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Zaguán Literario 08
Amor de estación
Arturo Mendoza Peña
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Fernando ingresó a la estación Félix Cuevas de la Línea 1 del Metrobús, como lo hacía cotidianamente, de lunes a viernes, casi de forma monótona. Tomó su cartera, sacó su tarjeta y recargó 50 pesos, lo justo para los pasajes de los días restantes de la semana. Cruzó los torniquetes con un caminar pausado. Se paró a esperar la llegada del autobús, en el tercer espacio justo después de la compuerta destinada para mujeres y personas de la tercera edad. Con audífonos puestos y la paciencia que le daba salir temprano de casa, se quedó aguardando. Al llegar la unidad, ingresó y se colocó en la parte de la articulación entre los dos camiones que conforman un metrobús; se recargó sobre un sostén allí ubicado. De pronto notó la presencia de una dama que lo observaba fijamente. Fernando se sonrojó y le sonrió, provocando la misma reacción en ella. Al pasar de las estaciones la unidad fue abordada por más gente, lo que provocó un tropel y que se perdieran de vista. No supieron dónde bajó cada uno.
Al día siguiente, la rutina de Fer se repitió: ingresó a la estación y se colocó en el andén, en el mismo espacio que habitualmente ocupaba. Pero ese día la música no sería su acompañante, pues olvidó los audífonos en el buró de su habitación. Este pequeño detalle le permitió observar a su alrededor, y vaya sorpresa que se llevó. En el espacio destinado a mujeres aguardaba la misma dama del día anterior. Parecía como si lo estuviera esperando. En ese momento arribó el transporte y lo tomaron. Para volverlo todo más familiar ambos se dirigieron al mismo lugar, el de la articulación, como si se hubieran puesto de acuerdo, sin saber que normalmente se paraban en aquel rincón. La escena se repitió así durante los días subsecuentes, ambos ya se esperaban inconscientemente, querían verse como dos amigos, aunque simplemente eran un par de desconocidos inesperadamente atraídos uno al otro. Cruzaban miradas, se buscaban con un simple vistazo y corroboraban que fueran dentro de la unidad.
Tras casi un mes de esta rutina, Fernando se animó y cruzó el vagón para acercarse a la dama y, finalmente, establecer una conversación con ella. —Hola —le dijo con voz temerosa. Con una sonrisa ella le contestó el saludo, sin enunciar una sola palabra, situación que aturdió al caballero, pero no fue impedimento para insistir en una charla. —Me llamó Fernando, mucho gusto —le expresó mientras le estrechaba la mano. Ella le respondió el saludo, pero siguió sin emitir una sola palabra; eso sí, lo observó con la misma mirada de aquel primer día. Sin embargo, la conversación interna de nuestra protagonista era contraria a lo que expresaban sus labios. Mil ideas y cientos de palabras pasaban por su mente. —Si supieras que por ti salgo más temprano de casa, para encontrarnos y verte —se decía mientras sonreía sutilmente. Fernando estaba convencido de que había caído en el intento y bajó en la estación con un rostro desencajado y pensativo. Si bien no había logrado establecer una conversación, sentía algo en el ambiente, pero, sobre todo, las miradas que intercambiaban podían decir más de lo que uno pensaría. En días posteriores, un chocolate, una rosa o simplemente algún fragmento de poema fueron los detalles que le dedicaba Fernando a la mujer que le había robado el corazón. Un jueves 19 de febrero, se sentó junto a ella sin imaginar que ambos llevaban sus mejores vestimentas pensando el uno en el otro. De pronto se miraron y ella suspiró, mientras que a él se le iluminó la mirada tras esta reacción. Por fin sucedió el esperado intercambio de palabras. Esta vez Fernando no se bajó donde solía hacerlo. Ese día aguardó a que ella bajara y la acompañó a la salida. —No sé tú, pero creo que es una gran idea ir a tomar un café para conocernos. ¿Me aceptas uno? —insistió con voz suave.
Ella simplemente sonrió, y afirmó con un movimiento de cabeza. —Pero, ¿cuándo? ¿Cómo te llamas? —manifestó mientras ella emprendía camino a los torniquetes. —Andrea, y ya tendremos tiempo de platicar más detalladamente. Te veo mañana — le contestó por fin sin voltear a verlo, pero con una sonrisa enamoradiza. Al día siguiente, Andrea llegó puntual a su cita diaria. Esperó. Tras una hora de demora tuvo que abordar una unidad, ya se le hacía tarde para llegar a su destino. Consternada por no ver a Fernando, los nervios y dudas le invadieron y le persiguieron todo el día. Al lunes siguiente el policía de la estación, testigo de su historia, se le acercó y le dijo: —Busca a don Fernando, ¿verdad? ¿El caballero con el que se veía a diario? —¡Sí! —contestó desesperadamente y voz nerviosa, temblorina. La mirada del oficial no presagiaba un buen futuro. Andrea se hiperventiló y presintió el acecho de una mala noticia. —Don Fernando falleció el viernes en la noche. Un paro cardiaco. Fue fulminante y sus 76 años no resistieron. La dama de 71 primaveras quedó sacudida emocionalmente, en un instante se volvió un mar de lágrimas. No asimilaba la noticia. Quedó devastada por un amor que sintió, mas no se concretó.
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