corazón y un extraordinario amigo, este no se llamaba Viernes (ya que llegó unos días después), se llamaba Doménico o Domingo (si lo prefieren). Y la gente se acostumbró a llamarlo Robin, como Robin Hood, ¿lo recuerdan?, el que les robaba a los ricos para ayudar a los pobres, al menos al principio, como suelen hacerlo todos. Y es aquí donde la historia se pone interesante, desde niño notó la diferencia tan marcada entre las clases sociales, lo que le pareció muy injusto, aunque él perteneciera a la clase acomodada; este fue un tema de discusión con sus padres, que nunca terminó; a ellos les parecía tan absurda la preocupación del pequeño Robin, ya que a él nunca le faltaba nada. Tempranamente, empezó a compartir con los más necesitados y se desprendía fácilmente de las cosas; no había para él mayor satisfacción que ver los rostros de alegría y el sentimiento de gratitud que en ellos provocaba. Claro que esta ayuda no era del todo desinteresada, porque él no se conformaba solo con un agradecimiento… No, a él le encantaban las papitas con cáscara que siempre estaban en una enorme olla en cada casa, y es que a estas papitas las acompañaban con quesito licuado, ¡ñam, ñam! Bueno, con una ración de estas papitas, él se daba por satisfecho. El tiempo pasaba rápidamente y Robin se convirtió en un joven revolucionario con grandes ideas no ajustadas a la época; hablaba de igualdad, de paga justa, de educación para todos. Y esto pasó a convertirse en un grave dolor de cabeza para su padre, quien decidió que lo mejor sería enviar a su hijo al extranjero, con la intención de que así se le fueran esas ideas descabelladas. Para el joven Robin estos años fueron de mucha utilidad, ya que pudo reafirmar todas sus ideas y confirmar que estaba en lo correcto. Todo lo que vio afuera lo quiso traer a su tierra e implementarlo con los suyos: los más necesitados. Estudió Economía y en esto fue brillante. Robin soñaba con regresar a su pueblo, cerraba los ojos, entonces se le venía el olor a papitas cocinadas en leña y se le hacía agua la boca. Los ojos se le llenaban de lágrimas

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recordando lo limitados que eran los recursos de aquellos a quienes quería cambiarles la vida, y ya imaginaba con ver las escuelas, hospitales y carreteras en su lugar natal. Parte del dinero que recibía lo guardó para repartirlo cuando volviera, como siempre, con los más necesitados Lo cierto es que llegó el día de su regreso, su padre preparó un gran banquete lleno de manjares, música y todo el círculo de amigos… era una gran fiesta, pero Robin, al poco rato se aburrió o, mejor dicho, no encajó y abandonó el lugar, y se fue con ellos, los que amaba y por los que había regresado. Ellos también lo amaban. Robin pasó a ser su ídolo y hasta se volvió su consejero; todos confiaban en él, lo cual fue una pésima señal para sus padres. Al poco tiempo, el dinero que tenía se iba terminando y su padre, como estrategia para parar con las locuras de Robin, dejó de apoyarle económicamente. Al verse en esta situación, Robin, que no había trabajado nunca y que sabía de economía, comprobó que los conocimientos que había adquirido, no eran aplicables en su pueblo (por lo precario del sistema). Así que no le quedó otra alternativa que optar por algo realmente brillante: tomar lo que por derecho le pertenecía, lo cual trajo mayores conflictos en su casa, de la cual pronto tuvo que salir. Ya lejos del hogar y en compañía de su solidario amigo Doménico, quien lo acogió en su humilde casa, decidieron tomar un poco de dinero del que tanto les sobraba a los ricos y repartirlo entre la gente, muy al estilo Robin Hood. Toda una aventura. Al principio todo iba de maravilla y hasta disfrutaban de cada hazaña, de planificar cada asalto (aunque esto implicara tiempo), de estudiar la estrategia perfecta. Todo esto apasionaba a Robin y pronto se volvieron expertos. La admiración y apoyo de los pobres aumentaba, pero el odio y desprecio de los ricos también iba creciendo aceleradamente, quienes también se organizaron y planearon una trampa para atrapar al vil bandido que los estaba asaltando. Y así fue. Final 1 Atraparon a Robin Hood con las manos en la masa e hicieron justicia. La venganza fue tan dura y cargada de odio, que él acabó todo herido y en la cárcel, acusado de ladrón; quedó como un simple delincuente, nadie lo defendió ni alzo su voz de protesta, lo que terminó por decepcionar a Robin y comprendió cuan equivocado estuvo todo ese

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tiempo: el amor y aprecio que le pregonaban los suyos era de acuerdo a la ayuda recibida en el momento. Entonces llamó a su incondicional amigo Doménico y le pidió que con el oro que aún no repartían, hiciera la estatua de un joven con el corazón de oro, junto a la pileta, un joven que luciera triste y solo, aunque tuviera el corazón de oro dentro de una jaula. Y un mensaje que escrito al pie que dijera: “Todo hombre es dueño de su destino, la lucha debe ser personal, así nadie te decepcionará. El mal nunca justificará el fin”. Final 2 Atraparon a Robin Hood con las manos en la masa e hicieron justicia con sus propias manos. La venganza fue tan dura y cargada de odio que acabó herido y en la cárcel, acusado de ladrón, pero el pueblo se levantó en protesta y la ley tuvo que desistir y dejar en libertad a su héroe y benefactor. El pueblo le eligió alcalde, le hizo un busto con una hermosa dedicatoria que decía:

En honor al joven de corazón de oro que ha luchado por su pueblo, demostrando amor y valentía. Ya contento y creyendo haberlo conseguido todo, Robin se dedicó a la buena vida y a comer papitas. Terminó obeso y enfermo sin poder moverse, descuidando a su pueblo y a su gente.

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El demonio del hielo Esa noche todo estaba muy oscuro, yo diría que más oscuro que nunca. Y el frío era tal, que parecía que nos mordía hasta los huesos, las orejas y las narices, que las teníamos rojas y congeladas. Los perros estaban inquietos, ladraban mucho y se paseaban por el patio; les grité que se callaran…”Hay luna llena”, me susurró ella al oído, aunque yo no creía que la luna llena pudiera afectar la atmósfera de alguna manera. Un buen rato transcurrió en silencio, como si todo estuviera normal. Ya me había quedado dormido, bien abrigado con la vicuña que logró calentarnos, cuando se escucharon unos gritos aterradores de una mujer, que rompieron bruscamente el descanso. Entre dormidos y despiertos, al principio no atinábamos a descubrir de dónde venían esos terribles gritos. Los perros le hacían eco y, entonces, me di cuenta de que había empezado a llover, por los truenos que comenzaron a caer y que completaban esta escena como si fuese sacada de una película. Yo traté de tranquilizarla pero era imposible. De todas maneras, teníamos que ver qué era lo que sucedía. Le preparé un té caliente, prendimos las luces de toda la casa, entonces volvieron a oírse los gritos con más fuerza, y fue cuando nos dimos cuenta de que la mujer que gritaba aterrada se estaba acercando cada vez más a nosotros. Por la ventana pudimos ver que corría como escapando de alguien que la seguía. Ella miraba, de vez en cuando, hacia atrás, y se agitaba demasiado. Logró llegar hasta la casa, le abrimos la puerta, inmediatamente. Ella estaba toda mojada por la lluvia, por las lágrimas, por el sudor; no lograba coordinar las palabras y seguía gritando como una loca. Por un momento se paralizó, yo tuve que reponerme y sacudirla fuertemente para que entrara en sí. Nunca antes habíamos visto a esta mujer de ojos color miel y muy vivaces, pero asustados. Había despertado en nosotros desconfianza, pero también el deseo de socorrerla, porque era una cuestión de humanidad. De pronto, empezó a gritar, nuevamente, que él estaba ahí, que la había encontrado, que nunca la dejaría en paz, que llevaba ya mucho tiempo atormentándola, que ella no tenía la culpa de lo que le había sucedido. Lamentablemente, nosotros no lográbamos ver nada, pero sí sentíamos un ambiente pesado, yo hasta percibía como si alguien me mirara. Ella empezó a sentirse incómoda, 15


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algo fastidiada y sin ganas de lidiar con la mujer. Me confesó que creía que alguien la observaba, que era como si la mirada de una persona le pesara y que cuando regresaba a ver, se encontraba con la nada, a esta sensación le seguía un escalofrío por la espalda, que le producía miedo. La mujer no dejaba de sollozar, con la cabeza baja, empezó a contarnos que hace poco había muerto su malvado esposo, que ella creía que con su muerte quien descansaría en paz, sería ella; pero lamentablemente el desgraciado no la dejaría tranquila ni siquiera después de muerto. El hombre se ha convertido en un alma en pena que la atormenta constantemente y mucho más en los días de lluvia como este, en los que la gente prefiere acurrucarse en su cama, cerrar las puertas y los oídos al mundo exterior y desentenderse de todo. Finalmente, una gran sombra se apodero de los tres. Sin darnos tiempo a reaccionar, quedamos petrificados, patitiesos. Esta gran sombra acaparó a la mujer desconocida, la dominaba, parecía como si unos hilos invisibles la manejaran a su antojo y que ella colaboraba; no se resistía, era una mujer sin voluntad. Luego de realizar un extraño baile ancestral, vimos desaparecer en la oscuridad de la noche a la sombra y a la mujer hipnotizada. Varios minutos después, recobramos el sentido; sin embargo, hasta el día de hoy, no sabemos si en realidad sucedió todo aquello o si solo fue un mal sueño.

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Utopía El firmamento está lleno de estrellas brillantes que me embelesan. El mundo está lleno de miradas persuasivas, discretas que me cautivan. Y en la atmósfera revolotean deseos inconfesables. Dime, amada mía, por qué no puedo amarte por qué con tus ojos puedes entregarte y, al intentar besarte, tus labios me esquivan. En mis fantasías navego solitario. Al sol ardiente de mis deseos, la diana me oculta los dardos, se burla, haciendo de mis sueños una utopía.

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Carta Esta es una carta muy especial, es la carta que quizá estuvo pendiente desde hace mucho tiempo atrás. Tantas cosas por decir, tanto por contar y, por supuesto, algo que reclamar, aunque esto no signifique herirte, tan solo decirte que pudo ser diferente. En la suavidad y calidez de los primeros años, recurriendo a la imaginación para poder sobrellevar la escasez y las ausencias, te perdiste de las suaves conversaciones con ese ser que, a pesar de ser adulto, era el que necesitaba de la atención. Es un privilegio nacer con un alma vieja… esa que no olvidó algunas lecciones que le tatuaron el alma. Cuando llegaron los años de la adolescencia, tu mirada se desvió nuevamente y le diste importancia a los sueños. Creíste equivocadamente que se cumplirían uno a uno, tal como los ibas imaginando, con solo el encanto de tu sonrisa… y ella, otra vez en el olvido. La juventud te deparó las mejores experiencias, la felicidad era una delicia y parecía estar a cada paso. El aire tenía olor a magnolias, todo te sabía a chocolate y el eco de tu risa no te permitía escuchar el dolor y la soledad del otro. ¿Qué pasó? Lo inevitable, lo inimaginable. Ella se marchó, hizo sus maletas, guardó casi nada. ¿Por qué? Porque a donde iba nada necesitaba, dejó todo porque sintió que nada le pertenecía. Todo le fue ajeno desde el principio. En las ocasiones que tuve que estar en medio de la queja y la mentira disfrazada de bondad, preferí huir buscando el fiel cristal que siempre estaría al alcance de mis ojos: vacío, pequeño; pero que pasaba a ser mi escudo, más bien, mi escape, dispuesto a ser destruido en lugar del corazón inocente (bastante lacerado o magullado para entonces). Los relojes se detuvieron, las mañanas y tardes se oscurecieron, pasaron a cubrirse con una gran sombra implacable como ninguna. A veces se vestía de culpa, otras olía a tierra mojada y sino, traía un frío que te calaba hasta los huesos. Con esto, hasta la llave del lavadero se resintió y también empezó a llorar a cuenta gotas, y escogía la noche para que todos escucharan su lamento y queja. Tuvimos que huir de este lugar o tal vez fuimos exiliados. Quiero escribir que amo abril, con todos sus días y todos los girasoles del mundo con su luz. Espero con ansias las primeras gotas de mayo, para poder recibirlas de cara al

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cielo. Mayo el mes de las madres, me encanta recibir esa lluvia fresca hasta que penetre mi alma, me inunde, me limpie y me transforme el llanto en canto, ¿será posible eso? Ahora, en la madurez de los años, donde ya no todo es tan dulce, pero tampoco es amargo, veo que mi vida está llena de ausencias; unas partidas han sido más dolorosas que otras, y he recurrido al consuelo repitiéndome una y otra vez que aquellos a los que amas nunca se van del todo, se quedan grabados en el corazón, en mis latentes recuerdos y, sin exagerar, en cada latido; y no los busco, aunque quiera, por respeto a su libertad. He aprendido a aceptar las decisiones de los otros, respecto a dónde les place más estar y con quién. Insisto, a mi manera, están presentes. Existe un hilo mágico que nos mantiene unidos, un rayo tenue que alumbra esta soledad y una voz bajita que es como la flor del “nunca me olvides”, que me canturrea… Está el silbido recurrente del viento, que me recuerda tu risa, el olor a café recién preparado en las mañanas, que sabe a esperanza; y también está ese golpe inexplicable en la ventana o el cierre brusco de la puerta, que no dan lugar al olvido y que los confundo con un reclamo, con un cortante: “¡Aquí estoy! Pero, inconfesablemente, en secreto, nada me haría más feliz que verlos regresar. Un tronco no puede vivir sin su raíz.

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La belleza

(Leonardo es un afamado pintor que ha sido contratado para realizar un retrato. Debe viajar a las islas que se encuentran al otro lado del continente. Leonardo está nervioso, no le gustan los aviones, es algo a lo que no se acostumbra, a pesar de haber realizado muchos viajes y de haber inventado el helicóptero. Son las 20:00 y su vuelo saldrá a las 24:00. Hace de todo para retrasarse y aún está en casa. Un taxi lo espera afuera. Sube al taxi.) Leonardo: Por favor, apague la radio. (Leonardo está nervioso.) Taxista: Perdón, señor… Leonardo: Continúe, ya sabe a dónde vamos. Leonardo: (Divaga en voz alta.) Estoy en búsqueda de la belleza, de un estilo diferente, de algo exótico. Algo que no he encontrado aquí.

(Leonardo llega al aeropuerto y lo recibe Doménico, que trabaja como guardia y que siempre ha sido gentil y amable.) Doménico: Bienvenido, maestro, me da gusto volver a verlo, espero que esta vez disfrute su viaje. Leonardo: (Con un gesto asiente.) ¿Qué sucede hoy? El aeropuerto está repleto de gente, ¿son todos viajantes?, ¿o es que llega el rey de España? Doménico: ¿No se ha enterado, maestro? Hoy llega Diana, le llaman “la diosa” y todos la esperan. Leonardo: ¿Diana?, ¿y quién es ella? Doménico: Pues es una activista muy admirada no solo por eso, sino por su impresionante belleza… Es la diosa de Grecia, dicen que es única, exótica y hasta exuberante. Leonardo: (Entonces se sorprende, mira bajo sus lentes.) Sígueme, iré a mirar. Quiero conocerla. Doménico: Pero podría retrasarse, maestro, o perder su vuelo...

(Leonardo se acerca a la multitud, que en su mayoría son mujeres. Doménico va detrás con las maletas. Se abre pasó con su porte y estampa imponentes. Leonardo alcanzó a mirarla y quedó perplejo ante tanta belleza, traía un impactante vestido verde con delicados estampados azules en forma de ciervos y en sus brazos

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cargaba un gato negro, que parecía un pequeño leopardo. De pronto las miradas entre Leonardo y Diana se cruzaron.) Leonardo: (Habló en voz muy baja, como dirigiéndose a sí mismo.) Tiene una belleza resplandeciente con una mirada única, su sonrisa es discreta.

(Diana lo miró y parecía adivinar lo que Leonardo estaba diciendo, aunque no pudiera escucharlo. Entonces, le sonrió. Leonardo empezó a caminar nervioso de un extremo a otro. Estaba fascinado y aún más cuando se percató de que las miradas de Diana lo persiguieron en todos los sentidos. Diana, segura y decidida, se acercó directamente a Leonardo.) Diana: (Cuando lo tuvo en frente, se inclinó par susurrarle al oído.) Eres a quien estaba esperando. Leonardo: Eres todo lo que he estado buscando…

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Cuentos fantásticos I. ¿Por qué no nos amigamos? Sí, es verdad; somos distintos. Es cierto que estamos distanciados, pero no olvides que estamos conectados. También es cierto que reaccionamos diferente… No podemos seguir creando tanta confusión. A veces, la pobre no sabe qué hacer y, por lealtad, no sabe a quién culpar: si a ti o a mí. ¡Y lo que es peor, no sabe a quién hacerle caso! Llora, grita, reflexiona y, finalmente, después de mucho, decide. Yo considero que eres muy terco. Anda, cerebro, ¿por qué no nos amigamos? EL CORAZÓN II. Él te acompañó desde siempre, no somos uno, y vamos juntos a todas partes. No existe un acuerdo entre nosotros y, hasta el día de hoy, no hemos pensado en el divorcio. Rara vez te percatas de mi presencia o es que ya te acostumbraste a mí. Soy más alta y más delgada, bastante oscura, y, sin quererlo, tú y yo realizamos la misma danza, la misma rutina. Yo ya quisiera salirme de esta partitura que me ha impuesto tu forma y figura… Quisiera volar, saltar hasta las nubes y hasta tener mi propia voz. ¿Y, por qué no? Otro color. Qué tal si hacemos una pausa, un trato. Solo por un rato y esta vez 22


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tú eres quién me sigue… LA SOMBRA III. Aunque me ves ahí, todo frío, severo y aunque permanezca aislado, siempre estoy dispuesto y fragante… Debes saber que paciente espero tu regreso. ¡Ay! No sabes la dicha que siento cuando te veo, Es verte entrar, toda perfecta, despojada de todo, Segura, en medio de ese mar caliente, claro y cristalino. Entonces siento tus caricias, la humedad penetrando en mí, burbujeo de placer. Puedo conocerte y reconocerte toda, impregnarte mi fragancia: suave, delicada y fresca. Pero luego me abandonas, el disfrute ha rodado por el caño; y poco te importa lo vivido. Me usas y te vas. EL JABÓN

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Haikus Los girasoles en el campo están vive la primavera

Lluvia de mayo milagro esperado hoy yo canto

El sol nace el día renace la gracia me basta

El viento arrulla verano paciente cabellos al viento

En el campo el sol naciente la esperanza también

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Un reloj que no solo marca el tiempo Este es un novedoso reloj diseñado para marcar el tiempo que te resta de vida, con la intención de que lo disfrutes. Tiene incorporado, dentro de su diseño, un pequeño reloj de arena, cuenta con un temporizador personalizado. Últimos estudios nos revelan que cada individuo tiene al menos seis personas importantes con las que se relaciona en el transcurso de su vida, y que estas personas son a las que no quiere fallar ni mentir. Tampoco desea recibir eso de ellos. En caso de que el portador del reloj quiera engañar a su afín, este le apretará fuertemente la muñeca, y en caso de que lo quieran engañar o mentir, recibirá una pequeña descarga eléctrica que le hará desplomarse por unos minutos. Este tiempo le ayudará a reflexionar a la otra persona y le dará otra oportunidad para rectificar. También cuenta con una alarma recordatoria de fechas importantes para celebrar, como cumpleaños, así como con un registro de preferencias individuales para acertar en los detalles o regalos. Esto es en referencia a sus seis personas favoritas con las que ha generado un vínculo estrecho, el mismo que no podrá borrarlo, descartarlo o reemplazarlo. En el caso de que quisiera romper el nexo con alguna de ellas, el reloj dejará de marcar bien la hora y se verá obligado a girar la cuerda, la misma que repetirá muchas veces con voz de lora: “reconcíliate”. Este reloj organizador será casi como un asistente diario, pues tiene registrados horarios, visitas y ayuda a cumplir con cada uno de los compromisos a tiempo. Los hay de varios colores y diseños. Los femeninos con muy atractivos y se adaptan a los diversos gustos y caprichos. Los diseños de los caballeros son sobrios y elegantes; también hay los que tienen estilos deportivos y neutros. No todos pueden adquirirlo, por su costo, pero es muy deseado por muchos, ya que los beneficios en cuanto a organización de tiempo, recordatorios y memoria, son únicos. Una vez que lo adquieren y la persona se da cuenta de que maneja sus relaciones interpersonales, normalmente, se quiere deshacer de él; pero es imposible hacerlo, ya que va incorporado a su muñeca.

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Rita La encontraron sin vida en la bañera de su casa, se había excedido con los tranquilizantes, aunque tenía marcas de haber sido estrangulada. Salió en la primera plana de los periódicos de crónica roja. Sus fotografías fueron subidas a las redes sociales con mucho morbo. Era joven y, realmente, bella. Todos se preguntaban por qué lo hizo; la respuesta volaba en el aire y se burlaba en medio de la confusión. Sus compañeros de trabajo lamentaban mucho su partida y sobre todo la manera en la que había sucedido todo, pues la recordaban como una muchacha solidaria, puntual, risueña que disfrutaba de su trabajo. En el edificio en el que vivía, a pesar de que les causó impacto su muerte, no les llamaba la atención de que la historia de Rita tuviera tan trágico final, ya que ellos llegaron a conocer su lado oscuro. Ella era una muchacha irreverente, bizarra, rebelde, altanera y llena de escándalos y acusaciones que nunca se lograron aclarar y que, seguramente, quedarán sin resolverse. Rita se llevó su versión o defensa, se lo llevó todo, hasta el traje oscuro y frío de madera que hoy la cobija. Por otro lado, su último amante estaba consternado. El mismo que escapó de ser asesinado por aquella loca y que, por una extraña razón, no la sacaba de su mente ni de su corazón. Llevaban una relación toxica, uno de los dos terminaría matándose, aunque hubiese preferido matarla él con sus propias manos y luego matarse. Se repetía una y otra vez que, probablemente, esa maldita mujer no merecía vivir. Él había conocido el lado frío y deshumanizado de Rita y llevaba la cuenta de algunas de sus víctimas, que por más que ella justificara las razones, no alcanzaba a comprenderlo, como tampoco lograba compartir esa mezcla de frialdad y de placer. Era sorprendente su habilidad para no dejar rastro de sus crímenes. Realmente, era espeluznante; era poseedora de una inteligencia excepcional la que utilizaba de forma letal y devastadora. Desde muy joven había empezado a coquetear con las drogas y la prostitución. La venganza y el odio fueron sentimientos sembrados en ella desde muy temprano por su malvada abuela. Las noches eternas y perturbadoras de desvelo por el insomnio en las que era atacada brutalmente por sus repetitivas pesadillas, la iban atormentando cada vez más; aun así, cada mañana se presentaba a su trabajo como si nada hubiese pasado. 26


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En el último de sus amantes crecía la esperanza de que aquella bella mujer llegara a ser normal algún día. Él podía seguir ayudándola a ocultar sus crímenes, con tal de tenerla a su lado para siempre. Rita tenía una fijación con los hombres mayores, aquellos que estaban dispuestos a todo por una noche de pasión; solo que ellos nunca imaginaban que iban a tener tan trágico final. El trabajo que ella realizaba le ayudaba a tener información de las víctimas por adelantado, así que sus perfiles fueron estudiados antes y parecía que podía adivinar ciertas situaciones en su entorno para saber escogerlos. Las formas de aniquilarlos fueron distintas, a pesar de que todas fueron en el lecho, en medio del acto sexual. Ella lo prefería así, lograba que todos le confesaran, en el momento del éxtasis, que morían por ella y que querían ir al cielo. Y en ella no había más placer que este: verlos tendidos y despojados de todo y sin alma, sin latidos, sin vida. Su odio se alimentaba y entonces se daba cuenta de que no era suficiente, de que debía haber otra víctima después de esa. Era muy cuidadosa y metódica; no dejaba huellas, de manera que las muertes súbitas de las víctimas parecerían hechos aislados y se atribuían a diferentes causas: paro cardiaco, asfixia, atragantamiento, hipoxifilia, accidente automovilístico. Rita nunca sintió remordimiento, al contrario, sentía primero un alivio profundo, seguida de una sed mayor, pensaba en parte que se estaba vengando de su progenitor, a quien ella atribuía toda la culpa de sus desgracias y del abandono en el que quedó su madre. La falsa abuela había trabajado tanto en ella en este aspecto, para poder iniciarla así en la prostitución, oficio con el que Rita jamás se sintió a gusto, hasta el día en que encontró la manera de desahogar sus íntimos deseos de destrucción. A Rita el dinero no le faltaba, pero tampoco le alcanzaba. Llevaba varios meses sin pagar la renta; esto tenía fastidiado a don Eladio, que no veía el día en que esa jovencita se marchara del edificio, aunque en el fondo, la deseaba. Rita lo rechazaba, ella era quien elegía a sus hombres. Don Eladio había perdido mucho con ella: tiempo y dinero. Esa noche estaba dispuesto a echar a Rita a la calle, sin piedad, sin compasión y sin haber logrado seducirla y tenerla en sus brazos como hace tanto tiempo lo deseaba. La irreverencia de esta chica lo atraía febrilmente. Sin embargo, en aquella ocasión, don Eladio percibió a Rita diferente, ella había llorado, estaba quebrada, tenía los hombros encogidos y su caminar era lento. No dudo en abordarla. Ella le dijo que no se sentía bien, el insistió en acompañarla al 27


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departamento para hablar con tranquilidad. Ella acepto, él se portó como un caballero al principio, casi como un padre consolando a su hija, ella le confesó que estaba cansada de esa vida, que no quería continuar así, que necesitaba un poco de amor, de amor verdadero, de ese que nunca tuvo ni conoció. Fue entonces que el empezó a acariciarla como nunca nadie lo había hecho. Ella se estremeció y se entregó en cuerpo y alma. Don Eladio jamás creyó que pudiera existir una entrega tan total, y la quiso solo para él, aunque en el fondo sabía que lo sucedido aquella noche no se volvería a repetir. Fue entonces cuando con la misma loca pasión, empezó a estrangularla hasta robarle el último aliento. Al verla sin vida, huyó desesperado y confundido, lloraba desconsolado y le contó su historia a su mujer, de tal forma que fue ella quien regresó al edificio y limpió toda evidencia. La partida abrupta de Rita dejó a un hombre enamorado, a una abuela desprotegida, a un hombre enloquecido y a una nueva administradora en el edificio.

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La vida es cada día La vida es cada día, no lo olvides, niña. No corras queriendo saltarte los momentos, pues la vida es ir despacio, como cuando abres un regalo. No sabes lo que está dentro, pero sabes que es para ti. La envoltura, la caja, el tamaño, no son lo esencial y, muchas veces, ni siquiera lo que viene dentro… El verdadero regalo es el instante, el momento como las manos del reloj marcando el milagro. La vida es cada día, no lo olvides, niña. El tiempo que le tomó a aquella mano generosa pensar en ti y ofrecerte algo, puede ser como el agua que se le ofrece al sediento, como la luz que se le otorga al ciego, como la mano extendida al que está cayendo en un abismo, como una taza de chocolate en un día de lluvia. La vida es cada día, no lo olvides, niña. El girasol que te adorna, no lo es todo, es la lección que te quiere dar. El girasol no quiere estar solo, busca su par, brilla y se nutre del brillo de la estrella mayor y, a pesar de todo, no deja de ser él ni de resplandecer. La vida es cada día, no lo olvides, niña.

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¿Qué buscas? Te busco a ti para poder encontrarme. ¿Cómo me reconocerás? Tienes un nombre y yo lo conozco. Te reconozco por tu aroma, por tu risa, además. Son tus ojos los que me guían y me atraparan como un imán. Dentro de la multitud de cuerpos paralizados, fríos y sedientos. Yo te reconozco, por dentro y por fuera: usamos las mismas vestiduras, nos cubren las mismas ganas, tapamos las mismas heridas, mostramos la misma gentileza absurda y descarada ante la impiedad. Tenemos la misma esperanza. El vacío en tu estómago es el mismo que yo tengo en el pecho. A veces siento que hay un muro entre nosotros y otras veces un delgado cristal que no me permite tocarte. Y cuando desisto, una puerta al encuentro se abre detrás de mí. Y vuelvo a insistir, me domina el deseo de encontrarte…

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Jimmy Rodríguez (Quito, 1987)

De niño quería ser piloto de aviones de combate. Luego fue voluntario, burócrata, politólogo y abogado corporativo. Ahora solo quiere ser lector.

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Costumbres

(…) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Jorge Luis Borges Todos pensaron que, en un determinado momento, el distanciamiento que provocó la enfermedad iba a terminar. Sería simplemente cuestión de volver a las costumbres anteriores. El trabajo volvería a ser presencial, los restaurantes volverían a funcionar normalmente y las personas podrían volverse a encontrar en lugares de reunión para relacionarse como siempre había sido. Nada de esto ocurrió. A pesar de que la enfermedad logró controlarse, la mayoría de las personas nunca pudieron recordar cómo se relacionaban antes de que existiera. Muchos de ellos nunca vivieron en ese periodo anterior. Como pasa en tantas ocasiones, las personas imaginaron que la realidad en la que vivían es la realidad que se vivió desde siempre y que así continuaría. Al inicio, se restringieron los saludos con beso en la mejilla, los apretones de manos y, desde luego, los abrazos. Poco a poco las conversaciones se realizaban a más centímetros de distancia. Con el tiempo, las personas no encontraron diferencia entre mantener una conversación en el mismo cuarto que hacerlo en un salón virtual. Los niños en los preescolares llevaban siempre sus mascarillas, era impensable para ellos que alguien que no fuera sus padres se les acercara, ni siquiera otros niños. Todos estos cambios vinieron arrastrados —o quizás empujados— por notables avances tecnológicos. Dado que las reuniones se hacían de forma virtual, se descontinuaron los congresos internacionales, las capacitaciones in situ y los foros de expertos. Los hoteles desaparecieron. El turismo presencial también era parte del pasado. La realidad virtual dio su salto definitivo. Un turista virtual podía conocer París y Santiago a minuto seguido. Las redes sociales nos adaptaron rápidamente. A pesar de que estos cambios eran reconocidos como positivos por la sensatez ciudadana mundial, con el paso del tiempo, todo ello supuso inconvenientes en otras esferas. La escasa posibilidad de conseguir pareja fue uno de estos inconvenientes. Los matrimonios de parejas jóvenes volvieron a ser lo habitual. No tenía mayor sentido esperar por un desconocido enmascarado. El romance no estaba en la conquista o el descubrimiento del otro, sino en la certeza. Para aquellos que no tenían la suerte de 32


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conocer una potencial pareja en sus años juveniles, las parejas virtuales eran una buena posibilidad. La única forma de conocer una persona con intereses eróticos eran las aplicaciones de citas. El sexo, tal y como se conocía antes, era tema de conversaciones perversas. La praxis del sexo fue desaprendiendo como fue desaprendiendo la praxis de saludarse con beso en la mejilla, darse apretones de manos y abrazarse. Siendo estrictos, quizá no fue el mecanismo ni el deseo lo que se perdió en la memoria, sino la ejecución de las dinámicas anteriores al acto en sí mismo. El procedimiento era el clásico. Después de revisar detenidamente —o no— las fotografías, un usuario podía decidir darle un me gusta al perfil de otro usuario. Los usuarios —podían ser más de dos— mantenían conversaciones informales y, eventualmente, pactaban un día y una hora para llevar a cabo una cita virtual. Si la primera cita tenía relativo éxito, es decir, si cumplía con los estándares de tiempo mínimo de duración, tenía buena definición de la imagen y, además, el deseo de volverse a ver, ambos usuarios contaban con las actualizaciones necesarias requeridas por la aplicación y continuaban las conversaciones y las citas. Como es natural, el tono de las conversaciones subía con el paso del tiempo. Las aplicaciones prometían conexión y era una promesa que cumplían. Para la ejecución del nuevo sexo, los dispositivos electrónicos desarrollaron, fundamentalmente, dos capacidades. La primera era la capacidad de proyectar un holograma de las personas que participaban. La segunda, la posibilidad de recibir estimulaciones en el área genital a voluntad del otro usuario. Ambos desarrollos fueron empujados por la tecnología de las reuniones no presenciales. Las valoraciones de satisfacción de los usuarios de este tipo de aplicaciones eran generalmente positivas. Las valoraciones de satisfacción de unos usuarios sobre otros son lo que siempre han sido.

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Harari: historiador y budista Esta reflexión tiene relación con en el capítulo 19 del libro De animales a dioses: breve

historia de la humanidad de Yuval Noah Harari. Considero que es una puerta a la conciencia. En este capítulo, el autor analiza el significado de la felicidad. Para ello, parte de la premisa de que la mayoría de las ideologías y programas políticos actuales se basan en ideas triviales sobre el origen de la felicidad y que, sin embargo, conocemos muy poco sobre su significado. Según el autor, este sería uno de los vacíos de análisis más importantes de la Historia. Varios son los caminos que se han tomado para definir y medir la felicidad, por ejemplo, para algunos, el aumento de las capacidades económicas, médicas, políticas, técnicas y otras, tienen relación directa con los niveles de felicidad. Sin embargo, existen consecuencias que podrían considerarse negativas del aumento de estas capacidades, no solo para los seres humanos, sino también para el resto de los seres vivos del planeta, por lo tanto, no tan felices. En este contexto el autor plantea que es necesario considerar no solo los factores materiales del bienestar sino también los inmateriales, particularmente dos: en primer lugar, los lazos con otras personas y con lo que nos rodea; y, en segundo lugar, la diferencia entre las condiciones objetivas y las expectativas subjetivas. Ambas propuestas de Harari están relacionadas con la enseñanza budista, además, están soportadas por descubrimientos neurocientíficos actuales. El autor utiliza un estudio del Nobel de Economía, Daniel Kahueman, para demostrar que, si bien el dinero y la salud pueden generar bienestar, este es decreciente. El primer carro que el dinero puede comprar genera a su dueño un bienestar de 10 sobre 10; el segundo carro, un bienestar de 5 sobre 5; y, el tercero, no genera bienestar alguno. Una persona que ha perdido una pierna reportará ese día un nivel de bienestar de 1 sobre 10, pero, con el paso del tiempo – siempre que la enfermedad no sea catastrófica o degenerativa, esta persona podrá aumentar sus niveles de bienestar hasta muy probablemente alcanzar los que reportaba cuando tenía dos piernas. Existe, sin embargo, algo que genera bienestar de forma creciente, esto es las conexiones con otros seres vivos. El ser humano no puede vivir en soledad. El beneficio que reporta el contacto positivo con otras personas y otros seres vivos como animales y plantas es constante. Desde luego, la muerte existe y es inevitable, pero cuando esta es entendida como parte del ciclo vital, también decrecen los niveles de sufrimiento que reporta la 34


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muerte de un ser querido. Esta es una enseñanza del budismo, pero no solo del budismo, “amaos los unos a los otros” es piedra fundacional del cristianismo, aunque algunos hayan decidido pasarlo por alto. En segundo lugar, el autor explica que la expectativa no cumplida causa dolor. Para el budismo, la dicha y la desdicha son fatales, es decir, inevitables. Ambas existen más allá de que un individuo quiera que existan o no, existen incluso cuando ese individuo hace todo lo que esté a su alcance para tener solo sensaciones de dicha y evitar las sensaciones de desdicha. Esto también es una consecuencia de la muerte. Pero si, por un lado, la dicha y la desdicha no se pueden controlar, es claro que existe algo que sí podemos controlar: nuestra reacción hacia ellas. Si en lugar de tener sentimientos de avidez por la dicha y de aversión por la desdicha, simplemente pudiéramos entender que la naturaleza de ambas es surgir y desaparecer, nuestro sufrimiento sería menor. Así enseña el budismo. Aunque las enseñanzas de Buda tienen más de 2500 años, la neurociencia actual ha demostrado científicamente su valía. La cultura occidental se ha asentado sobre varios supuestos incorrectos. Uno de ellos es el que separa emoción y razón. Derivado de esto se ha separado también el cerebro del resto del cuerpo y se ha localizado la mente en el mismo lugar del cerebro. Otro supuesto incorrecto –según el budismo, es el que separa nuestra conciencia individual de humanos con el resto de la conciencia universal. La neurociencia moderna ha demostrado que la separación del cerebro del resto del cuerpo es ficticia. El cerebro se encuentra íntimamente vinculado con las funciones del resto del cuerpo. Por otro lado, la mente son todos los procesos mentales, pensamientos, deseos y emociones. La mente es intangible, el cerebro es físico. La mente, es el resultado de los procesos que se desarrollan a nivel celular en todo el cuerpo, sin distinción. Las decisiones que toma una persona se encuentran inevitablemente ligadas a las sensaciones, emociones, angustias, experiencias, presentimientos, cálculos, etc. La mente también está en las entrañas. Es el instinto. El cuerpo y la mente no distinguen si el impulso es racional o emocional. Le neurociencia ha demostrado que la mente tiene la capacidad de controlar y reeducar el cerebro y el cuerpo. El miedo es una consecuencia evolutiva del dolor, nos ayuda a sobrevivir. El sufrimiento que sentimos tiene dos vertientes, por un lado, el dolor; y, por otro lado, el miedo con el que reaccionamos a ese dolor. Si en lugar de reaccionar con miedo al dolor, pudiésemos reflexionar y aceptar su naturaleza “impermanente”, esto 35


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nos permitiría afrontar con ecuanimidad esta desdicha. Esto eliminaría una de las causas del sufrimiento, la única que realmente está en nuestra capacidad de control, la reacción al dolor. La primera vertiente, el dolor, existe de modo fatal; la segunda, es una decisión. El budismo enseña que entender la “impermanencia” como ley universal, permite aceptar lo que ocurre con ecuanimidad, por lo tanto, permite ver surgir y desaparecer, con humildad, las sensaciones que calificamos como positivas o negativas. Entre otras, la práctica de la meditación, permite entender, a nivel de la experiencia, la verdad de la “impermanencia”. Las sensaciones que siente un meditador surgen y desaparecen. La neurociencia ha demostrado que la mente puede controlar lo que siente nuestro cerebro y nuestro cuerpo como respuesta a los estímulos externos. El mismo químico que genera la sensación de ansiedad genera la sensación de alegría, son los receptores del cerebro los que definen cuál de las dos sentiremos. La mente puede elegir que receptores activar. La mente puede ser entrenada. Por lo anterior, la posición del autor goza de al menos dos ventajas: la primera, es que sigue procesos de investigación histórica y científica rigurosos; y, la segunda, aplica el conocimiento budista. Quizá la felicidad no se encuentre en el mundo exterior, sino en la capacidad de encontrarnos con nuestro mundo interior y de este modo conectarnos con todo lo que nos rodea, en la comprensión de que todos somos la Unidad.

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Carreteras Cuando se conocieron, ella estaba casada con un famoso comerciante de la ciudad. A pesar de ser ocho años más joven que su marido, a los padres de ella les gustaba porque él era de una familia distinguida y tenía un apellido tradicional. Un año después de haberse casado, cuando ella tenía 26 años, tuvieron a su primera hija, Ana, como la madre de ella. No era un marido ejemplar. Una mala administración de los negocios había mermado considerablemente la fortuna familiar. A pesar de la belleza de su esposa, con el paso de los años había dejado de ser el juguete caro del que se enamoró. Ella jamás insinuó la posibilidad de tener otro hijo y eso pocas veces ayuda a mover la rueda que es un matrimonio. Él se conformó con Ana como el tope de sus responsabilidades. A diferencia de él, ella había logrado remontar con una agencia de turismo que venía al alza. Era hábil para los negocios, tenía instinto y sabía utilizar bien los contactos de sus padres y los conocidos de su marido. Aunque quedaban pocos después de que los problemas económicos comenzaron. Desde luego, ella no tenía por qué sufrir el mismo destino social que él. Él lo sabía, quizá por eso se mantenían atados. —La primera vez que la vi, me pareció la mujer más hermosa del mundo —me dijo Nicolás esa noche en el bar. Al principio me pareció que era una frase trillada, pero al pensarlo bien, me di cuenta de que no la escuchaba tan a menudo. Es algo que los hombres les dicen a las mujeres, pero pocas veces se dice entre hombres. Nunca es conveniente dejarse ver muy contento. Como algunas buenas noticias, hay emociones que es mejor mantener en voz baja. —Entré a la boda con mi uniforme policial, acompañado de mi compañero de guardia —continuó Nicolás—. Inmediatamente nos sirvieron dos platos de comida y dos vasos de cerveza. Era una boda de campo. Se notaba que ella estaba acompañada del hombre mayor a su lado y que ninguno de los dos pertenecía a ese mundo. Nicolás y yo bebimos un trago simultáneamente. El bar era un lugar oscuro y la música no era ni triste ni animada. —Me dirigí directamente hacia la mesa en la que ellos estaban —siguió Nicolás—. Después de los saludos de rigor, le pregunté a él si podía bailar con su esposa. No tuvo

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inconveniente. La tomé de la mano y caminamos a la pista de baile. La fiesta estaba bastante comenzada y parecía que cada uno estaba en su propio mundo. Yo continuaba escuchando la historia. «Ninguna historia que empiece con una mujer casada como protagonista puede terminar bien», pensé. —“Qué gusto verle de nuevo, señora Raquel”, le dije. He visto varios turistas por la plaza estas semanas, me alegra saber que su agencia sigue trayéndonos visitantes a la ciudad. Sonriendo ella me contestó que le daba gusto ver a alguien sobrio con quien bailar. Le contesté que por ella podría mantenerme sobrio el resto de mis días. —Deberías aprender a mentir mejor —le dije a Nicolás. —Charlamos un poco sobre las cosas banales que hablan dos que bailan en una boda —prosiguió Nicolás—. Luego, le dije que me parecía la mujer más hermosa del mundo y que me diera su número de celular. Era impensable anotar su número de teléfono frente a toda esa gente por más ebrios que estuviesen. «Está bien, si lo memorizas, me puedes llamar», me dijo y me arrojó despacio un número de 10 dígitos. Los memoricé inmediatamente. Así fue como Nicolás y Raquel empezaron a frecuentarse. Antes de ese día, habían intercambiado conversaciones ocasionales del tipo operativo. Raquel traía numerosos turistas extranjeros para que visitaran la ciudad (era más un pueblo grande que una ciudad); y, por su parte, Nicolás se encargaba de vigilar la seguridad de esos espacios turísticos. A veces, para ganar un dinero extra en su tiempo libre, Nicolás había servido de conductor para el transporte de los turistas a distintos lugares. Debido a su trabajo, Raquel viajaba frecuentemente fuera de la ciudad. Esto facilitaba los encuentros. Por un reciente ascenso en su carrera policial, Nicolás había sido transferido hace poco y desempeñaba fundamentalmente labores de patrullaje en carretera. Pasear en la moto le daba una sensación de libertad indescriptible. No era una carretera particularmente veloz ni peligrosa, pero la posibilidad de enfrentar un accidente o ser parte en una persecución y atrapar un tipo malo estaba siempre presente. Había tenido que utilizar dos veces su arma en el pasado. Se sentía bendecido de no haber quitado la vida a nadie. Los encuentros fueron inicialmente en moteles a las afueras de la ciudad a la hora del desayuno o del almuerzo. Durante el día, Raquel pasaba ocupada en el manejo de los negocios de la agencia. Sin embargo, siempre se daba tiempo para enviar a Nicolás mensajes de altísimo contenido sexual que él miraba cuando no estaba en la moto. 38


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Cada mensaje tenía su correspondiente contestación. Las fotos y los videos eran cosa de nunca acabar. Siempre había algo nuevo por explorar. Su atracción sexual llegaba a niveles que él no había conocido jamás. Había estado casado antes y tenía un hijo con esa mujer, lamentablemente, nunca fue una relación feliz. La mala relación con la madre había provocado distancia entre Nicolás y su hijo. Ambos vivían en una ciudad diferente. Nicolás y Raquel mantuvieron un ritmo considerable de encuentros por al menos dos años y medio. Se juntaban en el departamento de él, mantenían el tipo de relación sexual que se había planificado a través de mensajes, miraban televisión, comían en la cama. Con el tiempo, Raquel se quedaba más tiempo en el departamento, podía manejar las labores desde ahí y su marido nunca la llamaba, salvo cuando necesitaba un favor. Al marido de Raquel no le importaba dónde ella se encontrara, nunca se lo preguntaba. No se sabía si era porque sabía de las aventuras de Raquel o simplemente no le importaba. El resultado era el mismo. Debido a distintos motivos, Raquel y Nicolás no habían podido verse por más tiempo del acostumbrado. A Nicolás le habían parecido raras las excusas que ella inventaba para no verlo. —Mira —me dijo Nicolás, apuntándome con el vaso—, cuando amas a una mujer eres capaz de notar hasta el cambio en el ritmo de su respiración por la noche, aunque estés dormido. Yo podía reconocer lo que le ocurría desde las profundidades de mi propio sueño y llegar hasta el suyo. Más de una vez la rescaté de sus sueños. A pesar de esa habilidad innata que tienen las mujeres para mentir, ella no podía engañarme. Estuve de acuerdo con lo de la habilidad innata que tienen las mujeres para mentir, pero no emití ningún comentario. —¿Tienes un cigarrillo? —le pregunté. —Ya no fumo —contestó Nicolás. —Yo tampoco —le dije rápidamente—. Y ambos empinamos el codo. —Finalmente, después de casi tres semanas, quedamos en mi departamento una tarde —repuso Nicolás—. Se sentó en la sala y mirándome a los ojos me dijo que estaba embarazada. Que no sabía quién podría ser el padre. «Es mío, y lo sabes», le contesté con absoluta claridad y convicción. Yo sabía exactamente el día que la había dejado embarazada. Además, sabía que sería un varón y sabía incluso qué nombre tendría. Ella no me contestó, pero tampoco retiró su mirada de mis ojos.

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El embarazo de Raquel transcurrió con relativa normalidad. Aunque era bien conocido que su matrimonio nunca tuvo ni un momento de notable felicidad, inclusive, en una época, se rumoraba separación, ella y su esposo parecían tener un pacto muy exacto. Ante los ojos de todos, el embarazo era el resultado del matrimonio. Como ocurre en tantos otros matrimonios que, sin tener ni una notable felicidad, simplemente continúan. —Este embarazo lo viví completamente distinto al de mi primer hijo —me explicó Nicolás—. Sentía realmente todo eso que dicen que debe sentirse. No era solamente la abrumadora verdad de haber creado vida, sino que además era vida que brotaba del amor. Raquel era mi amor y nuestro hijo era una continuación de ese amor y de ella. Cuando algo proviene de quien amas, solo puedes amarlo. No hay opción. No existe nada en el mundo real ni en el mundo de los sueños que pueda impedirlo. Cuando iba por la carretera, ya no me sentía con tanto antojo de acelerar, conservar mi vida se había vuelto fundamental para poder asegurar la vida de mi hijo y un futuro feliz para nosotros. Los tipos malos con los que antes me emocionaba encontrarme empezaron a parecerme más malos y los evidentes peligros de mi profesión parecían haberse multiplicado —¿Qué tal llevaron el embarazo? —le pregunté al teniente. —Aunque yo insistí —contestó Nicolás—, ambos sabíamos que era impensable que yo la acompañase a sus citas médicas. Yo sentía rabia de no poder estar con ella en esos momentos, tomándola de la mano y acariciándola. Pero poco a poco me había acostumbrado a la idea de ver solo las impresiones de las ecografías. Con el tiempo, dejó de importarme lo que ocurría fuera de mi departamento. Para mí solo existía ese universo de tres que conformábamos cuando ella estaba ahí conmigo. Me parecía tan irrelevante lo que los padres de Raquel o el estúpido de su marido pudieran pensar. Nada podía eclipsar la felicidad que yo sentía, ni siquiera el hecho de que no podía controlar cuando ocurrían esos momentos o que yo formaba parte de una mentira que se había vuelto demasiado pesada o incluso saber que ella probablemente simularía esa misma felicidad fuera del universo de tres. Cuando Raquel dio a luz, como era previsible, estuvo absolutamente alejada de Nicolás. Durante el alumbramiento habían surgido algunas complicaciones y debieron hacerle una importante transfusión de sangre. Nicolás estuvo al tanto de lo que ocurría a cada minuto gracias a sus compañeros de enfermería del hospital, que le dejaron 40


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permanecer en una habitación desocupada del hospital y le informaban de los detalles a cada minuto. Una madrugada, Nicolás se cruzó con los padres de Raquel en el pasillo del hospital y todos actuaron como si no se hubieran visto jamás. La madre de Raquel le dirigió una mirada de odio imperceptible. Era como si lo culpara de la delicada situación que atravesaba Raquel. El niño estaba a salvo, pero la situación de ella parecía irse complicando con el paso de las horas. Los médicos aconsejaban esperar, pero el pronóstico era reservado. Dos días después de haber entrado en el hospital, Raquel recuperó la conciencia. Su condición era estable, pero se sentía muy débil. Nicolás no pudo verla ni un solo instante, ya que sus padres jamás la dejaron sola. En su corazón, Nicolás guardaba la esperanza de que el nacimiento del niño —como había predicho— haría que Raquel decidiera divorciarse de su marido de una vez por todas y junto con Ana y el recién nacido formaran un hogar. Nada de esto ocurrió. Nicolás no pudo ver a Raquel en el hospital ni tampoco en la casa de los padres de Raquel donde ella había pasado su etapa post parto. Aunque después de algunos días, Raquel contestaba los mensajes de texto y enviaba fotos del niño, poco a poco, pese a la insistencia, se fue alejando. No podría decirse que sus padres la tuvieran secuestrada. Nicolás no lo entendía, pero simplemente ella no quería verlo. Nicolás y Raquel habían conversado sobre el nombre para el niño, pero Raquel había decidió darle a su hijo el nombre de su padre: Roberto. Esto fue algo que hirió muy profundo en el corazón de Nicolás. Aunque antes había aguantado la humillación del secreto, esta era una ofensa distinta. Era como si quisieran simplemente hacerle daño, que su corazón explotase. —Cuando mi hijo estaba próximo a cumplir un año —continuó Nicolás, mientras el bar se apagaba—, Raquel me permitió conocerlo. Aunque lo había visto en fotos, verlo en persona y sentirlo entre mis brazos fue una experiencia única. Yo no entendía cómo la vida podía tener esta clase de emociones ni cómo el corazón era capaz de soportar ese tipo de sobresaltos. Con el tiempo, las visitas se intensificaron. Aunque no veía con la regularidad que quería a Roberto, la relación con Raquel parecía volver, en algo, a la normalidad. Aunque se lo pregunté, jamás me dio una explicación de por qué había decidido alejarse así de mí después del parto. Sus explicaciones incluían su posición social, sus padres y su esposo. Aunque para mí no eran válidas, hacía tiempo que había perdido el interés por encontrar sus razones. A pesar de que no me faltaba fuerza, era un esfuerzo inútil. Alguna vez le dije que si no me dejaba ver a Roberto, contrataría un abogado para iniciar un proceso judicial en el que se demuestre que yo era su padre. 41


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Raquel me pidió con delicadeza que no lo hiciera y ofreció condiciones de visitas y otras cosas que nunca se cumplieron. Sus padres habían tomado contacto con mis superiores, quienes gentilmente me sugirieron que ese tipo de ideas podrían dejarme sin trabajo. Todo ello solo me hubiera alejado más de Roberto. —¿Por qué decidiste continuar bajo esas condiciones? —le pregunté. —Ninguno de los sufrimientos que yo atravesaba eran suficientes para que mi amor por Raquel terminara —contestó—. Yo sentía que nuestra conexión iba más allá de esta vida. Que nuestra unión se había decidido desde siempre. Que nuestras almas tenían un pacto eterno de encontrarse en cada vida para enseñarse algo que debía ser aprendido. Yo no tenía prueba alguna de que esto fuera así, pero mi corazón lo sabía y por eso estaba dispuesto a soportar lo que sea con tal de estar a su lado. Además, aunque Roberto jamás me llame papá, él será mi hijo para siempre. También estaba atado a él para toda la eternidad y desde siempre. Cuando nos despedimos fuera del bar le dije que, si reconsideraba la idea del proceso judicial, yo conocía una amiga abogada que podría llevar su caso. Esa fue la última vez que lo vi. Varios meses después leí en la prensa que un ex policía había sido hallado muerto en un vehículo que se había estrellado a más de 150 kilómetros por hora contra un inmenso árbol que se encontraba plantado a la orilla de la carretera interprovincial. Se trataba del teniente de policía en servicio pasivo Nicolás **. Los resultados toxicológicos habían arrojado una dosis de alcohol en su sangre mucho mayor a la permitida. El vehículo era de propiedad de la señora Raquel **. En su declaración, la dueña del vehículo alegó que el teniente le ayudaba ocasionalmente a realizar el transporte de pasajeros de su agencia. Ese día había realizado un viaje desde el aeropuerto a una hostería alejada de la ciudad. No conocía en profundidad al teniente, pero la dueña de la agencia lamentó profundamente su muerte. «Era una buena persona», dijo en su declaración. La nota terminaba con una estadística de los accidentes de tránsito ocasionados por el consumo de alcohol en el país.

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Interludio para hablar del adiós o brevísima reflexión sobre la miel Decimos adiós cada día. No conozco el origen etimológico de esta palabra, pero al decirla a conciencia, realmente se siente como miel en la lengua. Un adiós no es algo necesariamente dulce, por el contrario, muchas veces se dice con dolor. Aunque depende de la región, el tiempo y la costumbre, decirla tampoco es algo común. De donde yo vengo, preferimos el casual: chao. Decir adiós es como decir te amo, se utiliza en ocasiones importantes. Quizá esto también ocurra solamente en donde yo vengo. Se puede decir adiós a las cosas, pero preferimos usarlo para referirnos a las personas. Cuando se dice a conciencia, cuando deja esa tela espesa en la lengua, salta en la mente la idea de enviar algo hacia Dios. Quizá alguna vez tuvo una h intermedia, ¡Ah, Dios!, exclamativo. Desconozco si tiene algo que ver con Dios, quizá simplemente es una combinación casual de sonidos y símbolos que buscan simplificar la idea de alejarse de algo o alguien. Feliz desconocimiento. Feliz porque así a todo lo que le digo adiós, se lo envío a Dios. Esto obliga al menos dos cosas, enviarlo con respeto y enviarlo con un buen deseo. Algo así como cuando se dice buen viento y buena mar, no se puede decir adiós sin decir buen viento y buena mar. No se puede encomendar una persona a Dios sin desear lo mejor para esa persona a la que se le dice adiós. Así es como la idea de la miel vuelve a mi mente. Se pega en mi lengua al principio, pero luego sube hasta mi cabeza y su viscosidad chorrea hasta mi corazón, pasa por mis manos, acaricia mis piernas y deja melosos mis pies. Espero tener la capacidad de dejar huellas de miel en el camino de la soledad. La soledad es el sendero que inicia después de un adiós, pero ese es tema de otro interludio.

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Johanna Rodríguez (Quito, 1996)

Se graduó como Psicóloga en la Universidad San Francisco de Quito. Estuvo llamada por la actuación desde que era apenas una niña. Participó en

performances y obras de teatro. Sacó un Minor en Artes Escénicas en la USFQ. En la misma universidad, ganó el premio COCOA. Está encaminada para formarse como actriz de cine y especializarse en sexualidad. Ha empezado también un camino en el maravilloso mundo de la escritura.

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Por una cabeza Un portazo. La solitaria se quedó en silencio. —¿Por qué te callas? —dijo— Ni que ellos supieran. —Deberían esforzase y leernos entre líneas, no los creo tan capaces. —Te aconsejo, muy comedidamente, no los subestimes, siempre hay uno que otro medio vivo. —Entiendo, pero yo confío en el creador, no nos delataría. La solitaria lo miró. Era alto y fornido, decidió llamarlo El Hombre. Tenía un aspecto borroso, unas manos grandes que no lograban sujetar nada dentro de la habitación. Parecía de unos treinta y cinco años, pero sin duda tenía muchos más. El cuarto estaba completamente amoblado, era grande, con una gran alfombra persa del siglo XVII, hecha a mano y con tintes naturales, conservada en perfecto estado durante todo ese tiempo. Un reloj, de similar valor, colgado en una de las paredes de la habitación continuaba con un potente tic-toc. —¡Silencio! —dijo El Hombre—, algo se mueve en su cabeza, aún no sabe cómo termina esta mierda. — No lo sé, parece que sí. La solitaria caminaba a gran velocidad por toda la habitación, casi no pestañeaba, estaba mojada. — Ella es la culpable de que tú me traigas aquí nuevamente, de que esto sea un espiral, jugaste mal. La tengo aquí —señaló con el índice su entrecejo— ¡puta madre, fue ella otra vez! La solitaria, completamente inmóvil sentía el reloj: tic-toc, tic-toc. —¿Por qué dices que fue ella? Es una niña. —“Es una niña, es una niña” —la remedó con una voz particular—. Esa niña que ha vivido más que todos nosotros en esta casa, esa niña que parece una anciana cuando habla, esa niña que ha amontonado experiencias y que ha acumulado pitillos en su puta maleta de ruedas, más de lo que nosotros pudimos fumar en esa vida, esa niña que ha cogido con cualquiera, esa misma es la culpable de que no podamos descansar en paz. La solitaria chocaba su cabeza bajo el reloj, una y otra vez, pero ahora empapada de color. 46


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—“Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón, con el pico recoge la rama con la rama cortaba la flor, ayayay cuándo vendrá mi amor, ayayay cuándo vendrá mi amor… pero sí, pero sí, pero sí porque te quiero a ti” —cantaba. La solitaria regresó a verlos. Corrieron a pegar el oído en la gran puerta de madera. —¿Cómo… cómo es que está cantando? La solitaria trató de abrir la puerta una vez más, no lo consiguió. En el cuarto, todos como estatuas, sentían cada paso juguetón de aquella niña. Se la escuchaba cantar con más fuerza. Abrió la puerta, como si nunca hubiera estado bajo llave y se quedó en el umbral mirándola de pies a cabeza. Tenía un vestido acampanado blanco, zapatos color crema y una corona de flores color rosa sobre su cabellera. —El creador ha decidido. Un portazo. Tiempo después, lo desecharon todo en aquella sublime alfombra persa, nada servía.

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Sierva María de Todos Sierva María de Todos, con cabellera color cobre de veinte y dos metros, tiene aproximadamente treinta y dos años, piel tersa, blanca, ojos color azul y estatura promedio. Durante el día se dedica a ser modelo de cabello para una marca de champú no tan reconocida. Por la noche se dedica al baile exclusivo para hombres. Para ella era casi como un ritual: arreglarse como una diosa, baile hasta tipo 1:30. Y si no conseguía nada hasta las 2:00, se retiraba. Esto casi nunca pasaba; si lograba conseguir algo regresaba con un fajo de billetes a su casa. Ahora ya cobra. En su casa, saluda a su madre enferma, si se encuentra despierta, y le da un beso amoroso a su niño de aproximadamente tres años. Un dolor permanente de su cabeza y cuello por su extensa cabellera se estaban haciendo insoportables, y solo parecía crecer más rápido a medida que pasaba el tiempo, pero había prometido no cortársela hasta que se casara, caso contrario, perdería la vida. Su madre nunca fue buena con ella ni con su hijo, sin embargo, era a quien podía encargarlo durante todo el día. Siempre pensaba que mejor malo conocido que bueno por conocer. Finales: 1. Sierva María en la eterna búsqueda de su hombre, encuentra al indicado y se casan. Abandona a su madre enferma y se lleva a su hijo. 2. En medio de un dolor fatal de cabeza, en donde ya le era imposible mover el cuello y sostenerlo, mata a su hijo y se ahorca con su propio cabello.

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Para mis amores, de su abuelita Esa noche todo estaba muy oscuro. Era una noche más densa de lo normal en Quito y el frío recorría cada uno de mis huesos. Desde el quinto piso de mi departamento de San Pedro Claver, ubicado en la Francisco Florencio y Carlos Quinto, podía observarlo todo: montañas, luces, autos, los vecinos llegando. Lo observaba desde mi silla de madera que estaba en el mismo lugar desde hace más de treinta y siete años. Soy viuda. Hace más de una década había perdido a mi esposo. Mi departamento se había acumulado de recuerdos, de cartas, de objetos que no usaba en años, de fotos de gente que ni reconocía, de ollas, de periódicos, discos, cuadernos de mis nietos cuando estaban en la escuela, y todo, porque mis fuerzas ya no me daban para mantenerlo en orden. Eran años almacenados en mi hogar. Puse a calentar agua para tomar un té de lo que hubiera en la cocina. Esa noche me quedé mirando a través de la ventana por un largo tiempo, sin poder moverme por el frío que parecía solo aumentar. Sin darme cuenta, amaneció. El teléfono empezó a sonar en dos ocasiones, no sentí la necesidad de contestar, ¿quién se acordaría de mí? Un olor a olla quemada empezó a extenderse por todo el departamento. Tampoco sentí la necesidad de ir a verla, no quería en realidad. El teléfono volvió a sonar dos veces más. Me quedé dormida en la silla con mi poncho de lana, estaba exhausta. Se escuchaban unas voces detrás de mi puerta de entrada, no lograba identificarlas ni descifrar lo que decían, pero ya no me preocupaba. En medio del sueño pesado que tenía, traté de volver a mí y las voces parecían desesperadas, pero aún lejanas. Volvieron a oírse los gritos con mayor fuerza y fue cuando me percaté de que forcejeaban la chapa de mi puerta de vidrio. No sabía quiénes eran ni lo que querían. Al final, rompieron el vidrio y entraron. Había mucha gente en mi departamento, yo seguía entumecida por el frío garrafal que tenía. Corrieron a la cocina, la olla se había quemado. Estaban mis dos hijos, mis nietos y gente que si no fuera por el uniforme no las hubiera identificado. Todos tenían el rostro descompuesto, lágrimas, gritos, silencio. Como si alguien hubiera muerto. Fue la última vez que pude verme, no me reconocí, estaba

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hinchada y mi barriga se mostraba como si hubiera sufrido una explosión por dentro. Mis ojos estaban extintos, mi piel dura y helada, completamente tiesa. Finalmente, una gran sombra se vino encima y cerraron mis ojos, me envolvieron en mi alfombra para bajarme hasta el primer piso, uno de ellos era mi nieto, los pude escuchar quejarse del peso, pero qué esperaban. Habían pasado tres días desde esa noche tan fría y oscura.

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La última cena

(Leonardo Da Vinci sentado junto a Diana en un aeropuerto, esperando cada uno abordar, tienen en frente un cuadro: La última cena. Al fondo un hombre vestido de guardia toca en su violín la pieza de Vivaldi concierto in E minor, RV278. El violín se detiene solo al momento de anunciar los vuelos. La música incrementa y disminuye en el transcurso del diálogo.) Diana: (Refiriéndose al cuadro y con picardía) No tendría que pensarlo dos veces para sospechar que algunos de ellos tenían algo más que una amistad, (carcajada) sería gracioso.

(Una pausa, Leonardo trae a sí el recuerdo amargo que esas palabras le provocan. El guardia regresa a ver a Leonardo, preocupado.) Da Vinci: Cállate.

(Diana lo regresa a ver confundida por el tono.) Diana: ¿Quién eres? Da Vinci: Leo… (lo piensa) Leo. Dicen que era absolutamente todo. Yo solo me dedicaba a lo mío. (Baja la cabeza y mantiene un movimiento constante en su pierna.) Diana: (Ríe) Mmm, ¿y a qué te dedicas? Da Vinci: (Le regresa a ver completamente descompuesto por su pregunta.) Pareces una niña. A todo, también dicen.

(A lo lejos camina un ciervo recién nacido, aún con sangre en su cuerpo, pasea por las instalaciones del aeropuerto.) Da Vinci: ¿Cómo te han dejado pasar con eso hasta aquí? (Señalando las flechas que

cargaba Diana.) Diana: (Con una sonrisa pacífica) Ni lo han notado. Da Vinci: ¿Tú, quién eres? Diana: (Diana apuntando con su arco y una de las flechas al ciervo.) Como se nota querido que no estás en todo. (Apunta a Leonardo y baja el arco.)

(Diana se acerca al ciervo soltando el arco y las flechas, lo acaricia, juguetea con él por unos minutos, lo besa. El ciervo se aleja. Diana con elegancia inigualable, casi sublime, asume una postura de cazadora nata, toma una flecha, respira profundamente, sostiene y lo mata. El guardia da un ligero brinco por lo sucedido, pero continúa tocando.)

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Diana: Esa soy yo. (Diana se acerca al ciervo que estaba agonizando, con una daga

corta parte de él y se lo ofrece.) ¿Un último banquete, Leo? (Leonardo se niega con un gesto, mientras Diana da un gran y salvaje mordisco al pedazo.) Diana: (Mientras come) ¿Y entonces, Leo, quien mismo eres? Da Vinci: (Sin inmutarse por lo sucedido) Soy Leonardo Da Vinci. Diana: (En un tono de vendedora de televisión) Mira tú, el mismísimo Da Vinci. Leo, debo ser franca contigo, sé que eras medio conocido, pero no sé muy bien por qué.

(El guardia detuvo la pieza.) Guardia: (Nervioso) El vuelo 15 a Florencia hace su último llamado a su pasajero.

(Leonardo, ansioso, empezó a caminar de lado a lado.) Diana: Te hubiera imaginado más… atlético, por lo de la época, ya sabes. Da Vinci: Fui el primero en imaginar el principio de esos (Señalando a uno de los aviones

en la autopista.) Diana: ¿Vos los hiciste? Da Vinci: No… Diana: (Lo interrumpe) ¡Wuau! Están in-cre-í-bles (Sorprendida y en tono infantil) Da Vinci: Yo hice los planos y, si me permites, puedo explicarlo a la… (Leonardo continúa

caminando.) Diana: (Lo interrumpe, decepcionada.) ¿Solo dibujaste? (En tono burlesco) Solo bocetos, Leo, el submarino en dibujo, el intento de avión en dibujo, el casi helicóptero en dibujo, arquitectura en dibujo… nada pasó del papel.

(Leonardo trataba de entender el sentimiento de Diana detrás de esas palabras. Bajó el ritmo de la caminata.) Diana: Es como ser todo y nada a la vez, ¡qué sensación!

(Diana continúa hablando, mientras sostiene otro pedazo del ciervo y da un buen mordisco, se acerca al cuadro: La última cena.) Diana: (Con un pedazo de carne en la boca y manchada de sangre el mentón. Haciendo

referencia al cuadro.) Ahora entiendo tu reacción a mi comentario, ¿amargos recuerdos, Leo? (Se limpia torpemente el mentón.) (Diana se percata del movimiento en el lugar que se encontraba el ciervo, que se

descomponía extrañamente rápido, la madre se acercaba a olerlo.)

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(Diana soltó el arco y la flecha, se acercó a ellos envuelta en el mismo sentimiento de la madre. Se toma su tiempo. Leonardo se detuvo. Miró el arco y la flecha. Se colocó como un sabio cazador encontrando su punto de apoyo fácilmente, hombros relajados, barbilla levantada, apuntó, respiró profundamente, sostuvo y mató.)

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Amantes La primera vez que nos vimos teníamos un poco más de treinta. Empezamos ligeros, empezamos inocentes, empezamos casuales. Todo sucedió de repente. Cuando volteé, ella estaba ahí. Nos encontramos en el mismo espacio, con las mismas conversaciones con las mismas ideas, con las mismas crisis que se tienen después de los treinta. Pero yo llegué primero, yo sabía en dónde me encontraba y lo que deseaba. Ya tenía cierto tiempo atravesando, marcando mi camino y profundizándolo. Se lo expliqué cuando ella llegó. Éramos reales, guiados por un mismo llamado. Nacimos de la ira, de la pérdida, de la sorpresa, de forjar el carácter, de la repetición constante. Ella era muy suave, sutil, no sabía si se quedaría. Era incierta su existencia y su permanencia en mi vida. Con el tiempo, todo se fue acentuando, se quedó plasmada. Formábamos un mapa de vida y lo caminábamos juntos, paralelamente, sin alcanzarnos, porque las circunstancias no nos permitían hacerlo.

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A veces estábamos muy cerca a punto de ser uno cuando nos frustrábamos. Cómo hubiera deseado que eso sucediera. Ella era muy especial, era bella, no trataba de sostenerse en el tiempo. Ella evolucionaba, de hecho, lo hizo mejor que yo. Yo traté de sostenerlo todo y de no ser tan duro, pero ella rebasó todos los límites. Era fuerte, tenaz y profunda y nos amábamos. Nos mirábamos siempre. Y cuando regresé a ver, aún me cuesta decirlo, cuando regresé a ver, ella ya no me miraba más. Había alguien a su lado y, con su dureza, no quiso volver. No quiso seguir recorriendo los surcos y me fui endureciendo, acentuándome cada vez más y extendiéndome, para ver si conocía a alguien más en el camino. Así éramos y para eso estábamos ahí, para trazar, para marcar rutas de lo vívido, para no olvidar ni darlo por perdido. Para eso estábamos ahí, porque éramos las arrugas de su frente.

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A tiempo

La puntualidad es la educación de los reyes. Luis XVIII. Este es el nuevo sistema de puntualidad que hará felices a todos. Un reloj de mano con toda la tecnología incorporada para poder llegar a tiempo a tu sitio de trabajo, a tu reunión de amigos o al almuerzo con la abuela (que todos sabemos que se te olvida seguido). ¿Su uso? Simple. Programas la ubicación, el día y la hora, y este maravilloso reloj hará el resto, sin darte cuenta, y en un abrir y cerrar de ojos, estarás en el punto de encuentro, en tu reunión de trabajo, en esa cita o en ese almuerzo que tanto olvidas. ¿Qué se siente viajar tan rápido de un sitio a otro? Nunca nada se creyó tan increíble y sencillo. Recomendado, únicamente, para personas mayores de once años hasta personas adultas de setenta y cinco. Dentro de la investigación, no se supo qué sucedió con las personas que hicieron uso del reloj y que no estaban dentro del rango de la edad, nunca llegaron a su sitio de destino. ¿Inconvenientes? El 95 % de nuestros clientes han quedado completamente satisfechos y felices con la funcionalidad de este increíble invento. Se recuerda a nuestros usuarios estar solos al momento en que se active el reloj, ya que podría llevarse a alguien consigo. Algunos de los clientes impuntuales han tenido inconvenientes, porque el reloj les ha sorprendido en la ducha, dejando atónitos a todos en su reunión. Se han olvidado de cancelar citas y han sorprendido a otros en actos privados o, incluso, a su pareja con el mejor amigo. Otros de nuestros clientes nunca llegaron a su punto de encuentro y no hemos vuelto a saber de ellos ni de su paradero. Por todo lo demás, no hemos tenido queja alguna, este es un invento simplemente maravilloso.

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La sentimental La sentimental caminaba sin saber a dónde iba, pero cada paso lo sembraba en la tierra fértil. Sembraba poderosa como si siempre hubiera sido lo suyo… sembraba. Sembraba risas, sueños, colores, a veces miedo, a veces olvido, sembraba. La sentimental caminaba sin saber a dónde iba, algunos decían que flotaba por la ligereza de su conciencia, pero la verdad era que conocía mucho y, por eso, su habilidad. La sentimental caminaba sin saber a dónde iba, se movía coqueta, deslizándose por el viento, seduciendo la muerte, el azar, el riesgo. Se podía a ver la tenue línea que intentaba atravesar y que no lo hacía. Ella dominaba sus movimientos: eran natos. Ella había nacido para eso. La sentimental caminaba sin saber a dónde iba, algunos decían que esto era mentira.

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Saúl Fárez (Quito, 1999)

Soy Saúl Fárez. Nací en Quito, Ecuador. Actualmente, y por casualidades de la vida, vivo en la misma casa que me vio nacer y que me acogió en mis días de principiante en este camino llamado vida. Ahora esta misma edificación me ve cumplir mis sueños y anhelos como el de ser doctor. Cursando mi tercer año en la escuela de Medicina, solo reafirmo mi pensamiento de que la mejor huella que podemos dejar en el mundo es ayudar; no simplemente al resto de personas, ayudar en todo el sentido de la palabra. Pienso que si podemos dejar las cosas o situaciones un poco mejor de lo que las encontramos, el mundo empezará a cambiar, esto es lo que escribir refleja para mí: ayudarme en mi búsqueda constante de emociones y sentimientos, de experiencias buenas y malas y, a través de ellas, poder retratar lo que pasa por mi mente. Esto es lo que les comparto, esto es lo que soy.

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Hércules Érase una vez, un hombre muy reconocido llamado Hércules, pero no el de la historia del semidios, este Hércules igual tenía una extraordinaria fuerza, un coraje inigualable y una valentía feroz. Hércules solo tenía un problema, nada en esta sociedad estaba hecho para resistir la clase de fuerza con la que él se manejaba todos los días. No podía tomar de una taza sin hacer añicos el mango, nunca pudo tener un celular, ya que los destruía al instante, no podía ni ir al gimnasio, ya que las maquinas o no tenían el peso suficiente o simplemente se rompían en mil pedazos. Hércules vivía con una frustración constante, ya que nada de las cosas materiales resistía su fuerza. Un día, una empresa que hacía los mejores protectores de celulares se contactó con Hércules, querían que él probara su último modelo de protector. Lo recogieron en un jet privado y lo llevaron a las oficinas principales, lo recibieron muy bien y después de hacer reparaciones a las partes del jet que Hércules había roto, lo invitaron a una sala; es ella estaban los desarrolladores, le pidieron que apretara con su mano los diferentes modelos. Hércules procedió muy feliz, ya que le iban a pagar muy bien por romper las cosas. Hércules se acercó y procedió a romper todos y cada uno de los modelos. Ante este hecho, los científicos y desarrolladores quedaron atónitos, todos sus modelos terminaron hecho añicos. Después de algunas semanas, llamaron otra vez a Hércules para la misma actividad. En esa ocasión, Hércules no pudo romper un protector, que se convirtió, literalmente, en el protector más fuerte del mundo, incluso ganó un récord Guinness. Esto llamó la atención de muchas otras empresas, que se empezaron a interesar en desarrollar los objetos más fuertes del mundo. Hércules ganaba mucho dinero al romper todo tipo de cosas, desde utensilios de cocina hasta componentes electrónicos. Diariamente se encontraba con objetos que ya no se rompían con su tacto, él estaba muy feliz. Después de algunos años, Hércules decidió retirarse de su trabajo de destructor oficial y pensó que era hora de conocer el mundo. Esto lo tenía muy emocionado, ya que también deseaba encontrar el amor, y así fue. Hércules viajó por toda Europa, por la mayoría de Asia hasta que llego a Sudamérica, en donde la belleza de las mujeres le sorprendió. Allí se enamoró de una chica que conoció en el gimnasio de su hotel. Hércules, a pesar de su físico magro y de su perfil griego, era muy tímido, por lo que le 60


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costó mucho acercarse a la chica. Final chistoso Lo curioso es que esta chica resulto ser fisicoculturista, por lo que era una mujer muy fuerte. Hércules la invito a viajar por el mundo junto a él. Fueron muy felices y después de algunos años, la ahora esposa de Hércules, quedó embarazada de un niño. Este niño tuvo una niñez muy normal en el mundo que su padre había “construido”, pero fue cuando llego a la pubertad, que las cosas más fuertes del mundo se empezaron a romper en sus manos. Este niño desarrolló una fuerza más extraordinaria que la de su padre y ahora, los objetos más fuertes del mundo, solo resultan ser objetos normales en sus manos. Final trágico Hércules, después de tomar valor, decidió acercarse a la chica y la invitó a salir. Esa noche, sorprendida por el atractivo de Hércules, ella decidió aceptar. Esa misma noche, Hércules pasó a recoger a la chica y decidieron caminar por un bulevar. Hércules estaba muy nervioso y quería tomar su mano; al momento de hacerlo, la chica soltó un grito de dolor. Hércules había causado un esguince en su muñeca, por lo que decidieron ir a un hospital. A los pocos minutos, empezó a llover y ellos todavía se encontraban a pie; el agua se acumulaba por la carretera y los carros pasaban velozmente, ningún taxi quería parar, por lo que decidieron caminar un poco más. Cuando estaban a unas cuadras del hospital, un camión pasó por un charco muy grande, Hércules solo tuvo la reacción de abrazarla para que no se mojara más de lo que ya estaba, cuando el camión termino de pasar y Hércules regresó a ver, ella se desvaneció. Había fallecido en sus brazos por el apretón que Hércules le dio.

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El demonio de hielo Esa noche todo estaba muy oscuro, nevaba más de lo común y el frío te llegaba a los huesos. Siempre odié cuando mi madre tenía razón al decirme que llevara otro suéter y yo no obedecía, ahora estoy que me congelo. Íbamos en el carro de mi mejor amigo con otros tres chicos más de la clase, dos eran de último curso como nosotros y el otro era de segundo. Nos dirigíamos a una fiesta en el medio del bosque en una supuesta mansión abandonada que encontraron unos chicos y que la habían reparado para hacer la fiesta. Era una noche peculiar, algo se sentía en el gélido viento, algo fuera de lo común. Cuando llegamos a la fiesta, todos estábamos presentables, menos el chico de segundo, que fue el elegido para empujar el carro cuando nos quedamos atorados en el lodo en medio del bosque. Entró primero para limpiarse. Nosotros estábamos afuera conversando con un grupo de amigos y esperando a otros y yo no podía apartar mi vista de la mansión. No era una mansión sombría o tenebrosa, sino todo lo contrario, en su momento debió ser una casona hermosa. Ahora ya se notaban en ella el paso de los años y el abandono sumado a una cuantas tablas y tablones de otros colores puestas por las ”reparaciones” que hicieron, pero algo no me gustaba de esa casa, su fachada podría ser linda, pero sentía que algo había pasado allí, lo que me causó un pequeño escalofrío. Decidimos entrar y el interior pintaba igual. La fiesta estaba muy prendida, conversamos y bailamos con mi grupo de amigos, pero nunca vimos al chico de segundo, supusimos que se había encontrado con amigos y que ya debía aparecer, al fin y acabo estábamos en la misma casa. Cuando estábamos ya cansados, nos sentamos en unos sillones. Se nos acercó un chico, nos dijo que él era uno de los que había encontrado y arreglado la casa, claramente estaba coqueteando con mis amigas, pero lo escuché porque me interesó mucho lo de la casa. Nos dijo que no había costado tanto trabajo, pero como era alejada, solo podían hacer fiestas pocas veces a la semana, a lo que agregó que un día encontraron huellas de botas muy grandes con sangre, asumieron que eran de un cazador o algo parecido. De repente, y como si fuese una película, se apagó todo; prendimos nuestras linternas cuando el chico se paró en el sillón y dijo a todos que habían alquilado un generador que posiblemente se había desconectado, que esperáramos un momento hasta reparar 62


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el daño. La gente entre bulla y abucheos, se quedó al interior de la casa. Decidí salir con mis amigos porque no me apetecía estar encerrado con casi cien personas en un lugar oscuro. Nos preguntábamos dónde estaría el chico de segundo. Decidí no darle más vueltas a todo eso, dentro de todo había sido una buena noche. Me dieron ganas de hacer pipí, así que me dirigí hacia unos árboles cerca de la parte trasera de la casa. Fue allí que alcancé a ver unas huellas con sangre, justo como las que había mencionado el chico. Un frío terrible recorrió mi cuerpo y, por un momento, casi me da un ataque de pánico. No imaginaba qué podía ser, sin embargo, decidí seguir las huellas que rodeaban la casa y cada vez había menos rastros de sangre; de repente, me pareció oír unos gritos. El miedo me inundaba, yo sabía que algo raro estaba pasando, no me imaginé nunca que podría ser un fantasma o algo parecido, siempre les tuve más miedo a los humanos. De repente, volvieron a oírse los gritos con mayor fuerza y fue cuando no pude más y decidí volver al lugar en donde estaban mis amigos. La luz aún no estaba restaurada. Sin embargo, cuando volví no encontré a mi grupo de amigos, asumí que habían entrado a ver quién había gritado. Ingresé a la casa y vi a una chica llorando como si hubiera visto a alguien muerto. Cuando puse atención a los rumores, supe que la chica había encontrado a alguien con mucha sangre en la puerta trasera. Todos estábamos muy asustados y no sabíamos lo que estaba pasando, cuando de repente empezó a oler muy extraño, Finalmente, una gran sombra se vino encima de los chicos que estaban cerca de la puerta y nos encerró a todos, era un hombre medio calvo fornido y con mirada perdida. Empezó a gritar que todos éramos pecadores y cosas sin sentido; entonces, prendió una fosforera, la acercó a la pared y en ese momento reconocí el olor, tan extraño, era gasolina, la casa se incendió y no pudimos escapar. Ciento diez chicos y un psicópata murieron esa noche en el incendio de la fiesta, la historia se conoció como el demonio de hielo por la nevada y las huellas de sangre en la nieve. Se supo gracias a que un chico de segundo salió de la fiesta, por vergüenza de su atuendo, se encontró con el psicópata y este lo noqueó dejándolo en el piso, el chico despertó y se encontró con el incendio, fue al pueblo y lo notificó.

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Haikus En la prematura muerte la oruga encapullada renace

Aroma a fresco dolor en los huesos llegĂł el invierno

Flecha veloz gemido agobiante cena segura

El camino bajo la lluvia de verano desapareciĂł

Silueta que se aleja a lo lejos veo el hombre del mal

Tan viejo soy no me di cuenta hoy es mi funeral

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En mi reino interior en las sombras un demonio merodea

El cerezo florece las aves cantan y yo estoy solo

Este sendero ya nadie recorre solo los perdidos

El agua rĂĄpida con su corriente afila las rocas

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La replicadora En el mundo actual en donde la sociedad sufre de obesidad o desnutrición al mismo tiempo, en donde la alimentación es un negocio que determina la hegemonía mundial, este brillante científico que llevaba mucho tiempo trabajando en la solución a esos problemas, propuso, por fin, su invento: la replicadora, un electrodoméstico de un tamaño similar a un horno microondas y de función muy parecida, una pantalla digital táctil, en donde se presentan más de 500 recetas, una pequeña puerta y un recibidor de materia prima. Este invento ofrece cualquier tipo de alimento en cuestión de minutos, esto facilita la obtención de comida para todos. Sería el invento perfecto, si no fuera por el pequeño detalle de que la materia prima que usa es sangre humana, sí, sangre humana. El científico estaba tan avergonzado, lo había intentado todo: agua, plasma, masa madre y demás. Nada funcionaba, hasta que un día, por casualidad, se cortó y cayó sangre en el recibidor de materia prima y el invento empezó a producir alimento. La cuestión es que la cantidad de hierro y glóbulos rojos que tiene la sangre humana es la ideal para producir cualquier tipo de alimento por la transformación celular. Este simple detalle es el costo al invento “perfecto”. El científico cierra el proyecto, el hambre continúa.

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Mi alma libre como niño pequeño Mi alma libre como niño pequeño, recorre silenciosos callejones y no tiene miedo. El olor a tiza más fuerte que lo corriente, dirige mi atención a una pared llena de nombres en torrente. Una orden inconsciente recorre por mi cuerpo. Escribo mi nombre sellando el convenio. Mi destino se decide en ese momento. Curioso me acerco a tan bizarro reflejo. Un cuerpo destinado a este ser etéreo, marcaba el final de mi libre sueño. Un intenso deseo me acerca al cerrojo. Maldita ilusión, me reprocho con enojo. Doy media vuelta y triste me alejo. Cuando la puerta se abre, me quedo perplejo. De vuelta en mis pasos, entro en la tienda. Miro a todos lados: no hay nadie que atienda. Sin palabras me encuentro en medio de ese sitio, mirando a las muñecas del piso al techo. Mi reflejo en un muñeco sentado, me espera. En la mesa del centro me llama. Decidido me acerco, cuando un muñeco conmigo se estrella, buscando la salida gira y pedalea, montando en su triciclo la puerta pega. Aviso inminente que mi mente ignora.

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Curioso e intrigado busco mi muñeco. En el estante arriba parado me encuentro, junto a más muñecos con almas adentro. Me estiro y con mis uñas te toco. De repente, adentro tuyo me encuentro, ¿me volví loco? Mi alma sellada en mi muñeco, eterna condena que me coloco.

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El papá blanco Eran las seis de la tarde y Josué salía de su trabajo. Había sido una jornada larga, pero como por fin era viernes, podía salir sin problemas a bailar. Josué era gay, esto siempre fue un conflicto no solo para él mismo y su familia, también para la sociedad. Sus días pasaban tranquilos, casi nunca tuvo que preocuparse por el dinero, porque sus papás tenían de sobra y, ahora que era un abogado con un departamento en la Shyris, se sentía invencible. Josué, como de costumbre, ese viernes llegó a su casa, se duchó, se puso sus mejores prendas, se perfumó y salió a la zona de encuentro, que era un pequeño bar discoteca gay. Desde que vivía solo, Josué pensó disfrutar de su encerrada sexualidad. Iba a ese lugar ya dos meses seguidos sin falta y había conocido mucha gente, algunos llegaron a ser sus amantes ocasionales, pero el siempre volvía, tenía un deseo insaciable de más hombres. Esa noche Josué estaba en la barra en donde lucía su belleza natural, a lo lejos vio un hombre alto, magro y fornido con la camisa blanca abierta hasta el inicio de los abdominales, dejando al descubierto un pecho negro con pelo. Josué no pudo apartarle la vista. Decidió acercarse como un leopardo caza a una gacela. Primero fue a la pista de baile y empezó a moverse al ritmo de la música. Buscó un compañero que le siguiera el ritmo y empezó el coqueteo. Josué lo miraba y él le correspondía la mirada. Se sonrieron y Josué sabía que era el momento, dejó de bailar y se acercó. Mario, se llamaba y a Josué le encantaba su nombre. La noche transcurrió. Eran las cuatro de la madrugada y Josué, con una mezcla de alcohol, sudor, calentura, decidió ir con Mario a su departamento. Josué estaba emocionado y nervioso, nunca había estado con una persona negra, un sabor amargo le recorría la garganta, pero él lo ignoraba. Llegaron y en medio de besos y caricias pasaron a la cama. Mario arremetía contra Josué y Josué sentía un dolor familiar y una excitación inusual. Los besos y caricias seguían y Josué estaba más excitado que nunca. Acabado el acto, los dos cuerpos yacían en la cama, enredados entre sábanas, sudor y el aroma a sexo. Josué estaba extasiado. Al día siguiente, se sirvieron el desayuno y tuvieron una conversación agradable. Y así pasaron los días, las semanas y los meses. Josué y Mario estaban en su luna de miel, siempre con cautela de que no los vieran, pero se amaban apasionadamente, Josué nunca había sentido tanta intensidad. Mario era la descripción de fuego caliente en su forma de hablar de moverse y de coger. Pero Josué siempre tenía este sabor amargo que ignoraba. A los siete meses, Josué decidió visitar de 69


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sorpresa a Mario, cuando llegó al departamento, escuchó unos sonidos en el cuarto. Al abrir la puerta del dormitorio vio a Mario con otro hombre. En ese momento, todo el cuerpo de Josué se erizó, la intensidad de la relación estaba cargada en sus venas. Mario, sorprendido, pidió al chico que se fuera, para hablar a solas con Josué. Decidieron ir a la cocina por té caliente. Cuando Mario intentó explicar lo que pasó, un sórdido sonido empezó a zumbar en los oídos de Josué, su visión se opacó, sintió claramente su corazón latir y su respiración entrar y salir; ya se había sentido así antes, ya conocía esta sensación, la sensación intensa de dolor y rabia, la diferencia es que ahora ya no era un niño y su cuerpo reaccionaba ante esta silueta negra que le hizo daño una vez más. Josué tomó el cuchillo y apuñaló a Mario en la espalda cinco veces, luego le dio la vuelta y lo apuñaló cinco veces más. Nunca le quitó la mirada de encima. Al viernes siguiente Josué estaba en la discoteca nuevamente, su mente estaba a punto de explotar con los detalles de esa semana. Enterrar un cuerpo de seguro le quita el sueño a cualquiera, pero Josué alcanzó a ver una silueta de un hombre negro moviéndose por la pista de baile y todo en ese momento desapareció de su mente. Ver hombres negros gay no era tan común. Josué arremetió contra su presa, esa noche y con la misma rutina, se dirigió a su departamento en donde empezó el acto sexual, pero esta vez era diferente. Josué se sintió intranquilo y excitado. El sabor amargo era tan fuerte que casi no le dejaba respirar. Josué sintió en su interior esta necesidad de más. Cuando acabó el acto y se encontraban ya recostados, Josué se dirigió a la cocina, cogió el mismo cuchillo que acabó con Mario, fue a la cama y, sin dudarlo, apuñaló 15 veces en el pecho de ese hombre. Josué sintió una fascinación y excitación como nunca antes. Así transcurrieron varias semanas en donde Josué iba al bar, pero ningún hombre negro iba, Josué se dio cuenta de que tenía que cambiar de estrategia. Ya no podía esperar sentado en el bar y ya no podía matar más hombres en su departamento y, algo dentro de él le seguía pidiendo más. Josué siempre fue un hombre inteligente, por lo que armó un plan perfecto para continuar con su matanza, así cazaba a los hombres negros de Quito. Cuando Josué se dio cuenta de que no todos los hombres eran gay, empezó a violar a los hombres, haciéndose llamar el papá blanco. Así pasaron los años, la policía nunca pudo dar con el plan ni paradero del papá blanco y los hombres negros aparecían siempre violados de la misma forma. En Quito le tenían miedo, si eras negro no podías salir por la noche. Josué estaba feliz, después de cinco años como papa blanco y siendo un prestigioso abogado de Quito, sabía que nunca sospecharían de él. 70


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Josué tenía rutinas y planificaciones y todas parecían ser perfectas, pero como todo asesino en serie, siempre hay señales que piden ser encontradas. Llevó tiempo, pero la policía dio con papa blanco. Cuando lo estaban entrevistando, lo único que dijo fue: “yo solo di el dolor que recibí”.

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Magnético Los beneficios de ser magnético y estar conectado con tu mirada. Los colores que invaden mi retina y me enseñan el camino correcto. El cálido sentir de mi cuerpo contra el tuyo. El tierno susurro de un “te amo” a ciegas. El color amarillo que me entrega esperanza. Este aroma tuyo que me deja ilusionado. Parto directo a mi destino terco, a laborar me dirijo, alejado de ti, mi amor. Un beso en el alma plasmado te dejo bajo el intenso sol y sombrío recuerdo.

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Un diálogo teatral

(En un pequeño pueblo de lo que podría llamarse actualidad, el tiempo y los personajes que por casualidad convergen en esta zona, ahora no tienen época ni lugar, aunque antes hayan sido diosas, genios o guardias de seguridad. Ha pasado el tiempo y cada uno se ha acostumbrado a esta vida. Se puede ver a Da Vinci sentado en su estudio.) Da Vinci: (Pensado para sí mismo, mientras dibuja un boceto de lo que parece ser un

nuevo invento.) No puedo, no puedo dejar de pensarla desde que aparecí en este lugar hace un año. Me he intentado acostumbrar a esta nueva vida. Cuando en mi época pensaba que no podía inventar nada más, ahora me topo con la electricidad y sus maravillas. No fue un problema entender su teoría de circuitos y corrientes, fue fácil en realidad, pero ella... Ella ha sido lo más difícil que mi cerebro ha tenido que pensar.

(Se levanta y dice animado.) Da Vinci: Para despejar la mente, saldré a comprar unos materiales.

(Llega a un supermercado.) Guardia de seguridad: Señor Da Vinci, buenas tardes, bienvenido. Da Vinci: Buenas tardes, mi estimado Jorge, ¿cómo se encuentra usted esta tarde? Jorge: Ha sido una tarde apacible, aunque fue la primera vez que vi a un césar, es un sujeto peculiar. Da Vinci: Todavía insistes en hablar formalmente conmigo, ya te he dicho que no es necesario, si usas palabras de tu época aprendo mucho mas. Jorge: Señor, no se confunda, no lo hago por usted, me gusta tener una conversación formal con el señor Leonardo Da Vinci. Déjeme sentirme a la altura, por favor, aunque si usted se beneficia de mi habla cotidiana, podría usar ciertas expresiones.

(Da Vinci sonríe y no puede evitar sonrojarse.) Da Vinci: Qué curioso hombre que me encuentro en este curioso lugar. (Dice con un

aire de agradecimiento.) Jorge: Que su compra resulte agradable, señor Da Vinci.

(Da Vinci entra en la tienda y mientras revisa algunos productos siente un aire frío que le recorre la espalda.) Diana: Buenas tardes, señor Da Vinci Da Vinci: Bu-bu-buenas tardes, señorita Diana: Diana: Solo Diana, por favor. 73


Cuentos de epifanía

Da Vinci: (Para sus adentros y hablando en susurros.) No puedo creer que este aquí, justo en el momento que logro sacarla de mi mente, aparece a mis espaldas y su voz suave y delicada me acaricia el cuell… (Se da cuenta de que aún no responde.) Da Vinci: ¿Diana, cómo está? ¿Qué la trae a este lugar? Diana: Es la pregunta correcta del sujeto correcto. Da Vinci: Me siento halagado al ser el sujeto indicado para su situación. Diana: Mi situación es… delicada.

(Da Vinci siempre tenía las palabras correctas para todas las situaciones, pero al frente de Diana no le fluían ni las ideas.) Da Vinci: ¿En le soy útil? Diana: Le parece si nos vemos en mi casa esta noche, invito la cena y le comento mi situación, Da Vinci: Señorita Diana, me deja atónito con su propuesta. Diana: Lo espero a las 8:00.

(A las 7:55, en casa de Diana. Da Vinci, demasiado nervioso, se acerca lentamente a la puerta y golpea. Diana en un vestido completamente blanco abre la puerta.) Diana: Buenas noches, estimado Da Vinci. Da Vinci: Leonardo está bien, soy un hombre sin estudios formales. Diana: Los estudios formales no le dieron las proezas que me han comentado, señor escritor, inventor, pintor. Da Vinci: Mis proezas no hablan de mi persona. Diana: Hábleme de su persona Da Vinci: Bueno mi vida no fue ni extraordinaria, pero tampoco ordinaria, mis días los veía pasar entre una delgada línea de cordura y locura. Diana: Qué modesto. Da Vinci: Me lo dice una diosa. Diana: Aquí en este momento yo no soy una diosa y usted no es un genio, somos dos personas compartiendo una cena.

(La cena transcurre agradable y Da Vinci por un momento en verdad se olvida de todo hasta que Diana interrumpe un silencio.) Diana: Leonardo, no quiero que me mal interprete, la velada ha sido maravillosa y su compañía y su charla dejan atrás a su genio, pero la verdadera razón por la que lo invité es porque necesito de su ayuda. Como usted sabe soy diosa de la caza y la naturaleza. 74


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Hace un año estaba paseando por el bosque junto a mi halcón, cuando de repente me sentí mareada y me desmayé. Cuando me levanté, estaba en un bosque completamente diferente y mi halcón había desaparecido. Lo he buscado por meses y hace unas semanas lo divisé en el bosque, el problema es que es un halcón digno de ayudar a una diosa y es un ser extremadamente inteligente, pero por alguna razón no me recuerda y tampoco nada de lo que le enseñé, quiero que me ayude a capturarlo sin herirlo, es muy importante para mí. Como usted sabe, a este lugar llegamos personas de todas las épocas y aunque vivimos en armonía, no se lo podría confiar a nadie más que a usted y su genio. (Da Vinci estaba completamente atónito tanto por la situación de la petición como por las palabras de Diana que eran una mezcla de halagos y explicación.) Da Vinci: Déjemelo a mí. (Al día siguiente Da Vinci fue muy temprano donde Diana y la bombardeo con preguntas.) Da Vinci: (Mientras sostenía un cuaderno y un esferográfico.) Sabe lo útiles que son estos esferográficos, me parecen una locura. Por favor detálleme a su compañero.

(Diana procedió a dar una descripción muy detallada del halcón a lo que Leonardo respondió con un dibujo anatómico casi exacto.) Diana: Leonardo, qué honor ser testigo de su arte, ahora que ya tiene su descripción le contaré un poco de por qué es mi compañero. Es un halcón extremadamente inteligente que solo vive en los bordes de la montaña más alta de mi hogar, es increíblemente veloz y su vista es mejor que la de mil águilas, sus instintos son dignos de los instintos de una diosa, esto no es lo complicado. Es el último de su especie y se adaptó para sobrevivir a cualquier ambiente, desarrollando un camuflaje natural. Sus plumas reflejan la luz de una manera que lo hacen desaparecer. Prácticamente se hace invisible, por eso solo puedo confiar en usted para esta tarea. Da Vinci: Me deja sin palabras, señorita Diana, sin palabras, pero no sin ideas. Necesito dos días para hacer experimentos, señorita Diana. Diana: Tómese el tiempo necesario.

(Da Vinci se dedicó los dos días siguientes a hacer experimentos con varios materiales que compraba en el supermercado, a lo cual el guardia de seguridad empezó a tener sospechas por las compras tan peculiares del señor Da Vinci. Un día, Jorge intercepta a Da Vinci en la puerta de salida.) 75


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Jorge: Señor Da Vinci, ¿cómo se encuentra usted este día? Da Vinci: Jorge, querido amigo, es un día emocionante. Jorge: ¿Podría conocer la razón de tanta emoción, señor Da Vinci? Da Vinci: Me temo mi querido amigo que es un tema del cual no puedo hablarte. Jorge: Señor Da Vinci, no quiero desconfiar de usted, pero sus compras de las últimas semanas me llevan a sospechas sobre usted que preferiría no tener. Da Vinci: Yo sé que mis compras en los últimos días han sido anormales, pero todo tiene una explicación Jorge: ¿Anormales? Señor Da Vinci, discúlpeme, pero me tomé la libertad de pedir su último recibo y lo que encontré era más que anormal. 10 vidrios de 60x60 100 metros de cuerda serrucho sierra goma en gel una alarma inalámbrica un sensor de movimiento un hacha grande fundas de basura jugo de mango 5 láser 15 baterías de láser seis ventiladores medianos comida de conejo una brújula cable nylon jugo de fresa Da Vinci: Querido Jorge, no te puedo pedir que no dudes de mí, pero te pido que confíes en que no hago nada malo, no tengo pruebas, pero prometo darte una explicación a la altura de Jorge el guardia de seguridad. Jorge: Señor Da Vinci, tenga una buena tarde.

(Jorge se retiró sin decir nada más. Esa tarde Da Vinci armó la trampa perfecta, para la presa perfecta. Fue a la casa de diana donde procedió a explicarle el plan.) 76


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Da Vinci: Tomando en cuenta todo lo que me comentaste, esta trampa es infalible. Diana: Me parece maravilloso, nadie más podría haber realizado tan perfecta maquinaria, ahora tenemos que ir de paseo. Da Vinci: Creo que vine preparado, ¿desea jugo de mango antes de partir? Diana: ¿Mango? Da Vinci: Es una fruta tropical exquisita. Diana: No creí encontrar frutas semejantes a las de los jardines del paraíso

(Diana y Da Vinci se adentran en el bosque. Una vez delimitada la zona donde se lo divisó, Da Vinci procedió a armar la trampa.) Da Vinci: La trampa está lista y preparada, ahora solo hay que esperar. Diana: ¿Seguro que no lo lastimará? Da Vinci: Si todo sale bien, no. Diana: Necesita salir más que bien Da Vinci: Confíe en mí. Diana: Lo hago, señor genio. Da Vinci: Podría acostumbrarme a escuchar esas palabras de su boca.

(Cuando de repente la trampa se activó, los varios niveles de la trampa iban cumpliendo su función hasta que por fin lograron capturarlo. Diana y Da Vinci se acercan muy contentos hacia la trampa.) Diana: Él, ella no es mi halcón. Da Vinci: ¿No? Pero si coincide con todas las características Diana: Lo sé, yo tampoco sé que decir, nunca esperé encontrar otro espécimen vivo y menos una hembra, pero dónde está mi compañero.

(Diana de repente escucha un agudo llamado desde los cielos.) Diana: Cuidado, Leonardo.

(Se lanzan al piso, luego se levantan lentamente y divisan a un halcón hermoso, tratando de romper la trampa.) Diana: ¡David!

(El halcón se detiene por un momento y se demora en reconocer a Diana, al cabo de un minuto se posa sobre su antebrazo en una reunión indescriptiblemente emocional. Da Vinci estaba atónito ante la situación.) Da Vinci: Pero si él es su halcón, ¿quién se encuentra en la trampa? Diana: Es su compañera ahora. 77


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(Diana procede a abrir la trampa y halcón sale a una velocidad increíble hacia los cielos. Diana mira a David por última vez). Diana: Tal vez es momento de que yo encuentre mi acompañante.

(Ayuda a Da Vinci a incorporarse y retornan al pueblo.)

Colchón de hotel Hoy escuché que iba a ser mi último día de trabajo, luego de cinco años de haber sido acompañante, creo que ya es hora. Mis costillas ya no son rígidas y la grasa que me rellenaba, poco a poco se ha ido. He sido un buen acompañante no he tenido ni una sola queja en todos mis años de trabajo, los acompañé cuando venían solos o cuando venían con alguien, acompañe a gente pesada y a gente pluma, acompañe a amantes eróticos y a uno que otro que se complacía solo. Los acompañé en noches de llanto y en noches de alegría. Una vez, inclusive, casi recibo a un bebé. Pero ya es mi hora, no sé qué me deparará el destino y si seguiré acompañando a alguien más, lo único que sé es que fui un buen colchón de hotel.

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