Julio Scherer. Los años de Excélsior, por Raúl Trejo Delabre

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Julio Scherer.

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Los años de Excélsior

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Durante su gestión como director del periódico Excélsior, entre 1968 y 1976, Julio Scherer García trazó una línea que dividió la historia del periodismo mexicano, que marcaría a generaciones posteriores. Apesar del “periodismo despótico” que se acostumbraba en la prensa de la época, el periodista le supo tomar “el pulso a las élites”, nos dice el doctor Raúl Trejo en este ensayo, el primero de dos partes. Aquel periódico navegaba entre “dos almas”: el conservadurismo y las “páginas de avanzada”, por la pluralidad de sus colaboradores y la brillantez de sus reporteros conducidos por su audaz director, quien privilegió el interés periodístico “a la construcción de acuerdos al interior de la empresa. En esa omisión seguramente influyó el carácter de Scherer, más proclive a la soberbia que a la autocrítica”, advierte Trejo. Después vendría el golpe a Excélsior en julio de 1976. Raúl Trejo Delarbre

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os periodistas y los políticos se necesitan y se aborrecen. El pensador español Javier Pradera describió la relación entre ambos como la de dos transeúntes que se cruzan en un callejón solitario y oscuro: no tienen más remedio que pasar uno junto al otro, se temen porque no saben cómo reaccionará el otro, entre ambos se desarrolla una paranoia mutua que fácilmente puede conducir a la agresión. A Julio Scherer García le encantaba recorrer una y otra vez ese callejón, sabía leer los movimientos de los políticos con cuyos caminos se cruzaba, los narraba para exhibirlos, los miraba a los ojos sin amilanarse, disfrutaba esa relación que sabía siempre malograda. Gracias al trato que entablaba con personajes del poder político y económico, Scherer le tomaba el pulso a las elites y al mismo tiempo era parte de ellas. A menudo andaba por ese callejón propinando codazos, pero en ocasiones también lisonjas. En las páginas de Proceso aparecían denuncias (no siempre comprobadas) contra personajes a los que Scherer había cultivado en privado. Pero

tiempo antes, en la época de Excélsior, el acatamiento a la costumbre del trato solícito entre prensa y poder y la necesidad de mantener al diario a salvo de enfrentamientos que perjudicaran su costosa subsistencia, hicieron de Scherer un habilidoso promotor financiero y político de la empresa que dirigió durante ocho años. Periodismo despótico Scherer se formó en el periodismo despótico que predominó en México durante toda la segunda mitad del Siglo XX. Se trataba de un periodismo en dos sentidos autoritario. Dependiente del gobierno, ese periodismo por lo general mantuvo con el poder una actitud de subordinación salvo cuando, ya cerca del final del siglo, hubo publicaciones que encontraron más redituable golpear e incluso calumniar a políticos y gobernantes para seguir disfrutando favores y concesiones. Por otra parte ese periodismo fue, y en muchos casos aún es, autoritario. Es así, porque se organiza a partir de periodistas relevantes que concentran y toman decisiones en un estilo


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tan mandón como, toda proporción guardada, el que definió durante largo tiempo al presidencialismo sin contrapesos que padecimos en este país. Por varias décadas y con excepciones escasas, la prensa no cuestionaba al gobierno, pero eso no significaba que no tuviera poder propio. Lo tenía, a menudo más por lo que ocultaba que por lo que realmente decía. De ahí se derivaba una capacidad para negociar privilegios e impunidades que les permitían a los medios más importantes hacer enormes negocios pero, además, acumular y ejercer una notoria influencia política. Quizá ningún diario ha llegado a tener tanto ascendiente público como Excélsior en los años 60 y 70. Julio Scherer fue reportero de ese diario bajo la prolongada gestión de Rodrigo de Llano, director de Excélsior durante más de tres décadas, hasta 1963. Aquel periodista, que vivía la mitad del año en la ciudad de México y la otra en Nueva

Censura y apertura Aunque por lo general era un reportero disciplinado, Scherer llegó a estar en problemas dentro del periódico por expresar, alguna vez, una opinión política distinta a las que imponía esa casa editorial. En agosto de 1960 él y otros dos reporteros de Excélsior, Eduardo Deschamps y Miguel López Azuara, firmaron un desplegado para denunciar la represión que el gobierno del presidente Adolfo López Mateos perpetraba contra el movimiento magisterial independiente. Publicado en otro diario y suscrito por docenas de escritores y periodistas, aquel documento propició una asamblea de la cooperativa que editaba Excélsior. Las firmas de los tres reporteros eran intolerables para el monolitismo político. Aquella asamblea fue un acto inquisitorial, una auténtica audiencia macartista en la que a Scherer le preguntaron si era miembro del Partido Comunista. No lo era, pero medio siglo más tarde, al recordar ese vergonzoso episodio, pudo añadir: “Dije la verdad, pero no dije que entre sus militantes había luchadores que admiraba y a los que me unía un afecto profundo. De ese lado, del socialismo, aspiración plausible, he pensado que se encuentran los mejores”. Sus simpatías de izquierda definirían algunas de sus más importantes decisiones editoriales varias décadas más tarde, como cuando en 2000 la revista Proceso promovió la candidatura de Andrés Manuel López Obrador y soslayó las notas sobre la campaña de Vicente Fox.

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Foto Excelsior 1958

Julio Scherer García, Director del periódico Excélsior en 1968.

York, habitualmente estaba rodeado de aduladores, igual que los personajes del poder político con los que el diario se congraciaba. Recordaría Scherer en su libro La terca memoria: “Si don Rodrigo reía en grande, todos reían en grande. Y cuando se trataba de ponderar algún suceso y don Rodrigo pensaba, todos pensaban”. En ese contexto de lisonjas y conveniencias, Scherer llegó a hacer periodismo político en una columna dominical que compartía con los reporteros Alberto Ramírez de Aguilar, Manuel Becerra Acosta y que firmaban “Julio Manuel Ramez”. El director, cacique indiscutible, supervisaba la columna y la censuraba de acuerdo con sus filias y fobias, que eran las del periódico. El periodismo de aquellos reporteros no era de denuncia. Ni siquiera de investigación. Por lo general reproducían declaraciones y daban espacio a versiones que recibían a trasmano. La columna política era, ya entonces, instrumento de personajes y grupos del poder para enviarse mensajes y delinear sus perfiles públicos.


Foto: Archivo/Pedro Valtierra/Cuartoscuro.com

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Julio Scherer García y Enrique Meza, agosto 1980.

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Solamente la muerte de Rodrigo de Llano, en 1963, permite una redistribución del poder dentro de Excélsior, aunque con tantas disputas, diferentes concepciones de periodismo y, sobre todo, planes discrepantes acerca de cómo distribuir las pródigas ganancias de esa empresa. Manuel Becerra Acosta padre dirige al diario hasta 1968 y hace de Scherer su hombre de confianza, designándolo subdirector editorial. Por indicaciones de Becerra Acosta, la sección editorial se enriquece con firmas distintas de las que se dedicaban al elogio hueco. Scherer enumera a varios de ellos en su libro La terca memoria: Adolfo Christlieb Ibarrola, dirigente nacional del PAN, que era el único partido de oposición; Alejandro Gómez Arias, antiguo vasconcelista y escritor de prosa elegante y puntillosa; Ricardo Garibay, de inigualable capacidad para retratar a la todavía estancada sociedad de aquellos años; José Alvarado, ex rector de la Universidad de Nuevo León, pero sobre todo periodista de textos magníficos; Froylán López Narváez, en ese momento joven abogado de vocación social que luego desplegaría lo mismo en las aulas que en el periodismo; Rosario Castellanos, que antes de cumplir 40 años ya había escrito sus novelas y cuentos más emblemáticos. Aquella sección editorial tenía ya contrapuntes críticos que la harían discutida y célebre. Las dos almas del diario Becerra Acosta, padre del periodista que más tarde fundaría Unomásuno y que en aquella época fue subdirector de Excélsior, murió en 1968. Después de premonitorias escaramuzas dentro de la cooperativa que editaba el diario, en lugar suyo fue designado Julio Scherer García. La cooperativa Excélsior lo eligió como director del diario, el 28 de agosto de 1968, con 395 votos, de acuerdo con la minuciosa reconstrucción de aquella época en ese diario que hizo el investigador Arno Burkholder. Su contrincante, Víctor Velarde, recibió 322 votos. Desde el primer día, Scherer encabezó un periódico dividido. Excélsior fue en aquellos años un diario conservador, pero con destellos avanzados. Cada año hacía del Día de

las Madres una suerte de fiesta nacional para reivindicar la iniciativa del fundador del periódico, Rafael Alducin, que creó esa celebración en México en 1922. Dos veces al año, los sorteos para suscriptores eran otro acontecimiento, realizados en rumbosos festivales que transmitía la televisión en blanco y negro que había en esa época; el premio principal era una residencia amueblada. Las páginas del diario eran espejo de las elites. Las columnas políticas reproducían el estado de ánimo que imperaba en Los Pinos. Las caricaturas de Rafael Freyre también eran, con pizcas de humor, homenajes a la agenda del poder. Las galas y de vez en cuando los devaneos de los más acaudalados eran referidos en la columna de El Duque de Otranto, seudónimo del periodista Carlos González López-Negrete y cuyo nombre, “Los 300... y algunos más”, indicaba que allí tenían cabida las familias de noble alcurnia pero también algunos advenedizos con dinero suficiente para llegar a ese espacio. Frente al alma conservadora de Excélsior, bajo la conducción de Scherer hubo novedades como la incorporación a las páginas 6 y 7, en donde estaban los textos editoriales de Daniel Cosío Villegas, historiador prolífico y fundador de instituciones culturales. Se sumaron a ese espacio en el Excélsior de Scherer, el también historiador y profesor universitario, Gastón García Cantú; el ingeniero Heberto Castillo, coordinador del Movimiento de Liberación Nacional a comienzos de los 60 y luego preso político a causa de su adhesión al movimiento estudiantil de 1968; el escritor Jorge Ibargüengoitia, de humor fino y desternillante; el abogado Samuel del Villar. Los textos de todos ellos aparecían junto a los cartones de Abel Quezada, el caricaturista que con ironía creaba eficaces estereotipos de adinerados y menesterosos, lo mismo que de políticos y policías entre tantos otros personajes. También se incorporó a esas páginas el periodista y abogado Miguel Ángel Granados Chapa, que había respaldado a Víctor Velarde, pero que pronto fue leal y lúcido adherente de Scherer, quien lo designó subdirector editorial. Vicente Leñero, periodista e ingeniero civil, se incorporó en 1973


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Soberbios reporteros y un tlatoani Todo eso hacía de Excélsior un diario distinto a otros, pero la diferencia más importante era la que lograban sus reporteros. Aquel Excélsior no era un diario proclive a las grandes revelaciones periodísticas, pero sí a mostrar ángulos de la realidad. La crónica, el reportaje, la entrevista, eran géneros Carlos Denegri, la antítesis que los periodistas del Exelsior cultiGuillermo Ochoa, autor en esos años de crónicas inolvidables como las que vaban con destreza e incluso con una escribió cuando viajó a Colombia para libertad estilística e interpretativa que no era frecuente en la prensa mexicana descubrir el pueblo que le inspiró a Gade los años setenta. briel García Márquez la más célebre de René Arteaga, Pedro Álvarez del Villar, sus novelas, recuerda medio siglo más Manuel Mejido, Eduardo Deschamps, tarde el impulso esencial de Scherer, obsesionado por la primicia: Fausto Fernández Ponte, Ángel Trinidad “Personaje estelar del periodismo Ferreira, Arnulfo Uzeta, Enrique Loubet 1ra. plana periódico Excélsior, septiembre de 1964. por el periodismo mismo, del perioJr., José Reveles, Marco Aurelio Carballo, dismo que se ejerce sin más afán que hacerlo y vivir Elías Chávez, Jaime Reyes Estrada, Miguel López Azuara, Rafael con ello la emoción incomparable de ganar la nota, de Cardona, Guillermo Ochoa, mencionados en desorden, fueron algunos de los reporteros que compartieron, pero que además presentar la exclusiva, de trasmitir la verdad periodística, crearon los laureles de aquel Excélsior. Es una lástima que no reporteada, perseguida, escrita y confirmada hasta donde haya una antología de sus trabajos en esa época, aunque algues posible confirmar algo en el efímero lapso que el propio nos de ellos publicaron libros con sus textos periodísticos. Se periodismo impone. Hablo del periodismo que no tiene trataba de un elenco de periodistas apasionados por su oficio como finalidad endulzarle la oreja al poderoso ni encubrir y en el que, signo de la época, no había una sola mujer, como sus pecados. Hablo del periodismo según Julio Scherer”. recordó Rafael Cardona en una columna reciente. Pero no todos los periodistas de Excélsior daban buenas Uno de esos periodistas, Francisco Gómez Maza, evoca la notas ante las instrucciones de ese director de orquesta. riqueza y el eje de aquella redacción: Durante demasiado tiempo el diario había sido instrumento para hacer negocio más que para informar y esa “Todos, en un Excélsior libre, profesional, el periódico de inercia había creado zonas de influencia que parecían habla hispana más importante del mundo de habla hispana. intocables. Un diario en el que, como decía un colega, hasta el más chiCarlos Denegri era el reportero más poderoso de Mémuelo mascaba tuercas. Una pléyade de genios, de preclaros, xico. Nutrido de información desde la residencia preside reporterazos, de dueños, de egos. dencial, su columna diaria y su sección dominical eran “Y en medio de todos, como un tlatoani, como una divinidad, Julio Scherer García, el director, madreando a medio munintocables y se sabía que gran parte de lo que allí aparecía,

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do digno de ser madreado, desde presidentes de la república hasta policías asediados por las moscas de Abel Quezada”. Gómez Maza no exagera cuando emplea la figura del gobernante mexica. A semejanza del sistema político mexicano, organizado en torno a un presidencialismo totémico, Excélsior era un microcosmos cruzado de intereses y grandezas, abundante en vanidades y mezquindades. La concentración de poder que siempre detenta el director de un medio de comunicación se acentuaba en la personalidad intensa y exigente de Scherer. Pero, como se advertiría en julio de 1976, a diferencia del presidencialismo nacional, en Excélsior el depositario de ese poder concentrado no dispuso de todos los mecanismos para crear o mantener los acuerdos y consensos, voluntarios o forzosos, que le permitieran gobernar al diario. La intensidad del trabajo periodístico, convertida en logro cotidiano porque el periódico era indudablemente exitoso, se sobrepuso a la construcción de acuerdos al interior de la empresa. En esa omisión seguramente influyó el carácter de Scherer, más proclive a la soberbia que a la autocrítica.

PERIODISMO

para dirigir Revista de revistas, una de las publicaciones de la casa Excélsior, y desde entonces no se separó de Scherer a quien acompañó día tras día en Proceso. En las páginas de aquel Excélsior también destacaban la columna deportiva de Manuel Seyde, iniciada en 1935, y que se refocilaba en los por desgracia frecuentes traspiés de la selección mexicana de futbol a cuyos integrantes consagró como “los ratones verdes”. Las páginas de “sociales” no dejaron de reseñar bodas, bautizos y otros jolgorios del jet set pero allí comenzaron a insertarse notas de asuntos culturales, entrevistas y crónicas, bajo la dirección de Ana Cecilia Treviño, “Bambi”, que con Scherer encontró libertad para transformar la que, con la inicial de su sobrenombre, hizo célebre como “Sección B”.


Foto: Archivo Proceso foto.

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pero también mucho de lo que no se decía, era resultado de transacciones comerciales. Carlos Denegri, escribió Scherer, “gozaba de la misma impunidad que el presidente de la república” (La terca memoria). Políglota, había entrevistado a prácticamente todos los gobernantes destacados en el escenario internacional de aquellos años. Incursionó, antes que otros periodistas, en la televisión que surgía en los 60. A un desempeño profesional equidistante con la ética, Denegri añadía una vida privada plagada de abusos y escándalos. Murió en 1970 asesinado, según se dijo, por su esposa. El periodista regiomontano Eloy Garza González escribió una contundente semblanza de Carlos Denegri: “Fue el mejor reportero de su época. Fue el peor periodista de su generación. Fue el pionero de las noticias de televisión. Fue el más impopular comentarista televisivo. Fue la pluma más mordaz. Fue la pluma más vendida... Fundó la columna política en México pero institucionalizó con ella el vil chayote”. A Guillermo Ochoa le tocó presenciar el inicio del desmoronamiento del poder que había ejercido el legendario Carlos Denegri. En 1969 estaba por comenzar la campaña presidencial de Luis Echeverría y era costumbre que las crónicas con el “color” de esos eventos las hiciera Denegri. Sin embargo el director de Excélsior le asignó esa tarea a Ochoa. Estaba dándole ese encargo cuando Denegri entró a la oficina de Scherer: “Julio lo recibió con el consabido par de manazos en la espalda. ‘¡Qué gusto de verte, Carlos! ¡De modo que te vas a reportear el mundo…!. Pero -noté- no lo invitó a sentarse. Quería salir rápido del trámite. Quedaron de pie, uno frente a otro, mirándose fijamente con el escritorio de por medio. Más que dos hombres, dos maneras opuestas de entender el periodismo. Julio abrió un cajón de su escritorio y sacó un grueso fajo de dólares. Lo colocó sobre la madera pulida y lo empujó con ambas manos hacia Denegri. ‘Para tus gastos, Carlitos... ¿Se te ofrece algo más, Carlitos?’. ‘¡Espacio en primera plana, Julio’,

exclamó Denegri y empujó el fajo de billetes hacia Julio. ‘¡Ja, ja, ja, qué Carlitos!’, rio Julio tomando a broma la respuesta, volvió a recoger los billetes, se los entregó a Denegri y lo encaminó hacia la puerta con las dos consabidas palmadas en la espalda. De este modo y para fines prácticos, reales, uno de los periodistas que más poder acumularon en México -‘Dios mediante’- salió del periodismo para siempre”. El poder, obsesión y subvención Agua y aceite, Scherer y Denegri encarnaron dos concepciones de quehacer periodístico. Para el primero, el periodismo era el propósito único de la actividad profesional: todo fuera por la noticia, aun a costa de vulnerar fidelidades, amistades, reputaciones. Para Denegri, el periodismo era el instrumento que permitía acumular influencia, impunidad, riqueza. En ambos casos, al poder político se le ve como fuente de servicios y beneficios. Los dos fueron grandes reporteros. Ambos cultivaron una personalidad autoritaria aunque con muy distintos propósitos. Denegri representaba lo que Scherer más destestaba: la corrupción ejercida con el mayor desparpajo, el periodismo adosado al poder. A él, en cambio, le interesaba observar, develar e incluso aprovechar al poder aunque para ello tuviera que acercársele -tanto que, como el conocido personaje mitológico que desafía al sol, pudiera llegar a quemarse en esa proximidad. La denuncia de ese periodismo deshonesto, que recibe prebendas a cambio de aplausos o silencios según sea el caso, ocupa buena parte de los afanes de Scherer después de su salida de Excélsior. Se trata de una cruzada que lo conduce a denunciar, pero también a equivocarse, porque de cuando en cuando señala presuntas corruptelas de otros periodistas, pero sin pruebas suficientes. El trato personal que entabló con los presidentes fue acierto y yerro. Gracias a su cercanía con ellos a Scherer se le abrían puertas, se le develaban informaciones y hasta se le facilitaban regalos para él y recursos financieros requeridos por Excélsior. Esa cercanía, acaso inevitable en los años 70 para el director del periódico más relevante del país, implicaba una sujeción que posiblemente Scherer no pensaba reconocer, pero que sus interlocutores, admitidos frecuentemente como benefactores, sí estaban dispuestos a requerir. En su libro Los presidentes, Julio Scherer relata la petición que le hace a Gustavo Díaz Ordaz para que le gestione entrevistas con otros gobernantes latinoamericanos. Luego, refiere su insistencia para que lo reciban en Los Pinos cuando la relación con el titular del Ejecutivo se enfría después del 2 de octubre de 1968. Allí mismo se describen sus abrazos con Luis Echeverría y la relación de confianza personal que entabla con María Esther Zuno, los muy costosos cuadros que le


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REFERENCIAS: Arno Burkholder de la Rosa, “El Olimpo fracturado”. La dirección de Julio Scherer García en Excélsior (1968 – 1976). Historia Mexicana Vol. LIX, No. 4, abril – junio de 2010. El Colegio de México, pp. 1339 – 1399. • Rafael Cardona, “Medios, spots y delegaciones”. Crónica, 11 de enero de 2015. • Eloy Garza González, “¿Quién mató al mejor reportero de México?”, en www.scriptamty.my, 24 de julio de 2013. • Francisco Gómez Maza, “Julio, campanazo de la historia”, en Análisis a fondo www.analisisafondo.com, 7 de enero de 2015. • Vicente Leñero, “Treinta y cinco años alrededor de Julio”. Proceso número 1993, 11 de enero de 2015, p. 30. • Guillermo Ochoa, “Inolvidable Julio Scherer” en Referéndum, www.referendumrevista.mx 8 de enero de 2015 • Javier Pradera, “Políticos y periodistas”. Nexos, febrero de 1993. • Martha Robles, “Julio Scherer”, en www.martharobles. com, 9 de enero de 2015. • Libros de Julio Scherer García: • Los presidentes. Grijalbo, primera edición, 1986. Edición digital, 2012. • El poder. Historias de familia. Océano, 1990, 128 pp. • Estos años. Océano, 1995, 108 pp. • Salinas y su imperio. Océano, 1997, 146 pp. • La terca memoria, Grijalbo, 2007, 248 pp.

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“Derruida catedral del periodismo” La era Scherer en Excélsior terminó el 8 de julio de 1976 en una asamblea tempestuosa, posiblemente ilegal, de la que ese y varias docenas de periodistas salieron del diario para no regresar jamás. De ese episodio durante varias décadas han prevalecido versiones maniqueas, que colocan a Scherer y los suyos como víctimas de una manipulación orquestada por el gobierno o que, desde el otro punto de vista, consideran que los cooperativistas de Excélsior recuperaron su empresa de un rumbo de colisión que la llevaba al desastre financiero y político. Más recientemente, investigaciones como la del mencionado Burkholder, han descrito un escenario más complejo,

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Dinero, filtraciones, desencuentros En 1975, cuando el peor momento de la crisis financiera que padeció debido a la cancelación de publicidad de grandes firmas privadas el secretario del Patrimonio Nacional, Horacio Flores de la Peña, le entrega a Scherer un portafolios con un millón de pesos en efectivo y la lista de las empresas paraestatales que se anunciarían en Excélsior. Un millón de pesos de 1975 equivalían a casi 16 mil salarios mínimos; en 2015 esa cantidad de salarios mínimos asciende a un millón 200 mil pesos. La cercanía de Scherer y Excélsior con Echeverría es tanta que en septiembre de 1975 a uno de sus colaboradores principales, Ricardo Garibay, le anticipan el nombre del próximo candidato presidencial. Por indicaciones del vocero del presidente, el escritor se entrevista con José López Portillo, inminente beneficiario del destape priísta y Excélsior actúa como punta de lanza de esa candidatura. Scherer escribe, años más tarde, en Los presidentes : “En los días previos al destape, Echeverría y López Portillo tuvieron para Excélsior y para mí en lo personal pruebas de confianza extrema”. No hay duda de que así fue. Relataría Vicente Leñero que en junio de 1976, apenas unas semanas antes del golpe dentro de Excélsior, Scherer y otros directores de diarios acompañaron a Echeverría a Los Pinos, después de la comida por el Día de la Libertad de Prensa. En medio de la conversación, el presidente atacó: “—Se necesita hígado para aguantar a Excélsior- dice. —Hacemos el mejor periodismo que podemos, señor presidente, pensando en el país. Echeverría palmea a Julio, sonríe: —No estoy hablando en serio, Julio. —Yo sí, señor presidente”.

con tensiones dentro del poder político, posiciones diversas al interior de la cooperativa y aciertos, lo mismo que errores, por parte del grupo encabezado por Scherer. A la camarilla que logró quedarse con la empresa la movilizaron la ambición y las alianzas externas. Por su parte, los periodistas expulsados confiaron demasiado en la fidelidad de la mayoría de los cooperativistas, en la influencia política que habían conquistado y en el respaldo del gobierno. Durante muchos años, después de 1976, Scherer esperó de los sucesivos gobiernos una rectificación que le permitiera volver al periódico. Más que una insignia enaltecedora, Excélsior fue una sombra para Proceso. Protagonista de aquellas experiencias, Francisco Gómez Maza considera: “Y luego el semanario Proceso- había que continuar haciendo periodismo, destapando cloacas-, el hijo enfermo de Julio del 76, desde donde nos imaginábamos, enfermizamente, en Reforma 18, la derruida Catedral del Periodismo mexicano”. Para Scherer, el persistente recuerdo de su liderazgo en Excélsior fue acicate y lastre durante el resto de su vida. La escritora Martha Robles lo conoció en varios momentos de ese largo trayecto. Fue esposa de Gastón García Cantú, primero pilar en el grupo que salió de Excélsior y luego abiertamente enemistado con Scherer. A la muerte del fundador de Proceso, Robles ha explicado en estos términos la obsesión que movió, pero a la vez agobió a Scherer después de 1976: “El olvido no fue lo suyo ni bajaba la guardia. No por nada repetía el episodio del golpe a Excélsior en cualquier ocasión. Lo escribía y reescribía hasta el agotamiento, a pesar de que para las nuevas generaciones está lejos de significar lo mismo que para sus protagonistas. Lo relataba escarbando renovadas razones para abundar en la agresión que sufrieron él, el diario a su cargo y sus colaboradores, y también los lectores. Sabía que, pese a otros aciertos, su revista Proceso ni de lejos se acercaría a los logros del glorioso periodo 1968-1976 en que él y un puñado de mexicanos hicieron posible lo que parecía imposible”.

PERIODISMO

regala el presidente -un Siqueiros recién comprado en el extranjero, sin duda con dinero que no provenía de la chequera personal de Echeverría, un Chávez Morado para la madre de Scherer que estaba enferma, otro Siqueiros por la boda de una de sus hijas.


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