11 minute read
Eduardo Galeano Vena Abierta- Gustavo Mota
ESCRITORES
Gustavo Mota
Advertisement
Eduardo Galeano Vena Abierta
Madrid, 09 de junio de 2008
La cita con Galeano es a las doce de la mañana, en el hotel donde pide alojarse cada vez que visita Madrid: El hotel Moderno, en la calle Arenal, un tres estrellas a cincuenta metros de la Puerta del Sol.
La entrevista ha sido concertada a través de Violeta Medina, una chilena que trabaja como agente que promociona libros, películas, obras de teatro y demás salsas culturales, sobre todo, que tengan que ver con la parte sudaca (latinoamericana) que llega a España. A ella le debo llegar a él.
Yllego al hotel, junto con el camarógrafo, y nos conducen a una sala oscura, de sillones grandes y blancos, y negros también, lámparas encendidas, moqueta roja, mesas de mármol. Un sitio lúgubre. Viejo. Con librerías sin libros, con cuadros de pinturas clásicas y marcos dorados, donde sobre un escritorio hay una maquina de escribir sin hojas, una vela encendida, y un florero sin flores. Unas paredes pintas de color verde oscuro.
Aparece Eduardo Galeano, quien baja de la habitación 309. Nos saludamos y le llama la atención los cables por el suelo, las luces de televisión, el desparrame técnico que contrasta con la solemnidad del sitio. Pero aparece con una sonrisa parecida a la del Wason. También con unas cejas parecidas a las del Wason. Los pelos que le quedan son blancos, brillantes, como su calva, y algunas de sus ideas, que algunas deslumbran, como su calva.
Aparece y la voz va por delante de sus pasos. Su tono es de olas calmas, sus formas cambian según el grado de cordialidad o indignación que le suponga cierta sombra o determinado rayo. Busca su acomodo. No desespera ante los preparativos de luces y cámara. Es sereno.
Eduardo Galeano es conocido y reconocido por Las venas abiertas de América Latina, su obra, obligada y releída, en muchas escuelas, juventudes y academias.
Arranca hablando de historia, y dice: “la historia es una paradoja andante, y que la contradicción le mueve las piernas, que sus silencios dicen más que sus palabras y que con frecuencia las palabras revelan, mintiendo, la verdad”. Esto lo argumenta cuando habla de “Espejos”, libro con el que se planta y lleva por el mundo para hablar:
“Me parece que no existe la verdad, me parece que hay muchas verdades. Siempre he dicho que desde el punto de vista de una lombriz un plato de espaguetis es una orgía, depende de dónde se coloque uno para ver las cosas. Lo que intenta este libro es recuperar la mirada de los que estuvieron pero no están porque no les dan lugar”.
Para explicarse mira sus dedos, acaricia sus pulgares, redobla su dicho en la calma que brinda verse en los espejos y saber que hay cosas que sólo vemos a partir de su reflejo.
Soy de donde vivo (México) y de donde vengo (España). Ejerzo el periodismo desde hace 25 años. Lo que más me gusta es el género de la entrevista. Por ello, he tenido delante, acribillando a preguntas a José Saramago, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Elena Poniatowska, Eduardo Galeano, Isabel Allende, y un largo etcétera de las letras, pero también de las músicas y cines iberoamericanos: Andrés Calamaro, Pedro Almodóvar, Gael García Bernal, Gloria Trevi, Ricardo Darín, Alejandro González Iñárritu y Alejandra Guzmán, entre muchos otros. He sido redactor y columnista de medios mexicanos como La Jornada y El Universal. En España he sido Editor Jefe y conductor de NCI Noticias, informativo cultural iberoamericano de Televisión Española. Además he sido Productor y director de la serie Letras íntimas del diario El País, de España. Soy colaborador del periódico mexicano Milenio. El oficio periodístico me enseñó a que lo rápido lleva su tiempo y que el error también puede ser una fórmula para el hallazgo informativo, porque conlleva naturalidad, que suele ser lo más próximo a la verdad. Más de la mitad de mi vida me la he pasado preguntando y ahora lo hago desde el ejercicio de la psicología clínica, con la que he aprendido que para comprender es necesario saber y que para aceptar es necesario analizar; y que afrontar el conflicto es el principio para la cura desufrimientos y malestares emocionales.
Licenciado en Psicología (UVM). Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UNAM). Diplomado en Psicoterapia Breve (UNAM). Suficiencia investigadora (Universidad Complutense de Madrid), España. Candidato a la Maestría en Psicología Clínica (Universidad Autónoma de Querétaro)
Interesados en consulta enviar wathsapp o correo a: 55 66 28 64 96 E-mail: gusmota.mota@gmail.com
Galeano, reflejado, suelta: “Cuando los años van pasando el espejo ya no nos gusta, decimos, está mal hecho, sin embargo, los espejos están llenos de gente que vive en otros lugares del tiempo, así, el mundo no es ni ancho ni ajeno”.
Pareciera que a Galeano le sirve su espejo para mirar lo que viene detrás y explota por delante. Por ello, quizá, su lectura del tiempo: “Los tiburones no tienen marcha atrás y la historia tampoco, pero a veces, a fuerza de tanto olvidar lo que ocurrió, volvemos a tropezar. La memoria que hoy vivimos es única y excluyente, mutiladora, el arcoíris terrestre es mucho más amplio que el celeste pero está empañado por el machismo, el elitismo, el militarismo”.
Los calcetines rojos de Galeano no combinan con el azul de su pantalón, camisa y ojos, pero sí, con el rosado de su rostro, encendido cuando denuncia: “El mundo siempre caminó pero el racismo ha robado nuestra memoria primera. Todos venimos de África, somos africanos emigrados, el sol se ocupó del reparto de los colores pero originariamente el bichito humano salió caminando del África en una época en la que no se exigía mas pasaporte que las piernas”.
Eduardo Galeano contesta sin reloj, sus palabras son de goma, elásticas y monótonas, las ideas le brotan como hongos, espontáneas y necias, algunas incluso de tanto repetir pareciera que resbalan en los lugares exclusivos de la insistencia. Sus creencias zurdas las expulsa como en un monólogo: “En el mundo sigue habiendo ciudadanos de primera, de segunda, y de tercera categoría, pero también muertos, entonces no es que fuimos todo, fuimos mas que un proyecto de lo que podemos ser. Yo siempre digo que el mejor de mis días es el que todavía no viví”.
Este uruguayo mide casi dos metros de caballerosidad, y de cera y cerámica son sus modales, no así sus luchas que destilan una robusta indignación, está cabreado, sus dientes son desiguales, pareciera que estuvieran alterados por la molestia que le genera el racismo.
Dice que Espejos lo escribió como un homenaje a la diversidad, y que todos los prejuicios racistas le producen asco, tanto que le hacen extender sus brazos y llevárselos al cuerpo como si le doliera el estómago, algo apesta dicen las manos que tapan su nariz cuando imita a los que dicen: “Por culpa de estos que vienen de afuera y trabajan el doble a cambio de la mitad, nosotros, los aquí nacidos, no tenemos trabajo, ese tipo de discursos que lamentablemente cada vez se escuchan más, y que tanto daño están haciendo, equivale a criminalizar la inmigración.
Aparte de eso, niegan la diversidad, o sea niegan la posibilidad de que seamos múltiples, niegan lo que rompe los ojos, y lo que rompe los ojos es que lo mejor que el mundo tiene está en la cantidad de mundos que el mundo contiene. Todas las constituciones reconocen el derecho a la libre circulación de las personas, y todas mienten porque en los hechos ese derecho no se da”.
Con Galeano pareciera que los mejores espejismos son los que incitan a ver cómo nos ven, y saber cómo somos. Este escritor escarba y estremece a la hora de contestar qué oscuridad marca nuestro tiempo: “Hay varias”, ríe y enumera: “El racismo, el machismo, el elitismo, el militarismo”, hace una escala, se detiene, toma aliento, y explica: “Fíjate, cada minuto mueren diez niños en el mundo por hambre, o por enfermedad curable, y cada minuto se gasta medio millón de dólares asesinando a inocentes en Irak, eso es oscuridad pura”. Otra oscuridad: “Cada querencia de la tierra tiene su propia manera de decir y lo peor que se nos quiere imponer en nombre de la globalización es una suerte de bobalización que nos obliga al lenguaje único que nace de las órdenes de lo que el mercado dicta”.
“Espejos”, cuenta Galeano, nació en Cádiz a partir de que se perdió. Relata que preguntó a un hombre: “Oiga, cómo hago para llegar al mercado viejo, y me responde: muy fácil, tú haz lo que la calle te diga, y este libro lo escribí haciendo lo que la calle me dijo, o sea, el libro me escribió, que es lo que pasa con los libros cuando los libros son de verdad, así como el buen vino, te bebe”.
Eduardo Galeano se reconoce fútboladicto pero ello no le impide reconocer las luces y sombras de ese deporte: “En la actualidad el fútbol es una mercancía, se ha olvidado de que es una fiesta de las piernas que se juegan y de los ojos que lo miran; hoy en día es la industria más lucrativa del espectáculo, cuando el fútbol merece ser la única religión sin ateos”, concluye, y empotra una
Madrid, 23 de abril de 2015. Muere Galeano.
Por la tarde de ese día me llamó el editor del periódico Infolibre para solicitarme un texto sobre Eduardo Galeano y que lo quería en una hora que es imposible resumir y asumir cualquier vida muerta. Pero esté fue el resultado que publicó el diario digital español:
Eduardo Galeano, el escritor que puso nombre a los anónimos
Galeano escogió Montevideo para nacer y para entender la espera. Nació en Uruguay en 1940, y allí publicó en 1963 su primer libro: Los días siguientes. Y desde entonces hasta su muerte se declaró un hombre de izquierdas, lo que le obligó al exilio en Argentina en 1973, y después en la costa catalana.
Escribió Galeano: “Según cuentan en Oaxaca, los mazatecos, Jesús fue crucificado porque hacía hablar a los pobres y a los árboles”. En América Latina, Galeano hizo hablar a los pobres, a los desfavorecidos, a los indígenas.
Denunció una y otra vez la opresión ejercida por los Estados Unidos de América hacía el resto del continente latinoamericano. En las escuelas y universidades latinoamericanas era de lectura obligada su libro “Las venas abiertas de América Latina” que se convirtió en la Biblia Latinoamericana de juventudes pasionales y revolucionarias. Una lectura obligada para estudiantes de derecho, ciencia política, comunicación, filosofía y letras, economía o incluso ciencias empresariales. Un ensayo de economía política que denuncia los constantes saqueos de recursos naturales de la región por parte de los imperios coloniales; crónicas y narraciones sobre una América Latina que va del siglo XVI al XX. Una obra que escribió en 1971, todavía en Montevideo, antes del exilio.
Eduardo Galeano a los anónimos les puso nombre. Describió los muchos mundos que el mundo contiene y esconde. Habló de los curiosos, condenados por preguntar. Escribió bien para hablar mal de los especuladores a través de su texto: War Steet: “ los especuladores deciden el valor de las cosas y de las naciones, fabrican millonarios y mendigos y son capaces de matar más gente que cualquier guerra, peste o sequía”.
Galeano a lo largo de su obra fue un “desgenerado”, mezcló y puso en diálogo a la narración con el ensayo, a la poesía con la crónica, a la prosa con el verso. Una escritura que le hizo popular porque contiene los sonidos de la calle y la sonoridad abrumadora de los silencios, de las voces acalladas. A los campesinos, a los obreros, a los judíos, a los gitanos, a las mujeres, a los negros, a los homosexuales, y hasta al Che le dedicó palabras. Escribió: “¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre e seguir naciendo? Cuanto más lo manipulan, cu-
anto más lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos”. ¿No será porque el Che decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?
Galeano tuvo memoria y le puso adjetivos a la realidad, una realidad que el miró desde un ojo rojo, socialista, de izquierdas.
En Galeano la voz fueron sus pasos, lo que dijo, hizo, y lo que hizo lo convirtió en uno de los escritores más populares de su tiempo. Alejando de los academicismos y la erudición, trabajó en una escritura difícil para una lectura fácil.
Y supo y dijo y reconoció: "El mejor de mis días es el que todavía no viví”.
Pero antes de dejar de vivir, lo dejó claro: “nuestra vida es más segura pero menos libre. Y no es que fuimos todo, tan sólo fuimos un proyecto de lo que podemos ser”.