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CARTAS DE MISIÓN

Ninno Jackjr / Unsplash

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Un clamor en la Amazonia

En los últimos años, la invasión de tierras indígenas para la extracción artesanal e ilegal de minerales (garimpo) aumentó alarmantemente en la Amazonia brasileña. Recientemente, el caso de la Tierra Indígena Yanomami (TIY) ha llamado la atención de los medios, porque organizaciones indigenistas, la diócesis de Roraima, congregaciones religiosas y la Procuraduría General de la República han denunciado que más de 20 mil garimpeiros y personas que dan soporte a la actividad ilegal circulan en las tierras y ríos intimidando, amenazando, desforestando, contaminando, violando y matando. En este año se reportaron: el suministro de armas a los indígenas, la contaminación de las aguas con mercurio, el aumento de los problemas de salud, el abandono de puestos de atención y el secuestro y abuso sexual de niñas. Por eso, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pidió al gobierno que adopte medidas cautelares de protección y fscalización de la TIY, incluyendo la retirada de los garimpeiros. Pero persisten la omisión y la adopción de medidas puntuales e inefcientes. Incluso, el arzobispo de la arquidiócesis de Cuiabá (Mato Grosso) denunció, a fnales de abril, que el gobierno federal incentiva las invasiones al proponer como modelo un engañoso proyecto de ley que legaliza la minería en tierras indígenas, aunque «sufren los pueblos indígenas, los ribereños, las ciudades con los ríos y peces envenenados por el mercurio, y sufren también las personas engañadas que buscan en el garimpo una forma de escapar de las difíciles condiciones de vida en Brasil». (REPAM/CIMI) •

Los otros refugiados

En abril pasado, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) calculaba que más de 8 millones de personas podrían huir de Ucrania este año, debido a la guerra que se vive en ese país. Sin embargo, según la misma organización, a fnales de 2020 ya se reportaban en el mundo 82.4 millones de personas desplazadas por la fuerza; 26.4 millones de ellas eran reconocidas como refugiadas; y más de la mitad eran menores de 18 años. Pero sólo 86 por ciento habían sido acogidas en países en desarrollo (IDMC). De hecho, no todos los refugiados reciben la misma atención de los grandes medios de comunicación occidentales. Ejemplo de ello son las cerca de 28 mil personas pertenecientes a pueblos nómadas y pastoriles que han huido de la violencia y de los actos terroristas en el Sahel y en Malí: ellas han encontrado refugio en una de las zonas más calurosas y áridas de la tierra (Ouallam, Níger, África), pero carecen del apoyo de la comunidad internacional, como lo constató António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, en la visita que realizó al centro de atención provisional de Bulumkutu a principios de mayo. Aminata Walet Issafeitane, refugiada que huyó hace diez años de su país natal, expresa el drama que se vive ahí: «hemos tenido que transformarnos en personas sedentarias; tratamos de adaptarnos a pesar de la grave sequía y la falta de agua que nos impide cultivar alimentos; los pocos animales que ahora tenemos no pueden encontrar pastos. Esto hace que todos suframos falta de alimentos». (ACNUR/ONU) •

Ismael Piñón

Más diálogo para la paz

A principios de mayo pasado, el papa Francisco hizo fuertes declaraciones sobre la guerra en Ucrania durante una entrevista que publicó un conocido periódico italiano: por un lado, apuntó a «los ladridos de la OTAN» como un factor que pudo incentivar la guerra; y, por otro, aconsejó al Patriarca ruso Kirill que evitara asumir el papel de «monaguillo de Putin» (Corriere della Sera). Se suscitaron las más diversas reacciones. Incluso, cargando las tintas hacia una de las partes en conflicto o usando algunas de sus palabras como favorables a la otra, diversos medios intentaron abonar al enfrentamiento entre los católicos de occidente y los ortodoxos rusos. Eso, a pesar de que, desde el principio, el Papa ha propuesto el acercamiento y el diálogo, insistiendo en una salida diplomática y en el cese inmediato de las hostilidades. Y aunque inicialmente se descartó una posible reunión entre el Obispo de Roma y el presidente ruso, recientemente el arzobispo católico metropolitano en Moscú, monseñor Paolo Pezzi, apuntó a la necesidad de dejar siempre una puerta abierta al diálogo, convencido de que hay fundadas esperanzas para ello, si se parte de la convicción de que «el otro nunca es un enemigo... es otro diferente de nosotros... y probablemente tiene posiciones existenciales distintas, pero sigue siendo un hijo de Dios, un hombre, un ser creado, con el que siempre vale la pena buscar el diálogo para resolver los problemas» (Agencia Fides). Y aunque reconoció que en el corto plazo parece difícil que la situación internacional mejore, se mantiene en la expectativa de que se pueda alcanzar la paz y un acuerdo duradero. •

Hno. Antonio Muñoz Cabrera

Los caminos de Dios siempre son una sorpresa y nos llevan a donde menos imaginamos. Algo así le pasó al hermano Antonio, quien vivía tranquilo cerca de Irapuato, Guanajuato, donde pastoreaba sus ovejas. Llegó al seminario de San Francisco del Rincón para trabajar en su construcción. Ahí surgió la chispa de la vocación que le hizo abandonar su tierra, familia y todo lo que quería para seguir al Señor.

Se identifcó con el llamado a ser Hermano e inició su formación. El 8 de diciembre de 1970 hizo sus primeros votos como comboniano. Se desempeñó como constructor en las misiones de Baja California Sur y en las distintas casas que se iban edifcando en la Provincia de México. El 8 de diciembre de 1977 hizo sus votos perpetuos, consagrando toda su vida a las misiones. Ese mismo año fue destinado a Ecuador, donde trabajó por diez años. En 1999 regresó a México y ha trabajado en varias comunidades, dando ejemplo de entusiasmo misionero.

El hermano Antonio es un apóstol sencillo, trabajador y atento a los pequeños detalles. Se ha distinguido por su cercanía a las personas y por su espíritu de servicio a la gente necesitada. Aún hoy, a sus 84 años de edad, dedica muchas horas al mantenimiento de la casa El Oasis, donde se encuentran todos los misionero ancianos y enfermos. Es un comboniano muy alegre y tiene un «corazón de poeta», ya que sabe compartir sus versos en todas las festas de la comunidad.

18 años como sacerdote comboniano

–De amasar el pan cotidiano a consagrar el pan de la vida eterna–

Nací en Chilpancingo, Guerrero. Tengo 54 años de edad. Mi vocación misionera inició en mi adolescencia. A los 14 años, mi mamá me regaló la Biblia Latinoamericana. Me cautivó el libro de los Hechos de los Apóstoles, el texto donde Jesús los llamó y envió de dos en dos a evangelizar…

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Deseo compartirles mi experiencia misionera de estos tres últimos años en Mozambique. En 2018 regresé para, como decimos en México, «quemar el último cartucho» en ese país. Fui destinado al seminario filosófico como asistente y segundo formador.

P. JUAN DE DIOS MARTÍNEZ: «QUEMAR EL ÚLTIMO CARTUCHO»

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Razones por las que se van

Los ancianos le dicen que la gente se va, sobre todo los jóvenes, porque ya no llueve como antes y lo poco que se siembra no da para vivir. Es muy poco lo que pagan por las cosechas y esto los desanima. Y como ven que, quienes se van a trabajar a Estados Unidos o a las grandes ciudades van mejorando sus casas y parece que sus familiares tienen más dinero, por eso piensan que salir del pueblo es lo que va a mejorar sus vidas y las de sus familias.

Hace poco, dice que un joven se fue a un seminario que está en la Ciudad de México, porque se lo quería llevar un cártel de la droga que anda buscando muchachos para que trabajen para ellos y, como son pocos los que quedan comienzan a acosarlos hasta que se los llevan. Por eso, muchos jóvenes se van a la ciudad o a Estados Unidos y ya no regresan.

Desde que se comenzó a escuchar de bandas que extorsionan, que cultivan y venden droga, la gente tiene miedo. Y ella cree que la razón principal por la que la gente se está yendo de los pueblos, es por miedo a que sus hijos sean llevados por estas organizaciones y preferen que se vayan del pueblo y no regresen. Últimamente, dice, han aumentado las familias que abandonan la zona, por la violencia que está creciendo.

Comenta que otra de las razones por las que la gente está dejando de cultivar la tierra es porque si siembran algo y se prevé que la cosecha será buena, luego se presentan los de las bandas para cobrarles dinero que luego no pueden pagar. Por eso, los pocos que trabajaban sus parcelas dicen que no es bueno sembrar porque arriesgan sus vidas y la de sus familias.

Los pueblos se están vaciando

Entristecida, la catequista dice que en la iglesia ya no se tiene grupo juvenil porque apenas crecen los niños, se van del pueblo. Los grupos de catequesis son cada vez más pequeños, las escuelas se están quedando sin niños y, es normal, dice, porque ya hay muy pocas familias completas. Siente que, en poco tiempo, serán como pueblos «fantasma», con casas y calles vacías y algunos ancianos nostálgicos que solo esperarán la muerte.

Dice que el miedo, la falta de oportunidades y de trabajo cerca del pueblo, más los confictos religiosos, y ahora también la política, están destruyendo los procesos comunitarios, la unidad y participación de los pocos que quedan en la iglesia y en la comunidad, y están desintegrando a las familias. Ante esta situación, comenta, los animadores de los procesos de evangelización y de participación comunitaria se sienten cada vez más desanimados. ¿Cómo animar a los animadores desanimados? Si estás desanimado no puedes animar a nadie, al contrario, te vuelves una fuente de desánimo y desesperanza. Eso es lo que ahora más le preocupa, porque no ve que las cosas vayan a cambiar, más bien parece que va a empeorar.

La gente ya no quiere vivir aquí

Cada vez hay más confictos entre católicos y protestantes, divisiones de grupos y familias por cuestiones partidistas, las bandas criminales se están adueñando de la región e imponen sus leyes, y a la gente no le queda más que resignarse y aceptar sus exigencias si no quiere poner en riesgo su vida y la de sus familiares... en fn, dice que

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