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Palabras del autor
La fascinación por el libro de Daniel llegó muy temprano a mi vida. Tenía solo trece años cuando asistí, durante la Semana Santa de 1985, a una serie de conferencias impartidas por el difunto Dr. Emanuel Ruela, cuyo tema central aún hoy recuerdo: HAY VIDA EN SU MUERTE. Fue en ese momento, luego de conocer la hermosa historia de la Cruz, que acepté a Jesús como mi Salvador personal.
Entonces comencé a asistir a la Iglesia que estaba en mi barrio, Mucuri, en el municipio de Cariacica, ES. En esta sencilla iglesia, con hermanos queridos y celosos, teníamos el Culto de Poder todos los sábados a las siete de la mañana. Bajo la dirección de los hermanos Agostinho Machado, Valdomiro, Benedito Tonoli, Neudes Fraga, Edvirges Fraga, Samuel Ney, Nilton Gonçalves, Antônio Afonso y otros, estudiamos las profecías de Daniel acerca del “tiempo del fin”.
Me fascinó que esos hermanos conocían tanto sobre la Palabra de Dios. Repetían de memoria versículos bíblicos, razonaban lógicamente, repasaban eventos históricos y personajes de la Biblia, y analizaban la historia. Todo esto me fascinaba.
En estas reuniones, se abría varias veces el libro de Daniel y se leían sus historias y sus profecías. Una estatua de varios metales, tres jóvenes arrojados a un horno, Daniel en el foso de los leones, un animal terrible y espantoso, un cuerno pequeño que hablaba insolencias, un tiempo de angustia como nunca existió, una resurrección especial; todos eran temas que iban atrapando mi mente juvenil y haciéndome creer aún más en la inspiración de la Biblia y su relevancia para nuestros días.
Una cosa siempre me llamó la atención en estos estudios: “Jesús viene pronto para establecer su reino”. Esa era la nota clave de cada estudio. Ellos enseñaban que la piedra que “fue cortada del monte sin mano alguna”, que destruye la imagen (Daniel 2:45), sería el establecimiento final del Reino eterno de Cristo, que no tendría fin. Con estas bellas imágenes, mi mente juvenil se fue enamorando del estudio de
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las profecías. Y comencé, como esos hermanos, a anhelar el regreso de Jesús. Realmente me convertí en adventista, alguien que no solo amaba el regreso del Señor, sino también buscaba, por medio de mi propia vida y mi accionar, acelerar ese día extraordinario (2 Pedro 3:12).
Muchos de esos queridos hermanos ya no viven. Agostinho Machado, Antônio Afonso, Emanuel Ruela ya descansan en el polvo, como Daniel (Daniel 12:13). Afortunadamente, según el mismo Cristo, solo duermen (Juan 11:11), y llegará el día en que “serán despertados” para recibir la recompensa: “La corona de justicia” (Daniel 12:2; 2 Timoteo 4:8). Esto es lo que sucede cuando estudiamos a Daniel: nos enamoramos de Cristo y de su venida, y ni siquiera la muerte puede arrebatarnos la esperanza de nuestro corazón.
Como se le dijo a Moisés, en la zarza ardiente, debemos quitarnos “las sandalias”, porque estudiar el libro de Daniel es pisar Tierra Santa (Éxodo 3:5). Oremos para que el mismo Espíritu Santo que ayudó al profeta a registrar estas historias y estas profecías nos ayude a estudiarlas y a comprenderlas. Que, a lo largo de cada capítulo, percibamos que el Reino de Cristo se acerca y busquemos ser ciudadanos de él.
Ese es el sincero deseo de tu hermano de peregrinaje.