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Conclusión
El libro de Daniel es una revelación de los misterios ocultos de Dios. Esto queda claro en la oración de Daniel, poco después de recibir su primera revelación: la aclaración del sueño de la estatua de metal. Daniel escribió: “Revela lo profundo y lo escondido, conoce lo que está en tinieblas, y la luz mora con él” (Daniel 2:22). A lo largo de las historias y las profecías del libro, Dios reveló sus propósitos para cada persona, y el destino de las naciones. Todo este maravilloso conocimiento quedó como depósito para los últimos días de la historia, el llamado “tiempo del fin”. Estamos viviendo precisamente en este período. Tenemos el privilegio de conocer el cumplimiento exacto de las profecías pasadas y la oportunidad de prepararnos para el mayor de todos los eventos de la historia que está por venir: la segunda venida de Cristo en gloria y majestad para el establecimiento de ese reino que “nunca jamás será destruido” (Daniel 2:44).
Sin embargo, las lecciones de este extraordinario libro no se limitan al pasado de sus historias o al futuro de sus profecías. Sobre todo, habla del presente. Nos enseña sobre la estrecha relación entre la salud física, mental y espiritual, y cómo nuestro estilo determina nuestro destino. Nos revela un Dios activo en la historia que, al colocar y sacar reyes, trabaja intencionalmente para la salvación de su pueblo. Muestra que se preocupa por cada persona, y que así como lo hizo con Nabucodonosor, ahora está dispuesto a enseñar el camino de la verdadera felicidad a todos los humildes de corazón. También aprendemos que los hijos leales de Dios atravesarán hornos y fosos de leones, que
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Secretos de la profecía
no somos inmunes a los ataques del enemigo de nuestra alma, pero Dios nunca nos desamparará y siempre estará del lado de sus hijos, especialmente en las pruebas.
Finalmente, descubrimos que hay un Santuario en el cielo, del que el terrenal era una copia, y que Jesús, en este mismo momento, está intercediendo por todos los que lo buscan de todo corazón (Jeremías 29:13). Jesús entró en él después de su ascensión, en el año 31, y desde el 22 de octubre de 1844 juzga a su pueblo. Este juicio es a nuestro favor, porque tenemos un abogado infalible que nos ama y ha pagado, con su propia sangre, en el día señalado en la profecía de Daniel (la mitad de la septuagésima semana; Daniel 9:27), el precio de nuestra eterna redención. De ahí la maravillosa invitación: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
Todo, todo, todo lo que había que hacer para nuestra redención, ya se ha realizado. El rescate ha sido pagado. La justicia divina ha sido satisfecha. Por lo tanto, no tiene sentido pagar el rescate y no recuperar a su ser querido. La historia aún no ha terminado. El Cielo espera ansiosamente el momento en que Miguel se levantará (Daniel 12:1) y vendrá a la Tierra a buscar a sus amados hijos. ¿Estás listo para este encuentro? ¿Es este el mayor objetivo de tu vida?
Moisés declaró que nuestros días en esta Tierra son unos setenta años, y que los más vigorosos llegan a los ochenta, pero en este caso, lo mejor de ellos es el cansancio y el hastío, porque todo pasa rápido y volamos (Salmo 90:10). Daniel comprendió muy bien esta verdad y, desde su juventud, se dedicó a amar y servir al Dios verdadero. Dios que era su amigo y juez.
Un día, no sabemos a qué edad, Daniel descansó y fue sepultado en algún lugar de Babilonia. Me pregunto por qué Daniel no regresó a Jerusalén, su ciudad natal, cuando otros lo hicieron después del decreto de Ciro. Y un pensamiento llena mi corazón de alegría. Daniel ya no quería volver a la Jerusalén terrenal, ahora añoraba la Jerusalén celestial. Estaba cansado de la injusticia, el sufrimiento, las ambiciones mundanas, la lucha por el poder. Soñó con un lugar de paz, una ciudad donde no habrá más llanto, no más clamor, no más luto ni dolor. Un
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lugar donde nunca más sería separado de su familia. Cerró sus ojos en Babilonia para abrirlos en la Nueva Jerusalén.
Hubo un hombre que fue en visión a esta ciudad mágica. Otro que, como Daniel, fue amado por el Cielo (Juan 13:23; 21:20). Vio cosas con las que ninguno de nosotros soñó. Pero eso ya es otra historia.