arte latinoamericano 4

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ARTE-ARQUITECTURA-CAMBIOS ARTÍSITICOS LATINOAMERICA. En unas pocas ciudades latinoamericanas, particularmente en aquellas que como Buenos Aires tenían poca arquitectura colonial importante, la lucha por la independencia estimuló las innovaciones arquitectónicas hasta el punto de que éstas llegaron a simbolizar el rechazo al colonialismo. Muchos de los edificios de Buenos Aires se construyeron siguiendo principios que no eran hispánicos y con frecuencia se emplearon arquitectos franceses, italianos e ingleses. Sin embargo, hay que reconocer que este proceso ya había empezado a finales de la época colonial. Las formas más frías y racionales del neoclasicismo ya se veían, por ejemplo, en el Palacio de la Minería de la Ciudad de México, construido por el español Manuel Tolsá (1757-1816), que también fue el escultor de la estatua ecuestre de Carlos IV. La cúpula y las torres que Damián Ortiz de Castro (1750-1793) proyectó para la catedral metropolitana de la Ciudad de México, las iglesias y las grandes casas que Francisco Eduardo Tresguerras (1759-1833), un discípulo de Tolsá, construyó en la región del Bajío de México, y el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile que el arquitecto italiano Joaquín Toesca (1745-1799) edificó a finales del siglo xvm también ponen de manifiesto la influencia neoclásica. A la vez, es asimismo importante reconocer que la prolongada existencia de la arquitectura colonial sólo dominó en términos cuantitativos y que, debido al valor que le conferían los conservadores, la arquitectura latinoamericana después de la independencia continuó en general siendo inevitablemente provincial (hasta la década de 1930). A diferencia de Brasil, la mayor parte de las nuevas repúblicas eran demasiado pobres para emprender un proceso de reconstrucción de grandes dimensiones en el llamado periodo anárquico que transcurrió entre las décadas de 1820 y 1860. Las innovaciones siguieron normalmente los dictámenes del neoclasicismo, lo cual por un lado puso de manifiesto que la nueva élite ascendente había adoptado el racionalismo y el positivismo europeos y por otro mostró cómo se concebía entonces el futuro político y social de las sociedades latinoamericanas. No hay nada que refleje con más claridad que la arquitectura cuál era la naturaleza de los proyectos del siglo xix; no hay nada que haga más evidente que se habían escogido la Ilustración y Francia, concretamente el Versalles de Luis XIV y el París de Napoleón, como modelos culturales e ideológicos para América Latina. Así como la presencia de los monasterios o de las fortalezas es un hecho ineludible en cualquier reconstrucción del periodo colonial, las academias neoclásicas, el edificio que contenía la cultura latinoamericana del siglo xix, se mantuvieron a pesar del aparente predominio del romanticismo, primero, y del modernismo, más tarde, y su influencia en el arte perduró. (En México, la Academia de San Carlos, fundada en 1785, sobrevivió y llegó a jugar un papel importante en el mundo artística institucional hasta bien entrado el siglo xx.) Si el barroco representó la unión, quizá contradictoria, entre el Estado y la Iglesia, el neoelasicisnio en cambio simbolizó las libertades burguesas y la sociedad civil, la extensión de la educación secular y el proceso general de integración dentro de la órbita más amplia del mundo europeo. Por este motivo, Bolívar y Rivadavia invitaron a educadores europeos como Lancaster y Thompson a Caracas y a Buenos Aires ya en la


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