786 El Libro del Amor Al-Ghazâli El Amor, el Deseo Ardiente, la confiada Intimidad, la Complacencia El 4º cuarto del Ihyâ´`ulûm ad-dîn que trata de las causas de la salvación. En el Nombre de Dios, El Clemente, El Misericordioso ¡Alabado sea Dios, que ha purificado el corazón de sus amigos de la codicia del mundo y de sus vanidades! Que ha liberado sus pensamientos íntimos de otra consideración que no sea la de Su Presencia. Escogió estos corazones para que Le adorase en la tierra, Tapiz de su Gloria. Se manifestó a ellos místicamente con Sus Nombres y Sus Atributos de tal manera que brillaron con el esplendor de Su conocimiento. Les manifestó la majestad de Su Faz y se consumieron en el fuego de Su Amor. Después se oculto a sus miradas en la esencia de Su Majestad, y erraron en la inmensidad de Su Magnificencia. Se estremecieron al espectáculo de la esencia de Su Majestad. La estupefacción, cegó la inteligencia, confundiéndoles en su ser más intimo. Cuando por desesperación y vencidos por la tristeza, la tentación de huir les alcanzó (1), una voz del fondo de la Tienda (2) de Su Belleza les interpeló: “¡Tú que por tu ignorancia y por tu precipitación desespera alcanzar la Realidad Divina, ármate de paciencia!” “¡O tu que desespera merecer el favor de la verdad, guárdate de tu ignorancia y tu precipitación!” Y así quedaron esos corazones, debatiéndose entre el rechazo y la aceptación, la posibilidad y la imposibilidad de llegar, engullidos en el océano de Su conocimiento y consumidos por el fuego de Su amor. ¡Bendiciones sobre Muhammad, el sello de los Profetas, por la perfección de su Profecía; sobre su familia y sus Compañeros, señores de las criaturas y sus imanes, guías de la verdad y pobres en Su presencia! ¡Abundante paz sobre todos ellos!
El amor de Dios es la última Estación, la más perfecta entre todas, la cima más elevada entre todos los grados. Sea cual sea la Estación siguiente al conocimiento de amor (3), ninguna que no proceda del amor y que se vincule de una u otra manera, como el deseo ardiente (shawq), la intima confianza (`Uns), la complacencia (ridâ) y todo lo que se relaciona. (4) Toda Estación que precede al amor es un preludio al amor, como el arrepentimiento (tawba), la constancia (sabr), la ascesis (zuhd) etc. (5) En cuanto a todas las otras Estaciones, la gente de corazón no dudan en afirmar que alcanzarlas, sea cual sea la dificultad, es cosa posible. No es fácil creer en el amor de Dios. Algunos doctores (ulemas) han llegado hasta negar su existencia: “Amar, dicen ellos, no es otra cosa que perseverar en la obediencia a Dios. En cuanto al amor (mahabba) es propiamente imposible, a menos que se trate de seres semejantes y de misma especie” Negar el amor (mahabba), es negar la intima confianza, el deseo ardiente, la dulzura de la oración (munâjât) y todo lo que trata del amor y lo que se deriva. Por eso es absolutamente necesario aclarar esta cuestión. Por ello nos referiremos en este libro a los textos que se encuentran en la Ley sobre el amor (mahabba); se hablará de la naturaleza del amor y de sus causas. Se demostrará que únicamente Dios y ningún otro es digno de ser amado de amor y que el placer supremo reside en la contemplación de su Faz. Nos preguntaremos sobre las razones que hacen que el placer de contemplar la Faz de Dios en el Mas Allá, desborde al conocimiento que aquí tenemos. Indagaremos también, sobre todo lo que nos puede confortar en nuestro amor de Dios, sobre las razones que hacen que los hombres se diferencien entre ellos en el plano del amor, sobre las razones que hacen que nuestras facultades sean incapaces de conocer a Dios y sobre la naturaleza del ardiente deseo.
Trataremos del amor (mahabba) de Dios por los hombres. Y hablaremos de los criterios del amor de los hombres por Dios. Después hablaremos de la naturaleza de la íntima confianza; y de la alegría encontrada en esa intimidad. También de la naturaleza de la complacencia, de su excelencia y de su realidad. Demostraremos que la invocación (du`â), el aborrecimiento y la huida del pecado no se oponen a la complacencia. Expondremos un rosario de relatos y oraciones de los amantes de Dios. Tal es la materia de este libro. La tierra entera es un fardo de barro seco, barro como el cuerpo de los hombres. Sean cuales sean los imperios de este mundo, por los que los hombres tienen tanto respeto, no son más que polvo del barro seco. Y este polvo es un beneficio de Dios Altísimo, algo permitido por Él. Es absurdo amar un siervo de entre los siervos de Dios, por su fuerza, su poder, por la autoridad que emana de su persona, por su ascendencia, por su grandeza de alma y no amar A Dios Altísimo por esos mismos motivos. ¡No hay más fuerza y poder que en Dios, el Noble, el Magnánimo! Es el Dominador, el Vencedor, el Sabio, el Maestro de los cielos. La tierra y el derecho de poseer algo y todo lo que ahí se encuentra, están encerrado en su puño. Tiene cogida a todas las criaturas por los mechones de sus cabellos. Si Dios aniquilase a todas las criaturas hasta la última, no faltaría ni el peso de una hormiga en Su imperio. Si las multiplicase por mil, eso no le costaría ningún esfuerzo. Ningún cansancio le acontece, ningún esfuerzo le pesa en Sus manifestaciones. No hay más poder que el Suyo. Y no hay más poderosos que por efecto de Su poder. ¡A Él la belleza, el esplendor, la grandeza, la magnificencia, la fuerza y la maestría!
Si el hombre estuviese tentado en pensar que quien detiene el poder es amado por la plenitud de su poder, que se guarde de olvidar que nadie puede ser amado por la plenitud de su poder, si no es Dios y únicamente Dios. ¡A Él pertenece la majestad, únicamente Él es digno de veneración! El ser creado, sea quien sea, no está exento ni de faltas ni de imperfecciones. Bien al contrario, su condición es de ser débil, de haber sido creado de nada, de ser insignificante, de plegarse bajo el jugo de las necesidades. La perfección únicamente pertenece a Dios, el Único. Cualquier otro que no sea Él no tiene más perfección que la perfección que Dios le haya concedido. La perfección es uno de los grados menores del Poder de Dios. Podríamos seguir con esto, pero para que quede el asunto aclarado podemos decir que si hay belleza y perfección dignas de ser amadas, su realidad última pertenece a Dios manifestándose en un servidor. El punto más elevado y coronamiento de la ciencia de los iniciados es la confesión de la imposibilidad de conocerle. Y el don profético más eminente que nos han traído los Profetas es la confesión de la impotencia en hacer su descripción. Dios le hizo esta revelación a Moisés – que la paz sea con él: “Miente, con toda certeza, quien pretende a Mi amor, y se duerme, lejos de Mi pensamiento en cuanto llega la noche” ¿A caso todo amante no aspira al reencuentro con su amigo? Moisés dijo: “¿Señor donde estas para que me dirija hacia Ti?” “Si te has puesto en marcha con esa intención, le dijo Dios, ya has llegado” …Cada hombre no recibirá amor más que la parte que desea su alma, la que por adelantado saborea su ojo. Quien únicamente tiene en miras al maestro de la casa, el dueño del reino y que únicamente esta subyugado por Su amor, con toda pureza, con toda sinceridad, será recibido en el Lugar de la Verdad, cerca de un Rey Todopoderoso. Ghazâli (Edicion Halabi- El Cairo 1358/1939) El Paraíso es un juguete para los niños. Un solo átomo de amor de Dios vale más que cien mil paraísos Bayazîd Bistâmi 786 - Traducción F.J.G.