iglesias y sectas tenían que depender de la política liberal de tolerancia religiosa y de separación de la Iglesia y el Estado. Esta afinidad entre el liberalismo y el protestantismo fue otro aviso para la Iglesia católica y la empujó a depender todavía más de la protección y los privilegios, decidida a conservar el control del registro de nacimientos, matrimonios y defunciones. A ojos de los católicos el protestantismo equivalía a secularización y era un ejemplo del peligro de la tolerancia religiosa; también reforzó la alianza de la Iglesia con los conservadores y fomentó el recurso a concordatos entre la Santa Sede y los gobiernos nacionales, en los cuales era frecuente que el control del patronazgo eclesiástico se concediera a cambio de una posición especial para la Iglesia en el Estado. Mientras tanto, continuaba la inmigración en masa con la consiguiente expansión de las iglesias de los inmigrantes. A partir de comienzos del siglo xx, y en especial.desde 1914, el comercio y las inversiones estadounidenses en América Latina hicieron grandes progresos, acompañados por una mayor presencia política y a veces militar. También aumentaron las oportunidades para el protestantismo norteamericano: aparecieron nuevos grupos —los cuáqueros, el Ejército de Salvación, los adventistas del Séptimo Día— y nuevos movimientos misioneros tales como las Free Church Missions y la Evangelical Union of South America, aumentaron la presencia protestante y la indignación católica. A pesar de todo, incluso después de un siglo de crecimiento, el protestantismo era un fenómeno raro y exótico en América Latina. En la lucha por la posesión del pensamiento la Iglesia católica tenía un rival más potente. El principal desafío intelectual a la Iglesia católica no procedía del protestantismo, sino del positivismo, el cual, tras anteriores oleadas de utilitarismo y liberalismo, consiguió dominar el pensamiento de la élite latinoamericana en los últimos decenios del siglo xix.16 La filosofía de Auguste Comte se basaba en el conocimiento «positivo», esto es, un conocimiento que pudiera demostrarse científicamente. En lugar de la religión revelada, Comte estableció principios racionales y empíricos. Estos principios darían una teoría de la estructura y el cambio sociales a partir de la cual podría crearse un sistema de planificación de la sociedad. La estructura política necesaria para ello era un dictador apoyado en el consenso popular, que gobernara a título vitalicio con la ayuda de una élite tecnocrática y promoviera el progreso económico en una sociedad ordenada. El positivismo llegó relativamente tarde a América Latina, cuando ya no estaba de moda en Europa, pero arraigó a partir del decenio de 1870 y llegó a ejercer una influencia dominante en varios países durante el resto del siglo y más allá. Provocó una reacción inmediata entre los que intentaban explicar el atraso político y económico de América Latina y que acogieron con agrado su promesa de renovación y modernización, y su desafío a la influencia de la Iglesia católica sobre el pensamiento de las masas. A las élites y los tecnócratas gubernamentales les ofrecía legitimidad para el modelo económico imperante y su estructura autoritaria. A ojos de los sectores medios era una mezcla tranquilizadora de reformismo y conservadurismo, ya que prometía progreso material sin amenazar la estructura de la sociedad. Académicos, maestros de escuela, militares y otros grupos interesados en la modernización, el desarrollo y la mejora de la sociedad, 16. Véase también Hale, HALC, VIII, capítulo 1.