Acta del taller literario BREMEN del 25 de noviembre de 2009 El 25 de Noviembre, sito en el segundo sótano de La Buena, lugar habitual de reunión del colectivo Bremen, se celebró una nueva sesión del taller cuyo tema era: "Ensayo". A pesar de la asistencia de gran parte del taller, solo se leyeron siete textos y aún así tardamos casi dos horas en leerlos, lo que ha conducido a las protestas de parte del taller por la querencia de algunos de nosotros por hablar más de la cuenta entre relato y relato. La discusión sigue abierta de forma paralela. :-) En general, el ambiente fue relajado y divertido (de todos los relatos, solo dos fueron considerados ensayos serios, el mío y el de Microalgo). Los demás, bueno... los demás pato-zapato. :-P Se estableció que, en lo sucesivo, quien haya propuesto el tema será el secretario y se encargará del envío del acta. Relatos leídos en orden de lectura: •
Javier: Literatura
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Iván: Un sistema arquetípico del color
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David: Ensayo conyugal 1
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Enrique: Divinidades franquistas
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Robert: La verdad sobre el caso Limón
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Juan: Mentiras de patas cortas
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Microalgo: La casa del obispo
Desde aquí, exhortamos a Microalgo a que envíe la casa del obispo al Diario de Cádiz. Seguro que te publican el reportaje, quillo. ;-) El tema para el siguiente taller que se decidió al final de la sesión (también se han registrado comentarios respecto a que resulta más fructífero el tema cuando lo llevamos pensado de casa en lugar de hacer un brainstorming al final) fue construir un relato que suceda en tres épocas históricas diferentes. Año del Señor de dos mil y nueve.
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Ensayo conyugal Ensayo. (Del lat. exagĭum, peso). 1. m. Acción y efecto de ensayar. 2. m. Escrito en el cual un autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato erudito. 3. m. Género literario al que pertenece este tipo de escrito. 4. m. Operación por la cual se averigua el metal o metales que contiene la mena, y la proporción en que cada uno está con el peso de ella. 5. m. Análisis de la moneda para descubrir su ley. ~ general. 1. m. Representación completa de una obra dramática o musical antes de presentarla al público.
conyugal. (Del lat. coniugālis). 1. adj. Perteneciente o relativo a los cónyuges. (copiado, y tachado al gusto, de la RAE)
Se miran a los ojos y descubren las chiribitas del amor. Con las manos entrelazadas lo proclaman y bailan a la luz de las bombillas halógenas. Deciden casarse y lo hacen. Luna de miel en Australia; canguros, koalas, gente vestida de exploradora, desiertos y el Índico, azul mar de cuento, latiendo alrededor plagado de tiburones. Después, la vida juntos. Los días de monotonía feliz les traen primero la prosperidad y luego el ascenso social. Las noches de pasión les traen la sonrisa cómplice primero y luego la descendencia: dos bellas muñequitas a las que llaman como a sus abuelas más queridas. El calendario le abanica con la promesa de la felicidad eterna. Pero llega la crisis, y el desempleo de él, y el amante de ella. Y llegan las riñas con las crías, el dinero de la universidad de las niñas invertido en putas y cocaína. Llega el alcoholismo de vino de cartón y la
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televisión vespertina, el abandono y el reproche, el hastío y la caída, lenta primero y vertiginosa después. Y al final, tan solo la resignación, la espera de la colisión final, del descubrimiento del remoto suelo que termine su precipicio cuando revienten chocando contra él. Sus conversaciones ahora son tormentas, y las niñas, cuando no están huidas de casa, se encierran en sus iPods y menean la cabeza, viendo venir lo que viene. Finalmente llega el momento en el que las palabras acumuladas hacen que una, no peor ni más alta que otras ya dichas hasta la saciedad, enciende la chispa. Él levanta la mano y golpea. Ella corre a la cocina en busca del cuchillo del jamón. Él hacia la caja de herramientas, a por el destornillador más largo. La sangre invoca a la profesora: ¡Niños, ya está bien! ¡Todos los días lo mismo! Y cada cual se va por su lado con la cabeza vuelta, los dientes apretados, el escozor en los raspones y fuego en los ojos, rumbo al castigo y a las clases de la tarde. Mañana, como todos los días, repetirán el ensayo a la hora del recreo. Y dentro de veinte años, terminados los ensayos, se mirarán a los ojos, y descubrirán las chiribitas del amor.
David, 25 de noviembre de 2009
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Divinidades franquistas La mayor torpeza que puede cometer el hombre es llevar a términos absolutos ideas y sentimientos que se oponen a su condición de ente relativo y efímero. Conceptos como Dios, Amor, Justicia o Felicidad, no dejan de ser entelequias para sobrellevar la pesadumbre de estar vivos. Esto explica la felicidad que durante el franquismo tuvo la mayoría de los españoles: "Dios, Patria y Justicia" eran bloques de granito inamovibles, tal vez opresores, pero, en definitiva, anclajes seguros para no preguntarse sobre la inconsistencia de la condición humana. Ignorancia equivalía, por tanto, a felicidad. Hoy tal estado es imposible. Muerto Franco, resquebrajada la unidad nacional y vista la lentitud de la justicia, no nos ha quedado otra alternativa más que mirar a nuestro alrededor y buscar nuevos dioses -estrellas fugaces del espectáculo, el culto al cuerpo y al dinero-. Por desgracia, estas deidades no tienen la solidez de las divinidades franquistas: de ahí que la mayor parte de la sociedad española se reconozca tremendamente infeliz. No obstante, todo se debe a que no nos hemos preguntado lo suficiente. No hemos visto que la literatura y el arte son, a la vez, asidero frente al caos que nos enreda y vía de interiorización en el hombre. En este caso, comprobamos que la felicidad consiste, precisamente, en darse cuenta de la imposibilidad de ser feliz.
Enrique Mercado
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EL COLOR COMO SISTEMA ARQUETÍPICO INTRODUCCIÓN: COLOR
LA
IMPORTANCIA
E
IGNORANCIA
DEL
Tiempo atrás, una persona común apenas podía elegir entre pardo o beige, los pudientes disponían de seis tonos más y contados miembros de la aristocracia debían esperar meses para obtener telas teñidas de un matiz específico, procedentes de lugares que no sabían situar a un coste desmesurado. El secreto del amarillo azafrán levantó ciudades mientras que las guerras por el índigo hundieron a otras. El color llegó a ser una joya inmaterial de incalculable valor cuya posesión era privilegio de reyes o de la Madre de Dios; la malversación del púrpura o el lapislázuli era severamente castigada. ¿Qué historias podemos contar hoy del verde vejiga?, ¿del azul de Prusia?, ¿del viridiana? ¿Hemos conquistado el color o lo hemos olvidado? Hoy, gracias a los pigmentos sintéticos y a la eficiencia de la industria, podemos elegir entre cientos de matices a un coste irrisorio. Ante esta sobreabundancia, hemos aprendido a mirar con mucha más precisión que Newton o Göethe pero a marchas forzadas; tan rápido, que el lenguaje se ha quedado rezagado con un paupérrimo bagaje de once vocablos básicos y un sinfín de parches que tratan de tapar los boquetes léxicos. Le propongo un juego: intente asignar un color diferente a cada letra del abecedario. La tarea resulta mucho más difícil de lo que parece y a pesar de ello decimos que los colores son miles, ¡millones! Millones
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de mariposas que revolotean a nuestro alrededor pero se nos escapan al intentar atraparlas con las manos. Si pudiéramos nombrar con precisión, clavar una aguja en el tórax de los colores como hemos hecho con el amarillo o el rojo, podríamos
observarlos
con
lupa
y
analizar
su
taxonomía.
Descubriríamos así que el azul, a diferencia del amarillo, no es un color, sino una rama con sus familias, géneros y especies; y que cada especie ignorada tiene su alma, única y preciosa. La
industria
domesticados,
la
no
para
ciencia
ha
de
aumentar
llegado
a
la
niveles
gama de
de
colores
comprensión
obsesivamente minuciosos. Pero el estudio de la experiencia del color ha quedado reducido a unos pocos clichés, los mismos para el psicólogo, el publicista y el astrólogo. Los especialistas no tienen la culpa: nuestra experiencia del color no llenaría ni una docena de páginas. Si un día el color desapareciera no se detendría el tráfico, las imprentas, las emisoras ni las fábricas textiles. Poca utilidad tiene la visión cromática para nuestra supervivencia, es casi una extravagancia sensorial, un capricho de la evolución. Si alguna vez averigua que alguien de su entorno es ciego para el color y tiene ocasión de charlar sobre ello, probablemente advertirá en él un fondo de melancolía. Al insistir demasiado, su conocido le pedirá, por favor, cambiar de tema. Si ha llegado a este extremo, no siga frivolizando, quizás el daltónico comprenda el color mejor que usted.
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¿Por qué es tan valioso el color? Para contestar a esta pregunta hay que buscar allá donde reside: en nuestra psique. MUNSELL, NATURAL COLOR SYSTEM, CORRESPONDENCIA SIMBÓLICA TRADICIONAL. Distinción psicológicas.
entre
jerarquías
fisiológicas,
L.A.B.
Y
SU
perceptivas
y
El matiz Cálidos y fríos: explosivos e implosivos Violetas y verdes amarillentos: colores de transición Amarillo y azul: orgánicos y mentales Terciarios: híbridos El tono Héroes y antihéroes La saturación La dimensión olvidada Salvajes y civilizados
SISTEMA ARQUETÍPICO Tradición en la simbología del color: por qué no es "sistema". Fundamentos para una nueva propuesta. Relaciones disonantes.
de
armonía:
análogos,
complementarios
Relaciones de jerarquía: dominantes y modulaciones.
MATIZ: El qué. Carmín a Bermellón (El impulso primario) Ígneo a Yema (El encuentro con los otros) 8
y
Oro a Limón (Las ideas y su impacto) Lima a Esmeralda (Crecer y hacer crecer) Jade a Turquesa (Pausa para escucharse) Cian a Ultramar (La máquina de la razón) Índigo a Violeta (De entender a comprender) Púrpura a Fucsia (Los anhelos y el placer) TONO: El cómo. SATURACIÓN: El para qué.
Iván
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Mentiras de cortas patas En un mundo como en el que vivimos, los dogmas que todos hemos aprendido de pequeños, caen uno tras otro. Me refiero a los valores que aprendimos de nuestros padres. En muchos casos, reflejados en pequeñas perlas de sabiduría que son los refranes. Todos aprendimos cientos de ellos. Al que madruga dios le ayuda, perro ladrador poco mordedor, al que buen árbol se arrima, buena sombra le cobija... Un sin fin que nos hemos dedicado a buscar y destrozar sistemáticamente. De todos ellos uno en concreto, me marco desde pequeño. La mentira tiene las patas muy cortas. Como buen mentiroso, era el que más respeto me imponía. Siempre pensé que cada una de mis inocentes mentiras
de
cortísimas
piernas,
eran
acechadas
por
un
feroz
depredador, la verdad y que más tarde o más temprano caería en la vergüenza de ser devorado públicamente por ella. Ahora me he dado cuenta de que ya no es así. Hoy en día las mentiras nos rodean, viajan de continente en continente visitando países que jamás veremos y haciéndolo a velocidades que jamás alcanzaremos. Y lo vemos de lo más normal, la cotidianidad ha podido esta vez a los valores. Nos hemos acostumbrado tanto a ellas que casi ni las hacemos caso. Los políticos nos mienten, nos dicen que no hay crisis, que hay bombas donde no las hay, que tenemos que pelear contra este o contra el otro, nos pintan a los buenos como malos y a los malos, como engendros
salidos
del
averno.
Pero 10
nos
da
igual,
nos
hemos
acostumbrado tanto, que hemos cambiado el decir la verdad de manera más o menos sistemática, por mentir descabelladamente. Nos parece perfecto, hasta nos regodeamos en ello e incluso, nos ponemos medallitas en los bares delante de nuestros colegas. Hoy en día cualquiera de nosotros podemos decir una mentira que de un par de vueltas al mundo y nos quedamos tan panchos. En un mundo globalizado como en el que nos encontramos, en el que nos relacionamos con personas de todo tipo y de todos los países, mentir se ha convertido en un arte. No hace mucho tiempo me vi obligado a mentir por una cuestión laboral, como es algo que desafortunadamente se me da muy bien, coló a la perfección. Pronto me vi mintiendo a Hindúes, húngaros, ingleses, norte
americanos
y
a
sudamericanos
despiadadamente
y
eso,
irónicamente, me hace un buen profesional. Cada día que pasa nos hacemos con una parcelita más grande en el infierno. He calculado que la mía tiene que tener más o menos, el tamaño de Andorra. A ver si con un poco de suerte, me toca una isla y me construyo un hotel de esos de todo incluido. Si mi abuelo levantase la cabeza, tendría que decirle, que si, las mentiras tienen las patas muy cortas, pero que sin duda, las mueven muy, muy deprisa.
Juan Sánchez
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La tumba junto al templo Difícilmente se puede estar de acuerdo con la manida expresión automática que afirma que cualquier tiempo pasado fue mejor. Nuestro pasado, cercano y lejano, es un muestrario muy completo de guerras, pobreza, incultura y miseria. Cualquier tiempo pasado fue mucho peor que el presente. Sin embargo, cuando la bruma de lo mítico cae sobre la memoria, aún
nos
es
posible
imaginar
un
supuesto
período
idílico
de
florecimiento, uno de esos puntos de inflexión donde la civilización ancla sus uñas y jura que no va a volver a dar ese paso atrás que tanto desmorona y hace olvidar, que tanto pierde y devasta. Tal podría ser el caso del clímax del periodo tartésico, en el suroeste de la península ibérica. Entre su origen postneolítico, con reyes imposibles como Gerión, al que derrotó el igualmente imposible Heracles, y su desvanecimiento alrededor del siglo sexto antes de Cristo, probablemente debido a la ingerencia fenicia irradiada desde el nuevo centro económico-comercial en que se convirtió Gades, Tartessos acumuló en la batería de la historia la suficiente energía civilizadora como para que Occidente marcara un antes y un después en su devenir histórico. Herodoto, Plinio, Justino y Estrabón hablan ya sólo de oídas acerca del reino de los tartésicos. Éste último, de manera poco clara y aún menos fiable, parece afirmar en uno de sus más fragmentados textos que los habitantes de este reino situado en la desembocadura del Río del Aceite, después Betis y hoy Guadalquivir, se regían por un codex 12
legislativo escrito en tablas seis mil (seis mil) años antes de que se tuviera noticia histórica de su rey más emblemático, Argantonio. De ser verdad ese dato, es decir, de haberse conservado algún vestigio de dicho códice, el famoso texto de Hammurabi habría perdido el honor de ostentar la gloria que supone marcar el inicio de la Historia con mayúsculas. Las fuentes más fiables sobre los pocos datos existentes acerca del reino de los tartésicos provienen de breves citas en La Biblia. En los tiempos
del
Rey
Salomón,
Tartessos
(Tarsis)
era
sinónimo
de
prosperidad absoluta, y gran parte de la riqueza de este Rey se debía, precisamente, a un fluido comercio con el reino tartésico: Porque el rey tenía en el mar una flota de naves de Tarsis, con la flota de Hiram. Una vez cada tres años venía la flota de Tarsis, y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales. (Libro de los Reyes, 1, 10: 22). Sin embargo, los profetas posteriores, que ensalzaban el mérito de la pobreza ante un pueblo israelí ya demacrado y paupérrimo (probablemente como estrategia de captación de voluntades, casi podríamos decir que por puro marketing), identifican la opulencia de este mítico reino con el pecado del que tiene demasiado a los ojos del pobre... Sobre todos los montes altos, y sobre todos los collados elevados; sobre toda torre alta, y sobre todo muro fuerte; sobre todas las naves de Tarsis, y sobre todas las pinturas preciadas. La altivez del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada (Isaías 2: 14-17).
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Las naves de Tarsis eran como tus caravanas que traían tus mercancías; así llegaste a ser opulenta, te multiplicaste en gran manera en medio de los mares. En muchas aguas te engolfaron tus remeros; viento solano te quebrantó en medio de los mares. Tus riquezas, tus mercaderías, tu tráfico, tus remeros, tus pilotos, tus calafateadores y los agentes de tus negocios, y todos tus hombres de guerra que hay en ti, con toda tu compañía que en medio de ti se halla, caerán en medio de los mares el día de tu caída (Ezequiel 27: 25-27). ... hasta tal punto que el mismo Jonás, desobedeciendo a Jehová, trata de huir por mar a Tarsis, paradigma de una tierra alejada del Señor, con las nefastas y cetáceas consecuencias, por todos conocidas, que el viaje tuvo para este personaje bíblico: Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha elevado su maldad delante de mí. Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová (Jonás, 1:1-3). Tarsis, Tartessos, era, pues, un reino comerciante rico y libre, admirado y a la vez envidiado por las naciones de la época. Pero en el siglo sexto antes de Cristo desapareció casi sin dejar rastro. Casi. Junto a la Iglesia Catedral de Cádiz se alza un edificio hoy encalado, que perteneció durante siglos al Obispado, por lo que popularmente se denominó, y aún se denomina, “la Casa del Obispo”. 14
Hoy pertenece al Ayuntamiento y es explotada por una empresa privada, como yacimiento arqueológico. Bajo su solería se encontró un suelo medieval. Bajo él, un enlosado árabe. Bajo éste (y sus correspondientes sedimentos acumulados por los siglos), trazas de una construcción romana. Bajo ésta, aún, parte de unas ruinas fenicias pertenecientes a un complejo anexo a un templo. Precisamente de este periodo es un lienzo de muralla construido mediante la técnica del Opus Africanum, lienzo que, aunque poco conocido internacionalmente, ostenta el récord mundial de longitud y altura, y obviamente de espesor, de una construcción erigida mediante este método. Probablemente Cartago tuvo murallas mayores, pero el final de la segunda guerra púnica significó su meticulosa demolición por parte los romanos, así como la siembra de sal de los terrenos circundantes, lo que motivó la imposibilidad de arraigo, durante muchas décadas, de una cubierta vegetal, hecho que propició, a su vez, que la erosión siguiera haciendo el trabajo de los romanos tal vez siglos después de que los vencedores abandonaran una Cartago asolada. Todo el complejo arqueológico de la Casa del Obispo se asienta junto a una pequeña y sencilla tumba: una tumba junto a la que se construyó un templo. Se especula con la posibilidad de que cuando los fenicios llegaron allí, la sepultura, probablemente tartésica, ya era objeto de una fluida peregrinación. Los fenicios (es decir, cartagineses), inteligentes y comerciales, respetarían aquel pequeño mausoleo y potenciarían el aura mítica del enterrado. El final de las guerras púnicas supuso la ocupación romana, cuyos dirigentes no sólo 15
respetaron también la tumba, sino que, para aprovechar la afluencia de fieles peregrinos, y dado el carácter supuestamente curador del cadáver ocupante del hueco labrado en la roca, construyeron junto a él un santuario-hospital-balneario,
del
que
hay
diversas
referencias
históricas, y que supone uno de los primeros centros hospitalarios que pueden considerarse perfectamente científicos, donde se anotaban tratamientos, síntomas y relaciones entre causas y efectos, donde se realizaban diagnosis comparadas y a donde acudían los más pudientes patricios de todo el imperio romano para sanarse de sus males. La caída de Roma y el advenimiento de la edad media sepultan con él, al fin, el nombre del egregio personaje. Todo lo que no se adscriba a la tradición iletrada y superchera del principio del cristianismo es, más que ignorado, concienzudamente eliminado de cualquier registro escrito. Pero nadie saquea la tumba, protegida por un aura de respeto incluso en esa etapa brumosa de la Historia. Los árabes pierden ya toda referencia y desconocen, incluso, la ubicación de la tumba. Nadie, en la reconquista, la recuerda. La arqueología no comienza a considerarse una actividad importante hasta mediados del siglo XVIII, cuando se descubren Pompeya y Herculano. En España, excepto por la pasión demostrada por diversos arqueólogos extranjeros, prácticamente no se hacen prospecciones arqueológicas hasta bien entrado el siglo veinte. En 1964, a raíz de unas obras realizadas para ampliar la carretera del Campo del Sur, un albañil tropieza por casualidad con la tumba de más de tres mil años, saquea su contenido y probablemente 16
malvende el ajuar fúnebre a cualquier prestamista ignorante del verdadero valor del tesoro. El comprador, con toda seguridad temeroso de ser descubierto, lo funde para hacerse con la mísera ganancia que le reportará el oro y la plata saqueados. No existen más pruebas de la culpabilidad del albañil sospechoso que la rápida adquisición de un coche alemán de alta gama por parte de una persona sin recursos aparentes. Nunca se pudo demostrar nada. Sólo ha quedado un sello de oro en forma de anillo, olvidado por el saqueador, que representa dos delfines, quizás esturiones. Es lo único que resta del tesoro que acompañó a un cadáver respetado y reverenciado, que atravesó intacto tres milenios y que no pudo, por muy poco, contarnos quién era su dueño. La ignorancia reciente nos ha impedido eliminar ese retazo de ignorancia de nuestro pasado, que seguirá irremisiblemente hundido en la bruma, permitiendo que el reino tartésico siga instalado en el territorio de las leyendas, donde reyes tricéfalos son abatidos por forzudos héroes implacables, cuyo destino no debió ser otro que escribir leyendas a golpes de estaca.
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(Por si hay alguna duda en el Taller del Bremen, es mi penosa y triste obligación informaros de que esta vez no he inventado nada. Todos estáis invitados a visitar la Casa del Obispo en Cádiz para cotejar los datos aquí expuestos).
Nacho Moreno
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La verdad sobre el caso Limón El hasta ahora considerado
por la crítica estructuralista texto
fundacional de los real zarajistas, obra atribuida a
Odiseo Limón
(1954- ¿?), cuya edición princeps fue aparentemente escrita en una servilleta del bar los Pichones de Benimarfull ( vid SCHMIDT, F. Exégesis
del
primer
real
zarajismo,)
ha
arrojado
desde
su
descubrimiento por el propio Schmidt en una cuneta cercana a un establecimiento situado en el km 35 de la carretera nacional VI Madrid la Coruña (Páginas Amarillas de la Comunidad de Madrid, letra C, entrada Clubs) numerosas dudas sobre su autenticidad. De cómo y por qué llegó a escribir unos versos el ahora desaparecido poeta mexicano en una servilleta de un bar alicantino que acabó siendo arrojada en las inmediaciones de un club de alterne cercano a Madrid, poco o nada se conoce. El único verso legible del mencionado poema está parcialmente deteriorado por una mancha de aceite de fritura, y hubiera sido merecido motivo de una ardua discusión entre grafólogos, filólogos y expertos homólogos si el propio Schmidt hubiera compartido su limitado corpus de estudio con el resto de la comunidad científica. Las interpretaciones del verso fueron variando de forma radical, a la par que el alemán se adscribía a la corriente crítica y filológica del último tratado o ensayo que caía en sus manos. Todas ellas se encuentran prolijamente detalladas por el propio Schmidt, tanto en la obra citada anteriormente, como en todos y cada uno de los posteriores y sucesivos estudios del erudito bávaro, comunicados con encomiable 19
insistencia a la comunidad científica en la entrada de
jornadas,
conferencias, cenas y simposios a los que no había sido invitado. Así pues, comparando el texto de la posterior y única edición escrita de la obra completa de Odisea Limón con las diversas reinterpretaciones de Schmidt tras el hallazgo del original manuscrito del texto, el sentido último de la composición se ve notablemente afectado. Leemos en la versión oficial del poema.
Blande la luz el ocaso como funesta guadaña. El quebrado compás de mi aliento es un zarajo desconchado, vaga como un espectro, por la fe perdida de un pueblo, maraña de mañanas.
(LIMÓN, O. Loco ocaso, dentro de Hoja parroquial (reverso), Parroquia de la Santa Cruz, México D.F., 1973) Donde el último verso es el único verso legible en la servilleta de papel encontrada por Schmidt y ha sido sucesivamente reinterpretado
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por el crítico como: mañana de arañas (alusión al golpe de Estado de Pinochet, en Chile), manada de mañanas (interpretado como la ilusión del pueblo que avanza), o mamama mama mama (balbuceo dadaísta). Tras el embargo de los bienes de Schmidt, al ser relacionado con una trama de exportación de tallas de Quetzalcoatl fabricadas en Taiwán, la servilleta cayó en las manos adecuadas y las grafías pudieron ser analizadas con cierto rigor científico. En una histórica reunión mensual de un taller de escritores y poetas de Malasaña, se puso fin a la vorágine de interpretaciones del alemán, impulsadas todas ellas por los dictados del mero capricho. El texto, como ya hemos indicado, se presentaba escrito sobre un soporte endeble, y deteriorado por un evidente uso meramente funcional (alguien se había limpiado la mano con la servilleta tras una ingesta de boquerones en vinagre) y dejaba adivinar la figura emborronada de un pichón, emblema del bar, como único palimpsesto a investigar. Al margen de esta imagen fantasmagórica, a duras penas se distinguían con cierta claridad un par de letras (una m y una a). El resultado final de la investigación, ampliamente financiada por un anónimo mecenas que se sospechaba que podía ser el enconado enemigo de Odiseo Limón, el real entresijista Arturo Bell’ano, fue desvelado en una rueda de prensa celebrada en la estricta intimidad de un sótano, que transcribimos como colofón y prueba irrefutable de la inutilidad del presente ensayo. Tras realizar diversas y complejas pruebas al fragmento de papel de uso higiénico presentado como objeto de pruebas periciales a petición 21
de una entidad que no nos es permitido citar, hemos podido desvelar el contenido de las palabras escritas en él y la identidad de su autor, cuyas huellas digitales coinciden con las del individuo hasta ahora conocido como Franz Schmidt, detenido por reiterados altercados y escándalo público en actos culturales, conocido otramente como Odiseo Limón, natural de México DF, poeta autoproclamado fundador del real zarajismo y creador de ensayos ficticios sobre él mismo. No nos cabe ninguna duda de ello y, para que quede constancia, instamos al citado Odiseo Limón a la lectura de la presente declaración en reunión pública a celebrar en Madrid, el día 25 de noviembre de 2009 y a reconocer que la única palabra escrita en la servilleta que él mismo arrojó en las inmediaciones de un conocido club de alterne era mamada, palabra acompañada de un dibujo obsceno fácilmente confundible con un pichón bravío en posición de remontar el vuelo, por lo que no ha lugar interpretación, ensayo, recreación, o especulación inspirada al respecto de tales poéticas ficciones.
Robert Llopis
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Literatura No es necesario derramar ni una sola palabra más —pues eso ha sucedido justamente con los millones de palabras escritas sobre el tema, que se han acabado derramando, superando los bordes del contenedor en el que se encontraban— sobre el tema del que voy a tratar hoy en este corto ensayo. Pero tampoco es necesario andar escribiendo borrador tras borrador de sucesos inventados y personajes inexistentes y cierta gente insiste en hacerlo semana tras semana. Así que voy a tocar un asunto marginal que, a mi parecer, tal vez contribuya a mostrar la extraña relación que se establece entre realidad y ficción en el mundo literario. Efectivamente, voy a hablar del Quijote 1 . Sabido es que la publicación de la segunda parte del Quijote en 1615 se debió a la aparición de una obra de la que aún hoy desconocemos
el
autor:
El
Quijote
de
Avellaneda.
Cervantes,
suponemos que furioso por lo que él consideraba una apropiación indebida de su personaje y por el uso que el tal Avellaneda había hecho de él, se puso a escribir —con el mérito añadido de hacerlo con una sola mano— la segunda parte de las aventuras de Alonso Quijano, o Nombre abreviado habitual para designar la obra de Miguel de Cervantes Saavedra: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Nombre que, por otra parte, desvela la intención humorística y paródica de Cervantes desde el inicio. En la época era un sinsentido pensar que un hidalgo fuese ingenioso, ya que esta última palabra venía a significar industrioso. Asimismo, era ridículo el nombre pues quijote es la parte de la armadura que protege el codo y hubiera sido ridículo que un caballero andante se denominara de esa manera (pongan don Espuela en su lugar y advertirán el chiste) ni tampoco que un caballero andante fuera de un lugar tan indeterminado como La Mancha (pongan Amadís de Gaula en su lugar y vuelvan a advertir el chiste).
1
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Quesada, con su fiel escudero, Sancho Panza, o Sancho Zancas, que de esas maneras se designa a ambos personajes en la obra. El tal Avellaneda consiguió así pasar a la posteridad con una carambola del destino y logró —suponemos que de forma involuntaria— que cientos de estudiosos se devanaran los sesos en los siguientes cuatrocientos años intentando dar con su identidad. La teoría más famosa —en filología casi todo son teorías— es la defendida por Martín de Riquer. Según el estudioso, existen varios indicios —tics de escritura, incorrecciones y torpezas de estilo, repetidas alusiones al rosario, esas cosas de filólogos— que indican que el autor de la obra fue un tal Jerónimo de Pasamonte, soldado y escritor que fue contemporáneo de Cervantes y que combatió en Lepanto, como él. De hecho, este soldado pudo inspirar al personaje Ginés de Pasamonte, el galeote que apalea al Quijote cuando este hace el único acto verdaderamente heroico de todo el libro, liberar la cadena de presos que se cruza en su camino. Otra teoría, no conforme con que un soldado del siglo XVII pudiera haber escrito una obra de estilo tan depurado, apunta a Lope de Vega y su entorno. Se cree que el Fénix fue el autor del prólogo del Quijote falso 2 , que un amigo suyo, Pedro Liñán de Riaza, la comenzó y que fue terminada por el propio Lope y otro colega, Baltasar Elisio de Medinilla. No deja de ser curioso que pueda considerarse una novela más falsa que otra, como si la verdad tuviera algo que ver con la creación literaria.
2
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Hay más teorías, pero, dado el espacio del que dispongo, me ceñiré a estas dos. Y puestos a aceptar una u otra, prefiero la primera, claro está. En la primera teoría una persona con existencia real y documentada, que tal vez conoció a Cervantes, aparece como personaje en una obra suya y quizá despechado por considerar que su retrato de rufián no correspondía con su persona, se sentó a escribir una segunda parte con la intención de menoscabar la dignidad del personaje principal de la novela en la que él aparecía como personaje. Y al escribir sobre un personaje que no era suyo, entendemos que como una suerte de venganza por su retrato en la obra, consiguió realmente que ese personaje, don Quijote, despertara de nuevo en las páginas de otro autor —el verdadero— con ganas de salir por España a hacer el idiota, vestido con las armas de sus abuelos 3 A mí, claro, esto me parece fascinante. Las conexiones que se establecen entre realidad y ficción, entre supuestos personajes con existencia real y supuestos personajes con existencia ficticia hablan muy bien de lo que significa la literatura. Tal vez Pasamonte existiera alguna vez y escuchara los sonidos de los cañones de los barcos turcos, temiera por su vida y atravesara el pecho de algún infiel. No lo niego. Pero casi cuatrocientos años después que se escribieran esas palabras, la existencia de Jerónimo de Pasamonte, se me antoja más brumosa Imaginemos a los soldados españoles, cubiertos de polvo y sudor, descubriendo Tenochtitlán por primera vez e imaginemos sus armaduras. Exacto, la armadura en la que pensamos cuando imaginamos a Don Quijote no es exactamente como aparecía en los dibujos animados.
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aún que la del propio Quijote. Ambos quedaron para siempre ligados a las palabras de Cervantes en su primera parte de la novela y ambos, desde entonces, han corrido un destino parecido dejando de ser solo un montón de palabras en un libro. Gracias a la existencia de la novela —ya que ningún estudioso se hubiera dedicado a rastrear la vida de un anónimo soldado español de la época de no haber tenido relación con el Quijote—, Pasamonte ha pasado a la historia. Gracias a la novela, un personaje sinvergüenza y ladrón, se ha encarnado en una figura histórica, en alguien que tuvo existencia real. Esta es la primera parte del viaje. Pero tal vez si ese alguien no se hubiera sentido despechado por el retrato que se hacía de él en esa misma novela, no se hubiera puesto a escribir su libro propio ni hubiera hecho que Cervantes tuviera que escribir la segunda parte de un libro por el que, según parece, no sentía demasiado aprecio. Esta es la segunda parte. Si imaginamos dos legajos en papel viejo acumulando polvo en un antiguo archivo olvidado y que uno de ellos es el original del primer Quijote y el otro un conjunto de documentos que hablan de la vida de un anónimo soldado de Lepanto que se llamaba Jerónimo de Pasamonte, casi podemos ver al personaje, o la persona ir de un legajo a otro. Y ambos, tanto tiempo después de los que huesos de Pasamonte se hayan confundido con la tierra, son reales. O ambos, el Pasamonte
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rufián y el soldado despechado, son ficción. Elijan ustedes. Es lo bueno de la literatura.
Javier López
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