#9 Octubre 2013
cuarto oscuro
En los sete
respirar a
era impo
lancolĂa
una bi
inseg
curo
sim
ci
b
editorial “La política no es el ejercicio del poder y la lucha por el poder. Es la configuración de un espacio específico, el recorte de una esfera particular de experiencia, de objetos planteados como comunes y como dependientes de una decisión común, de sujetos reconocidos como capaces de designar estos objetos y de argumentar sobre ellos” (J Ranciere)
enta la infancia se sentía en medio de un ambiente autoritario que intentaba
algo de magia y aventura aunque con sabiduría de infantes se sabía que eso
osible. La marca que dejó esa vivencia es una especie de condena a la me-
a soterrada y permanente. Jugar al cuarto oscuro era la manera de trasponer
isagra para transgredir ese estado; provocaba adrenalina, miedo, aventura,
guridad y vacilación al mismo tiempo. Con el tiempo y la edad, el cuarto os-
o se sostuvo como práctica de la democracia. En él, ejercitamos una manera
mple y sana de hacer política y nos hacemos grandes a fuerza de practicar
ierto coraje infundado. En el cuarto oscuro tomamos decisiones sin saber
bien que pasará, tenemos perspectivas pero no una bola mágica. En el cuarto oscuro se nos vuelve real asumir que somos incapaces de certezas, que hay que elegir algo y jugarse por ello.Entre el cuarto oscuro de niña y el cuarto oscuro de grande se me juega la vivencia de la historia personal y colectiva, como memoria, recuerdo y como rudimento básico de un impulso a hacer política para escapar de esa melancolía existencial. Mas o menos de esto se trata este número. Se suman como siempre: La vivencia de otros sujetos, otras historias, otras memorias y otras decisiones.
FPV
Aprender a ser todos los que han sido: Amas de casa y sargentos y pioneros. Pedro, Vishnu y Kropotkin. O, para los que no soportan los documentos, el 225 para sanar penas. Aprender a ser, y ser, todos los que han sido. Caminar al tiempo mientras aguanten los celadores tapando las ventanas con papel de diario.
Leandro Bosco
AUToPISTA Temerle al fuego, deberías aprehender de tus viejos comentarios. Describirte, como siempre. Ahora, puntualmente, con minúsculas. Con oraciones cortas. En diferentes coordenadas en distintos países. Con palabras sueltas. Luxado./ Piensa acaso en esa unidad clave gramatical; el dispositivo sin un sentido completo, no expresando nada si no se combina con otros…/ Ridículo. Cortante… con puntos suspensivos. Decantado del flujo perpetuo de la cadena de los sitios del conjunto del predicado./ Adquirir el grado de oscuridad necesario que justifique el peligro eventual, ya sea producto de la imaginación o propio de la realidad. Como los precipicios, el mareo en el canal de la calle 25 de mayo. Su desconfianza: a la arista, al canto, al margen. A las comas./ Al teléfono está Juana. Le aclara: …porque no se puede porque no lo entiende. De ninguna manera… blablabla… Descargando una frase matadora, haciéndose el informado en tono serio. Jajajjajaj -se ríe. Entonces lo piensa por segunda vez consecutiva, antes de cortar, en el patio, con música auténticamente accidental./ Se hace cargo, al principio fue convocar las consonantes, antes que se integraran en un grito./
En un momento oficiaba como pastor. Aprovechando la capacidad de reconocimiento./ Entonces me acerco para comprobarlo…. porque su verdadero oficio es el de rapsoda cantor en noches bolicheras. Las guerras de canciones le permitieron memorizar fragmentos exclusivos y las patentes de los vehículos: asociaciones primitivas tipo crucigrama./ El caso lo siguió el doctor, un estudiante y un vecino. A modo de confesión. Sin embargo las evocaciones lo aburren recientemente./ Por último, tenía que asistir a la reunión y no fue porque hacía mucho calor… el mecanismo había funcionado. El sobresalto ante la mínima chispa era inminente, hermanos./ Así lo encuentran: en el cuarto oscuro, preparando un intento metafórico frustrado sin luz roja ni de otro color. Introduciendo el negativo en el espiral que lleva las marcas de su propio elemento.
Roberto Accidente
Votos y Botas Un residuo de la tortura, de la era Hardware del mundo, de la Santa Hermandad, Torquemada for dummies: el cuarto oscuro. El lúdico perverso de la niñez, azota con zapatillas, cables, puños, patadas, un cíclope de doce años, un cíclope miope, un cíclope cual Golem, que se largará a llorar y caerá rendido. Entrar es nacer/someter/se al flagelo puro de las fuerzas vivas y al ataque de un Judas postrero, dagas hechas de cuero y semen, podrían acabar rápidamente con tu integridad moral. Resabio cotidiano de la Torre de Londres, suele (hiede y sirve para) ser letal: aquí se emite y se duerme, hay pánico ante los votos y las botas,
que nos recuerdan aquellas noches gloriosas de fusiles y pelotas.
Julio Fernandez Pelaez
Conjetura sitial de un cuarto oscuro. Especulaciones sobre la querella entre poder escópico e igualdad democratica. a) Introducción. Un cuarto oscuro es en primer lugar, antes de cualquier consideración que podamos realizar sobre el mismo, simplemente un espacio. Los hay en los estudios fotográficos para revelar imágenes, los hay de vez en vez en las escuelas para emitir sufragios, los hay en algunos antros nocturnos para evitar ver y evitar ser vistos cuando las manos mandan. En este escrito vamos a referirnos al segundo de ellos, que también es cuarto. Salvedad de método: no vamos a hablar de él directamente. Por el contrario, vamos usar una metodología de asedio para pensarlo. Vamos a recorrer el espacio que lo circunda de manera desordenada y torpe con el objeto de rodearlo y comenzar el sitio. Describirlo por lo que no es. Pregunta: ¿Qué hay antes del espacio cuarto oscuro? Para después: ¿Qué habrá más allá de él? b) ¿Qué hay más acá del cuarto oscuro? Antes del cuarto oscuro hay una muchedumbre de gente debidamente ordenada en filas. Una muchedumbre que se impacienta con paciencia, que desprecia lo que va a elegir, que farfulla sobre la cercanía del almuerzo dominguero, sobre con quién dejar a los chicos el lunes que no irán a la escuela por desinfección, o sobre los privilegios que resultarían del ingreso como concejal del fulano vecinito del barrio, o sobre la irritación que ese mismo hecho genera. Antes del cuarto oscuro, porque en las filas, cualquiera sea su naturaleza, algo de los más bajos subsuelos de la condición humana suele expresarse, hay gente que masculla sobre las chinitas caraduras que van con niños seguramente prestados en brazos o directamente embarazadas con el solo objeto de escu-
rrirse sin vergüenza y sin esperas al primer puesto de la hilera, que mascullan sobre la imperiosa necesidad de reducir el gasto público del zoológico y del sistema penitenciario alimentando a los feroces animales que están tras de las rejas con la jugosa carne viva de los presos, que mascullan, en fin, con un para nada dadaísta asco, sobre todo cuánto, cómo, quién y cuándo de la vida que da rabia y también sombría fuerza motriz para seguir mañana. Sin embargo, también antes del cuarto oscuro, entre muchedumbres ordenadas, gendarmes aburridos, multitud de atentos fiscales, sanguchitos de milanesa, autoridades electorales y mensajeros de correo, una pizca de pueblo aguarda su turno para ser soberano. Mientras tanto, en ese territorio previo que rodea al cuarto oscuro, es la mirada del otro la que ejerce la soberanía. El poder de la mirada del otro. Esa extensión del cuerpo del otro que nos examina, nos interpela, registra documentos y correspondencias, y que a veces, incluso, normalmente fuera del tiempo en que hay elecciones, puede rodearnos como un enorme puño y apretarnos del cuello. Debido a esa soberanía previa de las miradas es preciso que recordemos que antes del espacio cuarto oscuro, inaugurado en 1916, fue también el voto; el mismo voto fútil y fundamental de un individuo del hoy, pero perfilándose, para el caso, bajo la forma de voto cantado en la plaza pública. Es decir, antes del cuarto oscuro están el peón de tanta estancia, el inquilino de tant o s
conventillos, el inmigrante rabdomante de tantas pampas, el busca sempiterno de tantos puertos, pronunciando viva voce sus menudas voluntades políticas frente a la autoridad electoral dispuesta por el decimonónico estado argentino que fundaron Mitre y Sarmiento. Antes entonces, está también el oscuro barrio popular de criollos e inmigrantes pobres que con su voto se hacen parte de una pequeña parte de la enorme articulación de voluntades, prácticas e instituciones que diariamente hacen de la múltiple heterogeneidad humana que habita estas pampas, una totalidad social. En consecuencia, antes del cuarto oscuro encontramos sencillamente un voto under pressure. La microscópica partícula de decisión que se expresa en un voto se realiza bajo la mirada atenta de los otros; esa extremidad del cuerpo del otro, del poder del otro, que aparece cuando el voto es cantado en la plaza pública frente a los ojos del patrón, del pensionista, del oficial de justicia y de los esbirros que presencian la escena. La posibilidad de ser arriado como perro cimarrón a prestar servicio a la milicia de frontera impregna el ambiente electoral del novecento. Prestar servicio en la milicia, terror de la peonada, era en la época el pasaje seguro al hambre, al frío y a los trabajos forzados. El pasaje seguro a la ausencia agobiante de siluetas femeninas en kilómetros a la redonda. Y finalmente, pero no por ello menos importante, el pasaje seguro a la posibilidad cierta de muerte en los reiterados enfrentamientos que mantenían, munidos de un precario pertrecho militar, con las temibles incursiones guerrilleras de la indiada sublevada que resistía por el sur. Así funcionaba el sistema electoral en
la argentina del siglo diecinueve, bajo la hegemonía del proyecto civilizador que instauró el liberalismo unitario finalmente vencedor de las guerras civiles. Frente a esto, el cuarto oscuro fue una conquista de la democracia. En la argentina tomó entidad material recién con la Ley Saenz Peña de 1912 que sancionó el secreto del voto y su universalidad (del universo de hombres mayores de 18 años: las mujeres tendrían que esperar hasta 1949 para pasar a formar parte del universo). El cuarto oscuro fue entonces, y de algún modo todavía es, el intento político de generar un espacio (el cuarto de empapeladas ventanas), en un momento particular (el día de las elecciones), para que la democracia pueda aparecer en medio de una sociedad no democrática. Es un modo de sustraer el pequeño gesto decisorio del voto plebeyo a la mirada del otro y al poder que en ella se efectúa. Es decir, es una construcción institucional cuyo objeto es suspender por un instante y en un territorio específico (espacio y tiempo son las dos coordenadas por las que circula el poder en la superficie de la vida social) la estructura de poder real de la sociedad, las asimetrías no democráticas que la atraviesan para que alguna forma de igualdad democrática pueda tener lugar. Se trata de una forma de inscripción particular de la igualdad en sociedades que son estructuralmente desigualitarias. c) ¿Qué hay más allá del cuarto oscuro? Más allá del cuarto oscuro se encuentra la promesa igualitaria de una plenitud democrática. El sueño de vivir en una sociedad donde la libertad sea finalmente posible: una sociedad de iguales. Esa promesa de igualdad que habita silenciosa en un cuarto oscuro aparece hecha cuerpo en nuestra historia más de una vez bajo la forma del pueblo. Vistiendo distintos ropajes políticos e ideológicos, siguiendo formas organizativas de lo más diversas, articulándose en torno a problemáticas y demandas concretas de lo más disímiles, el influjo democrático de lo popular ha poblado con intermitencias, pero de manera persistente, la intrincada articulación de eventos que constituyen nuestra historia. Si miramos con estas coordenadas nuestro pasado, puede distinguirse de modo notorio una corriente democratizante subterránea (o de superficie, para el caso es lo mismo), que en diversos periodos hizo eclosión y fue empujando las fronteras y es tructuras desigualitarias de la sociedad argentina para inscribir nuevas formas de igualdad. El empuje de estos procesos y el desborde
institucional que generalmente propiciaron muestra claramente que la promesa democrática excede largamente los límites espacio-temporales del cuarto oscuro, si bien se encuentra estrechamente vinculada a él como una de sus realizaciones más relevantes. Las masas y las lanzas montoneras de las luchas independentistas (su hito: el grito de Asencio de 1811 que dio origen al movimiento artiguista en la región litoraleña y las luchas que encabezó Vicente “el Chacho” Peñaloza entre 1862 y 1864 en los llanos del oeste), las batallas obreras emprendidas bajo el signo de organizaciones sindicales anarquistas y socialistas de fines del XIX y principios del XX (su hito: la patagonia rebelde entre 1920 y 1921), la irrupción plebeya en el Estado que se expresó primero en el yrigoyenismo y luego en el peronismo (su hito: la plaza del 17 de octubre del ‘45), la radicalización política de las juventudes sesentistas (su hito: el Cordobazo del ‘69), son todos momentos de una corriente profunda que puja por democratizar la sociedad argentina desde sus comienzos y que con éxito diverso fue dejando las marcas de su influjo democratizante a lo largo del tejido social. Si se recorre con una rápida mirada nuestro continente se puede reconocer rápidamente la singularidad de la sociedad argentina en relación a la extensión y persistencia de formas de servidumbre colonial que caracterizan a muchos países latinomericanos: aquí, muchas formas de desigualdad de las sociedades tradicionales se muestran, sino abolidas, cuanto menos, bastante más morigeradas que en el resto del continente merced a la profundidad que las luchas democráticas han mostrado; sin embargo, claro está, aún persisten las agudas desigualdades que reproduce la modernidad capitalista a nivel global. d) Recapitulando entonces: Tal como dijimos, el cuarto oscuro fue una forma de poner en suspenso las asimetrías de poder que caracterizan a la sociedad en un momento espacial y temporal específico. Fue una forma de poner en suspenso el poder de esa inasible, pero indefectiblemente material, extremidad del otro que es la mirada. Fue una forma de poner entre paréntesis el poder que allí se actualiza. Hoy transcurren tiempos en que una incontenible pulsión escópica anega los discursos de la seguridad, realizándose en el territorio, en la distribución de millones de ojos mecánicos a
lo largo de las geografías urbanas, y también en las subjetividades, que cada vez se muestran más aferradas a la confortable seguridad de ser vigiladas permanentemente. La cámara. Objeto de culto contemporáneo que nos salva de la amenaza del otro. De ese otro allí afuera; ese que puede llegar a violentarnos. Salvífica cámara. Humilde, persistente. Que también nos salva de ese otro aquí adentro, el que puede desbordar las certidumbres que proyecta sobre el mundo la composición de un yo; ese otro que puede desposeer nuestra experiencia y abrir paso al múltiple puro, a la pura dispersión sin unidad que finalmente rige el devenir de lo real. La pasión de las cámaras: expansión irrefrenable de la mirada del poder para asegurar los límites precisos del mundo. Frente a esto, el cuarto oscuro, conquista plebeya de comienzos del siglo XX, sigue rindiendo sus frutos. Aún garantiza la posibilidad de sustraer un momento del tejido social al examen panóptico que caracteriza la sociedad contemporánea. Sin embargo, las asimetrías
de poder, como el regreso persistente del mar cuando repasa incansable las formas de las rocas y va horadando su estructura, han logrado finalmente abrirse camino e ingresar subrepticiamente al cuarto oscuro. No se trata ya de la presencia intimidatoria del ojo ajeno, de la vieja mirada de aquellos esbirros, sino de un modo más sutil de puesta en acto del poder. El cuarto oscuro es perforado por las asimetrías sociales (es preciso reconocer que sólo en parte) porque los sujetos resultan portadores de esas relaciones de poder asimétricas; éstas últimas son constitutivas de la propia subjetividad de los votantes, entran con ellos al cuarto. Nos preguntamos aquí si acaso la tendencia conservadora que es posible conjeturar en la conducta electoral de los sectores más empobrecidos de la población no responde al altísimo riesgo que supone la incertidumbre de un cambio para quienes tienen lo justo para la sobrevivencia. Justamente, no es como suele decir la vulgata sociológica de los periódicos, el voto-colchón, el voto-nailonpara-el-techo, el voto-bolsónde-comida, lo que explica el
comportamiento electoral de estos sectores. En el cuarto oscuro nadie está mirando y tranquilamente se puede votar la opción política que se contrapone con aquella que supuestamente repartió mercaderías para obtener el favor popular. La tendencia conservadora que se manifiesta en esos votos se explica más bien por otros motivos. Cuando la inserción que un sujeto logra en la trama de poder que estructura la reproducción social (con su dimensión económica, política y cultural) alcanza sólo para garantizar condiciones mínimas de supervivencia, resulta evidente que lo que se pone en juego frente a la posibilidad de un cambio es mucho: es la posibilidad misma de sobrevivir la que se arriesga en el cambio. Resulta bastante esperable entonces, teniendo en cuenta estas coordenadas, que los sectores sociales que se encuentran en estas circunstancias le rehúyan a las grandes promesas de cambio y tiendan a reproducir el status quo. Es “razonable” que actúen así: las estructuras asimétricas de poder van con ellos, en su propia forma de vivenciar el mundo, hasta
el cuarto oscuro. O, en el mismo sentido, pero refiriéndonos a otro sector social: ¿acaso la pulsión tanática que muestran las clases medias cuando hacen abortar los propios procesos histórico-políticos que las crean no responde a la tensión constitutiva de su subjetividad; al hiato que se abre entre su realidad productiva y la representación que de sí mismas se hacen? La clase media, en buena medida, no más que el nombre de una neurosis que hace síntoma a partir de los hábitos pulcros y ahorrativos que exige la productividad contemporánea. Hábitos que habilitan la posibilidad de una vida próspera pero reprimida, alejada de los excesos de vida que solo saben llevar a la práctica los encumbrados aristócratas y, también algunas veces (cuando el bolsillo anda encinto), quienes pertenecen a los escalones más bajos de la pirámide social. Aherrojadas en su tensión constitutiva, las clases medias parecen haber perdido el presente y desvanecen sus vidas en el imaginario de un proyecto futuro. El presente en su plena expresión, como instante
pletórico de vida pertenece enteramente a las dos puntas de la estructura social. Solo a quienes el futuro no les depara algo nuevo (los pobres intuyen que seguirán siendo pobres, los ricos intuyen que seguirán siendo ricos) les está permitido el presente. El presente les pertenece por completo. Mientras, las clases medias rechinan los dientes espectantes, y hacen culto a la disciplina como puerta de entrada al futuro. Un futuro en cuya imagen se refleja la ilusión de alcanzar las formas de consumo burgués y evadirse, en esa misma operación, de las posibilidades de empobrecimiento que su condición de laburantes finalmente alberga. Tampoco aquí es el “voto-licuadora”, el “voto-aire-acondicionado”, el “voto-cuota-del coche” aquello que puede explicar acabadamente la conducta electoral de las clases medias. Su conducta, intensamente fluctuante en términos de preferencias electorales, está relacionada con esa tensión constitutiva de su imaginario. Es por ello que aquellos proyectos políticos que han cifrado sus esfuerzos en la expansión del mercado interno a través del consumo y que, por eso mismo, implementaron políticas que centralmente fortalecieron las clases medias, fueron, sin embargo, abandonados al poco andar por estas últimas. Claro, con la repartija de recursos que estos procesos generaron, los sectores populares también ligaron algunos pesos y la promesa de la movilidad social ascendente pareció comenzar a realizarse. Y hay que comprender que esta última situación pone en cuestión todo el imaginario que sostiene la disciplinada vida de las clases medias: el pequeño burgués se subleva y vomita su flamígera blenorragia cuando atisba el ascenso social del pueblo oscuro. Exigimos un cambio de rumbo -gritan irritados- ¡basta de regalos!, ¡basta de planes descansar! Cuando el tipo que está más abajo en la escala social accede a algunos bienes que anteriormente resultaban distintivos de la buena vida de clase media, las ficciones que justifican el abandono del presente y la imposición de disciplina orientada al futuro pierde sustento material. Se pone en crisis entonces la propia identidad subjetiva de quienes pertenecen a las clases medias. La respuesta reactiva no se hace esperar: hay que defender el relato, hay que defender los valores centrales de la argentinidad (v.g. los valores occidentales y cristianos, la familia, los valores republica-
nos de la república sarmientina y también del primer Alberdi). El votante de clase media es arrastrado por estas contradicciones en el cuarto oscuro en un torbellino fluctuante de preferencias. Hoy apostamos aquí, mañana por allá. Un pase mágico y nada por aquí, nada por allá. Como hemos visto en estos dos ejemplos, el poder ha encontrado formas de hacerse presente en el cuarto oscuro a través de las marcas que ha dejado en la propia constitución subjetiva de los individuos. Sin embargo, tal como dijimos antes, el cuarto oscuro aún sirve para interrumpir, al menos en parte, la trama de asimetrías de poder de la sociedad. Todavía conlleva el establecimiento de un momento democrático, es decir de un momento igualitario de ejercicio de la libertad, en una sociedad que no lo es. Por esa razón, porque la sociedad que rodea la igualdad que propone el cuarto oscuro es desigualitaria es que hay que volver permanentemente a su más allá: a la promesa democrática; y a su fuerza genética: esa larga tradición de luchas plebeyas por la igualdad que han surcado nuestra historia. El cuarto oscuro es condición necesaria, pero no suficiente para la igualdad. Sin él, las posibilidades para una expansión de la vida democrática se vuelven más peliagudas. Solo con él, podríamos acabar en una democracia devenida mero ritual institucional de reproducción electoral de las desigualdades vigentes. La clave de nuestra democracia está en
sostener y defender las marcas democráticas que el empuje igualitario de las masas ha dejado en nuestra sociedad, sin olvidar, sin embargo, que de lo que se trata cuando de democracia estamos hablando, es de renovar la lucha por inscribir nuevas formas de igualdad a lo largo y a lo ancho del tejido social. El cuarto oscuro implicó en su momento la inscripción de una igualdad (la de elegir libremente a los gobernantes). Hoy es una herramienta necesaria para inscribir nuevas igualdades. Pero resulta necesario recordar que el motor de esas inscripciones fue siempre el impulso que las crecidas plebeyas tuvieron, desde los comienzos de la vida argentina, por democratizar la sociedad. Será cuestión de estar atentos para saber por dónde es que ahora el río viene sonando. Aquella vez, en 1912, fue el cuarto oscuro; fue la creciente popular que desbordó los límites del régimen oligárquico y fundó un cuarto oscuro sobre las ruinas de la desigualitaria práctica del voto cantado. Siempre se trató, en mil novecientos doce y hoy también, de la vieja pasión de poner en práctica, más allá de las formas históricas que el río adopte, ese sorprendente afecto plebeyo por devenir, sencillamente, un canto rodado.
manuel cuervo
Josefina Far h
at
Tengo que tomar la decisi贸n, de separarme o no, mientras entro al cuarto oscuro todas las noches desde hace un mes. Minutos, horas, en su lista sin dormir Todas las noches, hace un mes, me quedo, me detengo, la recorro, es inmensa. Quisiera poder arrancar y recortar desprolijamente su cara. El candidato. Cada noche. Cortarme los dedos con su cara sonriente estallando promesas. El short de siempre en el lugar de siempre, me acuesto en dos movimientos m谩s complejos que el collage atravesado para no despertarlo, para tener otra noche m谩s de indecisi贸n en un negro que no sabe fundir.
Huir de la ciudad había arrancarse u pecho, arra nos tantea llenarse d enroscad chón de eso si t frágil c tos de raíz q en c dec ce la l
Natali tentori
a sido como una astilla que tuviera clavada en el ancársela a oscuras, de noche, con sus propias maando. Mas ahora esa herida empezaba a hincharse y de pus. Respiraba entrecortado y despacio. La noche da entorno a la casa ahorcaba su debilidad. En el colal lado su hermano dormía. Podría haberlo odiado por tuviera la fuerza. Y sin embargo, la conmovía. León era como el cachorro de un animal herbívoro, tenía momene delicadeza y arranques rudos, casi toscos, como una que sale por fuera de la tierra. Una raíz de la que, de vez cuando, cuando hace la temperatura adecuada, al atarcer en verano, se elevan tallos finos y se abren en floresencias blancas sobre la tierra. Pero ese accidente que era a pureza de su hermano, dormido en medio de la infancia, al lado suyo, la dejaba aún más sola. Todo se movía siendo y dejando de ser al mismo tiempo. Se dejaba caer a las profundidades de sí misma y le pesaba saber que después, de alguna u otra manera, iba a tener que salir de aquel fondo.
Box
“El lunes empieza”, fue una frase esperanzadora y feliz que dio lugar a un festejo del cual no me recuperé del todo ese lunes a la mañana, cuando me asignaron mi cubículo en la administración pública de esa enorme caja de zapatos llamada Centro Cívico de San Juan. “Ahora le dicen box, nena”, me corrige mi hermana en el almuerzo del domingo, que supero olímpicamente pateándome las ojeras hacia la nuca y sonriendo como si el sol del mediodía dominase mis pómulos cual marioneta con antidepresivos.
Y bien, llega el famoso día, un pibe de prolija camisa blanca y enceguecedora corbata verde manzana me guía hasta mi “bbboooxxx” y ahí estoy, parada ante cuatro paredes bajitas de un material que debo averiguar cuál es, con mis “pertenencias” en la mochila y un ejército de ojos en mi nuca, en mi cara y en…creo que ya se entendió la idea. Ocho horas de corrido entre esas parecitas blancas muy blancas, bajo esos fluorescentes también blancosmuyblancos y tanta asepsia ya me está empezando a desesperar. De fondo, suena la radio de alguien que prefiere “la música del recuerdo” (cosa que agradezco en el alma, porque siempre es mejor escuchar melodías de cuando uno ni siquiera era un proyecto de feto, a las penurias de un montón de “famélicos del amor” o –siendo menos suavela manga de salames dependientes y falsamente románticos). A lo largo de la mañana la oficina es un desfile de desayunos, mediamañanas, cuartitodemañanas y excusas varias para pasearse de box en box o ausentarse para volver con fotocopias de aaaalgo y una bolsa de semitas.
c me dem perior bien y q
El miércol visitar cubí perdida en e na tiene su “b cálidas y todas las mañanas. Un
Ahora es martes y dije basta el mismo lunes apenas salí de la caja de zapatos. La asepsia no puede seguir así si voy a continuar acá todos los días por varios meses, quién dice años de mi vida (aunque podría aspirar a una oficina propia, ¿no?). Por lo pronto, ahí voy con una caja de bricolaje personal para mi “bbboooxxx”.
¡Pum! Calcomanías (“sssstickerssss”). Pick, pick, pick, fotos. Jjjjtick, jjjjtick, poster de Sarmiento drag. Cuando quiero acordar, ya no quedan centímetros blancos en las paredes. Carajo, si no fuesen tan bajas, me pondría un techo para combatir esos fluorescentes del demonio que aspirar a una oficina propia. YA. ¿Deberé pasearme por los pasillos y comer semitas como condenada? Me voy despidiendo de la oficina si les digo que e estoy veganizando y ya no como semitas, van a pensar que soy masiado “rara” para tener gente a cargo. Igual, creo que mis “sures” deben tener “rarezas” inconmensurables que esconden muy que me encantaría descubrir.
les me ataca el síndrome de la administración pública y en vez de ículos ajenos, me quedo en el mío, tirada en la silla con la mirada el helado techo, fantaseando con una ficción en la que cada persobbboooxxx” de paredes altas, repletas de lo que quiere, con luces s sus “rarezas” almacenadas ahí. A ese paseo sí me lo haría todas n paseo por los “cuartos oscuros” de la gente.
Gabi Arturo Fonseca
(sobre Darkroom, de Roberto Jacoby) En el apartado introductorio de El deseo nace del derrumbe, libro que reúne acciones, conceptos y escritos de Roberto Jacoby, Ana Longoni realiza un recorrido cronológico por la obra del artista. Parafraseamos a continuación lo dicho allí por Longoni en referencia a la obra en cuestión . En Darkroom (2002), Jacoby reunió en un espacio absolutamente a oscuras a un conjunto de performers a ciegas, con grandes máscaras blancas que anulaban su visión y neutralizaban sus rostros. Únicamente un espectador por turno veía algo, un voyeur limitado, dotado con una cámara de filmación de rayos infrarrojos en la que se registraban las situaciones fragmentarias que decidía mirar en medio de la penumbra. En palabras del autor: “una instalación-video-performance para rayos infrarrojos y un único espectador, [que] comparte elementos del video, la performance, el teatro, la danza, incluso la fotografía”. Longoni enumera las diversas lecturas e interpretaciones que suscitó esta obra. En primer lugar, darkroom como el “cuarto oscuro” donde se revela la fotografía; el espectador como el fotógrafo que extrae imágenes de lo negro mediante un haz de luz. La segunda: darkroom es el nombre con el que se conocen sitios de encuentros libertinos de gays, habitaciones y laberintos oscuros destinados al sexo casual y grupal. Una tercera interpretación: como caso de “vida observada”, una metáfora de la sociedad de control y sus omnipresentes dispositivos de vigilancia audiovisual. La cuarta: un “criadero
de mutantes” a partir de la suspensión del órgano sensorial dominante en la vida contemporánea, y por lo tanto una investigación sobre el régimen de visibilidad a partir de su anulación transitoria. Longoni propone una quinta vía de acceso a esta obra: aquella en la que resuena la experiencia concentracionaria. Los performers como secuestrados tabicados, y el espectador, ocupando el lugar equívoco de la sociedad, que los vislumbra apenas, fugazmente. Longoni: “Entrar al Darkroom nos retrotrae al miedo, la deshumanización, la desolación, la percepción alterada, la temporalidad y la espacialidad dislocadas por la falta de claridad [...] Una catábasis o descenso a los infiernos, pero no a cualquier infierno: al de nuestra historia inmediata”. Propongo una última interpretación, llamativamente ausente: la de Darkroom como reverso del paradójicamente iluminado “cuarto oscuro” donde votamos; Darkroom como una forma de escenificar los mecanismos de la democracia representativa, corporizarla: los performers dando carne al nombre impreso en la lista. Un lugar al que sólo podemos acceder por momentos (cada dos años) y oficiar de voyeurs de un campo que nos es ajeno (el político). Una suerte de efecto “alegoría de la caverna” por el que, gracias al infrarrojo (¿capital cultural?), el espectadorvotante vulgar accede a la verdad que el papel, en la disposición igualitaria de las listas sobre la mesa del cuarto oscuro, le niega: tensiones, disputas por el capital en juego, relaciones de poder, etc.
Rayen nazareno
Un cuarto, una voz, un ojo... un cuarto. El cuarto, el del ojo que inviolaba un presente ágil, ansioso y difícil. O aquel cuarto que de un tirón atravesaba al tiempo y bruscamente lo zamarreaba. Casi sin memoria, inaudito, temeroso también. Casi, pero furtivamente presente. No encontraba en sus cavilaciones, se decía, para convencerse de que había similitudes en eso que acontecía en su cuarto, tanto el incrustado como el que lo amparaba. Sabía que todo lo que ahí, no respondía a categorizaciones. Pero si (afirmaba de nuevo), “había similitudes” y el cuarto era sombrío y frío. Quiso alguna vez aclarárselo, pero le fue imposible. Ella no escuchaba, prácticamente no lo hacía nunca. Y solo resonaba hoy, en sus cavilaciones, un grito molesto, ensordecedor, aturdidor, que afirmaba extremadamente: “¿¡QUE HICISTE!?”, e involuntariamente, como si se defendiera mientras tragaba la realidad con ese cuarto y con ese ojo, respondía “no se veía nada...estaba todo negro, negruzco y yo necio. Era un lugar impreciso y no sabía cómo defenderme”… “¡QUE HICISTE!”. La voz insistía en su adentro o en su cuarto. Fuerte y él blando. La voz, sí, muy insistente, retumbante y tan oscura en su feroz presente. Era casi indefinible. Quiso decir, difícil de soportar, de evitar, de no escucharla. Y, de modo ingenuo, involuntario, pueril, él respondía o algo respondía en él: “nada se veía...no veíamos nada...de todo modos tenía una certeza, ella estaba allí...no veíamos nada y el cuarto con todo lo que era nos amparaba”. Y el cuarto era más oscuro, quizás, que esas voces que hoy lo perturbaban
El cuarto y también su sexo, su temblor y lo que se excitaba en ese lugar. Quiso alguna vez también decírselo, advertírselo. O solo pronunciarlo para su adentro. Pero silencio, eso era así, así y nada que se pueda decir. Sí, su sexo se habría mientras sus piernas más se cerraban. No se veía, lo sentía (insistía). Sentía que ella en su ingenuidad expresaba una belleza animal, brutal, sombría, pero más lo atraía y el cuarto, el del ojo o el que lo amparaba (daba lo mismo), lo alejaban y lo atraían a la vez en cada repetida y furtiva voz. Esa feroz, denunciadora y chillona que lo impacientaba. “Era extraño” decía, pero también lo excitaba ese presente traído desde esa oscuridad sin tiempo, donde ella desaparecía en la misma oscuridad del olvido. Era, lo sabía, insostenible y cuanto menos enfermizo. Tenía que terminar con eso del cuarto, de su noche, de ese sexo que se incrustaba en la voz y en ese ojo que, en la noche, introducía al cuarto y, embriagado, sufría y reía. Con el tiempo la realidad del ojo, la realidad del cuarto, en fin la realidad comenzó a acentuar las cualidades de esa voz. Todo parecía responder al filoso encuentro de ese pasado acentuado en el presente de modo brutal. Brutal, en tanto era un decir que había pasado y presente que recuerda lo sucedido, era un decir para que sea aclarado, pero lo que allí y así sucedía no respondía a lo que los sucesos del paso del tiempo ordenan en su linealidad, lo que se sucedía era impuesto en un presente atolondrado por la voz que oscurecía el cuarto, con su atemporalidad. Pero también por el ojo que ya no miraba sino cuando sus párpados se apagaban.
Matias Forlani
Casa muda de Gustavo Hernรกndez
Colaboraron en este número: Texto
Manuel Cuervo // manuelcuervosola@gmail.com Natali Tentori // natalietentori@gmail.com Fernando Sebastián // fesguevara_000@hotmail.com Josefina Farhat // www.facebook.com/josefina.farhat Gabi Arturo Fonseca // comunicacion.fonseca@gmail.com Matías Forlani // matias.forlani@hotmail.com Rayen Nazareno // golpebajo07@hotmail.com // http://ray-againstthemachine.blogspot.com Leandro Bosco // desumuerte.blogspot.com.ar Julio Fernández Pelaez // juliofernandezpelaez@gmail.com
Contacto: Web: visualobjeto-a.com.ar / e-mail: visualobjetoa@gmail.com http://www.facebook.com/pages/Visual-Objeto-a/190563547705126
Editorial
María Forcada Imagen
María Forcada Patricia Benito Fernando Guevara Juliana Dolinsky Diseño y preproducción
Fernando Guevara Edición y maquetación
Juliana Dolinsky Comunicación
Patricia Benito
Próximo número edición especial fin de año
VOCES
Corrección
Emilia Matus
E Microediciones del objeto a