Más allá de la noticia
Por: P. Gustavo COVARRUBIA S, mccj
Ninno Jackjr / Unsplash
CIMI
6
Un clamor en la Amazonia En los últimos años, la invasión de tierras indígenas para la extracción artesanal e ilegal de minerales (garimpo) aumentó alarmantemente en la Amazonia brasileña. Recientemente, el caso de la Tierra Indígena Yanomami (TIY) ha llamado la atención de los medios, porque organizaciones indigenistas, la diócesis de Roraima, congregaciones religiosas y la Procuraduría General de la República han denunciado que más de 20 mil garimpeiros y personas que dan soporte a la actividad ilegal circulan en las tierras y ríos intimidando, amenazando, desforestando, contaminando, violando y matando. En este año se reportaron: el suministro de armas a los indígenas, la contaminación de las aguas con mercurio, el aumento de los problemas de salud, el abandono de puestos de atención y el secuestro y abuso sexual
de niñas. Por eso, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) pidió al gobierno que adopte medidas cautelares de protección y fiscalización de la TIY, incluyendo la retirada de los garimpeiros. Pero persisten la omisión y la adopción de medidas puntuales e ineficientes. Incluso, el arzobispo de la arquidiócesis de Cuiabá (Mato Grosso) denunció, a finales de abril, que el gobierno federal incentiva las invasiones al proponer como modelo un engañoso proyecto de ley que legaliza la minería en tierras indígenas, aunque «sufren los pueblos indígenas, los ribereños, las ciudades con los ríos y peces envenenados por el mercurio, y sufren también las personas engañadas que buscan en el garimpo una forma de escapar de las difíciles condiciones de vida en Brasil». (REPAM/CIMI) •
Los otros refugiados En abril pasado, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) calculaba que más de 8 millones de personas podrían huir de Ucrania este año, debido a la guerra que se vive en ese país. Sin embargo, según la misma organización, a finales de 2020 ya se reportaban en el mundo 82.4 millones de personas desplazadas por la fuerza; 26.4 millones de ellas eran reconocidas como refugiadas; y más de la mitad eran menores de 18 años. Pero sólo 86 por ciento habían sido acogidas en países en desarrollo (IDMC). De hecho, no todos los refugiados reciben la misma atención de los grandes medios de comunicación occidentales. Ejemplo de ello son las cerca de 28 mil personas pertenecientes a pueblos nómadas y pastoriles que han huido de la violencia y de los actos terroristas en el Sahel y en Malí: ellas han encontrado refugio en una de las zonas más calurosas y áridas de la tierra (Ouallam, Níger, África), pero carecen del apoyo de la comunidad internacional, como lo constató António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, en la visita que realizó al centro de atención provisional de Bulumkutu a principios de mayo. Aminata Walet Issafeitane, refugiada que huyó hace diez años de su país natal, expresa el drama que se vive ahí: «hemos tenido que transformarnos en personas sedentarias; tratamos de adaptarnos a pesar de la grave sequía y la falta de agua que nos impide cultivar alimentos; los pocos animales que ahora tenemos no pueden encontrar pastos. Esto hace que todos suframos falta de alimentos». (ACNUR/ONU) •