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del Santuario celestial

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LAS 2.300 TARDES

Y MAÑANAS, Y LA PURIFICACIÓN DEL SANTUARIO CELESTIAL

Dios declaró, por medio del profeta Amós, que él no haría nada “sin revelar su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Todas las profecías de la Biblia fueron dadas al pueblo de Dios con el objetivo de prepararlo para los acontecimientos que estaban por venir y hacer que se comprometa en el cumplimiento de los designios divinos.

La profecía de las “2.300 tardes y mañanas” es la profecía más larga de la Biblia, y llega hasta nuestros días. Como ya hemos visto, habla de dos eventos claves: (a) en la Tierra, la Iglesia remanente se levantaría para restaurar la verdad de Dios hollada por el cuerno pequeño (Isaías 58:12; Daniel 8:12; Apocalipsis 10:8-11); (b) en el Cielo, comenzaría el Juicio Investigador y, cuando terminara, el cuerno pequeño finalmente sería destruido y el reino sería dado a los santos del Altísimo (Daniel 7:18, 27). Ahora vamos a estudiarla en más detalle.

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Secretos de la profecía

COMPRENDIENDO LA PROFECÍA

El texto central para el estudio de la purificación del Santuario es Daniel 8:14. Ya hemos visto que el santuario que sería purificado es el celestial, y esto solo sucedería al final del período profético. Entonces, para poder saber cuándo terminan los 2.300 años, necesitamos averiguar cuándo comienzan. Para ello, dirijamos nuestra atención al capítulo 9 de Daniel.

LA ORACIÓN DE DANIEL (DANIEL 9:1-3, 17, 18)

Según los versículos anteriores, Daniel oró por la restauración del pueblo, la ciudad y el templo, que estaba en ruinas. Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió Jerusalén tres veces. En la primera invasión, en 605 a.C., los príncipes fueron llevados en cautiverio a Babilonia, y entre ellos estaba Daniel (2 Reyes 24:14; Daniel 1:3-6). La ciudad de Jerusalén y el templo de Salomón fueron destruidos recién en la tercera invasión babilónica, que tuvo lugar en el año 586 a.C. (ver 2 Reyes 25:8, 9).

Mediante el profeta Jeremías, Dios predijo que el cautiverio de Babilonia duraría setenta años (Jeremías 25:11), y que después de ese tiempo Dios levantaría al libertador, Ciro, para llevar a su pueblo de regreso a Jerusalén (Isaías 45:1). La caída de Babilonia en 539 a.C. llevó a Daniel a estudiar las profecías, específicamente la de Jeremías, que habla del período de cautiverio de setenta años (Jeremías 25:11, 12; Daniel 9:2). Transcurría el primer año de Darío, hijo de Asuero, es decir, hacia el año 538 a.C. El Imperio Medopersa acababa de derrotar a Babilonia y ahora solo faltaba la autorización para que el pueblo judío regresara a su patria. Habían pasado 68 años desde que Daniel fue llevado cautivo a Babilonia, lo que significa que solo faltaban dos años para completar los setenta años de cautiverio predichos por el profeta. Así que Daniel comenzó a orar para que Dios cumpliera su promesa y liberara a su pueblo. Un detalle no puede pasarse por alto aquí: Daniel pensó que la profecía de la purificación del Santuario de Daniel 8:14 se refería a la restauración del templo y la ciudad de Jerusalén, ahora en ruinas.

Mientras Daniel oraba, el ángel Gabriel fue enviado para explicarle la “visión” (Daniel 9:23). ¿Qué visión? La de las 2.300 tardes y maña-

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nas (Daniel 8:14), visión que Daniel no había entendido (Daniel 8:26, 27). Sin embargo, en lugar de hablar de los 2.300 años proféticos, que llegarían hasta el tiempo del fin y la purificación del Santuario, introduce el tema de la profecía de las setenta semanas. Daniel había orado por su pueblo y por el Santuario terrenal que estaba desolado, por lo que el ángel se limita a un período más corto relacionado solo con el pueblo de Daniel y su ciudad, Jerusalén.

LA PROFECÍA DE LAS SETENTA SEMANAS

El ángel le dijo a Daniel: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y tu santa ciudad, para acabar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia de los siglos, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos” (Daniel 9:24).

La expresión “determinadas” (hatak) puede traducirse literalmente como “cortadas”,182 es decir, las setenta semanas o 490 años estarían cortadas del período mayor de 2.300 años. Este período de tiempo sería asignado al pueblo judío para: (a) dar fin a la prevaricación, (b) poner fin al pecado, (c) expiar la iniquidad, (d) traer la justicia de los siglos, (e) sellar la visión y la profecía y (f) ungir al Santo de los santos (Daniel 9:24). En otras palabras, el Cielo esperaba el arrepentimiento del pueblo de Daniel, y si eso no ocurría, el pueblo perdería el privilegio de ser una nación escogida.

Entonces, el ángel declara cuándo debe comenzar el período de las setenta semanas y los 2.300 años: “Conoce y entiende que, desde que salga la orden de restaurar y reedificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas más sesenta y dos semanas. La plaza y la muralla se reedificarán en tiempos angustiosos” (Daniel 9:25).

El evento fue destacado: “La orden de restaurar y reedificar Jerusalén”. El libro de Esdras registra tres decretos concernientes a la repatriación de los judíos: el primero fue promulgado en el primer año de Ciro, alrededor de 538/537 a.C. (Esdras 1:1-4); el segundo, durante

182 Este verbo hatak ocurre solo una vez en todo el Antiguo Testamento, aquí mismo en Daniel. Por eso, no es tan fácil determinar su significado original. Sin embargo, al observar otra literatura judía posbíblica, vemos su uso docenas de veces como “cortar”, y solo una vez como “decretar” o “determinar”. Así que esta es la mejor traducción. Ver más detalles en: William H. Shea, Daniel: Una guía para el estudioso, p. 184.

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el reinado de Darío I, hacia el año 520 (Esdras 6:1-12); el tercero, en el séptimo año de Artajerjes, 457 a.C. (Esdras 7:1-26).183

Sin embargo, solo el decreto de Artajerjes de 457 a.C. cumple con los requisitos de la profecía de Daniel 9:25 y marca el comienzo del período profético de las setenta semanas y las 2.300 tardes y mañanas (días). En este decreto, además de permitir la repatriación de los judíos, Artajerjes también les otorgó el estatus de autonomía gubernamental (ver Esdras 6:14; 7:25, 26).

El ángel Gabriel dividió la profecía de las setenta semanas en períodos: 7 semanas + 62 semanas = 69 semanas

Si cada semana tiene siete días y estamos hablando de días proféticos, es decir, cada día representa un año, tenemos el siguiente cálculo: 69 semanas × 7 días = 483 días proféticos/años literales

Si partimos del año 457 a.C., fecha del decreto de Artajerjes, y viajamos en el tiempo 483 años, llegaremos al año 27 d.C. Según el ángel, este sería el año de la aparición del “Ungido” o “Príncipe” (Daniel 9:25). ¿Qué sucedió en el año 27 d.C., al final de las 69 semanas de la profecía?

Tiberio Claudio Nerón César fue el segundo emperador romano perteneciente a la dinastía julio-claudiana. El año 15 de Tiberio César es precisamente el año 27 de la Era Cristiana.184 Este fue el año del bautismo de Cristo, cuando él recibió la unción del Espíritu Santo (Mateo 3:16). Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su ministerio terrenal (Lucas 3:1-3; 21-23).

Así, podemos representar la profecía hasta el momento con el siguiente cuadro:

457 a.C. 69 semanas o 483 años 408 a.C.

7 semanas 62 semanas 27 d.C.

183 Ver más detalles en: Frank B. Holbrook, Setenta semanas: Levítico e a natureza da profecia (Ingeniero Coelho, SP: UNASPRESS, 2010), pp. 39-47. 184 Comentario bíblico adventista, t. 5, pp. 246-251.

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El ángel continúa hablando de la obra del Mesías, el Ungido: “En otra semana confirmará el pacto a muchos; y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda” (Daniel 9:27).

Jesús fue bautizado en el año 27 de la Era Cristiana. Según la profecía, “en otra semana confirmará el pacto a muchos”; es decir, siete años, llegando así al año 34 d.C. ¿Qué evento marca el final de este período de pacto? Al estudiar el libro de los Hechos, encontramos el último discurso de Esteban, uno de los siete diáconos de la Iglesia primitiva (Hechos 7:1-53). Después de su predicación, fue apedreado hasta la muerte (Hechos 7:54-58). Antes de morir, vio a Jesús de pie a la diestra del Padre (Hechos 7:55, 56), en una actitud de reproche y juicio hacia la nación judía. Esto ocurrió en el año 34 y marca el final de los 490 años de oportunidad para el pueblo judío como pueblo elegido. Después de esto, Dios levantó su Iglesia para que, por medio de ella, se predicara el Evangelio a todas las naciones. Saulo, quien estuvo presente en el apedreamiento de Esteban (Hechos 7:58) se convirtió en Pablo, el apóstol a los gentiles, y predicó el Evangelio a gentiles, griegos y romanos (Hechos 9:1-9; Romanos 1:1).

La profecía informa que, a mediados de la septuagésima semana, Jesús pondría fin al “sacrificio y la ofrenda”. ¿Cómo hizo esto Jesús? Él mismo puso fin al sistema de sacrificios del Antiguo Testamento al convertirse en la ofrenda misma (Juan 1:29; 1 Corintios 5:7). En el mismo momento de su muerte, el velo del templo, que separaba el lugar Santo del Santísimo, se rasgó de arriba abajo, indicando así el fin de ese sistema tipológico de salvación (Mateo 27:50, 51; Hebreos 9:11-15, 28).

457 a.C. 408 a.C. 70 semanas o 490 años 27 d.C. 31 d.C. 34 d.C.

7 semanas 62 semanas 1 semana

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LA PROFECÍA DE LAS 2.300 TARDES Y MAÑANAS

El mandato de “restaurar y edificar Jerusalén” se emitió en el año 457 a.C. Recorriendo los 490 años dados a los judíos, llegamos al año 34 d.C., cuando Esteban fue apedreado. Todavía quedan 1.810 años del período mayor de 2.300 años. Ahora basta sumar los 1.810 años restantes, y la profecía llega al tiempo exacto en que comenzaría la purificación del Santuario; es decir, 1844.

2.300 años “Hasta dos mil trescientos días de tardes y mañanas. Entonces el santuario será purificado”. 70 semanas o 490 años

457 a.C. 408 a.C. 27 d.C. 31 d.C. 34 d.C. 1844 d.C.

7 semanas (o 49 años) 62 semanas (o 434 años) 1 semana (o 7 años) 1.810 años

Haciendo un paralelismo entre el décimo día del séptimo mes del calendario judío, día en que tuvo lugar la expiación en Israel (Levítico 16:29), con nuestro actual calendario gregoriano, llegamos al 22 de octubre de 1844. Dos eventos especiales tuvieron lugar en esta fecha: (a) en la Tierra, la Iglesia Remanente se levantaría para restaurar la verdad de Dios hollada por el cuerno pequeño (Isaías 58:12; Daniel 8:12; Apocalipsis 10:8-11); (b) en el Cielo, comenzaría el Juicio Investigador y, cuando terminara, el cuerno pequeño finalmente sería destruido y el reino sería dado a los santos del Altísimo (Daniel 7:18, 27).

a) En la Tierra: surgiría la Iglesia Remanente para restaurar las verdades echadas por tierra por el cuerno pequeño.

Según la profecía de Daniel 8:10, el cuerno pequeño crecería hasta llegar al ejército del Cielo; y derribaría y pisotearía parte del ejército y de las estrellas. Estas son las legiones terrenales del ejército de Dios, sus santos (Daniel 8:10 y Apocalipsis 13:7). La profecía de Daniel 7:25 afirma que estos mismos santos serían entregados en manos del cuerno pequeño por un período de 1.260 años. Cuando este período ter-

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minase, la Iglesia debería emerger como una organización. Lo mismo revela el libro de Apocalipsis en el capítulo 12.

UNA IGLESIA EN EL DESIERTO

Apocalipsis 12 es nuestra base para estudiar la Iglesia de Dios en el desierto. En este capítulo tenemos los siguientes elementos: a. Una mujer vestida del sol que simboliza la verdadera Iglesia (Efesios 5:23). b. Un Dragón que representa al mismo Satanás (Apocalipsis 12:9) y a la Roma pagana y papal como agentes de Satanás para infligir persecución al pueblo de Dios. c. Un Hijo Varón que sería arrebatado para Dios hasta su trono. Aquí hay una referencia al mismo Cristo (Mateo 19:28; Hebreos 8:1; 12:2; Apocalipsis 3:21).

Satanás trató de destruir a Cristo por medio de Herodes, en la matanza de los inocentes (Mateo 2:16-18) y luego al crucificarlo, por medio de los romanos (Marcos 15:24). Como no pudo destruir a Cristo, su ira se volvió contra la Iglesia de Cristo. “Cuando el dragón vio que él había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al varón” (Apocalipsis 12:13).

Esta persecución es la misma de la que habló el profeta Daniel (7:25), y continuaría por 1.260 años (Apocalipsis 12:6, 14). Este período de la Iglesia oculta en el desierto coincide exactamente con el período de supremacía papal, es decir, desde el año 538 hasta 1798. ¿Quiénes eran los representantes de la Iglesia de Dios en el período del desierto? Mientras que la Iglesia cristiana primitiva resistió victoriosamente las persecuciones del Imperio Romano, los creyentes se multiplicaron por todas partes. Sin embargo, después de los diez años de persecución contra los cristianos, encabezados por los emperadores Diocleciano y su sucesor, Galerio (303 a 313 d.C.), profetizados en Apocalipsis 2:10, el emperador Constantino firmó el edicto de tolerancia de Milán. En este edicto (313 d.C.), la religión cristiana se convirtió en la religión oficial del Imperio. Los bienes, otrora confiscados, fueron devueltos y los cristianos vivieron una época de paz y prosperidad. Muchos, durante este período, se convirtieron en cristianos

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por interés y, según algunos historiadores, “la conversión masiva de los paganos tuvo como consecuencia la introducción de falsas doctrinas y errores dentro de la iglesia”.185 Elena de White declara: “De un modo casi imperceptible las costumbres del paganismo penetraron en la iglesia cristiana”.186 Y esto se debió en gran parte a la falsa conversión de Constantino. “Constantino fue emperador de Roma entre 306 y 337 d.C. Fue un adorador del sol durante los primeros años de su Imperio. Más tarde, afirmó haberse convertido al cristianismo; pero de corazón siguió adorando al Sol”.187

En este período, se desarrolló la doctrina del papa como cabeza visible de la Iglesia universal de Cristo; la santidad del primer día de la semana; el Papa como mediador terrenal (nadie podía acercarse a Dios, sino por su intermedio); la infalibilidad papal y el requisito de que el Papa reciba adoración de todos los hombres. “Las tinieblas parecían hacerse cada vez más densas. La adoración de imágenes se hizo más general. Se les encendían velas y se les ofrecían oraciones. Llegaron a prevalecer las costumbres más absurdas y supersticiosas”.188 Este serio problema espiritual afectó incluso a otros aspectos de la sociedad, y “durante siglos Europa no progresó en las ciencias, ni en las artes, ni en la civilización. La cristiandad cayó en una parálisis moral e intelectual”.189 Los verdaderos creyentes no podían aceptar estas doctrinas, por lo que se separaron de la Iglesia. Por eso, fueron objeto de las más terribles persecuciones. Tenemos en este mismo período la creación de las indulgencias (remisión completa de los pecados pasados, presentes y futuros) y, en el siglo VIII, se instituye la más terrible de todas las estratagemas del papado: la “Santa Inquisición”. Miles fueron condenados a muerte por su amor a Cristo. Pero aun ante tanta persecución, Dios tenía a su pueblo fiel. En todas las edades, él siempre tuvo sus testigos. Cuando vino el Diluvio, Dios tenía a Noé. Cuando Sodoma y

185 Eduardo Naenni, Historia dos valdenses del Piomonte (Bogotá, Colombia: Asociación Publicadora Interamericana, s.f.), p. 10. 186 Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 53. 187 Carlyle B. Haynes, Do sábado para o domingo (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 1994), p. 44. 188 Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 61. 189 Ibíd., p. 65.

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Gomorra fueron destruidas, Dios tenía a Lot; cuando el pueblo judío estaba cautivo en Babilonia por el pecado de la idolatría, Dios tenía a Daniel, Misael, Ananías y Azarías. Es difícil calcular cuánto les debemos a estos hombres por su ejemplo de fidelidad.

En ese momento caótico del cristianismo, nada escapaba a los planes de Dios. Apocalipsis dice que la tierra ayudaría a la mujer (12:16). En tierras fuera de la jurisdicción de Roma, hubo fieles que permanecieron casi completamente libres de la corrupción papal. Podemos mencionar, entre otros, a los valdenses, los albigenses y los hugonotes. Debido a su lealtad a Dios, los valdenses fueron excomulgados en 1183. “El Concilio de Verona, convocado y presidido por el Papa Lucio II […] excomulgó a los valdenses, así como a otros grupos cristianos que se habían separado de Roma”.190

Por lo tanto, podemos definir el período de la Iglesia en el desierto desde 538 hasta 1798. Entre los fieles creyentes de este período aún podemos citar a Martín Lutero, Juan Huss, Jerónimo de Praga, Ulrico Zwinglio, William Tyndale y John Wycliffe, entre otros.

Al final de los 1.260 años de persecución, varios hechos generaron gran expectativa en torno a las profecías bíblicas, en particular el libro de Daniel. El 1º de noviembre de 1755 se produjo el gran terremoto de Lisboa. Veinticinco años después, el 19 de mayo de 1780, el sol se oscureció, generando temor y expectativa en todos; y en la noche inmediata, la Luna apareció en el cielo roja como la sangre (ver Apocalipsis 6:12-17). Finalmente, el 20 de febrero de 1798, por orden de Napoleón Bonaparte, el Papa Pío VI fue arrestado. En efecto, el tiempo del fin había llegado, concretamente con las fechas de 1798, fin de los 1.260 años de supremacía papal, y 1844, fin del período de las 2.300 tardes y mañanas.

LA IGLESIA REMANENTE SALE DEL DESIERTO

El profeta Isaías nos dice: “Reedificarás las ruinas antiguas, levantarás los cimientos puestos hace muchas generaciones, y serás llamado reparador de muros caídos, restaurador de calzadas para andar”

190 Jean Jalla, Histoire populaire des Vaudois des Alpes et de leurs colonies (Torre Pellice: Imprimerie A. Besson, 1904), p. 12.

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(Isaías 58:12). Este versículo nos habla del papel de la Iglesia remanente: “reparadora de muros caídos” y “restauradora de calzadas”. El profeta Jeremías ya había dicho: “Así dice el Señor: ‘Párense en los caminos y miren. Pregunten por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y anden por él; y hallarán descanso. Pero ustedes dijeron: No andaremos’ ” (Jeremías 6:16). Preguntar por las sendas antiguas, un retorno a las verdades de la palabra de Dios, fue el gran desafío de la Iglesia remanente.

El surgimiento del pueblo remanente también fue profetizado en Apocalipsis 10:8 al 11. La experiencia de Juan al comer el librito, primero dulce y luego amargo, ilustró la experiencia por la que pasaría el pueblo de Dios en el tiempo del fin. El librito en la mano del ángel de Apocalipsis 10 no es otro que el libro de Daniel, y el ángel es el mismo Jesucristo.

En el mes de septiembre de 1816, un bautista llamado William Miller estaba leyendo en la Iglesia una homilía de Alexander Proudfit titulada “El deber de los padres hacia los hijos” (Practical Godliness in Thirteen Discourses), cuando se llenó de emoción y no pudo terminarla. Desesperado por sus pecados, se dio cuenta de que necesitaba un Salvador. Recurrió a la Biblia y en sus páginas encontró al Salvador. Más tarde, declaró: “Las Escrituras se han convertido en mi delicia, y en Jesús he encontrado un amigo”.191 A partir de ese evento, dedicó varios años de estudio a la Biblia. Usando solo la Biblia y una concordancia, comenzó con el primer versículo de Génesis y no pasaba a otro texto hasta que se aclaraban todas las dudas. Así, continuó durante varios años, hasta que se encontró con Daniel 8:14. “Y él respondió: ‘Hasta dos mil trescientos días de tardes y mañanas. Entonces el santuario será purificado’ ”.

Empleando Ezequiel 4:6 y 7, y otros textos, creía que “la purificación del Santuario consistía en la purificación de la tierra y de la Iglesia, que tendría lugar en la segunda venida de Cristo, al final de los 2.300 años”.192 En 1818, Miller llegó a la conclusión de que Cristo

191 C. Mervyn. Maxwell, História do adventismo (Santo André, SP: Casa Publicadora Brasileira, 1982), p. 12. 192 Alberto R. Timm. O santuário e as três mensagens angélicas (Engenheiro Coelho, SP: Im-

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regresaría alrededor de 1843, es decir, el final llegaría en unos veinticinco años desde ese momento.193 Miller dedicó varios años de su vida a estudiar estos temas, y no fue hasta el 8 de diciembre de 1839 que Miller presentó su primera serie en una ciudad importante. Los estudios de Miller se difundieron y había miles de personas esperando que Jesús regresara en algún momento de marzo/abril de 1843/1844. Ese fue el primer chasco. Luego vino el movimiento del séptimo mes, es decir, Jesús no regresaría en abril o marzo, sino en septiembre u octubre, siete meses después. Así, tras los estudios de Samuel Snow y otros, se fijó la fecha para el 22 de octubre de 1844.

Llegó el día, pasó y Jesús no regresó. El chasco fue tremendo. James White escribió más tarde: “Cuando el hermano Himes visitó Portland, Maine, unos días después de que pasara la fecha, y declaró que los hermanos debían prepararse para otro duro invierno, mis sentimientos fueron casi incontrolables. Salí del lugar de reunión y lloré como un niño”.194

El sentimiento de desilusión y confusión solo pasó después de que Hiram Edson recibió una visión. Edson era un granjero del norte del estado de Nueva York; mientras cruzaba el maizal, se detuvo en medio del campo. “El cielo pareció abrirse a mi vista, y vi distinta y claramente que en lugar de que nuestro Sumo Sacerdote dejara el Lugar Santísimo del Santuario celestial para venir a la Tierra (22 de octubre) […] entró por primera vez ese día en el segundo departamento de ese Santuario; y que tenía una obra que hacer en el Santísimo antes de volver a la Tierra”.195 Después de la profecía del chasco de Apocalipsis 10, el texto termina diciendo: “Es necesario que otra vez profetices” (Apocalipsis 10:11); es decir, los períodos proféticos todavía debían ser predicados, ahora con una visión correcta de la obra que Cristo está realizando en el Cielo en nuestro favor.

A raíz del chasco del 22 de octubre de 1844, el movimiento millerita se dividió en tres grupos: (a) el primero abandonó la fe y nunca más

prensa Universitária Adventista, 1999), p. 35. 193 Maxwell, História do adventismo, p. 13. 194 Disponible en: <http://temcat.com/L-1-adv-pioneer-lib/JWHITE/LIFE.pdf> 195 Maxwell, História do adventismo, p. 50.

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quisieron saber de religión; (b) el segundo siguió marcando fechas hasta desaparecer, y (c) el tercero dio origen a la Iglesia Adventista del Séptimo Día (Apocalipsis 12:17; 14:12; 19:10).

Así, había comenzado el tiempo del fin. El poder papal había caído en 1798; y en 1844, en el tiempo profético asignado, Dios sacó a su Iglesia del desierto porque tenía una misión sagrada para ella (Apocalipsis 10:11; Mateo 28:19, 20).

Hoy, la Iglesia Adventista del Séptimo Día reúne en su núcleo doctrinal veintiocho creencias fundamentales,196 todas ellas fuertemente fundamentadas en la Palabra de Dios. Algunas doctrinas son distintivas del adventismo,197 otras son compartidas con la mayoría de las iglesias protestantes históricas. Mediante la enseñanza de estas doctrinas, la Iglesia Adventista cumple su función profética, como Iglesia remanente, de restaurar las verdades echadas por tierra por el cuerno pequeño (Daniel 8:12; Isaías 58:12).

b) En el Cielo: comenzaría el Juicio Investigador y, cuando terminara, el cuerno pequeño sería finalmente destruido y el reino sería dado a los santos del Altísimo.

Así como el Santuario terrenal tenía dos departamentos, el Santo y el Santísimo, y en ellos los sacerdotes ministraban diariamente, y el sumo sacerdote, una vez al año, así llegaría el día en que Cristo asumiría su ministerio como Sumo Sacerdote en el Cielo y limpiaría el Santuario.

Cuando Jesús ascendió al Cielo (Hechos 1:9), fue al Santuario celestial y comenzó el ministerio sacerdotal de intercesión, tal como lo hacía el sacerdote durante todo el año. Así como el Santuario terrenal se sometía a una purificación anual, también lo haría el celestial.

196 Para un estudio de estas 28 creencias, ver: Creencias de los adventistas del séptimo día (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2017). 197 Por “características” nos referimos a las doctrinas centrales desarrolladas en los primeros años del adventismo: el sábado del séptimo día, la segunda venida de Cristo, el ministerio de dos fases de Cristo en el Santuario celestial, la inmortalidad condicional y la perpetuidad de los dones espirituales. Estas verdades ponen al Adventismo del Séptimo Día en contraste con otros grupos de cristianos. Para más detalles, véase Knight, Nuestra identidad; Schwarz y Greenleaf, Portadores de luz.

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Esta obra de purificación, según Daniel 8:14, tendría lugar después de 2.300 años; es decir, en el año 1844. El 22 de octubre de ese año Jesús inicia su ministerio sumosacerdotal. Esto indica que estamos viviendo, desde 1844, en el gran día profético de la expiación.

En resumen: la primera fase del ministerio de Cristo duró desde su ascensión (año 31) hasta 1844 (Hebreos 8:1, 2, 6), en la que desempeñó el ministerio de Sacerdote. La segunda fase (como Sumo Sacerdote) va desde 1844 hasta su segunda venida, fecha no revelada en la Biblia (Mateo 24:36). Así como el Día de la Expiación era de juicio para el pueblo de Israel, así será para el pueblo de Dios en el tiempo del fin. Veamos qué sucede en este día escatológico de expiación: a. El juicio comienza en el Santuario (Apocalipsis 14:7; Hechos 17:31). b. Los muertos son juzgados por las cosas registradas en los libros (Apocalipsis 20:12; 2 Corintios 5:10; Eclesiastés 12:14). c. Jesús asume el papel de abogado en este juicio (1 Juan 2:1). d. Los pecados de los justos son borrados (Hechos 3:19-21). e. El nombre del vencedor permanece en el libro de la vida de Dios (Apocalipsis 3:5). f. El que no ha abandonado el pecado es borrado del libro de Dios (Éxodo 32:33). g. Los condenados son aquellos cuyos nombres no están en el libro de la vida (Apocalipsis 20:15). h. Los casos de todos quedan eternamente sellados (Apocalipsis 22:11). i. Después del juicio, finaliza la obra sacerdotal de Cristo (Hebreos 9:27, 28; Apocalipsis 15:5, 8; Daniel 7:13, 14, 26, 27).

Así, el juicio de Dios se puede dividir en tres fases. Estas fases se llaman: (a) preadvenimiento (porque tiene lugar antes del regreso de Cristo); (b) probatorio (solo para aclarar el motivo de la condenación de los impíos); y (c) ejecutivo (aplicación de la sentencia).

EL JUICIO PREADVENIMIENTO (INVESTIGATIVO)

Esta fase del juicio concierne al pueblo de Dios. Comienza con los primeros habitantes de la Tierra y se extiende a los que están vivos

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cuando el Señor venga. Los que no han aceptado a Cristo como Salvador no son juzgados en esta etapa. Esto concuerda con las palabras de Cristo: “El que no cree [al Hijo], ya está condenado” (Juan 3:18), es decir, ya ha sido condenado. Los salvos son juzgados antes de que Jesús regrese. En Apocalipsis 20:4, Juan vio tronos, y en ellos se sentaron aquellos a quienes se les había dado autoridad para juzgar. ¿Quién es juzgado en ese momento? El mismo versículo presenta a los que fueron muertos por la Palabra de Dios y también a los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen. Esta es una visión de los hijos fieles de Dios.

JUICIO PROBATORIO

La segunda fase se denomina “juicio probatorio”. Esta fase del juicio tiene lugar después de que Cristo regrese, durante el milenio (ver Apocalipsis 20:6). Esto no significa que todavía haya esperanza de salvación. Este juicio en realidad demostrará la justicia y la misericordia de Dios al salvar a los que aceptaron la salvación y condenar a los que la rechazaron.

En Apocalipsis 20:11, Juan ve otra escena de juicio. Esta vez se refiere al juicio de aquellos que no tienen sus nombres en el libro de la vida (ver 20:15). Por lo tanto, este es el juicio de los perdidos. Esta fase del juicio tendrá lugar durante los mil años posteriores al regreso de Cristo (Apocalipsis 20:5).

JUICIO EJECUTIVO

Como última fase del juicio de Dios, tendremos el pronunciamiento de la sentencia. Llamamos a esta tercera fase “juicio ejecutivo” (ver Apocalipsis 20:9). El fuego destruirá todo pecado. El mal nunca más se levantará (Malaquías 4:1). El mismo fuego que destruirá a los malvados purificará este planeta. Esta será la morada eterna de los redimidos (Apocalipsis 21:1-3).

Cuando termine la primera fase del juicio (juicio preadvenimiento), Jesús regresará a la Tierra como “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16), para recompensar a cada uno (Mateo 25:31-46) y destruir el cuerno pequeño. Finalmente, el reino será dado a los santos del Altísimo y ellos reinarán por toda la eternidad (Daniel 7:11, 18, 27).

“Por lo tanto, las profecías constituyen un puente divinamente

construido desde el abismo del tiempo hasta las riberas sin límites de

la eternidad, un puente sobre el cual aquellos que, como Daniel, pro-

ponen en su corazón amar y servir a Dios, por la fe podrán pasar des-

de la incertidumbre y la aflicción de la vida presente a la paz y la segu-

ridad de la vida eterna” (Comentario bíblico adventista, t. 4, p. 778).

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