CRISPÍN PORTUGAL CHÁVEZ
¡Cago pues! & Recuerdos de sus amigos
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© Herederos de Crispín Portugal, 2007 © De esta edición: Editorial Yerba Mala Cartonera de Bolivia, 2008. Proyecto social cultural y comunitario sin fines de lucro. yerbamalacartonera@gmail.com http://yerbamalacartonera.blogspot.com
Diseño de cubierta realizado por muchachos cartoneros de la ciudad de El Alto. Proyectos análogos: Eloísa Cartonera (Argentina), Sarita Cartonera (Perú), Animita Cartonera (Chile), Lupita Cartonera (México). ______________________________________________________ Impreso en: Imprenta “Río Seco”, patio 2, mzno. P, No. 214, El Alto. Derechos exclusivos en Bolivia Hecho el depósito legal: 3-1-1097-08 Impreso en Bolivia ______________________________________________________
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MI NOMBRE ES Mi nombre es Crispín Portugal Chávez nací el 17 de noviembre de 1975 y mi chapa es “el torcido”. Vine al mundo un día lleno de niebla y frío, aparecí totalmente vestido a lo caballerito; crecí un poco y empecé a doblarme como un arco, comí mucho y nunca engordé y de ahí que comprendo que mi chapa sea “el torcido”. Pretendo reproducirme como el mejor de los conejos que cría mi abuela, fallecida hace poco. Y después morir sin cambiar mi nombre y mis apellidos. Crispín Portugal Chávez.
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UN CACHITO DE AURA PUNZANTE Prisma lúgubre, aciaga aura eficaz pestilente, frío nocturno e innato que taladraba las carnes de una expósita niña en el ambiente reverberante. Recuas de personas que transitaban por la acogedora vereda de nuestra pequeña amiguita. Queda almidonado el dolor de los últimos golpes de las palabras fluidas de un tutor desalmado que aprovechando su candidez la condenaba por perpetuidad al destierro de sus sueños ilusos, necesidad de la tierna edad que tenía. ¡Que no saldrás!, ¡que dile que nunca podrás¡, ¡que los juguetes no transmiten nada saludable!, ¡que leas esto!, ¡que harás solo lo que yo quiera! Palabras que retumban en la mente de su pedacito aciago de vida, catorce años de soportar un autismo de caduca y obsoleta existencia. Vivía la vejez en una niñez arrancada de raíces, cohibida a estrepitosos golpes; una pica ardiente, alegría esfumada al limbo de las mustias más desgarradoras. Ay, si usted la viera. Vamos Waira, que tenemos que seguir bregando por la existencia, se decía a sí misma, vamos, busquemos otro lugar donde reconfortar el cuerpo extenuado. Portaba ya piltrafas de las un día ropas, el rostro pálido y descuidado, un carmín insípido en los labios y un colorete fútil en las mejillas, los cabellos enredados mofándose de su triste existencia. Caminaba cual un búho moviendo la cabeza, parecía buscar a alguien, pues sin lugar a dudas amaba. De pronto el furor del tiempo impredecible cayó sobre ella. Sí, empezó a llover y entonces la tomó del brazo y la condujo al antro de su desventura, no tuvo tiempo de gritar o pensar pues el golpe más duro de su vida la sumió en la nada, en la nada. Yace más sola que nunca después que los amantes fugaces la abandonan, una lágrima ardiente resbala por sus mejillas quemando todo vestigio de vida, hasta caer en una flor marchitándola inmediatamente. Vamos Waira, que no te levantes nunca, que no tienes ya 6
que vivir, que déjate morir lenta y dolorosamente por la culpa sin culpa de tu epílogo funesto, se decía a sí misma. Más nunca se volvió a levantar, ni a decirse cosas a sí misma, yace el cuerpecito sin vida de una niña prototipo, pero ahora ella descansa, descansa para siempre.
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EN LAS ORILLAS DE UN RÍO En las orillas de un río un viajero cerró los ojos y dejó escapar una ilusa historia. Imaginó despertar al alba con el estropicio de los gallos. La tenue luz pujaba por filtrarse por los minúsculos orificios de la construcción selvática de un techo de patujú y unas paredes de barro colorado, un esqueleto firme de troncos de árboles sólidos luchando todavía con un leve sopor. Se incorporó y dirigiéndose al arroyo del cual manaba una límpida y cristalina agua, con una impavidez y decisión absoluta, dejó escapar el pantalón que llevaba, la polera putrefacta, y de un brinco silencioso sumergió el delgado joven cuerpo, dejando solo la cabeza y el rostro fuera del alcance del agua. Fue entonces cuando sintió unas manos suaves que acariciaban sus pies, de pronto un sudor frío emanaba del rostro descubierto. Pensaba si eran realmente unas manos o algo extremo y peligroso. No inmutó el rostro terso y pálido, no atinaba a balbucear o decir algo, un silencio absurdo yacía en el trágico momento. Cuando en un violento estropicio, no menos al canto de los gallos, emerge un hermoso rostro con un carmín extraño en los labios, las mejillas con un colorete mortal, el cabello oscuro y largo, el rostro moreno hermoso, los ojos semejantes a dos luceros desprendiendo una perenne luz seductora, capaces de enajenar a cualquiera en este mundo. Embelesado y anonadado quedó pasmado, más aún al descubrir que era una sirena. Y ella musitó: "¿Cuál es tu nombre?" Nadie contestó y solo quedó una mayor interrogante. —Soy Coral —dulcemente pronunció ella, y solo el silencio se encontraba con la parsimoniosa voz avenida. Las manos suaves, delgadas, morenas pero hermosas acariciaban el rostro de nuestro joven petrificado amigo. Más su cuerpo delgado se desplomó en el arroyo perdiendo los sentidos y perdiendo la razón, el momento, la realidad. Todo.
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EL HAMBRE DEL VERDUGO Su demacrado reloj de arcilla marca las cero horas y en las calles de cementerio sólo el ulular de un suspiro que deambula esparce una escarcha dorada que se mezcla con la lánguida esperanza, que también vaga, y el trío danza con la bruma en el vacío. En un instante todo quedó cubierto con una capa reluciente que encegueció a la hermosa luna. Luna que dañada escapó con presteza al regazo de una rubia nube. Rubia nube que se esparció tenuemente y terminó por cubrir a las estrellas. El claror de la tierra era espléndido, todo irradiaba una luz diáfana que inexplicablemente se empañó con la repentina aparición de un enteco anciano. Anciano que con un bastón en la mano se abría espacio. Su caminar dificultoso armonizaba con su respirar atascado; un lamento escandaloso lo alteró, pareció reconocerlo y se lanzó tras sus pasos. Una mariposa que quedó exenta del encantamiento dorado, inválida de terror, entró por una puerta semiabierta con tanta torpeza que despertó a las enmohecidas bisagras que molestas dejaron escapar un abigarrado fluido ensordecedor. En el interior nebuloso de la habitación unos ojos de muerto advirtieron el ingreso de la intrusa moribunda y la siguieron lentamente, vieron como desportilló las ventanas de tizne y luego sumarse embriagada a la desolación. La mirada llena de abulia recorrió un poco su rededor denso; se impregnó en el tumbado que se resquebrajaba agobiado por la sigilosa humedad; vio cómo las arañas con sus tejidos sujetaban los trozos que se venían contra él; sintió las termitas que le corroían la espalda entumecida, le provocaban dolor; sus manos caminaron por su cuerpo esquelético, retiraron las cenizas del pañuelo húmedo de su frente; recordó su juvenil rostro y se empezó a tocar él mismo, chocó con la barba abrupta, con unas ampollas en los labios resecos; comprendió su estado e intentó ocultar en sus manos la compasión y pena que se causaba. 9
El anciano exento de daño entró y se sintió atacado por la somnolencia inextricable, por el extraño e impresionante tizne que lo cubría todo. Derramaba unas pequeñas nubes de cartón irradiando por doquier todo su negror. Se acomodó en la orilla de su catre de satín que empezó a rendirse pidiendo en coro simplón un poco de clemencia. El delicado anfitrión, como el visitante, apoyó su bastón muy cerca de él, extendió en su orilla la sábana negra y se quitó la bufanda de piel de sueño. Sintió las ansias de preguntarle quién era, por qué entraba en su habitación, por qué lo atormentaba con su dilogía en el momento que menos así lo esperaba; pero como siempre, se reprimieron sus añoradas acciones. Por la escueta rendija de la puerta entró el resplandor de la calle que se desvanecía con el simple contacto de la letal oscuridad; volvió la mirada a su visitante, se acercó un poco más, y su mirada abrasadora lo aprisionó con tanta fuerza que no lo soportó más y levantó las manos de su cara haciéndose imposible esquivar ese rostro carcomido por arrugas, nevado torrencialmente, cansado y sombrío. Entonces sintió un frío irreversible de difunto; los ojos blanqueados se abrieron más y más; las manos flácidas se fruncieron; sus labios se abrieron levemente dejando un humo borroso, y con el talante indiviso susurró, es mi ropa.
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HOMBRE PERRO Y TÚ Terminaba otra vez su imperante dominio, apuraba el brillo de las estrellas y las recogía en su canasta enorme, reñía con la luna e impávida toda negra se iba con el peso del color desteñido de sus prendas, su cuerpo expelía un vapor invisible que humedecía los adobes de su casa; (dejándote un sabor claro y una luz opaca que se filtra por las escuetas rendijas de tu cuarto sin ventanas). Los ladridos del perro no la inquietaban pero ahora espantan los vagos pensamientos que aturden su calma y te provoca dolor el llantito de las almas superfluas que te buscan. ¿Debo acaso describir sus rostros?, ¿cómo el de la niña de trenzas que te espía por la brecha de la puerta? Pero está de espaldas, a ella la cubre su sombrero; (a ti no alcanzo a comprenderte) y todo lo demás no lo entiendo, solo se mueve para sorber el mate caliente que la embriaga, mientras su mano enana arrugada se aferra a la manta sin color. En el interior del fogón las brasas se ríen a carcajadas, brillan más sus ojos rojos, escupen un calorcito que cuece las papas tiernas que se deshacen como su fama de chiflera pintada en la solitaria pared. El chasquido de la leña que tú no colocaste la incita a acercarse a las ascuas que aletargan el congelado rincón del páramo que recorriste. Y la niña un tanto inquieta siente rabia pues aquí parece que nunca amaneció. Los truenos decoran fugazmente el pequeño espacio, asustan al tímido resplandor de la mañana, calumnian el calor del barro de su olla tiznada y el viento agita más las malas vibras que la cercan, aviva más las brazas que felices expulsan esponjas plomizas que estallan al sentir tu piel y (el polvo que entra por tu tapa empieza a molestarte) cierras los ojos, sientes cansancio, empiezas a dormitar, escuchas golpecitos en la puerta y no sabes cómo te pones de pie. Sabes que es la niña quien toca tu puerta antigua, abanicada por tu viento, calcinada por el don del sol, sientes cómo tambalea desconociéndote con riesgos de parecer la amarmolada realidad; el 11
frío de la anciana recorrió su distancia y agitada se apodera de ti, sientes cómo se llena tu boca de las papas que come despreocupada. Toscamente, mientras cae cristalina y brillante al suelo sus ganas de verte, cuyo ventarroncito hace que flameen los flecos, desandados, empujándolos con un suspiro y todas sus luces burdas a donde la muerte vive eternamente. Ahí está el perro como aguardándote con la intención en la cabeza, tendido en el sueño extraño con vapor. Agoniza desde hace mucho pero lidió por la certeza de que vendrías, tiene esa baba rancia en el hocico, mueve las patas para arañar a la muerte, gimiendo al compás de sus latidos hondos. Y a ti te menea cariñosamente la cola, intenta incorporarse al ver los ojos del sol de la niña, pero escucha la vos de la "ama" y ustedes ven cómo su cuerpo desaparece creciendo en su lugar una hierbas con flores de distintos colores. ¡Ya no está! Un sudor frío rebosa sus cuerpos y la incredulidad ataca dejando una pequeña tregua solo para ellas. Deseas encontrarla, guiado por el frío que es tuyo. Buscar el calor de las brazas escandalosas que a lo lejos se deprimen (crees poder ayudarla, quieres, no sé, quizás hasta abrazarla porque sientes su frío y comiste sus papas); caminas ya no como siempre envuelta. Ahora con el haz de una presencia que te tuerce las rodillas, te obliga a caer, sientes un dolor en el pecho y tu respiración entiende que es a prisa la mejor vía para llegar. Te arrastras a ciegas percatándote que es la niña tu única guía. Chocas con arbustos que te golpean sin que tú hagas posible el dejarte entender que sientes dolor. Dejas mucha tierra atrás y chocas con su pelo y empieza a salirte la pus. Escuchas una voz suave. Vez cómo se desliza fresca, ágil, recortando hojas para llegar intacta hacia ti. Mientras también la niña para siempre desaparece.
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ASÍ IMAGINO TU MUERTE Gabriel Llanos
Te imagino en aquel cuarto bebiendo la sonrisa parafernálica de los guardianes del saber, las falsas promesas de las ong’s, las críticas academicistas de una contradictoria masa de centroizquierda con rasgos anarco-fascistas. Te imagino bebiendo la sangre de los muertos de octubre, bebiendo sin entender para qué han muerto. Te imagino sorbiendo con suavidad tu soledad, tu romanticismo, sorbiendo las calles polvorientas de la 16, el asfalto barato de villa Adela. Te imagino sorbiendo aserrín, reclamos e incomprensiones (esos estereotipos de lo que hay y no hay que ser). Te imagino regurgitando y cayendo sobre un piso frío y desgastado (no estuve ahí, estaba viendo tele o quizás bebiéndome la vida en un boliche). Te imagino cayendo y derritiéndote internamente, traspasado por los órganos fosforados, consumiéndote como la medrosa humanidad te ha ido consumiendo. Me imagino homenajearte, no con odas al protomártir de la independencia literaria, sino más bien homenajeándote como carne y sangre, sin burdas y saenzianas alegorías. Si de alguna forma te puedo imaginar es diciendo la verdad (mi verdad, mi escéptica y cojuda verdad). Y después de disolverte en el suelo, queriendo volver a tu padre, te imagino estático, perdido en el tiempo, uno, dos, tres días. Te imagino deambulando en las profundidades del infierno (tu no creías en eso, eso es para los ignorantes), ¿en qué pensaste? Tu piel como retazos de hombre se fue uniendo a la tierra, polvo eres y en polvo te convertirás (no creías en eso tampoco, Dios es para los ñoños). ¿En qué creías? Y pasa el tiempo y te sigo imaginando, cargando cierta culpa, una falsa e hipócrita culpa, sólo cuando se piensa en tu muerte se carga. El Indiano, ¿Te acuerdas del Indiano? Ya había visto en tus ojos la muerte. Nunca nadie ve la muerte en los ojos del otro, la gente no ve a los ojos y no le importa nada más que la 13
vida. Y me imagino la teatralidad de la muerte, las posturas que uno debe asumir frente al suicidio, me imagino tu cuerpo obstruido con algodón y la morbosa mirada de una gótica niña, ¿y cómo estaba el muerto? Te imagino saliendo por la puerta de ese cuartucho cargando tu vida como Santiago Nasar carga su muerte. Te imagino dando tu tiempo y tus sueños, el caballero de la triste figura. Te imagino como te imaginé siempre, como el soñador de El Alto cargando sus quimeras hechas cartón. Invitando a algún citadino taimado a ser parte de ese imposible mundo del sin sentido (alguna vez un cholo ilustrado te dijo que tu propuesta no construía un norte literario). Y así, sangrando y cagando te imagino, dejando rastros de mierda por todo tu paso, caminando a tu casa, a tu mujer y a tu hijo. Regresando en minibús hacía el Alto después de tu transito por la ciudad que atraviesa tu piel y se queda como lepra en tus manos. Y a medida que el tiempo va pasando me imagino que la ira, aquella ira que nos unía mientras hablábamos de literatura en la Pérez, se va disolviendo junto con tus entrañas y se va transformando en recuerdos, en nostalgias. Te imagino llegando al aula con la corrupción antelada de la muerte, escuchando la voz portentosa del Orihuela, la erudición de la Velásquez, la sabiduría del Paredes y te imagino escribiendo sobre un cuaderno cosas que la bronca y las vísceras pueden producir, entonces, ahí me doy cuenta que no te imagino, que estás ahí, en el último asiento del banco, incomodando y molestando los sensibles sentidos. Diciendo que tanto la escritura como la muerte nace en las tripas y sale como semen por los poros. La Paz, 14 de Julio, 2008
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ETIMOLOGÍA DE LA AUSENCIA Oswaldo Calatayud Criales ¿Para qué levantar el velo si el cuerpo ya no responde a ningún nombre, si ha sentido sobremanera el impacto de esa bala perdida que es el destino, muy a pesar de haber errado y de correr ahora a sobre pique entre nosotros? Y es que la muerte no merece caer en este interrogatorio de cruda realidad, peor aún si aquella muerte se ha venido repitiendo todos los días desde hace un año y nadie ha dado con sus falsos testigos, con su juez y parte. Si las palabras mismas han hecho irreversible su fábula, tornando el color de su cuerpo en pura oscuridad, ¿a qué tanto credo, porqué batirse entre los libros y el Deuteronomio si a todas luces no hemos de poder revivirlo para matarlo una vez más? No basta siquiera gritar para que hallemos el huso horario de su muerte ni la cota de semejante pérdida, puesto que su alma se ha vengado vagando a expensas de su cuerpo, en una frontera abolida de la que sus ficciones y recuerdos son falsas pistas, donde acaso no sirva de nada aferrarse al código de su palabras que traducen hoy las lenguas ex-tintas de su escritura; de hecho, ¿para qué decir Crispín si cada letra de su antigua usanza ha crispado el hemisferio derecho con que solía escribir, con que solía masturbarse? Llorar a costa de él es a veces lo que manda el recuerdo, cuando el himno de nuestra parodia iza las banderas de la muerte y el olvido casi a la par, no sin dejarnos ver el asta infinita que apuñala el cielo tras ese ínclito deseo escondido que no impide mirarnos de reojo. Entonces, ¿qué tanto afán de seguir sus pisadas si acaso el derrotero de su ausencia anda descalzo por las esdrújulas y ortografías de esas palabras simuladas? Restaría dejar así de insondable a ese fósil que enmascara la muerte, a esa cobertina de cenizas que no deja ver 15
al muerto si no el luto que nos embarga, su insípida defunción; así y todo, ¿para qué las palabras si éstas han de maquillar el espantajo y la guadaña como si fueran pílseres de una sola y profana dimensión? Si el simulacro ha deparado la ausencia y toda su literatura se ha volcado contra nosotros, como para hacernos ver de más, como para aferrarnos a la escoria, ¿por qué no le hemos asestado ese golpe de gracia que matice el umbral de nuestro desencuentro? Quizás por eso, porque su cartonero nombre es hoy escrito en esquela, y su esqueleto es —a estas alturas— un cártamo extremado en olvidos, distancias atajadas por pilas de hojas en blanco, de palabras hurtadas por nuestro acérrimo bienestar: detrimentos y círculos viciosos que han hecho infundada su presencia en el entrecéfalo de nuestros pensamientos, en el mediopálpito de esta ciudadela ya sin él. Dígase tal vez que —extremando recursos— él nos tocará la espalda sin imantar la brújula de nuestro morbo; quizás porque le hemos infundido tanta ficción hoy nos viene bien calzar su muerte, sin decir que no ha muerto, escribiéndole al fin cosas como si sí.
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LA VENGADORA QUE AMÓ A CRISPÍN PORTUGAL Miguel Lundin Peredo No entiendo qué me llena de nostalgia durante esta lucha nocturna, no entiendo la manía por la tragedia que tiene el destino, todavía me queda un poco de alegría en el lugar donde caminaba al lado de ese hombre enamorado de la poesía de Churata, el recuerdo intermitente de su mirada buscando libros en la voz del viento. Nací en las calles polares de El Alto, mis primeros coqueteos con el mundo de la lucha libre fueron a mis trece años, por aquel entonces no pensaba mucho que ese deporte también fuera de mujeres, recuerdo la primera vez que mi madre me llevó a ver una lucha en un cuadrilátero improvisado, escuchando música cumbia de Los Ronisch, desde entonces quise ser luchadora, aunque en la pobreza de mi vida encontré la gloria de la fama entre las cholitas que se enfrentaban conmigo. Llevaba una máscara para ocultar mi rostro de las miradas curiosas de mis vecinos y amigos. Al final de cada jornada, la única persona que aplaudía era ese hombre misterioso que decía ser escritor, se acercó en muchas ocasiones a mi después de terminada la lucha y me pidió que me quitara mi máscara, le dije que no podía hacerlo, que era un código de vida de las cholitas luchadoras. Me contó que estaba trabajando en un personaje femenino que vivía de la lucha libre boliviana, me dijo en alguna conversación de café y humintas que su personaje reflejaría el sacrificio de la mujer de pollera por buscar un lugar importante en un mundo machista. Le dije que su idea parecía muy interesante, pero lamento decir que nunca pensé que terminaría de escribir su novela corta, considerada por algunos estudiosos como un cuento largo. Mi vida continuó apagándose en luchas donde terminaba perdiendo reputación en el mundo de la lucha libre y ganando más admiradores, pensando cada vez más en el amigo escritor que había ganado en esta vida. Fui perdiendo la concentración en mis 17
combates con otras luchadoras de esta profesión, no sabía por qué tenía una temporada de mala suerte, la verdad era que no deseaba admitir que ese chango llamado Crispín me estaba quitando la profesionalidad con sus palabras cargadas de sabiduría. Perdí las ganas de luchar, hasta que volví a encontrarlo sentado en un banquillo, me invitó un poco de su acullico y masticamos coca hablando de la lucha libre mexicana y de la literatura que era tan desconocida para mí. Me dijo que ya había terminado su novela y que la publicaría con una editorial cartonera. Sentí un vértigo cuando leí el manuscrito de ese libro breve, quise decirle las impresiones que me dejó su lectura, pero me enteré que la muerte me había quitado su sonrisa para siempre. Desde entonces cada atardecer de un domingo compro un ramo de rosas y lo dejo en la tumba del Crispín, al que amé en silencio, sin saber que estaba casado y tenía un hijo. Lo único que me da alegría es saber que fui la inspiración secreta de su novela y tal vez él también fue el motor inesperado de mis futuras victorias en el ring. El golpe de mi rival me hace olvidar un poco quien soy, qué fuerte golpea esta imilla. Hay que seguir luchando en el cuadrilátero de la vida, compadre Crispín, una patada mía hace que ella pierda el equilibrio, los aplausos del público me dan más valor para ganar este combate.
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UN ATREVIMIENTO Claudia Michel F. Tal vez es un atrevimiento profano publicar estos textos de Crispín, para los que no le conocimos puede ser un intento de perpetuarlo, de no dejarlo ir del todo, de encontrarnos de alguna forma con él. Transcribir los textos que jamás hubiera querido publicar, entrando abusivamente en su conexión íntima con la literatura, en sus secretos con ella, me ha cuestionado mucho. Pero él también, sin quererlo, ha entrado en nosotros, en nuestras vidas, en nuestra relación con la literatura. No se trata de una revancha pero sí de una disculpa por hacer algo que él no hubiera permitido en vida. Al menos nos permitimos de esta forma dejar constancia de su recorrido vehemente por las letras, que solo será posible mantener en sus escritos. No quiero llenar una hoja con virtudes que no he visto, con elogios supuestos, con mentiras. Sí, tal vez con alguna ficción, como las que él mismo escribió, mentiras literarias que nos permitan vivir, la literatura muchas veces es esa mano que nos detiene o que nos empuja.
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ME ACUERDO DE CRISPÍN Virginia Ayllón
Me acuerdo del Crispín, fumando apoyado en un poste de la calle 8 de la Villa Dolores de la ciudad de El Alto. También recuerdo verlo desde la ventana de un bus público, corría por la avenida 6 de Agosto, seguramente hacia la Carrera de Literatura. Otra vez Crispín, riendo con Roberto y Darío, cerca de la Ceja de El Alto, mientras yo corría a su encuentro, estaba retrasada. Un lindo recuerdo es la mesa que compartimos los yerbamalas, Humberto y yo en un famoso bar de El Alto, luego de la presentación de los cuatro primeros libros de la editorial. Crispín cargando dos grandes paquetes, saludándome con las cejas arqueadas mientras acomodaba su puesto de venta de varios libros de Yerbamalacartonera en la Contraferia del Libro. El mismo día, Crispín, en mangas de camisa, tapando la cara del sol, sentado en el suelo, mirando los pocos libros que le faltaban vender. Pero no me acuerdo de Crispín el día de su velorio, habría sido bueno hablar con él esa fría noche, compartir los planes del Darío o el té caliente de la Vicky. Posiblemente se habría sentado con su hijo en las rodillas aunque seguramente habría tenido que correr tras el intranquilo niño en varias oportunidades. Si me acuerdo, en cambio de su visita a la mesa de Todos Santos que con cariño armamos para que nos visite el pasado noviembre; fue muy chistoso y el celebró que la comida preparada quedara nadando en la cerveza que todos queríamos invitarle; reímos mucho ese día. Entre mis recuerdos, sin embargo, me falta su opinión del video argentino de Yerbamalacartonera. Es una de las tantas charlas pendientes que quiero sostener con Crispín. A veces anoto los temas para no olvidarme. La apurada vida no nos permite el tiempo que quisiéramos para los amigos. Por eso con Crispín hemos encontrado en los sueños un buen tiempo y generalmente buen lugar para conversar. La última vez nos quedamos sin cigarrillos y prometimos que eso no nos pasaría la próxima. Ya le conté que se anda armando un homenaje para él en el 20
Bocaisapo y convinimos en que el lugar no podría ser mejor dado el gran número de gente que se congregó para la presentación de otros tantos libros de la editorial, años ha. Hemos quedado en que tanto él como yo recogeríamos la mayor cantidad de información, cuentos y chismes del famoso día y que ese sería nuestro próximo tema de conversación. Pido pues me ayuden en mi cometido; por mi parte ya he comprado una cajetilla más de cigarrillos.
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A CRISPÍN Marco Montellano No somos seres de luz ni la savia nos recorre. Las palabras son luciérnagas en la noche eterna del escritor. El arte devela a la muerte, pero es ella la verdadera artista. Somos árboles jóvenes pero nos llega el otoño.
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CRISPÍN, EN LA ESTACIÓN DE LA TIERRA Ricardo Bajo H. Conocí a Crispín Portugal, escritor y activista cultural alteño en el fatídico 2003. El festival de literatura de la Wayna Tambo había parido un nuevo colectivo de escritores jóvenes. Se hacían llamar Los Nadies, tomando el nombre de un poema de Eduardo Galeano. Era noviembre y octubre todavía estaba en la retina, cargado en rojo. Changos, escritores con ganas de transmitir, El Alto, ciudad valerosa e irreductible… “Estos tipos se “merecen” una nota y en tapa, carajo”, me dije. Y así fue, me contacté con Vicky Ayllón, que todavía laburaba en el Cedoal del Espacio Patiño, antes de que la botaran injustamente. Vicky citó a Los Nadies y la nota se hizo. Salió en tapa y centrales del Fondo Negro un 2 de noviembre de 2003. Allí estaba Crispín, detrás de Rodny Montoya y Jacqueline Calatayud, agazapado junto a Marco Llanos. En la azotea del Cedoal, en una tarde soleada de noviembre. Dicen los amigos cercanos de Crispín que su obsesión era la muerte. Y era verdad. En aquella lejana tarde de chompa y sol, me dijo: "escribo por la necesidad de transmitir sentimientos, de dolor, de muerte, el tema de mi obra es la muerte porque es una cosa muy temida y muy inspiradora, también". Luego, cuando nos intercambiamos emails, me di cuenta que nada de lo que decía era pose. Su dirección era cagopues arroba… Así, me contó que su primer poema, a los ocho años, se tituló: “siempre quise morir menos hoy”. Y parece que también fue su último verso, el que escribió el pasado 18 de julio. Le gustaba Renato Prada, Adela Zamudio y Robertito Echazú, del cual aquella tarde de noviembre cargaba su poemario “La morada del olvido”. Compraba libros usados en la feria 16 de Julio de El Alto y dicen sus amigos cercanos que sobre su mesilla, la última noche, estaba “Frankestein” de Mary Shilley. Seguramente lo compró en la 16 de Julio, donde antes también había adquirido clásicos como 23
“El doctor Zhivago” y “Los tres mosqueteros”. En aquel Fondo Negro publicamos un cuento suyo,”Fragancia de muerto”. Otra vez la muerte, siempre la muerte, la canción eterna que lo vestía de luto. Nos vimos por aquí y por allá, pero la segunda vez que entrevisté a Crispín fue el año pasado, en agosto. La editorial Yerba Mala Cartonera había nacido unos meses atrás. El que escribe estaba a cargo de otro suplemento cultural, El Malpensante, en El Juguete Rabioso, de Wálter Chávez. Publicamos apenas dos números y en el segundo los “cartoneros” y su literatura militante estaban en la tapa. Y ahí aparecía otra vez Crispín, sentado en el suelo de la plaza Abaroa al lado de su cuate Darío Luna (ver foto). Junto al “parche” con todas las novedades de la primera hornada de los “yerbamalacartoneros”. Era mediodía, charlamos sobre literatura, sobre autores malditos, sobre los mecanismos alternativos de publicación, sobre los jóvenes escritores y sus dificultades de salir a las calles con sus obras… Crispín hablaba de Borda, de Churata, del vanguardismo andino… Al final de la charla, me compré varios ejemplares de la primera colección de la YerbaMalaCartonera. Crispín me dedicó el suyo, “Almha, la vengadora”, que por cierto es el “best seller” de la editorial cartonera, en una especie de justicia y venganza poética. “Para un compañero y todo lo ligado a ese „gran‟ término. Con absoluto aprecio por su calidad humana, para Ricardo Bajo, gracias, La Paz 31 de agosto, 06”. Así era Crispín, callado, reflexivo y con una humanidad que no se podía aguantar, como dicen los gitanos. Solo hablaba para decir verdades como puños. Un tipo necesario, imprescindible, de los que luchan todos los días, como decía Bertold Brecht. En una de sus obras, la citada y exitosa “Almha, la vengadora” (una de sus virtudes es llevar a la ficción el mediático mundo de las cholitas peleadoras de lucha libre), su protagonista, luchadora del “cachascán”, hija del más odiado y despreciado 24
luchador, el “Khari khari” exclama antes de enfrentarse a “Chota, la j´achota”: “hasta cumplir mi sentencia, gritaré: quiero morir”. Crispín está ahora en la estación de la “pachamama” junto a Robertito, a Victor Hugo, a Blanca, y a tantos y tantos compañeros escritores. “El hombre vive cansado. Espera cualquier / estación /de la tierra. Ama a una mujer. El hombre vive / cansado. La estación de la tierra lo espera/ -muy dócil- como un viejo rencor”. (“Akirame”, Roberto Echazú)
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SAJRA T’ULA D. M. Luna
Como hilo de agua caída, la vertiente luz se colapsa. De la frente rígida, inerte, emerge el almha mather, voraz de alma. Sabe Wiracocha. La sajra t’ula torna a germinar.
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NEVADA Nicolás G. Recoaro Ahora que ya pasó un año. Un año justo de aquella nevada que dejó a Buenos Aires como si fuera una ciudad de la estepa rusa. Ahora que me acuerdo de aquellos días casi sacados del cómic El Eternauta, con una ciudad que me recibía blanca después de un largo viaje sin retorno por las alturas de tu ciudad, de tus pagos. Las alturas de los mercados que durante meses caminamos. Las alturas de los boliches de La Ceja donde charlábamos sobre tus libros, sobre tu editorial cartonera, sobre tus sueños de viajar a Las Yungas, y quizás también, de tus ganas de irte. Pero quiero confesarte algo, aquella vez que nevó en Buenos Aires no fue la primera vez que vi las gotitas blancas y congeladas cayendo desde el cielo. No, no puedo mentirte, de chico me metía en la heladera Siam en la casa de mi abuela para picar el congelador y jugar con mi hermano a que estábamos en las cumbres nevadas del Aconcagua. Pero esa no era nieve de verdad. Tampoco puedo decirte que la nieve que cubre como sábana la cumbre del Illimani haya pasado por mis manos, esos son lujos que solo los gringos pueden darse en tu querida Bolivia (ahh, también pueden darse el placer de jalar esa nieve afrodisíaca que ustedes llaman cocáina, con típico acento boliviano). Bueno, compadre, vayamos al punto, la primera vez que vi caer nieve fue en tu ciudad, y vos estabas muy cerca, Crispín. Fue aquella noche en que presentamos algunos libros y el avance de la película en el Teatro de la Alcaldía de El Alto. Un viernes en que las nubes se empecinaron en derramar litros y litros de agua sobre las calles de El Alto. Me acuerdo que llegaste empapado al teatro, con varias bolsas repletas de libros cartoneros. Con tu campera amarilla y la raya tanguera que te hacías en la cabeza, siempre con aire de poeta maldito, con aire de gran escritor. También me acuerdo que por el diluvio, que a la hora en que debíamos empezar la presentación había cobrado dimensiones bíblicas, la asistencia no fue del todo populosa. Unos veinte gatos locos (la fauna del arca incluía 27
especimenes rarísimos de las letras bolivianas: Humbertos Quinos, Marcos Montellanos, Vickys Ayllones) disfrutaron de la presentación de libros más secreta y pasada por agua de la literatura universal. Pero la noche fue memorable, querido compadre. Recuerdo que leí un cuento, y que por la emoción (o quizás por el contagio que produjo la lluvia en mi persona) algunas lágrimas me rodaron por la mejilla, pero en aquellos precisos momentos, también sentí que las lágrimas se congelaban. “¡Milagro!”, dirían los creyentes. “Este tipo nos miente”, sugerirían los agnósticos. Recuerdo que bajé del escenario y una muchacha me hizo señas para que me acerque a hasta la puerta del teatro. Caminé despacio y con mis dedos me sequé las gotitas de heladas que reposaban en mis mejillas. Me acuerdo que sentí una brisa fría que venía de la calle. Me acuerdo que ya no se escuchaba la furia del agua golpeando el techo de la sala. Cuando llegué a la puerta, vos estabas mirando como la nieve caía sobre algunos minibuses en la Ceja. Nieve, nieve blanca, nieve alteña, nieve por primera vez entre mis manos. No sé si te acordarás de mi cara, pero yo me acuerdo de la tuya. Esa fue la primera vez que vi nevar, Crispín. Un par de semanas después un mail me dejó más helado que aquella nieve. Pero también me dieron más ganas de hacer la película que alguna vez soñamos. Hoy ya pudo decir que una parte muy chiquita de lo que sos quedó vivo en la película. Hoy puedo contarte que pese a que es invierno, en Buenos Aires hace un calor raro para esta época invernal. Acabo de consultar el pronóstico del tiempo y dicen que mañana no va a nevar. Pucha, mejor termino estas líneas y me voy a dormir. Espero que los del Servicio Meteorológico se equivoquen. Quiero despertarme y ver a la ciudad cubierta de nieve, como aquella noche en El Alto. .
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PARA CRISPÍN PORTUGAL, DONDE ESTÉ… Marcelo Gutiérrez Pardo El tiempo es inconmensurable. Pero en ese infinito podemos enmarcar determinados instantes, apenas solo destellos en un devenir continuo y que pueden ser mucho más intensos que una luz fulgurante en el espacio. Recuerdo muy bien a Crispín Portugal, solía verle en la U o, en ciertas ocasiones, con una banda de amigos llamados “Los Nadies”. Casualmente, coincidimos en el Taller de Creativa II de Adolfo Cárdenas el año 2006. Cuando me encontraba cerca de él solía inspirar en mi un gesto de confianza que pocas personas transmiten, cuando esto ocurre, definitivamente sabes que se trata de alguien en quien puedes confiar o compartir unos momentos, un cigarro, una chela. Alguna vez me contó que tenía un programa en la Wayna Tambo, que su frecuencia era tal número en donde podía sintonizar la radio. Jamás lo escuche. Pensamos para nuestros adentros que precisamente este tiempo que vivimos es infinito, que hay tiempo para todo, que podemos robarle un instante, pero lamentablemente el tiempo dispone una mortal finitud sobre algunas cosas. Me entristece no haberle escuchado en la radio. Quisiera comentar algo más, un encuentro que sostuvimos aquel año una noche después de clases. El más importante y, ahora que lo rememoro, jamás podrá fugarse de mis recuerdos. En cierta oportunidad se me ocurrió escribir un cuento sobre una pareja de homosexuales que leí no me acuerdo en que fecha para el Taller de Creativa II. A la conclusión de clase, Crispín se me acercó y con ese tono de confianza y verdad en las palabras me dijo que aquel cuento le había gustado, cosa extraña pues a algunos no les cayo muy bien. Me sorprendió y a la vez me entusiasmó de sobremanera y como buenos bolivianos, por culpa de cierto código genético transmitido por nuestro ADN de generación en generación, otros le llaman cultura chupística, otros simplemente nos llaman borrachos, decidí celebrar ese gesto invitándole a un encuentro con su alteza real, la emperatriz Chela. 29
Él estaba con un amigo, no se su nombre, pero si recuerdo su presencia aquella noche. Como dije anteriormente, un pequeño instante puede contener una eternidad. Esa noche los tres conversamos intensamente. Soy de aquellos que gustan de esos diálogos, francos, críticos, sinceros, fundamentalmente, inolvidables. Pude aprender tanto de él en esas pocas horas juntos, rodeados de varias cervezas, unos dados y un cubilete, que todo el año que pasamos juntos en Creativa. Lamentablemente solo fue una vez, hubiese querido que sean más. Me acuerdo de sus sueños y sus palabras, quién iba a pensar convertir la música trova en cumbia villera para acercarla a las personas y se vuelva popular, o su visión critica de la política, o principalmente, su profundo sentido literario. Gracias a Roberto Cáceres, puedo recordarlo ahora como si fuera ayer, me dijo que si podía escribir unas líneas recordando a Crispín. Como no hacerlo, como no recordar a esa persona, a ese amigo, quién nos visitó tan fugazmente para después marcharse. Yo, prefiero recordarlo como esa noche, como esa imagen de amigo con quien sin duda volveremos a conversar en otros momentos, en otras vidas. Tal vez ya nos hemos visto más antes y él esté esperando para compartir otras chelas y recordar que solo somos unos humanos, visitantes de este mundo. A su recuerdo… ¡Salud!
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HUAJTA
Betoáceres Un libro es un suicidio aplazado. Emile M. Cioran Acabo de leer Frankeinstein de Shelley y tiemblo al creer que la regla implacable siga su curso. En el relato, el Doctor Frankenstein dice que al concebir la idea de hacer al monstruo, como él lo llama, no supo entender el presagio: su madre moría en esos momentos. Antes de relatar las muertes sucesivas de su creación, él dice: "aprendí a saciar el mal con la prosecución de mis trabajos, y la felicidad con el abandono de los mismos". Leo el prólogo de Shelley, su reunión con Lord Byron, Polidori y su esposo Shelley y esos nombres me llenan ahora sí de terror, terror al enterarme en la biografía de la autora, que cuando ella escribía Frankestein, su hermana se cortaba las venas en otra ciudad; que luego murieron sus hijos y su esposo, que abandonó la literatura por eso. Terror porque en esta realidad, cerca del cuerpo de Crispín encontraron el libro de Shelley, libro en el que el monstruo en el último capítulo decide suicidarse. Terror porque no quiero llamar a nadie en este momento y averiguar una desgracia más fuerte de las que me ha tocado. La Paz, Junio de 2008
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PARA CONOCER A CRISPÍN Richard Sánchez
Siempre que entrevisto a especialistas sobre un determinado autor me explican miles de cosas y rehacen su vida. Los lectores de un escritor que ya se ha ido lo reviven a través de la prensa, de lo que se dice, de lo que se cuenta, de lo que se inventa, hasta crear un mito muy lejano de lo que realmente fue un artista de las letras. En este caso, el de Crispín, tenemos dos de sus cosas más importantes que aún nos quedan: sus libros y la editorial Yerba Mala Cartonera, uno de los "hijos" de Crispín, como lo dijo su propia esposa durante la presentación del documental Yerba Mala, realizada por Colectivo 7. Quien se interese en Crispín debe dejar de lado el antepenúltimo párrafo y empezar por leer su obra y a conocer la actividad de los yerbas malas pues ahí empeñó su vida.
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Ediciones Yerba Mala Cartonera Para no desesperar en las trancaderas, para dejar pasar las propagandas de la TV, para aguantar las marchas, para caminar subidas sin darse cuenta, para bailar al ritmo de la cumbia del minibús o para cuando tengas simplemente ganas de leer. Un libro cartonero, casero, tu mejor cómplice.
Otros títulos:
Crispín Portugal, Almha, la vengadora Gabriel Pantoja, Plenilunio Vadik Barrón, iPoem Bruno Morales, Bolivia Construcciones Carolina León, Las mujeres invisibles Yancarla Quiroz, Imágenes Rodrigo Hasbún, Familia y otros cuentos Claudia Michel, Juego de ensarte Juan Pablo Piñeiro, El bolero triunfal de Sara Jessica Freudenthal, Poemas ocultos Beto Cáceres, Línea 257 Darío Manuel Luna, Khari-khari Gabriel Llanos, Sobre muertos y muy vivos Santiago Roncagliolo, El arte nazi Fernando Iwasaki, Mi poncho es un kimono flamenco Nicolás Recoaro, 27.182.414 Marco Montellano, Narciso tiene tos Vicky Aillón, Liberalia Banesa Morales, Memorias de una samaritana Washington Cucurto, Mi ticki cumbiantera Crispín Portugal, !Cago pues! Nelson Van Jaliri, Los poemas de mi hermanito 34