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Crónicas de viaje Arte y belleza: camino al encuentro

Beatificación del padre Ambrosoli

Juan Carlos Salgado

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El sacerdote comboniano Giuseppe Ambrosoli, será beatificado el próximo 22 de noviembre, solemnidad de Cristo Rey del Universo, en Kalongo, Uganda, donde el sacerdote y médico prestó su servicio por 41 años. Se tomó la decisión después de escuchar al superior general del Instituto y su consejo, a la Iglesia local de Gulu y de Como, a través de sus obispos monseñor John Baptist Odama y monseñor Óscar Cantoni, así como a la familia Ambrosoli.

El acuerdo fue unánime. La ceremonia será en Kalongo, lugar donde el misionero sirvió como médico a los enfermos más pobres de la zona, y la presidirá el cardenal Giovanni Angelo Becciu.

Los Misioneros Combonianos han expresado el gozo que este acontecimiento significa para todo el Instituto. Entre otros motivos porque Kalongo formaba parte del vicariato apostólico de África Central, del que san Daniel Comboni fue el primer vicario apostólico, y donde el futuro beato dirigió el hospital y la escuela de obstetricia.

El padre Giuseppe será el primer comboniano en ser beatificado. Pero varios misioneros más están ya en «lista de espera». Entre ellos los padres Bernardo Sartori y Ezequiel Ramin y el hermano Giosué dei Kas.

Se cumple así el sueño de Comboni que deseaba que sus misioneros fueran «santos y capaces».

Médico de la caridad

Giuseppe Ambrosoli fue un sacerdote, médico y comboniano ejemplar, verdadero hijo espiritual de san Daniel Comboni que vivió su vocación con el espíritu de nuestro fundador.

Hombre humilde y de gran calidad humana; acogedor y disponible a todo tipo de personas. El 28 de noviembre de 2019 la Santa Sede informó que el papa Francisco aprobó el milagro como último paso para su beatificación.

En este contexto, sugerimos a combonianos, bienhechores y amigos, médicos y demás personal sanitario la lectura de este libro con el testimonio del futuro beato.

Para pedidos, contáctenos: Tel. 55 55 92 38 33 WhatsApp: 55 62 15 79 14 Correo electrónico: combomis@prodigy.net.mx

Arte y belleza: camino al encuentro con Dios –Visita al Museo de Arte Virreinal–

En la historia humana, con cierta frecuencia, junto a hechos dolorosos o negativos, tienen lugar acontecimientos positivos. Algo de esto sucedió en México a raíz del descubrimiento de América y la conquista y evangelización de las tierras del Anáhuac. Junto a la cruz llegó también la espada.

Por esa razón el hecho, más que una leyenda negra, es una historia de luces y sombras, de pecado y gracia. A la ambición y la crueldad de muchos de los conquistadores se opuso la bondad y la obra evangelizadora y civilizadora de numerosos misioneros, tanto de las órdenes y congregaciones de antigua fundación, como otras más recientes.

En este campo la Compañía de Jesús (jesuitas) ocupó un lugar preponderante, sobre todo en el sector de la educación de los nativos y de los futuros miembros de su orden.

Nos referimos a ellos por el tema que nos ocupa en esta crónica, no porque sean los únicos. Otro tanto hicieron los franciscanos, mercedarios, agustinos, dominicos. Miembros de estas familias religiosas fueron personalidades de la talla de fray Toribio de Benavente, fray Juan de Zumárraga, fray Vasco de Quiroga (Tata Vasco), fray Bartolomé de las Casas, fray Junípero Serra, Eusebio Kino y muchos más.

El Colegio San Francisco Javier

En noviembre pasado visité el Museo Nacional del Virreinato de Tepotzotlán, Estado de México. La muestra ocupa buena parte de lo que es el Colegio de San Francisco Javier, una de las obras más destacadas y significativas de la Compañía en México.

Todo el complejo, según la Wikipedia, se construyó a partir de la década de 1580 y fue sede de tres centros de aprendizaje: una escuela para enseñar las lenguas indígenas a los misioneros jesuitas, una escuela para niños indígenas y el Colegio de San Francisco Javier, para capacitar a los padres jesuitas. La estructura constaba de secciones: la zona de la escuela, con dormitorios, biblioteca, cocina, capilla, etcétera; la Iglesia de San Francisco Javier; y la Iglesia de San Pedro Apóstol.

El colegio llevaba el nombre del misionero navarro quien, mientras estudiaba en París, conoció a san

«El colegio llevaba el nombre de San Francisco Javier»

Ignacio de Loyola y fue uno de los siete miembros con los que inició la Compañía. Méritos no le faltaban para dar su nombre a la obra, ya que luego de ser ordenado en Roma en 1537 fue destinado como misionero a India y Japón, países en los que trabajó durante 10 años.

El periplo inicia en el metro El Rosario. Bajo las escaleras que conducen a la parada del microbús con destino a Tepotzotlán. La distancia no es mucha, pero la carga vehicular y la confusión que impera durante el recorrido, hacen el viaje lento y pesado. Podría durar 30 minutos, pero se emplea poco más de una hora.

Llego alrededor de mediodía. Subo la escalinata que conduce a la plaza principal. En el atrio hay una cruz atrial de piedra y un tallado con escenas de la pasión de Cristo. Desde la explanada se observa la fachada de la iglesia (1760 y 1762). Es alta, hermosa e imponente. En ella aparecen algunos temas que se

presentan en los retablos en su interior: la imagen de la Virgen María y en la cresta la esfinge del arcángel san Miguel. Mientras que la torre está coronada por una cruz de hierro.

De colegio a museo

La historia de la institución conoció muchas vicisitudes. Algunas de ellas dolorosas. Uno de los momentos más difíciles, mientras estaba en todo su esplendor, fue la expulsión de los jesuitas de todos los territorios pertenecientes a España. Entonces la Corona española se adueñó de todas las propiedades controladas por la Compañía.

A lo anterior se suman otras situaciones difíciles: en 1859, con las Leyes de Reforma, el complejo fue nacionalizado y se pensó incluso en convertirlo en centro penitenciario. La decisión no se concretó porque la población local lo impidió.

Las dificultades fueron tantas y tan serias que los jesuitas lo abandonaron definitivamente en 1914. Se esparció entonces el rumor de que grandes tesoros habían sido enterrados. A raíz de eso empezó una búsqueda incontrolada en los años 1928, 1931, 1932 y 1934. La iglesia principal resultó entonces seriamente dañada.

En 1933 el sitio fue declarado monumento nacional. Fue éste uno de los motivos por los que la estructura se mantuvo intacta, incluidos su retablos y obras de arte. Los trabajos de restauración se iniciaron en 1961 y el museo se inauguró en 1964. El acervo se enriqueció con obras provenientes del Museo de Arte Religioso, del Museo Nacional de Historia, del Museo Nacional de Antropología y otros objetos donados por particulares. Sobrevive hasta hoy una serie de patios interiores, los aljibes y una capilla doméstica, biblioteca, dormitorios, refectorio y cocina. Son muchas las vivencias que esta visita supuso para mí. Hoy presento éstas y, quizá, en un futuro próximo compartiré otras.

Iglesia de San Francisco Javier Antes de entrar a la iglesia, cuya construcción inició en 1670 y terminó en 1683, me detengo ante algunas de las obras más importantes del museo. Paso luego al interior de la iglesia de estilo barroco. En las bóvedas se conservan bellas decoraciones. En la pechina hay un mural (siglo XVII) en el que se identifican las imágenes de san Luis Gonzaga, san Estanislao Kostka, san Francisco de Borja y san Ignacio de Loyola. La iglesia ya no está abierta al culto y contiene una de las colecciones más importantes de retablos de estilo churrigueresco en México. Sobresalen también columnas estípites de estilo barroco hechas en cedro blanco y cubierto con pan de oro. En el retablo mayor se encuentra una pintura de Dios y debajo una imagen de la Inmaculada Concepción. Los elementos son muchos y de gran valor artístico. Es imposible enumerarlos y describirlos en un espacio tan limitado. Por ese motivo menciono sólo algunas obras del segundo tramo: la Capilla de la Virgen de Loreto, en la que destaca una réplica de la casa de la Virgen; la alcoba de la Virgen y la Capilla de la Reliquia de San José. La mayoría de las obras son consideradas arte en sí mismas.

La visita al Museo de Arte Virreinal suscita muchas emociones y la certeza de que el arte y la belleza son un camino que conduce a la oración y, por tanto, al encuentro con Dios.

Evangelizar como ciudadano

Hace unos meses celebramos

Navidad, acontecimiento que nos obliga a mirar una verdad que, para algunos, es difícil aceptar: «Dios y el ser humano comparten una misma historia», es decir, realidades sociales muy concretas ahí donde vivimos y convivimos. Esto significa que Dios es ciudadano de esta sociedad y, por lo mismo, no puede desinteresarse de las cuestiones que afectan al ser humano en estos tiempos. 17 Evangelio, Iglesia y sociedad 17

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Por cada mujer...

Por aquellas mujeres cansadas de actuar con debilidad aunque se saben fuertes, hay algunos hombres cansados de parecer fuertes cuando se sienten vulnerables.

Y aquellas que estén cansadas de actuar como dependientes, hay algún hombre agobiado por la exigencia constante de «saberlo todo».

Por cada mujer cansada de ser calificada como «hembra emocional», hay un hombre a quien se le niega el derecho a llorar y a ser sensible.

Por cada mujer que se sienta catalogada como poco femenina cuando compite, hay algún hombre para quien la competencia es la única forma de demostrar que es varón. Por aquellas que se sienten «atadas» por una familia, hay un hombre a quien le ha sido negado el placer de la paternidad.

Por las mujeres que no han tenido acceso a un trabajo satisfactorio y salario justo, hay hombres que asumen toda la responsabilidad económica de otro ser humano.

Por aquellas que desconocen los mecanismos de un automóvil, hay hombres que no aprendieron los placeres del arte como cocinar o decorar.

Por cada mujer que da un paso hacia su propia liberación, hay un hombre que descubre también su libertad.

Tomado de: Ebm (En Buenas Manos)

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