Folleto tema inetrasctivo

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LA FE, UN CAMINO HACIA EL ENCUENTRO CON DIOS

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CAMINO HACIA DIOS

ios, en virtud de su infinito amor, sale al encuentro del hombre y se revela progresivamente a lo largo de la historia humana, manifestándose a sí mismo como también su Plan de Reconciliación. Esta Revelación alcanza su forma plena y definitiva en la persona del Señor Jesús, Hijo de Dios hecho Hijo de Santa María para reconciliarnos con el Padre y mostrarnos el camino que conduce a la plena felicidad y realización humana.

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reer en Dios significa estar en camino hacia Él y con Él. En efecto, el don de la fe es un camino, un riesgo, una conquista, una aventura por recorrer. Implica abandonar nuestras seguridades y nuestros apegos para emprender el camino hacia el encuentro con Dios. La fe es un proceso de apertura hacia Dios y de confianza en Él. El creyente, antes de decir Creo que..., pronuncia con convicción y amor Creo en Ti. La fe es encuentro, es comunicación, es amistad entre Dios y el hombre. La fe nos conduce hacia Dios, y nos une más íntimamente a Él.

La fe es una respuesta al maravilloso don de la reconciliación, a la invitación amical de Dios para recuperar la semejanza perdida por el pecado y cumplir con su Plan, una entrega generosa y personal del hombre hacia Dios: “Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y su voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela” (DV, 5).

María es para nosotros un testimonio vivo y ejemplar de cómo vivir nuestra fe. Ella no regatea nada, no se apega a sus propios planes sino que desde su libertad se lanza al cumplimiento de la misión que Dios le pide. Ella supo acrecentar en su vida el don de la fe, encarnándola en todos los aspectos de su vida cotidiana: María “es la creyente en quien resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Es la perfecta discípula que se abre a la Palabra y se deja penetrar por su dinamismo... Por su fe es la Virgen fiel, en quien se cumple la bienaventuranza mayor: feliz, la que ha creído” (Lc 1, 45) (Puebla, 296).

La fe implica un asunto de elección, de opción personal. Es una respuesta a la invitación divina por una decisión libre de la voluntad, que se realiza con la gracia de Dios. En efecto, en la respuesta de la fe la iniciativa es de Dios. Es Él quien hace posible la respuesta humana. es su gracia la que nos ilumina para que podamos percibir con claridad la Verdad y adherirnos a ella. La fe es, pues, un don, una gracia especial de Dios que nos permite acoger las verdades y promesas reveladas.

“Con la Virgen María peregrinamos en la fe” 1


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convicciones de fe para el encuentro con Dios

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La fe es, un don, una gracia especial de Dios que nos impulsa a salir al encuentro con Dios. Es Dios quien nos elige. “Ustedes han sido salvados por la fe, y lo han sido por la gracia. Esto no vino de ustedes, sino que es un don de Dios.” (Efesios 2:8)

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La fe es una respuesta libre y generosa del hombre al amor de Dios presente en nuestra historia (Cfr. DV, 5).

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La fe nos capacita para vivir la verdad con la mente y corazón. “Creo para comprender y comprendo para creer mejor” (San Agustín)

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La fe no es una realidad estática; puede aumentar o disminuir, depende de nuestra respuesta. “Creo Señor, pero ayuda mi poca fe” (Mc. 9,29)

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La fe profesada por el entendimiento y asumida con el corazón debe concretarse en las obras a través de la fe en la acción. “La fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (Stgo 2, 1).

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La fe nos conduce al conocimiento de Dios. Dios se revela en nuestra vida. “Crezcan, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo” (2Pe. 3, 18).

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La fe se cultiva desde las experiencias que se tiene de Dios por eso cada uno define su concepto de fe ¿Qué es la fe para mi?

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MARÍA, EJEMPLO DE CONFIANZA EN DIOS La actitud de María ante la adversidad es un ejemplo del que podemos aprender mucho para crecer en un valor tan importante como la confianza.

La confianza de los hijos de Dios tiene su raíz en la fe que nace del amor a la voluntad divina. El mejor ejemplo de la confianza que debe primar en cualquiera de nosotros es María Santísima.

La confianza está devaluada. Parece que vivimos con la única certeza de que alguien nos engaña constantemente. Desconfiamos en todos los niveles: desde quien se acerca a preguntarnos la hora en la calle hasta de las promesas políticas, pasando por la autoridad, el padre de familia, el maestro, los amigos, etc.

El Catecismo es muy claro al respecto: “Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el “cumplimiento” de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe”.

Mucha de esa suspicacia se nutre de las malas experiencias que hemos padecido. Sin embargo, en nuestra desconfianza a veces interviene también una gran falta de visión sobrenatural y un profundo pesimismo, incompatibles con los verdaderos cristianos.

La Virgen toma la fuerza necesaria para cumplir su misión de esa confianza plena en el Señor y, por eso, la Iglesia puede llamarla: “la realización más pura de la fe”. Cuántas veces no tambaleamos ante la menor adversidad y nos dejamos llevar por la inquietud, propia del niño que no confía plenamente en su padre.

No se trata de ser ingenuos ni optimistas gratuitos que van por la vida sin criterio alguno, fiándose de todo y de todos.

“Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,3-5) 2

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rge devolver la confianza a nuestro entorno

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ara ello, Lo primero es profundizar, fortalecer nuestra fe, tratar intensamente a Nuestro Señor en la oración y pedir su ayuda con humildad y plena esperanza. Sólo así podremos confiar en nosotros mismos y, muy importante, confiar en los demás.

Por un lado, Ella sigue intercediendo por nosotros, buscando que el Señor Jesús crezca en el corazón de cada uno de sus hijos. Por otro lado, su propia vida de fe, de la que nos da cuenta la Sagrada Escritura, es una fuente de meditación en la que encontraremos aliento y guía para nuestro propio camino.

Todo esto nos lleva a preguntarnos: ¿Qué puedo hacer para profundizar en la fe que he recibido? Siendo la fe un don -recibido en nuestro Bautismorequiere sin embargo de nuestra adhesión personal y del asentimiento libre a toda la verdad que Dios nos ha manifestado. Este camino de crecimiento y profundización en la fe se alimenta constantemente de la oración. En este camino el ejemplo y modelo de nuestra Madre María es un auxilio permanente.

Santa María nos precede en la fe y nos da ejemplo de confianza, de haber construido su existencia sobre la roca firme de la fe. No encontramos separación alguna entre lo que María cree y lo que vive. Por el contrario, Ella es modelo de una, confianza única en Dios, vida unificada en la fe que anuncia con todo su ser que Jesús es el Salvador del mundo.

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TODA NUESTRA VIDA ES UNA PEREGRINACIÓN

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MARÍA MODELO

a peregrinación -en cuanto gesto- simboliza nuestra propia existencia humana y cristiana. Arraigada en lo más profundo de nuestro corazón, refleja con especial transparencia nuestro anhelo de encuentro y nuestra apertura a lo trascendente. De alguna manera es expresión del estar caminando hacia aquello que constituye la plenitud de nuestra existencia sobre esta tierra.

El peregrino es -en el fondo- aquel que constantemente parte, que lejos de instalarse permanece a la escucha de la Palabra de Dios para acogerla y lanzarse dócilmente por la ruta señalada. María, mejor que nadie, nos muestra con su vida el itinerario del seguimiento de la Palabra de Dios.

“Dios mío, Tú eres mi Dios, con ansias te busco, pues mi alma tiene sed de Ti, mi ser entero te desea, cual tierra seca, agotada sin agua” (Sal 63(62), 1-2), nos dice el salmista, describiendo la experiencia humana del hambre de Dios. Creados a su imagen y semejanza nuestro interior clama por la plena comunión con el Creador y la experiencia del peregrinar simboliza la búsqueda de este encuentro pleno con Él.

Sólo mencionaremos algunos elementos que Ella encarnó en su propio peregrinar y que se hacen imprescindibles en el nuestro: la renuncia de toda seguridad y de sus planes personales, la escucha atenta a la Palabra, la confianza en las promesas de Dios, el dinamismo de dolor-alegría, la prontitud en el servicio amable.

Buscando la felicidad somos peregrinos, caminamos errantes, sin hallar reposo pues nuestros anhelos sobrepasan las fronteras de la vida terrena.

Finalmente, es Ella quien nos conduce hacia su Hijo, el dulce Señor de Nazaret quien nos promete: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mt 11, 29).

De esta manera el hambre de Dios, el peregrinar hacia su encuentro, constituye una dimensión de honda resonancia en el corazón humano.

“Los caminos de Dios son los caminos que Él mismo ha recorrido y que ahora debemos recorrer nosotros con Él” (Dietrich Bonhoeffer) 4

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n nuestro peregrinar no estamos solos

CAMINO DE CONVERSIÓN

Algo análogo sucede en nuestra vida cristiana. En el momento en que arrecian el hambre y la sed, en que el cansancio o la incomodidad debilitan nuestros pasos, nuestro subjetivismo nos hace añorar la seguridad de la esclavitud que hemos abandonado, extrañamos y nos aferramos a bienes ilusorios. Surge la tentación de volver atrás, de disminuir el ritmo, de desviar nuestra ruta o de detenernos con cualquier excusa.

A lo largo de la peregrinación se da en nosotros una innegable transformación. El cansancio, el desgaste físico, las seguridades dejadas atrás, la distancia recorrida, la lejanía de la rutina cotidiana, la incursión en tierra extraña, son elementos que nos van introduciendo en una dinámica de despojamiento de todo aquello que nos instala y nos agobia. En medio del camino nuestro corazón se hace más sensible a la presencia de Dios, nos hacemos más transparentes a nosotros mismos, nuestros oídos se abren a la palabra de Dios y se allana la senda hacia una nueva vida por la conformación con el Señor Jesús. Aquello que debe estar siempre presente en nuestra vida cotidiana encuentra un momento fuerte en la experiencia del camino.

Ante la tentación sólo hay dos alternativas. Una es el de perecer al absurdo alejamiento de Dios. La otra es perseverar firmemente y asumir la tentación como un reto, como una ocasión de crecimiento y consolidación de los propósitos hechos. La tentación se convierte en instancia de lucha. Así como el pecado deshumaniza al hombre, el triunfo sobre la tentación nos hace más humanos.

El peregrino jamás llega a su destino igual que cuando partió, pues si no ha progresado en su camino de conversión, significa que, ciertamente, ha retrocedido.

CELEBRAR EN COMUNIDAD Somos una comunidad de amigos que, bajo la guía de María, caminamos hacia el encuentro del Señor Jesús. La dimensión comunitaria de nuestro llamado define la vida y la acción de cada uno de nosotros. Esta misma dimensión es representada y simbolizada en la peregrinación. La solidaridad, la oración común, el servicio amable, la comunión profunda, la apertura atenta y reverente a los demás, el testimonio sincero, son algunos de los rasgos de este peregrinar común.

PERSEVERAR EN LAS TENTACIONES El éxodo del pueblo de Israel en busca de la tierra prometida simboliza nuestra propia historia. Tan pronto como se alejan de la esclavitud egipcia y surgen las primeras dificultades, el pueblo de Israel duda y desconfía de Dios.

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SIN SABER MUCHAS VECES HACIA DÓNDE VAMOS… SEGUIMOS SUS HUELLAS A DONDE IREMOS…

¿A QUIÉN IREMOS, SEÑOR?

Estas resonantes palabras del apóstol Pedro son la espontánea y sincera respuesta al Señor Jesús, quien al terminar sus palabras sobre “la necesidad de comer el pan de la vida” veía cómo muchos de sus discípulos se volvían atrás a causa del escándalo que les generaba este mensaje. Advirtiendo esto, Jesús se dirige reciamente a sus discípulos cuestionándoles también acerca de su opción por Él: “¿También ustedes quieren marcharse?”.

En nuestro tiempo estamos sumergidos en toneladas de información, de palabras, de novedades. Todas resuenan en nosotros. Infinidad de propuestas nos interpelan, cada una más atractiva y apetecible que las demás. Sin embargo, sólo el Señor Jesús tiene palabras que resisten al paso del tiempo y permanecen para la eternidad. Sólo sus palabras tienen la capacidad de abrirnos las puertas de la vida eterna si respondemos a Él, si cooperamos con ellas desde nuestra libertad. Así nos lo recordaba Juan Pablo II: “Sólo Jesús conoce su corazón, sus deseos más profundos. Sólo Él, que nos amó hasta la muerte, es capaz de colmar sus aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida eterna, palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo podrá darles la verdadera felicidad”.

Tanto la pregunta del Señor Jesús como la respuesta de Pedro llegan hasta nosotros para interpelarnos en lo profundo de nuestro corazón, para cuestionarnos sobre la solidez de nuestra opción por el Señor Jesús hasta descartar cualquier otra alternativa más cómoda y dejar de lado posibles anhelos mundanos para afirmar contundentemente, con convicción, que solo Él es la respuesta para nuestras vidas, sólo en Él encontramos la felicidad plena.

La respuesta de Pedro es una constatación profundamente existencial de que en verdad solo el Señor tiene palabras de vida eterna, solo Él puede saciar nuestra hambre de felicidad, de plenitud.

“Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna?” (Jn 6,68) 6

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“¿TAMBIÉN USTEDES MARCHARSE?”

QUIEREN

LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE LA PRESENCIA DE CRISTO

Hoy como hace más de dos mil años las palabras del Señor son claras y exigentes. Hoy como antes el Señor pide de nosotros verdadera radicalidad y compromiso. Hoy como hace más de dos mil años el mismo Señor Jesús nos interpela por nuestra opción.

con el Señor. Quedémonos Permanezcamos en Él, como nos dice el Santo Padre Juan Pablo II: “En la pregunta de Pedro: “¿A quién vamos a acudir?” está ya la respuesta sobre el camino que se debe recorrer. Es el camino que lleva a Cristo. Y el divino Maestro es accesible personalmente; en efecto, está presente sobre el altar en la realidad de su cuerpo y de su sangre. En el sacrificio eucarístico podemos entrar en contacto, de un modo misterioso pero real, con su persona, acudiendo a la fuente inagotable de su vida de Resucitado”. La Santa Eucaristía es el espacio privilegiado en el que el Señor Jesús se hace asequible, cercano, nuestro amigo.

No existe diferencia entre la generosidad y la opción de los primeros cristianos y la nuestra. No existe diferencia entre la urgencia de su misión y la que nos toca vivir hoy. En nuestros días también vemos con tristeza cómo muchos discípulos abandonan y se vuelven atrás escandalizados por la radicalidad que implica el seguimiento auténtico del Señor. Otros probablemente no se marchan externamente, pero viven como si ya no estuviesen con Cristo, han optado por otras alternativas silenciosamente en su corazón y, en el fondo, han optado por la tibieza y por la mediocridad.

Compartir el Pan de la Eucaristía, comulgar su cuerpo y su sangre significa aceptar la lógica de la cruz, implica aceptar su invitación a seguirlo y a ofrecernos en el sacrificio oblativo por los demás en el amor. La Eucaristía modela la vida del apóstol, orienta todas las opciones de nuestra vida y nos hace vivir en comunión auténtica de amor con nuestros hermanos para hacer realidad, desde ahora en esta tierra, las maravillas del Cielo al que accederemos con certeza si le somos fieles, porque solo Él tiene “palabras de vida eterna”.

¿También tú quieres marcharte? ¿También tú crees que otro tiene palabras de vida eterna? ¿También tú crees que haya otro que te pueda dar lo que yo te doy? ¿Cuál será tu respuesta al Señor? ¿Será como la respuesta de Pedro, humilde y auténtica, propia de quien tiene la certeza de sus opciones, o será como la del joven rico, quien al evidenciar lo que implica el seguimiento del Señor se marcha atrás, afligido y desolado, porque “tenía muchos bienes”?

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MARÍA, NOS SIGA GUIÁNDO Estamos en un tiempo de peregrinación; es un tiempo marcado por la provisionalidad, por el sentido heroico de la existencia, y en el que debemos tener puesta la mirada en el horizonte. Peregrinar es caminar con un rumbo fijo, es avanzar hacia una meta, a un lugar que representa un encuentro espiritual. En la vida de la Iglesia las peregrinaciones han sido una práctica constante e inmensamente fructífera que la simboliza a Ella misma, pues es Pueblo peregrino que camina sostenida por la Eucaristía hacia la Patria celestial.

Y es en este tiempo en que debemos mirar de una manera especial a nuestra Madre: María es el astro que refleja los rayos del Sol de Justicia y nos muestra el camino de nuestro peregrinar. El Papa Juan Pablo II enseñaba que María nos educa «consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella “peregrinación de la fe”, en la cual es maestra incomparable». María es peregrina. Quizá incluso «podríamos hablar de la Peregrina por excelencia. Pues, además del Señor Jesús, quién ha comprendido mejor que María que este mundo no es un lugar para instalarse, sino para usar de él en tanto cuanto sirva para mejor cumplir con el Plan de Dios. Quién mejor que María ha percibido el más grande impulso convocándola al encuentro con el Altísimo. Sin duda la experiencia cristológica que se nos manifiesta a través de la Epístola a los Hebreos, “nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la que está por llegar”(Heb 13,14), es también una experiencia mariana»[4].

El mismo Señor Jesús se define como “el Camino” al Padre. Ser cristiano es seguir a Cristo cooperando con la gracia que el Espíritu derrama en nuestros corazones, para configurarnos con Él y así ser hijos en el Hijo. Esta peregrinación comporta siempre una cuota inevitable de riesgo, que se comprende por la conciencia de nuestra debilidad y nuestro pecado. Es parte del diario morir en Cristo. La fe nos permite asumirlo con esperanza Pascual”.

“Allí donde disminuye la fe en la Madre de Dios, disminuye también la fe en el Hijo de Dios y en Dios Padre” (Ludwig Feuerbach) 8

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a peregrina de la fe

La vida de María está marcada por las peregrinaciones. La primera de que tenemos noticia es la que emprende para atender a su prima Isabel, quien, como Ella, está encinta. Luego que el ángel le anuncia que será Madre del Reconciliador, luego de su “Hágase” lleno de confianza y amor, María inicia una peregrinación para vivir el servicio humilde. «En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel».

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de todos los pueblos por el Mesías que reinará sobre los corazones.

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El Evangelio según San Lucas consigna con detalle que María y José cumplieron todas las prescripciones de la Ley de Moisés, con respecto a Jesús. Muestra como «llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor», donde María recibió la profecía del dolor y la contradicción por parte del anciano Simeón. Nos dice más todavía San Lucas: «Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta» (Lc 2,41-42). Año tras año María peregrinó a Jerusalén, la Ciudad Santa, donde tendrían lugar los misterios centrales de nuestra fe. María, año tras año, llevó a su Hijo educándolo en el sentido de la peregrinación y dejándose educar por Él, como vemos en el episodio de la pérdida y el hallazgo de Jesús en el Templo.

La portadora de la Palabra “se levanta” y se pone en camino “con prontitud”, para ofrecer su servicio apostólico. Todo su ser expresa esa unión íntima con el Hijo a quien lleva en sus entrañas, y por eso, al verla, Isabel exclama: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ». Y María, respondiendo con el Magnificat, redirecciona ese saludo volviéndolo una alabanza a Dios. Poco tiempo después María, en estado de buena esperanza, acompañada por San José, el Santo Custodio del Redentor, peregrinan a Belén, la ciudad de David. La Madre de Jesús experimenta las dificultades del camino, además de la indiferencia de los posaderos que cierran las puertas a una madre gestante, las incomodidades, la provisionalidad de un pesebre. A la vez experimenta la inmensa alegría del nacimiento del Señor, acompañada por la solidaridad de los pobres pastores, así como por el homenaje de los reyes del oriente que manifiesta la expectación

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SANTÍSIMA VIRGEN, MODELO DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD

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uien va a Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nadie lo vemos mejor que en María… expresión del aquel puro amor que no se busca a sí mismo, sino que sencillamente quiere el bien del prójimo.

¿puede la Iglesia dejar este servicio a las demás organizaciones filantrópicas? La respuesta es no. La Iglesia no lo puede hacer. La Iglesia debe practicar el amor hacia el prójimo “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social, que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (DCE, nº 21).

Pero, ¿quién es mi prójimo? Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda apoyar. Se universaliza el concepto del prójimo, pero permaneciendo concreto”.

Por eso, Santiago nos interpelará diciendo: “Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe” (Sant 2, 14-18) Si no tengo FE, no voy a descubrir en el otro a mi hermano.

La actividad caritativa cristiana, más allá de su competencia profesional, debe basarse en la experiencia de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del peregrino suscitando en él el amor por elprójimo.

Virgen de Urcupiña, madre de misericordia, tú que estás llena de caridad para con todos, no te olvides de mis miserias. Tú ya lo sabes. Encomiéndame al Dios que nada te niega. Obtenme la gracia de poderte imitar en el santo amor, tanto para con Dios como para con el prójimo. Amén.

Hablar de la caridad, es hablar del servicio del amor comunitario de la Iglesia hacia todos los que sufren en el cuerpo o en el alma y tienen necesidad del don del amor. Aquí surgen ante todo dos preguntas:

“…por medio de mis obras te mostraré mi Fe” (Sant 18) 10

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uestro “SERVICIO A LOS DEMÁS”

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a Virgen M a r í a debe ser la fuente de nuestra alegría; ella, que fue la maestra en el servicio gozoso a los demás. La alegría era su fuerza, ya que sólo la alegría de saber que tenía a Jesús en su seno podía hacerla ir a las montañas para hacer el trabajo de una sierva en casa de su prima Isabel.

y de las tendencias naturales que hay en todos nosotros.

El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio.

De la misma manera nosotros, a ejemplo de María, debemos servir a los demás con alegría.

Muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto para llenar el corazón del que amamos.

Ellos son el signo de la presencia de Dios entre nosotros, ya que en cada uno de ellos es Cristo quien se hace presente. Por eso, Él no nos preguntará cuántas cosas hicimos, sino cuánto amor pusimos en ellas.

«El que no vive para servir, no sirve para vivir».

Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido. ¿Qué descuido podremos tener en el amor? tal vez en nuestra propia familia haya alguien que se sienta solo, alguien que esté viviendo una pesadilla, alguien que se muerde de angustia, y estos son indudablemente momentos bien difíciles para cualquiera. Cuando nos ocupamos del enfermo y del necesitado, estamos tocando el cuerpo sufriente de Cristo y este contacto se torna heroico; nos olvidamos de la repugnancia

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