6 minute read

Un viaje en navidad

Next Article
Ser argentino

Ser argentino

Con mi burrito sabanero voy camino de Belén Con mi burrito sabanero voy camino de Belén Si me ven, si me ven, voy camino de Belén Si me ven, si me ven, voy camino de Belén

Farolitos en el cielo Poco a poco van naciendo Farolitos en el cielo Poco a poco van naciendo Como nace el sentimiento Por las calles de mi pueblo Como nace el sentimiento Por las calles de mi pueblo

Advertisement

Suena a lo lejos en mi cabeza mientras me despierto con un calambre en la pierna derecha y la espalda dolorida en el asiento trasero del carro de mi padre. Suspiro y miro por la ventana mis amadas montañas colombianas. La carretera está repleta de carros en otro año más de viajes decembrinos, de reuniones familiares, de comida por doquier. Las lucecitas en las casas sobre la vía adornan el paisaje. De pronto, mi mamá cambia de emisora y en la radio suena esta canción:

Corazón que canta Corazón que sueña Lleno de esperanza En la Nochebuena

Mi madre comienza a llorar, las navidades sin la abuela han dejado de ser alegría y esperanza, y han dejado un vacío melancólico en su corazón. Ya no es la misma desde hace cinco años: su mirada ahora guarda un brillo nostálgico y una cascada de lágrimas siempre la acompañan cuando adorna la casa y hace la navidad. Solamente un año no quiso decorar, pero las tradiciones familiares difícilmente mueren y están tan ancladas en nuestra vida que a último momento mi mamá dejó la casa como un museo navideño al igual que todos los años. En un solo día organizó todo con una copa en la mano, música a todo volúmen, natilla, buñuelos, hojaldres y arroz con leche. Un año después no pudimos comer porque mi tía con alegría y emoción esparció pimienta roja en vez de canela antes de servirlo ¡Un total desastre!

Mientras limpia sus lágrimas, mamá pide una ronda de villancicos y comenzamos a hablar de la navidad, su época favorita a pesar de todo. Los recuerdos invaden el ambiente, comenzamos a hablar de los largos recorridos y paseos para ver los alumbrados en la ciudad, aquellos por los que nos aguantabamos horas y horas de trancones no solamente en Bogotá, sino en cada pueblito y ciudad por la que pasábamos, haciendo una parada obligatoria en Medellín, la ciudad con los alumbrados más lindos, según nosotros. Comenzamos a especular sobre cómo serán este año. Claro está, nos advierte no mirar en internet las fotos de cómo ha quedado. Recordamos las navidades pasadas, con los tamales de la abuela, que hasta ahora nadie ha podido cocinar igual. Hablamos de aquella vez en la que bromeamos en la entrega de los regalos cuando metimos los presentes dentro de ollas, medias y objetos feos para ver la cara de decepción de quien los abrían y luego ver la cara de sorpresa cuando descubrían la verdad. Recordamos con alegría al abuelo, que ya no está con nosotros, arrastrando la maleta cuesta abajo en las faldas Manizalitas y su alegría al

quemar el año viejo. Definitivamente la navidad es la época más linda del año; hay unión familiar, regalos, mucha comida ¿A quien no le hace feliz la comida?, música, reuniones, decoraciones, descanso y viajes. Para qué más.

Comienza a sonar el villancico favorito de mi primo, el que siempre canta a todo pulmón incluso cuando ni sabía hablar bien y solo cantaba las sílabas finales de cada verso y todos comenzamos a cantar:

Tuki tuki tuki tuki, tuki tuki tuki ta Apurate mi burrito que ya vamos a llegar Tuki tuki tuki tuki, tuki tuki tuki ta Apurate mi burrito, vamos a ver a Jesús

Paramos en un potrero vacío y estacionamos el carro. Mi tía saca la bolsa de pan Mariquiteño que compraron en el camino y el fiambre, el mismo que la abuela preparaba cuando íbamos a viajar: carne seca, arroz, plátano, papa y yuca sudadas, todo envuelto en hojas de plátano. No les puedo describir el sabor de esto: es la gloria. Lo extraño es que no sabe igual si te lo comes en otro contexto, creo que el sabor lo da el hambre del viaje, el regalarnos ese espaciecito en medio de la carretera para bajaros del carro, estirar las piernas, sentarnos en el pasto y compartir un pedacito de la tradición familiar. Es un momento único y muy especial. Tras comer, mis papás ven un chamizo muy lindo en el piso bajo un árbol ¡Es el tronco perfecto para nuestro arbolito de este año en la finca! Lo toman y lo montan al carro. Mamá ama decorar chamizos en navidad. Los forramos con algodón y los decoramos con bolitas navideñas, arlequines o pajaritos según la temática que hayamos escogido, este año decoramos con búhos blancos.

Ya en el carro yo me quedo dormida, comienzan las curvas para llegar a Manizales y ese mareo no se lo aguanta nadie. Tomo del piso la maleta en la que vienen las casitas, el niño Dios, los reyes magos, el buey, el burro, la Virgen María y San José para armar el pesebre en cuanto llegue-

mos. Abrazo la maleta, como si tuviera el tesoro más preciado y me duermo. A pesar de que no soy católica, este tipo de cosas significan mucho para mí porque me unen a mi familia.

Mi hermana me despierta en un pueblito, nos vamos a bajar a comprar cucos amarillos para el 31. Antes de salir de Bogotá no tuvimos tiempo de comprarlos y son un infaltable para esa fecha. Mientras hacemos la compra le cuento el sueño que tuve: Estábamos armando el árbol de navidad más grande que se puedan imaginar, yo era la encargada de poner la estrella en la punta y había escalado no se cómo hasta la cima y justo cuando iba a ponerla en la punta me caigo, siento un vacío enorme al caer y veo toda la ciudad decorada con lucecitas doradas. Algo que me habría gustado ver en mi Bogotá este año, en el que no sucedió a parte de los centros comerciales y las casas.

Recordamos que a una de mis tías le encantaba prepararse para el 31 haciendo un gran mapa de sueños en los que hacía un collage, con recortes de revista, decoraciones, fotos y escritos: todo lo que quería para el año venidero. Nos ponemos tristes, este año mi tía se nos fue, sin siquiera tener tiempo de despedirse.La pandemia se llevó mucho más que la libertad de estar en la calle sin tapabocas, que las grandes reuniones y la “vida normal”. Comenzamos a pensar en nuestras navidades juntas. La tristeza se disipa por los bellos recuerdos. Lo cierto es que cualquier esbozo de caos y amenaza provocado por el COVID se ve opacado por la navidad; una época eternamente bella en la memoria colombiana, claro está a excepción de ese recuerdo oscuro en la memoria de nuestro país, especialmente en el del pueblo nariñense tras la Navidad Negra de 1822.

Un regalo de reyes

VAC

V I D A A R T E C U L T U R A

This article is from: