Aurora Boreal 15

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Nr. 15 Mayo 2014 ISSN 1902-5815

AURORABOREAL

Para los amantes del espa単ol


AURORABOREAL

AURORABOREAL® MAYO 2014

Manifiesto Promover la cultura del idioma español en el mundo. Temas: literatura, arte, música, teatro, fotografía, arquitectura, diseño y cultura en general. Un foro para difundir, discutir y gozar el español entre la gente que lo habla y lo estudia. Una ventana abierta a las inquietudes de los artistas. Artículos de calidad académica.

Sumario

Editorial, Poesía, Puro Cuento, Minirrelato, Libros, Fragmentos, Entrevista, Escritores, Librerías, Fotografía, In memoriam, Los libros menos vendidos pero tal vez los más leídos una vez, Manuel recomienda leer, Arte, Música, Cine, Más Libros.

Colaboradores en este número

Nicole Albrecht, Esther Andradi, Selen Catalina Arango, Helena Araújo, Ricardo Bada, Édgar Bastidas Urresty, Antonio Beneyto, Antonio Bustamante, Gina Canepa, Mario Camelo, Martha Canfield, Juan Gustavo Cobo, Luis Fayad, Norberto Gimelfarb, Adriana Hoyos, Gina Ángeles Laplace, Liz Moreno Chuquén, Lina María Pérez, Paloma Pérez Sastre, Dora Cecilia Ramírez, Armando Romero, Fabio Rodríguez Amaya, Adriana Rosas, Elkin Restrepo, María Clemencia Sánchez, Gloria Serpa-Flórez de Kolbe, Anabel Torres, Freddy Téllez, Gabriel Uribe, Helena Usandizaga, Diego Valverde Villena.

Corresponsales

Victor Beltrán (Alemania), Edgar Henríquez (Canadá), Edgar Ortegón (Chile), Fernando Perdomo (Colombia), Andrés González (Escandinavia), Angela Trezza &, Manuel Cabrales (Italia), Edimca (Suiza), Diego Valverde (España).

Corrección de textos

Evaristo Vilval, Edimca, Pertti Hyryläinen

Fotografía

Mario Camelo

Apoyo Gráfíco

Nanna Boss, Jazz en la 127, Publinova

Apoyo Web

Luca Paltrinieri

Carátula

Foto ⓒ Mario Camelo

Carátula posterior Foto ⓒ Mario Camelo

Fotos página dos Foto ⓒ Mario Camelo

AURORABOREAL PRÓXIMO NÚMERO SEP 2014

Fotos página tres Foto ⓒ Mario Camelo

Contacto & subscripciones info@auroraboreal.dk www.auroraboreal.net

Editor

Guillermo Camacho La revista no asume las opiniones expresadas por los colaboradores

ISSN 1902-5815 En web ISSN 1903-8690 Dalvej 15, Gentofte DK-2820

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AURORABOREAL® MAYO 2014

AURORABOREAL Mayo 2014

Autores 28 Martha Canfield Diario de una incansable observadora 29 Helena Araújo Coloquio en Venecia 32 María Clemencia Sánchez Esposa fugada de Helena Araújo: reconstrucción del cuerpo, escritura del afuera

3 Del editor

Helena Araújo 4 Helena Araújo Biografía 5 Helena Araújo Prólogo 6 Helena Araújo Esposa fugada 11 Helena Araújo Jacques Gilard: un feminista de corazón

Director Leo Larsen Investigación Elías Finkelstein Larissa Biano Fornaguera

36 Anabel Torres Helena Araújo compañera de alma y de trinchera 38 Esther Andradi Helena en Berlín 40 Gina Canepa La Scherezada criolla y la crítica literaria criolla: recordando a Helena Araújo 42 Paloma Pérez Sastre “Un collar de fríjoles”, de la serie Cartas para Alicia 44 Lina María Pérez Gaviria Helena Araújo: Las cuitas de Zana 45 Gloria Serpa-Flórez de Kolbe Las cuitas de Carlota

60 Édgar Bastidas Urresty El exilio y la escritura 62 Freddy Téllez Mi amistad con Helena 65 Luis Fayad Helena Araújo y los cambios en la narrativa colombiana 66 Gabriel Uribe Carreño Las cartas de Helena Araújo 68 Juan Gustavo Cobo Borda La primera Helena Araújo crítica

12 Helena Araújo En domingo

46 Helena Usandizaga Releyendo La Sherezada criolla: el camino sin fin

14 Helena Araújo Mito religioso y conducta en La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa

49 Gina Ángeles Laplace Yo escribo, yo me escribo

76 Ricardo Bada Helena Araújo «Te lo prohibo»

50 Dora Cecilia Ramírez Tocar el fondo: La Scherezada criolla, ensayos sobre escritura femenina latinoamericana

77 Elkin Restrepo Esa clase de escritora que se hizo escuchar

17 Helena Araújo La autoficción y el compromiso en dos novelas de Nivaria Tejera 20 Helena Araújo Novelistas colombianas ¿denuncia o compromiso? 24 Helena Araújo Mario Camelo por Helena Araújo 26 Helena Araújo Escala en Cincinnati: Helena Araújo presenta al poeta y escritor Armando Romero

52 Adriana Rosas Helena Araújo analiza la obra de latinoamericanas desde una perspectiva global 54 Selen Catalina Arango Rodríguez Carta a la escritora de la risa fugada 56 Liz Moreno Chuquen Esposa fugada y otros cuentos... 58 Antonio Bustamante Instrucciones para acercarse a Helena Araújo

Nota el editor

Helena Araújo Foto © Helena Araújo

Editor Guillermo Camacho

Un especial para Helena Araújo es una idea que surgió a inicios del 2013 con el objetivo de rendir tributo a la escritora latinoamericana. Tal vez para muchos lectores resulte absurda esta idea pero para un grupo muy grande de escritoras en América Latina, la escritura ha estado restringida exclusivamente al sexo opuesto. Y durante muchos años la sociedad no estuvo dispuesta a concederles ese espacio. El poeta Mario Camelo nos informó que el 20 de enero de 2014 la escritora colombiana celebraría su aniversario número ochenta. En nuestra redacción cobró vida la idea del especial a Helena Araújo, quien ha venido colaborando

70 Norberto Gimelfarb Escribir para ser libre

78 Alberto Donadío Helena si tu eres bien... 79 Antonio Beneyto Helena Araújo según Beneyto 80 Mario Camelo A Helena Araújo: 2 poemas. 82 Fabio Rodríguez Amaya A Helena Araújo. Dedicatoria

generosamente con Aurora Boreal® desde sus inicios en el 2007. Un especial so pretexto del aniversario, pero en realidad un homenaje a la lucha de esta escritora por abrir un espacio para la escritura femenina a pesar de que varios colaboradores del equipo me llamaron la atención que la literatura no tiene sexo. Pero en realidad esta escritora no sólo ha usado la escritura para ser libre sino que además de abrir brecha ha jugado un papel fundamental en la crítica literaria y en inspirar a nuevas generaciones de escritoras y escritores. Seguramente no están todos los autores que deberían haber participado en este homenaje, pero agradecemos a todos los que respondieron con generosidad e inmensa paciencia en la creación del especial. Con admiración y respeto para todos les deseamos desde acá una feliz lectura.

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AURORABOREAL Especial Helena Araújo

• Araújo Ortiz, Helena (2009). Esposa Fugada y Otros Cuentos Viajeros. Medellín: Hombre Nuevo. ISBN 9588245656.

En Colaboración • Manual de Literatura Colombiana, Planeta y Procultura, Bogotá, (colaboración de autores), (1988) ISBN 958-614-263-9, ISBN 978-958-614-263-2 • Ellas Cuentan Antología por Seix Barral (1999) ISBN 958-614-687-1

Publicaciones en Revistas literarias

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Traducciones Inglés

• Asthmatic Short Stories by Latin American Women The Magic And The Real, Modern Library Publisher, New York, 2003

Francés

Biografía Hija de Alfonso Araújo Gaviria y Emma Ortiz Márquez. Desde muy joven se interesó en la literatura y en la política, en parte inspirada por su padre quien trabajó para el gobierno colombiano desde 1934 hasta 1961. Durante su infancia y adolescencia vivió entre Colombia, Venezuela, Brasil y los Estados Unidos donde su padre era diplomático. Estudió en la Immaculata High School en 1948-1949,en Washington D.C., y se graduó a los 15 años. Siguió su educación en la Universidad de Maryland (1949-1950) donde estudió literatura y filosofía. De vuelta en Colombia, siguió los mismos estudios en la Universidad Nacional de Colombia (1950-1951). Se casó con Pierre Albrecht de Martini y tuvo cuatro hijas, Priscilla, Gisèle, Nicole y Jocelyne. En 1971, se instaló con sus hijas en Lausana, Suiza, donde, ya viuda, siguió tomando cursos en la Universidad de Ginebra y en la Universidad de Lausana. Helena sigue viviendo en Lausana. Ha participado en seminarios de literatura latinoamericana y española en Europa y en los Estados Unidos. Enseñó durante muchos años cultura hispánica en la Universidad Popular de Lausana. La producción literaria de escritoras latinoamericanas fue la base de clases dictadas en 1987 en la Universidad de San Diego, California. Helena Araújo ha publicado obras de ficción (colecciones de rela-

tos, novelas) y numerosos artículos de crítica literaria. Ha recibido premios, entre ellos, el Premio Platero 1984 del Club del Libro Español de las Naciones Unidas por su publicación Post-nadaístas colombianas. La municipalidad de Lausana y la Embajada de Colombia en Suiza ofrecieron un homenaje en el 2005 a Helena Araújo por su obra literaria. La Consejería Presidencial de Colombia para la Equidad de la Mujer rindió homenaje a Helena Araújo en 2009 durante el VI Encuentro de Escritoras Colombianas. El periódico colombiano El Tiempo publicó una corta memoria de Helena Araújo presentada durante el homenaje. En 2014 con motivo de su ochenta aniversario la revista Aurora Boreal® le dedica un homenaje.

• La Cure, en Colombie à Choeur Ouvert, Editions F. Majault, Paris, 1991 • La Blessure, en Vericuentos (revue littéraire) No. 5, Paris, 1992 • La Poésie de Mario Camelo, en Feuxcroisés (revue littéraire) No.4, Genève, 2002

Alemán

• Der offene Brief, Torturada, Wiener Frauenverlag, Viena, 1993 • Catoctin, Kusse und Eilige Rosen, LimmatVerlag, Zurich, 1998

Italiano

• Catoctin, en Nuova Prosa 56/57 Universidad de Bergamo, 2011

Publicaciones Libros • Araújo, Helena (1970). La"M" de las Moscas. Bogotá: Tercer Mundo. • Araújo Ortiz, Helena (1976). Signos y Mensajes. Bogotá: Instituto de Cultura de Colombia. • Araújo Ortiz, Helena (1981). Fiesta en Teusaquillo. Bogotá: Plaza & Janés. • Araújo Ortiz, Helena (1989). La Scherezada Criolla. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. ISBN 9789581700479. • Araújo Ortiz, Helena et al. (2003). Ardores y Furores. Bogotá: Planeta. ISBN 9789584205650. • Araújo Ortiz, Helena (2007). Las Cuitas de Carlota. Medellín: Hombre Nuevo. ISBN 9588245427.

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Helena Araújo

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Revista Universidad de Antioquia Quimera - Revista de Literatura Hispamérica - Revista de Literatura Revista Anthropos Literatura: Teoría, Historia y Crítica Barcarola: Revista de Creación Literaria Lingüística y Literatura Aurora Boreal® - Revista de Literatura


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Helena Araújo Prólogo

Por Helena Araújo

¿Un homenaje? Ante la iniciativa fulgente de un homenaje, me asalta el recuerdo de personas, entidades y símbolos que me involucraran en publicaciones y traducciones durante lustros. Pensando que mi evocación podía transformarse en índice o en pronóstico de un supuesto homenaje a He-

lena Araújo intento desde ya atribuirle mayor valor a medida que amigas, amigos y cómplices sospechan o aceptan que el homenaje también sea para ellos. La progresiva emancipación de quienes subvierten el habla patriarcal, borrando cualquier inscripción falocrática y aceptando la contextualidad de un discurso indemne de codificaciones obligatorias no puede abolirse ya. ¿Negarlo? En convenciones, congresos, coloquios literarios, resulta difícil hoy en día “ningunear” a las mujeres. ¿Dudarlo? La opulencia de un “corpus” adensado de búsquedas, complejidades y aseveraciones de la identidad, ha superado las polémicas del esencialismo y los debates en torno a la diferencia. No, no se trata de romper un silencio atávico ni de superar una culpabilidad, sino de hallar un espacio

dentro o fuera del canon, eligiéndolo libremente. Este espacio, tal vez, sería el “CUARTO PROPIO” de que hablara Virginia Wolf. Y ¿”EL CUARTO AJENO”? Quizás el de quienes se han instalado en el consumismo editorial. ¿A qué precios se ganan premios? ¿Se ingresa en el Olimpo de los BEST SELLERS? ¿Se logran ediciones políglotas y lecturas internacionales? Una vez más aprecio a quienes me han alentado en una labor que se ha venido convirtiendo con los años en otra manera de vivir. Vivir, no sólo íntimamente, sino gracias a publicaciones de Bogotá, de Medellín, de Madrid, de París, de Buenos Aires, de Caracas, de Toulouse, de Maryland o de Copenhague. Sí, sí a los y las colegas que han sabido acompañarme en estos trayectos, rindo homenaje.

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Esposa fugada

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Digital el 28 de agosto de 2010 Aquella tarde, el cartero flacucho y giboso de siempre, con su barba de tres días, su acento sudista y su andamiaje de alcohólico anónimo, le pareció a Emilia más alelado: no sólo se equivocó de paquete al entregarle el recomendado, sino le hizo firmar donde no tocaba, qué descuido. Al abrocharse la tricota por pura desazón, Emilia se disculpó sin motivo, pretendiendo luego remendarlo todo con un "good afternoon" tan enfático, que el otro se vio aún más perplejo antes de resolverse a darle la espalda y continuar su camino por la avenida jaspeada de sombras. Era un lunes brumoso, la luz mermaba ya aunque no hubieran dado las cinco, Emilia lo sabía sin mirar el reloj porque a esa hora el cartero pasaba, se detenía y daba un largo timbrazo, no dos cortos como en la famosa película que tanto le gustaba a Henry. Caramba, para abrir el tal paquete, Emilia tuvo que prender el farolillo del vestíbulo, no había de otra, el otoño se venía encima ya; resultaba imposible leer el remite con la mera resolana de las ventanas del living. Además no iba hacia el living sino hacia su escritorio, esa piecita del fondo que había sido antes la de su hija y ahora albergaba (¡o delicia!), sus propios libros y su propio ordenador, lejos y por separado de los revoltillos de Henry, que a pesar de ocupar todo el comedor con lo que llamaba "la oficina", nunca había logrado poner en orden tanto legajador, tanto papel, tanto cuaderno

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abierto y marcado y subrayado y desparramado por ahí, caramba. Para no rabiar por eso, ni por las latas de Pepsi, ni por las bolsas de maní o papas fritas a medio terminar, Emilia solía pasar de largo, sin mirar hacia "adentro" antes de que la muchacha mexicana de martes y jueves hiciera el aseo con el cuidado —eso sí— de no cambiar nada de sitio, porque quién aguanta al señor. Meneando la cabeza y casi que sonriendo, Emilia se repetía por enésima vez ese día, esa semana, ese mes, ese año, que aún pisando los sesenta, su marido seguía siendo un adolescente, así fuera profesor emérito de Biología en la no menos emérita universidad de Pennsylvania y tuviera bajo su mando en el laboratorio a ocho dóciles y asustadizos asistentes. Fue así, sonriendo y meneando la cabeza, evocando la cara morena y chata del marido, su mechón canoso entre los ojos noctámbulos de armenio emigrado, que Emilia se sentó en la silla giratoria, prendió la lámpara de doble foco y rasgó con impaciencia el sobre abullonado. ¿Por qué tanta prisa? Sabía de quien era, lo había estado esperando, hasta le parecía, al sacar el libro, reconocer la carátula. Definitivamente, multicolor y carnavalesca, como la novela costeña de Roberto Vergara, quien había perorado sobre esa historia de amor en ritmos vallenatos, durante una conferencia medio folklórica, penúltima de la serie “Novelistas Latinos al día", organizada por Doubleday para promocionar traducciones como la que el charlatán de Vergara no había logrado enviar en manuscrito, dizque la copia se le refundió en el correo, o quien sabe qué disculpa inventó, inventaron, inventarían en Bogotá, además de mandar órdenes y contraórdenes cada día más enrevesado, hasta el bendito fax de la semana pasada que anunciaba al fin el envío por recomendado de lo que Mrs. Emilia Iynedjian traduciría al inglés para Doubleday & Company de Filadelfia, Pennsylvania, U.S.A.

La traducción, sí, la traducción que debía haber comenzado ese verano y no comenzaría sino hasta bien entrado octubre, qué remedio, por eso Emilia andaba tan afanada prendiendo el ordenador y buscando el disquete para poder instalarse y teclear un par de horas antes de que Henry entrara claxonando al garaje y... A lo mejor si la cubierta del libro no le hubiera incomodado al colocarlo sobre el atril, Emilia no se habría fijado de pronto en la contratapa, con la breve biografía de Vergara y esa reseña de lo que alguien definía como ficción dionisíaca... alguien, sí, alguien que aludía también a música de los instintos, embriaguez, entusiasmo y... por Dios, resultaba extraño que una editorial tan comercial como... ¿Quién se habría encargado de la contratapa? ¡Bahhhh! Encogiéndose de hombros Emilia ya se calaba las gafas, dispuesta a ajustar el disquete, cuando se detuvo en seco, como fulminada. Luego, al quedarse así, inmóvil, mirando al vacío, negó un par de veces con la cabeza como solía hacer de niña cuando le venían malos pensamientos. No, no, no, imposible. Sin embargo... Al ponerse de pie se le vino la súbita certeza de que Celia Robledo había hecho esa reseña. ¿Por qué no? Vivía en Buenos Aires y trabajaba en la editorial Planeta. ¿Acaso la tal novela no iba a salir simultáneamente en el cono sur? Con un resoplo de impaciencia, Emilia apagó el ordenador. Ya sabía que si comenzaba a trabajar así de enervada, terminaría exasperándose y borrando frases, párrafos, páginas llenas de omisiones y de errores, qué se va a hacer. Como siempre que perdía la calma, sentía que le faltaba espacio, mejor dicho aire, Virgen Santa, sin saber bien cómo ni porqué, fue a descolgar su chaqueta del ropero de la entrada, se la puso y abrió la puerta del living con gana de salir y hacerse camino por el pastizal hacia la arboleda, ya, ya, a buen paso y con afán, sin reparar en la brumazón de esa hora, ni


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recordar que ese mismo día, después de un almuerzo de ensaladas improvisadas, había aprovechado el breve lapso de sol para dar el paseo habitual en esa vecindad que aún guardaba apariencias agrestes, como no, los apartamentos en cabañas y los prados sin podar, un condominio que pese a ser construído con madera plastificada y bloques de falsa piedra, estaba rodeado de un bosque ese sí verdadero, con arces, encinas, robles frondosos y una maleza invadida a trechos por enredaderas de hiedra silvestre que ya en octubre se encarnaba encendiéndose y dorándose mientras arriba las hojas se amarillaban y se desgajaban cayendo y formando un colchón que Emilia oía crujir bajo sus pies mientras avanzaba por el sendero, sin cuidarse de los inquilinos que la pasaban o la cruzaban corriendo y jadeando, con sudaderas de colores chillones y zapatos especialísimos. Qué gringos para ajetrearse, caramba, hasta la hacían sentir culpable de solamente caminar rápido mientras ellos seguían en una maratón desesperada contra la flacidez, el colesterol o ve tú a saber. Tal era el afán de esos frenéticos que de no llegar pronto al atajo improvisado en otros paseos, Emilia se hubiera devuelto, como debió hacerlo de todas maneras poco después, al percatarse de que el banco de siempre, "su" banco, casi no se veía en la espesura, o sea que el rato de calma contemplando la quebrada crecida por los aguaceros de la semana anterior, resultó poco menos que utópico en tamaña neblina. Paciencia, no le quedaba más remedio que regresar al sendero asfaltado, importunando otra vez a los adictos del jogging. ¿Quién le mandaba olvidar que en octubre era prácticamente imposible pasearse después de las cinco? Pronto comenzarían las heladas. En noviembre ni una sola hoja. En diciembre tal avalancha de nieves que Henry gastaba más de una hora con la garlancha despejando el callejón de la entrada. Sí, sí, un largo invierno de abrigos y gripas y tazones humeantes, hasta bien entrado marzo. Sin embargo Emilia, que sólo vivía para climas veraniegos, se sentía a gusto en las brumas de esa aldea artificial construida en pleno campo y rodeada de bosques con ardillas que ahora, al regreso, se veían saltar por ahí. ¿Qué horas serían? Casi las seis: tendría un buen rato de calma antes de la llegada de Henry. Un buen rato para lavar la lechuga, sacar la carne del congelador, poner a cocer el arroz y mirar, desde la ventana del living, cómo se iba apagando el cielo al pasar de blanco a ambarino y luego a un gris que en otoño era casi plateado. En tardes como esa, Emilia solía dejar casi siempre las luces sin encender y acomodarse a escuchar el silencio en el sillón japonés (cuero y madera de verdad), que tanto le gustaba a Henry: un mueble propio para la meditación. Sí, sí, aunque pasara las doce (y hasta las catorce) horas del día lidiando ordenadores y microscopios, Henry se decía orientalista. Verdad, no había noche en que antes de acostarse o mañana en que antes de salir no citara algún versículo del Tao. Tampoco había sábado ni domingo en que no repasara algún manual budista, ni aniversario en que no le recordara a Emilia cómo se ha-

bían conocido en una conferencia sobre el Zen. Y claro, Henry preguntaba enseguida, con una de sus carcajadas eufóricas: ¿qué otra doctrina hubiera podido reunir a una "esposa fugada" y a un "bicho de laboratorio"? "Esposa fugada" (runaway wife), solía apodarla Henry mofándose de un divorcio que nunca se había legalizado. "Bicho de laboratorio" (lab bug), solía apodarlo a su vez ella, desde que la llevara al laberinto de probetas, criaderos de larvas, viveros de moscas, tanques de renacuajos y muestrario de microscopios donde trabajaba en la Universidad. Sin embargo, también hubiera podido apodarlo "hijo fugado" (runaway son) si no temiera echarse encima a la suegra, una temible ancianita de origen armenio, por suerte instalada en California desde la serie de dolencias artríticas que la obligaran a buscar climas más clementes y conformarse —luego de varias inútiles pero desesperadas escaramuzas— con un par de telefonazos semanales a verificar si su niño prodigio, candidato al Premio Nobel de Biología, seguiría emparejado con esa colombiana tan escuálida y tan callada, tan inexplicablemente desprovista del sex-appeal latino. ¿Cómo negarlo? Aún después de tantos años por fuera, Emilia guardaba el empaque de señora bien bogotana. Cuando acompañaba al marido a las reuniones y cocteles del mundo académico, se veía tan formal, enfundada en uno de sus eternos sastres de corte clásico, como Henry hubiera querido ver a su primera cónyuge, una irlandesa exuberante, obsesionada por el sobrepeso y la maternidad, que lo había abandonado a los pocos años de matrimonio luego de hacerse embarazar por uno de sus mejores amigos. Caramba, aunque Henry tomara el asunto con sabiduría oriental y hasta le hallara la razón ¿qué mujer no aspira a ser madre, por Dios? dado el diagnóstico de esterilidad con que le habían desahuciado varios especialistas, la cosa le había dado duro y se le había amargado el carácter un buen rato. Henry era, sí, el solterón divorciado más inabordable de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Pennsylvania, hasta conocer —ya pisando los cincuenta— una colombiana, estudiante de post-grado en Lenguas Modernas, menor que él y por suerte con hijos. O sea, tenía hijos pero no los tenía, pues su marido se los había arrebatado mediante una maniobra judicial, en un país donde aún regían leyes como de la Inquisición. Se trataba, claro está, de la República del Sagrado Corazón, o sea Colombia. ¿Cómo hacerle entender a Henry los tejemanejes del Concordato colombiano? ¿Cómo describirle los poderes de la Curia Apostólica? ¿Del Tribunal Eclesiástico? No, a Henry no le podía entrar en la cabeza por qué curas célibes llegaban a ser jueces en pleitos matrimoniales y a decidir quién se quedaba con la prole en caso de lo que denominaban "separación de cuerpos". Henry tampoco alcanzaba a entender cómo el abogado canónico defensor de Emilia en el juicio, había podido admitir que sus dos hijos mayores quedaran con el padre y la niña me-

nor interna en un colegio de monjas escogido por el obispo. ¿Habráse visto? En tamaño infiernillo, nadie podía culpar a Emilia de ausentarse mejor dicho largarse, fugarse a casa de una antigua profesora suya en los USA. Misericordia, ¿qué hubiera sido de Emilia sin Miss Del Rio? Gracias a ella pudo viajar a Filadelfia, encontrar alojamiento en las Residencias de la Universidad y matricularse en Lenguas Modernas. Ya de estudiante, conocería a Henry y lograría negociar con su apoyo un acuerdo legalizado en la Curia, que le permitiera ver a los hijos varias veces al año y tener consigo a la hija menor. —Si los muchachos no vienen, la niña sí que vendrá— solía repetir Emilia royéndose la uña del meñique y crispando el gesto al colgar el teléfono luego de una de tantas largas y costosas llamadas a Bogotá. Verdad, su obsesión era sobre todo la niña, en aquellos tiempos de guerra de nervios, infructuosas meditaciones Zen y fragantes tisanas compartidas en el minúsculo y atestado apartamento donde solía vivir Henry cerca de la universidad. Fue el viaje de la niña, sí, lo que les decidió finalmente a casarse por lo civil y mudarse a ese condominio en las afueras de Filadelfia, que como decían ambos riendo, parecía de película Disney. La niña... Hundida en el sillón japonés, cobijada por una penumbra que se iba haciendo más densa a medida que la arboleda se borraba en un cielo nocturno, Emilia evocó la mueca de su hija cuando la llamaban niña, precisamente. ¿Quién se atrevía a enfrentársele? Aún adolescente, recién llegada de Bogotá, recién instalada en sus nuevos predios, ya se las daba de persona grande. ¿No ven que maduré viche? —preguntaba picando el ojo y sacudiendo una melena crespísima que definitivamente no era herencia materna. Tal vez porque en ese entonces no había terminado sus estudios, o porque le quedaba un saldo de rebeldía contra la gente demasiado adulta, Emilia lo tomaba a chiste y se entendían bien. Sí, sí, una suerte de camaradería o de solidaridad femenina, descartaba entre ellas el tan manido conflicto generacional. Además, ¿cómo no confesarlo? La presencia de esa hija, el verla estudiar, madurar, casarse finalmente, había ayudado a Emilia a sobrepasar lo que denominaba con voz ácida "esos horrendos años sesenta", —y a convencerse de que por fin habían quedado atrás. No recordar, no evocar, era su lema... Caramba, a través del tiempo había llegado a disciplinarse hasta tal punto, que ni la visita de los muchachos, ni la de parientes lejanos o cercanos, la perturbaba realmente. Paseándeolos por Filadelfia una y otra vez, como voluntaria y un tanto frenética guía turística, se las arreglaba para eludir cualquier pausa, tregua, rato, lapso de reminiscencias. Además, como todo el mundo sabía que con ella más valía evitar ciertos temas, eran pocas las ocasiones en que debía soportar lo que llamaba "agresiones de la memoria". ¡Uff ! para padecerlas, bastaba cualquier frase en una conversación que suscitara ese arrebato y... Claro, eso era lo

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que le había sucedido al desenterrar de quien sabe qué limbos del remordimiento, el nombre de Celia Robledo. Curiosamente, al evocarla, no era el soez desenlace del episodio lo que se le venía en mente, sino las horas mágicas de su amistad. ¿Qué habría sido de Celia Robledo? ¿En qué andaría? Inmóvil y como aterida en la penumbra de lo que ya no era el atardecer sino algo así como una caverna opaca, Emilia evocaba la cara pecosa de Celia, sus labios abullonados, sus ojos oblicuos enmarcando los pómulos altos, el imperceptible respingue de la nariz. Ojos castaños, casi pardos, y sin embargo capaces de reflejar destellos de la melena rojiza que se le enmarañaba a Celia al bailar. Celia-Isadora, Celia-Salomé, siguiendo con sus muslos, sus piernas, sus brazos, en un febril ajetreo, los ritmos eslavos de Aram Khachaturian. Sí, Celia despelucada, casi desorbitada, pasando del contorneo a los saltos sincopados y a esas volteretas sin brújula que la dejaban jadeando y acezando, antes de precipitarla en una suerte de temblor espasmódico y tumbarla exánime al terminar el disco. —Oye, oye, ¿estás bien?— solía preguntarle alarmada Emilia, inclinándose sobre su semblante sudoroso. —¿Aaaahhh?— contestaba la otra, mirándola atontada, como si no la reconociera. Luego, maquinalmente, se erguía, incorporándose con lentitud para mirar el reloj, peinarse o marcharse a atender la sirvienta que llegaba del jardín con los niños. Pocos minutos después, —¿quién pudiera creerlo?— era otra vez Celia Robledo de Uribe, la madre de familia hacendosa que Emilia envidiaba, esposa modelo de la casa modelo del barrio Chicó. —¿No entiendo cómo aguantas este barrio? refunfuñaba a cada rato Emilia. La otra se encogía de hombros por toda respuesta. Ambas vivían en el Chicó desde hacía años. Y decir Chicó era decir residencia californiana, dos automóviles, chofer, jardinero, mucama, cocinera, niñera y una recua de servidumbre. Decir Chicó era decir bachillerato en el Marymount, finishing-school en los USA, baile blanco para salir a sociedad y matrimonio antes de los veinte años: mejor mal casadas que bien quedadas, ¿verdad? Después, claro, embarazos y partos y bautizos y cumpleaños y Primeras Comuniones y entierros y misas de domingo y cocteles de sábado y semanas repartidas entre las tiendas, el Country Club, el salón de belleza y algún té costurero de caridad. —¿Te das cuenta de que somos muñecas mecánicas?— preguntaba Emilia apretando los dientes. Celia se encogía de hombros una vez más. ¡Eres desesperante! Sin embargo Emilia sabía que al menos con ella podía desahogarse. Verdad, Celia no la miraba aterrada, como todo el mundo, cuando decía no querer más hijos. Tampoco se escandalizaba cuando le anunciaba que pensaba hacer estudios universitarios. Sí mucho le sonreía, condescendiente, antes de repetirle alguna prédica sobre la importancia de aceptar la vida tal como era, en su carácter originario. Caramba, de tanto

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oírla, Emilia, que en el colegio había sido alérgica a la filosofía (o a la moral, digamos, pues ¿qué más podían enseñar las monjas?) había acabado tolerando su fervor, su obsesión casi, por ciertas teorías vitalistas y romanticoides. Venida de una familia antioqueña de comerciantes y empresarios, casada con el gerente de un consorcio hotelero, Celia hubiera podido muy bien ser ajena a los libros. Sin embargo vivía para descubrirlos y devorarlos con un afán abrasador. Además, aunque no había seguido estudios después del bachillerato, le apasionaban los textos filosóficos. Creo que en el fondo soy pagana, —comentaba chanceando. Sin embargo, cuando hablaba sobre sus lecturas, se ponía casi solemne. A Emilia le costaba seguirla en itinerarios que de algún modo mezclaban lo pitagórico con lo platónico, pasando luego por Espinoza y aterrizando de pronto en Nietzsche. ¿De dónde sacaría Celia ese fervor por lo dionisíaco? "Dionisos es la afirmación religiosa de la vida total", sermoneaba Celia serísima cualquier tarde, mientras los niños retozaban abajo en una algarabía de los mil demonios. Más grande que la casa de Emilia, la de Celia tenía en el subsuelo un local enorme para juegos y en el tramo superior una pieza donde conservaba (o mejor dicho ocultaba) sus libros y sus discos. Allí era donde escribía poemas que nunca mostraba a Emilia. Y donde se entregaba al supuesto "ritual de la danza". ¿Cómo contrariarla? Entre escéptica y curiosa, Emilia le llevaba la idea. Y si no se mostraba interesada en su poesía, sí pretendía compartir su fervor por el baile. Desgraciadamente, el poco ballet que había aprendido de niña parecía acartonado y torpe junto a las espontáneas, arrebatadas improvisaciones de Celia. Empeñada en experimentar con los ritmos eslavos de Smetana y Khachaturian (¿por qué precisamente eslavos? ¿por qué de Smetana o Khachaturian?) Celia bailaba y bailaba hasta quedar exhausta, como vaciada de todo. "El trance dionisíaco", pregonaba cada rato, "descarta la realidad cotidiana". ¿Acaso no se trataba de asumir el cuerpo en la música, asumiendo así la voluntad de la vida, la aceptación del mundo? Por esa época a Emilia le entraron ganas de meterse a un curso de danza moderna. No se atrevía, sin embargo, a consultarlo con el marido. Para qué; Miguel no le pondría cuidado. O diría que seguro esas eran entelequias de Celia Robledo. Luego ¿no se la pasaba con ella? Sí, sí, al interpelarle, Miguel la miraría por encima del periódico desde el sillón de cuero donde solía instalarse después del almuerzo, la miraría con la misma solapada irritación que se le notaba cuando Emilia se atrevía a contradecirle en algo, o cuando pretendía proponerle que como los niños iban ya todos tres a la escuela, quería matricularse en la universidad. ¿En la universidad? ¿Y eso? Para estudiar idiomas. Quiero ser traductora. Siempre quise ser traductora. Desde hace años. Desde que estuve en Filadelfia. Filadelfia, Filadelfia; Miguel estaba harto con los cuentos de Filadelfia. No, no quería

oírle repetir a Emilia lo de la tacañería de las monjas del colegio, lo de la bondadosísima Miss Del Rio, lo del olor a azaleas del parque Clairmount o lo de las regatas en el río Schuykill. Hasta le aburría el chiste de la estatua de bronce de Benjamin Franklin, que solían abrazar las latinas para escandalizar a las gringas. ¡Bahhh! ¡Filadelfia, Filadelfia, al traste con Filadelfia! Y claro ahí mismo Miguel le recalcaría que allá había ido de soltera y ahora estaba casada y debía dedicarse al hogar, o sea que le hablaría otra vez sobre la necesidad de hacer una cosa, una sola cosa bien en la vida: quien mucho abarca poco aprieta. Y... dale que dale con la cantinela de que él mismo había seguido ese consejo de su padre. Si no se hubiera dedicado con tanto ahínco a Seguros Santander, ¿cómo estaría hoy la compañía? Bueno, Emilia asentía, haciéndose la que ponía cuidado, pero con ganas de que se llegara en seguida la hora de que Miguel pidiera el auto y se marchara por fin a la oficina trousseau¿Quién me mandó casarme tan pronto?— le preguntaba rabiosa a Celia. —Debí quedarme en Estados Unidos cuando estuve en el Finishing School. Era de monjas, pero había una profesora mexicana; me hubiera ayudado a quedar. ¿La famosa Miss Del Rio que te sacaba los domingos? —Esa. Todavía me escribe y hasta pide que vaya a visitarla. —¿Y por qué no?— preguntaba Celia templando la voz. Cuando se impacientaba, el dejo antioqueño le principiaba a chirriar, virando a un tono áspero, estridente. Por temor a desagradarla, Emilia callaba. ¿Para qué hablarle más de eso? ¿Para qué repetirle que Miguel no le permitiría desplazarse? Celia se irritaría aún más. O de pronto le daría por abrumarla con su eterna teoría vitalista sobre la importancia de buscar en las propias flaquezas la fuerza de transformar el dolor en alegría, la derrota en victoria. ¿La derrota en victoria? Emilia meneaba la cabeza mirando al vacío. Se sentía derrotada de antemano... Luego sus proyectos de entrar a la universidad, de viajar en algún momento a Estados Unidos, ¿no eran ilusorios? En esa época que ella misma denominaría más tarde "los horrendos años sesenta", las señoras bien de Bogotá no estudiaban, no trabajaban, no viajaban solas, por Dios, Miguel hablaba pestes de las poquísimas que se atrevían a hacerlo. Cómo no, una señora que saliera de su casa para algo que no fuera el Country Club o la iglesia, iba por mal camino. ¿Y quién osaba rebatirle a Miguel? Se creía dueño y señor de la verdad... Educado por los hermanos maristas, luego en la universidad jesuita, había sido un niño modelo antes de convertirse en el mejor partido de Bogotá. ¿Qué muchacha no quería levantarse a ese abogado precoz, de apellido conocido en cuatro generaciones? Miguel Suárez, Mazuera, Gómez, Henao. Recién llegada de Filadelfia, donde había aprendido algo de inglés y sobre todo comprado ropa para su salida a sociedad, Emilia se lo había encontrado en el primer baile, y se había sentido halagada (¿quién no?) de que


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le comprometiera seis piezas de un tacazo. Después, claro, vendrían las invitaciones de rigor: almuerzos en el Country, tés en el Continental, comidas en el Temel, antes de la visita semanal en la casa y la pedida de mano. De la euforia (o mejor la estruendosa aprobación) de sus padres; del turbión de felicitaciones, agasajos, despedidas, preparativos para la boda y compras para el trousseau, Emilia despertaría en la cama asfixiante de la luna de miel, con un hombre torpe y sudoroso acezando sobre su cuerpo y abriéndole la vulva a hurgones aunque ella lloriqueara, Virgen Santa, lloriqueara como una criatura, qué vergüenza, Miguel amenazaba con llevarla donde un médico para ver si era anormal. Por suerte, como estaban en el mejor hotel de Santa Marta y había un mundo de gente conocida, temió que se regara el cuento y no lo hizo. Verdad, desde la luna de miel —pensaba años después Emilia— Miguel comenzaría a notarse irritado. Irritado con los pudores de Emilia, irritado con los malestares de los embarazos, los partos, la crianza de los niños. Irritado cuando éstos lloraban de bebés o cuando gritaban en sus juegos, más adelante. Irritado con su algarabía, con su desorden. Sí, sí, ¿cómo tolerar ese desorden? Según Miguel, la vida era una sucesión de actos planificados, cronometrados casi. Se diría que hasta para dormir seguía horarios y reglamentos. Por la mañana, el despertador a las siete, levantada y afeitada, ducha y vestida lenta y meticulosa, con ayuda de Emilia para abotonar las mancornas y hacer el nudo de la corbata. Luego desayuno en diez minutos: té negro y tostadas que Emilia debía untarle con mermelada de naranja. Al final, claro, rápida cepillada de dientes. Y... a las ocho menos cinco el chofer sacaba el auto del garaje para que a las ocho en punto saliera Miguel con su abrigo Camel bien abotonado, su sombrero Stetson ladeado, y si lloviznaba, un paraguas también inglés. Así era Miguel, sí, su marido. ¿Su marido? Emilia no sabía exactamente cuándo le fue entrando esa desazón, ese malestar, esa suerte de rabia fría ante lo que había sido y sería su vida conyugal por los siglos de los siglos. Verdad, ¿cuándo le entró esa necesidad, mejor dicho esa urgencia de llevar la contraria? Cuando los niños principiaron a ir a la escuela, claro, porque antes andaba en lo de la amamantada y la crianza. Verdad, los cuatro años en que tuvo los tres niños y los ocho en que demoraron iniciando su educación, no le dieron tiempo para pensar en sí misma. Además de la responsabilidad de criarlos, había esa suerte de enjalma con que avanzaba siempre, ciegamente, hacia adelante. El día que te vi por primera vez, pensé que eras una novicia rebelde... —solía decirle Celia burlándose. Verdad que de adolescente Emilia había querido ser monja. ¿Acaso no le quedaban huellas de misticismo? En cambio a Celia nada ni nadie le había impedido leer libros prohibidos desde los trece o catorce años. Celia leía, leía, leía. Después, caramba, siendo tan lectora, cómo le daría por casarse con el locato de Gabrielito Uribe? Misterio. Plata llama a plata, decía la gente. Y verdad que si los padres de Celia eran prác-

ticamente dueños de la industria textil antioqueña, los de Gabrielito tenían la primera, la mejor cadena de hoteles turísticos del país. Por eso lo habían mandado a Miami a una escuela de managers de donde había llegado más acelerado que nunca, con afición por las motocicletas, los autos de carrera y todo lo que fuera fast. Siempre vive de afán. Por aquí no pasa sino a las volandas. A veces hasta les confunde el nombre a los niños. —Celia parecía tomar la cosa con calma, por Dios, casi con satisfacción. A veces, Emilia la envidiaba. Si Miguel fuera así, tal vez ella podría... —¿Sigues con ganas de ir a Estados Unidos? Celia ya le conocía el gesto crispado de cuando estaba pensando que nunca podría salirse, evadirse de lo que ambas llamaban "el muñequero del barrio Chicó". —Castillos en el aire, mija. ¿Y por qué no has de viajar? ¡Te vas a quedar con las ganas toda la vida! ¿Qué te impide irte unos días donde la famosa Miss Del Río? Cosa de preparar la maleta y comprar el pasaje. ¿Cómo, cuándo lo dijo Celia en alguna tarde del año de mil novecientos sesenta y cinco? ¿En la pieza aquella de los altos o en el jardín? ¿En el cuarto de juegos de los niños o en el auto llevándola a casa? Emilia no podía recordarse, pero de lo que sí estaba segura era de que a partir de ese momento había sentido un fogonazo por dentro, sí, sí, algo súbito la había hecho pasar de una inercia que era tal vez cobardía a una suerte de arrogancia, de ímpetu. Verdad, ahí mismo, en ese instante, había tomado la decisión: se marcharía una semana a Filadelfia. Sencillamente organizaría el viaje, llegaría donde su marido y le soltaría la cosa de sopetón: —Me voy a Filadelfia por una semana. ¿Cómo olvidar el gesto abrupto, la mirada torva de Miguel? Ahí estaba clavándole esos ojos del mismo gris acerado que habían heredado sus hijos, los labios finos negándose a una sonrisa que pretendía infligirles fingiendo bromear. Emilia había proyectado hablarle sobre Miss Del Rio, describirle esa mexicana paturra y chistosa, profesora de traducción en el College, que solía sacarla a pasear sábados y domingos. ¿Acaso no le había leído apartes de sus cartas, no lo había hecho reír con el recuento de las pudibundeces y manías de las monjas? Que por esas y otras razones Miss Del Rio hubiera tomado la (¡valientísima!) decisión de dejar la enseñanza y dedicarse a trabajar en una librería, era lo que habría querido contarle Emilia a Miguel en esa ocasión y agregar que Miss Del Rio, la chaparrita, como solían apodarla en el colegio, le había propuesto que se viniera unos días a su casa. Tanto tendrían que rememorar! Emilia andaba entusiasmada con eso de viajar a Filadelfia. —¿A Filadelfia? —Me ha invitado Miss Del Río. —¿La profesora aquella? —Sí, la del College. —¿Y te vas así no más? ¡Me lo dices por chiste! —Te lo digo en serio. —Y yo te digo que no estoy de acuerdo.

—Por una vez, me da igual... —¿Cómo te atreves? —¿A qué? ¡A darme ese disgusto!

¡Bahhh! Ya te repondrás. ¡Necesito irme de aquí unos días, Miguel! —¿Quién te dio la idea, Celia Robledo? No fue ella. Se me ocurrió solita, figúrate. ¿Se te ocurrió viajar así no más? ¡Válgame Dios! Espera al menos que los niños salgan de vacaciones. —Precisamente, quiero irme sin ellos. ¿Sin ellos? ¿Sin los niños? ¿Por qué no? Será sólo una semana. Todo quedará organizado aquí. ¿Con que esas tenemos? Te repito que no estoy de acuerdo. —Y yo te repito que me da igual. —Emilia... no me torees. Si te atreves a irte, soy capaz de lo peor. —¿Lo peor? ¿Lo peor? Emilia se imaginaba el regaño, la reprimenda al regreso. Se imaginaba cuando mucho, la amonestación de los suegros, el escándalo en familia. Se imaginaba todo, todo, menos llegar del tal viaje a Filadelfia, con la valija llena de regalos para los niños y no encontrarlos en casa. Emilia se imaginaba todo, sí, menos la llamada perentoria de Miguel avisando que los había instalado donde sus padres. ¿Dónde tus padres? ¿Por qué? Emilia volvía a preguntar por qué y Miguel contestaba que ella tenía la culpa. Emilia volvía a preguntar por qué y Miguel contestaba que bien se lo merecía. Emilia volvía a preguntar por qué y Miguel vociferaba algo de una demanda, de un incidente de custodia, algo que Emilia no sospechaba, no barruntaba, no entendía, como no entendía tampoco lo del abandono del hogar ni lo de la cita en el tribunal eclesiástico. ¡Emiliaaa! ¿Qué sucedió? ¿Qué sucede? ¿Por qué te quedas así atontada, mirando fijamente el teléfono y como desgonzada sobre la silla? ¡Emiliaaa! ¿Cuánto rato duraste ahí tiesa, quieta, dejando que el tiempo pasara sobre ti como un agua turbia? ¡Emiliaaaa! ¿Qué sucedió? ¿Qué sucede? Celia llega en algún momento, inquieta de que Emilia la llame a contarle del viaje. Y es ahí, entonces, por fin, que Emilia le informa tartamudeando lo del lío ése con Miguel. Es ahí, fue ahí, ¿verdad? Fue ahí, aunque Emilia no lo recordara con certeza sino años después. Aunque recordara sólo a Celia con una taza de té en la mano, acercándosela a los labios, obligándola a beber antes de ordenarle con nerviosismo que se fuera a su alcoba a descansar. ¡Emiliaaa! De pronto esa noche, o la noche siguiente, o la mañana después de tantas noches de insomnio, Celia trajo a los padres de Emilia, o mejor dicho ellos se aparecieron de pronto, gracias a una llamada de Celia, sí, sí, sus padres llegaron armando alboroto y diciendo que Miguel había puesto una demanda en el tribunal eclesiástico, de modo que ella, Emilia, debía defenderse. ¿Defenderse? ¿Defenderse de qué? Fueron sus padres, sí, quienes se presentaron después con ese jurisconsulto calvo y gordiflón, que mencionaba en voz ronca algo de una pensión

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alimenticia y prometía litigar en la Curia Apostólica. Verdad, fue ese mismo señor arrebolado, incansable fumador de tabaco y pariente de no sé qué obispo, quien logró sacarle a Emilia por fin el permiso de ver a los niños. ¡Válgame Dios! Ver a los niños una vez por semana, los jueves de cuatro a seis. ¡Ayayayay! ¿Cómo hacerse la desentendida? ¿Cómo explicarles que ahora vivirían donde los abuelos? ¿Cómo? ¿Cómo? Si por fin Emilia logró soltarles la cosa aunque le sudaran las manos y se le trabara la lengua por andar inventándoles tanta disculpa, fue de milagro. Además, qué desgracia, olvidó en casa los dulces comprados antes de empacarles los nuevos juguetes y sobre todo las raquetas de ping-pong, pues ping-pong, caramba, era lo único que podían jugar en la mansarda del caserón afrancesado de los abuelos, donde los salones se mantenían con los postigos cerrados y los muebles forrados cuando no había visita. ¡Cuidado! La mesa del comedor era larguísima y de una madera tan pulida y brillante que las sirvientas debían poner un paño especial bajo el mantel. Por eso, los niños mejor comían en la repostería, aunque claro, durmieran arriba en alcobas alfombradas, con catres de cobre o camas de baldanquín; y estudiaran todas las tardes en la mansarda, antes o después de jugar ping-pong, mientras Miguel los miraba de lejos practicando billar en mangas de camisa. Sí, sí, Miguel apretando los dientes al dar cada tacazo, pensando en esa cónyuge ideática que se había atrevido a abandonar el hogar dizque para viajar a Estados Unidos, qué vergüenza. ¿Y ahora piensas quedarte en el hogar para siempre? —preguntaba Celia con sorna. —Ya veremos,— respondía la otra en un susurro antes de colgar el teléfono y marcharse volando por entre el infiernillo del tráfico matinal a la polvorienta oficina del abogado canónico, ese cincuentón rubicundo que le daba una chupada al tabaco y se rascaba la calva antes de preguntarle a Emilia por centésima vez si no había viajado con algún parejo a Filadelfia. Y claro, cuando Emilia le repetía que no, volvía a decir que no entendía lo de Miguel, que no se explicaba los términos de la demanda ni el incidente de custodia -y volvía a asegurar, por entre las ojeras, los cachetes, la barriga y los mofletes de sus tal vez ochenta kilos, que de todas maneras la llevamos ganada, mi señora, esto es cosa de paciencia. Paciencia, paciencia, pero paciencia era lo que ya le estaba faltando a Emilia, harta de ver cómo pasaban los días y las noches, de lunes a viernes y un interminable sábado-ydomingo, mientras esos tribunales que parecían funcionar en cámara lenta, seguían exigiendo más papeleos y más diligencias, de modo que toda esperanza podía abandonarse al entrar a los predios del Palacio arzobispal, y a esas oficinas llenas de monjas y curas, con un juez ensotanado presidiéndolo todo en medio de rimeros de códigos y mamotretos de la Venerable Curia Primada de Bogotá. —Allá tendrá que ir Usted —decía el señor gordo— para la diligencia de conciliación. —¿Conciliación? Emilia no iría ni rogada, aunque al abogado canónico se le subiera la

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presión arterial y se pusiera más colorado y sudara mares. No, no quería saber nada de conciliación. No quería volverle a ver la cara de censura a Miguel. Ni de riesgos, por Dios: vivir sola, planear horarios e itinerarios, le había devuelto la confianza en sí misma. Ahora, en vez de aguantar el tedio de cada día cumpliendo órdenes, era ella quien las daba, inventando sus propios quehaceres y hasta arreglándoselas para colaborar en lo del pleito conyugal. Verdad que andaba de lo más optimista, creyendo que la llevaba ganada. Sí, andaba de lo más inocente, hasta enterarse (¡o desgracia!) del memorial aquél. ¿Memorial? ¿Qué memorial? —inquiría Celia, curiosa. —Ya te explicaré cuando nos veamos. Pero qué va, no se veían, no se verían ya más. Emilia inventaría mil disculpas para no ver a Celia y otras tantas para no recibirla o pasarle al teléfono. ¿Por qué diablos? ¿Por qué? Celia preguntaría mucho, protestaría mucho, sobre todo al principio. Luego se alejaría y mandaría una carta llena de reclamos. ¿Por qué diablos? ¿Por qué? Porque no había remedio y punto. ¿Cómo hablarle a Celia del memorial que el abogado de Miguel había presentado ante el tribunal eclesiástico? ¡Vaya un memorial! ¿Quién hubiera creído que un juicio en la Curia Apostólica incluiría un episodio tan bochornoso o un testimonio tan ridículo como ése? ¿Quién hubiera creído que Miguel se valdría de la pobre Leonilde, niñera desde hacía años y súbitamente dispuesta a todo para congraciarse con el señor de la casa? Santa Bárbara Bendita, Emilia no podía olvidar la tarde en que le había llegado por correo el famoso memorial. ¿Qué qué? Ahí estaba el papel de oficio con el membrete azul del escudo colombiano, ahí estaban esas líneas también azules, trazadas para que alguien escribiera a mano lo que de verdad venía a máquina en un lenguaje engolado y lleno de latinajos, Virgen Santa, ¿quién podía entender eso de specie factis, in iure, in factis?, y luego una retórica antediluviana en que venía enredado lo que la sirvienta (¿sobornada? ¿coaccionada?) había jurado por Dios ser verdad sobre "las inmoralidades de la Señora Emilia", sobre "las horas que pasaba encerrada con la Señora Celia dizque bailando", o sobre "el despeluque en que salían ambas, sin zapatos y todas desabrochadas y como jadeando". ¡Carajo! Al leer todo aquello, a Emilia se le salió la palabrota con tanta cólera que casi se atora. ¡Carajo! Por entre la indignación sentía ganas de pegarle a alguien, de darse contra las paredes. ¡Carajo! Así de ofuscada y de frenética, cayó en cuenta por fin de que si no se iba de esa casa y de ese barrio y de esa ciudad nunca lograría... Ya, ya, irse, largarse, huir. ¿Verdad que ahí mismo a Emilia le entró la urgencia de regresar a Filadelfia? Evocando la cara aindiada y bonachona de Miss Del Rio, el cantadito de su voz advirtiéndole que podía regresar a verla cuando quisiera, se resolvió. Claro, Miss Del Rio entendería, prestaría ayuda, cómo no, Emilia le sugeriría en una primera carta lo que en seguida debía ex-

plicarle a gritos por el teléfono aunque Miss Del Rio se inquietara de que le pidiera por favor recibirla de nuevo en su casa porque le urgía irse, huirse, largarse, fugarse por fin, abandonar el hogar ahora sí de verdad, preparar un viaje ya, ya, tomando la precaución, ante todo, de copiarle otra vez la firma al marido para poder legalizar la autorización oficial que el gobierno colombiano exigía a toda mujer casada para salir del país. Falsificar la firma, como recién había hecho en el primer viaje... ¿por qué no? —¿Tuviste problema con lo de la firma? -fue lo primero que indagó Miss Del Río al recibirla en el aeropuerto de Filadelfia con su sonrisa conciliadora y un vestido como de china poblana a pesar del frío invernal. Cuando Emilia meneó la cabeza, la otra preguntó si había podido despedirse al fin de Celia. —¿De Celia? Con tantos afanes, no alcancé. Sin remedio, a Emilia le tocó inventar que no habían logrado verse. Y le tocó explicar, en el atafago de esos primeros días, semanas, meses de estadía en Filadelfia, que había sido mejor así. ¿No hubiera sido muy duro decirse adiós tan súbitamente? Poco a poco Miss Del Río, como otras amigas, como el mismo Henry, se percatarían de que el tema de Celia la perturbaba. Aunque disimulara, lo eludía. Sí, sí, cuando alguien mencionaba a Celia, cambiaba la conversación. Verdad, Emilia prefería no mencionar, no referirse a Cecila. Sin embargo, en ese anochecer que de pronto se había puesto desapacible, la evocaba con desazón. ¿Quién le había dicho recién que Celia había había enviudado y había viajado a la Argentina, que trabajaba en la Editorial Planeta de Buenos Aires? Roberto Vergara, claro. Ya, ya, Emilia se levantó del sillón con la súbita decisión de llamar a Roberto Vergara. ¿Qué sería de Celia? se preguntaba por centésima vez azogada, encendiendo la luz y encandelillándose con la lámpara alógena que hacía rechinar los colores de la litografía colgada sobre la mesita donde había artesanías quimbayas. ¿Qué horas serían? Miró el reloj: más de las ocho... Verdad, Henry tenía laboratorio hasta tarde, y ella debía dejarle lista la cena para que la calentara en el horno al llegar. Pero antes... Rápido, rápido, con un súbito afán, se dirigió al escritorio y buscó en un cajón la libreta de teléfonos. Luego, sin pensar siquiera en la diferencia de horarios, discó el número que la conectaría con la casa de Roberto Vergara en Bogotá y lo despertó al pobre en plena madrugada. ¿Aló? ¿Aló? A pesar de oírse soñoliento y medio sonámbulo, Vergara no pareció sorprenderse de que Emilia llamara para preguntarle por Celia Robledo. Suponiéndola al corriente de que había fallecido súbitamente el día anterior, se limitó a darle el pésame en medio de un bostezo.

—¿Cómo? ¿Cómo?— inquiría entretanto

Emilia fuera de sí. -¡No! ¡No! -repetía chillando en una suerte de hipo, mientras el otro esperaba, perplejo, sin saber qué contestarle.


Jacques Gilard

un feminista de corazón

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Nr. 5 de mayo de 2009

Marvel Moreno © Marvel Moreno

¿Olvidar a Toulouse? Imposible. Su legendaria catedral y su río de nombre femenino me acapararon la imaginación desde que estuve allí… ¿En los años ochenta? Quizás… Antes, mucho antes, recién llegada a Suiza, había conocido en un viaje a París a Jacques Gilard, lúcido y afable catedrático, aficionado a las letras caribeñas. Para mí, cachaca renegada, su fervor por la Costa Atlántica resultaba tan misterioso como

fascinador. A Gilard, si mal no recuerdo, me lo presentó Flor Romero, entonces funcionaria en la Embajada Colombiana, autora de un par de novelas considerables. ¿Quién lo hubiera creído? en esa época, Flor, fundadora en Bogotá de la revista cultural Mujer, se empeñaba en hacerme conocer un francés occitano, interesado en nosotras, las escritoras. Bueno, Gilard brillaba en la Universidad de Toulouse, había recorrido la Colombia costeña y proyectaba investigar o publicar la obra periodística de García Márquez y la obra narrativa de quien los barranquilleros apodaban “El Sabio Catalán”. ¿Confesarlo? con Gilard simpatizamos en seguida y principiamos a cartearnos de Lausana a Toulouse ida y vuelta en primavera, estío, otoño e invierno. Además, él me mandaba textos suyos sobre puertorriqueñas como Rosario Ferré o cubanas como Nancy Morejón. Y claro, yo le mandaba cuentos míos sobre bogotanas inconformes o militantes izquierdistas. En 1978, la revista Caravelle que dirigía publicó un cuento titulado “El Veraneo”, que Jacques traduciría tiempo después con gran esmero, tal como pretendí recordarle un trágico día de noviembre de 2008 en que mi llamada telefónica quedó sin respuesta… Caramba, hubiera querido mencionarle a Jacques también los cuentos míos incluidos en Caravelle durante treinta años, y mis textos publicados en otra revista que dirigía: L’Ordinaire Latino-américain. Bueno, hubiera querido repetirle, además, que en el pasado nuestra correspondencia se había hecho más intensa cuando comentábamos obras de Marvel Moreno, la escritora barranquillera residente en París. ¿Creerlo? Desde siempre, Jacques era su albacea y traductor, aconsejándola e intentando guiarla en los laberintos del mundo editorial parisiense y madrileño. Bueno, sin

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

su asesoría, quizás Marvel Moreno no hubiese logrado consumar lo realizado con su primera novela, vertida a varios idiomas y merecedora de premios internacionales. ¿Proclamarlo? Por su lealtad a las escritoras, ¡Jacques era un feminista de corazón! Sí, sí, durante un coloquio en la Universidad de Toulouse (FEMMES DES AMERIQUES, 1985), sorprendería al cuerpo académico con una ponencia sobre narradoras costeñas, analizando cómo y cuándo Marvel Moreno lograba emanciparse del clasismo y el racismo de su casta, hallando una identidad por fuera de todos los prejuicios. Ahora bien, si en esa ocasión no alcancé a oír a Jacques por estar ausente de Francia, sí pude apreciarle posteriormente, celebrando con él en Toulouse los “25 años de Caravelle” en 1988 y atreviéndome a disertar allí sobre el feminismo latinoamericano. ¿Feminismo? Sí, un feminismo que ya no asustaba al Profesor Gilard de la Universidad de Toulouse, ni al Profesor Rodríguez Amaya de la Universidad de Bergamo, ni al Profesor Roland Forgues de la Universidad de Pau. ¿Negarlo? uno y otro aprobaban congresos sobre ficción femenina y reivindicación de género. Virgen Santa, en esos tiempos el feminismo proliferaba con deliciosa intensidad. Para celebrarlo, nos reuniríamos todos y todas otra vez en Toulouse, cuando Gilard y Rodríguez Amaya organizaron en 1997 un Congreso Internacional para analizar la obra narrativa de Marvel Moreno, recién fallecida. Sí, sí, allí y entonces, la ponencia de Gilard sobre las cronologías de la escritora barranquillera, resultaría tan impactante como la de Rodríguez Amaya sobre su “relojería literaria”. ¡Cuánto recuerdo a Jacques en esa primavera! Y cuánto lo recuerdo años más tarde, en la universidad pirenaica de Roland Forgues, dando otra conferencia sobre las genealogías de Marvel Moreno. Carambas, en esa ocasión le escuchaba yo en compañía de una colombiana discípula suya, Yohainna Abdala Mesa, ganadora de una Beca de Investigación Literaria. Con Yohainna, por molestar, nos chanceábamos llamándole Monsieur le Professeur, pero sabiendo que siempre había sido y sería un feminista de corazón…

Jacques Gilard © Jacques Gilard

AURORABOREAL Especial Helena Araújo

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AURORABOREAL Especial Helena Araújo

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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En domingo

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Nr. 4 de septiembre de 2008

Sebastián Vera Foto © Sebastián Vera

–¡Otra vez en domingo!– dice al entrar, riendo con estridencia. –¡Quieta!– La toma por los hombros y la mira así, largamente, manteniéndola contra el marco de la puerta. –¡Quieta!– pero ella se le escabulle a paso rápido, descartando el bolso y la chaqueta, recuperando de una ojeada el sofá gris, los libros, la mesita manchada con redondeles de vasos. –Toda una tarde aquí! Toda una tarde! ¿Te das cuenta? Siempre afanada, le precede hacia la alcoba y sigue hablando a resoplos, atropellándose, casi eructando las palabras. –Me salieron bien las mentiras, mi familia anda compadeciéndome por estar en la biblioteca de la

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universidad, en vez de ir al cine o a pasear… ¡Uff ! – El cuello del pullover se le engarza, se le atasca, se le atora el maldito. Por fin lo zafa de un tirón dejándolo sobre la silla. Con igual prisa se quita el pantalón y sigue desnudándose, las manos entorpecidas por el afán, como si tuviera que terminar antes de que él se desvistiera con la calma y la parsimonia de siempre. Cuando lo ve acostado, se le aproxima como con frío, las manos cruzadas sobre el pecho: –Me vine caminando para no despertar sospechas. ¡Fue largo! ¡Larguísimo! ¿Has tenido alguna vez la impresión de que el asfalto avanza mientras te quedas tú? –y ya entre las sábanas… –¿la impresión de estancarte, de encallar? –¡Peor que una cotorra! Riendo, él intenta silenciarla con las manos y con los labios, pero aunque ella no pueda decir nada, es como si la sintiera pensando en lo otro, en lo que le sale al preguntar, como amordazada: –¿Nos darás clase esta semana? –Seguro. Con un resoplo se le aparta y se queda bocarriba mirando el techo: –Cuando dejo de venir me parece que no tengo nada que ver con lo que vives ni con lo que haces. Te hablo pero es como si te ocultaras, como si volvieras a tu concha, a tu… ¡A tu caparazón! –Y sin poder moderarse: –¡Caparazón, eso es! ¡Caparazón de tortuga! –Una tortuga errática… –¡Herética! –¡Erótica! La risa de ambos hace eco en las paredes, llenando al fin la pieza, colándose por las hendijas del ventanal hasta la calle, donde se oye transitar un niño en un triciclo a pedaleadas, a chirridos.

De pronto, la voz de ella corta, forzándose: –Reír así, sobre todo en domingo… No soporto los domingos… ¿tú? Él se encoje de hombros. –Voy a carreras de caballos. –¿Apuestas mucha plata? No contesta. Seguro revisa mentalmente el formulario que ha mandado al hipódromo. –Domingo…– insiste ella casi balbuciendo: –¿Te conté que mi padre murió un domingo? Eran las cuatro… Con un gesto impaciente, él vuelve a mirarla: –Me lo has dicho cien veces! Intimidada, calla un buen rato antes de inquirir: –¿Recuerdas el texto del egipcio? –frunciendo el ceño se concentra y las palabras le salen de un tirón: “La muerte está hoy ante mis ojos como la curación de un hombre enfermo”… –pausa y prosigue titubeando, “La muerte está hoy ante mis ojos como la liberación de un cautiverio”. –¡Bien señorita! Y responda, por favor: ¿cuándo leyó usted eso por primera vez? Ya, ya le dice que en esa cama y bajo esas sábanas, con la misma súbita euforia con que le quita los anteojos cuando él principia de nuevo a enmarañarle el pelo, despelucándola a pesar de sus protestas y sus resoplos y esa súplica de que no pero sí, sí y más y hasta que ya no más porque, caramba, se escabulle para ir a orinar. En el baño, ya aliviada, se alisa el pelo ante el espejo del lavabo, engurruñando los pies sobre las baldosas, Quejándose del frío, se pone una bata que está colgada allí, urgida de abrigarse, de tapar esos pechos planos, como de mancebo.


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–Tengo hambre… Sin esperar aprobación atraviesa despacio el corredor, tratando de no resbalar con las babuchas que también ha encontrado en el baño, empalmada la mano a la pared hasta la minúscula cocina. Cosa de abrir el aparador y dar con una lata de conservas que resultan ser espárragos, como verifica al encontrar, acomodar, esgrimir el abrelatas y casi se corta, por Dios. Luego de servirlos en un plato, saca del frigo una mayonesa y la rocía encima. –¿Quieres espárragos? Ya ante la cama, después de tanto malabarismo por el corredor con las babuchas puestas y los platos llenos, se da cuenta de que él dormita y vacila un momento entre marcharse a leer a esa sala que llaman “la biblioteca prohibida” y dejar los espárragos sobre la mesa de noche. –Dices que así te gustan… –Gracias, gracias… Al oírla por segunda vez él se despabila al fin y se incorpora estirándose y rascándose las axilas. Por lo soñoliento, tal vez, o por verse más calvo sin las gafas, ella le nota la edad más, mucho más que cuando… Con algo de pereza, le recibe el plato y lo cucharea hasta formar una suerte de masa blanda y blanca que traga rápido sin fijarse que allí, al borde de la cama, ella toca apenas su propio plato, apenas ensarta uno que otro espárrago en el tenedor, limpiándole la mayonesa. –Voy a ducharme. Por cederle la bata rápido, ella vuelve a la cama. Sin embargo, tan pronto oye el agua de la ducha, se apresura a recoger los platos y dejarlos de nuevo en la cocina, regresando a tiempo de tenderse antes de que él venga,

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antes de husmear la colonia de siempre, antes de verlo enfrente, con la misma bata que ella misma usó hace poco, anunciando que va a buscar un texto para leerle. Eso es, enseguida tomará los anteojos de la mesa de noche, se los calará y antes de ir por el libro, se detendrá como si hubiera olvidado algo, se inclinará y tomará su cara entre las manos, alisándole el pelo por detrás de las orejas y descubriendo una vez más ese rostro flaco y aniñado, los ojos como avellanas brillantes. Va a decirle algo, seguro, sin embargo es ella quien pregunta:

–¿Cuántos años me llevas? –Muchos. –¿Tantos? –Sí, pero eso no importa entre personas que tienen las mismas iniciales. –¿Las mismas iniciales? –De eso me acordé anoche. –¿Tú? ¿Te acordaste de eso? La manera de arquear así las cejas, esa sorpresa y la boca casi abierta, las pupilas dilatándose y un pasmo y como un júbilo y él se queda allí aunque pretenda estar de paso pero lo cierto es que se queda porque sabe que ella quiere que se quede y que sólo allí y ahora puede hallarla así, indefensa, sintiendo cada poro de la piel abrirse al contacto de sus dedos lentos, mientras ambos encuentran las palabras que no se dicen sino cuando él reconoce su manera de dejarse al fin así, con las manos a lado y lado de la cabeza, las manos sin colaborar pero tampoco rechazando, las manos cerradas en puño poco a poco aflojándose y ella sintiéndose jadear así, jadear minutos que parecen horas, horas que parecen días, jadear desde las raíces del pelo hasta los pies que ahora tiemblan, sus piernas también tiemblan y se frunce toda y jadea como si riera, jadea y ríe y gime al final aunque sienta vergüenza de oírse. Cuando abre los ojos, todavía sudorosa, inmóvil para no despertarle, quisiera pero no puede ahuyentar el sueño que la arrastra poco a poco, borrándole la vista del escritorio, el armario, la silla, la imagen colgada junto a la ventana. La virgen-monja de un pintor florentino, virgen-monja de rasgos borrosos ahora que la persiana está apenas entreabierta porque aún hay sol. ¿Sí? Estremeciéndose, tantea bajo las sábanas la mano de él y se le aferra. Un campanario vecino da las cuatro.

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Mito religioso y

conducta en la Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Digital el 17 de octubre de 2010

Cualquier abordaje textual de la temática de la sexualidad en la narrativa de Mario Vargas Llosa, merece una mención del comportamiento erótico como "lugar preferencial en las manifestaciones conflictivas del ser humano". Verdad, si obras tempranas suyas, como La Ciudad y los Perros, implican una incidencia autobiográfica en el

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género "de aprendizaje", obras posteriores, como Los Cuadernos de Don Rigoberto, aluden a lo que llamara Bataille la parte maudite, implicando "la intrafusión de objetivismo y fabulación que conduce de la realidad concreta a la realidad ficticia, donde lo imaginario se conmuta en objetividad, los fantasmas en certitudes y lo inhabitual en banalidad"(l). Novela histórica, testimonial, realista, La Fiesta del Chivo, elude tanto la una como la otra clasificación, aportando al rol de la protagonista principal una idiosincrasia poco frecuente en las heroínas varguianas (2). Y... ¿cómo negarlo? aludiendo a vivencias en que la mitología y la tradición religiosa crean elementos propicios a suscitar ecos intertextuales. Así, además de tomar en cuenta la referencialidad históricoespacial de la obra, se le puede evocar en función del patrón genérico y literario que implica. Principiemos con el nombre de la protagonista: Urania... ¿Por qué Urania? Vargas Llosa comienza identificándola con un nombre que "da la idea de un planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos finos, tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devuelve el espejo"(3). El espejo, la imagen reflejante, sugiere aquí una simbólica involucrada en el destino de quien se teme y se contempla, cautivada por la fatalidad. "Es la larga historia de la identificación de la primera persona singular, incluyendo las solicitudes y amenazas del solipsismo y el debilitamiento de la adhesión al monólogo, tal como se manifiestan, latentes, en la gramática del ego"(4). Se trata del mito de Narciso: un narcisismo lacerado, impide a Urania amar y amarse. En la novela, la sicopatología del proceso incide en la materia textual que distribuye la dramaticidad de la acción, imponiendo un sentido de estructura. ¿Có-

mo puede la historia de un déspota y sus vasallos, un tirano y sus súbditos, un dictador y sus colaboradores, involucrar una herencia mitológica y religiosa? ¿Cómo puede la trayectoria de víctimas y victimarios presentirse como la condenación de quienes abominan sus desgracias día tras día en un vano esfuerzo de exorcismo? La Fiesta de! Chivo es la escabrosa rememoración de una época —la del trujillismo— en un país —República Dominicana— donde la violencia puede llegar a ser un ritual tan compulsivo como lo fuera en ciertas etapas de la antigüedad. Con respecto a la condición femenina, basta observar el caso de la protagonista para evocar la ley patriarcal. ¿Y no obedece la ley patriarcal a modelos arquetípicos? Según Heidegger, "lo que perdura en nuestra cultura del idioma lírico y existencial de los griegos, son nuestras frágiles amarras del Ser". Según Jung, en la sicología humana la búsqueda del ser primordial incita a una configuración de personajes míticos. Según Freud, este proceso introspectivo es importante "por la adecuación lírica y plástica con que el espíritu griego penetra en lo espantoso y en lo demoníaco"(5). ¿Cómo dudarlo? La incursión en lo espantoso y en lo demoníaco logra atraer a un Vargas Llosa ya aficionado a ciertos aspectos de las sagas medioevales e indígenas (6), allegándole —consciente o inconscientemente— a textos de la Grecia clásica. ¿Será posible? Si, si. Su bien documentada versión de la dictadura dominicana tiene en ciertas etapas el rigor de la tragedia ática y el pathos de sus personajes. Así, el paralelismo entre la doncella sacrificada y el pueblo sometido, alude a una simbólica que involucra a Urania, la mujer con nombre de musa o de semidiosa —más que de planeta o de metal. Recordemos, de las siempre notables heroínas griegas, Antígona es tal vez la más famosa. En su libro sobre la tragedia de Sófocles, George Steiner analiza los textos de quienes han elogiado su vocación heroica. ¿Quién no la admira? Por desafiar una ley bárbara y desobedecer a quien la impone, Antígona habré de morir. ¿Cómo imitarla? Tan magnífica es su rebeldía, tan ejemplar su celo y su fervor, que ante ella, sus congéneres se opacan. Ifigenia, quien inspirara — entre otros poetas— a Eurípides, a Racine y a Goethe, merece apenas un segundo lugar. De estirpe real como la tebana, Ifigenia elige, sin embargo, una conducta de sumisión filial que descarta fama y gloria. No esté por demás recordar su historia: nacida en Grecia, debe ser conducida por su padre a Aulide y allí inmolada en un ritual propiciatorio. Antes del sacrificio, empero, la diosa Artemisa se apiada y la rescata, transportándola a un templo donde ha de consagrarse como sacerdotisa. ¿Podrá Urania llamarse Ifigenia? Proporción guardada entre la Grecia mitológica y la República Dominicana de Truji-

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llo, la biografía de una y otra guardan cierta similitud... Recordemos que Urania es hija de un notable y que pese a sus recién cumplidos catorce años ha de ser raptada con autorización y entregada al Dictador. Se trata, evidentemente, de un acto de devoción filial. ¿Cómo dudarlo? "el núcleo del acto de sacrificio, el centro de su fuerza, no es sino el don de si"(7). Así, mientras Ifigenia debe consentir para que su padre halle gracia ante el ejército aqueo, Urania debe consentir para que el suyo halle gracia ante el Estado dominicano. ¿Qué suerte ha de esperarle? Un ritual semejante al que entre pueblos salvajes y primitivos equivalía a la ruptura hymenis (8), la dejará aún con vida, pero muy herida. Presa de pánico, luego de ser ultrajada y repudiada por el Dictador, Urania buscará refugio en el colegio de religiosas donde ha estudiado desde niña. Con la complicidad de una de ellas, logrará huir a E.E.U.U. y becarse en una universidad: pocos años después se graduará en Derecho, convirtiéndose en asesora de una gran firma neoyorquina. ...Y un buen día regresará a su patria a contar su historia. ¿Cómo ocultarlo? para su familia, su exilio ha sido siempre un misterio. Nadie entiende por qué se marchó de repente, por qué no escribió nunca a su padre, por qué se ha pasado la vida año tras año trabajando en el mismo bufete de abogados, encerrándose en el mismo apartamento de Manhattan a leer y releer los mismos libros. Verdad, Urania no se cansa de repasar, analizar, interrogar la historia reciente de su país. Entonces, como surgidos de esos libros que absorben sus ocios de soltera, van brotando los personajes del drama, o sea los funcionarios y colaboradores de Trujillo. Luego, cual un reyezuelo tropical, él mismo, con sus delirios de grandeza, sus manías de militar y sus complejos de advenedizo. Indudablemente, en esta narración, la elaboración de la crónica política debe mucha a la documentación. Se diría un ejemplo de lo que Bajtín denomina crontopos, o sea "procesos de asimilación del verdadero tiempo y espacio históricos en el relato" (9). En este caso, además, la homología de las dos épocas (el pasado evocado y el presente vivido), crea una interrelación dialógica entre el acontecimiento y la experiencia. Definitivamente, los itinerarios del Generalísimo y los conciliábulos con sus favoritos, son motivo constante en la estructura ficcional, así coma el papel que juega la Iglesia en la última etapa de su régimen. A nivel narrativo, esta densa materia textual abarca una pluralidad de niveles discursivos: no sólo del presente al pasado, sino de quienes, como conjurados, se rebelan contra la Dictadura y quienes, coma cortesanos, se someten y colaboran. Definitivamente, se trata de una obra en que "lo real es el pasado, y es real porque está siempre allí, y si se puede decir así, el pasado es el presente" (10). Urania regresa

a Santo Domingo treinta y cinco años después de las acontecimientos que precipitan la quiebra del régimen; sin embargo es la Era de Trujillo el verdadero asunto de la novela, con sus masacres oficiales y su demagogia populista, con su propaganda y sus festivales esperpénticos. Cabe agregar, empero, que entre politicastros, tránsfugos y polizontes, las mujeres se eximen de lo excesivo y de lo superfluo. Personajes ancilares, juegan su rol sin incurrir en el comportamiento hiperbólico de quienes las amonestan, las cohiben o las engañan a la largo de quinientas dieciocho páginas. ¿Cómo negarlo? El suyo es un ámbito muy definido, repartido entre la casa y la iglesia: la esposa dominicana, que en el hogar es callada, sufrida y servicial, "busca en la misa de cada domingo, las novenas, las confesiones y los rezos, el consuelo para las contrariedades de que está amasada su vida"(p.121). Esto no implica, sin embargo, que no se vea atrapada en la red de violencia, terror, intriga y cálculo, del todopoderoso machismo tropical. De este machismo —sobra decirlo— Trujillo es emblema y símbolo. Madre, esposa, hija, amante, están ahí para obedecerle. Como están para obedecer a sus padres, hermanos, cónyuges o rufianes todas las mujeres de la isla. Quienes osan rebelarse no vivirán para contarlo (11). Si, si, de 1931 a 1961, esa isla rodeada por el más azul de los mares y poseedora de un clima idílico, vive bajo los efectos de una maldición. La fiesta del Chivo... No olvidemos que a Trujillo lo apodaban el chivo, que el chivo es la cría de la cabra y que la iconografía medieval lo emparenta con el maligno. Verdad que hay algo diabólico, demoníaco en el poder de Trujillo. Y que su encarnación de Espíritu del Mal, se sugiere y se afirma con frecuencia. Además, en la última etapa de su gobierno —la que concierne a la novela— Trujillo entra en conflicto con la Iglesia. Así, a nivel textual, las secuencias retrospectivas en que el discurso indirecto libre adensa la voz de un narrador heterodiegético, van a recrear toda una etapa de la vida política dominicana, describiendo significativamente a quienes participan en una conspiración para librar al país de lo que Santo Tomás de Aquino denominara la bestia, o sea la personificación de la brutalidad. Sin duda alguna, a oídos de prelados y estadistas católicos, han llegado ecos de la inmoralidad de Trujillo, tanto en sus manejos del erario como de su vida privada. ¿Y acaso la misma aberrante, escandalosa conducta, no distingue a su parentela y a sus favoritos? Cabe agregar que en estas rememoraciones va surgiendo en la narración un esquema contrapuntístico: la solitaria evocación de esa hablante que es Urania, progresará paralelamente al recuento pluralizado de quienes comparten la responsabilidad de suprimir un Jefe otrora aclamado y reconocido. ¿Cómo negar-

lo? Para los conjurados, la muerte de Trujillo tendrá un significado justiciero y hasta legitimo. En cambio, al final de la historia, el sacrificio de la niña pasará desapercibido. ¿Quién lo oculta? El responsable ha sido su padre. Sin vacilar, la ha entregado a ese Jefe que inspira a sus subalternos una devoción rayana en la idolatría. En cuanto a Urania misma, una vez consciente de lo que le espera, una vez delante de ese hombre que procede a violentarla, ha de plegarse con miedo y asco, confesando años más tarde: "Pensé que tenia que dejarme hacer lo que él quisiera apretando los dientes, para poder vivir, y un día vengarme de papá" (p.501). El día de la venganza ha llegado... Cuando, a su regreso a Santo Domingo años después, Urania sale de su hotel a recorrer la ciudad, no se explica cómo, de calle en calle y de esquina en esquina, va aproximándose a su propio barrio y a su propia casa, haciéndose conducir, al entrar, donde ese viejecito calvo que es su padre, inválido desde un no muy reciente derrame cerebral. Ni arrepentida ni desagraviada, se instalará a hablarle durante horas, evocando escenas de su niñez y burlándose de su culto al Dictador. ¿Seria posible que a los trujillistas de entonces les sacaran del alma una vocación masoquista, de seres que necesitaban ser escupidos, maltratados, y sintiéndose abyectos se realizaban? (p.76). Lo mismo va a repetir Urania más tarde, delante de su tía y de sus primas, antes de revelarles por fin lo sucedido años atrás, la víspera de su huida al convento y su viaje a Norteamérica. Finalmente, al terminar una confesión truculenta y penosa, podrá preparar su retorno a un exilio que parece ya voluntario. Se diría que hablando durante horas ha venido

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hallando las cronologías de su propio lenguaje, expresando alternativamente su niñez, su adolescencia y su madurez, en una heteroglossia que hace honor al texto. ¿Llegará a ser cierto? Al relatar lo reprimido durante tanto tiempo, Urania parece haber logrado verbalizar su angustia, pero un misterioso proceso de expiación le impide liberarse de sus traumas. El suyo ha sido un pasado —¿cómo negarlo?— impregnado de cierta religiosidad. Si, si, nacida en tierras muy católicas (12), Urania ha sido creyente desde la infancia. Y sobre todo devota a la Virgen. ¿Acaso no confiesa haber hecho una promesa a Nuestra Señora de la Altagracia? Si, si, en aquellas épocas en que su padre era hostilizado por Trujillo, había prometido a la Virgen conservarse pura toda su vida. Pura, como lo repite riendo con sarcasmo delante de una tía ya anciana, que se angustia al oírla y le ruega que recen juntas para olvidar tanta amargura. Un Ave Maria a Nuestra Señora de la Altagracia. ¿Cómo olvidarlo? En la isla, y en el continente latinoamericano, el culto mariano, sus devociones y santuarios son tradición; imposible negar su adaptación a contextos culturales que con diversa función lo convocan. Desde épocas coloniales, "la piedad popular obtiene el reconocimiento de la iglesia institucional, al comprobarse cómo la imagen de la Virgen crece y arraiga superpuesta al culto de las Diosas madres" (13). lndudablemente, la presencia mariana en la novela, constituye un elemento de economía factual y verbal. ¡Virgen! grita el taxista que recoge a un conjurado el día del atentado contra Trujillo. Otro conjurado, conmovedoramente místico, suele hacer peregrinajes al Santuario de Nuestra Señora de las Mercedes todos los años. Y Urania misma, evoca al entrar en su casa, la estatua de Nuestra Señora que solía verse en todo hogar dominicano de aquellos tiempos. Luego, contando a sus parientas su traumática experiencia con el Dictador, afirma haber salido con vida por un milagro de "la patrona" (p. 511) ¿Cómo negarlo? A lo largo de un relato dialogado en que la dominante narrativa alterna con la dominante descriptiva y el presente con el pasado, Maria auxiliadora y mediadora está siempre presente. ¿Será a esta constante que se debe la alternada conformación de una incidencia mítico-simbólica en un contexto realista? Y ya va siendo tiempo de volver a la tragedia griega, o mejor dicho a la tragedia de Ifigenia en Aulide. Será mucho atrevimiento preguntar: ¿podrá Urania llamarse Ifigenia? Según la mitología, Ifigenia es salvada de la muerte por la diosa Artemisa, quien la transporta en secreto a su templo. Artemisa, recordemos, es una de las diosas vírgenes del Olimpo; se caracteriza por su amor a la naturaleza, a los bosques, a los animales y a las doncellas

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en peligro. Bueno, arriesgando una símil un tanto burda, podríamos remitirla al modelo mariano americano y hacer de esa representante suya en la novela, que es Sister Mary, una variante más. ¿Acaso la noche trágica de su cita con el Dictador, no huye Urania para refugiarse en el convento donde se ha educado? Ha de ser Sister Mary, la Hermana María, quien la acogerá y quien preparará su viaje al exterior. Quizás la analogía no resultaría tan sacrílega si vinculáramos a esta misma Hermana Maria, tanto con la deidad virginal ática, como con quien aporta el Perpetuo Socorro a los fieles cristianos. Y si recordáramos con Julia Kristeva que "cuando Freud analiza el advenimiento y las mutaciones del monoteísmo, subraya que el cristianismo se aproxima a los mitos paganos integrando, a través y contra el rigor judaico, un reconocimiento preconsciente de un femenino materno" (14). ¿Podrá Urania llamarse Ifigenia? Una extraña similitud vincula a la heroína griega con esta muchacha dominicana que al recobrar la memoria experimenta "una certeza que la horroriza". Es la misma certeza de haber sido engañada y conducida al sacrificio. En un ensayo sobre la condición femenina, Rosa Helena Santos-lhlau agrega a las ifigenias de Euripides y de Goethe, la de Alfonso Reyes, publicada en 1923 y titulada Ifigenia Cruel ¿Por qué cruel? Porque es la sacerdotisa de una diosa rebelde, muy distinta de la dulce y forestal Artemisa. Si, si, la Ifigenia americana se impone y castiga, negándose a abandonar su santuario y sobre todo negándose al amor de cualquier hombre. Estallido, agitación, dureza, son condiciones para la función de Ifigenia. Ella va a decir "no quiero", va a rebelarse y su rebeldía va a redimir a la humanidad de la tiranía de los dioses". ¿Cómo ignorarlo?"Al negarse a volver a su patria Ifigenia se niega a seguir engendrando la raza maldita y es así como la redención se produce"(15). Ahora bien, en la conducta de Urania, la dominicana deshonrada pero virtuosa, hay también un rechazo simbólico a procrear en una casta viciada por todos los totalitarismos. ¿Podrá Urania llamarse Ifigenia? —preguntamos por última vez. La redención, en el caso de Urania, seria también una ascendente lucidez. Como la Ifigenia de Reyes, habría recobrado la memoria y se habría horrorizado de su propia evocación. Y como la Ifigenia de Reyes, se habría mostrado implacable para con quienes pretendieran recordarle su desgracia. Nada, empero, le impediría rendirle culto a la razón y culto a la verdad. ¿Cómo procedería la Ifigenia Pensante? "Quitaría a la maldición su poder, al no creer en ella. Pero se haria cargo de resistir a los dioses" (16).

Notas

(1) Cara Olga, "Conceptos Varguianos y Sexualidad" en Escritura y Sexualidad en la Literatura Hispanoamericana. Fundamentos, Madrid, 1990, pp.167 y 169. (2) A pesar de su culto a la Madame Bovary de Flaubert, y de su predilección por heroínas teatrales como La Señorita de Tacna o La Chunga, Vargas Llosa prefiere el protagonismo masculino en su narrativa. Descontando personajes paródicos, como la Madrastra a la Tía Julia, su atención ha sido acaparada por lo que denominara el crítico Donald E. Shaw, "EI Tema del Burdel", considerando "la conducta sexual degradada coma una metáfora de los valores adulterados en la sociedad" (Shaw Donald L, "More Notes on the Presentation of Sexuality", en Carnal Knowledge, Essays on the Flesh, Sex and Sexuality, Ediciones Tres Rios, Pittsburgh, Pa. 1990, (p.120). (3) Vargas Llosa Mario, La Fiesta del Chivo, Alfaguara, Madrid, 2000, p. 11. Nos referiremos a esta edición, limitándonos a citar la página. (4)Steiner George, Antigones, Clarendon Press, Oxford, 1984 p.137. (5) Steiner George, Ibid.124, 132-3. (Versión castellana HA) (6)Cf. Fernández Ariza Guadalupe, "La Guerra del Fin del Mundo de M. Vargas Llosa: Modelos Literarios y Estructura Arquetípica", y Gnutzman Rita: "Dos Mundos en Colisión: El Hablador de Vargas Llosa" en Actas XXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universidad de Barcelona, 1994, pp.193 y 255. (7) Van der Leeuw G. La Religion dans son Essence et ses Manifestations, Payot, Paris, 1955, p.346 (traducción de HA). (8) Ibid. -p225 (9) Purvis-Smith Virginia, en "Ideological Becoming: Mikhail Bakhtin", en A Dialogue of Voices, Feminist Literary Theory and Bakhtin, Karen Hohne and Helen Wussow, editors, University of Minnesota Press, 194, p.49. (10) Pouillon Jean, Tiempo y Novela, Versión castellana, Irene Cousien, Paidos, Buenos Aires, 1970, p.190 (11) Al respecto, se puede citar el ejemplo de las hermanas Mirabal, quienes participaron, con un grupo de políticos y universitarios en el Movimiento 14 de junio de 1959, de oposición a Trujillo. Fueron todas tres asesinadas, tal como se menciona en la novela. (12) "La República Dominicana cuenta con el más alto porcentaje de fieles que profesan la religión católica" -Sánchez Yvette, Religiosidad cotidiana en la narrativa reciente hispanocaribeña, Hispánica Helvética, Lausanne, 1992, p.90. (13) Maturo Graciela, en "La Virgen, anunciadora del tiempo nuevo", en La Mujer, Símbolo del Mundo Nuevo, F.G. Cambeiro, Buenos Aires, 1976, p. 41. Sobre este tema, ver también Araújo Helena, "El Modelo Mariano, tema y variaciones", en La Scherezada Criolla, Universidad Nacional, Bogotá,1989, pp.61-64. (14) Kristeva Julia, Histoires d'Amour, Denoel, Paris, 1983, p148. (15) Santos-Ihlau Rosa Helena, Ifigenia Pensante, Revista Escritos, Universidad Pontificia Bolivariana, No19, Vol. 8, MedeIlín, Colombia, septiembre de 1988. Separata, pp. 4,5,7. (16) Ibid. p.8


La autoficción y el

compromiso en dos novelas de Nivaria Tejera

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Digital en diciembre de 2009

“La autoficción”, dice Marie Dariussec, “pone en tela de juicio la práctica ingenua de la autobiogrtafía”, puesto que “la escritura factual en primera persona no logra preservarse del famoso “novelar” a que incita el paratexto” (1). ¿Dudarlo? Como capítulo del posmodernismo, la autoficción implica una transgresión espontánea y exige una mayor libertad de expresión. Paralelamente, al definirse como “prosopopeya de la voz y del nombre” la autobiografía se atribuye poderes sobre lo rememoriado, admitiendo “la transición, el rechazo, la digresión y la revocación” (2). Cabe aquí preguntar: ¿dónde principia la prioridad de la una y termina la prioridad de la otra? Quizás sea osado decir que en dos de sus novelas la narradora y poeta cubana Nivaria Tejera oscila entre la autobiografía y la autoficción. La primera –publicada en 1959– se titula El Barranco y sucede en Tenerife. Involucrándose como narradora en experiencias vividas durante la Guerra Civil Española a raíz del aprisionamiento de su padre, Tejera se proyecta por fuera del orden temporal al confesar a una corta edad que no entiende “cuando empiezan a suceder las cosas”(p.25). La niña que narra es y no es ella, en la medida en que el discurso imbrica lo ficcional en lo factual. El testimonio histórico, sin embargo, predomina en la evocación. Así, a sus oídos llegan palabras atropelladas: “arriba las manos, las

armas, abran que tumbamos, vivan las derechas y mueran las izquierdas, mueran, que mueran”(p. 28). Así, los días y las noches se asimilan a una pesadilla en que la madre, la tía, el abuelo, anuncian y denuncian la tragedia nacional. Siempre añorado, el padre es una ausencia persistente. Día y noche se teme por él. Premonitoria, la narradora señala y describe repetidamente el sitio sórdido a donde se llevan los condenados: “un barranco enorme y hundido por la vegetación, donde echan los animales muertos y la basura de toda la ciudad”(p.36) El barranco será la alucinación, la obsesión de sus premoniciones. Su padre ha huido de la ciudad, se ha fugado. Trágicamente, regresará poco después, rodeado de gendarmes que han de llevarle a una prisión de extramuros. Desde entonces, la vida de la familia se reparte entre largas esperas desesperanzadas y largos trayectos en bus. Sí, sí, los domingos se visitan los presos, se reconocen las filas de una parentela que se gana lastimosamente el derecho de pegarse a una reja para sentir la presencia de los prisioneros antes de que un guardia interrumpa y todos y todas sientan ganas de llorar. ¿No son los recuerdos tristes? Poco después la familia ha de trasladarse a la finca del abuelo para subsistir “con lo más urgente”, sí, sí, porque las finanzas van “de mal en peor” (p.55). ¿Admitirlo? en el campo, entre cavilaciones, carencias y conjeturas, juegos y faenas, el tiempo pasa despacio. ¿Anticiparlo? Si la familia regresa a la ciudad es para saludar al abogado defensor del proscrito. Y para enterarse de que la guerra sigue: “soldados armados con fusiles, sacan a los vecinos para interrogarlos acerca de “los rojos”, despojándolos de cuanto poseen” (p.68). Finalmente, llegado el día del proceso, a la niña le aterra escuchar amigos que denuncian y acusan a su padre en el tribunal. Sin embargo, cuando el abuelo pide la palabra y añade a la defensa una arenga elocuente y mesurada, los jueces se conmueven y el sindicado

queda libre. ¿Vendrán tiempos mejores? El paréntesis de esperanza va cerrándose cuando la familia debe trasladarse otra vez al campo. En el cortijo se ha de ocultar el padre antes de ser una vez más sitiado y capturado. Sin remedio se le recluirá en otra prisión. Presintiéndolo ante la ventanilla enrejada, la niña no desea saber más, “ni pensar, ni tener oídos” (p.97). ¿De dónde sacará valor? Las visitas en la nueva cárcel serán los jueves. El trayectos igualmente largo y desolador. Unos y otros deberán organizar la entrada.La protagonista cuenta qué triste es ver al padre de lejos “y no poder empujar, empujar hasta que la cola transcurra de una vez” (p.99). Sin embargo, cuando los visitantes llegan, todo es igual: hay esa tendencia a quedarse mudos, inmóviles, mirándose. Sí, sí, todo es igual hasta que se acostumbran, “sin palabras, sin esperanza de que pronto no sea más así” (p.106). Más tarde, cuando los presos son trasladados a un Campo de Concentración, sus parientes deben ir a verlos en caravanas. Para la niña la rememoración es dramática: “Recuerdo que papá pedía algo con los ojos desde donde apenas lo veíamos. Lo miro otra vez con el azadón inclinado y lleno de arañazos de tropezar con las alambradas, impedido de pasar a vernos, sucio, siendo ya una costra, otro cuerpo, un disfraz de agujeros; siendo cada vez más pequeño, como si lo hubiesen tratado de apabullar, de clavar contra un muro y se volviera de herrumbre” (p, 123). De este interminable cautiverio a la fatal noticia de la cadena perpetua, no hay sino unas cuantas páginas asoladas por la obsesión del barranco donde se suelen lanzar los cadáveres de los fusilados; ese barranco tan detallado a lo largo de una historia que –a pesar de todo– no deja de ser luminosa y conmovedora. ¿Aceptarlo? Al lamentar la ausencia del padre, la narradora no logra descartar la reminiscencia de un “antes” vivido en diálogos, encuentros, complicidades. Entonces, los paisajes marinos de Tenerife, sus horizontes escarpados, alternaban con la ciudad de La Laguna, recorrida a pie y en tranvía

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por un risueño intelectual republicano y una niña a la vez dispuesta y traviesa, pícara y dócil. Ahora, en cambio, todo lo invade la nostalgia: banal o inspirada, la evocación surge desordenadamente… Recordando un día feliz, la niña confiesa: “pronto llegaría papá y estaba ansiosa porque me viera. El se pone contento cuando estreno un vestido (…) Corro a pararme en sus muslos y me aprieto a él hasta ya no respiro (…) Mamá dice que soy su novia, pero ella lo dice porque siente celos. No sabría entender que yo tengo una ciudad deliciosa en papá” (p. 26). En la obra que dedica al estudio de las emociones, Martha Nussbaum define el amor como una forma de conciencia dolorosa de una mella o carencia en el ser, acompañada por una ansia de restauración o totalidad (3). Ahora bien, en una niña que debe renunciar a la infancia antes de alcanzar la edad de ciertas compensaciones, la ausencia del padre resulta insoportable: no hay situación en la casa, la finca, o la ciudad, que la normalice. Y las condiciones de violencia y desorden que se viven en la isla, tornan aún más dolorosa la espera: “Guerraguerraguerra. Esta palabra va a romperme. Tengo miedo y es ella que vigila; tengo frío y es ella que vigila. Y papá detrás, perdiéndose. ¿Dónde estará?” (p.33). La lamentación de la protagonista puede ser tan constrictiva como espontánea, aliviando o exacerbando la memoria. Así, por ejemplo, la topografía canaria, será incentiva de ilusiones, pero también de amarguras: “Ir a Faife cada jueves imaginado que es la montaña donde papá se adelantó para encontrarnos un buen sitio a la sombra. Y la sombra es papá, y ya no hay un sitio en él para descansar. Se ha vuelto un filón, una mancha de listas” (p.107). Cabe anotar que a excepción de una compañera colegiala a quien ve de vez en cuando, la niña poco se entiende con gente de su edad. La relación con su hermano menor es reñida y aún más reñida es la complicidad que le acerca a un gamín llamado Titico, que se encuentra a veces en la ciudad. ¿Anticiparlo? la tercera

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parte de la novela –ya imbricada en la ausencia definitiva del padre– configura la pre-adolescencia de la protagonista. ¿Cómo evitar allí las encrucijadas de una incipiente sexualidad? Con respecto a Titico su actitud es ambigua: “Cuando él se me para delante sin dejarme pasar, aunque mire a los lados yo noto el movimiento de sus manos, y me da asco y me entran ganas de escupirle. Y cuando llego a casa busco ese sitio en mí, palpo, para saber lo que sintió. Entonces me da como una corriente en todo el cuerpo” (p. 107). Esos episodios, la niña no se atreve a describirlos a una madre que la riñe ácridamente al sorprenderla con una amiga intentando comparar cierto sitio del cuerpo con el de ella, “para saber si son iguales” (p. 107). Sufriente, celosa, resignada, la madre constituye un modelo convencional. En verdad, ni ella, ni la tía, ni ninguno de los personajes femeninos rebasan una condición subalterna. Fatalmente, la narradora ha de sobrevivir en un mundo de hombres que pueden ser “buenos” como el padre, el abuelo y el abogado –o “malos” como los guardias, soldados y jueces fascistas. Su drama es el de quien sueña y lucha por hallar valores en una época de violencia e injusticia. Y su drama es la ausencia del padre: “él puede estar aquí o en alguna parte donde haya soldados, aún al aire libre, donde ellos acostumbraban acampar. Además estoy habituada a no encontrarlo en ningún sitio” (p. 117). Comparar esta novela de Nivaria Tejera con otras que trazan itinerarios femeninos en la época de la Guerra Civil Española admitiría un amplio espectro de intertextualidad. No se puede negar, por ejemplo, que autoras como Carmen Laforet y Ana María Matute tienden a concentrarse más en las variantes de la pubertad femenina que en las de la infancia. Para las latinoamericanas, en cambio, el caso de la rebeldía pre-adolescente resulta tan frecuente como el de la obsesión por la personalidad paterna, o por su propia, enfermiza soledad. En la novela de Clarice Lispector Perto do Coraçao Salvagem el duelo por la muerte del padre equivale a una primera toma de conciencia. En un relato de Silvina Ocampo titulado La Autobiografía de Irene, la protagonista no sólo vive obsesionada por su ausencia sino que presiente su muerte, suscitando extrañeza y consternación entre quienes la rodean (4). Más próxima a Tejera en sus descripciones y situaciones álgidas, Alba Lucía Ángel combina en su segunda novela el contexto histórico y el drama íntimo de una niña enfrentada la gran crisis social de la violencia partidista colombiana (5). Ahora bien, se hace evidente que unas y otras y otras acusan rasgos de apasionamiento y rebeldía que conciernen su propio desarrollo. Como dice Juliet Mitchell: “Aún antes de la rivalidad con respecto a la madre a causa de sus exigencias hacia el padre en el curso de una fase edipiana positiva, se ha de notar ya en la niña una actitud de considerable hostilidad. (…) Esto pudiera muy bien atribuirse al hecho de que no hay ni fondo ni límite al amor infinito de la niña y a su demanda de amor, al hecho de que no puede haber ninguna satisfacción posible,

y de que la inevitable frustración puede producir sentimientos violentos (6). Espontáneo, intimista, sincero, el texto de Tejera puede ser testimonial, manteniendo sin embargo a la autora “alerta ante toda expresión que la conduzca a la aventura poética”(7). En 1971 la escritora cubana gana el premio Biblioteca Breve de Barcelona con su novela Sonámbulo del Sol. Si es cierto que su protagonista tiene rasgos autobiográficos, no alcanza la veracidad de quien cuenta, confiesa y escribe en Espero la Noche para Soñarte, Revolución, publicada en francés en París en 1997. Desde entonces, desde siempre, Tejera se ha aliado a vanguardias que intentan “cuestionar los principios de la identidad heredada, transformando las relaciones contiguas entre los seres y los objetos a la vez que transforman los procesos de enunciación”(8). ¿No ha de experimentar con la escritura, exacerbando las caracterizaciones y atreviéndose a organizar, ampliar, recortar el texto? Como autora posmoderna impugnará la linealidad del relato, manejando con intrepidez las técnicas del flujo de conciencia y el monólogo interior. Espero la noche para soñarte, Revolución, es una obra polifónica que recrea desde diferentes voces narrativas los itinerarios de una escritora enredada en las camarillas de la burocracia cubana, atosigada por las consignas y por la grandilocuencia militante. ¿Dudarlo? La crítica contemporánea reconoce que las formas de la memoria se asemejan a las de la ficción. Aquí se evoca, se rememora, se recuerda… Como ha dicho Martha Nussbaum: “Las emociones tienen una estructura narrativa. La comprensión de una sola emoción es incompleta a no ser que su historia narrativa sea captada y estudiada por la luz que irradia” (9). Implícitamente, la escritura de Nivaria Tejera admite un sentido de la discontinuidad, implicando el rechazo de un ambiente hostil y amenazador. Para ejercerse, esgrime una ambigüedad y una hibridación que “produce nuevas combinaciones y extrañas inestabilidades en un sistema semiótico dado, generando la posibilidad de cambiar los términos del mismo, borrando y cuestionando las relaciones que lo constituyen” (10). ¿Admitirlo? Tejera se sabe inerme ante las evidencias de un pasado que la incita a protestar y a denunciar. “¿Cómo escribir este libro sin que sea una novela? ¿Cómo no serlo si todo lo que dejó de ser real entra en el campo de la ficción?” (p. 13). Desorientada, la protagonista no alcanza a ofrecer argumentos legales para su ruptura ni explicitar sus enfoques de la revolución. ¿Podrá salir al otro lado? Al encontrarse con colegas el malestar se acrecienta. Quiéralo o no será una renegada, como lo confiesa al amigo con quien a ratos intenta comunicar: “Me siento utilizada en tanto que parte de una generación que a pesar de su desgraciado exilio continúa creyendo en su regreso allá” (p.106 ). Como delegada diplomática, se ha alejado de La Habana, ha viajado a París y a Roma. Sí, sí. ¿Y después qué? Después se ha sabido criticada y espiada, se ha angustiado y ha renunciado, sí, sí, marchándose como se marchara otrora de la España fascista. ¿Negarlo? Si durante años


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vivió denunciando la dictadura de Franco, no fue para acceder a una vida de intrigas y delación, ni para lidiar gentes capaces de adular a un líder “que se inventó una revolución a lo tropical, vociferando” (p.33). Espero la noche para soñarte, Revolución, es un título surrealista de una novela que avanza a fogonazos en los trayectos de un tren metonímico o en los aposentos de “una de las tristísimas cancillerías tropicales adornadas de flores artificiales”, donde es difícil soportar “la atmósfera persecutoria de los estrechos pasillos” (p.56). Imposible leer, releer esta novela sin volver a los dilemas de la autobiografía como género. A lo largo del texto, “el único personaje real es quien escribe (y fabula al rememorar) en la medida en que lo esté haciendo en el instante presente de su enunciación-escritura: no es necesariamente real, sin embargo, el propio marco narrativo que se le da a esa enunciación” (11). Una mujer viaja y evoca, llora y escribe. Al encontrarse, paradójicamente, dentro y fuera del sistema de representación, atenta contra el falogocentrismo y su constitución binaria para imponer una visión alegórica, sardóni-

ca, provocadora. “En la novela posmodernista, el sujeto no es más que un sistema de construcción textual, y la identidad no es más que una ilusión producida por el lenguaje”(12). Además, “las escritoras de vanguardia privilegian, encima de los derechos del linaje, los cortes episódicos y la transformación de la materia, tal como se realizan mediante el juego visual o verbal”(13). De este modo se renunciará a la trama lineal, se privilegiará la intuición y se multiplicará la vivencia interior sin que la ingerencia de la historia rechace las coordenadas que Bakhtin denomina “cronotopos”, o sea “procesos de asimilación del tiempo histórico real en la literatura”(14). Así, durante un largo, angustioso tanteo en reminiscencias y recuerdos, la protagonista manifiesta perturbaciones al vivir traumas, crisis, epifanías. Sin embargo, en este recorrido ha de revelarnos que “la autobiografía no es una restauración del pasado sino un acto singular de autocreación como respuesta, responsabilidad o promesa de verdad.”(15). Sobre la escritura de Nivaria Tejera se ha dicho que “las fronteras desordenadas comienzan en su prosa poética y continúan en múltiples exilios, su condición geográfica fronteriza y el plurilingüismo de sus textos”(16). A estas acepciones podríamos agregar la de un discurso que oscila de lo ficcional a lo factual en la configuración de ambientes y protagonistas. ¿Admitirlo? Al acentuar la importancia del componente pragmático en la enunciación, la autora se ejerce en una textualidad autobiográfica y específicamente femenina. ¿No lo sugieren así las dos novelas que tomamos en consideración? Una y otra involucran a un sujeto emisor y a un sujeto lector que se determinan. Una y otra remiten a aspectos de la vida real registrada por el discurso. Una y otra se ejercen en procesos retóricos, tropos y figuras. Una y otra emplean la memoria como fuente de datos y el sueño como sustancia imprescindible. En un ensayo sobre la autobiografía, Sylvia Molloy afirma que “las formas de autodefinición se estructuran en función de las texturas discursivas de las que el autobiógrafo puede disponer según su momento histórico, su instrucción y las idelogías que circulan en el momento de la escritura.”(17). Ahora bien, resulta evidente que al describir sus trayectorias durante la guerra civil española y durante el régimen castrista, Nivaria Tejera no sólo cumple con estos postulados sino esgrime un lenguaje elocuente y preformativo, creando espacios de resistencia en cuanto a su propia encrucijada existencial. Si como lo han sostenido Genette y otros investigadores, la narrativa contemporánea no acusa rasgos exclusivamente subjetivos u objetivos, “desde un punto de vista estrictamente lingüístico, los enunciados ficcionales no se diferencian de los enunciados factuales.”(18). Con respecto a Nivaria Tejera, cabe añadir que en dos novelas dignas de una lectura política, tanto lo documental como lo imaginado, lo personal como lo histórico, brotan de un compromiso ajeno a todas las clasificaciones: el de la lucha por la justicia y por la libertad.

Notas 1. 2. 3.

4.

5.

6. 7.

8.

9. 10.

11.

12.

13. 14.

15.

16.

17.

18.

Colonna Vincent, Autofiction et autres Mythomanies Littéraires, Editions Tristram, Paris, 2004, p.241 Catelli Nora, El Espacio Autobiográfico, Editorial Lumen, Barcelona, 1991 p.15 Cf. Nussbaum Martha, “Upheavals of Thought”, The Intelligence of the Emotions, Cambridge University Press, 2001-2006, p.209 Cf. Araújo Helena, “Entre la Inocencia y la Indecencia”, La Scherezada Criolla, Ediciones de la Universidad Nacional, Bogotá, 1989, pp. 110-112 Cf. Osorio de Negret Betty, “La Narrrativa de Alba Lucía Angel o la creación de una identidad femenina”, Literatura y Diferencia, Vol.I M.M. Jaramillo, B.O. de Negret, A.I Robledo, editoras y compiladoras, Bogotá, Universidad de los Andes y Universidad de Antioquia, 1995, pp.379-84 Mitchell Juliet, Psychanalyse et Feminisme, Edition des Femmes, Paris, 1974, p.102 Burgos Elizabeth, “Del Sueño a la Escritura”, Homenaje a Nivaria Tejera, ENCUENTRO DE LA CULTURA CUBANA, Madrid, invierno 2005-2006, p.48 Masiello Francine, “Especulación sobre la Novela Femenina de Vanguardia”, Revista Iberoamericana, Universidad de Pittsburgh, Vol. 132-133,1985, p.817 Nussbaum Martha, Op. Cit. p. 236 Ty Eleanor, “Desire and Temptation A dialogue of Voices”, Feminist Literary Theory and Bakhtin, Hohne and Wussow Editors, University of Minnesota Press, 1994, p.99 Marin Salustiano, “Hacia una tipología de las Estructuras de la Instancia Enunciativa en la Escritura Autobiográfica” en Escritura Autobiográfica, José Romero y Alicia Yllera compiladores, Visor Libros, Madrid UNED, 1992, p.290 Ballesteros Isolina, “La Creación del Espacio Femenino en la Escritura – Literatura y Diferencia”, Vol. II, M.M. Jaramillo, B.O. de Negret, Angela I Robledo, Compiladoras y editoras, Bogotá, Univerisdad de los Andes y Universidad de Antioquia, 1995, p. 376 Masiello Francine, Op. Cit. p.817 Purvis Smith Virginia, “Ideological Becoming” en A Dialogue of Voices, Feminist Literary Theory and Bakhtin, Hohne and Wussow Editors, Univeristy of Minnesota Press, 1994, p.49 Loureiro Angel G., “El Rehén Singular y la Oreja Invisible” en La Ansiedad Autorial, Compilación y Edición de Margara Russotto, Editorial EQUINOCCIO, Universidad Simón Bolívar, Caracas 2006, p.37 Hernández Ojeda María, “Una Escritura sin Márgenes” – Homenaje a Nivaria Tejera, ENCUENTRO DE LA CULTURA CUBANA, Madrid, Invierno 2005-2006, No 39, p.36 Citada por Klein Eva en “Sobre las dificultades de definir como género”, La Ansiedad Autorial, Compilación y Edición de Margara Russotto, Editorial EQINOCCIO, Universidad Simón Bolívar, Caracas, 2006, pp.50-51 Kohler Heliane, en Figures du Récit Fictionnel et du Récit Factuel, “Présentation”, (traducción de la cita de Helena Araújo), Heliane Kohler Editeur, Presses Universitaires du Franche Compté, 2003, p.11

OBRAS CITADAS

• Tejera Nivaria, El Barranco, Ediciones Idea, Colección Canarias, España, 2004 • Tejera Nivaria, Espero La Noche Para Soñarte, Revolución, Ediciones Universal, Miami, Fla. 2002

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indicios de inferioridad puede asimilarse a una ética de la discordia. A lo largo del texto, las historias se contienen unas a otras, pero, a su vez, se encajan o se diversifican dando lugar a identidades múltiples femeninas o masculinas. Como en sus relatos de juventud, Buitrago “penetra, describe, analiza, parodia, retrata y burla, sin dejar de pintar a color el ámbito ni abandonar la atención del lector”. 5

La mujer que sabía demasiado

Novelistas colombianas ¿Denuncia o compromiso?

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Revista Universidad de Antioquia Nr. 301 julio - septiembre 2010 páginas 47-52

En un texto digno de recordarse, Francine Masiello afirma que “la resistencia máxima de la literatura femenina de vanguardia se ve en el desafío al logos y en la reconstrucción del sujeto”. 1 Posteriormente, Cynthia M. Tompkins se referirá a la función deconstructiva del postmodernismo como elemento de resistencia política, imponiendo “una ética de la discordia, al señalar los efectos nefastos de las prácticas sociales del pasado y de los tiempo corrientes”. 2 ¿Negarlo? Un compromiso de disidencia puede inspirar a ciertas colombianas del postboom: tan reacias al realismo mágico como a la temática intimista, ejercerán preferiblemente en la novela urbana.

Un bello animal En la primera década del milenio se destacan figuras estelares como Laura Restrepo,

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Ángela Becerra, Pilar Bonnet.3 Antes que ellas, sin embargo, ha publicado mucho Fanny Buitrago (1945), “sus relatos y novelas son como las calles de nuestra realidad. Por ellas van los modelos aprendidos e inventados, la falsedad, la pacatería, la falsa moral y el encubrimiento, la mentalidad burguesa en el sentido más amplio y escueto de la palabra”. 4 ¿Admitirlo? En Buitrago un corrosivo realismo desenmascara la plutocracia incrustada en el engranaje político y los medios de comunicación. Privilegiando la indeterminación y la parodia, la narradora analiza ambientes viciados por la publicidad y el consumismo. En Bello animal (2002), la sospechosa muerte de una modelo llamada Gema Brunés (ídolo e ícono de la belleza femenina), revelará a lo largo de largos episodios su ascensión a la fortuna y a la fama; en brazos, o mejor, en garras de padrinos, cónyuges o pretendientes. Textualmente, las mujeres que la envidian, adulan o cortejan, los hombres que la usan, engañan u obedecen, surgen como arquetipos de una sociedad viciada. Un senador turbiamente elegido, un publicista ávido, una presentadora televisiva y un millonario sibarita, logran meterse en aventuras que pueden derivar en lo grotesco durante veladas y zambras donde el trago y la nieve empujan al delirio. Para el libidinoso Aurel Estrada (como para sus socios y compinches) “todo está manipulado por la publicidad: el comercio, la búsqueda de la identidad y placer, la política, la guerra, hasta las relaciones personales. No se escapan ni la religión, ni la ciencia ni la muerte” (p. 35). Aquí, seis capítulos divididos numéricamente a lo largo de imprevistos, conmemoraciones y telepatías, imponen un discurso lúdico y un dialogismo que incurre en simulacros. Si las descripciones de la Bogotá decadente intentan enmarcar una caracterización de la mujer-objeto, el rechazo a

Polar, novela negra, relato de técnica dialógica y suspenso dosificado, esta obra tiene además valor testimonial. Fallecida prematuramente luego de una brillante trayectoria, la autora seguirá siendo aclamada por sus logros en el ensayo y la narrativa, sobre todo en ambientes de temática histórica, denuncia social y signo documental. Al revelar las estrategias de funcionarios y políticos ante el creciente poderío de las mafias, Silvia Galvis (1946) construye su propia semántica y su propia semiótica. Así, los itinerarios de una chica aventurera, habilitada para comercios ilícitos, se desarrollan en diez capítulos intensos, repartidos entre atropellos, violencias, sobornos y felonías. ¿Cómo evitarlo? La revisión de su pasado y la descripción de su deceso la erigen en heroína folletinesca. Frente a su turbia, azarosa trayectoria, la del fiscal Nolano surge como itinerario ejemplar, no sólo fiel a leyes y códigos sino a la mejor literatura. Sí, sí, en medio de tanto desbarajuste, el fiscal quería “escribir una novela policíaca porque el género planteaba un tema en la conciencia humana: la batalla entre el bien y el mal; pero ganar la batalla presuponía buena fe y esa había sido extraditada de Colombia hacía tiempo”(p. 157). A lo largo del texto, Nolano y su amiga Sara B, Nolano y su colega Tobías, se mueven en un laberinto de complots, encuestas y sumarios, intentando una investigación que pretende ser exhaustiva. ¿Confesarlo? En interrogatorios y procesos que recuerdan ciertas famosas series de televisión, Sara B aporta humor y fina ironía. Nolano mismo, tan aficionado al género detectivesco, cita con gracia a Conan Doyle, a Hammet, a Chandler, a Simenon, creando novelas-dentro-de-la-novela que intrigan y divierten. Al final, su fracaso y sacrificio comprueban lo que Sara B ha afirmado siempre: “Colombia es una narcodemocracia desgobernada por el narcogobierno más corrompido del planeta” (p. 99). Recordemos, Silvia Galvis publica su Polar cuatro años después del novelón de Fanny Buitrago. Ambas obras pretenden ser urbanas y apelar a una temática de resistencia en una década ajena al realismo mágico, la mística izquierdista y otras manías del boom. Postmodernistas, Buitrago y Galvis se ejer-

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citan en un dialogismo “que estructure desde el interior el modo mismo sobre el cual el discurso conceptualiza su objeto y hasta su expresión, transformando la semántica y la estructura sintáctica”. 6 Si esta “transformación” se siente sobre todo en Buitrago, alcanzando desórdenes carnavalescos e incitando a la transgresión y a la ruptura, en Galvis todo se inicia en una trama lineal clara, que se enraza de jurisprudencia formal y retórica leguleya, y alcanza a matizar rigores con burlas y decretos con chistes. Todo ello, de verdad, ¿para qué? Para explicitar, relatar, interpretar a una Bogotá que fuera Santafé hasta resurgir como un mundo de “alrevesada, heteroglósica exhuberancia, de incesantes excesos donde todo es mezclado, híbrido, ritualmente degradado y corrompido”. 7

Mortajas cruzadas ¿Recordarlo? Para muchos de sus ilustres habitantes una ciudad como Bogotá impone entierros dinásticos y honras fúnebres de alcurnia. En esta primera novela de Lina María Pérez (1949), intrigas y maniobras, promesas y delaciones rondan los camposantos. Adolfo Valdivia, novelista elegante, pretende superar su megalomanía en torno a la publicación de un best-seller titulado Angulo recto. Las dudas que lo abruman durante la elaboración de una segunda obra, le incitarán a una tanatofilia casi maniática. Así, Oliviana, su secretaria amanuense, deberá asistir a entierros y funerales y elaborar informes para nutrir sus ficciones. ¿Cómo evitar que se convierta en una musa imprescindible? ¿Cómo evitar que suscite los celos de la novia de Adolfo y de la querida de su mejor amigo? Una y otra viven en Bogotá, “donde los chillidos de gatos se confunden con los llantos de perros. Y los gamines drogados se vengan de sus desgracias con gritos y carcajadas despertando a aquellos que están en una cama tibia” (p. 114). Cuando el mejor amigo de Adolfo se asume gay justo antes de marcharse con un apuesto mancebo, su compañera incurre en un vulgar crimen pasional poco antes de engullir una astronómica dosis de barbitúricos. ¿Y de Oliviana qué más? Como toda una chica liberada, alternará coqueteos con Adolfo y amoríos con un estudiante guajiro apodado Lafinur (en honor a Borges). Afiliado a grupos extremistas que terminarán asesinándolo en un ajuste de cuentas, Lafinur posee “el nombre y el cuero de cada ser humano que padece injusticia en el país” (p. 206). ¿Revelarlo? Lafinur de verdad se llamaba Maratey Ureguana y era jefe de estructuras urbanas de un archifamoso ELT. ¿Y Adolfo? Luego de una larga, tétrica, dolientísima ausencia, se comunicará con Oliviana y ambos decidirán irse una tarde a la laguna

de Siecha, alquilarán una barca y arrojarán por la borda los trofeos del guerrillero sacrificado. ¿Definir la novela? Quizá como un texto de refinada sardonia y delicada ironía, en que el desarrollo de la narración a través de diversos niveles se sucede con gracia y naturalidad. ¿Por qué no? Semántica inteligente para escenarios de tanatofilia cuya simbología suscita (diría Barthes) el “placer del texto”. Si su realismo sofisticado no alcanza a ser técnicamente dialógico, la yuxtaposición de gestos y reflexiones por parte de los actantes impone cierta dualidad. ¿Aceptarlo? La indeterminación alcanza aquí niveles semejantes a los que alcanzan en escritos de vanguardia el flujo de conciencia o el monólogo interior. Rompiendo el orden cronológico, el discurso asume referencias a diversas opciones y finalmente se define por su ambigüedad. En los narradores-novelistas, los comentarios auto-reflexivos sobre el proceso de la escritura densifican instancias del subconsciente. Al insertar su identidad entre la primera y la segunda persona, éstos y otros testigos de los eventos descartan toda obviedad. Si el suyo es un perspectivismo que desecha la fe

en un sujeto unificado, las caracterizaciones que suscitan les aproximan al paradigma. Como confiesa Oliviana en una de sus meditaciones: “Mis sesiones nocturnas con mi literatura comenzaron a desprenderme de algunos de mis Adolfos” (p. 223).

Una isla en la Luna Novela urbana y quizás novela negra, Una isla en la Luna, de Consuelo Triviño Anzola (1956), recauda elementos románticos aunque lidie con la generación hippie. Monólogos que autodescriben o autoanalizan a la juventud rebelde y ávida, ingenua y utópica de las élites capitalinas, alternan aquí con disertaciones de un erudito maestro foráneo o divagaciones de un arquitecto prudente pero enamoradizo. Así, a lo largo de 217 páginas, la protagonista estelar será Aura, estudiante candorosa pero inquieta, escandalosamente ajena a las tradiciones beatas y reaccionarias de su familia. Sí, sí, desde los 17 años Aura ingresa en una escuela nocturna de periodismo, hasta lograr redactar artículos sobre temas tan escabrosos como

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las estrategias y rutinas de vagabundos callejeros. Poco a poco, sin embargo, su obsesión por la prensa se ha de convertir en una obsesión por la literatura. ¿Cómo? Al conocer una tarde, casualmente, a un escritor apático y misterioso. ¿Creerlo? Sí, sí, amor a primera vista. Sergio León Gómez, autor de una novela titulada La muerte del día, pasa interminables veladas meditando, bebiendo, drogándose o polemizando con un catedrático extranjero llamado Blume. ¿Quizás por ser éste un ídolo de la intelectualidad capitalina? Difícil saberlo. Sobre todo tratándose de un individuo como Sergio León Gómez, quien luego de pasar su niñez en la fastuosa hacienda de sus antepasados, viaja por Europa y Estados Unidos antes de regresar a encerrarse en una quinta bogotana con muy buenos libros y muy buen servicio por parte de la joven hija de una negra que fuera la querida de su difunto padre. Ególatra y megalómano, alcohólico y toxicómano, Sergio León vivirá desde entonces para la creación literaria. Y se dejará querer por Aura. ¿Aura? Sí, Aura, muchacha dispuesta a dejarlo todo para dedicarse a copiarle sus manuscritos y a soportarle su amancebamiento con una criada de ancestro africano. ¿Cuánto más aguantará esa Aura que antes solía ejercerse como periodista? Bueno, tal vez con Sergio León estará mejor que viviendo en el centro de Bogotá al lado de una excéntrica amiga gringa o compartiéndolo todo con los miembros de una comuna hippie que la menosprecian. ¿Cómo entender a Aura? se pregunta un ingenuo y tal vez altruista vecino del barrio, arquitecto profesional y dispuesto a darle consejos y acompañarla. ¿Creerlo? Será este testigo de su derrota quien acabará manteniéndola y protegiéndola, luego de una oscura noche de vagabundeos en que Aura será atacada, abusada y herida por maleantes. Bueno, después de hacerla trasladar de urgencia a una clínica, su devoto admirador se dedicará a amarla con la misma desoladora pasión con que ella, Aura, ama a Sergio León Gómez. Vagamente decimonónica y romántica, Una isla en la Luna se construye en líneas paralelas, admitiendo alusiones a temas literarios. Al insertar a lo largo del texto ciertas descripciones de pronósticos, la autora crea dilemas en torno a la realidad: film de horror y relato medido en suspensos, la novela no alcanzaría a ser plenamente veraz si la transgresión social y la filiación de la protagonista no se concentraran en una poderosa subjetividad. ¿Dudarlo? Tanto Aura como el narrador que la sigue, la persigue y la favorece, profesan una vocación de responsabilidad ante el prójimo, una generosidad que impone doble sentido a su propia conducta. Así, su pasión y su sacrificio inspiran un fervor mimético. A lo largo del texto, más que la individualidad de los protagonistas se tiende a contemplar sus trances: finalmente, el vacilar entre posiciones subje-

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tivas crea un juego de ausencia y presencia que concierne a la identidad. ¿Admitirlo? Estas técnicas de fragmentación y auto-reflexión atentan contra las convenciones del realismo, reforzando mecanismos deconstructivos. Al final, según dice el narrador, se admite que “la verdad es esquiva, no vale la pena buscarla porque muchas veces el velo que entorpece nuestra visión oculta un vacío que llenamos con nuestros fantasmas” (p. 183).

La firma de Jota Ahora bien, si para Fanny Buitrago, Silvia Galvis, Lina María Pérez y Consuelo Triviño Anzola el escenario urbano es Bogotá, para María Teresa Ramírez Uribe (1948) será Medellín. Sí, sí, la Medellín de los grandes negocios y las grandes familias, en que el portero de alguna deslumbrante urbanización anda anunciando visitantes que ingresan en autos de lujo. ¿Anticiparlo? En ese ambiente ha crecido Juan David Reyes, rodeado de gente privilegiada y mimado por una madre que fatalmente fallece en el primer capítulo del folletín. Una esposa bonita y remilgada y un par de niños en edad escolar completan el cuadro en vísperas del sepelio de la respetable matrona y de la irrupción de un par de gendarmes en la oficina donde Juan David Reyes se desempeña como gerente de una compañía aérea inexplicablemente involucrada en la compra-venta de un Piper secuestrado. Ese día, Juan David —apodado Jota por parientes y amigos— será detenido, esposado, trasladado a la fiscalía y de allí —en vuelo de urgencia— a la cárcel de Villavicencio. Si tal atropello —debido a lo que Jota considera desde entonces un inexplicable embrollo— le resulta enervante, nunca hubiera podido imaginarse lo que sigue: su encierro en un calabozo pestilente y luego en un presidio llanero donde gobiernan las mafias y el soborno es ley. ¿Tanto dato será cierto? Su abogado —que conoce el ambiente— propone ofrecer una suma cuantiosa para hacerlo alojar en celda ventilada, con comida decente y agua potable. Sin embargo, durante los meses que pasa en esa sórdida cárcel, Jota será visitado por su apoderado y por su esposa, sin que el uno o la otra logren levantarle los ánimos o aliviarle la depresión. Sin remedio, Jota se contagiará de la malaria que ha de afligirlo, agotarlo y liquidarlo. Verdad, la novela se titula La firma de Jota por firmar Juan David Reyes la compra-venta de un avión traficado por ciertas mafias. Sí, sí, allí y entonces Jota firma su sentencia de muerte. Ahora bien, sobre La firma de Jota, se puede decir, como sobre tantos textos testimoniales, que la conducta de los protagonistas alcanza a ser influenciada por jerarquías que incurren en un juego de ocultamiento y evidencia. Ejercidos en una atmósfera de intriga, los formalismos conllevan una

trampa inminente. Si el Estado cobija prácticas ilegales, la comunidad responde ejerciendo una doble moral. En fin, se trata de un engranaje que produce elementos cómplices con base en falsedades y transgresiones. Juan David, actor principal del drama, pasa de funcionario elegante a proscrito recluso. ¿No es de reconocerse en su caso la maquinaria burocrática? Jota mismo siente y presiente: “en este país la justicia camina a paso de tortuga y mientras averiguan el resto me voy a podrir yo aquí” (p. 154). La experiencia que vive como burgués antioqueño demostrará una compleja interacción entre subordinación civil y complicidad social. Así, al reaccionar, Jota no será el protagonista de su propia historia sino el instrumento de un sistema. Gradualmente, el efecto de tensión que suscita su trayectoria implica su posición en los vericuetos del testimonio. ¿Disimularlo? El cariz de la situación jurídica traduce fallas en la legislación. Frente a un delito evidente se intuye un tiempo congelado: si la trama parece lineal es porque los acontecimientos se suceden por fuera de la verdad. Ramificado y prolijo, el texto pretende manifestar visiones y versiones, dudando sobre lo legítimo y lo ilegítimo, lo circunstancial y lo cierto. El oportunismo de las mujeres que rodean a Jota, su vocación de deslealtad, caracterizan al medio en que deben sobrevivir. Para ellas, como para Jota, rige un orden vandálico.

El cuarto secreto ¿Cómo abordar una subjetividad narratológica en textos de testimonio y denuncia? Si según Paul De Man “la autobiografía depende de eventos actuales y verificables con menos ambivalencias que la ficción”,8 es factible que novelistas de hoy intenten asumir un compromiso social al experimentar con el sentimiento y el instinto que derivan de sus propias vivencias. ¿Admitirlo? Abolida la lógica racional que distingue el adentro del afuera, el espacio puede implicar una relación complementaria con el tiempo. ¿No se lidiarán así tramas en que el modelo de lo previsto busca transmutarse en la figura de la otredad? Un texto tensionado tiende a definirse al ingresar en zonas donde la subjetividad va creando dudas en torno a lo legítimo y lo ilegítimo, lo real y lo virtual, lo tangible y lo abstracto. Nada puede ser anterior al germen ficcional. Inspirándose en la ideología de Virginia Woolf, Claudia Ivonne Giraldo (1956) elabora aquí una primera novela en que la indeterminación domina cuando la digresión descarta elementos de realismo como la cronología y la causalidad. Sutilmente, la narradora incita a alternar la atención con respecto a protagonistas imbricadas en una doble corriente temática: la de una panteísta iluminada y la de una esposa adúltera, la


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de una artista intuitiva y la de una madre consagrada. ¿Confesarlo? Si la personalidad lúdica de la autora puede recordar obras como Las olas, algunos de sus soliloquios pueden llevar a obras como Un cuarto propio. Al relatarse, expresarse, fundirse en una sola, ciertas mujeres ejercen sueños y obsesiones, frustraciones y logros. Así, siendo hembra agreste, un ama de los bosques habita en ámbitos legendarios y mitológicos. Relacionada con una campesina que la instruye en procesos de cosechas, crías, ciclos y rituales, también quiere acudir a citas nocturnas en la alcoba secreta de su morada. Sin embargo, allí algo remite a evocaciones de cierta anciana parienta con quien se identifica, añorando los barrios de una Medellín de alcurnias y servidumbres. Ahora bien, frente a sus ámbitos oníricos, las rutinas de esa otra hembra que es ella misma, implican horarios de funcionaria profesional, esposa burguesa y madre de familia. ¿Cómo evitar que la ciudad la obsesione, la amedrente, la angustie? Una ciudad “atestada de tráfico enloquecido, que ruge indiferente al dolor, en la que se construyen cada vez más edificios, avenidas, monumentos a la vanidad y a la soberbia, mientras el río oscuro corre embravecido como una cicatriz que la atraviesa, avisando de la herida, de las aguas que se acumulan en el norte donde pareciera haber otra ciudad, la ciudad pobre que crece en desorden, que trepa en construcciones imposibles de ladrillo y madera por las laderas de las montañas que circundan el valle; sus habitantes vigilan las relucientes luces de abajo y pueden dar al traste con la aparente calma ciega que se maquilla al sur, esa otra ciudad vanidosa y fatua” (p. 85). Ahora bien, a medida que se enfrenta a la urbe, enumerando y revelando sus quehaceres de hogar y oficina, la protagonista detalla a quienes la rodean: un marido infiel, una hija mayor anoréxica y una hija menor candorosa, un jefe autoritario y un amante adaptable a las circunstancias. ¿Podrá ella algún día devenir realmente en “ama del bosque” y vivenciar las etapas de su itinerario existencial? Tanto en su personalidad civil como en su réplica agreste, la recurrencia de memorias traumáticas ha de señalarle el camino... ¿Aceptarlo? Se trata de un texto cuya estructura experimental rechaza la narración directa: la importancia de los segmentos del pasado codifica como subtextos historias que se han de relatar. Aquí, como en Virginia Woolf, se presiente la sinceridad y el cálculo, la compulsión y el desengaño. Aquí, como en Virginia Woolf, se aprende pensando y sintiendo.

La vida es dialógica por naturaleza

conoce diferencias de generación o de discurso. Se ha dicho que “la vida es dialógica por naturaleza, vivir significa participar en un diálogo, interrogar, escuchar, responder”. 9 Ahora bien, este proceso resulta más evidente en cuanto atañe a un contexto citadino. ¿Adivinarlo? Aquí, en todas las seis autoras, las metonimias en torno a la ciudad implican una afirmación de la identidad y una asimilación del tiempo histórico real en la escritura. Sí, sí, lo que Bajtin denominara “cronotopo” surge y resurge en la narrativa de quienes pretenden hallarse lidiando una memoria ajena al auto-reconocimiento. En un libro sobre la transmodernidad, Rosa María Rodríguez Magda se inspira en ciertos pensadores germanos, atribuyendo a Weber una racionalización progresiva y a la

Escuela de Frankfurt el desarrollo de una razón instrumental, propiciado por el capitalismo. Así, la consecuencia de una posible confusión entre Modernidad y Modernización sería “un avance hacia un amargo futuro opresor del individuo”.10 ¿Quién se atreve a negar que hoy existe la posibilidad de crear un universo donde “el avance del conocimiento implique una razón moral y un desarrollo democrático de la justicia social?”. 11 Ahora bien, nos atrevemos a afirmar que en la novela femenina actual el proceso se repite en cuanto la temática sea urbana. Se trata, entonces, de avanzar hacia la transmodernidad y captarla como una ficción, siendo la realidad “una copia que suplanta al modelo, un eclecticismo canallesco y angélico a la vez”. 12

Notas

1. 2.

3.

4. 5. 6. 7.

8. 9. 10. 11. 12.

Francine Masiello. “Texto, Ley, Transgresión: Especulación sobre la novela femenina de Vanguardia”. En: Revista Iberoamericana. Universidad de Pittsburgh, Vol. 132-133, julio-diciembre, 1985, p. 820. Cynthia M. Tomkins. Latin American Postmodernisms - Women Writers and Ex- perimentation. University Press of Florida, 2006, p. 152. (Traducción para este ensayo de Helena Araújo). Para la novelística urbana de Laura Restrepo, ver sobre todo: Carmiña Navia Velasco. La Narrativa Femenina en Colombia, “Laura Restrepo: la Creación de un Universo Literario”, “Delirio”. Universidad del Valle, 2006, pp. 152-63.También: Elizabeth Montes Garcés. “Deseo social e individual”. En: El universo literario de Laura Restrepo (edición de Elvira Sánchez Blake y Julie Lirot). Bogotá: Taurus, 2007, pp. 253-260. Para la novelística de Ángela Becerra, ver la memoria del Homenaje a Ángela Becerra – IV Encuentro de escritoras colombianas. Bogotá: Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, marzo 2007. Para la novelística de Piedad Bonnet, ver la memoria de Homenaje a Piedad Bonnet – V encuentro de escritoras colombianas. Ensayos de Mery Cruz Calvo, Alberto Quiroga y José Eduardo Jaramillo Zuloaga. Bogotá: Consejería Presidencial para Equidad de la Mujer, abril 2008, pp. 40-59. Luz Mary Giraldo. Ciudades escritas. Bogotá: Convenio Andrés Bello, 2000, p. 199. Ibíd., p. 201. Tzvetan Todorov. Mihail Bakhtine et le Principe Dialogique. París: Seuil, 1981, p. 102. (Traducción para este ensayo de Helena Araujo) Eleanor Ty. “Desire and Temptation Dialogism and the Carnivalesque in Category Romances”. Incluido en: A Dialogue of Voices. Feminist Literature and Bakhtin (Karen Hohne y Helen Wussow. editoras), University of Minnesota Press, 1994, p. 106 (Traducción para este ensayo de Helena Araujo). Paul De Man. The Rhetoric of Romanticism. “Autobiogtaphy as Defacement”. Columbia University Press, 1994, p. 68. (Traducción para este ensayo de Helena Araújo). Tzvetan Todorov, Op. cit., p. 149. Rosa María Rodríguez Magda. La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna. Barcelona: Anthropos, 1989, p. 104. Ibíd., p. 107. Ibíd., p, 141.

Bibliografía • Buitrago Fanny. Bello animal. Bogotá: Planeta, 2002. • Galvis Silvia. La mujer que sabía demasiado. Bogotá: Planeta, 2006. • Giraldo Claudia Ivonne. El cuarto secreto. Medellín: Hombre Nuevo Editores, Colección Madremonte, 2008. • Pérez Lina María. Mortajas cruzadas. Bogotá: Planeta, 2008. • Ramírez Uribe María Teresa. La firma de Jota. Medellín: Editorial Universitaria Pontificia Bolivariana, 2006. • Triviño Anzola Consuelo. Una isla en la Luna. España: Albaqueque Ediciones, 2008.

Esta lectura de seis novelas publicadas durante la primera década del siglo, implica la evidencia de una intertextualidad que des-

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Mario Camelo

por Helena Araújo

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Digital el 15 de julio de 2010, y además como uno de los prólogos del libro de poesía Crónicas Sur de Mario Camelo editado por Editorial Aurora Boreal® en marzo 2013

Obsesionada por el peso de la historia, esta época pretende subjetivizar el tiempo histórico, ceñirlo a ciclos de vida interior. Se diría que en la proyección individual, el dato de la conciencia se va allegando a la significación histórica a medida que el contenido social del tiempo deviene más mítico. Una rara coordenada asemeja este proceso a la poesía, originalmente comprome-

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tida con la historia en cuanto « realidad arquetípica » (1). En Latinoamérica, el gran viraje lo da el siglo XX. A partir de los años veinte Colombia se agrega a la corriente antimodernista en movimientos terrígenas, hispánicos e intelectuales. La preocupación por un lenguaje que alcance a asir la realidad latinoamericana va derrotando poco a poco la imagen como imagen, embebiendo el poema en nuevos significados. Más tarde, la segunda postguerra conjugará el armisticio europeo con la fallida revolución burguesa, y un grupo –el de la revista MITO– hallará incentivos en el enfoque existencial. Realmente, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus, Álvaro Mutis, Fernando Arbeláez «desean comprender de nuevo todas las cosas » (2) a partir de un proyecto fundamental de existencia que despliega el conocimiento, encauza las ideas y vigila el lenguaje. El rechazo desordenado del nadaísmo, eco tardío del movimiento surrealista, abrirá brechas a la generación por venir (3). A ésta pertenecen, entre otros, Juan Gustavo Cobo Borda, Darío Jaramillo Agudelo, Giovanni Quesseps, Juan Manuel Roca, Jaime García Maffla, María Mercedes Carranza, Anabel Torres y Mario Camelo. Parte de la antología que presenta Mario Camelo en este volúmen, comprende una selección de cuatro libros: Segunda crónica del Reino (l990), Primera crónica del Reino (1994), Conjuros (l983) y Las Victorias del Miedo (1979). Se trata de una retrospectiva proyectada del presente al pasado, evocación y testimonio de destierros, exilios y migraciones. De ascendencia sefardita, el poeta asume el éxodo de un pueblo diezmado y perseguido. Caribeño, profetiza y denuncia la infamia de quienes desembarcaron en el litoral hace quinientos años para iniciar la invasión y saqueo de todo un continente, inspirada en anales bíblicos, sentencias talmúdicas, poesías orientales y códices prehispánicos, su obra prolonga hasta tiempos actuales la dialéctica de la tiranía y el vasallaje, el con-

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quistador y el conquistado, en la voz de colectividades sufrientes, rebeldes o amotinadas. Al describir y al describirse, el poeta se inspira en la tradición oral arcaica, cuya poesía, como experiencia de lo sagrado, se emparenta al panteísmo y al animismo. Las fuentes del lenguaje arcaico están en la naturaleza, celebrada en ceremonias y rituales. Allí, la palabra no puede ser vacua, pues tiene vida y poder definidos; el origen del mito es una palabra que se energiza hasta adquirir fuerza y elaborar modelos de actos significativos. En el orden verbal, lo divino abarca tanto el culto vegetal y totémico como la transubstanciación. De ahí que toda imagen sea expresión de la vida en su ritmo y en su cambio. La poesía heredera del discurso arcaico y primitivo, alterna la crónica con la imprecación o el conjuro, conmemorando la vida colectiva con sus oficios, guerras, victoria y derrotas. Cabe admitir, que aunque la trayectoria de esta antología acuse el tránsito de una identidad formal a otra, toda ella podría constituir un solo poema, marcado apenas por oscilaciones y variantes. Desde la primera sentencia y a partir de un proceso inconsciente, los contenidos metafóricos del texto desvían con sutileza la descripción hacia un pasado mítico, logrando hacer del verso paulatinamente una práctica de revelación. Puede haber etapas, sin embargo, en que una eclosión de voces alterne con la de un hablante involucrado en el vivir social. Habitante de la tierra en que ha errado siempre: «soy hombre, mujer, niño desde hace mil años », éste escribe « en nombre de la tribu », enfrentándose a « un dios mudo y altanero » que organiza las injusticias del mundo. Sólo crean atisbos de esperanza en esta poesía de la cólera y la pesadumbre, el profeta anciano, cuya voz «gana la tarde» y las mujeres que señalan « la olvidada ruta de los peregrinos ». El encuentro con la amada, en resonancias de plegaria y salmo, se suceden luego de que un hombre « tiene un sueño de islas rojas para su cuerpo sembrado de semillas ». Este remanso lírico, en lo que podría llamarse una semiótica de la desolación, preludia metonimias en que el lenguaje va adensándose de exhortaciones y denuncias. ¿Cómo eludir

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o en el curso de los siglos. Enunciando estas verdades en secuencias que se permiten quiebres pulsionales o alternancia líricas, la crónica avanza y retrocede, repitiéndose sin dejar de renovarse. Así la voz que construye el poema, puede eximirse del orden lógico abordando distintas latitudes del tiempo y del espacio. Al operar sobre todo por analogías, la sintaxis,

siempre simple, llega a crear una estructura interna: si al alternar el circunloquio con la afirmación, el ritmo se excede o la imprecación linda con la estridencia, una plegaria inserta el contrapunto y una voz sapiencial y proverbial pronuncia desde el pasado su enseñanza. La poesía, una vez más, consagra aquí el legado de las generaciones y de los siglos.

Notas 1. 2. 3. 4.

Octavio Paz, El Arco y La Lira, Fondo de Cultura Económica. México,l956, p. 187 Fernando Arbeláez, prólogo a Panorama de la Poesía Clombiana, Ed. del Ministerio de Educación, Bogotá,1964. Para mayores datos sobre la poesía colombiana a partir de la década del sesenta, ver Helena Araújo, Signos y Mensajes, Colcultura, Bogotá 1976, PP l57-187. William Meredith, Poems are Hard to read, University of Michigan Press, U.S.A 1992, p.7

CRÓNICAS SUR Mario Camelo

Poesía

aquí el contexto histórico? El testimonio y la protesta abarcan una situación real, correspondida por un ansia de verdad en la escritura. En ese país, en esa región, en esa patria que es todas y ninguna, se vive un estado de emergencia: la palabra debe « ser bronce en el mediodía de los guerreros ». Instrumento justiciero, la poesía puede entonces apoderarse de un espacio que permita articular la fragmentada relación del poeta con su historicidad. El clima, ya, es álgido y sórdido: « La tierra se pudre/la tierra flamea ». Ha llegado la hora de partir, marcharse, alejarse, tomar una vez más la ruta del exilio. Sin embargo, tras esa etapa de soledades y de esperas, podrá surgir como recuerdo la casa de la infancia, clave simbólica de un reino que aporte presencias femeninas, y con ellas, « lo nuevo y lo secreto ». William Meredith, lector incansable de poesía, dijo en una ocasión que las palabras estarían siempre habitadas « por la experiencia acumulada de la tribu » (4). Naturalmente, cuando la experiencia ha sido de usurpación y de despojo, las palabras pueden ser violentas. Sí, las palabras pueden ser como conjuros si el tiempo instaura su circularidad en la persistencia de crímenes que se prolongan y acrescientan a través de los siglos. Así lo proclama el libro del Chilam Balam: es el aniquilamiento de la civilización Maya lo que busca el clan profanador, despojando, matando y dejando « entre cada flor, un cadáver–que–blanquea inflamado ». Los vencidos, sin embargo, todavía osan acosar al enemigo con su canto y retarlo con su sabiduría. « Hacha tenemos para tu alma », dirá el coro, anunciando la venganza de los sufrientes. Las victorias del miedo, se titula la última secuencia de esta selección poética en que se manejan temas sociales, aunque el discurso siga teniendo matices legendarios y el despojamiento del lenguaje atribuya mayor valor a lo que se calla que a lo que se dice. Al instaurar la palabra originaria a partir de las circunstancias que la inspiran, el poeta mide cada signo y cada símbolo, sin dejar de propiciar contrastes y resonancias inusitadas. Más que de hermetismo, se puede hablar aquí de una impregnación de lo mistérico y lo oscuro, materia misma del discurso. « No hay grano / que no haya sido ordenado por el misterio », dice quien pretende hallar algún día « la casa infinita de los sueños del héroe » y atribuir a la mujer amada un poder regenerador: « Mi alma necesita venir a orar / En tu cuerpo hija de las tribus / los años y las aguas lentas me han perdido ». Como Whitman, Perse, Cendrars, Mario Camelo siente que la poesía es un lazo entre el hombre y el mundo. Su discurso, entonces, no puede venir sino de peregrinaciones y de errancias. En los versos, un vaivén de significados buscan y hallan armonía sin incurrir nunca en la banalidad del exotismo. A lo largo del texto, el decir del poeta obra una recuperación por la memoria, evocando luchas, triunfos y padecimientos, que la voz colectiva también consagra. A través de la historia, tan imperdonable es el genocidio amerindio como el holocausto judío; igual sufre el prisionero torturado a uno u otro lado del océano, en el principio

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Escala en Cincinnati Helena Araújo presenta al poeta y escritor Armando Romero

Por Helena Araújo

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Nr.3 de mayo de 2008

¿Desde cuándo quiero ir a Cincinnati? Una carta fechada en 1983 y olvidada entre las páginas de un libro, se refiere a esa ciudad que no puedo imaginar sino en función del jazz o de algún "old timer". Si mi amigo Armando Romero se ha instalado allí, vivirá seguramente en La casa de los vespertilios, consciente de que siempre ha estado "adentro de la permanencia". ¿Recordarlo? ese relato delirante me fascinaba entonces, por los laberintos interiores definidos en sentencias bíblicas. Su lectura, sí, sí, traía en cada cláusula y en cada fonema una sorpresa inesperada en el sonido-sen-

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tido. Bueno, también me había entusiasmado El poeta de vidrio (1979), ya adicto al surrealismo y con huellas nadaístas de las buenas. En fin, al firmar aquella carta, le deseaba yo a Armando Romero que continuara escribiendo mucho, mucho, con ese mismo empeño de no ser retórico y de ignorar nuestros parnasos greco-quimbayas. Verdad que en su discurso había algo "crisp", algo matinal, digamos que un anti-ronroneo, una anti-fatiga. Y sí, en esa misma carta, al despedirme, le advertía que para el número de la Revista Iberoamericana dedicado a Colombia -que él planificaba con su directoryo le enviaría un texto sobre "ellas”, las post-nadaístas, las poetas, no poetisas... carambas, Armando ya era feminista. ¿Después qué? Bueno, pues que con Armando la complicidad fue brotando, germinando y hasta proliferando, gracias a un Congreso en Madrid donde nos divertimos mucho, poco tiempo antes de que él termi-

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nara su tesis de doctorado sobre poesía colombiana publicada por ProCultura en 1985. Ya para ese entonces –¿verdad?– le editaban otros poemarios en Venezuela y también algunos cuentos. Luego, en 1993, salió su novela Un día entre las cruces, que describía las aventuras de Elipsio, un joven de la clase media del Valle del Cauca en Colombia, cuyos contemporáneos soñaban, sufrían y morían (prólogo de Álvaro Mutis), "en uno de los desfiles más conmovedores y desesperanzados que han marcado a varias generaciones de nuestra América Latina". En otra novela, La piel por la piel (1997), Romero esgrimía un mismo tono profético e irreverente al trazar el currículum de un reconocible Elipsio, caricaturizando la "intelligensia" y burocracia venezolana. Al insertar allí una que otra disertación religiosa o uno que otro diálogo de estirpe anglo-sajona, lograba combinar lo cotidiano y lo metafísico, añadiendo una dosis de humor que se acrecentaría en el tercer tomo de la serie, titulado La rueda de Chicago. ¿Por qué me gustó tanto La rueda de Chicago? Claro que estaba bien escrito. Pero creo que me agarró tan duro porque ahora Elipsio andaba en Chicago y Chicago me remitía a mis propias lecturas de los años cincuenta, sesenta y setenta, heredadas de estudios que incluían a poetas como Sandburg y Whitman, además de entusiasmos frenéticos por la "Lost Generation", la "Beat Generation" y sobre todo por un celebérrimo Saul Bellow, descubierto en cursos con un profe venido de Chicago, parecido a Herzog y a Audie March. ¿Admitirlo? Armando sabía cómo incorporar la Historia y la Literatura (con mayúscula) a ficciones que llegaban a ser "thrillers" sin parecerlo. Increíblemente, sus citas poéticas venían a cuento y sus versiones tenían espontaneidad. A ratos, se inspiraba en los grandes modelos, involucrando diálogos "a lo Hemigway" con divagaciones "a lo Miller", o delirios viajeros de cualquier Kerouac. Así, al leerlo, me sentía yo volviendo a aventuras y peripecias literarias -por no decir políticas- marcadas por el "engagement" revolucionario de cuando enseñaba en Cali-

Armando Romero con ocasión de su noche en el cuarto de Fernando Pessoa en Lisboa en 2012 Foto © A. Romero

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escritura. Sí, sí, en la novela contemporánea las protagonistas no sólo figuran sino actúan responsabilizándose. Como mujeres, han soportado una presencia-ausencia que linda con la vida y el quehacer de los demás: exiliadas de sí mismas se exilian de su propia historia. ¿Buscar en los espacios del lenguaje una relación con su ser profundo? La sensibilidad podría aproximarse a una subjetividad anclada en el subconsciente. Yo...yo...yo... quienes cargamos con una infancia de niñas católicas tendemos al género autobiográfico: al releer mi narrativa, me hallo próxima a la autoficción. Autoficción y libido. Autoficción y tabú. ¿Negarlo? Mi cuerpo, nuestro cuerpo, constituye una fuente de aprendizaje. Lo que adivino en mis colegas lo he vivido en mi propia trayectoria textual. Pese a obsesiones sociales y políticas, los monólogos indagan en lo reprimido. ¿Verdad que esa temática la lidiamos en la Universidad de Cincinnati el 11 de octubre del 2007 entre las seis y las nueve de la noche? Verdad que al día siguiente di yo una conferencia en inglés sobre quienes osaban ir más allá del realismo mágico? Tres décadas de feminismo, de campañas y manifestaciones a uno y otro lado del océano, nos han legado a las mujeres un discurso paradójico... Quienes sobreponen a los esquemas familiares desdoblamientos y desórdenes, alternan con quienes optan por procedimientos más convencionales. Sin embargo, pese a todo, narraciones y textos de una prosa que podría ser poesía, intentan desafiar los postulados del éxito y el consumo conservando su autenticidad. En fin, ahora pasan y pasan los días... y yo sigo evocando a Cincinnati, ciudad instalada a orillas del río Ohio, al margen de una inmensa universidad. Para el regreso me traje un poemario de Armando Romero titulado Hagion Oros (Grecia, 2001) y una colección de relatos brevísimos, La raíz de las bestias (Ohio, 2004). Por Dios, este eterno nadaista ¿llegará a ser inagotable?

fornia allá por los años ochenta y con mis colegas denunciábamos el bloqueo cubano y la Contra anti-sandinista o militábamos en las organizaciones del "Women's Lib". California, el "Women's Lib”... Un súbito entusiasmo me embarga cuando hablo a un grupo de muchachas y muchachos tan ávidos y tan ágiles. Estoy en Cincinnati, al día siguiente de aterrizar en un avión regional e instalarme en la casa de Armando y Constanza Romero. Warren Avenue 334: distante del río Ohio pero vecina a la Universidad. Fachada novelesca, un magnolio en el jardín, dos tramos con libros por todas partes y una apabullante colección de pinturas y esculturas latinoamericanas. Dormiré en el segundo piso. Si Armando y Constanza me han alojado en la ex-alcoba de su hijo mayor, es porque quieren hacerme entrar en confianza. Carambas, me siento con ellos como si nos hubiéramos despedido la víspera. Y con igual confianza me reciben sus colegas. En la universidad, el poeta uruguayo Rafael Courtoisie, alojado en el mismo edificio donde doy mis con-

ferencias, me lleva a su apartamento durante los intermedios para que pueda practicar la gimnasia terapéutica que me impone una lesión lumbar. Luego, el poeta venezolano Arturo Gutiérrez, me trae noticias de una amiga cartagenera que enseña como él en la Simón Bolívar. Finalmente Nicasio Urbina de Nicaragua y Blas Puentes del Perú, me dan la bienvenida... ¡Santo Cielo! Si así son los profes, ¿qué decir de las y los estudiantes? Martín, limeño, me obsequia uno de sus cuentos, luego de una apasionante discusión sobre erotismo pornográfico. Otro cuento de inocente perversión me ofrecerá Aimelin, la cubana, mientras Sandra, la caleña, me habla de su tesina sobre Zapata Olivella y Clemencia, la antioqueña, me cuenta de los poemas que anda coleccionando para algún Festival de Medellín. Llegada la hora de hablarles a todas y a todos, me pregunto: ¿por dónde comenzar?... Bueno, por donde más nos interesa. Durante un seminario que dura tres horas el tema es la opresión como sistema de

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Martha Canfield Martha CANFIELD (Montevideo, 1949) poeta, ensayista y traductora, vive en Italia desde 1977. Es catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Florencia. Ha editado en italiano autores hispanoamericanos como Benedetti, Eielson, Mutis, Vargas Llosa, Cardenal, Montejo, Vilariño, Boullosa; y en español autores italianos como Pasolini, Sanguineti, Bufalino, Magrelli. Ha publicado estudios sobre López Velarde, Quiroga, Borges, Aurelio Arturo, García Márquez, poesía chicana. Dirige la colección “Latinoamericana” de la editorial Le Lettere. Es autora de una Literatura hispanoamericana: historia y antología, en tres tomos, de los cuales ha salido el primero (Tomo 1: Literatura prehispánica y colonial, Hoepli, Milano, 2009) y se prevé la salida de los otros dos en el 2014. Es presidente del Centro Studi Jorge Eielson de Florencia. Como poeta ha publicado seis poemarios en español: Anunciaciones (Bogotá 1977), El viaje de Orfeo (Montevideo 1990), Caza de altura (Bogotá 1994), Orillas como mares (Bogotá 2005), El cuerpo de los sueños (Lima 2008) y Corazón abismo (Bogotá 2012; 2ª ed. México 2013): y cuatro en italiano, Mar/Mare (Roldanillo, Colombia, 1989), Nero cuore dell'alba (Salerno 1998), Capriccio di un colore (Firenze 2004) y Per abissi d’amore (Como 2006); además de una antología de toda su poesía preparada por Márgara Russotto: Sonriendo en el camino. Poesía reunida 2009-1969 (Montevideo 2011). Está presente en la antología La poesía del siglo XX en Uruguay, a cargo de Rafael Courtoisie (Visor, Madrid, 2011).

incansable observadora

Por Martha Canfield

En los años 90 Helena Araújo y yo, aunque vivíamos a gran distancia una de otra, estábamos siempre en contacto. Helena vivía y trabajaba en Lausana, yo vivía en Florencia y enseñaba en la Universidad de Nápoles. Yo había leído La M de las moscas y Fiesta en Teusaquillo, había admirado esa capacidad de Helena de convulsionar el orden y hacer entrar en la narración una perspectiva totalmente femenina y conocía también sus trabajos críticos. Helena, a su vez, había leído mi poesía, había tenido incluso la generosidad de incluirme en sus reflexiones sobre la escritura femenina en su libro La Scherezada criolla y ya habíamos tenido la posibilidad de compartir algunos días en Florencia, paseando y conversando, disfrutando de ese intercambio de ideas y

energías que nace espontáneamente de la amistad pura. En enero del 93 el azar nos puso otra vez sobre la misma pista: en la Universidad de Venecia los colegas de literatura española, hispanoamericana y portuguesa organizaron un convenio internacional sobre la escritura femenina en ámbito ibérico. Siendo éste un tema fundamental en la obra de Helena, ella no podía faltar. Y yo también fui incluida en el grupo de invitados, seguramente porque no hacía mucho acababa de publicar una antología de poesía chicana, junto con Franca Bacchiega (Sotto il quinto sole, Passigli, Firenze, 1990) y allí había tratado de manera particular la relación con la lengua materna y con el arquetipo de la madre. De hecho llevé una ponencia sobre Gina Valdés, incluida en esa antología. Y Helena propuso un estudio sobre arquetipos femeninos en la literatura fantástica. Para ambas, además del gusto de estar en Venecia y de participar en temas que sentíamos muy “nuestros”, aquélla era otra ocasión para dar rienda suelta a nuestras interminables conversaciones. Y así fue, en efecto. Lo que no me esperaba –y resultó otro más de los regalos de Helena– fue que ella, después de observar todo y todos, y registrar minuciosamente los hechos preponderantes del encuentro resaltando con lucidez las líneas sobresalientes, tuviera la generosidad de enviarme copia de esa parte de su diario. Que naturalmente he conservado como un tesoro. En esas breves páginas resulta evidente la constancia metódica y ordenada de su manera de observar y registrar

lo que ocurre a su alrededor, tanto que, releyéndola, me ha venido la sospecha que esta militante de la expresión femenina que ha sido Helena desde siempre, no haya asimilado –acaso sin darse cuenta– esas formas definidas “masculinas” de la reflexión y de la escritura. O tal vez puede ser más bien que haya logrado alcanzar esa escritura andrógina que, como enseñaba Virginia Woolf, está un paso más adelante de la que refleja nuestros dolores y nuestras luchas. Gracias, Helena, por habernos enseñado tanto, incluso cuando no te lo proponías.

Martha Canfield Foto © Pascual Borzelli.

Diario de una

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Coloquio en Venecia

Por Helena Araújo

Inédito

Helena Araújo Enero 25-27, 1993 Cortesía de Martha Canfield

Como llego la víspera puedo ir a San Marcos, perderme un poco entre el laberinto de callejuelas, irrumpir en la plaza más hermosa de Europa, mirar el campanile en la bruma de ese domingo invernal y entrar a ver los mosaicos por entre un maremagnum de turistas y fieles. El palacio ducal, sin calefacción y con el Salón del Gran Consejo en reparación, me interesa menos que la riva, la perspectiva de La Salute y San Jorge. Al día siguiente, se me confunde la alegría de entrar a L’Accademia y volver a descubrir los Mantegna y los Carpaccio y los Bellini, con la de entrar a la Università degli Studi di Venezia. El coloquio se abre en un salón de paredes de espejos antiguos y techos con frescos del Settecento. Rosa Montero nos habla de su vocación de escribir y Nuria Amat cita a Tsvetaieva y a Pessoa. Yo tomo apuntes pensando que

el Tintoretto que vi en la mañana (“La Creación de los animales”, con el Padre persiguiendo aves y bestias que huyen despavoridas hacia la vida) es poco menos que surrealista. Me recuerdo también de la mujer que amamanta a su crío protegiéndolo de la tempestad y no puedo admitir que Giorgione haya muerto a los 34 años. Un profesor de liceo, que explicaba a un grupo de niños la Eva del Tiziano, decía que luego de haber sido retocada se veía demasiado blanca, pero que ya había recobrado su color natural. Una Eva al natural. Eva. Le donne. El homenaje a Monserrat Roig es conmovedor. Se habla de una concepción bergsoniana del tiempo, de la lucha contra la muerte. De un canto a la rebeldía como fuerza vital y a la memoria como voluntad de ser. El martes lo pasamos todo el día en la Universidad. Lidia Jorge, la novelista portuguesa, habla tan temprano que no alcanzo a oírla. Llego apenas a tiempo para escuchar a Roberto Vecchi disertar sobre la brasileña Ana Maria Machado y al Profesor Ceccucci sobre Florbela Espanca. No conozco ni a la una ni a la otra, quiero buscar su obra. Leer a Florbela Espanca, que muere a los 34 años como Giorgione, luego de dejar una obra mística y erótica y exaltada. Me entran ganas también de leer a las poetas chicanas, sobre quienes hablará Franca Bacchiega, subrayando la temática de La Llorona y de La Malinche. Martha Canfield, en cambio, se limita al análisis de un solo poema: “En mi casa” de Gina Valdés. ¿Es tal vez escritura “femenina”? Martha cita a Cecilia Bustamante: “Mi cuerpo estaba antes de la palabra / La realidad de ser mujer me ha hecho pertenecer al silencio”. El lenguaje femenino encuentra como referente el cuerpo. En Valdés

Piazza San Marco Foto © Archivo

En el tren, la presencia de Debora y Liza, venidas desde Los Ángeles para “conocer”, me emociona más que la de una pareja silenciosa y atediada de ingleses que por suerte se bajan en Milán. Me emociona porque vuelvo a sentir la emoción de hace 15 años, la emoción de volver a Venecia. Vuelvo además para asistir a Máscaras, un coloquio sobre la escritura de mujeres de cultura ibérica. En la estación me espera Susana Regazzoni, que ha logrado organizar el evento a punta de insomnios y terquedad y entusiasmo, de modo que nos tiene alojadas en una Fundación (1) y en una Locanda, hablaremos en el Aula Máxima de la Universidad y no sólo somos nosotras sino nosotros, porque hay tantos profesores como profesoras hablando sobre “Le Donne”.

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guaje crudo y preciso. Un discurso vecino al fisiologismo de Vallejo, al estridentismo de Parra, culminará a la postre en la incomunicabilidad, en el hiato entre lo masculino y lo femenino. La violencia de Rodas, se prolonga en la narrativa de Luisa Valenzuela, analizada por Antonio Melis, quien comenta sus ficciones negras con y sin argentinos, citando a “Aquí pasan cosas raras” y otros cuentos de quien aún (¿cómo puede ser posible?) no ha sido traducida al italiano (2). Emilia Perassi, que discurre sobre traducciones, menciona a varias españolas, naturalmente a Isabel Allende y para mi sorpresa, a Marvel Moreno, muy apreciada desde hace un par de años. El coloquio lo

cierra Giuseppe Bellini, con una exposición sobre Sor Juana que describe su muerte y resurrección. De cierto modo, Sor Juana ha estado presente a toda hora, con sus preguntas y respuestas.

Notas 1.

2.

Se trata de la histórica Fundación Levi, sobre el Canal Grande, muy cerca de Palazzo Grassi, donde por años fueron hospedados todos los invitados de la Universidad. (N. de M.C.) En realidad, el libro de Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras, fue finalmente traducido al italiano por R. Bernardoni, con la supervisión del mismo Antonio Melis, y publicado con el título Qui accadono cose strane, por la editorial Gorée, de Siena, en el 2008 (N. de M.C.)

Original del texto de Helena Araújo Foto © Cortesía de Martha Canfield

hay influencia de la poesía hispano-árabe. Sus versos recuerdan esa idea de Tununa Mercado según la cual la escritura y el erotismo tienen una misma fuente libidinal. Mientras la escritura masculina es directa y consecuente y no admite silencios, en la femenina hay esa cualidad de interrumpir, de evitar el vértigo de lo dicho y lo no dicho. El poema de Valdés describe un cuerpocasa, en una metaforización que evoca la filosofía budista. En la tarde, yo hablaré sobre arquetipos en la literatura fantástica y Dante Liano analizará la poesía de Ana María Rodas, reivindicando una escritura en que una mujer habla al hombre como el hombre le habla, con el mismo len-

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Editorial


María Clemencia Sánchez (Colombia, 1970) Licenciada en Idiomas de la Universidad de Antioquia, Magister en Literatura hispanoamericana de la Universidad de Cincinnati y Doctora en Literatura Hispánica de la Universidad de Cincinnati. Ha publicado los libros de poesía El velorio de la amanuense (1999), Antes de la consumación (2008) y Paraíso precario (2010). Hace parte de varias antologías de la poesía colombiana publicadas en España y México. Su último libro de poesía publicado es Recolección en rojo, de la colección Las ofrendas de la editorial de la Universidad del Valle en 2011.

Esposa fugada de Helena Araújo: reconstrucción del cuerpo, escritura del afuera

Por María Clemencia Sánchez

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Digital el 5 de julio de 2010

Insoslayable, la risa de la Medusa sigue brillando. ¿Cómo pensar críticamente una obra de mujer que escribe mujer sin volver necesariamente sobre Cixous? Nos advierte esa primera línea de su ensayo/manifiesto que no se trata de una mujer escribiendo sobre mujeres, sino de la mujer que escribe mujer, es decir, que se escribe. “Woman must write her self” (2039). Si la mujer puede escribirse, entonces ha dejado de ser el otro sexo, o el sexo perdido, simplemente porque la escritura, que empodera, da voz – no para hablar como víctima- sino para contar lo que ha sido borrado de su ser, de su esencia. De de Beauvoir a Cixous hay esa brecha que la escritura repara. Una mujer que escribe cesa de ser el absoluto Otro. La escritura es tinta, es color. La mujer que se escribe deja de ser transparente, aparece allí, de cuerpo entero en la página, toda su

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historia inusitadamente visible, con todo lo ganado y lo perdido, lo soñado y lo por venir. La escritura, sin embargo, no es un reino conquistado por el puro deseo. La escritura supone una confrontación, un enfrentamiento en el que está en juego el lugar de enunciación que le ha sido escamoteado justamente a la mujer. “Place of utterance” dice Homi Bhabha, refiriéndose con ello a ese punto de cruce en el que representación y significado no coinciden porque es un lugar a travesado justamente por l’écriture. De ahí la confrontación: la mujer que se escribe ha instalado su propio lugar de enunciación renunciando así a los significados y representaciones en torno a ella hechos por otro que la constriñe, y a cambio ha instalado todo un sistema simbólico en el que la representación de sí misma y los significados en torno a ella hechos desde ella, no son necesariamente inteligibles al otro que la domina. Escribirse desde el propio su lugar de enunciación supone así un salir, una fuga, un desplazamiento. ¿Hacia dónde? Hacia esa zona de inestabilidad oculta que refiere Franz Fanon (1) en donde los significados, como agrega Bhabha, dejan de ser miméticos y transparentes. El texto que surge de una mujer que se escribe ha de leerse, no como subtexto o palimpsesto del otro que la borró y ahora le dicta. Ha de leerse en toda la complejidad de su nuevo sistema simbólico y en la contingencia y la diáspora que su cuerpo experimenta al entrar en la oscuridad de esa zona que es su escritura. Esposa fugada es el cuento que da título al más reciente libro de cuentos de Helena Araújo y cuyo título en sí mismo

sugiere dos lugares en conflicto, irreconciliables en todo caso si pensamos que hay orden implícito ya en la palabra esposa, y un caos en la palabra fugada. Mujer que ha dejado de ser esposa, fuga que la confina al exilio. Mujer-no-esposa se constituye como un contra-discurso (2). Esposa-fugada es la subversión de un orden naturalizado. Los discursos de pudor y culpa en torno al goce del cuerpo, como lo señala Foucault (3), se aprenden y se incorporan, no mediante su silencio, sino por su permanente circuito - explícito o disfrazado - desde las instituciones-dispositivos concebidas para controlar dicho goce. La escritura en consecuencia emerge, no como confesión, sino como des-aprendizaje de los discursos de enajenación. Des-aprender mediante la escritura supone desarticular toda una episteme de exclusión y represión en torno a la mujer, valga decir ese aparato discursivo que produce y reproduce una representación de la mujer como subalterna. De Cixous a Spivak hay, digamos, una mujer que escribe su propia historia, lo que le permite hablar y salir del itinerario borrado en el que se desempeña como sujeto subalterno. Hay de esta manera una narrativa de mujer que ha dejado de ser palimpsesto, subtexto de un poder que la borra. Hay una escritura de mujer que escribe desde la epifanía de su propio cuerpo. Es un texto nuevo, hecho sobre las propias tachaduras y obliteraciones y en el rigor del exilio que supone la defensa de la voz hallada. De estos avatares viene la escritura de Helena Araújo. De la diáspora de su cuerpo que escribe y desaprende, viene Emilia, la esposa fugada.

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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I. Emilia, reconstrucción del tersticios de un bosque que una imagen incompleta irremediablemente emerge cuerpo para completar lo que nunca estará o El personaje central del cuento Esposa podrá ser completo. Es también, cabría fugada es una mujer que recuerda esen- decir, la imagen intermitente que cialmente. La voz que recuerda sin emerge y se realiza ante nosotros en su embargo no es la suya, sino la voz de devenir intermitente. Se trata de esa una narradora omnisciente. El cuento imperfección que hace bella la imagen dispone así de un dispositivo de espejo y deja sobre todo una herida en la perretrovisor en el que quien narra, ve a cepción porque algo falta e incomoda y esa otra que quizá sea ella misma. Emi- persiste en ser o estar en el lugar no lia es construida, recuperada por otra indicado: que la ve y la escribe. Emilia compare- […] del turbión de felicitaciones, agace en la narración como una ausente y sajos, despedidas, preparativos para está sin embargo presente cada vez que boda y compras para el ajuar, Emilia despertaría en la cama asfixiante de la es enunciada: “[…] Emilia se disculpó sin motivo, luna de miel, con un hombre torpe y pretendiendo luego remendarlo todo sudoroso acezando sobre su cuerpo y con un “good afternoon” tan enfático, abriéndole la vulva a hurgones aunque que el otro se vio aun más perplejo ella lloriqueara, Virgen santa, lloriantes de resolverse a darle la espalda y queara como una criatura, qué vercontinuar su camino por la avenida güenza […] (73) Intermitencia o presencia en choque, jaspeada de sombras.” (61) El cuento sucede entre el momento en Emilia va apareciendo poco a poco, al el que Emilia recibe la correspondencia ritmo de una memoria que es lenta y de un libro que ha de traducir para un que responde con pudor a ciertos reproyecto de escritores latinos en los cuerdos porque el pasado, a pesar de la Estados Unidos, y el momento en el distancia con los hechos, no parece que se entera, tras una breve llamada eximirla de un sentimiento de vergüentelefónica a Bogotá, de la muerte de su za. “No recordar, no evocar, era su lema…” antigua amiga Celia Robledo. El cuen- (68), dice mientras recuerda. La verto dispone en medio de estos dos ins- güenza la obliga a recobrar y nombrar tantes, del repliegue en la memoria de partes de su cuerpo que duelen y que Emilia y los años que transcurren antes permanecían ocultos, borrados hasta el de su “fuga” a Filadelfia. La recons- momento en que los nombra. A la vez, trucción del cuerpo de Emilia implica la memoria se niega como recurso paradójicamente la reconstrucción de mientras se hace el recurso mismo del los años y los personajes que le borra- material narrativo. Es la tensión en la ron su cuerpo. Dicho de otro modo, que gravita el texto que busca la reprepara dejar de ser invisible y emerger sentación de ella desde ella, o de ella toda ella, sabemos de Emilia - no lo desde la imagen de una alter ego, su ganado - sino lo perdido, lo usurpado, amiga Celia Robledo, ideal de un yo que ella hubiera querido ser. Dice lo escamoteado. Veamos: Emilia callaba. ¿Para qué hablarle Cixous que: “[…] in women there is más de eso? ¿Para qué repetirle [a Ce- always more or less of the mother who makes lia Robledo] que Miguel no le permiti- everything all right, who nourishes, and who ría desplazarse? [...] las señoras bien de stands up against separation.” (2045). Entre Bogotá no estudiaban, no trabajaban, la imagen de Celia Robledo y la esposa no viajaban solas, por Dios, Miguel de un hombre rico de la Bogotá de los hablaba pestes de las poquísimas que se años sesenta, Emilia se configura, apaatrevían a hacerlo. Cómo no, una seño- rece y se evanece. En la simultaneidad ra que saliera de su casa para algo que de dos realidades incompatibles, Emilia no fuera el Country Club o la iglesia, es. En su libro de ensayos La Scherezada iba por muy mal camino. (72-73) Esta narrativa de reconstrucción que criolla, se pregunta Helena Araújo inspira su material en la memoria de “¿Hasta cuándo será, seguirá siendo la latinouna mujer que escribe o es escrita, va americana un réplica de Scherezada?. (41). Su en la dirección contraria de una afir- pregunta en verdad bordea esta ambimación. Emilia es mientras nos mues- güedad que experimenta Emilia o la tra lo que no fue, Emilia es mientras mujer que escribe. Su pregunta es por está ausente; y a la vez está presente la escritura y en ella, inescapable, la musólo por la evocación de un largo mo- jer que la ejecuta. Si Scherezada debe nólogo que la rescata y la pone en los narrar para sobrevivir un día más, y intersticios de una serie de eventos en sobre todo y ante todo, para salvar la los que ella emerge como eje de lo na- vida de su padre, entonces la escritura rrado. Narración que evoca en su téc- su narración – no se ha fugado para nica la pintura “El poder blanco” ganar su lugar de enunciación, pues (1965) de René Magritte. Es en los in- sigue siendo un texto que complace al

odioso sultán que retiene su vida a condición de la vida de su padre. En Emilia queda abierta esta ambigüedad porque Araújo no pretende resolver el asunto con el hecho de la fuga. La representación de Emilia hecha por ella misma a través de su voz narradora que es su memoria, es la representación de dicha ambigüedad. La escritura es un reino conquistado en el reconocimiento de lo perdido, parece concluir Emilia, a fuerza de volver sobre “esos horrendos años sesenta” (68). Esa recurrencia de su memoria-narradora a dichos años muestra de modo paralelo el mundo de dos mujeres – Emilia y Celia Robledo de Uribe – que se mezclan y se interpelan, se confrontan y se reflejan entre sí. Al decir de Simone de Beauvoir “[…] it is very difficult for women to accept at the same time their status as autonomous individuals and their womanly destiny.” (1949). Es en los intersticios de esta dificultad que plantea de Beauvoir en donde vemos la imperfecta realización de Emilia. La escritura entre estas dos mujeres se abre sigilosamente, como un deseo oculto, como un ejercicio hecho a hurtadillas. Veamos: “Dionisos es la afirmación religiosa de la vida total”, sermoneaba Celia serísima cualquier tarde, mientras los niños retozaban en la algarabía de los mil demonios. Más grande que la casa de Emilia, la de Celia tenía en el subsuelo un local enorme para juegos y en el tramo superior una pieza donde conservaba (mejor dicho ocultaba) sus libros y discos. Allí era donde escribía poemas que nunca mostraba a Emilia. (70) La descripción de este espacio físico muestra dos mundos, dos niveles, dos realidades, dos deseos. Arriba la vida del hogar con los niños jugando, abajo la vida oculta de la mujer que escribe a la sombra del anonimato. Hay aquí la duplicación de la imagen deseada, del yo que se anhela ser. Emilia escribe que Celia escribía. Es la escritura dentro de la escritura, el gesto que se repite mientras se ejecuta, como el gesto negado de la memoria mientras se recuerda. Emilia recupera, diríamos, su cuerpo de mujer que escribe en esta tensión de contrarios, en los ritmos imprecisos de una esposa obediente que prepara en el sótano de la escritura su fuga. II. Emilia, escritura del afuera Escribir es escindirse. Y es también salir. Escisión, representación de un yo ideal, salida, experiencia de la diáspora. Así se abre el cuento “Esposa fugada”, con el encuentro de un otro perplejo

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- el cartero - y Emilia, disculpándose sin motivo. Encuentro con un otro en una lengua ajena y en un país que no es el suyo. Emilia está afuera. Es la entrada a un mundo que reconoce y apropia mientras desaprende el dejado atrás. “Sin embargo Emilia, que sólo vivía para climas veraniegos, se sentía a gusto en las brumas de esa aldea artificial construida en pleno campo y rodeada de bosques con ardillas que ahora, al regreso, se veían saltar por ahí.” (64). Vemos de nuevo la tensión de una narrativa que afirma mientras niega, y que niega mientras afirma. Es la yuxtaposición de dos mundos que se contradicen esencialmente, uno es cálido, el otro brumoso. El primero es evocado y está ausente, el otro es lo inmediato, se habita pero es el afuera. Emilia nos permite bordear este complejo enfrentamiento que vive el cuerpo-exiliado-que-escribe. Es, podríamos nombrarlo también así, la tensión de dos realidades que coexisten en permanente usurpación la una de la otra. La realidad ganándole espacio a la “geografía e historia imaginaria” como llama Edward Said a ese intersticio dado entre lo que está cerca y lo que está lejos. Es en ese intersticio ficticio que se inscribe la visión del exiliado. Veamos: […] Emilia se hubiera devuelto, como debió hacerlo de todas maneras poco después, al percatarse de que el banco de siempre, “su” banco, casi no se veía en la espesura, o sea que el rato de calma contemplando la quebrada crecida por los aguaceros de la semana anterior, resultó poco menos que utópico en tamaña neblina. (64) La imagen descrita aquí pertenece y coincide con la visión imprecisa que alcanza a tener el exiliado del mundo que tiene en frente porque ese mundo, aunque real y palpable, tiende siempre a agrietarse dejando filtrar un deseo de posesión, de seguridad, de pertenencia del que se carece precisamente. Lo que se filtra, lo que se cuela por la fisura del presente es de cierto lo que no se tiene. Emilia habla de “su” banco y enfatiza ese posesivo con unas comillas que dejan ambiguo el significado de lo poseído pues no sabemos con certeza qué tanto de ironía hay en esas comillas. La diáspora, dice más o menos James Clifford, es una forma de consciencia en la que pérdida y esperanza viven y experimentan una tensión definitiva. Paciencia, paciencia, pero paciencia era lo que ya le estaba faltando a Emilia, harta de ver cómo pasaban los días y las noches, de lunes a viernes y un interminable sábado-y-domingo, mientras esos tribunales que parecían funcionar en cámara lenta, seguían exigiendo más papeleos y más diligencias,

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de modo que toda esperanza podía abandonarse al entrar a los predios del Palacio arzobispal, y a esas oficinas llenas de monjas y curas, con un juez ensotanado presidiéndolo todo en medio de rimeros de códigos y mamotretos de la venerable Curia Primada de Bogotá. (79) Lo definitivo en Emilia es justamente la tensión de su escritura a contra corriente de lo enunciado con la que intenta dar cuenta de los años previos a la fuga. En la consecución de su lugar de enunciación, Emilia irremediablemente está y queda afuera. Afuera su cuerpo en un país extranjero, afuera su escritura en la zona oscura de su propia representación. La tensión de la esperanza y la pérdida alimentan la visión de las cosas y refuerzan el mecanismo esencial de la escritura del exilio. En La risa de la medusa, Cixous plantea este afuera al que es confinada la mujer que decide escribirse, o reconstruirse mediante la escritura. If woman has always functioned “within” the discourse of man, a signifier that has always referred back to the opposite signifier which annihilates its specific energy and diminishes or stifles its very different sounds, it is time for her to dislocate this “within” […] (2050). Al no funcionar más “dentro” de los códigos del sistema de enunciación del padre, el esposo, el cura, el obispo y toda suerte de representantes del orden patriarcal, la mujer que se escribe queda afuera dando campo a la batalla de lo que se contradice y se niega como forma de afirmación. En su novela Dedans, la misma Hélène Cixous inicia con estas palabras la novela: « Le soleil se couchait à notre commencement et se lève à notre fin. Je suis née en orient je suis morte à l’occident. Le monde est petit et le temps est court. Je suis dedans. » (9). El título, que significando “adentro”, es negado por ese juego de opuestos que se yuxtaponen para indicar algo que no está ni adentro ni afuera. Un punto entre ambos o ninguno. Es la manera discursiva de esa diáspora que vive el cuerpo femenino que decide escribir, no como subalterna, no desde el palimpsesto donde su cuerpo fue birlado, sino desde la tensión definitiva de lo perdido y lo ganado. En sus Reflexiones sobre el exilio, Edward Said toma prestado de la música el concepto del contrapunto para intentar explicar la manera en que la narrativa del exiliado ve, construye y nombra la realidad. Una realidad, no sobra decir, que le está de antemano fragmentada de modo excepcional toda vez que un exiliado es la suma de dos lugares y al mismo tiempo su ausencia. Diríamos

incluso que su condición es la de habitante de un interregno, un lugar que es y no es, un lugar que se afirma borrando otro. En este sentido, el contrapunto tal y como lo recoge Said, se expresa así: Most of people are principally aware of one culture, one setting, one home; exiles are aware at least of two, and this plurality of vision gives rise to an awareness of simultaneous dimensions, an awareness that – to borrow a phrase from music – is contrapuntal. (186) Reveladoras resultan estas palabras simples. El exilio no es un lugar ni es una temporalidad. Es una conciencia. Conciencia de la vida como experiencia contingente. Lo permanente no existe más que como deseo. Todo en el exiliado es contingente. Esta suma de desarraigo, contingencia y vigilancia con el pasado perdido recrea y alimenta las condiciones para una narrativa que no puede ir unívocamente en una sola dirección. Veamos cómo realiza Emilia esa condición del contrapunto en el recuento de los horrendos años sesenta: ¿Cómo, cuándo lo dijo Celia en alguna parte del año mil novecientos sesenta y cinco? ¿En la pieza aquella de los altos o en el jardín? ¿En el cuarto de juego de los niños o en el auto llevándola a casa? Emilia no podía recordarse, pero de lo que sí estaba segura era de que a partir de ese momento había sentido un fogonazo por dentro. Sí, sí, algo la había hecho pasar de una inercia que era tal vez cobardía a una suerte de arrogancia, de ímpetu. Verdad, ahí mismo había tomado la decisión: se marcharía una semana a Filadelfia. Sencillamente organizaría el viaje, llegaría donde su marido y le soltaría la cosa de sopetón. (75) El recurso permanente de la pregunta a sí misma, la búsqueda del dato exacto, la insistencia por precisar el lugar donde sucedieron hechos específicos y el uso de una prosa a medio camino entre conversación y de monólogo, van configurando los rasgos de una narrativa en la que el mundo referencial del exilio es solo punto de partida pero no eje de la narración; así mismo, el mundo evocado y ausente es el material mismo de la narración, provocador del ejercicio de la memoria. Emilia está frente a su pasado como quien recibe un archivo descuadernado y su tarea consiste en ordenarlo, pero en ese acto de ordenación, lo que leemos no es ese mundo ya ordenado sino el proceso de ordenación. El texto funciona con el caos propio de la memoria en el exilio, de la distancia frente a los hechos, guiado por todo lo que ha venido a despertar y a desempolvar del olvido, la


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entrañable presencia de Celia Robledo en la vida de Emilia. La reflexión de Said en torno al contrapunto como esencia y condición del exiliado, nos propone ir un poco más allá para pensar que la distribución de las cosas perdidas en el relato del exilado se da inevitablemente como respuesta al caos de un presente que de igual manera es contingente. Ambos mundos coexisten a pesar de ellos mismos y en contra de ellos mismos. Dice Said que: “For an exile, habits of life, expression, or activity in the new environment inevitably occur against the memory of these things in another environment. Thus both the new and the old environments are vivid, actual, occurring together contrapuntally.”(186). Emilia, que se ha quedado a vivir en el extranjero luego de su traumática separación y salida de Colombia, referencia su mundo actual dejando que se filtren en él elementos físicos, paisajes y nombres del país dejado atrás irreversiblemente. “¿Qué sería de Celia? se preguntaba por centésima vez, azogada, encendiendo la luz y encandilándose con la lámpara alógena que hacia rechinar los colores de la litografía colgada sobre la mesita donde había artesanías quimbayas.” (82). Ese ingreso y salida de referentes colombianos en su mundo de exilio, torna el texto en una manifestación, más que híbrida, de diáspora. La configuración del texto narrativo, al ejecutarse como contrapunto, no niega ni afirma, no borra ni permite ver. Es ambas cosas al mismo tiempo. Al con- Notas 1. Franz Fanon citado por Homi Bhabha cluir sobre la condición de la diáspora, en “Cultural Diversity and Cultural Stuart Hall dice: Differences” from “The Commitment to […] diaspora does not refer us to those Theory” New Formations 5, 1988. (156). scattered tribes, whose identity can only 2. Tiffin, Helen. “Post-colonial Literatures be secured in relation to some sacred and Counter-Discourse.” Tiffin utiliza el concepto de “contra-discurso” o “estrahomeland to which they must at all tegias contra-discursivas” en el contexto costs return […] diaspora identity are de la escritura post-colonial. La idea de those which are constantly producing

Tiffin gira en torno al reto de la escritura post-colonial de ir en la dirección contraria a la del canon literario europeo. Vale la pena retomar aquí este interesante concepto y pensarlo como una forma general en la que se cuestionan los discursos de poder. 3. Foucault, Michel. “The Incitement to Discourse” from The History of Sexuality. “Incitements to speak [about sex] were orchestrated from all quarters, apparatuses everywhere […] sex was driven out of hiding and constrained to lead a discursive existence.” (1657). Bibliografía Araújo, Helena. Esposa fugada y otros cuentos viajeros. Medellín: Hombre Nuevo Editores, Colección Madremonte, 2009. ---. La Scherezada criolla. Bogotá: Editorial Universidad Nacional de Colombia, 1989. Beauvoir, Simone de. The Second Sex. New York: Alfred A. Knopf, 1993. Cixous, Hélène. The Laugh of Meduse. New Brunswick, N.J.: Rutgers University Press, 1994. ---. Dedans. Paris: B. Grasset, 1969. Clifford, James. “Diasporas.” Migration, Diasporas and Transnationalism. Ed. Steven Vertovec and Robin Cohen. Northampton, MA: Edward Elgar, 1999. Hall, Stuart. “Cultural Identity and Diaspora.” Theorizing diaspora : a reader. Ed. Jana Breziel and Anita Mannur. Malden, MA: Blackwell Plub., 2003. Said, Edward. Reflections on Exile. Cambridge: Harvard University Press, 2000. Spivak, Gayatri. Can the subaltern speak? Boulder, Colorado: Westview Press, 1993.

Helena Araújo. Atrás Américo Ferrari . Foto Mario Camelo.

and reproducing themselves anew, through transformation and difference. (438) La escritura de Emilia se realiza en este sentido que expone Hall, es decir, como la manifestación de una nueva identidad que viene por un lado de un mundo dejado atrás pero vivo y alimentando permanentemente la memoria; de otro lado, viene de un mundo ajeno ganado y apropiado en los rigores del exilio, en el aprendizaje y des-aprendizaje de lo propio. Emilia se ha escrito a sí misma en el interregno de una nueva identidad. Esta nueva identidad en la que lo disperso de su mundo se reúne y se congrega, no como forma homogénea, sino justamente en la validación de lo ambiguo que la ha constituido como mujer que se escribe. La recuperación del cuerpo, “the effort to write or speak her body”, para usar las palabras de Spivak, sucede en Emilia como consecuencia de su voluntad para escribir. La escritura le ha otorgado su lugar de enunciación y le ha conferido el poder de construir desde ella el texto que es su propia representación. Esta representación que a su vez da cuenta de un mundo construido afuera y ganado tras la ardua fuga. Escritura del afuera que la devuelve a lo que perdió y le permite reconciliarse con las sombras de su pasado intocado hasta entonces. Mundo de dudas, de titubeos, de tumbos y caídas. Un mundo imperfecto y bello, inestable y firme, oscuro y transparente. Al final, Emilia es la imagen no lograda de Celia, pero es la imagen de ella misma, de Emilia que se escribe, inspirada no obstante en Celia. Al final del cuento, la confirmación de la muerte de Celia por una voz al otro lado del teléfono, es la confirmación de la pervivencia de Celia, en la escritura de Emilia, valga decir, y en lo que su presencia decisiva activó y despertó en la vida de Emilia. Mundo hecho de mujeres que se escriben a ellas mismas y que se imaginan inopinadamente mientras se enfrentan a la escritura, al papel en blanco, ese reino conquistado con el dolor de la memoria y el alivio de enunciar y reconocer lo perdido. Emilia, la esposa fugada, es el triunfo del cuerpo que escribe mientras se escribe.

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Anabel Torres Colombia, 1948.

Autora de Casi poesía (1975), La mujer del esquimal (1981), Las bocas del amor (1982), Poemas (1987), Medias nonas (1992), Poemas de guerra (Barcelona, 2000), En un abrir y cerrar de hojas (Zaragoza, España, 2001), Agua herida (2004), El origen y destino de las especies de la fauna masculina paisa (2009).

Helena Araújo

compañera de alma y de trinchera

Por Anabel Torres

Primero nos unió una sonrisa. La primera de cada una para la otra, y a partir de entonces cada vez que nos hemos visto esa sonrisa mutua ha estado más pronta a salir, calles antes de vernos. Yo había viajado en tren desde Barcelona, vía Toulouse, hasta al pequeño pueblito de Lutry, en Suiza, donde Helena me esperaba en su piso. Y no era que solo nos hubiéramos leído mutuamente antes de vernos, aunque también era eso. Era además que yo le llegaba enviada como una jarrita de leche condensada apalancada entre los hombros

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y las sonrisas de Luis Fayad y Jacques Gilard. Entre letras propias y empatías ajenas, Helena y yo hemos contado con la fortuna de balancear el prodigio fresco y perenne de la amistad cómplice entre las dos desde el comienzo. Yo llegaba al refugio fresco y cálido de la casita de Helena después de haber toreado, titubeante y después guerrera, a encargados de los ferrocarriles y pasajeros por igual. La medianoche anterior una estudiante norteamericana y yo nos habíamos dado apoyo y consuelo, atrincherándonos en el mismo compartimento del tren para escapar a las fogosas atenciones del conductor nocturno, viejo lobo que había acomodado a cada una, sola, en cada punta del largo vagón ‘para poder coquetearnos mejor’ a sus dos caperucitas. Yo había cometido el error de viajar a España con mochila y un talego de dormir pegado a la mochila. Era la época del destape español, en 1977, y no es que yo fuera hermosa, pero digamos que en aquel momento cualquier mujer, risueña y andariega viajera de un tren español, y sola, era demasiado hermosa como para no intentar zampársela, toda o a trozos, si ella se dejaba. O aunque no se dejara, con tal de que se pudiera, y por fortuna para las dos de una manera galante, o que creían galante. ¡El idioma daba igual, como pude constatar por mi compañera atrincherada! Helena tenía un congreso de literatura al día siguiente, sábado, en un castillo cercano, y se marchó tras el desayuno, no sin antes dejarme instrucciones muy precisas de cómo llegar al puerto del pueblo y subirme a uno de aquellos enormes paquebotes para turistas cuyo

destino es circunvalar el lago tocando Lausana y las demás orillas. En Lutry me sucedió el amor y dejémoslo ahí ¡Pluf ! Las vivencias cuando fueron frescas, y hasta maduras, nos pertenecieron solo a él, a Helena y a mí, y ahora le pertenecen, por ejemplo, a la página tal de Wounded Water/Agua herida, sobre el amor, ese miembro fantasma que le falta a tu cuerpo y aún duele. Helena sí me ha durado toda la vida y nuestra clase de amor no se ha desteñido ni estropeado con el tiempo. Pronto nos dimos cuenta de las batallas existenciales que nos unían como a hermanas siamesas: por ejemplo, el horror de haber estado a riesgo de ver desaparecer a nuestros hijos, hundidos en el fango de esa moral pacata colombiana, ese sádico machismo que sigue asediando a Colombia –una mirada a cómo es allá la violencia contra las mujeres, ya que el país también se ha convertido en líder mundial en el uso creciente del ácido arrojado al rostro de las mujeres, a la par con Paquistán y Bangladesh, lo constata. Por infinita desgracia, a Colombia la siguen asediando además toda especie de ejércitos, variopintos e inicuos todos, otra tara de nunca acabar. Así que en el amor por el país ausente, el cariño y la tristeza que nos unen a Helena y a mí tienen tela, como dicen aquí en España. Tampoco terminan, y las cosas no ‘se arreglan algún día en Colombia’, o por lo menos no hasta ahora, y probablemente no nos toque a ninguna de las dos verlas arregladas mientras aún estemos con vida. Lo que sí nos toca es la dicha de las palabras compartidas o ajenas, y esta vida, la vida de ambas, llegada a la

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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orilla; la vida teñida de la alegría de haber visto crecer y tropezar y levantarse –cada cual dentro de la libertad que solo puede ofrecer la democracia que es la paz– ella a sus cuatro hijas, yo a mi hija y mi hijo. Somos compañeras de alma y de trinchera Helena y yo, ya que logramos, cada una vadeando desde el río revuelto de su propia historia, luchando contracorriente, y tragando y escupiendo entuertos, el inconmensu-

rable don de poner a salvo nuestros seis singulares tesoros. ¡Estamos salvadas, somos las dos unas salvadas! Es un extraño ejemplo de orgullo humilde este que se me ocurre, como también es un orgullo humilde sentir el afecto de Helena a lo largo del tiempo, su militancia desde sus gestos, sus palabras o hasta el silencio… y degustar este agradecimiento que tengo por su vida.

Anabel Torres Colombia, 1948. Es poeta y traductora. Creció en Nueva York y escribe en ambos idiomas. Es Licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad de Antioquia en Medellín y obtuvo una Maestría de Género y Desarrollo en el Instituto de Estudios Sociales de La Haya. Fue subdirectora de la Biblioteca Nacional de Colombia entre 1983 y 1987, y desde entonces ha vivido la mayor parte del tiempo en Holanda y España. Ha traducido a poetas como José Manuel Arango, Ildefonso Manuel Gil y Meira Delmar. Escribe ensayos y cuentos en español e inglés, rara vez publicados. Ha colgado exposiciones basadas en su libro Medias nonas en Barcelona y Medellín.

Anabel Torres Foto © Anabel Torres

Obras publicadas: Human Wrongs and Other Poems, Ayuntamiento de Calvià (Baleares) 2010; El origen y destino de las especies: de la fauna masculina paisa, Ed. Pandora, Medellín 2009; Wounded Water/Agua herida, Ed. Árbol de Papel, Bogotá 2004; En un abrir y cerrar de hojas, Editorial Prames, Zaragoza (Aragón) 2001; Poemas de la guerra, Ed. Árbol de Papel, Barcelona 2000; Medias nonas, Colección Celeste, U. de A., 1992; Poemas, Ediciones Embalaje del Museo Rayo, Roldanillo 1987; Las bocas del amor, Ed. Árbol de Papel, Bogotá 1982; La mujer del esquimal, U. de A., 1981; Casi poesía, U. de Antioquia 1975 y U. de Pasto 1984.

Premios literarios: Premio Rei en Jaume para poesía en inglés 2009, Calvià (Baleares); Primer Premio Concurso de Traducción Literaria 2001, British Comparative Literature Association y British Centre for Literary Translation, Norwich, por su versión al inglés de Este lugar de la noche de José Manuel Arango; Premio nacional de poesía del Museo Rayo 1987; Premio nacional de poesía Universidad de Antioquia 1980; Finalista Premio Nacional de Cuento U. Externado de Colombia 1977; Premio nacional de poesía Universidad de Nariño 1974.

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Esther Andradi Escritora argentina, reside en Berlín y Buenos Aires. Ha publicado testimonio, cuento, microrrelato, poesía y novela. Sus ensayos literarios sobre lenguaje, cultura, migración y género circulan en diferentes medios de América, España y Alemania. Mantiene vivos los lazos de una comunidad de escritores de lengua española afincados en países con distintos idiomas y tradiciones literarias. Es autora de la novela Berlín es un cuento. Tradujo la poesía de May Ayim al español. Editó la antología Vivir en otra lengua, presentando escritores y escritoras de diferentes países de América Latina residentes en Europa. Ha sido traducida a varios idiomas, últimamente al islandés.

Helena en Berlín

Por Esther Andradi

Fue a fines de 1987 y en Berlín que conocí a Helena Araújo pero hacía tiempo que me hablaban de ella. De la escritora, de sus ideas, y de sus ensayos críticos sobre la literatura producida por mujeres en América Latina. Gina Cánepa, chilena en el exilio, hoy en Providence, EEUU, que había llegado al Instituto Latinoamericano de Berlín para hacer su doctorado, es quien realmente me “la presentó“.

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—Tienes que leer lo que escribe Helena—, me dijo Gina, en uno de sus encuentros en donde me debatía entre el doctorado o la literatura. Eran tiempos de fotocopias. Y fue Gina quien por primera vez me habló de La Scherezada criolla, aquel ensayo que después dio lugar a ese libro fundamental para la lectura crítica de mujeres latinoamericanas. ¿Hasta cuando será lo femenino una condición al margen de la historia? preguntaba Helena en 1980 en ese escrito que no nos cansamos de leer en aquella década. Entonces me animé y le envié mis primeros cuentos desgarrados. Ella respondió a una desconocida con tanto amor y lucidez en una carta que conservo como oro. Fue mi lujo de lectura y de lectora. Para entonces un grupo de estudiantes y doctorantes del Instituto Latinoamericano fuimos convocadas por Gina, que entonces ya tenía un puesto fijo en el Instituto, para organizar el Primer Simposio Internacional sobre literatura y crítica literaria de mujeres de Latinoamérica. Nos reunía la pasión por exponer aquella literatura que asomaba con nombres, otro lenguaje y frescura en el horizonte literario del continente y que recién comenzaba a abrirse paso en la academia: la escritura de mujeres latinoamericanas. Durante los días 4, 5, y 6 de diciembre de 1987 estudiantes, académicas y escritoras conferenciaron, discutieron, disfrutaron de lecturas y celebraron el encuentro en el Instituto Latinoamericano de Berlín. Helena Araújo tuvo a cargo la conferencia inaugural del Simposio. Fue guía, sabia, crítica en esas jornadas.

Como lectora y como creadora. La acompañaron Luisa Futoransky, Margo Glantz, Anabel Torres, Gloria Henriquez, Rosa Helena Santos, Marily Martínez... Helena participaba de las conferencias acostada a lo largo de una banca que habíamos instalado para ella cerca de la puerta del salón. Y no es que durmiera, qué va. Es que sus vértebras lumbares la desobedecían y desarticulaban la delgadez de su dueña. Y ella, entonces, en represalia, las acostaba. Cuando se abría el diálogo, después de las conferencias, Helena era casi siempre la primera en participar. Entonces sí, se erguía por un momento. Se sentaba. Sugería, consultaba, polemizaba.

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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Abría el juego. Y al rato volvía a su posición horizontal. Otra vez, en 1988, regresando de Ginebra adonde había ido a ver la tumba de Borges pasé por Lausana con mi esposo y la visitamos en su casa. Fue otra fiesta. Desde entonces —y esto no es un dato menor para quienes somos nómades—, su presencia me acompaña en cada mudanza, de casa, de país, de ciudad, de continente: sus escritos, sus libros, sus lecturas, su pensamiento. And last but not least, sus tarjetas de buenos deseos cada año nuevo, que llegan a mi buzón con el correo caracol, y siempre —pero siempre— ¡a tiempo! Cuando en 2006 Ediciones Desde La Gente, de Buenos Aires, me invita a armar una antología de la literatura latinoamericana que se escribe en Europa no tuve dudas: el primer nombre fue Helena. Y así seguimos. Viviendo en otra lengua, y celebrando el idioma que nos cantó al nacer. ¡Felicidades Helena Araújo!

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ESCRITURA 0E MUJERES LATI]'|0AMERICA],|A$ Primer Simposio lnternacional en Berlin Occidental sobre Literatura y Critica Liteiaria de Mujeres de Latinoamörica. Viernes 4 (a las 20 hras.): HELENA ARAUJO con la ponencia inaugural:

"NOVELISTAS COLOMBIANAS: SIGLO XX" Säbado 5 (a las

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Primer Grupo de Trabajo:

HISTORIOGRAFIA. LITERARIA EN LATINOAMERICA säbado

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Y ESCRITURA DE MUJERES

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Terc.er Grupo de Trabajo:

LA PRODUCCION FEMENINA EN LA CULTURA ORAL Y SU MEDIATIZACION EN LA ESCRITURA SER MUJER Y ESCRIBIR. INTERCAMBIO INFORMAL DE EXPERIENCIAS

(de las 18,30 a las 19 hras.

con la participaciön de las escritoras LUISA FUTORANSKY, MARGO GLANTZ, PERLA SCHWARTZ, HELENA ARAUJO, LAURA RIESCO, ANABEL TORRES, ANA BECCIU y GLORIA HENRIQUEZ.

Y

Esther Andradi © Peter Groth.

Con la colaboraciön de la "Zentraleinrichtung zur Förderung von Frauenstudien und Frauenforschung", "Außenamt" y "ASTA" de la "Freien Universität Berlin"

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Gina Canepa Ha publicado en los Estados Unidos, Europa y Chile sobre cultura popular chilena, literatura del exilio del Cono Sur y literatura y cine contemporáneos chilenos. Completó su doctorado en Estudios Latinoamericanos en la Freie Universität Berlin en Alemania. Actualmente enseña como Senior Lecturer en Providence College, en Rhode Island, Estados Unidos.

La Scherezada criolla y la crítica literaria criolla: recordando a Helena Araújo

Por Gina Canepa

Esta presentación va a ser más bien un testimonio que una exposición académica. Quisiera aquí hablar sobre mi relación con Helena Araujo. Primordialmente quiero atestiguar mi acercamiento personal y profesional hacia ella. Transmitir el impacto que esta escritora colombiana tuvo en las investigadoras latinoamericanas que indagábamos sobre la escritura femenina latinoamericana en los años 70 al 80 en la Euro-

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pa Occidental es una tarea de recuperación inmensa y emblemática. Muchas críticas literarias y culturales vivíamos en los años setenta en Europa. En aquellos años se comenzaba tímidamente a desarrollar una crítica literaria feminista respecto de la escritura europea y estadounidense y desde luego la literatura latinoamericana femenina no había alcanzado el estatuto de objeto digno de ser estudiado. Si bien el llamado boom de la literatura latinoamericana que se promovía por las editoriales barcelonesas significó un éxito rotundo de escritores como Gabriel García Márquez, José Donoso, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, las escritoras aun no eran incluidas en este canon memorable. Recuerdo que en los años 70 tampoco se desarrollaban los Estudios de la Mujer europeos con mucha facilidad. Nuestras hermanas de género del primer mundo como las llamábamos tenían que luchar arduamente por ganar espacios y captaron algunos a fines de los setenta. Al alero de estos focos académicos del centro tratamos tímidamente de erigir nuestras preocupaciones digamos “periféricas” respecto de los tópicos concretamente femeninosfeministas de los Estudios Latinoamericanos. No fue fácil en términos de negociaciones y alianzas. Tal vez las expertas en Ciencias Sociales respecto de la mujer latinoamericana encontraron mejor apoyo dentro de disciplinas marcadas por los designios de su campo que eran más atractivos para las políticas investigacionales europeas. Si bien la literatura había comenzado a transformarse en un sujeto un poco descuidado en esos tiempos de

tecnologización y globalización emergentes, la literatura latinoamericana femenina corría una suerte un poco diferente dependiendo del mercado editorial de turno. Desde luego el éxito de los libros de Isabel Allende, Elena Poniatowska, Laura Esquivel, Ángeles Mastretta y Rigoberta Menchú, que ganaron el interés internacional dentro de la literatura femenina de Latino América, sacudieron los cimientos de la recepción de textos femeninos en los ochenta. Los mismos plantearon otras interrogantes cómo las del estatuto de textos femeninos de gran calidad literaria pero que por estar menos ligados a la técnica testimonial o al realismo mágico no gozaban del afecto de los receptores europeos. En 1983 dicté mi primer seminario de Literatura Femenina Latinoamericana en el Instituto Latinoamericano de la Freie Universität Berlin en el entonces Berlin Occidental. No fue fácil pues el acoplamiento con una teoría feminista socialista a la manera de Simone de Beauvoir no satisfizo las necesidades de los textos elegidos. Entonces tuve acceso a algunos artículos de Helena Araújo quien trataba de rehabilitar la teoría francesa postestructuralista para los fines de la literatura femenina latinoamericana. El marco teórico era más efectivo cuando se trataba de trabajar los conceptos de diferencia y de los polos descuidados en la percepción de los polos binarios tradicionales. En fin, la cuestión era encontrar un marco teórico que fuera capaz de reconocer la diferencia pero también el polo marginado con que fuera asociada la mujer latinoamericana en términos de marginali-

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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de la conquista europea para generar la nueva población mestiza y objetos de unas de las peores violencia patriarcales durante siglos. Las mismas llegaron a ser aceptadas como sujetos políticos en la sociedad civil dentro de democracias latinoamericanas populistas pero cuando estas fracasaron y se instauraron dictaduras brutales en el continente latinoamericano para frenar el progreso social general fueron víctimas doblemente maltratadas por ser disidentes y precisamente por ser mujeres. Marcos teóricos emanados de la semiología de Luce Irigaray y Julia Kristeva, del psicoanálisis de Jacques Lacan, de la filosofía deconstruccionista de Jacques Derrida y de la teoría cultural de Michel Foucault proveyeron algunas herramientas teóricas para forjar una crítica literaria femenina latino americana, pero el gran desafío para Helena Araújo y otras críticas literarias que dialogábamos con ellas fue considerar lo específico de la sociedad e historia latinoamericanas en el diálogo textual inmanente. Hoy por hoy Hélène Cixous, Luce Irigaray, Julia Kristeva, Jacques Lacan, Jacques Derrida y Michel Foucault son parte de un canon teórico clásico que invocamos a veces con nostalgia. La crítica literaria feminista se ha modificado notablemente en el mundo. Hoy está más ligada a los Estudios Culturales y a los Estudios de la Diversidad. Recuerdo con deleite cuando conocí a Helena Araújo por primera vez de manera personal. Fue en 1986 en un Congreso de la Asociación de Estudios de Literatura y Sociedad de América Latina (AELSAL) que como frecuente tuvo lugar en Travers, Suiza. Un año después Helena fue nuestra invitada de honor en aquel legendario Simposio de Literatura de Escritoras Latinoamericanas del otoño de 1987. Se desarrolló en el Instituto Latinoamericano de la Freie Universität Berlin en el entonces Berlín Occidental. Para aquéllas que

trabajaban en los Estudios Feministas en los Estados Unidos esto no era algo peculiar o desacostumbrado, pero sí en Europa. Era la primera vez que en la universidad alemana se presentaba un simposio de esta naturaleza pues las instituciones universitarias europeas que siempre habían servido al progreso aún estaban marcadas por viejas tradiciones que se arrastraban desde siglos. Me pareció que Helena no sólo era una académica de primera y una talentosa novelista capaz de innovar sino también una mujer cálida, tremendamente profesional y creativa. En aquel simposio colaboraron en su organización dos señeras escritoras que aun viven en Berlín, pero claro en el Berlín reunificado, como las argentinas Esther Andradi y Marily Martinez de Richter. También fue ejemplar la participación de la filosofa colombiana Rosa Helena Santos-Ihlau cuyas formulaciones sobre una ética pacifista siempre han sido notables para la experiencia feminista. Asistieron otras escritoras y académicas que continúan hoy siendo leales a los designios creativos de la mujer. Recuerdo a la antropóloga y novelista nicaragüense Milagros Palma, a la poetisa colombiana Anabel Torres, a la novelista argentina Luisa Futuransky y muchas otras. Aquellos tiempos eran también muy utópicos y soñábamos con grandes cambios sociales y culturales. Muchos no ocurrieron y tal vez las mujeres ganamos algunos peldaños dentro de la justicia social y los derechos humanos, pero aún queda mucho por hacer. Aquí quiero recordar a Helena Araújo como una escritora, académica y feminista ejemplar, pero también a muchas otras que como Helena hemos luchado arduamente desde los años setenta en la configuración de los estudios de la escritura femenina latinoamericana, creando una red transnacional de solidaridad, confrontando muchos obstáculos y disfrutando ciertos logros.

Gina Canepa Foto © Gina Canepa.

dad, intuición, instinto. naturaleza y mito. Pero como bien reconoció Helena Araújo en sus primeros trabajos, la cuestión no sólo era comprimir a la mujer al polo descuidado sino de encontrar una alternativa en la que ella desde su marginalidad negociara búsquedas y aciertos dentro de una escritura enmarcada en su contexto sociohistórico especifico. Su libro La Scherezada criolla de 1989 publicado por la Universidad Nacional de Colombia, una colección de sus mejores artículos, fue clave para muchas académicas que buscábamos referencias teóricas que no fueran camisas de fuerza en la indagación de interpretaciones en la literatura latinoamericana. Si bien Araújo hablaba desde la diferencia ésta no era solo una diferencia lingüística, sino también genérica y social dentro de la sociedad latinoamericana. Narrar para no morir: la criolla había hablado siempre desde los intersticios. Particularmente Helena Araújo se inspiró en algunas ideas del postestructuralismo feminista francés de los años setenta para examinar si la obra literaria había usado exitosamente el proceso de mímesis en la imagen de lo femenino. De ser la propuesta exitosa una nueva imagen de la mujer se habría creado desde la mujer para la mujer, vale decir no se trataría de una imagen subjetivizada por la perspectiva androcéntrica. La noción de “écriture fémenine” sustentada por las pioneras Hélène Cixous, Luce Irigaray y Julia Kristeva constituía más bien una filosofía y tal vez una poética que promovían la experiencia y sentimientos femeninos en el fortalecimiento de su obra literaria. Como diría Cixous las mujeres deberían escribirse ellas mismas, escribir sobre mujeres y promover la escritura femenina, en suma apoderarse de la escritura de la que habrían sido violentamente expulsadas así como de sus cuerpos. Desde luego, el cuerpo oprimido de la mujer como sujeto histórico habría generado un lenguaje alterado y fraccionado que en pocas ocasiones se habría expresado gloriosamente. Según Cixous si la mujer no siempre se había manifestado desde su cuerpo sin poder eludir el lenguaje fálico, a menudo habría tenido la oportunidad de enunciarse desde los quiebres de su experiencia, la contradicción y la rabia. Helena Araújo coincidía con esta concepción de la escritura del cuerpo pero trasladaba estas deliberaciones a otras formas de reflexión que más bien tenían que ver con la situación de las mujeres latinoamericanas violadas des-

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Paloma Pérez Sastre Colombia, 1956.

Autora de la Antología de escritoras antioqueñas, 19191950 (Secretaría de Cultura, 2000) y del libro de cuentos y crónicas Como la sombra o la música (Colección Madremonte, 2007). Colaboradora de la Revista Universidad de Antioquia. Profesora de escritura y literatura, y gestora cultural en la misma universidad. Investigadora autónoma en el tema de la escritura de las mujeres en Antioquia y Colombia.

Un collar de fríjoles

De la serie Cartas para Alicia*

Por Paloma Pérez Sastre

Profesora de la Universidad de Antioquia

Medellín, enero de 2014 Alicia:

Hoy quiero hablarte de Helena Araújo. Lo haré mostrando distintos momentos y personas que, como las cuentas de un collar, me condujeron a conocerla en persona después de seis años de correspondencia. La feliz motivación llegó por medio de Guillermo Camacho, quien me invitó a escribir en el número dedicado a Helena de la revista danesa Aurora Boreal. Dinamarca es el país chiquitico de la mamá de Cristian Pérez, mi primo adorable, y donde nació H. C. Andersen, el autor de “La sirenita”. Limita con Alemania y, cruzando el Báltico, se conecta con Finlandia, donde vive tu tío Fede. Mira qué manera de aparecer una asociación nueva de un país y una persona. Y no es extraño que de cualquier parte del planeta llegue alguien que conoce a

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Helena. Ella viajó mucho desde pequeña porque su papá era diplomático, y sigue desplazándose con su escritura, aunque casi no se mueve de su apartamento en Lausana. Fíjate que en 2006, en un congreso en Perú, me sorprendió que casi todas las académicas que presentaron trabajos sobre literatura escrita por mujeres, la tuvieran como un referente querido. Su red de mujeres de todas partes y de todas las edades sigue creciendo, hace poco me buscaron unas estudiantes de filología en la universidad, interesadas en dedicarle sus tesis a la obra de Helena. Nació en 1934, el mismo año que tu bisabuela. Fue Elkin Restrepo quien me la presentó y el que cuando me mostró su foto, me hizo caer en la cuenta de que el collar que adornaba el cuello de esa cara sonriente era de fríjoles; él sabía que un detalle como ese me llamaría la atención y me engancharía. Busco los mensajes electrónicos, el más antiguo, de noviembre de 2004; el motivo es el artículo que Elkin nos había encargado a Claudia Ivonne y a mí para la Revista Universidad de Antioquia. La trato de usted, ella se muestra generosa y contenta. Siguieron y continúan los mensajes y las tarjetas postales y de Navidad en papel, con remitente de la calle Juste-Olivier. Así me fui adentrando en una obra rarísima que me ponía en aprietos. De La M de las moscas no entendí casi nada, pese al esfuerzo por descifrarla. Crítico, inteligente y sarcástico, es de uno de esos libros que dejan sensaciones confusas y un pálpito de que adentro se mueven una complejidad interesante y una infinidad de frenéticas conexiones, que se sustraían a mis posibilidades y

pretensiones. El impulso de ese primer intento me alcanzó para no rendirme hasta encontrar un sentido y aventurar una interpretación de Fiesta en Teusaquillo, experimento literario tan diciente de un momento de la historia política y artística de Colombia y, al mismo tiempo, tan a tono con las corrientes estéticas contemporáneas. Mi perplejidad llegó al colmo en la lectura de los artículos y ensayos. No encuentro poesía ni emoción en la prosa de la teoría y la crítica literaria, aunque las valoro como herramienta para ampliar el panorama. Entonces, por ignorancia del código, abandoné su lectura. Fue en la edición de la novela Las cuitas de Carlota y del libro de cuentos Esposa fugada para la Colección Madremonte, donde, al descubrir una palabra deliciosa y apresurada, encontré un espacio para leer a gusto y oír una voz distinta que parecía provenir de otra autora. Hallé también, entre otras cosas, algo que me encantó: vestigios de una educación sentimental en las lecturas de D. H. Lawrence. Quise desarrollar el tema en un texto que leí ante su hija Giselle, en el congreso-homenaje de Cartagena en 2009. Esa vez Giselle me la pasó al teléfono; me asombró el acento bogotano intacto. Debí parecerle muda por la parquedad que me impuso la emoción. Y, hablando de viajes, Alicia, cuando fui a Bogotá en el último puente llevé papeles y libros para trabajar en este escrito; me propuse también caminar por Teusaquillo. Hice el paseo, pero no abrí los papeles, es más, se me quedaron allá. Resulta que tengo una costumbre cuando me alojo en casas de amigos: husmeo en sus bibliotecas, es-

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cojo algunos libros y leo todo lo que puedo. Esta vez llegaron Emily Dickinson y L. Durrell con palabras sobre la intimidad, el silencio y la creación: “Silencio es todo lo que tememos. Hay un rescate en una voz, pero silencio es infinito. Él mismo no tiene faz.”, dice ella. “Por medio del arte logramos una feliz transacción con todo lo que nos hiere o vence en la vida cotidiana, no para escapar al destino, como trata de hacerlo el hombre ordinario, sino para cumplirlo en todas sus posibilidades: las imaginarias.”, dice él empezando Justine. ¿Por qué dejé libros y papeles en su ciudad natal? Se me hace que Helena se disfrazó de Emily Dickinson para escondérmelos, como si quisiera guiarme con humor, como si la fiesta

como lo llama; y, a su vez, el deseo del cuerpo con el deseo de ser. Así, el “lenguaje analógico” del que habla no sería más que un medio líquido que deja fluir al pincel-palabra en asociaciones y metonimias —algún día te explicaré, Alicia, lo que esta palabra tan bonita significa—. Puede que el asunto sea más complejo, pero así se me ilumina ahora. En últimas, creo que libertad es la palabra clave. Y ahí quería llegar. Ahora tengo ante mis ojos a la Helena de carne y hueso. Una mujer delgadita, muy viva, queridísima, liada con las llaves y con todo lo que tiene que ver con el mundo práctico. Una alegre contertulia conversando en la terraza de Giselle mirando al lago Leman con sus entrañables amigos latinoamericanos exiliados por voluntad propia o ajena. Y, sobre todo, una escritora que insiste en poetizar y politizar. Dedicada, o mejor, entregada a su trabajo de una manera que me recuerda a ti, Alicia, cuando te embelesas en juegos inventados. Tú me has enseñado a ver la creación como esas burbujas de eternidad en las que nadamos en plena libertad. Y ese es el llamado de Helena, esa es la razón de ser de su permanente comunicación con múltiples interlocutores regados por todo el mundo. Por eso es capaz de decir: “¿Para qué público escribo? ¿Para qué público escribimos? Para el público que soporta nuestra rebeldía”. Me encantaría, Chiquita, que algún día Helena te tomara en brazos y que, como la gran mamá de las escritoras rebeldes, te transmitiera ese espíritu amplio y bondadoso y, sobre todo, esa manera sencilla de celebrar y agradecer la vida. Saber que existen personas como ella que no se han dejado callar, me animan a desear que no te tragues el cuento de las princesas que les inyectan hoy a las niñas en Colombia; porque empiezan diciéndote princesa y terminan sometiéndote. Ciudadana sí, en Teusaquillo se hubiera colado en mi princesa no. vida para hacerme bromas y decirme que así no es, que deje la bobada y la tiesura intelectual, que las cosas llegan como la sonrisa sin gato que aparece y desaparece; que nada puedo planear ni prever. Entonces, en el desconcierto de * Alicia es mi nieta. Nació el 22 de marzo no tener papeles a los que asirme para de 2011. empezar a escribir, en el vacío, apareció una idea: las batallas de Helena con el lenguaje. Tienen que ver con el uso de las palabras como pincel. Helena dice que en el castellano sentía la censura de las monjas católicas con las que se educó en Bogotá y que solo leyendo obras en inglés y francés pudo “conocer los ritmos livianos de la libertad”. Ella asocia las ataduras del lenguaje con las ataduras del cuerpo, “la frigidez semántica”,

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Paloma Pérez Sastre Foto © María Vélez

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Colombia. Escritora y docente universitaria. Su primer libro, Cuentos sin antifaz, (2002), incluye 'Silencio de neón', ganador del Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo en 1999, en la modalidad de cuento negro, convocado por Radio Francia Internacional, y 'Sonata en mí', Premio Nacional de Cuento Pedro Gómez Valderrama en 2000. Ha publicado, A la sombra de una nínfula, biografía de Vladimir Nabokov (2004), la antología Cuentos punzantes (2006), y los relatos para niños Martín Tominejo (2006) y El cazador de ruidos (2010); la novela, Mortajas cruzadas, (2008) y Cuentos colgados al sol (2011).

Helena Araújo

Las cuitas de Zana

Por Lina María Pérez Gaviria

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Nr. 5 de mayo de 2009 De la obra de ficción de Helena Araujo leí recientemente dos cuentos: 10, Chemin du Levin publicado en Ardores y furores. Relatos eróticos de escritoras colombianas (Bogotá: Planeta 2003) y El coloquio de Claudia en Cuentos colombianos del siglo XXI (París: Indigo & Côte-femmes èditions, 2005). Ambos muestran la solvencia de una pluma sensible e imaginativa que reflexiona sobre lo femenino desde lo erótico y desde el quehacer literario. En estos relatos la autora logra una poética narrativa en su pluma fluida y vital. En este epistolario detiene su mirada en las paradojas de una mujer capaz de examinar sus dramas y aventuras y de buscar la liberación en las revelaciones de su propio espejo. Las cartas que escribe Carlota a su prima Elisa Ayala se sienten frescas, se leen de un tirón. Sí, por qué no decirlo, uno prefiere que sea Zana, cálida, aguda y graciosa la que cuenta, y no una Carlota, con nombre demasiado tieso y majo para una mujer que sabe mirar con ojo crítico las convenciones de una época en la cual el destino femenino era una camisa de fuerza. Las cartas tejen una historia, la de una mujer que desde la adolescencia intuye que debía abrir ventanas a la vida almidonada y llena de polillas en la que había crecido. Una bitácora vital que registra tedios, temores y deseos. Un registro de las geografías hechas metáforas en jaulas y balcones, cuevas y refugios y que van marcando territorios estéticos tanto de la palabra como de la pintura. Las casas de Teusaquillo, el

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Chicó, el Country Club, el apartamento de Álvaro, la clínica Quinta Blanca, las sucursales del 5 y 10, la finca El Refugio, el apartamento de Ginebra, son los puertos de la vida de Zana. Mientras Myriam, Inés y Tita viven para ‘entretenerse', ella esquiva mandamientos estúpidos como hacer floreros, jugar tenis y portarse bien en las visitas. Se siente impulsada a proteger lo más auténtico de su esencia. Zana observa y examina, y esa observación se transforma en palabra, en trazos y colores. La escritura desparpajada fluye con la naturalidad de esas cuitas que se escriben con afecto, pero también dando un valor expresivo a los episodios; la palabra sincera y coloquial redime. Y leemos las cartas no sólo como si fuéramos la querida Eli, sino como si fuéramos la misma Zana, porque también identificamos en ella a mujeres cercanas, y quizás, a nosotras mismas. Nos hace cómplices y protagonistas. Y el mismo efecto opera para la obsesión por la pintura: pintamos con ella naranjas, toronjas, hojas de otoños lejanos y también ilustramos libros infantiles. Nos embriagamos con su vitalidad en el doloroso proceso para desahogar angustias y miedos, y para sonreír ante sus

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

Lina María Pérez

deleites. Zana va convirtiendo su existencia en materia manejable. Así el amor, el sexo, el matrimonio, la maternidad, la depresión, la militancia política, el feminismo, y el arte se le van revelando en su propio testimonio con sus enigmas y certezas. Zana examina sus relaciones y con fina ironía reconstruye su vida cotidiana, buscando liberarse del lastre de la sociedad bogotana de mediados del siglo pasado en la que no se acomoda. Los hombres que se cruzan en su historia reafirman en ella sus convicciones producto del lento aprendizaje hacia la libertad. Esteban su marido; Álvaro, su amante; Basilio Garzón, Jorge Galindo, Eseoese, el doctor Puig, Felipe... le sirven para medir sus emociones y finalmente, buscar salidas no convencionales. A su vez, Elisa, siempre lejana en el espacio pero tan cerca de su corazón le dará la pauta de un coraje alumbrador. Las cuitas de Carlota, caramba, son un ejemplo certero del género epistolar. Los epígrafes tomados de poemas de Ida Vitale, Martha L. Canfield, María Mercedes Carranza, Anabel Torres y Montserrat Ordóñez abren el sobre que contiene un testimonio inquietante de ironía y acción. Lina María Pérez Gaviria Foto © Lina María Pérez Gaviria

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Gloria Serpa-Flórez de Kolbe

(Colombia), columnista e investigadora literaria. Residió largos años en Alemania, donde se tradujeron al alemán algunos de sus libros de relatos y la novela corta El ojo de pescado (Múnich, 1988). Amor en la sombra forma parte de la trilogía dedicada al poeta Julio Flórez, que incluye una antología de sus poemas y la biografía Todo nos llega tarde (Editorial Planeta, Bogotá, 1994).

Las Cuitas de Carlota Biblioteca íntima March Editor Barcelona 2003 Por Gloria Serpa-Flórez de Kolbe

Publicado originalmente en Aurora Boreal® Nr. 5 de mayo de 2009 155 páginas que se devoran en un santiamén. Estilo ágil, agradablemente narrativo, es la señora bogotana quien está contando sus verdaderas cuitas, que son realmente tragedias, aunque muchas veces estén teñidas con el más sutil humor bogotano. Helena Araújo, profesora de Universidad en Lausana, Suiza; investigadora infatigable de la literatura femenina, se deja ahora venir con una novela encantadora, que seguramente va a sacar ampolla en la rancia sociedad bogotana que no ha cambiado en nada durante este lapso de medio siglo o más en que la trama se desarrolla: la misma vida ociosa, los mismos lugares de reunión, las lenguas desatadas y las miradas curiosas que escudriñan a quien trata de salirse de los moldes que han sido acuñados por la tradición cachaca durante tantas generaciones. Es valiente nuestra escritora colombo-suiza. Con alegre desenfado, describe situaciones aberrantes de esas primeras noches de las lunas de miel de nuestras épocas en que las novias vírgenes mirábamos como espectadoras pasivas aterradas lo que nos iba a suceder, sin haber tenido ni la más mínima idea, ni educación, ni aviso que nos pusiera al tanto de la agresividad de la fisiología masculina. El macho, el macho colombiano, el macho bogotano. El "indio comido, indio ido" del chiste que trae a cuento Helena con tanta gracia y en

el momento más oportuno. O el hombre oportunista que no solamente considera a la mujer como su utensilio sexual sino que además la explota como trabajadora no remunerada ni sentimental ni económicamente, para su propio beneficio. Esos son los tipos literarios con que Helena trajina en este estupendo libro. En ocasiones pensamos que seguramente Helena siente la nostalgia del desterrado. Cuando su protagonista corre enjaulada entre su auto de su casa en el Chicó al consultorio de su psicoanalista, o cuando desde el parqueadero donde la ha dejado su Celestina, camina por el centro de la ciudad a la cita clandestina con su amante, Helena parece que estuviera reviviendo esas calles todavía pobladas con las mismas acacias mimosas sembradas en épocas del presidente Santos para la celebración del IV Centenario de la ciudad de Bogotá, que en estas épocas ya se han derrumbado carcomidas por el tiempo y la falta de raíces. Las casas estilo californiano o estilo inglés o estilo cualquiera porque somos, hemos sido y seremos siempre colonialistas. Los barrios elegantes, el tejido socioeconómico de los poderosos de otrora, puesto que ahora son otros los poderosos que están invadiendo esos mismos barrios, clubes y sitios de diversión. De su garrote literario nadie se salva, ni los políticos colombianos de turno, ni siquiera la Curia Metropolitana, celosa salvaguardiana de un Concordato que ha mantenido a raya a la sociedad colombiana en contra de la disolución del indisoluble matrimonio católico durante toda la historia del país. Ni aún las instituciones políticas, no sólo de Colombia sino de la impoluta Confederación Helvética "en sus persecuciones a refugiados políticos, actos de inmoralidad administrativa e incorrección bancaria". Siempre hemos admirado al Yo de Helena, productivo, positivo, que nos ha traído tantas respuestas y tanto linimento a nues-

tras llagas antiguas que teníamos olvidadas y que al leer este libro con entusiasmo, volvimos a sacar del cajón de los recuerdos.

Gloria Serpa-Flórez de Kolbe Foto © Nathalie Agostini

Helena Araújo

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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Helena Usandizaga

Releyendo La Scherezada criolla: el camino sin fin

Por Helena Usandizaga

Aunque este pequeño trabajo está dedicado a celebrar una de las obras fundamentales de Helena Araújo, La Scherezada criolla, quisiera hacer una pequeña introducción sobre las circunstancias que me permitieron depositar, en la Biblioteca de Humanidades de la Universitat Autònoma de Barcelona, esta obra no fácil de hallar. Conocí a Helena Araújo hace ya años, en Barcelona, donde varias veces ha hablado para mis alumnos en las clases de postgrado de la Universitat Autònoma de Barcelona y en la Universitat de Barcelona. Ellos se admiran

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de su conocimiento y profundidad al exponer los temas, de su personalidad dulce y carismática a la vez; yo tengo desde entonces la suerte de poderla llamar amiga y tocaya, de poder caminar con ella por Barcelona desentrañando historias y nudos vitales. En uno de estos viajes, me dio La Scherezada criolla para que estuviera en la Biblioteca de Humanidades de la UAB: los alumnos e investigadores pudieron así consultar esta obra clave que yo sigo recomendando –con éxito garantizado– cada vez que un estudio sobre literatura de mujeres en Latinoamérica requiere de un apoyo sólido que ayude a escapar de las simplificaciones y de lo anecdótico; un estudio que abarque a la vez una sólida apuesta teórica y una amplia mirada analítica. Al inicio de La Scherezada criolla, hay una serie de citas poéticas que actúan como apertura y como entrada en el tono del libro: estas citas nos muestran en seguida una sensibilidad y agudeza lectoras que sustentan la trama del ensayo, que desvelan ya para los lectores que la intensidad guiará esta exploración en la escritura femenina; una exploración que, sin la percepción de Araújo, no tendría la fuerza y la emoción que les da una comprensión poética de la escritura. Pero no confundamos: poética no significa romántica ni idealizadora, sino más bien lo contrario; es decir, la capacidad de captar en la escritura las huellas femeninas en toda su crudeza y contradicción. Situada en las encrucijadas más potentes del pensamiento feminista del siglo XX –Simone de Beauvoir, Adrienne Rich, Hélène Cixous, Virginia Woolf, Luce Irigaray, Julia Kristeva...–, Araújo

se adentra en el estudio de la subjetividad que lleva a un discurso mítico, un lenguaje simbólico en el que actúa la analogía mediante procedimientos intuitivos, memorísticos e imaginativos. No se trata, por supuesto, de postular una esencia para la sensibilidad femenina –algo así como la tópica intuición femenina-, o de la reducción de la capacidad cognoscitiva de la mujer a lo emocional. Sino, más bien, de comprender en qué límites sociales se ha movido la actividad femenina y qué mecanismos generan estos límites. Hablamos de represión del discurso y de represión de las pulsiones sexuales; de las prohibiciones y de la moral determinadas por la economía, las cuales generan un lenguaje que es mucho más que estrategia para ocultar lo prohibido. Pues se trata más bien de una sintaxis y una simbólica de lo reprimido y rechazado que aspira a una liberación de lo falocrático; liberación que, entendemos, modificaría las características de los discursos, tanto masculinos como femeninos. ¿Ha ocurrido esto, al menos en algún caso, en el siglo XXI? La pregunta es difícil de contestar, pero en todo caso Araújo nos alerta contra la ilusión de la liberación femenina formulada en una libertad epidérmica y que, intuimos, vuelve en el fondo a menudo a los patrones falocéntricos, lo cual no excluye otras escrituras que pudieran comenzar a liberarse de estos y otros tabúes. Y, en esta reflexión, al interrogarse sobre “una escritura diferente” Araújo no olvida la búsqueda de las pensadoras latinoamericanas como Marta Traba, Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, Evelyn

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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Picon Garfield, Margo Glantz, Sara Sefchovich, Aralia López, Marjorie Agosin, Gina Canepa, Myriam DíazDiocaretz, Lucía Guerra Cunningham... en una justa pero no tan habitual ubicación en las coordenadas locales que han leído las obras femeninas de manera innovadora y enriquecedora. Pero ¿por qué Scherezada preside esta reflexión? Se propone la imagen de la Scherezada criolla, la que narra en América como “manera de prolongar una libertad ilusoria y posponer una condena” (Araújo, 1989: 33 1). Una condena, de nuevo, social y falocéntrica. La prohibición del deseo pugna por compensarse en el goce de la lengua, pero “se estanca en la vacilación de lo no-expresado, de lo no-dicho” (33). Y aquí también la tradición clásica del machismo latinoamericano se interioriza sin perder su violencia. El patriarcado condiciona actitudes que sin embargo evolucionan hacia la crítica o la defensa, o, como excepción, al rechazo del rol femenino o de los límites discursivos que implica, y la Scherezada criolla sigue contando para salvarse del silencio impuesto. La ignorancia y la marginación de las obras femeninas, en este contexto, no deja de ser llamativa. Araújo recuerda el patrón patriarcal de la literatura latinoamericana que ha alcanzado mayor notoriedad y descubre en su reverso otros tantos nombres de autoras que, aparentemente, no existían. Descubre también a las mujeres escritoras que desvelan estos personajes de patriarcas o bien de mujeres ocultas a la sombra de lo patriarcal: Rosario Castellanos, Ester Matte Alessandrini, Victoria Ocampo, Josefina Plá, Teresa de la Parra, Antonia Palacios, Elena Garro, Claribel Alegría... Y también así, en esta narración que quiere ser liberadora, se proyecta al futuro esta compulsión de narrar y crear, que puede llevar a asumir la propia individualidad y el propio lenguaje; pero, claro, proyectando la rebeldía en un campo social que se busca también cambiar para que sea posible la subversión. La cuestión es que moverse en los límites, aun no pudiendo transgredirlos totalmente, resulta revelador, transgresivo, explosivo; por ello el estudio no tiene nada de victimista, si bien no se engaña sobre los límites de esta escritura; y de ellos nos hablan las “exiliadas del cuerpo social” (36), personajes de Teresa de la Parra, Antonia Palacios, María Luisa Bombal, Elena Garro, Claribel Alegría, Rosario Castellanos; y las trayectorias vitales de Sor Juana y la Madre Castillo, de Gertrudis Gómez

de Avellaneda y Soledad Acosta de Samper, de Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera; pero en el siglo XX siguen viviendo estas limitaciones vitales Victoria Ocampo y Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y Delmira Agustini... Y, de nuevo en el siglo XX, Araújo determina una cautelosa evolución en una serie de autoras, una buena parte de las cuales serán objeto de las lecturas de la ensayista, y que siguen la vía de las pocas pioneras del XIX y principios del XX, antes mencionadas (Matto, Cabello, Bombal, de la Parra...). La sintaxis como representación de lo masculino hace esperar los destellos de otra sintaxis que subvierta creativamente, y, por ejemplo, entre la narrativa de lo extraño y la “novela sicológica”, estas autoras buscan contar el menoscabo y el silencio. La herencia de los estereotipos masculinos se combate con la mirada a otros textos femeninos, y el sentimiento de fragmentación se combate proyectando los propios fantasmas. Las ganas de evasión y al tiempo el miedo a la autoridad generan a veces fantasías del doble en una “literatura de lo extraño y alucinante” (45). Esa ruptura con lo normal que “borra las fronteras entre el yo y el mundo” (45) es casi imposible de expresar en estas circunstancias; es una transgresión que toma formas también fantasmáticas; y la violencia ejercida por las mujeres sobre sí mismas, fundada sobre la educación recibida, bloquea en ocasiones el asumirse como tales y propicia reacciones que interiorizan los valores y el discurso masculino, aunque en otras escapa a lo impuesto. Después, la violencia narrada por Valenzuela, Poniatowska y otras urde “un metalenguaje de símbolos, en que la mujer denuncia lo que la mujer denuncia” (48). Y el sadismo que tiñe la historia latinoamericana de esos años –pero dónde y cuándo no hay sadismo– incide en la humillación del erotismo, y en el discurso de mujeres se revela y combate el discurso y el orden autoritarios. Con estas armas, Helena Araújo se atreve (como pocas veces se ha hecho) a establecer vías narrativas y también de algún modo coincidencias entre escritoras de un país o del continente y, yendo más allá, entre, por ejemplo, escritoras colombianas y españolas en sus búsquedas iniciáticas y sus peculiares tratamientos de lo real. El hilo que guía y diferencia los diferentes apartados del texto es el establecimiento de una serie de temas y motivos que revelan las limitaciones y los logros de la escritura femenina, sus fantasmas y sus transgresiones; los antiestereotipos que sobrepasan la herencia

de los estereotipos masculinos; y de los que mencionaremos algunos ejemplos. El modelo mariano, revisado en toda su complejidad y hasta en el sincretismo colonial, es asumido como coartada para rechazar el cuerpo en el discurso femenino, pero también se modifica para rechazar estereotipos y subvertir el discurso dominante. En el relato de Cristina Peri-Rossi analizado, los arquetipos míticos y el simbolismo religioso chocan y juegan con un plano realista, y ese encuentro, mediante juegos narrativos, acaba sugiriendo el sentido del texto, que a la vez subraya y subvierte la figura mariana. Luisa Valenzuela, al partir de la figura cercana de una Virgen joven y aldeana, inscrita en lo cotidiano de un pueblo, crea un relato de “denuncia”, en el que sin embargo se puede encontrar una mayor complejidad, que “exige complicidad en lo irónico e invita a diversas interpretaciones” (71). Armonía Sommers aborda en su texto narrativo las contradicciones de la definición religiosa de la virginidad, a caballo entre una doctrina de amor y la prohibición del sexo, y supera el peligro de la sensiblería gracias a “un texto donde surge constantemente la posibilidad dialéctica del deseo” (76), y en el que la Virgen subvierte la idea de la sexualidad femenina en su encuentro erótico con un personaje que se aparta de lo respetado socialmente, pero sobre todo por la peculiaridad de este encuentro. También el estereotipo de la violación es fuente de complejidad y subversión en Armonía Sommers y Griselda Gámbaro, que se alejan de modelos masculinos y no eluden la repulsión o la sordidez, ni el componente sado-masoquista de los episodios sexuales. El tema de la “tía cómplice” en Marvel Moreno y Amalia Jamilis, uno de los apartados más sugerentes –puesto que incide en esta figura transgresora y en su papel en la educación sentimental y en la iniciación de las niñas–, se inscribe en un cuestionamiento de los tabúes que impiden la vivencia y la escritura del cuerpo; en este contexto, la presencia de esta figura que escapa a las prohibiciones subvierte el relato del aprendizaje patriarcal mediante contracreaciones de lo real, sugerencias, imágenes... Otro tema que hace aflorar significados ocultos es el de la “niña impura”, personaje anatemizado por la moral católica: esta “obsesiva y desgarrada” (99) niña permite a Silvina Ocampo y Alba Lucía Ángel adentrarse en el infierno de la negación del cuerpo y la culpabilidad. En Alba Lucía Ángel, la imposibilidad de romper la dicotomía que opone sensualidad y decencia bloquea

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al personaje e impide una falsa solución, pero la desarticulación del lenguaje incita a imaginar otros caminos. En el cuento de Silvina Ocampo, con huellas de Bataille, la transgresión, ambigua y cargada de fantasmas, “será a la vez un estigma y un trofeo, por haber constituido una experiencia iniciática” (106). El tema se amplía en el capítulo “Niña Decente/ Niña Indecente”, que aborda la feminidad en formación como “denigración y culto de sí” (107), pero también como asunción de la soledad en Clarice Lispector. La contradicción, la fragmentación, el desdoblamiento en una serie de personajes de feminidad incipiente (de Antonia Palacios, Alba Lucía Ángel, Silvina Ocampo, Clarice Lispector, de la propia Araújo), son recorridos en su complejidad y angustioso desgarramiento, entre inocencia e indecencia, y también en su provocación. También en esta galería, en el siguiente capítulo, aparecen las niñas malas, pecadoras, endiabladas, en obras de Clarice Lispector, Sara Gallardo, Elvira Orphée, Beatriz Guido, Matilde Daviú, Cristina Peri-Rosssi, Claribel Alegría, en las que el pecado es una afirmación y un tormento, una transgresión que justifica la condena que implica. Especialmente importante es el apartado dedicado a las poetas, siempre catalogadas en capítulo aparte (177), como si no pudieran formar parte de los grupos “masculinos”, hasta que se habló

de poetas “post-nadaístas”, una definición que Araújo analiza como una de las posibles maneras de formular una soledad que es a la vez una manera de inscribirse en la destreza del juego sin ignorar la angustia, y un enfrentamiento con los propios fantasmas. María Mercedes Carranza “irrita y vulnera” (178) las convenciones al tiempo que satiriza sus propias limitaciones, y muestra el miedo, la nostalgia, pero también a veces la plenitud amorosa. Anabel Torres despliega un humor crítico que “permita soportar, llorando o riendo, “el oficio de vivir”” (181). Para ella, la soledad es una confrontación consigo misma y con las paradojas de la escritura, y Araújo analiza los silencios y los huecos del texto y la manera como hacen sentido en la poesía de Torres. En otras poetas, Araújo detecta las grandezas, pero también las limitaciones en su tendencia egocéntrica que bloquea los proyectos que el entorno censura; si bien en ocasiones ese choque entre interior y mundo da lugar a visiones sugestivas. Cuestiona también la poesía amorosa como coartada, desconfiando de las aparentes liberaciones, pues “el funcionamiento de un erotismo femenino implica ambigüedades y concierne lo reprimido” (187), pero también detecta cómo en algunas de estas poetas el cuerpo habla más allá de la significación. Con justeza, también, detecta los logros en el trayecto de Nancy Morejón, en el

encuentro fructífero entre lo identitario y elemental, por un lado, y, por otro, en la “búsqueda de la palabra justa” (194) y en el de Martha Canfield, entre el “destierro y el éxodo” y “un fugaz reino en el amor” (199). Este recorrido de Araújo, incompleto en nuestra reseña, en la que –comentando, parafraseando o citando– hemos querido reseguir algunos hilos de esta obra clave, posee una potencia y una unidad que tal vez el comentario no haga tan evidente como debería, pero el hecho es que la obra de Helena Araújo permanece como un camino trazado que no se agota en sí mismo, sino que da pie, y lo seguirá dando, a otros caminos; a nuevas lecturas de los textos y a nuevos estudios y reflexiones, y a esa literatura que busca ir más allá de los límites sociales para generar nuevas creaciones y, tal vez, una nueva sintaxis.

Notas 1. Los números entre paréntesis remiten siempre a las páginas del libro de Helena Araújo, La Scherezada criolla: ensayos sobre escritura femenina latinoamericana. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1989.

Helena Usandizaga Foto © Martin Lienhard.

Helena Usandizaga

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Se doctoró en Semiótica en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París con una tesis dirigida por A.J. Greimas, y es también doctora en Filología Románica. Desde 1994, ha sido profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universitat Autònoma de Barcelona. Sus líneas de investigación son la poesía peruana contemporánea y la literatura andina. Ha publicado numerosos artículos y capítulos de libro sobre estos temas, entre los que se destacan los dedicados a Vallejo, Moro, Eielson y Blanca Varela, por un lado, y a Arguedas y Gamaliel Churata, por otro. Es editora y coautora, con un trabajo sobre los mitos en Gamaliel Churata, del libro La palabra recuperada y de Palimpsestos de la antigua palabra, con diferentes trabajos sobre los mitos en la literatura latinoamericana. Ha aparecido en 2012 su edición de El Pez de Oro, de Gamaliel Churata (editorial Cátedra), y prepara un libro sobre poesía peruana. Ha sido investigadora principal en varios proyectos sobre mitología prehispánica en la literatura latinoamericana, incluido el proyecto/grupo “Inventario de Mitos prehispánicos en la literatura latinoamericana (de los años 80 al presente)”. Es directora de Mitologías hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos.


Nació en Huaraz, en el norte del Perú. Actualmente vive en Ginebra. Enseña lengua y literatura. Ha publicado dos poemarios en Los libros de la Frontera, El Bardo, colección de poesía. Escribió el poema Yo escribo, yo me escribo para el homenaje a Helena Araújo.

Yo escribo, yo me escribo Entonces Helena allá en la quinta de Chapinero y en Teusaquillo no solo leías en la biblioteca de tu padre aprendiste también a leer el alfabeto de los árboles la trama del ramaje Y luego frente al mar en Río de Janeiro descifrabas otros cielos juntabas palabras escribiendo con tu voz el tiempo monólogo deslumbrante Desde la luz de tu infancia interrogabas el pasaje de las nubes atenta al viento a las sombras en tus sueños al rumor de las sílabas al interior Y en esos días y otros a la orilla de tus manos oscilaban palabras impetuosas irreverentes devoción compulsión Eras todavía la niña vestida para la misa [ dominical la adolescente de la Inmaculada High School Y ya entonces como hoy escribir era respirar, respirar y vivir… Allá en la Bogotá burguesa de los años treinta

Helena Araújo © Mario Camelo

Gina Ángeles Laplace

en mansiones y jardines de acacias y nogales crecías con tus ideas a cuestas tierra firme sabiendo de qué materia era tu rebeldía Luego vendría la travesía el desarraigo solo el cuerpo puede escribir el cuerpo ¿Acaso la escritura fue siempre mujer? Querías contarte, relatarte desde la intimidad del verbo desde la religión de lo prohibido Escribes Helena te escribes desde el crujido obstinado de la página en las horas agrestes y fecundas ¿En el puerto de Ouchy secundada por cedros castaños y secoyas? ¿Y las Remington? Emilia Elsa Elisa Zana Carlota Celia ¿Frente al lago Lemán y en la misma terraza donde hablabas con Max Frisch? ¿o tal vez en el llamado deslugar? La escritura también es la herida del exilio el cuerpo inventa su propia geografía

Yo escribo, Yo me escribo… título de un artículo escrito por Helena Araújo. Revista Iberoamericana, 51 (1985): 457-460).

Gina Ángeles Laplace © Cristina Stein

AURORABOREAL Especial Helena Araújo

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Tocar el fondo

La Scherezada Criolla Ensayos sobre escritura femenina latinoamericana Helena Araújo Universidad Nacional de Colombia 258 páginas 1989

Por Dora Cecilia Ramírez

Publicado originalmente en Boletín Cultural y Bibliográfico, Biblioteca Luis Ángel Arango, Nr. 21, Volumen XXVI, 1989

Este volumen, sin lugar a dudas, constituye un estudio serio, reflexivo, profundo, que llega a tocar el fondo en lo referente a la escritura de las mujeres en América Latina. Helena Araújo es una estudiosa del trabajo de las mujeres, lo

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hace con amor y pasión, y logra meterse hasta más adentro de la piel. Desde 1980 se dedica a seguir el paso de las mujeres que escriben; a leer, conocer y analizar su producción. Este texto, novedoso por su temática y contenido, es una recopilación de todo su trabajo sobre la escritura de las mujeres latinoamericanas; son ensayos, artículos, publicados en diferentes medios de este continente y del viejo, y conferencias y charlas realizadas también en múltiples centros docentes en las diferentes latitudes, lo que hace que su riqueza sea extenuante. Es una obra de lectura para quienes leen por el solo goce de leer, pues Helena Araújo escribe, no sólo muy bien, sino de manera muy amena, con toques de humor y crudeza, donde la excesiva documentación no agota; pero sobre todo es un texto de estudio para los y las interesadas en adentrarse en la temática, y es también un libro académico para las y los interesados en el estudio de la producción de las mujeres de este lado del océano. Viene la pregunta: ¿escritura femenina? "Lo cierto es que cuando halla su estilo por fuera de las normas convencionales, se arriesga a quedar también por fuera de la literatura". Sí, Helena Araújo comienza citando a Virginia Woolf, cuando dice aquello que nos ha gustado tanto desde que lo leímos: "la forma de la frase, en sí misma, no se adapta a la personalidad femenina"; para preguntarse luego: ¿existe acaso esa personalidad? ¿No ha sido la mujer tradicionalmente una no personalidad, una nopresencia? A partir de aquí arranca la autora a desatar el nudo, metiéndose entre las palabras de las mujeres, y en el primer capítulo, que ella llama "Sobre el ‘continente negro’", sienta las

bases de su trabajo, que irá desarrollando durante un decenio. Parte del acondicionamiento a que ha estado sometida la mujer desde niña, esa especie de nebulosa donde la única claridad es su único destino: ser madre, y al ser madre deberá sacrificarse, soportar y padecer, y es tal vez la necesidad de "sobrellevar ese destino de sumisión y padecimiento lo que le impone a la mujer una visión subjetiva de las cosas". De esa subjetividad en que incurre por presiones exteriores se desprenden muchas cosas: el silencio, la pasividad, el miedo, la inseguridad; no obstante, "es en el mundo subjetivo donde se hallan las claves de la personalidad". Es a partir de esa subjetividad —"esa zona donde transitan sus pulsiones y se manifiesta su libido"— donde la mujer hallará su lenguaje. Helena Araújo conecta así, de una manera muy bonita, el lenguaje con lo mítico para llegar a una primera hipótesis: una posible relación entre la expresión mítica y "lo femenino". Nos conduce luego a través de citas (y hago un paréntesis para recordar que la autora se ha documentado ampliamente no sólo con la producción de las mujeres sino en lecturas de autores, sobre todo franceses) para sustentar su paso a paso que la lleva a desenrollar el hilo y decir: "el discurso simbólico y analógico resulta posiblemente accesible a la mujer, por hallarse más próximo a su mundo introverso y a una identidad que está involucrada en procesos subjetivos de represión". Más aún, con la represión de las pulsiones sexuales impuesta por una tradición religiosa que desde siglos ha impedido a la mujer reconocer su libido y asumir su cuerpo, "porque decir cuerpo es decir deseo, y en la sociedad patriarcal la mujer no sobrevive sino bajo la prohibición del deseo". ¿Podría esta mujer alienada encontrar su propio discurso?, se pregunta la autora, y se pregunta también muchas otras cosas, se pregunta y se responde, unas veces con preguntas, otras con respuestas hipotéticas. Así, de esa manera, va tejiendo esa especie de introducción al tema que después va a exponer con insistencia, adentrándose en la narrativa, más que en la poesía, de la mujer latinoamericana que ha escrito "sintiéndose ansiosa y culpable de robarle horas al padre o al marido. Sobre todo ha escrito siendo infiel a ese papel para el cual fuera predestinada, el único, de madre. Escribir, entonces, ha sido su manera de prolongar una libertad ilusoria y posponer una condena", como Scherezada; de ahí el título que la autora considera un buen sobrenombre kitsch para la escritora del continente. Con esto nos introduce, para

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irse hasta los confines, en la influencia que sobre América Latina ejerció una España invadida por el islamismo, a lo cual le suma "el tradicional concepto del honor castellano" y el ideal de la pureza. Todo esto y mucho más, nos dice, ha sido trasladado al nuevo mundo, donde "se traduce hiperbólicamente en los abusos del conquistador". Después vendrá el orden patriarcal, patriarca, padre, pater... El machismo, pues, ha sido entronizado con todas sus variedades: estamos en América Latina. "Recatadas en su producción testimonial, las latinoamericanas se permiten, sin embargo, cierto desahogo en la ficción —sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo"; así las mujeres producen obras de ficción que denuncian el autoritarismo del esposo, del padre, del hermano. Para la mujer, la escritura "ha sido siempre un síntoma de defensa contra la opresión". No obstante, fue oprimida, a su vez, por la censura de la sociedad; de ahí que resultara siempre en alianzas con el poder masculino. A estas escritoras las encontramos en casi todos los países de América Latina en los primeros decenios del siglo XX. "Para una sociedad tan falocrática, la discriminación en la industria editorial resultaba apenas normal: si por milagro se publicaban obras de mujeres eran poco promocionadas o difundidas", muchas autoras permanecían inéditas, o se "repartían sus obras como cualquier ‘labor manual’, entre conocidos y amigos". Luego, con la llegada de la sociedad industrial y el crecimiento urbano, se crearon situaciones diferentes que proponían otros temas, otros conflictos. Helena Araújo va citando, en su contexto, en su tiempo y en su espacio, una por una, a las escritoras latinoamericanas que han escrito narrativa, marcando las diferencias entre ellas, la temática y la correspondencia con las distintas geografías. Pasada la primera mitad del siglo, la obra se hace más abierta necesariamente, y "los enfoques de la inmanencia y las representaciones eróticas, dejarán de lado los artificios del pudor, superando esa sensiblería con que solía confundirse ‘lo femenino’ en el pasado [...]. Las escritoras, no olvidemos, pertenecían a una clase que solía imponer la virginidad o la maternidad como alternativa y la frigidez como condición de decencia. No es de extrañar entonces que al redactar disfrazaran el deseo de efusión lírica o de sentimentalismo rosa". Adelante de lo que podría ser esta introducción, donde la autora, de una manera cruda a veces, otras no, nos asienta en esa realidad de la mujer que

escribe, se va metiendo a sustentar sus preguntas-respuestas, a partir de lo que la mujer escribió y fue publicado, y ella conoce y reconoce. Helena Araújo no sólo es una estudiosa; es una académica. Lo sabemos por esa manera de llamar a cada cosa por su nombre sin caer en los excesos de la erudición, la pedantería o la retórica. Ella mantiene el ritmo, un ritmo insistente; va y vuelve con tal intensidad, que esta tarea me resulta difícil. Ella va a nombrar las figuras de la retórica, las partes del lenguaje, las formas que en el escritor — en la escritora— fluyen del inconsciente y no son premeditadas. Ese es el juego y placer de la autora: ir a constatar; y lo hace con deleite y con cuidado. El siguiente capitulo, "Entre Vírgenes y Marías", trata el tema del modelo mariano, preguntándose: "tendrá que ver el culto a María con la conducta y pasividad de las mujeres"? Dice que las mujeres, al rechazar su cuerpo y su sensualidad, influidas por el modelo de María, asumen la sumisión y una predisposición a la obediencia y al silencio. La Virgen siempre escucha, es intermediaria y, ya como madre, se sacrifica y da. Escribe que resulta alentador encontrar cómo estos esquemas se modifican en la narrativa de algunas escritoras. Es así como analiza tres relatos: La Anunciación, de Cristina Peri-Rossi, otro de la argentina Luisa Valenzuela, tomado de Los heréticos, y El Derrumbamiento de Armonía Somers. En este análisis, la autora toca fondo, vuelve a retomar lo que ha planteado en la introducción sobre cómo el discurso mítico no puede concebirse sin incluir a la mujer. En el siguiente capítulo, "La educación sentimental", el tema es la violación en Armonía Somers y Griselda Gambaro, que se salen de los estereotipos, trasgreden el discurso de lo reprimido, revientan de manera sórdida y violenta. Helena Araújo insiste en "cómo la sociedad patriarcal inscribe la sexualidad en relaciones de poder vinculadas a prácticas específicas". Aquí el tema es "la tía cómplice" en los relatos de Marvel Moreno y Amalia Jalis, donde el cuerpo y la sensualidad aparecen en la identificación, en este caso, de las protagonistas con el doble, la tía; "aquí ni la paráfrasis ni el eufemismo logran controlar una intensidad que se acumula en sugerencias y sobre todo en imágenes. Imágenes que a su vez conllevan indicios narrativos" Obsesiva y desgarrada, "la niña impura" asedia a muchas escritoras latinoamericanas. Los ejemplos de Alba Lucía Ángel y Silvina Ocampo son los escogidos para encontrar, en sus transgresiones, "la interiorización de lo exterior" o "la exterioriza-

ción de lo interior", en el caso de la una y de la otra. ¡También saca del baúl del inconsciente a "la niña decente! la niña indecente", donde se encuentra "la identidad sexual", "la pulsión de muerte" y los "fantasmas". Escritoras de distintas generaciones y latitudes caen y recaen en el tema: la culpa, la represión, cuando se presenta el "placer-pecado", el miedo al goce. "De niñas malas, pecadoras, endiabladas y otras abominaciones dignas de leerse en secreto" es el título de otro capítulo donde encontramos a Joana, la "menina terrivel" de Clarice Lispector, que se dice: "la bondad me da ganas de vomitar". Sí, encontramos amor, odio, soledad, violencia, crueldad, crimen, rebeldía; "cándidas pero lascivas, ingenuas adictas a la perversión, las protagonistas de muchos relatos latinoamericanos son ante todo reivindicadoras del pecado". "En la República del Sagrado Corazón" se titula el capítulo que ya conocemos, por tratarse de un ensayo incluido en el Manual de literatura colombiana de Editorial Planeta y que se refiere a siete novelistas colombianas. Y en "Tres nombres del Cono Sur" vuelve a retomar aquellas que parecen ser sus favoritas para el estudio: Peri-Rossi, Somers y Valenzuela, tal vez porque en ellas encuentra el material listo para ser desnudado, pieza por pieza, imagen tras imagen, elemento a elemento, con pasión pero con equilibrio. El texto trae también un capítulo, menos denso, dedicado a las poetas; un aparte para las colombianas; otro para la mujer negra, en la persona de la cubana Nancy Morejón; otro para Martha L. Canfield, y otro para las mujeres que han sido traducidas al francés, también menos intenso. Es que al final del libro la intensidad decae, quizá por la manera misma como está organizada la sucesión de los capítulos. "Feminismo en plazas, letras y siglas" es un capítulo dedicado rápidamente a cuantificar la producción de las mujeres y de las feministas, que más que profundizar enumera. El texto termina con unas entrevistas: una a Han Suyin, escritora china; otra a Max Frisch y otras a escritores latinoamericanos que participan en el coloquio de Cerisy en 1978, al que la autora asiste y donde inicia éste su largo trabajo sobre las mujeres. El final es un poco desafortunado, no obstante que se entienda la intención de cerrar el círculo, porque, a pesar de las palabras de Frisch que corroboran una de las hipótesis de la autora, queda la sensación de un pequeño vacío que no deja sentir la redondez de la unidad. De todas maneras, los finales siempre parecen difíciles.

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Adriana Rosas Colombia Escritora. Catedrática en Literatura, Cine y Taller Creatividad Literaria, Universidad del Norte, Colombia.

Helena Araújo

analiza la obra de latinoamericanas desde una perspectiva global

Por Adriana Rosas

Alta, delgada y no encorvada, así Margarita conoció a Helena Araújo, tal vez con alguna semejanza a la alta, delgada y encorvada protagonista en Las Cuitas de Carlota o a Emilia en Esposa fugada. Margarita conoció a Araújo en una charla que hizo esta última en la Universidad de Barcelona invitada por Helena Usandizaga. Para Margarita, antes de ese primer encuentro, Araújo fue uno de los primeros acercamientos

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a la escritura de mujeres colombianas y latinoamericanas. Primero escuchó sobre ella como ensayista: “¿quieres saber de escritoras colombianas?, busca La Scherezada criolla de Helena Araújo”. Ya el título le llamaba la atención y la podría acercar a Marvel Moreno. De hecho, ese primer encuentro de Margarita y Helena tenía que ver con saber más sobre la escritora barranquillera. Se podría decir que Helena Araújo analiza la obra de latinoamericanas desde una perspectiva global, alcanza a dilucidar entre varias, no sesga, no se queda con sólo unas pocas. Ha leído, analizado, comparado a escritoras del sur del continente americano como sólo algunas o algunos lo han hecho. No se perpetúa en el análisis de las mismas, amplía sus horizontes de lectura y por ende, en sus artículos. Los personajes femeninos de Helena Araújo no cumplen con las prerrogativas de las mujeres a las que alude Araújo: “Como las de Clarice Lispector,… las protagonistas de Emma Lucía Ardila retroceden ante la posibilidad de ser más libres, ‘regresando a un confinamiento que no quieren o no pueden modificar’” (Araújo, 2009b, p. 27). Por su parte, Carlota y Emilia encuentran la forma de salirse del tipo de vida al que quieren ser sometidos por sus maridos, familia, amigos o por la misma curia católica para ‘domesticar’ a las mujeres. No se quedan en la impotencia o falta de determinación o carácter para cambiar sus vidas y tomar decisiones que les favorecerán y que les implicarán el gozo y la felicidad. Así como en el cuento de Marvel Moreno, Barlovento, Isabel y su abuela se salen de ‘las reglas sociales’ de la época, al hacer

el amor con un negro, disfrutar de sus cuerpos y entrar en el juego de la santería, elementos negados para una blanca de alta posición. Araújo y Moreno nacieron en la misma década, 1934 y 1939 respectivamente, las dos pertenecieron a una clase social alta, las dos tuvieron relaciones con el patriarcado dominante. Es latente el punto de comunicación entre la obra de Moreno y Araújo, muchas de sus personajes alcanzan a salir del entorno concéntrico de seguir perpetuando la situación de no-libertad de la mujer. O al menos, está la voz de otra mujer que las analiza, el que ellas mismas se confronten y alcancen a ver su situación desde dentro. Al respecto, Araújo habla de lo que transmite la obra de Moreno: “la problemática de la mujer como producción de un sistema de escritura, su opresión en una sociedad machista y clasista” (Araújo, 1996, p. 126). Las personajes de Araújo dejan de ser víctimas, toman los rieles de sus vidas a pesar de los contratiempos. Los años les sirven para ganar confianza, para trazar lo que quieren de sus vidas y para ir construyendo lo que realmente desean, aun cuando en sus primeros años fueron ‘domesticadas’ sutilmente o a la fuerza. Margarita recuerda cómo Helena Araújo se tomó el tiempo para opinarle sobre unos poemas insulsos de principiante que le había enviado por correo, cómo Helena le mandó unos textos que había escrito sobre Marvel Moreno, escritos en máquina de escribir y con correcciones a mano: Herencia modernista en la escritora caribeña Marvel Moreno y Se nos fue Marvel... Esos pequeños detalles que hacen que una interesada en la

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“Parte del acondicionamiento a que ha estado sometida la mujer desde niña, esa especie de nebulosa donde la única claridad es su único destino: ser madre, y al ser madre deberá sacrificarse, soportar y padecer, y es tal vez la necesidad de ‘sobrellevar ese destino de sumisión y padecimiento lo que le impone a la mujer una visión subjetiva de las cosas’” (Ramírez, 1989, p. 1).

En estas dos obras de Helena Araújo sus protagonistas difieren de las madres de las adolescentes del filme Ginger & Rose de Sally Potter, donde dos chicas

inglesas de los años sesenta dicen que sus madres sólo se quejan, pero no hacen nada para cambiar sus vidas y sus relaciones con los hombres.

Bibliografía

Araújo, Helena (1996). Se nos fue Marvel… En: Caravelle. No. 66. p. 125-127. Araújo, Helena (2007). Las cuitas de Carlota. Medellín: Hombre Nuevo Editores. Araújo, Helena (2009a). Esposa fugada y otros cuentos viajeros. Medellín: Hombre Nuevo Editores, Colección Madremonte. Araújo, Helena (2009). El relato en femenino: ¿Crueldad o compasión?.En: Hispamérica. Año 38, No. 113. Agosto. p. 25-35. Moreno, Marvel. Barlovento (2001). En: Cuentos Completos. Edición de Jacques Gilard y Fabio Rodríguez Amaya. Bogotá: Editorial Norma, Colección la otra orilla.

Adriana Rosas Profesora de literatura y de un taller de escritura creativa en la Universidad del Norte. Volvió a Barranquilla, Colombia, después de terminar su tesis doctoral en Literatura en Barcelona, vivir la experiencia de estudiar cine por un semestre en Buenos Aires y estar en la Patagonia argentina como mochilera. Algunos de sus cuentos, ensayos y crónicas han sido publicados en antologías, revistas colombianas y en una mexicana. En proceso de edición se encuentra su libro de cuentos Mientras te veo dormir antes que amanezca. Dirige el Taller Caminantes Creativos afiliado a RELATA del Ministerio de Cultura. Ha dictado talleres de Lectura y Escritura Creativa para el Concurso Nacional de Cuento RCN y Fundalectura.

Ramírez, Dora Cecilia (1989). Tocar el fondo. Reseña de La Scherezada criolla. Ensayos sobre escritura femenina latinoamericana. Helena Araújo. Universidad Nacional de Colombia, 1989, 258 págs. En: Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República , Número 21, Volumen XXVI.

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escritura tome algo de vuelo y sirva para su propio desarrollo literario e investigativo. Ahora bien, tal vez las lecturas de Margarita tenían un deje inconsciente, formar su propia identidad, alguna vela que la timoneara a la superficie de lo que veía cotidianamente en Barranquilla, tal vez buscaba recrear “protagonistas que se mostraban inhibidas o audaces sin renunciar en ningún momento a la búsqueda de una identidad genérica” (Araújo, 1996, p. 126). En Las cuitas de Carlota y en Esposa fugada, a partir de que a sus protagonistas se les quita la condición de ser madre, es decir, fueron madres y luego las separan de sus hijos; no se dedican a lamentarse y bañarse en lágrimas per secula seculorum. Ellas se las ingenian para rehacer sus vidas y siempre hay una mujer fuera de Colombia que es el lazo para sacarlas de allí. Son las protagonistas quienes se reinventan y dejan atrás la asociación mujer-sufrida:

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Selen Catalina Arango Rodríguez Colombia, 1983. 1er Premio del Concurso Ediciones Embalaje, 2009, con el libro Prestidigitaciones y otros juegos de memoria (está por ser editado en la Colección Viernes de Poesía de la Universidad Nacional de Colombia). Sus poemas han sido publicados en México (Cuadrivio. Revista Cultural, 2012; Trajín Literario, 2012) y Colombia (Jícara, 2006), y en las antologías Descendientes del fuego, 2013; XVI Encuentro Internacional de Poetas. Zamora, Michoacán, 2012; Paisajes interiores. Anuario de Poesía/México 2010; Piedraluna, Medellín, 2010. En la actualidad es candidata a Doctora en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México; es Maestra en Educación y Licenciada en Lengua Castellana. Universidad de Antioquia.

Querida Helena Araújo:

Carta a la escritora de la risa fugada

Por Selen Catalina Arango Rodríguez

Ciudad de México, 20 de enero de 2014

Yo soy mi propia casa (Fragmento) III De mi esférica idea de las cosas, parten mis inquietudes y mis males, pues geométricamente, pienso iguales lo grande y lo pequeño, porque siendo, son de igual importancia; que existiendo, sus tamaños no tienen proporciones, pues no se miden por sus dimensiones y sólo cuentan, porque son totales, aunque esféricamente desiguales. Guadalupe Amor

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Te escribo una carta porque esta tiene el valor de llevarnos frente a las decisiones que dan una vuelta a nuestra vida o de permitirnos lanzar este interrogante en compañía de Yourcenar: ¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta por su cárcel? Yo agregaría ¿quién puede ser tan insensato de dar una vuelta por su cárcel sin al menos escribirle algo a las personas que nos cuidaron y que han estado del otro lado de los barrotes? Vos has estado allí. Primero te conocí como académica; después en las tardes de lectura en el tercer piso de la biblioteca de la Universidad de Antioquia encontré el primer libro –el tuyo– que le presentó a los estudiosos de la literatura la obra de más de una escritora de nuestra América: La Scherezada Criolla. Ensayos sobre escritura femenina latinoamericana. Les dijo de la existencia de una Scherezada Criolla, de una mujer que rechaza una cárcel impuesta desde su nacimiento: ser madre, esposa, y todo esto en silencio, creándose una lengua para “escribir lo que vive y siente” (Araújo, 1989, 42), para ser autónoma y atentar “contra los derechos sempiternos del padre, hermano o esposo y siendo al fin la narradora de sí misma” (42); mientras leía estas palabras pensé que ésa es la labor de quienes tratamos de ganarle al silencio en la interminable tarea de escribirnos, de dejar nuestras huellas a través de la arena de la literatura.

Más adelante tuve la oportunidad de conocerte a través de intercambios de correos electrónicos, dos escritoras de mi ciudad, Paloma Pérez Sastre y Anabel Torres, me pusieron en contacto contigo; en aquellos momentos pasé mucho tiempo en casa recuperándome de una fractura en el famoso “pie izquierdo”, Lucía Donadío me contactó y me propuso que hiciera una reseña de tu novela Las cuitas de Carlota (2007) y ese ofrecimiento fue lo mejor que me sucedió durante esos tres meses sentada con un pie sobre una silla y teniendo que escribir mi tesis de maestría. Un tiempo después a mi casa llegó por correo postal tu novela acompañada de textos editados por Lucía. Escribí acerca de tu obra literaria, al hacerlo, me enteré que vos eres una escritora que me hace reír ante las imágenes de mujeres de las que no se esperaría que estuvieran en una situación que ellas mismas llamarían tonta en la carne de otras mujeres: las profesoras universitarias, las esposas de diplomáticos, las guerrilleras, las mujeres de clase alta. Y entonces comienzo a entender tus libros como algo más, como cartas. Sí, Helena, textos que están dirigidos a quienes esperan dialogar con mujeres que no se conforman con la imagen de la bella e inocente María de Jorge Isaacs. Cartas elaboradas por una mujer beligerante, diría Lucía Guerra (2007), una mujer que entra “a una economía otra […] para explorar un lenguaje en el cual se dará énfasis al tacto y no a la mirada, a la contigüidad y la simultaneidad, a lo fluido en una proximidad descentralizadora” (71). Esta beligerancia es propia de las autoras que escriben sin olvidar que el feminismo es un

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movimiento no sólo político, sino de liberación de las letras-cuerpos de quienes hablan desde abajo, porque han estado allí desde hace buen tiempo y nadie puede hablar mejor que sus propias lenguas: las mujeres que han reconocido sus privilegios, las mujeres pobres, las lesbianas, los hombres de la clase trabajadora, los homosexuales, los transgéneros, los degenerados de nuestras sociedades –aún– patriarcales. He leído tus textos como las cartas que deben ser leídas por todas aquellas que entendemos la necesidad de ser congruentes con nuestra vida académica y con nuestra vida personal. Para mí, eres la crítica literaria feminista que más ha influido en mi trabajo académico, en mi forma de entender este mundo dónde poco a poco abrimos brechas que dan cuenta de nuestras maneras de vivir. La mejor opción, para mí, ha sido seguir por este camino beligerante, donde los problemas de la marcha no son piedras sino puertas que nos sacan de un lugar y nos llevan a otro, ¿mejor?, tal vez, pero creo que el sólo hecho de cruzar los umbrales es ya tomar la decisión más acertada. Vos hacés corresponder a tu formación como feminista, tu trabajo como crítica literaria y como autora de las risas fugadas que se escapan de los intersticios de la Historia –con mayúscula– de las y los autores canónicos de Occidente. Con aprecio y mucho cariño,

Selen Catalina Arango Rodríguez Foto © Juan Alvarado, Ciudad de México, junio de 2013

Selen Catalina Arango

Referencias • Amor, Guadalupe. “III” (Fragmento) de “Yo soy mi propia casa”. Tomado de: h t t p : / / w w w. a m o r. c o m . m x /poemas_de_pita_amor.htm • Araújo, Helena. (2007). Las cuitas de Carlota. Bogotá: Hombre Nuevo Editores • ____________ (1989). La Scherezada Criolla. Ensayos sobre escritura femenina latinoamericana. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. • Guerra, Lucía. (2007). Mujer y escritura. Fundamentos teóricos de la crítica feminista. México: Programa Universitario de Estudios de Género.

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Liz Moreno Chuquen Colombia. Se graduó como profesional en estudios literarios de la Universidad Nacional de Colombia en 2011. Actualmente, está terminando su maestría en literaturas y culturas hispánicas en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, Estados Unidos. Ha publicado varios artículos en Colombia sobre las relaciones entre prensa, cultura y modernidad a finales del siglo XVIII en Nueva Granada. También estudia las representaciones y construcciones de la mujer, del espacio, y la raza en textos literarios y culturales como la prensa, el ensayo y la biografía en la literatura colombiana.

Helena Araújo

Esposa fugada y otros cuentos viajeros. Medellín Hombre nuevo Editores, 2009.

Por Liz Moreno Chuquen

En Esposa fugada y otros cuentos viajeros, Helena Araújo construye un universo femenino en el cual un grupo de mujeres se enfrentan a diversas experiencias que complejizan conceptos “tradicionales” sobre el amor, la vida en pareja, la realización individual y las convenciones sociales. En cada relato, emergen los conflictos propios de unas mujeres que gozan de independencia económica, social e intelectual: todas las protagonistas se encuentran fuera de su país de nacimiento, ya sea de viaje, de descanso o en el desempeño de funciones diplomáticas, artísticas o académicas. De allí, posiblemente, lo de “cuentos viajeros”. Por ejemplo, en “Esposa fugada” resulta interesante el movimiento de Emilia —que vive durante los años sesenta— hacia su realización individual: estudiar Lenguas en Pensilvania. Sin embargo, esto significa el rechazo de su esposo y la distancia con sus hijos que permanecen en Bogotá. En contraste, en “El tratamiento”, uno de los relatos mejor logrados, Nora se encuentra en una clínica de reposo, lejos de su casa, inducida por un doctor a unos estados delirantes. Su conciencia se revela lúcida pero sometida a un entorno opresor. Otra mujer,

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en “Peor es amor que fiebre alta”, Zoila, colombiana, se encuentra de viaje de descanso en Occitania con su pareja y con quien parece ser un amigo de él. Al final, luego de algunos comentarios sobre el significado del amor, descubre que “amor es protestar y quejarse” (…) “sollozar y velar”. (p.18) Alonso, su pareja, y Samuel, el amigo, están sosteniendo una relación sexual, “la pieza huele a sudor y Zoila ahí quieta, en lo oscuro, siente de pronto ese sabor en la boca, ese gusto a piel salada. ¿Por qué la respiración se le adensa? ¿Por qué oye un jadeo alternado con otro jadeo alternado con un roce de manos y piernas frotándose y entrelazándose? ¿Por qué oye esas voces?” (p.18). Estos tres relatos parecen apuntar a un aspecto que también se explora en los demás: la relación infructuosa entre el hombre y la mujer. Aunque esta afirmación parece muy amplia y general, las mujeres de la obra de Araújo no encuentran en el amor y en la vida en pareja algún tipo de realización. En los cuentos referidos anteriormente, si bien Emilia, Zoila y Nora mantienen un vínculo amoroso con sus parejas, sus relaciones están signadas por la incomunicación, la incomprensión y el desamor por parte de sus parejas. Por su parte, en “Leidenschaft” y “Catoctin”, Cecilia, segunda secretaria en la delegación colombiana de la ONU en Ginebra, y Olga, profesora mejicana que trabaja en Texas, al intentar establecer un tipo de relación más ligera con Ernst y Jacob, respectivamente, fracasan ya sea por el cansancio, la incomprensión o el trabajo de ellos. Un descubrimiento, al final, las hace huir, partir. En esta exploración sobre las relaciones —por lo demás, problemáticas— de la mujer contemporánea con el amor, la vida en pareja y los hombres, “Los tres nogales” ofrece la perspectiva menos tradicional y de alguna manera contestataria hacia los órdenes sociales y culturales: la liberación sexual y sentimental de la mujer. Rosario y

su pareja sentimental y laboral visitan una extraña comuna en Suiza para hacer un reportaje. Luego de unas horas en ese lugar, al conocer a Clavel y pasar la noche con él, “Rosario había cambiado de piel. Sí, ya no quería regresarse a Barcelona, prefería quedarse una temporada en Los tres nogales, naturalmente con él —si bien lo quería— y también con un chico llamado Clavel, que no sólo tenía nombre de flor sino ojos color agua de mar. Andrés la escuchó sin responder poniéndose de más en más pálido y la frente otra vez húmeda de sudor. De pronto le dio un acceso de tos y entornando los ojos empezó a arquearse con espasmos. Apenas tuvieron tiempo de alcanzarle el platón para que continuara arrojando bilis” (p. 140). Para el lector resulta casi imposible no relacionar esta reacción física de Andrés con la decisión de Rosario de permanecer en la comuna, lo cual revela una profunda para-

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final, los papeles se cambian: Rosario quiere liberalizarse y Andrés no. Este relato plantea no sólo la paradoja entre las ideas y la práctica, sino también la cuestión del dominio corporal y sentimental en las relaciones heterosexuales, particularmente, pues tal dominio se proyecta como una convención social y cultural que condiciona y limita a hombres y mujeres. Sin embargo, parece peligroso liberar estas prácticas, una vez son conocidas se inicia un proceso judicial en contra de su líder, a pesar de que la comunidad recibía cierta aceptación social. Éste es el motivo por el cual Rosario y An-

drés viajan a hacer la entrevista. Resulta interesante explorar, a través de la lectura de estos relatos, la manera en que Araújo construye un micro-cosmos para cada personaje femenino y su situación particular a través del uso de un lenguaje cotidiano y la alternancia entre el narrador en tercera persona y, algunas veces, en primera. El movimiento hacia la interioridad de estas mujeres es sutil y sólo basta un gesto, una expresión o una sencilla revelación para que las tensiones, las aspiraciones, los deseos, las frustraciones y los conflictos de cada una emerjan con fuerza.

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doja. Durante la cena, mientras consumían comida cruda —una de las prácticas de la comuna— y Andrés entrevistaba a Étienne sobre las costumbres y prácticas sexuales en la aldea, el entrevistado manifiesta la importancia de practicar “relaciones triangulares” con el objetivo de superar las relaciones vividas con el padre y la madre. Por eso, en su comunidad, hombres y mujeres hacen un uso libre de su cuerpo. Andrés, entusiasmado con la discusión, no se da cuenta del choque y rechazo que produce el contenido de la conversación en Rosario que, sin embargo, huye con Clavel a su cuarto. Al

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Antonio Bustamante Barcelona (España). Residente en Suiza desde 1982. Arquitecto especializado en la ergonomía y muy aficionado a la pintura, ha publicado numerosas obras de divulgación ergonómica, ensayo, novela y cuento. Premio Platero de cuento del Club del Libro en Español de las Naciones Unidas 1983.

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Instrucciones para

acercarse a Helena Araújo

Helena, querida, para escribir lo que quiero decirte he tenido que inventar una palabra: « cultivadura », porque las acepciones de la palabra « cultura » que trae el diccionario no distinguen entre lo que entiende un antropólogo cuando explica cómo vive un grupo social, y lo que supone un erudito cuando habla de la vasta cultura de Menéndez Pidal, que era un hombre que había cultivado mucho su cultura y logró tener mucha cultivadura. Tú tienes mucha cultivadura, otros tienen menos, pero todo el mundo tiene mucha cultura de la que hablan los antropólogos: cualquiera, hasta el menos cultivado, sabe muchas más

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Collage digital Helena de Samotracia ® Pithókritos de Rodas y Bustamante de Barcelona

Por Antonio Bustamante


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de cada uno de los paisanos presupone que entre el conjunto de documentos de identidad –DNI– y la población, la correspondencia ha de ser unívoca y recíproca: que a cada individuo le corresponda un número, y sólo uno, y que a cada número le corresponda un solo sujeto. En España es frecuente que en un Registro de la Propiedad, diversas propiedades de un mismo individuo estén registradas con números de DNI diferentes y no idénticos al número del documento que ese propietario lleva escrito en la tarjeta que guarda en su billetero, tarjeta en la que aparece su nombre, su domicilio… y un número que Dios sabrá para qué sirve, puesto que nadie puede asegurar que sea el único con el que su propietario esté referenciado en las administraciones de este país. Sospecho que este tipo de sistemas de organización inspiró a Borges para inventar su famosa clasificación de los animales en una fantástica enciclopedia china en la que los que pertenecían al emperador aparecían antes que los embalsamados o los dibujados con pincel finísimo de pelo de camello.

Algunos nacidos en países como el mío no han incorporado plenamente a su cultura el principio de la correspondencia unívoca y recíproca entre un suceso y su representación escrita: esto les facilita la invención de clasificaciones como las que Borges manda a China, pero que son del más puro corte hispano, productos de mentes pre-lógicas, más cercanas a la astrología babilónica que a la astronomía de Galileo. Si Don Quijote hubiera viajado y leído a Maquiavelo y a Calvino quizás hubiera sido El Hereje de Delibes y no el Ingenioso Hidalgo que es. Los nacidos en estas rancias culturas que han tenido la suerte de cultivarse dentro y fuera de ellas tienen una cultivadura rica que produce una tensión entre la mentalidad pre-lógica que mamaron y la racionalidad griega que aprendieron. Y cuando, como en tu caso, un hispano cultivado se va a vivir a un país calvinista esta circunstancia le crea esa sensación de no estar del todo de la que hablaba Cortázar, peculiar sensación que me parece que es una pieza clave para acercarse a ti, a tu erudición literaria y a tu literatura.

Antonio Bustamante Foto © Clara Gassull

cosas que las que cree saber, y eso lo comprueba el que va a vivir a un país extraño: cuántas cosas saben los menos ilustrados de los indígenas, que el más cultivado forastero ignora. La cultura se mama y la cultivadura se aprende. La cultura impregna más que la cultivadura, y quien ha vivido el principio de su vida en una cultura lleva puesta esa impregnación y se percata de ello si cambia de país y habita en otra cultura en la que la gente, sin saberlo, está al corriente de muchas cosas que el forastero no sabe; ahí el forastero se da cuenta de lo mucho que conocen los indígenas de la cultura que les es propia y de lo mucho que él tiene que aprender para pasar desapercibido. Porque el forastero se caracteriza por sus meteduras de pata, hace reír al indígena porque en determinadas situaciones aplica actitudes de su cultura de origen que no son esperables en la indígena. Mi cultura de origen es la de una España en la que en el año 2013 la Administración todavía desconoce que la implantación de un sistema de control de la población basado en la identidad

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Édgar Bastidas Urresty

El exilio y la escritura

Por Édgar Bastidas Urresty

Conocí a Helena Araújo en 1962, en los cursos de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Colombia, que se daban en las aulas del edificio diseñado por el arquitecto alemán Leopold Röther. El gobierno del presidente Alfonso López Pumarejo por interés del poeta y escritor Jorge Zalamea, su ministro de Educación, que había ideado el proyecto de creación de la ciudad universitaria, había invitado a Röther y al pedagogo alemán Fritz Harsen, a que elaboraran el proyecto. El primero se encargó de la parte arquitectónica, del diseño de los edificios, 17 de los cuales fueron declarados mo-

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numentos nacionales. El segundo de la parte académica, de las facultades y programas que se debían crear, de su orientación. El campus fue dotado de amplias zonas verdes, senderos peatonales y vías para los automotores. Helena, hija del ex ministro de educación Alfonso Araújo, e importante dirigente liberal, que jugó un papel decisivo durante los días posteriores al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, asistía a la facultad y tomaba apuntes con un interés muy grande en las clases de los profesores Alfredo Trendall, Jaime Jaramillo Uribe, Rafael Carrillo, Rafael Maya, entre otros. Alta, agraciada y muy comunicativa, de unos veintiocho años, acostumbraba asistir a clases con otra señora, de quien nunca supimos el nombre. Por el uso de”de Albrecht”, se deducía que era casada con un extranjero. Alguna vez nos contó que la condición de diplomático de su padre, le había permitido viajar y conocer muchos países, de lo que derivaría su interés por la cultura europea y por la colombiana, en particular. Pero no sospechábamos que nos encontrábamos al lado de una futura escritora de novelas y relatos. Los estudios de filosofía, de literatura eran orientados por profesores, que generalmente eran abogados, pero que se destacaban por su interés en esas disciplinas. La profesionalización de esos estudios y su enseñanza solo comenzó en el transcurso de la década de los años sesenta del siglo XX. La Universidad Nacional pasaba por una etapa de gran agitación política e

ideológica, por la acción de grupos estudiantiles de izquierda: la juventud comunista, el MOIR, Movimiento obrero de izquierda revolucionario, y de otras tendencias, bajo la influencia de la Revolución cubana, de la Unión Soviética, de la China de Mao, de Troski. El sacerdote y sociólogo Camilo Torres, formado en la Universidad de Lovaina, habría de jugar un papel importante en el movimiento estudiantil universitario, como profesor de la facultad de sociología, capellán de la Universidad Nacional, e ideólogo de la Teología de la Liberación, corriente de influencia marxista que abogaba por la redención de los pobres en Colombia y Latinoamérica. Para promover su movimiento político, fundó el Frente Unido del Pueblo y un

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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Édgar Bastidas Urresty Nacido en Samaniego, Nariño, Colombia, en 1944, es licenciado en filosofía y letras por la Universidad Nacional de Colombia en 1972, doctor en filosofía por la Universidad de Paris VIII en 1978, y especialista en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos, opción literatura, por la Universidad La Sorbonne Nouvelle, en 1981. Asistió y participó en los seminarios de sociología de la literatura en la Escuela de Altos Estudios de París en 1978. Fundó y dirigió la Casa de la Cultura de Nariño -suprimida en 2003 por un gobernador iletrado- fue rector y profesor titular de la Universidad de Nariño y profesor en la maestría en literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Es Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Pertenece al PEN internacional de escritores, capítulo de Colombia. En 1971 dirigió el Taller de escritores AWASCA de la Universidad de Nariño. Es codirector de la revista Letras del Sur. Bogotá. Nos. 1, 2, 3 y 4. Es autor de los libros: Las guerras de Pasto (1979), Grafismos (1983), Antología del cuento andino (coautor, 1984), La violencia universal (1990), Meditaciones (de entrevistas. (1990), Dos visiones sobre Bolívar (1999), Nariño Historia y Cultura (1999), Lecturas secretas (2002), Ensoñaciones (Poemas (2003), Tejido de palabras (2004), El mundo de los libros (2005), Samaniego en la historia (2007), Historias de humor (2009), Torquemada en el infierno (Relatos, 2012), Lecturas compartidas (2012), Doce premios Nobel de literatura (Ensayos. 2013), Palabra viva (Libro de cuentos, coautor). Bogotá. Ediciones ECOE,1992. Cuentos suyos han sido publicados en Bestiario. com.br revista de contos. Ano 1 numero 3 maio de 2004. También ha publicado Colombia: la alegría de pensar (Libro de ensayos, coautor) Vol 2. Bogotá. Universidad Autónoma de Colombia. 2011.

Para algunos se vive como una pérdida dolorosa, traumática, de las raíces, que se experimenta sobre todo en los sueños, donde reaparece con más intensidad. La novela Fiesta en Teusaquillo, trascurre en la localidad del mismo nombre, habitada por ricas familias bogotanas, y en torno a una fiesta familiar y de amigos. El personaje central es Elsa, y sus amigos, quienes dialogan sobre la vida que viven con la que no están de acuerdo, porque encarna el pasado, los valores de la sociedad tradicional. Ella se siente decepcionada por el camino que le ha tocado seguir: ha sido educada en un colegio religioso, ha tenido un novio de la misma clase social, y se ha casado bajo la tutela de sus padres y de la iglesia católica. Rechaza ese mundo representado en la fiesta por los embajadores, los dirigentes políticos, los ministros, los obispos, los generales, los industriales, es decir, por los dueños del poder político, social, económico, religioso.

Intenta escapar de la fiesta pero infructuosamente, porque es localizada por los guardianes de la sociedad y devuelta a ella. Da la impresión que la novela es autobiográfica, por el origen social de la autora, como hija de un político y diplomático importante, aunque su matrimonio con un extranjero quizás represente una especie de salida o escapatoria de la fiesta en Teusaquillo. Édgar Bastidas Urresty Foto © Édgar Bastidas Urresty

periódico como órgano de expresión, apoyado con entusiasmo por los universitarios, que repercutió en el país, pero que encontró dura resistencia, rechazo y condena de la iglesia y del gobierno nacional. Ante la persecución y amenazas, Camilo Torres no tuvo otro camino que enrolarse en las filas del Ejército de Liberación Nacional, ELN, con el trágico resultado conocido. Helena creo que iba a las clases no como estudiante regular, sino que escogía libremente las materias de su interés. Muchos años después nos sorprendió gratamente la salida de La M de las moscas, en 1970, publicada por la editorial Tercer Mundo, y seguirían, Fiesta en Teusaquillo, en 1981, La Scherezada criolla, en 1989, y los manuscritos de La carta abierta. Ninguna perspectiva mejor que el exilio para escribir sobre el país, la región, o la ciudad que se han dejado atrás y que van a gravitar más, como si se hubieren perdido.

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Freddy Téllez Colombiano de nacimiento, suizo por naturalización, vive en Europa desde fines de 1977. Doctor en filosofía de la Universidad de París VIII, es autor de una quincena de libros, de los cuales tres en francés. Sus dos últimos títulos son: La vida, ese experimento, Medellín, Sílaba Editores, 2011 y La filosofía en tono menor, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2011.

Mi amistad con Helena

Por Freddy Téllez

« ... esa pesada indignación moral que es, en un filósofo, el signo inequívoco de que todo humor filosófico lo ha abandonado. » Friedrich Nietzsche.

Conocí a Helena Araújo, a fines de 1986, en un café de la Place Saint Michel, al borde del Sena. Ella venía de Lausana, su ciudad de adopción después de haber dejado Colombia quince años antes, y yo, de regreso de Caracas tras una estadía de algunos años en esa metrópoli. Esas referencias no son anecdóticas; ellas indican el terreno que compartíamos, y compartimos aún espontáneamente: el del exilio. A esa primera referencia hay que agregar otra, también importante. Poco antes de emprender mi viaje a Venezuela había recibido en París una carta de ella, en la que me comentaba haber leído mi libro La sexualidad del feminismo, lo que le había abierto el apetito para conocer al autor. De ese libro, inédito

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en ese entonces, Helena había tenido acceso a una copia que Carmen Rada, una amiga común residente en Barcelona, trataba de « meter », como se dice, en una editorial española. La inminencia de mi viaje nos impidió encontrarnos en ese momento. Le prometí que le avisaría, para ponernos una cita, si me decidía un día regresarme a París. Cosa que ocurrió pasados unos cuatro años.

Esa tarde la terminamos leyendo, en el apartamento de la amiga que la alojaba, partes del libro que yo escribía en esos días, y que saldrá a luz con el título de La ciudad interior. Sus consejos me fueron útiles y me hicieron descubrir su faceta de escritora experimentada. Mis agradecimientos los manifesté después en la página que inaugura, antes de los epígrafes, el volumen publicado por la Editorial Orígenes de Madrid (1).

En el café con vista al Sena descubrí a una mujer extremadamente amable, delgada, alta y aristocrática en sus maneras. Su discurso, por el contrario, poseía el sello de unos principios bien anclados y harto « revolucionarios » en su factura. Helena era —eso lo intuí de entrada y lo comprendí poco a poco—, no sólo una ferviente feminista, sino una orgullosa desclasada gracias a sus ideas de izquierda. La ruptura con su país de origen reforzaba el rompimiento radical con su propia clase (de los Araújo costeños, si no me equivoco, y con un padre ministro). Las experiencias desafortunadas de una mujer con cuatro hijas rechazada por su misma familia (católica, claro está), por haber osado divorciarse, fortalecían el universo de sus simpatías marxistas: vanguardia en esa época. Eso nutrirá desde lo más profundo el exilio de Helena, quien desde 1971, cuando rompe sus amarras, nunca más ha vuelto a Colombia ni ha retomado un solo instante el contacto con ninguno de sus parientes. La radicalidad de su compromiso de izquierda, por lo demás, hunde sus raíces en ese profunda detestación de sus orígenes. Es un caso clásico, digamos. Pensemos en Sartre, entre otros.

Luego permanecimos alimentando la amistad a distancia, hecha de tarjetas postales y de reencuentros en una u otra de las ciudades en que vivíamos. En uno de ellos, uno de los últimos antes de yo dejar París, Helena me pide reemplazarla en su curso de español que daba en la Université Populaire de Lausanne. Ella debía resolver algo urgente durante unos días en Ginebra. Por qué no, le contesté. Después de todo yo gozaba entonces de una cierta libertad « subvencionada » por la Agencia del Desempleo en París. Me alojé pues en su apartamento, disfrutando en el mismo cuarto en que dormía de la colección entera de la revista ECO, y di mis clases de español cumpliendo, creo, con los requisitos exigidos. Tan bien o tan mal, no sé decirlo, que acabé enamorado de una de las bellas alumnas que asistían al curso, y con la que me llegaría a casar después de haber vivido un año con ella, y sin papeles. Periodo de prueba. De incógnito. Fue así como me instalé yo también en Lausana. Las tarjetas postales que me daban de vez en cuando noticias de Helena fueron reemplazadas a partir de ahí por la enigmática proximidad del teléfono.

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Mi amistad con Helena ha estado marcada ante todo por lo que nos define: el exilio. Es él el que tiñe nuestro contacto con los tonos y matices propios a esa situación. Con la solidaridad también. Ella no sólo me volvió a alojar en su apartamento las veces en que mi destino me llevó a conocer la incertidumbre del « sin vivienda», sino que su presencia suaviza las aristas de las adversidades características al destierro. La intelectualidad, el amor por la cultura y los libros, que nos une, es un puente irreemplazable que nos ayuda a vivir las peculiares condiciones de todo exilio —ya sea voluntariamente asumido. Ambos representamos, el uno para el otro, ese mundo que no tenemos con la misma facilidad que si viviéramos en Colombia, pues no se encuentran intelectuales en cada esquina. Si todo exilio es una ruptura con el universo que nos dio a luz, en el caso de un intelectual él es el establecimiento de un vacío. Mucho más cuando él nos conduce a cambiar de lengua. En ese caso, todo proceso regido por el « sí mismo » se refuerza : movimiento centrípeto basado en las diversas formas de la reflexividad definitoria de la partícula « auto » : el por sí mismo, el en sí, lo propio. « El sujeto del proceso es, él mismo, objeto », define un diccionario (2). El exiliado, mucho más si es un intelectual, es aquel que reemplaza a su país por un desbordamiento de las actividades centradas en sí mismo. De tal manera llena el vacío dejado por la ruptura con su país de origen. Movimiento doble que lo lleva a abrirse al mundo —mucho más que un intelectual sedentario, en principio satisfecho de sí y de sus orígenes—, pero que también lo encierra en cierta forma en su propio universo. Manera de compensar la hostilidad del medio extranjero en el que vive. En Helena, ese movimiento centrípeto se alimenta con fuerzas de autoidentificación muy poderosas : el feminismo y las ideas de izquierda. Con el primero, toda mujer busca la identidad que el mundo del hombre no le reconoce, o que le marginaliza. Con el segundo, el individuo se afirma contra la realidad que su ideología desvaloriza, produciendo enemigos que lo ayudan a fortalecer su propio punto de vista. Helena ha construido con esas corrientes un rico universo de exploración de la literatura, así como una narrativa de la denuncia, la reivindicación, la condena, la identificación en lucha. Helena es una mujer de pasiones y principios fuertes. Pasiones y principios reforzados, insisto, por esa simbiosis entre si-

tuación centrípeta exílica (el exiliado se basta a sí mismo en ausencia del medio nacional del que proviene) y el fuerte centramiento de sus compromisos. Ser feminista y ser de izquierda: eso no se negocia. Desde esa perspectiva —al mismo tiempo, posición en la vida—, nuestros caminos han estado marcados por la cordialidad y el desacuerdo. La cordialidad ya la he expuesto, y ella no ha sido desmentida por el correr del tiempo. Por el contrario. En cuanto al desacuerdo, él ha girado en torno a la radicalidad de los principios. Sobre todo al inicio de nuestra amistad, pues los humanos no somos bloques monolíticos incambiables y los principios están hechos para ser revisados. Mi recorrido en vida me ha llevado a enrumbarme hacia formas matizadas de escepticismo ; sobre todo en política, aunque no sólo. Haber vivido varios años en una país totalitario —la enmurallada Alemania del Este—, me ha introducido a una visión desencantada de esa actividad humana, en particular si ella se tiñe de utopía y milenarismo, como es definitorio de una cierta izquierda. Es por eso que durante mucho tiempo nuestras conversaciones al respecto lindaban, o bien con el silencio diplomático o con la discordia amable. Preferíamos hablar de lo que nos unía, dejando de lado lo que nos confrontaba. O si era imposible eludir el tema, nos mordíamos los labios o nos obligábamos a la sonrisa. Por fortuna, el derrumbe profundo y progresivo de la constelación marxista-leninista nos ha encaminado a un mayor entendimiento. Hoy, hablar de Cuba ya no es un problema y soportamos mejor las posiciones irreductibles mútuas. Helena mira con desapego la distancia garrafal de mi narrativa respecto de lo social (3), cuando años atrás condenaba corrientes literarias colombianas por su « olvido del drama social y político de la violencia » (4). Por allí tocamos una especie de contradicción en su obrar artístico, que ha sido vista por otros: a saber, entre « d’un côté [la] toute puissance de [sa] subjetivité dans l’écriture, mais de l’autre [le] rappel à l’ordre venu de situations objectives devant lesquelles nous sommes le plus souvent impuissants. Cette ombre portée de Sartre et de Simone de Beauvoir, ce reste de l’engagement tel que l’exigeaient les vielles gauches politiques, est aussi à mettre en rapport avec une certaine sentimentalité devant les côtés négatifs du monde que nous vivons. » (5). No sé si se pueda

decir que « Helena se résiste à accepter que ‘poétiser’ [...] vaut peut-être ‘politiser’, faire de la politique à travers l’esthétique », pues el autor mismo que lo afirma, y que venimos citando, trae a colación una cita de la propia autora, en la que confiesa que « en exerçant ma subjectivité, je suis tout à coup assaillie par l’obligation du message et de l’engagement. J’oscille alors entre l’élan de poétiser et l’urgence de politiser. » (6). Tal vez entonces no hay contradicción. La subjetividad de la Helena escritora no se diferencia de la subjetividad de la Helena política. La única diferencia, el matiz, más bien, consiste en la seriedad con la que ella asume su trabajo literario. Helena no escribe panfletos ni novelas con tesis por demostrar; sólo obras... comprometidas. El sentimentalismo anotado por Norberto Gimelfarb tipifica en parte lo que he llamado su « apasionamiento y los principios fuertes ». Comparto así por entero los términos propuestos por él mismo : « Je ne saurais tirer une conclusion de tout cela, si ce n’est qu’à côté de ce que je viens d’appeler ‘sentimentalité’, il y a ce sentiment qui est commun à bien du monde : l’indignation et la douleur irrépressibles face aux injustices. Bouddha se posait déjà cette question il y a belle lurette en Orient. Plus près de nous, au Moyen Orient, Job et les prophètes de la Bible se la posaient eux aussi. Et nous nous la posons aujourd’hui, devant les écrits d’une femme qui, par l’intermédiaire de son œuvre, voudrait redresser des torts. Un certain Cervantes s’y était attaché il y a quelques siècles. Et si nous tenons compte de tous les torts que devraient redresser les femmes pour que notre monde tourne plus rond, alors... » (7). Que el feminismo no esté exento de esa textura del apasionamiento y los principios fuertes es algo que no dudo en reconocer en cuanto autor comprometido —ya sea de manera tangencial, como al margen— en ese movimiento. El prólogo de mi libro sobre el feminismo atestigua la conciencia del fenómeno, mi propia lucha contra la invasión excesiva de la « moralina » denunciada por Nietzsche y de todo principio inamovible ad vitam aeternam. Que se me permita una sola cita: « El problema de la mujer no existe: es un problema de todos, un problema de hombres y hembras reunidos en una misma historia. [...] La opresión de la mujer, su dominación real, existente y profundamente significativa en nuestras sociedades, es una mezcla de opresión y auto-opresión, una combinación de

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el otro, la llamada al órden proveniente

de situaciones objetivas antes las cuales En suma, así vistas las cosas, la sola somos con frecuencia impotentes. Esa distancia que me separa de mi gran sombra asumida de Sartre et Simone amiga Helena radica en la posición de Beauvoir, ese resto del compromiso adoptada ante las desgracias del muntal como lo exigían las viejas izquierdas do, confuso e inevitable maremagnum políticas debe ser también puesto en de la mismísima realidad. Helena las relación con una cierta sentimentaliafronta con toda seriedad y sin fallas. dad ante los lados negativos del mundo en que vivimos. » Yo, intento asumirlas sin tanto peso y esbozando en lo posible una modesta 6. Ibid., p. 11. Traduzco las dos ideas expresadas en ese párrafo: (1) « Helena sonrisa. La tragedia en este mundo, me se resiste a aceptar que ‘poetizar’ [...] digo, hay que asumirla sin tanto drama, equivale quizás a ‘politizar’, a hacer y la distancia ante los hechos forma política a través de la estética », y (2) parte de la sabiduría en la vida. La « ejerciendo mi subjetividad, me asalta dificultad consiste en poder y saber súbitamente la obligación del mensaje hacerlo. Ese es el nudo ineludible de y del compromiso. Oscilo entonces todo caminar en tierra. entre el impulso de poetizar y la urgencia de politizar. ». Esta última idea

la tomo de su original español citado Termino con una anécdota diciente: por: Paloma Pérez Sastre y Claudia con frecuencia, cuando comparto con Ivonne Giraldo, « Acerca de la obra de Helena, en un impulso de furia, una de Helena Araújo », en Revista Universidad mis indignaciones del momento, me Antioquia, 280, Medellín, 2005, p. 78. asombro de que ella la acoja con risas. 7. de Ibid., p. 12. « No sabría extraer una ¿Debo confesar que esa reacción me conclusión de todo eso, con excepción molesta? Es cuando me sorprendo, a de que al lado de lo que acabo de posteriori, de mi propio asombro. A un llamar ‘sentimentalidad’ hay ese senbuen entendedor, esta conclusión debetimiento común a mucha gente: la ría bastar (9). indignación y el dolor irreprimibles Notas y citas 1. Cf. Freddy Téllez, La ciudad interior. Seguido de La prosa de las ciudades, Madrid, Editorial Orígenes, 1990. 2. Cf. Dictionnaire des structures du vocabulaire savant, Paris, Les usuels du Robert, 1980, p. 43. 3. Cf. Helena Araújo y Freddy Téllez, « El dandismo proletario en la literatura », en Gaceta, 34, junio de 1996, Bogotá, p. 44. 4. Es el caso del nadaísmo, por ejemplo, del que una Helena más joven ponía en duda su carácter de vanguardia por constituir una « desviación anacrónica del dadá francés, [que remeda] sobre todo sus aspectos histriónicos, sirviendo de distracción a élites culturales que no pedían mejor pretexto para olvidarse del drama social y político de la violencia». Cf. Helena Araújo, Signos y mensajes, Bogotá, Instituto colombiano de cultura, 1976, p. 187. No dejo de anotar, empero, que en esa misma página Helena deja entender, un poco sibilinamente, que considera «brillantes» algunos autores de ese movimiento. Leo la frase: « Evidentemente, en elementos como Jaramillo Escobar, J. Mario Arbe-

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ante las injusticias. Buda se planteaba ya esa cuestión hace mucho tiempo en Oriente. Más cerca de nosotros, en el Medio Oriente, Job y los profetas de la Biblia se la planteaban también. Y hoy nos la planteamos ante los escritos de una mujer que, por intermedio de su obra, quisiera corregir entuertos. Un tal Cervantes se dedicó a ello hace algunos siglos. Y si tuviéramos cuenta de todos los entuertos que deberían corregir las mujeres para que nuestro mundo gire mejor, entonces... ». 8. Freddy Téllez, La sexualidad del feminismo. ¿Biología o cultura?, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1987, p. 14. 9. Anécdota tras anécdota, anoto que he debido constatar varias veces que Helena alza el tono y hace muecas de desagrado cuando le menciono mi simpatía y complacencia ante Roland Jaccard, ese cínico desembozado, aunque autocrítico, pariente cercano de Cioran por su visión y desenfado. Manera de decir que todos perdemos, en un momento o en otro, la sonrisa liberadora. Remito al lector curioso a las páginas que le dedico a ese autor en mi libro La filosofía en tono menor, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2011.

Freddy Téllez Obras: Petit

traité du libre penseur, Nice, Les Éditions Ovadia, 2013 La philosophie en ton mineur, Nice, Les Éditions Ovadia, 2012 La vida, ese experimento, Medellín. Sílaba Editores, 2011 La filosofía en tono menor, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 2011 La misère du marxisme et le marxisme de la misère, Nice, Les Éditions Ovadia, 2010 Filosofía nómada. Itinerarios, Medellín, Hombre Nuevo Editores, 2008 La entrevista de bolsillo. Jacques Derrida responde a Freddy Téllez y Bruno Mazzoldi, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, 2005 (existe traducción al inglés de la Universidad de Chicago, 2007). Ma bibliothèque et moi, Centre de Traduction Littéraire, CTL, no. 44, Université de Lausanne, 2003 Mitos: filosofía y práctica, Manizales, Editorial Universidad de Caldas, 2002 Filosofía y extramuros, Medellín, Fondo Editorial Universidad Eafit, 1999 En torno a Cioran, Manizales, Editorial Universidad de Caldas, 1999 Del pensar breve, Bogotá, Yomismo Editor, 1993 Palimpsestos. Los rostros de la escritura, Bogotá, Centro Editorial Universidad Nacional, 1990 La ciudad interior. Seguido de La prosa de las ciudades, Madrid, Editorial Orígenes, 1990 La sexualidad del feminismo. ¿Biología o cultura?, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1987 De la praxis, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1985

Freddy Téllez Foto © Ilse Téllez

láez o Eduardo Escobar, culmina con victimario macho con autovictimario brillo el proceso de aggiornamento emhembra. [...] El gran defecto, el vicio, prendido a partir de la primera casi, de todo ser en protesta, es que se post-guerra. » oculta la realidad, la homogeniza en la 5. Norberto Gimelfarb, Helena Araújo: crítica demoledora que él establece. écrire pour être libre, Hommage des ÉdiPara que su protesta exista, le exige, le tions de la Résidence des Vignes à sa impone al mundo ser blanco o negro, sin Sveltesse Districtale l’Archiduchesse de matices ni impurezas como la vida es Ladite Résidence, Lausanne-Teusaen realidad. Sí, en realidad, porque ella quillo, 2005, p. 11. La traducción en no es ni buena ni mala sino ambos a la español de ese párrafo podría ser: « por un lado, [el] poderío de [su] vez, y toda transformación no eliminasubjetividad en la escritura, pero, por rá nunca su entrecruzamiento. » (8).


Luis Fayad Colombia, 1945. Publicaciones: Novela: Los parientes de Ester (1978), Compañeros de viaje (1991), La caída de los puntos cardinales (2000), Testamento de un hombre de negocios (2004).

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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Relato: La carta del futuro (1993), El regreso de los ecos (1993), Un espejo después (1995). Cuento: Los sonidos del fuego (1968), Olor de lluvia (1974), Una lección de la vida (1984).

Por Luis Fayad

De la rápida urbanización que se produjo en las ciudades latinoamericanas desde mediados del siglo XX, con su influencia en la narrativa y en la literatura en general del continente, fue contemporánea la escritora colombiana Helena Araújo. Fiesta en Teusaquillo, su primera novela (1981), anuncia desde su título una transformación en los escenarios —Teusaquillo es un barrio de Bogotá— y como consecuencia la aparición de nuevos personajes. Los temas están representados por nuevos comportamientos y maneras de pensar, los círculos sociales, sus relaciones de afecto y de intereses per-

Publicado en el Diario Virtual Cervantes, Madrid, 29 de octubre de 2007, cedido por el autor a la revista Aurora Boreal® para el homenaje a Helena Araújo.

sonales. En los salones de las casas de Teusaquillo se reúne el poder sostenido por las instituciones de todo orden, civiles, ecleciásticas y militares. La historia actual está interpretada por sus empresas conjuntas, que se van aclarando en unos diálogos abiertos, faltos de pudor, los artificios sociales y las ocultas ambiciones de la política en los que no participa la mayoría de los habitantes. Los motivos de la narración ya se habían visto en su libro de cuentos La M de las moscas y no faltan en sus libros de ensayos como Signos y mensajes, pero su regreso en otra novela, Las cuitas de Carlota, le da otra dimensión en el tratamiento por medio de otra estructura. El diálogo epistolar de dos mujeres forma la trama y la hace avanzar con la confesión de anécdotas que construyen nuevas identidades. Uno de los personajes escribe desde el extranjero, pero sus preocupaciones no se extravían en la descripción de decorados desconocidos sino en el mundo que transcurre en su interior. Situar a los personajes en otros continentes es una de las características de la nueva literatura latinoamericana. El espacio se ha agrandado y los territorios íntimos surgen de los desplazamientos y los lejanos lugares que por referencias culturales o por necesidad se hacen propios de un individuo, de un grupo o de una sociedad. En Las cuitas de Carlota se prolonga el ambiente de Teusaquillo y sus fiestas pero con muchos agregados de la vida moderna. Los personajes se ubican en nuevas coordenadas que reflejan las condiciones de vida de una sociedad en cualquier parte, desde el punto de vista del individuo y no sólo de un conjunto. Las mujeres de estos tiempos pertenecen a un círculo social en el que son más libres, deciden sus actuaciones y en el contrato del matrimonio el poder y la autoridad son más equilibradas. Un cambio, que influye en las novelas de Helena Araújo, como un capítulo más de sus líneas literarias.

Luis Fayad Foto © Daniel Mordzinsky

Helena Araújo y los cambios en la narrativa colombiana*

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Colombia 1947. Reside en Francia desde 1980. Obras: - Maquiavelo en Verona (Novela histórica, época del Renacimiento) Bucaramanga. Colombia (1998) - El último retrato de Cecilia Tovar (Novela policíaca sin muertos y sin policías) París, Francia (2006) - Nicolas Maquiavelo: La conducta de los poderosos. (Biografía). Bogotá. Colombia (2006) - FOMINAYA (Novela histórica, época de la Independencia) París, Francia (2010) - El encuentro de Benidorm (Benidorm connection. Ficción política), Copenhague, Dinamarca (2012)

Las cartas de Helena Araújo

Por Gabriel Uribe Carreño

Cada vez que me llega mensaje de Guillermo Camacho me pregunto, antes de abrirlo, ¿de qué se trata? Guillermo es el hombre de las buenas nuevas. Efectivamente, en el último se trataba de hacerle un homenaje a Helena Araújo. La escritora, claro. Pero, ¿quién es, además de una escritora, Helena Araújo? Al comienzo, Helena era para mí una de esa grandes figuras de nuestra literatura, y quizá nada más, era la autora de Fiesta en Teusaquillo, era una mujer que como otras de esa brillante generación había participado en la más alegre explosión creadora de nuestras letras, era eso, toda una figura, un ícono. Y Helena Araújo, para el que esto escribe, hubiera podido seguir siendo sólo eso. Pero tuve la fortuna de conocerla personalmente, entonces mi visión de la escritora cambió. Mi admiración por ella no cedió un ápice, pero ahora, después de conocerla y gracias a su generosa escucha y a su voz, pude apreciar la otra parte de lo que es también Helena, ya no solo el ícono, lo sagrado, la intocable figura de las letras nacionales, sino la persona, carne y hueso y

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espíritu. La inesperada sorpresa tuvo lugar en Paris, como siempre, quizá porque es la ciudad donde nos suceden las grandes cosas. Christiane Laffite acogió uno de mis cuentos para incorporarlo en su libro Cuentos colombianos del siglo XXI y para la presentación del cual nos dimos cita en la Casa de América Latina algunos de los que participamos en esa colección. Ahí estaba Consuelo Triviño, y Milagros Palma en su condición de coeditora, y Julio Olaciregui, Eduardo García Aguilar, y, por supuesto, como una figura mayor, presidiendo el evento, Helena Araújo. El acto tuvo una relevancia muy especial gracias a ella, a lo que Helena representaba para todos nosotros. Hubiéramos querido demorarnos algo más con ella. Pero, con su discreción habitual, se retiró apenas pasado el acto. No he vuelto a verla. Pero la imagen de Helena Araújo se me quedó grabada, imperecedera. He visto las fotos suyas que se han publicado en revistas, pero la imagen

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

Gabriel Uribe Carreño

primera que vi con mis ojos sigue siendo la más constante, la única real. Creí que, como sucede la mayoría de las veces, haber conocido a Helena fuera un hecho fortuito y nada más, que ahí terminaría, en ese encuentro, lo que iba a representar ella. Pero Helena respondió luego a un mensaje que le envié, no recuerdo con qué motivo, era sin duda uno de esos mensajes que enviamos por motivos casuales, pero ella contestaba de una manera tan personal y tan inmediata, que no pude abstenerme de enviarle otro, y se inició entonces una correspondencia en la que Helena estuvo siempre atenta a mis preguntas, mis dudas, mis proyectos, pues me respondía siempre a tiempo, y supo regalarme más de uno de sus invalorables consejos. Cuando Helena fue invitada por la Universidad de Cincinnati a dictar una conferencia, ocasión en que se le hizo igualmente un homenaje, le llevó mi libro Maquiavelo en De izquierda a derecha: Christiane Laffite, Julio Olaciregui, Eunice, Consuelo Triviño Anzola, Eduardo García y Gabriel Uribe en un restaurante en Paris.

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Verona a Armando Romero, profesor universitario en los Estados Unidos, y le habló de mí, de manera que la siguiente vez que Armando vino a Francia dio un salto hasta Estrasburgo, donde vivo desde hace 33 años, y donde pudimos conocernos y sostener una charla casi afiebrada, como dos perdidos cuando se encuentran, durante dos horas bien exprimidas. Hablamos de literatura, por supuesto, porque había que hablar de Helena y al despedirnos Armando me dio uno de sus libros, publicado en Mérida, Venezuela, por la misma época (1976) en que yo era profesor en Tovar, a 30 kilómetros de distancia. Creo que debió ser entonces cuando Armando y yo nos perdimos sin conocernos, pues no nos encontramos nunca. Y esta ha sido una de las magias de Helena, la de tener un sexto sentido para poner en comunicación a los habitantes de ese universo imaginario que nos tiene como fatalmente atrapados y que al mismo tiempo nos impide reconocernos. Helena no deja sin contestar ninguno de mis mensajes electrónicos, desde el comienzo, pero ya no me escribe a máquina como lo hizo en ese tiempo. Guardo todas sus cartas, escritas en su máquina manual Underwood de joven escritora de los sesenta, las conservo no sólo como recuerdo sino porque hacen parte de la vida verdadera, de esas horas que los que escribimos logramos arrancar a la imaginación devoradora y plantarlas en el mundo, realmente, como una sábila de la buena suerte que se puede tocar, y porque en ellas, sobre el blanco de grano fino del papel van profundamente impresas las letras negras, tecleadas a buen ritmo, olorosas a cinta de una maquinita de escribir que guarda sus primeros sueños. Las cartas de Helena, cuando las releo, son la prueba más eficiente de que los escritores, además de su vida imaginaria, tienen una vida concreta y en la que el tiempo transcurre, de veras. Para fin de año, sin falta, escrita con esa manera delicadamente calurosa y tan suya, recibo su tarjeta navideña. Y es eso lo que más me ayuda, aunque Helena no lo sepa, a pasar la barrera de un año viejo que nos ha defraudado en su mayor parte a un año nuevo, limpiecito de culpas y todo vestido de promesas.

Gabriel Uribe Carreño Foto © LENINE

De la literatura, del valor de sus textos, de lo imponderable de su escritura, de los demonios y los ángeles que la acompañan cuando escribe podemos hablar todos los que hemos leído su libros. De las cartas, que son como mensajes familiares puestos en una botella para un solo destinatario, hoy, con motivo de su homenaje, me he permitido hacerlo.

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Juan Gustavo Cobo Borda

La primera Helena Araújo crítica

Por Juan Gustavo Cobo

Sólo en 1976 publica Helena Araújo (1934) su primer libro de ensayos y reseñas. Signos y mensajes (Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, colección “Autores Nacionales” no. 13, 238 páginas, 1976). Hay una un tanto confusa dispersión de intereses (Saint-Exupery, el tema erótico en Samuel Beckett) y unas apuestas generosas por jóvenes, en aquel entonces, que luego no trascendieron, como Héctor Sánchez o el recién fallecido José Stevenson. Hay un ademán progresista, en marcha hacia el socialismo, y el entusiasmo de entonces por la revolución cubana. Pero el afán de romper el bloqueo mental del escritor colombiano, con su retórica española de gramática y discurso, ya iba quedando superado. Así lo ratifican su nota de 1969 sobre Bestiario, de Julio Cortázar, y su ensayo también de 1969, sobre “Las macondanas”. Porque en realidad el anacronismo flagrante lo encontramos en uno de los

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primeros trabajos: “La rebeldía en la obra de José Gutiérrez”. Un sicoanalista, discípulo de Erich Fromm, que busca una autenticidad y una rebeldía racionales para, con base en ellas, iniciar la revolución en Colombia. Sin embargo, la mezcla de budismo zen con la asesoría de centrales sindicales conservadoras, luego de pasar por el partido comunista y el Movimiento Revolucionario Liberal de Alfonso López Michelsen no llevaron muy lejos el propósito. El cataclismo íntimo que propugna como paso previo a la revolución social no fue más allá de los libros. Su interés en desmontar un lenguaje petrificado, hace saltar la verdad camuflada: “Tras la intención verbal se halla la imagen autoritaria, violenta, discriminatoria, gregaria, relativista, personalista, estática, de la sociedad colombiana” (p. 17). Muchos adjetivos aplicados a un tumulto de hablas regionales, del antioqueño al caleño, del costeño al bogotano, que si algo poseen es un dinamismo irreverente, con una capacidad de goce y crítica, que no puede desconocerse. Que enlazándose más adelante en el libro como un paralelismo entre la literatura universitaria de México y Colombia muestra cómo la primera, rebelde en la forma y movida en la música rockanrolera, se distanciaba de una andadura más tradicional, campesina y telúrica, que en el caso de Julio César Cortés, premiado por Helena Araújo en 1965, moriría en la guerrilla en 1968. Quizás aquí podría insertarse el comentario sobre Arturo Alape, el investigador documental del 9 de abril de

1948 y el biógrafo de Manuel Marulanda, “Tirofijo”, fundador de las FARC, el guerrillero más viejo de América, quien moriría en su campamento, con tranquilidad, consultado por presidentes o candidatos presidenciales y con todos los hilos de subversión aun en sus manos. “Envejecer es reducirse, definirse” dijo Simone de Beauvoir en 1966 y Helena Araújo la sigue en todas sus propuestas, sean novelísticas, sean ensayísticas. Se expresen en entrevistas o se hallen ampliadas por su leyenda de militante feminista, “partidaria de Argelia, de la China, de Cuba” (p. 104). En todo caso la seriedad que le admira, trátese de El segundo sexo (1949) o de La vejez (1970), es la de la primera mujer que se mantuvo alerta y estudiosa a fondo de dos de las realidades claves de la época: la mujer y la senilidad. Más aún: de la dolorosa soledad a que muchas de ellas se hallan condenadas. Tal el caso de su madre, en Una muerte muy dulce (1964) viendo romperse todos los estereotipos de una burguesía maquillada (cremas para el rostro, postrera máscara inútil) ante la explosión maligna del cáncer, al hacer trizas todo el cuerpo. Quizás por ello Helena Araújo deja la Francia racional de los normalistas Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre para hundirse en esos círculos viciosos donde un siglo entero se hunde y se ahoga en la conformidad con los prejuicios de la estirpe: Cien años de soledad y las macondanas. Resignación centenaria, temor al incesto y una cadena de temas aún medievales: lo caballeresco, la jerarquía, la superstición, el honor y la “tanatofilia”. Así ancla en la muerte y explora sus

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Juan Gustavo Cobo © Juan Gustavo Cobo

contornos, en las heroínas de Macondo, que exudan vida, hasta el final, como Petra Cotes. Si en el 69 se aproxima al vasto orbe de García Márquez, ya recorrido en muchos sentidos por figuras como Ernesto Volkening, fue en 1966 cuando rescató a Eduardo Caballero Calderón trasteando Castilla a Tipacoque a lomos de Rocinante y teniendo en cuenta las reflexiones de Ortega y Gasset. Sólo que Cervantes no alcanzaría a volver lenguaje compartible el medio siglo de sevicia asesina con que Colombia se debatía en las garras de la modernidad. Curiosamente un poeta como Jaime Jaramillo Escobar, también estudiado por Helena Araújo, tendrá que recurrir al versículo bíblico para distanciar y congelar en altisonante retórica los cortes de corbata o franela que vivió cuando era inspector de policía en su natal Antioquia. Fue entonces cuando el silencio de la poesía buscado por Fernando Arbeláez y la cautelosa elegancia con que el médico psicoanalista Jean Starobinski se aproximaban al enigma del lenguaje, ampliaron su marco de percepción. Hasta aquí llega Helena Araújo en su valioso y primer libro de lecturas críticas. Puede así, como será habitual en el futuro, convertirse en estas mismas páginas en generosa promotora de los jóvenes y en una de las pocas lectoras e interlocutoras de quienes no encontraban mucho eco en ese entonces en Colombia, como podrían ser los atmosféricos cuentos de Antonio Montaña. Luego, ya desde Suiza, y sin soslayar a Colombia, mirará un continente de válidas y sugerentes escritoras, pero en Signos y mensajes ya está el imprescindible comienzo. El necesario punto de partida para su proseguida labor crítica de tantos años.

Juan Gustavo Cobo Borda Poeta y ensayista colombiano. Nació en Bogotá en 1948. Su actividad académica como productor y crítico literario inició desde muy temprano, cuando dirigió entre 1973 y 1984 la revista ECO. Desde esa misma fecha, 1974, cuando publicó su primer libro de poemas, Consejos para sobrevivir, ha mantenido una continuidad creativa reflejada en títulos como Todos los poetas son santos (1987), Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos (1991) y La musa inclemente (2001). Miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, desde 1993, y correspondiente de la Española, donde ha participado en la nueva edición del Diccionario de la Lengua Española. Como él mismo lo dice: "Otra forma de escribir poesía". Ha sido jurado tres veces del premio Juan Rulfo, de Guadalajara, México, del Rómulo Gallegos (Caracas), del Reina Sofía de poesía iberoamericana (Madrid) y del Neustad, Universidad de Oklahoma, EEUU. Dentro de su gran producción académica sobresalen sus libros sobre artistas colombianos, que han sido pioneros en su género: Juan Antonio Roda (1976), Alejandro Obregón (1985), Juan Cárdenas (1991) y Sofía Urrutia (2001). Entre otros trabajos ha publicado La alegría de leer (1976), Salón de té (1979), La tradición de la pobreza (1980), Casa de citas (1981), Ofrenda en el altar del bolero (1981), Roncando al sol como una foca en las Galápagos (1982), La otra literatura latinoamericana (1982), Antología de la poesía hispanoamericana (1985), Letras de esta América (1986), Visiones de América Latina (1987), Todos los poetas son santos e irán al cielo (1987), Almanaque de versos (1988), Tierra de fuego (1988), A José Asunción Silva (1988), La narrativa colombiana después de García Márquez (1989), Álvaro Mutis (1989), Dibujos hechos al azar de lugares que cruzaron mis ojos (1991), Poemas orientales y bogotanos (1991), Germán Arciniegas (1992), Vargas Llosa, la pasión de narrar (Alfaguara, 2012), El coloquio americano (1994), Para llegar a García Márquez (1997) y Borges enamorado (1999), ya traducido al francés. También ha tenido tiempo para ocupar cargos como agregado cultural en Buenos Aires y Madrid y ser embajador en Grecia. Juan Gustavo Cobo Borda no sólo es un exponente de la cultura literaria de Colombia y uno de sus grandes críticos literarios, sino que es una de las voces poéticas más sólidas y representativas de la lengua castellana contemporánea.

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Norberto Gimelfarb Buenos Aires, 1941. En Suiza desde 1966. Ha enseñado el español en las Universidades de Lausana y Ginebra. Publica en español, francés e inglés artículos, libros, poemas, narraciones y reseñas sobre temas literarios, lingüísticos y musicales. Miembro correspondiente de la Academia Nacional del Tango de Buenos Aires. Traductor del francés, inglés y alemán al español, del español al francés y al inglés, del catalán al francés. Algunos libros publicados: Una antología de la poesía suiza francesa contemporánea, Songs Of(f) Songs. Sca(n)t Rhyming for Song and Jazz Buffs, La novela intermitente

en la persona, a la sazón minúscula, de Helena. Solo que como desconocían la realidad latino-americana y en especial la colombiana, no se imaginaron que en realidad le estaban preparando una vida difícil. Belleza y distinción podían serle muy útiles en su medio colombiano, por ser mujer. En cambio, los demás dones, como, por ejemplo, el orgullo de ser mujer, podían convertirse en fuente de desgracias y malos entendidos, precisamente por tratarse de una mujer. Fue lo que efectivamente sucedió. Felizmente Helena acabó por superar esas desgracias y malos entendidos, transformándolos en relatos, novelas, artículos, ensayos y obras críticas fruto de pacientes búsquedas e investigaciones.

clima del encuentro era muy agradable, casi todos los participantes tenían el corazón a la izquierda (como se dice en francés) y soñaban con cambiar el mundo. Sin embargo, cuando Helena Araújo exponía tesis feministas, solían decirle que una empresa revolucionaria tiene otras prioridades que la de privilegiar la causa de las mujeres. Ella insistía, luchaba, se debatía, bregaba por arrancar a ese público de su inclinación a ignorar el feminismo. La escuchaban distraídamente.

Por empezar, cuatro flashbacks o retros- La Residencia de las Viñas pectivas de mi «pequeño cine interior» —como dijo Raymond Queneau de Fue en 1973. Ya no sé cómo llegué a Lutry — uno de sus personajes que está soñan- una localidad cerca de Lausana— a la Residencia de las Viñas, que era el nombre del do. barrio donde vivía Helena. Sí sé que es así como conocí a Helena y a sus cuatro hijas: Priscilla, Gisèle, Nicole y Jocelyn. La casa estaba llena de amigos y compañeros, casi Las hadas todos jóvenes. Debía ser una fiesta. Más tarde En el año 1934, se encontraron unas hadas en decidí que Helena se merecía un título de noColombia para desarrollar actividades propias bleza y así fue como nació la Archiduquesa de de hadas, lo que, hospitalidad colombiana la Residencia de las Viñas. Título con el que mediante, festejaron con abundante ron. El día le escribo mis cartas. que nació Helena Araújo estaban las hadas un tanto achispadas y no tenían muy claro lo que estaban haciendo. Reunidas alrededor de la cuna y un poco tambaleantes, colmaron de La incomprensión dones a la recién nacida: inteligencia, lucidez, asiduidad en el trabajo, belleza. gusto por leer, Helena, como escritora e investigadora, particiorgullo de ser mujer, gusto por investigar, gusto pó cada año en los tres días del Gran Seminapor la libertad, capacidad infinita para indig- rio de la Universidad de Neuchâtel, durante la narse ante las injusticias del mundo, gusto por época en que lo organizaba y dirigía el profesor reflexionar y escribir, distinción y otros dones Jean-Paul Borel. Tenía lugar en una casa que se me olvidan, todo eso lo dejaron penetrar grande y acogedora del Val de Travers. El

Al final de los años 70 del siglo XX, Helena es invitada por un amigo suyo, que enseñaba en la Universidad de Lausana, un tal Norberto Gimelfarb, a codirigir con él algunos seminarios de literatura latinoamericana. Helena tiene muchos dolores de espalda debidos a un accidente que la dejó maltrecha y no podría pasarse dos horas sentada ni de pie, que es lo que duraba el seminario. Gimelfarb decide entonces equipar el seminario con una colchoneta de playa, que hay que inflar antes de cada sesión del seminario. La colocan en el medio de una bella sala de lo que se llama la Antigua Academia en en el casco antiguo de Lausana. Un seminario en el que se estudian tesis feministas dirigido por una mujer acostada. Vaya ironía.

Helena Araújo: escribir para ser libre

Por Norberto Gimelfarb

Cuatro flashbacks

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Un seminario sobre la literatura femenina del Río de la Plata dirigido por una mujer acostada

Los orígenes de Helena Araújo Helena Araújo nace en Bogotá, Colombia, en 1934, en el seno de una familia liberal y al principio de un pe-

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ríodo de doce años de gobierno liberal (1934-1946), durante los cuales su padre ocupa puestos muy importantes. Liberal, se dice en Suiza, por ejemplo, al evocar una pertenencia política respetable y conservadora. En Colombia, por el contrario, el partido liberal ha sido el “niño terrible” de la política, oponiéndose (hasta el extremo de proponer la lucha armada) al todopoderoso Partido Conservador. Y esto porque la historia colombiana giró durante mucho tiempo en torno al enfrentamiento de los conservadores que estaban en el poder y los liberales que aspiraban a introducir elementos de modernidad en la vida de los colombianos. Muchos países latinoamericanos conocen el mismo esquema político en su historia: un partido conservador tendiente a perpetuar tradiciones de una sociedad jerarquizada heredada de España, enfrentándose a un partido que pretende introducir matices más o menos fuertes de liberalismo económico, espíritu laico, movilidad social y justicia social. Los conservadores aspiraban a un conglomerado totalmente sometido a los dictados de la Iglesia católica, los liberales a un conglomerado en que el papel de la Iglesia, sin dejar de ser preponderante, fuese limitado. Como liberal, el padre de Helena le permitió aspirar —dentro de ciertas normas— a la educación y a la cultura. Normas que a medida que ella fue creciendo se fueron definiendo cada vez más. La libertad que se le concedía se terminaba donde comenzaban los límites de la tradición: aceptar al marido que su rango social le imponía y dejar de preocuparse por la cultura una vez casada, sin poner en duda el papel director de la Iglesia y de los hombres. Así, si Helena llegó a cultivarse y a soñar, luego a escribir y publicar, su familia no pudo soportar que una vez casada (a los 19 años y madre a los 20) no sólo insistiese en seguir ese camino, sino en ocupar un espacio que le fuese propio y no el espacio que se dignaban concederle su familia y su marido. Si “el cuarto propio” de Virginia Woolf implica reivindicar un espacio concedido al género femenino para su provecho y satisfacción, la sociedad colombiana de los años sesenta —tanto del lado conservador como del lado liberal— no estaba dispuesta a concederle a Helena Araújo ese espacio. Helena empieza pidiendo cortésmente aire para respirar, luego, sintiéndose asfixiada en ese ambiente, se vuelve cada vez más rebelde, pero su urgencia de rebeldía también se va interiorizando. Su entorno, su clase social, la tradición,

su misma educación: todo le es hostil. Helena quiere una vida cultural plena, aspira a un rol político prohibido para las mujeres de entonces, quiere escribir, quiere pensar y actuar como le plazca, por fuera de las normas de la Iglesia. ¡Virgen Santísima! ¿Qué más se le puede ocurrir? Quiere amor, verdadero amor, no los contados instantes que le concede su marido. Tiene cuatro hijas. Pretende educarlas en una sociedad menos constrictiva, sin repetir a lo infinito la imagen de la mujer sumisa, que de lo abnegada se enferma. ¿Pero no estará aspirando Helena a la luna? La pobre cree ser el Calígula de Camus, quien, vale recalcarlo, podía pedir la luna, no sólo porque era el César, sino porque era hombre. Claro, estaba del buen lado de la humanidad a pesar de ser loco. Sin embargo, Helena, esa especie de loca que se cree hombre, caramba, no tiene derecho a esas aspiraciones. ¿O acaso lo tiene? A su manera, pide una suerte de derecho a la locura, como lo hiciera Antonin Artaud del lado masculino, reclamándolo, además, para toda la gente. Pues Helena no sólo aspira a derechos femeninos que hoy en día nos pueden parecer elementales, sino al derecho de ser plenamente ella misma, desde el fondo del alma hasta la punta de los pies. En fin, a lo mejor ese derecho se concedía a las mujeres de esa época, tanto en Colombia como en América Latina: el derecho a ser como quisieran. Seguro, mientras no expresaran un impulso, un deseo que no debía expresarse ni de viva voz ni por escrito, pues una mujer que pretendiera expresarse debía hacerlo con mil remilgues, y no decir jamás la verdadera verdad, sino la verdad supuestamente femenina, la verdad decretada por los hombres, por la Iglesia y, desgraciadamente, por la mayoría de las mujeres de la sociedad patriarcal. Ahora bien, Helena Araújo no sólo quería escribir lo que consideraba que era la verdadera verdad, sino vivir esa verdadera verdad. Agobiada por su entorno y por su marido, quería también separarse de él. Bueno, en ese medio social nadie se separaba, nadie se divorciaba, los lazos del matrimonio eran sagrados. Sin embargo, cuando los conflictos se agravaban entre las parejas, pues Nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana debía intervenir. En ese caso, tanto el marido como la familia de Helena anhelan una separación legalizada ante una Corte Eclesiástica. Sobra decir que para la Iglesia —siempre conservadora— la conducta de Helena es inadmisible. Su propia madre acudirá como

testigo a declararla culpable ante la Corte. Así lo cumplirá y así se legalizará finalmente la separación. Eso sí, durante el proceso, una de las faltas que se atribuyen a Helena es la de una mala voluntad para con el marido: si consintió en darle cuatro hijas, ¡en cambio rehusó darle un heredero! Crimen inaudito: ¿cómo osó negarle la dicha de un hijo, de un machito? Y sobra decir que a esas faltas se añaden otras. Claro, al final, la Corte pronuncia la separación achacándole a Helena todos los pecados del mundo y otros tantos por añadidura. De modo que, Helena pierde toda autoridad sobre sus hijas durante dos años —de 1969 a 1971— hasta que su esposo elige otra compañera. Entonces, en 1971, porque así le conviene a él, puede encargarse de sus hijas y viajar con ellas al exterior. En 1971 Helena decide instalarse en Suiza. Primero en Ginebra, luego en Lutry, finalmente en Lausana. Sí, sí, por fin, en Suiza, puede llevar la vida que siempre ha querido llevar, educar a sus hijas en plena libertad, ejercer su talento literario, dedicarse a una investigación sociocultural que la apasiona, como es la del lugar que ocupan las mujeres en nuestro mundo y sobre todo el lugar que ocupan las que escriben. Sí, sí, Helena ingresará en el combate feminista, se dedicará a la investigación literaria con óptica feminista, y también luchará por mayor justicia en el mundo. Si el mundo es vasto, Colombia ocupa en él un lugar fundamental: Helena está siempre al tanto de lo que ocurre en su país, logrando intervenir a su modo en la política colombiana apoyada por compatriotas que también han elegido el exilio. Además, al mismo tiempo, precisamente porque el mundo es vasto, Helena lleva una vida asociativa que la relaciona con otros exiliados latinoamericanos, siguiendo de cerca con ellos la atormentada vida de sus países. Y puesto que el mundo es aún más vasto y hay abusos e infamias por doquier, Helena está siempre dispuesta a luchar en defensa de las mayorías explotadas y desvalidas. Todo esto —sobra decir— lo vive Helena con una marcada preferencia por el dominio cultural y sobre todo literario. Lee, reflexiona, escribe, sobre todo escribe. Lleva un diario para mantenerse en forma y para estar siempre lista cuando la Señora Inspiración llega y debe escribir: un artículo, un ensayo, un relato, una novela. Durante el año académico, consagra la mayoría de su tiempo a la investigación y a la escritura de su obra crítica. Los veranos, por

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el contrario, los dedica a su obra de ficción.

Cuentos, novelas, crítica creadora

dida que sus libros se van sucediendo. De los cuatro relatos, Helena misma considera el último autobiográfico, y el verdadero punto de partida de sus obras de ficción.

A lo largo de los años, otros relatos de Helena –aún no reunidos en libros– serán publicados en revistas literarias, periódicos y revistas académicas, que le Helena Araújo escribe desde siempre. dan cabida a la ficción hasta nuestros Inicialmente produce poemas de factu- días. ra muy tradicional, que prefiere dejar de lado. Luego, a partir de 1956, colabora en periódicos y en diversas publi- Signos y mensajes, caciones como crítica literaria. Final- ensayos, Bogotá, mente, en 1970, publica un primer Colcultura, 1976 libro, una colección de cuatro relatos titulada La M de las Moscas. El segundo libro de Helena, Signos y Mensajes, publicado en 1976, reúne artículos, ensayos, reseñas, textos polémiLa M de las moscas, cos, precedidos por un breve texto elarelatos, Bogotá, borado en 1969: “La crítica literaria como bricolage”, que nos permitiremos Tercer Mundo, 1970 citar en toda su extensión: El relato La M de las moscas (o el más “Bricolage es una palabra francesa inincómodo de los veranos) abre el libro. Bri- traducible. Literalmente podría signifillante obertura, que describe el verano car “chapuza”, “obra menor”, “artesaen una ciudad invadida por una infini- nía”. Pero ninguna de estas versiones dad de moscas. No es exactamente un linda con la verdad del quehacer cirrelato, sino un brillante ejercicio de cunstancial, despreocupado, también retórica cruel, un juego de masacre serio, que es el bricolage. En una de sus escrito a todo timbal que no perdona a recientes obras, el antropólogo Claude ningún habitante de la ciudad, desde el Lévi-Strauss compara la mitología a un más encumbrado hasta el más vulgar bricolage intelectual, estableciendo cierta súcubo. Helena, como un Jacques Pré- analogía entre los elementos dispersos vert femenino, con algo de Jonathan que el pensamiento mítico va tomando Swift, destila una ironía tan mordaz, desordenadamente de las tradiciones una bilis tan corrosiva, que lectoras y arcaicas y los elementos dispersos que lectores se frotan los ojos. ¿Cómo pue- el artista primitivo va tomando desorde alguien ser tan brillantemente malo denadamente de la naturaleza. Las siendo a la vez tan profundamente hu- decisiones del artista primitivo, explica mano? La ciudad invadida por las Lévi-Strauss, se “ciñen al uso previo” moscas se parece demasiado a Bogotá. que la naturaleza ha hecho de ellos: El zumbido de las moscas es tal, que tendrá él que descubrir su “signo” desegún su costumbre, la Academia de la jando intacto su “mensaje”. Lengua toma la delantera y es la pri- Ahora bien. Esta revelación del “signo” mera autoridad en pronunciarse sobre al margen del “mensaje” ¿no es acaso el fenómeno. una definición afortunada de la crítica “Y a medida que su rumor fue pren- literaria? ¿Será entonces arriesgado diéndose al espacio y al tiempo distrital compararla al bricolage? Quizás no, si se e infiltrándose en las mentes de los ciu- acepta que lo que un libro pretende dadanos, la Academia decidió definir decir ya está dicho cuando llega a malas moscas con un vocablo que descri- nos del crítico. Este ha de trabajar con biera plásticamente su presencia. Este elementos previamente ensamblados vocablo fue mosconeo”(1). que seleccionará sometiéndose al ritmo Es un primer libro, en el cual, según de la creación poética, filosófica, noveella misma y según varias voces críticas, lística. busca todavía su lenguaje. Yo mismo Así, leer un libro con ojo crítico, es pienso que aunque puedo percibir la decir, con ojo de valoración estética, es búsqueda, oigo en ella una música que reconocer los rasgos de su carácter liteya le es personal. El texto da a enten- rario. El proceso avanza en sentido der, pese a vacilaciones y torpezas, una acumulativo, luego en sentido de selecvoz familiar: la de la misma Helena, ción, hasta que el bricolage o nuevo encomo si su estilo oral se hubiese pasado samblaje alcanza una real dimensión: a su escritura. Es un éxito muy singular. interrogando incesantemente los planEsta música, esta presencia de su voz teamientos o imágenes del escritor, en su escritura va acentuándose a me- puede el crítico descubrir su intención

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para revelarla luego al público. Cuando su comentario sale en un periódico o revista, se le ve, se le aprende, se le aprehende en una serie de decantaciones parecidas a las del bricolage: sin deformar el “mensaje” va manifestándose el “signo”. Sí. El quehacer circunstancial, despreocupado, también serio, de un crítico, deja páginas que motivan al público lector. En ellas ha de entenderse al autor antes de juzgarle, prefiriendo al análisis temático, el análisis de estilo, no como estudio de léxico sino como visión íntima de aquella profunda “sensibilidad trascendente” de que hablara Ortega, cuya definición de la crítica literaria fue nada menos que “enseñar a leer los libros adaptando los ojos del lector a la intención del autor”. Aquí la enseñanza sería el mensaje, la intención el “signo”: ¿no estamos luego hablando de bricolage? (2). En Signos y Mensajes Helena no ha decidido aún concentrarse en la literatura femenina. El libro está dividido en seis secciones que tratan de “Literatura y Política”, “Literatura y Sociedad”, “Literatura y Feminismo”, “Literatura y Violencia”, “Notas sobre la Poesía”, “Comentarios y Polémicas”. Si la mayoría de los textos tratan de literatura latinoamericana, también figuran autores ingleses y franceses. Para indicar el alcance de las preocupaciones sociales de Helena, me permito citar brevemente el final del texto “La Vejez”, inspirado por un ensayo de Simone de Beauvoir y referente a la idea de “cambiar la Vida”: ““Cambiar la vida” es una frase de Rimbaud que descarta las premisas del materialismo histórico, pero que de todos modos plantea una ideología de rupturas. La de quienes piensan, con Simone de Beauvoir, que el hombre al envejecer no puede dejar de ser tratado como hombre. Si es que antes ha sido tratado como tal” (3).

Fiesta en Teusaquillo, novela, Bogotá, Plaza y Janés, 1981 En 1981, aparece una primera novela, Fiesta en Teusaquillo, Teusaquillo es un barrio elegante de Bogotá, habitado por familias liberales, el barrio de Helena. La novela se desarrolla en una larga velada, que se prolonga hasta el alba, en casa de Rogelio Pérez, que organiza su fiesta anual. Asistirá la alta sociedad bogotana representada por políticos, eclesiásticos, militares, artistas de la clase dirigente. En realidad, todo el mundo o casi todo el mundo se aburre hasta el cansancio,


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sobre todo las mujeres. Se habla mucho de política y economía, puesto que los invitados son gente de poder político y económico. Al mismo tiempo, dos protagonistas, Elsa Arango y su amigo de siempre, Enrique, se cuentan historias de experiencias compartidas de la infancia a la edad adulta. Gozan hablando mal de la concurrencia y andan mezclados en los preparativos de un complot para un golpe militar. El relato se urde a partir de múltiples perspectivas, en un ritmo azogado. Allí Helena Araújo evoca páginas enteras de la historia colombiana: la eterna rivalidad entre conservadores y liberales, las guerras civiles y violencias interminables, las intrigas de las viejas familias y de algunos advenedizos que logran hacerse lugar entre los ricos, el papel que juegan los Estados Unidos en la vida colombiana, la actitud rebelde de Elsa y sus amigos, la guerrilla de izquierda que en ese entonces es un fenómeno nuevo, el castrismo… Sin embargo, no hay allí nada que no se refiera a los personajes, nada que pueda asemejarse a un ensayo. Al respecto, Helena habla siempre sobre las vacilaciones y tensiones que surgen en su obra entre “poetizar”, dando libre curso a la subjetividad del escritor, y “politizar”, teniendo en cuenta situaciones objetivas e inevitables que constituyen la existencia de todos y cada uno de los presentes. Fiesta en Teusaquillo, ese torrente de subjetividades opuestas, yuxtapuestas, expuestas unas a otras, es una novela que alcanza ciertamente un equilibrio entre esas dos fuerzas centrales del mundo literario de Helena Araújo.

La Scherezada criolla, ensayos, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1989 En 1989, Helena Araújo publica todo un voluminoso libro: La Scherezada Criolla. Ensayos sobre literatura femenina latinoamericana. ¿Voluminoso libro he dicho? Verdad, las dimensiones del libro son impresionantes. Y el contenido no las desmiente. Al respecto, me permito citar el comentario oral de un amigo poeta colombiano, Mario Camelo: “¿Quién lo duda? Luego de La Scherezada de Helena, la investigación sobre la literatura femenina de América Latina avanzará por camino señalado: es una suma”. ¿Cómo decirlo mejor que dos colegas, también colombianas, quienes han analizado además su narrativa ? “Una de las claves fundamentales de la obra de Helena Araújo será la inversión del lenguaje, esa lucha con el ángel

terrible de la semántica y de la gramática rígida y autoritaria que, aunque es una constante de la escritura de muchos autores desde las primeras décadas del siglo pasado, en el caso de las mujeres adquiere, además, la connotación de construir un lenguaje de minorías, “literatura menor” en la que las escritoras se construyen como sujetos nuevos de la historia gracias a la utilización de la tercera persona desdoblada y cómplice hacia el personaje femenino, la apelación a la oralidad del lenguaje, la ironía, que tiene tanto que ver con la política como con el erotismo”(4).

entonces encontraremos, como quien asciende por un mapa escabroso, un edificio pobretón y medio oscuro, bebedores de lo más viriles que se sentían medio internacionales, un medio borracho, que medio se le vino encima, personajes medio santurrones, medio enclenques, con cara de un tinte medio aceitunado, medio ajado y medio ojeroso, medio tropezándose, medio arrebolada, medio zonsos... ¿Cómo? ¿Cómo? Como lo lee y como va a leerlo: hay muebles como de oficina, chompa como de taxista, (...) una luna toda brumosa y como escalofriada... Y tanto medios como comos los menciono cual botones de muestra, porque una de las sorpresas de las cuitas de Carlota reside en ese ritmo meLas Cuitas de Carlota, dio burlesco y medio serio como cuannovela, Barcelona, do los autores con oficio deciden sacuMarch Editor, 2003 dir esquemas y convenciones y dan rienda suelta a su lenguaje para contar ¡Ah, Carlota-Charlotte que nos hace historias”(5). pensar en la Carlota de Werther! Pues si éste sufre, Carlota sufre tanto como Esposa fugada y otros él. Nuestra Carlota de los mil sufri- cuentos viajeros, relatos, mientos, angustias, embrollos y conflic- Hombre Nuevo Editores, tos lleva aquí el sobrenombre de Zana, Colecciôn Madremonte, porque es pelirroja y Zana es también Medellín, 2009, edición al la primera sílaba de zanahoria. Siga- cuidado de Lucía Donadío mos pues al crítico colombiano Ignacio Ramírez: “Doña Carlota Rodríguez de Huerta, Si nos detenemos en el título de esta llamada Zana, tiene una premisa y una colección de relatos podemos ir abrienpregunta que le ahogan la vida: “Ya es do sendas para su análisis. hora de que las mujeres salgamos de Esposa fugada: hay países en los que ser tanta culpabilidad. ¿Si no para cuándo la «esposa» de un hombre no es ser su lo vamos a a dejar?” Así, en su retiro compañera, sino vivir esposada —o sea geográfico y anímico, en el cual ha con esposas puestas— y como tal priinvertido por lo menos la mitad de la sionera que desea fugarse, tal como la vida, decide escribirle a su entrañable protagonista del cuento homónimo. La prima Elisa Ayala, a quien admira y «fugada» no es sino una esposa que se parece que envidia, o por lo menos es va de viaje por una semana, pero sin la única persona con quien cuenta para permiso de su marido, a encontrarse ahogar sus pesadumbres. Comienza con una ex-profesora suya y al volver se entonces su soliloquio melancólico – encuentra desposeída de sus hijos: «temás, mucho más que ejercicio episto- nía hijos pero no los tenía, pues su malar– que le permite recordar, desaho- rido se los había arrebatado mediante gar, gritar, soñar, criticar y lamentar, una maniobra judicial en un país [Comientras dura el proceso de dibujar un lombia] donde aún regían leyes como país al que sólo puede recordar con su de la Inquisición» (p. 66). color daguerrotípico, su atmósfera de y otros cuentos: aquí la palabra «cuento» tedio y arribismo, su revolución sin tiene por lo menos dos sentidos. Uno cimientos, su pasado presente y futuro. de ellos se refiere al género literario del Las Cuitas de Carlota sirven a Helena cuento (o relato), el otro es un sentido Araújo para poner los puntos sobre las figurado relativo a la falta de veracidad íes de los tiempos grises antes de que se de algo, como en la expresión «eso es negrearan por completo. Tiempos, por puro cuento» —claro que en la literalo demás, de continuidad de patria tura en general hay mucho cuento, en boba y tan mediocre y medio ocre, que le el sentido de falsedad, ¿acaso no hablahizo necesario adoptar un estribillo ba un escritor francés de lo literario narrativo para insistir en ello, porque como «mentir vrai» (mentir verdadeaquí, página a página, casi párrafo a ro)?—. párrafo, nos asaltan tanto el medio como cuentos viajeros: son viajeros los cuentos el como: la escritora de cartas advierte a de esta colección dado que están amsu destinataria, ya en el segundo ren- bientados en distintos países y lugares a glón, que recibirá una versión medio los que los personajes se han desplazaincompleta de los hechos, y a partir de do: el sur de Francia, Venecia, Estados

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Unidos, Ginebra, París, etc. Aunque también son cuentos no viajeros, pues son siempre el mismo cuento, el cuento del amor —correspondido o no correspondido— y el del desamor —también correspondido o no correspondido— en una mujer rebelde a los estereotipos que debe asumir las consecuencias de su autoafirmación.

Tres facetas de la teórica-practica Yo empleo esta palabra crueldad en el sentido de apetito de vida, de rigor cósmico y de necesidad implacable, en el sentido gnóstico del turbión de vida que devora las tinieblas. Antonin Artaud

1. Del poetizar y el politizar en literatura, o del compromiso. En su ansia de hallar la libertad, Helena Araújo quiere dar libre curso a su subjetividad en sus textos. Al hacerlo, recuerda que somos totalmente libres cuando elegimos y que en el mundo siempre hay situaciones insoportables creadas por la inhumanidad de los humanos. Pequeñas o grandes heridas ante las cuales debemos reaccionar. Es entonces cuando se siente llamada a transmitir en sus escritos mensajes que brotan de situaciones objetivas inevitables. Mejor dicho, los mensajes no se ajustan del todo a su universo literario. Es allí donde se perfilan las sombras de Sartre y Simone de Beauvoir y la palabra “compromiso” adquiere fuerza. Quizás en la realidad helvética estos llamados de una realidad objetiva demasiado atroz se hacen sentir con menos brutalidad. Es cierto que en Suiza situaciones dolorosas de guerra civil, hambrunas, maltratos, desapariciones inexplicadas —pero caramba, tan explicables— de personas, secuestros, terrorismo de Estado y contraterrorismo, guerrilla, infinita miseria, situaciones de ese tipo no son corrientes. Pero sí lo son en la cotidianeidad colombiana. Entonces, Helena se dice: “Al monologar me cuento, me relato. Y ejerciendo mi subjetividad, me asalta súbitamente la obligación del mensaje y del compromiso. Oscilo entonces entre el impulso de poetizar y la urgencia de politizar” (8). Así, la expresión de su subjetividad la ve como una manera de actuar en un discurso poético alejado de la política, es decir, de la esfera del mensaje y del compromiso. Personalmente, noto aquí

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cierta contradicción en ella, pues por un lado cree en la omnipotencia de la subjetividad en la escritura, pero por otro responde a una llamada al orden proveniente de situaciones objetivas que nos dejan casi siempre desconcertados. Esa sombra que proyectan Sartre y Simone de Beauvoir, esos restos del compromiso exigido por las viejas izquierdas políticas, puede relacionarse también con cierto sentimentalismo ante los aspectos negativos del mundo en que vivimos. Sin embargo, Helena se resiste a aceptar que “poetizar”, en el sentido en que lo emplea, valga tanto como “politizar”, o hacer política mediante la estética. La única conclusión que puedo sacar de todo eso es que al lado de lo que acabo de llamar “sentimentalismo”, surge en Helena el sentimiento muy común de inevitable dolor e indignación ante las injusticias. En Oriente, Buda se lo preguntaba hace miles de años. Más cerca de nosotros, en el Medio Oriente, Job y los profetas de la Biblia también se lo preguntaban. Y nosotros nos lo preguntamos hoy, ante los textos de una mujer que quisiera hacer de su escritura un instrumento de justicia. Un tal Cervantes se dedicó a lo mismo hace algunos siglos. Y si tomáramos en cuenta cómo habrían las mujeres de actuar para que nuestro mundo girara en redondo, entonces…

2. Del exilio Digamos que, por sentirse cada día más prisionera de las circunstancias que la acosan en su país, Helena Araújo corta por lo sano y se va con sus cuatro hijas al exilio. Entonces decide establecerse en Suiza. Sobre el exilio y sobre su propio exilio dice… “Me pregunto si los escritores y escritoras no somos exiliados de todos modos. Y me pregunto donde está el “reino” para nosotros y nosotras. Eso fue expresado por Camus en un bello libro titulado El Exilio y el Reino” (9). Ahora bien, no todos los exiliados reaccionan de la misma manera. Hay, en efecto, exiliados que tienden a refugiarse en la nostalgia del país que debieron abandonar y que tienden a enclaustrarse en esa misma nostalgia como en una suerte de no man’s land. Los hay, por el contrario, capaces de concebir su exilio como una oportunidad de conocer el país que dejaran contra su voluntad, y también capaces de tomar distancias con respecto al mismo. Naturalmente, ese distanciamiento representa para ellos una apertura hacia el mundo. En verdad, la nostalgia puede ser un medio de conocimiento de sí y del otro, un

medio de expansión personal y colectiva. Digamos que así asume Helena Araújo su exilio. Como un don del cielo, o según la certera definición de Julio Cortázar, como un don de circunstancias que podían ser adversas. En efecto, Cortázar decía hallarse en París gracias a una beca concedida por el dictador de turno, durante un gobierno militar que en Argentina se jactaba de hacer desaparecer a cuanta gente tuviera algo que ver con la oposición. Podemos decir que Helena Araújo procedió del mismo modo, aunque no fuera expulsada por un gobierno dictatorial y violento, sino por la dictadura —aparentemente blanda, pero de hecho violenta— de tradiciones que forzaban a la mujer a representar un mismo y único papel. Primero que todo, el de hija sumisa a las exigencias de su familia, de su medio y de su rango social. Luego, el de esposa sumisa y muñeca sometida a las exigencias y caprichos del marido, antes de convertirse en madre abnegada. Finalmente y para siempre, el de depositaria de las tradiciones de una iglesia católica todopoderosa y tendiente a reforzar normas contrarias al desarrollo personal de las mujeres. En pocas palabras Helena Araújo dejó tras sí el acatamiento pleno e ilimitado a exigencias supuestamente superficiales, pero desgraciadamente constrictivas, resumidas en el eterno “sé bella y cállate” acentuado por el “sé abnegada y cállate” y coronado por el “sé buena católica y cállate”. Sobre todo, cállate, cállate, cállate. No hay mayor tesoro que el de una mujer callada. Exiliada voluntaria, alejada de su tierra natal por circunstancias personales y familiares difíciles, Helena Araújo ha transformado su exilio en una fuerza, viviendo al mismo tiempo en el país donde reside legalmente y en su país de origen, recreando ambos países y el mundo que los rodea, tanto en su obra crítica como en su obra de ficción.

3. De la escritura y del erotismo Toda verdadera libertad es negra y se confunde infaliblemente con la libertad del sexo, que también es negra. Antonin Artaud

Hay en Helena Araújo un erotismo del lenguaje, que no consiste en la adopción de temas o motivos eróticos. No. Helena lo quisiera omnipresente, pero confiesa que no logra, desgraciadamente, alcanzar ese nivel de exigencia en lo que llama un “lenguaje analógico”. Se


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no hemos sobrevivido durante siglos sino bajo la prohibición del deseo. Una economía basada desde tiempos inmemoriales en el intercambio de mujeres y una moral que se ha aliado a ella para subordinar la sexualidad a la reproducción, nos ha mantenido desposeídas e ignorantes de nuestro propio deseo” (11). Se ha de comprender, por lo tanto, que aquí la palabra “erotismo”, no sólo expresa lo que se define como tal, sino también una actitud vital e intelectual que se propone tomar la vida a partir del cuerpo, sin remilgos. Resulta evidente que pretender pasar todo eso a la escritura implica una exigencia demencial. Lograr que nuestra escritura respire la vida misma puede ser un bello sueño para quienes escribimos.

Y aquí va el final (provisional) de este recorrido en torno a la obra de Helena Araújo En un artículo publicado en 1982, “Narrativa femenina latinoamericana”, Helena Araújo discurre sobre el destino de una serie de escritoras latinoamericanas. Desde Sor Juana Inés de la Cruz (siglo XVII) “quien debió entrar al convento para consagrarse a la escritura”, pasando por mujeres del siglo XIX, entre ellas las peruanas Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera. Defensora de los indígenas y denunciadora de los abusos del clero, la primera sería excomulgada y obligada a exiliarse; la segunda sería encerrada con un diagnóstico de “melancolía” pocos años después de haber publicado novelas de crítica social. En un país de legislación progresista como el Uruguay de principios del siglo XX, la poetisa Delmira Agustini “sería asesinada por su marido pocos años después de su matrimonio, por haber rehusado convertirse en una esposa convencional”. Aunque más adelante, la violencia anti-femenina cambia de registro, pero no de intensidad, y las escritoras deben enfrentarse a situaciones duras de represión, de discriminación, de relegación, de negación al reconocimiento, más indirectas y disimuladas, es sin embargo cierto que Helena Araújo dirá siempre que para una mujer escribir es ser libre de decir la verdad, nada más que la verdad, toda la verdad de la mujer, para que el mundo sea más habitable para los hombres y para las mujeres. Y agregaremos para terminar que todo ello se

logra gracias a esa mentirosa verdad que es la literatura. Notas 1. Helena Araújo, La M de las Moscas, relatos, Tercer Mundo, Bogotá, Colombia, 1970, p.10. 2. Signos y Mensajes, Colcultura, Bogotá, 1976, pp.9-10. 3. Signos y Mensajes, Colcultura, Bogotá, 1976, p.63. 4. Paloma Pérez Sastre, Claudia Ivonne Giraldo G., “¿Cómo hallar esa palabra que soy yo misma? Acerca de la obra de Helena Araújo” Revista de la Universidad de Antioquia, No 280, 2005, Medellín, pp. 68 y 70. 5. Ignacio Ramírez, CRONOPIOS, Periódico Virtual, 24.12.2003, Bogotá. 6. Paloma Pérez Sastre y Claudia Ivonne Giraldo G, complementan su texto “¿Cómo hallar esa palabra que soy yo misma? Acerca de la obra de Helena Araújo” con un epílogo titulado: “Narrar y escribir ejerciendo mi habla de mujer”, elaborado con el collage de tres entrevistas y un artículo de Helena Araújo. Nuestra cita se halla bajo el sub-título “La Escritura” - Revista de la Universidad de Antioquia, No 280, 2005, Medellín, p.78. 7. Ibid. Sub-título “El Exilio” p. 78. 8. Ibid. Sub-título “La Escritura”, p.78. 9. Ibid. Sub-título “Lenguaje analógico” p.79. 10.Ibid. Sub-título “Lenguaje analógico”, p.79. 11.Cita y resumen del pasaje de un texto de Helena Araújo titulado “Narrativa femenina Latinoamericana”, en HISPAMERICA, Revista de Literatura (Gaithersburg, Md. 20878, U.S.A) , No 32, 1982, p.28. Traducido del original francés —una conferencia pronunciada durante un acto de homenaje a Helena Araújo organizado por el Ayuntamiento de la ciudad suiza de Lausana— por Helena Araújo y el autor.

Norberto Gimelfarb. Foto © Mario Camelo.

trata de no excluir de entrada nada de lo que se escribe, oscilando de la banalidad a los grandes sentimientos. De los grandes sentimientos a los pensamientos más abstractos, de los pensamientos más abstractos a las realidades más crudas y más duras —todo ha de ser erotizado: “Intermitentemente, a partir de cierta autosuficiencia o de alguna infatuación, intento expresar la vida del cuerpo, sin censuras. ¿Admitirlo? Al conservar las ideas y los hechos sin prescindir del deseo, los significantes pueden acoplarse a los significados y acoger plenamente una diferencia que han de asumir alternativamente el animus y el anima mencionados por Jung. Ansiosamente, busco un lenguaje espontáneo, que brote de relaciones recíprocas entre imágenes y conceptos” (9). He aquí un abordaje descriptivo del “lenguaje analógico” según la misma Helena. De cierta manera, se acerca a la actitud de los surrealistas. En realidad, los surrealistas desconfiaron siempre de la novela y del lenguaje narrativo, pero su exigencia de un lenguaje que se asemejara de cerca a la vida de quien escribiese, sin excluir nada, acabó desbordando el marco de la poesía y de la literatura erótica propiamente dicha. Aparentemente, tal fue el caso de Helena, así como de otras escritoras latinoamericanas que intentaron sobrepasar los límites que la cultura tradicional imponía a la expresión femenina. Más aún, Helena admite su propia dificultad de alcanzar constantemente tal intensidad: “En cuanto a mi posibilidad de lograr el lenguaje analógico, depende de la carga de inconsciente que lleve mi discurso… ¿Negarlo?, el lenguaje analógico puede ser significante en pausas y silencios… rara vez, al terminar un relato, tengo la impresión de haber logrado expresarme en analogías, tal como quisiera… Por eso corrijo y vuelvo a corregir mis textos. Sólo a veces, a trechos, siento que el signo se emparienta al símbolo, el concepto a la imagen” (10). Estos esfuerzos tienen en parte su razón de ser en la rebeldía de Helena Araújo ante la censura y la represión impuestas a las mujeres por cierta tradición castradora: “Evidentemente, este discurso me es más accesible, está más próximo a mi mundo introverso y a una identidad que de todos modos se halla involucrada en la censura y la represión. Una censura y una represión que conciernen las pulsiones sexuales dentro de una tradición que nos impide, desde la infancia, asumir nuestro propio cuerpo. Porque decir cuerpo es decir deseo, y

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España, 1939. Escritor y periodista residente en Alemania desde 1963. Autor de La generación del 39 (cuentos, 1972), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, 1994), Amos y perros (cuento, 1997), Me queda la palabra (ensayos, 1998) y Los mejores fandangos de la lengua castellana (parodias, 2000). Editor en Alemania, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]), y en solitario, de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, 1991), y en Bolivia de la única antología integral de Heinrich Böll (Don Enrique, 1995) en castellano.

Helena Araújo «Te lo prohibo»

Por Ricardo Bada

A Helena la conocía de haber leído un libro suyo fundacional: La Scherezada Criolla. Un día, por casualidad, supe que era amiga de un filósofo colombiano amigo mío, Freddy Téllez, y le pregunté a Freddy si no la podría entrevistar largamente, una entrevista autobiográfica para mi serie “Latinoamericanos en Europa”, en la Radio Deutsche Welle. Mi idea era la de crear una galería de autorretratos acústicos. Es decir: una galería desde la cual nos contasen sus vidas –con su propia voz, de viva voz–

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escritores, pintores, poetas, biólogos, cantantes, bailarines, ecologistas, músicos, humoristas, dramaturgos, escenógrafos, directores de cine y teatro, incluso políticos..., todos ellos, todos, latinoamericanos, y todos ellos, todos, residentes en Europa. Para "edificar" la galería sería necesario disponer de unas largas entrevistas, de dos o tres horas, a partir de las cuales destilar los treinta minutos del autorretrato, en el cual tan sólo se oiría la voz del personaje en cuestión, y si acaso, con una sola frase (como si fuese su firma), la voz del entrevistador. El deseo que me animaba al crear la serie era presentar al artista, al escritor, al hombre de ciencia, a la actriz, en su medio más familiar. Para ello, claro está, debía contar con algunos entrevistadores que gozasen de su confianza y/ o, además, fuesen expertos en su obra, en su oficio, en su materia. La amistad de Helena Araújo y Freddy Téllez se reveló como ideal en este caso. Y un buen día, el 30.4.1990, nos personamos en su casa de Lausana, mi esposa, Freddy y yo, y se hizo la entrevista y sucedió algo más, se anudó una amistad entrañable. La fecha la puedo citar con exactitud porque campea en la primera página de guarda de La Scherezada Criolla, donde la letra cursiva de la autora dejó escrita esta dedicatoria: «Para Ricardo, estos textos de una “quijota” helvético–macondona. Con el afecto de Helena». Y la data. Pero el recuerdo más indeleble que conservo de ella está datado el año siguiente. Una noche de fines del verano de 1991, Helena me llamó por teléfono desde esa casa suya de Lausana donde nos habíamos conocido. Estaba fra-

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

Ricardo Bada

guándose el fementido Quinto Centenario, y Helena, que es de armas tomar (no en vano su padre fue ministro de las Fuerzas Armadas), me quiso contactar para que colaborase en una serie de actos contra semejante mascarada. Por supuestof course, yo compartía sus puntos de vista, pero al mismo tiempo no podía ignorar lo que Helena sí estaba ignorando en base a puros plurales latinoamericanos donde me implicaba, y era algo que a fin de cuentas volvería surrealista mi intervención en tales actos. Así que me vi obligado a interrumpirla y decirle: «Helena, estoy de acuerdo, pero me parece contraproducente que yo participe, fíjate que al incluirme en esos plurales te estás olvidando de que yo soy español». Se produjo un silencio al otro lado de la línea, y al cabo, desde la orilla del lago de Ginebra, me llegó una sentencia inapelable. Porque Helena me dijo, nada más, y nada menos: «Te lo prohibo». Gracias a Helena, pues, soy algo así como un latinoamericano honoris causa. Y lo tengo muy a gala.

Ricardo Bada © Ricardo Bada

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Elkin Restrepo Colombia, Poeta, narrador y editor. Director de las revistas de poesía Acuarimántima (l974), Poesía (l985), Deshora (1993), Odradek, el cuento (2002) y de la Revista Universidad de Antioquia desde 1998. Publicaciones: Retrato de artistas (Poesía, 1983), Absorto escuchando el cercano canto de sirenas (Poesía, 1985), La Dádiva (Poemas, 1992), Fábulas (Cuentos, 1992), Sueños (Prosas, 1993), Lo que trae el día (Poesía, 2000), El falso inquilino (Cuentos, 2000), La visita que no pasó del jardín (Poesía, 2002), Luna blanca (Antología, 2005), Amores cumplidos (Antología, 2006), Del amor lo pasajero (Cuentos, 2006), La bondad de las almas muertas (Cuentos, 2009), La orfandad de Telémaco (Cuentos, 2012), Como en tierra salvaje, un vaso griego (Poesía, 2012) y A un día del amor (Cuentos breves, 2012).

esa clase de escritora que se hizo escuchar y reconocer en un medio patriarcal donde a la mujer apenas se le reconocía.

Por Elkin Restrepo

A Helena Araujo la vi en el año sesenta y cinco cuando vino a Medellín a dar una charla como colaboradora de la Gaceta de Tercer Mundo, la editorial del expresidente Belisario Betancur. El escenario fue la sala de reuniones del Consejo de Medellín, allí

donde algún tiempo más tarde tuve también el privilegio de escuchar a J. L. Borges. Cuando, junto a los otros compañeros de generación (J.G. Cobo Borda, Álvaro Miranda, Darío Jaramillo, Henry Luque, Giovanni Quessep, Miguel Méndez Camacho, Jaime García Maffla, Augusto Pinilla, etc.), empezamos a publicar, Helena fue una de las primeras personas que con mayor generosidad recibió nuestro primer libro colectivo OHHH, dedicándonos un estupendo ensayo. Sé, además, que aquellos que vivían en Bogotá, la visitaban con frecuencia en su casa del Chicó, disfrutando de la amistad, interés y consejo que ella les ofrecía. Después Helena viajó a Suiza y ya no volvió más a Colombia, aunque seguía manteniendo los lazos con sus amigos escritores. Años después, cuando entré a dirigir la Revista de la Universidad de Antioquia, una de las cosas que primero hice fue establecer contacto con ella para invitarla a colaborar.

Quería que desde allí siguiera cumpliendo su magisterio, desde el importantísimo lugar que sus ensayos, cuentos y novelas, le han otorgado, sobre todo ahora que las mujeres, ampliando la comunidad de sus lectores, ven además en ella una guía y un ejemplo de libertad, reflexión crítica y valor literario. En Colombia, Helena fue esa clase de escritora que se hizo escuchar y reconocer en un medio patriarcal donde a la mujer apenas se le advertía. De ahí, la medida de su valor y de una lucha que si en algún momento la obligó a tomar el exilio, le ofreció también un horizonte y una razón aún mayor a su existencia, algo que hoy valoramos como ejemplar sus amigos y lectores. Desde acá, con un sentimiento fraterno de respeto y admiración, te saludo en este cumpleaños, querida Helena, ocasión y oportunidad que tenemos de celebrar tu preciosa existencia.

Elkin Restrepo Foto © Regina Sepúlveda

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Alberto Donadío Colombia. Periodista y abogado. Es uno de los pioneros del periodismo investigativo en Colombia. Con su esposa, Silvia Galvis, es coautor de Colombia Nazi (1986) y El Jefe Supremo. Rojas Pinilla en la Violencia y el poder (1988). Ha publicado Banqueros en el banquillo (1983), ¿Por qué cayó Jaime Michelsen? (1984), El espejismo del subsidio familiar (1985), Los hermanos del Presidente (1993), La guerra con el Perú (1995), Yo, el Fiscal (1996), La mente descarrilada (1997), El Uñilargo (2003), Los farsantes (2007) y Que cese el fuego. Homenaje a Alfonso Reyes Echandía (2010), Guillermo Cano, el periodista y su libreta (2011).

pero si tú eres bien...

Por Alberto Donadío

Publicado originalmente en El Espectador el 17 de enero de 2014

Al salir de la estación ferroviaria de Lausana, en Suiza, se camina a la derecha hasta llegar a la avenida Juste-Olivier. En el número 12 vive la grande dame de las letras colombianas, Helena Araújo, que en el 2014 está cumpliendo 80 años. El grueso público no la conoce, pues ha vivido más de 40 años sin regresar a su natal Bogotá. Los entendidos en cambio admiran novelas como Las Cuitas de Carlota y Fiesta en Teusaquillo, sus cuentos, sus ensayos sobre escritura femenina latinoamericana, sus compilaciones, su vasta tarea de crítica literaria. En el Colegio Mayor de Cundinamarca Álvaro Mutis fue su primer profesor de literatura. Helena es quien es porque posee una cualidad escasísima y exquisita. Es hija de un patricio liberal. Su padre, Alfonso Araújo Gaviria, fue ministro de Educación y de Gobierno en la administración del doctor Santos (1938-1942), ministro de Hacienda de López Pumarejo y murió en 1961 siendo embajador de Colombia ante Naciones Unidas. Helena nació con brújula política y heredó la afinidad por la libertad, la justicia y el libre examen común a otras mujeres pertenecientes a esa estrechísima cofradía del espíritu y de la razón. Hablo con conocimiento de causa. Mi esposa, Silvia Galvis, también era hija de un combativo patricio

liberal, Alejandro Galvis Galvis. Salvo error u omisión, hoy quedan, con Helena, solamente tres hijas de patricios liberales dotadas también de fino compás político: Clara Nieto, la hija de LENC, Luis Eduardo Nieto Caballero, y Marcela Lleras Puga, hija de Alberto Lleras Camargo. Sobra decir que los jefes y caudillos godos (patricio conservador sería un exabrupto) no procrearon mujeres con espíritu libre. Era un imposible de la genética. También, es cierto, hubo liberales menos que patricios y Helena Araújo cuenta una anécdota deliciosa sobre uno de esos especímenes. En 1979, el presidente Julio César Turbay Ayala, durante su periplo por Europa en el Jumbo de Avianca, se detuvo en Ginebra. El Comité Colombie que en Suiza denunciaba las violaciones de derechos humanos de su gobierno la encargó para entregarle una carta al presidente. Turbay, cuando la vio, la reconoció y le dijo: "Helena, pero si tú eres bien". Sí, He-

lena es la última gran dama de la clase alta de Bogotá. Por haber estado fuera del país más de la mitad de su vida, Helena Araújo habla un lenguaje bogotano incontaminado, anterior a 1970. Ella dice que fulanita "está esperando chiquito", jamás usaría el moderno "está embarazada". Una legión de lingüistas del Instituto Caro y Cuervo debería acampar frente al apartamento de Helena para grabar sus conversaciones, por el tesoro lexicográfico y porque ella es una señora culta y encantadora como ya no hay otras. Hace unos años Helena viajó a los Estados Unidos para visitar a una hija. Yo estaba en el vecindario y hablamos por teléfono. Se despidió mandándome un abrazo adúltero. A diferencia del Presidente Hollande, no es una intromisión en nuestras vidas privadas hablar de este affaire del corazón y del espíritu que mantenemos a distancia. Helena vive en el cantón de Vaud y yo en el cantón de Piedecuesta.”

Alberto Donadío Foto © Alberto Donadío

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Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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Antonio Beneyto Pintor, escultor y escritor. Empezó su carrera artística a mediados de los sesenta en Palma de Mallorca, en torno a Papeles de Son Armadans, donde conoció a Robert Graves, Camilo José Cela, A. F. Molina y Cristóbal Serra. Luego se trasladó a Barcelona, donde dirigió la colección La Esquina, en la que editaron escritores como Juan Eduardo Cirlot, Joan Brossa, Max Aub, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna y Carlos Edmundo de Ory. Paralelamente fue haciendo obra propia y colaborando en el mundo editorial, en especial en las editoriales Picazo, Lumen, Grijalbo y Bruguera. Entre sus libros están Los Chicos Salvajes, Cartas Apócrifas, Tiempo de Quimera, El Otro Viaje y Còdols en New York. Escritor comprometido con su tiempo y su ambiente, es autor de obras ya históricas como Censura y política en los escritores españoles (1975). Es también el introductor de Alejandra Pizarnik en España, cuya obra Nombres y Figuras (1969) editó. Defensor de la estética postista, del surrealismo y de cierto realismo, Beneyto ha proclamado a los cuatro vientos su código poético y estético, que supone en un desvío de los valores generalmente aceptados. Una amplia visión de su trayectoria pictórica y escultórica se encuentra en el libro que lleva precisamente el título Beneyto, creador postista (2002).

Helena Araújo Foto © Mario Camelo

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Helena Araújo

según Antonio Beneyto.

Fotos © Víctor Moreno

Fotos © Víctor Moreno Cortesía de Adriana Hoyos

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Para Helenita

Buscaré alguna huella de las mujeres sin tribu Que llegaron con aljófares verdes en la boca, La voz baja averiguando la medida de la tiniebla. Sobre sus cráneos afeitados ningún rastro de cielo.

Alguna vez las vi enterrar precipitadamente el fuego - Y la boca no era más la casa del alma! Quedando sin ruido, objetos de cobre Dispuestos como un altar a la intemperie: Después gritaban abrumando la noche Con la demencia que muerde el pie A la ocasión del peligro. Pese a la migración de las garzas y las tortugas Que han borrado toda traza, Debo encontrar ese pueblo, Cumplir la cita con aquella edad errante, Disputar la crónica que no me ha sido confiada. © Para Helenita poema Mario Camelo – En Crónica del Reino Edición Libros de la Frontera, Barcelona, España, 1997.

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AURORABOREAL® MAYO 2014

A Helena Araújo

HOROMSIMÉ AGOULISTI Azam Khan condujo la marcha de los ejércitos persas que vencieron el Ararat para destruir el culto infiel de los cristianos en el reino de Armenia. Ereván les acogió con un silencio distinto en cada jardín y en las casas el alimento preparado sobre los manteles dispuestos. Los ejércitos llegaron hasta la región de Goghthán. En Agoulis, Agha Sedi se apoderó de la Princesa Horomsimé, quien confió a la arena del desierto —que todo guarda descuidadamente— la afanosa visita de sus versos confidenciales. Tras los furores del rapto y la infamia las huestes decidieron partir, durante el sueño de los profetas, apagadamente, en una procesión de antorchas que sorprendió a los cronistas. En 1751 la Princesa descubrió el exilio: ese tiempo imprevisible donde los crepúsculos yerran en el hombre como moradores atónitos de un reino circular acogido a los cercos de la herrumbre. Descubrió inmensamente lejana y lenta la lejanía, y el comienzo de una vigilación a grandes riesgos secretos. Princesa perteneciente a una precisa ansia de la poesía: la perduración por la palabra, contrafuerte de lo extinto, ese fuego de memoria que ataca la eternidad con dulzura de licores insólitos, como si esta derrota prefigurara el paraíso del hombre.

© HOROMSIMÉ AGOULISTI poema Mario Camelo – En Crónica del Reino Edición Libros de la Frontera, Barcelona, España, 1997.

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AURORABOREAL® MAYO 2014

a Helena Araújo

Dedicatoria

«lo que era no es lo que será aún no es»

Saberse en el otro en su respiración, en su huella, fundirse en su rito, en su olor, en su sino de seda. Y vivir su delirio sub-lunar, su vértigo de miel, su sudor nocturno y ser en ti el nombre que no se pagina, por exacto; que no se escribe, por preciso; que no se canta, por presente.

© Dedicatoria poema Fabio Rodríguez Amaya – Estudio XLI (part.), Técnica mixta s/lienzo, 86x66 cm. – Milán, enero y 2014

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www.auroraboreal.net

Nr. 14 Septiembre 2013 ISSN 1902-5815

AURORABOREAL

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