5 minute read

Ser argentino

Next Article
editorial

editorial

Dicen que «uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde». A mis 30 años recién cumplidos no tardó en aparecer la “crisis existencial”. Hasta ese momento nunca había cruzado una frontera y no podía esperar más. Apenas dos meses después de mi cumpleaños armé mi mochila y emprendí este viaje por Sudamérica, en el que llevo ya 3 años.

Demás está decir que he vivido aventuras y experiencias que jamás hubiesen ocurrido de haber continuado en mi zona de confort. No soy la misma persona que dejó Argentina. Me descubrí superando desafíos que antes ni siquiera me habría planteado y, sin embargo, solo con la distancia fue que descubrí lo mucho que quería a mi país.

Advertisement

El argentino promedio suele estar acostumbrado a la queja crónica, al fatalismo, incuso a la resignación, expresada muchas veces en el deseo de irse del país en busca de un mejor futuro. Esto suele traslucirse en un sentido del humor ácido, un poco turbio, pero ingenioso y ocurrente. Pero apenas pone un pie fuera de su tierra, el patriotismo se exacerba, lo mismo que ocurre durante los mundiales de fútbol.

Lo primero que empecé a extrañar fue la comida. Si bien he disfrutado de platos típicos de otros países, ningún sabor se compara para mí con el de una rica milanesa con puré, un asado de tira cocido 3/4 (el punto de cocción es todo un tema de discusión), la gran variedad de pastas, y las clásicas facturas (masas dulces con rellenos y cobertura) para acompañar el mate (infusión típica preparada con yerba mate).

No puedo comer un delicioso sancocho, sin pensar en los pucheros que me preparaba con tanto amor mi abuela. Salvando algunas diferencias (nosotros no tenemos yuca pero usamos camote, y también el clásico caracú, ese hueso cilíndrico con grasa adentro, cuyo deleite es el premio que se guarda para el final), ambos platos tienen similitudes que al menos a mí, me hacen “piantar un lagrimón” de la emoción.

Una forma de combinar mi fanatismo por la comida argentina con la necesidad de hacer dinero durante el viaje consistió en preparar y vender empandas argentinas primero, y luego, alfajores (una golosina tradicional rellena de arequipe y cubierta de chocolate). Con una heladera de icopor, sobre la que coloqué un cartel con la bandera, recorro los parques de pueblos y ciudades, ofreciendo este particular dulce que muchos desconocen y se intrigan por probar.

En Colombia la gente suele ser muy amable con los argentinos. Nos quieren, les gusta nuestro acento. Nos hablan de fútbol, de Messi, de Gardel o bandas de rock y los más religiosos, del Papa. Muchos me dicen: “fui a tu país y me encantó”, o “tengo muchas ganas de conocer Argentina”. Irónicamente, algunos nos vamos porque no somos capaces de ver todo eso que encanta al extranjero.

Siendo honesta nunca fui fanática del fútbol o el tango, y eso sorprende a mucha gente que nos asocia directamente con esas tradiciones. Sin embargo, no me siento menos argentina por ello.

Me siento argentina, entre otras cosas, porque aún llevando tres años fuera de mi país, no pierdo mi característico acento (que muchos extranjeros remarcan, intentando imitar), como tampoco ciertos rasgos de carácter “argento”, que incluso pueden resultar chocantes (se nos “acusa” de altaneros, directos y ávidos usuarios de malas palabras).

La distancia hizo que ciertas costumbres que solían pasarme desapercibidas hoy las anhele con nostalgia. Constantemente me cruzo compatriotas con el mate bajo el brazo y esas frases características en la punta

de la lengua: ¿Qué hacés che?, No seas boludo/a, Que loco ¿viste?, ¡No jodas! ¿en serio?, Vení, tomate un mate, ¡No me chamuyes!, Se labura bien acá eh, y varias más… Algunos extrañamos la patria más que otros, pero seamos conscientes o no, todos vamos regando un poco de nuestro patrimonio cultural con cada cebada de mate a un foráneo (ver sus reacciones al probarlo por primera vez, puede ser de lo más chistoso).

Esta infusión tiene un significado de reunión, del compartir, actúa incluso como catalizador terapéutico. Entibiar el corazón contándole nuestros problemas a un familiar o amigo, mate de por medio, es una costumbre bien argento. La frase “vení a tomar unos mates” suele estar teñida de confianza y cariño, logrando incluso acortar la brecha entre los desconocidos.

Ser argentino es aprender a vivir constantemente en época de crisis, y entre quejas y puteadas, saber aprovechar las oportunidades de cambio que se presenten. Y a pesar de lo mucho que reneguemos de la situación del país, somos orgullosamente resilientes, luchadores, no nos callamos nada, al contrario, gritamos todo.

El patrimonio cultural también incluye esas formas de ser características poco romantizables, idiosincráticas, que nos enseñan a vivir en estado de alerta, entre la resignación y la lucha quejumbrosa. Como todo país latinoamericano esa lucha se enfoca en el día a día, con la pretensión de lograr a la vez la fatídica hazaña de mejorar las cosas a largo plazo. Pero en el medio, uno debe ser capaz también de relajarse, divertirse (por ejemplo, a través del fútbol, o del asado y los mates con la gente querida), entretenerse con otra cosa que le haga olvidar por un rato, que nació en un país que nunca la tuvo fácil, pero que después de cada caída se sacude el polvo, sin dejar rastros.

El argentino tiene fama de orgulloso, de pecar de soberbio hasta rayar en la arrogancia. Pero la necesidad de enfrentarnos a un medio hostil nos hizo cubrir la cebolla con capas extra, para poder aguantar con firmeza el filo de ese cuchillo que tiene tantos nombres como males padecidos:

colonización, dictadura, neoliberalismo, despotismo, inflación, precarización laboral, desigualdad social, hambre (de comida y de justicia), corrupción y varios etc más. Esa descripción podría aplicarse tristemente a cualquier país sudamericano, y cada uno ha encontrado su manera de hacerle frente.

La nuestra fue justamente esa: hacernos notar, escudados bajo la creencia de ser los mejores en muchas cosas. Es que la dura realidad del país nos tira constantemente para abajo, pero nosotros, como tercos que somos, insistimos en salir a flote cada vez, con la cabeza bien en alto.

Y es que somos como un globo que se infla a punto de explotar. Todo ese aire lo hace subir rápido, con ese vértigo de saberse frágil ante el más mínimo pinchazo, pero aun así, no deja que ese miedo le impida llegar bien alto.

Eso es ser argentino. Eso y muchas cosas más…

Dia 6 - Lunes festivo 2020 Ph: Juan Carlos Quenguan Acosta

Dia 6 - Lunes festivo 2020 Ph: Juan Carlos Quenguan Acosta

Dia 6 - Lunes festivo 2020 Ph: Juan Carlos Quenguan Acosta

This article is from: