Tema de Estudio El camino interior de los padres La educaciรณn como arte Dra. Ana Paula Cury
I N I C I AT I VA REGISTRADA
El camino interior de los padres Dra. Ana Paula Cury Traducción libre de la conferencia impartida durante el Encuentro de Padres Waldorf. Sao Paulo, Brasil. Mayo de 2010.
Cuando hablamos de un camino interior, nos referimos, por un lado, a una búsqueda por comprender la realidad del ser humano que nos pueda guiar en nuestra tarea como padres; pero también a la disposición, la voluntad de comprometernos en un proceso de continua auto-educación, motivados por el deseo de servir y apoyar la realización del destino de aquéllos que vienen a nosotros, que han confiado en nuestros cuidados, a quienes acostumbramos llamar hijos. Un entendimiento de la verdadera naturaleza de los seres humanos es fundamental, pero qué hacemos con este saber es aún más importante. Steiner decía que “Los misterios, así como el conocimiento, son inevitablemente negados a aquéllos que nada más los quieren en un sentido formal (saber por saber); y son transmitidos solamente a los que poseen la voluntad de llevarlos a la manifestación, convirtiéndolos en realidad... Porque un conocimiento que es real no puede ser separado de esta voluntad”. Así que, si queremos honrar con una actitud correcta el conocimiento de la naturaleza del niño en su primera infancia y las leyes que rigen su desarrollo, entonces es imprescindible proponerse avanzar por un camino de disciplina para nuestra forma de pensar, sentir y querer; que requiere sacrificios, pero sacrificios hechos en amor, en devoción por el ser y destino del niño. Nuestra intención al tratar aquí este tema, no es de ninguna manera para proporcionar recetas pedagógicas, sino para animar a un estudio independiente y a fortalecer la autoconfianza con respecto al trato con los hijos. Todos necesitamos de instrucciones que nos den las bases para actuar correctamente. Una parte de ellas nos son dadas por el conocimiento. Sin embargo, el elemento fundamental y natural para la acción correcta es el amor. Por eso no deberíamos cometer el error de juzgar como cosas completamente diferentes el sentir y el pensar, siendo verdadero justamente todo lo contrario. Entonces, veamos...
La educación como arte El niño viene de la plenitud del futuro (esto es, nos trae lo nuevo), a un mundo regido por un pasado, carente de fuerzas, para confiarnos su secreto, su misterio. Quiere decir que primero nos eligió como padres, y viene en busca de lo que ya no pudo ser encontrado en el mundo espiritual cuando el momento del nacimiento se acercó. Pero este Misterio, del que nos ha hecho su guardián, no nos es dado como conocimiento en el sentido de imágenes mentales; sino más bien como una facultad, que se manifiesta en la voluntad de brindar cuidados intensivos, la capacidad de encontrar: una actitud adecuada, los gestos correctos, un lenguaje apropiado, y así sucesivamente; y encontrarlos con la certeza del corazón. El niño se siente reconocido y puede formarse a sí mismo en este ambiente productivo y acogedor (este es el escenario idóneo de la educación como arte). Cuando está presente y vívidamente activo nuestro sentido de la percepción (presencia del espíritu) en situaciones en las que la educación se practica como arte, se promueve el establecimiento de la conexión del niño con su ángel, protector y guía de su destino. Un ambiente capaz de honrar la educación como arte debe contener nuestro modelo (el propio actuar imitable); la capacidad de discernir el valor (pero de forma diferente a la visión evaluativa), es la facultad por la que la formación se lleva a cabo. Cualquiera que descubre la educación como arte en el campo de los acontecimientos y comience a moverse conscientemente en torno a este campo, verá que, a partir de actitudes básicas, las circunstancias externas pueden ser dispuestas de manera que el niño se sienta reconocido. Y ¿cuáles serían entonces las actitudes básicas para acercarse a este ideal? Proteger, acompañar, confortar y sanar. Estas actitudes forman la base de la educación como arte (en el sentido de la “técnica moral”, expresión acuñada por Steiner en “La filosofía de la libertad”). Actúan en conjunto cuando comprendemos creativamente y disipan cualquier intención de manipulación pedagógica. Examinemos, por lo tanto, más de cerca estos conceptos.
Proteger Además de la evidente protección del cuerpo físico contra los peligros externos, debemos proteger el Misterio. El Misterio que nos fue confiado a nosotros, los guardianes elegidos. A pesar de que es esencialmente indestructible, el Misterio necesita de mi protección, porque de lo contrario, sería incapaz de revelarse si se expone a las tormentas del mundo, terminaría encerrado en sí mismo. El Misterio es lo que está por venir a la luz, sin embargo, genera por sí mismo la capacidad de crear. En este ámbito en que el tiempo (o la relación entre causa y efecto) está invertido, el concepto de acción se convierte en su opuesto. Lo que normalmente llamamos acción en
el mundo objetivo (actividad o movimiento intencionado dirigido a alguien o a alguna cosa), no tiene efecto en la esfera del Misterio; antes, hasta crea distancia. Todo lo que percibo es como una imagen invertida en el espejo de mis propias intenciones. Esto interrumpe el fenómeno de relacionamiento padre-hijo. Por el contrario, lo que en el mundo objetivo es exactamente lo opuesto a la acción (esto es, la percepción), en la esfera del Misterio es la actividad apropiada que crea y establece relaciones. El contenido de la percepción no es lo importante, sino más bien, el poder de la percepción en sí; es decir, la atención. La atmósfera que se crea por medio de la atención permite que el Misterio se desarrolle por sí mismo. La capacidad de ser atento es motivada por el propio Misterio. El producto final requiere mi comprensión co-creativa para que sea capaz de manifestarse, y yo estoy interesado en este proceso de tal forma, que aquello que viene llegando desde el futuro, ya vive en mi disposición de recibirlo. En la esfera del Misterio, esta atención, esta escucha (cuya naturaleza es la de afirmar el futuro con el sentir), es la actitud protectora adecuada. Es la forma correcta de recibir y proteger el Misterio. Para la realización de su individualidad, el niño requiere que mi mirada y escucha sean capaces de reconocer sus posibilidades; mi sentir para el futuro. El logro de esta “clarividencia” en el sentir no es una especie de magia, truco o ilusión. Todo lo que se requiere es una profunda dedicación, “reverencia por el instante presente” (R. Steiner, GA 317) y tranquilidad. Es indispensable callar internamente y aprender a mantenerse en silencio. El ruido y la cháchara, aquí están fuera de lugar. Y ¿qué es el ruido y la cháchara en la esfera del Misterio? Evaluar, juzgar, sacar conclusiones, perseguir intenciones. No es necesario abrir la boca constantemente y derramar sobre los hijos nuestro pretendido saber. La actitud decisiva es preguntarse: ¿Estoy practicando una reducción de esta persona para juzgarla? ¿Seré capaz de asombrarme? ¿De admirarme? Sobre el arte de ver y asombrarse, dijo una vez el poeta Rubem Alves: “Ver es muy complicado. Esto es extraño; porque los ojos, de todos los órganos de los sentidos, son los de más fácil comprensión científica. Su física es idéntica a la física óptica de una cámara fotográfica: el objeto del exterior aparece reflejado en el interior. Pero hay algo en la visión que no pertenece a la física”. William Blake sabía sobre esto y dijo: “El árbol que ve un hombre sabio, no es el mismo árbol que ve el tonto”. Lo sé por experiencia: Cuando veo florecer los árboles del ipe, me siento como Moisés ante la zarza ardiente: allí está una epifanía de lo sagrado. Sin embargo, una mujer que vivía cerca de mi casa, ordenó talar un árbol de ipe que florecía frente a la suya, porque le ensuciaba el suelo y tenía que barrer mucho. Sus ojos no veían la belleza; sólo veían la basura. Adelia Prado dice: “Dios de vez en cuando me tira una poesía. Miro una piedra y veo una piedra”. Drummond miró una piedra y no vio una piedra, la piedra que él vio se volvió un poema. Hay muchas personas de visión perfecta que no son capaces de ver nada.
“No es suficiente con no ser ciego para ver los árboles y las flores. No basta con abrir la ventana para ver los campos y los ríos”, escribió Alberto Caeiro, heterónimo de Fernando Pessoa. El acto de ver no es una cosa natural. Requiere ser aprendido. Nietzsche lo sabía y dijo que la primera tarea de la educación es enseñar a ver. El Budismo Zen parece concordar con esto, ya que toda su espiritualidad se basa en la búsqueda de la experiencia llamada “Satori” (la apertura del “tercer ojo”). No sé si Cummings fue inspirado por el Budismo Zen, pero el hecho es que él escribió: “Ahora los oídos de mis oídos estuvieron de acuerdo y los ojos de mis ojos se abrieron”. Hay un pasaje en el Nuevo Testamento que relata sobre dos discípulos caminando en compañía de Jesús resucitado. Pero ellos no lo reconocieron. Lo reconocieron súbitamente al partir el pan, “sus ojos se abrieron”. La diferencia está en el lugar que les asigna a los ojos. Si les da a los ojos el lugar de herramientas, serán sólo las herramientas que utilizamos para su función práctica. Con ellos vemos objetos, carteles luminosos, nombres de calles y los adaptamos a nuestra acción. El ver se subordinada al hacer, y esto es necesario, pero es muy pobre. Los ojos no disfrutan. Pero cuando les da a los ojos el lugar de juguetes, se transforman en órganos de placer: brincan con lo que ven, ven por el placer de ver, quieren hacer el amor con el mundo. Los ojos que tienen el lugar de herramientas, son los ojos de los adultos; los ojos que tienen el lugar de juguetes son de los niños. Para tener ojos juguetones, necesitamos tener a los niños como nuestros maestros. Alberto Caeiro, en su poema “Mi niño Jesús”, dice haber aprendido el arte de ver como un niño pequeño: “A mí me enseñó todo. Me enseñó a observar las cosas. Me señala todas las cosas que hay en las flores. Me muestra lo graciosas que son las piedras cuando uno las tiene en la mano y las observa lentamente”. Por eso, porque creo que la función principal de la educación es enseñar a ver, me gustaría sugerir que se creara un nuevo tipo de educador, un educador que se dedique a señalar las increíbles sorpresas que se esconden en los recovecos de la banalidad cotidiana. Su misión sería concebir “ojos vagabundos”.
Acompañar Paralelamente al acompañamiento para la vida exterior, lo que importa es que podamos brindarle tiempo al Misterio para que se desarrolle. Además, el acompañamiento interior, requiere que evitemos de nuestra parte la intervención intencional. Debemos permanecer al lado del niño con una actitud de quien espera en paz; simplemente estar ahí, presente y pacientemente. Mientras que el gesto protector de disfrutar atentamente el futuro a partir del sentir, es una acción de un momento, reservado para horas específicas y constantemente amenazado por las distracciones y llamadas de las presiones externas; el gesto de acompañar añade una cualidad que asegura la constancia: la lealtad, la confianza perseverante. Aquí, de igual forma, la aparente inactividad es la verdadera actividad creativa. Reprimo y freno mi espíritu “adventista” por la expectativa de un “milagro inminente” y despierto la simpatía por encontrar un proceso de devenir. Este proceso despierta mi interés; la expectativa se transforma en la capacidad de esperar. El enemigo aquí es la impaciencia. El adulto ya rompió con la costumbre de la verborrea (el impulso de juzgar y evaluar constantemente), y ahora se enfrenta a la tarea de practicar la paciencia (la ciencia de esperar en paz). En la esfera del Misterio, acompañar significa ser capaz de esperar, pero no de una manera tediosa y pasiva, más bien de una manera participativa. Se debe prestar atención al hecho de que cuando comenzamos a “probar” el futuro con éxito, surge un peligro por estar tan cerca del Misterio: uno es tentado a levantarle el velo con el fin de obtener una imagen más clara. Es porque, precisamente, aquellos padres y madres que están más ansiosos por conocer el futuro, frecuentemente tienden a manipular al niño, aunque surja de las más nobles intenciones. Es imposible ver a través del velo. Lo que ellos consideran una revelación es una pseudo-imaginación; o a veces, una proyección, en la que los padres toman sus propias presunciones e ideas favoritas, y las combinan con los elementos de una visión genuina para formar una imagen. Basados en su sentido de advenimiento, confunden esta ilusión con la verdadera visión interior. Esperar pacientemente y seguir el proceso con un interés real, nos protege de cometer este tipo de errores. El objeto de mi atención tiene que ser el proceso de desarrollo del niño, no su resultado. Hay una historia que hace referencia sobre el verdadero acompañamiento: La lección de la mariposa Un día, un hombre encontró un capullo de mariposa y observó que en él había un pequeño orificio. Durante horas la mariposa intentó hacer pasar su cuerpo por la abertura. Sus esfuerzos por salir al exterior parecían en vano. De pronto, se detuvo, como si hubiera llegado a un punto donde no podía continuar. El hombre decidió ayudarla, tomó unas tijeras y cortó el resto del capullo. La mariposa salió fácilmente, pero tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas y arrugadas.
El hombre continuó observando, porque esperaba que en cualquier momento las alas se extendieran para su primer vuelo. Pero nada de esto ocurrió. La mariposa pasó el resto de su vida con el cuerpo hinchado y las alas encogidas. Jamás fue capaz de volar. Ansioso por ayudar, el hombre no sabía; no conocía el proceso de la metamorfosis, que permite el vuelo de la mariposa. Porque el esfuerzo es el que le da esta capacidad: al comprimir su cuerpo por el orificio del capullo, segrega la substancia necesaria para estirar las alas y volar. Como la mariposa, también requerimos del tiempo y empeño de nuestras fuerzas en nuestras vidas. Sin obstáculos y sin la fuerza necesaria para vencerlos, estaríamos debilitados y jamás seríamos capaces de volar.
Confortar Además de brindar el consuelo más obvio en relación a las tristezas, enfermedades, angustias, etc.; tenemos que identificar cada obstáculo y confusión que se presente mientras el Misterio se desarrolla, de tal forma que podamos minimizar y limitar sus efectos. La mayor tristeza de un niño, la más profunda ansiedad, se manifiestan cuando el logro esencial de sus esperanzas se oscurece. Esto ocurre a través de cada experiencia de desobediencia o rechazo a su voluntad pura. No hablo de la voluntad que se expresa en numerosas peticiones consumistas o similares, sino del deseo más profundo del corazón, de la voluntad que sirve de impulso para el destino. Cuando el adulto por extraños motivos, actúa alejado de la relación que le une al niño, lo desorienta al imponer expectativas, demandas o restricciones a su voluntad más pura, transgrediendo su relación. Los prejuicios también son abusos. Esto significa falta de respeto y/o negligencia. La consolidación de sus esperanzas también es obstruida cuando el niño encuentra actitudes negativas y formas de actuar hostiles, como la crueldad, la injusticia, la incomprensión y la decepción. Se puede decir que un niño fue violentado por razones que no tienen nada que ver en la relación con él, cuando, por ejemplo, desarrolla una ansiedad al fracaso; se puede ver una expresión desconcertada sin razón aparente, que el niño está desanimado y se siente vencido por el “mal”. La ansiedad al fracaso, el miedo a fallar y la vergüenza, pueden ocultarse tras las más diversas máscaras; siendo todas ellas formas de comportamiento “anormal” (dependiendo de la naturaleza particular de cada niño), pero la principal característica es siempre algún tipo de estrés profundo. Las experiencias que amenazan la realización de las esperanzas del niño son inevitables. Pero podemos confortarlo de cara a este tipo de situaciones, sacarlo de ese estado por la
autoridad que nos fue conferida por el propio niño. Con la expresión “sacarlo de ese estado” me refiero a dirigirnos al “yo” del niño. Por supuesto, el concepto de efectividad y/o acción tenemos que verlo aquí bajo una nueva luz. Normalmente consideramos la respuesta como la acción, mucho más que la pregunta. Hacer una pregunta significa describir el campo de acción con mayor o menor precisión, mientras que dar una respuesta significa la creación de los hechos. Pero cuando queremos consolar a un niño estresado, es todo lo contrario. Las enseñanzas (o respuestas) son de poco valor en este contexto. En la esfera del Misterio digamos que son desagradables. En contrapartida, hay una consoladora demostración de confianza en el arte de hacer preguntas a modo de inicio (de arranque maestro). Debemos dirigir la pregunta clave hecha en la confianza, al “yo” en el ser del niño. En un sentido más elevado, la pregunta también es la respuesta. Quien pregunta “conoce” el Misterio mejor que el propio portador, que lo inició y eligió para ser su guardián. Claro que el “conocimiento” que se menciona aquí no implica que sea en imágenes mentales, sino más bien, un reconocimiento intuitivo, que describimos como: la receptividad de la mente que presiente a partir del futuro y retorna en el gesto de indagar. Yo debo comparecer ante la luz del niño que ardientemente busca y está lleno de deseos, de tal manera, que mi actitud le exprese que cuando se contempla a sí mismo es un regalo para nosotros. Yo debo, con todo mi ser, convertirme en la propia pregunta: ¿Quién eres tú? ¡Y esto es reconfortante! Cuando encuentro esta actitud, el ángel del niño pone la pregunta correcta (la pronunciable) en mi boca; y la pregunta esencial, que no necesita ser pronunciada, la pone en mis ojos, en mi lenguaje corporal, en el sonido de mi voz; es la pregunta que no tiene interés por encontrar una u otra respuesta, su objetivo que implica la propia entidad, es en esencia, la confirmación del “yo” en el niño. Puedo enseñarle sobre el tiempo y mundo pasado, pero no sobre lo que está por venir. Con respecto a lo que está por venir, yo soy el que está aprendiendo, el que está siendo bendecido con obsequios, y a partir de la abundancia que recibí, es lo que entrego cuando el niño está delante de mí, necesitado de alivio y consuelo, es decir, requiere que le recuerden quién es (su “yo”). El primer principio básico es: Las acciones alejadas de la relación con el niño (intenciones pedagógicas que no fueron dirigidas para escuchar al ser -al “yo”- del niño), le crean ansiedad y tensión al punto de convertirse en resignación; y la experiencia de la indiferencia, impuesta directamente en el niño o apenas presente entre sus compañeros, le causa vergüenza hasta el punto de sentirse intimidado, o a veces, a tal punto que genera (por el dolor) un comportamiento retraído defensivo. La vergüenza y la resignación también pueden tener un efecto exterminador (asesino) de la alegría; entonces se tiene, por ejemplo, al conocido buscapleitos, que en verdad sólo carece de consuelo y lo que menos necesita es ser disciplinado por sus conductas antisociales. El segundo principio básico es: Siempre que sea posible, deberíamos salvar al niño de estas experiencias; pero la realidad es que es imposible salvarlo de todas ellas.
El tercer principio básico es: La pregunta clave dirigida al ser, cultivada en el espíritu de un ejercicio del alma y llevada a la esfera del Misterio como una llamada con la intención de recordarle al niño quién es su “yo”, revela el poder de la consolación y ayuda cien veces más que cualquier otra medida. Tal vez muchos han oído hablar de una costumbre existente entre ciertas tribus africanas, de la actitud esencial de confortar, al remitir al niño al reconocimiento o a recordar su verdadero ser, su verdadero “yo”. De eso trata la historia de “la canción del niño”. La canción del niño Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, va a la selva con otras mujeres, juntas rezan y meditan hasta que surge “la canción del niño”. Cuando nace el niño, la comunidad se reúne y canta su canción. Luego, cuando el niño comienza su educación, el pueblo lo acompaña y le canta su canción. Cuando se convierte en adulto, la gente se reúne nuevamente y le cantan su canción. Cuando llega el momento de casarse, la persona escucha su canción. Finalmente, cuando su alma ha de partir, los amigos y familiares se acercan, y como en su nacimiento, cantan su canción para acompañarlo en el “último viaje”. Pero en esta tribu africana hay otra ocasión en la que los hombres cantan la canción. Si en algún momento de la vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, lo llevan al centro del pueblo y la gente de la comunidad forma un círculo alrededor de él y entonces le cantan su canción. La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo; es el amor y la remembranza de la verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseo ni necesidad de hacer daño a nadie. Tus amigos conocen “tu canción” y la cantan cuando tú mismo la olvidas. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o por las oscuras imágenes que muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo; tu entereza cuando te sientes quebrantado; tu inocencia cuando te sientes culpable y tu propósito cuando estás confundido. Tolba Phanem
Sanar La atención protectora (escuchar), el acompañamiento interesado (esperar) y la confianza consoladora (preguntar), son cualidades que actúan juntas en nuestra capacidad educativa de comprensión creativa. No se pueden separar; de hecho, si las observamos de manera individual para una mayor claridad didáctica, sería como cuando observamos un árbol desde distintos ángulos; vemos una imagen diferente de acuerdo al punto de vista, pero sabemos que se trata del mismo y único árbol. De igual forma, necesitamos aprender a ver las conexiones anímico-espirituales desde diferentes perspectivas, tal como lo haríamos al caminar alrededor de un árbol en el espacio físico. Es aquí donde comienza la espiritualidad en un sentido más concreto. El árbol alrededor del cual caminamos como ejemplo es el concepto de la comprensión creativa. A este concepto lo caracteriza una actitud interior que debe fluir en todo lo que hacemos, si queremos saltar el abismo que existe entre la educación que hoy se practica y la educación como arte o como camino interior. También podemos describir este salto como una evolución de la educación formal, sistematizada hacia una educación curativa; teniendo en cuenta que la sistematización es cualquier influencia exterior, mientras que la cura es dar forma desde lo íntimo a un relacionamiento basado en la idea de la infancia. Sin embargo, los aspectos básicos de la educación curativa arriba mencionados, deben complementarse. Está faltando el elemento que los une, la conexión entre ellos. La atención, el interés y la confianza desarrollan su fuerza curativa (se podría decir también que se consagran), siempre y cuando en la esfera del Misterio, el niño encuentra su “yo”. Y es así como llegamos a la idea central de la infancia. La ayuda real, es decir, el acompañamiento sanador del propio proceso de encarnación, ocurre siempre que el niño interior del compañero elegido (el educador), se revela a aquél que es un niño en cuerpo físico. Sello un pacto rehaciendo el camino a mi propio misterio y tomando al niño bajo mis cuidados. Aquí también hablamos de una actividad interior. La persona que recuerda ser ella misma designada para ser humana, que busca conectarse con la fuente creadora, que encuentra el camino de regreso (o quizás adelante) para la realización de la esperanza depositada en ella, para el niño interior que ahí se cree grande, brillante e intacto, íntegro, ahí donde principio y fin se pertenecen; esta persona no sufre de lo que podemos llamar “triple pérdida de creatividad”; y realmente puede proteger, acompañar y confortar a un niño, y en medio de todo esto, educarlo a través de la curación. A estas alturas debería quedar claro a partir del contexto ya establecido, que por “curar” o “sanar” no se entiende la eliminación de un estado de enfermedad, sino más bien, “guiar en dirección a lo esencial”; es decir, según Steiner: “salvar del mal que aqueja a nuestros tiempos”. Estoy hablando de la postura de la pedagogía curativa. Los lugares donde se cultiva la relación educativa deben ser impregnados de espíritu artístico: Laboratorios del futuro, sembradíos de la esperanza humana. El consuelo es el gesto fundamental dirigido al niño, que se reconoce a sí mismo de cara al obscurecimiento de su esperanza. El acompañamiento que brinda apoyo, es cuando nos situamos al lado del niño, con interés y
en paciente espera. La escucha atenta proporciona protección. Sanar abarca todo esto y mucho más. Curar significa dar esperanza, y dar esperanza significa tener esperanza. Y si una persona no tiene ninguna esperanza es una cuestión que hay que pensar. Un pensamiento esperanzador, favorable sobre una persona, es un pensamiento de amor inspirado en la esencia de la infancia (que también es promisoria). De este modo, el círculo se cierra: una educación que está a la altura del niño sólo es posible a partir de un pensamiento impregnado por el calor de la infancia. Si podemos darnos cuenta de la proximidad de Cristo (el niño de la humanidad) en el ámbito del espíritu que hace frontera inmediata con este mundo (el reino angélico); y si podemos dar la bienvenida a lo que de él emana y lo formulamos en conceptos de educación artística, un tiempo más amigable puede comenzar para los niños considerados “difíciles”, y entonces se extenderá a todos los niños, y posteriormente a toda la vida social. La utopía de una nueva humanidad, libre de dogmas, de hambre de poder y de hipocresía, es inicialmente una tarea pedagógica. El adjetivo “difícil” se aplica más adecuadamente a aquellos que no tienen voluntad o se sienten inclinados a seguir un camino cómodo y trillado. Películas que ilustran las actitudes básicas para la comprensión creativa: “O Contador de Histórias” (2009). Basada en la historia real de Roberto Carlos Ramos. “Cinema Paradiso” (1988). “La canción de Bernadette” (1943). Basada en la historia real de Bernadette Soubirous. “El mundo en sus manos” (2009). Basada en la vida de Ben Carson.
Ejercicio para el camino interior de los padres (verso para la noche): La contribución del sueño “Llevo mi pesar al sol poniente, pongo mis preocupaciones en su regazo resplandeciente. Purificadas en su luz, transformadas en su amor, que regresen como pensamientos que ayuden, como fuerzas para un actuar alegre, dispuesto al sacrificio” Rudolf Steiner
Un entendimiento real genera las referencias o criterios de orientación que nos llevan en una dirección particular. Si esta dirección es válida, se convierte en la fuente de muchas inspiraciones. Lo que podríamos llamar como “fantasía moral” despierta y sugiere formas de lidiar con esta o aquélla situación. La conciencia intelectual que utilizamos en el día a día, es responsable en gran parte, del desarrollo de la percepción básica, porque también tenemos que estar atentos de observar los hechos mientras contenemos nuestras opiniones subjetivas, para poder percibir la conexión entre las cosas, sacar conclusiones, etc. En la práctica, las ideas efectivas y los impulsos necesarios para las acciones cotidianas que podemos obtener a partir de estas percepciones, no nacen de nuestra conciencia de vigilia; se originan literalmente, de la experiencia nocturna. Algo más allá del pensamiento lógico ordinario debe estar involucrado para convertir las percepciones en impulsos creativos, y nosotros obviamente, no podríamos hacerlo si no durmiéramos. Cuando nos enfrentamos a un problema hay quien dice: “Tengo que consultarlo con la almohada”, porque la experiencia nos ha enseñado el valor de hacerlo así. Como dice el dicho popular, “la noche es buena consejera”. Sabemos que el problema no desaparecerá como por arte de magia, sino que estaremos trabajando en él. Y muchas veces despertamos por la mañana con la solución, como un “regalo bajo la almohada”. ¿Hemos tenido esta experiencia? Seguro que sí, porque todo el mundo la tiene, una y otra vez. Pero no siempre estamos lo suficientemente conscientes para conectar lo que pedimos o preguntamos con la respuesta que recibimos. Lo que hacemos, por ejemplo, con la percepción de que un niño es rebelde, desobediente, nada inclinado a cooperar; y que está en realidad, simplemente actuando por el miedo. El simple hecho de saberlo todavía no cambia el patrón recurrente del comportamiento. Sin embargo, si formamos el hábito de ejercitar cada noche una retrospectiva, evocando el recuerdo del niño terco, rebelde; y lo convertimos en una imagen, por ejemplo, como si fuera un pequeño pájaro que bate sus alas furiosamente, nervioso, en pánico, encerrado en su jaula. Si dormimos una, dos, tres noches con esta imagen, entonces puede suceder que alguna cosa comience a cambiar el patrón de nuestro propio comportamiento y no el del niño. Pues nos sorprenderemos actuando diferente en muchas situaciones, aunque tal vez no conscientemente en el sentido de una acción razonada, calculada, deliberada; sino más bien, a partir de una nueva sensibilidad. Es como si una sabiduría subconsciente corriera por nuestras acciones, dirigiéndolas a partir de la imagen del pájaro asustado, mientras que nuestra mente consciente todavía está tratando de resolver qué hacer con el hecho de que el niño está reaccionando de forma desafiante por miedo. Ahora bien, puede ser que poco a poco notemos una entonación de voz diferente cuando nos dirigimos al niño. Pasamos a hablar de una forma más suave y melodiosa, de manera que nuestras palabras ya no suenan como trompetas. Y de repente, el niño también responde de otra manera. Tal vez otras personas nos hagan conscientes de los hechos. La verdad es que estamos cosechando las consecuencias de la buena práctica de evocar la imagen en la noche, antes de dormir.
De lo que se trata, es de formar una imagen que corresponda al aspecto interior (muchas veces oculto) de la aparente situación, y luego esperar para ver qué dirección nos ofrece la imagen para actuar. Lo que puede ser alcanzado de esta forma es, naturalmente, mucho más rico y con bases más profundas que cualquier conocimiento intelectual que pudiésemos traducir en acción. Se experimenta como una visión, una que no se puede ni se quiere poner en práctica de inmediato, sino que primero se medita como una pregunta llevada al sueño. Entonces ésta puede trabajar de manera formativa, remodelando la estructura de nuestro comportamiento. Y la respuesta la veremos en nuestra propia conducta. Nos encontramos ante un fenómeno fundamental que nos ofrece un método que puede ser desarrollado, y de ese modo, generar una importante herramienta psicológica. Al practicar este ejercicio, invocamos una sabiduría que vive en lo profundo de nosotros, una sabiduría que no es accesible por nuestra conciencia diurna. Esto debe hacerse de manera consciente y con claridad, evitando cualquier rasgo de egoísmo, buscando la ayuda de nuestras fuerzas cognitivas. Estas son las condiciones que permiten colocar apropiadamente las preguntas. Solamente aquellos que saben cómo preguntar reciben las respuestas.
Amar las preguntas “Tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas. Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también.” Rainier Maria Rilke
Para encontrar respuestas por este método, es necesario basarse en un genuino interés y compromiso, necesitamos estar realmente motivados por un deseo de comprender al niño.
Como regla general, tendremos éxito en obtener lo que el sueño tiene que ofrecernos, sólo si tenemos un trabajo preparatorio para esto. Tras esta sugerencia, hay algo más: la posibilidad de entrar en contacto con el ángel guardián del niño. Encontraremos al ángel en nuestro sueño si tomamos las debidas providencias para esto con plena conciencia. Una extraña y moderna vergüenza u obstáculo se interpone en el camino de nuestra apertura a la imaginación, porque estamos acostumbrados a llevar todo al ámbito de la conceptualización. Sin embargo, la terminología abstracta de la ciencia moderna está particularmente fuera de lugar cuando se trata de comprender a los niños. Sin embargo, al hablar de imaginación no me refiero a fantasías, sino a hechos.
Descripción del ejercicio nocturno Imagínese de pie a la orilla de un río (que en este caso es el umbral que debemos de atravesar hacia el mundo espiritual por la noche, al dormir) y sobre él un puente, que nos llevará del otro lado, al encuentro con nuestro propio ángel y también con el ángel del niño. Entretanto, vigilando el paso hay un guardián que nos cuestiona: ¿Tiene una petición o pregunta claramente considerada y que le interesa tan sólo por el bien del niño? ¿Formó una imagen realmente clara del niño? Formar una imagen clara sólo lo podremos conseguir si observamos durante el día al niño, con reverencia, con atención desprovista de crítica, juicios, deseos personales y expectativas. Esta es nuestra ofrenda y sacrificio. Esto es lo que elevamos al ángel para que nos lo devuelva fecundado por una inspiración que se revele como una visión en el ámbito del pensamiento y sabiduría en el actuar. Pero es necesario que la situación observada sea transformada por nuestro poder de imaginación en una representación simbólica. Por ejemplo: un niño ensimismado, que se aísla porque se siente herido, dañado, se siente en nuestro corazón como “una ostra que se encierra”. U otro que encuentra dificultad para adaptarse en una nueva clase y que puede ser visto como “un pez fuera del agua”. Una vez formada la imagen y dispuestos a renunciar a cualquier intención personal, más al contrario, poniéndonos en receptividad para acoger lo que es mejor para este niño según su propio destino interior; elevamos nuestra petición o pregunta en forma imaginativa y esperamos. Debemos repetir el procedimiento durante tres noches; y siempre por la mañana y durante el día mantenernos atentos a las señales y a las respuestas que vengan. Porque siempre vienen. Se trata de una ley del mundo espiritual: “Llama y se te abrirá. Busca y encontrarás”. Así, esta es otra posibilidad meditativa para quien busca un camino para la práctica de la comprensión creativa de la que tanto hablamos.
Nos hemos familiarizado ya con la cualidad de proteger, acompañar, confortar y sanar (que abarca y va más allá de las tres primeras). Estas son las actitudes fundamentales de la educación y la formación del ser humano como un arte que necesitamos practicar. En el campo del Misterio, relacionado a la protección se sitúa nuestra escucha atenta; el requisito para el acompañamiento del destino del niño es la espera paciente; confort y consuelo consisten en aprender a preguntar en un sentido más profundo (como si le recordáramos al niño sobre sí mismo); y la fuerza apropiada para la sanación (haciéndola completa e íntegra) es el acontecimiento de la esperanza, a través del cual, en lo que a la relación se refiere, el siguiente precepto se confirma: “Donde dos se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo y actúo en medio de ellos”. Estas cuatro cualidades se reflejan en el pensamiento de Lao Tse que dice: “Estoy en calma, tranquilo y sin deseo alguno, como un recién nacido, como quien no tiene un punto de partida”. La escucha transformada en algo superior; la empatía transformada en algo superior porque se vuelve partícipe del asunto, pero también porque espera pacientemente; la comprensión transformada en algo superior al ser una pregunta pura; y el poder de la esperanza, que condensa todo esto al interior de la atmósfera sanadora. Estos pasos pueden ahora reformularse en instrucciones simples para la contemplación del niño y el autoexamen: 1. Calma Las muchas voces ansiosas en mi interior, que comentan respecto a todo antes de que lo haya percibido apropiadamente, guardan silencio. No tengo opiniones personales y no ansío saber lo que significa esto o aquello. Mi consciencia es una habitación vacía en la que la melodía de tu vida puede ahora resonar. Yo escucho. 2. Tranquilo Mis temores y susceptibilidades no son lo que importa. No quiero evitar nada; tampoco quiero seguir ninguna otra intención más que ésta: comprenderte. Sin importar qué suceda, lo acepto. Mi atención no tiene preferencias. Yo espero. 3. Sin deseos Renuncio a mi deseo de que tú y nuestra relación actual respondan a mis necesidades, pues esto no tiene lugar aquí; donde no hay deseo, no hay desilusión. No deseo nada. Mi única exigencia es reconocer tus necesidades y hacerles justicia. Yo pregunto. 4. Sin punto de partida Las expectativas convencionales, las medidas adquiridas, los prejuicios sociales no deben influir en mí. El futuro no conoce costumbres, el status quo ha quedado atrás. Me entrego a lo abierto y te busco. Yo tengo esperanza. Yo confío.
La esperanza aquí no significa la expectativa de algo en particular para uno mismo, sino más bien una actitud fundamental, en este caso, una actitud hacia el niño que podríamos llamar “un sentido de advenimiento”. En la disposición de estar sin punto de partida (no tener donde apoyarse o descansar), la capacidad de esperar sin un interés propio que distingue a la tranquilidad se eleva a una feliz esperanza por lo que viene, por lo que se anuncia. La genuina esperanza es entonces propiamente: estar preparado o listo para ser sorprendido o para encontrarse en un estado de asombro. Por esta razón, la esperanza se ve opacada por todo lo que presupongo o condiciono, o por aquello que considero oportuno, bueno, apropiado, etc. Las personas que son pobres en esperanza están apegadas a todo lo que les da estabilidad, atrapadas en convenciones y oprimidas por el lastre de lo inalterable y de lo habitual. Escuchar, esperar, preguntar y confiar son los cuatro gestos del alma que se unen en admiración, cuatro aspectos que nosotros, junto con Morgenstern, llamamos “comprensión creativa”. La capacidad de escuchar presupone una quietud interior. La capacidad de esperar pacientemente presupone tranquilidad. La capacidad de pedir presupone la ausencia de deseo o intención. La esperanza despierta en el alma de quien no tiene un punto de partida. El ejercicio aquí indicado conduce al sendero de la verdadera educación como arte; el arte de la educación, el cual no se trata de una cuestión de instrucción y arquitectura conductual, sino de encontrar una actitud hacia el niño que haga superfluas las medidas calculadas, porque permite la acción intuitiva y enseña la admiración. Así que, si tomamos los contenidos de las condiciones previas para un camino de disciplina espiritual, como el que nos describe Rudolf Steiner en su obra “Conocimiento de los mundos superiores”, veremos que justamente todas ellas están presentes en la práctica de esta comprensión creativa: Devoción, tranquilidad interior, paciencia, perseverancia, amor a la acción, observación atenta y sin juicios, etc. En fin; podemos decir, de hecho, que, al asumir la responsabilidad por la educación de nuestros hijos como un asunto sagrado, al mismo tiempo estaremos recorriendo un camino de autodesarrollo consciente, que es el único que puede crear las condiciones que les permitan ser quienes están destinados a ser.
Referencias Dra. Ana Paula Cury. (2010). O Caminho Interior dos Pais. Mayo 2010, de Escola Waldorf Rudolf Steiner. Sitio web: https://encontrodepaiswaldorf.wordpress.com/ Henning Köhler. (2003). Niños difíciles. No existe tal cosa. EU: Waldorf Publications. Sitio web: https://www.waldorflibrary.org/books/3/view_bl/52/ebooks/723/ninosdificiles-no-existe-tal-cosa