Las Flores del Corán - cap. 7

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Hayy Sidi Sa’îd ben Ayiba al Andalusi

“Realmente, el más noble de vosotros ante Dios es aquél que es más profundamente consciente de Él” [Corán 49:13]


Hay ocasiones en las que tenemos la sensación de que por mucho que repitamos una idea, sigue sin ser bien comprendida. Se entiende el idioma, se entiende la frase, pero no se llega a entender del todo su contenido, aún cuando se entienda el significado gramatical. Cuando el Corán nos insiste en que “la consciencia de Dios” es el más noble de los objetivos, ha de ser, a mi entender, porque es el más noble de los objetivos. Esto mismo es lo que nos han dicho todos los Profetas y místicos en la historia de las disciplinas espirituales, Yo diría, incluso, que este es ¡el Objetivo por excelencia! También aquí hemos insistido en esta misma idea. Y también hemos insistido en lo siguiente: La consciencia de La Divinidad no se adquiere por el esfuerzo personal, sino que es un don gratuito, por lo tanto el ser humano, como criatura, no puede desvelar a su Creador. No obstante el ser humano debe de esforzarse en cumplir con su parte, y debe de hacerlo sin esperar recompensa, sin espíritu de trueque. Ha de hacerlo tan sólo porque le está prescrito así, como propósito de su existencia, y este don de la existencia, con su propósito, ha de moverle hacia un puro amor de Dios. En definitiva, el ser humano en su relación con La Divinidad, y en la búsqueda de “esa especial” consciencia, ha de actuar sólo por amor, si bien lo piensa. Ha de esforzarse en la búsqueda de respuesta, porque el propósito de su existencia es el Conocimiento, pero no puede presuponer que su sólo esfuerzo de criatura sea suficiente para desvelarle al Creador. Esto es así sin que importe cuántos ejercicios haga, o cuántos datos posea en su memoria. Un gran error, que se mantiene en algunos grupos o personas, es el de suponer que existen secretas fórmulas o ceremonias capaces, por sí solas, de otorgar el conocimiento de La Divinidad. Esto es erróneo. Un antiguo método de plena validez en la actualidad, y que nos ayude a establecer de forma permanente esa consciencia de Dios, previa a Su manifestación en el corazón humano, es el ejercicio de Su recuerdo. En árabe se dice “Dikr Al-Lah’ En lengua castellana; “Recuerdo de La Divinidad” Ilustres Maestros, creadores de antiguas disciplinas, diseñaron cada uno de ellos en otros tiempos su propia técnica, su propio dikr o ejercicio del recuerdo, que en aquellos inicios se basaba en su propia experiencia espiritual. ¡La suya propia! Estas mismas técnicas fueron transmitidas de unos herederos a otros, se establecieron como necesarias, y más tarde fueron asumidas por la tradición y la costumbre como imprescindibles, no ya sólo en cuanto a su contenido, sino también en el modo y forma.


Un cuento de la Tradición Hindú, válido para todas las tradiciones, nos alecciona al respecto a partir de una costumbre heredada de un Maestro fundador. Tenía el Maestro un gato, y siempre que el Maestro se sentaba para enseñar a los discípulos, el gato se acurrucaba en su regazo. El ronroneo del gato, la suavidad de su pelo, y el confiado abandono del animal, facilitaban la coordinación del discurso del Maestro. Murió el Maestro, y el gato continuó buscando las caricias en el regazo del sucesor. Murió el gato y fue sustituido por otro, pues en los inicios el propósito no era la presencia del gato, sino su utilidad como cazador de ratones. Pero el tiempo, la confusión, la adicción al rito y el recuerdo de la imagen inicial, hicieron del gato un símbolo necesario en las charlas del Maestro, de manera que gato y Maestro se convirtieron en un dúo necesario ante los ojos de los discípulos. Sin gato que recordase al fundador las alocuciones del Maestro no se consideraban válidas. No cabe duda de que los ejercicios de recuerdo, de dikr, en el contexto cultural que los vieron nacer, siguen manteniendo su vigencia. Pero estos mismos ejercicios, que en cuanto a su contenido son válidos, fuera de su cultura pueden no serlo en cuanto a la lengua en la que se recitan, ni en cuanto a la forma en la que se practican. Pues fueron diseñados según la particular experiencia de un místico, en un ámbito espacio-temporal, y como expresión de su propio espíritu. Los poemas del recuerdo son una extraversión de la intimidad del alma de un amante hacia el Amado, son su particular cántico espiritual. Tales poemas fueron inspirados por el amor de uno, y fueron más tarde aprovechados para la inspiración de otros, gentes de la misma cultura que comprendían la lengua en que la fueron escritos. Su liturgia, o modo de práctica, forma parte igualmente de aquella cultura. Estos mismos poemas dedicados al recuerdo que, en cuanto a su contenido, pueden mover más o menos el corazón de otras personas diferentes en la actualidad, no han de ser necesariamente válidos para todas las personas en cuanto a la liturgia de su práctica. Cuando tales ejercicios se intentan trasladar a otras culturas han de ser traducidos y revisados, no sólo en las expresiones y conceptos, pues cada cultura tiene las suyas propias, sino que también en cuanto a las formas. No existe disciplina espiritual alguna que no practique el recuerdo de La Divinidad, pero se debe de tener muy en cuenta que la tradición Muhammadí, gestadora del Sufismo, nos enseña algo que es del todo evidente: “Habla a cada pueblo en su propia lengua”. Es obvio que el recuerdo se establece en la memoria, y que la memoria retiene con más facilidad aquello que la conciencia comprende, y que este hecho es lo que promueve la recomendación de “hablar a cada pueblo en su propia lengua” Aceptando lo que se nos enseña. Hemos de suponer, en pura lógica, que es un disparate forzar las conciencias para que un ejercicio piadoso, que fue diseñado según los hábitos de una cultura y en una lengua determinada, haya de ser transmitido fuera de lugar bajo los parámetros de tal cultura y tal lengua.


Lo que ha de ser transmitido, dada su eficacia constatada, es la necesidad de ejercitarse en el dikr, en el recuerdo, en aquellos que todavía no han sido regalados con “la permanencia” Pues... ¿cómo un amante no habría de recordar al Amado en cada rincón -zawiya-, en cada mota de polvo? ¿Cómo podría vaciar de Él su corazón en un solo momento de su vida para después recordar-Le? El amante no necesita del recuerdo cuando ya posee La Presencia, sino del cántico exultante de su corazón, pues su canto no lo es para recordar, sino como una forma de liberar Aquello” que no le cabe. No obstante cada cultura, y llegado el momento cada individuo, debe de buscar su propia forma de recordar y establecer en su consciencia lo que aún no le ha sido dado: la permanencia del recuerdo. Una persona puede crear su propio vehículo recordatorio, o puede hacer uso de lo ya creado, pero si hace uso de lo creado debe de adaptarlo a su propio entendimiento, tanto en la lengua como en la forma. O bien puede iniciar el camino más complicado que siguen algunos conversos, que sería modificar la estructura de su personalidad para adaptarse a una lengua y cultura diferentes de la suya. Personalmente no aconsejo esta opción, pues aunque sea posible no es natural, ya que supone tanto como admitir que la propia cultura no es lo bastante buena como para suscitar el Gran Encuentro. Diciéndolo de otra manera. No se puede establecer la consciencia de La Presencia de La Divinidad, de forma permanente, si previamente no se ejercita el recuerdo. El dikr Al Lah, o recuerdo de La Divinidad es imprescindible, fundamentalmente en los inicios del proceso. Sobre esta cuestión no puede haber duda ni confusión. Pero así como los místicos de la antigüedad crearon sus poemas de recuerdo en su propia lengua, ya fuera el árabe, el persa, el sánscrito, el castellano, etc., los buscadores espirituales del presente deben de hacer lo mismo con la práctica del recuerdo. Pero si por afecto cultural, o por cualquier otra causa, quieren hacer uso de lo ya creado por otros, lo más recomendable es que entiendan lo que dicen. En la oración y el recuerdo de Dios, ¡ninguna lengua es más eficaz que otra!, sino la disposición del alma. Siguiendo la práctica de la sencillez, que tan encarecidamente también se nos recomienda, es más sencillo y lógico traducir a la lengua vernácula, que memorizar los significados en otra lengua. Decir que La Divinidad tiene preferencias idiomáticas es un absurdo propio del ignorante fanatismo. Así pues el dikr, o recuerdo de La Divinidad, tiene una función indiscutible durante el proceso del “despertar” hasta el punto de que este no se haría posible sin el recuerdo. Todas las oraciones y meditaciones, toda la observación profunda de lo creado, todo cuanto hagamos ante La Presencia es un ejercicio de recuerdo, y no sólo la recitación acompasada de una letanía, de un poema o de una salmodia cualquiera. No obstante cada uno de estos ejercicios tiene un tiempo y una aplicación diferentes. Recordar durante un paseo por el campo tiene el mismo propósito que cantar un poema pero, aunque el propósito sea el mismo, el modo de hacerlo no lo es.


Hay ejercicios que se practican en soledad con una técnica concreta, hay ejercicios que se practican en soledad según la libre inspiración, y hay ejercicios que se practican en grupo y por lo tanto han de estar ordenados. A estos últimos ejercicios corresponde el recuerdo en forma de poema, salmodiado, cantado o recitado, pero ha de ser de manera sencilla, y por lo tanto comprensible en cuanto a la forma y el contenido. Pero se convertirán en ejercicios confusos, de notable efecto placebo, cuando en su desarrollo se introduzcan prácticas artificiosas de alteración de la conciencia, como lo son los estados emocionales derivados de la hiperventilación, la danza, etc. Estos ejercicios pueden tener su momento, pero hay que ser muy prudentes con ellos. Previamente se debe de instruir al iniciando para que entienda con claridad que las emociones así producidas, que al inicio se nos dan para ser aceptadas, tienen como propósito avanzar algo del “saboreo” posterior, pero no son el estado místico, sino la sombra de aquél. En tanto que el iniciando necesite de estas prácticas, y de las emociones de ellas derivadas, será un síntoma de que su edad espiritual está en la “infancia” por lo que se le recomendará la continuidad, pero llegado el momento habrá que ayudarle a desprenderse de ellas. Cargar más dificultades sobre los hombros de los caminantes, cuyas prácticas han agotado sus posibilidades, no suele ser un síntoma de mayor contenido, sino de mayor incapacidad camuflada de misterio y complicación. El ejercicio espiritual para el común de las personas ha de ser sencillo, rápido de entender, fácil de practicar y preferentemente breve, salvo en contadas ocasiones y porque el proceso espiritual de la persona en concreto lo requiera. Esto es lo que todas las tradiciones han enseñado, y lo que una gran parte de los buscadores no han llegado a entender. ¿Por qué? Nuevamente la herencia dinástica de Maestros muy eruditos, pero sin experiencia espiritual profunda, más el concurso del ego y sus apriorismos. Aparentemente se nos ha educado para ser artífices de nosotros mismos, lo que parece lógico en el desarrollo de nuestras sociedades. Esto nos crea un problema cuando nos enfrentamos a una disciplina espiritual, pues hacemos una transferencia de la educación social, y suponemos que nuestro esfuerzo obtendrá una recompensa que conjeturamos, pero que no conocemos ni identificamos con claridad. La educación, así como el desconocimiento, nos incita al activismo y a la formación lograda por el trabajo personal. Así como para ser un buen profesional hemos de prepararnos arduamente para lograr con nuestro esfuerzo la adquisición de habilidades competitivas, pensamos que en el ámbito espiritual sucederá de forma semejante. Este es justamente el error. En sociedad nadie nos dará lo que no hayamos logrado con nuestro esfuerzo, salvo excepción a la regla. En cambio en el camino del espíritu la consideración es otra. Inicialmente hemos de esforzarnos, hemos de llevar a la práctica el “gran yihad” al que aludía Muhammad*. Pero este gran yihad o gran esfuerzo es, según el propio Muhammad*, el esfuerzo para dominar el ego. Pues: “No consta para el ser humano sino aquello por lo que se esfuerza” [Corán 53:39]. Y el ser humano sólo puede esforzarse por cuanto está al alcance de su entendimiento, y Dios no está en ese parámetro.


En la práctica espiritual el dominio sobre el ego, el nafs, es un quehacer de la persona previo a cualquier otro estado que recibirá como regalo, si Al Lah quiere, y hacia ello han de ir dirigidos sus ejercicios y su constancia. Por esta causa el Corán recomienda en 2:110 “Sed constantes en la oración y en el zakat’. Esto, venido de la enseñanza Coránica, es una parte del mejor dikr, o recuerdo de Al Lah. En este esfuerzo de dominio sobre el ego, el ejercicio del recuerdo tiene como propósito reforzar el sentimiento de La Presencia como ayuda durante el proceso. De esta manera el practicante se sentirá reconfortado en su práctica. Pero queremos ser insistentes en hacer comprender que, no piense el iniciando que sus esfuerzos y ejercicios, los que sean, cuantos sean y en el idioma que sean, le abrirán las puertas de La Trascendencia. ¡Esto no es posible! Es cierto a modo de recuerdo, y como ayuda durante el proceso de vencimiento del ego, cuanto se nos dice: “.. en todo hay mensajes claros para quien utiliza la razón” [Corán 2:164]. “En verdad Hemos dispuesto que toda la belleza que hay sobre la tierra sea un medio por el que ponemos a prueba al ser humano...” [Corán 18:7]. Lo que en estos versículos anteriores significa que todo es un recuerdo de Dios, un dikr Al Lah. Pero también se nos advierte de lo que venimos afirmando con tanta insistencia: «Hay de vosotros por vuestras tentativas de definir (comprender, atrapar o llegar) a Dios» [Corán 21:28]. Abundando más en las advertencias, se nos enseña fuera de toda duda: «Ninguna visión humana puede abarcarle» [Corán 6:102]. «Pues Dios es todo cuanto hay en los cielos y todo cuanto hay en la tierra» [Corán 4:132]. Así pues: «Considera en Él lo múltiple y El Uno» [Corán 89:3]. Y que: «Sólo de Dios son los atributos de perfección» [Corán 7:180]. «Absolutamente distante, en Su Gloria, está el Sustentador de los cielos y la tierra, de todo cuanto le atribuyen como definición» [Corán 43:82]. ¿Cómo, entonces, puede alguien pensar que sus esfuerzo y ejercicios le llevarán ante la Puerta del que está más allá? Los ejercicios y esfuerzos, propios del ser humano, sólo sirven para barrer el sendero de criterios, expectativas, emociones... Es decir, ¡la limpieza del ego! Lo demás, si ha de venir, llegará como un regalo, ya que La Divinidad reparte sus dones como quiere, pues dice el Corán en 43:32: “¿Son ellos, acaso, quienes asignan la Misericordia de Dios?... somos Nosotros quienes concedemos dones espirituales a quienes queremos...” Decía que los esfuerzos y ejercicios, tan necesarios en los inicios, pueden convertirse en un serio obstáculo si llegan a crear adicción emocional, o le hacen suponer al iniciando que será por su esfuerzo y práctica por lo que alcanzará la meta imaginada, pero desconocida.


Llega un momento en el que el practicante ha de tener el coraje de renunciar a sí mismo y a sus supuestos, si quiere dejar espacio y silencio para que El más Compasivo se le muestre. Este momento de renuncia es sumamente delicado, y no siempre fácil de conocer, para ello será conveniente contar con la asistencia de un guía que haya superado esta etapa. Pues las dificultades para iniciarnos en el proceso de la renuncia previa a la sencillez y reconocer en ella la Sabiduría, son notables. Pero... como ya dijimos anteriormente, tan difícil es encontrar un guía verdadero como lo es encontrar un discípulo dispuesto. Para ilustrarnos magistralmente en esta práctica de la renuncia, todos los grandes Maestros, de todas las tradiciones, nos han dejado un clarísimo legado. No es fácil elegir entre todos ellos, así pues me he decidido por alguien que, además de ser cercano a nuestra cultura castellana y Sufi, lo es también por afinidad a mi afecto. Me refiero al hijo de moriscos hispanos, iniciado en la Tradición Sufi y experto en ciencias islámicas, San Juan de la Cruz. Él versaba así su experiencia describiendo como pocos lo han hecho los pasos del sendero, el Recto Camino, o Sirata l’Mustaqim de los Sufis: «Para llegar a donde no sabes, has de ir por donde no sabes. Para llegar a donde no gustas, has de ir por donde no gustas. Para llegar a lo que no posees, has de ir por donde no posees. Para llegar a lo que no eres, has de ir por donde no eres. Para llegar a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Para llegar a gustarlo todo, no quieras gustar algo en nada. Para llegar a poseerlo todo, no quiera poseer algo en nada. Para llegar a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte Al Todo. Porque para llegar del todo a Todo, has de dejar del todo a todo. Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro. En esta desnudez halla el espíritu quietud y descanso. Porque como nada codicia nada le impele hacia arriba, Y nada le oprime hacia abajo, pues está en el centro de su humildad. Que cuando algo codicia, en eso mismo se fatiga” Tanta claridad no necesita de comentarios. Que cada corazón extraiga sus conclusiones.


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