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Mikel Jaso: grafista Grafista experimentado en prácticamente todos los terrenos (a destacar sus trabajos en prensa para La Vanguardia, Público o The New York Times), Mikel Jaso ha querido abrirle la puerta a un trabajo más personal. Primero fueron sus “caprichos”, selección de imágenes que, a modo de cuaderno de bitácora, ha ido colgando online, a razón de casi una por día: toda una declaración de principios y un compromiso con una determinada manera de entender la imagen. Recientemente, ha expuesto obra gráfica en la sala Visions de Barcelona. Su exposición abre un territorio de experimentación en la que hay cabida tanto para la ironía o la sátira, como para la lírica. Son imágenes que recuerdan a los koans, esa especie de adivinanzas que utilizan los maestros zen, como aquella que reza: “¿qué sonido hace el aplauso de una sola mano?” (la solución, al final del artículo). Texto: Carlos Díaz
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Si escribes en Visual y te dedicas a entrevistar ilustradores y diseñadores que trabajan en Barcelona, puedes estar seguro de que llegarás a conocer el barrio de Gràcia como la palma de tu mano. Y si en este ir y venir por sus calles estrechas y sus placitas con terrazas, niños con pelota y perros sin correa, han pasado prácticamente dos décadas, habrás sido testigo de la transformación de un barrio que un día fue popular y hoy –quizá sin dejar de serlo– se ha convertido en uno de los exponentes de la Barcelona más cool. En un radio de calles abarcables en cinco o diez minutos a pie, se encuentran los estudios de Enric Jardí, Andreu Balius,
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Compañía, Pati Núñez, Carmelo Hernando, Extra! o Eumogràfic, por citar sólo algunos. Pero ésta es, de alguna manera, una ruta secreta del diseño. Más accesibles a la vista del paseante son las sofisticadas tiendas de ropa o bisutería, los restaurantes étnicos y las exquisitas panaderías que convierten el pan en un capricho. Junto a tan pujante modernidad, no es difícil dar con auténticas reliquias de lo que alguna vez fue el pequeño comercio de la capital catalana: pequeñas y lóbregas bodegas de agrio perfume, colmados que lo mismo te venden un kilo de detergente que unas chucherias (regentados por autóctonos que todavía no han traspasado el negocio a
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algún laborioso pakistaní), mercerías en las que sin duda podrías comprar aquellos calzoncillos amplios y acogedores que eran el último grito en 1960 y algún que otro bar, resistente al invasor, donde más de uno echó los primeros dientes y perdió los últimos sin quitar el codo de la barra, caña en mano, impasible el ademán. Es en este barrio, entrañable y ajeno, donde hemos quedado con Mikel Jaso. Muy cerca de la Plaza de Gato Pérez, se encuentra Visions –una sala capitaneada por la incombustible Araceli Costales– que funciona tanto de galería y laboratorio de ideas, como de escuela de dibujo e ilustración.
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Este es nuestro punto de encuentro, aprovechando que una muestra de la obra gráfica de Mikel está aquí expuesta durante todo el mes de julio. Imposible no recordar la vieja metáfora del cartel y el puñetazo en el ojo, cuando uno entra por primera vez en la exposición, porque la sensación es la de recibir una auténtica lluvia de golpes en las gafas (una instintiva y rápida mano comprueba la integridad de las mismas y todo queda en un susto retórico). Los trabajos de Mikel tienen la precisión comunicativa de un pictograma, la frescura de una pintura pop y, sobretodo, la evo-
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cación y la fuerza emotiva de un poema visual. La paleta cromática es tozuda y estrictamente reducida: abundan los fondos blancos (rotos) y amarillos (sin romper, de cuatricromía, nada de medias tintas) y el siempre eficaz diálogo entre el rojo y el negro. Cierra la paleta, en apariciones puntuales, el cian. Son imágenes que han surgido al albur de diversos vagabundeos creativos. A veces rescatadas de una ilustración de prensa, a veces como resultado colateral de otros procesos de trabajo, a veces fruto de la inspiración del momento. Algunas, nos informa el autor, han sido creadas durante los preparativos de la exposición.
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Aunque Mikel dice que el encabezado de su web es ya toda una declaración de principios –”Mikel Jaso: grafista”–, lo cierto es que de todos sus trabajos, los que han tenido mayor visibilidad han sido, por razones obvias, las ilustraciones de prensa. No en vano ha tenido épocas en las que realizaba dos ilustraciones diarias en periódicos como Público o La Vanguardia. Una época que Mikel recuerda como muy intensa. En la actualidad, publica una media de quince ilustraciones al mes. Esto ha hecho que algunos le tengamos clasificado en los favoritos de nuestro navegador dentro de la maleta “ilustradores”.
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La ilustración de prensa es un medio caracterizado por la rapidez, donde, como puntualiza Mikel, escasea la posibilidad de una segunda mirada. En la mayoría de los trabajos gráficos uno tiene la posibilidad de fijar con una chincheta en el corcho de la pared una impresión del proceso, de dejar en suspenso una solución que será retomada tras la pausa de la comida o al día siguiente. Para un perfeccionista como Mikel, tener que hacer esta segunda mirada sobre la ilustración ya publicada, a veces puede resultar incómodo, porque emerge nítidamente aquel detalle que, a su juicio, se echa de menos o de más de una manera clamorosa.
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Pero no olvidemos que, frecuentemente, el autor es la persona menos indicada para juzgar su propia obra, a veces por un exceso de autocomplacencia (seguro que conocen algún caso), a veces por un exceso de autocrítica. Éste último es el caso de nuestro entrevistado, a quien uno se imagina como un finísimo arquero sólo dispuesto a dar por buenos aquellos tiros en los que la flecha se clava en el centro exacto de la diana. Es especialmente interesante comprobar como, cuando una imagen ha sabido dar en el blanco, es capaz de seguir funcionando, incluso con más fuerza y en distintas direcciones, desprendida de su contexto original. Un
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ejemplo: una de las imágenes de la exposición nos presenta una silueta femenina dando un salto coreográfico, con la peculiaridad de que en su mano derecha sostiene una bola de hierro que se prolonga en una cadena y un grillete encajado en uno de sus tobillos. Se trata de una imagen que conjuga con mucha sabiduría los contrastes. Por una parte, el mensaje que transmite es muy duro, pero la representación formal es especialmente delicada; por otra, la ligereza del salto entra en contradicción con el –imaginamos– peso extremo de la bola (una bola que sostiene con una sola mano, sin esfuerzo: otra paradoja). Dos ámbitos, como mínimos alejados, se dan cita: la pri-
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sión y la danza. Retóricamente, confluyen varios recursos: la desaparición de rasgos físicos de la bailarina la convierte en un icono universal (regla número uno de todo buen pictograma), mientras que un elemento claramente inverosímil –la bola– exige ser leído en clave metafórica. Sin embargo y dado que la metáfora cuenta con la previa complicidad del espectador, estaríamos hablando más bien de un símbolo. A partir de aquí, las posibilidades de interpretación se disparan en innumerables matices. Se trata de una de las imágenes de la exposición rescatada de una ilustración de prensa. Cuando fue publicada, acompañaba a
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un texto en el que se denunciaba la dura disciplina a la que son sometidas las gimnastas chinas. Es decir, lo que en su día fue una ilustración que daba justo en el centro de la diana de una anécdota particular, descontextualizada adquiere la fuerza de un símbolo que podría ilustrar muchísimos más conceptos, invitando a cada espectador a desarrollar su propia lectura. En parte para fomentar esta dinámica, Mikel ha decidido no poner título a ninguna de las piezas de la exposición. A él le gusta que sus trabajos tengan vida más allá del contexto en que nacieron. En cierto sentido, es un modo de afirmar la propiedad sobre la propia obra. Un ilustrador
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siempre es propietario de su trabajo, ya que cobra en concepto de la cesión de derechos de reproducción, algo que no suele suceder, por cierto, con el diseño gráfico. Pero él insiste en que es un ilustrador accidental y le emocionan más los libros de carteles que los de ilustración. Es muy posible que, en realidad, estemos hablando de lo mismo. De hecho, algunos de sus referentes en el mundo del diseño –durante la conversación sale a relucir el nombre de Isidro Ferrer más de una vez– van en esa línea: lo que en alguna ocasión se ha denominado diseño de autor y que no deja de ser la continuidad de una manera de concebir la comunicación
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–paralela a la línea ortodoxa– presente en toda la historia del diseño gráfico, con la que podemos relacionar nombres como Cassandre, Savignac, Saul Bass, Paul Rand, Jan Lenica, Milton Glaser o –más cercano en el tiempo y el espacio– Peret (otro referente importante para nuestro entrevistado). Hemos comparado a Mikel con un arquero, pero también nos viene a la cabeza la figura de un concienzudo orfebre o la de un paciente tallador de piedras preciosas. Sus imágenes funcionan como haikus: un lugar donde el breve encuentro entre lo inesperado da como resultado la máxima capacidad expresiva contenida en la mínima expresión.
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Como él mismo subraya, son imágenes concebidas un poco como pictogramas, donde si hay algo que sobra, es eliminado sin contemplaciones. Nuestra conversación con Mikel ha comenzado a primera hora de la tarde de un caluroso día de julio barcelonés. Aunque hubo una primera pregunta para romper el silencio que siempre se produce al pulsar el botón de Rec de la grabadora, lo cierto es que no se trata tanto de una entrevista, como de una conversación entre viejos conocidos. Cuando el calor se hace insoportable, llega el momento de visitar el bar de la esquina, magnífico local que no desmerecería en
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las calles de La Habana, con sus ventiladores de techo y su densa y húmeda penumbra tropical (y alguno de esos parroquianos a los que hacíamos mención en el segundo párrafo de este artículo). A pie de barra, con unas cervezas razonablemente frescas ante nosotros, Mikel me explica, entre otras cosas, cómo todos esos trabajos expuestos han sido un reencuentro con el placer de experimentar, de jugar con el azar y trabajar las imágenes “a fuego lento”. Llegados a este punto, es importante aclarar que no estamos hablando de una exposición de ilustraciones (algo que resulta-
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ría contradictorio en sus términos), ya que todas y cada una de estas imágenes, sea cual sea su origen, no pretenden ilustrar nada, no son subsidiarias de ningún otro contenido que no sea el que cada espectador encuentre en ellas mismas. Se trata, en definitiva, de una colección de imágenes perfectamente asimilables en un contexto artístico. No en vano, Mikel ha firmado a mano todos y cada uno de los ejemplares de un tiraje que ha puesto a la venta online. Otra de las características que singulariza a estas imágenes es que en ellas hay mucho corazón, como gráficamente nos explica su autor. Dado que se trata de una
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autoedición, el grafista Mikel Jaso –acostumbrado a rendir cuentas ante las necesidades, a veces tiránicas, del encargo– puede dejar que fluyan libremente cosas que, de otro modo, no habrían pasado el filtro de la autocensura. Encontramos incluso propuestas catárticas, como ese Sometimes I need to be frivolous tipografiado en punto de cruz: una irónica reacción a las muchas horas que Mikel ha empleado en ilustrar sesudos artículos sobre economía o los sangrantes y sangrientos conflictos de Oriente Medio. A la entrada de la exposición hay una proyección de imágenes que corresponden a los llamados “caprichos de Mikel”. Se trata de
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imágenes que nuestro entrevistado va colgando en una página de internet, a manera de cuaderno de bitácora. Con regularidad variable –no más de una al día– Mikel aguza su instinto de cazador y, como ejercicio personal, captura imágenes que, de otro modo, desaparecerían o quedarían ignoradas. Para entender la filosofía de estos caprichos, el autor nos propone un ejemplo cotidiano: es como cuando te pones a jugar con los restos de comida que quedan en el plato y compones una cara y luego la camarera lo retira y esa imagen desaparece para siempre. Sus “caprichos” pretenden rescatar del olvido esos pequeños chispazos visuales y son, en
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definitiva, una declaración de principios en cuestiones gráficas. A veces son imágenes encontradas (la última, mientras redacto estas líneas: una cabeza disecada de un jabalí medio albino, que parece esbozar una sonrisa post-mortem), a veces son pequeños apuntes visuales o sencillas piezas de collage (exquisita la titulada Pasa{el}tiempo: un fragmento de crucigrama recortado de tal modo que recuerda a una calavera). El invierno pasado, Mikel residió durante tres meses en New York. Este periodo le sirvió, entre otras cosas, para reencontrarse con las posibilidades del collage. Una
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herramienta muy útil para los esclavos de su propio perfeccionismo. Así Mikel se impuso la condición de trabajar más atento a los materiales, con el material gráfico que encontrara in situ. Y el azar prontó le deparó montañas de New Yorkers tirados en la acera, esperando la llegada de algún artista aquejado de un incipiente síndrome de Diógenes. Como señala Mikel, el ordenador te da la posibilidad de dejarte llevar por tus prejuicios y someter tus composiciones a la dictadura de lo verosímil. En cambio, el collage te obliga a jugar con elementos diversos que están fuera de escala. Aprender a trabajar con
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estas limitaciones, te proporciona una frescura que muchas veces se pierde con el uso de la tecnología. La exposición que hemos visitado junto a su autor en la sala Visions se nos antoja como una especie de resumen de lo que ha sido la trayectoria de Mikel Jaso hasta el momento. Sus caprichos nos dejan entrever muchos caminos apenas esbozados por los que quizá quiera aventurarse en el futuro: él y los espectadores de sus obras, a los que siempre nos queda la última palabra y el aplauso. Por cierto, dicen que cuando se aplaude con una sola mano, se escucha… l