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Cuento- El observador

Paola Arroyo Frías

Todos podrían pensar que ser tan deseado por las personas es una situación envidiable y, aunque no voy a negar que me hace sentir muy importante, debo confesarles que es agotador, pues al final del día nunca sé con exactitud dónde amaneceré y, peor aún, de qué vivencia me tocará ser espectador. Para ser exacto, cada día vivo una historia diferente y, en ocasiones, con matices tan contrastantes que de la noche a la mañana pueden colocarme como el héroe o el villano de la película. Definitivamente prefiero ser el héroe, por supuesto, pero hay veces que aunque yo quiera no puedo hacer nada por aquellas personas que suponen que al utilizarme obtendrán lo que necesitan y, bueno, a veces no es así. Créanmelo Podría escribir toda una enciclopedia para platicarles mil historias en las cuales he estado presente, pero les contaré una de ellas, una que dejó en mí una profunda huella. Jamás olvidaré el día en que llegué a las manos de Francisco; nunca he conocido a alguien tan extraordinario, hay corazones que nunca dejan de latir por el amor a los demás. Esa mañana me encontraba en una panadería en el centro de la ciudad de México. El dueño nos alistaba para hacer las compras que necesitaba para preparar cuernitos y conchas, según yo había oído eran las mejores del pueblo. La mañana era soleada y en el ambiente se respiraba una buena dosis de tranquilidad combinada con un delicioso aroma a hojaldre, harinas y dulce con el que don Evaristo preparaba tan suculentas piezas de pan. Francisco, un joven de veinte años, humilde, pecoso, despeinado y de mirada vivaracha se comía con los ojos la panadería; se imaginaba devorando la producción del delicioso pan exhibido en los anaqueles; el esponjoso alimento era tan famoso que incluso había ocasiones en que se terminaba antes del mediodía.

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De pronto, dos hombres barbudos, con playeras de rayas y pantalón de mezclilla irrumpieron la tranquilidad del ambiente para someter a don Evaristo, su esposa y dos empleados dispuestos a iniciar la producción. Hombres sin corazón que salieron corriendo y dejaron a don Evaristo con las manos vacías. Como panadero era una persona robusta y con una gran fuerza, pero nada pudo hacer para detenerlos. Por el contrario, Francisco siempre fue un chico muy consciente y educado, por lo cual sin pensarlo dos veces fue tras los maleantes. Ninguno de los fugitivos se percató que al dar la vuelta dos cuadras adelante un forro del maletín se abrió y yo fui a dar a un rincón; al momento de caerme de aquel maletín pude notar lo sola que se encontraba esa calle y pensé que tal vez mi destino iba a ser quedarme ahí por un muy largo tiempo e igual, un día, desparecer. Resignado a mi suerte comencé a pensar en todo lo bueno y malo en lo que había participado en el transcurso de mi vida, solo para encontrar ánimo y esperar que de alguna manera alguien me encontrara. Sabía que tal vez ahí acabarían mis días si es que alguna tormenta decembrina se animaba a visitarnos. De repente, noté un golpeteo en ese rincón y vi una mano que intentaba llegar hasta mí para sacarme de tan lúgubre sitio. Era la mano de Francisco que había observado perfectamente toda la escena del asalto. Me llené de alegría y al mismo tiempo supe lo insignificante del valor que represento cuando de por medio está seguir viviendo. Fue un momento de doble felicidad, pues, por un lado era rescatado, pero por el otro sentía el latir acelerado del corazón de Francisco, quien corría hacia un escondite como si hubiera sido parte de la banda de asaltantes

Al llegar a la cima de un árbol, Francisco no dejaba de observarme y empezó a platicar conmigo, sus ojos llorosos acusaron de inmediato la tremenda emoción que sentía, entre sollozos me decía que jamás había tenido en sus manos a alguien como yo. Me veía y me veía, y sus manitas temblaban cada vez que escuchaba a alguien acercarse, pero no dejaba de platicarme ni decirme lo mucho que me necesitaban él y su familia.

Tampoco dejaba de fantasear en muchas cosas que podía disfrutar para él, pero siempre pensó primero en satisfacer las necesidades de sus hermanitos. El plan A era definitivamente ir a comprarles comida y, si alcanzaba, por qué no, alguna prenda para taparse del frío. Nunca me había sentido tan bien de existir y ayudar a alguien tan noble; era un niño sorprendente, tierno y lleno de bondad. No solo hablaba del gran amor que sentía por las personas en su vida, sino también decidió hacer algo al respecto y no dudó en aprovechar la oportunidad. Debo decir que encontrar a personas a quienes les gane más el amor que sus intereses materiales es realmente difícil. Francisco finalmente salió corriendo de su escondite. Yo estaba dispuesto a dar todo de mí para hacerlo feliz, pero de pronto se paró y me dijo que no podía utilizarme, porque yo en realidad le pertenecía a don Evaristo y, aunque era un viejo rabilingo, él debía hacer lo correcto, porque así lo habían criado. Yo jamás le hubiera dejado hacer eso. Claro que no, ¿por qué? Al final, por fin mi existencia había encontrado un propósito, él me necesitaba más que el panadero. Sí, era cierto que, en principio, yo era de don Evaristo, pero las circunstancias de alguna manera me habían llevado a Francisco. Nada pude hacer y regresé a la caja de la panadería. Lo más triste fue que don Evaristo ni siquiera agradeció el gesto y, lejos de eso, sospechó de Francisco y lo relacionó con el asalto, pensó que tal vez él pudiera saber quiénes eran los ladrones o incluso podría haber sido uno de ellos. Mi viaje continuó y llegué a las manos de Juliana, quien después me llevó a las manos de Silvia, la señora del mercado del domingo que se pone en la calle de Madero. No me quejo de mi recorrido, pues Juliana me hizo ver el amor desde otra perspectiva: ella estaba enamorada de Luis, al cual conocí después de llegar a las manos Silvia… Y así es mi existencia, yendo de norte a sur, de este a oeste, pasando por miles de manos y sirviendo como llave de acceso a miles de productos. Soy un mero espectador de la vida. Qué injusta es a veces y qué difícil juzgar el porqué de las cosas. Yo seguiré rodando de aquí para allá, pero Francisco, estoy seguro, brillará donde quiera que sea su destino, él me demostró lo que realmente importa. Jamás me había sentido tan insignificante de ser un simple billete.

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