Aurora Boreal 8

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www.auroraboreal.net Nr. 8 Septiembre 2010 ISSN 1902-5815

AURORABOREAL

Para los amantes del espa単ol


Sumario

Foto de internet

AURORABOREAL Próximo número

Manifiesto Promover la cultura de la lengua española en el mundo entero. Temas: literatura, arte, música, teatro, fotografía, arquitectura, diseño y cultura en general. Un foro para difundir, discutir y gozar el español entre la gente que lo habla y lo estudia. Artículos de calidad académica. Una ventana abierta a las inquietudes de los artistas.

Editorial, Poesía, Estados de Ánimo, Puro Cuento, Minrrelato, Libros, Fragmentos, Entrevista, Escritores, Librerías, Fotografía, La columna de Edgar Ortegón, In memoriam, Los libros menos vendidos pero tal vez los más leídos una vez, Manuel recomienda leer, Música, Cine, Más Libros.

Colaboradores

Armando Álvarez Bravo, Helena Araújo, Lina Binkele, Manuel Cabrales, Guillermo Camacho, Mario Camelo, Carol Damian, María Fernanda Correa, Américo Ferrari, Noemí Fernández Cabanillas, Miguel Gomes, Bruce Helander, Madalina Henríquez Acuña, Edith Imholz, Madeleine Izquierdo de Campos, Leo Larsen, Eleonora Melani, Ramiro Padilla Quintero, Joaquín Peña Gutiérrez, Julita Pequeño, Ray Respall Rojas, Jario Restrepo Galeano, Marié Rojas Tamayo, Efraín Sánchez, Diego Valverde Villena, Manuel Velasco, Barbara Myriam Ventura.

Corresponsales

Victor Beltrán (Alemania), Edgar Henríquez (Canadá), Edgar Ortegón (Chile), Fernando Perdomo (Colombia), Andrés González (Escandinavia), Angela Trezza (India), Manuel Cabrales (Italia), Edimca (Suiza).

Corrección de textos Evaristo Vilval, Edimca.

Fotografía, Apoyo Gráfíco Laura Camacho, Nanna Boss.

Carátula

Foto ⓒ José del Río Mons.

Carátula posterior

Foto ⓒ José del Río Mons.

PRÓXIMO NÚMERO MAYO 2011

Foto ⓒ José del Río Mons.

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info@auroraboreal.dk www.auroraboreal.net Editor Guillermo Camacho

La revista no asume las opiniones expresadas por los colaboradores

ISSN 1902-5815

AURORABOREAL® 2010 En web ISSN 1903-8690

Dalvej 15, Gentofte DK-2820

José del Río Mons © Acero

José del Río Mons © Acero

AURORABOREAL

Fotos, páginas dos y tres

El número 8 de Aurora Boreal® ha sido complejo de construir en vista de la cantidad de materiales que han enviando nuestros colaboradores y admiradores de diferentes partes del mundo. Para nosotros es otro ejemplo de la buena recepción que tiene la cultura pero debemos confesar que no ha sido fácil hacer una selección, y aunque nos encantaría poder publicar una mayor cantidad de artículos en nuestra versión impresa, nos hemos debido limitar a nuestras especificaciones de tirada. Después de arduas lecturas y discusiones con nuestro comité de lectura hemos llegado a la selección que hoy les presentamos. En este número contamos con la colaboración de prestigiosos autores y artistas como es el caso de la poetisa colombiana Madalina Henríquez Acuña, las escritoras Marié Rojas Tamayo de Cuba y Helena Araújo de Colombia y los escritores Joaquín Peña Gutiérrez, Jairo Restrepo Galeano, Miguel Gomes y Guillermo Camacho. La fotógrafa española Julita Pequeño ha creado una fotografía especial para el poema Noviembre de la poetisa

Índice Siete días de mi eternidad Madalina Henríquez Acuña.…..….4 Esposa fugada Helena Araújo……..…………..............……10 La invisible mano del destino Marié Rojas Tamayo.....…......18 Lorenza de Acetato Jairo Restrepo Galeano................…..…..20 Vendimia Miguel Gomes……………………….......…...…...22 Lo estamos observando Guillermo Camacho...………..….....24 Noviembre Noemí Fernández Cabanillas & Julita Pequeño....27 Canción Joaquín Peña Gutiérrez……………………………28 Elogio del desierto Diego Valverde Villena…………………29 Candelario Obeso Eleonora Melani…………………....……30 Lina Binkele Escultora y pintora…………………………….32 Mario Camelo y la palabra errante Américo Ferrari.........…42 Luna de las iguanas Mario Camelo………………….….…..48 Apertura y despegue Barbara Myriam Ventura..................….54 Entrevista a Alejandro José López Cáceres ................………56 Los 10 libros menos vendidos..……………………………...58 Manuel recomienda leer..........................................…............59 Fotógrafo en la Feria de Madrid 2010……………………….60 Cine de ambos lados del charco ..............................................62 Libros..........................................…………….............……....63

argentina Noemí Fernández Cabanillas. El poeta Diego Valverde Villena reseña el libro de poemas de Julio Martínez Mesanza Elogio del desierto. La crítica italiana Eleonora Melani nos presenta un ensayo sobre el poeta Candelario Obeso Testigo de la africanidad de finales del siglo XIX y los críticos de arte Efraín Sánchez, Armando Álvarez Bravo, Bruce Helander, Carol Damian y Madaleine Izquierdo de Campos reseñan la obra de la escultora y pintora Lina Binkele. El poeta peruano Américo Ferrari presenta desde Suiza al polifacético poeta y fotógrafo Mario Camelo quien nos regala fotografías y fragmentos de su maravillosa obra Luna de las iguanas. La fotógrafa Barbara Myriam Ventura envía desde los Estados Unidos parte de su serie de flores la cual ha titulado Apertura y despegue y el fotógrafo José del Río Mons ilustra la portada y la contraportada. Desde Colombia María Fernanda Correa y Ramiro Padilla entrevistan al escritor Alejandro José López Cáceres. Como ya es habitual el poeta español Diego Valverde Villena nos presenta el ranking de Los 10 libros menos vendidos pero tal vez los más leídos una vez y desde Nueva Delhi el periodista Manuel Cabrales nos invita a leer un libro de Helen Langdon sobre Michelangelo da Caravaggio, un pintor orgulloso, difícil y arrogante pero muy intelectual. El escritor y fotógrafo español Manuel Velasco envía un reportaje fotográfico de los escritores nórdicos que capturó su lente en la Feria del Libro de Madrid de 2010. Esperamos que este número de septiembre de 2010 sea de su agrado y, como siempre, sólo nos resta desearles una feliz lectura de Aurora Boreal ®.

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AURORABOREAL Poesía

es una invitación universal a compartir sentimientos perdurables, íntimos pensamientos, peculiar filosofía, situaciones y momentos, que en medio de la soledad y del silencio, me confirman, en mi ser eterno. Mi vida temporal sobre este mundo, pasará, como pasan los verdes colibríes libando veloces el néctar de las flores. Deseo de todo corazón, como ellos, poder aportar un grano de polen al maravilloso milagro de la vida, pero en mi caso; de la vida interior. A quienes me dediquen un “momento” de su tiempo, los saludo con este pensamiento: …”La vida es un momento precioso pero transitorio. Si logro expresar mi verdad, entonces, este momento habrá valido la pena”...

Madalina Henríquez Acuña

DÍA PRIMERO

Mágica

DÍA SEGUNDO

Y me hice voz Desde la profunda conciencia, Del solitario silencio. Y surgió de mí Un armonioso concierto De pensamientos azules, Dudas lentas, apurados sueños, Sentimientos viejos y Poemas nuevos.

Solo los claros deseos Que despiertan mi intención, Me hacen sentir que soy Posibilidades infinitas; En la magia y el misterio, Con el palpitar eterno De la asombrosa Vida.

Y de vez en cuando Me abandono, Me pierdo, me confundo, Me consumo. Y existo solamente, Como signo interrogante Sobre el mundo.

Ingenua

Isla romántica

Medio desnuda y descalza Contemplo fascinada El ir y venir del agua, Lamiendo con su onda salada La fina piel de la playa. ¡Que admirable terquedad La de este mar incansable! ¡ Y qué paciencia absoluta La de esta playa dorada! Cada uno se asume En complicidad sabia : Entrega sin egoísmo… Naturaleza regocijada. Felicidad azul y plateada De los peces que en lo profundo De las traslúcidas aguas, No oyeron del PESCADO A mis pies en la atarraya.

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Mi nostalgia Perdida en esta isla Camino sola por la playa. Delante de mí, mi sombra, Detrás… Huellas desnudas De pisadas profundas y cansadas. Mis huellas permanecen Hasta que el mar las baña… Torturante y lenta evolución, De quienes me acompañan… Huellas borradas… Sombra alargada. Palpitante y ansioso el corazón Que no entiende nada… Fascinante rutina sin razón, Caminar lenta y pausada Perdida en esta isla Camino sola por la playa.

Nostalgia de reír cuando se llora, De odiar cuando se ama, De olvidar cuando se añora, De sentirse plena Cuando está vacía el alma. Nostalgia de los grises montes Cuando mis pies tocan la playa; Cuando frente a mí Los infinitos horizontes, Me anuncian que el amor se acaba. Nostalgia de tus brazos Cuando el mar me baña, De tus caricias y besos Cuando el mar me abraza. Nostalgia de anunciarte que vuelvo Cuando tú te marchas. Maldita esta nostalgia Que no me deja disfrutar en calma, El tener tan lejos A quien se roba mi alma.

Madalina Henríquez Acuña ⓒ Foto Aurora Boreal

Siete días de mi eternidad

Al atardecer

DÍA TERCERO

Ante la suave cadencia De mi tranquilo paso El piélago desgrana Su cántico sonoro, Y el viejo sol que viaja Con rumbo hacia el ocaso Deshoja sobre el agua, Sus margaritas de oro.

Poco o poco, Toman nuestra forma Los propios criterios, Y dejamos atrás El afán por lo bello.

Sobre tus labios caen Mis labios como rosas, Y en tanto Sollozan las mirlas, Tú me hablas De la inmensa tristeza De las cosas, Y una nube de lágrimas Florece en mis pupilas. La hora de la tarde Danza callada, En la cúpula naranja De la tarde dormida… Mientras tu corazón Con terquedad doliente Me habla de la infinita Tristeza de la vida.

Lo que creo Mi causa sobre el papel, Para engendrar un verso… Mi pensamiento… Cuánta pasión, Un mundo… Dando paso a un universo. Tantos impulsos… Para sacar del caos Un pensamiento cierto. Un camino sin pisadas Que a diario voy recorriendo. Un querer morirme, Para vivir eterno; Una eternidad atrapada Entre el éxtasis del alma, Y el alma de mi éxito. Leo, escribo, Voy y vengo, Al pan le llamo pan, Al vino me lo bebo. La vida se hace “CON CIENCIA”, En el mundo que yo CREO.

Poco a poco, Se desprende la carne De los duros huesos, Y vamos quedando desnudos, Como parte de lo cierto.

Eterna Como un espíritu Sin cuerpo, Me miro profundamente Sin hilvanar pensamiento. De repente, encuentro Verdades insondables, Reveladas sin misterio, Desde la propia mirada, Que sin esfuerzo proyecto. Soy eterna, sin tiempo, Como la gota de mar En el mismo mar latiendo, Y voy concebida al futuro En mis hijos, en mis nietos, En la vida y la conciencia Que proceden de mi seno. Yo, no soy sólo, Un ser ante el reflejo; Soy parte de un TODO TODO sería pequeño , Si la eternidad en mí No hubiese obviado el tiempo.

Cunde Kundera De alguna manera La realidad es relativa. Ahora, relativo es, Mi estado de ánimo. Bien o mal hecho, es relativo. Es relativo el tiempo y la belleza. Es relativo lo oportuno y lo desatinado. Es relativo el destino y lo imprevisto. Soy relativa yo y mi sentido, De lo absoluto o momentáneo. Relativo depende del punto de partida,

Del concepto mismo y lo vivido Por la experiencia, Y el instante convertido En exilio amargo para ti mismo, Quizás para otro, Sea espacio de gloria y de triunfo. Relativo… la insoportable Levedad del ser… Donde no existe coincidencia, Como afirma Kundera. Somos consecuentes En una secuencia relativa Que depende de mí; Que libre y esquiva Someto la realidad de la vida A calidad de quimera, Cuando de alguna manera Mis sueños superan La realidad misma.

Mas allá Más allá del miedo, Donde el propio atrevimiento Me responde siempre: “…Puedo…” Y todo es dinamismo y movimiento. Más allá de la duda Donde la fe no es sólo sentimiento, Sino la fuerza verdadera y pura De alcanzar con mi mano el firmamento. Más allá de la entrega Y la conquista, Más allá del cielo Donde mi respuesta es: “…Puedo…”. Más allá del vacío, Donde nace la fortaleza Instintiva y cruda. Más allá del final Hacia el principio. Más allá del bullicio y el abismo, De la entrega misma Y el individualismo. Más allá de los ritos creados Y la libertad escondida. Más allá de lo imposible…

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Estaré no junto a Ti, Sino Contigo; Motivo de mi amor… Más allá… de mi Vida

DÍA CUARTO Me nutro de la luz Que penetra el aguacero, Se convierte en arco-iris Y me recorre entero Me nutro de esta luz Que me inflama por dentro; Como ha inflamado cada ser, Pequeño instante del universo.

Espejismo Te veo, como a una sombra Que incansable me sigue, En locura irresistible De abrazar mi propia sombra. Te siento, en el aire invisible

Que por doquier me circunda, Me acompaña y me indaga Con ojos insensibles Y risa imperceptible, Que puedo advertir yo sola. Te espero sin fe, sin esperanza, Sin futuro, pero con ansia Que me condena y ahoga, En un tiempo que no pasa. Te deseo en mi mente, Como una zarza incandescente Que se inflama y arde, Sin que se consuma En la llama que la abraza. Te presiento ya, Llegando sin que dejes huellas Y te digo adiós, otra vez, Sin dolor y sin palabras.

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Ave Fénix Me levanto, En libre a s c e n s o, Hacia la cumbre nevada De la imponente montaña, Que formidable esconde Los sonidos del silencio. Contra la brisa y el viento, Me aproximo al misterio, Que se encarna en mí Y al que puedo presentir, Por la altura De mi propio vuelo. Asciendo… Y duelen la brisa y el viento Enceguece la luz, Ensordece el silencio, La paz me da miedo, La altura es tal, Que medida no tengo… …A mis dudas responde, Un ancestral y profundo eco.

Paradójico Amé de ti la risa: Burlona y atrevida, Franca y estruendosa Que segura escondía, La inseguridad constante Que hacia mí sentías. Amé de ti la mirada: Amorosa y posesiva, Cálida y fría, Que desnudó mi cuerpo Y todos mis pensamientos, Y se perdió en la nada, Como los ojos de un ciego. Amé de ti la fuerza: Arrolladora y resuelta, Espontánea y agresiva De fiera lastimada, Que se refugió en mí Hasta curar sus heridas.

Amé de ti la libertad: Tan tuya y definitiva, Que blandías al aire Para capotear la vida… La libertad que apresó, Sin sentido la mía.

Poema ligero La noche me gusta más Porque nos hace sinceros; Frente a ella… Nos quitamos la ropa, Soltamos el cabello, Lavamos la máscara De nuestro querido ego. Vemos desfilar desnudos Nuestros más íntimos miedos. La impaciencia… Se va a la cama primero. Ridículo y en pijama Dejamos el mal-genio. La ambición por fin se cansa Y se levantan los sueños,

Todas las voces se callan, Toma la palabra el pensamiento… La noche me gusta más, Porque conmigo me encuentro.

DÍA QUINTO …Y la semilla se plantó En el más bello huerto, Sobre tierra fértil De amor y de sueños.

La niña Emilia Lo afirmaba el viejo Abel; Que dentro de las faldas, Un poco recogidas A la usanza campesina, Se anidaba decidida Voluntad de acero En cuerpo de clavel… ”¡Otra vez hecha trizas!”: La verde hortaliza De la “Niña Emilia”, Como llamaban a aquella señora Brava y respetada. Un gavilán agresivo, Terco y dañino Hacía de las suyas Entre la frescura De la rica hojarasca, Cuando la mujer Se perdía dentro de la casa. Malhumorada y furiosa, Emilia se plantó Una mañana calurosa En mitad del huerto, Conteniendo el aliento, Y simulando ser Un hombre de paja. Pasó lento el tiempo, Y pasó sigiloso Sobre el cerco, El astuto animal, Una y otra vez… Hasta comprobar Que era propicio el momento. Raudo y veloz Desciende en picada, Fija la mirada Sobre el delicioso Y abierto repollo. Nadie apostaría Que el gavilán astuto Mordiera el anzuelo, Ni que la “Niña Emilia” Con tino certero, Sola con sus manos Atrapara en vuelo, Las callosas patas

De la alada bestia, Más fuerte y robusta De lo que pareciera.

Transcurría apacible, Entre las manecillas De un invisible reloj.

Pocos minutos Se hicieron eternos Ante semejante duelo; De mujer y gavilán, Plumas y faldas al viento, Gritos y graznidos, Cosa de locos Aquel increíble forcejeo.

Por no sé, cuánto tiempo Yo la contemplaba… Detallaba con cuidado, Sus muy arrugadas Pero hermosas manos, Sus infinitas pecas En los amorosos brazos. Su cabeza altiva, Entre rubia y cana, Ahora inclinada Sobre el abultado pecho, Que subía y bajaba Silente y despacio.

La férrea voluntad De Emilia le valió: Las manos deshechas Por las afiladas garras Y los picotazos Del odioso bicho, Que bien aporreado Contra el cerco y el piso Cambió su dieta De vegetariano, Y se alejó cuanto pudo De la extraña fiera: Cuerpo delicado y grácil En alma de pantera.

Brisa de agosto La tarde transcurría Lenta, perezosa; Tibia y juguetona Invitaba a la hora De la siesta poética. La brisa de agosto Volteaba las hojas Del libro de poemas, Que mi abuela amaba Y leía, siempre a solas. Aunque la abuela dormitara Bajo el árbol de limón; Su pie, rítmicamente Primero la punta Y luego el tacón, Mecía el arrullo De su plácido sueño Sobre el mecedor. Su siesta infalible

Parecía, en ese momento, Que todas las flores Rosa y vino intenso, De su vestido Vaporoso y fresco, Saltaban alegres Con el viento, Entre las inquietas páginas Del libro de poemas, Que mi abuela amaba Y leyó siempre a solas. Entonces, toda ella, En su cuerpo de invierno Y sonrisa de primavera dormida, Era la amorosa poesía Que mi mente ensayaba, En intentos de poetiza. Cuando la abuela murió, Su amado libro De hojas inquietas E inéditos poemas, Desapareció

Aura celestial La encontré igualita, Como la llevé siempre Pendiente en mis recuerdos. La encontré igualita Justo en el postrer momento, Cuando todo su tiempo En la eternidad se extinguía.

La regó el rocío De tus alegres risas Y los llantos míos. La nutrió la savia, Sabiduría del tiempo, Y ascendió por el tronco Desde las raíces, A las ramas plateadas De los brazos sin límites.

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La encontré igualita En su figura lenta, Su sonrisa franca, Y sus manos abiertas.

Te buscaré en todo mi ser Y con mis propias manos, Te quitaré la vida Que me hace padecer.

La encontré igualita, Pero el “aura brillante” Que seguía a la tía, Era el “aura celeste” De su último día.

Presencia

A mis hijas …A veces siento que el amor me mira, A veces siento que el amor suspira. Siento a veces que es la brisa, Que no hay ojos, que es mentira. …Mas cuando el puro aliento de sus besos En mis mejillas suspiran, Y sus ojos de ensueño me miran… Siento que es el amor, Porque AMOR, son ustedes Hijas de mi vida.

DÍA SEXTO Y seré tierra… tiempo… Silencio inmaculado, En la sonrisa pura Del bebe dormido, Y en las cenizas grises De los que ya se han ido.

Pena mala Pena…Que pena tengo!, Qué pena y que rabia!; Penita honda en el alma.

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“bendita rebeldía”, Curiosa, inconforme, Sorprendente y sorprendida Que surgió un día, Pleno de adolescencia Y se vistió de amores Caprichosos y atrevidos.

Vagando por el mundo Solitario y frío, Que me dieran por casa El destierro voluntario y el hastío, Me acerqué indiferente A la desierta orilla Del cansado y viejo río.

“bendita rebeldía”, Audaz e incansable Que motivó a crecer Nuestros cuatro puntos cardinales, En el ombligo de la vida, Deshaciendo soledades.

Sin sentimiento en el pecho, Con el corazón mustio y vacío Contemplé mi rostro En el espejo quieto, Del río ya dormido.

“bendita rebeldía” En esa lágrima sublime Que a solas me ofreció, Un rebelde instante… Después de su muerte.

El llanto brotó despacio Cuando la voz del silencio Cantó profunda y callada Quizás tus últimos versos…

DÍA SÉPTIMO

El río conmovido, te brindó Su lecho frío, Y en un postrer abrazo Se llevó tu cuerpo Sereno y tranquilo. Hoy, ya no estás solo, Ni huérfano, ni falto de comprensión Y de cariño; Te sigo también en mi destierro, Con estos versos afiebrados y míos.

Bendita rebeldía

Quisiera morir ahora Para librarme de veras De esta pena mala, Que me quema por dentro Y me desfigura la cara.

Siempre alegre… Sencilla, despreocupada, Sensible y alocada, Miraba… Admirada y agradecida, La época dorada A la que arribaban nuestras vidas.

Pena de mil demonios!, Déjame en paz, que muero Por tu culpa y por tu odio. Si no te largas, lo juro, Antes que llegue la aurora,

Entre el humo frágil De su fiel cigarrillo, Su mente inquieta y ágil Buscaba el estribillo Que rimara en broma, Lo que yo escribía.

Quiero descansar En la memoria de la Vida, En la huella de mis pies, Y en cada letra escrita. Descansar en el Amor, En los labios sin color Que desgranarán el “Adios”… Ese séptimo día, De descanso y de partida.

Talento Cálida, alegre y sensual, Tu música recorre mi cuerpo; Flauta mía, que talento!, No necesitas siquiera Que sople tus agujeros.

Creación en proceso

Bendita incertidumbre

No necesitas luz, Porque no existe oscuridad Adentro de mi ser. Tu eterno presente, Es la realidad Y el equilibrio perfecto, En este instante silente… De dicha y complicidad.

Vea, camina conmigo Por un sendero nuevo, Sin equipaje ni recuerdos. Que sólo no mantenga vivos, La aventura, la emoción, El asombro y el misterio.

Te hiciste realidad En el mágico infinito, En que mente, espíritu y cuerpo Armonizaron con el universo, En acompasada danza De energía y movimiento, Transformando sueño y deseo En magnifico misterio; Milagro maravillosamente cierto, Divina CREACIÓN en proceso.

CUANDO UNO DE NOSOTROS FALTA Conocí sus nombres, Sus modos y sus caras. Los amo con infinita ternura, Con fiereza solidaria; No en vano el sentimiento, La bendición y la gracia De compartir sin usura, El pan, la ropa y la cama. Como cinco dedos Unidos a la misma palma, Crecimos en esa mano: Abierta, honesta y franca, Que fue nuestro refugio, Nuestro hogar y nuestra casa. Conozco por ellos la pena Y la punzante nostalgia, Que su ausencia me deja, Al querer entrelazar los dedos De una mano, hoy, mutilada.

Caminemos siempre Sin un rumbo fijo, Que todo cuanto soñemos Constituya nuestro universo. Ven, dame tu mano Y en ella todo tu tiempo, Dame también tus labios Y comparte mi silencio. Ven. Vive conmigo!, Que la suerte no nos una Ni nos separe la muerte, Y que lo eterno nos ligue En la certeza sin miedo, De la ansiosa incertidumbre Y el sabio desapego.

Siete días de mi eternidad Poemas 2010

Madalina Henríquez Acuña

Siete días de mi eternidad Poemas 2010

Agüitas La tarde anuncia lluvia…

Madalina Henríquez Acuña

Lo sugiere este cielo, Que se deshace en nubes De un gris plomizo intenso

Sepias entre amarillentos y tierras.

Y se matiza despacio Con tonos lilas friolentos.

La casita de techo rojo Lejana como una quimera,

Sobre la colcha de retazos

Se acurruca entre las sombras

Ondulante y sabanera,

Que un haz de luz proyecta,

Extendida sin remilgos

Desde la mágica paleta

Hasta donde la mirada quiera,

Donde sentimientos y mezclas,

Ya casi arrecia el agua

Van comunicando vida

Como una dulce promesa,

A esta hermosa “creatura”

Para los verdes, cobaltos,

De temperamental acuarela.

Epitafio Aunque enrede el sedal No intento atrapar nada, Sólo estoy pescando.

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Por Helena Araújo

Aquella tarde, el cartero flacucho y giboso de siempre, con su barba de tres días, su acento sudista y su andamiaje de alcohólico anónimo, le pareció a Emilia más alelado: no sólo se equivocó de paquete al entregarle el recomendado, sino le hizo firmar donde no tocaba, qué descuido. Al abrocharse la tricota por pura desazón, Emilia se disculpó sin motivo, pretendiendo luego remendarlo todo con un "good afternoon" tan enfático, que el otro se vio aún más perplejo antes de resolverse a darle la espalda y continuar su camino por la avenida jaspeada de sombras. Era un lunes brumoso, la luz mermaba ya aunque no hubieran dado las cinco, Emilia lo sabía sin mirar el reloj porque a esa hora el cartero pasaba, se detenía bajo su mando en el laboratorio a ocho y daba un largo timbrazo, no dos cortos dóciles y asustadizos asistentes. como en la famosa película que tanto le gustaba a Henry. Fue así, sonriendo y meneando la cabeza, evocando la cara morena y chaCaramba, para abrir el tal paquete, ta del marido, su mechón canoso entre Emilia tuvo que prender el farolillo del los ojos noctámbulos de armenio emivestíbulo, no había de otra, el otoño se grado, que Emilia se sentó en la silla venía encima ya; resultaba imposible giratoria, prendió la lámpara de doble leer el remite con la mera resolana de foco y rasgó con impaciencia el sobre las ventanas del living. Además no iba abullonado. ¿Por qué tanta prisa? Sahacia el living sino hacia su escritorio, bía de quien era, lo había estado espeesa piecita del fondo que había sido rando, hasta le parecía, al sacar el libro, antes la de su hija y ahora albergaba (¡o reconocer la carátula. Definitivamente, delicia!), sus propios libros y su propio multicolor y carnavalesca, como la noordenador, lejos y por separado de los vela costeña de Roberto Vergara, quien revoltillos de Henry, que a pesar de había perorado sobre esa historia de ocupar todo el comedor con lo que lla- amor en ritmos vallenatos, durante una maba "la oficina", nunca había logrado conferencia medio folklórica, penúltima poner en orden tanto legajador, tanto de la serie "Novelistas Latinos al día", orpapel, tanto cuaderno abierto y marca- ganizada por Doubleday para promodo y subrayado y desparramado por cionar traducciones como la que el ahí, caramba. Para no rabiar por eso, ni charlatán de Vergara no había logrado por las latas de Pepsi, ni por las bolsas enviar en manuscrito, dizque la copia se de maní o papas fritas a medio termi- le refundió en el correo, o quien sabe nar, Emilia solía pasar de largo, sin mi- qué disculpa inventó, inventaron, invenrar hacia "adentro" antes de que la mu- tarían en Bogotá, además de mandar chacha mexicana de martes y jueves órdenes y contraórdenes cada día más hiciera el aseo con el cuidado -eso sí- de enrevesado, hasta el bendito fax de la no cambiar nada de sitio, porque quién semana pasada que anunciaba al fin el aguanta al señor. Meneando la cabeza y envío por recomendado de lo que Mrs. casi que sonriendo, Emilia se repetía Emilia Iynedjian traduciría al inglés por enésima vez ese día, esa semana, para Doubleday & Company de Filaese mes, ese año, que aún pisando los delfia, Pennsylvania, U.S.A. sesenta, su marido seguía siendo un adolescente, así fuera profesor emérito La traducción, sí, la traducción que de Biología en la no menos emérita debía haber comenzado ese verano y no universidad de Pennsylvania y tuviera comenzaría sino hasta bien entrado

Helena Araújo Nació en Bogotá en 1934. En la actualidad vive en Suiza. Algunas de sus obras: La M de las moscas, Fiesta en Teusaquillo (novela, 1981), Las cuitas de Carlota (novela 2003), Esposa fugada y otros cuentos viajeros (2009). El universo de Araújo está fuertemente centrado en la crítica social sutil.

Helena Araújo ⓒ Foto de Nicole Albrecht

AURORABOREAL Puro Cuento

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Esposa fugada

octubre, qué remedio, por eso Emilia andaba tan afanada prendiendo el ordenador y buscando el disquete para poder instalarse y teclear un par de horas antes de que Henry entrara claxonando al garaje y... A lo mejor si la cubierta del libro no le hubiera incomodado al colocarlo sobre el atril, Emilia no se habría fijado de pronto en la contratapa, con la breve biografía de Vergara y esa reseña de lo que alguien definía como ficción dionisíaca... alguien, sí, alguien que aludía también a música de los instintos, embriaguez, entusiasmo y... por Dios, resultaba extraño que una editorial tan comercial como... ¿Quién se habría encargado de la contratapa? ¡Bahhhh! Encogiéndose de hombros Emilia ya se calaba las gafas, dispuesta a ajustar el disquete, cuando se detuvo en seco, como fulminada. Luego, al quedarse así, inmóvil, mirando al vacío, negó un par de veces con la cabeza como solía hacer de niña cuando le venían malos pensamientos. No, no, no, imposible. Sin embargo... Al ponerse de pie se le vino la súbita certeza de que Celia Robledo había hecho esa reseña. ¿Por qué no? Vivía en Buenos Aires y trabajaba en la editorial Planeta. ¿Acaso la tal novela no iba a salir simultáneamente en el cono sur? Con un resoplo de impaciencia, Emilia apagó el ordenador. Ya sabía que si comenzaba a trabajar así de enervada, terminaría exasperándose y borrando frases, párrafos, páginas llenas

de omisiones y de errores, qué se va a hacer. Como siempre que perdía la calma, sentía que le faltaba espacio, mejor dicho aire, Virgen Santa, sin saber bien cómo ni porqué, fue a descolgar su chaqueta del ropero de la entrada, se la puso y abrió la puerta del living con gana de salir y hacerse camino por el pastizal hacia la arboleda, ya, ya, a buen paso y con afán, sin reparar en la brumazón de esa hora, ni recordar que ese mismo día, después de un almuerzo de ensaladas improvisadas, había aprovechado el breve lapso de sol para dar el paseo habitual en esa vecindad que aún guardaba apariencias agrestes, cómo no, los apartamentos en cabañas y los prados sin podar, un condominio que pese a ser construído con madera plastificada y bloques de falsa piedra, estaba rodeado de un bosque ese sí verdadero, con arces, encinas, robles frondosos y una maleza invadida a trechos por enredaderas de hiedra silvestre que ya en octubre se encarnaba encendiéndose y dorándose mientras arriba las hojas se amarillaban y se desgajaban cayendo y formando un colchón que Emilia oía crujir bajo sus pies mientras avanzaba por el sendero, sin cuidarse de los inquilinos que la pasaban o la cruzaban corriendo y jadeando, con sudaderas de colores chillones y zapatos especialísimos. Qué gringos para ajetrearse, caramba, hasta la hacían sentir culpable de solamente caminar rápido mientras ellos seguían en una maratón desesperada contra la flacidez, el colesterol o ve tú a saber. Tal era el afán de esos frenéticos que de no llegar pronto al atajo improvisado en otros paseos, Emilia se hubiera devuelto, como debió hacerlo de todas maneras poco después, al percatarse de que el banco de siempre, "su" banco, casi no se veía en la espesura, o sea que el rato de calma contemplando la quebrada crecida por los aguaceros de la semana anterior, resultó poco menos que utópico en tamaña neblina. Paciencia, no le quedaba más remedio que regresar al sendero asfaltado, importunando otra vez a los adictos del jogging. ¿Quién le mandaba olvidar que en octubre era prácticamente imposible pasearse después de las cinco? Pronto comenzarían las heladas. En noviembre ni una sola hoja. En diciembre tal avalancha de nieves que Henry gastaba más de una hora con la garlancha despejando el callejón de la entrada. Sí, sí, un largo invierno de abrigos y gripas y tazones humeantes,

hasta bien entrado marzo. Sin embargo Emilia, que sólo vivía para climas veraniegos, se sentía a gusto en las brumas de esa aldea artificial construida en pleno campo y rodeada de bosques con ardillas que ahora, al regreso, se veían saltar por ahí. ¿Qué horas serían? Casi las seis: tendría un buen rato de calma antes de la llegada de Henry. Un buen rato para lavar la lechuga, sacar la carne del congelador, poner a cocer el arroz y mirar, desde la ventana del living, cómo se iba apagando el cielo al pasar de blanco a ambarino y luego a un gris que en otoño era casi plateado. En tardes como esa, Emilia solía dejar casi siempre las luces sin encender y acomodarse a escuchar el silencio en el sillón japonés (cuero y madera de verdad), que tanto le gustaba a Henry: un mueble propio para la meditación. Sí, sí, aunque pasara las doce (y hasta las catorce) horas del día lidiando ordenadores y microscopios, Henry se decía orientalista. Verdad, no había noche en que antes de acostarse o mañana en que antes de salir no citara algún versículo del Tao. Tampoco había sábado ni domingo en que no repasara algún manual budista, ni aniversario en que no le recordara a Emilia cómo se habían conocido en una conferencia sobre el Zen. Y claro, Henry preguntaba enseguida, con una de sus carcajadas eufóricas: ¿qué otra doctrina hubiera podido reunir a una "esposa fugada" y a un "bicho de laboratorio"? "Esposa fugada" (runaway wife), solía apodarla Henry mofándose de un divorcio que nunca se había legalizado. "Bicho de laboratorio" (lab bug), solía apodarlo a su vez ella, desde que la llevara al laberinto de probetas, criaderos de larvas, viveros de moscas, tanques de renacuajos y muestrario de microscopios donde trabajaba en la Universidad. Sin embargo, también hubiera podido apodarlo "hijo fugado" (runaway son) si no temiera echarse encima a la suegra, una temible ancianita de origen armenio, por suerte instalada en California desde la serie de dolencias artríticas que la obligaran a buscar climas más clementes y conformarse -luego de varias inútiles pero desesperadas escaramuzascon un par de telefonazos semanales a verificar si su niño prodigio, candidato al Premio Nobel de Biología, seguiría

emparejado con esa colombiana tan escuálida y tan callada, tan inexplicablemente desprovista del sex-appeal latino. ¿Cómo negarlo? Aún después de tantos años por fuera, Emilia guardaba el empaque de señora bien bogotana. Cuando acompañaba al marido a las reuniones y cocteles del mundo académico, se veía tan formal, enfundada en uno de sus eternos sastres de corte clásico, como Henry hubiera querido ver a su primera cónyuge, una irlandesa exuberante, obsesionada por el sobrepeso y la maternidad, que lo había abandonado a los pocos años de matrimonio luego de hacerse embarazar por uno de sus mejores amigos. Caramba, aunque Henry tomara el asunto con sabiduría oriental y hasta le hallara la razón ¿qué mujer no aspira a ser madre, por Dios? dado el diagnóstico de esterilidad con que le habían desahuciado varios especialistas, la cosa le había dado duro y se le había amargado el carácter un buen rato. Henry era, sí, el solterón divorciado más inabordable de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Pennsylvannia, hasta conocer -ya pisando los cincuenta- una colombiana, estudiante de post-grado en Lenguas Modernas, menor que él y por suerte con hijos. O sea, tenía hijos pero no los tenía, pues su marido se los había arrebatado mediante una maniobra judicial, en un país donde aún regían leyes como de la Inquisición. Se trataba, claro está, de la República del Sagrado Corazón, o sea Colombia. ¿Cómo hacerle entender a Henry los tejemanejes del Concordato colombiano? ¿Cómo describirle los poderes de la Curia Apostólica? ¿Del Tribunal Eclesiástico? No, a Henry no le podía entrar en la cabeza por qué curas célibes llegaban a ser jueces en pleitos matrimoniales y a decidir quién se quedaba con la prole en caso de lo que denominaban “separación de cuerpos”. Henry tampoco alcanzaba a entender cómo el abogado canónico defensor de Emilia en el juicio, había podido admitir que sus dos hijos mayores quedaran con el padre y la niña menor interna en un colegio de monjas escogido por el obispo. ¿Habráse visto? En tamaño infiernillo, nadie podía culpar a Emilia de ausentarse mejor dicho largarse, fugarse a casa de una antigua profesora suya en los USA. Misericordia, ¿qué

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hubiera sido de Emilia sin Miss Del Rio? Gracias a ella pudo viajar a Filadelfia, encontrar alojamiento en las Residencias de la Universidad y matricularse en Lenguas Modernas. Ya de estudiante, conocería a Henry y lograría negociar con su apoyo un acuerdo legalizado en la Curia, que le permitiera ver a los hijos varias veces al año y tener consigo a la hija menor. -Si los muchachos no vienen, la niña sí que vendrá -solía repetir Emilia royéndose la uña del meñique y crispando el gesto al colgar el teléfono luego de una de tantas largas y costosas llamadas a Bogotá. Verdad, su obsesión era sobre todo la niña, en aquellos tiempos de guerra de nervios, infructuosas meditaciones Zen y fragantes tisanas compartidas en el minúsculo y atestado apartamento donde solía vivir Henry cerca de la universidad. Fue el viaje de la niña, sí, lo que les decidió finalmente a casarse por lo civil y mudarse a ese condominio en las afueras de Filadelfia, que como decían ambos riendo, parecía de película Disney.

La niña... Hundida en el sillón japonés, cobijada por una penumbra que se iba haciendo más densa a medida que la arboleda se borraba en un cielo nocturno, Emilia evocó la mueca de su hija cuando la llamaban niña, precisamente. ¿Quién se atrevía a enfrentársele? Aún adolescente, recién llegada de Bogotá, recién instalada en sus nuevos predios, ya se las daba de persona grande. ¿No ven que maduré viche? -preguntaba picando el ojo y sacudiendo una melena crespísima que definitivamente no era herencia materna. Tal vez porque en ese entonces no había terminado sus estudios, o porque le quedaba un saldo de rebeldía contra la gente demasiado adulta, Emilia lo tomaba a chiste y se entendían bien. Sí, sí, una suerte de camaradería o de solidaridad femenina descartaba entre ellas el tan manido conflicto generacional. Además, ¿cómo no confesarlo? La presencia de esa hija, el verla estudiar, madurar, casarse finalmente, había ayudado a Emilia a sobrepasar lo que denominaba con voz ácida “esos horrendos años sesenta”, y a convencerse de que por fin habían quedado atrás.

había llegado a disciplinarse hasta tal punto, que ni la visita de los muchachos, ni la de parientes lejanos o cercanos, la perturbaba realmente. Paseándolos por Filadelfia una y otra vez, como voluntaria y un tanto frenética guía turística, se las arreglaba para eludir cualquier pausa, tregua, rato, lapso de reminiscencias. Además, como todo el mundo sabía que con ella más valía evitar ciertos temas, eran pocas las ocasiones en que debía soportar lo que llamaba “agresiones de la memoria”. ¡Uff ! para padecerlas, bastaba cualquier frase en una conversación que suscitara ese arrebato y... Claro, eso era lo que le había sucedido al desenterrar de quien sabe qué limbos del remordimiento, el nombre de Celia Robledo. Curiosamente, al evocarla, no era el soez desenlace del episodio lo que se le venía en mente, sino las horas mágicas de su amistad.

-No entiendo cómo aguantas este barrio, refunfuñaba a cada rato Emilia. La otra se encogía de hombros por toda respuesta.

¿Qué habría de Celia Robledo? ¿En qué andaría? Inmóvil y como aterida en la penumbra de lo que ya no era el atardecer sino algo así como una caverna opaca, Emilia evocaba la cara pecosa de Celia, sus labios abullonados, sus ojos oblicuos enmarcando los pómulos altos, el imperceptible respingue de la nariz. Ojos castaños, casi pardos, y sin embargo capaces de reflejar destellos de la melena rojiza que se le enmarañaba a Celia al bailar. Celia-Isadora, Celia-Salomé, siguiendo con sus muslos, sus piernas, sus brazos, en un febril ajetreo, los ritmos eslavos de Aram Khachaturian. Sí, Celia despelucada, casi desorbitada, pasando del contorneo a los saltos sincopados y a esas volteretas sin brújula que la dejaban jadeando y acezando, antes de precipitarla en una suerte de temblor espasmódico y tumbarla exánime al terminar el disco.

¿Te das cuenta de que somos muñecas mecánicas?- preguntaba Emilia apretando los dientes. Celia se encogía de hombros una vez más.

-Oye, oye, ¿estás bien? -solía preguntarle alarmada Emilia, inclinándose sobre su semblante sudoroso.

-¿Aaaahhh? -contestaba la otra, mirándola atontada, como si no la reconociera. Luego, maquinalmente, se erguía, incorporándose con lentitud para mirar el reloj, peinarse o marcharse a atender la sirvienta que llegaba del jardín con los niños. Pocos minutos después, -¿quién pudiera creerlo?- era otra vez Celia Robledo de Uribe, la madre de familia hacendosa que Emilia enviNo recordar, no evocar, era su le- diaba, esposa modelo de la casa modelo ma... Caramba, a través del tiempo del barrio Chicó.

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Ambas vivían en el Chicó desde hacía años. Y decir Chicó era decir residencia californiana, dos automóviles, chofer, jardinero, mucama, cocinera, niñera y una recua de servidumbre. Decir Chicó era decir bachillerato en el Marymount, finishing-school en los USA, baile blanco para salir a sociedad y matrimonio antes de los veinte años: mejor mal casadas que bien quedadas, ¿verdad? Después, claro, embarazos y partos y bautizos y cumpleaños y Primeras Comuniones y entierros y misas de domingo y cocteles de sábado y semanas repartidas entre las tiendas, el Country Club, el salón de belleza y algún té costurero de caridad.

¡Eres desesperante! Sin embargo Emilia sabía que al menos con ella podía desahogarse. Verdad, Celia no la miraba aterrada, como todo el mundo, cuando decía no querer más hijos. Tampoco se escandalizaba cuando le anunciaba que pensaba hacer estudios universitarios. Sí mucho le sonreía, condescendiente, antes de repetirle alguna prédica sobre la importancia de aceptar la vida tal como era, en su carácter originario. Caramba, de tanto oírla, Emilia, que en el colegio había sido alérgica a la filosofía (o a la moral, digamos, pues ¿qué más podían enseñar las monjas?) había acabado tolerando su fervor, su obsesión casi, por ciertas teorías vitalistas y romanticoides. Venida de una familia antioqueña de comerciantes y empresarios, casada con el gerente de un consorcio hotelero, Celia hubiera podido muy bien ser ajena a los libros. Sin embargo vivía para descubrirlos y devorarlos con un afán abrasador. Además, aunque no había seguido estudios después del bachillerato, le apasionaban los textos filosóficos. Creo que en el fondo soy pagana, -comentaba chanceando. Sin embargo, cuando hablaba sobre sus lecturas, se ponía casi solemne. A Emilia le costaba seguirla en itinerarios que de algún mo-

do mezclaban lo pitagórico con lo platónico, pasando luego por Espinoza y aterrizando de pronto en Nietzsche. ¿De dónde sacaría Celia ese fervor por lo dionisíaco? “Dionisos es la afirmación religiosa de la vida total”, sermoneaba Celia serísima cualquier tarde, mientras los niños retozaban abajo en una algarabía de los mil demonios. Más grande que la casa de Emilia, la de Celia tenía en el subsuelo un local enorme para juegos y en el tramo superior una pieza donde conservaba (o mejor dicho ocultaba) sus libros y sus discos. Allí era donde escribía poemas que nunca mostraba a Emilia. Y donde se entregaba al supuesto “ritual de la danza”. ¿Cómo contrariarla? Entre escéptica y curiosa, Emilia le llevaba la idea. Y si no se mostraba interesada en su poesía, sí pretendía compartir su fervor por el baile. Desgraciadamente, el poco ballet que había aprendido de niña parecía acartonado y torpe junto a las espontáneas, arrebatadas improvisaciones de Celia. Empeñada en experimentar con los ritmos eslavos de Smetana y Khachaturian (¿por qué precisamente eslavos? ¿por qué de Smetana o Khachaturian?), Celia bailaba y bailaba hasta quedar exhausta, como vaciada de todo. “El trance dionisíaco”, pregonaba cada rato, “descarta la realidad cotidiana”. ¿Acaso no se trataba de asumir el cuerpo en la música, asumiendo así la voluntad de la vida, la aceptación del mundo? Por esa época a Emilia le entraron ganas de meterse a un curso de danza moderna. No se atrevía, sin embargo, a consultarlo con el marido. Para qué; Miguel no le pondría cuidado. O diría que seguro esas eran entelequias de Celia Robledo. Luego ¿no se la pasaba con ella? Sí, sí, al interpelarle, Miguel la miraría por encima del periódico desde el sillón de cuero donde solía instalarse después del almuerzo, la miraría con la misma solapada irritación que se le notaba cuando Emilia se atrevía a contradecirle en algo, o cuando pretendía proponerle que como los niños iban ya todos tres a la escuela, quería matricularse en la universidad. ¿En la universidad? ¿Y eso? Para estudiar idiomas. Quiero ser traductora. Siempre quise ser traductora. Desde hace años. Desde que estuve en Filadelfia.

Filadelfia, Filadelfia; Miguel estaba harto con los cuentos de Filadelfia. No, no quería oírle repetir a Emilia lo de la tacañería de las monjas del colegio, lo de la bondadosísima Miss Del Rio, lo del olor a azaleas del parque Clairmount o lo de las regatas en el río Schuykill. Hasta le aburría el chiste de la estatua de bronce de Benjamin Franklin, que solían abrazar las latinas para escandalizar a las gringas. ¡Bahhh! ¡Filadelfia, Filadelfia, al traste con Filadelfia! Y claro ahí mismo Miguel le recalcaría que allá había ido de soltera y ahora estaba casada y debía dedicarse al hogar, o sea que le hablaría otra vez sobre la necesidad de hacer una cosa, una sola cosa bien en la vida: quien mucho abarca poco aprieta. Y... dale que dale con la cantinela de que él mismo había seguido ese consejo de su padre. Si no se hubiera dedicado con tanto ahínco a Seguros Santander, ¿cómo estaría hoy la compañía? Bueno, Emilia asentía, haciéndose la que ponía cuidado, pero con ganas de que se llegara en seguida la hora de que Miguel pidiera el auto y se marchara por fin a la oficina. ¿Quién me mandó casarme tan pronto? - le preguntaba rabiosa a Celia. -Debí quedarme en Estados Unidos cuando estuve en el Finishing School. Era de monjas, pero había una profesora mexicana; me hubiera ayudado a quedar. ¿La famosa Miss Del Rio que te sacaba los domingos? -Esa. Todavía me escribe y hasta pide que vaya a visitarla. ¿Y por qué no? -preguntaba Celia templando la voz. Cuando se impacientaba, el dejo antioqueño le principiaba a chirriar, virando a un tono áspero, estridente. Por temor a desagradarla, Emilia callaba. ¿Para qué hablarle más de eso? ¿Para qué repetirle que Miguel no le permitiría desplazarse? Celia se irritaría aún más. O de pronto le daría por abrumarla con su eterna teoría vitalista sobre la importancia de buscar en las propias flaquezas la fuerza de transformar el dolor en alegría, la derrota en victoria.

mano... Luego sus proyectos de entrar a la universidad, de viajar en algún momento a Estados Unidos, ¿no eran ilusorios? En esa época que ella misma denominaría más tarde “los horrendos años sesenta”, las señoras bien de Bogotá no estudiaban, no trabajaban, no viajaban solas, por Dios, Miguel hablaba pestes de las poquísimas que se atrevían a hacerlo. Cómo no, una señora que saliera de su casa para algo que no fuera el Country Club o la iglesia, iba por mal camino. ¿Y quién osaba rebatirle a Miguel? Se creía dueño y señor de la verdad... Educado por los hermanos maristas, luego en la universidad jesuita, había sido un niño modelo antes de convertirse en el mejor partido de Bogotá. ¿Qué muchacha no quería levantarse a ese abogado precoz, de apellido conocido en cuatro generaciones? Miguel Suárez, Mazuera, Gómez, Henao. Recién llegada de Filadelfia, donde había aprendido algo de inglés y sobre todo comprado ropa para su salida a sociedad, Emilia se lo había encontrado en el primer baile, y se había sentido halagada (¿quién no?) de que le comprometiera seis piezas de un tacazo. Después, claro, vendrían las invitaciones de rigor: almuerzos en el Country, tés en el Continental, comidas en el Temel, antes de la visita semanal en la casa y la pedida de mano. De la euforia (o mejor la estruendosa aprobación) de sus padres; del turbión de felicitaciones, agasajos, despedidas, preparativos para la boda y compras para el trousseau, Emilia despertaría en la cama asfixiante de la luna de miel, con un hombre torpe y sudoroso acezando sobre su cuerpo y abriéndole la vulva a hurgones aunque ella lloriqueara, Virgen Santa, lloriqueara como una criatura, qué vergüenza, Miguel amenazaba con llevarla donde un médico para ver si era anormal. Por suerte, como estaban en el mejor hotel de Santa Marta y había un mundo de gente conocida, temió que se regara el cuento y no lo hizo.

Verdad, desde la luna de miel -pensaba años después Emilia- Miguel comenzaría a notarse irritado. Irritado con los pudores de Emilia, irritado con los malestares de los embarazos, los partos, la crianza de los niños. Irritado cuando éstos lloraban de bebés o cuando gritaban en sus juegos, más adelante. ¿La derrota en victoria? Irritado con su algarabía, con su desorEmilia meneaba la cabeza mirando den. Sí, sí, ¿cómo tolerar ese desorden? al vacío. Se sentía derrotada de ante- Según Miguel, la vida era una sucesión

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de actos planificados, cronometrados casi. Se diría que hasta para dormir seguía horarios y reglamentos. Por la mañana, el despertador a las siete, levantada y afeitada, ducha y vestida lenta y meticulosa, con ayuda de Emilia para abotonar las mancornas y hacer el nudo de la corbata. Luego desayuno en diez minutos: té negro y tostadas que Emilia debía untarle con mermelada de naranja. Al final, claro, rápida cepillada de dientes. Y... a las ocho menos cinco el chofer sacaba el auto del garaje para que a las ocho en punto saliera Miguel con su abrigo Camel bien abotonado, su sombrero Stetson ladeado, y si lloviznaba, un paraguas también inglés. Así era Miguel, sí, su marido. ¿Su marido? Emilia no sabía exactamente cuándo le fue entrando esa desazón, ese malestar, esa suerte de rabia fría ante lo que había sido y sería su vida conyugal por los siglos de los siglos. Verdad, ¿cuándo le entró esa necesidad, mejor dicho esa urgencia de llevar la contraria? Cuando los niños principiaron a ir a la escuela, claro, porque antes andaba en lo de la amamantada y la crianza. Verdad, los cuatro años en que tuvo los tres niños y los ocho en que demoraron iniciando su educación, no le dieron tiempo para pensar en sí misma. Además de la responsabilidad de criarlos, había esa suerte de enjalma con que avanzaba siempre, ciegamente, hacia adelante. El día que te vi por primera vez, pensé que eras una novicia rebelde... -solía decirle Celia burlándose. Verdad que de adolescente Emilia había querido ser monja. ¿Acaso no le quedaban huellas de misticismo? En cambio a Celia nada ni nadie le había impedido leer libros prohibidos desde los trece o catorce años. Celia leía, leía, leía. Después, caramba, siendo tan lectora, cómo le daría por casarse con el locato de Gabrielito Uribe? Misterio. Plata llama a plata, decía la gente. Y verdad que si los padres de Celia eran prácticamente dueños de la industria textil antioqueña, los de Gabrielito tenían la primera, la mejor cadena de hoteles turísticos del país. Por eso lo habían mandado a Miami a una escuela de managers de donde había llegado más acelerado que nunca, con afición por las motocicletas, los autos de carrera y todo lo que fuera fast. Siempre vive de afán. Por aquí no pasa sino a las volandas. A veces hasta

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les confunde el nombre a los niños. -Celia parecía tomar la cosa con calma, por Dios, casi con satisfacción. A veces, Emilia la envidiaba. Si Miguel fuera así, tal vez ella podría... ¿Sigues con ganas de ir a Estados Unidos? -Celia ya le conocía el gesto crispado de cuando estaba pensando que nunca podría salirse, evadirse de lo que ambas llamaban “el muñequero del barrio Chicó”. -Castillos en el aire, mija.

agregar que Miss Del Rio, la chaparrita, como solían apodarla en el colegio, le había propuesto que se viniera unos días a su casa. Tanto tendrían que rememorar! Emilia andaba entusiasmada con eso de viajar a Filadelfia. - ¿A Filadelfia? - Me ha invitado Miss Del Río. - ¿La profesora aquella? - Sí, la del College.

¿Y por qué no has de viajar? ¡Te - ¿Y te vas así no más? ¡Me lo dices vas a quedar con las ganas toda la vida! por chiste! ¿Qué te impide irte unos días donde la famosa Miss Del Río? Cosa de preparar - Te lo digo en serio. la maleta y comprar el pasaje. - Y yo te digo que no estoy de ¿Cómo, cuándo lo dijo Celia en acuerdo. alguna tarde del año de mil novecientos sesenta y cinco? ¿En la pieza aquella de - Por una vez, me da igual... los altos o en el jardín? ¿En el cuarto de juegos de los niños o en el auto lleván- ¿Cómo te atreves? dola a casa? Emilia no podía recordarse, pero de lo que sí estaba segura era - ¿A qué? de que a partir de ese momento había sentido un fogonazo por dentro, sí, sí, - ¡A darme ese disgusto! algo súbito la había hecho pasar de una inercia que era tal vez cobardía a una suerte de arrogancia, de ímpetu. Ver- ¡Bahhh! Ya te repondrás. ¡Necesidad, ahí mismo, en ese instante, había to irme de aquí unos días, Miguel! tomado la decisión: se marcharía una semana a Filadelfia. Sencillamente or- ¿Quién te dio la idea, Celia Roganizaría el viaje, llegaría donde su ma- bledo? rido y le soltaría la cosa de sopetón: - No fue ella. Se me ocurrió solita, -Me voy a Filadelfia por una semafigúrate. na. - ¿Se te ocurrió viajar así no más? ¿Cómo olvidar el gesto abrupto, la ¡Válgame Dios! Espera al menos que mirada torva de Miguel? Ahí estaba los niños salgan de vacaciones. clavándole esos ojos del mismo gris acerado que habían heredado sus hijos, los - Precisamente, quiero irme sin labios finos negándose a una sonrisa ellos. que pretendía infligirles fingiendo bromear. Emilia había proyectado hablarle - ¿Sin ellos? ¿Sin los niños? sobre Miss Del Rio, describirle esa mexicana paturra y chistosa, profesora de - ¿Por qué no? Será sólo una sematraducción en el College, que solía sacarna. Todo quedará organizado aquí. la a pasear sábados y domingos. ¿Acaso no le había leído apartes de sus cartas, - ¿Con que esas tenemos? Te repito no lo había hecho reír con el recuento que no estoy de acuerdo. de las pudibundeces y manías de las monjas? Que por esas y otras razones -Y yo te repito que me da igual. Miss Del Rio hubiera tomado la (¡valientísima!) decisión de dejar la ense-Emilia... no me torees. Si te atreves ñanza y dedicarse a trabajar en una a irte, soy capaz de lo peor. librería, era lo que habría querido contarle Emilia a Miguel en esa ocasión y - ¿Lo peor?

¿Lo peor? Emilia se imaginaba el regaño, la reprimenda al regreso. Se imaginaba cuando mucho, la amonestación de los suegros, el escándalo en familia. Se imaginaba todo, todo, menos llegar del tal viaje a Filadelfia, con la valija llena de regalos para los niños y no encontrarlos en casa. Emilia se imaginaba todo, sí, menos la llamada perentoria de Miguel avisando que los había instalado donde sus padres. ¿Donde tus padres? ¿Por qué? Emilia volvía a preguntar por qué y Miguel contestaba que ella tenía la culpa. Emilia volvía a preguntar por qué y Miguel contestaba que bien se lo merecía. Emilia volvía a preguntar por qué y Miguel vociferaba algo de una demanda, de un incidente de custodia, algo que Emilia no sospechaba, no barruntaba, no entendía, como no entendía tampoco lo del abandono del hogar ni lo de la cita en el tribunal eclesiástico. ¡Emiliaaa! ¿Qué sucedió? ¿Qué sucede? ¿Por qué te quedas así atontada, mirando fijamente el teléfono y como desgonzada sobre la silla? ¡Emiliaaa! ¿Cuánto rato duraste ahí tiesa, quieta, dejando que el tiempo pasara sobre tí como un agua turbia? ¡Emiliaaaa! ¿Qué sucedió? ¿Qué sucede? Celia llega en algún momento, inquieta de que Emilia la llame a contarle del viaje. Y es ahí, entonces, por fin, que Emilia le informa tartamudeando lo del lío ése con Miguel. Es ahí, fue ahí, ¿verdad? Fue ahí, aunque Emilia no lo recordara con certeza sino años después. Aunque recordara sólo a Celia con una taza de té en la mano, acercándosela a los labios, obligándola a beber antes de ordenarle con nerviosismo que se fuera a su alcoba a descansar. ¡Emiliaaa! De pronto esa noche, o la noche siguiente, o la mañana después de tantas noches de insomnio, Celia trajo a los padres de Emilia, o mejor dicho ellos se aparecieron de pronto, gracias a una llamada de Celia, sí, sí, sus padres llegaron armando alboroto y diciendo que Miguel había puesto una demanda en el tribunal eclesiástico, de modo que ella, Emilia, debía defenderse. ¿Defenderse? ¿Defenderse de qué? Fueron sus padres, sí, quienes se presentaron después con ese jurisconsulto calvo y gordiflón, que mencionaba en voz ronca algo de una pensión alimenticia y prometía litigar en la Curia Apostólica. Verdad, fue ese mismo señor arrebolado, incansable fumador de tabaco y pariente de no sé

qué obispo, quien logró sacarle a Emilia Paciencia, paciencia, pero paciencia por fin el permiso de ver a los niños. era lo que ya le estaba faltando a Emilia, harta de ver cómo pasaban los días ¡Válgame Dios! Ver a los niños una y las noches, de lunes a viernes y un vez por semana, los jueves de cuatro a interminable sábado-y-domingo, mienseis. ¡Ayayayay! ¿Cómo hacerse la de- tras esos tribunales que parecían funsentendida? ¿Cómo explicarles que cionar en cámara lenta, seguían exiahora vivirían donde los abuelos? ¿Có- giendo más papeleos y más diligencias, mo? ¿Cómo? Si por fin Emilia logró de modo que toda esperanza podía soltarles la cosa aunque le sudaran las abandonarse al entrar a los predios del manos y se le trabara la lengua por an- Palacio arzobispal, y a esas oficinas lledar inventándoles tanta disculpa, fue de nas de monjas y curas, con un juez enmilagro. Además, qué desgracia, olvidó sotanado presidiéndolo todo en medio en casa los dulces comprados antes de de rimeros de códigos y mamotretos de empacarles los nuevos juguetes y sobre la Venerable Curia Primada de Bogotá. todo las raquetas de ping-pong, pues ping-pong, caramba, era lo único que -Allá tendrá que ir Usted -decía el podían jugar en la mansarda del case- señor gordo- para la diligencia de concirón afrancesado de los abuelos, donde liación. los salones se mantenían con los postigos cerrados y los muebles forrados -¿Conciliación? Emilia no iría ni cuando no había visita. ¡Cuidado! La rogada, aunque al abogado canónico se mesa del comedor era larguísima y de le subiera la presión arterial y se pusiera una madera tan pulida y brillante que más colorado y sudara mares. No, no las sirvientas debían poner un paño quería saber nada de conciliación. No especial bajo el mantel. Por eso, los ni- quería volverle a ver la cara de censura ños mejor comían en la repostería, a Miguel. Ni de riesgos, por Dios: vivir aunque claro, durmieran arriba en al- sola, planear horarios e itinerarios, le cobas alfombradas, con catres de cobre había devuelto la confianza en sí miso camas de baldanquín; y estudiaran ma. Ahora, en vez de aguantar el tedio todas las tardes en la mansarda, antes o de cada día cumpliendo órdenes, era después de jugar ping-pong, mientras ella quien las daba, inventando sus proMiguel los miraba de lejos practicando pios quehaceres y hasta arreglándoselas billar en mangas de camisa. Sí, sí, Mi- para colaborar en lo del pleito conyuguel apretando los dientes al dar cada gal. Verdad que andaba de lo más optacazo, pensando en esa cónyuge ideáti- timista, creyendo que la llevaba ganada. ca que se había atrevido a abandonar el Sí, andaba de lo más inocente, hasta hogar dizque para viajar a Estados enterarse (¡o desgracia!) del memorial Unidos, qué vergüenza. aquél. ¿Y ahora piensas quedarte en el hogar para siempre? -preguntaba Celia con sorna. -Ya veremos,- respondía la otra en un susurro antes de colgar el teléfono y marcharse volando por entre el infiernillo del tráfico matinal a la polvorienta oficina del abogado canónico, ese cincuentón rubicundo que le daba una chupada al tabaco y se rascaba la calva antes de preguntarle a Emilia por centésima vez si no había viajado con algún parejo a Filadelfia. Y claro, cuando Emilia le repetía que no, volvía a decir que no entendía lo de Miguel, que no se explicaba los términos de la demanda ni el incidente de custodia -y volvía a asegurar, por entre las ojeras, los cachetes, la barriga y los mofletes de sus tal vez ochenta kilos, que de todas maneras la llevamos ganada, mi señora, esto es cosa de paciencia.

- ¿Memorial? ¿Qué memorial? -inquiría Celia, curiosa. - Ya te explicaré cuando nos veamos. Pero qué va, no se veían, no se verían ya más. Emilia inventaría mil disculpas para no ver a Celia y otras tantas para no recibirla o pasarle al teléfono. ¿Por qué diablos? ¿Por qué? Celia preguntaría mucho, protestaría mucho, sobre todo al principio. Luego se alejaría y mandaría una carta llena de reclamos. ¿Por qué diablos? ¿Por qué? Porque no había remedio y punto. ¿Cómo hablarle a Celia del memorial que el abogado de Miguel había presentado ante el tribunal eclesiástico? ¡Vaya un memorial! ¿Quién hubiera creído que un juicio en la Curia

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¡Carajo! Al leer todo aquello, a Emilia se le salió la palabrota con tanta cólera que casi se atora. ¡Carajo! Por entre la indignación sentía ganas de pegarle a alguien, de darse contra las paredes. ¡Carajo! Así de ofuscada y de frenética, cayó en cuenta por fin de que si no se iba de esa casa y de ese barrio y de esa ciudad nunca lograría... Ya, ya, irse, largarse, huir. ¿Verdad que ahí mismo a Emilia le entró la urgencia de regresar a Filadelfia? Evocando la cara aindiada y bonachona de Miss Del Rio, el cantadito de su voz advirtiéndole que podía regresar a verla cuando quisiera, se resolvió. Claro, Miss Del Rio entendería, prestaría ayuda, cómo no, Emilia le sugeriría en una primera carta lo que en seguida debía explicarle a gritos por el teléfono aunque Miss Del Rio se inquietara de que le pidiera por favor recibirla de nuevo en su casa porque le urgía irse, huirse, largarse, fugarse por fin, abandonar el hogar ahora sí de verdad, preparar un viaje ya, ya, tomando la precaución, ante todo, de copiarle otra vez la firma al marido para poder legalizar la autorización oficial que el gobierno colombiano exigía a toda mujer casada para salir del país. Falsificar la firma, como

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recién había hecho en el primer viaje... gada sobre la mesita donde había arte¿por qué no? sanías quimbayas. ¿Qué horas serían? Miró el reloj: más de las ocho... Verdad, -¿Tuviste problema con lo de la Henry tenía laboratorio hasta tarde, y firma? -fue lo primero que indagó Miss ella debía dejarle lista la cena para que Del Río al recibirla en el aereopuerto de la calentara en el horno al llegar. Pero Filadelfia con su sonrisa conciliadora y antes... Rápido, rápido, con un súbito un vestido como de china poblana a afán, se dirigió al escritorio y buscó en pesar del frío invernal. Cuando Emilia un cajón la libreta de teléfonos. Luego, meneó la cabeza, la otra preguntó si sin pensar siquiera en la diferencia de había podido despedirse al fin de Celia. horarios, discó el número que la conec-¿De Celia? Con tantos afanes, no taría con la casa de Roberto Vergara en alcancé. Bogotá y lo despertó al pobre en plena Sin remedio, a Emilia le tocó inven- madrugada. tar que no habían logrado verse. Y le tocó explicar, en el atafago de esos ¿Aló? ¿Aló? A pesar de oirse soñoprimeros días, semanas, meses de esta- liento y medio sonámbulo, Vergara no día en Filadelfia, que había sido mejor pareció sorprenderse de que Emilia así. ¿No hubiera sido muy duro decirse llamara para preguntarle por Celia Roadiós tan súbitamente? Poco a poco bledo. Suponiéndola al corriente de que Miss Del Río, como otras amigas, como había fallecido súbitamente el día anteel mismo Henry, se percatarían de que rior, se limitó a darle el pésame en meel tema de Celia la perturbaba. Aunque dio de un bostezo. disimulara, lo eludía. Sí, sí, cuando alguien mencionaba a Celia, cambiaba -¿Cómo? ¿Cómo?- inquiría entrela conversación. tanto Emilia fuera de sí. -¡No! ¡No! -repetía chillando en una suerte de hiVerdad, Emilia prefería no mencio- po, mientras el otro esperaba, perplejo, nar, no referirse a Cecila. Sin embargo, sin saber qué contestarle. en ese anochecer que de pronto se había puesto desapacible, la evocaba con desazón. ¿Quién le había dicho recién que Celia había había enviudado y había viajado a la Argentina, que trabajaba en la Editorial Planeta de Buenos Aires? Roberto Vergara, claro. Ya, ya, Emilia se levantó del sillón con la súbita decisión de llamar a Roberto Vergara. ¿Qué sería de Celia? se preguntaba por centésima ve z a z o g a d a , encendiendo la luz y encandelillándose con la lámpara alógena que hacía rechinar los colores de la litografía col-

Lucy Foto © José del Río Mons

Apostólica incluiría un episodio tan bochornoso o un testimonio tan ridículo como ése? ¿Quién hubiera creído que Miguel se valdría de la pobre Leonilde, niñera desde hacía años y súbitamente dispuesta a todo para congraciarse con el señor de la casa? Santa Bárbara Bendita, Emilia no podía olvidar la tarde en que le había llegado por correo el famoso memorial. ¿Qué qué? Ahí estaba el papel de oficio con el membrete azul del escudo colombiano, ahí estaban esas líneas también azules, trazadas para que alguien escribiera a mano lo que de verdad venía a máquina en un lenguaje engolado y lleno de latinajos, Virgen Santa, ¿quién podía entender eso de specie factis, in iure, in factis?, y luego una retórica antediluviana en que venía enredado lo que la sirvienta (¿sobornada? ¿coaccionada?) había jurado por Dios ser verdad sobre “las inmoralidades de la Señora Emilia”, sobre “las horas que pasaba encerrada con la Señora Celia dizque bailando”, o sobre “el despeluque en que salían ambas, sin zapatos y todas desabrochadas y como jadeando”.

Para los amantes del español

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La invisible mano del destino

Marié Rojas Tamayo Cuba, 1963.

La editora se mantuvo de pie en la entrada, esa sala tan abigarrada le hacía sentirse incómoda, a pesar del buen gusto de los muebles y las antigüedades. –¿Cómo va esa investigación?– preguntó a la escritora, que la miraba fijamente sin pronunciar palabra. –Bastante avanzada, más de lo que te ha hecho pensar mi silencio de estos meses– le respondió, mostrándole dos butacones de cuero frente a una mesa cubierta por una montaña de documentos-. Al principio era solo compilar material para escribir una suerte de enciclopedia; ahora, me he enamorado de la idea.

El ángel olvidado © Ilustrador Ray Respall Rojas

–No pensé que una antología sobre vampiros te fuera a atraer tanto, no es

un tema muy diáfano– sonrió compla- –No, gracias, a esta hora no suelo becida. ¡Se ha hablado tanto y al mismo ber. tiempo se ha dicho tan poco sobre –Yo tampoco- la mirada se le perdió en ellos! un punto invisible-… Pudiera confesar–¡De eso se trata!- se arrellanó en el te, con sinceridad, que los admiro. otro butacón-. Es bueno que nos entendamos porque demoraré en la en- –¿Bromeas?– sonrió intranquila su intrega. He leído los más conocidos, y he terlocutora, cruzando las piernas. seguido colina abajo sin detenerme; llegado al fondo, a los olvidados, a los –En modo alguno. De niña soñaba ser desconocidos, a los que publican en la una bruja… Este sueño ha quedado red, en revistas que nadie hojeará al día chico… Convertirme en nosferatu, en siguiente. Como por milagro, fueron vez de servir al necuratul. La bruja no cayendo en mis manos antiguos textos, es más que una esclava, una trabajadomensajes cifrados, manuscritos de testi- ra a sueldo, un alma supeditada. El gos de primera mano, confidencias, vampiro es libre, dueño de su destino. Ni cielo, ni infierno: el aquí y el ahora. esquelas anónimas, cábalas… La bruja quiere vivir para siempre, el vampiro sufre su eternidad. La bruja –¿No exageras? vuela sobre una escoba, el vampiro en –Para nada– abarcó en amplio gesto la alas del viento. La bruja hace portentos mesa y varios estantes-, es como si un para demostrar su poder, el vampiro no texto llamara a otro, como si la invisi- los necesita. Ni sacrificio, ni comunión, ble mano del destino me los enviara. ni cópula divina o diabólica: se limita a No sabes cuánto te agradezco la pro- ser, por los tiempos de los tiempos, obpuesta; ha sido una experiencia increí- servando discurrir paralelamente al ble, un despertar, pero… Disculpa mi mundo de los mortales. exceso de entusiasmo: he olvidado las normas básicas de cortesía. ¿Quieres –Suenas tan apasionada que me conun trago? Vino tinto, ginebra, vodka, mueves, nunca creí que llegarías tan whiskey, ron, crema irlandesa, ¿algún lejos– se relajó de nuevo-, por suerte hablamos de literatura. Y el libro, ¿culicor tal vez? án avanzado está? Señaló el bien surtido bar en una de las –No me lo vas a creer, no he escrito una sola página– se señaló la sien-, esquinas.

–Y lo mejor, o lo peor– continuó, demasiado exaltada para captar la interrupción-, es que no podemos hacer nada para exterminarlos, como ellos tampoco han logrado exterminar al género humano, a pesar de no haber dejado de cobrarse víctimas.

–Que existen. Están entre nosotros, conviviendo en aparente paz. Se hacen pasar por humanos porque han desarrollado resistencia a la luz tras mutar de generación en generación. Estoy convencida de que pueden tener una apariencia respetable, ser científicos, intelectuales, artistas, alguien cuya cultura centenaria crees fruto de la erudición, que vive en una casa confortable, te da una cálida acogida, te invita a tomar un trago y, de pronto, algo llama tu atención, un detalle ínfimo, como que tiene bien dispuesto el bar, pero no bebe; aunque de este detalle nunca te darás cuenta a tiempo, o te darás cuenta demasiado tarde…

Marié Rojas Tamayo

–¿Y qué sucede si un individuo descubre a un vampiro entre su círculo de relaciones?

Su obra ha merecido varios reconocimientos internacionales, los más recientes: Mención Especial en el Premio Lazarillo de Tormes, OEPLI, España, 2009; Premio Ana María Matute 2008 de Ediciones Torremozas y Segundo Premio de Novela Andrómeda de Ficción Especulativa 2008.

–Desafortunadamente lo mata, porque no hay regreso a la condición humana. No obstante, no merman las dos poblaciones. Hemos logrado cierto equilibrio en medio de la batalla, como con las bacterias, los virus…Tiene que ser así, los no muertos son solo formas de vida.

Sus cuentos y poemas aparecen en más de 50 antologías internacionales. Varias de sus obras están siendo llevadas a la televisión, la radio y el teatro.

–Y… ¿Qué es eso que piensas? –Me impresionas… Si alguien les estorba, ¿sencillamente lo eliminan? –O lo convierten; depende de sus intereses.

–Tienes razón dijo la editora dejando –Interesante– comentó, moviéndose de aflorar sus colmillos -, somos solo una nuevo en su butaca -, sobre todo por- forma de vida. que crees tocar certezas, no hipótesis.

Colabora con revistas, periódicos, proyectos culturales y páginas web del mundo. Dirigió la revista Dos islas, dos mares. Coautora de los libros-arte: Choco, El libro del taller de gráfica y Mujer, Soledad y Violencia. Asesora literaria del libro arte Andersen.

Amórfosis © Ilustrador Ray Respall Rojas

Reanudamos la vida después de haber viajado hasta el fondo de la muerte.

Libros publicados: Tonos de Verde, 2004 y 2005, Adoptando a Mini, 2005, ed. Fundación Drac, Mallorca. De príncipes y princesas, 2006, Editorial El Far, Colección El Viajante, Mallorca. En busca de una historia, Colección Mundo Imaginario, Editorial Andrómeda, España, 2010; Cinco minutos a solas con las musas, relatos, Viaje a los astros, Locuras temporales, poemarios, Inventiva Social, Argentina, 2010.

Marié Rojas Tamayo Foto Sarah Graziella Respall Rojas

Por Marié Rojas Tamayo

No digas que fue un sueño Terenci Moixa

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como diría el Amadeus de Milos Forman, está todo aquí. No me atrevo a poner lo que pienso sin ser tomada por una excéntrica, y no me refiero precisamente a este nivel de obsesión que raya en lo febril.

Autora de las antologías internacionales: Criaturas mágicas, Travesía en el mar de los sueños y Homenaje a Hans Christian Andersen en su bicentenario. Fue promotora cultural y condujo talleres literarios infantiles. Nominada por el American Biographical Institute en el 2004 entre las mujeres destacadas por su relevante aporte a la sociedad.

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Colombia, 1951. Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia (1981). Magister (cum laude) de la Pontificia Universidad Javeriana (2009). Actualmente trabaja como profesor de tiempo completo en la Universidad Central, Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte, Departamento de Humanidades y Letras en Bogotá, Colombia. Autor de Ojos de arena (cuentos), Cada día después de la noche (novela ganadora del Premio Nacional de Novela Ciudad de Pereira, 1995), Narración a la diabla (novela). Publicaciones en revistas nacionales e internacionales; incluidos en varias antologías.

Lorenzana de Acereto

Por Jairo Restrepo Galeano

No lloró. El padre Epaminondas Purificación Clóstenes le frotó saliva en los ojos, en las mejillas, no lloró. Entonces decretó, delante de la multitud agolpada en la puerta de la casa de la mujer: ¡Bruja! Lorenzana supo entonces cómo eso significaba reclusión en una arquitectura húmeda y pestilente; encarnaba suplicio y muerte por el fuego, y el hombre no estaba allí para socorrerla. Un viernes, en Palo Hueco, Tolú, la tomaron prisionera. Quienes llegaron para atarla y trasladarla a Cartagena de Indias, al Palacio de la Inquisición, dijeron haberla encontrado en compañía de un enano que le pedía hiciera una cruz en la arena con el pie izquierdo, el propósito, disolver los malos espíritus entrando en ese instante en su casa. Dijeron que, una vez hecha la cruz, el enano se sentó y la borró con el trasero. Refirieron cómo Lorenzana tenía en la mano derecha una guacharaca y con la cola del ave abanicaba cara y cuello. Era tiempo de arrasador y agudo verano.

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Los diabólicos espíritus llegaron con palos como armas y, con ellos, el padre Epaminondas certificaba, daba fe de que cuanto los espíritus aseguraban era verdad. El padre Epaminondas Purificación Clóstenes, visto la profanación de lo sagrado de la vida por parte de la hermosa mujer y del enano, cumplido el oficio de la saliva en la frente de la mujer, marchó a la iglesia, hizo repiquetear las campanas, a rebato, pues se sabe, al demonio reprueba la turbulencia de las mismas. La voz circuló por Palo Hueco. Como tinta en el agua se extendió; cruda y rigurosa la voz ingresó en casas y tiendas; cuajó en la plaza de mercado, en el parque, en las polvorientas calles del pueblo junto al mar. Tinta y agua de mensajes fueron murmullo, salidas apresuradas para mezclar curiosidades, todos vestidos con ropa al revés para conjurar los encantamientos que pudieran propagar Lorenzana y el enano. Muchos salieron de las casas, las oficinas, de las penumbras para ver partir el séquito. Cuando arribaron a Cartagena de Indias, al enano lo habían dejado en una mazmorra en Tolú, la gente se agolpó en la Bahía de las Ánimas para verla descender de la barca y posteriormente

escoltarla a la Plaza de la Aduana. La belleza de Lorenzana era legendaria. Le habían amarrado los brazos con cáñamo. Un sayal fuliginoso le cubría su piel entre el cáñamo y la obsidiana. No estaba despeinada. Apaciguada cuando le quitaron sus zapatos, en el centro de la plaza donde habían instalado el tribunal para que el pueblo la escarmentara, zahiriera. Uno a uno los zapatos llegaban a las manos de cada prelado de la ciudad que le sacudían el polvo con acucioso empeño: el demonio se torna polvo y se suelda a los zapatos cuando le hace la corte a las hijas de los hombres. Juan de M., el caudillo bajo el capirote, constante y obstinado, agitó, meneó los zapatos como si con tal acción en ello el alma se le depurara. Su porfía en no dejar polvo en las prendas tenía trazas de alucinación y enajenación enardecida. Mientras los sacerdotes limpiaban la execración de los zapatos de Lorenzana, a ésta se le cayó de la mano una piedra que había traído oculta entre sus dedos; sentirla tibia en la palma, la ayudaba a contener sus emociones y turbaciones. Se inclinó, la recogió, le sopló las trizas de tierra. Juan de M. se lanzó sobre la mujer y se la rapó para exhibirla al público: He aquí la piedra

Jairo Restrepo Galeano Foto Federico Restrepo Navarro

Jairo Restrepo Galeano

sangrienta de Belcebú. Si alguien quiere decir algo que lo refiera ahora. Y una mujer, nativa de Palo Hueco: Yo la observé cuando alguna vez fui con el padre Epaminondas a recolectar fondos para la celebración de la fiesta de la Virgen de La Candelaria. Dijo no tener cómo colaborar. La cosecha que su marido había querido recoger la había estropeado el verano. Cuando estábamos para salir vi brillar la piedra sobre un altar armado en un rincón de su sala. El rojo desacostumbrado me llamó la atención; la miré a ella y me pareció que tenía cara intranquila, evidenciaba su malignidad. Entonces desnudaron el esplendor de Lorenzana. Con una aguja le pincharon minuciosamente el cuerpo. Averiguaban su zona insensible, el lugar donde Belcebú había impreso su marca. Juan de M. sentía la aguja en su cuerpo y se llevaba las manos al pecho para reclamar de su dios el disimulo. Milímetro a milímetro la aguja llegó al lugar donde su cuerpo no tuvo dolor, entonces coligieron: Cómo no, aquí es, no hay duda. La ataron a un botalón reservado en el centro de la Plaza de la Aduana para tal castigo. Desnuda era preciosa joya engastada en coral y perla. Deslumbrados y aturdidos los hombres que no supieron cómo impedir el suplicio. Juan de M. cerró los puños y apretó los dientes para que las palabras no brotaran y le visibilizaran su espíritu arrebatado. En el botalón la dejaron veinticuatro horas...; hasta cuando Juan de M., junto con dos prelados, la recogió y la llevó al Palacio de la Inquisición, donde la ocultaron de la mirada de los hombres bebiendo en las chicherías de la Plaza.

Estuvo en la mazmorra dos noches. En medio de la reciedumbre de una tormenta que embravecía aún más el mar sobre las murallas de la ciudad, Lorenzana de Acereto salió del lugar guiada por las manos y el aliento de jazmín de un hombre encapuchado. En el Muelle de las Ánimas la voz apasionada y firme le dijo: Vete; los dioses te protejan;

los hombres no saben hacer cuanto les parecían bonitas y gemelas), sobándola para convocar el recuerdo de las manos ha encomendado. de la mujer que supieron estar allí: herEl caballero en la plaza empedrada, bolario de plantas con las cuales macejunto al Palacio de la Inquisición. De- raba la esperanza de la espera. lante el edificio donde una vez que vino de Palo Hueco, escuchó los quejidos de Tres días la esperó. Al final, jinete de la mujer, mordida por el dolor, borran- capa y espada, cruzó la Torre del Reloj do la frontera entre la verdad y la men- viniendo por la calle de la Media Luna, tira de su vida plagada de incertidum- más allá del revellín, del castillo San bres, era sombra alargándose o acor- Felipe, del Cerro de la Popa, de Turbatándose según la luz de los candiles. co, de Marialabaja, hasta la casa en Frente al Palacio alma esperanzada en Palo Hueco, donde la supo mujer y el libro de la noche, en la historia que amante. este libro le pudiera referir. Junto a la fuente de agua, en el centro de la plaza, Lorenzana ha querido que aquél que le se detuvo y miró las ventanas de piedra ha abierto la celda la conduzca por las y madera. Adentro todo parecía dor- sombras más allá de la bahía; pero ése, mir. Se escurrió de norte a sur. La capa que no ha mostrado su rostro imposiy el sombrero lo inventaron enigma. ble, pues nada de los hombres le ha Buscaba y vigilaba los movimientos de sido dado, nada que pueda tocar y ser tocado, mirar y ser mirado, le dice que la vida. no; los pasos siempre tienen sendas Cada noche, desde cuando supo que se distintas. Sólo un estremecimiento subhabían llevado a Lorenzana de la casa sistió cuando aquél sacudió su capa y en Palo Hueco, justo media hora antes saltó detrás de un muro donde Lorende que él llegara del puerto, donde zana, al mirar, ya no vio nada, en la recogía una mercancía para llevar a nada que ella fue desde cuando la Turbo a venderla, llegaba a buscarla. quemaron en la Plaza de la Aduana, pues sólo entonces supo que allí había Nadie le daba razón de la mujer. sido cenizas, que lo de la celda no ha Ella le escribió que volvería; lo había bía sido más que un artificio de su dogarrapateado en un pergamino cuando lor para consolarle la vida que le tragalos vio venir, cuando supo que los de- ba las llamas. Supo, entonces, a su signios eran perturbación para su vida: hombre brisa tibia de ceniza sobre ce“No te preocupes, la culpa es no tener culpa. niza en la ceniza de su rancho quemaLa tierra, en nosotros, es ancha para los dos”. do, con él dentro, mientras aguardaba a Lorenzana, la noche que la llevaron a Pero él supo que, aunque le había escri- Cartagena de Indias. to que la esperara no iba a ser posible porque en la trama había otro juego con fuego, donde la barba de Juan de M. relucía rijosa y bifurcada, más allá de la inquisidora búsqueda de las diferencias que atormentaban el orden, la regularidad de los miedos y los ruegos de vida eterna. Pero igual no importaba, él estaba ahí, noche a noche, amasando la harina con la levadura que le hacía crecer el alma nocturna de su espera. Él, el discípulo de las artes de Lorenzana, que entonces tenía la piedra roja en sus manos, (la que la mujer le había regalado cuando se casaron, y que ella había recogido de la playa porque le

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Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de narrativa: Visión memorable (microrrelatos), La cueva de Altamira (cuentos), De fantasmas y destierros (cuentos), Viviana y otras historias del cuerpo (cuentos), y Viudos, sirenas y libertinos (cuentos y nouvelles). Vive en los Estados Unidos desde 1989, donde trabaja como profesor de posgrado en la Universidad de Connecticut.

Vendimia Tres cuentos góticos (II)

Por Miguel Gomes

Las vecinas habían declarado la vista de Theresa Johnson en estado de emergencia; era poco menos que un desastre natural. Patti McNeece era durilla de oído; puestos a comparar, las tapias lo tenían absoluto. Con las planchas, Molly Turner no articulaba una sílaba sin que alrededor se abrieran los paraguas. Pero ninguna tenía auténticas quejas al respecto: eran lo que eran y lo que habían sido. Le tenían miedo a la muerte, como cualquiera, aunque también temían los días de lluvia, el catarro del otoño y el polen, con o sin primavera. Mary Varella era la única amiga de Dolores Sullivan que no hacía de la queja una forma de saludo. Era también la única a la que jamás habían visto de mal humor, despotricando del Seguro Social, los excesos liberales del alcalde o el aumento de los impuestos que asfixiaba a las viudas de los jubilados. Mrs. Varella no perdía la buena disposición; tenerla cerca y escucharla discurrir calmadamente sobre los problemas que

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alteraban a las demás le hacía bien al que no abusaba de la seriedad) y se alma. acercaba al grupo, dirigiéndose a la que parecía más agobiada: —Mary, y tú ¿qué opinas? —pregunta- —Quiero que pruebes algo. ban, a sabiendas de que las tribulaciones dejarían al menos de ser importan- —¿Qué? tes. —Nunca preguntes. —Lástima que no seas doctora, Mary, —Ésta es la casa de los misterios... mira que la artritis no me da tregua — Primero Theresa, en presencia de Doése era el principal achaque de Mrs. lores y Patti; después, Molly, en presenSullivan. cia de Patti y Theresa; luego, Dorothy, Cuando las reuniones se hacían en casa Sophie, Joann, siempre en presencia de de Mrs. Varella las ceremonias incluían otras. Una a una probaron ese algo que una hora u hora y media de instruccio- Mary les ofrecía en una copita de licor nes para bordar a la manera portugue- de huevo, pero que definitivamente no sa, que Mary había aprendido direc- era licor de huevo, ni crema irlandesa, tamente de su madre, e incluían no ni aguardiente. Y todas sonrieron como menos el paso de una bandeja de broas o benditas desde el primer sorbo, sin de bolo preto, recetas también familiares. preocuparse más por las tinieblas a las Con las orgías de galletitas y azúcar el tres de la tarde, ni por las tempestades, círculo de amigas, alborotado, llegaba a ni por la helada que anunciaban para la conclusión de que la televisión no era dentro de unas horas, con el encierro y necesaria para nada en esta vida, quizá su secuela de pinchazos en los huesos. tampoco en la otra. A esas alturas, te- Mrs. Sullivan, la más moderada, fue la nían las casas llenas de cubrecamas, última en probarlo. Mary Varella no se fundas y manteles variopintos. atrevía con ella, así que tuvo que ser En los días oscuros del invierno costaba Dolores misma la que le extendiera la subirse el ánimo: pesaban los muertos, invitación a que la invitara: las relaciones que habían acabado mal, —Mary, está entrándome el frío. ¿Qué las largas listas de errores que se come- te parece si me das a probar algo? ten y a veces se cargan en la concien- —Pensábamos que no tomabas —incia. En esos momentos difíciles, Mrs. tervino Mrs. Alario, sacando por unos Varella se armaba de valor (aunque segundos la vista del bordado. ninguna estuviese segura de que así —Yo también lo pensaba, Marisa; lo fuese: no veían más que una cara seria que pasa es que al madeira no sé decir-

Miguel Gomes Foto de Sandra Bracho

Miguel Gomes (1964)

—Te queda una ex nuera, pero es polaca, y no creo que quiera mandarte vinos de regalo —por la manera de asentir, todas parecieron darle la razón a Marisa: estaban al tanto de las angustias y los divorcios del hijo de Mary, que en paz descanse (ya que en vida no lo hizo). —El vino se hace en esta casa —la escrutaban igual que antes—... Parece mentira: me han salido unas descreídas... Mejor me acompañan. El grupo se levantó y la siguió con titubeos, pero excitado. Mrs. Varella las condujo al sótano. Eran estrechas las escaleras, y la madera crujía. Al final del último escalón la anfitriona localizó el interruptor. Aunque la bombilla apenas iluminaba las inmediaciones, vieron que en una de las esquinas se amontonaban los toneles de vino. Más curiosa les pareció una cortina que daba al subterráneo un aire de teatro. Sin que tuvieran tiempo para preguntarle qué escondía, Mary la corrió y aclaró el enigma. O quizá no tanto. Había un recipiente enorme. Adentro, el hijo de Mary, el marido, el padre, la madre, el tío Mafaldo, la tía Inês y la tía Clarisse se arremangaban pantalones y faldas (hasta bien arriba; no era cómodo estar viéndoles a los finados tantos pelos, pecas y várices). Pisaban uvas rojas y llenas de luz, sin la transparencia que afectaba a los que bailaban encima de ellas. Porque lo hacían: junto al lagar otro espectro había inflado una gaita chillona, más apropiada para las serranías de Trás-os-Montes que para la acústica de un sótano. Theresa y Dolores reconocieron a Zeca, el hermano de Mary. Había inmigrado a América, pero la nostalgia de su tierra prevaleció y acabó regresando a ella. El Más Allá había conseguido reunir las dos ramas de la familia, la isleña y la del norte de Portugal; los que se habían quedado en el Viejo Mundo y los que habían venido al Nuevo a desarraigarse. El fin de la vida resuelve esas dispersiones. Mary se esforzaba en explicarlo en medio del jaleo de la música. Buenos pulmones que se gasta el Zeca, para estar —Hace siete años fuiste a Portugal a muerto: el comentario lo hizo Theresa, enterrar al último pariente —recalcó que no podía disimular lo interesada que seguía en él, tan guapo como en Theresa, como si fuera necesario. le que no —hacía una veintena de años que Dolores Sullivan no le guiñaba a nadie; cuando por fin lo hizo, sintió en el párpado la falta de costumbre. —Tengo la impresión de que es oporto, pero no me hagan caso: de vinos no me entero —fue la única explicación que se le oyó a Mrs. Varella cuando le acercó a Mrs. Sullivan la copa. El aroma le destapó a Dolores los sentidos, como si hubiese bebido un potente antihistamínico; luego los ojos se le pusieron en blanco. En torno suyo, las amigas se apresuraban a alcanzar, con una habilidad un poco anómala, juvenil, sus respectivas copas, que amenazaban con escabullirse. Chinchín, risitas y gorjeo. Con el primer trago, Dolores se remontó a la adolescencia; se paseó cogida de la mano con el primer novio (sin muchas consecuencias: estaba en la secundaria). Sintió roces, no solo del hilo y el bordado, sino de manos que la habían tocado; arenas de la playa; sedas finas. La brisa de una tarde de agosto en que caminaba por las montañas y regresaba a una cabaña que sus padres habían alquilado en los Berkshires. Rememoró, incluso, el momento exacto en que se dio cuenta de que un hombre podía gustarle. Rápidamente se recompuso, porque estaba segura de que al marido muerto podrían venirle con alguna historia (las ánimas en pena vivían del chisme), cuando en verdad estaba recordándolo a él, que fue el primer hombre que le pareció real y más o menos duradero. No sabía si volvía, en cuestión de segundos, a enamorarse del difunto o de la vida que habían tenido juntos. Una buena forma de asir la cordura era conversar. Mrs. Sullivan dio con las palabras que expresaban lo que sus amigas sentían: —¿De dónde has sacado este milagro, Mary? —Es vino casero —Mrs. Varella recogió las copitas y miró más seriamente a la concurrencia. Era obvio que preparaba una de las suyas—: lo hace mi familia. Hubo intercambio de miradas.

sus años de vivo. Las amigas estaban enteradas de las sagas sentimentales de Theresa pero, por cortesía, trataban de no ser expertas en el asunto. Mary, en todo caso, añadió que nunca se había sentido tan feliz, ni cuando los suyos eran de carne y hueso. No tuvo que agregar nada: el vino hablaba por sí mismo. De regreso al primer piso, notaron que la temperatura había subido y decidieron salir al porche, a liquidar lo que quedaba de la tarde. Distinguieron, apenas se sentaron, una figura oscura que se aproximaba a la casa. Pensaron al principio que era el cartero, porque a veces venía tarde (se entretenía en cierta casa del vecindario, sabrá Dios la razón: allí vivían unos recién casados y el hombre, que era médico, se la pasaba en la clínica). Pronto comprendieron que el que estaba apostado en el porche, frente a ellas, no era el cartero, sino la Muerte. No se cohibieron; las visiones del sótano las habían animado. Ni las cataratas de Theresa, ni la sordera de Patti, ni la falta de dientes de Molly, ni mucho menos la artritis de Dolores, les impidieron recibir al visitante con regocijo. —Usted cada día se ve más joven —casi exclamó Marisa. —Es verdad; ¿cuál es el secreto? — agregó Molly, domesticándose la dentadura postiza—. No parece mayor de edad... ¿lo es? —Tengo todo el tiempo del mundo — la sonrisa de la Muerte era impecable; además, cantaba de maravillas: durante unos minutos les tarareó Time is on my side. Acabada la función, se dieron cuenta, por primera vez, de que parecía un adolescente. ¿Acaso una adolescente? —en el atardecer, y con aquel tono de voz, costaba precisarlo. El visitante, afable, las estudió como si procurase a una de ellas, escogida de antemano. O como si considerase, más bien, llevarse a varias y no supiera por dónde empezar. Hizo finalmente una pregunta: —A ver, chicas, ¿por qué tanta curiosidad? Mary Varella respondió sin vacilar: —Por nada en particular... simplemente queremos saber si usted está en edad de probar algo.

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Por Guillermo Camacho

¡Lo estamos observando! Esas tres palabras, simples pero contundentes, estaban escritas en una caligrafía perfecta y con un estilógrafo de los de antes. La nota del papelito amarillo venía pegada a la carátula de la última versión del folleto sobre Acoso Sexual que había publicado la oficina unos años atrás. ¡Me quedé helado! Tuve que sentarme y volver a leer pausadamente la nota. Me volvió a parecer que las tres palabras eran categóricas, concluyentes. Todo había pasado muy rápido en los últimos diez días. Esto era curioso, porque si hay algo que caracteriza a nuestra institución, además de ser tal vez la mayor organización internacional del mundo, es la lentitud en el ritmo de las acciones y la toma de decisiones. Dos semanas atrás se había decidido que mi división se mudaría tres pisos más arriba, a las antiguas oficinas del departamento de recursos humanos. A ellos los habían trasladado a un nuevo y hermoso edificio frente al río, donde también estaba ubicada la Secretaría General y los Consejos Generales, de Seguridad, Económicos y de Administración.

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Guillermo Camacho escritor colombiano. En la actualidad reside entre Dinamarca y España.

Guillermo Camacho. Foto Michael Ellechammer

AURORABOREAL Puro Cuento

La otra confesión

Me olvidé por completo de que a la mañana siguiente partiría en misión a un país caribeño. Estuve fácilmente media hora sentado, revisando mis veintitrés años de servicios en la organización. Repasando cuidadosamente episodios que pudieran ser la causa para que hubiera recibido aquella nota insinuante y atrevida con el folleto de pautas y comportamiento sobre Acoso Sexual. Aquel documento ya tenía sus años. Había sido presentado como parte de una serie de manuales sobre formas de actuar y seguridad después del ataque a las Torres Gemelas. Pero todo eso era pasado.

piernas dejaran de temblar, la saliva me volviera a fluir humedeciendo mi boca y la temperatura de mi cuerpo subiera otra vez. Descubrí con placer mi reflejo en el vidrio de la ventana. Ya no estaba lívido. Terminé de desempacar cajas, agarré mis notas para el viaje y me fuí al Caribe a mi misión de trabajo.

Las dos semanas de trabajo en el Caribe fueron intensas, pero gracias al clima tropical marítimo de la isla, que en esos días estuvo influido por unos vientos agradables, y su rica comida, una mezcla de sabores del África y de la India, me hicieron olvidar por completo el papelito amarillo con sus tres paSentado en aquella silla de mi nueva labras contundentes. oficina, aún con la piernas temblorosas y la boca reseca, me vino a la memoria Regresé del Caribe a mi nuevo despami época de estudiante universitario y cho. A pesar de que lo encontré en las apasionantes discusiones sobre la orden -ya todo el equipo se había muconciencia moral. Me enfrasqué una dado a sus respectivos cubículos y lenvez más en el concepto de que ciertas tamente cada cual empezaba a agrepersonas observan una determinada garle ese toque personal que humaniza conducta moral y que otras se condu- la oficina-, había algo extraño en el cen de forma inmoral. ambiente que no pude identificar. Pero yo, ¿cuál principio moral había Tal vez al único que le noté un aire violado? distinto, algo nervioso, fue a Huguito, el empleado de menor rango de mi No encontré en el archivo de mi me- unidad. Lo conocía de antaño. Huguimoria durante los años de servicio nin- to había estado encargado durante los gún acto que mi conciencia rechazara. últimos veintisiete años de los aspectos Ninguna obligación a reparar algún logísticos de mi unidad, llámese boletos mal. Aquella reflexión ayudó a que mis aéreos, suministros de papelería, man-

tenimiento de fotocopiadoras, el café y hasta las flores de la sala de reuniones por mencionar tan sólo algunas de sus tareas más evidentes. Era querido por todos. Algunos incluso lo apodaban cariñosamente Don Hugo, porque efectivamente era un as para hacer milagros y solucionar problemas de última hora. Y gracias a Huguito siempre quedábamos bien. Con las mujeres del equipo era detallista, especial. Todo un caballero. Se acordaba de sus cumpleaños, les hacía favores personales. Realmente un gran elemento en el grupo. Estuve tentado de preguntarle qué le pasaba, pero me contuve concluyendo que debía estar exhausto después de la mudanza, porque éramos diez y seis hombres y diez y ocho mujeres en toda mi unidad. Supuse que durante mi viaje en misión al Caribe todos habían abusado de sus favores. Para sorpresa mía, a los dos días de mi regreso Huguito me pidió audiencia. Al entrar a mi oficina se disculpó por interrumpirme, cerró la puerta y me aclaró que me iba a hablar como amigo y no como subalterno. - Doctor llevo quince días que no pego un ojo, me dijo cuando se desplomó en la poltrona de cuero de mi despacho. Su cara estaba demacrada. Unas bolsas debajo de los ojos daban fe de que llevaba días sin dormir. Su respiración estaba acelerada. Empezó a hablar, pero a la segunda palabra se deshizo en un llanto que me asustó. Lo dejé llorar en silencio, temiendo que me iba a anunciar lo peor, mientras le servía un poco de agua. Me juró por sus dos hijos a quien yo conocía desde el nacimiento que él no había hecho nada de mala intención. Él era incapaz; y a estas alturas de la vida, si llegaba a perder el puesto sería el fin. Todavía le quedaban doce años por pagar de la hipoteca de la casa. El menor acababa de empezar en la universidad. A la mayor le faltaba un año para graduarse de profesional. De hecho, me había nombrado padrino indirecto de la hija mayor. Me recordó el esfuerzo monumental que estaba haciendo por educar a los hijos, por darles una educación para que

que intercedería por él ante la administración, aceptó que había tenido una aventura con una secretaria, pero que eso había durado unos pocos meses y sólo en una ocasión habían hecho el amor en las oficinas. Además recalcó que esa aventura no valía porque por aquellos años no existía el tal folleto de Dijo muchas otras cosas, algunas in- Acoso Sexual. congruentes, pero se detuvo y me miró fijo a los ojos cuando me confesó que La historia de Hugo me dejó perplejo. las palmaditas en las nalgas que le daba No pude concentrarme en toda la maa la secretaria de Sandro Trombatore ñana. Decidí salir a almorzar más temeran de puro cariño. Después de esa prano que de costumbre. En el ascenconfesión le volvió a dar rienda suelta sor me encontré con Roda, quien me preguntó si me importaba que fuéraal llanto. mos a comer juntos. Quería comenCuando se calmo abrió el puño y me lo tarme algo, pero como yo había estado en misión en el Caribe no había tenido mostró: oportunidad. Sugirió que no comiéraUn post-it de color amarillo, arrugado, mos en la cafetería del edificio porque con tres palabras simples pero contun- lo que me iba a comentar era delicado dentes escritas en una caligrafía perfec- y prefería un lugar más discreto y alejado de la oficina. Dijo que él invitaba. ta y con un estilógrafo de los de antes: Me llevó a un restaurante costoso que usamos cuando tenemos invitados im¡Lo estamos observando! portantes. Ordenó una botella del meVolvió a llorar a moco tendido como jor vino blanco sin preguntar y a pesar un niño indefenso mientras se le retenía de que yo le dije que tenía que volver la respiración y se ahogaba en unos en la tarde a trabajar a la oficina. suspiros. De repente dijo: No he hecho nada en toda la mañana. Tengo Este post-it me llegó pegado a la carátula del que volver a terminar el reporte del viaje al folleto de Acoso Sexual. Pero le juro Doctor Caribe, pero no me escuchó. Cuando que mis palmaditas en las nalgas de la secreta- iba por la mitad de la botella, ya tenía ria del Doctor Trombatore son inocentes. ¡Si las mejillas rojas y se había fumado cuatro cigarrillos desde que habíamos ella podría ser mi hija! llegado, le pregunté: Cuando Huguito se volvió a calmar me pidió que intercediera ante los grandes Bueno Roda, ¿de qué se trata la vaina? jefes. Es más correcto decir que me rogó que abogara por él. No lo podían Después de un rodeo, en el cual me botar. Confesó que sí era cierto que dijo que yo sabía que él era un verdacuando subía el papel de las fotocopia- dero amigo mío, que podía confiar en doras hablaba con los otros empleados mí, que nuestras esposas también eran de las piernas de la Doctora Pinto buenas amigas y que no era sólo por-porque efectivamente las tenía muy que jugaban al tenis juntas desde hace buenas- pero que era ella la que le pe- tantos años, tenía que confesarme que gaba el culito en el ascensor cuando iba llevaba tres años enredado con la urulleno. Él nunca le había dicho nada guaya de la unidad. Que no pensaba porque suponía que desde que el italia- separarse porque eso destruiría a su no la había dejado plantada a la Doc- señora y que él no pensaba dejar a sus tora Pinto le debería hacer falta un hijos. Pero que tampoco estaba en sus macho en casa. Además, él entendía planes dejar a la uruguaya. La uruguaque ella con la cara insinuaba que sí le ya y él habían encontrado un equilibrio gustaba ese roce del ascensor. Antes de que no molestaba a nadie. Sólo se veían dejar mi oficina y obligarme a jurar cuando estaban juntos de misión en el tuvieran un futuro mejor que el suyo, que aunque no se quejaba porque el salario era bueno, no le deseaba a los hijos que se quedaran sirviendo el café o preocupados porque el papel para las fotocopiadoras no había llegado a tiempo.

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Mario Camelo ⓒ reportajes 24

extranjero y que cuando volvían muy rara vez se veían por fuera de la oficina. Tomó una copa de vino de un sorbo y sacó del bolsillo de la chaqueta un papelito amarillo en el que pude leer claramente: ¡Lo estamos observando! No había duda. Aquel post-it amarillo también había sido escrito con un estilógrafo de los de antes y con una caligrafía perfecta. Era contundente. Lo volví a leer en silencio y muy despacio. Una vez más me volvió a parecer categórico y concluyente. Viejo, me dijo cariñosamente, llevo noches sin dormir. No me puedo concentrar. Me irrito por cualquier cosa. Stella se huele algo pero eso lo resuelvo yo. Lo que me tiene preocupado es este papelito de mierda que me llegó con el folleto de Acoso Sexual. Lo curioso es que nadie lo sabía en la oficina. Hemos sido muy cuidadosos conociendo las reglas. Alguien nos tuvo que haber delatado. Algún envidioso. Alguien que no tolera que tenga de amante a una uruguaya quince años más joven que yo. Tal vez es Lucía la del Consejo de Seguridad. Ella quiso tener algo conmigo pero yo la rechacé. Pero ahora creo que ella nunca lo superó y se está vengando. ¡Viejo me tienes que ayudar si hay una investigación! No me quedé a tomar el café. Inventé cualquier disculpa y me fui asqueado. Desilusionado, sorprendido de mi ceguera. Mi incompetencia quedó demostrada. Durante las siguientes semanas el ambiente de la oficina empeoró. Catorce de los diez y seis hombres de mi unidad desfilaron por mi despacho con diferentes pretextos, pero todos confesaron un mismo delito. Por supuesto que hubo variaciones en los personajes, y en un caso, uno de los

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personajes era elemento central de varias historias simultáneamente; pero el delito y el detonante fueron siempre el mismo: una nota escrita con un estilógrafo de los de antes en una caligrafía impecable con tres palabras contundentes pegada al viejo folleto de Acoso Sexual de la oficina: ¡Lo estamos observando! Todos de una u otra forma me pedían lo mismo, que abogara por ellos ante la administración central en el caso de que hubiera una investigación. El único que no había pasado por mi oficina era Sandro Trombatore. A Sandro lo conocía desde la época en que fuimos a Columbia e hicimos un posgrado juntos. Luego el destino nos volvió a juntar en la misma oficina. Desde entonces habíamos consolidado nuestra amistad. Estaba tan decepcionado de todos que no le quise comentar el asunto. Estuve tentado, pero lo vi tan contento y alejado de esa problemática decadente de nuestra unidad que no quise contaminarlo con ese ambiente negativo. Aunque debo confesar que sí le di tiempo, pues para ese momento estaba convencido de que todos los hombres de la unidad, incluido Sandro, habíamos recibido el famoso post-it con las tres palabras.

piadoras. Un infarto fulminante acabó con él. En el entierro su mujer me confesó que su marido llevaba más de un mes sin dormir, preocupado por algo que nunca le quiso confesar. Volvimos del entierro. Sandro vino a mi oficina a subirme la moral porque me vio muy afectado. Me dijo que esa era la vida, que es corta, que hay que gozarla, que hay que disfrutarla mientras tengamos salud. Que jamás hay que perder el sentido del humor, porque si no le puede pasar a uno lo mismo de Huguito. Quedarse tieso cuando uno menos lo espera. Que había que tener filosofía de vida. Entonces me confesó la travesura. El día de la mudanza se encontró en su oficina con una pila de dos mil folletos sobre Acoso Sexual que los del departamento de recursos humanos nunca quisieron llevarse a pesar de que se cansó de pedirles el favor de que vinieran a retirarlos. Mientras yo lo miraba atónito me dijo: Caro, imagino que los has visto. Es un folleto hermoso de cuatro paginas de instrucciones y pautas sobre lo que no se debe hacer y sí se puede hacer. Están impresos en ese papel semi mate fino. Cuando estaba a punto de tirarlos se me ocurrió la idea y escribí diez y seis notas. Hasta te mandé uno a ti.

Pero Sandro Trombatore nunca se presentó en mi oficina. Y en cierta forma ¡Lo estamos observando! fue un descanso para mí. Al menos otro que podría decir que también tenía la Pero definitivamente parece que en esta oficina ya nadie tiene sentido del humor porque hasta conciencia tranquila. la fecha de hoy absolutamente nadie me ha hecho un comentario al respecto. Ni siquiera tú, pícaro, que te conozco todo el recorrido. La noticia de la muerte de Huguito nos llegó como un bombazo. Se desplomó Luego soltó una carcajada homérica una mañana en la sala de las fotoco- que aún estoy escuchando en mis oídos.

Sé que es noviembre los ojos se desperezan más temprano se desnudan los hombros tímida muestra, tímida piel. Noviembre los santos y los muertos están en cercanía las mariposas juegan a esconderse en la secuencia de un parpadeo entre rayitos de sol impúdicos las abejas deliran a cielo abierto cuando el aroma a verano eyacula sobre ellas. Cuelgo una sonrisa en el espejo pintando mis labios con helado de frambuesa y salgo a taconear la vereda entre bostezos intentando airear la noche.

Noviembre es una fotografía de Julita Pequeño inspirada en el poema Noviembre de Noemí Fernández.

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Canción

Por Joaquín Peña Gutiérrez

Un gallo cantó. Hace algunos años. No recuerdo si fue para diciembre o si era el claro azul de enero. Desde la una de la mañana, como los gallos saben hacerlo en el campo, se destapó a cantar. El canto se subía a todos los apartamentos y yo imagino que todos los durmientes, en sus camas, oían ese canto entre el sueño, porque en la ciudad, todos, dormidos, hemos oído el canto de un gallo, en la noche. Todos hemos nacido del sueño y del canto de un gallo. En la madrugada. Junto a la luz. Cerquita a la luz. Aunque todavía esté a oscuras. Yo recuerdo ese canto. Y no quiero pensar por qué el gallo, al otro día, dejó de cantar. Aunque me dejó su canto en el sueño, ya no me despertó a cada media hora; ya no subía su canto brincando por las escaleras. Ya no se metía por la rendija que

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deja la puerta abajo y que también deja entrar al polvo porque el polvo es liviano y levita y llega hasta el último piso. El mío. El canto se metía por debajo de la puerta, pasaba el corto corredor, oscuro, me buscaba y se arremolinaba en mi oído. Yo creía que su canto no era sólo para mí. Yo creo que todos venimos del campo y, así no nos hayamos dado cuenta, todos cargamos en el alma de la oreja el canto de algún gallo. Claro que a mí me dio rabia. Porque cada hora oía el canto y yo estaba dormido oyendo el canto del gallo, el del ganador y el de los otros, los perdedores, en el naranjo y en el guayabo. Y en las otras fincas. Ahora sé que yo, del cansancio, o de que era niño, no me despertaba, pero alguien en mí ha guardado el canto. ¡Cantar en la madrugada cuando todavía es oscuridad cerrada! Qué locura la de los gallos. Sólo a ellos se les ocurre. A mí me dio mucha pena la otra noche. El canto se fue. Ya no lo oí. Era fin de semana. Los dueños imprecisos debieron traerlo del campo y, seguro, ese día, lo invitaron a un sancocho. Sabroso pero sin canto, porque el gallo para entonces, ya estaba muerto, y despresado y blandito. En la boca. Debía saber bien, el gallo. Ya no el canto. Un gallo así, blandito, cocinado y en la boca, ya no saca ninguna canción. Ya no canta. Yo no dormí la otra noche. Ni la otra. Ni las demás. Me la pasaba parpadeando a ver si el gallo subía por las escaleras hasta mi quinto

piso y se metía en mi oído y me arrullaba y me calmaba de ciudad y me hacía ir por el sueño como entre los guayabales y entre el presentimiento del sol escondido detrás de la loma; todavía oculto pero que ya, en un momento, va a asomarse y saludarme y acompañarme durante la luz sin picarme el cuerpo. Como aquí, en la ciudad, donde pica en la piel; donde nunca se escucha el canto de los gallos; ni de los gorriones. Las otras noches lloré. ¿Quién, por qué tenía que merendarse al pobre gallo? ¡Si cantaba! ¡Si su canto llegaba a todos los oídos de los apartamentos! Llegaba a todas las jaulas un pedazo de canto completo. Lloré. Lloré. Nunca pude hacerme al sancocho. Yo no sé cómo hacen las personas para comerse la canción de un gallo. Para merendarse un canto.

Elogio del desierto Poemas de Julio Martínez Mesanza y fotografías de José del Río Mons. Ediciones de la Isla de Siltolá, 2009

Julio Martinez Mesanza Poeta y traductor español nacido en Madrid en 1955. Licenciado en Filología Italiana. La crítica lo menciona como seguidor de Perse, Claudel y Borges, quizás por el enfoque y el estilo personal con el que maneja sus temas. Además de su traducción de Vida Nueva de Dante, ha publicado sus poemas con el título Europa en cuatro ocasiones, 1983, 1986, 1988 y 1990. Posteriormente Trincheras en 1996 y Fragmentos de Europa (1998). Otros libros suyos son Entre el muro y el foso (2007) y Soy en mayo (2007).

Por Diego Valverde Villena

Elogio del desierto es una pequeña maravilla, un libro que se lee y disfruta desde el principio. Desde la primera página. Desde el magnífico prólogo del novelista Santiago Miralles, un prólogo lleno de sutileza y percepción, que nos lleva al significado profundo de las cosas, de imágenes y de palabras, en una prosa finísima, de una levedad cargada de sentido. Elogio del desierto es una extraña mixtura que une, con asombrosa naturalidad, poemas y fotografías. Como contrapunto, como equilibrio, como espejo de las imágenes de José del Río Mons están las palabras de Julio Martínez Mesanza. El desierto que Mesanza elogia es un desierto fuera del desierto: el que nos espera agazapado en nuestras almas, buscando el resquicio por el que colarse y anegar todo de arena. Es el desierto de los tártaros de Buzzati, el que nos acecha y nos burla desde los espejismos de la vida, que tantas veces confundimos con el ansiado oasis. ¿Y qué decir de José del Río Mons? Él es “el que escribe con la luz”. José del Río aúna en sí a esas dos hermanas gemelas –siamesas, más bien- que son la base de todo arte: la Percepción y la Creación. No hay una sin la otra, ambas se alimentan mutuamente. Y la mirada de José del Río es la síntesis perfecta de ambas. Porque Del Río sabe mirar. Sabe realmente mirar. La suya es una mirada creadora, que va recolectando –milagrosamente- a la vez que siembra. La suya es una percepción creadora, aliada de la maravilla del mundo. Su cámara, su mirada, es la confidente del mundo y de la vida. Es el oído que recoge los secretos del mundo –aquellos que nadie conoce- y nos los muestra. Como bien dice Santiago Miralles en su prólogo, “no hay mayor sorpresa que lo cotidiano bajo la luz del redescubri-

miento”. Y eso lo consigue José del Río a cada paso. Pensemos, tan solo, en el desierto. En el color del desierto. ¿Cuál es el color del desierto? Si nos lo preguntan, pensamos inmediatamente en el amarillo, en el ocre. El caqui de camuflaje del Afrika Korps o del VIII Ejército. De la 6ª Div. Australiana del Alamein o la 4ª Div. India de Tobruk. Pero luego vemos las fotos de Del Río y descubrimos que el desierto -el mundoes otra cosa. Que el desierto es una explosión de colores. Cuando pensamos en colores poderosos pensamos en flores tropicales, no en el desierto. Asociamos el color con la frondosidad, con la abundancia –con una especiería hindú o una curtiduría marroquí-. Pero la retina de José del Río encuentra el color en todas partes: sabe encontrar lo más asombroso, en una especie de mayéutica de la luz. Y así, sin más arma que su objetivo y su mirada, nos descifra los secretos del desierto. Más allá de la mera epidermis ocre, van surgiendo los azules índigos, los rojos cárdenos, los blancos salinos, los grises marmóreos, los negros de brea. El alabastro de las nubes y el bronce líquido de las dunas. Los sinuosos diseños de ese orfebre ciego y preciso que es el viento. Y aquí y allá los trozos de la presencia humana, que amenaza la esterilidad del desierto. Frente al desierto está la torre, emblema de la civilización, del

Hombre. La Vida que se enfrenta al yermo, el agua frente a la arena. Pero las torres –ellas mismas- también son de arena. Tal como decía Borges al hablar del tiempo: el enemigo es el tiempo, pero nosotros mismos también estamos hechos de tiempo. Somos tiempo. Dicen los conocedores que el desierto es como el mar. No se conquista. Sólo importan los oasis, las ciudades –los puertos-. Y así lo vemos también en este libro: los desiertos hacen equilibrio con el mar de Homero. Y quizá por eso entienden tan bien al desierto Del Río y Mesanza, el marino y el poeta.

Diego Valverde Villena Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado los poemarios El difícil ejercicio del olvido (1997), Chicago, West Barry, 628 (2000), No olvides mi rostro (2001), Infierno del enamorado (2002), El espejo que lleva mi nombre escrito (2006) y Sir Hasirim (2006).

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Elogio del desierto Foto © José del Río Mons

Joaquín Peña Gutiérrez ©Alejandro Sandoval.

Colombia, 1950. Licenciado en Filología e Idiomas. Docente. Tiene publicados libros de poesía, (Aspirina al corazón), narrativa, (Días de asfalto), selecciones de cuentos (Cuentos fantásticos, Cuentos de ciencia ficción, Cuentos picarescos, Cuentos de miedo), Literatura de Contracartel, Cuentos de Contracartel, Poesía de Contracartel (colectivos), ensayos sueltos, (León de Greiff o la biografía invisible, Desconcierto y contento en El Carnero, y otros). Hace parte –todavía- del Grupo literario Contracartel. Ha obtenido algunas distinciones en concursos literarios. Miembro del equipo que coordina los programas de creación literaria en la Universidad Central, Bogotá, Colombia.

AURORABOREAL Libros

AURORABOREAL Cuentos cortos

Joaquín Peña Gutiérrez


Testigo de la “africanidad de finales del siglo XIX

Eleonora Melani Italia, 1981

Se licenció en Filología hispánica en la Universidad de Florencia con un trabajo sobre la autora uruguaya Teresa Porzecanski y en la misma facultad consiguió la especialización en “Estudios sobre las dos Américas”. Es colaboradora de la revista romana «Fili d’aquilone», del Centro Studi Jorge Eielson de Florencia y de la Revista Aurora Boreal de Dinamarca.

Por Eleonora Melani

Candelario Obeso es un poeta fundamental no sólo para el acervo cultural de Colombia, sino también por el controvertido título de precursor de la poesía negrista. Vivió durante los años en que se pusieron en práctica las leyes abolicionistas y con su literatura se salió de las filas europeístas. Su obra mayor es Cantos populares de mi tierra (1877), que tiene poemas dedicados sobre todo a escritores, intelectuales y amigos del poeta y sólo uno para una mujer, distinguida por las letras S.G.L. Esta obra se destacó por su ortografía fonética y palabras alteradas, que reproducían el habla del pueblo afrocolombiano. Esto no significa que Obeso fuera un poeta ignorante, sino un hombre muy erudito, que siempre cultivó el amor hacia las letras. Con sus Cantos rindió homenaje a sus orígenes, al África olvidada que nunca había sido discutida en territorio americano. Hasta entonces, siempre que se hablaba de África, se citaban simples imágenes de esclavitud y barbarie. Con Obeso la poesía cambió, por esto muchos estudiosos lo creen el precursor de la poesía negrista. Sin embargo no hay muchos trabajos que hayan tratado la cuestión de manera específica, ni que hayan dado la razón a una de las dos tesis (1). Obeso publicó sus Cantos muchos años antes que los autores de la corriente negrista y por esto «su obra se considera también precursora de la poesía llamada “negrista” que tuvo su mayor auge cincuenta años después de la publicación de su libro, Cantos populares de mi tierra» (2). O sea, la obra de Obeso no se había olvidado, sino que disfrutaba de un lugar considerable en el altar de honor literario colombiano, pero no obtuvo un gran éxito como los protagonistas de la literatura negrista del siglo siguiente. Los períodos que Obeso y Guillén vivieron eran muy diferentes, ya que muchos escritores de los años treinta del siglo XX entraron en contacto con el ambiente parisino y

Eleonora Melani

AURORABOREAL Ensayo

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Candelario Obeso

con las vanguardias europeas, inexistentes en la época de Obeso. Por lo tanto el desarrollo de la literatura negrista tuvo una evolución en el siglo XX, discordante con la del nuestro autor afrocolombiano. La historia y las condiciones de los respectivos países de Obeso y Guillén eran muy desiguales y mucho dependió de la constancia de la esclavitud en Cuba. Los autores del negrismo y sobre todo Guillén se reconocieron en su literatura. Eran muchas voces poéticas: Guillén cantó al negro cubano en su alegría y en la turgencia de imágenes; Césaire contó la africanidad de Martinica en su dolor y con imágenes cargadas de muerte; Palés Matos amó su Puerto Rico, estigmatizándola y concretando la realidad, preocupándose del destino de su país y de todas las Antillas. Tres posiciones diferentes, autorizadas y coetáneas. En cambio Obeso cantó solo: su obra era aislada, no entró en el contexto institucionalizado de la literatura, sino que se presentó como un astro, como una cometa del negrismo que duró muy poco tiempo y guió a los poetas sucesivos que condujeron un discurso sobre el negrismo poético. No se están haciendo ilaciones sobre la no originalidad de los autores del 1926, sino sólo una objetiva comprobación de los años en que Obeso publicó sus Cantos, casi 50 años antes de Motivos de son (1930) de Nicolás Guillén, de Tun tun de pasa y grifería (1937) de Luis Palés Matos, y de Cahier d’un retour au pays natal (1939) de Aimé Cesaire. La obra de Obeso

exalta la etnia africana no sólo con un habla espuria, sino también con imágenes poéticas a menudo cargadas de dulzura, rabia y ternura. Su defensa es la del negro de la costa, a menudo contra los blancos, en una sociedad que no respetaba a los ex esclavos. Obeso habla de los negros del Magdalena, de Mompox y nunca aparecen referencias universales o totalizadoras en su poesía. Las temáticas que se encuentran en sus Cantos son muchas, pero la más importante es el amor, representado en su esencia poliédrica: amor por la mujer, la familia, la madre, la tierra y la naturaleza. Su poesía es intimista y privada, baja en lo profundo del alma y le permite difundir su esencia al mundo circunstante. Obeso muestra los valores humanos: además del amor, la dignidad, la amistad, la lealtad, en sentido positivo y en su violación. La adulteración de lo que el sujeto considera intocable genera sufrimiento. Cuando se habla de la patria, a menudo se compromete una temática política y de protesta, dirigida a la presunción de los europeos. Colombia está libre y a esto se vincula el problema de ser negro en territorio americano: reclama sus derechos y renueva el amor por su raza y sus orígenes, aunque humildes. Es difícil encontrar poesías donde Obeso conciba el amor como alegría, satisfacción sin dolor. Hay poesías en que la mujer se vuelve razón de tormento interior y obsesión para un hombre enamorado y rechazado (A mi morena). Obeso utiliza la

captatio benevolentiae para inducir la mujer a escucharle, el topos del locus amoenus cuando habla de un paisaje lleno de delicias y muy hermoso. El poeta presenta dudas sobre la confianza de las mujeres en Parábola, en que ella ilusiona al hombre que está por alcanzarla. Todo lo que tiene un germen femenino tiene que ver con el diablo y esto puede remontar con antítesis al papel de la mujer angélica de Dante Alighieri, que sublimó a Beatriz. Sólo el amor materno es eterno e imperecedero. Éste no se tiene vivo ni con dolor, ni con sospecha, sino con autenticidad. Es un amor total y la madre es la única mujer de lo que el hombre puede fiarse: Obeso enuncia este concepto como si fuera un extracto de la Biblia. Obeso amaba su pueblo Mompox, aunque allí no había la posibilidad de una apertura cultural como en las grandes ciudades. El poeta supera ésta mediante su especial relación con la naturaleza y el amor por los animales. Lo palomos es la primera poesía de la recolección y quizá Obeso la haya puesto para marcar la diferencia entre el hombre y la naturaleza. Obeso la considera como un libro de antropología y se aprende mucho más en ésta que en el estudio. Obeso habla de serpientes (Parábola), perros (Diálogo picarejco), gallinas (Expropiación re unos córigos), patos (No rigo el nombre, en que reafirma que el único amor es el de la madre, ley que vale también en el reino animal). Obeso, leyendo la vida en el gran libro de la naturaleza, logró vincular estos temas a la política. En Epresión re mi amitá se había encontrado una cele-

Candelario Obeso (1849-1884). Considerado el precursor de la poesía negrista. Obras: La familia Pygmalión (1871), El arroyuelo y Lectura para tí (1874, antologías poéticas) Cantos populares de mi tierra (1877). Tradujo al español el tratado Nociones de táctica, infantería, caballería y artillería (1878). Secundino el zapatero (1880 sátira teatral). Después de un período en Francia como cónsul, vuelve a Mompox y escribe Lucha de la vida (1882), un diálogo con traducciones de poesías de Goethe.

bración de la Colombia y de los derechos de igualdad que el poeta había compartido entre las tres razas del pais. Otra figura fundamental de la poesía de Obeso es la del boga, como se ve en la poesía manifesto La canción der boga ausente. Los bogas eran los que trabajaban en los ríos (el Magdalena en este caso) y que a menudo vivían en comunidades autóctonas, aisladas de las ciudades. Obeso habla en nombre de esta gente estajanovista, que pasa cada día en el champán, para barquear mercancías y gente de una parte a otra del río. Al final, hay que hablar de la lengua que Obeso utilizó y que es la fiel reproducción del habla de los afrocolombianos de Mompox, sobre todo de la clases más bajas, como los bogas, los montaraces y los que trabajaban la tierra. A nivel léxico aparecen muchas palabras del trabajo cotidiano de los negros en la costa y en el Magdalena. Muchas son el resultado de la mezcla de palabras africanas y americanas y se refieren a la flora (“güevo-e-gato”, “legua-e-vaca”) y animales de la zona andina (“mapaná”, “picúa”). Hay palabras coloquiales como colombianismos (“catabre” para indicar la calabaza donde se pone el grano para la siembra) y voces antiguas (“asina”, “no embacgante”). De hecho, Obeso fue el vate de la poesía negrista, pero no el fundador de la misma, ya que sus Cantos difieren mucho de las obras de sus colegas caribeños. Su importancia y su mérito residen en el hecho de haber visto a los negros con una perspectiva nueva, diferente, y haberlo hecho en un país como Colombia, donde despertó un interés vivo por esta temática, permitiendo que los negros reconsideraran su dignidad y la exigencia del respeto como un derecho. Obeso ha redescubierto la esencia humana en la miseria de los pobres, de los últimos de la sociedad. Los autores negristas no se inspiraron directamente en los Cantos, pero es cierto que los leyeron, los conocieron y les confirieron el valor que les correspondía. “Guillén had some laudatory things to say about the pioneering work of Candelario Obeso” (3). Probablemente sin Obeso la poesía negrista habría sido diferente: por lo mismo este autor afrocolombiano y sus Cantos merecen un reconocimiento más consistente de lo que, hasta ahora, le ha sido atribuido.

BIBLIOGRAFIA -Mónica Mansour, La poesía negrista, México, Era, 1973. -Martha Canfield, Los precursores de la poesía negra en «Razón y Fábula», Revista de los Andes (Bogotá), num. 21, septiembre-octubre 1978. -Laurence E. Prescott, Candelario Obeso y la iniciación de la poesía negra en Colombia, Bogotá, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1985. - L a u re n c e E . P re s c o t t , Without hatreds or fears, Jorge Artel and the struggle for black literary expression in Colombia, Wayne University Press, Detroit, 2000. -Candelario Obeso: Jorge Artel. Cuadernillos de poesía, Panamericana, 1997. -Richard Jackson, Black writers and Latin America: cross cultural affinities, Washington, Howard University Press, 1998. ,

Notas: 1. Una excepción en este sentido es el trabajo de Martha Canfield, Los precursores de la poesía negra, en «Razón y Fábula» Revista de la Universidad de Los Andes (Bogotá), nº 21, septiembre-octubre 1978, pp. 13-26. 2. Laurence E. Prescott, Candelario Obeso y la iniciación de la poesía negra en Colombia, Bogotá, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1985, p. 71. 3. Richard Jackson, Black writers and Latin America: cross cultural affinities, Washington, Howard University Press, 1998, p. 176.

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Lina Binkele en su estudio

Por Armando Álvarez Bravo

Lina Binkele

La Bestia con el principio femenino, con lo inmaculado y lo sublime Por Efraín Sánchez

Lina Binkele

Este artículo presenta una selección de las obras más sobresalientes de Lina Binkele. Su carrera artística abarca ya más de veinte años y su producción es diversa y abundante, desde bocetos y dibujos hasta esculturas en madera y bronce. En su gran mayoría se encuentran en colecciones privadas y lugares públicos en América del Norte y del Sur y en Europa, y el público en general

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sólo las conoce parcialmente por sus Aqui también pretendemos reflejar el exposiciones individuales y colectivas, la enfoque estético de Lina Binkele. Su mayoría de ellas en los Estados Unidos. obra gira en torno a dos temas centrales que se fusionan dialécticamente. En Las notables creaciones de Lina Binkele primer término, aquello que ella llama que se reúnen en este artículo deberán "La Bestia", principio antes que entidad proporcionar a los coleccionistas, exper- concreta, representado por el caballo. tos, y en particular a los admiradores de En segundo lugar, un elemento contrala imagen del caballo, la oportunidad puesto asociado con el principio femede formarse una impresión más com- nino, con lo inmaculado y lo sublime. pleta de su arte en los diversos medios La fusión dialéctica de estos dos eleque emplea, y apreciar el desarrollo de mentos condensa antiquísimas creencias sus conceptos y técnicas. Este artículo y visiones del mundo que Lina Binkele también da a la propia artista la posibi- interpreta en sus propios y muy persolidad de transmitir su mensaje a una nales términos. El centauro es modelo audiencia mayor, y sin duda nos hará a de instinto animal, pasión y fuerza intodos partícipes de una memorable ex- controlada. Pero cuando una de las periencia estética. doncellas de Lina Binkele monta un caballo, ella y él se vuelven uno solo, como un ángel-centauro, y los opuestos se complementan.

Cuatro ensayos críticos escritos por reconocidos autores ofrecen una visión general de la obra de Lina Binkele. En "Toda la gloria de los caballos", publicado originalmente en español en un periódico de Miami, Armando Álvarez Bravo presenta una descripción global de sus esculturas y pinturas, y hace una serie de observaciones analíticas bien documentadas. En un esbozo biográfico de la artista, Bruce Helander examina su evolución personal y artística, poniendo énfasis en las experiencias que formaron y desarrollaron su talento creativo. En el siguiente artículo, Carol Damian se concentra en su singular inclinación por el caballo como motivo escultórico, y en el carácter único de sus interpretaciones. Finalmente, Madeleine Izquierdo de Campos explora el conjunto de su obra desde un punto de vista estético, y hace una evaluación crítica de su estilo.

El caballo, por sí mismo y en conjuntos, es una figura tan esencial como antigua en la historia del arte. Es evidente que eso se debe tanto a su increíble belleza, como al papel que ha jugado en la historia y la vida cotidiana. Tales condiciones eternizan su presencia. Mientras se haga arte se utilizará su estampa. Esta constituye un verdadero reto a la capacidad creadora y al gran oficio. No puede olvidarse que hay creadores que tan solo se dedican a plasmarlos.

Caballo Mongol © Tallado en madera - caoba, 1988. 68 x 82 x 25

Toda la gloria de los caballos

Triunfar pintando o esculpiendo caballos es verdaderamente triunfar. Con los caballos sucede exactamente igual que con las manos. Sólo un consumado artífice es capaz de llevarlos al lienzo, el papel u otro medio. A la hora de representarlos o retratarlos no se puede dar gato por liebre. La artista colombiana Lina Binkele pertenece a esa estirpe de creadores para los que el caballo forma parte de su vida y trabajo. "Desde pequeña monté a caballo en la finca de mis padres", dice la artista. "Nunca quería imponerme, sino fundirme con el caballo y su voluntad, como un centauro. Sin intención aprendí las formas del caballo al cepillarlo o al lavarlo, siendo ésta sin duda la primera y la más fidedigna fuente a la hora de trabajar, particularmente en las esculturas". Aunque dibujaba caballos desde que era una niña, Binkele no se profesionaliza como artista hasta después de estudiar museología y antropología, que complementará con el estudio de la talla en madera. Su pasión artística y antropológica se aúnan en pos de la misma finalidad: buscar lo esencial humano, "lo primigenio, lo genuino, lo ingenuo, la universalidad de la especie y su intrínseca diversidad". La formación antropológica de Binkele constituye un valioso e insustituible punto de apoyo para la interpretación

Caballo Mongol © Tallado en madera - caoba, 1988. 68 x 82 x 25

AURORABOREAL Escultura

Lina Binkele

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Caballos © Lina Binkele

Así, con y desde sus animales, la artista va a lo profundo y esencial de la criatura. Su hallazgo permitirá la riqueza interpretativa y ese profundo contacto con la imaginación creativa. Esta se expresa por tres vías. Son: caballos y jinetes, las mujeres y los juegos. El tema del caballo andaluz y la alta escuela ecuestre domina los cuadros, en tanto que en las esculturas se plasma el movimiento. Al tocar a la mujer, Binkele capta expresiones de letargo y ensimismamiento. En la zona de los juegos, sus personajes buscan otras identidades. La eficacia de la ejecución y la perennidad del motivo da a estas obras ese carácter que vence el tiempo a fuerza de creación. Pero, sin lugar a dudas, siempre nos cala toda la gloria de los caballos. Publicado en El Nuevo Herald, Miami, 1997.

Armando Álvarez Bravo crítico de arte de El Nuevo Herald

Lina Binkele Por Bruce Helander

de lo ecuestre. Le permite moverse con soltura sobre su historia, razas, ornamentos y usos. De la misma manera, sobre su significado en diversas culturas y mitologías. Ese bagaje cultural, en que es tan importante la museología, constituye para esta artista un fundamento ideal para el tratamiento de sus dos temas básicos: la mujer y el caballo. "En el caso del caballo quiero transmitir un discurso de orden estético que tiene origen en la geometría, en la resonancia, en valores como el balance entre lo lleno y lo vacío, entre lo liviano

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y lo pesado, en el ritmo", manifiesta Binkele. "En cuanto al mensaje, tal vez quiero traducir la fuerza, impulso, movimiento detenido, elegancia, gracia, nobleza y brío". "Respecto al tema de la mujer y del jinete", agrega la artista, "busco la buena disposición, la pulcritud de espíritu, la interiorización, la ausencia de pensamiento, lo vago, lo detenido, el letargo". Todo eso se traduce en una obra que se multiplica en esculturas de madera y bronce, óleos, dibujos y murales. Por supuesto, Binkele prefiere los grandes formatos. Permiten hacer más notables

Lina Binkele, notable artista colombiana, comparte en gran medida los intereses y la intuición de aquellos que, en número muy considerable, la han precedido en la inquietud y el respeto por la imagen ecuestre. Nacida en Bogotá, creció en los verdes campos que se extienden al pie de las montañas que son sinónimo de ese hermoso país. A muy temprana edad Lina comenzó a montar a caballo en la finca de sus padres, donde se le ofrecía el lujo excepcional de

íntimamente y ama en lo más hondo de su ser. Largos años en compañía de su esbelto y fiel equino desarrollaron en ella una intensa independencia de pensamiento y expresión. Así cultivó su propia comprensión de la historia y su propia interpretación de la naturaleza. Guarda vívidos recuerdos de paseos nocturnos con su padre, escudriñando las estrellas que flotaban en el espacio, a gran altura sobre las montañas. Estos descubrimientos iniciales ampliaron considerablemente el universo de la joven observadora de la naturaleza, e impulsaron su deseo de documentar sus intereses, en especial por medio del dibujo. Su precoz visión de la naturaleza, sumada a su inclinación por el dibujo, la llevaron a convertirse en antropóloga en Bogotá. Más adelante vivió en México, donde continuó sus estudios, que se extendieron al examen de la pintura mural en el Museo Nacional de ese país. Después de cumplir los veinte años comenzó estudios de talla en madera y adquirió los rudimentos de la forma y las técnicas.

Su primer proyecto exitoso fue un pequeño caballo, que produjo en ella una total fascinación por el detalle relacionado con sus recuerdos de infancia. Pasado algún tiempo había creado más poder ir a casi cualquier parte a donde una y otra vez en las etapas evolutivas de noventa formas equinas talladas en de la creación de sus dibujos, pinturas y madera. Más adelante exploró la inmela llevara su deseo. esculturas sobre un tema que conoce diatez de la arcilla y el bronce. Cierto Al galope por la campiña, la artista y su caballo se convertían en un solo ser que exploraba la naturaleza y la sorprendente belleza de un universo en expansión. Aquellas experiencias cotidianas se tornaron en influencias profundas para la carrera que elegiría la joven para su vida. Poseer un caballo exige que se asuma total responsabilidad por su diario cuidado. Limpiar con regularidad la piel del animal crea ciertos lazos personales, pero, aún más importante para un artista, desarrolla un conocimiento íntimo de sus características palpables y su estructura muscular. El cepillado ejercita la mente, tanto como el propio cuerpo. Comienza a memorizarse la forma en que el abrigo viviente de las crines desciende en un océano de formas ondulantes y colores suavemente cambiantes. Tan placenteros momentos regresan a Lina

Caballos © Lina Binkele

Todo el quehacer de esta artista -y ella es muy consciente de sus objetivosbusca una revaloración de la bestia. En sus propias palabras, "la sublimación del animal". Es algo que tiene que ver, de manera inseparable, con las proporciones ecuestres y el prodigio de sus movimientos.

Caballos © Lina Binkele

Caballo © Lina Binkele

los efectos, destacar determinados aspectos y detalles y proponer retos derivados de sus dimensiones. La artista alcanza a través de ellos una actividad corporal mayor "porque tal vez quiero bailar mientras trabajo".

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día, al contemplar la rigidez mecánica y estatuaria de la escultura de un caballo, decidió perforar materialmente la arcilla de manera caprichosa, lo cual agregó de inmediato un gesto impresionista que ella había esperado ver desarrollarse de manera natural. Otro ejemplo del poder modelador de las remembranzas infantiles se pone en evidencia en la composición Sin Título, en que una hermosa niña se halla montada en su caballo para comenzar juntos un viaje. Los dos parecen uno, y tornan la cabeza ligeramente en la misma dirección. En apariencia la figura femenina está dominada por el enorme animal que la sustenta, pero se le ve mantener el control con firmeza. Pasan años de dedicación y concentración cotidianas en su estudio, durante los cuales produce una magnífica colección de figuras femeninas y animales, tanto separadas como en conjunto, como sucede en la naturaleza y en la vida. Este tipo de destreza no se desarrolla de la noche a la mañana, no importa cuán intenso sea el talento intuitivo. Los bronces muestran los resultados de su poder de concentración reflexiva y del notable cuidado práctico con que elabora estos temas poéticos. La naturaleza presenta proporciones naturales perfec-

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tas, y los fotográficos recuerdos de Lina de figuras y formas armoniosas se convierten en influencias perfectas sobre sus delicadas composiciones. Sus texturas son ásperas y abruptas, como los campos colombianos. Las combinaciones de colores marrones y grises recuerdan las sendas arcillosas que recorría en su niñez. La artista capta el verdadero espíritu, y luego libera su encanto ceremoniosamente en el campo de las exposiciones. Un examen detenido de su obra revela su diestra y talentosa disposición para infundir vida al material fundido. Mujer con Ángel es un bronce de tamaño natural que demuestra la capacidad de la artista para elaborar composiciones de múltiples niveles, plenas de vitalidad y emotividad. En dicha obra, una joven dama levanta ligeramente su mano hacia la boca del caballo, mientras el animal responde girando su robusta cabeza en un ligero arco, con lo cual se crea un círculo completo entre los dos. El caballo se mantiene atento, como le es característico, con respeto y admiración. Es una escultura de inolvidables calidades. El vigor inventivo de la artista se pone también de manifiesto en sus estudios de torsos equinos sin patas. Al abstraer

Las esculturas y dibujos de Lina Binkele mantienen la misma reverencia permanente por el caballo que han mostrado los artistas durante miles de años. Comprendiendo que el animal está diseñado para ser veloz, eficiente y fuerte, capta el complejo sistema de equilibrio que permite al caballo galopar, resistir, llevar cargas y sostenerse en pie. En sus obras el caballo flota en el aire como por arte de magia. Aparece en fragmentos, y aún así extraordinariamente completo. Su viveza se logra mediante la energía de amplios y curvilíneos esbozos que describen su maravillosa forma física. En el enfoque estético que utiliza Lina Binkele para captar la esencia del caballo, se vale de contornos lineales redondeados y libremente interconectados, tan orgánicos y sensuales como el tema de su arte. Su aproximación es a la vez espontánea y rítmica, y refleja las características del caballo en movimiento, tan admiradas en todas las épocas.

Bruce Helander es un artista que escribe sobre arte. Sus collages se publican con frecuencia en The New Yorker Traducción:Efraín Sánchez.

Sobre la naturaleza del caballo Por Carol Damian

La profunda compresión y la fascinación de Lina Binkele por la relación entre los seres humanos y los animales es aquello que inspira sus imágenes equinas. No solamente ve ella al caballo como una de las creaciones más majestuosas, sino que le interesa describir la imagen del caballo como la personificación de un lenguaje simbólico que pone al descubierto muchos aspectos del carácter de las acciones humanas. Los seres humanos exigen al caballo hacer muchas cosas y ser muchas cosas aprovechando sus instintos, especialmente sus desarrollados instintos sociales. Los caballos comprenden la naturaleza de la dominación y la sumisión, tal como los humanos. La historia del caballo es la historia de la humanidad. La intención de Lina Binkele es ir más allá de la sim-

Los caballos que crea Lina Binkele con su arte no pertenecen a raza alguna, ni tienen identidad específica. Su caballo es siempre el mismo de su imaginación: una yegua con la que puede interactuar y relacionarse personalmente, en consonancia con sus propias experiencias. Cada obra demuestra no sólo sus habilidades como dibujante y su capacidad de reconocer las características más sobresalientes del animal, valorando al mismo tiempo su intelecto, sino también su total comprensión tanto de su superficie física como de su estructura anatómica. Comenzando con sus esculturas de caballos en madera y traduciendo luego su vitalidad al bronce, siempre le ha interesado explorar las superficies como medio de realzar aún más la vitalidad y la energía del animal. El tratamiento de las superficies en todas sus obras comparte un carácter común que se basa en su interés por las telas de origen étnico, en particular las telas e indumentarias femeninas de origen nómada, con sus audaces dibujos geométricos y sus tonos terrosos. Su aproximación al dibujo y a la escultura demuestra esta atención por la superficie por sus calidades expresivas, para aumentar el interés de la forma escultórica, tanto en madera como en bronce. La talla en madera produce efectos distintos al modelado en arcilla que luego se convierte en bronce. Lina Binkele logra resultados extraordinariamente notables en ambos medios, demostrando a su vez su preocupación por los mismos aspectos conceptuales del caballo como creación de libertad y belleza, y su intención estética de transformar lo físico en algo más expresivo. Más allá del enriquecimiento de la textura de sus esculturas de caballos para engrandecer su vitalidad y naturalismo, Lina Binkele crea también la imagen del caballo como entidad fragmentaria. En lugar de presentar en su totalidad su forma física, ofrece al observador la oportunidad de completar el cuadro y satisfacer sus propios sueños de montar y poseer un caballo, o regresar a la imaginación de mundos perdidos. Sus representaciones incompletas del cuerpo del caballo recuerdan a la estatuaria antigua, a los objetos clásicos provenientes de relieves de templos, a los restos de monumentos ecuestres y a los vestigios del pasado. Cada obra atrae y comunica en nume-

Caballo © Lina Binkele

ple representación de las características físicas del caballo y de la explotación de su belleza. Más aún, nunca utiliza la forma del caballo como vehículo de humanización (o deshumanización). Su arte se crea con la intención de rescatar al caballo de la dominación humana y celebrar su inteligencia y belleza.

SIn título © Lina Binkele

Caballo © Lina BInkele

la forma aún más sin el apoyo natural que prestan al diseño las cuatro extremidades, el creador se ve obligado a concentrarse en el rítmico perímetro que media entre la cabeza y la cola. Aún así, la artista conserva en su total integridad un triunfal movimiento irónico. Forman parte también de esta serie torsos de imágenes femeninas que retienen pátinas ricas en textura y color, que contrastan de manera admirable con las grandes piezas de ungulados fundidos. Cualquiera sea el tema, la artista le infunde un misterioso brío, afectuoso y digno. Como contrapunto, Binkele cambia ocasionalmente de dirección y moldea torsos femeninos con la misma ternura y atención al detalle. Las composiciones al contrapposto captan la figura pensativa con espontaneidad e integridad. La pátina aplicada es también casi idéntica a la fórmula utilizada de modo tan certero en las superficies mayores, que tiende a proporcionar unidad mediante un común denominador de color y una personalidad elaborada, que identifican la excepcional aproximación de la artista a la forma escultórica.

rosos niveles que trascienden la simple representación corpórea o animal. Cada obra se funda en una comprensión estética y sensible de la forma física, en especial la del espléndido caballo.

Traducción: Efraín Sánchez. Carol Damian enseña en la Universidad Internacional de la Florida

Obsesiones plásticas

El caballo... emblemática del gesto y la batalla Lina Binkele: una artista, un tema, un mundo

Por Madeleine Izquierdo de Campos

Quizás por eso ha sido una obsesión porque en el fondo, el Caballo condensa una noción humana. Mediando como protagonista a lo largo de la historia, ha enriquecido la relación hombre-bestia nutriendo mitos y rituales, los cuales dan testimonio de su presencia desde los arcanos más remotos hasta nuestros días. De esta manera, puede seguirse su evolución como hecho de cultura, conciliando las expresiones que destacan su nobleza y formas perfectas, con aquellas otras que hablan de su heroísmo, su fuerza y su poderosa condición legendaria. De todos, es el Caballo el animal que más apegado ha estado al proceso civilizatorio desde el cual se verifica la conquista social y cultural del hombre en su historia. Por ello la autora lo involucra en su obra desde diferentes perspectivas, que se mueven en un amplio panorama que va desde la visión trágica inmortalizada en el Guernica de Pablo Picasso, hasta el sentido apacible, de fuerza contenida y proporciones armó-

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Lina Binkele ©

borda la obra en relaciones de sucesión, en las que se enlaza la representación del caballo con el jinete (que siempre es mujer), o con la doncella, o con figuras femeninas, o en general se valora el protagonismo del espacio vacío como sujeto emplazador del movimiento, o se hace evocador el sugestivo y titilante reflejo de las aguas. La obra plástica de Lina Binkele se mueve en dos planos de creación que desarrolla de forma paralela, a saber: la pintura y la escultura. Aun cuando los soportes son totalmente distintos (lienzo/óleo versus madera/bronce) se advierte una convergencia temática y poética, la cual se enriquece con los propios saberes de la autora, relacionados con la antropología y la museografía. Su obra rescata mitos originales convirtiéndolos en obras de arte, generando la ficción teatral del espacio museográfico para que entonces sean apreciados desde el privilegio de la valoración estética. Las imágenes creadas por Lina parecen estar provistas de una relación subjetiva con la realidad, y se proyectan desde un eje distinto a la concepción occidental cuando enfrenta al objeto de la representación artística. La autora parece seguir el modelo oriental de fijar una idea en el espíritu y contemplarla desde todos sus ángulos sin apartarse de ella. Se trata de una especie de ejercicio mental que suministra apoyo al pensamiento profundo.

nicas, que se aprecian en la obra de Verrocchio (Renacimiento), por sólo situar dos polos dinámicos que se aúnan como cortes posibles en su concepción creativa. Lina concentra en el tema del Caballo el eje icónico que genera el núcleo de poética para su creación. Por ello,

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cuando se advierten otros elementos en la representación, como es la figura femenina, y la autora desnuda su predilección por viejos mitos que se refieren a la virgen y a la bestia, al centauro, a la par, se descubren caminos de oposición y juego para hacer confluir y contraponer el instinto y el intelecto. Así, se des-

Cuando nos acercamos a la obra de Lina vista en su conjunto, se aprecia un delicado tratamiento, el cual, valiéndose de las repeticiones, genera su propio universo estético y filosófico. Considerando la fuerte carga sensorial de la obra y el peso que adquiere el cambio infinitesimal, sobre la base de lo discreto, una vez que el público se habitúa a su concepto creativo se ve obligado a centrar la atención en la contemplación y desplazar el interés de la idea del cambio, que caracteriza la estética del arte de Occidente. De esta manera, por el tipo de relación que establece con el receptor, se advierten puntos comunes con aquellos rollos de seda, típicos de la tradición china, que, guardados en estuches preciosos, sólo debían ser desenrollados para contemplarse a favor del bien del espíritu, al igual que un libro de poesía (siglos XII y XIII).

Esto es quizás lo que hace grande la creación de Lina Binkele, pues con su obra ha tejido a su alrededor una red estética con la cual pone distancia, tanto con “el campo estético industrial" como con las nociones mismas del arte de elite, y le permite como artista latinoamericana mantener afinidad con un tema que es común a las tradiciones más ancestrales (el caballo), reconocido y apreciado por hombres cultos o no. De esta manera, la autora da pruebas de que su obra se halla inscrita en los marcos de una de las funciones estéticas más genuinas del arte de todos los tiempos, según la cual el sentido más profundo del arte consiste en mantener al espíritu humano en un estado de eterno rejuvenecimiento, contrarrestando el impacto de la vida diaria con una obra que se proyecta como fuente de un constante disfrute estético. Su trabajo escultórico, ya sea en madera o bronce, nos deleita por el dominio técnico, la buena factura y la calidad interpretativa. Se aprecia una evolución de los conceptos estéticocreativos que se mueven desde una obra que en sus inicios resulta muy apegada a los órdenes clásicos de la consecución de la armonía, tan típica de la escultura ecuestre del Cinquecento, para paulatinamente transformarse en una escultura que dinamiza las formas a través de un trabajo en el que se aprecia una esencia más profunda: lo laborioso, lo hecho a mano, la paciencia, la repetición.

Un aspecto relevante es la tendencia a la fragmentación en su escultura. De este modo, se convierte el fragmento en el sujeto de la representación (por ejemplo: una cabeza o un cuerpo sin patas), cobrando así valor teatralizador la dimensión museográfica de lo representado. La obra pasa a convertirse en gesto, el gesto en huella. Y de este modo, se simula un levantamiento arqueológico del caballo como hecho vivo, a través de los signos tangibles de la esculProgresivamente la investigación tura. artística introduce cambios para abrirse paso hacia el movimiento mediante un En esta producción más reciente se reajuste en el soporte, al introducir el advierte cómo las ausencias comienzan uso del metal, el cual es trabajado capa a ganar poder en el significado, hasta a capa, simulando la estratigrafía de convertir el vacío en referencia para un una excavación arqueológica. No obs- simulado reencuentro con el pasado. tante, los caballos que hoy Lina esculpe Tras ello está la acción laboriosa de están en acción, son vigorosos y llamati- Lina, quien ha trabajado las capas de vos por su sentido dinámico, a lo que se color desvaneciéndolas, ayudándose con suma la propia huella del gesto de es- el esbozado, con la idea de la forma que culpir, que logra protagonismo e inde- se desvanece, provocando la pátina, pendencia a través de lo que podría simulando la huella... Y mostrando que nombrarse como un "expresionismo del el acto de crear cuenta con muchos volumen" que libera de toda rigidez e matices, donde la más ancestral de las invita a seguir la propia pulsión de la herramientas se despliega en el acto de artista en el acto de crear. Así, también crear, con un laborioso trabajo donde la la superficie cobra vida, porque allí es- paciencia, la obsesión, lo endógeno, lo tán perpetuados los movimientos a tra- premeditado, lo digerido, la observavés de los cuales fluyó la inspiración de ción... se transforman en preciadas arla artista. mas para el efecto.

Lo estético se reconstruye a través de una variación del significado que ahora propicia una antiestética, más acorde con los valores finiseculares del arte (lo feo, lo grotesco, lo corrosivo, el azar, la desproporción...). El arte simula una realidad, la del levantamiento arqueológico que se hace autoevidente, porque a través de la obra de arte la artista y el público entran en relación con la idea de la historia y el juego con la atemporalidad. Surge así una especie de "persuasión clandestina" desde la obra, la cual adquiere todo su rigor a partir de la más elemental de las lógicas, que es aquella que la artista creó cuando decidió construir estas piezas, las cuales están sujetas a un convincente "orden de las cosas", simulando estar situadas a la altura de una prerreflexión sobre lo que nos rodea, y que en el fondo se convierte en una "sutil teoría de dominación" que se ejerce desde la obra misma hacia los receptores, buscando a través de este juego de simulaciones propiciar el placer estético. Así, la fealdad y el displacer se colocan como ejes estéticos que movilizan al público hacia una búsqueda introspectiva de lo representado, aumentando la eficacia del diálogo entre la obra y sus receptores.

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Lina Binkele Hoja de vida

En relación con esta dirección, apunta otro de los ejes estético-artísticos de la autora: lo femenino. El tema femenino se convierte en un campo especialmente atractivo para el discurso crítico. Si consideramos que Lina es mujer, la presencia de lo femenino puede percibirse como un signo de identidad desde el cual se proyecta en un amplio diapasón de formas: la niña, la adolescente, la virgen, la mujer... A la par que se tejen ejes: la sensualidad, la sexualidad, o simplemente la mujer como parte del brío del caballo en su condición de jinete..., entre otras. Podría decirse que en su obra se aprecia un fenómeno similar a aquél que inició el discurso feminista como sometimiento de lo fálico. De esta manera la figura femenina aparece como oponente y complemento de significado de la figura del caballo que representaría lo fálico. No necesariamente hacemos esta aseveración a partir de las obras que conjugan ambos íconos (mujer - caballo), sino incluso se afirma a través de todas las cabezas y los torsos femeninos, así como de su escultura "Lorenza con alas", marcada por un tierno sello intimista.

1957 Nace en Bogotá, Colombia 1980 Antropóloga Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia 1981 Museóloga, Instituto de Antropología e Historia, Instituto Paul Coremans, México, D.F. 1982 Toma varios cursos de antropología, indigenismo e historia, UNAM, México D.F. 1982 Cursos libres de arte en la Universidad de Nueva York, N.Y., Estados Unidos. 1982-1985 Diseñadora del Salón XX, Banco de Colombia. Organiza más de 300 eventos, entre conciertos, exposiciones de arte, conferencias, etc. 1984 Cursos de ebanistería y talla en madera, SENA, Bogotá. 1984 Abre taller de escultura en madera en Bogotá, creando más de 90 esculturas de gran formato. 1991 Cursos de metalurgia y fundición, SENA, Bogotá. 1991 Inicia investigaciones para fundir sus primeras esculturas en bronce. 1992 Acepta los primeros encargos para espacios públicos y privados, tanto de escultura como de murales.

Lina queda así identificada, dentro de una tradición contemporánea que ha dado realce a la mujer, como autora de un tema que la refleja. Pero a diferencia de otras mujeres artistas, no amanera las formas para mostrar así sus vínculos con una tradición doméstica, sino por el contrario, su obra es tan briosa como sus caballos, mientras dialoga con el tiempo, el arte y la historia.

Madeleine Izquierdo de Campos es crítica de arte. Miami, septiembre de 2000

Exposiciones Individuales 1987 1989 1990 1991 1996 1996 1997 1997 1997 1997 1998 1999 2001 2001

Galería La Francia, Medellín Fundación Santafé de Bogotá, Bogotá Galería Spazio, Bogotá Galería Spazio, Bogotá Centro Sala de Decoración, Porto Bello, Bogotá Mirarte, Feria Latinoamericana de Arte Internacional, Bogotá Hotel Hacienda Royal, Bogotá Casa Decor, Parque Central Bavaria, Bogotá The Santander Gallery, Miami, Florida The Collectors Corner, The Philharmonic Center for the Arts, Naples, Florida Parque Central Bavaria, Bogotá The Americas Collection, Miami, Florida Gasiunasen Gallery, Palm Beach, Florida Stoke Foreman Fine Art

Exposiciones Colectivas 1986 1987 1992

Cámara de Comercio de Bogotá, Bogotá Gallery Hillman-Gemini, Nueva York Galería El Museo, Bogotá

1992 1993 1994 1997

Galería El Museo, Deco'92, Bogotá Deco'93, Bogotá Galería Gartner Uribe, Bogotá Palacio Vizcaya, Miami, Florida

Caballo © Lina Binkele

te, la verdadera carga de excitación estética recae en los contornos. Los bordes, finos y bien definidos, obligan a la vista a concentrar en ellos toda la atención. Por la delicadeza y precisión del trazo en el dibujo, parecen recordar los dibujos de Leonardo da Vinci. Otro aspecto por destacar es el sentido de lo inacabado que se aprecia en el tratamiento del espacio, así como las distorsiones ligeras de las figuras que mucho recuerdan al manierismo. En el caso de la pintura, la obra de Lina Binkele parcializa la atención hacia la Historia del Arte. Como se aprecia, su obra también remeda la idea del levantamiento arqueológico, mientras juega con la cita, reconstruyendo en su modelo plástico universos conocidos, en los cuales domina el sentido de lo estético. En su obra lo denotativo prácticamente contiene lo conEn la obra pictórica de Lina Binke- notativo. Decir caballo, mujer, movile, el color yace en la superficie -es una miento, es hablar de ejes de identidad especie de piel sin espacio-. No obstan- donde lo que se representa y se dice Por su parte, la pintura que realiza Lina Binkele está concebida en una actitud de convergencia con la escultura. Su primera condición estética que la aleja del patrón occidental es el hecho de que está concebida para la búsqueda de efectos diferentes a aquellos para los cuales está concebida la pintura en nuestros días. Los registros de color son muy cercanos a los ocres y rojos de la pintura rupestre (recuerdan las conocidas representaciones de Altamira y Lascaux). De igual modo, en otros casos se aprecia la eficacia de contrastes entre verdes y rojos que mucho recuerdan a la tradición de la porcelana china, o también destacan la simulación de texturas antiguas, que hacen dialogar sus cuadros con antiguos restos de pinturas murales.

confluyen hacia el gesto, la sensualidad, lo erótico, la huella...

Para contactar con Lina Binkele: lbinkele@yahoo.com

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Por Américo Ferrari

Procedo de siglos de errancia son las palabras liminares de este último libro de poesía de Mario Camelo, Luna de las iguanas, que se articulaba en dos secciones, Proposición de lámparas y Lo conversado y el mar: título este que había elegido primero el autor: lámparas que en la vigilia alumbran el verso errante y el oleaje incesante de la errancia, en busca del otro lugar? Notemos para empezar que, etimológicamente, « conversari »

quería decir en latín morar, vivir en un lugar. Puede que el poema abra ese lugar. El único acaso donde Nada se ha perdido:/ Lo que danza como un pistilo en medio del poema / También conoce los ritos / Y los labios/ Que avanzan como una proposición de lámparas / A la altura de la vigilia (...) Sin duda en otro lugar / Una nueva luz danza. La poesía de Camelo, canto errante como el de Darío, es busca y esperanza de conquista de ese otro lugar para que el hombre y su palabra, por fin, estén. El hombre y su palabra humana que debe ser ( todo en la poesía de Mario nos lleva a esta intuición ) de orígen divino, pero en nuestro exilio Hasta la presencia de Dios es incierta. Para rescatar un fulgor de certidumbre hay que bucear en esa incertidumbre: la ausencia de la presencia de Dios. Pero lo que constata ante todo el poeta es que la palabra también o, digamos mejor, sobre todo ella, la que nos funda como la infancia y la muerte, está en el exilio con nosotros pero cada vez más lejos de nosotros, como perdida: Mi infancia y mi muerte / Para siempre perdidas y errantes. E inmediatamente : Las palabras/ Dónde están ? / Las palabras no están. / Y lo que quedó sembrado en las ráfagas de un crepúsculo,/ Y lo que no quedó sembrado. / Las palabras ?/ Ya no están. O están también ellas desterradas. Y se sospecha, subterráneamente, lo más terrible, que ya casi no son. El malestar

de la errancia, el exilio, la sangre viva de los naufragios por todos los mares en la inquieta persecución de un lugar para estar marca con extrema dureza esta obra de palabras donde cada palabra es una ola errabunda visitando la lengua / y la lengua una ciudad arrasada: « Lengua sin oficio ». Sobre los escombros de la lengua el cometido del poeta es reedificarla, buscarle quizá una tierra donde arraigue, aunque sea precaria; se adivina leyendo estas páginas que el quehacer de la poesía es dar presencia y realidad a la palabra ausente, devolverla a su oficio, acercarse a la luz del Verbo que era en el principio, y rescatar la palabra poética, la hacedora, sobre lo único que nos queda: el alterado silencio de Dios. Esto nos lleva a subrayar la importancia y la función del silencio en esta poesía tan exenta de concesiones a la facilidad retórica. El silencio en la obra de Mario es una ascesis para la conquista de la

Líneas biopetulantes

Mario Camelo, Colombia 1952. Estudios de Literatura. Ha publicado varios libros de poesía en Colombia y España. Traductor de varios poetas suizos, italianos y franceses. Vive en Suiza desde 1979. Ejerce como fotógrafo profesional y traductor.

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AURORABOREAL Con fotografías con poemas con fotografías con poemas Mario Camelo ⓒ Alain Moor

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Mario Camelo y la palabra errante

palabra verdaderamente poética, la que, como quería Hölderlin, funda lo que permanece y es lo más inocuo y lo más peligroso: He aprendido lenguas como una ascesis del silencio (...) Nada más que silencio. / Las palabras como en un acta sellada. Lo que es preciso recalcar aquí es que el silencio en estos poemas no es para nada el recurso retórico tan socorrido de encerrar unas palabras negras en grandes espacios blancos para que el espectador de este cuadro vea con sus propios ojos lo exquisitamente silencioso que es el poeta, ni menos aún el repetir veinte veces « silencio » o cualquier otro término semánticamente emparentado; sino que es, en la arquitectura del poema, un material de construcción que tiene una función importante en la música de las palabras, como la tiene también la música sin palabras: se integra en las secuencias verbales y se amalgama con ellas, pone una sordina a la sonoridad hispanocantante, prohibe todo derrame verbal, reprime la musicalidad sonorosa y obliga a las palabras puestas a raya a prolongarse en música callada. La musicalidad en esta poesía reside efectivamente en el ritmo libre y modulado que combina la métrica de la versificación con el fraseo de una prosa íntimamente melódica, lo que da a las composiciones un movimiento, una cadencia donde el compás del verso se funde con el fraseo armonioso de la prosa poética : « Hoy (...) que proso estos versos... » dice César Vallejo en un célebre soneto de endecasílabos bien medidos y perfectamente asordinados, « Piedra negra sobre una piedra blanca ». Me atrevo a creer que el poeta colombiano suscribiría de buena gana esta formulación del poeta peruano. Recordemos a este respecto que Novalis escribió la primera versión de sus Himnos a la Noche en « verso », o sea en versos « libres ». Después, para la segunda versión, ordenó todos estos « versos » horizontalmente en la página, y salieron los primeros poemas en prosa de la literatura occidental. El ritmo interno de su poesía no cambió sustancialmente. El ritmo es la sustancia de la forma de la poesía. Todo esto concierne a un tratamiento de una forma poética, la del verso, su cadencia, su música; pero una forma no significa nada aislada de la estructura formal de la obra en su cabalidad, que a su vez cobra su sentido de la visión del mundo que representa. Las imágenes asumen en esta

representación una importancia singular al fundir en una sola visión términos y percepciones procedentes de órbitas semánticas heterogéneas, pero hay que decir que estas construcciones no tienen nada que ver con la derramada facilidad de la escritura llamada automática de los surrealistas. Se puede observar que la estructura de estas imágenes visionarias va de lo más simple (Una mujer fértil... me observa desde su rosa náutica ; la sangre viva de los naufragios...) hasta asociaciones más complejas (Delante de mí un gran rumor de aguas subterráneas/ Atravesadas por un solo pensamiento/ Como un vasto movimiento de limo que en su peregrinación/ Llena de voces la memoria de los sacrificados ; Una anchurosa muerte bordada de cangrejos/ Avanza espumante como agua arrastrada y

ajena ; Secos prodigios esculpen en mi oído rumores/ De tempestades marinas contra los tajamares de una ciudad/ Donde comentadores insomnes leen el texto del mundo; Cada palabra prohibida hunde las máscaras/ Hacia germinaciones inusitadas. Y otras igualmente insólitas e impactantes. Son como diseños diferentes pero que correspondieran en un punto sobre traslúcidas placas de cristal superpuestas y en movimiento. El raudal de imágenes en estos poemas se integra en el ritmo que vertebra un organismo multiforme y lentamente móvil como el mar, y el movimiento incesante de la música se funde con el movimiento de las visiones que nos abren no directamente el entendimiento sino la visualización del sentido de lo que la palabra poética dice: el cielo, el

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las llaves puras » del hogar perdido, del reino acaso que quisimos fundar (Quisimos fundar otro reino/ Con los signos/ Más fastos), del lugar que no existe pero nos llama. Eso es sin duda lo que explora a lo largo de la obra el personaje que lleva la voz cantante en estos cantos. El personaje es el errante, el náufrago que encarna abstractamente en « yo », « mi », (procedo, desato, escribo, mi cuerpo, mi sangre, etc.), o en « nosotros », « nos », a veces « el hombre » : en suma lo que, clásicamente, se suele llamar el « yo lírico » o el « yo poético ». Pero uno puede preguntarse siempre quién es o a quién encarna este yo lírico, y responder sin peligro de equívoco: no exactamente el autor, el ciudadano que imagina y produce el poema y su sustentáculo, la persona a través de la cual resuena la voz que es una « multitud de voces que habitan (su) cuerpo » pero que, transmigradas al poema, habitan ahora el cuerpo del poema, y desde éste, ya emancipadas y

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errancia de donde provengo. La palabra, el canto no es un instrumento del ser humano: es su ser, y no sólo del humano poeta: del humano a secas. Por eso ante la palabra perdida, ante la lengua sin oficio, el heroísmo de los poetas de estos tiempos de penuria es, contra viento y marea de naufragios y exilios, reinstaurarla en su oficio, hacerse ellos mismos oficiantes (en el pleno sentido religioso del término) ante el altar de la palabra: Lengua sin oficio,/ Pero con oficiantes la alta vigilia, / Como en busca de orillas / Donde se honora la brisa de la tierra / Y toda cosa simple / Toda cosa yacente sobre la arena / Encuentra las llaves puras / Su vestido de islas / Una hierba ilustre sobre el mar del exilio. Estos breves versos de luminosa belleza me parecen declarar, transubstanciada en la poesía misma, la poética de Mario Camelo: la poesía, si algo es hoy, ha de ser busca, sobre y a través del mar del exilio, busca de las orillas de una tierra que no sea un mero pasaje del exilio: de unas cosas simples donde están quizá «

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fuego, la mujer y el hombre, la muerte, el desierto de Dioses ciegos, pero sobre todo el mar de la errancia y del naufragio, para que lo que está llamado a aparecer aparezca: Debe ser que cada don/ Provine de una vertiente en fuego,/ Que cada oscuro oleaje/ Ancla su naufragio con estrépito/ Para que entre fluidez y contracción aparezca.../ Como una lluvia sin contornos / No quedando luego/ Sino fragmentado reflejo / Entallada ventana al infinito. De cada naufragio por las rutas del exilio y de la errancia algo queda: fragmentos de infinito, quizá, que el poema busca reflejar... Fragmentos, podríamos interpretar, del sentido del origen que se ha perdido en el destierro de una tierra que fue nuestra, ahora tierra desterrada también ella, tierra de nadie; lo que está en juego en la condenación del errante no es sólo el lugar y el hogar de un hombre o del hombre, sino su palabra, el verbo prístino, ahora degradado y desmadejado como la errancia de donde proviene el cantor: La desmadejada

autónomas en cierto modo, hablan, para decirlo de nuevo con palabras de Vallejo « en representación de todo el mundo ». Entendámonos. La voz que clama o musita los poemas, como la emoción que la impregna, proviene desde luego del autor, Mario Camelo, colombiano nacido en Leticia a orillas del Amazonas, desde donde empezó muy temprano su práctica de errante emigrado a regiones colombianas menos selváticas para al fin cruzar los mares que resuenan tanto en su obra y recalar en Europa: ¿Por qué haber llegado hasta aquí,/ A esta frontera baja y estrecha de país extranjero? dice el poeta o el yo lírico que lo sustituye, en Segundo libro de crónicas. Es importante recordar que por destino o por designio de la historia Mario es un errante doble: por judío y por latinoamericano; y yo ya casi estaría por pensar que en materia de errancia los latinoamericanos nos llevamos ahora la palma y casi estamos dejando atrás al judío más errante. Los mares que resuenan tanto en los poemas resuenan desde la historia más antigua, pero tienen también en la historia moderna un diseño gráfico preciso: de este a oeste y al contrario. Más de veinte millones de italianos – y es sólo un ejemplo actual tomado de la realidad escueta de la historia – han emigrado en un siglo, sobre todo a América, en los años l970. Il corriere de la Sera, de Milán, publicaba un artículo, « Il ritorno dei piroscafi », sobre las naves o aviones cargados de argentinos que llegaban a Italia, tierra de exilio como lo fue la Argentina para sus antepasados. Vamos y venimos y naufragamos por doquier. Por eso no es de extrañar que esta poesía se inspire tanto en la historia como en el mito, el mito sobre todo, que es la dignidad y verdad de la historia. Como hace observar Helena Araújo « el poeta se inspira en la tradición oral arcaica, cuya poesía, como experiencia de lo sagrado, se emparenta al panteísmo y al animismo ». O sea que la errancia es doble: por los mares de esta tierra y por el tiempo, por la oralidad de los mitos y también por su escritura: Perdido el paraíso inventamos las palabras (...) Condenado estoy a errar por edades/ De opulentos manuscritos. La errancia, la añoranza del paraíso perdido, la pérdida del reino no es en esta obra un tema literario sino una experiencia íntima y radical de la persona: es esa experiencia y la emoción que suscita lo que se plasma en el poe-

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de vista y desde muchos otros conviene leer Luna de las iguanas a la luz de las lámparas que han precedido estos poemas: la obra anterior hasta los dos Libros de crónicas (1990 y 1994). Una obra es una obra, no una sucesión de libros sueltos. Ahora reanudo y corto el hilo de mi discurso sobre la cuestión del yo poético y de mi discurso a secas: lo que quería decir es que el yo biográfico del poeta se caracteriza por su pertenencia a. Es un individuo que se sitúa entre otros individuos y tiene una personalidad, un documento de identidad, unos episo-

Un amigo, el pintor Fabio Rodríguez Amaya, me decía que necesitaba de la poesía para poder pintar. Yo necesito de la pintura y la fotografía para poder escribir.

Mario Camelo ⓒ reportajes 18 , 19 Mario Camelo ⓒ compositings 2

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ma, lo que mueve el canto. De ahí seguramente tantas reminiscencias de la Biblia hasta en la forma de versículos que adoptan muchos versos, y una añoranza difusa de las viejas culturas americanas, del mundo precolombino, que presiona seguramente tácita en Luna de las iguanas, pero está explícita a menudo en la obra anterior, principalmente en Conjuros (l983). Hasta tal punto que cuando conocí a Mario Camelo, recuerdo que lo llamaba amistosamente « El poeta precolombino ». Me había enseñado un poema evocador del tema que me impresionó. Desde este punto

dios en su vida, es, en suma, alguien que no es otro. El yo que en el poema asume la voz, las voces es precisamente otro, diría yo, o mejor dicho lo dijo Rimbaud. Goza de una especie de universalidad y de libertad en el ámbito del poema a la que no puede aspirar ningún yo de carne y hueso y en este sentido no representa fundamentalmente a su hacedor, el individuo que le otorga la función de hablar en el papel: representa, así universalizado, a cualquier humano que esté en situación de exilio y de penuria y seguramente todos los humanos estamos en eso, incluidos los que no se dan cuenta. Esta función de representación le da un carácter particular, el de no ser alguien: es cualquiera, es todos, nadie en particular: la persona sin nombre que en el poema hace pasar a través de la máscara la multitud de voces que dicen el errar de todos los errantes por los mares y las tierras y el tiempo inacabado que siempre quiere expulsarnos del origen. Pero « difícilmente abandona el lugar lo que mora cerca del origen », dice el autor citando a Hölderlin. Lo que mora cerca del origen es el Verbo, el que prende en el individuo de carne y hueso que es el poeta Mario Camelo, singular y perteneciente, y de él emana y a él pertenece, ahora sí, la emoción punzante que impregna estos poemas y la belleza de sus imágenes, sus visiones y sus sonidos que emanan del silencio. La poesía es acaso hoy la única actividad del mundo que se da absolutamente gratis. El poeta es un dador, un donador. Los dones que nos aporta en su obra Mario Camelo no tienen precio y lo único que el lector nónimo o anónimo puede dar en cambio es su reconocimiento, tanto en la acepción de dejar constancia del valor de lo donado, como en el sentido de agradecimiento. Así que, imitando a Oliverio Girondo que en su poema « Gratitud » agradece todos los dones de la vida, a mí, como lector que tiene aquí que declarar su nombre (y me atrevería a hacerlo también en nombre de más de un lector anónimo), no me queda sino firmar como el poeta argentino Américo Ferrari, Agradecido. (Ginebra, mayo de 1998).

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Hasta la presencia de lo Divino es incierta, Apenas algunos caballos Derrumbados sobre la arena como tema de [ olvido Los ojos abiertos a una sed intensa. Nada se ha perdido en tanta soledad: Aquí he fundado otra infancia. A la memoria de Ceci, suave hermana

Mario Camelo ⓒ alrededor 2

4 Ebrio sobre la arena olorosa describo los [ círculos del destierro: La danza es sosiego lejos de cautelas y [ guarnecidas miradas. Mi mano golpea contra el tiempo y sólo la [ muerte aparece a la puerta Su sustancia ardiente poblando y [ despoblando mi boca: Hallazgos y voluptuosidades de la [ conversación no invitada. A lo lejos la pleamar monta y alcanza el [ oído.

Mario Camelo

Luna de las iguanas

Fragmento

1 Procedo de siglos de errancia, Hambrunas y derrotas guerreando en los [ confines. Delante de mí un gran rumor de aguas [ subterráneas Atravesadas por un solo pensamiento, Como un vasto fluir de limo que en su [ peregrinación Llena de voces la memoria de los [ sacrificados. Entro al mar, un linaje sin edad me obliga, Avanzo toda luz extinta como un navío [ corsario En silencio las campanas y los pitos, Sordo a mis largas acomodaciones. Debo portar mi parcela de tiempo al Señor [ de los sueños Sin agravar el peso invisible de mi frente, Sin usurpar mi espacio entre los vivos.

2 Desato las sandalias sobre la arena Y me libro al mar : exigen que olvide, Que abandone mis iras delictuosas, La cuenta maciza de mis muertos. Debo gritar ? Vestirme con las alhajas de la locura Como un leproso coronado de perlas ?

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Una mujer fértil Presta a todos los trances y revelaciones Me observa desde su rosa náutica, Y temo que su sombra profética se pierda En la noche si trasgredo los lindes. 3 « Yo soy ayer Yo soy hoy De generaciones innombrables. » Libro de los muertos del antiguo Egipto. Cap XLII. I La sal en los labios como perentorio [ recuerdo de mi raza Y una mujer, también, rumoreando danzas [ bárbaras A la altura de mi nuca... Es la hora. La hora en que la arena se levanta Para combatir la bruma que avanza desde el [ mar Cual emisario cargado de amenazas y [ paganas escrituras. Un jardín de cascabeles y vihuelas en los [ bordes del sueño Y en las dunas altas la danza consumada de [ las fieras hambrientas. Paciente camino sobre piedras que no [ conocen en su olvido Sino el ruido de mi peso y el de ciertos [ lagartos escarlata Que salen a enamorarse frente a las noches [ de invierno. Aquí no vive nadie.

Las dos charlas son un laberinto Que se confunde en una casa que no debe [ ser visitada. 5 He intentado romper el círculo de la danza, Poner mi cuerpo a soñar un agua que no [ ocupa Adormeciéndome en la extensión de ciertas [ cántigas Donde sigilosas vertientes informan sobre [ mi orígen, La desmadejada errancia de donde [ provengo. De la multitud de voces que habitan mi [ cuerpo, De la multitud de sangres Con que está hecha mi sangre No viene ni ayuda nada: mi libertad y yo Libramos escaramuzas y amenazas de [ terrificadores El corazón a campo raso profanando el [ Nombre y los pactos, Cada quien hambriento del otro, Y sobre cada estirpe el peso de la espada, El hambre, la peste. El botín soy yo. El feroz botín.

Iesha ́Yahou ( Isaías ), 29.8. I Nada más que silencio, casi penuria, Las palabras como en un acta sellada. Me siento, sobre la mesa cruzo las manos Y a veces entreveo la tempestad saqueando Una piel que tiene mis manchas, mis ojos, [ mi calvicie. Y cuando todo es comienzo y confusión en [ lo aspirado Aparece el visitante con un tigre y un piano [ bajo el brazo Propagando esperas cruzadas de neblinas [ boreales, Escuchas y sobresaltos, voces e inundaciones Que mi memoria recobra. Duendecillos azules tiran del mantel En una algarabía de adivinos, nigromantes, Arúspices, jorguines, chamanes y videntes Discutiendo los setenta años que son los días [ del Rey, Alrededor de la estela en el extremo [ septentrión, Allá en el finis-terrae, rompiendo el instante En que juego mi sangre. II La agriedad madura, los ríos apestan, [ ningún pan Acoge al errante, el mundo se ha [ marchitado. Escombro. Escombro. De los trabajos sobre el monte - oh, [ generaciones venturosas !No queda sino el alterado silencio de Dios, Naves y muros sin título por donde vaga [ pensativa Una climatología de mirras, ceras e [ inciensos.

Para Hans Schöpfer y Burgy 8 Debe ser que cada don Proviene de una vertiente en fuego, Que cada oscuro oleaje Ancla su naufragio con estrépito Para que entre fluidez Y contracción aparezca... Como una lluvia Quedando luego Fragmentado reflejo, Entallada ventana al infinito. 9 I He amado y abominado la noche Y es materia para sospecha. He aprendido lenguas como una ascesis de [ silencio Queriéndolo poroso como la siringa Donde soplan los cantos de pueblos magos o [ salvajes, También lo he querido perfecto como el [ ágata Que contuvo pociones y aceites para la [ Dama De labios extendidos entre dos mares. Es verdad que he pescado en el ojo del [ adivino Y dado caza al ciervo blanco En lo más íntimo del sueño, Indagado la genealogía de la Voluspa, De los Hiperbóreos y de los Salmistas. Y caído en la trampa del dios He gritado sobre los muertos

Sin que sus venas se prolonguen, Sin poder exorcizar la horda de impiedades Que va saqueando cada olvido. II Perdido el paraíso inventamos las palabras, Pero nuestras manos no tocaron nunca Los ojos de Eurídice. Lo que el verbo toca se deshace Y mi verso no salva de la muerte. Condenado estoy a errar por edades De opulentos manuscritos En cuya acidez va diluyéndose mi sombra, Que creí mía, Como al destino afortunado sus ofrendas.

III Errante el cielo, el mar, y yo errantes, Y los fósiles marinos Depositados como máscaras O exvotos sobre los playones. Paso por la mañana de la tierra Con una sangre muy roja De una tarde a otra Saltando sobre mis sombras A Fabio, Adine, Ximena y Constanza

10 « Nuestros enemigos comenzaron. Pusieron en duda los hechos y las cifras. Y eso continuó entre nosotros. Lo indecible que debía hacerse verbo sin convertirse en literatura por boca de aquellos que se eclipsan delante de lo verdadero, fue librado a la fantasía de los fabuladores. »

Alrededor todo es piedra fina, casi arena, [ sin audiencia, Por donde la tierra exhala quebrantos de [ mujeres núbiles Y pasiones que no pronuncian su nombre [ ni su raza, Ni el sitio de las albercas que lavaron sus [ nacimientos. 7 El aire que porta la arrogancia De los presagios cumplidos Restalla como fusta sobre los grandes libros Interminablemente abiertos sobre la mesa Donde se prepara el después de los días. No estoy convidado. Eludo el signo sin medida.

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Invoco una palabra, una De las que pasan como lagartos volando Sobre el espejismo del mediodía abisal:

« Cuando un hambreado sueña, entonces, come y se despierta. Cuando un sediento sueña, entonces, bebe y [ se despierta. Pero su ser está vacío. »

Que me acerque la fresca estancia Donde se adormecen las vigilias, Y el nombre de la fruta de agua roja Para mi sed.

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I Aquí no vive nadie, Como un último aliento del mundo, Nadie me ofrecerá su equinoccio Y un alcohol de caña conversado de guerras [ lejanas.

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Recorro concentrado la estancia Blandiendo un verso como orden de

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[ batalla, Pero íntimamente sé que es arma ínfima, Apenas proclamación de lluvia seducida. A la memoria de Andrés Holguín

Emmanuel Lévinas. « Difícil libertad » Nada se ha perdido: Lo que danza como un pistilo En medio del poema, también Conoce los ritos y los labios Que avanzan Como una proposición de lámparas A la altura de la vigilia.

Pero con oficiantes la alta vigilia, Como en busca de orillas Donde se honora la brisa de la tierra Y toda cosa simple, Toda cosa yacente sobre la arena Encuentra las llaves puras, Su vestido de islas, Una hierba ilustre sobre el mar del exilio.

Cada voz de un pueblo muerto Se levanta en mis frases, Y cada palabra Una ola errabunda visitando la lengua, Y la lengua una ciudad arrasada Los muros desenterrados y dispersos, Las puertas de hierro fundidas Y mezcladas con arenas y excrementos De las bestias de guerra que pesan el olvido Con la certitud de la ausencia. Nada redime de las lluvias Y los presagios más amargos En este desierto de Dioses ciegos. Sólo las fiebres Instruyen el despertar de las brumas.

II El encuentro busca descifrar Las claves de la espera Bajo el peso del ángel. Cada revelación ofrecida Instala en su opulencia los viajes del

Sin duda en otro lugar Una nueva luz danza La ebriedad de las islas desiertas. 11 I Extraña fue la noche Errando hasta los confines del grito, Hacia los lugares de espuma De la palabra. Lengua sin oficio

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[ hombre, Y el brusco peso que pesó Con el volumen de las aguas sucias, Obligado levita, en el vano de la puerta Encuentra las estrellas domésticas, Un fuego de estalagmitas... Y se incendia. Lo que suscitó malvasías y corales De súbito Pone a iluminar las lámparas en nuestras [ manos. Para Juan Manuel Roca y Germán Espinosa 12 Es al amanecer cuando cuento mis vivos. Aquí, ninguna epifanía incendió los libros ni [ los sellos Donde están inscritos los condenados a [ muerte, Como si la mano de Dios hubiese sido [ mutilada

Y una cuantiosa galería de repeticiones Fuerza a inclinarme hacia el copista Que impide toda aproximación a la lectura: Su arte de iluminaciones Va trabajándose y deshaciéndome. Es la bajamar en la escollera, La incesante distancia Entre el reverso de la mano Y el gesto ya desvanecido.

13 Las figuras deletreadas de quienes amé, Las charlas que penetraron absortas la [ ciudad Como un pueblo cuya lengua quedó [ prendida A los dobles hechizos del caballero y el [ aspa, El arca y la espada en remolino de fuego Dejando el alma un boquerón de venturas, Esparcen aquel claror sólo prestado a los [ ciervos.

16 Los que parten también nos desvanecen: Todo lo que somos, las horas y los ademanes Van guardándose en un arcón de hierro Velado por cifras estelares. Algo inefable se acomoda en nuestro [ costado, Acaso el litoral de un ave doblemente [ silenciosa Pintándose sobre algún lienzo, miserable y [ ocre, Apetente de ardores no revelados.

Ayer y hoy surgen de un mismo latido, Y la casa no es mi casa, ni el pie es mi pie.

El seno que nos descubrió los ángulos y las [ hendiduras, Los diálogos que soplaron contra el aliento Invitando las aguas a un itinerario de [ mandolinas Sobre los puentecillos, las calles y los [ hiposcenios, Guardarán anónimamente su rostro mal [ llorado. A la memoria de Jaime Ruiz

14 He remontado el río hasta su nacimiento Como quien parte desnudo Al encuentro de un lugar puro Repudiando toda memoria De cansancios y deshechos, y sin prisa, Ganando el frescor de cada altura Donde la sequedad del corazón del hombre No es sino presentimiento en boca de la [ Sibila. Pero premisas de lluvias salidas de [ leproserías Dejaban agorar su peso incierto, El flujo de sus confidencias Sobre los márgenes de la tierra. Me puse entonces a construir palabras Para limpiarme la cara de las pinturas [ burlescas Y adentrarme en aquel signo fundido en [ mi frente: En vano. La muerte habla con escoriaciones de

[ ceniza, Sin fervor, Su timbre es el mismo viento que estanca en [ mi pecho. 15 Se ciega y se extingue el éxtasis, Ninguna potestad ancla en este ritmo de [ visitas Y conocimientos sin asombro. Ah, un clamor ahogado levantándose sin [ pausa, Profiriendo violencias para desangrar el [ siglo ! Nadie me obliga a creer en esta urdimbre Donde las palabras se hunden en su [ semejanza

17 Abro las entrañas de las horas, los compases, Los sextantes, y no hallo medida de hombre. Nuestro reino es de palabras, por heredad Todos los sueños del desierto ! Alguien grita Y su grito llega como un coro antiguo. Pero mi sombra se distingue apenas Entre los ocres del acantilado Donde un vigía impasible al borde de los [ astros Custodia al dios estancado en una esquina [ de sangre Abierta en nuestro flanco. Nadie previó el éxodo ni el exilio Ni la cosa sorda profiriendo la muerte Sin pausa ni reposo más allá de todo [ silencio. Sobre la piel nacen basaltos Y rocas sedimentarias, Es lo que resta, Y las alianzas de la memoria. Para Américo Ferrari y Martine 18 I De qué orillas proviene esta raza ilícita, De qué país de escamas y demencias Cuyo aliento incurable horada las piedras Al sólo contacto de su visión

Donde el hombre no es más que vado, [ moho, Oficio sin enigma ? Qué osan con sus gritos, A quién acorralan Y brindan su espolón y su castigo Removiendo la boca como inicio del fuego ? II Una anchurosa muerte bordada de cangrejos Avanza espumante como agua arrastrada y [ ajena. La sangre se esparce, desciende aleteando Y se prolonga, asoma su ausencia a nuestro [ miedo, A veces sacude los pestigos - Entre ensalmo y ensalmo de silencio Y torna lloviznando al eco espesándolo de [ labios ciegos, Calenturas, temblores y desarreglos Propagados en los campamentos de miseria. La medianoche que no arrima

[ impunemente Queda convertida en palpitaciones, vahídos, Invitación a otra hondura. 19 « El que debía yacer aquí, yace En ninguna parte. Pero el mundo yace a su lado. » Paul Celan I Hago la ronda al silencio. A quién interrogo Si quedaron descompuestas Las aguas de todo sueño, Y pedazos de muro con letras de niños Alertando la tierra congelada ? La tierra: ceniza misma. La tierra: santuario en fuego.

[ rumores De tempestades marinas contra una ciudad Donde comentadores insomnes leen el texto [ del mundo. La lluvia autoritaria me conduce A los limbos del alba que no avanza, Entre sudores reencuentro los labios [ perdidos un instante: Ella lava mi desnudez y su cuello danza Con esplendor nuevo ! Cuando ama todo es perfecto Como las obras de la noche, Sin rezumo de usos ni fatigas. Su alegría luminosa como una recitación [ sacra Rememora las promesas tutelares, La absoluta visita de la gracia. Es hora de celebrar los esponsales, Encender los candiles, La vía sagrada me abandona una mujer Y un lecho de agasajos y premuras. La fiebre gana. Mi indigencia termina aquí, contra sus pies [ desnudos, A la puerta de no sé qué sueño. A él voy Agobiado de ejércitos y adivinos. La bestia arrinconada un instante contra el [ ocaso, Entre demencias y fulguraciones Muerde los flancos de la tierra. II Acordad la espera al sueño del hombre Manos de mujer que sobre el agua pinta aves azules, Preparad los prodigios y las salamandras, El clavo de olor y la flor de la fábula. Ah, que su mano restituya los pasos A los apetitos del canto ! Velad sobre el año de los frutos Mujer hecha con brisa de Divinidad próxima, Que la tierra por tan venturoso secreto

Todo embiste, Amenaza, Mi infancia y mi muerte Para siempre perdidas y errantes. II Las palabras, Dónde están ? Las palabras no están Y lo sembrado En las ráfagas de un crepúsculo, Y lo no sembrado. Mario Camelo ⓒ reportajes 1

Y su lejanía desprendiera toda suerte de [ avispas Y profanadores.

Las palabras ? Ya no están. 20 I Un gusto de hierbas y sales negras Se esparce por mi cuerpo... Secos prodigios esculpen en mi oído

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21 A cada libro acompaña un terror, Pero el hombre es más. Se puede que sin rostro, A la penumbra de los murallones Adelante yo el infierno, La palabra a no pronunciar Jamás. 22 Fibras secretas han armado mi arco, desconocidas, Anudando un pacto inextricable En la noche que sopla hablas y puntas de [ sables. Nada conozco de la voluntad de propiciar la [ muerte, Pero las paredes de mi alma todo saben. A veces un hedor monta Y la estridencia de los insectos Dejando al día alelado, sin horas. Hacemos huir hasta los astros.

23 « El cadáver que sembró el año pasado en el jardín, ha comenzado a germinar ? » Thomas S. Eliot

I Cada aliento traza los contornos de una [ cercanía: La muerte viene a secarse en estas arenas. Remolinos de alfabetos como en ceremonias De lluvias que cada cien años visitan los [ desiertos Urden la metáfora de las revelaciones, Cada palabra prohibida hunde las máscaras Hacia germinaciones nunca presentidas, Cada gesto de perdida dinastía curva los [ brazos E influye en una luz que abre potestades [ nuevas Y venturas de hipocampo En mosaicos de invisibles maestriles. Ningún fragmento huye o se abandona, Ningún temblor se absorbe en su [ contracción: Lo que cae de la boca entra en la tierra Como una comitiva de estío. Extravagantes roedores heréticos Claman sedición.

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Sedición !! II Mi oscuridad poblada de arborescencias [ luminosas Y ciénagas salinas, escucha vivir la otra [ oscuridad Y el gran miedo que vigila las sombras. Ocurren en el alma edades que no parecen [ de hombre Y aduanas peligrosas, manglares y plantas [ exaltadas Que van definiendo el límite del mundo Como confines de un destierro Donde un enjambre de espectros nos [ abrazan Puestos a despertar sentencias Cuando el aliento traza los contornos de su [ cercanía. Le hablo, Toco su máscara entreabriendo su infinito Que no conozco y me complace. Usted y su máscara me miran Hundiéndose en la maravilla, Sabiendo que puedo mentir.

24 « Se llevaron las nubes, las vendieron, se está muriendo el corazón del mundo. » Advertencia del Pueblo Kogi I Un gusto a mujer despierto sobre la arena... Su olor de jardín a flanco de colina Y también vientos hacia mí llegan, de lejos, Vientos con perfumes blancos de conchas Como el recuerdo de este mundo, O su hora más opaca. En la transparencia de mediodía de mar Ensueño una mujer dibujándose Contra un balcón del alba: Aguarda que nombre por última vez Mi ciudad desmantelada, El humus abundante de cada uno de sus [ linajes. II Polvillos inertes flotan en la brisa Que viene a morir en la bahía. Nada me invita a impulsar los remos Ni soplar contra la niebla que avanza. Tras de mí queda un país de fieras Ornado con dientes negros Y divinidades enfebrescidas. Pronto no habrá sino vómito y piedras [ muertas Trajinados por vientos palúdicos, Sólo nuestros huesos quedarán Como vestigio de riqueza. Y cuando ya no haya nada: a dónde ir ? Dónde encontrar los guardianes De cada cosa viviente ? O la destrucción les habrá también [ matado ?

Para Jaime y Betty 25 Quisimos fundar otro reino Con los signos más fastos. Pero nos habían confiado un corazón Pronto a llenarse de fetideces. Para Henry Luque M 26 Todo huye como espanto de animales en la [ lejanía, Es de noche, cada quien ocupa y pierde su [ nombre: La muerte baila engalanada de turbulencias [ divinas ! Si nuestra raza es antigua, Nuestro Dios reluce ciego Disputando su rango Con los depredadores del momento. Ah ! País vestido de males violentos, País de levaduras agotadas. Mi país como un cráneo de caballo seco Muriendo entre el zumbido de las moscas Venidas de la tierra entera Al anuncio de la fabulosa pestilencia. Para Alfredo y Carolina 27 Aquella respiración que se avecina Murmurando a mi espalda azares inéditos En una lengua intangible, Cumple una visitación sobresaltada. No sé quién es el visitante, No lo intuyo ni mi memoria adivina Las maneras de su ausencia. De repente una ráfaga de plata Queda prendida a mis ojos Y silencios intensos Vienen a posarse sobre los cristales Sin alterar los perfumes Ni las transparencias. Cuando pregunto Mi voz queda sin eco Fijada en los espejos; Cuando callo Presentimientos de lugares En un tiempo súbito y sin peces Se apodera de mi alma Obsequiándome otras memorias, Invocando la agonía De todo conocimiento. 28 « Hablen otros de su verguenza. Yo hablo de la mía. » Bertolt Brecht

I Los que vienen de la noche, qué nos dirán ? De qué carne será su apariencia ? Qué lectura ofrecerán sus grietas ? Si sus labios semejan los nuestros,

Si sus gestos figuran sueños que visitamos... Brotarán iluminando la partida Que lentamente huye Haciendo mover las preguntas De su telar de cardos, Agravando cada ademán Con ondulaciones embozadas Y viejas locuras de cuya navegación Van llegando noticias y mapas adulterados Y urdimbres de gestas tenebrosas Y divinizadas confidencias. II No quiero escuchar sus palabras: Las conozco, yo mismo las he pronunciado [ espada en mano Como una vasta hélice en el viento que [ bordea los llanos Midiendo el espesor del cuello de quienes [ iban a morir. Ninguna filiación conoció el indulto O la preocupación de los profetas a través [ de mi brazo. Ellos erran nocturnos como un soplo de iras [ exhumadas: Nosotros bajo el día hechos de la misma [ carne, Ceniza y retazos de papiros Tocados por la [ sombra, El tufo, la mugre, los sudores... Con gran ruido en nuestro corazón Un dios elude revelar su nombre ! Ninguna alianza, ninguna nave votiva, Ningún recuerdo escarlata como viñas para [ el amor Podrá salvarnos de tal estremecimiento. Pero entonces, me dirá usted, qué nos [ queda ? La esperanza pese a todo, pese a nosotros [ mismos ? La desesperanza tal vez ? O la fe ? No nos queda más que la pregunta. Elie Wiesel 29 « En las alturas un ave vuela, Su sombra sobre la tierra va de prisa, Huyendo como un pájaro. » Djalal ud Din Rumi Me dice que su sangre suena vacía Como un encierro de preguntas, Que la hondura de su saliva Juega una sigilosa partida Con el eco que va del río al mar Sin enemistar la seriedad del agua. - Su peso lo atraviesa una marea De final de juego, en su boca cae un ave, Una abeja, una roca se fija. Para Ricardo Chávez 30 La boca de la primera aurora se anuncia [ propicia

Para partir sobre el agua de la bahía, Atravesar la estela de las horas hasta fuera [ del aliento Y sorprender un secreto de mar En su lecho de cadencias esmaltadas Mimando el sueño de los alevinos. Tomaré posesión de su alfabeto sin

[ sepultura Su atelaje y su silencio hecho a mi imagen, Y salmodiando su gracia lo portaré a tierra Donde otras liturgias repararán mi nave [ pequeña, Mi nave de arcillas y telas amargas. Sabré qué hacer con sus signos memorables, Los tallaré en las altas rocas sobre el mar Y otro mutismo aclarará La mirada opuesta a los pantanos.

31 Buscaré alguna huella de las mujeres sin [ tribu Que llegaron con aljófares verdes en la [ boca, La voz baja averiguando la medida de la [ tiniebla. Sobre sus cráneos pelados ningún rastro de [ cielo. Alguna vez les vi enterrar precipitadamente [ el fuego - Y la boca no era más la casa del alma ! Quedando sin ruido como objetos de bronce Dispuestos como un altar a la intemperie: Después gritaban abrumando la noche Con la demencia que muerde el pie A la ocasión del peligro. En el río esplendores efímeros Trasregan perfumes inexplicables... Pese a la migración de las garzas y las [ tortugas Que han borrado toda traza, Debo encontrar ese pueblo, Cumplir la cita con aquella edad errante, Disputar la crónica que no me ha sido [ confiada. Para Helena Araújo 32 Embriagado de perfumes como un dios [ saludable Me pongo la máscara y escucho las [ confesiones. En torno el mar prepara arenas Y nacimientos de otros exilios.

A los sitios prohibidos que mencionan sus [ himnos. El horizonte no ofrece más su carga de algas [ azules Contra la demencia de las epidemias. En este borde del mundo No queda sino el viento y el calor Y el silbido de la espuma en la cresta de las [ olas Como súbita ebriedad En medio de una frase incomprensible. Los días y las noches se suceden [ extrañamente Detrás del grito de las aves Venido de las grutas del acantilado, Al otro lado del mundo...

33 A veces un recuerdo sube a los labios En noches sin medida Enumerando ceremonias secretas, Haciendo el arqueo de los reinos vacíos. Sentimos el alma Girar alrededor de las horas Como alarido sin guarida. De noche no somos más que antiguos cantos [ proscritos Rompiendo el aire con bastones efímeros... Intentando ahogar y desmentir el fuego Que nos transforma en cosa inutilizable Para los hombres. 34 « Estamos cerca del despertar Cuando soñamos que soñamos. » Novalis Se sabe que entre ruinas Cada palabra es un estampido, Que basta un movimiento en falso Para acarrear sobre nuestras frentes Piedras ensangrentadas Y huesos caídos del cielo. Sin embargo, Hay como preludios de un sueño, Algo de una germinación desconocida. Para Ricardo y Sarah

Ah, las manos de augurio sobre los restos [ de mi barca ! Las hijas de los pescadores cumplieron el [ rito favorable

Mario Camelo ⓒ reportajes 2

Provoque otros signos Para lo incierto y aberrante, Y que toda sombra En ceremonia mayor Apenas inunde sus pupilas, Y en el alto hecho del instante Nos recuerden y nos amen. Para mis hijas, Maya, Carla y Adina.

De danzar haciendo sonar las risas y los [ brazaletes, Y los hombres la portaron en alzas bajo la [ lluvia

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AURORABOREAL Fotografía

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Barbara Myriam Ventura © Core

Barbara Myriam Ventura © WhiteLace III

Para quienes han llegado a darse cuenta de que el viaje de la vida en realidad se relaciona con el descubrimiento de quiénes somos, así como con la expresión exquisita de nuestra verdadera naturaleza, tengo el placer de compartir por medio de estas imágenes una sensación inexpresable de unidad y totalidad que se abre y despliega, representada por medio de la sabiduría de la naturaleza y la belleza de la orquídea. A medida que el observador se compromete con (se conecta con) la imagen, por medio de un buen ojo, una percepción que aprecia y ve, así como de un corazón sensible, un sentimiento de reflexión interna, permite una apertura hacia las profundidades del Ser, según se ejemplifica con excelencia en la gentil exposición de una tierna flor en la libre exhibición de sí misma. Al desplegarse desde el interior y al hacerse visible en su majestuoso y espléndido arreglo, las imágenes cálidamente imploran una cuidadosa consideración de la solemne y magnífica danza de la vida entre el Creador y su Creación.

Barbara Myriam Ventura © Openess II

Por Barbara Myriam Ventura

Barbara Myriam Ventura © Soaring

Apertura y despegue

Barbara Myriam Ventura © Overstanding

www.myriamventura.com

Barbara Myriam Ventura © Openess - 2

Comenzó su carrera artística incursionando en estudios de óleo sobre lienzo, seguidos éstos por estudios de fotografía y diseño gráfico, conocimientos que la lanzaron a trabajar como diseñadora gráfica e ilustradora en aerógrafo. Paralelamente a estas actividades profesionales, su pasión como maestra en temas espirituales le ha proporcionado mucha serenidad y un buen equilibrio para vivir armoniosamente con su entorno. En los últimos años, se ha dedicado a profundizar sus conocimientos en el campo del arte fotográfico bajo la guía de artistas y profesionales de renombre. En la actualidad reside en Coral Springs, Florida.

Barbara Myriam Ventura,

Bárbara Myriam Ventura

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AURORABOREAL Entrevista

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Alejandro José López Cáceres

Narrar es descubrir delfines de sándalo

Por María Fernanda Correa y Ramiro Padilla Quintero

Al leer sus cuentos, los cuentos recogidos en Dalí violeta, se encuentran algunos temas reiteradamente. Ahí aparecen asuntos que parecen obsesiones, asuntos como el deseo, la culpa, o la verdad como algo siempre relativo… ¿Por qué precisamente esas cuestiones y no otras? No creo que un escritor escoja sus temas. Uno puede, claro, redactar sobre cualquier tema; pero escribir es otra cosa, la literatura es otra cosa. Hay quienes buscan las tendencias del momento y hacen libros tratando de insertarse ahí, bajo las inclinaciones que dicta la moda. Y venden montones de libros, miles. La industria editorial impulsa este fenómeno y en gran medida vive de él. Sin embargo, el hecho de que el libro circule socialmente como cualquier otra mercancía no significa que la literatura también lo sea. Se trata de una cautivante paradoja: ese objeto llamado libro, que enhorabuena transita de una mano a otra, al modo de una golosina producida en serie, contiene, no obstante, algo absolutamente personal, íntimo, único. Esto, desde luego, en el presupuesto de que estemos ante un volumen literario. En todo caso, no deja de ser curioso que uno de los expedientes indispensables para que un escrito devenga en literatura sea precisamente la capacidad del autor para abandonarse a sus obsesiones, a sus fantasmas. Tal vez podríamos aventurar una hipótesis: cuanto más deliberadamente se escojan los temas es decir, cuanto más intervenga la razón en la selección de aquello que va a ser contado, menos probable será que el resultado llegue a ser una obra literaria. ¿Y cuál sería el lugar del lector? Porque lo que acaba de decir podría sonar a que la literatura procede de un ejercicio narcisista. Pero sus relatos se dejan leer con facilidad y ya van teniendo muchos lectores, más que todo en la web. No cabe duda de que haría falta incorporar aquí algunos matices. Por supuesto, cuando escribo me interesa interpelar a un “Tú”; es decir, al lector. Así que me concierne sensible-

mente la comunicabilidad, la cual percibo como un valor literario positivo y deseable. Esto hace que intente desarrollar estrategias atractivas al lector, que me proponga usar un lenguaje familiar; en fin, que trate de provocar su interés. Con todo, no estoy queriendo decir que asuma la escritura como una claudicación. Porque sucede que -como contrapartida a esta interpelación del “Tú”- procuro mantenerme atento a la marea de mis propias pasiones; en otras palabras, no me interesa renunciar a los estímulos más íntimos que me llevan a escribir. En esta necesaria tensión se inscriben mis procesos creativos. Quizás no sea del todo descabellado afirmar que la escritura literaria se teje en una interminable dialéctica entre aquellas exigencias que provienen del “Yo” y del “Tú”. Cuando un autor se aliena de sí mismo, sus creaciones transitan hacia la incomprensibilidad; cuando declina ante los requerimientos ajenos, sus obras dejan de ser literatura para convertirse en mero divertimento. El escritor anda siempre sobre una cuerda floja. O sea que nunca piensa en el tema cuando va a escribir un cuento. Lo que pasa es que la toma de consciencia sobre los temas sucede en un momento posterior a la escritura narrativa, al menos ese es mi caso. Vos te topás con algún destello que te atrapa -un personaje, una imagen, una anécdota-, así que empezás a reburujar ahí, como si fueras un mago metiendo la mano en un sombrero ajeno; entonces, en lugar de conejos aparecen delfines de sándalo. Y cuando estás completamente seguro de haber agarrado una copa de vino, sacás la mano y surge un reloj de arena contando los minutos que te quedan de vida. Narrar es descubrir. Si lo relatado vale la pena, el autor es el primer sorprendido. ¿Como quien dice que un escritor es al mismo tiempo el mago y su público? Eso querría decir que no hay truco sino magia en estado puro… No, el público es el lector y a él se debe el mago; aunque no de manera obediente o simple. Lo que vendría a desvirtuar las posibilidades artísticas de una obra no es el hecho de tomar en cuenta al lector sino la renuncia del creador al escrutinio de su interioridad. Porque una escritura sin alma jamás llagará a ser literaria. Y en cuanto a la magia, uno quisiera decir que en el arte no hay trucos; pero eso no es del todo cierto. Preferiría afirmar que están presentes las dos cosas. Hay trucos en la medida en que un autor se hace con el repertorio expresivo que la tradición literaria le aporta;

luego, claro, va tomando los dispositivos verbales que mejor se avienen a sus requerimientos y va bebiendo de ese torrente extraordinario hasta configurar aquello que suele llamarse “una voz propia”. Con esto lo que quiero implicar es que en literatura no todo es “originalidad”, como tanto se nos repite, sino que hay mucho de técnica; mejor dicho, de artesanía. Pero también está lo otro: la magia. Alguna vez le escuché a la novelista española Rosa Montero esta expresión que me pareció muy afortunada: “Escribo para averiguar lo que no sé… que sé”. Sí, el arte de narrar cobra sentido en la medida en que sea un viaje hacia lo desconocido, lo cual implica tomar riesgos; sin embargo, sólo de esta manera podrá resultar una experiencia reveladora tanto para el lector como para el autor. Y es precisamente esa revelación lo que constituye el trasfondo mágico de la escritura. Usted ha usado las palabras “técnica” y “artesanía”. A propósito de ellas, hoy en día se venden muchos manuales de escritura y están en auge los talleres literarios. ¿Qué opina usted sobre estas cosas, le parecen útiles? La literatura es el reino de la excepción, así que algo puede funcionar muy bien para una persona y ser un fiasco para otra. La utilidad de un manual o de un taller literario depende de muchos factores. Pero lo que sí me parece desaconsejable son esas indicaciones categóricas que suelen abundar en los circuitos dedicados a escritores principiantes. Déjenme ponerles un ejemplo. Cuando el maestro García Márquez publicó “Crónica de una muerte anunciada”, a comienzos de los años 80, dijo que había tratado de evitar los adverbios terminados en

“mente” porque le resultaban desagradables, poco sonoros, desangelados. Bueno, pues de inmediato aparecieron batallones de alfiles literarios dispuestos a aplastar esos vocablos indeseables y antiestéticos; incluso, si hacía falta, aplastarían también a todo aquel que los utilizara, por insensible y desconsiderado. Pasé una parte de mi adolescencia convencido de esta verdad que se repetía en distintos círculos y tertulias; hasta que, a mediados de aquella década, descubrí a León de Greiff. Justamente ahí, en esos poemas extraordinarios, estaban las palabrejas aquellas. ¡Y de qué manera! Asimismo, por el estilo, hay un montón de “máximas”, de recomendaciones absolutamente inconsistentes y absurdas sobre el arte de escribir. Como esta, que es famosísima: “El adjetivo cuando no da vida, mata”. O esta otra: “La novela sólo tiene sentido cuando se escribe en primera persona”. O una más: “La novela que cuenta historias ha muerto”. En fin, el catálogo sería interminable porque, además, cobija todos los géneros literarios. Por eso preferiría decir que un manual y un taller son útiles si defienden la libertad creativa y estimulan la curiosidad. En relación con este tema -la libertad del escritor-, ¿no le parece que vivimos una época bastante abierta? En otros tiempos, la cuestión del compromiso político, por ejemplo, pesaba excesivamente sobre los autores. Pero hoy en día muchos ni siquiera se piensan este tipo de cosas. Cada momento tiene sus particularidades. Ahora las restricciones a la libertad creativa provienen mayoritariamente de otros ámbitos. Fíjense en lo que sucede con el asunto editorial, donde la sobreoferta y la feroz competencia comercial que ésta genera han terminado imponiendo la cultura del “Best-Seller”. Y de los muchos efectos que esto tiene, quizá el más indeseable es cierta estandarización progresiva del gusto lector. Porque empobrece el horizonte espiritual de todos, incluido el de los escritores. Me explico: cuanto más se aleje una obra de los parámetros que dicta ese gusto homogenizado, más difícil será que las editoriales de mayor renombre y circulación lleguen a publicarla. Con lo cual se completa un círculo vicioso que contribuye a restringir la libertad en la escritura. Pero, bueno, también es normal que toda generación literaria se debata con su época. Así como en los años 70 el gran dilema se establecía entre literatura y compromiso político, el de hoy lo hace entre literatura y mercado editorial.

Dicho así, el panorama no parece muy prometedor; en especial porque se trata de un problema que dificultaría la divulgación de las obras más renovadoras. Aunque también es cierto que hoy existen muchos circuitos alternativos, ¿no cree? Por supuesto: los seres humanos tenemos una capacidad extraordinaria para desarrollar vacunas contra los virus que nos vamos encontrando o que engendramos. Y la verdad es que, si pensamos en la publicación propiamente dicha, nunca antes había sido tan fácil hacerla; sin contar, además, con las posibilidades extraordinarias que la Internet ha abierto. Por tanto, no me parece que el problema central de hoy sea la divulgación, sino más bien la legitimación de los nuevos referentes literarios y culturales. Y aquí el panorama sí que se muestra cenagoso. Porque visibilizar una obra o un autor, en medio de todo lo que hay, requiere un gran tinglado de aparatos extra-literarios. Notemos que este fenómeno presenta manifestaciones muy evidentes, como la tremenda incidencia que ahora tiene el entorno dedicado al marketing del libro, con prescindencia de la calidad literaria que puedan tener las obras. Aunque, insisto, no se trata de rasgarse las vestiduras con esto. Prefiero pensar que estamos ante una expresión de nuestra época, la cual le plantea ciertos retos al escritor, para quien, en definitiva, la literatura ha de ser siempre lo fundamental. Antes de que concluyamos, háblenos un poco de su trabajo narrativo, de cómo escribe sus cuentos.¿Tiene algún tipo de rutina o de requerimiento particular? Lo que puedo decirles es que escribo con muchísima dificultad porque tengo un temperamento obsesivo, casi hasta un grado enfermizo. De manera que, como decimos en Colombia, “no me rinde”. Avanzo en la página a pasos de escarabajo aunque mi mente vaya a saltos de gacela. Y esto, me temo, tiene una razón: me gusta más corregir que escribir. Disfruto puliendo cada frase, pero me angustia tener que anotar la siguiente. Como quien dice que la literatura es, al mismo tiempo, mi felicidad y mi drama. Respecto a la rutina, en este momento de mi vida estoy dedicado a los libros a tiempo completo; o sea que leo y escribo durante todo el día. Ya en lo que toca a los requerimientos, tengo muy pocos: un computador, tiempo, silencio y una buena taza de café. Y las historias… ¿De dónde suele sacar sus historias?

No tengo mucha claridad en relación con esto. A veces me cuentan una anécdota que me resulta interesante o esta me sucede directamente. También puede pasar que conozco a alguien que me llama la atención y lo intuyo como un embrión de personaje. O leo algo que me sugiere asociaciones eventuales. Quizá el misterio y la fascinación del trabajo creativo estén ligados a los motivos por los cuales nos seduce tal anécdota, o personaje, o idea, habiendo tantos otros posibles. La suma de lo que somos, de lo que hemos vivido, nos predispone hacia determinados intereses; en muchas ocasiones, incluso, contra nuestra propia voluntad. A los gigantes de la literatura les ha ocurrido lo mismo que a nosotros los pigmeos. Miren el caso de Flaubert: detestaba la estulticia y, no obstante, esta aparece una y otra vez a lo largo de su maravillosa obra. A Flannery O’Connor le espantaba la falta de compasión y vean las anécdotas que narra en sus relatos extraordinarios. Y a Julio Ramón Ribeyro le inquietaba la marginalidad y sus cuentos irrepetibles contienen un gran mosaico de perdedores. En fin, seguramente la mayor empresa que puede acometer todo narrador es la de vérselas a fondo con sus propios fantasmas; mejor dicho, en últimas, la de permitir que sus historias lo escojan. ¿Qué está escribiendo ahora? Estoy cerrando una colección de ensayos sobre literatura latinoamericana contemporánea. ¿Y de narrativa? Hace poco terminé una novela que se llama “La suerte del picabuey”. ¿Cuándo piensa publicar estos dos libros? El año entrante, espero. Pues estaremos muy pendientes... Muchas gracias.

Conversación con Alejandro José López Cáceres María Fernanda Correa (Colombia, 1974) y Ramiro Padilla Quintero (Colombia, 1980) son estudiantes de último semestre de Licenciatura en Literatura, en la Universidad del Valle (Colombia). Actualmente están realizando su monografía de grado sobre la cuentística de López Cáceres. Esta entrevista hace parte de dicho trabajo crítico.

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AURORABOREAL Manuel recomienda leer...

Por Leo Larsen

Evelyn Arthur St. John Waugh, conocido como Evelyn Waugh, fue un novelista británico de la segunda mitad del siglo XX. Caracterizado por su humor negro y satírico en novelas como Un puñado de polvo y Decadencia y caída, entre otras, aunque también recordado por sus trabajos serios como la obra Retorno a Brideshead. Todas están teñidas de su propio conservadurismo y visión católica de Evelyn Arthur St. John Waugh la vida. Muchas de las nove1903-1966 las de Waugh reflejan la alta sociedad y aristocracia británica, que aunque es duramente satirizada, conserva un halo de atracción para el autor. Waugh atacaba la ausencia de valores de la vida moderna y, en especial, de la sociedad londinense. Además escribió relatos, tres biografías y el primer volumen de su inacabada autobiografía, Una educación incompleta (2007). Sus libros de viajes y sus extensos diarios y correspondencia también han sido publicados. La obra de Waugh tuvo mucho éxito en el gran público y la crítica alababa su prosa estilizada y mordaz. Sus últimos trabajos, abiertamente religiosos, no fueron tan bien acogidos.

El ranking de los libros menos vendidos es un sondeo al pasado Por Diego Valverde Villena Nr

Libros injustamente olvidados

1

Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh

2

La obra maestra desconocida, Honoré de Balzac

3

Los papeles de Casa Velha, Machado de Assis

4

Kwaidan, Lafcadio Hearn

5

La hora de la estrella, Clarice Lispector

6

La tentación del fracaso, Julio Ramón Ribeyro

7

Las ciudades invisibles, Italo Calvino

8

La invención y la trama, Adolfo Bioy Casares

9

Amor se escribe sin hache, Enrique Jardiel Poncela

10

Poesía completa, Guillermo de Aquitania

Es historiadora y crítica de arte y se ha especializado en el Renacimiento y el Barroco italiano. Ha trabajado en la National Gallery, el British Museum y la National Portrait Gallery. Ha ejercido la docencia en diversos países, actualmente en la British School at Rome, y ha publicado numerosos libros, entre los que destacan Art Galleries of the World, Impressionist Seasons, Everydaylife painting y Claude Lorrain. Helen Langdon pasó varios años de su vida estudiando y analizando tanto la vida como la obra de Caravaggio.

Michelangelo da Caravaggio

Un pintor orgulloso, difícil y arrogante pero muy intelectual... Por Manuel Cabrales, periodista

Hará unos cuatro o cinco años atrás compré una biografía del pintor renacentista Michelangelo da Caravaggio escrita por Helen Langdon, una historiadora y crítica de arte que se ha especializado en el Renacimiento y el Barroco italiano.

Graffiti en Nueva York Foto Archivo Aurora Boreal

Esta sección pretende recordar los libros injustamente olvidados.

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Helen Langdon

El periodista Manuel Cabrales Foto archivo AURORABOREAL

AURORABOREAL Los 10 libros menos vendidos

Los 10 libros menos vendidos pero tal vez los más leídos una vez

cardenal Francesco del Monte, para quien Caravaggio trabajó como artista en residencia. Y es desde aquí donde el pintor pudo construir contactos con funcionarios de la iglesia y los patronos pero también con otros pintores, muchos de los cuales se convirtieron en sus rivales o sus detractores.

Debo confesar que tan sólo hace un par de semanas empecé finalmente a leer esta biografía de Caravaggio, pintor Me he divertido mucho con este libro. He descubierto que puso fin a una tradición de la pintura renacentista italia- una Roma de principios del siglo XVII donde Helen Langna con su nuevo estilo radicalmente naturalista y que sigue don evoca bellamente calles y burdeles. Me quedo con una deslumbrando al mundo actual. imagen de un pintor orgulloso, difícil y arrogante pero muy intelectual. Lo interesante del libro escrito por Helen Langdon es que transmite una imagen del pintor con vida apasionada La lectura de Caravaggio (Edhasa), de Helen Langdon como artista en medio de rivales e intrigas, pero además hace abre un amplio espectro para comprender la conducta y el una presentación entre la erudición biográfica y apreciación entorno de un artista genial. No titubeo ni un segundo: un artística, que en mi opinión logra bastante bien en su libro. libro para ser leído en calma y tirado en un cama. No hay duda de que Langdon nos ofrece una dimensión documentada sobre los escándalos y las rivalidades de este genio de la pintura en el cual también nos plantea la importancia de la relación de Michelangelo da Caravaggio con el

El periodista colombiano Manuel Cabrales reside entre Roma y Nueva Delhi y es colaborador de AURORABOREAL©.

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AURORABOREAL Escritores nórdicos

Fotógrafo en la Feria del Libro de Madrid

Por Manuel Velasco

Soy escritor y fotógrafo. El hecho de tener publicados varios libros relacionados con el mundo nórdico me ha permitido colaborar varios años con la caseta de Países Nórdicos, en la Feria del Libro de Madrid. Este año, al ser estos países los invitados especiales de la feria, no he podido estar tanto tiempo "dentro", firmando mis libros o haciendo recomendaciones a quienes llegan pidiendo consejo sobre qué saga leer, ya que vinieron numerosos autores nórdicos a darse a conocer al público español, invitados por sus embajadas y editoriales, aprovechando el buen momento que vive la literatura nórdica. Es por eso que este año he ejercido bastante de fotógrafo. Y eso también me ha permitido acercarme a algunos de estos autores en aquellos días repartidos entre el calor y la lluvia. El noruego Jostein Gaarder llegó casi en olor de multitudes. Fue quien inauguró el pabellón donde tendrían lugar las conferencias o las presentaciones de libros. Lleno absoluto. Todos sus libros, que son muchos, han sido traducidos y han alcanzado un gran nivel de ventas. Su manera de explicar grandes conceptos filosóficos de manera sencilla e incluso novelada le han hecho muy popular en todo el mundo. Pero su popularidad no lo ha convertido en alguien lejano e inalcanzable. En todo momento se mostró amable y, a través de un traductor, a todos escuchó y contestó mientras firmaba sus libros. De la sueca Åsa Larsson podría decir que fue la más simpática. La gesticulación que le saqué en una ráfaga de fotos es bien significativa de su carácter. Sólo dos libros y ya famosa en todo el

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mundo. Pero al igual que a Gaarder, no se le ha subido a la cabeza. Aquel mismo día también llegó su compatriota Camilla Läckberg, cuyo cuarto libro acababa de ser editado en español. Puede decirse que es una auténtica diva, conoce bien el valor de la imagen y sabe posar ante las cámaras (y le encanta). Unas 300 personas estaban esparando cuando ella llegó y aun siguió llegando gente. El finlandés Otso Kautto es un personaje especial. Autor teatral, actor, músico y… windsurfista. Llegó desde su país (y de igual modo se fue) en una caravana con toda la familia. Habla muy bien español y conoce las mejores playas donde practicar su deporte favorito. El sueco Johan Theorin presentó el primer volumen de su Cuarteto de Öland. Esta isla es el escenario de cuatro novelas, cada una ambientada en una época del año. Él ha sabido romper los moldes de la novela negra, ya que sus "casos" no los resuelve ningún policía, detective o periodista, sino las propias personas implicadas. Coordinador clave en esta Feria del Libro fue Miguel Ángel Miguel de la librería Tierra de Fuego.

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Mujeres de El Cairo

Cielo

Una película de Xiaolu Guo

El Cairo en la actualidad

Una película de Deepa Mehta

Mei vive en un pueblo de la China rural. Trabaja en unos billares y de vez en cuando sale con alguno del pueblo. Su deseo por encontrar algo más la empuja a marcharse a Chongqing, la ciudad más próxima. Trabaja en una fábrica

Hebba y Karim están casados y son periodistas de éxito, jóvenes, ricos y atractivos. Hebba es la presentadora de un popular programa de debates políticos en televisión y su tenacidad antigubernamental pone en peligro la promoción que desea su marido. Los jefes de Karim lo presionan, Karim presiona a Hebba y ella acaba prometiéndo-

Chand es una joven que viaja a Canadá desde la India para casarse con Rocky, un hombre al que no conoce. Su sueño de encontrar una nueva vida se vuelve

Reino Unido.

cosiendo camisas, pero no tardan en despedirla y acaba barriendo en una peluquería de caballeros. Se siente atraída por Spikey, pero una noche, Spikey regresa a casa cubierto de sangre y muere ante Mei. Ella encuentra una importante suma de dinero debajo de la cama y decide irse a Londres. Consigue permanecer en Europa a pesar de no tener papeles, y después de una serie de trabajos mal pagados se casa con el Sr. Hunt, un inglés de setenta años. Mei empieza una nueva vida, pero se siente sola. Acaba enamorándose de Rachid, un emigrante indio afincado en Londres. Por primera vez en su vida cree amar realmente a un hombre, pero Rachid no piensa lo mismo. Mei se ve obligada a dejarlo mientras deambula por un país que sigue siendo extraño. En su vientre lleva el hijo de Rachid . Directora: Xiaolu Guo. Guión: Xiaolu Guo Reparto: Huang Lu, (Mei), Wei Yibo (Spikey), Geoffrey Hutchings (Sr. Hunt), Chris Ryman (Rachid). Fotografía: Zillah. Compositor: John Parish. Año: 2009.

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Egipto.

Canadá.

una pesadilla ya que el matrimonio con Rocky y con su familia se convierte en una auténtica espiral de confusión y dolor. Chand encuentra un poco de esperanza en su amistad con Rosa, una mujer jamaicana que trabaja con ella. Rosa le da a Chand una raíz mágica y le promete que hará que Rocky caiga rendido a sus pies. El experimento termina en una irreal vida paralela que se convertirá en el fiel reflejo de una conocida fábula india.

le que levantará el pie del acelerador. Decide ocuparse de historias femeninas. El éxito es inmediato. Hebba cautiva a millones de espectadores con hechos reales, llenos de sorpresas, de violencia, de giros inesperados, desde los barrios pobres de El Cairo hasta la alta burguesía, implicando de paso a miembros del Gobierno, en un torbellino sensual y de Dirección: Deepa Mehta. Interinventiva novelada. pretación: Preity Zinta (Chand), Balinder Johal (Maji), Vansh Bhardwaj Director: Yoursry Nasrallah. (Rocky), Ramanjit Kaur (Aman), Gourrav Sihan (Baldev), Rajinder Singh Guión: Waheed Hamed. Reparto: Cheema (Papaji), Orville Maciel (KaMona Zakki (Hebba), Mahmoud He- bir), Yanna McIntosh (Rosa). Producmeida (Adham), Fotografía: Samir ción: Deepa Mehta y David Hamilton. Bahsan. Compositor: Tamer Kara- Música: Mychael Danna. Fotografía: Giles Nuttgens. Año: 2008. wan. Año: 2009.

AURORABOREAL Libros

AURORABOREAL Cine

Ella, una joven china

Y de repente, un ángel

Los detectives salvajes

Julián Beltrán es un escritor que nunca limpia su casa. Cuando Andrea, su novia, le exige que lo haga, él decide contratar a una mucama. Y la llegada de Mercedes, una criada envejecida y fiel, va a despertar la ternura y el instinto de protección del hombre. Ella le cuenta como fue vendida a los diez años por una madre cargada de hijos a los que no podía mantener, y entonces el escritor siente la necesidad de ayudar a Mercedes a encontrar a su madre. Pero la búsqueda estará llena de azares y de episodios cómicos, a la vez que dejará al descubierto al auténtico y frágil Julián, distanciado también de su padre, aunque por motivos bien diferentes pero a los que se deberá enfrentar.

Arturo Belano y Ulises Lima, los detectives salvajes, salen a buscar las huellas de Cesárea Tinajero, la misteriosa escritora desaparecida en México en los años inmediatamente posteriores a la Revolución, y esa búsqueda, el viaje y sus consecuencias se prolonga durante veinte años, desde 1976 hasta 1996, el tiempo canónico de cualquier errancia, bifurcándose a través de múltiples personajes y continentes, en una novela en donde hay de todo: amores y muertes, asesinatos y fugas turísticas, manicomios y universidades, desapariciones y apariciones. Sus escenarios son México, Nicaragua, Estados Unidos, Francia, España, Austria, Israel, África, siempre al compás de los detectives salvajes poetas «desperados», traficantes ocasionales, Arturo Belano y Ulises Lima, los enigmáticos protagonistas de este libro que puede leerse como un refinadísimo thriller wellesiano, atravesado por un humor iconoclasta y feroz. Entre los personajes destaca un fotógrafo español en el último escalón de la desesperación, un neonazi borderline, un torero mexicano jubilado que vive en el desierto, una estudiante francesa lectora de Sade, una prostituta adolescente en permanente huida, una prócer uruguaya en el 68 latinoamericano, un abogado gallego herido por la poesía, un editor mexicano perseguido por unos pistoleros a sueldo.

Jaime Bayly

Esta historia de una amistad improbable y de reencuentros familiares constituye el relato más brillante de Jaime Bayly, que nos cautiva desde el primer momento por su insólita habilidad para ir de lo grave a lo hilarante. Jaime Bayly nació en Lima, 1965. Ha publicado además No se lo digas a nadie, Fue ayer y no me acuerdo (Seix Barral, 1995), Los últimos dias de «La Prensa» (Seix Barral, 1996), El canalla sentimental, El huracán lleva tu nombre, La noche es virgen (1997), con la que obtuvo el premio Herralde, y Yo amo a mi mami (1999).

Roberto Bolaño

La palabra del mudo Julio Ramón Ribeyro

La producción cuentística de Ribeyro transmite los anhelos, arrebatos y angustias de sus personajes a través de una prosa limpia y un estilo alejado de artificios, ofreciendo uno de los más grandes ejemplos de la narrativa breve en el mundo occidental. La palabra del mudo se encarga de dar voz a aquellos personajes que en la vida cotidiana están privados de ella: los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia soterrada. Todo ello tiene cabida en este centenar de relatos donde cada frase es absolutamente imprescindible. Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) estudió Letras y Derecho en la Universidad Católica de Lima. En 1960 emigró a París. Sus obras han sido traducidas a numerosos idiomas y ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1983, el Nacional de Cultura en 1993, ambos en Perú, y el Juan Rulfo en 1994. Su producción cuentística es una de las más fecundas y significativas del siglo XX. Entre sus colecciones de relatos figuran Los gallinazos sin plumas (1954), Cuentos de circunstancias (1958), Las botellas y los hombres (1964), Tres historias sublevantes (1964), Los cautivos (1972), El próximo mes me nivelo (1972), Silvio en El Rosedal (1977), Sólo para fumadores (1987) y Relatos santacrucinos (1992). Su narrativa breve ha sido reunida en La palabra del mudo (1973), La juventud en la otra ribera (1983) y en Cuentos completos (1994). Novelas: Crónica de San Gabriel Roberto Bolaño (1953-2003), naci- (1960), Los geniecillos dominicales (1965) y do en Chile, narrador y poeta. Cambio de guardia (1976).


SEP 2010 LITERATURA

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