El padre Joseph Neumann. Por.- Zacarías Márquez Terrazas. Se me ha pedido escoger, entre tantos que hubo, la vida de un misionero de los que evangelizaron Chihuahua, durante el periodo colonial. Las dificultades para hacerlo se deben a la gran variedad de personalidades que emprendieron la ingente tarea en la conquista espiritual durante dos siglos. Recordemos que fueron dos órdenes religiosas las que hicieron presencia en nuestro Estado: franciscanos y jesuitas, lo que ya de por sí implica distintos métodos y visión diferente en su forma de trabajo. El espacio fue basto y el tiempo mucho; por lo que en cada lugar y en cada década se le imprime un sello peculiar a la obra de los misioneros. En fin, me he decidido por bosquejar la vida del padre Joseph Neumann; atendiendo a que no tuvo arrebatos de mártir, tampoco la negligencia del místico que espera todo del cielo; pero, por si lo dicho no fuera suficiente, me decidió definitivamente el hecho de que permaneció en la Tarahumara más de medio siglo, toda una vida, en una lucha ingrata y constante: entre los indios; y con los propios españoles que le veían con recelo por su origen extranjero, en su lucha con el medio y las lenguas con que tuvo que batallar para expresarse. Vayamos pues al grano, y empecemos por el principio: Es nuestro hombre un belga, aunque por su educación y cultura en lenguas alemana y checa; descendiente de un padre germano, de Austria, casado con una belga, y ocupado en el servicio del archiduque Leopold Wilhelm, primo de Felipe IV de España; lo que nos da una idea del cosmopolitismo en el ambiente de Neumann. Familia formada bajo la sombra de los Habsburgo con franca simpatía por España, fue en la que nació Joseph el 5 de agosto de 1648 en Bruselas, misma ciudad en que aprendió sus primeras letras en francés y alemán. Después de ocho años la familia se mudó a Viena, para luego, definitivamente avecindarse en el margraviato de Moravia. Sin embargo, Joseph fue enviado a estudiar a Jinddrichuv Hradec, un pueblo de Bohemia.
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Después de haber realizado excelentes estudios ingresó a la Compañía de Jesús en 1663. Donde llegó a ser un magnífico profesor de latín. Solicita a su superior se le envíe de misionero a las Indias Occidentales y en 1678 inicia su viaje en Praga hacia su destino en América. Le acompañó, entre otros en la travesía por el Atlántico el padre Eusebio Francisco Kino, que dejaría una huella imborrable en Sonora. Embarcado nuestro personaje desde Cádiz el 11 de julio de 1680, llegará con sus compañeros de flota a Veracruz el 15 de septiembre. Ante el estupor de un mundo extraño que le espera, ve las grandes montañas que rodean al Valle de México y los hombres grises que pueblan el campo; sabe que aquello sólo es un preludio del destino que le espera en el Norte. Después de un receso lleno de meditaciones y zozobras el 18 de noviembre emprende el viaje sin retorno hacia la Tarahumara, más allá de las desoladas planicies donde sale el sol y se pone sin que termine el camino, sólo le sirve de consuelo la compañía del padre Johannes María Ratkay, un descendiente de nobles croatas que, al igual que Neumann, se ha lanzado también a la idealista empresa de salvar su alma en el último rincón del mundo, tratando de salvar la de los indios... Helados hasta los huesos y en medio de una ventisca y desfallecidos llegaron a la misión de Coyáchic. Un sol pajizo los despertó y cubiertos con sus manteos ascendieron la pequeña cuesta, a un lado de la iglesia, y vieron una gran llanura blanca, cubierta de nieve y en medio una laguna color turquesa; dieron un parpadeo y creyeron que soñaban el paisaje de su tierra, en el llano en el que después los menonitas realizarían aquel sueño de los Países Bajos, al poblar la sabana de casas multicolores... Pero, en 1680, aquello era un espejismo y la realidad blanca y helada sólo terminaba en la sierra de Napavéchic y el pincelazo violeta de los montes de Bachíniva. Bajo los auspicios del padre José Tardá; misionero de Coyáchic, tanto Neumann como Ratkay, iniciaron ahí su estudio de la lengua tarahumara, instrumento que era indispensable para comunicarse con sus nuevos interlocutores; a los que habrían de convertir. De mucha utilidad les fue la estancia con el padre Tardá; compañero infatigable del padre
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Tomás de Guadalajara cuando desde 1676 fundaron y organizaron las misiones de la Alta Tarahumara. Fruto de aquellos esfuerzos sería también la gramática y léxico de las lenguas tarahumara y guazapar, libro que se publicó en Puebla en 1683. Con más fe que conocimiento de la lengua, cuyos rudimentos aprendieron en Coyáchic, finalmente a Neumann se le destinó a su misión dentro de la Sierra, en Sisoguíchic, camino que emprendió lleno de euforia en compañía del padre Bernardo Rolandegui que se le había mandado a Carichic. Y con una gota de amargura, por tener que separarse del padre Johannes María Ratkay, que emprendía camino hacia el norte, rumbo a la lejana Tutuaca, donde el clima ingrato pondría al borde de la muerte a este amigo entrañable de Neumann, haciendo que, por lo socavado de su salud, se le regresara un año después. Sea como fuere, aún sin derretir la escarcha de la noche anterior, el 17 de marzo de 1681, Neumann se apeaba del caballo en el lugar que sería su misión del: Dulce Nombre de María de Sisoguíchic ya fundada desde 1677 por el padre Antonio de Oreña. Era Sisoguíchic la cabecera de un distrito y dependían de ahí algunos pueblos llamados de visita que eran: Echoguita, Ojachíchic y Panaláchic. Todos con algunas familias ya cristianas que debían atender periódicamente los padres; Además de la persistencia de gran número de gentiles que merodeaban por todos lados y a los que los misioneros no podían convencer de avecindarse en los pueblos; Muy cerca de sus veredas, Neumann, sentía la tentación de lanzarse a recorrer la Barranca de Urique, zona que en la cantidad de gentiles superaba cualquier ponderación. Fueron 17 años en que Neumann se movería en aquel escenario salvaje, cargado de peligros y sorteando amarguras entre los precipicios de la serranía y las incidencias de los indios de cuya fidelidad jamás pudo estar seguro. Cuando Neumann llegó a Sisoguíchic, sólo encontró una pequeña iglesia y anexo un jacal desvencijado que servía de habitación al padre. Es cierto, los indios le prepararon un gran recibimiento con ruido de tambores y chirimías bailando junto a dos arcos de ramas que levantaron en el camino. Luego, entraron con su nuevo misionero a la iglesia para posteriormente revisar el aposento del padre, al que bastó dar una ojeada
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para que Neumann se diera cuenta de lo pobre y estrecho que era. Sólo los rayos del sol que se colaban por mil rendijas ponían una nota de alegría en aquel desastre. El gobernador de los indios, bien enterado de que se estaba en tiempo de cuaresma, lo que prohibía que todos consumieran carne, se excusó de mejores potajes y brindó al padre con huevos, frijoles y tortillas aderezadas con chile. Fue un banquete para Neumann. Lentamente los indios se habían ido reuniendo en el pueblo. Rolandegui, que había acompañado a Neumann hasta Sisoguíchic, después de una frugal comida, juntó a los naturales en la iglesia y además de instruirles en cosas de doctrina, insistía con ellos para pedirles que tuvieran un buen comportamiento con su nuevo pastor; Les aclaró que Neumann viviría con ellos y lucharía por su bien material y espiritual transformándose en un auténtico defensor ante los despojos y vejaciones de que eran objeto, en ocasiones, por los españoles y mestizos; Por supuesto que ello, implicaba una serie de obligaciones a que tendrían que sujetarse los nuevos cristianos: Tendrían que concluir la construcción de la iglesia que ya estaba comenzada, recordemos que los jesuitas fueron muy afectos a la pompa y boato en las ceremonias religiosas, lo que implicaría gastos de la grey y por ende trabajo. Se tendría que ampliar y acondicionar decentemente el cuchitril que servía de casa para el padre. Sus niños deberían ser enviados diariamente para que el padre los instruyera en la doctrina y posteriormente bautizarlos, y más o menos, con la misma insistencia se les presionaba a que trajesen de las rancherías a sus parientes y amigos para ser catequizados y evitar mezclarse con los gentiles y, finalmente, lo más difícil: estar a las órdenes del padre para trabajar todos los días en las labores que se les señalaran, vivir con una sola mujer y renunciar a sus viejas tradiciones, como las borracheras, o tesgüinadas así como a consultar sus hechiceros y dejar supersticiones. Obviamente todo bajo la vigilancia del gobernadorcillo y exigencia del misionero, que además de tener un carácter militar, como correspondía a una Compañía Castrense, que era el nombre y origen de esta orden religiosa de los jesuitas, con el agravante de que Neumann provenía de origen germano donde era fama existía o existe, una gran tendencia hacia la disciplina militar. Esta organización llevada a las misiones jesuitas,
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tiene un marcado toque feudal en que el padre da la impresión de suplir al amo que todo lo vigila, y quedan a su discreción los castigos que supuestamente eran aplicados por el gobernadorcillo o alguno de sus subordinados, autoridades que a su vez se elegían con la plena anuencia del misionero. Los castigos que prescribían los padres iban desde la reconvención, los azotes y el cepo; sólo en casos de pena de muerte se turnaban a las autoridades españolas. A veces se realizaba un acto hipócrita, en el que después de que el padre sugería cierta pena de azotes u otro castigo; al ejecutarse se aprontaba ante el verdugo para pedir clemencia por el reo, con lo que el bendito padre quedaba como interventor generoso ante los indios. Frente a esta circunstancia que a los indios se les presentaba ambigua, los naturales también entraron al juego y solían simular lo que el misionero deseaba, situación de la que Neumann se quejaba amargamente, pero sin reconocer la parte de culpa que a él le correspondía. De todos modos, a instancias de Rolandegui, los de Sisoguíchic, juraron y perjuraron fidelidad y obediencia a su nuevo pastor y el vasco Rolandegui satisfecho regresó a su pueblo de Carichic donde tenía feligreses enfermos y la urgencia de preparar los festejos de la Semana Santa. Por primera vez, desde su salida de Europa, Neumann se quedó aislado en un mar de bosques y sin contacto con alguien que hablara español; estaba inmerso en lo que tanto había esperado, rodeado de indios, algunos fieles y la mayoría no tanto. Por fin, supo que sólo su fe inquebrantable lo sostendría en aquel desierto donde esperaba encontrar a Dios. Con una verdadera fiebre de actividad se puso a construir la iglesia y tres semanas después de su llegada ya la había concluido y estaba trabajando en la casa anexa aprovechando el impulso que los indios mostraban ante la llegada del nuevo misionero. Culminó la fabricación del templo junto con la Cuaresma y será la celebración de la Pascua Florida, la gran fiesta con que Neumann, con gran regocijo de los indios celebre con una misa la consagración de la iglesia, mientras las danzas de los indios se prolongaban durante dos noches... pues no sólo
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eran rezos, cantos y baile, Neumann, conocedor de la naturaleza humana sacrificó varias reses para que los neófitos los comieran en pozole; sacándolas de las 30 vacas que Rolandegui había llevado para la misión. La repartición de la carne fue generosa y, al menos en esto no hay nada que reprocharle al nuevo ministro, pues el convite se amplió hasta pueblos lejanos de Sisoguíchic. Los breves ocios del padre, se cubrían con rezos y redacción de cartas a amigos y parientes que habían quedado tan lejanos. En esto de las cartas Neumann fue bastante prolijo. De sus primeras actividades escribió: “Me consagré a la instrucción de los niños. Dos veces al día los reúno en la iglesia. Por la mañana, después de la misa les hago memorizar el Pater Noster, Ave María y Credo; Los preceptos del Decálogo, etc”. Posiblemente los tiernos tohuises1 no entendieron mucho de aquellos recitados en magnífico latín, pues Neumann aún no dominaba el tarahumar. Luego añade que las tardes se las dedicaba a los paganos, que mostraban curiosidad por estas cosas de la fe. También solía confesar, aunque con intérprete (?) y auxiliaba a los enfermos, y brindaba especial cuidado a sus albañiles indios dirigiendo los trabajos como arquitecto improvisado en que tuvo que transformarse. La nueva casa del padre, que pulió Neumann se formaba con tres cuartos: El primero que serviría de comedor y despacho, el segundo de recámara y el tercero para bodega. Neumann levantó con sus propias manos los muros, construyó y colocó las puertas, “Yo mismo, -escribe-, la hago de carpintero y ebanista; soy mi propio cocinero, mayordomo, sacristán, sastre, lavandero y enfermero” y podría agregarse que en muchas ocasiones lo fue también de los demás. Concluye la carta citada: “En una palabra, desempeño los oficios de todos, pues los indios ni entienden, ni tienen conocimiento de estos menesteres”. La falta de la presencia femenina, en las misiones es evidente, al menos para los quehaceres domésticos. Estaba prohibido, a los jesuitas, tener criada o cocinera, aunque hubo casos en que se violentó la norma. Según lo dispuesto podía venir semanalmente una mujer a proveer al Padre de tortillas y lavado de la ropa. El resto lo realizaban muchachos 1
En tarahumara, niño.
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que servían a los padres y se les llamaba pajes. Respecto al culto, la mujer tenía mayor participación: Se les decía tenanchas2, y eran las encargadas del aseo del templo, daban educación a las jóvenes y, en casos especiales vestían un atuendo para celebrar ceremonias en que acompañaban a los danzantes o al gobernadorcillo en los bailes e inclusive, administraban actos como “meter al manto”, que consistía en un elaborado ritual en que la tenancha, ponía bajo el manto de la Virgen o de algún santo, a un niño que se le encomendara. En todas estas ceremonias más o menos de sincretismo, se ondeaban banderas, que cubrían con listones y, por supuesto, se quemaba mucho incienso a los cuatro puntos cardinales. Neumann, obediente a las reglas de sus superiores, sólo dejó una cocinilla separada, donde la “semanera” le preparase la comida. Dos chiquillos auxiliaban al Padre, y por lo tanto, tenía que sustentar con su escaso alimento a estos dos “pajecillos”, que además le ayudaban a celebrar la misa, y ya más instruidos le servían de temastianes3, para catequizar indiezuelos de pueblos circunvecinos. El trato que Neumann, debía dar a estos mozuelos, además de nutrirlos y vestirlos, debería ser muy comedido, pues nada molesta más a los tarahumares que se regañe o golpee a los niños. En tal caso se regresaban de inmediato a sus casas. Los que se acoplaron al recio carácter de Neumann, lograron una gran confianza, de modo que cuando el padre tenía que dejar la cabecera para ir a algún pueblo de visita, estos temastianes lo suplían, y en su enfermedad lo cuidaban. Por estas fechas (1681) sólo había 74 familias en Sisoguíchic, con un total de 178 personas, más algunas otras desperdigadas por las rancherías. Algunos kilómetros al norte se encontraba Choguita, o (Echoguita) nombrada por el misionero anterior La Asunción. Ahí sólo había 9 bautizados que vivían a lo largo del arroyo, como en todos los demás pueblos tarahumares ya que sólo se conseguía su concentración en fechas especiales o para la misa los domingos. En otra hondonada bastante más lejana se encontraba Panaláchic, con unos cuantos cristianos y, unos 20 kilómetros al sureste había otro 2 3
Del náhuatl, tenatzin; madrecita. Del náhuatl; significa, maestro o instructor.
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lugar llamado Coasíchic, en el que Neumann tenía que ir a atender a un solo cristiano. Hacia el poniente, las montañas se imponían más escarpadas y las barrancas más profundas. En estos lugares por lo grato del clima, informa Neumann, que habitaban muchos más gentiles, sin embargo, realizó algunas incursiones, y en una de ellas un indio neomexicano que se había refugiado con los jesuitas después de la rebelión de Nuevo México en 1680; descubrió y le mostró a Neumann la veta de una mina que generosamente cedía a la misión. Por Ordenanzas Reales, los religiosos no podían involucrarse en negocios de minas ni mezclarse en estos asuntos, por lo que Neumann declinó el obsequio y mientras se discutían trámites; Un español que estaba al acecho, la registró como suya el 12 de enero de 1690. Se arrogó el nombre como descubridor y firmó como Juan Tarango Vallejo. Llamando al nuevo real Nuestra Señora de Montserrat de Urique. Neumann optó por olvidar el asunto y prefirió volver a entregarse a lo que amaba, el negocio de las almas. Volviendo al escenario que veníamos describiendo, es bueno recalcar que fue el campo de trabajo de nuestro misionero durante más de 15 años reconociendo que, aún antes de un año de su llegada a Sisoguíchic nuestro esforzado y vigoroso personaje ya había recorrido hasta los lugares más apartados y escabrosos de la región. Escribe, con satisfacción, que: “Los domingos, los bautizados por mi predecesor, venían a oír misa desde lugares muy lejos, teniendo que cruzar ríos y barrancas y a dónde él tenía que ir cuando lo llamaban para auxiliar algún enfermo”. Momentos hubo en que sus nuevos cristianos, contagiados del rigorismo del misionero, se negaban a sepultar sus muertos en el cementerio, por no haber recibido previamente la Extrema Unción. Ahora el predicador les instaba a ser más laxos en sus escrúpulos. Pese a todo, pronto comprendió Neumann que los tarahumares no eran gente de fácil manejo, y que finalmente carecían de la franqueza y generosidad de que estaban dotadas las razas primitivas o pobladores de la costa de Sinaloa. De ahí que, a pesar de su entereza y constancia, Neumann reconociera que para trabajar entre estos indios, se necesitaba un valor y una paciencia infinita, varias veces desesperó al darse cuenta
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que la obra de mucho tiempo en algunos casos era inútil o fingida. En su libro: “Historia4 seditionum quas moverunt nationes indicae ac potissimum Tarahumara, etc.”. Admite sin embargo que: “Los tarahumares son astutos y taimados, de quienes no se puede esperar procedan con sinceridad. Son unos verdaderos hipócritas – nos afirma- y por regla general los que pretenden parecer más virtuosos, deben considerarse como más malvados –y continúa – con frecuencia los misioneros se llevan buenos chascos, pues al nombrar gobernadores a los que juzgan más honrados y dignos de confianza, salía que era todo lo contrario; en presencia del misionero decían a sus gentes una cosa, y luego en secreto, les endilgaban todo lo contrario. Formalmente aparentaban estar de acuerdo con el padre; y su modo de vida tenía todas las evidencias de ser muy bueno; pero ya en lo privado, se ponían de acuerdo con sus subordinados para organizar y disimular sus borracheras”. Nada tiene, pues, de extraño que algunos misioneros se desanimasen, no tanto por las dificultades y lo rudo de la vida en aquel lejano país, ya que según su entender eran pruebas que se aceptaban como penitencias; el desánimo más bien les llegaba por la falta de correspondencia a sus esfuerzos que se estrellaban ante la resistencia de una cultura que no cedía más que superficialmente. En un momento de decepción Neumann escribe: “No puede negarse que con esta gente los logros no compensan tan arduos trabajos, no fructifica la buena semilla del ciento por uno. La siembra del Evangelio no germina y si llega a nacer, pronto la ahogan las espinas de los deseos carnales [...] En realidad, algunos únicamente fingen creer sin mostrar afición alguna por las cosas espirituales [...] no demuestran la más mínima aversión hacia 4
Su nombre completo: “Historia Seditionum quas Adversus Societatis Jesu Missionarios, corumq. Auxiliares Moverunt Nationes Indicae ac Potissimum Tarahumara in América Septentrionali. Regnoque Novae Cantabriae, jam Toto ad fidem Catholicam propemodum redacto, Auctore P. Josepho Neymanno, Ejusdem Societatis Jesu in Partibus Tarahumarorum Missionario”. (Pragae, Typs Univers. Carol-Ferd. Soc. Jesu ad s. Clem.) No tiene fecha en la página del título. El prefacio está fechado en 15 de abril de 1724. El original está en Bibliotek des Jesuitenordens en Praga. En la Colección Boltón, Bancroft, Universidad de California, hay una traducción al inglés, hecha por el Dr. Marion Reynolds en 1933.
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el pecado ni sienten ansiedad por su eterna felicidad [...] más bien muestran una perezosa indiferencia para todo lo bueno, un apetito sensual ilimitado, un hábito inveterado de emborracharse y un obstinado silencio cuando se trata de averiguar los escondrijos de los gentiles”. La verdad que estas quejas del buen padre Joseph no sólo serían aplicables a sus neófitos, que él deseaba ver como cristianos modelos; Sino a los españoles y europeos de entonces y de todos los tiempos. Pese a todo, y aunque algunos de los compañeros de Neumann flaqueasen, en nuestro biografiado jamás decayó su voluntad de lucha; Vemos en él a un hombre realista y de lo mejor, que entendiendo perfectamente las flaquezas y debilidades del ser humano, las acepta, sin embargo, con toda calma, y con más ímpetus renueva la obra encomendada. Ya metido a teólogo reflexiona: “No es una teología sublime, ni el sutil conocimiento de otras ciencias lo que se necesita para infiltrar la doctrina cristiana en estas gentes. Lo único indispensable es la mansedumbre de un cordero para dirigirlos; Una paciencia a toda prueba para sobrellevarlos, y, finalmente toda la humildad cristiana que nos habilita para hacernos todos como los demás hombres, sin despreciar a ninguno [...] y aceptar con alegría las burlas que nos hacen y sufrir su menosprecio regresándoles caridad”. Todo Neumann, se retrata sólo en esta carta, después de la cual resulta inútil agregar más para conocerlo. Su criterio sobre los indios se modificará a través del tiempo. En 1722 cuando el padre Franz Hermann Glandorff, pasa por Carichic, Neumann le comentará que observó que los indios permanecían indiferentes ante sus prédicas; pero los vio profundamente conmovidos cuando él se hincaba para lavar las llagas putrefactas de los leprosos y demás males infecciosos que producían repugnancia, y algo semejante acaecía al verlo sostener y alimentar en la boca a los niños que quedaban huérfanos durante las grandes pestilencias de viruela que azotaron la Tarahumara. Volviendo al principio, a fines del verano de 1681, bajo la tutela del padre Tomás de Guadalajara, a la sazón Superior de las misiones de la Tarahumara con residencia en Matachic, todos los misioneros se prepararon para una fiesta típicamente jesuita. Varios de los padres
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recién llegados, y entre ellos Neumann iban a pronunciar sus últimos votos. La fecha señalada era el 15 de agosto. Como una preparación para este acto, que había de ligar a los jesuitas con su padre General, se cumplían algunas condiciones: Tales como una semana de Ejercicios Espirituales, la enseñanza del catecismo a los niños, y pedir limosna como pordiosero durante ocho días. Cierto que los primeros requisitos eran fáciles de cumplir, lo que parecía imposible en el lapso señalado, era la de la limosna, pues en el caso de Neumann, que vivía en plena selva a una distancia de 250 kilómetros de Parral, que era la comunidad de españoles más cercana en donde podría pedir limosna, pues en el resto de la Tarahumara los indios por su pobreza sólo eran sujetos para recibirla pero no para darla. De plano, sería ridículo verlo mendigar cosa alguna entre sus indios que dependían de él. Lo lógico, según opinaba Neumann, era que se les dispensara de este requisito a quienes por las circunstancias en que vivían no podían cumplirlo. Inútil propuesta, pues la Compañía de Jesús se regía con una férrea disciplina casi militar; por lo que los Superiores ordenaron se cumpliera lo prescripto. Neumann tuvo que dejar su misión, y por caminos peligrosos, trastabillando entre montes y cañadas, después de varios días de fatiga llegó a Parral y de inmediato recorrió las calles del mineral, durante tres días, solicitando limosna de puerta en puerta. Comenta quejumbroso en una carta: “Estuve ausente durante un mes con el fin único de pedir limosna [...] con tan magros resultados que no compensaron los trabajos que pasé al tener que caminar más de 150 leguas”. Fue a fines de junio, cuando Neumann marchó rumbo a Parral, pero disimuló ante sus neófitos el largo tiempo que se ausentaría, para no provocar inquietudes. Ya en Parral, se entrevistó con el gobernador del reino para solicitarle por escrito autorizara que soldados del presidio de Sinaloa pudieran entrar a la Tarahumara en caso de que se presentara alguna rebelión de los indios, suceso nada remoto en la Sierra. Enfatizó la distancia que había de Sisoguíchic a Parral, y la menor distancia existía rumbo a Sinaloa donde podrían brindar protección más rápida a las misiones.
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Se discutieron otros temas, como fue el de los “repartimientos” o sea el sacar cierto número de indios de las misiones para que auxiliaran temporalmente en los trabajos de las minas y haciendas de labor. Insistía Neumann en la no procedencia de este sistema en las nuevas conversiones, pues existía una Cédula Real, que protegía a los nuevos cristianos por un periodo de 20 años, que aún no se habían cumplido. El regreso a Sisoguíchic fue más dificultoso pues la temporada de lluvia se había iniciado con gran intensidad. El río Conchos y sus afluentes traían grandes crecientes de agua que evitaban ser cruzados por las veredas y caminos ordinarios. Se propuso pasar el Conchos arriba de San Felipe, pero la corriente se llevó las cabalgaduras, por lo que desistió del intento; retornó a San Felipe y ahí con auxilio del misionero y los indios que improvisaron una balsa y ellos cubiertos de “guajes”, lograron que Neumann tocara la otra banda para continuar su regreso. Era la fiesta de Santiago, 25 de julio, y el regocijo se mezcló con las emociones de vencer el torrente del río. Caballos y mulas pasaron a nado, pero con ayuda de “guajes”, y algunas vejigas infladas. Con el alba del día 31 de julio, llega Neumann de nuevo a su amado Sisoguíchic. De vuelta con sus indios; Neumann reunió al gobernador y todos sus auxiliares, incluyendo a los demás del pueblo; para comunicarles las drásticas disposiciones que le había ordenado el gobernador del reino don Bartolomé de Estrada y Ramírez en el sentido de que deberían formar un pueblo en derredor de la iglesia; Someterse incondicionalmente al misionero; Evitar las tesgüinadas o borracheras y castigos severos a los que vivieran con más de una mujer. El capitán del presidio de Conchos, haría anualmente una visita para constatar que se cumplieran los mandamientos del gobernador. De alguna manera estas amenazas llevaban como destinatario al gobernadorcillo, haciéndole recordar que su antecesor fue cómplice en las rebeliones anteriores. Como ya advertimos, Neumann debería estar en Matachic antes del 15 de agosto donde haría sus últimos votos, por lo que de inmediato volvió a dejar Sisoguíchic para trasladarse donde lo esperaba el P. Guadalajara, la caminata por terreno agreste sería de unos 50 kilómetros hasta Papigóchic, lugar inmediato a Matachic. Sea como fuere, el día 6 ya se encuentra en su destino donde ya lo esperaban para la celebración
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otros 6 misioneros. De inmediato se empezó a preparar todo lo necesario para el fausto acontecimiento que culminaría el día 15. Dos días antes llegaron otros dos compañeros que faltaban, el padre Jean Baptiste Copart de origen belga y que residía en Papigóchic. Gran consuelo fue para Neumann la presencia de Copart que le comunicó muchas cosas de la vieja Europa, entre otros asuntos sobre los hermanos de Neumann, Lepold que había ingresado con los jesuitas desde 1664; Así como el menor de la familia Johannes Baptista, que terminaría siendo misionero en Paraguay donde murió en 1704. Les unían demasiados recuerdos, sobre todo de Bruselas. Los indios más allegados al padre Guadalajara, levantaron dos arcos de ramas adornados con flores en el camino que conducía al templo de Matachic, para así honrar a tan preclaros huéspedes. Con otro grupo de indios a caballo, y haciendo cabriolas, lo encabezó Guadalajara para formar la comitiva de recepción, sólo faltaba en aquel festejo el padre Johannes María Ratkay, que se le indicó permaneciera en Carichic, lugar equidistante de las misiones, con el fin de que estuviera pendiente de cualquier contingencia. Cinco españoles importantes de la región también fueron invitados, entre ellos el Capitán García, que vino de Las Cruces cerca de Namiquipa. Se cocinaron varios novillos, para agasajar a propios y extraños, y los indios comieron a su antojo a pesar de que el año de 1681, había sido de mucha miseria y los indios precariamente se sustentaban con pescado. Por supuesto, también hubo música pues el padre Guadalajara había integrado un buen coro de inditos, además de que se trajeron otros cuatro músicos que después de los cantos litúrgicos de la celebración de los votos; siguieron acompañando a los muchos tambores y chirimías que se ejecutaban en todo el pueblo. Danzas hubo toda la tarde para culminar en un simulacro de guerra entre los indios de “arco y flecha” de las misiones aledañas. Al poco tiempo barruntes de tormenta empezaron a nublar el horizonte y cada vez las noticias sobre una revuelta se escuchaban más alarmantes. El padre Tomás de Guadalajara fue el primero en percibir entre sus indios algunas señales de descontento y discolerías. Prudente ministro, nunca había dado motivos para quejas entre sus neófitos, y los
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naturales le brindaban especial deferencia ya que era el que mejor hablaba el tarahumar y el pima. Lo más preocupante sucedió cuando abiertamente los indios empezaron a convocar para sus tlatoles5 y borracheras en lugares inmediatos a la misión. Ocultaban el maíz en lugares remotos sacándolo de sus coscomates6; pero lo más extraño era el verlos dedicar su tiempo en hacer gran cantidad de flechas y chuzos. Conocedor, como el qué más, el P. Guadalajara se alarmó ante los cambios que observaba. Llegaron rumores de sus indios leales diciéndole que lo querían asesinar y abandonar la misión para recuperar la libertad anterior. Una india la más asustada le instó a irse pues en tres días incendiarían la iglesia. Frente a lo inminente del conflicto Guadalajara huyó a Papigóchic advirtiendo al P. Copart del peligro. El de Papigóchic tomó con calma la advertencia; Pero pasados dos días tuvo que seguir al P. Guadalajara para refugiarse en la misión de San Borja. Guadalajara, como Rector, le ordenó a Francisco de Celada misionero de San Borja que avisara a los demás padres y todos se concentraran en San Borja; mientras que él proseguía a Parral para informar al gobernador del reino. El indio enviado por el P. Francisco de Celada llegó a Sisoguíchic, dos horas antes del amanecer. Con gritos despertó al padre Neumann diciéndole le traía una carta urgente: Neumann sale apresurado al patio y recibe la mala noticia. Sin embargo, después de leer la carta, con su fortaleza habitual; ni dio importancia, ni se alteró gran cosa con la noticia de la rebelión de los tarahumares. Se preparó, para obedecer lo que se le ordenaba y concentrarse en San Borja. Como el gobernadorcillo indio estaba ausente, llamó al teniente y al capitán, que eran los segundos en autoridad y les invitó lo acompañaran a San Borja para un negocio urgente. Obedientes los indios, pronto se pusieron en camino con Neumann rumbo a San Borja. Antes de que llegaran a Carichic supo que el padre Ratkay ya se había ido hacía dos días. Ya reunidos en San Borja los padres, se dedicaron a investigar entre los indios que los acompañaban sobre la verdad de la revuelta. La 5 6
De la voz náhuatl tlatuani; el que habla bien. Se entiende arenga, discurso. Trojes, silos.
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llegada de los gobernadorcillos de Papigóchic y Matachic les produjo un gran alivio. A pesar de todo, nos informa Neumann “El gobernador de Matachic, se defendió tan hábilmente y explicó con tanto éxito todas las cosas, atribuyéndolos a la maldad de algunos extraños. Que prácticamente se justificó a sí mismo y a su pueblo de todos los cargos que se le hacían”. Su habilidad parecía haber disipado el peligro. Los padres reunidos en San Borja, notificaron sus pesquisas al Rector Guadalajara que ya estaba en Huejotitán y él dispuso que si consideraban que todo era una falsa alarma regresaran a sus pueblos. Pese al aparente júbilo de los misioneros, Guadalajara no quedó muy satisfecho y sospechaba que sólo era un simulacro de sumisión y paz. El padre Neumann por su parte empezó a investigar él mismo y escribió al padre Nicolás de Prado le informara sobre el asunto; de tal manera que el P. Nicolás de Prado de la misión de Guazapares, le contestó al padre Neumann confirmándole el haber sido real el conato de revuelta entre los indios y que estaban de acuerdo todos los tarahumares hasta Matachic, a excepción de los varohíos de Santa Ana que no aceptaron el tlatole. El motor de toda esta conspiración era el cacique Carosia; Pero al ver que los padres dejaron los pueblos, creyeron descubierto el proyecto y suspendieron el alzamiento. Ante una precaria paz, se presentó el año de 1682 con una nevada en febrero que sobrepasó lo normal. Ni los ancianos decían haber presenciado otra nevada como esta en que se llegó a la altura de tres varas. Al quedar todo sepultado en la nieve los animales, tanto domésticos como alguno silvestres empezaron a morir, y los indios quedaron atrapados en sus cuevas y Neumann en su helada choza prácticamente sepultado: “No pude salir de mi casa durante varios días, y me sentía morir de frío. No había leña, y la que tenía estaba mojada [...] por un tiempo ningún indio acudió en mi auxilio [...] no tenía provisiones. Me vi obligado a vivir entre el frío y el hambre [...] luego caí enfermo. Sentía un dolor muy agudo en la espina [...] me sofocaba al respirar. Pasé días postrado en la cama sin que nadie me auxiliara. No tenía ni la esperanza de un confesor [...] puse pues, mi confianza en Dios
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y me resigné a tener paciencia; cuando el sol empezó a derretir el hielo, me sentí mejor...” hasta aquí Neumann. Pero si Neumann logró salir de la prueba, no así los indios que fallecieron muchos de frío o hambre y, por supuesto, pereció todo el ganado de la misión. Al entrar la tímida primavera, Neumann, ya reestablecido, con gran ahínco empezó a construir la iglesia de Choguita. Ratkay, desde Carichic, a la sazón, escribía un brillante informe sobre el estado de las misiones; pese a todo, la enfermedad iba minando a Ratkay, y Neumann sentía gran pena por la próxima muerte del noble húngaro. Finalmente después de dos años Juan María Ratkay sucumbió a los embates de una enfermedad lenta, el 26 de diciembre de 1683. Fue sepultado en Carichic, años después junto a él descansaría su fiel amigo Neumann. Tras una breve estancia en Carichic del padre Francesco María Piccolo, dejó en el lugar a Neumann, pues Piccolo se unió a Salvatierra para ir a la conquista de Las Californias. Sofocado, por el Cap. Retana, el intento de rebeldía encabezado por Carosia; el padre Neumann abogó por el cacique, para que se le perdonara la vida; pues ya había logrado bautizarlo junto con su esposa y sus tres hijos. A Carosia se le llamó Dionisio; su esposa Eleonora y su hija mayor Margarita. Y hasta el resto de hermanos y parientes se hicieron cristianos. En 1685, aún estando Piccolo en Carichic, invitó a Neumann, que viniera desde Sisoguíchic a pasar la Navidad con él. Neumann aceptó la solicitud y se puso en camino, pero a unos kilómetros se bajó a descansar, y el caballo se regresó a Sisoguíchic. Angustiado Neumann, se vio obligado a retornar a su pueblo, con la sorpresa de no encontrar a nadie que estuviera en sus casas. Conociendo, como conocía, a sus catecúmenos, de inmediato sospechó se habían retirado a algún lugar para hacer su tradicional tesgüinada. Con calma se disfrazó de tarahumar, envuelto en una gran cobija y el pelo detenido con un lienzo, al estilo de los indios, y en la penumbra de la noche se dirigió sigilosamente hasta las
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hogueras en que los indios libaban con gran alegría las güejas7 de tesgüino8. En medio del ruido y holgorio; repentinamente tiró la manta con que se cubrió y se quitó el trapo de la cabeza, haciéndose presente ante sus indios, con lo que provocó gran estupor y espanto. Lleno de santa cólera, derramó el licor en el suelo y en medio de la confusión se regresó a su casa. El rencor quedó en los indios, pero supieron disimularlo y dejar sus odios para mejor ocasión. Ya para 1690, Neumann había sido nombrado superior de todas las misiones y residía en Carichic. Para 1693 se presentó una epidemia de viruela; acompañada de erisipela más una complicación con disentería. La mortandad fue enorme, dice Neumann: “Esta pestilencia destruyó un gran número de niños y muchas mujeres encinta; casi ninguna logró sobrevivir. En una palabra, arrasó con la juventud, la flor de nuestras reducciones, mientras que los ancianos y un escaso número de adultos, salieron indemnes”. Tampoco se reportaron muertes entre los padres, lo que indica alguna inmunidad de que carecían los indios. En 1693 se llevó a feliz término la iglesia de Choguita y, para la consagración invitó a los demás misioneros: Václac Eymer de Tomóchic; Joahnnes Christoph Vardier, de Papigóchic. Nuevamente para 1697 se tramaba otra conspiración que amenazó con arrasar las misiones. Fue la última rebelión de tribus organizada desde el noroeste del actual estado de Chihuahua, participaban las: pimas, tarahumares, jovas, jocomes y conchos. El teatro de la guerra fue al norte de Carichic, quedando Carichic en la periferia. Neumann tranquilo en Sisoguíchic, creía que sus fieles nunca lo abandonarían; pero la noche del 11 de junio llegó un mensajero avisando que los rebeldes se preparaban para atacar Choguita. Neumann pide auxilio a Papigóchic al Cap. Juan Fernández de Retana, pero días después todo parecía en calma. Sin embargo, intempestivamente el 21 de junio los rebeldes atacaron Choguita e incendiaron la iglesia. Neumann describe: “Rodearon el grupo de casas, [los alzados] derribaron las puertas de la iglesia, y con gritos salvajes y furiosos se precipitaron en ella [...] derribaron los 7 8
Del cahita bueha; cuenco o jícara. Voz de origen cahita; en tarahumara se llama batar. Bebida de maíz fermentado.
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altares; los hicieron pedazos y los arrojaron al río que pasa por ahí [...] cortaron en tiras los ornamentos, arrojaron el cáliz contra una piedra [...] dejaron sólo un montón de ruinas”. Al anochecer Neumann penosamente pudo escapar de Sisoguíchic; y desde lo alto de un cerro todavía se detuvo para ver la gran fogata en que ardía su iglesia, y escuchar a lo lejos la gritería de los indios. Todos los cristianos ya habían huido. Sobre los incidentes de esta última rebelión de la que Neumann fue testigo, nos deja una amplísima relación en su libro ya mencionado sobre las rebeliones tarahumaras; tema que rebasa en mucho a este artículo, por lo que al interesado lo remitimos al texto. Esta guerra violenta dejó muchos muertos, entre ellos a dos misioneros: el padre Juan Ortiz de Foronda de Yepómera y Manuel Sánchez, de Tutuaca. Se quemaron 24 iglesias siendo la última la de Batopilillas. Los caminos quedaron marcados por decenas de estacas en que se colocaban las cabezas decapitadas de los caudillos indios. El gobernador, desde Parral informó al virrey que los culpables de la rebelión fueron los jesuitas y aducía una serie de cargos contra los padres. Neumann fue enviado por los jesuitas subrepticiamente, desde Sinaloa a entrevistarse con el virrey y aclarar la situación. El asunto provocó una agria disputa entre los jesuitas y las autoridades españolas de la Nueva Vizcaya, en que se incriminan mutuamente. El padre Eugenio López, sacó un amplio escrito, que llamó “Satisfacción pública y respetuosa apologética...” en la que trata el asunto exhaustivamente. El gobernador del reino don Juan Isidro de Pardiñas, no disimuló su antipatía por los padres e hizo caso omiso sobre gestionar un presidio que apoyara a la Tarahumara; fue benevolente con los indios vencidos y perdonó a todos los que pudo; mesuró la férula de control de los misioneros en sus pueblos y puso oídos sordos contra las quejas de los que huyeron de sus misiones para vivir con mayor libertad. En España concluía la dinastía de los Austria en 1700; y llegaban los Borbones que dispusieron no gastar dinero en las guerras indias. Para estas fechas Neumann, seguía en Carichic, viviendo las zozobras de nuevos levantamientos. Fundó la bonita iglesia del beato Luis Gonzaga de Tajírachic y se dedicó de lleno a su labor pastoral entre
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los indios. El último sobresalto fue cuando le avisaron que unos alzados de Pachera, ya habían prendido fuego al templo de Teméychic, alarma que fue falsa, pero era una advertencia para que se sacara de aquella misión al padre Gaspar Zana, cuyos abusos y atropellos a los indios ya lo hacía intolerable en ese pueblo. Los últimos 20 años de la vida de Neumann son relativamente tranquilos, aunque fructíferos en conversiones en el área de Carichic. En 1724 terminó de escribir su historia el 15 de abril. Tenía entonces 76 años. De sus viejos compañeros ya habían muerto la mayoría: Adán Gilg; Maximilianus Amarell; Verdier; Václav Eymer; Villem Illing; Daniel Januschke, que murió tres semanas antes que Neumann. Sólo Jirí Hostinsky le sobrevivió de aquel grupo de indépitas9 venidos juntos desde el corazón de Europa. El 1° de mayo de 1732 un Neumann, cubierto de canas en lugar del robusto y rubio hombre que llegó a la Tarahumara hacía más de medio siglo; por fin descansaba en paz en el presbiterio de su misión junto a los restos de su amigo Ratkay en Carichic Su obra etnográfica, lingüística e histórica aún sigue esperando algún día ser dada a conocer para el bien de sus tarahumares.
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Religiosos que solicitaban ir de misioneros a las Indias Occidentales.
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Referencias: Alegre, Francisco Javier, S.J. “Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España” 3 Vol., Mex. 1841. Decorme, Gerard, S.J: “La obra de los jesuitas mexicanos durante la Época Colonial” 2, Vol. Zambrano, Francisco y Gutiérrez Casillas, José, S.J. “Diccionario Bio-Bibliográfico de la Compañía de Jesús en México”. 16, Vol. Mex. 1977. Tesgüino.- Un amplio estudio antropológico sobre el tesgüino en la cultura tarahumara, Cfr. Kennedy, G. John. “Inápuchi, una comunidad tarahumara gentil”. México, 1970.
Archivos: AGN.- Archivo General de la Nación, México. AGI.- Archivo General de Indias, Sevilla. AHP.- Archivo Histórico de Parral, Chih. Colección Bolton, Biblioteca Bancroft. Berkeley, Cal.
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