Psiconautas, piratas y boloblás (parte 2)

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CAPÍTULO XII

LAS AMÉRICAS

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Buen paso pusieron las borricas y la tribu de negros cubanos, arrearon camino adelante tal se les dijo y no se detuvieron hasta que un par de leguas antes de llegar a Minatitlán, los Tantantlán, que jugaban en casa, dieron lazo a la espantada con fuego y forraje. Malas caras. Malas miradas. Malas noticias. Por unos y otros se supo: Tancredo, Parruski, Fulano, Mengano, Zutano y Tancredo de nuevo. A Tancredo, lo que quedase, por fuerza tuvieron todos que verlo pues en la embocadura de un paso obligado quedó reventado. Común a todos, y llorado, el caso se relativizó para poder especular con la identidad de un nuevo grupo que se acercaba. El último posiblemente si fuere Portento quien fuese transportado en camilla por la hechicera y Bulín; cosa improbable. A distancia de apreciarse Tizón levantó la mano; aunque agotado, el gesto que hizo reivindicaba vida. Mal asunto era el ser inscrito a destiempo en la lista de la Fría, sí, y por cómo lo pregonó a los cuatro vientos Bulín, por contento, entendieron que Portento venía rezagado. Dejaba dicho que no contasen con su presencia, ni su carga, hasta el día siguiente por la noche; Matute a su palabra quedó. Sí, Matute estaba vivo. Y con él quedaría. Ocioso no tenían hueco en la mente para pensar sobre el capricho de retrasarse. Era cosa del viejo. De ellos era empresa restañar a los maltrechos. Y se aplicaron al negocio sin dilapidar. Ni comer. 4 4


Portento sí comió. En el hueco de un magnolio se ocultó con Matute; el pobre deliraba y junto al fueguecito, con sus bailes, le iba y le venía la luz de la cordura a los ojos... para cagarla al instante arrancándose con un fragmento de arte que debía silenciar con la mano el viejo. Menos mal que el mástil de la guitarra ceñía cuerdas de aire, peligroso en todo caso, salieron del camino para tomar sitio en un refugio seguro. E hicieron bien, al poco una patrulla de exploradores corsarios batía la zona. Sí. Pese a cogerles a media monta de irse, tuvo Portento tiempo para dejar preparada encerrona en la Psiconauta. De la pólvora que se iba a dejar en balde para uso Tantantlán, para sus trueques con el mundo civilizado, hizo cerrillo de barriles en la santabárbara y ante ellos amartilló una pistola, que a sedal tenso, unía el picaporte del camarote del capitán con el gatillo. Bien tenso, que sabía que la avaricia orienta los pasos sin dilación ni cuidado. Y ¡Pumba! Estalló, claro. Reventó el barco con la trampa y no menos de treinta de los de brega corsaria volaron de vuelta a la patria. Reverberante el zambombazo supo entre el cañoneo distinguirlo Portento, y aunque póstumo, por los más cercanos sí daría cumplido desagravio, pero no por Matute. Él requería tratamiento singular y por eso en vez de marchar al paso del combo sanitario prefirió rezagarse. Desanduvo lo hecho y a rondar la bahía de los tantantlanes regresó. Dejando en el magnolio a Matute se plantó en la misma playa, y desde unas rocas, a catalejo, observó. La nave que se mantuviese la primera manga alejada no paraba de recibir botes con nuevas, carga no, subían gentes de todo rango para consultar al capitán, y si eran de agrado, o las nuevas de respuesta, quedaban, si no, al acto partían. A otro cualquiera le hubiese pasado por alto el sucinto interés del capitán corsario por cierta parte del boscaje. Portento, que conocía la distribución de la 5 5


quinta Tantantlán, acertó a sobrentender que con la caja fuerte se había topado; cueva de las maravillas, dónde costumbre tenían de celebrar con polvo de oro sus ritos los tantantlanes, y brillando costra de generaciones se soñaría maciza. De los dos hombres que hallaron “El Dorado” uno llevó recado al capitán, y el otro, aunque a la boca y cómo adormilado sonreía, a catalejo bien se le distinguía la gorguera roja. Rebanado por el compañero, que soñando cuando menos con un cincuenta por ciento, fue a comunicarlo al amo. Y al momento lo tuvo de palabra, el porcentaje, mas a medianoche, que fue cuando embozado acudió el capitán al lugar, recibió también palabra de palmo y medio de sable en el estómago si hablaba con alguien del hallazgo; que recibiría de todas formas. Muertos los que encontrasen la capilla sólo el capitán tendría conocimiento, y reservándoselo para sí, nada dijo. Mañana mismo embarcaría lo que pudiese justificar el viaje y marcharían para Veracruz, dentro de una semana estaría de vuelta con socios más solventes para la empresa aurífera. ... ¿Una semana? ¡¡Antes!! Escudándose en el olor a tormenta dispuso el capitán Alfred M. Hubbard que se cargase hasta las bordas con lo meritorio durante la noche. Al estibe, y dos o tres parejas de exploradores que buscaban, no quedaba gente de la nave corsaria para vigilar. ¡La cueva ni falta que hacía! Alumbrándose con una mísera mecha por no levantar brillos, el capitán Hubbard echaba cálculos de lo que había encontrado. Conveniente le era saber las dimensiones brutas para calcular los millones elaborados ¡Millones! Toneladas quiso pensar que serían hasta que a siete u ocho pasos del punto volvía a brotar la roca madre. De susto, la primera, cegado quedó por lo que vio en derredor, pero explorando a la fenicia se le hacía que tendría capa de a cuarta la parte más usada, siendo la mayoría de la superficie mera costra de pergamino, y no más que panes de oro los que extendiesen cueva adentro los brillos; que seguía. Precisamente de lo profundo, de la parte más 6 6


negra, surgió Portento. Dorado de pies a cabeza por el polvo que le prendía sorprendió al capitán corsario, que creyéndole idolillo o chupacabras local, manos se echó a la cabeza y se hizo ovillo. Así lo hizo preso Portento y arrastrándose cueva adentro acabaron por derivar a otra boca, y de ahí al escondrijo. Cuando el capitán Hubbard volvió en sí colgaba de un hombro de Portento, al otro hombro colgaba Matute con su tiro en la cabeza. Sobrado de fuerzas y motivos nada pesaban. Cargaba dos plumas el viejo. Anduvo toda la noche y parte de la mañana buscando que el alto que hiciese para la comida tuviese la vista adecuada. Serían las tres de la tarde cuando en una bifurcación del sendero, que a un río hacía riberas, se le presentó el lugar ideal. Un pequeño promontorio que sobresalía del verde de la jungla. Un altar a la belleza del lugar. Allí recostó a Matute contra una raíz, y en otra, que sirvió de cepo, dejó atado, y bien atado, al inglés. Matute ido estaba para enterarse de nada, mas el capitán corsario mala ley entendió. Los Tantantlán conocen venenos de larvas y plantas que provocan diversísimas sintomatologías, pero por efectivo y rápido gustan usar la mucosidad que secreta un pequeño batracio. Ranita chillona que cuesta lo suyo encontrar, mas cunde. Al uso ordinario se impregnaba someramente un dardo de cerbatana y éste dejaba tieso al bicho de cejas para abajo unos minutos; mas no mataba porque no se juega con la jala. Portento traía una redoma llena y píloro abajo la vertió por el gaznate del capitán Alfred M. Hubbard. No le acababa de cuajar al hombre lo amargo o dulce cuando no tenía voluntad. Ni un músculo obedecía. Habitante de la escultura en que se había convertido contempló la cadencia con la que Portento sacó su cuchillo de vela, y sin trabajo alguno, le abría de arriba abajo. Del garganchón a la ingle. Extrajo la caja de las tripas y esparció éstas por ara y suelo. ¡Cuánta maza! 7 7


Olía a casquería. Los pulmones, el corazón, los riñones... Las vísceras vitales seguían con su función. - Te voy a comer vivo, sí, tal lo oyes querido. Pacto tengo con Luzbel para ir con él cuando encuentre alguien peor que yo para que corra los mares, o mejor, que a criterio mío vendría a ser lo acertado, mas mientras encuentro, ¡Pues no pienses por un instante que tú hubieses dado talla!, he de irle mandando almas. Y la tuya se me hace de su agrado. Cierto que el trato que tenemos no especifica la forma de envío, mas aprovechando tu concurso, y otros asuntos que me traigo con poderes que no entenderías, comiéndote mientras coleas el infeliz de Matute aún llega a mañana. - ... ¡Mi jacaaaaaa!… - A pasado quedaría cosa suya, eso también. Mejor de lo que estaba no va a quedar, tu karma se ve que no es gran cosa y poco darán, pero ea, ahí queda... El “Ahí queda” iba por la moneda que le puso en el ojo. Sólo una. Sólo uno. Con el otro ojo vio a Portento ponerse el pañuelo en la pechera, y tan fino uno pueda interpretar la cuestión procedió. Ni placer ni repulsión. Portento comía y el capitán corsario era comido, natural y sencillo incluso al inglés le pareció lo suyo porque ni quejó. Una hora. Dos. A la tercera hora de ser preso de estatismo forzado Hubbard movía el dedo pequeño del pie derecho; involuntario; un temblor. Horrorizado comprobó que no sólo el viejo saciaba con las entrañas ajenas sus males, el que alojado llevaba el plomo entre las cejas también le lamía las tripas. Matute no estaba en lo que hacía, no regía, pero estupenda resultó la dieta. Roja salió la Luna. Tras el festín, o en él, quedó Matute inmerso en un benéfico sueño que ya actuaba. Portento en brazos le llevaba y pese a la escasa 8 8


luz, y su sanguíneo matiz, ostensible era la mejoría. Había desaparecido la hinchazón y el color amarillento que circunscribía el impacto. Incluso las esquirlas de hueso apenas se apreciaban por la gruesa postilla que sitiaba la bala. A grandes trancos hizo Portento el último trecho, y al marcar las doce en el reloj de Bulín, aparecía en el campamento con su carga. Por lo ajustado de la arribada hay que admitir que dudaron que llegase. Sudaba Bulín. Y la hechicera. Y Sacromonte. En torno a la mesa habilitada aguardaba el equipo, y sin requerir, sin pedir explicaciones por las horas, al oficio se pusieron entre velones y bujías. Mientras, Portento acudió al fuego en busca de café y sales. Pesado por la ingesta del capitán corsario, malas pulgas le ondeaban y así nadie osaría cruzar palabra hasta que no cambiase el pabellón. Tomó asiento a la diestra del circunspecto abuelo Tantantlán y en silencio quedaron. Hieráticos, por jefes, sin hablar lo decían todo. A la noche hicieron silueta seria hasta que llegaron corriendo los chicos con la noticia. Estaba bien. Matute, estaba bien. Le habían extraído la bala y ahora dormía cual niño; incluso con su fiel amigo Sacromonte roncándole a los pies. ¡Magnífico! ¡¡Estupendo!! El café se trocó pulque fresco y el tabaco picado se convirtió en un buen surtido de puros liados en muslo de doncella. La más bella. La mismísima tataranieta favorita del abuelo Tantantlán. Bigelori, attenuata, trigonophylla, glauca… petun. ¡Tabaco de Tatewari! ¡¡Corría de su cuenta!! Tanto como la recuperación del muchacho, los tantantlanes celebraron que Portento hubiese cercenado un nuevo hilo. El rumor, “El Dorado” que se susurraba a voces, bien pudiese ser la tergiversación y resonancia de su ancestral cueva de ritos. A olmecas, toltecas, mayas, zapotecas y españoles los sufrieron 9 9


por creerlo, y hasta ahora parecía que con éxito gracias a Chaac; a buen recaudo seguía el secreto. Sólo lo conocían los tantantlanes nacidos y un par de ahijados más; y si alguien renegaba de la casta, por la cuenta que le traía no divulgaba. Portento se comió al último que vio sin ser invitado y sus restos montó en un tronco para que corriente abajo fuesen encontrados por su tripulación y se pensasen los pasos. Efecto tuvo, y con la última luz, y por entre un valle de copas, divisaron la línea del horizonte rota por tres siluetas. Tres barcos. Y altas iban las bordas. Eran buenas noticias. Muy buenas. Contando sólo con sus medios, el ahau Tantantlán despachó en su momento jeroglífico urgente que demandaba ayuda, a la respuesta acudieron primos y allegados, y por parecidos en el físico, y llegar sin ruido, no se tuvo constancia de su presencia hasta que con las luces que disolvían la noche no menos del millar de tantantlanes pateaban el lugar. Fieros, bajitos, con su carcaj lleno de flechas y sus untos ponzoñosos. Mortales. Dispuestos a la gresca venían, y el cambiar la idea de amachetear brazos y piernas, por insulsas ramas y lianas, nada sedujo. Pero harían. Con su ayuda rápido se acomodó de nuevo la carga en las borricas, y lo que no se pudo poner, al lomo humano se echó; sobraban brazos. Quinientos tantantlanes desbrozaban una efímera Vía Carpetana en plena jungla. Se le abría herida al verde con gran trabajo, parecía que a su mismo paso intentasen levantar cabeza nuevos brotes, y hacían, pues a lo lejos, y a ojos vista, se cerraban las úlceras. Las de todos. A camino nuevo se dejó a un lado Minatitlán, San Lorenzo, El Juile y Jesús Carranza. Sobrados de tiempo pararon a hacer día y noche en un templo Tantantlán sito a medio camino; no es que fuese de ellos, lo usaban. Santuario franco, daba cepa común de Ceiba a muchos clanes istmotas, y cual romeros, 10 10


por estas fechas más o menos les tocaría peregrinar a ellos. Era templo pequeño para la usanza del Yucatán, mas por estar en agreste paraje, y la maestría de los canteros, a la cabeza de las maravillas del Nuevo Mundo se pondría si se tuviese conocimiento. Dioses olvidados, o aún no bien leídos, brotaban de la piedra, y aunque cosas dijesen de guerras y treguas, la mayoría de los relieves mentaban a las estrellas. Era un observatorio. Astrónomos vocacionales, todos los tantantlanes esperaban con ansiedad la noche, y entretanto no llegaba se relacionaban con los presentes. Perpetuo mercado. Dependiendo del origen se vestía con un color u otro. El blanco dominaba los atuendos tantantlanes por ser del norte del istmo, y por razón parecida vestían los chiapanecos de rojo, los oaxaqueños de negro y amarillo para los de Tehuantepec. El verde y azul se lo reservaban los sacerdotes. Bien floridos estaban los aledaños del templo, casualidad de las casualidades, visitaba también en esos días el enclave un equipo de palenque de Zemoaltepec, así que con diferencia más bullanguera se hacía la presencia de la hinchada negra. Varios años llevaban sacando los oaxaqueños hornadas excepcionales de jugadores, y por ser el juego a muerte, muy serio, varios años llevaban poniendo pegas peregrinas los tantantlanes para no enfrentarse. Todo el istmo lo sabía. Hasta Portento lo sabía. Aficionado al juego desde que se enterase de sus reglas, dejó dicho tiempo ha al ahau Tantantlán que si pachanga organizaba se le llamase, que de las mismas tripas del Xilalba saldría para jugar. Volvería del Infierno. Y ocasión no dejaría pasar por alto ni pasó. No había acabado de ser descargado el último burro, ni acomodados los heridos bajo techo, cuando una delegación de Zemoaltepec se presentó. Alguien, que era Portento, se las ingenió para propagar al paso que entre los recién llegados venían varios fieras en esto de la pelota. No 11 11


dijo mentira, pero eran otras modalidades, mas bastó dejarlo caer para que los de negro sacasen pecho y ofendiesen. A tal direte llegaron en las insinuaciones, que al abuelo Tantantlán no le quedó más salida que aceptar el duelo. Siendo experto reconocía el anciano el lamentable estado de forma de sus jugadores, y no queriendo segar futuras promesas, ni pasadas glorias del palenque, seleccionó lo seleccionable en estos casos: tres viejos, dos tullidos y un bastardo. Más Portento. ¡La alineación prometía la debacle! Sin embargo Portento no se arredró por verse arropado con el banquillo de los mancos. - Dónde van -la hechicera preguntó mientras cambiaba un vendaje- ¿Ese hombre no puede estarse quieto? - Van a jugar al palenque -informó Bulín sin querer dar importancia a la riada humana que seguía a Portento- ¡Pelota! - Que se lleven a los chicos, que mejor será eso a que anden entre pus y llagas. - No Úrsula, no -cortó raudo Bulín a escalpelo- Tarea les he puesto a los chicos. Muy bien les va a venir en este viaje el saberse de los entresijos. Mejor que queden aquí aprendiendo anatomía. - To sew, or to be a sewn -paciente, y maestro, Lortom ofrecía el hombro tocado- That´s the cuestion. Aunque juego sin duda era, Bulín de Aguiloche lo consideraba salvajada. No por el juego en sí, no, por las normas. Severas. Al tiempo que volvía a echar puntos sueltos, y repartía árnica, fue describiendo lo poco que conocía del juego entre enfermos y enfermeros pues nadie más quedó para prestar oreja. A rebosar la grada estaba para presenciarlo en vivo. - Sin ser juego lo es -a media puntada dijo Bulín- El juego consiste en meter una pelota por un agujero redondo; dándola meneos con las caderas, las rodillas o los hombros. 12 12


- En Boyuyo tenemos uno parecido -Herejía y compañía a la cataplasma y a la tajada estaban- Ponemos un banco a cada lado del prao del tío Parroto y a patadas tratamos la pelota. Tantas veces se mete por el hueco de las patas, tantos puntos. - Aquí no valen los pies. No vale dejar caer la pelota al suelo porque te cortan el pescuezo y te arrancan el corazón. - ¡Caray! -falta, castigo, a Rastrojo le parecía excesivo- Así no querrá nadie jugar. - No te creas. De niños las reglas son otras y así cuando quieren desengancharse ya tienen vicio. Sólo juego y pulque quieren. Pelota y pelotazo. Echan mano del Popul Vuh para asegurar que la cancha simboliza la Tierra y la pelota el Sol, y al que ofende, trunca el renacimiento del astro dejando que caiga al suelo y no entre por el aro, merece lo peor. Aquí, por si no os habíais dado cuenta, a uno se le corta la cabeza por un quítame esas pajas o pásame el balón. - Yo creo que el juego no es así, Bulín -dijo Patata la vieja- Tú hablas de él sin pasión, frío, yo, cuando le he oído a Portento describir un partido de pelota maya, que él llama así, me ha hecho sentir tal que si yo misma estuviese disfrutándolo. Él habla del gentío bullicioso que acude al evento, las calles engalanadas, las mozas con flores en la cabeza y los hombres con sus colores. Él te explica quién juega contra quién y por qué. Quiénes son. Qué intereses representan. Bajo sus palabras lo de menos es el resultado, parte es, sí, pero algo más tiene que tener para arrastrar así. - La plástica -desde el rincón de los muy malitos Tizón levantaba la mano dando muestra de opinión y de seguir vivo- El movimiento lo es todo; y que se tengan muchas ganas entre los bandos ayuda. 13 13


- Sí, eso no se puede olvidar -reconoció BulínCualquier opinión proveniente del rincón de desahuciados era recibida con una sonrisa; podría ser epitafio. Junto a Tizón otros compañeros se diría que reserva tenían en la bancada de la Fría; algunos recibieron tanta metralla que a la romana ganaron la libra. La sangre chorreaba y buscando querencia remansaba en charquitos. Quien no rumiaba sus dolores quejaba la pena ¡Portento jugando a pelota y ellos muriéndose! Entendiendo el Arte de Portento de muy distinta forma que Bulín, o quizá por no entenderlo pero sí saber de sus consecuencias, todos los enfermos, de los graves a los leves, estaban con Portento en la cancha aunque no estuviesen. En ello les iba la salud. Al buen rato hubo carreras y empujones, parecía haber finalizado el encuentro pues la muchedumbre huía de allí espantada. Lo que hubiese pasado dentro habría sido gordo al quedar no obstante corrillos rondando. En nada se distinguió entre la masa que ululaba un vacío, y llenándolo, Portento y su equipo. Los siete. Los seis que pusiese la Casa Tantantlán no sudaban, ni a romper habían comenzado cuando Portento se encaró con un rival y, tras un toma y daca verbal, le partió el cuello sin esperar otra ¡Y eso sin haber alzado la pelota!, con ella en el aire a otro hizo zancadilla y contra un esquinazo dejó que desnucase. Con la parroquia blanca ganada, y la amarilla, y la roja, provocó el delirio en las gradas cuando al primer lance de los negros se tiró encima de un tercero y en el sitio lo dejaba igualmente planchado. Los cuatro que quedaban intuyeron que uno a uno, y con la excusa del juego, les iba a ir despachando, así que no siendo tontos arremetieron los cuatro. Sin hablarlo se tiraron al tiempo y a hostia limpia se trataron. Jóvenes, deportistas, la barahúnda de mamporros que repartiese Portento sin embargo no tenía posible 14 14


entrenamiento. - ¡Buen partido, pardiez! -exultante, y con la pelota bajo el brazo, Portento se presentó ante el grupo de enfermos- Han suspendido el partido antes de empezarlo, y yo, por si acaso, os he traído la pelota de recuerdo. - Por qué no te vas a fanfarronear al güito -no le pareció oportuno a la hechiceraAún les queda a estos mucho para jugar; si llegan a poder. - No crea. Sin contar a Matute eran siete los que precontrato tuviesen con el infierno, y a la vez se levantaron de los catres con gran esfuerzo, eso sí, pero tras estirar bisagras y riñones salieron del dispensario como si nunca hubiesen estado heridos ¡Críticos! Tampoco aparentaba estar de buen cuerpo la marea de lutos que se acercaba. Habían machacado a los chicos, y aunque tarde, los oaxaqueños en plan linchamiento se juntaron. Intentaron rodear la enfermería para coger dentro a Portento, pero antes que se cerrase la trampa salió el viejo por una ventana y corrió entre carcajadas con rumbo de vuelta a la jungla. Buen rato le siguieron y flecharon, mas yendo a la carrera fue imposible echarle mano. - Qué pasa -Úrsula vio la choza sitiada sin comprender motivo- ¡No iremos a pagar nosotros la loza! - Doña Úrsula, no tema usted -el abuelo Tantantlán se arrancó en perfecto cristiano- Todo el mundo sabe quién es el responsable. No tenemos nada que temer. Viejo Makha, sí. Un día, un par a lo sumo, era el cómputo grueso de las intenciones Tantantlán para descansar en el punto, pero no queriendo comprometerse retrasaron la marcha unos días más; casi la semana. Todo ese tiempo estuvo Portento escondido en Guichicovi. En una cueva chiquitita y oscura que compartió con 15 15


dos tortugos. Allí lo encontró el grupo fumando una pipa. - ¡Qué me decís! -carcajeaba Portento al cruzarse con los chavales- ¡Qué me han puesto precio a la cabeza esos cuentaestrellas! - Sí, Portento, sí -Congrio estaba orgulloso del logro- Eso han dicho. Las hijas del serrallo se prometen por alguna pista que lleve a ti. Extensiva que se habrá hecho la oferta, no te queda, sin contar Barrena, lugar dónde poner los pies sin que los engrillen. - En la parte seca, Congrio; sólo un tercio de la esfera; no seas agorero. Portento al punto se plantó y dejó que los chicos siguiesen la marcha, él quedaba aparente encuadrado entre un tronco y unas orquídeas. Aguardó en postura a Bulín y a la hechicera, y al ver que pasaban y ni caso hacían chistó. Y ni por ésas. Por delante también pasó el resto de tripulación y los zagueros tantantlanes sin siquiera delaxar el paso un traguito al impás. En nada cerraba Ramona la hilada, y si se descuida Portento ahí se queda porque ahora parecía que hubiesen entrado las prisas. Matías Romero, Ixtepec, Juchitlan, Tehuantepec y Salina Cruz. Todo cuesta abajo. Nada. Nada que te nada. Nada, salvo nadar, podía hacer. Flojo Laxo usó el trampolín que le puso la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso para lanzarse en solitario a la conquista del Pacífico. Despacito salía el sol, y al filo de nacer, se le alargó la cabeza en la superficie del agua. Agua. Agua y más agua. Agua y sólo agua. ¡Pa jartar! Con varios naufragios a las espaldas, en tascas y tabernas comentó Laxo en el pasado que lo más saludable para el marino era saber del agua. Nadarla. Lo 16 16


porfió. Pareciendo esto lo lógico, muchos otros del gremio estaban en lo contrario, siendo plomo, la agonía del que flota serían cinco minutos escasos, no cincuenta horas. Más, posiblemente más llevaba él, y con el sol a una cuarta del horizonte se descubrió los garbanzos que le eran los dedos. La sal. Arrugado y sediento. Horrible. Mal menor a la muerte, reñido en penuria, venía a presentársele ahora que le alcanzase el capitán Bichomalo; llegado el caso el patrón podría ser ciertamente peor que los cinco minutos escasos u cincuenta horas. Peor vida que la de San Bueno Vicio Mártir llevaría de caer en mal momento... Pero, ¡ay! Ay, ay, ay, y de ahí lo sopesable de la elección, también pudiera ser buena la ocasión y ser recibido con palmas y abrazos. Quizás corriese el vino a raudales y se avivasen al estofado los fuegos. Cualquier cosa, vaya a imaginar la cabeza en esa coyuntura, se le hacía factible. Teniendo por buena la ilusión viró en redondo con la intención de acortar distancias, volver, y cuál no sería su sorpresa al encontrar un par de individuos en una canoa flotándole a la retaguardia. Debían llevar largo rato y a medio trasiego del almuerzo los pilló. No hicieron los hombres tampoco amago hostil. Comían. - Ejem, ejem... Hola. Me llamo Flojo Laxo aunque creo que en la lengua de estos mares se me dice Me-Mo. Yo soy Me-Mo. ¿Y ustedes? Aprendida la lección Flojo quería agilizar. Con poco protocolo se hizo entender, y en nada, pues nada perdían hablando, los hombrecillos le saciaron de respuestas. Les pidió por rumbos, vientos y mareas. Tierras que hubiese, o pudiese haber, y sobre todo cualquier signo de vida civilizada. Europea. Todo lo que recordaba del encargo del capitán largó al espejismo, y aunque mil palabras 17 17


en jerigonza de la de ellos le dijeron, y por dar seña a brazo más de dos mil puntos en derredor marcar, se le quedaron grabados sólo unos cuantos nombres y direcciones. Palabras

inconexas

que

mal

alcanzaba a

pronunciar

inteligiblemente. Ducie. Pitcairn. Rapa. Tubuaï. Rarotonga. Tonga. Nuku´alofa. Fidji. Norfolk. Y Barrena. ¡¡Barrena!! Norfolk. Fidji. Nuku´alofa. Tonga. Rarotonga. Tubuaï. Rapa. Pitcairn. Ducie y él. Arriba y abajo repetía la lista mientras nadaba. Así deliraba cuando la quilla de la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso le paró los pies; los brazos. Jesús el tiempo que llevaría nadando, y el trecho hecho, que al izarlo, y aún metido en el coy con varias mantas y cadenas, seguía moviendo con sincronía de atleta los miembros. Día y noche estuvo masticando los delirios, surcando el aire, y a la cabecera, aguardando la resolución del viajecito, el capitán Bichomalo esperaba mejoría. De nada le serviría el atar el cadáver de Flojo a la cureña y darle gato, seguro. Lo necesitaba vivo. - Hombre, figura, bienvenido a la vigilia -por sincero sonó malévolo- Qué bien que te recuperes. - ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? - … Camino de Calamocha vamos para que le vea el señor obispo y usted escuche el último Tedeum. Yo soy el carretero que le acerca y éste es mi carretón. - ¿Seguro? - Palabrita arriera. Se cayó usted del caballo y le ha entrado un mal muy dañino a lo huesos. Lleva siete u ocho meses muy malito. La familia le puso en el periplo conmigo. - ¿Mal? Qué mal. Yo me encuentro bien y seco; algo cansado quizá. - Ve. Todas las eminencias que hemos consultado, en lo que no se han puesto de 18 18


acuerdo es en el día, en lo demás están en que la espicha. - Me toma el pelo, capitán. - ¡No te jode! Antes que te hagas tú el loco ya me lo hago yo. No habló más. Hay que reconocer que el capitán Bichomalo cuando se ponía daba miedo. Más astuto que el cabracho, ordenó se diese atención de marqués venido a menos a Flojo mientras no dijese lo contrario. De órdenes tajantes sabía la marinería que era su parecer, y por ponerle algún pero al trato exquisito vino a insinuar Bichomalo al aire, pañuelo, que sacaría todas las ratas de la sentina y en dulce matrimonio compartiría con ellas la pupera, quien con Laxo intercambiase siquiera un Buenos días. Ni eso. Fantasma en vida. Se alimentaría de las sobras de la mesa y bebería agua de lluvia. - Poco se me hace, capitán -Garcinuño tenía hecho mucho mar- A estos, pa que no repitan, lo mejor es atarlos prietos. Suprímale las sobras; que sacie cual gallina. - No, Garcinuño, no. Que se acostumbran al palo y radicalizan. Más juego me da el que se prohíba pronunciar siquiera su nombre. Al olvido. Al temor de ser recordado queda y en nada me lo quito. - Buen nadador es, capitán. De nadar entiende. Todo oeste era el rumbo que llevase la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso, y todo mar era el relleno. Leguas y leguas contemplaron pasar desde la toldilla. En la cofa, Tresgüevos que hizo nido, se ocupaba de batir el horizonte a catalejo. Intentando reconciliarse con el jefe, consiguió Flojo venia para narrar su travesía y la charla que mantuvo con los de la canoa. El capitán Bichomalo dejó hablar mientras comía, y al acabar, cual hueso de vida que arrojase, dejó abierta una pregunta obvia. - Si iban en canoa tendrían dónde amarrarla ¿o no? - Supongo, pero no se me ocurrió pedirles que me llevasen; prioritario se me 19 19


hizo el ponerle a usted al corriente. - De qué, infeliz. - De la información obtenida aun a riesgo de mi pellejo. - No me alteres, hipócrita, no sabes qué inventar para aferrarte a la vida. - Se lo juro, capitán, frescas le traigo las nuevas. - Coleando venías, sí. - ¿Y lo de Ducie, Pitcairn y Rapa? Capitán. - Farfullos tuyos. - ¿Y Tubuaï, Rarotonga y Tonga? - Recuerdos de pachanga me despiertan. - ¿Y Nuku´alofa? ¿Y Fidji y Norfolk? - Vuelven los montañeros vascos. - ¿Y Barrena? - ... ”Dos de barrena para el estraperlista”… Pieza de cancioncilla o serenata, desde luego. - ¡No ha dado una! Podría haberse tirado a la alberca Flojo diciendo que eran nombres de islas, y la última, cañí de no negar entre tanto wachi-wachi, podría colar por la isla de los piratas. Barrena. Sí. Fácil se le haría justificar la lista siendo todo islas, pero, si de jugarse el aire va la apuesta, lo mejor es diversificar. Mientras estuvo esperando el tortel aparentemente el capitán escuchó a Flojo Laxo, pero una vez se le puso a la mesa galleta y achicoria, el ex-segundo compartió intereses. Por los sorbetones que pegó Bichomalo, que hervía, lagunas le quedaron en la explicación, y capitán y antojadizo, sugirió volviese atrás el otro y empezase de nuevo al ir él a coger un puro. Y el coñac. Y luego la infusión, el dulce y otro poquito de salado. Cuando se quiso echar la pipa buena eran las cinco, y hasta las seis, seis y algo que haría siesta, rogaba el capitán se le excusase, ahora, eso sí, para las ocho, 20 20


exigió, que tuviese preparado Laxo una coartada buena o en redondo le cortaría la piel del cuello y tirando para abajo sacaría zamarra de entretiempo. ¡Vivo le iba a despellejar! Sentenciado a ser gabán, aún tenía por delante varias horas de silencio; incluso la marinería cesó de toda actividad. Flojo Laxo estaba proscrito salvo en cubierta, y aunque no se le hablase, ni mirada franca se le echase, el bueno de Torerito escondido le dejó una hogaza de pan azulón. Y duro. Muy duro. Digo, por duro y seco pensó lanzarlo Laxo por pura rabia a lo lejos del mar, mas temiendo absorbiese el chusco todo el agua se contuvo. Eso le dio qué pensar, y por saturado de estupideces se vio en la necesidad de recapacitar y buscar asiento. Al esfuerzo de roer se le descompuso el aliento y le temblaban las piernas, o eso, o que la mar pasaba factura. - Qué te pasa, hombre ¿Qué te pasa? - Déjame Torerito que te la juegas -hundía el rostro Flojo entre las manos- Que no te vean hablando conmigo porque hay mucho meritorio suelto. - Bah, bah, bah. Bah. El capitán Bichomalo tampoco es tan fiero, vamos, a mí no me lo parece. - Cuídate. - ¿Tal que tú, Laxo? - Tal que yo, sí. Pero en vez de saltar a mar abierta, no seas sorbesopas y espera a tocar tierra. - Sí. Cuidado que eres. Sólo a ti se te ocurre saltar en lo blanco del papel. No hay nada -dijo señalando Torerito los horizontes- ¿Dónde ibas? El silencio era obligatorio para todo el mundo, excepto los Elementos que no estaban sujetos y de ahí que con el gualdrapeo, al clinc-clinc del candil mecido, de la conciencia sudorosa, reapareciese el capitán Bichomalo en cubierta. No podía dormir. Lo había intentado todo. Se abandonó a los espacios siderales y se aplicó a contar ovejas, pero lo único que consiguió fue que se le agudizase 21 21


el oído. Desde la cama escuchó el run-run del parlamento entre Flojo y Torerito y dispuesto a liarla subía. Eso dijo. - ¡Tú estás tonto, muchacho! -aunque molesto el capitán ofreció botella al matador- ¿Y de no ser yo el que viene y te pegan un tiro? So listo. - Por qué. - Por hablar. Ordené que se disparase de contravenir. - Que soy Torerito, que me conocen. - Tonto eres. Eso te salva. - Yo creo que a Torerito le salva el ser buena persona -Flojo Laxo buscaba indulto- Calla nazareno, calla. Cobarde. Cretino. ¡Nadador! Tú ya no existes. No abras la bocota hasta las ocho que te dije o te reviento. Para que viese que era cierto, dejó a mano los pistolones y el sable se puso en equilibrio sobre la panza. El capitán Bichomalo acabó recostado perro entre unos fardos y el cabotaje, bebiendo a sorbos cortos y mirando borda allá. - ¿Por qué es usted tan malo, capitán? -Torerito, íntimo, dejó escapar un pensamiento- Mala hostia cómo la suya sólo le queda a uno por pillarse los huevos con una garrucha o trayendo de nacimiento. ¿Qué fue? Al tiempo que agradecía, el capitán Bichomalo invitó al brindis. Le sonaba bien que se hablase mal de él. Tal que en casa. Plegarias y sortilegios murmuraba la gente a su paso desde chico. Y sin embargo el abuelo, don Agrio Bichomalo, se murió en que le había salido el hijo un santo, y el nieto... ¡Y el bisnieto si hubiese tenido noticia! - No me ha contestado, capitán. - ¿Sabes que tengo un hijo? -de Boyuyo le brotó el recuerdo- Será casi tan alto como tú. 22 22


- No sabía. - Pues sí, tengo. - ¿Se encuentra bien, Ruin? - Rui. Sí. - Mire que se me hace raro que le haya pegado este viaje el vino; dos sorbos no ha dado malcontados. - No, no es cosa del almíbar, Torerito. Al pie me viene para decirte que más de una vez he intentado estrangular a ese hijo mío, y sólo se ha salvado por la intervención de su madre. - No sabía tampoco que tuviera mujer. Que estuviese casado. - Sí. También tengo. - ¿Y a su línea ha sido capaz de echar mano al cuello y apretar? - Hijo es. Sangre no. - ¿Seguro? - ¡Vamos si lo sabré! Y si eso han sido mis ideas para el chico, imagínate lo que le haré a este desgraciado al que nada me une. Ni mujer. ¿Dónde pensabas ir, inútil? -la pregunta abiertamente era para Flojo al igual que el resto de conversación- ¿Dónde caraja dices que has estado y a quién has visto? A la lengua le venía a Flojo la respuesta. Hubiese querido espetarle a la cara cualquier salvajada que abreviase el tránsito de las ocho. Si le dijese que había visto al cornudo de su viejo, vestido de lagarterana, lo más seguro que de un mandoblazo le apease la cabeza de los hombros, por eso, fino y precavido, se limitó Laxo a morderse el labio hasta hacerse sangre; de reojo le miraba el capitán, ofuscado por la siesta abortada de dedo rápido y gatillo suave se le intuía venir; de no haber estado Torerito lo mismo hasta le hubiese pegado un tiro. Ganas tenía. No se podía negar, palabra tras palabra, sin venir a cuento, el 23 23


capitán metía en la vaina a Flojo Laxo. Le buscaba la lengua y lo que a la punta aflorase. - Es un lastre, Torerito. Este hombre es un perfecto maharón. - Por qué, capitán. Hasta ahora, a su criterio, usted mismo ha reconocido que hemos ido navegando. Y nos ha ido muy bien ¿no? - A vosotros, comadrejas. La pata de palo, la giba, la boca, las cicatrices... Soy yo quien ha bregado contra galernas y nativos salvajes. Y con piratas. Y con el Santo Oficio. Y con la maldita burocracia. Y más cosas no te digo por joven. - Y la ballena. - Ni la menciones Torerito, no me mentes a la bicha porque el aprecio que te tengo lo pudre un pez. Seguro estaba Torerito que a él jamás le haría daño, pero otrotanto no podría garantizar a Flojo. Con él pagaría la chanza si seguía por esa vía y prefirió escorar. - Su padre debió ser también buena persona por lo que le he entendido. - ¡Peor! Ya quisiera yo estar a la altura de mi padre. De niño me llevaba a tronar los huevos de las gallinas de los vecinos, y de él aprendí a provocar avalanchas, emponzoñar pozos y hacer malparir a las vacas. La vidriera de la ermita rechinaba cuando entraba a misa. - ¡Vaya quilombo! - ¡Y peor era el abuelo! Pero de él no te voy a hablar porque no estoy de humor; que te baste saber que su tumba es erial. Malo, de familia, aún no había conseguido cuadrarle bien los temores a Flojo y usaba martillo platero para ajustar la maquinaria. Tic, tac. Tic, tac, le acabó por enseñar el reloj de bolsillo para a continuación indicar que a las ocho, tic, 24 24


tac, tic, tac, no con el índice, sino con el serrucho, le iba a abrir el gañote. Dando tumbos, afectado por el vino, retornó el capitán Bichomalo a su cabina. - Va por ti, Flojo. - Ya te dije. - Si quieres puedo intentar hablar con él. - No te preocupes Torerito, gracias. No te creas que no le conozco. - ¿Le vas a largar ladrillo? - Ladrillo no, le voy a dar lo que quiere oír. Necesitando silencio para inventar Flojo buscó la proa. Rogó a Torerito que le dejase solo y en tan pobre compañía se subió al bauprés. A la punta. Sin nada más delante de sí tomó la mar por papel y las olas sus renglones. Tinta blanca le fue la espuma, y las letras sirenas que flirtearon seguidas de una cresta a otra. Y escribió. Tonga y Rarotonga le salieron primos. De la Casa Tubaï. Dicha Casa tendría sito y amarradero en alguna isla que olvidaron mencionar, caso nimio a la importancia, pues lo sabroso de la historia era que el capitán Pitcairn, duche, ducie, dux veneciano en el argot isleño, comentó a su consorte, doña Rapa, que había visto a Nuku´alofa y a Norfolk camino de Barrena para casarse antes que les naciese el fidji. ¡El hijo! En Barrena, aseguraron, existía cura y vicaría europea. - No me lo creo -casi a risa se lo tomó- Poco te has exprimido para hacer esta compota. - No es compota, capitán. No creo que haya muchos vicarios del Señor, oriundos de Boyuyo de la Quebrada, dando hostias y sermones por estos mares olvidados. En Barrena, dicen, que por lo menos hay uno. - Que haya uno de mi pueblo repartiendo estopa no me extraña nada al ser yo mismo ejemplo y no poder dudar, pero de lo otro, de cabo a rabo. Me juego la pierna de madera a que ni Barrena es nombre de isla. 25 25


- Siento contradecirle capitán pero lo es. Si en vez de seguir con el rumbo que llevamos, ahora, sólo un poco... al norte, sí, al norte escorásemos, daríamos con Isla Barrena en nada. - Tú me vienes con la historia del Cipango de Colón. No, no me camelas en ésta y vamos a seguir al Sol que es lo seguro. - Así nunca daremos. - Mira Flojo, te tomo la mojiganga por buena pero con una condición, al oeste que llevamos deberá estar Barrena o te fulmino. Bichomalo emplazaba a Flojo Laxo para topar Barrena en torno a los treinta grados de latitud Sur. Costumbre que era en los momentos desesperados, a la rueda de la nave le tocó asirse a Flojo mientras el capitán en la nuca le bailaba el cañón de la escopeta. Mucho mar hizo así, muchísima, mas habituado, ni accesos lumbálgicos le apartaron del timón. Aguantaron soberbios uno y otro la semana, a la semana y poco cumplido el capitán Bichomalo se tomó un respiro. Flojo Laxo, no. En cuanto pegó el capitán el primer resoplido Torererito corrió a la cocina y trajo un plato de ojerosas patatas, un cacho de hogaza pétrea y media cuartilla de vino que había reunido escurriendo culines. - ¿Tan desgraciado soy que ni diente a un chusco decente se me permitirá dar? - Ni chusco ni galleta, Flojo. Lo siento. - Yo te cambio si quieres tu tinto por otra cosa -el Trócola hablaba por tener seguro que el capitán dormía- Dame la jarra y te doy media cáscara de queso y seis huesos de aceituna a medio chupar. - ¿Estás tonto, Trócola? - No Flojo, no -intervino Torerito- No sabemos quién, pero alguien ha asaltado a la tremenda la despensa. - No puede ser -recordaba Flojo que a su intendencia bien administrado fue el barco26 26


- Apretándonos mucho el cincho queda jala para una semana, no más. - ¿Y lo sabe él? - No. No hemos tenido agallas para contárselo; tú le dabas la monserga con estos temas y nosotros no hemos sabido cómo entrarle. - ¿Y Garcitruño? - No se separa de él desde que te tiraste al agua; no se puede contar. - ¿Y no hay pistas? - No se sabe, pero se sabrá -el Trócola se había propuesto encontrar a los culpables- Varias evidencias estoy siguiendo. Y en nada creo que daré resolución. - Sí -orgulloso estaba Torerito del amigo- por espabilado le ha comisionado la marinería para que investigue el asunto y así el capitán se entere lo menos posible. Que sepa cuándo sepamos. Antes no. - Y agua ¿Cómo vamos? - Bien, mientras al capitán no le dé por llenar la tina más veces. Siempre podrían ir peor las cosas, siempre. Con ese pensamiento, al girar Flojo la cabeza creyó divisar a lo lejos tierra. Tirando de catalejo y todo difícil se les hizo discernir; a él y a todos, pues uno a uno hizo pasar a toda la marinería por la lente para certificar que no era cosa suya. A distancia, en la raya del horizonte, un manchurrón oscuro se alcanzaba a distinguir a ratos. No más. Mancha. Pese a compartir lo visto, intuyendo cual era la idea, mucha gente prefirió no vincularse al proyecto y emigró a los camarotes para sestear la ignorancia, otros, tampoco tantos, pretendieron cambiar el rumbo para acercarse a lo visto, y pudiendo demostrar que tierra era y que se había procedido con prudencia, posiblemente el capitán Bichomalo repartiese las pocas provisiones que se racionaban y diese nuevos cargos. Y favoritos, obvio, los osados que ayudaron a 27 27


Flojo Laxo; en pasado, que se dio por hecho. Tal que pensado tomó el timón Flojo y cambió la proa. Fueron navegando al norte lo que restó de tarde y toda la noche. Huidiza se demostró la presumible isla, no dio la cara hasta que al alba cogía puente Bichomalo y él mismo gritaba eufórico Tierra ¡Tierra! Suyo era el mérito, suyo sería porque nadie se atrevería a reconocer la maniobra por propia hasta que en firme no se pusiera pie, no fuese a ser que mal le sentase el engaño al patrón. Tan contento se sintió de ser el primero que pasó por alto que el Tresgüevos no se le hubiese adelantado. Mas levantando el día, cuando el Sol le dijo que su flanco derecho era su espalda, por el calorcito, montó en cólera. No. No. Al norte no había dicho que se virase. No. No iba a consentir. No. ¡Y si acaso, ahora, todavía más al sur! Cómo nunca le habían visto, quizá demasiado recuperado por el largo sueño, el capitán Bichomalo desenvainó su sable y sin reparar en la pata de palo, que nunca hizo, corrió la cubierta a Flojo y a todos aquellos que escabullían la culpabilidad. Obenque arriba los siguió, mas no mato, no por no tener ganas o no hubiese montado el numerito, no, con vida escaparon porque toda la rabia la centraba Flojo Laxo. Le siguió los pasos por las gavias hasta arrinconarlo en el penol de la T mayor. Allí sí que no había adónde ir salvo si se saltaba al agua, en cuyo caso, otras cincuenta horas escasas de sufrimiento se sabía condenado a padecer. - Capitán -dijo con precario equilibrio Laxo- si con esta carrerita me quiere decir que volvemos a ser amigotes se la tomo por buena. - Te mato. Te mato. Y te mato -reía loco Bichomalo- Te voy a matar por ser un paliza sin gracia. - Si es por eso me tenía que haber liquidado cuando nos conocimos; que poco he 28 28


cambiado. - Tengo un millón de razones, oligofrénico, para hacerte picadillo. - Dígame una. - ¿Sólo una? - Con una me conformo, capitán. Una gorda. - Te voy a matar por haber desobedecido la orden de no cambiar el rumbo, todo lo otro era teatro para motivarte, pero esto último, difunto en ciernes, no tiene otra salida. ¡Quieres que amanezca por el norte y no me dé cuenta! - Capitán, acuérdese que cuándo nos conocimos, y le sugerí lo de la otra punta del mundo, usted creyó en la imposibilidad al ser la Tierra plana. Y ya ve, je je, redonda se está demostrando. - Con más razón para sostener que lo suyo sea que salga el Sol por dónde siempre. Por el Este. - No es por llevarle la contraria ni cosa de dar coba a la situación, capitán, pero en estos mares tan lejanos es costumbre que salga el Sol por dónde quiera, el Norte en este caso, y a medio camino de su viaje por el firmamento escorar su rumbo el astro para a la altura de África, tierra famosa por soleada y ahíta de morenos, seguir su curso ordinario de Este a Oeste, todo rectito por el Ecuador. Que el Sol hiciese eses en su peregrinaje no lo podría haber imaginado nadie sobrio. Era de una naturaleza tan absurda que un segundo en la duda quedó el capitán Bichomalo, pero pasado, cortó el espacio a sablazos no dejando más opción que saltar. Flojo se tiró desde lo alto de la arboladura al agua. En una caleta tranquila a las afueras de Salina Cruz, tirando para Puerto Ángel, tenían segunda residencia los tantantlanes; podría decirse que primera por el uso que hacían, pero si a la verdad se atenían, dónde realmente vivían era en el camino; las paredes de su casa las formaban dos océanos, natural, por 29 29


tanto, que no gustasen embarcar; el compromiso adquirido finalizaba en la linde de la mar, en la playa, donde varado descansaba un ataúd de dos por dos. Verrugo, sí. Había llegado hacía varios días y mientras aparecían se dejó caer por Juchitan. Allí se enteró del ataque corsario y de la hazaña a la pelota maya de Portento. ¡Qué hombre! No tenía cura posible y en mil entuertos andaba siempre metido, y andaría, pues el objeto de la visita del capitán Verrugo fue echar ojo a la futura Psiconauta, y encontrada, necesitaría de los ardides y patrañas de Portento para hacerse con la embarcación. Bien gobernada iba la nave. La marinería, la oficialidad, el capitán, lucían de noche y de día por discretos y sobrios. A rajatabla llevaban órdenes y silbos y ni un mal estornudo se oía en el aparejo a la hora de faenar. Orgullosos de su barco, poco le costó al capitán Verrugo el trabar palabra en la tasca del muelle con tan insignes prebostes de la España ultramarina. El capitán actual de la futura Psiconauta se identificó como capitán don Silverio Tuerto Gargucho, duque del Pentapuig, y amo absoluto de la vida de doscientas cincuenta y tantas almas. Abuelete, y decir ser nacido en la madre patria, además de llevar al cincho bolsorro de oro y parecer inofensivo, le supuso suficiente coartada al hombre para confiar en Verrugo. Tampoco es que se aplicase mucho el otro, no, al intuir el patrón de la Pilarica Chica que el viejo ponía fondo para bebida, y orejas que entretener, dio rienda suelta a su sed y le contó lo poco que faltase por saber. El navío era otro de los “doce”, la pequeña flotilla experimental que se construyese en el Ferrol, bajo el más absoluto secreto, siguiendo las antiguas directrices del marqués de la Ensenada, y que estaban, si se demostraba su eficacia y versatilidad, que lo alardeaba el capitán Silverio, llamados a reinstaurar la soberanía española en todo el orbe, y para demostrarlo, encomendado tenía el barco circunvalar las Américas. Y Magallanes habían doblado, sí, pero como a la punta Norte se le sabían bien fresquitas las costas, a 30 30


medio viaje de la misión creyó el capitán conveniente hacer un alto para carenar y mandar recado ¡Y para el año iba! En su descargo el capitán Silverio aducía estar preparado para zarpar si fuese menester al momento. Vituallas y pólvora para varias vueltas, y gente predispuesta para al menos intentar dar una, no le faltaba a la nave, lo único que no portaban, que ex profeso se les prohibiese desde España, era darle tiento a odre o jarra que no contuviese agua. - Pues no interesa ¿no? -la nimia prohibición patria a Portento desalentabaBarco que no haya sido bautizado, que no consagre, mal naufragio hace. ¿No viste otro más adecuado, Verrugo? - Poco había. De calado, el Condestable de la Pasada capitán Ilarico Asensio y el Bendito Puerto capitán Lazslo Godolleta. Bueno, y el capitán Carahuevo y su gente que en lastre volvían del Golfo de California. - ¿Y de calado menguado, o medio, no llegaste a ver nada? -Portento seguía prefiriendo un tronco a un barco sin cristianizarNo se puede embarcar en un barco desprovisto ¡Las raciones son sagrás! - La Pilarica Chica que digo. - Si el problema es echarle alcohol al barco yo tengo un frasco -del maletín ofrecía Bulín concordia- Y embalados llevamos brebajes de todas las gradaciones y nacionalidades; un montón de cajas. Y con las que nos hagamos antes de embarcar. Por mucho que discutiesen la idoneidad o no de la nave, Ramona tenía el último ladrido. Ella decidiría en qué popa se deberían clavetear las letras de bronce, y Ramona que era consciente dejaba que discutiesen. Tumbados junto a la perra, compartiendo pulgas y pensamientos, los muchachos cuchicheaban entre ellos cuál creían sería el barco electo. Congrio, 31 31


Patata y Rastrojo no dudaban que el capitán Verrugo era el más entendido ¡Y que había visto! Así que de su mismo parecer eran fuera cual fuese éste, mas Herejía, por resquicio boyuyo, se puso del lado de Portento. Huelga que sabían de la importancia del calado que echase la nave, de la artillería que ocultasen las poternas, la tela que cupiese a las gavias o la buena madera de sus costillas y cuadernas. Lo marinera. La embarcación que aspirase a Psiconauta, no siendo momento de coger cualquier cosa, debería cumplir los requisitos de calidad que a un barco pirata se le presuponen. Por gustos la gente de Verrugo prefería barcos medios, en todo ¡Todo! Que no fuese ni más ni menos su navío que el de ningún otro que en las olas pudiese buscarles encare, pues el extra, el oficio de marineros, y el temple del capitán, sin olvidar el toque del piloto y el acierto artillero, siempre eran, y serían, los que marcasen la diferencia. El factor humano. Esa misma noche tomó camino pedestre la brigada de asalto con Verrugo en cabeza. No descansaron, tanto se entercaron en la banal discusión que de raíz secó la trama de la algarada el capitán invitando a que le acompañasen a la dársena para que, tomases, viesen. A paso vivo llegaron con el día. La Pilarica Chica cubría de sobra el embarque. Las ciento veinte toneladas daba con gusto la goleta, fijando el prorrateo de riesgo en otras cuarenta o cincuenta más hasta que la mar se subiese por las bordas. No habían tomado puente siquiera, que desde el muelle contemplaban el balanceo, y ya hablaban unos de arrancar el mascarón y toda la churriguería vacua para ganar tantas toneladas, otros subir los pasamanos, quien artillaría con desmontables popa y proa y además endiñaría culebrina en la cofa. Se propuso también cambiar el color del casco y tantas y tantas objeciones más que por el guirigay montado le llegó noticia al capitán Silverio Tuerto. Se le dijo que el 32 32


abuelo con el que compadrease la noche anterior andaba en pleitos por ciertas calibraciones hechas al barco en la taberna. El viejo cabrón habría jurado haber bebido de las mismas fuentes que el capitán para asegurar que así eran las dimensiones y asá las características, y transferidas las dudas a él, a él persona, patrón y oficial del rey, no le quedaron más bemoles que presentarse para desfacer, y aprovechando el viaje, poner los puntos sobre las íes. Quizá. Quizá volviese a soltar la mosca el viejo si los lugareños que le acompañaban no le habían aseado la bolsa. Ordenó el capitán Silverio largar sin demora un bote y que a los palos se pusiese lo más vistoso del retén. - Buenos días, don Inocencio -saludó el capitán Silverio a quien creía camarada de farra y mecenas- Veo que está acompañado; nuevos prosélitos. - Sí. Son corregorrinos autóctonos que en duda ponen mis conocimientos. No creen que la maravilla que usted gobierna sea buena para correr. - No corre. Vuela. - Veis -Verrugo, muy acertado, jugaba la sincera carta de la porfíaLes he comentado que no hay mejor bajel que el suyo en el golfo. Y lo dudan. - ¿Se lo han disputado los rufianes? ¿No les vale el porte, la silueta, para saber? - No. Son terrones. - Venga. Suba a mi bote. Abandone la compañía; no se comprometa. Invitado a subir ¡Mejor que mejor! la intención del capitán Silverio fue ponerle en inspección la nave para a posteriori, recíprocamente, dar lectura detallada en la tasca a los forros de la bolsa de Inocencio. En su papel de aficionado a los barcos hizo la turné Verrugo de mano del capitán, y al dársele a conocer la bodega, pretextando que feo hacía que ni siquiera una mísera barrica de palo seco morase un esquinazo, se ofreció a traer discretamente de su hacienda una para remediar. Dos, pues tuvo que tentar al 33 33


Tuerto al ser tajante la orden... pero no, no podía. No debía. ¡Tres! - De mil amores aceptaría el ofrecimiento, don Inocencio, pero… no, no debo. Si se enteraran en España ¡Y se enterarían! Al regreso… - ... Rioja. - No insista, buen hombre. No ve que en vez de un regalo me ofrece condena. - Yo por mí no es, bien lo sabe capitán Silverio, que aunque de poco, aprecio le tengo. No me va ningún interés en obsequiarle a usted, y a su tropa, con unos cuantos barriles de mi bien surtida y afamada bodega. O botellas; porque puedo mandar por ellas si no son amigos de beber a espita. - No me entienda mal usted tampoco, don Inocencio. No quiero que a malas me tome el enroque, pero órdenes son órdenes, y aunque amo y señor de mi barco soy, órdenes son órdenes y se lacran en España. No puedo. No debo. - No se preocupe que no le tentaré más. Pero lástima de verdad es, que vengo guardando desde hace años para cuando tuviese el qué, y con quién, celebrar. Ya ve. Aunque una y mil veces declinó el capitán Silverio, despellejados se dejó los labios por negar. Quería. ¡Perjuro si dijese que no! Pero en presencia de subalternos tuvo que hacer política de estado y ceñirse a los papeles, mas, costumbre de embajadas y parlamentos, no quiso cerrar todas las puertas el hombre y acabó con el consabido “Ya hablaremos”. Y no fue durante el rato que les quedó de inspección, ni a los remos, fue en la taberna, ante la franqueza de una limonada “picante”, cuando pudo por fin soltarse el capitán Silverio. No era por él, desde luego. Estúpida se le hacía la presente cruzada de abstemios, y hasta confesó apaño con el tabernero y a una señal disimulada (!) 34 34


se le avivaba el zumo de rigor. Y Verrugo lo sabía, el día anterior él pagó el retruco del avive, y a día de hoy, tarde que les era, ordenó triplicar la ración y que corriese de su cuenta. Lo de toda la parroquia. El capitán Silverio Tuerto era grande cual montaña. Y tendría su día. Bebía y bebía. Al quite de rellenar el sorbo andaba primado el mesonero y ni por ésas. - ¿A qué juega Verrugo? - Dale cuartel, Portento, él tiene su estilo y tú el tuyo. - Sí. Yo le abarloaría al sujeto el cuchillo en las costuras, y dejándole sentir la quilla, le invitaría a retornar al barco y muy civilizadamente cedernos el mando. Sólo él pagaría. - No tiene que pagar nadie. - Bah, Bulín, eres un blando. Parece mentira que lo digas tú; que promulgas que hasta respirar tendrá tasa. - Deja hacer. Que Portento se impacientaba se le hizo ostensible al capitán Verrugo pese a que sus hombres ocupaban mesa de pasillo y algo alejados caían de la vista. Cosa de tiempo era, mas bien poco que mucho, que el cabestro de Portento o algún otro se entrometiese chafando lo que Verrugo, hasta el momento, creía ir bordando. Debía acelerar un poco las cosas, y para tal, instó al capitán Silverio a brindar a la griega. - Si es algún numerito de vejete verde conmigo no cuente, don Inocencio. - No hombre, no. Siendo joven visité las Cícladas y del gusto Clásico me quedó, de cuándo en cuándo, libar vino diluido en agua. A la griega. - ¡Ah! No sabía. Vaya costumbre obscena y jacobita, por cierto. - Lo bueno que pía bebida es, amén de diurética y ajustable a lo que le piden desde la madre patria. 35 35


Que morros sólo eche a jarra que lleve agua. - ... No sé, no sé... - ¡Hombre! Así lo veo yo y teniente de alcalde vengo a ser. Perseguible, por sacrílego, sería si a la mezcla echase agua bendita, no siendo, el mismo Santo Padre y Sus Benditas Majestades, darían el visto bueno a un hombre cómo usted que ha domado Magallanes. - Vista esa lectura, probaré. Y probó, él y toda la tripulación. Fue cosa de pegar al kalix los labios el capitán y pedir otra de lo mismo la marinería de la Pilarica Chica que estaba presente; sin disimulos, a viva voz porque el patrón había roto la baraja. Y eso fue el acabose. La marinería de la Pilarica Chica, roto el dique que les contenía, se puso a cantar blasfemias y escalar con exabruptos. Aquello cogió ambiente de tugurio, y en su salsa, Portento, se infiltró; a uno que le cayó cerca pidió prestado la gorra, a otro robó la camisa, y a un tercero trocó los pantalones a cuchillo, y así, cuando quiso salir al pie de la mesa del capitán Verrugo, era otra persona. Disfrazado se sentó en un taburete fingiendo desgana y vieja amistad con don Inocencio. - Vaya fiesta has montado, viejo calavera -al brindis Portento anunció presenciaTinglados de este calibre no recuerdo desde los tiempos de Flint. - ¿Flint? -a Silverio Tuerto le sonaba pero no caía- Na, no le haga caso a éste que no está nada bien. No le siga la corriente. Para justificar a Portento, y a la vez matar su astuto sabotaje, el capitán Verrugo lo presentó como el hermano medio lelo que por ley le es legado a uno y no puede relegarse a su vez. Anulado para toda la noche, que se puso en antecedentes de su propensión a disfrazarse y armar camorra, mejor alternativa no le quedó a Portento para seguir en el meollo que jugar el papel. Tonto de baba se hizo, y babeó, y hasta que pudo bebió de jarra o vaso que le rondase las 36 36


manos sin pedir permiso. - Bueno, qué ¿Quiere o no quiere el tónico prometido? - Si la gente que me queda en el barco fuese lo mitad de estupenda que la gente que me queda aquí -el capitán Silverio desde hacía rato hablaba para don Inocencio y para sus hombres- no cargaríamos una barrica o dos, no, las bodegas del Duero traeríamos a estos mares. Pero ¡Y debo estar muy borracho para decirlo! Una y mil veces gracias, pero, reitero, no puedo aceptar. No debemos. Que quede entre nosotros lo sucedido aquí. - ¡¡Oooooh!! -todo el local lamentó- No. No puede salir de este antro el jariguay aquí corrido. - No sea tan drástico, capitán -se le animó desde el bulto- Mal demostrado no ha hecho. - Sí, por desgracia sí. Yo sé de uno que si se enterase... que más nos vale que no -pese a ebrio se explicaba de maravilla Silverio- Porque aviso que lo que me pase a mí os pasará a vosotros, tiempo no perderá el ingrato que todos sabemos para pasar reporte. Y a mí me mandarán Orinoco arriba a buscar la cagada del lagarto, pero vosotros, ¡y sin título nobiliario!, pesa de maroma os ungen; no dudéis. Puesta soga a la cabeza de todos, en nada se elaboró lista detallada de sospechosos y confirmados chivatos. Delatores resultaron ser todos los que embarcados estaban al momento ¡Y los que no! Los que se habían hermanado al trasiego de aguados no llegarían al tercio del total, difícil, imposible por tanto, que no se supiese a la larga. Y a la corta. Con un cañonazo anunció la Pilarica Chica a la bahía que era hora de recogerse. Llamaban a los hombres a embarcar. En media hora sonaría que se retiraba la escala y quien no estuviese en la cubierta iría a la libreta ¡Aunque 37 37


fuese el capitán! La ruina. Ni yendo a nado hasta el barco soltarían la tajada agarrada, y puestos, lo suyo sería intentar capear con dignidad. - Mala pedrada le darían a su hermano siendo chico, sí, don Inocencio. - Brechado el pepino lleva. - ¡No me ha dicho el cachondo que le dé las cinchas y el sable, y que él y unos compadres, se hacen pasar por mí para que yo duerma la mona! - Ya le digo yo que es un castigo. - Bueno, don Inocencio, si misiva urgente no nos reclama quedo con usted, a palabra tomada, para visitar su hacienda mañana. - Puntual le vendré a recoger al muelle, capitán. Voló. Incomprensiblemente para Portento el capitán Verrugo dejaba irse ¡que acompañó y todo a la puerta! al capitán Silverio y a sus hombres. Ahora, que borrachos no ofrecerían resistencia, que más débiles estaban, que podrían haberles dado medio agua de tortas y suplantar las personalidades, dejaba Verrugo que marchasen. - ¡Piiiiiii! ¡Capitán a bordo! - Todo en su sitio, capitán -a la borda le abordaba el segundo a Silverio- De la orza a la cofa sin novedad. - Muy bien, excelente, Eutanarro. - ... snif, snif... ¡Capitán! - ¿Sí? - Usted viene tocado. - ¿Yooo? - Uffa, le canta el pozo a barrica. - No me jodas Eutanarro, esa lengua; que en el cabrestante te dejo los huevos de una patada. Un respeto. 38 38


- Perdone, capitán. Quizá no me expresé correctamente. Quería decirle, comentar, que del garganchón adentro se considera envase, y prohibidísimo se nos dejó lo de transportar alcoholes o vinagres. Temo que reporte he de dar. Transmitir su falta. - ¡¡A mí la guardia!! Convocada por sorpresa la gente de armas, al punto se presentaron sin saber ante quién cuadrarse. El segundo, Eutanarro, banda de jefe y silbato de ser mandamás portaba, mas el capitán Silverio, su persona, era en sí la autoridad y no necesitaba de charreteras ni fajines para ser reconocido. No queriendo obrar mal, sufrir colaterales, decidieron despojar a ambos hombres de sus armas y someter a juicio público. Expondrían su caso a la marinería y ella daría el voto pretoriano. Sí. Por galones habló primero Eutanarro, y no porque quisiese, sino porque el capitán Silverio necesitaba tiempo para sacudirse la tolondra e impuso el escalafón. Dijo el recto de Eutanarro que aquello era impropio de la armada, que si se confió en ellos sería por algo y también que gran recompensa aguardaría a la vuelta si se atenían a las órdenes. Viendo que el discurso le quedaba soso y que pocas palmas arrancaba temió estar perdido, y fue, pues con dos palabras que soltó a continuación Silverio se ganó a la tripulación. - Borracho, sí. Y qué ¡¿A quién puede hacer mal un vinito?! - A usted. - Y a usted también. Venga, va ¡Al agua con Eutanarro! A él y a algunos más se arrojó al mar, no a muchos, no, a la media docena no llegaron al aparecer al acto, en escondrijos inverosímiles, botellas, botas y petacas. En tierra se intuyó algo cuando, tras un par de salvas, vieron largar al agua un 39 39


bote desde la Pilarica Chica y enfilar éste al puerto y a la tasca. La mitad del camino haría el mensajero al encontrar clavado en el muelle al capitán Verrugo. Se le demandaba a bordo. Conocido de muchos se había hecho en dos días y se confiaba en su salomónica apostura. Pretendían los del barco que emitiese juicio para refrendar su acción en la esfera de lo legal, y un mecenas, paganini, que de paso sufragase el festorro. Aunque mejor surtido de lo que se esperaba, no dejaba de ser insignificante la cantidad de priva disponible. Más. Necesitaban más. Urgentemente. Mientras Portento se las ingeniaba para hacerse con unos barriles, los prometidos, el capitán Verrugo, Inocencio, fue llevado al barco para dar el solicitado refrendo. - Qué ha pasado -montado en la baranda ejercía el capitán Verrugo- Para qué soy bueno. - Mi buen amigo Inocencio -dijo el capitán Silverio abrazando a Verrugo- No ha pasado nada que no me competiese a mí mismo subsanar, pero, y de ahí el aviso, el elemento en discordia de nuestro caso tenía padrinos buenos y temo no baste mi palabra y la de mis hombres. - Lo que en mi mano esté, dé por hecho. - Una tontería tan insignificante es, que con una firma suya, o del alcalde, todo quedaría atado. - ¿A un papel en blanco? - No, don Inocencio, no. A un informe detallado dónde exponga, y sea testigo, de lo justa que fue la medida. - Qué medida, pues hasta ahora, por medias tintas en el hablar, creo haber perdido algo. O todo. - ¿No le pusieron al corriente mis hombres en el esquife? - Algo dijeron acerca de haber pillado a cinco o seis sobrios, mas por borrachos, 40 40


me pareció que mal puntualización me darían y preferí esperar a su versión. - Veo que en mejores manos, y más limpias, no podía caer nuestro caso. ¡Santo varón! - Cuénteme. En la nueva versión resultó que Eutanarro se había amotinado cegado por los placeres de la holganza. Contra los intereses de Su Majestad se alzó en armas, y no le quedó más Ley al capitán Silverio, y a su tripulación, que tuvo el buen criterio de no secundar la asonada, que poner al hombre en su sitio; de patitas en la calle; en la mar y con lastre al cuello. Don Inocencio firmó eso y todo lo que se le puso por delante con una I mayúscula, enorme y filigranesca, que sería sello valedero en cualquier parte del orbe por lo artístico. Declaró el capitán Verrugo que lo bebido en el tugurio venía a ser agua de frutas, limonada, y por lo tanto nada punible había en que descendiese por la traquea. Y para dar ejemplo y fe, cogió una jarra y pidió se le llenase a la griega. Los hombres se hicieron con copas y vasos y al brindis se aprestaron. - ¡Por Dios, por la Patria y el Rey! -llamaba el capitán Silverio a la unidad- Por los cielos limpios y los mares planos -dio también Verrugo su toque- Por las playas de sotavento y el agua dulce. ¡Por los vinos que no yacen en los fondos abisales! Contenta estaba la tripulación y recibieron el canto con alaridos y pistoletazos. La Pilarica Chica, tan discreta ella en el año que llevaba fondeando, daba la nota a la noche sin ningún rubor. Entre fogonazos y tiros se gritó desde la cofa que se acercaba una gabarra por la amura de tierra. A palmo del agua iba la borda por cargada, lenta, muy lenta, a la percha se manejaba Portento al ir apurado el sitio; y que no admitiría tampoco el capitán Silverio mucho gentío desconocido; que del todo no era sandio. Siguiendo las instrucciones se izaron los barriles y el mismo barquero fue 41 41


invitado a dar medida a una copa. O dos. Tal que conviniese previamente con Verrugo, en los toneles vertió Portento un bebedizo Tantantlán del que da sopor. Por quedados ambos tomaron el antídoto y un cucharón de aceite de oliva, así que sin fingimiento alguno se tiraron a degüello con el tintorro. Y bebieron, bebieron como desfondados. Réplica a la sed de ellos dio la dotación de la Pilarica Chica con su capitán a la cabeza. Lejos dejaría si fuese para marca el anterior registro; cincuenta horas. El doble, el triple, el céntuplo que al no llevar la cuenta no le importaba, llevaba Flojo metido en el agua y no por gusto propio. Aunque suya sí fue la voluntad de tirarse al agua y nadar tres días con sus tres noches, de ahí en adelante fue capricho del capitán Bichomalo que nadase, que siguiese abriendo estela al Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso. A los delfines no se los lleva a palos porque lo hacen por placer, mas si derrotaba Flojo Laxo de la línea recta al ocaso, Garcinuño, al bichero, de pinchazo u estocada le sacaba del error; al oeste le dijeron y obligaba; pese a bancos de medusas urticantes. Todo recto al horizonte. Día y noche. Día y noche. Cuando no agitaba la pértiga Garcinuño, al otro lado de la garrocha aparecía la beatífica cara de Torerito. Era el momento de comer y recuperar fuerzas. Torerito largaba entonces un cabo para que el otro se lo anudase a la cintura mientras daba tiento al mendrugo, bueno, chuscos hubo mientras se pudo, un buen día en vez de currusco en la cesta de mimbre halló Flojo la monda de algo y tres escarabajos. Pensó por un momento que la cosa iba mal si le largaban tres bichos para compensar, y peor de lo que esperaba supo que estaban al enterarse que los escarabajos se habrían colado en la cesta de rondón para comerse la ensalada. 42 42


- ¿Qué ensalada? - Bueno, unas hojas que envolvían algo que cargamos en la isla de las estatuas; nadie se ha quejado. - No he visto rastro de verde. - Qué raro. - Verdura no hay, desde luego, pero sí tres escarabajos gordos. Y una monda de algo también; será lo que dices verde. - ¿Escarabajos?... Cómo de gordos, Flojo. - Diría yo, que orondos por mi ensalada, pesarán entre los tres casi el quintal. - No comas, no. Perdóname el fallo y déjalos en la cesta ¡Qué asco, por la solitaria de monseñor! No comas, eh, no comas. - Qué tal andan las cosas por cubierta, Torerito. - Mal, la verdad. El cocinero no sabe qué echar a la sopa y por las noches sale con un saco. La guardia ni pregunta. - ¡Qué miedo! - Sí. - Yo he oído carreras y gritos, mas al no saber imaginaba que jugabais. - Jugar, ja, jugar. No está el tema para la pídola. Si te agachas en poco queda el que te den por el culo; estate alegre en tal. Que si te descuidas, te joden sin besar siquiera. Por ejemplo ¿recuerdas a Mojojón? - El que se derrama en el coy y le cantan los tachines a bacalao. - Ése. Y no se desparramará más, que por quedarse con los pies fuera durmiendo, le han cortado media pantorrilla sin notar. Y a Abilio Ridruejo, el cordelero, también le han desaparecido en la siesta tres dedos de una mano; la mala. Y algún otro caso espeluznante que no es hora ni momento de relatar. 43 43


- Caramba. ¿Y el capitán lo sabe? - Previsto está que se entere hoy en la cena al no haber para tal. Saltará el tema de un instante a otro, por eso, te añado, quizá sea éste tu último bocado en algún tiempo. Todo puede ser. Era la hora de la siesta y ni ruido hacían las olas al ser surcadas; quietud absoluta que barruntaba una mala despertá. En esto cesó el agradable airecillo que impulsaba la nave, y densa, de no moverse, pareció detenerse la mar. Suspendido quedó el barco, pendiente todo el mundo al rechinar de una bisagra que ejercía y unos pasos… pesados. Pom, Pom, Pom. Y Tiquitiquití, tiquitiquití. A la vera del primero otro individuo, cauto, se delataba. Pom, Pom, Pom. Tiquitiquití, tiquitiquití, tiquitiquití. Y perfectamente identificables los goznes de la alacena cantaron uso. ¡Gritos! ¡Maldiciones! Carreras, saltos y tropezones. Y más gritos. Con los alaridos se quebró el momento y el barco volvió a mecerse y ser impulsado por el viento. Mas los gritos continuaron. Y las carreras. Difícil era adivinar por dónde discurriría la persecución, pero al cabo de un rato se abrió de golpe la escotilla de popa y apareciendo a la carrera cogía pista el Trócola y saltaba borda fuera. Y a nadar. Al instante salía el capitán Bichomalo enarbolando sus pistolas y abría fuego. - Vuelve deslenguado, vuelve que te voy a dar pruebas. ¡Pum! ¡Pum! 44 44


Asqueroso ¡Vuelve! - Tranquilícese capitán que la vena de la frente le hace cordilleras. Dispare cuánto quiera pero lleve la respiración -dijo Torerito ofreciendo las armas propias¿Qué ha hecho? - ¡Qué ha hecho! ¡Que qué ha hecho! ¡Pum! ¡Pum! A lo poco el sinvergüenza nadar cómo anguila. El Trócola tuvo la ocurrencia de acusar al propio capitán en el asunto del escamoteo de alimento. Malo. Mala forma para dar resolución al misterio si empezaba por el final. El capitán sabía de su sonámbula querencia a rondar por figones y artesas, mas que tamaño estrago hubiese causado no se le dijo, y no sabiendo, no queriendo, a la salud propia no le inquietaba que por días se viese a la marinería más lamida y a él más lustroso. Sospechaba la gente, eso también, pero en el trasunto de poner el cascabel al gato se aguantó cuánto se pudo, y al final, designado, el Trócola cumplió. Resolvió el enigma e informó al patrón. - ... ¡Pum! ¿Se me va a hacer costumbre el que se me tiren al agua y me naden delante de la nave? ¿Es justo, Torerito? Qué hago ¿Los arrollo? - Yo malos consejos doy; que suelo recibir. Pero si me quiere oír... - Dime. - ¿Seguro que quiere? - Vamos ¡Pum! ¡Pum! - Pues que usted debería ser quien nadase para bajar lo que se ha jalado. - ¿Tanto? 45 45


- Desde luego. - Mía no ha sido toda la culpa. No se me informó a tiempo. - Y qué hubiese hecho. - Tú tampoco has hecho nada; así que por lo tanto no incordies porque también tienes tu culpa. - Ja. - Sí, ja ¡Pum! ¡Pum! Ríe, ja. - Ja, me río, por no llorar. Días malos pasó la marinería al no encontrar nada comestible; tiempo ha que las ratas de la sentina saltaron también la borda. La necesidad les llevó a probar otras fuentes alimenticias y acertaron con el velamen. Pudiendo prescindir de unas cuantas varas de trapo se dio de comer a la marinería casi la semana. Otro tanto se tiraron haciendo harina las maromas y mezclando con serrín. Y eso sí, al no existir sobras, pues se repetía y tripitía, Flojo Laxo se vio empujado a abastecerse por su cuenta. Sin otro recurso que el verdín del casco, Flojo limpió los fondos ¡Carenó en marcha! - ¡A de la cubierta! - Quién llama -con el gancho asomó el melón Garcinuño por la borda- ¿Cuántos subnormales nadan delante del barco? - Dos. Tú y otro. - ... Vale. Soy Flojo y quiero hablar con el capitán, por favor. - Quién has dicho. - ... Flojo Laxo. - Y qué quieres. - Que avises al capitán. - Para qué. - Para hablar con él. 46 46


- Y sobre qué. - ¡Avísale! - ¿Y quién digo que le reclama? -tras hacer que se iba volvió a aparecer- Me dijiste que eras... - … Flojo Laxo. - Lástima. Ese nombre está prohibido. No se puede pronunciar so pena de siete colas y agujereo de párpados. - Comunícale que tengo algo que decirle. E importante. Se alegrará. -Dame a mí un adelanto. - ¿Quieres tú entender el humor del patrón? - ¡Válgame la osadía! Voy. Desapareció Garcinuño de la vista de Flojo y éste lo consideró triunfo, mas al alzar de nuevo la cabeza al quicio de la borda se hallaba el sujeto todavía. - Que he pensado que mejor no le aviso porque no son horas. - Me cago en tu puta calavera, Garcimierda. Aplicándose a la garrocha descargó Garcinuño somero aguacero de coscorrones. Se entretuvo cual crío hasta que apareció Torerito e informó que el rancho del día iba sabroso al coincidir con un manchurrón de grasa antiguo. Garcinuño cedió el bichero y corrió escudilla en mano. Siendo horas de recoger, Torerito lanzó la cuerda con la cesta vacía pensando que la izaría llena de verdín y cascarrias. Flojo Laxo surtía. “Mus de puaj” se bautizó el plato. Y pese a que el sabor no hiciese justicia al nombre, la textura bien pudiera obtenerse tras mezclar con el talo de serrín más fino. En un principio fue secreto, pero al poco toda la marinería apreció el plato. - Lo que te he puesto es lo último -a gritos casi hablaba Flojo- No le queda una barba en la panza al bicho. El filón se agotó. - Vaya jodienda; ahora que el cocinero le controlaba el punto se acaba. 47 47


- Aquí abajo no queda más que rascar. - Bueno, no hay mal que por bien no venga y al menos ahora iremos mucho más rápido. - Cojonudo para mí, ¡mira éste! - ... chsss… chsss... (El capitán). - ¿Cómo? - El capitán -dijo asomándose Bichomalo por la borda- O sea, Yo. Heme aquí. - Saludos, capitán. Hacía rato que le di el aviso a Garcinuño; si de él es el retraso le sugeriría varias cosas, mas si por usted fuese olvide lo que acabo de decir. - No lo voy a olvidar porque ni siquiera lo entendí. - ¿No le avisó Garcinuño? - ¿De qué? - Le pedí que me solicitase audiencia. - ¿En ese tono? - ... No. La verdad que no. Hijodelagrandísimaputa, o parecido, vine a espetarle a Garcinuño, pero, eso sí, tras mucho sufrir mío; que de buena ley pedí entrevista. - Bien. Aquí me tienes. Qué quieres decirme. - Que me rindo y que tiene razón; sea cual fuere el asunto que pendiente tengamos; estoy con usted al ciento diez por cien. ¡Estoy más con usted que conmigo mismo! Y también quiero comentarle, que de buena fuente sé, que rondando los cuarenta que astutamente acabó pidiendo, hay puertos decentes dónde atracar. Tierra de Ozzy y Kiwiland caen cerca. - Y por qué no has dicho antes. - Por darle vidilla al viaje, capitán; de lo contrario uno se amuerma de verdad. No sabe lo infumable que es un viaje ordinario. 48 48


- ¿Tedioso? - Es insufrible, se lo juro, el que días y noches no difieran unos de otros salvo por el rizo de la ola. Lo peor. - Yo también te voy a ser sincero, Flojo. Sin ti algo me falta y aunque sea para martirizarte te quiero a mi lado. Por haberme limpiado el casco te indulto. Os perdono. A ti y al Trócola. Subid. - Voy capitán, de mil amores. - No. Pero los dos a la vez. Alcánzame al Trócola y dile tú en persona que os perdono. Corre. Vuela. Nada morralla. A mitad del horizonte tenía cogido el ritmo el Trócola durante el día. Nadaba soberbio. Brazada va, brazada te traigo, la carrera se prolongó toda la tarde. Asomaba la Luna en el cielo cuando Flojo por fin dio alcance al Trócola. Al ser izados a La Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso los hombres se sorprendieron; mal recuerdo era la cubierta de lo que había sido. Y para peor. Se hizo astillas y luego harina de serrín buena parte del maderamen del barco. Bordas, mamparos, ni patas a las sillas quedaban. Y cuatro dientes mal contados al timón. Drástico había sido el cambio, arrasado de superfluos, lo que le quedaba en las manos al capitán Bichomalo era una auténtica máquina de despedazar. Voluntades, contrincantes, u a sí misma, de no encontrar paliativo al hambre. Rival necesitaban. Poco se entretuvo Bichomalo en explicar a la marinería la razón del grito, les bastaba saber que era orden. Rugió que saltasen a las gavias y diesen trapo, todo el trapo que quedase, pues levantaba aire bueno para surcar. Engarzada la 49 49


tripulación a la nave, y libre ésta de adornos y lapas, se estremeció de popa a proa por el tirón. Pese a extenuado, Flojo Laxo se puso a la rueda y gobernó mirando el semblante del patrón, no necesitaba más. Si sonreía era que todo iba bien, de no, era cuestión de ir probando hasta acertarle el careto al horizonte. - ¿Cómo dijiste que llamaban, Flojo? - El qué, capitán. - Las tierras esas dónde nos llevas. - Ah... ... Mmmm... Joder, no me acuerdo ahora -perplejo del fallo quedó, pero natural- ¿No será mentira? - ¿El qué, capitán? - Eso que dices de puertos por allá. - Mentira no es. Son algo así cómo la isla de los Magos y… y otra hostia que a la lengua no me acude en este instante. - (Ejem, vaya trucha, ejem). - ¡Garcinuño, silencio! - (Me duele, capitán, que sea él tan mentiroso y usted tan buena persona). Mientras no participó en la conversación el capitán Bichomalo consintió la presencia de Garcinuño. Aunque importante es sincronizar la artillería al paso, sobradas pruebas dio el ahora segundo en la isla de las estatuas como para darle preferencial trato y reservar sitio a la diestra. - Hala Garcinuño, a dormir. Échate un ratito -entre paternal y capitán mandaba Bichomalo al otro al camarote antes que enojarse con él- Por hoy has cumplido y te puedes retirar. Acuéstate que te mando llamar luego. - Aún no he comido... 50 50


- Had lo que quieras pero no te perjudiques. - ...... Buenos días, capitán. Cómo en los viejos tiempos, licencia se tomó Laxo para hablar franco al capitán. - Lo de los nombres es lo de menos, patrón. Rondan estas aguas tribus de antropófagos. Un pueblo. ¡Una civilización de gandules! Habitan un conglomerado de islas que les son cubil y quizá a nosotros nos puedan ofrecer amarre a seco. - ¡Coño! Parece que mucho sabes para no haber largado noticia hasta ahora. - Le advierto que hablo por recodar entre alhojeros. - Joder, a ver si va a ser la otra punta del mundo ya. - Pudiera ser capitán pero creo que no. Cerca le andará, eso seguro. Cuándo estudié para grumete aprendí que atravesando la Tierra con una aguja de calceta se viene a salir cerca. Al llamado Mar del Demonio. Ahora eso sí, y de ahí mis dudas, tras quince o veinte generaciones de uso al globo de estudio, los Pirineos eran marismas. - No me jodas, Flojo, no me jodas. No me jodas que el millón de leguas llevamos hechas sabiendo tú desde un principio dónde debíamos ir. - Cuando quiere como los ángeles me comprende. Se explica. - ... Perrrrro. Ja, ja, ja. Jo, jo, jo. Ju, ju, ju. Garcinuño no se había ido. Oculto quedó entre unos fardos y escuchó toda la conversación. Y la forma de reírse del capitán. Estaba loco. Lo estaban todos. Al igual que todo caminante sabe que cualquier camino le lleva a Roma, rumbo sabe el marino, coja el que escoja, que la derrota acabará llevándole si se 51 51


descuida al mar de los caníbales. Sí. Él también sabía de ellos ¡Y quién no del litoral! Sólo de orilla adentro se les desconocía, y tampoco era del todo cierto pues el propio Bichomalo recordó que a su pueblo también llegaron los rumores no ha mucho. Incluso allí. ¡Boloblás! Eso era. Ése era el nombre de la tribu que por fin recordó. - Eso es. Sí señor. Allí están -de sopetón encajaba el capitán Bichomalo las cartas marinas- Del confín del mundo nos dijeron que eran y debían ser. Flojo, te voy a dejar que te comas la estopa de fregar. - Por qué el detalle, capitán. - Porque se me pone por los cojones; que todo lo quieres saber. Sigue con el timón clavado que ahora hago que te traigan el estropajo. - Slurp. Gracias, capitán. El mismo Bichomalo bajó al entrepuente a buscar lo prometido. Haciendo turno de marmitón descostraba el Trócola lo socarrado de los pucheros, cuando le encomendó el capitán que al acabar llevase la estopa a Flojo Laxo; y sin aclarar. Privilegio el suyo al ser lo preferido de Garcinuño, y no habiendo probado éste el puré de maroma por esperar al socarrado de grasas, se volvió a quedar sin comer. Pestes masticó. Rumió mil venganzas, y sin poder contenerse, y sabiendo que hacía mal, acudió contra Laxo para vomitarle el favoritismo del capitán. Aquél sesteaba y quizá por pura maldad provocó la situación. - ¡Hasta los huevos estoy de ti, esmirriado de mierda! - “Flojo Laxo”, Garciñorda. Cago en tus ancestros por línea materna y paterna, Garcitruño. Y también me cago en tu descendencia; que será de otro. - No tengo mujer, baboso. - Mira el futuro que te auguro siendo optimista; que feo eres hasta para feo. 52 52


Cornudo. ¡So impotente! A traición le tiró una puntada Garcinuño al costal derecho. Flojo, en cuanto sintió al acero morder, soltó el timón y mano echó al sable de abordaje. El otro lucía espada de lazo, fina, de hijo de familia cortesana enrolado a marino. Lógico que al fragor de los aceros congregase la marinería que contempló con gusto el espectáculo. Incluso el capitán. Ora tomaba resuello Garcinuño y pasito a pasito, salto a salto, empujaba de popa a proa a Flojo Laxo, ora clavaba éste el tacón y réplica daba deshaciendo el camino hecho. Varias veces quebraron las armas y cogieron al paso lo que se les ofertaba. Hachas, picas, cuchillos, una pistola de escaso calibre o una ballesta de señorito se emplearon. No hubo caja que no destrozaran ni fardo que dejasen sin rasgar en cubierta. En la proa estaban debatiendo a bichero, y absorta la tripulación al pleito, cuando azotó la cubierta un látigo enorme. Un tentáculo. Dos, tres, hasta ocho que se presuponía tenían los monstruos legendarios y que no se tardaron en presentar. Y ni pulpo ni calamar. Ni sepia. Gigante, la fiera carecía de contornos por las dimensiones. ¡Y esos ojos de pez inteligente! Aterrorizada buscó la gente cobijo en las tripas de la nave y en cualquier resquicio. Agitaba la bestia las patas y se rehuía el abrazo. En éstas salió Torerito por la escotilla portando el hachón de hacer astillas. Sorteó los manotazos como bien pudo, y al alcanzar el proel, arreó con todas sus fuerzas una tarascada al tentáculo que asía el palo. Duro, por cefalópodo corrupio, sintió Torerito la textura parecida a la del sauce embebido. Y cortaría de raíz. Al notarse una extremidad menos, el animal soltó el barco por tenerlo mala 53 53


presa y a propulsión marchó. ¡Dios mío, qué bicho! ¡Dios mío, qué pata! ¡Dios mío, qué hambre! Ni convenidos de antemano, nada más huir el monstruo salió a cubierta la marinería con los utensilios de pitanza. Se tiraron a dentellada viva los más rústicos y no hubo quien no catase. Hasta saciar. A medio trapo entró la Pilarica Chica en la cala de los tantantlanes. Cosa curiosa, que hasta ahora no habían visto los chicos ¡Ni siquiera Congrio! era al mismísimo capitán Verrugo vomitando por la borda. Venía blanco por muerto hacía varios días o siglos. Todo un poema la cara del capitán, aunque, robando anécdota, Portento no le iba a la zaga; horadados los ojos en el rostro, barbiluengo y farragoso. Borrachos. Gran juerga se traía la tripulación con los viejos. La edad, claro. ¡Joder la edad! Fue al manejo de los fardos, mientras se cargaba la bodega con lo traído en la travesía del istmo, cuando quiso la historia ir resbalando de los labios para satisfacer a los chicos. Aliviando el peso a la marinería ésta a cambio contó minucia, despacio, muy despacio, pues dentro de nada el sol estaría tan alto que habría que parar; y mucha carga quedaría para subir a bordo por la tarde. Se les contó a jirones lo sucedido. Caía el sol fundido y caras se pagaban las sombras. Acabaron los muchachos formando asamblea en una cueva a pie de playa. La chavalería Tantantlán también debía usar el sitio y comodidades de deshecho no faltaban. Hasta tabaco guardaban los demonios en cajas de latón. Fumaba y bebía la brigada de Congrio mientras en la arena plantaba Patata las letras de bronce y escribía el nombre: Psiconauta. 54 54


- Lortom me ha dicho que, de los engrillados, uno es el capitán -Patata alternaba el baile de las letras con la información que había obtenido- Silverio Tuerto llama. Murciano. Siete años de capitán y éste su primer embarque serio. ¿”Casona Pitu” qué tal os suena? - Mal -ninguna gracia le hacía a Congrio el jugar a cambiar el nombre- Suena a casa de comidas flotante. Herejía anduvo al hurgue de recuerdos entre la basura de la chiquillería Tantantlán. Buscaba algo bonito e insólito para regalar a Patata. La respuesta al anillo de oreja del que hablasen tras la clase de buceo. Y no hallaba. De un viejo arcón con sello sueco extrajo varias jarras, unos manteles de lino y poco más. No daba el chico con nada digno. No siendo lugar para encontrar tesoro, dejó de lado la rapiña y contó su parte. - A mí Corcovado me ha dicho que Verrugo y Portento casi palman. Que la mala pinta les viene por dar apertura y cierre a unos barriles de vino que eran pura alquimia. -Quizá que no están acostumbrados a los vinos locales -Rastrojo también buscaba explicación- ... Quizá que hasta ellos tengan límites... Quizá que el límite de los otros cayese cerca del de estos... Quizá que acumulan de lustros y tengan hígado y riñón del tamaño de una calabaza gorda... Quizá.... - Calla -había ligado Patata otro nombre- “Patán Sucio”. - ¡Ni hablar! -a coro dijeron los tres chicos aunque por estridente se impuso Congrio- Mi primer embarque lo hice en El Femelín, capitán Cebrianillo Basbas, y tras la experiencia, la mofa sufrida en puertos y dársenas, me juré no enrolar nunca más con tíos tan raros. - ¿Y “Capitán Ozú”? - Al revés has puesto una -corregía Rastrojo- La zeta es una ese. - Está bien puesta; pero el barco sería andaluz. - Estate quieta con las letras, Patata, no seas gafe. 55 55


- Eres un cagarrinas, Congrio. Esto da yuyu, aquello te da mal fario, y lo que no augura nada bueno habla de todo lo malo. Suenas a Guzmán de Cagalarache. - Deja las letras tranquilas. - ¡Que mire a ver si entra “El Copón Bendito”! -rió HerejíaPese a estar a la linde del mar, y ser tabaco y pipas excelentes, la última chupada le supo a Rastrojo a caca de vaca. A broma del pueblo. A tirar fino los tejos. Sí. Un buen cantazo en el colodrillo, a la moza pretendida, venía a ser en la Quebrada algo menos que un te quiero y algo más que un no me olvides, y aunque el guijarro de Herejía fuese verbal, no le pasó inadvertido al zorro de Rastrojo. Herejía había cambiado, al igual que él, aunque en el caso de Rastrojo era innegable. - A mí me han tenido toda la mañana, los muy canallas, abriendo cajones y descorchando vino -quejó Rastrojo- ¿Te has enderezado el garfio? -Patata batallaba al género- No. - Entonces no quejes porque a la sombra has estado; y sentado. - Vale, lo que tú digas. El caso es que me he enterado que la nave es excepcional. Basta verla. Y llevaba embajada importante de España para todos los pueblos de la Tierra. - ¡Sí! ¿Cuál? - Sí ¡Ojo, hemos vuelto! Se ha facturado en secreto una flota variada, de chalupas a galeras, de la que es representante esta goleta; con un sistema nuevo de trabazón y cuadernas que dan estabilidad de mar plana aún estando el océano encrespado y batiéndose la artillería a dos bandas. Se pretende reconquistar lo perdido, y, de ser factible, restañar con los dominios 56 56


vecinos. - ... ¿Y? - Nada. Que se nos va a echar encima también nuestra Corona. - Ya nos buscaba -dijo Congrio quitando mérito a la información- Sí, pero ahora lo van a hacer con ahínco. Siendo el barco tan bueno, buena la hemos hecho. Razón tenían los psiconautas para temer. Y Rastrojo. No imaginaban siquiera, pero aun ajenos a las nuevas intuían que la madre patria seguiría atenta los virajes de la Pilarica Chica. La misiva del capitán Silverio, en efecto, poco tardó en llegar a España, y preocupar, y ahora, de vuelta la respuesta, el mes largo hacía que partiese de Guayaquil un convoy de dos fragatas y tres corbetas para dar relevo al punto al capitán Silverio; se dirigía hacia ellos una flota muy nerviosa y armada hasta los dientes; de mecha presta. Sin embargo hicieron mal en dudar de la lealtad del capitán Silverio. Aguantó cómo un macho tres o cuatro barricas, a la quinta, flojeándole las piernas y viendo a la tripulación ser arrojada por la borda, le rindió. Rindió la nave y se rindió él para salvar la vida a quienes habían bebido de más o no sabían nadar. Por despecho aguantó Silverio una sexta barrica en privado con los autores de la jugarreta. Felones, sí. Brindó sólo por joderles la celebración bebiendo más que ellos. Y más. Y más. Y un séptimo, hasta un octavo y un noveno barrilete. Al décimo, ja, pidió se le devolviese con sus hombres al pañol de drizas al preferir la compañía de estos. Portento y Verrugo estaban verdes. - Capitán, qué piensan hacer con nosotros. - No sé, Matías -dijo el capitán Silverio mientras tomaba asiento entre unas maromas- siguen cargando la nave y órdenes han dado para levar con la primera de la noche. - ¿Iremos con ellos? - Vosotros no, yo sí. 57 57


Ésa fue la condición que puse para entregar la Pilarica y no darle chisca a la santabárbara. - Nos han querido envenenar, capitán. ¿Quién no le dice a usted que nada más zarpar no le cortan la cabeza y la cuelgan del bauprés? No se fíe de esta jarca, patrón, aunque palabra le hayan dado no son de fiarse los tiempos. - Juró el viejo Inocencio... bueno, el capitán Verrugo que ha resultado ser, que en cuanto tenga ocasión de cambiar de barco me devuelve el mío. Dónde vaya la nave iré yo; porque nunca he perdido un navío y no voy a empezar hoy. Vosotros trincáis el primer barco de vuelta a España. - ¡No! No. Cosa de marinos, de sus pechos temperamentales, prometieron al capitán que si se diese la oportunidad se apearían de la nave, sí, pero de volver a España sin él ni pensarlo. Le esperarían. Y si no allí mismo, que buscase en Tehuantepec o los alrededores, pero que estarían, seguro, hartándose de mota, yopo y ololiuhqui. Y llegó el caso. Se les devolvió en un bote a la playa y allá quedaron. Poco tardaron en buscarse los hombres dónde apoyar el codo o la cabeza, que no había regresado el bote al costado del barco y ya se veía ambiente de fiesta en la arena. Se despedía a la embarcación al viejo estilo Tantantlán. Ardía una enorme hoguera en la orilla y entre las llamas saltaban los inditos. Cortés, más educado de lo que nunca había sido ¡y nunca fue mucho! el capitán Silverio Tuerto se aprestó a cumplir su papel. Y no era malo una vez le fue explicado y se lo vistió. Muchos privilegios y ninguna obligación. Y más justas no podrían ser las condiciones porque en lo cotidiano se le ligaba al comportamiento general. Hasta una parte del botín, del corriente en adelante si 58 58


lo hubiese, se le haría depósito en concepto de arriendo simbólico. - No lo piense más y déjese llevar, capitán Silverio. Ha conseguido el mejor trato de los que llevo vistos. - ¿Y lleva? - Llevo ¡Llevo! - Prisionero me le han presentado, doctor, pero el compadreo que se trae con ellos me hace recelar un tanto. Y las pistolas, claro. - Tome -ofreció sus armas Bulín de Aguiloche- de nada le servirían. - No gracias. Aunque entre rufianes, me considero caballero y mi palabra he dado de portarme cabal. Y que también me imagino que estarán descargadas. - No. No lo están. - Igualmente le agradezco. Ahora sí sé con quién me juego los cuartos: el famoso capitán Verrugas y su morralla. ¡Piratas! - Verrugo. Capitán Verrugo. Verrugas tenemos otro; gaviero. - Ya decía yo que mala cara me ponía cuando le llamaba por el tal. Bien, pues sea el patrón Forúnculo, Grano o Verruga, su palabra me ha dado de devolverme la nave. Y a mí no se me quebranta la palabra salvo por llamada del Altísimo. - Si su palabra ha dado se hará, pero sepa usted que el último ladrido siempre lo tendrá la perra. Ramona. Ni el reflejo que les mandaba la hoguera en las nubes bajas se apreciaba. Hacía tiempo que negro, más negra que la mar, se hacía la silueta de la costa. En cubierta reinaba la calma, Portento gobernaba y sólo los más zurriagos admiraban las estrellas. Corcovado, las mujeres y los niños presenciaron en 59 59


silencio desde la popa como los hombres largaban al capitán Verrugo en su sarcófago y a remolque lo ponían. Tradición. - O sea, que esto no es un disfraz -acompañado por Bulín acudió Silverio Tuerto a charlar con Portento- Usted tiene el mal gusto de vestir así, señor mío. - Clásico me veo yo -sin dejar la rueda lo dijo- Llevémonos bien porque larga será la travesía -Bulín había pasado por el trance y ponía a disposición la experiencia- No se haga mala sangre, Silverio. Tómese asueto de usted mismo y disfrute. - No podría con mi Conciencia. - Yo la aplaco poniéndome la bola. Los días que me noto atravesado con el mundo me calzo la bola de preso y grito las injusticias que veo. - ¿Y muy a menudo se engrilla? - Al principio mucho. Ahora esporádicamente y no más de dos días seguidos; que mal dormir hace la penitencia. El capitán Silverio se sintió entonces preso feliz porque en ese instante recibió el topetazo de la llamada de la mar. Hombre libre, de acción y palabra, no tuvo miedo ni remilgos para hablar claro a Bulín, a Portento y a cualquiera que le oyese; que habló a voces. - Os van a matar a todos, incluso a mí. No se me va a perdonar el haber distraído la nave de su curso, pero a vosotros, con saña se os va a dar castigo por pícaros. Sabrán que habéis sido vosotros en cuanto pregunten. - Amigo -sin apartar la vista del negro horizonte habló Portento- antes que tu padre fuese joven, antes que los de tu mismo ministerio se pusiesen a las órdenes de Lis, a mí ya se me perseguía. - Sí -confirmó Bulín que sabía del bagaje- Fe doy que este hombre, a día de hoy, no tiene amigos en tierra. - Algunos me quedarán, digo yo. Aunque muchos me nieguen, y renieguen, bien 60 60


sé que cuento con unos cuantos. La mano buena del chico manco me bastaría para contarlos. - Pero en tierra no. - Vale. Deberé darte la razón o de lo contrario qué pensaría nuestro invitado. - Por lo que yo piense no se preocupe. Siempre estaré con quien hable mal de usted. - Mi querido capitán Silverio, al pie de la letra sigo las normas de la Psiconauta y las de cortesía, y puede estar tranquilo porque no le buscaré el traspié. Pero, ¡ay, el ojal de un carbonero! a nivel personal, tal Portento el pirata, le puedo destripar si el aire me da de hacerlo, amigo. Y si sigue en esta línea dé por seguro que me dará. - Amigo -no menos veraz y valiente fue la respuesta del capitán Silverio- Si en trance me va a poner de buscar clérigo, le aviso, amigo, viejo amigo, que tengo dos manos y no es menos buena mi siniestra siendo diestro. Quizá el cura tenga que traer óleos para dos. - Para uno. Si es por ganar la primera batalla me reitero ateo. Echaba mano al sable Portento cuando unos gritos congregaron en cubierta a la gente que prácticamente se acababa de acostar. Maldecía Verrugo. Al irse de las manos el timón mal compás de olas sacudieron el sarcófago, y siendo el primer sueño, ligero, notó el capitán. Abrió la tapa y mentando muertos y al Averno en pleno exigió que se le devolviese con toda dignidad a su camarote, o que se cortase el cabo que le asía a la nave, pero que tanto bamboleo y sacudida le levantaría dolor de cabeza. Cercenó cable y gritos Portento aprovechando que había desembalado su sable, y teniendo congregada audiencia, y con ganas, ofreció espada al capitán Silverio; noble, por explicar el gesto, pues muy mala sangre había en el acto. ¿Por qué no? Pensó Silverio. Ahora o luego, total, qué más da. Cogió la espada y dando bríos al brazo hizo tres o cuatro lonchas un cacho de 61 61


aire. Se estiraron él y la espada. Y se combaron. Y caliente, se arremangó la camisa y se fue para Portento. Al tiempo se hizo hueco y silencio. Y Portento no se movió; vamos, se pasó a la pasiva. Esperó a que el otro cargase para clavar el sable propio en cubierta y pedir a viva voz licencia para combatir. Si para ahora se la daban mejor que mejor, pero si cómo era Ley debía esperar a tocar tierra, él se reservaba el lugar, e, implícitamente, el momento. La marinería aplaudió el plante. Tanta era la algarabía, y tan “habitual” que se jalase al capitán Verrugo, que aunque éste apareció en cubierta echando pestes y de muy mala leche su caso no pasó a mayores. Incluso se congratuló por el ejercicio de autocontrol desplegado por Portento ¡Qué hombre! Y también se felicitó a sí mismo por el buen ambiente reinante. Buscando ropa seca se retiró Verrugo a su compartimiento. Cada mochuelo a su olivo. Cada pulga a su perro. Cada sueño a su coy. La noche discurrió de ahí en adelante sin gritos pero con la misma tensión. El grupo de la trifulca se amplió. Se unió Lortom que tenía guardia de doce a una, y aunque no era la hora, por parecerle que la Luna se ofrecía envenenada prefirió quedar. - Hola -tendió Lortom la mano al capitán Silverio- Yo soy Thomas. - Sí -aunque presentada toda la tripulación, pocos nombres y caras retenía Silverio- Ya me viene... ... ¡Lortom El Inglés! - Americano. - ¿No es lo mismo? - No. - Perdóneme la venia. - Licencias puede tomarse cuántas quiera, pero esté sobre aviso que un día pueda cogerme alterado y le dé un mal mandoblazo. Uno bien tirado para partirle por la mitad; porque si usted presume de 62 62


ambidiestro, yo de haberme pagado los estudios deshuesando vacas y cerdos. - ¡Será tropo! - Y real. - ¡Joder con lord Tomás! -en gracia le cayó el tajo recibido al capitán Silverio¿Es esto lo que se llama flema británica? - Flema inglesa sería decir que usted es poco hermoso. Por dentro y por fuera. Allí dónde husmeaba le respondían a sable e intuyó Silverio que no iba a llegar muy lejos. Cosa de horizontes, de días, de tierras, que diera con alguno que le hiciese espetón. Seguro. Habría. Siempre hay alguien más listo que uno. O hábil. O vengativo. Y ahora no le defendían los galones. A eso de las cinco de la mañana sólo quedaba Portento en cubierta. Y doña Genoveva. A sus cosas enredaban cuando madrugador apareció el capitán Verrugo. Al encuentro acudía caldo en mano pues previamente pasó por la cocina. Las mañanas se calcaban unas a otras aunque quizá se estuviesen acercando al final. Portento lo podía oler en el aire. Y Verrugo. Incontables mañanas llevaban levantando a la misma mar. Viento, olas, hombres y barcos podrían cambiar, mas el océano, el cielo y la Luna, y el Sol que vendría, sí que eran los mismos. Y ellos. - Oye Verrugo, ahora entre nos, qué te parece el Silverio. - Para qué. - Para rival. El antagonista que nos falta al pedido. - Te veo venir Portento y no quiero entrar a tu juego. Tú tienes que decidirlo. - ¡Pero bueno! Yo lo digo más que nada por vosotros, para que no os hagáis ilusiones y luego 63 63


quedéis defraudados. Por no posponeros el sinsabor ahora mismo clavaría el rumbo a las islas Encantadas y en quince días lo desmanteco a pie de playa. - Y si te desollase él ¿eh? Si ha de ser él, sea en las Encantadas, sea en Barrena ¿Será él quién te facilite embarque nuevo? - No es él, créeme. Bien me lo dicen las tibias y la caja de los sesos. Había decidido. Sí. Lo había hecho. Verrugo entendió con las últimas palabras que Portento zanjaba el asunto declarando no rival a Silverio. La verdad, nimia importancia tenía para la nave y sus tripulantes que Portento declarase no rival al hombre. Al único al que algo le iba en esto era al citado capitán Silverio. De hecho pernoctó entre unas velas al haberle sido expropiado el camarote y no renunciar a la dignidad del grado; prefirió dormir en cubierta a mancillarse en la bodega; todavía no. Ya tendría oportunidad de resarcirse cuando cambiase el aire, y debía estar cambiando porque por lo pronto escuchó la conversación y eso tenía ganado. Saber los planes del adversario no tiene precio, lo que sí resulta caro es interpretarlo mal, o bien. En el primer supuesto tuvo la desgracia de caer Silverio. No comprendió el alcance de las palabras. Ja. Por algo el capitán Verrugo se marchó enfadado. Sabía que ahora no, pues sería demasiado evidente, pero en cuanto oscureciese el cielo de nuevo y volviese a quedar solo al timón Portento, la nave enfilaría al sur. Se quisiese o no se iba a recalar en las islas Encantadas para que la marinería comiese unas tortuguitas, y de paso, para que Portento tuviese tierra firme bajo los pies y pudiese destripar con ley al capitán Silverio. - Por qué vamos ahora al sur ¿Hay avería? -dijo Herejía llenando un búcaroHasta antes de tocar la campana zampa hemos ido siempre apuntando a la izquierda del declinar. - Hombre, habiendo dicho Portento lo que ha dicho, no deja otra salida -por 64 64


hacerse el curtido ni levantó Congrio los ojos de la escudilla- Yo tampoco toleraría ofensa alguna del tipejo. - ¿Y qué tiene que ver eso en nuestro rumbo? -dijo la hechicera sabiendo que todo podría ser- Nada -lo fino era cosa de Patata- Que como Portento no quiere morirse, que le maten, y ha declarado no rival al capitán Silverio, para demostrarnos a todos que tiene razón, buscará la primera tierra firme que caiga a mano para batirse con él. Las Marquesas sí nos caen al sur suroeste, pero lo más cercano a nosotros se harán las Encantadas. - ¡Demos la vuelta! -práctica era Úrsula, eso, y que se sabía de roca- Sería otra salida, sí, pero al menos así vamos haciendo trecho. El único inconveniente que le encuentro al desvío -dijo Congrio levantando los ojos del plato- es que si Portento mata a Silverio, se nos vuelve a quedar coja la lista ¡Y a vivir como siempre al último suspiro! - ¡Ah! Eso no -dijo la hechicera- No voy a dar la vuelta al mundo con un níscalo entre las tetas y el otro le va a descerrajar un tiro a su prenda. ¡Faltaría más! - Conociendo a Portento será a sable -hasta las cejas curvó Congrio- con Desgarbador en las manos no le supera nadie... Vale, salvo si exceptuamos al Sordo en un día inspirado. - ¿”Desgarbador” llama al sable? -bailongo le sonó el nombre a Rastrojo- Ni por el forro suena tal Tizona o Excalibur. También esta conversación cogió al vuelo el capitán Silverio; parecía poseer el don de la ubicuidad. Contrarias las palabras a sus elucubraciones primarias quedó sumido en un vuelo de abantos. Quiso buscar nido en la cofa para pensar, mas allá halló quien ya ocupase el puesto; hasta en el pañol de encartuchar, y a tientas al no llevar lucerna, dio con gente; Matute y Sacromonte; dormían. 65 65


Siendo suyo el barco no daba aún con sitio propio. Atestado de extraños, sólo halló tranquilidad en el beque. Y relativa. No había aposentado los reales y le batían nudillos a la puerta. - Toc, toc, toc. ¡Vamos macho que es pa hoy! - Ocupado. - Lo huelo, lo huelo. - Pues narizotas muy grandes debe lucir para mascar lo que aún no he soltado. Y que no haré de seguir usted ahí. - Se acabó lo de cagar al sitio o por la borda. Hombre libre soy y cago dónde quiero o dónde todos. - O dónde pueda. Déjeme ejercitar mi derecho a defecar y dése mientras tanto un paseo. - Toc, toc, toc, toc... Échate unas ciruelas pasas al buche y luego sigues. Sal. - No puedo. - Por qué. - Ya le diré después, pero, por los Santos Lugares, lárguese de aquí. - Toc, toc. ¿Quién eres? - ¿Y usted? - Di tú primero porque yo pregunté antes. - Muy bien. Soy el capitán Silverio. Y si ya sabe quién compunge al otro lado, váyase por ahí un rato que luego le buscaré yo. - ¿Sin haberle dicho quién soy? El lugar era de congregar moscas, y más mosca que nadie Tizón. Apenas dio 66 66


dos sorbetazos a la sopa y de abajo sintió compromiso. Cocinaba Portento, y aunque en las risitas que se echaba todo el mundo quiso entender las ganas de despedazar al capitán Silverio, de segundas supo paladear Tizón que el mamonazo había especiado con laxante. Sensible que era de vientre no se vio para bromas el psiconauta. - Salga capitán Silverio porque miro y no me veo. Salga a la una, a las dos, y… que reviento. - Ninguno de vosotros me dais miedo. Bien seas Inocencio, o lacayo anexo, no abriré. ... prreeettt. - ¿Es un pedo? - De estampado. - ¡Rediós! Le doy cuartel. Aunque a la puerta, Tizón quedó en silencio. Cierto que era sensible y fue el primero, pero tras él, y mucho menos corteses o comedidos, fueron llegando todos aquellos que apuraron el rancho que preparó Portento ¡Y eran bastantes! A patadas y empujones acabaron por hacer saltar la puerta. Asustado, que de miedo era el sitio y los golpazos, cogieron en volandas al capitán Silverio y le sacaron a cubierta. Y pese a ir a todo trapo se le tiró con gran alborozo al mar. Borda fuera. Portento al acto cambió el semblante, se soltó las trinchas y saltó por la popa al agua. No nadaba mal Silverio, y aunque aturdido en un principio el remojón le templó. No hacía falta que nadie se tirase tras él, si le largaban un cabo se apañaría. Así se lo quiso hacer saber a Portento. Pero Portento no iba en auxilio, nadó hasta el hombre para darle un par de tortas. Dos puñetazos bien hermosos que dejaron tumefacto al sujeto. 67 67


- ¡¡Está usted loco!! -obvio que quien protestaba era Silverio- Ni le he intentado agarrar ni nada porque nado muy bien. Y ¡¡además!! fueron los sarnosos de sus hombres los que me han largado al mar. - Algo habrá hecho. - Nada. No he hecho nada. ¡Ni cagar! Para entonces la Psiconauta había virado en redondo y arriado el trapo. Por la escala subieron los hombres. Al llegar arriba lo primero que hizo Portento fue preguntar el motivo concreto por el cual habían arrojado al otro al mar. Se le dijo la verdad, que el capitán Silverio se hizo fuerte en el beque y se negó a salir ¡Y con urgencias! Facilitada la información requerida, cuando el capitán Silverio alcanzó la cubierta volvió a bajar; otra hostia. Mas no quedó ahí la cosa pues el hombre también era de armas tomar. Y al retornar, y sin mediar palabra, se enzarzó a sopapos con Portento; a puños sería porque se entendería más corpulento. ¡Pelea! Y de las buenas. El capitán Silverio se declaró ducho en el arte del guantazo. Se manejaba bien. Siendo de envergadura ancha una vez cogió la distancia, mantecado por aquí, polvorón por allá, castigó a Portento en firme. Pero éste encajaba. Y sacando varias manos como una exhalación insinuó que también era docto. ¿Dónde estaba el capitán Verrugo que no intervenía, que no daba la cara? El capitán Verrugo, sabiéndose viejo, y por saber, se metió en su ataúd. Él solo se puso a remolque y con un “¡Que os jodan!” largó el cabo y cerró la tapa. - Que alguien pare a estos descerebrados o se matan -tras media hora la hechicera encontraba gratuito el espectáculo- ¡Vaya ejemplo! Por pedirlo la hechicera, sea la verdad a la verdad, Bulín intervino para que aquello terminase. Les propuso que, puesto que ninguno de los dos tenía intenciones de deteriorar la nave, ni el ambiente que envolvía a sus ocupantes, 68 68


quedase claro que entre ellos, ellos dos, era la cuestión. Podrían pegarse cuánto quisieran pero sin molestar. Eso eliminó de un plumazo las horas nocturnas y las de siesta. Y los ratos muertos que se van con la pitanza. Y los tiempos de guardia, por supuesto. Tampoco sería bien visto por la mañana al ser las horas frescas las mejores para atender los deberes del barco. Ni con el calor de la tarde que cansaría la mera contemplación. - A mí me has llenado la libreta -conocía Portento las triquiñuelas del doctorQuitándome el alba que tengo comprometida, y la medianoche que tengo apalabrada con las damas para jugar al dominó, no me queda tiempo ocioso. - Yo, menesteroso de labores por cativo, sin embargo en blanco tengo los bailes. Disponible quedo a sus mercedes para cuándo gusten. De uno en uno o todos al mogollón. Por algo era Ley. Dejaron para la playa su pendencia y muy corteses se dieron la mano. Se aulló, que se aullaba por todo, y se pidió a gritos levantar el trapo. Henchida de aire blanco arrancó la Psiconauta como si no hubiese estado parada. Con rachas buenas llenaron las velas tres o cuatro días, un par malos tuvieron, sí, pero volvieron a compensar con otra tanda excelente y a la mañana clavada del décimo quinto día que dijese Portento avistaban tierra. Al viejo le daba igual que les saliese a la proa Santa Cruz o San Cristóbal. O la Española, que también había en las Encantadas. A la capa de un peñasco en Isabela fondearon. A la playa acercaron a los hombres y solos quedaron con la panoplia de armas. Para elegir tenían hacha, sable, pistola, cuchillo o astil. Demasiada utillería para blandir con sólo dos manos. El capitán Silverio, dado que el otro tenía en derecho escoger lugar y momento, consiguió al menos que se le concediese la gracia de elegir instrumental. Por oído y visto descartó los chismes contundentes y de cortar. Se quedó con la 69 69


pólvora. A la fría pistola expondría su caso el capitán Silverio. Una vez examinados los trabucos, se alejaron diez pasos el uno del otro. A veinte dieron la vuelta y elevaron armas. Y ... ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Un solo tiro inventó eco de descarga de fusilería. La pistola humeante del capitán Silverio, con todo él tras la culata, seguía encañonando a Portento al no creer que pudiese marrar. ¡Él! ¡Tan cerca! Tiró a no fallar, a las tripas del oponente que por equidistarle a éste de manos y pies se sabe la parte más vulnerable. Y juraría que en el ombligo puso el plomo, pero Portento no daba señal de ir a derrumbarse o de sentir siquiera dolor. ¡Y encima aún no había efectuado su disparo! Por puntería inigualable, que se le pedía a Portento desde la Psiconauta que metiese un balazo entre ceja y ceja ¡Siendo cejijunto! se sabía el capitán Silverio muerto. No rezaba en alto, pero al catalejo se puso Tizón y le leía los labios para deleite de los de la nave. Reían. Portento garantizaba el espectáculo, y sin esperar mucho, para sorpresa de la borda, giró su cuerpo muy lentamente hasta acabar encarando al público, y encañonándolo, y tirando sobre sus cabezas, dejó el plomazo mordido en el mayor. En el palo clavó Portento la bala diciendo que ahí quedaba eso ¡Torero! Aquí estoy yo. Eso entendió Silverio y no que le adeudaba el tiro. No debía ser muy habitual perdonar vidas, seis cruces, y dos estacas, sin mentar el montón de piedras que 70 70


antecedía a cada una, daban cuerpo de cementerio local a un esquinazo de la playa. El capitán Silverio Tuerto, con buen criterio, el propio al menos, no dio por terminado el duelo y cogió el hacha. Ahora, eso sí, mal pensó que había hecho al poco, al sopesar Portento el calibrado de la que acarrearía, en sus manos el hacha fue porra de desfile; giraba que daba miedo. Por no ser momento de aguantarse con las malas elecciones, el hombre dejó el hacha y trincó decidido la tranca. - (No seas tonto -susurró Portento- Tiempo ha, tuve trato con unos lamas tibetanos, y con este tipo de astil, o cualquier otro enmangue, no hay quien me iguale. No pilles la porra, en serio, porque por dar vidilla a los muchachos antes de matarte tendría que romperte todos los huesos del cuerpo. Y tenemos un montón). Y duelen. Horrores. No concretaba Silverio si era cuchufleta o si decía de corazón, a choteo le sonaba desde luego que su adversario le apañase el encuentro. Menosprecio sería si hubiese alardeado de ello a voz en cuello, mas por haberlo dicho musitando al capitán Silverio desconcertó. “No cojas la porra que te encalo” “Suelta el hacha no vaya a ser que te cortes”. Y el cuchillo, ¡bueno el cuchillo! Lo hizo bailar en la uña del dedo gordo. Visto el manejo, el capitán Silverio dudó si clavar la rodilla en la arena y pedir clemencia; favor que ya le había sido ofrecido y que no fue aceptado por tonto orgullo. - Peor. Al sable ni te acerques, no lo toques porque con Desgarbador fileteo un pelo en siete. Y a la larga. - Lo tengo oído. Pero algo tendré que escoger ¿no? 71 71


- Nada. Escoge la vida. Date la vuelta y reconoce ante todos que no eres rival. Que no lo hay. Sólo eso tienes que decir y a nada compromete. “No soy rival ni lo hay”; sencillito. - No. No puedo. - ¿Por qué? - Porque sería faltar a la verdad. Aunque entre morralla, para sentirme preso he de serlo también de mi palabra, y mientras esté subyugado a esta coyuntura pienso seguir yendo más recto que un cirio. Vamos, que ni yo me reconozco de lo honrado que me peino. - Me pierdo. - Coño, que también sé que existe un tal Sordo. Y que se dice que su sable es tan bueno, o mejor, que el que esgrime usted. - Quién eructa tamaña patraña. - Voces que acuna el aire. - Déjate de papanatadas y date la vuelta. Di bien alto que te oigan. Di “No soy rival ni hay”. Grita “Es el number one”. No. No diría porque no le apetecía y además pudiera ser mentira. Con el calambrazo cerebral del momento le dio al capitán Silverio por coger el sable y tirar un viaje sin mediar. Portento se vio sorprendido y reculó. Retrasó su peso en busca de suelo más propicio; habían dejado sin darse cuenta la arena de la playa y subían un costado de piedra; elegidos mocasines finos la roca le iba mal al viejo, plantando mal un pie podría ir al suelo, y tampoco era tan zafio en su estilo el capitán Silverio. Alternaba éste las estocadas cortas con rodillazos y guantadas. Atacaba con todo esperando tener suerte, pues difícil defensa atisbó que también tendría cuando 72 72


pese al gran acierto, y desde el suelo por el pronosticado batacazo, paró sin ningún trabajo Portento una serie de lujo que inventó Silverio. Ni él se hizo idea de cuán acertada fue la tanda, el mal rato que pasó el abuelo, pero, grácil, tras la costalada sufrida, Portento conseguía arraigar los pies en un remanso de arena y contraatacar. Como pudo se defendió Silverio. Leyó la importancia del piso, y aunque intentó salir de mil maneras, Portento lo evitó. Achicó el espacio el viejo hasta inventar jaula sin barrotes, y una vez lo tuvo en el suelo a merced del acero, Portento ofreció a la grada, la borda, el pulgar horizontal; muy romano. Debería la marinería dictaminar si el gordo se iba para abajo o para arriba. No confiando en el recuento, por la distancia y lo que le iba en ello, el capitán Silverio aprovechó el relajo de la consulta para hundirle el sable hasta la cazoleta. Siete hizo en la camisa de Portento. Setenta y siete al tener salida. Y eso fue lo peor. No que le hubiese pegado un tiro o que por la espalda le hubiese dado estocada, no, a cuerno quemado le supo a Portento que arruinasen su blusón. Descuidando de los sietes, que mal zurcido tendrían, la suerte de sangre verdosa que fluía en Portento dejó cuatro lamparones que parecían candelabros. No teniendo solución, que mal se limpia la sangre del corrupto, Portento muy enojado se extrajo el sable, se arrancó la camisa, y cómo si cañonazo fuese le descerrajó un bofetón a Silverio. Sonó. ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! Y no era el eco. Portento le estaba dando la del pulpo al capitán Silverio. Si duda quedaba que 73 73


quizá a las manos sí hubiese sido rival, Portento se dispuso a disipar a hostia limpia. - Nada. No hay nada que hacer -dijo el capitán Verrugo invitando a que le siguiesen- Es duro el Silverio, sí, pero Portento había decidido días atrás ¡Vamos si lo sabré! - Años, diría yo -también Bulín estaba conminado- No va a haber forma con lo suyo. - Caimán proveerá, muchachos. Caimán. Con la tarde por delante el capitán Verrugo organizó expedición. Los vagos, y los dispuestos a seguir contemplando la tunda, quedarían al cargo de hacer aguada y vigilar la nave, el resto se dispusieron a la brega con la zampa prometida. No lejos del lugar de desembarco existía otra cala, y en ella una vereda que acababa coronando un cotarrillo dónde moraba el ser que dio coartada al perverso de Portento para justificar el desvío. Tortugas. Sí. Gigantes. Grandes tal carros y de un fácil de cazar que daba pena. Pero no carecía de peligros la captura, ojo, no, aunque bonachonas la mayoría, algunas estiraban siete palmos el cuello y tarascada tiraban al aire que daba miedo. Y ¡Ay! Con los lagartos. A cientos, millones que desde lo alto de un caparazón oteaba Herejía, tomaban la siesta al sol en unas rocas cercanas. - Sube Rastrojo, sube, vas a flipar. Ahí delante veo unas rocas ahítas de lagartos; debe ser la otra cara de la cala dónde dejamos los botes. ¡Lagartolandia! - No subo porque se mueve mucho. ¿Son tan grandes cómo tu caballo? - No parece. Pero te prometo que las ancas se ven jamones. Confiando en la quietud de unas peñas se encaramó a ellas Rastrojo. Era 74 74


cierto. Patata y Congrio también congregaron con los gritos, y las señoras, hasta Fraybuches y Corcovado se dejarían seducir por la carne de reptil. En manos de la chiquillería se puso la captura, quedando al ojo desde unas sombras los adultos. - En qué piensas que te veo mustia -por retiradas Úrsula y la hechicera burlaban un aparte- Mala cara veo que pones por días. Vas agriando el ceño como cuando eras niña. Qué te ocurre, no puedes engañarme. - Estoy un poco harta, Úrsula. - Dale un meneo al medicucho y te sentirás más sueltita. - Bah. - ¿Cuánto hace? - ... Buff. - Cuándo recuerdo cómo te miraba desde la ventana del farolillo rojo el mal bicho... Se me vienen sus ojos y no sabes cuánto lamento no haberte puesto sobre cuidado. - Lo hiciste. - Ves. La memoria me flojea. ... ummm... Creo que voy a volver al bote para trincar la frasca del recordar. - Sí, eso. Corre, corre al bote pues con su frasquito quedó también Verrugo. Corre pero no pierdas esta vez tan rápido las enaguas. - Calla, bruja. - Te diré. Al rato de partir Úrsula las brumas deshilachadas, y las nubes altas que no habían tenido entidad hasta el momento, vinieron a urdir ovillo. Tejió el viento una noche prematura trayendo de aquí y allá mechones. La hechicera sabía de cielos y se dirigió a los chicos, que corrían los lagartos, para que se dejasen de 75 75


juegos y zumbando fuesen desalojando. ¡La mar empezaba a trempar! De no haber sido la Psiconauta no se habría abandonado el fondeadero, siendo, en cuanto se pudo cerrar la bodega se dio la orden de levar. Volador se comió durante días, y el olor a amoniaco duraría años. Estela de su presencia dejó la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso por todo el Pacífico Sur. Desaparecido el problema que supuso la carestía de víveres, ahora se escuchaba feliz a la marinería; eructaban por llenos cuando hace nada habían hecho por vacíos. No obstante, daba bordadas la nave tal que si hubiese nacido para ello y en plena forma se encontrase. Al menos eso pensaba Bichomalo. Estaba sentado en la toldilla de popa admirando el conjunto del barco. Las gentes en los palos, las velas acaudalando aire y el fino rasgar de la quilla al separar las olas. Zafarrancho había cantado y hasta la artillería practicaba; no por mala, que eran los mismos hombres que deleite le proporcionaron en jornadas anteriores, pero muerto Garcinuño por un manotazo del kraken, el sable de maestro artillero fue ofrecido al bueno de Torerito y necesitaba rodaje. Obraban los cañones a medio rendimiento y de por sí le sonaba al capitán a sinfonía. Hasta por ganar puntos al jefe, Flojo Laxo llevó la nave tan suave que el capitán Bichomalo pudo alternar las risas con sueños. Era cosa de ligar bien las olas lo que dura una ampolleta y el capitán se transponía. La marinería decía que se estaba mirando por dentro porque tampoco dormía del todo, sesteaba de un tiempo a esta parte como un nonagenario. - Capitán... capitán. ¡Capitán! - Sí, ya voy. Qué pasa -del letargo se recuperaba por días más tocado- ¿Hay níscalos en la plaza? - En su terruño tal vez, aquí no arraigan. 76 76


- Qué quieres. - Me preocupa, capitán. - ¿El que sea fecha o no para setas? - No capitán, no estoy al tanto de la liturgia. Me preocupa usted. Duerme más que un obispo. - Sí, es verdad, Torerito. Me noto. De unos días aquí me jode despertarme; soy más feliz en mis sueños. - ¿Y qué sueña, capitán? ¿Qué le ausenta del barco a usted que siempre fue tan formal? - Y soy. Que no he dejado de ser. - Sea, o haya dejado de ser, no es su comportamiento normal. ¿Qué siente? ¿Siente algo? - Me siento morir, Torerito. No creo que llegue a echarle mano a la cuadrilla de mi mujer. (¡Oigo campanas!) - (Tranquilo, el demonio sólo toca el txistu y no muy bien). - ... Flojo. - Diga capitán. - Temo me ronde mi mal. - Algo imaginaba al llevar una semana sin dar tormento a nadie. ¡Y motivos hay! - ¡¿Sí?! - Sí, capitán. - Dime. Dime a ver si así me levantas el ánimo. Pero ni inventándose sucesos espeluznantes consiguió sacudir la modorra del capitán Bichomalo. Mal estaba el hombre de verdad. La semana que le tuvo sometido la galbana padeció tiritonas y fiebres. Poco caso le hicieron sin embargo los hombres, y salvo por ver al capitán cambiar de color 77 77


y echar vapor por las orejas, nadie se preocupó por él. Torerito sí. Sí. No se movió de la cabina. Enlace con el resto de la nave fue el Trócola, el cual se acercaba a diario con la previsible rodaja de calamar; si a la romana, o tibio por recocido, era cosa de descubrir al levantar el cubreplatos. - ... oh, sí... oh, no... oh... ¡oh!... -intentando poner misterio rumiaba ToreritoSí, sí, sí. Sí ¡Calamar! - Imaginaba -ni la comida era alegría para la cara de Bichomalo- La guarnición es lo que se me hace nuevo. - Diría yo que son balines vestidos de olivas, capitán. No coma que duro le sale aún el plomo al cocinero. - Tranquilo que no haré. Ni ganas tengo. Abandonándose estaba el capitán. Ni de hablar tenía ganas hasta que en un guirigay de la cofa se entreteló amenaza. El Tresgüevos no gritaba, señalaba al horizonte plano y quejaba en el parloteo de piratas. ¡¡Piratas!! ¿Pudieran ser? Quién sabe. Más lozano que una alpargata nueva corrió el capitán a la borda. Y de ahí a la cofa. Bien de tiempo se tiró quieto barandilla al aire en la dirección reseñada. Bastante rato pues mala vista facilitaba el reflejo del sol y la distancia. No respiró entretanto la tripulación. Al ratito largo, que alguno propuso calambre al jefe, acabó por gritar el capitán Bichomalo combate ¡Combate! No zafarrancho. Siendo para el caso lo mismo un timbre que otro, saltó la gente a sus puestos y viró al encuentro la nave. Aunque no supiesen las intenciones del otro navío la Ntra. Sra. la Virgen del 78 78


Amor Hermoso se vistió mientras saltaba de ola a ola. Ahora, con tiempo para detenerse en detalles, clavó Bichomalo el ojo al catalejo y desgranó a viva voz las dudas que le asaltaban a la lente. - Flojo. Flojo. - Capitán. - Fondo negro y muñequitos rojos. - Piratas. - Hasta ahí llego, Flojo. ¿Sarracenos? - No. No creo. - Arriba entonces nuestra señera que nos vamos pa ellos. ¡Arriba la bellota boyuya! Templado por necesidad al puesto revisó Torerito las cureñas y deseó suerte a todos. Por orden del capitán, y que casi se manejaba la artillería sola, se dejó en manos del pobre muchacho todo el poder de fuego. El capitán Bichomalo dirigiría las evoluciones del barco y bien claro indicó a los de la pólvora que su función sería martillear sin descanso al rival. Sin cuartel. Hasta agotar si fuese menester. Rumbo de enganchada llevaban aunque todavía quedase; para pensar y desdecirse habría tiempo. - Flojo. - Sí, capitán. - En un dibujito de la banderola creo haber distinguido un sable. - Muchos hay, y hubo, que pusieron aceros en los trapos; Tew; Roberts; Rackham; Pedro Nene; Verr... ¡Pfff! Ciento y la yaya. - Dos sables son. Sí. Ahora he visto bien y son dos, que entrando a un cráneo por la cuenca de los 79 79


ojos, tendrán salida en el cogote. - ¿Algo más? - Un reloj de arena y un corazón ensangrentado. ¿Quienes son? - No sé, capitán. Clásicos, pero en el libro de miedos no aparecen. Altas y bajas hay continuas en el librito y hace mucho que no nos ponemos al día en lo concerniente a proscritos. - Entonces serán recentales. Aún no estaban a tiro cuando de la estela del primer barco salió un segundo. Otra nave. Haciéndose sombra la una a la otra mintieron paridad, y al descubrir el engaño hasta el propio Flojo Laxo sugirió las de Villadiego. - ¡Todo recto canallas porque nos ampara la Muerte! -borracho de momento el capitán Bichomalo blandía en redondo el sable - Vamos a despedazar a esos hijos de Satanás. Sin piedad. Sin rehenes. Mis perros de la guerra ¡a degollar! - Capitán, por favor capitán -objetó Flojo- ¡Que son dos! - Convoy que ya practicamos. - Sí, pero con una ballena. - ¡Y huyó! - Previa zurra. - ¡A mí la guardia! Dejando para más tarde si aplicar el gato o colgar del trinquete, el capitán Bichomalo ordenó que fuese conducido Flojo Laxo al camarote más profundo y encerrado a doble vuelta. No se resistió el otro, rezongó con la cabeza y siguió el paso de la escolta. - A mi orilla Torerito -llamó el capitán- Deja al mando de cualquiera los cañones 80 80


y sube aquí conmigo. Ven. - Capitán, cómo voy a traspasar el mando a alguien sin experiencia ¡No puedo! - ¿Y tú cómo has llegado dónde estás? Anda, no me pongas más en evidencia y sube de una vez. Esa gente bien sabe lo que tiene que hacer; aquí, de largo, me vas a ser más valioso. - Si es así, de un salto capitán. Se puso Torerito al timón y el Trócola al sable; que le cayó. El capitán Bichomalo desde luego que se había empapado de mar como para sentir la sal por lengua vernácula, mas jurando en lego se hacía entender mejor. A Torerito prácticamente le lanzó el jeroglífico de irse hacia ellos, silbando, para abrirse en el último momento a la izquierda, y ¡zape!, haciendo trompo, comerle el culo a la nave de la derecha. ¡Y acertó el uno! ¡Y entendió el otro! Se hizo la maniobra tal se solicitó, y aprovechando la primera pasada al flanco largó andanada certera el Trócola. Obvio que los otros también abrieron fuego y ocasionaron gran desgarro, pero entre el humo que se pegaba a los cascos, y los fuegos que corrían las velas, difícil le era a Laxo discernir por una minúscula rendija el desarrollo del choque. Pudo hacerse idea clara cuando limpiamente caló una bala la nave de lado a lado. Sacó Flojo la cabeza por el hueco y llegó para ver explotar un barco. Al asomarse al otro costado vio al otro navío, y al propio, largando garfios. Al abordaje ¡Al abordaje! se gritaba. Al abarloar las naves tuvo que retirarse volviendo a quedar ignorante de lo que sucedía. Pese a no existir ahora puerta, ni llave a doble vuelta que la cerrase, Flojo Laxo por voluntad propia quedó en el sitio. Así aguantó un tiempo, hasta que los gritos y lamentos que llegaban desde arriba pudieron con él y subió. Asco de matarifes era el espectáculo, la verdad. Pies, brazos de unos y otros, 81 81


y cabezas, rodaban sueltos por cubierta. Y mucha sangre. Muchísima. Trabados los aparejos, las naves y sus tripulantes compartieron vaivenes. Mismamente el capitán y Torerito quedaron aislados a las primeras de cambio en el castillo de la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso. Quizá por ser el único que se comportaba capitán, Bichomalo, capitán, se declaró a los ojos facinerosos el estandarte a tumbar. Todos querían abatirle. ¡Hasta sus hombres! En la lista de agravios gordos los pondría; tras Flojo. Por cierto, ¿Dónde estaba Flojo Laxo? - ¿Qué dice, capitán? -pese a defenderse espalda contra espalda a Torerito le costaba enterarse- Flojo. Dónde lo han llevado finalmente. - Abajo. - Pues que suba. - Ahora no se puede pasar la orden, Ruin. - ¡Rui! Y más te vale que sí se pueda. Lo quiero aquí. - Capitán, no hay quien atraviese... - … ¡Aquí! Aquí estoy -con gran trabajo se aproximaba a ellos Flojo- Si me buscaba capitán ya estoy aquí. - Mal ¡Muy mal! -de la noche al día tornó¡Quién te ha dejado salir! - A título póstumo, hizo agujero el barco que acaba de echar usted a pique, capitán. - Vale. Bien. Sobre ellos no voy a poder dar mayor escarnio pues muertos estarán, pero tú y yo luego hablaremos del tema. Venga. Abajo otra vez. - Mire que bajo, que yo he visto mucho de esto y sé cómo acaba siempre. - Te bajas, cuentas cien, y subes -capitán hasta el final- No te creas tampoco que 82 82


es tan importante tu concurso. - ¡¡¡Basta!!! -por fuerte el grito de Torerito hasta sus oponentes pararon un momento- Me cago en el cordón umbilical que os alimentó a los dos ¡Fantasmas! Si es por contar que cuente luego. Ahora que haga mortandad que parece hacerla bien. - ¡Demasiado! -rió Flojo Laxo- A la proa me voy para ganar yo solo el barco. - Hala, vete a la proa y más te vale que te maten. ¡¡Gilipollas!! En la proa Flojo fue el Cólera, y a la popa la Peste Bichomalo. Entre ambos asolaron de extraños la cubierta propia y después cruzaron al navío contrario para juntos ser Plaga. La de los Cuatro Jinetes hicieron siendo dos. La marinería dejó que capitán y segundo gustasen de ser primeros en el contraabordaje. Cada uno por su lado saltó, y confiando en encontrar al otro en mesana se abrieron camino sin dilación. A paso y tajo de jungla avanzó Flojo, mejor de lo que el capitán se imaginaba manejaba el desbrozador. Por su parte casi también indemne llegó Bichomalo al encuentro. Para alcanzar el punto dejó media mano olvidada en un pistoletazo. - Flojo -dijo el capitán poniéndose el muñón en el sobaco- Te dije que contases cien y aún no te he escuchado desgranar. - Por veinticinco voy. - Mientes. - Palabra capitán que por palotes voy dejando fiambres. - ¿Y veinticinco llevas? Mira que cuento. - Con el contramaestre que agoniza, clavados. - Te creo porque yo he dejado otros veintitantos. Con el capitán a la cabeza haciendo la treintena -y para dar prueba enseñó la camocha ensartada en el cuchillo83 83


Gritos hubo, pues tras mostrar, y sin asco ni pudor, de ferino sorbetón le arrancaba un ojo al trofeo y luego lo escupía. La gente del Porca Miseria saltó la borda al grito de ¡Estroncho di merda el último! Ni a mujeres, niños o abuelos darían prioridad, ni hablar, desbandada y rompan filas en toda regla. Viéndose victoriosos los del Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso, y hartos de cefalópodo, entraron a degüello con las provisiones de la bodega; aunque no tuviesen el hambre que habían tenido. Mandó el capitán Bichomalo que se transbordasen todas las componendas útiles que del Porca Miseria saliesen. Se reclutó a doce de los que nadaban por las inmediaciones y se parcheó los destrozos de una con la otra. Se echó la noche, y echando cuentas, el capitán citó al camarote a Flojo Laxo. - Toc, toc. - Pasa. - Buenas noches, capitán. - Buenas. Siéntate. Una vez tomó asiento, el capitán tendió la petaca de fumar. Y usó el otro. Haciendo humos y anillos pasó la noche y llegó el nuevo alba. Y sin soltar palabra; salvo el buenas. - Toc, toc. - ¿Sí? - Buenos días, capitán. - Buenos Torerito. Pasa. - ¡Concha! Buenos días Flojo. - Hola Torerito. - Te has levantado temprano, ¿no Flojo? - No, no he dormido. Imaginaria he hecho junto al capitán. - Rato llevo con la oreja a la puerta y ni ronquidos. - En uso de la palabra estaba maese Flojo; tiene mucho que contar y aún no ha 84 84


empezado. Qué quieres tú, Torerito. - Nada, capitán. Que hemos hecho el apaño y se ha cogido lo meritorio. - ¿Y? - Que a una orden suya mando recuperar garfios y nos separamos; en marcha damos los remates si quiere. - Bien. Ponte a ello. - ¿Subirá para supervisar? - No. - ¿Y qué rumbo pongo? - Primero iza las velas. - ¿Y después? - Después Flojo llevará la rueda. Marca ahora lo que gustes porque si es cuestión luego enmendaremos la derrota. A gusto propio llevó la nave Torerito varias horas, otras se enrolló con el amigo y pilotó el Trócola. Hilando trasquilones sintió el capitán Bichomalo raro el ritmo del bandazo, y de imprevisto, se presentó en cubierta. Por fortuna, y oyéndose el portazo, retomó Torerito las riendas y trazó el rumbo fino. Mejor. Mucho mejor. De vuelta al camarote en el sitio seguía mudo Flojo Laxo. El tabaco le fue ofrecido, sí, pero licencia se tomó en ausencia del capitán y ahora también mecía un balón de coñac. - ... Y bien. - Cómo que bien, capitán. - Que qué tienes que decirme. - No entiendo. - Entiende que aunque me quede una mano es la buena. Y te deslomo. 85 85


- De qué quiere que le hable, capitán. - Quién eres. - Flojo Laxo. - Ja, ja, ja. Claro, y yo... Vale, Flojo Laxo eres, pero, quién has sido. - Siempre Flojo Laxo. - ¿Y antes? - ¿Antes de atacarnos los piratas estos de tres al cuarto? - No. Antes. - ¿Antes, capitán, de lo del calamar? - Sí. Antes, antes. - ¿De la isla de los gigantes? ¿de Cabo de Hornos? ¿de Samborombón? - Antes, antes. Mucho antes. - ¿Antes del motín de marras? - Antes, antes. Muchísimo antes. Ya sabes. Antes de este embarque. - Medio mundo he recorrido con usted ¡Y aún sigue necesitando saber quién soy! Igual le tendría que dar que me llamase Olegario u Estanislao. Soy Flojo Laxo. Soy su segundo; o llegué a serlo. ¿No me reconoce? - No cuela, no. Antes… antes de conocernos, quién eras. - Bien es cierto que antes de conocernos era otra persona... las mujeres, los dados... ¿bebía? Y que usted también marca, patrón. - Quién eras, quién dices que eres ya sé. Quién fuiste. - ... je, je. Muchos, sí. 86 86


El Flojo que habló, desde el momento, por consciente, le fue nuevo al capitán. Relajado, vamos, que ni que fuese él quien durmiese en el camarote hizo uso de sus privilegios ora saltando en el lecho ora balanceándose del dosel. Y probarse casacas. Y sombreros. Y cintos. Hasta del propio plato del capitán, que se mandó preparar cena de homenaje, cogió un muslo de gallina. - ¿Eres esbirro de don Opulento? ¿Tanto poder, y tan bien paga el viejo, para que obres así? ¿O estás majara, Flojo? - Soy free lance. - Cómo. - Que nada tengo que ver con el reseñado. Mi negocio es otro siendo el mismo. - ¿Cuál es tu negocio y quién eres ahora? Habla porque la mano que me queda me va al sable. - Por no liarla más para usted seguiré siendo Flojo Laxo. Pero sepa que soy un asesino peligroso y pendenciero. - O sea, que ahora le das dos sorbos más al anisete y te declaras el Papa Insolencio IV. Ja. No me faltes al trato, Flojo, aunque muy estropeado valgo mi peso en oro. Respétame Flojo, respeta mis mancaduras porque creo hablan por mí. - Mi negocio es usted, vamos, un sujeto de su calado, capitán, que tenga redaños reales para meter en vereda a un baranda de cuidado. - Me conozco el verso; un encargo de esa índole hace tiempo se me hizo. - ¿Y cumplió? - En ello estoy. - Y sé. Por eso le sigo. La cifra de la que hablaría es muy alta, indecente, y necesitaba comprobar de primera mano la valía. Su honestidad. Y personalmente certifico que no pone usted las pegas. 87 87


- Habla claro y tómate las venias que quieras si tan pasmosa es la suma que cuelga. De no ser, je, ni me quito el guante para sacarte los higadillos. ¿Lo es? - Mil doblones de oro ¿lo serían? - ¡Eso es diez veces lo que por holgado se me ofreció también por lo otro! - ¿Y diez mil? - ¡¡Uffa!! - De ahí comprenderá las dudas, amigo Bichomalo. - Bueno, tampoco me comas el rabo tan pronto, eh -dijo el capitán Bichomalo corriéndole la mano del sable a la pistola ¡click!- Háblame del asunto, y empieza a convencerme porque se me decanta el espíritu a que una vez más te burlas de mí; intentas. - No capitán, no. Mucho me ha costado contrastar su valía como para perderlo aquí. Le cuento. A santo viene decírselo ahora pues lindamos casi el lugar. Cerca de estas aguas unos asociados míos ostentan unos títulos de propiedad que dicen les da derecho a explotar los recursos de cierta isla; copra; coral; cangrejo... Todo un abecedario. Pero el negocio de esos hombres es asunto de ellos, ¡eh! - Cuánto te dan; si siguiese en pie el ofrecimiento. - Le digo la verdad y me ahorro tiempo. Me darían cien mil doblones de oro si antes de finalizar el año me he cargado a cierto tipo. - ¡Las chinches de mi lecho! ¡Cien mil! Me sisabas. - No. Me garantizaba diez mil para mí al saber que si aceptaba acabaría pidiendo la parte del león; me garantizaba la comisión poniéndosela al cuidado primero a usted. - Siempre he sospechado que eras más artero de lo que aparentabas, Flojo Laxo. 88 88


Maestro del disfraz te veo ahora. En fin, quién es el sujeto, y, por curiosidad ¿qué ha hecho? - ¡Qué no ha hecho y acabaríamos antes! Pendenciero. Holgazán. Rastrero. Trapisondista. Espantajo. Necio. Timorato. Orgulloso... Un canalla de tomo y lomo que no permite que atraquen los barcos cuando le da el antojo. Se nos paga por sacarlo a dique. - Se me pagará a mí que yo lo secaré. ¿Y qué ha hecho para colmar el vaso? Pues alguna ha de ser la gota que desborda. - Embaucó a los nativos para que le ayudasen a recoger cierta fruta exótica. Y al no haber manos para estibar, se echaron a perder varios navíos con mercancía por un monto desolador. - Cuánto perdieron. - En la gota cien mil. Al vaso el millón. - ¡El millón! Un millón que se dice pronto. ¡Joder! La jarra de dónde mana el agua quisiera ver. No parece peligroso recolectar flores y frutos, pero dañina a todas luces se ve que es la actividad. ... mmm... Haré. - Estupendo. - ¿Es diestro o zurdo el pollo? - Ambidiestro y maestro armero del mismísimo Belcebú. - ¡Costras, eso se dice antes! - Algunos se han rajado al especificar el menester del hombre, por eso no suelo comentar hasta casi el final. 89 89


Varios años llevo buscando. - Muchos habrás encontrado en ese tiempo. - Ninguno todavía, capitán. Nadie he encontrado digno para su espada, pues tampoco lo he encontrado para la mía. - O mucho le estimas, por lo que oigo, o sois una panda de fantoches cojonuda. - Me ajusto a la verdad. Mi hermano es; o parecido. Por si quería calibrar, displicente, le hizo llegar el capitán Bichomalo un sable a Flojo Laxo. El correr del acero por la tarima lo cortó de un pisotón, y muy seguro, que era otro, dio dulzura y ritmo a sus movimientos hasta que el sable flotó a continuación de su mano. Entonces intentó abalanzarse sobre Bichomalo para probar, pero antes que le hiciese pliegue la corva al pantalón, ni levantar el pie, el capitán le había disparado. Y no una, ni dos. Tres. Tres tiros pegó a una mano, o, para que no arrastre el Infierno, de un balazo le arrancó el sable de las manos a Flojo, y con otro le tumbó el sombrero, la tercera bala, que debería salir de una pistola de tahúr, quedó descansando en la recámara aunque podría haber hecho el propósito. - Flojo -dijo el capitán sin dejar de apuntar- sea cual fuere la primera tierra que toquemos, sea la isla esta del trabajito que dices, sea la isla de la gentuza que persigo, ya pudieran ser los legendarios dominios de la reina de Saba, al poner pie en tierra, el que me queda, te digo, tú morirás. - ¡¡O antes!! Estando todo en el aire Flojo volvía a la carga. Con una patada le arrancó a Bichomalo de la mano la pistola. Felino, curtido de tugurio, en la distancia corta también se manejaba de perillas Laxo y dejando salir de la manga una daga fina, el filo acomodó al cuello del capitán. - Sigo creyendo que el trabajo puede hacerse -jadeaba a la oreja del capitán su parecer Flojo Laxo- Talla me ha demostrado que tiene para enfrentarse, a lo que 90 90


se me alarga ahora la duda es si para vencer. Atrás se dejó caer de sopetón, con silla y todo, el capitán Bichomalo. En la voltereta le acertó con la pata de palo en la entrepierna a Flojo y éste quedó de rodillas con las manos en los testículos; congestionado. Al rato de revolcarse conseguía articular quejido y con dos buenos bramidos alertaba a todo el mundo. - Toc, toc ¿Pasa algo? Toc, toc ¿Están bien? - Bien Torerito, bien. Todo bien. Ponme en orden el gallinero porque ahora voy yo mismo a hacerme cargo del timón. - ¡Usted! ¿No iba a tomarlo Flojo? - No. Yo mismo que va siendo hora. El capitán Bichomalo echó al suelo, junto a Flojo Laxo, una brazada de pergaminos y cartas marinas. Extendió a punta de pata los legajos y apoyándole el cañón de la diminuta pistola en la oreja le invitó a que reseñase de una vez por todas dónde estaban ellos y dónde caía la isla más próxima. Por gestos hizo Flojo que clarease un papel y en él marcó dos cruces. Ellos y lo otro. El capitán no preguntó más. Cogió los bártulos de medir zarandajas y acimut y se plantó en la toldilla. Sobre la mesa desparramó los instrumentos y al punto citó a Torerito y al Trócola. Ambos se declararon nulos con los hierros, pero por lógica, y si se le daba a chupar el timón a placer, el Trócola se ofrecía a llevar el barco hasta el lugar que quisiesen, o dónde saliesen porque de entrada reiteraba los riesgos de su inexperiencia. Para ponerse en manos del Trócola habría que estar borracho, y aunque alguno había en la proeza, no eran horas para el jefe. - Y si manejas, qué rumbo me pones, dime -le ofrecía la posibilidad el capitán abriendo los brazos- Piensa que dónde vamos no hay nada, y entre nosotros y la 91 91


Gran Nada, tampoco. Dos cruces tenemos en un papel. ¿Te atreves? - Si me confía el timón lo intento, capitán. Con las cruces que me ha dado, y la cruz del ocaso, y la doble de Caravaca que me ampare, creo que me valdrá. - Si crees que lo que te he dado son cruces aviado vas. Sabrás lo que es un Vía Crucis en caso de pasarte de largo o no llegar. Dudando aparentemente, se acercó el Trócola con pasitos cortos y mano trémula, se ató al timón, tal había visto hacer, y con una mar aburrida por plana se abrió a soñar despierto, y muy serio, comprimiendo hocico y belfo para escudriñar mejor, ya no desclavó del horizonte los ojos. Desde fuera se le veía cuajado al empeño de descubrir tierra al otro lado de la lejanía, aunque el muy canalla en su fuero interno disfrutaba sintiéndose patrón. - ¿Estás tonto o te lo haces? -quedando a solas habló Torerito- Chico, cómo se te ocurre ofrecerte. ¿Tú no riges? - ¡Uy que no! ¿Quién tiene ahora en exclusiva el timón para él solito? ¡Servidor! - Te vas a arrepentir antes de lo que imaginas. No ves que es muy serio ser piloto. - ¿Y maestro artillero no era de rigor? - …… En cuanto levante el capitán de la siesta depongo el cargo. Y tú lo mismo. - Dimite tú si quieres. - Tranquilo si te da apuro reconocer, yo en mi confesión no olvidaré hablar de lo berzas que somos. Tú y yo. Los dos. - Antes estrello la nave. 92 92


- ¿Contra qué? - Contra la isla, por supuesto. - Qué isla, botarate, si eso es lo que se busca. - Aquella -tan natural lo dijo que tuvo que dudar Torerito- Contra aquellos acantilados me estampo si me buscas. ¿No los ves? - Pues no. - ¿Seguro? - Pues sí. - Por eso yo soy el piloto y tú no. No ves más allá de tus narices. Y si crees que es mentira, corre, ve a decírselo al capitán, ése al que a solas llamas el Retales, y me lo traes. Que ante él juraré lo mismo, que alcanzo a ver la Luna. - La tierra no es plana, listo. - Bueno, aunque diga lo contrario, el capitán tampoco está muy convencido de ello y no costará liarle. - ¡Ja! Precisamente al lío, de deshacer unos nudos, andaba enfrascado el capitán Bichomalo; sabiendo que Flojo aún intentaría algún asalto recurrió a la soga para neutralizar. Varias vueltas le echó, y candado, nudo, pese a trazar a una mano puso cojonudo. Irrepetible, lástima, Gordiano Chico daría a llamar si al corriente estuviese, no estando, tal lo referido en la Historia acabó usando su cuchillo para zanjar. - Escucha bien lo que te voy a decir, Flojo. Ahora vas a subir a cubierta y volverás a ser mi segundo; el que siempre has sido. Supongo que por tu cabeza podrá seguir rondando lo de provocarme, pero estando yo mismo harto de hacer, voy a dar orden para que te descerrajen un tiro si por cualquier motivo yo la espicho. Sea natural la causa o artificio. No me sobrevivirás. 93 93


Contra todo pronóstico de Torerito y general, y una vez hubo cogido suaves maneras a la rueda y a las olas, surcó la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso el océano con elegancia. Gráciles los movimientos, oculta la virtud de su destreza, verdad fue que mejor piloto que el Trócola no habría. Se entendían la nave y él. Susurraba un chasquido, una zozobra nimia recorría el armazón y el Trócola prestaba oreja. - Que sí, capitán, sí. El muchacho vale y a la rueda habría que asignarle. - ¿De verdad, Flojo? - Segurísimo. - No será que no quieres encargarte tú más. - También. - Deja entonces dichas cuatro cosas de a dónde vamos y te dispenso. - ¿Lo jura? - Tanto cómo que en los diez mil doblones puedes regodearte hasta que hallemos tierra. Después, te prometo, la suerte de la moneda decidirá tu futuro. A cara o cruz. Flojo Laxo rió. Sincero, pícaro, del alma le nacía la carcajada. ¡A cara o cruz! Ja. ¡¡A cara o cruz!! … Cretino. Más difícil lo pone la propia vida. Bien entrada la noche aún reía Flojo. Entre sus dedos corría los nudillos un doblón. Usado, trocado las veces que harían un tesoro, la avaricia del gozo le robó la efigie a la moneda. Un rey, o un arabesco, o un monumento pretérito, habitaría sus caras entre mil rayajos. Las Encantadas les despidieron con el celaje plomizo. Carne y dictamen se llevaban de las islas, mas por lo persistente de la tormenta que les envolvía 94 94


intuyeron la hechicera y Úrsula que algo más habría. Los hombres de mar entienden del propio, pero en lo etéreo, ni doña Genoveva le era rival a las mujeres. Para confirmar sus sospechas ¡Que el barco iba a pique mientras enganchaban una cogorza con otra! recurrieron a las arcanas Mancias buscando razón. Y en los fondos de una taza de té, tuvo a bien la hechicera leer que el motivo era que los chicos hicieron mascota a alguna bestezuela de la isla. En secreto lo mantenían, por ley sabían que la comida no se deja que corra por los entrepuentes ni alborote en los camarotes. De ser tortuga sería puesta en la bodega con las patas para arriba; salmuera seca. Lagarto, que era el caso, sería desnucado antes de colgar en el secadero. Y nombre le estaban buscando. - ¿Dónde está? -todo sabía la hechicera y todo quiso dar a entender cuando entró de sopetón en el camarote- ¿Quién? -angelical podía ser Patata- El bicho que araña las paredes por la noche. - Pudiera ser el capitán sonámbulo. - Calla, Patatita, que estás más mona -dijo Úrsula desde la puerta- Largas tiene las uñas Verrugo; y las manos. Pero no tanto. ¿Tiene nombre el bicho? - ¡¡Felipe!! -se lanzó Herejía a ganar a las mujeres- ¡Vaya ocurrencia! - Toc, toc, toc -por ser el camarote de las señoras, y saberlo ocupado, a la puerta tocó Bulín¿Permiso? - Denegado -respondió presta la hechicera- Ahora me estoy peinando. - ¿Acaso se peina desnuda? - Tengo mucho pelo que acicalar, señor mío. 95 95


Venga en otro momento. - La cena está puesta. - Vayan, vayan comiendo -Úrsula también cantó presencia- Tenemos sesión de despioje con los críos. - ¿A liendrazos nos tratamos a vela? ¡Qué bien! Bueno, al fuego dejaré dicho que mantengan algo. Ah, y les recuerdo lo de la copa -al final salía el fin- ¿Copa? Qué copa -más lagarta que el Felipe Úrsula divertía- Una tras otra han apurado hasta las de la baraja. ¿Quedan? - Tras la cena, a medianoche, el capitán Verrugo rueda el vino en su camarote. No se sabe si celebra que ha engordado diez arrobas o si ha dado la vuelta al mundo cien veces. ¡O si por estas fechas cumple los mil años! Sea lo que sea es cifra redonda y se ruega la presencia. - Largo no nos trajimos nada. - Tranquilas, corrido está el seis de enero. Confirmó el silencio la partida de Bulín, y antes que cobrase la hechicera el hilo de la charla previa, Herejía lucía a Felipe en el hombro. Feo era el condenado. El lagarto. Vago, que debió ser el único que no corrió, aderezando la planta le tachonaban el cuerpo festones blanquecinos. Y casco; blancuzco a juego. Para colmo de ascos con frecuencia escupía por la nariz; de ahí las ronchas. Desecho de virtudes, a primera vista el animalito se ganó el corazón de los chicos. Y amor mutuo, extraño, según se enterarían luego, gustó Felipe cabalgar los hombros de los chavales y desde ellos ventear la mar. Rastrojo estaba seguro que querencias tendría de saltar el ojo de buey, y para evitarlo, andaban por turnos al cuidado. 96 96


Siete días hacía desde que zarpasen de Isabela, a custodio por día a punto estaban de repetir todos, todos, a las doce, pues al momento lo lucía Herejía pero en nada debería traspasar. - ¿Se lo has dicho, Bulín? - Sí capitán. - ¿A las dos? - Sí Verrugo. Herejía deambulaba de un lado para otro adiestrando a la mascota. Se habían propuesto enseñarle unos truquitos, pero por el momento ganaba Felipe. Una vez se le trataba resultaba frío de mirada, distante. Orgulloso de ser lagarto, a él parecían no irle gran cosa con las gentes circundantes. Mayestático aire, y cuadratura en el nombre, de buenas a primeras, rompiendo paso angelical, la hechicera soltó tal risotada que la nave enmudeció y los muchachos acogotados se amontonaron contra un mamparo. - Qué ocurrencia ¡Felipe! - No. Toc, toc. Soy Bulín otra vez. ¿Todo bien? - Sí -entre risas respondía la hechiceraTodo correcto. Me reía de un chiste que me contaron hace tiempo. - ¿Mucho? - Muchísimo. Me lo dejó dicho mi difunto esposo estando en vida. - ¿Ya se han azufrado? ¿No van a venir al lingotazo? - Iremos sí. Y calientes -por parecerle sugerencia la pregunta Úrsula cogió la jarra de vino y a morro bebió- Dile de mi parte a Verrugo que se prepare. El motivo de la risa no pudo transmitir Bulín al quedarle velado, lo que sí pudo confirmar al capitán fue la presencia de las mujeres después de la cena. A 97 97


las doce. Poquito tardó en despachar Verrugo a los comensales que a la cena había reunido, y ningún disimulo se trajo para adelantar un par de horas el carillón y untar al responsable de la guardia, Tizón, para que al paso por la campana vocease las doce en punto y sin novedad. ¡Y sin vergüenza! Hubo protestas por parte de aquellos a los que se les adelantaba la guardia, pero como la primera ronda la cubrirían los chicos, les cundiría la del tres en uno y apañado el reajuste horario. De haber sido buena la hora sería a cosa de la una, y media, cuando a la puerta asomaban las señoras, y tras ellas, el resto de invitados que desde luego no estaban dispuestos a quedarse sin catar el rojo del reservorio de Verrugo; su reserva selecta. Algo se olieron Portento y Lortom, y Ramona, y Corcovado. Y Fraybuches. A Sacromonte y Matute nadie avisó, pero casualidad fue que despertasen al tiempo y buscaron dónde hubiese ruido para orientarse. Y dieron. Los negritos y otros tantos también acudieron, total, que salvo los chicos... los pequeños al morar Congrio el alfeizar, la dotación de la Psiconauta se hallaba al completo congregada en el camarote del capitán. ¡Si el barco se levantaba de morro! Algarabía y jolgorio provocó el vino, y el bullicio y los cánticos los puso el gentío de puro contento. Fiesta. A cubierta subía el parloteo de cien conversaciones. Encima estaban los chicos, en el barandal de popa, al abrirse las ventanas del capitán de par en par para dar salida al humo. - Por qué somos los únicos tolilis que no estamos invitados -quejaba Rastrojo ante Herejía y Patata- Si Congrio puede ir, nosotros mal no quedaríamos. - No, desde luego -se sumaba Herejía a la opinión- Yo sí habré sido invitada, pero mis intereses los defiende Bulín hasta que los 98 98


pueda defender yo, e imagino, que bien representada estaré. - Representada en qué, Patata. - En mi parte. Lo que me toque de la nave. - ¿Y nosotros? - Supongo que Úrsula y la hechicera os representarán a vosotros. - ¿Y a Perdigón? Para dar respuesta a la interrogante precisamente aparecía en cubierta la hechicera. Aprovechando que estaban todos reunidos alguien propuso hacer recuento de partes. Aunque la aprobación fue general, pareja a lo que se hurreaban los descorches, la hechicera y Úrsula advirtieron bien prontito que no estaban todos presentes al faltar los críos. Queriendo abreviar lo obvio, el capitán Verrugo distribuyó tutela y antes siquiera de aceptar este lógico paso quiso cerciorarse la mujer. Y volvió al rato con respuesta y condición; las sabidas. Y contraoferta que se venía barruntando hace tiempo recibió; firme tal yunque. - Señoras, me parece muy loable que los mocosos quieran apañarse un futuro mejor. Pero que a la vez le pretendan arreglar la vejez a un colega imaginario nos parece desatino. “¡Nos!” Pues capitán soy, y aunque no por la tripulación, sí hablo por el navío y mi persona. - Guau, guau. Guau. - Y por Ramona. - Y por la marinería lo dejo dicho yo que es mi función -declaró Portento- Vale, pero yo hablo por los chicos y digo que derecho tienen; que ustedes han hablado de un tal Sordo. Y pilla por lo visto también cacho sin vérsele el pelo. ¡Pero por favor! Y no se me ofendan, si hasta el espectro tiene parte. - ¡Que reparto cómo quiero! -presente, pero intangible, vigilaba la aludida sus prerrogativas- Facultad mía es repartir entre los míos mis haberes. 99 99


Se negoció duro pese a ser todos contra una, o dos, o, bueno, tres o cuatro pues Fraybuches y Corcovado a ratos se dejaban seducir por unos argumentos y a ratos por otros. Bulín también podría ganarse para la causa de las señoras, y por supuesto el capitán Silverio que era un caballero aunque no tuviese por el momento voz ni voto y estuviese medio muerto en el cuarto de encartuchar; a coy sudado recuperando. Partidarios de los chicos, en el tema de los cuartos, ni Patata, y quizá para poner su granito de sal a la noche, aprovechando un roto en el dosel de nubes, la muchacha apuntó el espanto en su rostro y gritó. Agudo. Chillido de terror. Vino a avisar con gran conmoción a los compañeros de guardia que el cielo se caía. Al mirar los chicos vieron lo propio y por creerlo quedaron pasmados en el sitio. A boca abierta. Malvada era la chica, les dijo que debía ser que el resto del mundo dormía y por eso las estrellas se venían abajo. Dos, como mínimo dos pares de ojos se necesitaban para mantenerlas ancladas en el firmamento. Y allí quedaron ellos aguantando mientras ella buscaba ayuda, que la halló, y quizá por ser complemento previsto para la fiesta de abajo, casi al instante, tal que zafarrancho se hubiese gritado, se presentaba en cubierta toda la tropa con ánimos de seguir celebrando. Y se pospuso lo del reparto; la ocasión lo merecía. Al vuelo, con las primeras carcajadas, los chicos cogieron que lo de Patata era camelo. Recordaron que ya les advirtió del fenómeno Bulín, pero fríos, entre gritos, cualquiera cree cuando ve por primera vez. El otro lado del cielo, si es que el cielo tiene lados, atiborrado de estrellas se ofrecía. Fue la disposición del universo más que motivo para finiquitar la bodeguilla del capitán. Claraboyas de aire hubo de ahí en adelante muchas, y aunque se vitorearon, y se exigió remanente de vino, por ser el cupo del día lleno ordenó el 100 100


capitán Verrugo desalojar la cubierta. Ahuecar el ala. Todos al coy. Visto para sentencia quedaba que la mañana nacería buen retoño. Y lo era. Sobria, apacible, si guinda ponía el aire acompañando, fácil que el monzón de otoño les cogiese con las islas Marquesas hechas; y si tras este buen día seguía otra tanda, claro. Eso se decía a sí mismo Portento en su solitario puesto de piloto. De ordinario consigo mismo no hablaba en alto, pero al saber a ciencia cierta que alguien espiaba desde dentro del tonel de manzanas, hizo el molde a la tarta; receta de intenciones declaró. Fue cosa de callar, y poner oído, para que los sentidos de murciélago le confirmasen que dentro del barril no había uno. Dos. Herejía y Rastrojo. - Salid de ahí que vais a estropear toda la fruta. Salid, atilas, no quiero pasarme el resto del viaje comiendo pastel de manzana; ni compota. Salid. - No se preocupe que no le hemos sobado el género -tras salir Herejía ayudaba al amigo- Como sabíamos que se pondrían malas nos las hemos comido antes. - Buffa, yo no quiero más en un par de años. - Venid aquí, venid. Mirad: Acuario, la Ballena, el Pez Austral, Popa, Brújula. Los cielos le cantan en estos lares sus amores a las olas. Pretenden beber las estrellas en la mar. - Dices… -acabó de salir Rastrojo- Las estrellas. Sus nombres y sus brillos. - Ah. - Bueno, la verdad hay para todos los gustos. Si con pedestres tocase exaltar, a la oda me acudirían la Liebre y el Lobo para rimar. - ¿Y al aire dedicadas? 101 101


- ¿Al éter, Herejía? - ... Será. - Tucán, Mosca, Paloma... Y si por híbridos, me anticipo, te comento hasta de Pez Volador. - Qué raro es el cielo -sentenció Rastrojo tumbándose en la cubierta- Igual que el océano; casi tan grande si me apuras. Tal lo predicho la mañana reventó estupenda. Ni una nube. Vientos limpios y una mar de media ola acompañaron en la arribada al Sol. Dando entradilla a un almuerzo temprano el capitán Verrugo improvisó un picnic en la toldilla. Frutas, por aquello de las resacas, y un jarabe de bayas y miel que se rumoreaba era conservante para muertos. Ofrecido desayuno de viaje, no pudieron decir las señoras que no, ni pretendieron, famosas eran las tostadas de a una vuelta que elaboraba Blasfemo y no perderían ocasión de probar. Y café. Solo, eso sí; las cabras, salvo la Veneralda que hizo historia, de ordinario no aguantaron ni dos meses; a palo seco el café. Sin embargo fue agradable la toma, y aunque bajo el abundante azúcar subyaciese el amargor del amigo invisible de los chicos, no se llegaron a azorar las tripas. Dijo la hechicera a vuelapluma, al batir de cucharilla, que de los muchachos había salido que no era propio lo de la parte de Perdigón; que entre ellos arreglarían el hacer tres de dos. Puesto tan sencillo el día no le quedó más remedio al capitán que declararlo festivo. Para dar color al festorro, que hubo quien tachó de monótono empaparse de nuevo sin más, se propuso tema para fiesta de disfraces: ¡Piratas!, y aunque suene retruécano a lo irrisible, la propuesta causó furor. ¡Bestial! ¿no? Con ponerse sus mejores galas la fiesta sería un rotundo éxito, pero quisieron ir más allá. De hecho sería concurso al sacar del común para primar los tres 102 102


mejores disfraces, y uno especial, del público consenso, que se reconocería con cinco luises de oro. En el camarote de las señoras no daban a basto. Y eso que Congrio mudó ropa y hamaca a un colgadero de proa. Eran Patata y Herejía quienes les desbordaban. Tanto el uno como el otro tenían claro que iban a ser mandamases, y si por conocida la leyenda de Barbanegra se decantaba Herejía a la puesta, acto seguido pedía Patata retoque para que su traje se ajustase al del teniente Maynard. Ellos eran los que daban la tabarra al hacer pocos ascos de su persona Rastrojo y anudarse las orejas con una cinta de color sepia; y tan mono. Las señoras se aliñaron estupendas. Por mujeres, y damas, se les dejó en lucimiento lo enjoyado que habitaba la Caja. Reinas, sultanas que por dar juego vistieron de serrallo, vinieron a quedar emperatrices. - Y tú me has dicho que eras… -a Úrsula le costaba recordar- ¿La duquesa… Borgia? - No ¿No me ves el parche? Tú eres Lucrecia Borgia y yo la princesa de Éboli. - ¿Y pegan estas señoras que somos con los piratas? - Armaban flotas. Patronas a lo poco de sus vidas. - Pues ayúdame a cargarme los dedos de anillos. - ¡Pobre Verrugo! ¿De qué irá él? Vestidor de compadres era el camarote de Verrugo. Rulaban los mejores trajes del capitán. De Bulín a Lortom. De Lortom a Pastinaka y de éste a Blasfemo. Blasfemo se los pasaba a Portento quien desdeñoso de todo amontonaba sobre el féretro. Viendo que por conjuntos no encontraban, por piezas, y de distinta temporada ¡lustro! fueron haciendo apaños; hasta una sábana de seda negra, ojo chico, cristalino al gustar usar el capitán cuándo dormía fuera, y que por raro el hecho se le sabía capricho, ninguna consideración tuvo Lortom para hacer un desgarrón en el medio y meter la cabeza dentro. Ceñido cíngulo de cuero con 103 103


hebillita bronce mate, y coronada la cabeza con la mopa blanca, fue el primero en declararse perfilado. Juez. Juez sería. De la corte suprema de cualquier país dónde existiese la figura y no turba licenciosa. Por ir cuadrando las historias, y que era grande de cuadernas, Pastinaka se arregló un sombrero de plumas y unas camisolas de flores, para gigante cual era ser en sí isla Barrena ¡Hasta el volcán echaba humo al haber cebado la pipa con yerbas índicas! ... ¡Un derroche! Blasfemo no encontraba. Y no encontró. Por puro mosqueo, y vestido de cocinero, vino a quedarle la refunfuñona postura la mar de convincente. Estampa era de lo que sería un cocinero de abordaje si en vez de envainar el cucharón portase sable. Mal no iba, no, ferinas las manchas del mandil parecía salido de carnicería. O peor. Quien sí tuvo necesidad de hacerse comprender fue Bulín. Él, hombre de letras, metonimia en mano sublimó el negro riguroso de la Señora por el blanco marmóreo de la losa: Aquí yace Bulín de Aguiloche Goikuría, Caballero, que, con fuerza de espíritu casi divina, los movimientos de los planetas, las figuras, las sendas de los cometas, las mareas del océano con sus matemáticas como antorcha fue el primero en demostrar. Las diferencias de los rayos de luz, y las propiedades de los colores de ellos nacientes que antes nadie ni hubiese sospechado, investigó con rigor. De la naturaleza, de la antigüedad, de la S. Escritura 104 104


asiduo, sutil y fiel intérprete, afirmó con la filosofía la majestad de Dios Opt. Max. Expresó con sus costumbres la simplicidad del Evangelio. Congratúlense los mortales de que existiese tal y tan grande ORNAMENTO DEL GENERO HUMANO. Nacido el xx de marzo de MDCCVII. Muerto…… sine die. Al uso de la loa que era el texto, no quedaron muy convencidos que eso de coserse un epitafio en la camisa se pudiese considerar disfraz. Desfachatez tal vez. Así lo declaró en alto Portento mientras reseñaba por musa del carnaval al mismísimo capitán Verrugo. Sí. Ya podían ir pensando todos que los cinco luises habían volado. Con ley se disfrazó Verrugo del rey ¡Del capitán Caimán! La mirada. El porte. El detalle del broche de diamantes con forma de salamandra. Hasta retoque se hizo en la barba, saneó en firme, porque el parecido con Caimán, y el discreto sarpullido de doña Úrsula, lo demandaban. Si portase en las manos marco sería perfecto retrato, sin él, tridimensional y coleando, no pudieron por menos todos que sentir un escalofrío. Hasta la Psiconauta lo sintió. - Y Tú -de un barbillazo reseñó Verrugo a Portento- De qué vas, tú. - ¿Yo? - No. Un primo tuyo de Tolosa que atiende por Deuteronomio ¡Mira éste! - Yo. Yo voy de Portento. Figura legendaria de la mar. Portento soy. Adalid de causas pobres y entuertos varios. Un jeta. Un felón. Y asesino. Y un politoxicómano confeso. Envidioso. Mala persona. Avarungo y mezquino. Sí. 105 105


Portento, el pirata sin entrañas que no patronea navío por gusto propio. Porque todos sabéis que si hubiese salido yo capitán, ja, a chuzazos os tendría todo el día. ¡Ojo, que si Verrugo va de Caimán, yo, de su ilustre hijo! Portento se había maqueado, eso sí. Badana de calaveras y casaca negra a juego. Y pantalones. Y calzas largas. Un cincho de a cuarta del que colgaba Desgarbador, y al otro costado una daga de mano izquierda que en tiempos blandió Pizarro. Y muchos anillos; todos ellos reposaderos de gárgolas, trasgos o pelonas calaveras. Y collares. Un quintal en brillos, vamos. En empate se vislumbraba el especial, mas los tres primeros premios, por discutido, sería cuestión de esperar a ver si también cuadraban los demás las personalidades a la indumentaria. O viceversa. Todo pudiera ser. Al Sol se le despidió con la misma salva que inauguraba la fiesta. Al cargo de los cañones Sacromonte dio chisca, no fue lo de Antoño, no, pero mano se apreció en los colores y con fuertes azules, y verdes remolones, llamó a las máscaras a cubierta. Tizón, garrocha en mano, emulaba al senescal mayor, bobo real, que bajo su disfraz de ex-esclavo iba profiriendo a voces las credenciales. Pom, pom, sonaba tiento a la tarima y con cierto aire de coña marinera procedía a dar lectura a las tarjetas. - Pom, pom ¡Corcovado y Fraybuches! -dijo con retintín de misterio pese a ser obvioBuches es el que se ofrece por monje de la Santísima Trinidad de la Redención de Cautivos. Ah, y Corcovado el que carga el cofre a la espalda. 106 106


- Me voy a cagar en los muertos de alguien, Tizón. - Pom, pom. Alguacil de la costa Matute. Pom, pom El almirante Congrio. Pom, pom. Dos piratas polichinelas; que no han de faltar. Pom, pom. Una bandada de gaviotas alinegras... Sí. Nada más ser presentados, los negritos se subieron a los palos, y descolgándose mediante cabos atados a talones y cinturas, se dejaron mecer. Y aletearon. Agradecidos, cosa de ellos fue redondear el numerito añadiendo música y lucernas al cuadro; pese a las reticencias del capitán Verrugo. Estetas, flotaban. Largo que resultó el besamanos, tuvo su traca final al salir en conjunto las señoras y los críos. Alto puso el listón Herejía al acabar asumiendo el encanto del escurridizo Magallanes, y a la cola, no menos cerca de la Gloria para los suyos, Patata se tiznó barba a lo sir Francis Drake. Lema de su ánimo Úrsula acabó desdeñando los abalorios caros y ciñó prendas de cuero, elásticas por cedidas, y se pintó en la pechera, en rojo, ¡explosiva! Dijo hacer referencia a los cajones de pólvora. Pólvora, ja ¡Pólvora! Pólvora desde luego no era pues tras ella apareció la hechicera y el piso a su paso sí echaba chispas de verdad. Nada, de esencia iba vestida la mujer al ser la jolly rogers de la propia Psiconauta la única prenda que le resguardaba la piel de la intemperie. Aunque liviana la noche por la bonanza, a lo que el pudor no ofende llegaba a vislumbrársele el tallo. Salvo las gaviotas que a la brazada estaban, pasmados quedaron todos. Por ser el 107 107


asombro general no se hizo anuncio de Rastrojo. No se voceó su llegada, mas por los ademanes miméticos, y ciertos rezongos y maldiciones fácilmente atribuibles, se supo al instante que venía disfrazado de Verrugo. De capitán Verrugo. Igual, igual, igual. Igualico. Preludio temprano, y no eran fechas, estuvo la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso navegando bajo tormenta la semana. La mar mal no iba, de bahía parecía el oleaje pese a que las nubes gestasen rayos que iluminaban el camarote del capitán. Llovía a espuertas. Cosa de la nostalgia quizá, desde los ventanales de popa contemplaba Bichomalo el baile de las culebrinas. El eco era gordo, tremendo al estar encima, mas no lograban los cielos por ello amilanarlo. No. Qué va. Por vasto el mar carecía su reventar del tinte oscuro que producen los truenos en la Quebrada. Retumban allí las rocas, y el cielo, que se antoja pétreo, rápido se viene abajo. Aquí no. Aquí el eléctrico azulado nada tenía que mostrar salvo la pálida estela del barco; y ni eso. Cansado de no ver nada subió el capitán a cubierta. El Trócola seguía al timón, y salvo cosa perentoria, no se alejaba de la mano. Para dar descanso a tan aplicado elemento ordenó que pusiese el automático. Poco confort ofrecía la toldilla ante tamaño contubernio de nubes, a lo más que llegaba era a tamizar el diluvio y dejarlo sirimiri, pero seco, en cubierta, ni el tabaco, por eso el capitán Bichomalo traía seco y encazoletado; montada hasta la borda sólo le faltó ofrecer la espuma de mar encendida. - Qué te iba yo a decir, Trócola -a la muletilla recurría el capitán- ¿Hoy también me piensas asegurar que ahí delante nos quedan unos acantilados? - Es de noche, capitán; cuándo algún rayo dura, algo veo. - No sé si será cosa mía, pero percibo cierto aire socarrón en la gente cuando defiendo tu postura; lo que me cuentas que divisas. 108 108


- ... glup... Postura mía no es, capitán. Yo me limito a dirigir la nave a un punto que se me ha dicho, que ha sugerido Flojo Laxo, y que si es el que yo atisbo, a no más de dos horizontes debe hallarse; menos. - ¿Debe o se halla? - No, no, se halla. De lo que depende el tiempo es del viento. Y aunque bueno, por ratos se pierde fuelle y se rompe el ritmo; no se puede garantizar. - Flojo dijo que para ayer se avistaría señal clara de la puñetera isla, y tú desde un día antes aseguras tenerla en frente; ver. ¿Bebes? - No, de servicio. - Si me mientes ni el tinto te sonrojará. - No entiendo, capitán ¿Desconfía? - Entiende que a las diez de la mañana, cuando me levante, quiero tener la isla a la vista. Casualidad, que algo parecido le pasó también al archialmirante Colón, fue colocar el ultimátum, y con la fracción que duró un rayo, ante ellos pudieron ver un acantilado. Enorme, cortado a pico y con todo un señor arrecife protegiendo la exigua playa. Por puro instinto el Trócola dio bandazo a la rueda y con la alocada maniobra consiguió que la panza de la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso no fuese trinchada por las rocas; al suspiro de quedar en el sitio pasó la quilla. Organizado el zipizape, poco tardó en salir la marinería y tomar sitio. Con gran esfuerzo se sacó la nave de la mala querencia de las olas, y tras tres o cuatro horas de dura pugna, las luces del nuevo día desenvolvían los contornos de tinieblas. Habían llegado. Sí. Bueno, más o menos. No era la isla que buscaban, ésta, por no ofrecer muelle, dijo Flojo que se llamaba Virgencita y paraíso de pájaros era que a hacer nidada venían desde lejanas tierras. La que ellos perseguían caía 109 109


tras otro par de días a rumbo fijo. Nada le importaba al capitán Bichomalo las explicaciones de Flojo; se enteraría más tarde, ahora buscaba al Trócola ¡Al lince! El fantasma, que una vez puesta la embarcación a la capa, y embozándose en el quehacer de cada uno, se evaporó. Lo buscó el capitán por recovecos y abuhardillados, en la sentina, en el arcón de la harina también echó vistazo, mas nada, por buscar, y no hallar, volvió Bichomalo el ojo a la Virgencita y a golpe de catalejo la escrutó. Y nada. Ni desde la cofa. El Trócola sin embargo no abandonó el barco, bajo la cama del propio capitán compartía estrecheces con dos ratones, varias pelotillas de pelusa y un orinal de buena china. Los ratones no eran problema pues remuertos sólo el pellejo seco recordaba lo que habían sido, y las pelusas, inocuas, por mucho que se las soplase llevaban el estigma de volver, y si no las mismas, urdidas con jirones de polvo parejo harían recalada. El perico era otra cosa. - Dónde podrá estar el tarambana de tu amigo ¿Tú lo sabes, Torerito? - No capitán. - Tengo ganas de decirle cuatro cositas bien dichas -al tiempo que decía afilaba ante espejo y jofaina la navaja de afeitar- Palabra capitán, que no sé dónde para o dónde habrá ido a parar -al reflejo habló Torerito- ¿No habrá bajado en el islote este? - No creo que se pueda. - Ja ¡A ver si no para lo que me estoy vistiendo yo! - Mientras usted se aseaba, capitán, yo he contemplado la isla. Mojón de no ser tan alto. Dos o tres vueltas le hemos echado entre tanto y no he localizado sitio decente para embarrancar el esquife. 110 110


Ésta es isla de pájaros y no de humanos; que dice Laxo. - Tampoco es el Trócola descendiente directo de Adán y Eva, no te pierdas al otro. Puestas ropas limpias y secas el capitán retornó a cubierta. Cosas de la latitud, quedó colgado en el cielo un sol redondo y pegajoso. Eran las diez. - Qué tontunas me está largando éste de no existir forma humana de tomar la isla, Flojo. - El arrecife confiere virgo, capitán. - ¿No se puede desembarcar? - Nombre tiene. - ¿Ni nadando? - ¡¿Pensaba ir acaso?! - No. Pero cagando leches mando a unos cuantos para que me batan el lugar. - Elija entonces a quienes menos aprecio tenga; que no calientan coy por la noche. Sobrada de almas no iba la nave, y entre las enfermedades y estragos del mar, y la disciplina que exigía Bichomalo, a no tardar mucho se verían obligados a hacer leva entre chanquetes y caballas. Se conformaría el capitán con largar andanada a la cima. Sí. La línea de babor, que perita era entre peritos, dibujó parábola perfecta. Los proyectiles arrancaron de la copa rocas y graznidos. Y mucha mierda. A medio ala se lanzó contra la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso el enjambre de gaviotas que moraba la cumbre. Y aunque no con caudal aguijón, en el pico llevaban la muerte. La propia y la del desgraciado que se las cruzase en el camino y mal golpe recibiese, por eso era Virgen, y por eso mismo cuando tuvo la feliz idea el capitán de dejar firma en lo alto, Flojo Laxo dio unos pasos para atrás y a cubierto quedó en el entrepuente. Sabía del trabajo de las gaviotas 111 111


cangrejeras. Eran bravas, suicidas en cuestión de nidos y de un carácter irascible. Hasta que el barco no se alejó milla y media las hijas del viento no cejaron. - ¡Flojo! ¡¡Flojo!! -de su tonel salvavidas salía el capitán Bichomalo lleno de enojo- Sí, capitán. - ¡¿Cómo puedes ser tan cabrón y no avisar?! - De qué, capitán. - ¡De los pájaros, cojones! ¡Han dejado el barco hecho un zambullo! - Avisé que eran aviesos. - No oí. ¿Es eso cierto, Torerito? - Me temo que sí, Ruin. - ¡¡¡¡¡¡Rui!!!!!! Variados eran los daños tras el paso de las aves. Cosa de carpintería y fregado casi todo; lo gordo eran los sietes hechos al velamen. Ni qué decir tiene que el capitán Bichomalo quedó de un humor ambiguo. Nadie se extrañó al ver que trincaba un hacha de abordaje, y convencido del imposible desembarco del Trócola, decidía dedicar el resto de día a seguir buscando. Colmo de infortunios, traían los pájaros encima el piojillo verdinegro, y con el trajín de llevarse los cuerpos, de dar raíz a la madera para sacar sangres y salitres, quedó infestada la tripulación tal que tiñosería de orfanato. Picores, revolcones, locura de prurito que uno tras otro les llevó a todos a saltar la borda. Al agua. Ni el capitán se salvó. Ja. Y allí se iba la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso meciéndose en la corriente. Lenta, muy lenta, sin velas y sin tripulación, siguió ruta. Por suerte el capitán arrastró consigo a su fiel amigo el barril. Se encaramó 112 112


rápidamente a él y con tres o cuatro gritos puso en asunto a los patos, a nadar todos delante de él. A tirar de la trailla. - Nadad, cabrones, nadad. Ganadme el barco y cenareis caliente, de no, cenareis el plomo frío. A la par de Flojo puso braza Torerito, y cogida la cadencia, hasta charla entablaron. - ¿Qué ha querido decir el capitán con eso de no querer muertes inútiles? - Que de no mediar él al pringue se desperdicia el tránsito, Torerito. - ¿La muerte puede ser inútil? - Para un alfarero sí. - ¿Tragas agua? - Mi padre fue alfarero ¿no te lo había dicho? Sí señor, sí, alfarero. - ¿Queda mucho para tu isla y me estás entreteniendo o me lo dices en serio? - Te juro que mi padre levantaba barros como nadie. Aprendí mucho mirando. - A qué, Flojo ¿A ser pirata? - ¿Pirata me llamas? - Sí. He escuchado más de lo necesario para saber lo de tu hermanastro; el apaño que has firmado con el capitán. - Eres muy portera, Torerito -batía entre risotadas Flojo Laxo¿Qué quieres? - Cacho. La mordida. - ¿Te atraigo un tiburón o prefieres barracuda? - Sólo quiero lo que es mío. La derrama. - Cierto que hasta en los negocios redondos está la entrada de imprevistos. ... mmmm... ¿Cien? 113 113


- Cuadrado. - Cien tendrás. Y que contigo mueran las participaciones. - Alfarero a tus cacharros ¡Y muera el regateo contigo, Laxo! - Muera. Que si subparte saliese menguaría la tuya. Al cabo de un par de millas de ir tras la nave la gente cogió relajo y el cuchicheo se hizo murmullo. Para poner las cosas en su sitio y aligerar la braza ¡Que la nave abría distancia! a puro estilo sobaquillo se aplicó el capitán Bichomalo a arrear botonazos. Se los arrancaba de la pechera y cual cabrero enderezaba el rebaño. - ¡Desgraciados nadad que el barco se nos va! Nadad. Nadad que os pego un tiro. El capitán se hizo armar el barril tal que si bote salvavidas fuese. Racionando bien las provisiones tenía agua para una semana y galletas para el mes. Y tabaco y plomo para todos; como para repetir. - ¿Laxo? - Dime muchacho. - Talento tienes para subir al tonel del capitán y no haces. ¿Por qué? - Es muy chica la cuba pa dos arenques tan gordos. Dos botijos mala caja hacen. - ¿Es mejor que tú tu hermano? - En qué sentido. - A ojos de un alfarero. - Del mismo barro nos sacó, y tal torno y tal horno. Y tales manos. Mas somos vaso y plato. - A la espada por ejemplo ¿Eres tú más diestro que tu hermano? 114 114


- Por días; pero no quisiera tener que comprobar. Para eso he traído al capitán hasta aquí. - ¡Vaya vajilla fina cocía tu padre! - Sí. A la grey impuso Bichomalo silencio con un trabucazo. No dio a nadie, pero bajito silbó la trayectoria y no era cosa de retrasar la marcha. Así que siguieron tirando otra milla y media, distancia que se consideraría adecuada para ronronear otro descanso, y en ello estaban hasta que alguien echó en falta el achuche del patrón. Ni improperios. Ni botonazos. Ni tiros. Algo pasaba; grave para no azuzar. Sabiéndole el pronto malo Torerito nadó hasta el barril, y al verter el ojo dentro se encontró al capitán en el fondo hecho un gurruño. ¡El mal! No dio razón Torerito, pero al ver todos que tras un pronto vistazo ponía brazada recia para alcanzar la nave, algo malo se sobreentendió. Al anochecer había dado caza Torerito al barco, y a grito pelado clamó para que el Trócola saliese de su escondite y echase un cabo. Puesto al día de lo sucedido, e insinuándose una posible gracia, de su parte puso todo el Trócola para que la nave diera la vuelta y en pos de su capitán volviese. La Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso tomó nuevo rumbo bajo directriz de Flojo Laxo. Se hizo cargo del timón y puso en conocimiento de todos que ahora irían a la isla de Atola-hora, dedo gordo de lo que llamó archipiélago de Ohe-Ohe y dónde él conocía un buen sitio para echar el ancla y un trago; al menos antes. Al atardecer del siguiente día dieron con la isla. Costearon su parte septentrional buscando un fondeadero que venía a conocerse por Bahía Waltrappa, y en el cual existía una taberna y hospedería que de seguir como fue rotulaba “Waltrappa Irish Pub” en el cartelón de la puerta. Regentaba el tugurio 115 115


contra toda presunción un griego cojo que llamaba Skiápodes, y que aparte de lo que era mitología o enteodelia, no había forma de sacarle misterio. Ni de la isla. Y el griego seguía, y también la chusma que le era clientela. - Lo menos el lustro que no te huelo -dijo Flojo desde el quicio- Camino va, sí, poco le quedará para cumplir. Ah, y me alegro. - ¿De haber espaciado tanto mi visita? - Me lees el pensamiento. - Y que te conozco, Monocoli. - ¡No me entres al tuteo, hijo de cornezuelos, que aún me debes! En el manguito te tengo clavados treinta y tres reales de a ocho por las rondas de un quinito. - No recuerdo. - El famoso repocker de ases que levantaste al viejo. - ¡Fue flagrante trampa! - Eso son cosas tuyas y de maese Portento que a mí ni me van ni me vienen. A mí lo que me interesa es que se me abonen las copas que es mi negocio. - A eso vengo. A hacerte gasto. - Si quieres que te cante, con la tela por delante. - No me seas miserable. No miento si digo que varias fortunas he dilapidado en tu salón. Ponle a mi gente lo que te pida y luego te pago. A los muchachos sírveles lo que quieran y a mí me pones un buen vasaco de ouzo. - Cuántos sois. - Eso quisieses saber, sí. ¡¿Cuántos ves?! 116 116


¡Cinco años eran cinco años! Flojo Laxo cogió la jarra y llamó a los suyos a un aparte. No es que tuviesen mucho sitio para ser discretos, pero lo más alejado que pudieron ocuparon una mesa y cuatro sillas. En el antro había otras dos mesas ocupadas al completo, y con otros dos hombres que entraron tras ellos y cerraron la puerta, holgaban el dos a uno. A dos y medio por barba como en plata declaró Flojo. Él, por sí solo, echaba cuentas de poder dar respuesta a seis que arremetiesen a la vez, mas Torerito, el Tresgüevos y el Trócola, muy bisoños se le hacían para plantarle cara a nadie. Mal. Mejor hasta pensar bien. También pudiera ser que él hubiese interpretado erróneamente el lenguaje corporal de la canalla. Las miraditas, las toses. El que alguno se afilase las uñas con la chaira no le debería inquietar al momento, quizá luego sí; mientras el griego no diese orden de ello, allí no se le rebanaría el cuello a nadie. - Qué buscamos aquí -al percal no veía Torerito motivo para permanecer- No creo que sea wiskacho lo mejor para acabar con la peste que aflige al capitán. Obvio me parece a mí que lo que necesita es tisana que elabore un doctor; y unas puntadas. Y aquí ni sanadores, Flojo. No busquemos salvación en el Infierno. - Remedo no tiene el jefe pero sí apaño. Hembra es lo que necesita para aliviarse los bajos. - ¿Eso crees? - Eso creo. Éste necesita que le achiquen del cráneo los fluidos seminales. Bandeja en mano apareció el tabernero. Poco vaso tenía que recoger pues ellos apenas dieron el sorbo y los malencarados no hacían gasto. El hombre se daba el paseo para acercarles la carta, el corto menú sólo tenía un primero: “sopa de tortuga”. Y dos segundos: “muslitos de tortuga”. Postre se imaginaron que sería caparazón de frutas. 117 117


Y el chupito del lagarto. - Qué tal tu mujer y mis hijos, Skiápodes -dijo con desparpajo Laxo ante el asombro de todos- Bien, supongo. Zorreando nos andarán por el atolón del Niño Muerto desde hace tres o cuatro años. - ¿Y las otras guarras que tenías? - Te refieres a tu madre. - Entre ellas, sí. - Pues todas juntas marcharon. - ¡Te abandonaron al fin! - Sí. Gracias a ti y a tus amigotes marcharon a España, a Marbella que me he enterado, para montar mansión de masajes y freiduría. - ¿No tienes fulanas entonces? - No. Ya no trabajo el género. Con suerte en breve me jubilo y traspaso el chiringuito a alguno de estos desgraciados. - ¿Tendrán cuartos? - Alguno habrá que dé buen palo y quiera hacerse jefe. - Yo, ahora, necesito una gachí que bombee bien. - ¿Y tus amigos? - No es para ninguno de nosotros, es para el patrón, que por señor, no baja del barco. Nosotros, pobres mundanos, recurrimos a una ninfa al óleo en el beque. - Mujer no puedo facilitarte porque me rehuyen, pero apalabrados tengo amoríos con un súcubo local; puedo pedirle el favor; que con algún cliente bueno sí me ha hecho. Torerito y el Trócola se opusieron al propósito, pero contando con el apoyo del Tresgüevos siguió para adelante Laxo. Convino con el griego que fuese ya 118 118


mismo la parte a la cita. Marchó el tabernero a la trastienda y al rato volvió con nueva ronda para redondear el negocio. También había despachado otras órdenes. Al tiempo que se prostituía el efebo, exigió que ojo echase a cuanto pudiese parecer interesante. La carga, el personal que sustentaba la nave y los pertrechos que armaban las bordas. Y si las intenciones que flotaban en el aire eran beligerantes o transitorias. - ¿No deberíamos acompañar alguno al… a la... ... Acompañar alguno? - Ve tú si quieres, Torerito. Yo me quedo -muy tranquilo se manifestó Flojo- Y yo -dijo el Tresgüevos-¡Yo tengo otra pedida! -solicitaba al unísono el Trócola- Creo que con el salvoconducto que ha expedido Flojo se le dejará subir a bordo sin hacer preguntas. ¿O no? - Ésa era la intención al hacer la nota. Por la cuenta que le trae a quien esté de guardia, llevará el paquete discretamente al camarote del capitán; y no querrá saber más. Al menos así haría yo. - ¿Por el mal despertar del jefe, Flojo? - De cajón, Torerito. - Entonces que pongan otra ronda -el Trócola, tras la odisea bajo la cama, ávido estaba por engrasar bien el gañoteAtusando moscas llamó el Trócola al tabernero, y siendo la única clientela por atender, de sobra hubiese bastado un carraspeo. El griego traía dibujado en el semblante que acudía al reclamo del lerdo del grupo. - Buenas tardes otra vez, señor tasquero. Quisiera que nos trajese otra de lo mismo y algo de guarnición. 119 119


- Antes de continuar, piltrafilla ¿Tienes talentos? ¿Dracmas? - Obras benéficas hice con los padres opulentinos; Marcelino pan y vino y Los entremeses de Fraybigotes. - En crudo, cretino. Doblones, guineas, sestercios. Muéstrame algo que brille. - ¿No se me podría apuntar en mate a continuación de Flojo Laxo? - ¿De quién? - Lo que quiere el chico es crédito, Skiápodes. - Se ha dejado de fiar. - No se alboroten las gavias por unos cobres. Ya pago yo. Por franca, y segura, les pareció que no podría tratarse de la voz del Tresgüevos. Pero lo era. Tal que estuviese enterrada profunda, con solemnidad extrajo una moneda de la taleguilla y la depositó en la mesa. Siendo la primera plata de fuera que le llegaba en mucho tiempo, rápido se la echó a la boca el griego para degustarla. La mordió, la olió, la escrutó por ambas caras y con gran deleite volvió a meterla en la boca. Qué textura ¡Qué sabor! Nada más y nada menos que un real de a ocho de los de Carlos II ¡Y limeño! Todo un placer para los sentidos que al éxtasis llevó al hombre. La entrada de la añeja plata en la caja removió a los gañanes. Latente y continuo tenía el bisbiseo el local, pero con el clinck, el eco que hizo el cambio, fue suficiente para que sin ningún disimulo se agitase el elenco de malos. Con las mismas hay que reconocer que le bastó una mirada al griego para acabar con el revuelo. - ¿Algo más será? - Pudiera, pero ahora soledad necesitamos para hacer este rosario -dijo FlojoEsta copa es la buena y quisiera degustar un brindis privado con mi gente. 120 120


¿Nos perdonas? Brindis, conjuro, al tercero de los hurras reventó la puerta del tugurio un cañonazo. En el humo se hizo la silueta del capitán, y éste confirmó presencia lanzando al cielo mil gritos de endemoniado. Nadie se movió, los presentes quedaron como ausentes de su propio destino. El capitán Bichomalo cruzó la sala, tomó una caja, y tras sentar, susurró al oído de Flojo palabras graves, gran misterio, que por respuesta recibieron el gesto mudo de reseñar al tabernero y a sus hombres. “Ellos” sólo eso dijo, y sólo llegó a mascullar el otro un “Todos fuera”. Pero ya no se podía salir. Casi viejo, sabiendo mucho por ello, entendió Skiápodes que la única salvaguarda sería tapar la puerta. Y, quizá, poder cobrar con vida al capitán señoritingo. Obviando al resto se tiraron todos contra el recién llegado, pero él, yendo a ellos, a yerro se trató. Calzaba en el muñón una espadaña de cuarta y media, y con la mano buena asía un sable de abordaje. Y al cinto tres pistolas y dos cuchillos. Bichomalo hizo cuatro muertes rápido, y otras tres que fácil se le pusieron al descubrir demasiado los flancos, pero de ahí en adelante le costó. Tuvo que aplicarse, convertir sus desventajas en virtudes para poder apartar de la lid a otro con una patada en los huevos. En el tres a uno estuvo defendiéndose mientras cogía resuello, y una vez recopilado, abatió al incauto que dejó franco el camino al corazón. Y otro, que resbaló per se al suelo y se desnucó en el sitio. Total, que mano a mano quedó con Skiápodes. - ¡¿Quién es éste?! -temía el griego fuese el capitán Bichomalo el consorte de la Muerte- Sordo, cabrón, qué gente me traes al local. Entre muertos y cacharros rotos vendería cara su vida Skiápodes. Dio plana para octavilla resistiendo numantino. Y era docto en el acero, de no estar 121 121


mancado previo en el garfio, la pata, y rasurado a la altura de la oreja, el griego habría hecho carnicería en la persona del capitán. Fino que era, y al pelo que estuvo, llegó en una enganchada corta a saltarle el ojo de vidrio. Le pareció entonces al hombre que el capitán Bichomalo estaba hecho a piezas, autómata del Infierno que en engranajes y poleas llevaba inculcado el magnicidio. - Sordo, bastardo, tira del hilo para que pare la fiera -el que hubiese matado a sus hombres suficiente quebranto le parecía- A tiempo estoy de conseguir lo que queráis. Mujeres, hombres. Juego. Vino. Una parcela buena en la catedral de Manila. Pídeme una nube de colores, un rizo de ola, que yo de la trastienda te traigo, pero quítame al moloso. Por mucho que Skiápodes implorase, Flojo Laxo negó judas lo evidente. Solo se veía el griego y quizá por ello redobló el celo de su defensa y laceró en parte fresca el maltrecho cuerpo del capitán. Inventó la finta alrededor de una viga y al arte le sacaba pase. Clavó Bichomalo la rodilla y bufó; sin dejar de mirar a los ojos del adversario a tientas buscó la herida en el costado. No sentía y no hallaba. Pudiera haber dado en hueso la puntada, y prieta la situación, ni la sangre osase delatar el mal momento. ¡O que no tuviese de ésta al ser aberración! Y por esto se inclinó Skiápodes tras ver levantarse al otro con nuevos bríos. - Sordo, Sordo, detén esto antes que alguien salga mal parado. Tanto Sordo para arriba y Sordo para abajo, acabó cogiendo el capitán Bichomalo que la puerca le hozaba la manija del corral. A punta tiesa miró al hombre buscando cuadratura a lo que se le iba. - ¿A quién demandas por “Sordo”, sabandija? - A su amigo de usted, buen señor. Por cumplida la fórmula quedaría ignorante el capitán Bichomalo de la sustancia. O eso quiso que pareciese, el caso que saliendo de su medio trance 122 122


empezó a desplegar lo que sabía de espadas; que no de naipes. Nada académico, no. Barriobajero. Aprendiendo a carne rota, rápido se hizo Bichomalo una idea de los principios y en poco elaboró estilo propio. Bello, y rústico, facturaba el capitán Bichomalo estocadas como besos de la Fría. Tuvo tal éxito el disfraz de Rastrojo, que sabiéndole más provechoso lucir el rol que cobrar los cinco luises, se le permitió gobernar la nave y a sus tripulantes hasta que se tocasen las Marquesas; poco peligro habría al ir todo recto. En el transcurso de los días había cogido mano al mando; aunque el puesto era honorífico, y a su sable la obediencia relativa, Patata y Herejía consideraban abusos las tropelías que sobre sus personas estaba perpetrando Rastrojo. Lacayos le eran, sí. Quejaban los chicos en el camarote ante las señoras y éstas no sabían qué opinar. A la hechicera le parecía muy requetebién que el otro se aupase el ego y que estos recibiesen un pequeño escarmiento, y a Úrsula, ¡ja!, a Úrsula, por caerle en gracia la parodia, con Rastrojo estaba a muerte. “¡Qué apostura!” “¡Qué gallardía!” decía la mujer pareciéndole que exaltando al uno le salpicaba al otro. “¡Qué ingenio!”. Felipe era testigo mudo de la revuelta palaciega. Príncipes destronados de uno a otro se lo iban pasando si como el único bien fuese que nos les pudiese usurpar Rastrojo. Debía estar el lagarto harto de tanto manoseo, y en un descuido, un me toca a mí te toca a ti, saltó de los brazos de Herejía para correr mamparo arriba y darse el cuatro por el ventanuco. Tarde llegaron a echarle mano, tarde, Patata alcanzó a rozarlo, pero él con un cimbreo del rabo ganaba la libertad. - ¡¡Mierda!! -gritó Herejía- Mierda, mierda y mierda frita del tío Camuñas. ¡Sus muertos! - Esa boca, niño -objetó Úrsula- ¡La culpa es de Patata por no haberlo cogido a tiempo! - A ti se te ha escapado -ponía Patata las cosas en su sitio- Tú, que untas 123 123


arenques, eres el responsable. - ¡Una mierda también pa ti! - ¡Niño! Parece mentira que con el estirón que has pegado sigas siendo tan bobo -dijo la hechicera a boca llena- No lo soy. - Lo pareces. ¡¿Qué diantre?! ¡El lagarto va a su ser! Y si os molesta que Rastrojo os cargue la ganancia, eso es porque antes la gastasteis con él - Nosotros no. Congrio. Herejía y yo le hemos perreado lo justito. - Eso es, mi niña -dijo Úrsula- La tortilla va dando vueltas, y al momento, sea cual fuere la cara que cuaja, la cosa que el asa lo trinca Rastrojo. La bulla no era nada. Palabra. Plana la mar, los chicos organizaron opereta. A la historia de pasarlas canutas urdieron travesía, e intenso que se prestasen al juego, al lío de lo de la Isla de las Moscas se temía terminar. Se venía asegurando que al día siguiente, bien temprano, al morro les saldría tierra, de no ser así, fácil que en un descuido Patata y Herejía cogiesen a Rastrojo del cuello y lo que hiciesen con él... ¡uf! Difícil predecir. Rastrojo incluso pernoctaba en el camarote del capitán. Se hizo llevar, armaron Patata y Herejía, un camastro de roble recio y un colchón de buena borra. A mano suelta dormía. Holgado de sitio estaba el mozo al relegar al ventanal el sarcófago y su bicho; el capitán Verrugo no quejaba, por tiempos bufaría la momia y de cuando en cuando tiritaba la tapa. Los chicos podían tener a Felipe, él, dormía en la cabina del capitán y con Ramona. Desde que llegase el lagarto la perra había estado de uñas, noble que era, no llegó a delatar la presencia por camaradería con los chicos; aunque guardia 124 124


montó disimulada en la puerta del camarote para circunscribir. Algo tenía el lagarto que... que no. Que no. No le acababa de agradar. Mismamente cuando fue presentado en sociedad, y dado a proclamar Felipe, vino a tirarse Ramona contra el lagarto sin mediar ladrido. Se dijo que por puro instinto animal ¡Tan humana ella! ¿Instinto? Instinto racional. Era el capitán Caimán embutido en una de sus múltiples apariencias. Ramona lo supo en el mismo momento que venteó su alma corrupta a bordo, y ahora se lo confirmaba el propio lagarto al oír el baile de las garras en la bodega. Destilando sapiencia imaginó Ramona que la intención era arruinar la carga, así que levantó desde dormida como una exhalación, y aunque nimio, al rebufo de su vuelo abrió Rastrojo un ojo y el capitán Verrugo la tapa; el chico corrió tras la perra y el viejo quejó la escandalera. - Toc, toc. Eh, eh. Toc, toc -acallaba Rastrojo sus gritos- Salid, vamos, despertad. ¡Ramona va tras algo! - Vete Rastrojo -también Herejía pretendía amortiguar sus palabras- Irá tras una rata tal que tú de gorda. - No es ningún mandado. - Aunque lo fuese -bostezó Patata- Date el piro, Rastrojo. - Vale, sólo quiero de vosotros una cosa. Tenéis ahí al Felipe ¿no? Sin morir la interrogación abrían la puerta Herejía y Patata, y sin palabras, exigían referencia de dirección. - ¡Seguidme! Corrieron las tripas del barco buscando señal, y punto de luz, por tal, portaba Portento a la puerta de la bodega. Trabalenguas había dentro pues se oían 125 125


gruñidos y golpes, y el restallar de un látigo que supusieron, con acierto, la cola de Felipe. Al ver Portento a los chicos sofocados temió tuviese que preparar explicación del porqué de atosigar a la bestia, pero en vez de esto, al juego de la perra entraron los chavales con palos y ganchos. Ramona era excepcional, sin duda, mas el lagarto era quién se decía y pudo mantenerla a raya hasta que apareció Portento. Y con él quizá también hubiese podido, pero al entrar en escena los críos, calculó Felipe inclinarse el fiel del lado de ellos y trepando por la cepa del mayor salió a cubierta. Tomando la escalera fueron tras él, y aunque rápido ganaron el puente al momento no localizaron vestigio. Fue Ramona, que olió, quien en el proel ladrase a la punta o a las estrellas. O al lagarto. Se sentiría el animal descubierto y tomó resolución de abandonar la nave, y hechuras se le quisieron ver de saltar al mar, mas Portento, cercenando, le arreó dos disparos. Cayó cual fardo Felipe, no muy lejos, detrás de unas gavetas de metralla, y cuando llegaron al punto había volado, bueno, saltado la borda. Muerto estaba, eso sí, y aún así, algo hizo mover sus músculos para llevarlo al mar; más lejos no iría al quedar flotando orilla del casco. Se hicieron necesarios varios fanales para concretar e intentar izar. Por muerto y resbaladizo no asía el bichero a Felipe, y como tampoco eran horas, pese a los tiros, se ofreció Herejía para descolgarse por la amura y recoger el cadáver del agua. No entendiendo peligro cogió Patata por los tobillos a Herejía, y a ésta, de los mismos, borda afuera mantuvo Portento. - ¡Qué pasa… Qué pasa aquí? -apareció Verrugo en camisón- Nada de gracia me hace las correrías a estas horas, Portento. No creo necesario el que dispares al aire si vas a vomitar; yo no ordeno mecha cuando voy al beque y también es de Pascuas a Ramos. 126 126


- No pota, capitán -se hizo ver Rastrojo- Mantiene suspendidos a Patata y Herejía. - ¡Salvajes! ¿Le has ordenado chapuzón? - No capitán. Intentamos recuperar el cuerpo de Felipe. - Si vais a hacer alguna autopsia aquí estoy yo -también Bulín congregó con los disparos- ¿Quién la ha cascado? - El lagarto. Dos plomazos se ha llevado por parte de Portento. - Ya le pronostiqué yo mal fin -bostezó el capitán Verrugo remitiéndole el interés por el caso- En cuanto le vi, tsssss, supe que ese lagarto tenía las moscas contadas; por unas cosillas que no vienen ahora a cuento, Portento tiene ojeriza a lagartos, monitos y cotorras. - Pues fue Ramona la que empezó todo. - ¿Ramona? -a dúo dijeron extrañados Verrugo y Bulín- Sí. - ¡¡Portento, sube inmediatamente a los críos!! Luego dijo que iba a hacer, pero fue Patata quien tiró para arriba de Herejía y evitó que unas puntiagudas y blanquísimas fauces, que asomaron del agua sin hacer ondas ni esparcir gotas, se llevasen para abajo al lagarto y a quien lo asiera a mano. - Dice Rastrojo que el alboroto lo organizaste tú. ¿Es cierto, Ramoneta? - Guau. Guau, guau. - ¡Joder! Portento y compañía -orden daba el capitán Verrugo de abandonar el empeñoHaced que ruja un bronce para congregarme al personal. ¡Todo el mundo a cubierta! Queriendo fuese desagravio por el incidente de los dientes, accedió Portento a que los chicos en persona aviasen el cañón para el trabajo. Cebarían los 127 127


demonios el buche de la pieza con pólvora que dejase hecha y mezclada Antoño, pues difícil que del azar saliese tal variedad de colores. La detonación fue ajustada a lo pedido, bastó para hacer saltar a los hombres del coy, y de resto, por buena, dejó aviso luminoso a las Marquesas de su inmediata arribada. Y a las Tuamutú. Y a las Islas de la Sociedad y más allá. Adoptándose el aire de los días graves la tripulación cuadró en cubierta. Los semblantes serios esperaban que el capitán explicase la razón de convocar a tan intempestivas horas. De alarma no fue la llamada, no, fue de apremio y comidilla al saber todos, creer, que el capitán mal guardaba secretos; y menos si al rondo le iba el aliento a los demás. No tardó en informar de la presencia, breve, pero presencia a fin de cuentas, del capitán Caimán en la Psiconauta. Habitual era que en Barrena injiriese Caimán, por medio de su zoo de sicarios, en la vida cotidiana; la leche se agriaba, se enlodaban los pozos y el vino se evaporaba. Pero ahora estaban en alta mar, lejos, muy lejos, y aunque despuntaba el día insinuando en lontananza tierra, aún estaba por ver que fuesen las Marquesas. - Lo que habéis oído, sí señor. ¡Caimán! Se ve que el tiempo que hemos estado ausentes lo ha dedicado el viejo a sacar músculo. Si francas ha tenido las Encantadas, huelga dudar que Awarua no le rinda pleitesía de nuevo. ¡Propongo ir del tirón a Barrena! No hacer puerto era hombrada. Aunque la mar les era amiga podía exigir en cualquier momento tasa. A la idea de tocar las Marquesas se hicieron para probar el opio, el saque y el kava-kava en la tasca de los Cheng. La propuesta que se hacía igualmente obviaría el fumadero de los Cheng en Puka-puka, Tahití y las Tubaï. El Dragón y la Zorra, las cuarenta y seis sucursales que en 128 128


franquicia daban unidad al Pacífico Sur, serían ignoradas. Hubo protestas a montones pues las excelencias de los cócteles kurosawas, y monzaemones, se solían mentar al hablar de tales tugurios. Tontería negar que más que sobrados de tiempo iban, aun teniendo la vista puesta en el almanaque, y con dilapidar unos tragos se contaba. Volvían a casa cual maridos en noche de paga, volverían, aunque fuese todo recto, al asegurar el capitán Verrugo que a despecho abría la bodega. Incentivo prometía al jurar dejar de par en par las batientes del lagar. Y por si acaso cambiaba de parecer, la gente se tiró escotilla abajo pese a ser hora temprana. Navegando buena mar, y a espita suelta que iban, pocos hombres faenaban en los palillos y por cubierta. Corría la Psiconauta las horas y los días como los delfines la mar. Portento guiaba, y no lejos de él, en la toldilla de popa, almorzaban Corcovado y los chicos mientras Bulín instruía; sobre la mesa, entre tazones de chocolate y cuscurros de pan, se les ofertaba el océano Pacífico y sus islas. En otro plano hasta en detalle tenían el archipiélago de Ohe-Ohe. Y un tercero, igual de grande, pero más exhausto, que sólo daba referencia de las cosas de Barrena. Y un siguiente, que no olía tampoco a último, embebió desde ese instante los pensamientos de Corcovado al dar marca exacta del discurrir del canal que salvaba el arrecife de entrada a Bahía Comilona. Exiguo, aunque grande en el papel, fue tallado con explosivos y por secreto se tenía. ¡Alto secreto! - El que dura con nosotros se aprende el camino. Perdonad, pero estos no son legajos con los que limpiarse el culo y flamear, chicos. Desde ahora os informo que la sesión no es para menores; sin acritud, eh. No pusieron mala cara, al contrario, Portento les llamó para que se acercasen y sujetasen la rueda mientras él se daba licencia de un par de tragos. 129 129


Quiso seguir Rastrojo arguyendo lo de la capitanía honorífica para hacerse con los radios, pero más resuelta Patata, dio por supuesto que expiraba el mando y por rápida gobernaría ella. Y gobernó, desde el principio manejaba a la pandilla, callos tenía en las manos por dar tumbos al timón ¡Y en temporal! Mujer, fingía apetencia a ojos de la hechicera y Úrsula. Qué cría. En la fuente de la toldilla al cántaro estaban las señoras, y a pelar la pava el capitán Verrugo y Portento que componían tertulia. - Y por qué lo de hacerte rufián, Verrugo -Úrsula paladeaba un blanquito de los que dan despacio- Buen mozo te imagino siendo marino joven. - Que recuerde siempre he sido igual de joven. Y apuesto. - ¿Siempre? -el vino hacía su efecto- Siempre. Parece que fue ayer mismo cuando descubrí que el viento y los puertos francos son los únicos amigos que me son indispensables. Para vivir mi vida, eso sí. La del pirata que soy, que siempre he sido, y que no voy a empezar a negar hoy. No cómo algunos. - ¿Lo dices por mí? -descorchaba Portento nueva ronda- Perdona, pero soy de los pocos que no está en el negocio por cuentas con la justicia o la dichosa matrícula de mar. - ¿Y con el Infierno? -la hechicera chascó la lengua- ¿Tiene asuntos pendientes? - Sí señoras mías. Negar no puedo que tengo inversiones en el campo; señor he sido y soy, y no le doy un no a una dama, ni una mentira, si puedo. Estoy aquí por no tener rival. - (Yo creía que por quedarse dormido -susurró Herejía-). - (Guau). Discutiendo hicieron día y tarde. Y noche. Y de guisa parecida se les echaron encima el par de semanas siguientes. Mientras revolotearon por la Psiconauta las escamas de la discordia que perdiese Felipe, no se hizo cadeneta a dos palabras 130 130


y una sonrisa. Hubo tensión en el aire hasta que una buena mañana, buenísima, desde la cofa gritase Tizón tierra. Pero el “Tierra” que profirió era de los de esparcir salivas y acompañar con toses. Tierra, cof, cof. Tierra, cof. Tierra. Cof, cof, cof, Barrena. ¡¡¡Barrena!!! A la baranda se echaron aquellos que acertaron a poner en pie y por poco van a pique. Tras cinco años de ausencia, y toda una vida para los que no eran del lustro, el largar que delante tenían Barrena causó conmoción. Lejos estaban para ver nada desde cubierta, así que quien quiso degustar la primicia no tuvo más remedio que subir a las gavias. Y cuanto más alto mejor. Cuando se comprobó que lo dicho era bueno la alegría se desató en el aparejo. Fieles a su estilo aullaron los hombres y, montándose en drizas y cabos, pusieron al viento cuánta tela aún le cupiese a los palillos. Mas Verrugo, para descontento general, ordenó cambiar el rumbo. No se iba a ir directamente a casa, buen cónyuge, precavido, la penúltima, y por cuenta del capitán Verrugo, se la tomarían en Atola-hora, isla próxima a Barrena, y en la cual se acordó recabar información del estado de las cosas. Cinco años eran cinco años ¡Un siglo! Nada malo temería el capitán Verrugo de la isla de Atola-hora. Conocía el peñasco desde antes que tuviese nombre u amo, que el infame Baldomero Waltrappa, marqués de Street Upon-away, izase cuatro palos en chambado dando por cubiertas aguas e inaugurada su taberna irlandesa. Trescientos años lo menos que vio levantar el primer chamizo, y ahora, hoy, cinco años después del último vistazo, en el suelo venía a estar desvencijado lo que hubiese levantado en el sitio desde los tataratantos años atrás. Ardía la casucha y las chozas anexas, habían ardido, y aunque humo y tizne merodeaba por toda la cala, lo que hubiesen alumbrado las llamas se encontraba ahora extinguido. Y ni rastro de Skiápodes. 131 131


No es que el hombre fuese como para ser buscado, que lo era, Skiápodes era la llave que abría el cajón de cuánto acontecía en las islas del Pacífico Sur. Perista de piratas, sería capaz de negociar a la Muerte la partida, e hizo, pues como muy bien empezase a leer en los restos Bulín, hubo lucha. Masacre, pues al apartar tres cascotes cantaron a panceta pasada los cuerpos de los muertos. Por doquier estaban, y aunque errase del todo en su diagnóstico, le faltó un pelo a Bulín para acertar. - El Sordo, sí -dijo Bulín desde el quicio tras leer una nota que encontró clavadaSe ha despachado a gusto el Sordo en la taberna. ¡Qué cabrón! Hicimos bien recalando primero aquí, Verrugo. - No me esperaba esto... Algo esperaba, pero esto no. ¿Seguro que firma el Sordo? - Su daga de manga es la que clava el papel en la puerta -segurísimo estaba Bulín- Y la nota es muy de él: “Por favor, no disparen sobre el pianista”. - ¿Tenía piano el antro? -nunca escuchó Pastinaka- Sí -seguro estaba Bulín al haber afinado para las mujeres del griego- La daga y el papel son de él. Y la intención de hacernos saber que aquí ha estado antes, durante y después del incendio, también. - ¿El Sordo del que hablan es el que tiene parte en el aire? -ido y venido el nombre la hechicera sintió curiosidad- ¿Éste es su Perdigón? - Sí señora, bien se ve por los despojos que aquí ha estado mi buen amigo el Sordo. - ¿”Amigo”? -dijo Úrsula que estaba- No es lo que tengo entendido, Portento. Cómplice de la ironía rió el capitán Verrugo. Y la hechicera y Bulín. Hasta Ramona rió con ganas. Viéndose el lugar manga por hombro se desaconsejó el desembarco general que era la idea. Se compusieron las baterías para dar batalla, y fuertes que retumbaron las risotadas que se echaban a mica estuvieron de abrir 132 132


fuego desde la Psiconauta por orden de Blasfemo; que quedó con fajín. Pasada la incertidumbre del momento, y bajo seña del capitán Verrugo, autorizó Blasfemo a los chicos para que bajasen a estirar las piernas y trotar un rato. Lo necesitaban a todas luces, e impelidos por el soplo de la edad, tal que perros apretados de vientre corrieron en círculos levantando hollines y polvo. No obstante se les dijo que no rondasen las casamatas chamuscadas, y a ser posible, por favor, se fuesen a dar la barrila a la tranquila fauna local. Necesitando pisar verde tras la larga travesía hecha los muchachos acabaron tomando camino de un altillo que moría acantilado. Era abrupto el sendero, mas en lo alto en apretado rodal diez o doce palmeras daban cuerpo de jungla. Alguna cabra o gorrino rumiaría el otero pues según se acercaban los chicos oían los gruñidos; suaves, sufridos en el tono, mal se vería el bicho al buscar la espesura, y cual cimbel, acabó por atraer el interés de Herejía y Patata; para alejarlos de las cenizas se les dijo que rondarían espantadas las bestias del corral, y asilvestradas, derecho sobre ellas tendría quien las lograse cobrar primero. Interés no habría por tumbarlas, no, no hubo hasta que coleta a la frase pusiese Portento añadiendo que por un buen faisán, o un cabrito, o un lechón de granja, dispuesto estaba a soltar un doblón, y dicho, por no ser uno sino dos la recompensa, a los tres entregó muestra adelantada. Herejía y Patata adivinaron la intención huidiza de la fiera, y para darla caza atrocharon por dónde creyeron prudente. Rastrojo no, un doblón por no hacer nada le parecía paga excelsa que diese excusa a un tranquilo paseo. Con la vista siguió los distintos caminos tomados por los amigos, tan absorto iba en la trigonometría que trastabilló torpón Rastrojo y fue a dar de bruces al firme. Había tropezado con algo parecido a lo que sería un pie humano. Y era. Sí, el dueño del pinrel sería la bestia que agonizase. Pegándole la oreja a la boca Patata prestaba oído a lo que pudiese entretelar al hálito. 133 133


Poco entendió la muchacha de Skiápodes. Poco tenía aquella piltrafa del griego, la vida, que le escurrió hasta la última gota, se le fue por la media docena de balazos y treinta y seis cuchilladas que también pregonaba el troncho mutilado y deforme. Ni lengua. Ni dientes. Y por nariz un agujero. - ¿Quién es? -Rastrojo hizo los últimos pasos muy lentos- Era -dijo Patata levantando la cabeza- Se acaba de quedar tieso del todo sin articular palabra lógica; a saber el tiempo que lleva así. - La lengua se la dejaron ahí -señaló Herejía¿No es la lengua sabrosa para un antropófago? - ¡Caníbales! -asustado dijo Rastrojo- ¿Lo han hecho caníbales? ¿Hay caníbales en esta isla? - No hay ni es obra de caníbales. Éste es Aristófanes Skiápodes, era, el dueño de la fonda. - ¿Entonces es verdad que ha sido el Sordo?... Yo por lo menos eso es lo que he entendido del cuchichear -al cabo estaban Rastrojo y los otros- ¿Es tan malo el Sordo para desollar vivo a un hombre? - ¡Tiene parte en la Psiconauta! -lo decía todo PatataPero no es el Sordo de cebarse. Él mata frío y no hace lonchas a nadie, no es de él. No es su estilo. - Bulín dice que sí -sonrió Herejía la contradicción- Capacitado está desde luego, y si el cerdo es de buscar el cuchillo, imagino que problemas no tendría para hacer morcillas al memo. Mas los tiros, las cuchilladas... y las mil putadas que le habrán hecho al desgraciado, se me hace imposible atribuírselas al Sordo. La gente de la Psiconauta quedó convenida con el Sordo que previo al retorno a Barrena tocarían Atola-hora para recabar nuevas. Cuándo le viniese en gana, pues cabezón también era y a poco se le podía obligar, se dejaría caer el Sordo por la tasca de Waltrappa. Si casualidad fuese que llegasen estando él 134 134


mejor que ideal, pero como harto improbable se sabía, lo que haría, debería, es ir dejando en sitio acordado tras cada visita una botella de vino vacía si todo iba bien, si mal, la botella debería estar llena. El lugar escogido para depositar la señal era bajo unas piedras en lo alto del cantil. Skiápodes estuvo en el secreto. Aún contemplaban los muchachos los despojos del hombre cuando aparecieron Portento y Bulín. Acudían a las peñas, y al encontrar arremolinados a los chicos temieron los otros que contaminasen sin mala fe el posible mensaje. Entonces gritó Bulín desde lejos que si el corro era para posar morros en botella parasen al momento, de no, que siguiesen a sus juegos. Recíprocos, ellos también gritaron. Pero que apurasen. Botella había, y llena, mas lo que contenía era sangre. - ¡Hostias! El griego -Portento se sorprendió- Bulín ¡¿Se ha pulido el Sordo también al griego?! - No firma esta nota, no -con agrado reconoció Bulín- Aquí seguro que no ha tenido mano el Sordo; dudo de si hasta ahí abajo sí. Desandando la agonía de Skiápodes, y dejando al paso el pie casi en su sitio, la comitiva dio como punto de arranque la trastienda del chiringuito; posiblemente todo hubiese empezado dentro, pero el fuego, cómplice, obró a favor del matarife. Vuelta camino arriba, y obviando las posibles erratas introducidas por Rastrojo y los otros críos, por la forma de las pisadas, se declaró incapaz Bulín de leer nada para asombro de la tropa. Y la culpa no era de los muchachos ¿o sí? En sí la escritura estaba muy mal tirada. Tachones, correcciones, líneas locas y jeroglíficos jalonaban la pendiente de huellas. Y fue Portento quien contase la trama allí impresa por vividas mil escaramuzas parejas. - Skiápodes salió escopetado, y quien le persiguiese, atravesó la ventana por no derribar la puerta trasera. No era el griego de corretear al ser la lorza que le 135 135


alegraba el mandil acumulo de lustros y mucho vicio, mas no por orondos los de buen comer somos torpones y no pocos virajes hablan de contraataques remontando entre matas Portento escenificabaBuena defensa hizo el otro, sí, apenas un par de veces rectifica la posición. Aquí, allí y allá. El adversario le ha corrido la cuesta dándole yerro cuándo ha querido. - Le ha cansado. - También; creo que sí. Se me hace raro decirlo, pero me parece que al fin el viejo Skiápodes encontró quien le reclamase por el puesto o por los brebajes que servía. - Por el puesto no; que custodio no queda en el templo. - Quien haya sido desconoce las leyes que rigen el oráculo de Waltrappa, sí convencido entendía Portento mano extraña- Sí. Definitivamente descartemos que pata de palo le haya brotado al Sordo en los últimos cinco años. El capitán Verrugo fue del mismo parecer. Lamentó lo de Skiápodes. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para recordar la tasca sin el griego, y cuándo concretó, por haber otro en su puesto con físico parecido al que se le llamase Dionisio Yedra, no llegaba a estar seguro si no sería siempre Skiápodes el que se sucedía a sí mismo. Cosas más raras había visto el viejo Verrugo en estos pagos. - ¿Pudiera ser que el artífice del despiece simplemente acompañe al Sordo? sugirió el capitán al tiempo que encendía la espuma de mar- Ya sabéis que Estanislao quedó advirtiendo que iría a buscar por su cuenta, y si Bulín dice que al ajo ha estado, y Portento que el salvaje que haya sido no usa estilo de villano o caballero definido, no sería de extrañar que el Sordo al final hubiese dado con horma, para aquí mi primo, entre las bestias que habitan el archipiélago. - Me extrañaría. De mí se despidió el Sordo diciendo que la próxima vez que me viese me iba a saltar la tapa de los sesos en persona. Que si no hallaba yo rival en el viaje, que de todas formas diese por encontrado 136 136


al regreso. - ¿A pistola? -también se extrañaba Bulín- A pistola no tiene nada que hacer contigo. - Ves. Extraño. - Vuélveme a leer la nota, Bulín -el capitán Verrugo pedía repaso- Y tú, Portento, tráete a los críos para que repitan lo que vieron.

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CAPÍTULO XIII

ENTRE PUCHEROS CANÍBALES

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Se acercaba la fecha. Boloblás III el Cumplidor destacó a los pescadores más avezados al extrarradio del archipiélago de Ohe-Ohe. Un día de estos, un día, repetía, aparecerá la primera luna en busca de amor. Ésa sería la señal, la fecha tope acordada con la chusma de Verrugo. Todotripa estaba convencido que no tendría necesidad de respetar el acuerdo, al igual que él se quedó sin hijo, la mar también daría sepultura a los piratas, pero legal por rey, para ser, ejecutaría según lo apalabrado. Si completo trajesen el pedido de recibo sería la alfombra roja, mas queriendo entenderlo mal agüero, Boloblás III el Cumplidor refrendaba nombre y rango teniendo todo previsto pero no dispuesto. Todas las mañanas llegaban canoas con nuevas a Ohe-Ohe. Todos los días en las canastas vacías iba prendido un anzuelo. Por concisa la orden le bastaba al rey echar un ojo de cuando en cuando a la playa para saber. Aunque prioritaria era la pesca, no era tampoco raro que quien llegase, pese a vacía la cesta, tomase camino decidido de buscar al soberano. Entonces levantaba revuelo, se generaba una errónea expectación pues las más de las veces el asunto era la queja, la protesta en firme de los vigías que para el mes llevaban tirando redes y sedales sin apenas dormir ni beber. - Quién dices que es. - Majestad, él dice no ser nadie; las palabras que trae son duras y huele se lleve 139 139


parte si repite cual se le dijo. - ¿De qué isla viene, Bienancho? - De Ajahla-ta. - Isla de disenterías y piorrea. Sí, la conozco. ¿No es tu cuñado de allí? - Sí. Es mi cuñado precisamente el que viene. - Bueno, ¿Y de quién trae mensaje? - Ni a mí ha dicho por confidencial y severo. Pero supongo que será de Titalonga. - Bien. Llévalo a la choza de audiencias y que espere. Dónde fuese el monarca iba el séquito. Las canoas, los tripulantes de éstas, los aperos y vituallas que se considerasen necesarios para tomar La Perla, Barrena, aguardaban empacados una señal; tenían preparada al día la revista. De arriba abajo recorrió la playa Todotripa comprobando las disposiciones. La última choza, que daba cobijo a la fratría guerrera boloblás, fue el lugar al que le llevaron sus augustos pasos para tomar un refrigerio temprano. Un descanso. Los nervios, el sol... Se sudaba mucho y gozo era el alivio. Por suerte, por desgracia, por las mismas fechas que desapareciese Gordosumo encalló una goleta que lastraba con saque y otras bebidas orientales. No eran éstas de agrado al paladar boloblás, pero por fortuna sí para la casta de los Cheng, y al recado que mandó Todotripa informando del hallazgo, a la subasta pública de los alcoholes, aquellos remitieron lacrado un sampán con su puja en la bodega, y en bote aparte, a Boloblás III el Cumplidor, detalle por detalle, le hicieron llegar embotellado auténtico rioja y orujo gallego. Y jerez fino. Y blanco del Penedés. Y casalla. Y cava. Y txacolí. Y un rosado espumoso de la sierra de Madrid que era novedad. Y sidra. Los Cheng enviaron al monarca de lo selecto que tenían estancado para la gente de Verrugo, y lo grosero, pero no menos noble por carecer de origen claro, 140 140


fueron las cubas en formato estipendio bebible que ofertaban al común de los boloblás. Y se adjudicó, ni dudarlo. De la puja tomó Todotripa para festejar, cuándo se pudo, al mes clavado, la desaparición, muerte, de su hijo. Desde entonces sólo el selecto grupo de guerreros libaba de lo bueno ¡Y siempre en presencia del rey, desde luego! - ... ¡Majestad!... ¡Majestad!... -Bienancho, el consejero, adelantaba su voz a la presencia-… ¡Majestad! - ¡Ya! -quiso creer Todotripa por los gritos- ¡¿Se ha sacado la Luna del mar?! - ... ¡Majestad!... ¡Majestad! -venía lejos... ¡Majestad! - Vale Bienancho, vale. Toma aire y dime dónde se ha pescado. En qué isla. Los muchachos están en que por tradición entrarán por Ita-hate al ser la isla dónde suelen pescarse antes, pero yo estoy en que este año, ante lo estrafalario que viene siendo el tiempo y las corrientes, darán la cara por levante. Se ha pescado en Duranga ¿no? - No sé, majestad. El mensajero dice que porta palabras delicadas y que teme que... - Bien, no sigas. Que me espere en la sala de audiencias con los demás. Lugar de hermanamiento era la selecta choza de los guerreros, salvo las esterillas de colores que descansaban en el piso, y las botellas vacías que lo rodaban, no había más muestra de mobiliario, ni adorno, que cuatro docenas de boloblás sebosos; ni cabría. Todos iguales en la choza, todos ebrios, en alto hacían planes para cuando tomasen en sus manos La Perla. Lo primero sería buscar y dar muerte al cantamañanas del Sordo que por lo oído quedó de vigía. El hombre, posiblemente el único cerdo largo que aún trajinase la isla, sería invitado a los fastos de la reunificación y servido frío con una manzana en la 141 141


boca. Y no haciendo ascos a las tradiciones, Todotripa insinuó el posible visto bueno. Entre la elite guerrera destacaba el fiero Cocohú. Temible de veras. Se había hecho tallar los dientes colmillos, todos pinchos de desgarrar, y por portar ojo a la raya y andares zambos de abuso a la cachiporra, venía a ser el adelantado del ejército. De su parecer eran todos los que algo de voz y mano tenían, y él, a su vez, vasallo declarado era del rey. ... Por el momento. Después de la tragedia del Comité de Fiestas todo cambió. Todotripa disolvió su gabinete y nombró nueva terna de consejeros. Con esta hornada de senescales y mayordomos accedió a su corro un legajo de los Buensaque, estirpe añeja, un escuálido Buensaque, que a su sombra se compuso cabeza de la Casa. Jamabuensaque llamaba. Jama. Y aunque recelos sabía que levantaba en el rey, al corriente no estaba de cuánto pues Todotripa también venía de casta de intrigantes. Con la persiana del ojo a tres cuartos del cierre, el rey al tanto de todo se mantenía fingiéndose dormido. Ni voz ni murmullo, gesto o reunión, le pasaba desapercibido a Boloblás III el Cumplidor entre ronquidos. - Qué quieres, Jama. Te he dicho que me comprometes con tus insinuaciones mordía Cocohú sus palabras- Yo no digo que Todotripa no sea digno jefe de los boloblás. Nos lo merecemos. Pero nuestros hijos necesitarán algo mejor. Que siga siendo monarca hasta la fiesta de los peces luna, sí. Y después, cuándo se canse la gente de pescado y cachondeo, llegará nuestro momento. Tú momento. - Mal llevo las indigestiones y los excesos; no podría con el ritmo del jefe. - ¡Eres Cocohú! 142 142


- Pluma y pintura. Fachada. Para dar mamporros me valgo, pero los excesos de la victoria me quedan anchos. - No te asuste el caso porque yo discretamente te representaría en los fastos que te asqueasen. - No gracias. - No tendríamos necesidades; al menos nosotros. Piénsalo. - No. Gracias. Probado lo adecuado de Cocohú el rey bostezó. En el transcurso de su descanso llegaron nuevas de todos los puntos cardinales, la sala de audiencias atesoraba demora y el trabajo le reclamaba la vuelta raudo a la tarea de ser soberano. Haciendo que pareciese natural, e incluso toque de distinción y aprecio, reclamó Todotripa ayuda de Cocohú y Jamabuensaque. Deberían apaciguar el guirigay que desbordaba el salón del trono. Salón del trono, ¡ja! Cierto que lo albergaba la cabaña más grande no sólo de Ohe-Ohe ¡del archipiélago! Y trono también tenían, sitial, que al tomar asiento le permitía a Su Majestad elevarse dos cuerpos del resto del mundo. Y cómodo, porque el sitio era de reclamar y dar quejas, y cuándo el día era completo se acababa con la cabeza llena de resonancias. Dando a probar los flecos de la púrpura, ordenó el rey a los ayudantes que impusiesen orden al gentío. - Que hable uno para que callen todos, Bienancho. - Majestad, harto difícil porque todos quieren ser los primeros debido al tema de la recompensa. - ¿Tanta gente ha venido por eso? - Algo tendrá que ver, majestad. Todos quieren ser los primeros y sólo hablarán con usted. 143 143


Vamos, eso dicen. - Venga. Elígeme uno cualquiera. Tu cuñado, por ejemplo. Siendo el premio el gobernalato de la querida joya a recuperar, abucheos y enconos cogió al vuelo Jamabuensaque entre los congregados, aunque Todotripa rectificase y ante el clamor popular designase a otro a dedo. - Tú, tú mismo. - ¿Yo? -se reseñó uno vivo- Sí, tú. Quién eres. De dónde vienes y qué demandas. - El premio. Y si no la recompensa entera, sí una parte proporcional por dar aviso. Viéndose común el caso se alzó el rumor y el primer preguntado perdió la palabra en favor de otro con mejor vozarrón. - Un pez trinqué yo que estirando los brazos dos hombres no lo abarcaban. - ¿Un luna? - Sí. Luna sí -se coreóTodos habrían pescado el mismo, o de dimensiones parejas, pues en su gesticular el de todos era de abrir los brazos. - Bien fresco lo traía yo, vivo, porque lo cogí con arrullos para que no sufriesen ni se malograsen sus carnes ¡Que sé del buen paladar de mi rey! Venía silbando el muy resbaladizo. - ¡¿Pero un luna?! - Luna, sí. Luna -y vuelta todos a la unaVarios se sucedieron al uso de la palabra, y uno tras otro todos adujeron lo mismo para no traer muestra. Tribu de sinvergüenzas, dijeron que uno, dos, cuando no tres zarrapastrosos medio muertos, sí, en una balsa, por señas demandaron auxilio, y al dar borda con la canoa, sin poder poner traba, y que gracias a los dioses sólo quedase en eso, se comieron in situ, y crudo, el 144 144


codiciado manjar. El tributo. El exvoto. La señal. …… Sin pruebas, olía el rey jugoso el premio e incitante al cuento. Y previsto tenía que antes del hallazgo llegase el rumor. - A ver, tu cuñado, Bienancho. Que hable ahora porque le veo muy callado. Cómo se llama y qué se cuenta. - Mi nombre no importa porque no soy quién para interpretar las palabras que traigo. - Menos composturas y dime, que tu caso, por desgracia me temo, no es el único. - Majestad, quiero inmunidad. - ... ah Sí, sí, lo que quieras pero desembucha. Tendrás lo de todos; nada sin pruebas. Qué sabes de los peces. - Inmunidad. - Palabra. Di. De quién traes mensaje. Qué pasa con los peces. - De los peces nada sé, pero hace unas semanas apareció enganchada en el cayo, que si no se pierde para siempre, una almadía con tres hombres. Medio muertos. Desfigurados -por enlazar con la historia de todos se hizo un total silencioDe los delirios de los fulanos, de lo que coherente se pudiese sacar a los quejidos y lamentos, algo le quedaría a mi señor Titalonga para hacer el petate y partir a mi vez. Vamos, a la vez que traía este mensaje, yo, para usted. Textual, majestad... buf -bufó mensajero- “Todotripa, hijo de sílfide, ven tú solo a Barrena si tienes lo que hay que tener. Mal cirio haga tu grasa. Me vas a pagar lo que le ha hecho tu chico al mío”. 145 145


- A ver, otro. El pleito de este hombre lo atenderé más tarde en privado ordenaba por señas que a la trastienda se llevase al sujeto- Dame Bienancho otro que hable. - No quedan, majestad -lo eficiente raudo lo declaraba Jamabuensaque- Tal que ayer, y anteayer… y al otro, la gente insiste en que una banda de criminales se come impunemente los peces que codicia vuestra majestad. Desde el primer caso que se le refiriese del hecho resquicio se le abrió de la posibilidad, pero siendo apadrinadas las primeras quejas por personas del círculo de Jamabuensaque y otros adláteres, sólo quiso entender en la propaganda la búsqueda de la crispación social. Todotripa mandó a un hombre de confianza para que cotejase, y de ser cierto que había peces, y que se pescaban, y que unos desgraciados sin prestar oídos a la ley que dictase se comían, tendría que actuar. Utilizaría cuánta fuerza pudiese coordinar bajo su aura regia. La trastienda del trono era rebotica que tenía salida discreta al mar. Por la puerta de atrás tomó Todotripa acompañado del cuñado y Cocohú. Se había hecho de noche y cogiendo el camino enmarcado por conchas sin pérdida se llegaba a la cabaña palaciega, serrallo de placeres, dónde franca tenía la entrada lo selecto de la guardia y los deudos más cercanos; sin duda hombres de peso en la política de Todotripa, y si no fuese con él, en cualquier otra coyuntura que se sopesase también tendrían su aquel. Eran los abuelos. No lo que se entiende por tales con los lazos europeos por rasero, abuelos eran por viejos, y por querer serlo. Abuelos y abuelas que le eran la voz de cabecera. Podría comerse Boloblás III el Cumplidor su gabinete de gobierno, cambiar de concubina o de esencia de colonia, mandar la Corte a Manchuria de gira, pero de los viejos no podría prescindir al ser reminiscencia del sanedrín de ancianos y por ello mismo pieza angular del reinado; que por derecho, y bajo excusa de estar a disposición permanente, vivían de noche y de día en las dependencias privadas del rey. A 146 146


todo lujo. Entre cuatro y cinco variaba la composición del consejo. Por roce habían hecho pareja estable dos pares, siendo el miembro discordante un tío abuelo del propio Todotripa, por línea paterna, el cual se dedicó toda la vida a pescar perlas, y a resultas, nacarina costra le veló la mirada; mas no la razón. Talta mal se orientaba, sí, que día ventoso que salía, por aturdido y sin ecos, acababa casi siempre extraviándose en las rompientes o entre los carrizos. - ¿Han dado con Talta? -Vellobella no temía, pero aburrido rebuscaba distracción con la costilla- Se ha hecho de noche, y jugando a favor, y si juega al escondite, hasta mañana cielito que no te veo. Éste no aparece entero... ¡Si aparece! Estará más tieso que Carracuca. - Siempre con las mismas tonterías, qué hombre; ni sabrá de Carracuca. Porque testigo fui, si no cualquiera diría que llegasteis a ser amigotes. - Quién... ¿yo? Ja. Ni amigo soy de nadie. Ni de Talta, ni de Carracuca. Ni del cerero. ¡Ni de ti! - ¡Qué hombre! -el suspiro y el ademán de Ohla-hey era gesto privado para la venerable Lunabella¡Tú oyes lo que me dice tu hermanastro! ¿Lo has escuchado? - Sí, cariño sí. Sí lo he oído. No le hagas caso a ese viejo chocho, inestable y carcamal. Ya le daba mi suegra la de la estera por aciago y malasombra. - ¡Tifón! ¡Tifón! -por el nombre exhortaba al cuñado- Como hermana mía no tengo potestad sobre ella, pero tú, Tifón, en grado de marido, podrías hacerme el favor. - ¿Con tu hermana? No gracias. Si bien nos llevamos Lunabella y yo es por no 147 147


cruzarnos palabra de no ser imprescindible. Y no parece que sea el caso. Bien se llevaban los viejos, sí, por seniles unos y otros se seguían la comba y tal que si siempre hubiesen estado engarzados hacían vida diaria. Todotripa les conocía por ordinario trato, y habiendo escuchado tras la puerta no fue menoscabo el acto al afecto mutuo, pues aunque existía, poco era, y mejor valorar lo exiguo siendo bueno. - Buenas noches -dijo Todotripa dando entrada a la compañía- Os traigo unos amigos para ver qué opináis vosotros. Vamos, para que os ganéis la sopa. - ¡Oye! -Lunabella rápido sacaba el sarmentoso índice- La sopa nos la ganamos con el simple demérito de seguir vivos. - ¿Acaso ha encontrado alguno de estos jóvenes que te acompañan el cuerpo sin vida de Talta? Falta. - Desde hace días, sí; se le ha visto rondando los acantilados de nuevo. Ya aparecerá. Ya os diré cuándo me entere. Tuvo que prometer Todotripa que pondría parte de sus efectivos al rastreo de Talta para que le dejasen tomar cuerpo en la casa y ponerse cómodo. Reticente a darse al relajo, que no tapu, pero rezume tenía el lugar, el propio Cocohú estaba ansioso por dar cualquier excusa válida y volver con los muchachos; muchos no eran gustosos de hollar las dependencias regias, porque excepto el rey, quien entraba a los aposentos privados solía salir al tiempo con los pies por delante... Sí, vale que fuesen los más ancianos de la tribu y que poca movilidad les quedase, y años de vida, pero generación tras generación seguida la procesión, poso de mal removido dejaba. - Todotripa, dispensadme pero creo que mayor apaño hago a la empresa si retorno a mis obligaciones -muy cortés intentaba darse el bote Cocohú- Si me 148 148


disculpan, vuelvo a la playa, no vaya a ser que se me maten unos a otros en isla equivocada. Ustedes sabrán disculpar. - No. No puedes irte ahora. Si te he pedido que me acompañases es para algo importante. Quiero que seas testigo, Cocohú. ¿De qué iba a ser testigo? Poco tardó en enterarse pues con dos simples palmadas llamó a presencia el monarca a quien oyese. De una habitación anexa salió un aborigen de Duranga conocido de todos por tan buen pescador cómo mentiroso. Defecto o marchamo, de primera mano expuso lo que le pasó tras pescar el primer pez luna que al archipiélago de Ohe-Ohe acudía a desovar. Y segurísimo que era el primero al no haber siquiera ordenado Todotripa en ese tiempo desplegarse a los oteadores. Narró el hombre, obviando pormenores puntillosos con respecto a las artes, los cebos y los periodos sagrados de veda, que en la misma rompiente de su choza, probando tontamente unos remiendos a las redes, vino a entrarle una buena pieza de las de fuera de temporada. Grande era, tres hombres con los brazos abiertos justitos la cubrirían de ala a ala, y tal que los tres requeridos, se presentaron tres hambrientas ánimas sobre almadía, y a dentellada limpia dieron medida del cubicaje de la pieza. Mientras tanto el pescador huyó, y por poco, porque al cacho de separarse el más demacrado de los náufragos ordenaba a los otros que intentasen retenerlo. - Habéis oído a éste -finalizado el relato Todotripa daba liga para presentar al siguiente- Ahora este otro os va a contar la previa, pero previo, el nombre... ¡Tu nombre, cansino! - ¿Me lo dice a mí? -se reseñó el cuñado de Bienancho- Sí, sí hombre, sí. - Inmunidad. - Que sí, hombre sí. La tienes. 149 149


- Pues al adscribirme al matriarcado de la Casa Ancho me pusieron Doble; pese a que era la mitad; y sigo siendo; pero expectativas levanté. - ¿Quedamos en Dobleancho? - A los míos les vale, majestad. - Sea. Dobleancho ahora os va a contar otra cosa que quiero oigáis. Jugoso se plantearía el dictamen tras filtrarse los datos en la cabeza de los viejos. Elucubrando, sin siquiera dar ocasión a ser requerida ofrecieron respuesta. - Los canallas que te están robando los peces son cerdos largos -opinó Tifón que de mar entendía un rato- Muy sacrílegos han de ser para comerse los peces sin echar una oración -dijo Ohla-hey- por eso también estoy en que son cerdos largos. Uno se entendería si hubiesen estado a la deriva tal se sugiere que pudiera. Dos, bueno, también que saliese alguno glotón. Y en caso de ser tres, los tres primeros peces que hurtasen, por comer uno por cabeza tendría cuadratura... ¡Pero tantos! Si comen para fastidiar sólo pueden ser cerdos largos. O una patraña colectiva. - No sé si serán cerdos largos aunque estoy en que no; raro que falen boloblás. No. Vamos, no estoy. No sé -dudaba LunabellaPero mucho me escama quien aún muerto en medio del mar, al ir al rescate, se tira a las viandas sin dar gracias ni pedir permisos. Humildad otorga el mar. Son de aquí, hijos vuestros. - ¡¿Cómo?! -crédito tenía la mujer ante el soberano- Nuestros hijos ¡Mi hijo de vivir! Cómo de cagarse en el lecho se libraría, de tocar un pez que haya pedido el rey, Yo, para sí. 150 150


¡Nos! - Si mi hermana dice, será -Vellobella reconocía- Pero nos estamos distrayendo del tema: ¿Dónde está Talta? ¿Dónde está el laxante que le había encargado? Tras el lapso de concentración los ancianos disolvieron sus mentes, rompieron con el orden lógico y a sus cuitas intestinales volvieron las oraciones. Fueron haciéndose éstas cada vez más absurdas hasta que Todotripa dio otra palmada y tres discretísimos ayudas de cámara le pasaban a él y a Cocohú a otra habitación. Dobleancho y el pescador, junto con los abuelos, quedaron en animada charla al traer al tiempo el servicio una buena ronda de kava-kava. - Bien Cocohú -en lo íntimo departía Todotripa- ahora, por favor, no a tu rey, ni a tu compañero de bancada bogando carga, y menos a tu quinto de palmera, dile, por favor, a quien contigo compartiese pecho de nodriza, qué piensas tú. - ¿De lo visto y oído acerca de los peces y de quienes los comieron? - Sí. - Que son los mismos que socorriese Titalonga. - Sí, eso pensaba ¡Así me paga el buen destierro! - Ahí no opino. - Pues debes. - No opino porque nada se ha dicho de los motivos que han inducido a Titalonga a romper el destierro. ¡Y no es quisquilla la pena! La muerte. Algo sabrá para perderse así. - Te sigues escurriendo y no contestas. - Con dos cojones, y perdón por la franqueza Todotripa, pero con dos cojones, sí, tenías que plantar cara a la cita. - Es en Barrena ¡Y di palabra de no pisar! - Ni quiebres si no es a ley. Ve a la cita, y de camino, captura a los rufianes que 151 151


te retienen aquí esperando. - ¿Me dices que todo uno es el problema? - La solución. Igual de sigilosos volvieron a aparecer los camareros para encender bujías y extender mantel para la cena. De fondo ronroneaba la mar, vistiéndose de noche las olas llegaban alternando ritmos. Cortas. Largas. Lisas. Mechadas como rizos salados se transformaban en pompas en la arena. La Luna era testigo, buen testigo, pues al tiempo podía dar fe de ver fenecer la espuma y fraguarse una conjura. - Mira Cocohú -una burda langosta le fue puntero a Todotripa- A gritos se me pide desde los distintos estamentos que de una vez por todas ponga pie en La Perla. Pongamos. No ha de tener dificultad la toma de Barrena al estar vacía, eso pienso; si el Sordo siguiese vivo para eso confiamos en vosotros, pero no creo que esté, digo, vivo, porque años hace que no se le ve en la ruta que lleva a Atola-hora. Bien, con esto quiero decirte que el problema no es ir porque con cuatro saltos estamos allí, el problema es una vez en la isla qué hacer. En la isla y con ella. ¡Porque ir para nada es tontería! - No sería un viaje vano, no, majestad. Daríamos reposesión a La Perla y hasta quien quisiese podría darse unos días a prospectar la isla en pos del legendario tesoro. - ... Tesoro... ¡Ja! Si se han ido, para no volver, los cerdos largos no habrán dejado ni el caño de bronce de la fuente. No creo que haya tesoro. Lo afirmaría ¡Pero imagina cómo se pondrían estos canallas que me son la Corte! Se me achacaría haber quebrado cualquier tapu, tal que no estar en posesión de un ejemplar cabal de pez luna, para levantárseme la chusma, y con dos meneos, se me cortan los pies y la cabeza para que quepa en el puchero; que no sería la 152 152


primera vez. - ¡Majestad! - No temas, Cocohú, de tu lealtad estoy bien seguro. Y tampoco temo nada de los Buensaque, los Ancho, o los Tita. A todos veo venir. Las Casas que me preocupan son aquellas que no hablan ni quejan. Los Lorza. Los Tocino... Magrasuave es caso aparte al seguir con resacón desde el sepelio de los chicos. Pero a estas Casas influyentes he de ofrecerles algo a cambio de sus prestaciones, y si no les hubiese obligado a cederme gentes y recursos, igual debería acabar pasándoles tajada simplemente por moverme yo. Si el fabuloso tesoro aparece el porcentaje está marcado, pero de no, he de aforar igualmente. Y ahí intervendrás tú, o intervendrías, pues mi idea es respetar las infraestructuras que encontremos de los cerdos largos, y con unos retoques, unas pinceladas de acervo y tipismo boloblás, y traer chicas y alcoholes de los cuatro mundos, y mesas y cajas para dados y naipes, y vicios, mucho vicio que se desate, poner en marcha el puerto franco más rentable de esta parte del océano. Necesito que aunque se trote la isla, no se arme mucho estropicio. - Ni clavo que salga del muelle se hundirá; tengo idea de lo que quiere, majestad. La Luna había corrido y levantaba el aire. Cocohú se fue de la choza calculando que el rey ordenaría al día siguiente marchar sobre Barrena. Todotripa no lo tenía tan claro. Mucha carne se echaría a la parrilla poniendo pie en las canoas. Sombras, y no las de la noche, sopesaba el soberano. Con suerte, posiblemente alguien, antes de huir despavorido, reconocería en los náufragos al hijo del rey y al séquito. Entonces se sobrepondría a los temores quien fuese y ofrecería canoa para llevar a tierra, o correría en persona a buscar 153 153


a Todotripa para decirle que el príncipe volvía de entre los difuntos, y no se exageraría, no, ellos mismos se tuvieron por tales hasta que una tremenda explosión, y la ola que generó, les despertaron en alta mar; sea cual fuere el medio, la misma querencia de la mar misma, se les sacó de Barrena sin objeción. Fija la mirada en el vacío, ajeno quedó Gordosumo a los aleteos y aspavientos que le perpetró la escolta aun a riesgo de volcar. Flotilla de canoas se acercaba desde Ohe-Ohe con claro rumbo de colisión. Muchas embarcaciones, que ni merecería contar, pero por grande, el lanchón del mismísimo rey ejecutó las maniobras necesarias para dar borda a la almadía. “¡Salvados!” “¡Salvados!” no cabían de gozo. Antes que pudiesen tocar la canoa de Boloblás III el Cumplidor, para asir y besar, lo aguerrido de la guardia, con Cocohú en cabeza, saltó a la balsa e inmovilizaron a los náufragos. Demacrados por tanto trote y vida aventurera no fueron reconocidos hasta que saliese el príncipe de su catatónico trance y gritase a moco flojo su identidad. No le reconoció el rey al momento, ni mucho menos. Equivocándose en el trato se le endilgaron un par de sopapos a Gordosumo y se le invitó a callar hasta que de su vientre se reclamase palabra o hez. A trato de palos se les hizo dormir. Y despertaron frente a Barrena. Miedo les produciría la visión y antes que enfangarse en explicaciones pretendieron dar contrarremo a mano para alejarse del lugar. - ¿Qué hace el que dice que es mi hijo? - Rema, majestad, para volver al lugar dónde le apresamos. Es ladrón confeso y creo no merezca el interés. Si da su permiso, majestad, corto la cabeza en el sitio y abro las tripas. - No, no. Acércamelo, cuanto más le miro, más parecido le saco a mi difunto Gordosumo. Sí Bienancho, sí, tráelo. 154 154


Con muy malos modos fue arrastrado Gordosumo entre los bancos de los remeros. Achicado el ego a hostias ni plantarle cara al oprobio intentaba al haber perdido soberbia y un buen monto de grasas. Alfeñique en la corte se le veía al pie del padre. Enorme. Rey. - Así que tú eres Gordosumo, mi hijo ¿no? - Era y fui. Soy Gordosumo hasta los hoyuelos, padre. Volviéndose

a confundir en el trato Bienancho se aprestó a darle tres

tortazos, pero el rey le contuvo. No. Bueno, sí. Habría sido Gordosumo. Su hijo. El príncipe. - Qué hacías, hijo, a la deriva ¿No eres capaz de llevar una balsa a tierra? - La corrien... - Calla espectro. No justifiques quedar preso ni ser náufrago. No me relates lo que te hizo serlo. Nada quiero saber de tus viajes... sólo ¿Estás bien? - Sí padre. Hambriento pero... - Calla, fantasma... Sólo otra cosa más ¿Eran luna? - Sí. - ¿De categoría? - Sabrosísimos. Todotripa se elevó en el sitial de la canoa y una leve zozobra conmovió la estructura de la nave. Bien veía a la luz lozana de la mañana las instalaciones de Bahía Comilona. La empalizada derruida, las chozas, el muelle. Se veía tan bien todo, y todo tan abandonado y roto, que el consenso común bisbiseaba avance cuando la cautela le instaba al rey a meditar. Calcular corrientes y leyes, posibilidades y concordatos, recomendaciones y usos para hacer inamovible a ojos de la comunidad internacional lo acertado de la toma, conquista en toda regla, pues siendo propia a los boloblás nadie presente había morado en la isla, exceptuando, quizás, al viejo Talta. 155 155


Sí. Bien sabía el monarca que el viejo Talta estaba sentado en la canoa, el primero, no quería perderse la reconquista de La Perla. Cuando a presencia lo demandó el rey, habló de los pantanos y junglas que tupen el lugar de fieras y muerte. Del volcán impredecible. Del arrecife. Aconsejaba Talta tomar la isla, cobrar la apuesta que hubiere, y retornar a OheOhe que era capital; por cuestiones sentimentales quería pisar, pero plantada la huella declaró que mejor sería no celebrar ni el desembarco. Y cuánto antes a casita mejor, mucho mejor, porque por algo fue emigrando poco a poco toda la gente hasta quedar despoblada la isla. Por lo menos, antes, decían que habitaba el lugar un espíritu maligno. O unos cuantos. Borda a borda se hizo línea para cerrar la bahía. Representantes de once de las doce Casas levantaban estandarte y plumas. Feroces con sus colores, a última hora nadie quiso perderse el hito y todo nativos armados era el frente; en la segunda línea, que la había, intendencia, hombres medicina y quienes por alcurnia tenían pagado sustituto en la vanguardia. Y hasta tercera, que puestos es de recibo reseñar la presencia de mujeres y abuelos con la chiquillería en plan festivo. Daba descanso la mar a la playa y apenas olillas de a cuarta rodaban a morir en la arena sin dejar flecos. Sólo rumor. Expectante del momento también se estaría desde tierra, que seguro, al tener clavado en la arena el distintivo, el desterrado Titalonga también pregonaba presencia. A no más de una flechada de la playa quedó varada la canoa regia debido a los fondos rocosos del lugar. Sin saber qué hacer, que simbólico y de Ley era que el primero en pisar tierra fuese el rey, bien segundo, tercero, ya cuarto o los que fuesen necesarios para trasladar su corpachón a tierra, aquello, digo, de todos modos empezaba con mal pie porque el primero lo puso Titalonga y el segundo obvio que también. 156 156


Intentando sacar a flote una situación que se hundía, el rey volvió a elevarse en el sitial para hablar a gritos a sus súbditos. Tampoco era cuestión de demostrarse muy blandengue o pijotero a estas alturas de reinado, y podía dar, y bien que daba, por puesta la peana en tierra, y sin más preámbulo, pero rogando orden y concierto, Todotripa mandaba a la tropa de choque que entrase a saco. - Majestad, de encontrar a Titalonga ¿Qué hacemos? Damos ley a lo que dijo. - Sí Cocohú, seguro que estará. Y haces bien en preguntar. ... mmmm… Sí. Condúcelo ante mí. Murmullos hubo entre quienes quedaron flotando pues en sí no se tenía el pez ni el rey había puesto el pie. Quebranto, aunque de facto, estuvo el monarca a punto de cometer. - Mal haces hijo si dejas que otro haga tu oficio -aunque orientado a mar abierta las palabras del viejo Talta iban para Todotripa- Un rey representa. Y si ha menester plantar el pie por su reino en una colina o en la sepultura, debe hacer. El rey el primero. - ¡El príncipe! -habiendo leído los libros del hijo quería escapar a la tangente Todotripa- ¡Ahora con ésas! -tío abuelo le era¡Vergüenza me daría a mí! Y mal que te va a ir en la vida si delegas siempre en otros más torpes que tú. Has de ir tú en persona. - ¿Y no querría también que le llevase yo a usted? -ninguna intención albergaba Todotripa- Si quiere le llevo en brazos para que usted sea segundo. - Pues no harías nada de más, hijo. Boloblás III el Cumplidor ordenó a las canoas que regresasen a su posición. Total, salvo una, la de Cocohú, rápido que obedecieron todas, dieron a entender que estaban con que el soberano hiciese función, lindante posiblemente a la tragedia, al hacerse ver en esos momentos en la playa Titalonga vestido de 157 157


guerrero. Con su arco y su carcaj. Y su cerbatana al cincho. Y un machete de piedra que por brillantes los filos acabaría de facturar. Y varias lanzas oxidadas y herrumbrosas en la distancia y que más le valdría a nadie no abrirse la carne con ellas. Titalonga montó en el dedo una flecha y fue a volar ésta a la proa del monarca marcando las distancias. - ¡Todotripa! ¡Todotripa! ¡Todotripa desembarca! ¡Ven! ¡Tráete las mantecas a tierra! - No grites que te oigo bien -al tiempo mediante señas ordenaba le dejasen solo en la proa- No creo que haya fallado en mi cometido si de tres mil islas busqué en dos mil novecientas noventa y nueve. Y una, frente a la cual ahora estoy, por imperativos contractuales nos estaba vedada. Antes no se podía venir, y antes no se pudo dar todas por rastreadas. - Yo bien te dije desde el principio que tenía el pálpito. - ¡Tampoco seas falsario, Titalonga! Al corazón te daba que en toda isla del archipiélago podían estar de cuchipanda. Y acaso están en ésta, ¿está?; mi hijo y los otros ganapanes sé que encontraste a la deriva. Dime ¿Has encontrado a tu hijo aquí? - ... No. - ¿Y vestigios de habérselo comido? - … Tampoco. - Entonces no achaques a los chicos tus temores. Anda desgraciado, suelta el arco que voy para allá. Al agua se echó Todotripa sin reparo de mojarse las vestiduras. Flotando llevó su corpachón a la orilla y abriendo los brazos, empapado, envolvió a su antiguo chambelán. Las Casas afines a los Tripa y a los Tita jalearon lanza en 158 158


alto el abrazo, y al acto mandó el rey que se acercase Cocohú en su canoa a la playa. Orden llevó de regreso el general para que todo el comité y el séquito marchasen a Ahí-hay-ay, y al día siguiente, sí, con el primer rayo de sol por pistoletazo, quien quisiese podría venir de nuevo a Barrena para darse un trago a la salud por la muda a Perla; cuando no picotear la isla en busca del legendario tesoro. Mucha gracia no hizo la orden cuando fue pasada. Maldijeron los nobles de turno el monopolio regio y entre rechines de dientes dieron vuelta a las canoas. Caía la noche y no se veían embarcaciones en la bahía salvo la regia encallada. En la misma puerta de la choza comunal, la que fuese choza de los retratos, ardía un gran fuego montado por los hombres; señal inequívoca de posesión. El fuego bueno, el que les daría calor y trocaría lo crudo a hervido, chisporroteaba comedido dentro de la cabaña. - Ves -dijo el rey- han hecho caso a lo dicho y observarán desde Ahí-hay-ay las luces. - Lo siento, majestad -compungido desde el desembarco de Todotripa aún no había hablado Titalonga. - Bah, tómalo por el típico berrinche que nos agarrábamos, cuando jóvenes, salíamos a explorar las islas e islotes del archipiélago. - No sé por qué lo hice. - Na, no insistas más que al final tendré que tomarlo a mal. Cocinaba Todotripa, y por feliz entre sartenes, muy aviesa tendría que vestirse la noche para cambiarle el humor. Sibarita, y rey, se le dejó preparado arreglo para cenar sabroso, pero íntima su majestad, reconvenido por Talta a ser lo que era, con sus propias manos transformaría el condumio hermanador. Hecho, para poner en el medio de la esterilla y picar, salvó de lo que les dejaron una ensalada aderezada a la española; con aceite de oliva y un chorrito de 159 159


vinagre alimonado. - Pincha, ves pinchando -invitaba al súbdito a que le entrase a la ensalada mientras se iban haciendo las ascuas- Todo un artista es mi nuevo cocinero aliñando, sí, prueba, y si de él gustas la ensalada, de mí recordarás la barbacoa. ¡Sal! ¡Sal! ¡Mi reino por un hatillo de sal gorda! Pringues secretos daba el rey a la zampa para que adquiriese el indefinible sabor del humo, el olor a tierra, ¡la canela! Y hasta cuarenta especias más que en botes sin nombre guardaba Todotripa en el arcón de las esencias; su auténtico tesoro. Por ése sí sería capaz de dar la vuelta a la isla, pero por oro y plata no, no, pues una vez degustó lo que llamaron panes de oro y zurriagazos urticantes sintió en las muelas hasta que tragó, desde entonces no mascaba oropeles ni nada que brillase. Sin embargo no presentaba problema juntar en las brasas pescados y carnes. Gambones y atún hecho rodajas alternaban en el rojo costillar con buenos lomos de cerdo cimarrón y sus tripas hechas zarajos. - No te voy a engañar porque me resultaría difícil -daba Todotripa a la brocha y a la lengua- Cuándo venía para acá no las traía todas conmigo. Hasta el último momento he dudado si desembarcar o no debido al tema contractual que conoces, sí, el verdadero motivo que me ha traído aquí has sido tú. - ¿Yo? - Sí, tú. ¿Crees acaso que el pazguato de mi hijo y su camarilla, y el tuyo, que perdona que te diga también tiene su trago, serían razón para romper lo prometido a los cerdos largos? No. Ja, desde luego que no. Vamos, no creo siquiera que éste que se me ha presentado por tal sea vástago mío. Se le parece, sí, réplica flaca es que no se puede negar, pero si ya celebré la muerte de un hijo no puedo echar atrás mi luto. Tu mensaje sí me preocupó. 160 160


- ... La ofuscación... el no saber... recobrar las esperanzas me volvió loco. - Olvida. En el fondo me ha venido bien que tú estés aquí; pensaba llamarte, reclamar tu presencia, antes siquiera de poner pie en la isla; contigo aquí puedo explicarte la idea sobre el terreno mismo; pedir parecer. Quiero, y entiende bien mis palabras aunque raras te suenen, pretendo, te digo, montar en esta isla un híbrido entre lo que sería un puerto franco y un balneario turístico. ¡Hombre! Si casualidad fuese que se diese con el improbable tesoro del capitán Caimán, no haría falta, o, mejor, podría posponerse el proyecto el tiempo que tardásemos en fundirnos lo encontrado, pero como estoy en que de hallar... nada de nada, lo mejor es seguir trazando la entelequia con lo que tenemos. Esta isla, esta cántara, bien administrada y atendida, bien podría generar la suficiente riqueza para que no volviese a trabajar ningún boloblás ni sus hijos. …… Qué me dices. - Puff, majestad. Mucho hay para cortar... - Líate a hachazos si quieres, pero dime. - Muy bonito me suena el sueño, la verdad. Precioso. Pero… ... mmm... Mucha contradicción anda suelta. Sí. Buffa, necesitaría ayudante para no olvidar todo lo que hay que objetar. - Vale, ves pensando mientras comes. Y también sopesa los sabores y texturas y al final me das dictamen. - ¿Del futuro de la isla? - No, de mi parrillada, por supuesto. Todotripa varias rondas de puestas al fuego hacía cuando cocinaba para sí, así que para dos, pero dos que jalaban por tres, varias veces tuvieron que andar saliendo afuera por más rescoldos. A casa de rico debía oler la choza y pronto se 161 161


sintieron observados por las bestezuelas de la jungla. Un mono, y un loro compartiendo acomodo, desde el mismo alfeizar de la ventana contemplaban sin rubor la conversación. Otro día cualquiera el rey hubiese espantado, o mandado espantar, a los fisgones, mas regodeándose en lo íntimo de la charla no quiso hacer malos gestos. Que mirasen ¡No iban a catar! - Aquí sí veo señales de los chicos, pero dónde encontraste más; estos rastros reseñan sólo la presencia de tres haraganes y un laborioso. Nada habla en concreto de tu hijo y del mío. ¿Qué trajo a los chicos aquí? Qué hay de provechoso en la isla, qué has visto que puedas considerar útil a mis proyectos. - Estas chozas son lo único meritorio de la isla, fuera del círculo que proyecta nuestra hoguera la vida es perniciosa. Esta isla es una mierda. Un cagarro. Todo lo que vale del pago está en esta habitación. Aquí sólo hay jungla. Para saber con certeza habría que explorarla a fondo, y ni desde lo alto del volcán se tendrá suficiente perspectiva. - ¿Seguro? - ... Eso imagino. De todas formas no me parece que merezca la pena pegarse la caminata para luego no ver nada. Ni a mí hijo que a gritos lo he llamado dos días. - Poca isla has podido explorar entonces. - Sí, ya me dijo Gordosumo que aquí no quedaba nadie. La Luna siguió senda. Habían comido opíparo, de tal modo, que a poco que se descuidasen les cogería el sol cenando. Última petición a la noche, que sabía, última voluntad del convicto, pidió Titalonga al rey que ahijase a su propio hijo ¡A Titagolda! Él todavía no había celebrado las exequias al seguir dándolo por 162 162


vivo y por lo tanto era factible; y más convencido no podría estar de lo que pedía. Titagolda estaba vivo ¡Vamos! Con sus mismos ojos lo vio trajinando en el fondo del cráter, lejos, muy lejos, muy abajo, y muy cerca la flotilla regia que se acercaba rauda a la isla. Titalonga sabía. Titalonga sabía hasta callar. Por no hablar ni quejó, ni puso impedimento, cuando el rey limpió el cuchillo de obsidiana con las sayas, y una vez brillante, se lo clavaba en el corazón. - Prométeme -aunque muerto Titalonga, tuvo fuelle para expeler un par de palabras más¡Prométeme! - No hables y no te dolerá. Ya estás casi muerto. - ¡¡Prométeme!! -amagó con abrazar y llevar consigo al otro mundo- Si doy con él, así haré. Sabiendo príncipe al hijo murió contento. Fiel a su palabra el rey haría porque era. Por lo mismo que a Titalonga, post morten en deferencia, se le aliviaría del engorro que suponen brazos y piernas para dormir el sueño eterno. Boloblás III el Cumplidor volvía a refrendarse aun a disgusto propio. Sí, dejó el troncho mutilado en la playa. A la misma vera del mojón que era el difunto se sentó para echar una pipa. Alboreaba. La gente estaría zarpando de Ahí-hay-ay. A media mañana el manchurrón de canoas que embocaba la bahía previno al rey de la arribada, en poco estaría allí séquito y corte, así que con paso lento volvió a meterse en el agua para alcanzar la embarcación encallada. A ella subió, y en ella esperaría a que su pueblo se acercase hasta la isla. Al llegar estos se levantó en el sitial de la canoa y a viva voz habló; para la primera y la última fila. Atención pusieron todos al apreciar en los despojos de la arena el respaldo del parecer del rey. Seguía regio. Ordenó, pues aunque manifiesto era que holló Barrena fue por hacer cumplir la Ley y por lo tanto no 163 163


valía ni contaba, que aquél que desembarcase sin haberse cogido un pez luna llevase el mismo trato. Ni él pisaría. No era tonta la medida al estar implícito en las palabras que de dormir en la isla, por lo pronto, nada de nada. Así que los portaestandartes y sus dueños deberían retornar a Ahí-hay-ay; a sus años, y con sus achaques, lo de dormir entre remeros al flote ni pensar. No obstante gente dejaron al tanto para que echasen redes por gusto del rey, y para de paso tener ojo en los asuntos regios por gusto propio. - Cocohú, despliégame a la gente por la bahía y que no cejen de lanzar las redes aunque nos ataque la noche. Si se ha pescado, tanto cómo se dice, tendrán que estar por todas partes o no quedar ninguno. - Es pez de fondo, majestad. Sube para ayuntar y pulcrarse la piel. - Por eso digo. A tu cuidado dejo porque sé que haces sobresueldo con la pesca. Ah, y déjame tu canoa porque yo voy a echar un sueñecito en el caño ese; que se ve tranquilo. Cocohú era buen pescador, muy bueno, y al igual que toda su familia del mar hubiese podido vivir, pero al salir de constitución tremenda, rápido se lo rifaron las Casas para futuro adalid. De la abuela Banhú aprendió a recoger del mar el reflejo de la Luna. La abuela y sus hermanas, e hijas, tejían entre risas urdimbres vegetales, grandes balsas circulares de follaje que luego los hombres dejaban en el océano a la deriva. A las islas verdes en nada acudían peces chiquititos a cobijarse. Peces ronchadores. Y con suerte, y si la historia que se contaba junto al fuego era interesante, de lo más profundo del mar surgirían los peces luna para escuchar mientras eran aliviados de reznos y pulgas marinas. Suerte, mucha suerte se necesitaba pues no toda balsa era oreja que diese a la chasca de las comadres. Estando primada la captura el rey dormía tranquilo dentro de la choza de los 164 164


retratos. En cuanto alguien trincase todo gritos sería la bahía, así que tendría tiempo más que de sobra para deslizarse hasta la canoa del caño y fingir desperezamiento. Vicio, vicioso era de la siesta y habiendo estado noche y día comiendo tenía mucho que dormir atrasado. Roncaba, o más que roncar bufaba cual demonio. Muy profundo y placentero. - Tsee. Tsee. Eh. Eh, tú, boloblás, tú. Despierta. Despierta que llevas dos horas resoplando aire tórrido y tu aliento va a acabar por saltarme los barnices. ¡Despierta te digo, bastardo desnutrido! Que le diese un vuelco el estómago no le habría despertado tan ipso facto. En la misma oreja sintió las palabras y el rey despertó al manejo del cuchillo y la pistola. Mas estaba solo. La poltrona, las esterillas y el retrato del tío feo de perilla. ¡Qué curioso! Por frescas las pinceladas creyó Todotripa que oscilaban, se movieron los labios y, en efecto, volvió a escuchar la voz. - Vaya, un boloblás que despierta al reclamo. Pese a ser plano el autor no bajó sus armas el monarca. De hablar el cuadro estaría soñando o habitaría el retrato un espíritu maligno, de no, que era en lo que se acercaba, cualquier mecanismo secreto u invento de los cerdos largos habría logrado el psicopompo perfecto. ¡Cuidado que era malencarado! ¡Y hablador! Con el cuchillo, y con suma cautela, levantó el lienzo de la pared buscándole la trampa. Un agujero, un pájaro enseñado esperaba encontrar, no la pared desnuda y la alcayata. Desconcertado, que los pellizcos se sentía, descolgó el cuadro y con él lo llevó hasta el sitial. Retrato era. El marco bueno y los colores chillones; o parlanchines. De haber albergado efigie de moza sin dudar lo hubiera llevado a palacio y guardado en el arcón de las esencias, siendo sin lugar a error el retrato del capitán Caimán la cosa cambiaba horrores. 165 165


- Tú, el del cuadro, sal si puedes y repite. - Qué quieres que te repita. - No me hagas eco, que, o eres incombustible, o te auguro mal rato. - ¡No quieras saber lo que puedo hacer arropado por las llamas! ¡Soy el capitán Caimán! ¡Patrón del Dulce Infierno! - Sí, te leo la gargantilla. No me levantes la voz, cerdo largo, yo soy Boloblás III el Cumplidor y tal te digo te hago humo. Estás en mi isla. - Ja. Mía es porque bien pagué por ella. En el tuya y mía niño se llevaron un par de horas, transcurridas las cuales, y no por ello claudicando sus majestades, Todotripa cedió una “posible” cosoberanía compartida hasta que los peces luna le diesen la absoluta; la de Barrena, y tras ésta, la de todo el archipiélago de Ohe-Ohe. - Todo no -rió Caimán al conocer las tradiciones- Taifas tienes por todo el archipiélago con sus sátrapas y reyezuelos. Tú eres otro, gordo, quizá el que más, pero aún te falta el refrendo del “Magno Festival de Peces Luna” para ser emperador. - No, eso no porque aquí no tenemos la figura, no sería más de lo que ya soy: Rey de Ohe-Ohe y su Archipiélago. - ¡Ja! Eso es sólo título. - No me chinche mucho usted tampoco, cuestión de horas, de lunas, que sea la isla gema de mi corona. Quiso rebatir lo dicho el capitán Caimán, pero sin atender a maldiciones y advertencias dejó Todotripa tumbado el cuadro en la esquina más oscura. Amenazó Caimán con inducirle un desgarro de tripa si osaba, que osó, ponerle encima un par de cajas y un fardo de rafias para matar las protestas. Lejos, de más allá de la ultratumba, no era tan molesto. Pero insistía. E insistió. Mosquito 166 166


zumbaba el farfullo que se traía, tan ronroneante el soniquete, que volvió Todotripa a ligar pestañas y consiguió prenderse al mismo sueño que dejase interrumpido. Entonces estaba en que una mesa gigante rodeaba la isla. Bien provista de viandas, bebidas y chuminadas. Con platos calientes y fríos. Y crudos. Y gente para atenderla y no moverse del sitio pues mucho era lo que había a degustar. No queriendo pedir filigrana a la ensoñación, que estaba recién retomada, sólo Todotripa ocupaba la mesa. Los personajes que deberían acompañarle andaban enfrascados en la mar echando redes. Todotripa estaba solo aunque una voz le acompañaba. Manaba esta voz sin tapón posible de jarras y vasos, subía de la arena cual calor que se evapora. Su mismo trono, su silla, su esterilla porque en realidad estaba tumbado, olía a palabras ponzoñosas. Sí. Caimán. Por fuerza despertó Todotripa o los jugos y bilis le revientan la panza. Puesto boca abajo, el capitán Caimán hizo que sus palabras empapasen la choza desde los cimientos a la techumbre. Exudó mala baba la isla y el monarca levantó empapado en sudor. Habían gritado “¡Habemus Papam!”“ ¡Habemus Luna!” O eso entendió en el delirio onírico. No estando seguro del periodo que vivía, si seguía en la vigilia o no, tendió el oído obviando el crujir de la jungla y el musitar del mar. Buscaba. Pero nada. No se movía una voz en las olas. Los gritos, los posibles sudores, origen tenían en el cuadro. Sopeso mucho el rey si desprenderse del retrato o no. Era auténtico. Típico y tópico de la canallesca pirata que medró en estas aguas prácticamente hasta la fecha. Igual que hizo para amontonar, alivió del peso a la tela para a posteriori, sin dar capricho al capitán Caimán a paladear la victoria, arrojarlo a las llamas que iluminaban la estancia. 167 167


Ardió y gritó tal condenado a puchero. Echaba humos Caimán. Las llamas le corrían los colores a las esquinas y posiblemente deflagrase de un momento a otro. Embriagado con la lumbre estaba Boloblás III el Cumplidor hasta que irrumpió en escena el mono de la ventana y en volandas se llevaba el cuadro; apagándolo a golpadas. El capitán Misson estuvo unos días disfrutando de viento, mar y soledad; y aves pestosas ¡Ni Tilagolda le rondó el bastidor! En algo andaba enzarzado el boloblás al subir esporádicamente al otero ruidos de golpes y martillazos. Hasta explosiones. Sin embargo no le preocupaba en absoluto a Misson lo que pudiese atribular al joven en el seno del cráter, por mucho estropicio que realizase poco daño sería comparado con lo que harían los peces luna; y no en sí, que siendo peces poco mal podrían traer a una isla de roca, el estrago vendría por parte de aquellos que arribasen a la isla tras estos. - Bonjour Misson. - Bonsoir, Titagolda. Tiempo ha que no subías a echar una ojeada. - Pensé que le gustaría disfrutar unos días por su cuenta del mar. - Igual disfruto solo que acompañado. Y mira, al no haber estado te has perdido el primer reflejo. Hará tres noches varios peces luna se juntaron y dieron cara a Selene. Bailaron haciendo órbitas en las aguas hasta la madrugada. Y hace nada, ni dos horas, uno bien hermoso flotaba junto a un jirón de selva a la deriva. - ¡Ya están aquí! ¡Ya están aquí! - Oui monsieur. Aún les queda un par de lunas por bailar, y si lo que te asusta es que llegue tu gente puedes estar tranquilo. 168 168


Oui, también están aquí. - Joder, eso estoy gritando; que suponía. - ¿Y te imaginabas que tu padre subiría hasta aquí mismo para llamarte? - Ni imagino. - Pues had, que ver no, pero oír le oí. - ¡Sí! - Oui. - Gracias. ¡Ah! Y viendo en el plan sincero que nos encontramos, le comunico que la explosión gorda que escuchó ¿Se acuerda? - Oui. - Pues esa explosión que yo le atribuí a un descuido mío, que fue, no fue tan inocua como le conté. A resultas cayó el techo del túnel y se cegó del todo el paso por el caño. … Y por simpatía también se derruyó el otro acceso. - ¡Bon sang! ¡Cómo es posible! - Sencillo, saltó una chispa de la cachimba a la mecha y corrió humos la pólvora del sistema de sellado. Volé las entradas sin querer. - No te creas que me duele porque yo tengo hecho nombre en los libros. A ti sí te va a escocer, pues sean tus paisanos, o los últimos jetas que viviesen aquí, los psiconautas, sea quién sea, las explicaciones te las van a pedir a ti. A mí no me altera la urdimbre de los hilos. Quiso hacer Titagolda muchas cosas al tiempo y no hizo ninguna. Quería correr a la playa para decirle a su padre que estaba vivo y bien. Quería zarandear el retrato por no haberle dado el aviso antes. Quería volver al seno del cráter y dar remate a sus últimos desvelos... Quería, quería, quería, y por tanto querer a la vez, tuvo que sentarse un momento para coger aliento. 169 169


Loco le trotaba el corazón y rocío le era el sudor. Negra la tarde. Embebido de vida cimarrona se le echó el tiempo encima. Vientos altos corrieron las nubes y anclada en su sitio reapareció la Luna. Fría, espectral, contempló a Titagolda llorar. - Mon ami, ¡Mon Dieu! No me llore. Oooooh, ça, ça, ça, un hombre a su edad no debe llorar. - ¡Ja! Es tarde. - ¿Por qué, Boabdil? Arriba ese ánimo. No hay mal que cien años dure. Ni castigo por romper espejo que no caduque. - Vamos Misson. Vaya más allá. Si mi padre está aquí eso es porque también está el rey. Lo sé. - No creo que tu padre le vaya con el cuento al rey. - Supongo que mi padre no dirá nada ni le irá con el cuento a nadie ¡Que es mi padre! Pero Todotripa tiene un sexto sentido que le detecta los quebrantos. Habrá olido en el aire mi presencia y sin dudar mandará ventear ciénagas y playas buscándome. Y, tarde o temprano, hasta en este agujero se acabará por mirar. Estoy perdido. - No temas, no subirán. Vamos, que yo sepa tú cruzaste por curioso y perseguido, pero no siendo el caso de los tuyos aquí no llegarán; no van a desescombrar tampoco los pasos en un ataque de aburrimiento. Puedes estar bien tranquilo, si por algún motivo eligió Caimán este lugar, fue por seguro. Lo único, que no puedes seguir con la escandalera. Por cierto ¿Qué la producía? - ¿Los golpazos? - Oui. - Pues yo. 170 170


- Y con qué fin. - Recuperar el troquel. - (¡Merde!) Pillando abierta la defensa Titagolda se desparramó en explicaciones. Al detalle le contó al hombre todos los desvelos que se había ido trayendo durante este tiempo para recuperar el troquel descubierto siendo pájaro. Contó hasta la última tuerca que apretó, tornillos de Arquímedes, que repartidos en un sin fin de arquetas aunarían esfuerzos para achicar aguas freáticas que inundaban silos y túneles. Tras la explosión, eso sí ¡ojo!, eh, tras la explosión fortuita de las cargas y sellado de la laguna, medró en la mollera de Titagolda que si lograba poner en funcionamiento todas las bombas de achique quizá ahora sí se pudiese desecar el lago; de conseguir derivar las aguas fuera del cráter y no quedar dentro, eso sí, que era dónde indefectiblemente regresaban para seguir remansando y filtrarse de nuevo. - Sé lo de las bombas, capitán. He ojeado el ensayo que en sí es el plano de las galerías. - O sea, que llegarás hasta las últimas consecuencias y de tu propia gen defenderás la isla. - Ésa era mi pretensión cuando me arrebató la mano el aire, y de la pipa que fumase, extrajo la lumbre para la mecha. Pero la voluntad del momento no ha sido mía por muy poco. - Me podrías haber dicho por directo y sin tanta floritura. ¿Te das entonces a proclamar heredero de la causa del capitán Verrugo? - La duda ofende. - Entonces desde este momento estoy a tu sincera disposición. Y oui. ¡Oui! ¡¡Oui!! ¡¡¡El troquel está en el lago!!! Aliviado pudo confesar al fin el capitán Misson. Desde luego que si le 171 171


reabrieron canal al volcán era para acercar el barco al tesoro. Se sabía fabuloso, y pesado, muy pesado, pues en toda una vida de trabajo el capitán Verrugo y su equipo apenas habían recuperado a escandallo tres o cuatro estatuas, un par de arcones con cachivaches y cuadros, y algunas piezas de la artillería noble. A muchas, muchísimas brazas, en el centro de la laguna descansaría el monto grueso de las maravillas. O cerca. - Bueno, y ahora, qué piensas hacer ahora, Titagolda. - Sé que si a la desesperada me veo puedo pegar fuego a las cabañas, que están preparadas para ello y en el humo que salga por la boca del volcán se entenderá ultimátum por lava. ¡Y el lugar que está animado! Prácticamente iba solo el invento. Las bombas estaban conectadas entre sí por tuberías que buscaban presión y salida al exterior. El acierto de Titagolda consistió en embocar toda la grifería a una salida que provocase con la explosión; y engrasar la maquinaria que preparada estaba para hacer el menester desde tiempo inmemorial. Un par de horas antes de subir a ver al capitán Misson puso en marcha el negocio, y vasta la extensión de agua, tardaría en saber si obraba para bien. Y hacía; aunque no supiese revancha tomó con la familia de leones que vivían en la caleta a la cual daban nombre, y no sobre las hembras o las crías, al macho, que huevón dormía la siesta en el mismo sitio, le amargaría los ronquidos al darle a caer encima una catarata bien gorda. De vuelta al lecho del cráter seguía sin apreciar Titagolda diferencia entre la pleamar de las orillas, pudiera ser que el aire continuase jugando y empujase unas olitas más que otras. No sería apreciable el trabajo hasta transcurrido algún tiempo. ¡Y si se llegaba a notar! El capitán Misson prefirió quedar en lo alto del cono. De la panorámica disfrutaba, que el sol de la tarde moría despacio, cuando al 172 172


agitarse desde unos arbustos el tufo a crisantemo de volcán, olió que Caimán en persona o alguno de sus esbirros rondaba la posición. Torpe, borracho, se anunciaba presencia sin poder evitarlo. Era el Eusebio, mono pernicioso, que había vendido su alma y cuerpo al más execrable de los vicios: ¡Sentirse humano! Y para obtener todo el lote también padecía remordimientos. La pasión tiene su precio y a los pies del marco acabó acurrucándose tan desgraciado individuo que pugnaba por ser lo que no era. Colocando los riñones en lo negro del cuadro rápido absorbió Eusebio el calor que le faltaba. Reconfortado, y que no hay que ser drásticos, extrajo de la casaca un dedal que era petaca y de un trago templó los nervios. También tenía hambre. Y estaba cansado. Al no ser tampoco mentecato el rey de los boloblás, expidió bula para que unos cuantos arrimasen a tierra y fuesen acondicionando el lugar y desactivando las posibles trampas; que no eran pocas. Desde que desembarcasen los exploradores no pudo el mono echar mano a alimento alguno porque hasta los frutos más altos le pugnaban los indígenas. ¡Y ay con descuidarse! Él mismo era objetivo y un par de dardos le silbaron la intención al oído. Intentó poner distancia y ocultarse, y por saber recóndito el paraje al punto se encontraba allí. Era sincero Eusebio, alma sencilla la suya, si podía evitar mentir se curaba en salud. - Oui, oui. Te comprendo, mono borrachuzo. No te guardo rencor, pero no pretendas que borre de golpe de mis pigmentos el recuerdo de tus gamberradas. - Ic. - Oui, lo sé; te veías obligado. - Ic. Ic... Ic. - Oui, oui. Yo también he padecido su verso y su látigo. No me expliques más. Por motivos parecidos a los del petit titi, la cotorra blanca, que llamaba Raquelona, acercó revolandera con un ala tocada. Mala saeta le prendieron entre 173 173


la ternilla y las plumas del ala derecha. Poca sangre deslucía el plumaje inmaculado, pero viniendo a trompadas vestía desmejorada. A la base de la tela fue a parar con la última cabriola, y antes que pudiese incorporarse para atusarse las plumas y dar saludo, el mono, con pulso firme y al tirón, extraía la flecha. - ... ¡¡¡Grrrrr!!!... -flap, flap- ...¡¡¡Grrrrr!! ¡¡Joputa!! - Qué te ha pasado, Raquelona ¿No deleitan los nuevos amos viéndote volar, que del aire te apean a arco? - ¡Hijos de puta! Grrr ¡Hijos de puta! Grrr - Ic, ic. - Oui, Eusebio, oui. Lo has hecho bien. - ¿Ic, ic? - Desde luego que puedes celebrar. Pero a Raquelona no le des del dedal que le haría mal. - ¡Pon de beber a la barra! Grrrr ¡Pon de beber! Grrrrr. - No le des, no vaya a estirar la pata septicémica. Mejor que la propia baba nada para las heridas. Haz y envés del ala se limpió Raquelona ayudada por su gordota lengua. Eusebio, pese a toda prohibición, buchitos le pasaba al aire en cuanto Misson se descuidaba. Al contacto con el amo se echaron a perder, incorregibles, costaría arrancarlos del influjo, paliarles, por saber imposible erradicar, las mil y una depravaciones asimiladas en estos cinco años de vida montaraz. Curtidos estaban. Currados. Ni sombra de lo que habían sido cuando fueron abandonados. Bajo voz del capitán Misson descendieron a la laguna con sombras el sendero, y previsible, dedal tras dedal, y negro muerto el suelo, al tirar mal una zancada perdieron pie y acabaron los tres rodando hechos uno. Compacto el ovillo, deshicieron voltereta contra el flanco de la cabaña y, al golpazo, apareció Titagolda bostezando. Conociendo a los insidiosos sin perder tiempo los trincó 174 174


por el pescuezo, y como Misson no hablaba, y tenía un desgarrón de reseñar, comenzó a apretar con la intención de partirles el cuello. - ¡Grrr!... ¡Hijo… grrr!... grrr -flap, flap- ¡Mariconaz.... grrr. - Ic, icc... icc, ic. - ¡Grrrr! -¡Iccs! ¡Iccs! - ¡¡Grr... - ¡¡Ics, ics!! ¡¡Ics, ics... Ic-sson!! El mono chilló porque al ser chiquitito en el lazo también le cayeron los testículos. El do le salió humano, y por completo, hasta lágrimas de persona mayor derramó. Gracias a esto salió Misson de sus abstraídas reparaciones y explicó al muchacho que los individuos eran de la banda. A Titagolda le extraño que el capitán Misson insistiese en considerarlos cuitados cuando él sabía por el trato que eran auténticas alimañas. Malos y perversos. Demoníacos. La parte mala les conocía y reacio a admitirlos se presentó. Descortés no, mas en los ademanes que desplegó para invitarles a tomar acomodo junto al fuego, no dejó de expresar el boloblás, aun sin proferir palabra, que no eran bien recibidos. Y lo sabían. Muy pegaditos al cuadro le entraron a la noche mientras Titagolda se despachaba un desayuno que era cena. - Soñaba que era pájaro -dijo el boloblás con el tono adecuado para que Raquelona no lo tomase por reposadero- He sobrevolado la isla y he visto al rey. Y a mi padre sentado a su lado. Y también un salto de agua que vierte en la cala de los leones. - ¡J,y suis! ¡Non sans raison! -ahora comprendía Misson el acierto de TitagoldaAlguna vez, con las lluvias del monzón, oui, he visto aliviar las trombas por allí. - Pues ya ve, al menos en algo acerté. - Oui. 175 175


Queriendo comprobar lo soñado Titagolda miró de soslayo a la playita ¡Había bajado! ¿O no? Tan lisa era el agua, y tan absorbente el compost de coral y tierra volcánica, que no se podía estar seguro. Aún no. ¡Aún no! ¿O sí? Para salir de dudas clavó en la pleamar de la tranquila laguna una estaca, y dejando balizada así la referencia se echó a dormir sin apenas dar pie para iniciar velada. Seguía cansado, muy cansado, y hasta que no viese prueba evidente de avance no volvería a invertir mano de obra. No. Dormiría. Y así, proponiéndoselo ahora, cogió carrerilla en la arena y ante los incrédulos ojos de pájaro y mono tomaba altura. Y vuelta que te vuelta se perdía en lo alto, entre las nubes. - No es mal compañero -aunque a la vera durmiese, el capitán Misson lo trataba por ausente- Muy trabajador. Muy limpio. Y muy honrado. Buena pieza si la cobra la Hermandad. - Ic. Ic. - Grrrr... - Oui. No queriendo turbar el vuelo callaron. El capitán Misson adoptó la pose de relajo que aprendiese de un santón en Benarés, sin embargo, Eusebio y Raquelona no quisieron dormir, la carcajada del capitán Caimán acechaba en lo más inverosímil con el regate de las llamas. Y debajo del párpado sabían que con frecuencia se ocultaba. Para congraciarse con el muchacho, y ahuyentar en lo posible el sueño, se entretuvieron tití y ave claveteando por la playa, tal cual viesen hacer, estacas. En silencio. Clavaron y clavaron hasta que fue imposible discernir cual sería la 176 176


primigenia. Derrengados, con una última espiga por colocar, también acabaron las bestezuelas sucumbiendo. En armonía dormían los cuatro junto a un fuego que se extinguía. Que se extinguió. Por dormir ancho Titagolda despertó despacio. Todo legañas era cuando a la raya del agua acudió a orinar. ¡La estaca! Cientos. Repartidas incluso dentro del agua, eran inservible testigo. Le sentó mal a Titagolda lo que creyó broma de veteranos mas no replicó. De un mangle recto sacó nuevo jalón y marcas grabó a tanto concreto en lo que se entendería el calibrado. No era muy exacto, pero para dar grosera referencia serviría. Se metió en el agua Titagolda y clavó el palo dónde le haría el hueso de la cadera ras de no estar envuelto en magras. - Bon jour, mon ami. - Ah. Buenas… Hola, capitán. Eusebio y Raquelona volaron. Pese a acostarse tarde también levantaron pronto y marcharon sin hacer ruido. Misson los escuchó no obstante, pero como el capitán era hombre de temple no movió un trazo para pararlos. Entonces entendió Titagolda que la cuestión era sabotaje y se lamentó a voces por no haberlos estrangulado cuándo tuvo ocasión. - Y bien, Tita, cuál es el programa para hoy. - Ninguno. Esperar. El trabajo de hoy también consiste en esperar a que baje de la marca que he hecho en el palo. - Ya veo la intención que tienes. - ¿Sí? Diga, Misson. A ver si acierta. Diga. - Te vuelves al tajo. A la esterilla. A dormir. 177 177


- Exacto. En cuanto apure el desayuno me vuelvo a la piltra. Y si ve a la pareja, hágales saber, por favor, que si me hunden el jalón o me lo arrancan, o si se les ocurre volver a saturar de testigos falsos, les coso a los ojos un cactus. Que no me anden jodiendo porque también tengo mi genio y cachondeitos los justos. Con práctica todo se consigue, y pese a darle el sol en plena cara, pudo ligar pista desde la esterilla y echar a volar. Arrastró sus extremidades palmípedas por el cristal que era la laguna y despegó. Y volvió a verse abajo, y al capitán Misson a su lado, y a Eusebio y Raquelona montando guardia entre unas rocas que custodiaban el cráter. - ¿Ic? ¿Ic? - Oui, se ha ido -levantó el capitán Misson la voz- Podéis bajar. - Grrr ¡Pon de beber! Grrrr ¡Pon de beber! - No Raquelona, no, que aunque me acabas de demostrar que estás recuperada, mal volar sacarías del dedal. Y te necesitamos sobria. - Ic. - ¿Oui? - Ic, ic. - Oui, tú si quieres puedes beber porque cinco dedos tienes para la maña, y si no es aquí, aun con miedo, irás a buscar dónde haya. - Grrrr ¡Pon de beber! Grrrr ¡Pon! Empezando tan de mañana a darle a la petaca, que bodega ocultaría en la casaca Eusebio, no es de extrañar que para antes de mediodía ambos se encontrasen con una tajada del nueve. Ni ponerse en pie podían y con el capitán Misson por respaldo tomaban el sol. Malo para su estado pues los dejaba atontados. Medio bobos por la lipotimia, quedaron en ese punto en el cual la voluntad se dicta desde afuera. Misson con voz medida, y templada, les sonsacó 178 178


entonces cuánto quiso del eterno rival. Caimán. Y convencido que los bichos no traían piojos en el alma, les animó para que se arrastrasen hasta el agua. El remojón les alivió la sofoquina y de paso les dio medio, o eso creyeron, para hacer de una vez por todas migas con Titagolda. Viendo que el agua había bajado y no marcaba el nivel que indicase el muchacho en el madero, con arte de tejedor y coge higos, adosaron al palo una malla de frutos flotantes que al estar llenos de gas lo convertirían en boya. Y dejaron. Despertó Titagolda para comer, y a la vez que se lavaba las manos en la laguna observó que de la marca no había bajado el palo. Por dudar, que el Eusebio y Raquelona eran finos, tiro un canto al jalón, y al acertar, en vez de extraer el quejido a la madera y quedar zanjado el asunto, sonó poco convincente el cantazo y acto seguido el testigo echaba a flotar laguna adentro; con su ras a la medida. - No son buena gente, Misson. Tienen el demonio en el cuerpo. ¿Has visto lo que me han hecho? - Si no lo tienen lo han tenido y vestigio les quedará; pero no tomes en cuenta porque no albergan mala fe. - Ni buena. - Oui, tampoco; antes del roce con el capitán Caimán, bien es cierto que ya eran almas del Averno. - No va a haber forma de saber si funcionan las bombas… ¡Cago en Blas! Un ojo bastaba para reconocer que el agua se retiraba, se abría la playa por horas aunque Titagolda con la costra de legañas incapaz se declarase de apreciar. Más elemental imposible, contó el muchacho diez pasos desde la misma linde del agua y en el sitio redondo se dejó caer dormido ¡Ni comer! Y por sus muertos que tras la siesta le bastaría con contar los pasos otra vez mientras iba a 179 179


mear para saber. Pastor de sus dominios corrió el Sol las sombras y fueron éstas a refugiarse al volcán. Mas en cuanto cogió altura el astro ni en la olla hallarían guarida y no tuvieron otro escape que hacerse uno con el suelo volcánico. Hermosa vestía la isla con el polvo terciopelo por piel. Desde unas peñas Todotripa descubrió que a la playa arribaba una canoa desbordada por un pez ¡Luna! Y claro, echó a correr de retorno a la canoa del caño. Azul cielo era el color del pez ¡Magnífico espécimen! Envidia del archipiélago, el pescador, a guisa de símbolo de nuevo estatus, portaba capa hecha de harapos y una valva por diadema. Nada más y nada menos que el pequeño de los Lorza, último bastardo del linaje, que apuntando maneras al agua de pila le cayó Wappa. Wappalorza tenía un aire griego en el perfil que le entroncaba con Atola-hora. Era más claro de piel, más claro de pelo y más clarita su sangre porque también desde la cuna se le dio de lado por eso. Wappalorza era díscolo a su Casa. Renegaba. Él, que se sabía, venía a hacerse llamar Englottogastor. Y por rufián y boloblás ni los piratas le quisieron nunca tratos. Sonaban los tambores y los cánticos se prodigaban. Tal que hubiesen estado aguardando al ribazo, cuándo quiso llegar Todotripa a pie de playa más de un centenar de canoas flotaban a quilla viva, dispuestos a pisar la isla a la pronta señal del rey; que dio, pues su mera presencia y la del pez condicionaban el edicto. Tan variados cómo sus islas, y curiosos, a cada paso que daba se encontraba Todotripa una mano amiga, ja, que le felicitaba por el logro. La Perla, joya del archipiélago que decían todos, bien valía una misa o palabra de cinco años. - Bienancho ven, tráeme al que haya trincado La Luna que quiero hablar con él 180 180


por saber inútiles los gritos Todotripa enfilaba a la choza de los retratos que había designado aula regiaA todo esto ¿Quién ha sido? - Un Lorza. - Muchos son. Cuál de todos. - Precisamente el que no lo es. - ¿Wappalorza el Griego? - El mismo, majestad. Englottogastor. - ¡El gajo tu vieja! No habría otro peor para nombrar gobernador. Acogollados en derredor del sitial aguardaban los súbditos. Afines y hostiles andaban revueltos y en cuclillas; no se podía tolerar otra postura al ser el trono mucho más bajo que el de casa, y a poco le iría que si alguno alto se pusiese de puntillas pudiese llegar a tapar la vista del rey, y eso nunca, simbólico, al soberano no se le debía eclipsar la mar mientras ejercía. Era referencia obligada que los pueblos que viven de espaldas al mar no tienen futuro. Y bueno, menos solemne y en petit comité, declaraba Todotripa que por lo menos él lo exigía para poder estar al tanto de si llegaba otra ola gigante; y el que hubo antes, de todos era sabido que hacía para fisgar a las mozas en la playa; y el anterior porque perdía la imaginación mar adentro y se ausentaba del recinto; costumbre se fijó sin concretar muy bien la razón. Salvo situaciones tal que ésta no incomodaba el protocolo, pero siendo posición obligada no dejaba de granjear malestares, y si estos venían larvados, no es de extrañar que Todotripa retuviese el paso para a la postre sondear el estado anímico de su pueblo. Cata crítica fue, delicada, porque por menguar en exceso las zancadas la gente daba por abortada la audiencia y levantaban. No obstante, cuando por fin tomó asiento en lo alto de la poltrona sólo Cocohú y la guardia permanecían erguidos. - A ver, Bienancho, qué tenemos por aquí. 181 181


- Majestad... -abarcando con los brazos a los presentes preguntaba el consejero si le placía empezar por las minucias o dar de sopetón paso a los honores- ... Afuera aguarda el pescador. - Que aguarde. Pásame primero a tu cuñado; que dejé dicho. - Sí majestad. Sin llamada levantó el referido que al pie aguardaba. Dobleancho venía con una gaita nueva siendo vieja. La inmunidad, la amnistía a sus delitos no llevaría todavía el tampón regio y debido a ello, seguramente, al cogerle la Hacienda Pública en la playa le había incautado el bote. Se le confiscó la canoa y las redes por causa de guerra. “Reconquista” le dijeron. Y pidió justificante ¡Que se le dio! Pero a la hora de ir a canjear también se le embargó éste por otra cuenta añeja que al momento se recordó pendía. Seleccionando a dedo el rey daba licencia para poner en pie, y el sujeto exponía el caso si algún avispado, que costumbre era, no robaba la vez y derivaba el parlamento al asunto propio. Que no era uno, eran cientos, pero todos con el mismo trasfondo y pleitos parejos. Tocaba, tocaba y tocaba Jamabuensaque la línea de flotación del monarca. Fajaba en corto el astuto buscando cortar el resuello, y de conseguirlo, que se veía en asalto, puede que gozo tuviese su majestad para festejar este Pez Luna, pero a la fiesta magna y gorda de los jefazos quizá llegase tocado o resentido Todotripa. ¡De llegar! - U os calláis un poquito o mando desalojar. - ¡Uuuuuuh! - Silencio ¡Silencio! -exigió Cocohú agitando la cachiporraSilencio todo el mundo. - A ver, tú, Talta, ¡qué coño haces aquí!, qué injusticia padeces tú que vives a 182 182


cuerpo de rey en mi casa. - Na, na, hijo, no te pongas a embestir que me he perdido; iba con intención de dar un paseito, pero los pies me han traído aquí y ya me he quedado a escuchar. Enzarzarse con los propios sería estúpido. Y no porque cerniese la chusma que propiciaba el alboroto, más gravoso le salía a Todotripa perder un consejero de vuelta de todo y de su sangre; y de su causa; una buena palabra. Tras el pronto, y que crecía el barullo de nuevo, dejó el rey en manos de Bienancho solventar los pleitos, y arreglados, o no, Todotripa se retiró a sus asuntos hasta después de la siesta por lo menos. - Majestad, qué hacemos entonces con los preparativos de la fiesta -temía colapsarse de trabajo Bienancho- Hace nada la docena mal contada de ofrendas navegaba rumbo al horizonte. Cuestión de un ratito que pueda pasar el pez a la mesa de despiece. - Que se echen más flores al agua y que se cante otra salve, bien esperé yo los cinco años y bien podréis esperar vosotros unas horas más para degustar. Que no creáis que me caigo de la hamaca las noches siesas. - Y con Wappalorza, qué se hace ¿Le nombra en un momento usted antes de irse o quiere que lo haga yo? -dijo Jamabuensaque con cara de no haber bautizado un sobrino en la vida- No es conveniente hacer esperar a un héroe. - Que aguarde; cubrirá la plaza cuándo se le ordene o deje. - Entendido, majestad -cosa de Cocohú era pasar la orden y recobrar la misma en la sala¡¡¡Sssssilencio, cojones!!! Quiso coger de la mano y guiar, pero Talta era el ciego y con movimiento condescendiente echó mano al antebrazo del rey. Comadres viejas transitaron la vereda que discurría paralela al caño hasta que hallaron un claro hecho merendero. Con una laja enorme y vítrea que hacía de mesa, y siete u ocho meños con formas geométricas curiosas que serían los 183 183


taburetes, y en frente, abriéndose entre un par de dunas y media docena de palmeras, las aguas de La Perla ofertaban sus excelencias cristalinas. El arrecife efervescente de vida. Y las olas, antojadizas, en su avenida a la playa partían la línea de avance y rompían en ritmos alternos. Embriagaba el olor acre de la maleza rala, aturdía lo indefinible que llegaba a convertirse la raya del horizonte tras buscarla mucho rato. No hablaban, perdida la mirada en el infinito y en el tiempo, de pronto se levantó el venerable Talta viviendo su pasado por presente. Ahora recordaba que en las inmediaciones tuvo choza y familia. No estaba el caño abierto, no, que ya dijo que le era nuevo, también faltaban algunos árboles significativos y otras naturalezas por el contrario sobraban; no hubo nunca monos en La Perla, ni loros, ni lagartos, ni un sin fin de bichos silvestres que con todo descaro les observaban. No quedaba surco del huerto, ni estaca del jardín europeo que cultivase la abuela; las dalias y las lilas mal vivían la sal. - ... Y por allí -señaló impreciso Talta hacia la muerte del caño- por allá había una grieta chiquitita y oscura que era madriguera de dragón. Aullaba el monstruo a los chiquillos cuando por valor tomábamos el entrar, y raro, que eso sí recuerdo bien por quedarme grabado, no faltaba año que no la espichase algún muchacho. - Aún durmiendo, el volcán tiene peligro. - Siempre hijo. Por eso el tapu más gordo lo ostentaba el asomarse a la caldera. ¡Prohibidísimo! - ¿Tenía salida la grieta del dragón, Talta? - Se decía. Pero que yo sepa jamás consiguió nadie dar con aire al otro lado. Lo mismo llega la sima a los infiernos y allí se retiene a los intrépidos. - ¿Y no se hizo nada por saber? - Creo que en una ocasión se echó agujero adentro una cochina flaca. Se le picó las ancas con los cuchillos para que explorase a la carrera; pero nunca más se 184 184


supo. - ¿Ni olor a puerca muerta escapó? - Siempre olía la madriguera a podredumbre, y huele, porque a ratos rastros iguales me empuja el aire a la nariz. ... ¿No hueles? - Y veo, Talta. Pero ahora el sitio se anuncia más peligroso de lo que cuentas; escupe vapores y azufres lo que sería la grieta. - Lo que se sabía, que era puerta al Inframundo. Quiso ahondar Todotripa pero no escuchó el planteamiento el anciano. De la mano acudían los recuerdos sin orden ni concierto. Enlazaba las historietas con vivencias, y de hacerle caso Todotripa, hasta el bisabuelo de Talta, tatarancestro del propio rey, habría sido la mano derecha aborigen del mismísimo capitán Caimán ¡Su sombra en la isla! - Vamos... vamos, Talta. No pudo el abuelo ser mano derecha de nadie, que sería zurdo al igual que mi padre, que usted y que yo; la sangre se nos agarra a las izquierdas. - ¡Peste de juventud! El abuelo Talko fue un fenómeno cogiendo estrellas y los mercantes se lo rifaban ¡Y más en aquellos tiempos! No se atrevían los cerdos largos a perderse, ni a extraviar sus intereses, cuando atravesaban el archipiélago rumbo a Catay; y siempre solicitaban fuese él en persona para guiar. No hemos sido reyes ¡salvo tú! Pero bien hemos vivido todos de los conocimientos que nos legó de estos mares. Yo escogí explotar las ostras, otros hermanos míos se dedicaron a la copra, el árbol del pan y las esponjas. Y tu padre, que no llegó a más porque no quiso, se hizo simple cambista ambulante. Raro que tú hayas escogido trabajo de no moverte. 185 185


- Viajo. Viajo mucho, Talta. Salto continuamente de una isla a otra solventando problemas e inaugurando contubernios y festivales. - Eso sí es verdad y te reconozco. Los anteriores reyes sí eran de los de ven a verme a casa si quieres conocerme. Eres el único en la historia de nuestro pueblo con Corte itinerante. - Eso es porque los Lorza y los Tocino rápido me corrompen la servidumbre de permanecer quieto. Me muevo para tenerlos a ellos fijos... Vamos, pegaditos a mí. - Bonita tesitura la tuya; también me enteré que Wappalorza ha ligado el premio. - Sí. En el fondo llevo un rato dándole vueltas al asunto sin decir nada al respecto. ¡Fíjate! Hasta he pensado echarme atrás y no nombrar gobernador. - Y dar tú mismo servicio a la isla ¿verdad? Y a protestar. Y a viajar. Y a quejarte. Y antes que nada, a romper tu palabra. …… No hagas, hijo. Nombra, delega, reparte poderes y tú sólo pide cuentas; ahora sí. Con la mano derecha se tanteó Talta la cintura buscando convoy para fumar. Le colgaba del cincho una bolsita con los utensilios, y haciendo ovillo, tres medias almejas que eran recuerdo histórico. - ¡Hombre, mis valvas de calúngulo! -por creerlas extraviadas se sorprendió Todotripa- De dónde salieron. Dónde han estado guardadas. - Desde que ganaste la tercera, la que te dio derecho a retar al rey de entonces, y al cual ganaste, obvio, han permanecido en mi taleguilla esperando este momento. - No les tengo apego alguno. Más bien me sentía ridículo con tanta concha al cuello dando saltos. Prefiero la corona aunque somero sea el baño de oro. 186 186


- Tú sí puedes despreciarlas. - Más que mérito lo mío fue suerte consecutiva, lo admito. - ¡¡Y quién lo duda!! Yo nunca quise atrapar La Luna ni correr a ser rey. Me basta con serlo de mi casa. - Haberlo sido, Talta, que le recuerdo que vive en la mía. - Abandona esas estúpidas coronas que rematas con flores y engalánate austero. Mira que si no lo haces… - Ja. No hay nadie en edad de salir al mar que tenga dos valvas. Que pueda meterme miedo por conseguir la tercera la temporada que viene. - Piensa que el patriarca de los Lorza tiene otra. Y puede, al ser privilegio de las Doce Casas, testar una concha al heredero que elija. - No tiene edad de morirse. No está enfermo ni pretende estarlo. Y tampoco se habla con el hijo pequeño porque sabe que no le es propio. Además ¡sería el primer Lorza en no llevarse a la tumba las valvas conquistadas! Solera, tradición, de eso viven esas castas. La posibilidad estaba ahí al ser matemática. Pero fuera de las cábalas mucho carambolo tendría que producirse para que alguien competitivo le apease del trono. No hay que olvidar que retenía Todotripa en su persona dos títulos magros. “Rey de Ohe-Ohe” y “Rey de Ohe-Ohe y su Archipiélago”. De conseguir el tercero, que era objetivo para dentro de nada en magna fiesta, el título sería tan largo que sonaría vitalicio. Entonces le podrían traer al fresco los asuntos de Ohe-Ohe, de Atola-hora, de Ahí-hay-ay. De todas las islas e islotes que hacían archipiélago. “Rey de Ohe-Ohe y su Archipiélago, de Todo, de la Primera a la Tres Mil” era título largo y honeroso para preocuparse en exclusiva durante el resto de vida por buscar repisa dónde acomodar. Cenital el Sol, exquisita la mar, y que la isla tenía las puertas abiertas, acabó 187 187


la tranquilidad para la pareja al rondar las inmediaciones dos familias de mariscadores de la lejana Rasamora. Era ésta una isla mediana pero plana de no rodar ni el agua, entre otras cosas, porque siempre estaba lloviendo y toda ella, obra de la marea u el chubasco, era en sí un charco. Característica de sus habitantes era que falaban cantando. Tiene sonoridad el deje de su acento, y más el de la familia esta que reían cual campanas. Corrían los chicos la playa haciendo ondas en la arena. Hermanos y hermanas, primos, cuñados, tíos, abuelos, padres, lo menos los ochenta o noventa ejemplares trotaban pues según pasaban las horas se extendía la noticia ¡Franca estaba La Perla! Debieron pensar que remate redondo a la excursión sería sentarse a la mesa del mismísimo rey, y aunque no estuviesen invitados, ni ofrecimiento se les hizo, por orden censitario tomaron cuerpo en el sitio. El rey ¡El Rey! De vuelta al terruño no serían creídos, mala que es la envidia cuchichearían los vecinos que el monarca imposible, si acaso algún sosia jeta que se hiciese pasar; que les habría sacado un convidado y encima ellos agradecidos. - Perdone buen señor -copadas las plazas de asiento habló uno desde gallinero¿Es usted el rey? - Quién lo pregunta y por qué. - Lo preguntan los niños, y el motivo es porque de no ser prefieren ir a hacer agujeros en la arena. - Bien. Diles que vayan haciendo uno bien hermoso, y luego, cuando vuelvas, te diré al oído quién soy yo. - Por favor, majestad, no se ofenda con mi hijo; creo que es algo lento -Ramaka, principal de Rasamora, conocía de un par de audiencias al soberano- Este chico mío es bobo como él solo, majestad. - Sí muchacho, soy tu rey. Soy Boloblás III el Cumplidor -y diciéndolo para tranquilidad de Talta- Rey de Ohe-Ohe y su Archipiélago. Futuro, mediando La Luna, Rey de Ohe-Ohe y su Archipiélago, Todo, de la Primera a la Tres Mil. 188 188


Sabiendo lo que significaban las palabras lanzaron al aire un repique sincero que ganó a Todotripa. Mandó entonces que sentase a su diestra el muchacho que llamaba Minkaput, y alternó por ello el repique y el redoble con el volteo simple y el rico silencio a extinguir. Todo un recital de tañidos. - Así que te llamas Minkaput ¿no es así? - Sí, Boloblás III El Cumplidor. Señor. - Tú puedes llamarme Todotripa. - Gracias, majestad -en nombre del hijo agradeció el padre- Yo les prometí a los chicos hace tiempo, mucho tiempo, que cuándo pudiese les llevaría conmigo a visitar el resto del archipiélago. - Caramba. Me alegro entonces; tiene que haberte ido muy bien el año ¡la Vida! para poder traerte tanta familia. - Sí -pese a escueto el acento insinuaba trampa- no queda otro remedio con el estado de las aguas allí. - ¡Las quejas al salón de audiencias! Hasta que olió el crudo aceite de roca fue tomando el encuentro por venturoso, pero al detectarlo, y olisquear detrás el trapo sucio de Jamabuensaque, el ánimo no le quedó para tertulias e instó a Talta para que regresasen a la choza; el trabajo estaría acabado y la esterilla puesta; de ellos dependería si darían uso para comer o sestear. Talta se sentía derrengado y directamente estaba por lo segundo; necesitaba dormir. Mala no le pareció la opción del viejo, pero tragón que era, Todotripa prefirió cargar antes el estómago con sueños; hígado de oca, cochinillo, centollo, pulpo y sardinas, mucha sardina, porque descuidando lo típico que son para poner sobre ascuas, casualidad fuese que embocase a la bahía un banco perseguido por delfines. Y olía toda la isla, a brasa, a churrasco, pero el olor de la sardina se imponía e impregnaba. 189 189


Intentando mitigar, cuando no dar esquinazo a los efluvios, Todotripa se encerró en la sala de audiencias para degustar con calma los platos; y a solas; se repanchigó en el sitial con la comida en una bandeja. - Ven, monito, ven. Michu, michu. Ven bonito. ¿Quieres una sardinita? -intrigándole a Todotripa ofrecía bocado- Ven sinvergüenza, que te brillan los ojos pícaros. Ven. - Ic, ic. - Sí, sí. O por febril será el destello. - Ic, ic. - Sí, o por la ganjah. - Ic. Ic, ic. - Me parece que no me entiendes ¿o sí? ¿Me entiendes bicho asqueroso? - Ic, ic. - Sí. “Ic, ic”. Sea lo que sea yo te deseo lo mismo. Solitario que espiaba el Eusebio no levantó resquemores en el rey. Monadas hacía el mono, y al cobrar el dátil de una volatina, risotadas y chillidos emitió con un timbre de alegría que bien podría tenerse vocativo a los amigos, compinches de corral, que algo se traerían para aparecer al acto en el lugar. Eso sí llamó la atención de Todotripa, pero por haberse puesto cerdo, no dio importancia y al lado de Talta se echó a dormir. Rodeado de su pueblo no imaginaba Boloblás III el Cumplidor lo cerca que estaba del peligro, ¡lo roncó! Soñó ser globo, pez globo. Enorme y carnoso como era pero con espinas ¡Pez! Podía inflar o desinflarse a voluntad. Subir y bajar, y etéreo el arte, en cuanto cogió práctica se atrevió a salir del agua para comprobar que igual de bien le iba en el aire. Nadaba entre las nubes tal que volaba entre anémonas. Únicamente un problema onírico le angustiaba, y era que con aire no llenaba los pulmones y por 190 190


fuerza debía respirar el mar. La mar. Autonomía tenía para rondar unos cirros próximos, mas desde allí debía dejarse caer a plomo al agua para no asfixiarse. Ya digo, pesadilla. Y no era obsesión propia pues él siempre soñó con comerse de una sentada un elefante por las uñas. El sueño venía de fuera, se lo estaban intentando inculcar. Hipnopédico. Y abrió un ojo. A su lado yacía haciendo el serrucho Talta, y salvo él y los animales allí no había nadie, pero sentía presencia. Y agorera. - ¡Cocohú! ¡Cocohú! Ven un momento, corre. ¿Cocohú? ... ¿Bienancho? ... ¡Jama!... - Frío, frío. Me llamo Eusebio. - ¡¡Cómo!! - Eusebio, es sencillo. Y ella es Raquelona. Y aquél es Felipe. Y las cabras atienden, aunque poco, por Socorro y Virtudes. - Debo estar borracho y dormido. Sí, sueño. - Sin duda si se siente tal pez en el agua, será. - ¿Y si fuese en el aire? - ¿Aerostático? - ¡Coño, el mono sabe griego! ¿Hablan lenguas también tus amigos? - Si estoy yo al mando no. - ¿Y ella? -señalaba Todotripa a Raquelona- Con ella no se puede; y hablará aún difunta de pata tiesa. - ¡Pon de beber! Grrr ¡Pon de beber! -capaz se arrancaba- grrr ¡Pon de beber! - Te pondré si me dices algo más. - ¡Pon de beber! Grrrr ¡Pon de beber! 191 191


- Ya escucho que no sabes. - ¡Pon de beber! Grrr ¡Pon de beber! ¡Pon de beber, majadero! Grrr ¡Pon de beber, garrapatoso! Grrr ¡Pon de beber, asténico! Grrr. Grrr. La vieja lora conocía palabras en lenguas que no archivase Alejandría. Puerta de mar hacía la biblioteca y de allí fue tomada como parte del botín por Polícrates, y de hombro a hombro fue revoloteando hasta alcanzar la cesantía en la guerrera del mismísimo Portento. - Muy bien. Te veo versátil la lengua y tengo a bien dejártela unida al garganchón, pero no farfulles en adelante palabras indecorosas. - Grrrr ¡Pon de beber! - Ic, ic. - ¿No se animan ustedes a decir nada? -ofrecía el rey vez a Socorro y VirtudesNo se sientan cohibidas y hablen. Que hable también el lagarto. Y el retrato del tío feo que también hable. - Un respeto, amigo, yo no he empezado faltando hoy -el capitán Caimán se atusaba el bigote con el cerumen del oído- Las cosas pueden hacerse igual de bien con un poquito de respeto. - ¡La giba mi yerno! Tú eres el del otro día. No te había reconocido por jaspeada la indumentaria, pero ahora caigo. A ti te puse al fuego y de él te robó este mono ladrón. - Llamo yo “Mono cabrón” y me quedo más ancho. En la sangre ocultaba Todotripa pacto de hermanastro y el poder era muy fuerte. Esplendor y ocaso de su Casa, el abuelo Talko además de conocimientos legó por vía parenteral un contrato con el diablo. Con el capitán Caimán. Debería obedecer la descendencia a la llamada del amo, y como estando en Barrena no existía excusa posible para desoír, que la voz era brisa, notaba el cuitado Todotripa que perdía la voluntad. Y preso de una fuerza mayor apeaba el 192 192


cuadro de su alcayata y con él lo llevaba de tourné. Sin control de los pies arrastraron estos al resto del cuerpo por esquinazos y sombras. Se agazapó poseso entre arbustos, pasó inadvertido a los centinelas y camino arriba cogió rumbo del borde del cráter. Al paso le seguía la fauna, incluso Raquelona, y al buen rato de haberse escabullido, noche que era abajo, arriba, en la cima, en el borde del cono, paraban a tomar aliento y perspectiva. Nada se veía en el seno del volcán al pacer las sombras sin redil, y tampoco, aunque hermosa, era la cosa de parar allí para admirar la puesta de sol. - Por qué me has traído aquí. ¿Qué quieres de mí? Ya te tiré una vez al fuego, y si consigo desligarme de tu yugo hipnótico, puede que lo vuelva a hacer. Suéltame, tengo un banquete que dirigir. - Te digo, y te dije, que esta isla es mía. Y yo no te ato, has subido siendo humano y no pez. En derredor se echó un manto oscuro, oscuro negro, hasta que titiló con descaro una hoguera en el lecho del cráter. ¡Alguien moraba los bajos! Chispas por bien cebado el fuego ascendían hasta el cielo. Todotripa descubría vida y no lograba explicar. Molesto con la presencia, y que era de prontos regios, disolvió la comitiva a puntapiés, y por el mismo procedimiento hizo volar el cuadro a la oscuridad. Y despertó; junto a Talta. Fue reanudar el tam-tam su son y Titagolda adivinó que habría despertado el monarca de la siesta. Después de todo la presencia de su tribu le devolvía viejas costumbres. No necesitaba mirar al sol para saber la hora, la música que envolvía la isla marcaría en adelante los ritmos de vida. Cadencias armónicas, que siendo día de fiesta estaba obligado a reconocer que eran irresistibles. Siseaba Titagolda el ritmo en la laguna mientras se apeaba de las muelas 193 193


pasajeros indeseables. Fina y relamida era la espina que dispuso para ello, pero al romper, y quedar un fragmento en la encía, quejó. - ¿Ques que se, mon ami? - Sólo me faltaba ahora que se me pusiese mala la boca y tuviese que ir al poblado a rogar remedio. - Que no te arredre ningún dolor; en un arcón de la choza hay prevista enmienda para cualquier posible molestia. Creo que un bote rojo contiene polvo de corteza de sauce. - ¿Y eso cura? - Antes sí. Pero hace tanto que no tengo muelas de las que duelan que no te puedo asegurar. Por suerte, no se recuerda el dolor. - Será usted. - Para mi desgracia yo no albergo ni lo que tú recuerdas del dolor. No tengo sensaciones mortales. - ¿Y el vino; que le enloquece le resbale lienzo abajo? - Eso es vicio de inmortales, chiquillo. Confiando en que Eusebio custodiaba el paso charlaban tranquilos. Titagolda sabía que descendía la laguna por puro obvio, mas imposible le resultó intentar recabar datos con mono y loro danzando sueltos. ¡Ni sabía de la forma del vaso! Bajaba, eso sí. Bichos de los que viven bajo la línea perpetua del agua comenzaban a aflorar. La playa ganaba pasos dejando a la luz los primeros pellejos. Peligrosos, resbaladizos, hasta que no menguase significativo huelga seguir orilla, y al fuego, que aunque afuera colease día todavía, en el cráter siempre oscurecía antes. Pese a seguir viviendo en la choza que erigiese el doctor Bulín de Aguiloche, tenía ésta algo de propia. Las miserias que fue considerando compañeras durante su estancia en Barrena tomaban cual solanácea el lugar; botellas vacías, cajas 194 194


destartaladas, arpones de varias puntas y un buen surtido de arcos y flechas. Y varios pares de chanclas. Y una escudilla facturada con una loncha de roca volcánica que era plato negro; le resultaba entretenido asomarse al espejo antes de nutrir de la olla, y siempre, facetada en mil brillos, le devolvió el reflejo su mañosa imagen, mas esta vez, con gran arrebato comprobó que era hegemónica la efigie. Una sola cara ¡Y no la suya! El capitán Caimán, sí. Siendo nueva la compostura que adoptaba también Misson sintió curiosidad. - Mon capitán Caimán, chapeau. Es usted un artista y no debería haber malgastado su vida con fulleros y ladrones. La Corte, la política de Alto Estado, serían lo suyo porque bien se aprecia que no tiene reparos ni fronteras materiales. - Por el timbre me congratulo. Y también me alegra que se me dé cuartel y no se me haya quebrado mientras tomaba cuerpo. - No le he roto porque he sobreentendido que esa veta blanca de la solapa era bandera de tregua -a tiempo estaba Titagolda- Entretente con algún abejorro mientras hablamos los mayores, muchacho. ¡Misson, por favor, dile al cernícalo! La intención de Titagolda fue fragmentarle el alma al plato contra la punta de una roca, pero reconvenido por el capitán Misson, se conformó con tirarlo al suelo de muy malos modos, y a patadas, arrastrando, arrimar hasta el pie del cuadro. Tan altivo como siempre había sido aún a ras de suelo seguía siendo. Conminó Caimán con amenazas y lisonjas a Misson, por última y refinitiva vez, para que desistiese del empeño y volviese al buen sendero de los piratas fantasmas. Bien no le hacía buscar el tesoro al ser parte integrante de él. Sin esperar más explicaciones, levantó Titagolda un grillo oxidado que fue bola de cañón y contra la escudilla lo estrelló con furia. Añicos hizo la pieza. Lo más chico eran agujas, y con un escobón de palmitos, y una paletilla de somarro, 195 195


limpió de restos el sitio y como si Caimán nunca se hubiese presentado quedaron. Solos. Junto al fuego. Mirando el lento aferir de la laguna. - ¿Le insiste? - Mucho. Sabe que tengo nombre en el mundillo y asociándonos ganaría crédito. - ¿Y usted no? - Oui. Negarlo sería innoble, pero lo juro por lo buen aglutinante que es la sangre, que él sacaría tajada magra que de ningún otro modo conseguiría. Aunque son cosas nuestras que en nada te atañen. Ponderando las posibles consecuencias de una alianza entre estos titanes Titagolda quedó pensativo. Razón no encontraba para que desde antiguo no se manejasen bajo parámetros de concordato ¡Y tenían! Pero uno general que ataba y fijaba a todo espectro que en vez de enfilar directo al Más Allá prefiriese remolonear en la Tierra; fuera del protocolo, cada uno hacía lo que se le antojaba con sus pigmentos o con la materia que quisiese animar. No existía más vinculación entre ellos que la de vecindad en bloque de nichos. Y malavenidos, porque el hedor de uno incomodaba al otro. Por gusto propio sólo juntaban una vez al año, y porque no eran ellos dos las únicas ánimas que vagasen estos confines. Tal que castillos escoceses no había arrecife o bajío que no aportase fantasmas a la marimba. Y lo malo, que ahora le venía a la cabeza a Misson, que en nada tendrían la fecha encima. Cualquier mañana de éstas, al despertar, sería uno de noviembre. - No sabrás por casualidad el día que es hoy, garçon. - Con certeza no sé pues en el trajín eremita he perdido las cuentas. Pero creo que hoy, lo que amanezca mañana porque ya es noche cerrada, será tiotango. - Y en cristiano. - Jueves o viernes dependiendo del estado de la Luna y de cómo tenga uno la 196 196


bolsa. - Y del año, sabes a qué día estaremos mañana al menos. - Rondaremos el Hueymiccaílhuitl. - ... Que quiere decir. - Que apuntito estamos de empezar el año. - ¡¿Diciembre?! - No. Nosotros empezamos el año con los Peces Luna. Los temores eran fundados. Pese a aventajado capitán, los usos, al menos los particulares que aplicaban los boloblás, se le antojaban imposibles por caprichosos e inexactos. De no tener a mano un almanaque venía a ser casi imposible hacer el cómputo. Relativo el tiempo en la isla, y en todo el archipiélago de Ohe-Ohe, quiso cotejar el capitán Misson sus cuentas con las de otros, y visto estaba que al redondeo le venía a salir la fecha. - Mañana expira el plazo, oui. Por nuestro calendario mañana expirará el acuerdo que tiene el rey con Ramona. Vamos, con el capitán Verrugo; con nosotros. Mañana, al ponerse el sol, de no estar aquí la Psiconauta, la isla y todo lo que contenga pasará a los boloblás. - Cómo -preparaba Titagolda la cena y respondió abstraído- No claves más los ojos en el fuego que te quedas lelo. ¿Qué te preocupa? - Se han gripado varias bombas -dijo Titagolda sin rodeos- y no sé reparar. Y otras se han embotado con sedimentos y no puedo limpiar. Y algunas hay, que sin fallo aparente, sólo por joder creo yo, se han parado y no tiran. Aunque el agua sigue bajando, va muy lento el tema y temo se atasquen del todo todas. - ¡Ja! Teme que no lleguen a tiempo los psiconautas o habrás currelado a lo 197 197


tonto. Tras la cena, mustia quedó la noche. Sin vientos las nubes reposaban quietas. Sólo quien llevaba impulso propio, tal que una estrella fugaz, un pez globo, o una señora toda ella de negro, se movían por el cielo silenciosos. Ensoñaciones le parecieron a Titagolda hasta que al primer coscorrón que daba se sentía pelícano. Ascendió con sus círculos característicos y una vez arriba se dirigió por puro instinto hacia el pez. La mujerona toda ella de negro aprovechó la ocasión y con un vuelo plano, pero convincente, aterrizó junto al capitán Misson. Se conocían. Inexpresable, por inimaginable, vaya a saber nadie el tipo y formato de relación que se traerían estas almas sin reposo. - ¡Oh lala! Doña Genoveva, chéri. - No me seas zalamero, Misson, que vengo con el culo pegado al reloj. - Y que no tendría nada que hacer con usted ¿verdad? - Ahí lo llevas, franchute. Rien de rien. Mucho macho fue Pastinaka padre y me espera en el cielo; bien lo sabes. - No me sea suspicaz, Genoveva. - Ayyyy franchute, franchute, franchute. Que todos queréis lo mismo. Y te conozco. Bueno, a lo que vengo. Hace un ratito hemos zarpado de Atola-hora y creo que para mañana temprano, a primera hora, si no antes, estaremos cogiendo embocadura a la bahía. - ¡Mon Dieu, milady! ¿Qué cacharro traen que vienen zumbando? - No es mala tartana, no, además que traemos con nosotros unas señoras estupendas que concitan a voluntad vientos y huracanes, pero lo que más aviva la estela es que se teme que el Sordo haya arramblado con el tesoro; se viene discutiendo. - Yo hace años que no le veo ni le oigo, pero no paran de mentármelo. 198 198


- ¿Ése? -señaló Genoveva al boloblás dormido- Oui. Ése y el que usted sabe. - Bueno, ya nos contarás porque no me puedo demorar más. - Una cosa, Genoveva. ¿Vendrá a la fiesta? - Por supuesto. Si el tiempo acompaña pienso condensarme un ratito con los muchachos por obligación, pero en cuanto acabe de dar el reporte, a las doce, puede venir a buscarme a la balconada de su cuadro. Por cierto, ¿me regó las flores? - Las hortensias más hermosas de la ciudadela sigue teniendo. No le arrendaría el piso a nadie más. - ¡Ja! No dijo nada Misson acerca de la invasión boloblás porque bien la habría visto doña Genoveva desde el aire. Previsible era que estuviesen pues las partes jugaban a la raya, y confiando en que a la raya del día volviesen a encontrarse se despidió galante. Se cruzó Genoveva en el aire con Titagolda, y aunque éste inclinó el pico y abrió la pala por saludo, no obtuvo a cambio gesto recíproco alguno. Ni alzar la ceja. Graznó la descortesía el muchacho mientras tomaba de referencia la fogata y aterrizaba yerro. Rodó los primeros pasos la superficie del agua, pero los segundos le salieron a tierra y fue a trompicar mal contra su propio cuerpo durmiente y despertó. - ¿Quién era? - Doña Genoveva. - Y qué quería. - Venía a echar un ojo a la isla; avanzadilla que nos manda Verrugo para darnos ánimos. 199 199


Bon, al menos es consciente de estar jugando con el tiempo en contra. Titagolda volvió a acurrucarse en la esterilla para despegar; que hizo. Nuevamente quedó solo el capitán Misson, y para rellenar el lugar, a su vera se presentaron el Eusebio y Raquelona. Ambos borrachos. Muy borrachos. O bien fruta fermentada, o bien directamente de la botella, pero los animalicos llevaban la sangre saturadita de alcoholes. - ¡Eusebio! ¡Raquel! Sacre bleu ¿Quién queda custodiando el paso? - Ic, ic. - No me vale que el maestro armero se quedase, porque no tenemos; mil años pases entre nosotros, Eusebio, y seguirás tan burdo y mentiroso. ¡Es una forma de hablar! - Ic. Ic. - Oui, seguro. Rita, Perico o San Pitopato, no son avalistas serios que tengan cuenta abierta en estos pagos. - Grrrr ¡Simpa, simpa a barlovento! Grrrr ¡Ojo al simpa! Grrrr. - Oui, eso vendría a ser, Raquelona. - Ic. Ic. ¿Ic? - Oui, mañana dicen que estarán aquí. Vieron pasar los bichejos a doña Genoveva y de ahí que dejasen sus puestos para acercarse a preguntar, aunque la melopea que les embadurnaba no tenía excusa, simplemente se emborracharon por costumbre, y aprovechando que bajaban al fuego expresaron intención de venir por más tintorro; que habían agotado. Estando decidido, para bien o para mal, que al día siguiente se produciría el desenlace, con el beneplácito del capitán Misson arrearon con dos botellas y tomaron camino del borde del cráter para continuar vigilando. Allí cogieron 200 200


acomodo dispuestos a escrutar el sinuoso ascender de la vereda entre cantiles. Tramos había que muertos quedaban al ojo, no era problema la luz que casi igual de bien ven las almas corrupias en su elemento, la noche, pero al ser escarpado el paraje se necesitaba saber. - Ic. Ic. - Grrr ¡Ni hablar Eusebio! Grrrr A la que me descuide y vuelva, me toca bajar a buscar más combustible. Grrrr Ve tú. Grrr - Ic. Ic. Ic. - ¡Qué jeta tienes! Grrr Difícil era que nadie escalase esas barranqueras para introducirse en el volcán, pero ahí estaban, y conociendo acabó por levantar el vuelo Raquelona. Fiel al sendero recorrió los aires, y a bastante distancia, sobre un campo ciego, vio Eusebio que detenía la ruta y giraba en círculos. ¡Alguien subía! Quien fuese acometía la ascensión de noche para llegar a la cima con el día. Eran dos. Gordos, boloblás, el rey y Cocohú sólo podrían ser. No los distinguía Raquelona, pero orondos se anunciaban gentes de rango y tras sobrevolar un par de veces más, y comprobar que subían solos, volvió a deshacer el camino paralelo hecho y aterrizaba junto a Eusebio. - Grrrrr ¡Dos! Grrrr ¡Dos gordotes! Grrrr. - Ic. ¿Ic? - Arco y venablo he visto, grrr, y creo, aunque no pongo mis plumas a ello, grrrr, que también armas de fuego. - Ic. ¿Ic? - ¿A quién? - Ic. - Yo avisaría a Caimán Grrr. 201 201


- ¡Ic, ic! - Grrrr ¡Tú verás! Por unos u otros, ni los boloblás ni los piratas van a quedarse con los derechos de la isla. Grrrr. Caimán grrrr. Caimán es valor seguro porque ostenta, aunque caduco, título de propiedad. - Ic. ... Ic. Mucho más podrida tenía el alma Raquelona que el Eusebio; al menos por vieja. Intentó convencer al mono de lo adecuado de la elección, pero éste aún tenía sin gangrenar cachitos de conciencia y se negó. No drástico, no. No en redondo. Vino a opinar el mico que mejor cada uno, y en nombre del otro, diesen noticia a sus respectivos amigos. Raquelona lo tenía previsto, así que batió las alas y al pico prendió el chisme. Eusebio esperó a que desapareciese el pájaro para cerciorarse en persona que era verdad lo de los boloblás. Y lo fue, pero tampoco se fiaba un pelo porque ciertamente, a una de malas, solamente si desaparecían de la isla, humanos y loros, él quedaría dueño y señor al ser la única inteligencia viva. Eusebio tenía sus propios planes para la isla. Para sus ocupantes. Calculando bien los pasos que le llevarían al seno corrió barranca adentro Eusebio. De lo alborozado que iba, y aunque temía, trompicó a la salida de un mal bote y fue a llegar al fondo envuelto en un alud. Todo negro y magullado se levantó del trompazo y lamiéndose las mataduras se presentó ante el capitán Misson. Contó lo visto, y hasta por integrado en el grupo propuso esconderse en una de las muchas grutas que conocía; y aguardar un par de días hasta pasada la inspección. Buena era la propuesta. Pasiva. Ideal para gente que goza de tiempo, pero sin él, apretados porque el timbre de los tambores hacía rato pautaba desenlace, vino a 202 202


tocar diana Misson sin siquiera acabar la noche. Llamó el cuadro a gritos a Titagolda, pero al estar el chico volando muy alto necesitó de los zarandeos del Eusebio para despertar. E hizo, y de mal genio. Si de motu propio abría el ojo el hombre era una malva, mas impelido a gritos por un retrato y sacudido por turba arborícola despertó con el pie cambiado. Tardó en digerir la noticia que trajo doña Genoveva ¡Vamos, ni rumiar! Pero que dos orondos personajes hiciesen camino le puso a funcionar el cerebro a plena materia gris. Grisácea, porque tras varias vueltas sobre sí mismo vino a considerar que era el fin. La hora de despertar. Nada podría hacer si como temía, el mismísimo rey y su mano derecha, ¡Cocohú!, habían tomado determinación de husmear dentro del volcán. Opinó Misson, buen estratega, que aprovechando el factor sorpresa y la inestimable ventaja de cota, podrían liquidar al dúo con una simple avalancha, mas como quien más mandaba era el rey y luego su mano derecha, no era de dudar que antes que tarde, al rato, se presentase también la legión de súbditos y sicarios buscando a los señores. Sí, ganando se perdía. - O sea, que usted es del mismo parecer que el mono y propone que nos ocultemos. - Mon ami, te doy otra opinión. Y serán un par de horas pues por la mañana seguramente estará aquí la Psiconauta. - ¿Además de estos que suben vienen más? - Claro. No recuerdas que te dije que ha venido doña Genoveva en esencia volatil. - ¿No era sueño? - Sueño era, oui, y vino a decir que con las primeras luces divisaríamos sus velas. Cosa tuya queda que quieras enfrentarte al rey. - ¡Ey! Que viene, si es, con Cocohú. 203 203


¡¡Vamos sin dilación a la cueva que diga el mono!! Poco se llevarían en la mudanza. Atrás quedaba toda la infraestructura original y los añadidos introducidos por Titagolda. Lo más significativo de esto era el juego de canalillos y compuertas que daba servicio a las bombas, y único mal si topaban con ello, que raro resultaría en una primera o segunda visita, sería romperlo a cabezazos, de lo cual, por otra parte, también sabía predispuestos a los boloblás. Y temía. Aunque mal se apreciase, patente quedaba que el trasvase seguía funcionando. Ganaba pasos la playa del cráter, y sorpresa, que en un principio lo fue, más de uno, más de dos, y más de tres costillares de embarcación, de variados tonelajes y funcionalidades, salieron a la superficie tras décadas, ¡siglos!, paciendo el olvido en este recóndito cementerio de barcos. ¡¡Era!! Absorbidos los colores del entorno, hasta coger aire las añejas maderas no cantaron forma ni presencia. Fantasmagóricas surgían con los claros de las nubes amuras y mesanas. Cañones de bronce rojizo retorcían su rendición. Tesoro ya era si el negocio fuese la chatarra, pero sabiendo que de quincalla no hizo nombre el capitán Caimán, el grueso de su fortuna, por lógica y gravedad, habría ido a parar al mismo centro de la laguna. A lo más profundo e insondable. O cerca. Tal que dijo el mico el lugar era discreto. Tomando primero por la galería grande que descubriese al poco de llegar Titagolda, fue el guía después escogiendo las grietas y túneles que en rango de segundones se ofrecían tímidos. Derivaron su caminar a correderas chiquititas y austeras, angostos pasos y simas cruzaron, y aun llevando candiles y coral para marcar, acabaron extraviándose. El Eusebio no, se conocía las tripas del volcán de pe a pa. Después de sufrir una gatera de aristas cortantes que sólo admitió el arrastre del mono sapiens, fueron a desembocar en la madriguera que refiriese el 204 204


sinvergüenza del Eusebio. ¡SINVERGÜENZA! Con mayúsculas, porque incluso de una sisa efectuaba regateo, y escamoteo a escamoteo, botellita a botellita, se apañó una excelente bodega en el inframundo. El botellero recorría toda pared hasta la altura de dos hombres. Forraba la estancia. Grande. Con bóveda para cantar ecos y una única silla, sillón, dispuesto en platea. Todo lo necesario para darse a la holganza caía al rondo del asiento, lugar de no moverse hasta chisca halló dispuesta para encender la pipa. Y pipa. Y tabaco. Y cenicero. Sitio de perder tiempos y ratos parecía ser. Alfabéticamente ordenada la bodega sería un primor. Se dividían los caldos por géneros y familias, por regusto al paladar y tantas y tantas sutilezas más que sólo el Eusebio podría ser bibliotecario. - Me da que ésta no es la única sacristía que tiene el mono. No son malos los brebajes, no, pero sabiendo que sabe, se me hace extraño tan poco nivel -habló el capitán Misson en ausencia del mico- Por la mano del Eusebio también han pasado cepas que aquí no veo representadas. Y recuerdo bien. Sin ir más lejos, de la añada del 14 del Señorío del Pendejo se rumoreó gran quebranto. Ahora, cuándo vuelva, le digo que nos traiga los reservas. - No quiero asustarle Misson, pero… Pero abierto está en canal que el mono ya no aparece. - Por qué. Vaya tontería ¿no? A ver si no para qué nos ha traído hasta aquí. - Yo tampoco sé, lo que le puedo garantizar, capitán, es que la gatera de entrada no la podremos tomar para salir. Nos ha encerrado el mono. - No te preocupes porque me vuelvo a desmontar y me hago hebra; hasta hilo podría hacerme y prescindir de mi armazón. - Pero yo no podré deslizarme a contrapelo de las aristas; sólo entrada cede la 205 205


boca, y para hacerse trampa porque en el rulo que me di antes no encontré otra salida a la sala. - Bueno, tampoco he visto escapar al Eusebio por el agujero que entramos; debe andar por aquí bebiéndose lo bueno. - Que no Misson, que no. Nos ha dejado tirados. - ¿Otra vez? No era la intención de Eusebio, como dijese Misson a la vuelta de una estantería andaba trasegando con avaricia un valdepeñas que recordaba con cariño, y escuchó la conversación, y oír que causa biunívoca existía para recelar, salió de su escondite tal alma que persigue el fisco y entre las piernas del sillón abocó al agujero y de ahí galerías arriba a la superficie. - Esto te pasa por dar ideas, Titagolda. - ¡Cómo iba a imaginar! - Mon petit Tita, y mon petit Titi, han de compartir etimologías y sangres. - Menos pitorreo Misson, usted tampoco podrá salir solo. - Cierto. Y no me preocupa; aunque sea dentro de cien años pero Eusebio regresará para echar un trago y mover algunas botellas. Mucho tiempo era eso para un mono que apenas era consciente del bocado de Caimán. El tipo de inmortalidad que aparejaba. Lenta corría la saliva por el torrente sanguíneo del animalito, y aun sin saber, achacando al instinto, se dijo que no volvería en un tiempo prudente. Ésa era la idea, pero fuerte, voraz, atacaba la infección amagando con hacerse con el control general. Corre que te corre por las galerías se sentía uno y otro el pobre Eusebio. En su devenir evolutivo empezaba a concebir dudas, lagunas, y no de agua, que pese a ser de aire le asfixiaban. Quiso gritar su angustia a la salida, y su agónico ic ic, hecho eco de la jungla, aunque se escuchó en toda la isla a nadie inquietó. Ni a Raquelona, que revolandera en un peñasco próximo proclamó presencia. - Grrrr ¿Hiciste? 206 206


- Ic. Ic. ¿Ic? - Sí grrrr. Y te llama. - ¿Ic, ic? - Grrrr. No sé. Sólo dijo que te dirigieses al Otero del Contrito. - ¿Ic, ic? - Grrr Tampoco sé. Poquito quería trasmitirle Raquelona al Eusebio pues para asustarse tendría tiempo. Encontraría al capitán Caimán hecho una furia al empezar a sentir frío en los riñones, rayano en dolor, porque ni que fuesen cálculos que daban la cara percibía el asomar de sus pecios. Raquelona una vez pasada la orden, por pura curiosidad, cogió aire para subir alto y desde arriba comprobar el estado de las cosas, el ánimo que tendría el patrón, porque si ella lo despidió hecho basilisco, transmutado en peste bubónica fácil que lo encontrase el mico. Tampoco era cuestión de acercarse demasiado pues lo mismo se repartía holgado, así que desde la atalaya del Morabito se dispuso a fisgonear lo que fuese. Y también fue esto intención, porque al ir cogiendo altura observó que los boloblás habían vuelto a hacer receso. Y fuego. Dosificándose, fina era la pendiente, todavía les quedaba un buen repecho para coronar. Teniendo excusa para presentarse ante el capitán Caimán si traía chisme fresco, se acercó volando cauta hasta distancia recomendable de los nativos. - ¡¿Cómo que le vas con el cuento a Misson de lo que ves?! - Ic, ic. - Sí. Parte tienes que darle veraz para seguir estando ahí; entiendo. ¡Pero no lo suculento! Mono cabrón. - Ic. - Diré cabrón y diré lo que me salga de los bigotes. No seas insolente. 207 207


- ¡Ic! - Mono cabrón, mono estúpido, lo que a la boca me venga para colgarte, aquello que aflore a mi lengua tendrás que soportar. ¡Mono tarado! - Ic. Ic ¡Ic! Quizá que fuese resolución de una duda, o un pronto del pánico, Eusebio cogió por el bastidor al capitán Caimán y a la oscuridad de la noche lo arrojó con rabia humana. Morrocotudo fue el morrazo, mas amortiguado el golpe, primero en las copas y luego en el follaje bajo, recuperó pronto Caimán la apostura en la tela. Y se sintió entero. Los hilos en sus hilas. El barniz ni una grieta. Y el marco, aunque con leves desconchones, para lo que había volado estaba hecho un chaval. No podría quejarse Caimán de la suerte sufrida, si acaso, el quedar boca abajo, y sentirse traicionado, sirvió para poner pegas al milagro. Y milagro no fue porque favores adeudaba el sujeto al Tártaro. Refunfuñó Caimán miserias pese a que entre la espesura aparecieron Virtudes y Socorro y a sus grupas le echaron. Maldijo el favor, que no podría ser de otro modo, y quejando de las ancas, cuando no de la lluvia afilada, se manejaron por caminos y veredas secretas hasta que al pie de una palmera tullida hallaron La Itinerante. “¡Menos mal!” pensó Caimán cuándo por fin pudo tomar silla en un retrato ecuestre, bufó ¡Cerca! Mal estaba el asunto si el último mono de su compañía se le amotinaba. El Eusebio. Resuelto el capitán Caimán a poner las cosas en su sitio, convocó de urgencia a lo más depravado y abyecto de su sicariado. Matones de taberna, espectros translúcidos que declaraban sus mañas portando cuchillos de aliento negro en bocamangas y sombreros. Licántropos y porfiriosos. Golems y wendigos de mil 208 208


historias y mares acudirían a su reclamo. No dudó y citó. Más agudo que el silbo nocturno de una suegra emitió el volcán su canto. Órgano de catedral, plañeron los tubos y grietas la llamada. ¡Venid! ¡Venid! Decía. Venid. Ya había muchos en camino pues a mano tenían el día de Todos los Santos, y por tanto, si un alma del calado del capitán Caimán voceaba contubernio, el Mal y la Venganza, amén de sus hermanos pequeños, no dudarían en acudir. Dando vida a lo cantado por el poeta ciego los entes del Infierno, a ringo y rango, se hicieron con sitio de principales a la diestra de Caimán. El Odio, la Culpa y los Celos ocuparon sitios discretos como era su costumbre. Mentira y Vanidad, aunque presentes, buscaron no hacerse notar, todo lo contrario que la Idiocia, alma de cualquier reunión o fiesta que campó por sus respetos. A este elenco de demonios vinieron a juntarse las sencillas almas de hombres y bestezuelas que en el cumplir de su sino engrosaban las filas del Obscuro. Buena parte del Infierno, y el Purgatorio en pleno, estaba presente, atentos al capitán Caimán que a horcajadas de un hipocampo pedía por favor silencio. Silencio. Si el cantar espanta los males y el callar otorga, el mutismo es lengua franca del averno. Una simple mirada del capitán Caimán y las chivas, laboriosas y discretas, expusieron a la concurrencia buena parte de la pinacoteca del jefe. La propia. Caimán a caballo. Caimán en el pescante de una calesa, muy natural y sencillo, al ir a asaltarla. Caimán fumando ante la chimenea. Y Caimán jugando al ajedrez durante un huracán. Y metidos en motivos marineros, Caimán en el puente domando Hornos. Escalando los muros de Veracruz. Caimán comiéndose el Támesis. Caimán acogotando al Gran Mogol en la desembocadura del Yang-tze-Kiang y Caimán dando fuego a las cuatro esquinas de Madagascar. Caimán Capitán. 209 209


Quince cuadros se desplegaron para que el orador tuviese espacio. Muy de llegar a cada uno, ora desde una tela bien desde otra ¡y al tiempo! se dirigiría a la audiencia. - Hoy me pasa a mí pero mañana os puede pasar a vosotros; y si por mí fuese no dudéis que así sería -dijo soltando las riendas- Pero como hermandad sin carne somos no vendrá mal que nos apliquemos el cuento. Sí. Tengo inquilinos no deseados. - (¡¿”Abisinios” tiene Caimán?! -al final de la última sala se arrascaba la cabeza un espectro de tercera que atendía por Walpurgis Cuelgavacas- ¿Por eso lleva peluca?). - (Por eso o por algo peor -tertulia daba uno de segunda con nombre Vilgarrote¡Lo que tiene es tiña!). - (Callen que no oigo -protestó una vieja de negro- Por favor, no escucho al gran cabr… pitán. Al Gran Capitán). - (Ése sí fue grande, ves -tal que si de viejo llevasen la historia codeó Cuelgavacas al otro- Galeote fui yo en una trirreme que le llevó de Córcega a Cerdeña y por eso sé. Hasta vi. Don Gonzalo Fernández de Córdoba ¡Qué bastardo!). - ... infestadito. Sí señores ¡infestadito! Y extrajo Caimán ovación cerrada. Minimizando el problema, pese a saberlo peliagudo, vendió el capitán Caimán que era necesario darle al mundo un escarmiento ejemplificando con los boloblás, un toque de atención por la falta de respeto. Se dejaba de temer ¡Se dejaba de creer! Y así, en nada, la debacle. Ellos, los amos del limbo intermedio, abocados estarían también a desaparecer. Quizá hoy no, pero sí mañana. Quien no fuese capaz de asustar siquiera a un marido de parturienta primeriza obligado tendría el cruzar las puertas de Cerbero; y ninguno estaba dispuesto. - (Señora -susurró Vilgarrote-). 210 210


- (Diga joven). - (Son suposiciones mías, o se dijo algo acerca de servir una ronda de almas tibias). - (Sí, algo ha insinuado cuando se ha escuchado el segundo bostezo, pero de ahí a que saque habrá que estar callados). - (¿Lo ha pedido?). - (Lo pido yo). - Perdone. (Caray con la vieja). “Capitán Caimán obenque arriba con el cuchillo en la boca” siempre fue cuadro de respeto por lo fiel del brillo de los ojos; y no es de extrañar, pues quien lo pintase salvó la vida al declararse virtuoso con la paleta; y virtuoso no fue, que acabó siendo mártir. Sentado en el aparejo, y el cuchillo en la funda, solicitaba con descaro Caimán cooperación ¡Que no ayuda! Armaba razia contra los vivos y ofrecía enganche al Pandemónium. Antes que nadie pudiese generar pregunta alguna hizo señas y las chivas destaparon un tonel. ¡Almas tibias! Colmadas las copas de espiritualidad pura y espumosa se las fueron pasando de unos a otros. Tardarían en llegar al fondo, pero lo que venía, se supo at tempum. - Señora, qué ha sacado usted en claro - preguntó Cuelgavacas- Lo que todo el mundo sabe, hijo, que pierde peso el viejo Caimán y quiere relanzar su nombre y su figura. - ¿No opina usted, señora, que el capitán Caimán sea el mayor malparido que haya patroneado nunca bajel? -Vilgarrote era de ralea- Sí; sin duda. Pero sueltos no quedan ogros que aterroricen los mares. De lo que fue Caimán ya no se hace, gracias a San Gabriel. No le sonó lúgubre el retintín de la coletilla a Vilgarrote, y siendo fiesta privada para cainitas de veras se olió fuese infiltrada la mujer. Que lo era, mas no del todo, y por haber sido mala, un ejemplar, de un solo trago la señora se 211 211


pimpló las jarras de los hombres antes de engancharse a una corriente de aire y grieta arriba salir expelida a la noche. - ¿Quién era? -Cuelgavacas no por intrigado descuidaba nueva ronda- Del tirón dos seguidas, una vieja de negro, se me hace más que sospechoso. - No. Mujer fue pese al mostacho, sí. Tenía un fondo de mirada pía. ¡Vete a saber! Amanecía. Apenas les quedaba un repechito para hacer cumbre, pero sorprendidos por el astro pararon un instante a paladear la vista. Siendo hora temprana gaviotas y otras especies de mar buscaban camino del tajo plano que era el agua. Infinita y azul. Cocohú se dejó las pupilas buscando a lo lejos su isla natal, parecía factible localizarla, transparente el aire se veía bien lejos, lo bastante, para descubrir perplejo una vela en lontananza. Blanca. Reblanca y limpia como sólo los cerdos largos sabían colgar. - Qué estás mirando Cocohú. - Nada majestad. - No mientas Cocohú porque el retraérsete del belfo te delata. ¿Qué ves? - Nada… vamos, no estoy seguro. - Nada es lo que veo yo; mas veo mejor de cerca y cazé tu expresión. - Bien. Una vela. - ¡Lo sabía! ... ¡Me cago en Blas! Tampoco en este viaje podría el rey descubrir gran cosa del interior del volcán. Demandaba su reino una carrera y no despilfarró tiempo sollozando. A 212 212


sandalia perdida rompió a correr. Cocohú con gran esfuerzo ligaba su paso al paso real. Riachuelos y barrancas saltaba a una pierna Todotripa, raudo se despegó del otro y en nada lo había perdido; por algo Cocohú era Cocohú y Todotripa era Boloblás III el Cumplidor. El Rey. No pudiendo llevar el ritmo, pero queriendo llegar de una pieza, puso Cocohú trote cochinero y a tranco de resoplido siguió solo. Buena era la cadencia del paso pues tomándola por entrenamiento un lagarto monitor le seguía paralelo. No es que tuviese que apurar Felipe para mantener la marcha del humano, que era, pero a tope no iban. Zancada de cuarterón, y relamiendo el aire para oler, a ratos miraba el lagarto al frente, a ratos miraba a los lados, y a ratos, desafiante se diría, miraba directo a los ojos a Cocohú. - Qué quieres, lagarto de mierda. Me demanda mi rey y no puedo perder paso. - Sssssslurrrp. Sssssssslurrrrrp. - No me vengas a entretener, lagartijón. - Ssssslurrrrp. Ssssssslurrrrp -dijo Felipe adelantándose unos pasos con inmodestiaSssssslurrrp. Sssslurrrp. Y ya fue pique. Competitivo era Cocohú por principal, y representando género y demandado, estiró la zancada y en nada le comía la ventaja al lagarto, y con otro acelerón se adelantaba. Así fue tirando Cocohú el rato que fue camino abajo hasta llegar al boscaje de jungla. Cerrándose los caminos dejó de tener referencia de retaguardia, nada veía por detrás, ni vereda. A los ojos, a las canillas, al buche le salían ramas que siendo flagelos no permitieron que aminorase el ritmo. Y tampoco lo bajó cuando casi a su misma altura salió otra vez de la espesura el Felipe relamiéndose. 213 213


Sssssslurrrp. Sssssslurrrp. Qué cabrón. Bajito, jungladinámico, se manejaba infinitamente mejor que Cocohú en el paisaje cerrado. Llaneando un claro, que tocaba, avivó la cadencia Cocohú y con brío y poder, ¡y mirando!, sobrepasó al lagarto. Ahora sí iba a tope Cocohú, mas el Felipe no habría desbridado y cuándo hizo fue espectacular. Rebasó al hombre con un trantrán largo de cuatro patas. La plástica ¡Oh, la plástica! Agarrándose al suelo gracias a sus largas uñas, y al ondular de la panza, y al rabo que le era timón, por pura potencia, o que quisiese, bien a lo lejos se salió del sendero Felipe con un brinco mortal y entre unos arbustos rupícolas se le perdía el rastro. Hasta el punto de fractura en el camino llegó Cocohú, y ganándole la curiosidad, echó el alto a la vera de la cuneta. Nada. La jungla con sus ruidos. Aquí y allá alguna huella impresa en el remansillo de un charco nocturno. Todo tranquilo. Intentó volver a la ruta pues vadeó la cuneta para fisgar, mas le tumbó un reguero hecho barrizal, y resbalando, se deslizó por lo que podría ser el mismo camino que tomase el lagarto ¡que modelase! Tanta velocidad cogió que se salió de la huella y atrochando bravo ladera abajo, hecho pelota ora gurruño, su rodar tuvo un corte abrupto al aparecer en el terreno una brecha, ancha y honda, que nada más tragar a Cocohú se cerró. Ni ruido. - Eh. Eeeh. ¿Hay alguien ahí? En blando cayó, y al tiempo que impactaba escuchó quejido, mas al tacto y arrastrándose nada encontró. Temiendo lo peor, que el ancho del tobogán era regio, sin pensárselo un instante Cocohú sacó los útiles y se dio chisca a la barba. Ardió bien, chisporroteantes brillos estuvo echando hasta que localizó junto a una estalagmita a Todotripa, entonces se apagó los fuegos y mientras 214 214


auscultaba al rey aprovechó para chuparse las puntas quemadas. - ¡Majestad! ¡Majestad! ¿Se encuentra bien? - ¡Ayyyyy! ¿Eres tú, Cocohú? - Sí, majestad. - No sé si llevo en la misma posición dos minutos, ay, o doscientos años. O si me ha caído encima un rinoceronte enano. ¡Ay, qué dolor! - ¿Cayó también usted? - Sí, pero en duro; y no jodiendo a nadie. Repasándose las costillas halló Todotripa una herida de la caída en la cual no había reparado quizá por estar recién servida. Por lo menos empapado tenía el costado, tibio el flujo, y oliendo cobre, sólo sangre podría ser. Lamentó entonces Todotripa su mala fortuna al ir a espicharla en las tripas de la tierra. ¡Él, tragón, moriría engullido! Al oír que se le moría el rey, mano echó Cocohú de nuevo a la chisca y se encendió la barba. Al iluminar en derredor ahora, pudieron comprobar que estaban en una sala amplia, tan amplia, que tuvo que correr como loco Cocohú para rentabilizar la pelambre que le quedaba. Lejos del sitio donde cayese encontró una boca que serpenteaba galería, consumió el pelo en el regreso y al llegar ante su majestad informó. Pero el rey no estaba para cuentas al seguir quejando grave mientras se palpaba el costado. Así que Cocohú volvió a sacar la pirita y se pegó fuego a los pelos de la cabeza. Largo, redondo, a veces se estrechaba y otras aparentaba ensancharse un poco, pero el túnel era continuo. Subía, bajaba, volvía a subir y volvía a bajar. De imprevisto pegaba un bandazo a la derecha como a la izquierda, mas no ofrecía ninguna alternativa hasta que tras mucho correr quiso percibir que daría a otra sala. Y salió. Pero a la misma. Todotripa yacía en el centro y quejaba. Y él echaba humos. 215 215


- ¡Majestad! - ¡Ay, Cocohú, ay! No corras tanto que haces corriente y por fría siento a la Muerte. ¿Dónde fuiste que en tu salida te llevaste el aire y ahora lo traes? - No sé, la verdad. Corrí, corrí, corrí y no he llegado a ningún fin. ¡Aquí! - Cada día más inútil. Ahora no sabes ni ir todo recto. No teniendo explicación el caso se avivó de nuevo la mata, y corre que te corre, intentando quedarse con alguna muesca del tubular andurrial, fue a desembocar esta vez a otra sala que sin embargo volvió a ser la misma. ¡Imposible! ¿O no? Escamado, que brújula le era la sangre, quiso ver un matiz extraño en la situación. Y necesitando tiempo para pensar, y no queriendo quedarse mondo, se apagó. Luz. Luz para el asunto y para sí, así que sin urgencia, encontró que de lo poco que tenía para arder eran los sayos; los suyos y los de Todotripa. Obvio que los propios fueron los primeros hilos en arder, los lió en el cuchillo y flamígeros alumbraron. El rey. El túnel. Él. Salir. Entrar. Y una única dirección. ……… ¡Imposible! - ¿Qué tal, majestad? - Igual que hace un rato. Me duele hasta la raíz de las pestañas. - Y la herida ¿ha dejado de sangrar? - Sí... Creo que ha sangrado todo lo que tenía que sangrar. - ¿Le duele ahora? 216 216


- No. Sigo sin notar. - ¿Quiere que le eche un vistazo al desgarrón? - No Cocohú, no. No, porque temo halles algo que te duela más a ti que a mí. - Soy fuerte, majestad. Y fiel. - Sé. Pero si después de tanto trote que te has pegado, te digo que no es sangre, te pondrás de mil humores. - ¡Majestad, mi alegría sería inmensa! - ¿Y si te dijese que lo que me mana del costado son los sesos que almacenaba en el buche? - ¡Por favor, majestad! - Bueno, viendo que eres leal te diré que ni lo uno ni lo otro. No es sangre mía, vamos, ni sé si es sangre o qué es. Ahora pienso que pudiese ser el jugo vital del pájaro sobre el que, sin querer, he debido caer. Palpándome el culo he encontrado unas plumas y por eso he desistido de quejar. Sin más que decir, y que por zarandeado Cocohú se sentía mijita molesto, anunció que intentaría por última vez desvelar el misterio del túnel. Desnudo, se adentró galería adelante con paso reposado y el vello de punta. ¿Corriente? Si hubiese corriente habría adónde ir. A cada diez o doce pasos escupió referencia, y seco, que ni gallo le cacarearía la mañana, volvió a salir, sí, a la misma sala. - ¡¡Majestad!! - ¡¿Qué coño quieres que no dejas de entrar y salir?! ¡Estate quieto! - ... Majestad. - Dime. - Su ropa. No puede tenerla puesta si la llevo yo debajo del brazo. 217 217


- ... ¿Cómo? - Que me acaba de dar usted mismo la ropa que lleva puesta. Y ve -enseñó- bajo el brazo la traigo. - Pues no he sido yo porque sería lo último que haría. ¿No habrás fumado ganjah? - No majestad. No estando la cosa tan crítica. - ¿Seguro que era yo? - Seguro. - Bueno, vale, entonces hay que quitársela. Al decir, y hacer, por arte de encanto se trocó su majestad Boloblás III el Cumplidor en Felipe, el lagarto. Ssssslurrrp, Sssslurrrp, reiría u olería, y a toda velocidad, dejando epatado al pobre Cocohú, salió chillando uñas por el transitado túnel. Cuando pudo recobrarse, Cocohú marchó en pos del maldito con furia desmedida, y pese a correr más rápido de lo que pudiese haber corrido nunca un sirviente en busca de Santos Óleos para el amo, no logró cogerlo. Ni ver, porque al salir a la sala, ¡la de siempre!, le aguardaba en pelotas el rey. - Y bien, ¿resolviste el misterio? - ... No majestad. Se agrava. - ¿Y eso por qué? - Hay alguien, algo, que se intenta hacer pasar por usted. ¡Un demonio! - ¿Demonio? ¡Ja! No hay demonio que pueda compararse conmigo. Tendrías que saberlo. - ... mmmm... ¿No vio salir antes de mí a nadie? - Nadie. Gastar a lo tonto sería de necios, así que antes de apagar las mechas, y 218 218


sabiendo que sin luz se quedaría el rey posiblemente frito, aún a sabiendas de la respuesta, ofreció por deber y cortesía un traguito de agua de coco, que rebuscando sediento, sacó de la calabaza. Cocohú de ordinario libaría de espaldas al rey para no revolverle las tripas, pero éste, sorprendiendo, puso buena cara al ofrecimiento y se relamió, ssssslurrrp, ssslurrrrp, antes de convertirse otra vez en lagarto y enfilar para el túnel entre risas y arañazos. Felipe, un mal bicho. Puesto en trance de volverse loco, a medio camino de estarlo, pudo agarrar tras un sprint de laureles la cola del lagarto. La cabeza la tenía dentro del túnel y para extraerlo tiró Titagolda con todas sus fuerzas. Fuerte, fuerte tiró para llevarlo a los medios y allí hacerlo suyo. Asido del rabo lo hizo girar y girar, girar y girar, hasta que considerando que llevaría buena hostia lo dejó volar al cinético albedrío y fue a chocar contra una pared. Lejos de despachurrarse Felipe abrió agujero, negro durante un cacho, acababa siendo verde follaje pues la jungla velaba la luz del sol. Al asomarse entre unas hojas, que cayeron a ser chiragüitos, Titagolda divisó en la distancia al rey corriendo desnudo, y más lejos, otro rey, aunque vestido, llevaba igualmente la dirección. Llevaban. Corre que te corre se tiró Cocohú abriendo surco al campo hasta que halló sendero. Todotripa, el verdadero, quedó en que dejaba rezagado a Cocohú, mas por el rumor vivo de la selva, el constante crujir de la propia tierra que rodaba rocas, algo barruntaba en retaguardia y apretando el paso iba. Trecho le quedaría todavía hasta un vado sencillo, que seguido, y bordeando la ciénaga, venía a ofrecer un tramo cuesta abajo que enlazaba con el camino directo a Bahía Comilona. Mas antes se produciría lo que sigue pues fue en el citado vado dónde un monarca dio alcance al otro. Bebía uno, y aprovechando que lamía directo del 219 219


arroyo, cogió el segundo un peñasco del cauce e intenciones esbozó de aplastarle al gemelo la quijotera contra el lecho, mas no pudo, no, porque la enorme humanidad que era Cocohú se abalanzó desde atrás y lo arrolló. Al rey, el fetén, aunque le bufó la acción al oído no se enteró de nada porque fueron a caer por el impulso a una poza cercana. Presto a reanudar la marcha estaba Todotripa, cuando con gran estruendo salieron de la charca Cocohú y Felipe dándose en abrazo singular los peores amores. Mondos, desnudos, parecían un único bicho. Lo parecieron a ojos del soberano hasta que con un certero bocado en el cuello Cocohú dejaba inerte al lagarto. - ¡Cocohú! - ¡Majestad! - ¡Vaya pinta de jabalín recién pelado! - Verá majestad... - Ni verá, ni el cordel del embutido, Cocohú. Date una carrera hasta la playa y di que se vayan emplatando las tajadas que yo ya voy para allá. Anda, corre, corre cómo nunca hayas corrido porque te veo fresco tras el baño; mira, así podré yo recuperar unas pocas fuerzas, que derrengado, ni hambre exhibe uno ¿no crees? - ... Pero majestad... - Cocohú, por favor, no me cuentes ahora y corre. Corre cómo nunca has corrido; ni corras. Mandato, ruego, corrió cómo nunca había corrido ni iba a correr más. Palabra, así se las prometió. Tomaba por la nariz y exhalaba por la comisura de la boca, de tal manera, que si fuese oído, y visto fugazmente al paso, quien se ofreciese testigo bien podría jurar que ante él cruzó un ciervo o un nahual que no mentiría por ello, mentiría porque todo el mundo estaba en la playa durmiendo la noche de fiesta, vamos, fingiendo duermevela puesto que los más zurriagos al verle llegar 220 220


levantaron y reanudaron los cánticos sin esfuerzo. Tenía el sol bajo su ala toda la isla y el océano, pero aún quedaba lejos de la vista la vela que motivase la carrera, mas se vería, así que con premura Cocohú trasmitió las órdenes regias. Desmontada se trajo desde Ohe-Ohe la mesa de los festines. Dos docenas de borriquetas y la mitad de tableros hacían cuerpo que cubrir con mantel, y por grande, y desiguales las planchas, arropaban la madera con vivos colores los topos, las rayas, las flores, las ondas, u el liso blanco y uniforme. Dando más filetes de lo previsto se las ingeniaron los cocineros para ir montando el pescado en hojas de platanero; rebosaba la mesa. Varios operarios únicamente se dedicaban a espantar moscas, otro par sazonaba a mano suelta, quien acarrease del horno a la mesa panes de varias levaduras, las ensaladas, frutas, lo de limpiarse los morros, los cuchillos, pinzas y tenazas. Y vino, mucho vino. Y cuencos de barro para dejar espinas, huesos y cascarrias. ¡No quedó ni sitio para poner los codos! - Vaya Cocohú, veo que te has dado prisa -dijo Todotripa desde lejos- ¿Se han hecho los cánticos y las ofrendas de rigor? - Sí majestad. A sus antepasados. Al Sol y a la Luna. Al mar y a las estrellas. A los peces. Ah, y a san Genarín. - Aunque sé que adeptos tiene, que te conste que no es de nuestro panteón. Y otra cosa, cómo que has puesto tanto amuleto rodeando el sitio. - Me atacó un lagarto, majestad, que se hacía pasar por vos. - Entiendo que creas que está todo hecho y te des al bebercio, pero todavía está por ver que tiempo dé a comerme el pez. Cocohú, por favor, un tantito de sobriedad. - ¡Vela! ¡Vela! ¡Vela! -desde el púlpito de una roca se voceó- ¡Vela a lo lejos! ¡¡Vela, majestad!! 221 221


- Lo nuestro es mala suerte -suspiró Cocohú- Na. No te preocupes. Déjalo en mis fauces porque me voy a ganar el sueldo, pero por si no fueran, vamos, por si lo fuesen, salte en la canoa con unos bravos al encuentro y me los retrasas todo lo que puedas. - ... Majestad -no necesitaba más explicacionesA la mesa, siendo rito, sólo sentaba Todotripa; en derredor tenía a los boloblás, eso sí. Bien cocido el pescado y el público, al primer bocado la gente batió palmas y entre mordida y trago se debió el rey y saludó. Recíproca, la muchedumbre que portaba brindó con ganas. Concentrado en lo suyo el soberano no atendería, no escucharía los chismes y apuestas que se cruzaban los súbditos. ¿Lo conseguiría? Banca era Bienancho y respondía con los bienes de palacio a quien quisiese; que no eran pocos. Gorjeante y campanuda se convirtió la zarabanda a espaldas de Todotripa, y aunque por masticar a ritmo constante no estaba en lo que sucedía, al ser gente de Rasamora la que le rodease se sintió intranquilo. - ... ñam-ñam... Bienancho... glup... ñam ñam... acércate un momento. - Majestad. - ¿Se apuesta? - Sí. - ¿A favor o en contra? ... ñam... - Hasta a colocado. - ¿Y se hace par? - Se hace. No se preocupe usted por esas cosas y céntrese en el pez. - ... ñam ñam... ¿Cuántos se han ido al final con Cocohú? - Media fratría. - ... ñam. Glup. - Si le parece que queda desguarnecida la playa mando armar a viejos y niños. - No... ñam, ñam... no. Retira a los centinelas que tengamos destacados en la 222 222


ribera de la jungla y que vayan a presentar lanzas a la playa. Ah, y que se lleven los amuletos. - Unos cuántos ¿no? - No Bienancho. Todos. Toda la tropa y todos los amuletos. Cocohú no era miedoso, no, y precavido que también era, si había dejado dispuesto que se custodiase el flanco trasero hasta con amuletos sería por algo. Algo debía saber Cocohú que no supiese Bienancho, algo gordo y serio para también mandar aderezar una tajada de pez luna con pulpa de coco amargo, algo, vital, para osar jugársela así con su majestad Boloblás III el Cumplidor. Sobre sospecha estaba Cocohú y puso en ella también a Bienancho, así que demoró éste unos instantes el cumplimiento de la orden por si entretanto, cómo fue, el soberano daba diente a la pieza marcada y se delataba. Sssslurrrp, Sssslurrrrp, hizo. Siendo un rayo saltó desde segunda fila un encapuchado que resultó ser Cocohú; mandó salir a la flotilla al parecer buena idea, sí, y él iría, también, sí, pero, siempre y cuando Todotripa, si lo fuese, no tuviese a malas el que le hubiese puesto a prueba. Galimatías de palabra, le fue bien fácil entender a Bienancho cuando el rey resultó ser un lagarto. Corrió el animal por la playa levantando polvareda, y tras él, cuchillo en mano, Cocohú gritaba. Desdeñoso de recibir ayuda era cosa personal el acabar con Felipe. Corrió, corrió y corrió. Fue acorralando al bicho hasta que con auxilio de la gente quedaron ambos atrapados en un rondo compacto. Tuvo que verse en mal punto el lagarto pues levantó la defensa y puso su rabo a trabajar. Lagarto de mil ardides estiraba la piel de las branquias para acojonar con la gorguera, y su saliva, de largo la peor ponzoña que gastaba, no cejó de esparcir a granel. Y relamerse. Sssslurrrp, ssssslurrrp. Contuvo, cuando no abortó, los rápidos ataques que le practicó Cocohú. Era 223 223


lagarto artero y tras cada acometida, en formato contraataque, también él echaba el cuello para alante e intentaba hacer daño. Rival resultó ser el bicho hasta que inteligente y rápido, depredador, fintó a un lado Cocohú para acabar tirando al otro, y sorprendiendo, hundir el cuchillo hasta el mango. - ¡¡Cocohú!! -rompió el silencio y el anillo otro monarca a gritos- ¡Cocohú ¿Así cumples mis órdenes?! Me descuido y me vuelves a montar reptilomaquia. Al no ser la primera vez en el día que un rey le demandaba a voces no tomó en cuenta el timbre. Cocohú hizo oídos sordos a las amenazas, y sin dejarse intimidar por los gritos y ascos, obligó directamente al rey a beber leche de coco. Y se opuso el otro. Con todas sus fuerzas, pero enajenado de celo, y con ayuda de los de Rasamora, bebió a la fuerza Todotripa. Veneno le era, y sabido, así que cuando empezó a vomitar el alma y los calostros, confirmando cuna, Cocohú dejó dicho que en su nombre comentasen al rey que él iba a ganar tiempo para la causa y ahora no podía dilapidar dando disculpas. Implorándolas. - Dónde va ese desgraciado antes que pueda hacerle pagar las papillas ¡Dónde va! -exigía entre estertores el rey noticias- Bienancho ¿Qué ha pasado aquí? - No huye majestad. De buena ley va a ganar tiempo. Dejadme que os cuente lo poco que he entendido. Puesto al tanto mantuvo en su puesto a los centinelas de retaguardia y ordenó limpiar sin demora las partes que hubiese toqueteado el bicho. Él mismo, tal que ya, se iba a poner a zampar. Sabía lo de la vela. Y el trajín que se traía Cocohú con el lagarto. Y que algunas Casas estaban jugando con descaro a la contra. Todo sabía, y todo creía que tendría reparo si conseguía concentrarse en el pez. Hambre tenía, y mucha, pero achicaba la entraña tanto plato con vaya usted a saber qué sazón; buscando explicación a lo variado de los aromas que percibía descubrió que los responsables eran tres cocineros, afines al malévolo 224 224


Jamabuensaque, que taimados y discretos habían conseguido infiltrarse entre el servicio del banquete. No le iban a poner fácil la digestión. Lo supo al calar en la primera tajada el sutil sabor de la cayena macerada con pólvora azul, y en otras piezas, que empezó tratando a catas, distinguió trazos de purgantes y revolcaderas, condimentos todos ellos puestos al peor servicio. Jamabuensaque reía sin recato, cierto que en trance se caía durante el rito y quedaba aislado uno en la mesa; veía, mas no oía; comprendía, mas no entendía lo que se gritaban unas caras a otras porque con el masticar, y los calores que trepaban del esófago a la boca, y de ahí a los tímpanos, se le tenía sordo a su majestad. Una tapia. A la cara le gritaba Bienancho cada dos por cuatro lo que pasaba en la mar y en la playa, y por abstraído en lo suyo, sólo veía Todotripa encresparse lo ánimos. Lima que era no le importó que los bandos llegasen a tirarse flores y ramas, cocos, y mientras él se acondicionaba la traquea con vino, llegaban a las manos. Rularon los boloblás a tortazos en torno al rey. A flechada y media de la playa aguardaba la flotilla de guerreros. Cocohú, en previsión de lo que le pasase, había repartido tareas y deberes entre sus bravos, mas rogó que esperasen por si pudiese retornar con ellos para juntos montar gesta que cantar. Sería su acto machada pues enfrentarse a pelo con un barco artillado por los cerdos largos se sabía desatino. Y esperaban. ¡Toma, cómo tontos! Con buena boga se les acercó en la canoa Cocohú, y con un escueto “¡Seguidme!” dio arrancada a la acción. Dándole a la pala con ritmo de cantinela se avanzaba rápido, mas impuso tal cadencia Cocohú que ni tararear fue posible. Menos mal que ayudaba el rebufo de la marea baja y salir del arrecife se hacía sencillo, jugaban a las proas delfines listados considerándoles por una vez dignos. 225 225


- ¡Capitán, capitán! -gritó desde la cofa el vigía del barco que se acercaba a Barrena- Larga, centinela. - Capitán. Tres docenas de canoas nativas se nos vienen encima. - ¿En flecha o al barullo? - En abanico, se acaban de desplegar y cubren la boca de la bahía. Y siguen abriendo. - ¿Cuándo caerán a tiro? - Aún están lejos. Una ampolleta diría yo; media. - Bien. Tenme al tanto. ¡Artillero! - Ése soy yo. - Si se da el caso, a mi seña, quiero que barras el sotavento entre las doce y las dos; más no. Sin otra orden has de mantenerme abierta la franja horaria. - Hecho. - ¡Gaviero! - Sí capitán. - Pues tú nada. A tus trapos. Sigue recogiendo. Cocohú tenía un plan sencillo y sacrificado. Portaban todas las canoas dos ánforas con un codo de fuego grecoboloblás: aceite de roca, cal viva, salitre y unas hojas de menta. Inestable el producto, ellos, y el ataque, el plan consistía en llevar el fuego en persona al barco y extenderlo a la cubierta, las tripas, y las velas, que reblancas y relimpias, levantaban no se sabía la razón un odio atávico en los boloblás. Blanco de sus flechas o teas, cuando estaban de revuelta, lo primero, las velas.

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CAPÍTULO XIV

LAS TRIPAS DE BARRENA

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Gritando las órdenes desde la toldilla, previsible que el timonel apoyase el subconsciente en la rueda, y ésta, leve, pero sugerente, insinuase a quien el surco estuviese observando que ésa sería la intención. Bien a lo lejos pudo entenderlo Cocohú y a voces demandó se concentrasen efectivos en tal punto. Rápidas, manejables, las canoas cogieron transversales las olas y prestas hicieron piña. Entonces el barco tomó barlovento y con toda limpieza esquivó a los nativos. Los dejó a un lado e hizo maniobras la nave para seguir arriando trapo y tomar la bahía con un caprichoso viraje, que bobalicón él, coincidía con el canal que atravesaba el arrecife coralino de punta a punta. La Psiconauta ¿Quién si no? Corcovado estudió los mapas hasta necesitar quevedos. Familiarizado con las colonias de lapas y erizos bien medida llevaba la embarcación para que no se arañase el casco. Suave, a toque vaselina, salía del canal a fondo la Psiconauta y era señora de la bahía. Por pura inercia, y precavidos, fondearon a distancia conveniente. Desde la cofa Congrio escrutó a catalejo. Cantaba a la borda cambios o añadidos que pudiese apreciar, y pese a abundantes, de lo que le pidieron diese reseña cuidada fue del sarao que tenían montado los boloblás en la playa; por fiesta se tomó al saber del carácter alegre y pendenciero de esta gente, y viendo que uno comía, otros bebían, y muchos más se partían la cara, por jolgorio de onomástica lo hubiese tomado el grumete de no pedírsele los pormenores. 228 228


Después de detallar lo que se veía a catalejo el capitán Verrugo y su consejo reunieron en un aparte en la toldilla. Claro estaba que el rey iba tachando cláusulas del contrato, y de llegar a rebañar las espinas, no cabría la menor duda que difícil sería erradicar a los boloblás de la isla. Se enquistarían en cuevas y manglares y echarlos sería un suplicio; cosa de meses, cuando no de años o de toda la vida. - ¡Artillero! - Capitán. - Mándame a tomar viento la cuchipanda que tienen abierta. - Capitán -tímido objetó Sacromonte- No sé si lo recuerda, pero han cantado presencia de mujeres, niños y abuelos. - ¡No te jode! Y aquí. Tú no te preocupes, Sacromonte, por la cuenta que les trae oirán el silbo del proyectil, pero si te incomoda, deja dos o tres cañonazos cortos para que ellos mismos calculen la progresión y pongan distancia. Y no fueron un par. Dispuso Sacromonte el trabajo de las cureñas para que una tras otra fuesen marcando a riel la andanada. Hasta el más sandio de los boloblás leyó que el bombardeo apuntaba a la mesa regia, y seguro el impacto, abrieron círculo bien hermoso para que no les alcanzasen cascotes ni metralla. Cuando cogió diana el proyectil saltó por un lado Todotripa y por otro la mesa hecha viruta. Y por si el rey levantaba con encrespado espíritu, también se lanzó carga a los costados y al fondo de la playa dando a entender que todo caía al alcance, y por el bien de todos, su bien, se abstuviesen de moverse no mediando más mensaje cifrado. - Portento. - Sí, Verrugo. - Cógete a unos cuántos y fija un amarradero. Ah, y sin excesos, estoy en que aún estamos a tiempo para hacerlo por lo legal. 229 229


- Se hará lo que se pueda. - No. Se hará. Sin desparramar; que ha sido retornar y te vuelve el brillo negro a los ojos. Llévate a Bulín, Portento. Muy capaz era Portento de bajar a tierra, y sólo por los viejos tiempos, dar despacho a la docena, por eso con él iba Bulín, para que se impusiesen las palabras a los aceros y se pudiese lograr un acercamiento civilizado. Partieron con premisa de no cruzar disparo de no darse pie, pero dándose, lo más bizarro de la Psiconauta colgaba fusil, pistolas y sable. Llegaron a la playa sin encontrar resistencia ni almas, sólo el rey inconsciente, los demás, incluido Cocohú, se fueron escabullendo poco a poco mientras se acercaba el bote. Puso Portento pie en tierra y besó el suelo. Se revolcó en la arenilla celebrando su retorno a Barrena ¡Cinco años! Corrió la playa fingiendo ser ave que despega, y de tanto en tanto volvía a la orilla para respirar directamente de las olas, mientras, gestionaba Bulín unos maderos para reparar los desperfectos del muelle e hizo señas a la nave para que empezasen a desembarcar. La cosa estaba tranquila, con el soberano en su poder no osarían los boloblás comportarse hostiles. Pero por si acaso, dispuso Bulín lazos de amistad en formato vino tinto a lo largo de la invisible línea de roce. Desconfiados, mas con ganas, no tardaron en volver a aparecer los boloblás para agenciarse tan generoso presente. Recién traídos del universo de los cerdos largos los caldos de la distensión atrajeron sus adeptos e hicieron menester. Volvió la gente a empinar como antes de llegar ellos, y aunque la fiesta hubiese tenido una orientación muy distinta, y un parón, se retomó con nuevo lema, se trocó el canto ritual por loas de bienvenida, las coronas de flores se confeccionaron tamaño cuello, y el baile rítmico y serio que reproducía los movimientos celestes se hizo despiporre. 230 230


- Portento, deja de hacer el bufón. - No puedo. Soy víctima de mis pasiones y estos condenados baten que se van los pies solos -se unía Portento a la conga- Se lo diré a Verrugo. - Bien lo sabe, Bulín, porque nos está mirando. Y era verdad. No perdía sombra el capitán de lo que acontecía en la playa, y aunque algo esperaba, algo encarnizado y tremendo, le pareció ideal que sus hombres hiciesen propia la fiesta y confraternizasen con los boloblás. Lazos había, y buenos... y malos también, sí, pero dentro de lo posible siempre fueron dadivosos de alcoholes y vicios y poso de afecto existía; a sus verbenas. Partícipes de una fiesta que empezaron ellos mismos y espolearon los otros, los boloblás, gustosos, comenzaron a acondicionar el lugar. Apartaban trastos, preparaban nuevos guisos, cantaban, bebían, bailaban sin parar pues estaban para celebrar. ¡Y se debían! - Capitán, ¿Podemos bajar? -Patata preguntó en nombre de los críos- En estos primeros no, Patata. Esperad a que esté segura la playa y luego, si quieres, te llevas la banda a explorar la isla. Acarreando los fardos alegremente cantaban los boloblás. Iban y venían las canoas de la playa al barco o viceversa. Cierto que más bultos y cajas descargaron que lo que subieron, pero como tampoco era rasguño el quebranto que había sufrido la Psiconauta cruzando el océano, también ésta necesitaba sus cuidados, así que al tran-tran de aliviar la bodega se trabajaba para encarar de popa el caño que entraba en tierra. Al tiempo, baúles, cajones y barricas se iban acumulando en la playa. ¡Los sueños! Custodio de todos ellos se bastaba Bulín, que diligente, y libreta de asentador en mano, repartía por la arena las entrañas de los viajes construyendo a la vez fortín provisional. 231 231


- Capitán, ¿Podemos bajar ya? - No, Rastrojo, no. Aún no podéis. - ¿Y en el siguiente? -intervino también Herejía- No seáis pesados porque noche haremos en el barco. ¡Mañana! Buff. Toda la tarde y toda la noche aún les quedaba para que llegase el alba. Y la isla enfrente. Las señoras y los críos bien podrían esperar porque no habiendo pisado no echaban de menos, pero Patata, ay Patata, Patata enroscó el morro y se encaramó a la cofa para no hablar con nadie. ¡Ni con los boloblás! Desde luego que la hechicera y Úrsula adivinaron que era por seguridad, pero motivos tampoco les faltaban a ellas para cantar frescas, y por no hacerlo, bajaron al camarote para ir preparando sus cosas. No asistirían a la bacanal; que iba tomando todo el aspecto el asunto en la playa. - ¿Y bien? -tras la espantada de las señoras Verrugo buscó explicación- Tuya es la palabra; tú sancionaste. - Acaso dije mal, Corcovado. Hemos quedado en que lo que vayan a intentar lo intentarán esta noche. - Sí. Hemos dicho. Pero no estaría de más que los chicos bajasen a trotar la arena un rato. - Decir a la noche es decir a la tarde. Y de la tarde a ya es sólo cosa de plantearlo; en cualquier momento. Hasta que no metamos mañana en el caño la nave mejor que no bajen. De cualquier lugar puede venir el peligro. - Tuya es la potestad que eres el capitán. Del monto total de lo descargado, la mayoría, los sueños, quedaban estancados en la arena, mas bultos y petates con viandas, vajillas y aperos, y demás cachivaches varios, se fueron repartiendo también por las distintas chozas y hogueras. El grueso, el castillo hecho con cajas, sería empalizada perfecta 232 232


desde la que defenderse durante la noche si quedase cosa de replegarse; que ésa fue la obsesión del arquitecto asentador. - Portento, ¿Has aleccionado a los tuyos? - Que te encomendasen acompañarme no significaba que vinieses a supervisar. - Ni lo pretendo. - Así lo quiero creer, Bulín. Sí, tengo cubierta la playa y las chozas. No se moverá un mustélido sin que yo lo sepa. - ¿Y la jungla? - En persona la vigilaré. - Ja. - ¡Bulín! - No es desafío Portento, te conozco y sé que acabarás por descuidar; te va a ti mucho la farra, y si mal viene por ahí, no tendremos forma de prevenir. Cosa de Portento sería dar la cara a cualquier imprevisto durante la noche. Se brindaba sin reparos, pero no había tripulante que no estuviese a la que salte, atento a cualquier gesto del viejo, que aunque aparentemente beodo, escrutaba los rostros de los boloblás intentando adelantarse a sus pensamientos. Discriminando las caras halló las de muchos bravos que esperaba, mas no las de los más osados que bien conocía también. Cocohú y los pretorianos del rey, que de no haberla cascado en el ínterin de los cinco años, sin lugar a dudas habrían estado presentes. ¿Dónde estarían? ¿Qué tramarían? Quizá Boloblás III el Cumplidor supiese. Empezaba a despertar del zambombazo y por sonado tomaba mansamente la conciencia. Miraba los fuegos y a los hombres que hacían corro, cerdos largos y boloblás, que ebrios y compadres, compartían lumbres ante el inicio de la noche. Sí, corrió el sol, y pese a aturdido por el timbre que le persistía, poco a poco también el monarca recuperaba el apetito. - Sé que me oyes Todotripa; te he visto dilatar los hollares y relamerte -dijo 233 233


Portento tomando de la hoguera astilla para la pipaSí. Somos nosotros. Ya estamos aquí. ¿Dudaste de nuestra palabra? - La verdad, sí -al tiempo que respondía exigía que le cortasen las ligaduras de las muñecas- Me habéis cogido por los pelos. - Por los pelos no, majestad -manejó Bulín con delicadeza el cuchillo- si ahogándose estuviese, por la cabellera no habría forma humana de mantenerlo a flote. Morenote y sano tal le dejé. - Gracias doctor Aguiloche, sabed que vuestra habitación de estudio en palacio sigue incólume; siempre a disposición con todos los trastos. - ¡Por la pastilla de jabón, cuánto pasteleo! -asqueado Portento hizo voluta- No le des tanta coba que casi nos quita la isla, Bulín. - Está por comprobar todavía que hayáis traído todo lo de la lista; hasta la ristra de ajos que os encargó mi cocinero. Sabiendo, que se había punteado, rieron Bulín y Portento. Además de brebaje para el gañote le ofrecieron a Todotripa un pote de cocochas con almejas, y una empanada de congrio y cabracho que era de merecer. Bulín pretendía emborrachar al rey con sabores, saturarle las papilas con excelencias de Blasfemo, para que se dejasen de revueltas y reclamaciones y por la mañana, candongos, se fuesen templaditos de regreso a Ohe-Ohe; como siempre hicieron las embajadas boloblás; por muy numerosas que fuesen. La fiesta, para lo visto en Barrena, era tranquila. Se bebía, se bailaba, se gritaba, y a ratos tardíos, se disparaba al aire. Lejos estaban de las tumultuosas parrandas en las que, de puro ebrios, organizasen concursos de arrojar a mano grumetes, o carreras por la playa llevando a lomos los esquifes. Campeonatos de comer erizos, peleas entre cangrejos, apuestas que se cruzaban por cualquier estrambótico motivo, y eso sí, risas ¡risotadas! que tenían en vigilia a los peces 234 234


hasta bien entrada la mañana. Esta fiesta resultaba cuasi sepulcral. Comedida. Fiesta de medio pelo para quien supiese de festejos y festejar. Y Todotripa era maestro. - ¿Acaso esperáis que se levanten? -doble sentido tenían las palabras del rey al estar su pueblo evidentemente tumbado- Aunque vuestra gente beba y se divierta, se nota que no están del todo en lo que están. No desparraman lo que se supondría tras tamaña travesía. ¡Mirad los míos cómo se aplican y vienen de los alrededores! - No esperamos nada, Boloblás -tampoco adolecieron de lenguaje mudo las palabras de Portento- Sería de descerebrados intentar nada estando en nuestras manos su soberano. - Algo tememos, sí -ahí estaba Bulín- ¿De mí? - De usted no, desde luego -dijo Bulín con sinceridad- Se teme un golpe de mano por parte de los suyos. - Más que de los míos, sería de los que están contra mí de los que habría que recelar; que también tengo. Si mi seguridad es la vuestra, mantenedme vigilados a Jamabuensaque y sus acólitos. Estando más al tanto de las cosas de palacio Bulín puso en antecedentes a Portento. Señaló entre los congregados a los que hacía referencia Todotripa, y no tuvo reparos el viejo para mediante señas poner alguien a ello. - Por cierto, cómo le anda el serrallo y los hijos, majestad. - Las mujeres bien, Bulín. Los hijos por ahí corren -indiferente señaló- ¿Y el heredero? -bien recordaba al pieza Portento- Dónde tienes al golfo del heredero, pues que yo recuerde, desde que se destetó no ha faltado a ningún velorrio. - Muerto en vida está -dijo el rey tal chisme viejo- Al haber celebrado las 235 235


exequias antes de tiempo ahora me encuentro con el papelón de darle la noticia a la madre; la resurrección. - Vaya dramón guapo -al no ser el primer caso documentado en el archipiélago Bulín se puso en el lugar- ¿También vais a tener que nombrar heredero entre los hijos crecidos? - No. De lo malo-malo me libró del engorro fraticida el bueno de Titalonga, me hizo ahijar a su hijo; que ahora lo es mío. - ¿Su hijo?... -dudó BulínNo me diga que ahora el otro elemento lleva el anillo de su Casa. Y dónde está. - No sé, la verdad. - ¿Y el padre?; el ex. - De ése sí puedo dar referencia porque con mis propias manos maté. Bulín lamentó la pérdida al conocer al finado y saber de su honestidad, pero Portento rió. - Y ustedes qué, ¿también han matado a su capitán y han nombrado otro? - No majestad. El capitán Verrugo espera al día para hacer el desembarco oficial y presentarle los respetos. - Ustedes sí que siempre han sido gente civilizada -dijo Todotripa levantando la jarra y conminando al brindis. Disciplinados que eran los boloblás a la hora de celebrar, levantaron las copas y bebieron. Un relativo poder aún tenía el rey y el pueril gesto era refrendo. No era mala idea dejarlo también con custodio fijo, y siendo ellos los mejores, repartieron las últimas prendas y sentaron para no moverse hasta llegado el alba. Así lo entendió el rey, quien, a su vez, dejó dichos un par de mandados vacuos y sentó al lado. Aparentemente se trataban iguales, por comedidos y sujetos los gestos nada desvelarían a quien mirase; bien fuese desde los fuegos cercanos, la enmarañada jungla o la distante Psiconauta, desde 236 236


la cual, por cierto, se les seguía escrutando a catalejo. Continuaba Congrio en la cofa y detallaba lo que junto a las hogueras sucedía. Tizón, Matute y la segunda oleada de asalto aguardaban con el equipo dispuesto junto a la borda. La montaban, misión suya sería desembarcar al primer movimiento hostil y recuperar a los de tierra, y una vez en el barco, de regreso, se encargaría Sacromonte de dar revancha a cañonazos. La gente que desembarcó era señuelo, y para tal debían en la medida de lo posible mostrarse descuidados, dar pie, tentar, para ver si puesta la mano entre los dientes del caníbal éste mordía o no, y aunque un poco arcaico, en la dilatada experiencia y trato del capitán Verrugo con las gentes de estos mares, se declaró el único test fiable. Firme lo sostenía Verrugo, y pese a convencido, cuando trenzaba una trampa tan sutil siempre le asaltaba la comezón de la duda, y sin decir, deshojaba la margarita dando tumbos por la popa. Resonaba el deambular en toda la nave al no distraer el aire un gualdrapeo. Pesado, sofocante, en la noche tensa el único sin oficio concreto seguía siendo el capitán Silverio, y atraído a la zancada, que del todo estaba recuperado, apareció de buenas a primeras en cubierta. Cogido gusto al oficio de casero se apoyó prepotente con los codos en la baranda. Empopada la nave al caño el puente ofrecía las mejores vistas. ¿Y dónde mejor fumar una pipa? Dónde mejores compañías, que fiel al timón permanecía Corcovado, y por saber de su antiguo y noble oficio de capitán mercante, entre tanta inmundicia pirata, consideraba Silverio Tuerto de rango y confianza para hablar sueltecito. - Y dígame don Corcovado, cree usted que habrá merecido cruzar el mundo para fondear ante una isla sobradita de antropófagos. - Por venir y fondear nada más no, ahora, sé reconocer el mérito y digo que el viaje merece la pena si luego uno puede contar que cenó entre caníbales y no fue postre. 237 237


- ¿Le hubiese gustado bajar? - Bajaré, no dude. Echando el ancla al lugar Silverio rondó la amura hasta hacer coincidir su presencia al paso del capitán Verrugo, e interpuesto, y solicitada chisca para la pipa, volvió a apoyar los codos en la borda y, entre chupada y chupada, hablar para la escasa concurrencia. - Hay que reconocer que es bonita la jodía. Su playita. Sus palmeras. Su volcán. ¡De todo tiene la puñetera para ser guarida de fieras! - Y lo es; también se tienen -dijo yendo a la baranda el capitán VerrugoNo será su playa la de Laredo, ni su selva los bosques de la Liguria. Pero el aire, cuando corre, revienta los pulmones de quien lo aspire y huela. - Snif, snif. Oler el qué ¿a pedo? - La fragancia a Libertad. - Algo delicado esnifo al aire, sí, pero por regusto amargo lo asocio al sulfuro del Cojuelo. A media noche estaban y todavía quedaban unos cuantos que sobrados de energías danzaban entre los fuegos. Pocos era, y muy borrachos, por lo que en nada quedaría todo tranquilo y el escenario dispuesto para el segundo movimiento. - ¿Y cómo dijo que llama el volcán? -buscaba Silverio seguir con la chanza- Nunca he dicho al ser tapu al cual también me acojo. - Por qué Verrugo. ¿Teme que dándole nombre sea más fácil ubicar en el plano por parte de aquellos que os persigan? - Ve. Aunque medio lelo se me hizo al conocer, cierto fueguecito interno que vi en sus ojos me dijo que del todo no era estúpido. - ¿Y no le han dado nombre los nativos? 238 238


- Tiene. Claro que tiene. Pero no se les escapa a los boloblás que se cuidan de decir en alto. De padres a hijos se susurran ¡y a la oreja! Así que no es de extrañar que poca gente se haya interesado en jugársela poniendo oído. - Pero usted lo conoce. - Sí. - ¿Y no dirá? - No. - Por qué. - Por el tapu, leñe. El gigante que vive dentro despierta al oír su nombre tres veces, y por lo visto, a éste se le ha requerido en alto en dos ocasiones desde la última vez que tumbó. - ¡¿Sí?! -enganchado a la leyenda también estaba Corcovado- Sí Corcovado, sí. Y doy fe porque yo estaba presente, pues una fue cuándo se me dijo a mí, y la otra cuándo yo repetí a Portento. Se debió sentir aludido el genio y con dos temblores, dos zarandeos que dio, le nacieron a la isla dos penínsulas chiquititas en el septentrión. Tiró al cielo una columna de humos y vapores que pudo verse desde Hawaii. Furtivos tal las sombras, que piel les era, la dotación de la Psiconauta se arrastró por la arena hasta alcanzar disimuladamente la empalizada de sueños. Portento dio la seña, y aunque él y Bulín seguían con el monarca, tras el parapeto de bultos se vigilaría la noche. - ... Portento. - ¿Decías Bulín? - Vale que por jugar tu papel te muestres altanero, pero el rey te ha preguntado y no dar respuesta es ofensa que no viene al caso. Di. - Cómo quieres que diga si no he oído la pregunta. 239 239


- ¿Ésa no era táctica que competiese a vuestro socio el Sordo? ¿Dónde anda, a todo esto? ¿También esperará al día para comparecer? - ... El Sordo... el Sordo... El Sordo ¡menudo mamón! No interesando tampoco que Boloblás III el Cumplidor supiese más de lo debido, sorteó Bulín el escollo ofreciendo lo que se conocía por “penúltima”, una última copa antes de echarse a dormir, y que sonando agorero citar a justas, todo buen pirata aprovecha para brindar con eufemismo lapidario. - Por todos aquellos que ofendemos al día sin maldad -dijo Bulín levantando el cáliz- Para que no tomen a mal nuestras acciones u omisiones. - Yo mi canto se lo dedico a los membrillos que cómo tú, Bulín, no aprietan ni para cagar. El mío es para todos los que dicen lo que piensan sin pensar lo que dicen. - ¿Es soneto de trova? -por haberlo dicho de corrido le sonó al rey- Me viene el recuerdo de tonada, sí. En fin, yo, Todotripa, simplemente brindo para que no hayáis traído todo lo que decía la lista. Decidme, ¿traéis todo? - Preferiría responder a la anterior. - Era la misma. - Pues no me tome por encabronamiento el tono, pero abobolinado de sonajero será si piensa que hemos vuelto para entregarle el manojo de llaves. Razón no le faltaba a Portento, ni al rey, ni a Bulín porque todos tenían su acierto. Hasta el capitán Verrugo tuvo razón en sus premoniciones y lentas, pero aviesas, media docena de siluetas boloblás se arrastraron con propósito incierto hacia los sueños, algo tramarían mas no se supo concretar, porque a medio arrastre, ni que mosquito les hubiese pinchado somnolencia crónica, quedaron quietos en el rumbo. 240 240


- ¡Congrio! ¡Congrio! - Capitán. - Qué ha pasado que he visto movimiento. Dime, qué ha sucedido. - A mi juicio nada, capitán. Un par de borrachos con estertores y otro sonámbulo; pero ya están quietos. - Abre bien los ojos, Congrio. Afila que eres joven y de tu agudeza dependen vidas. - Eso hago capitán; aunque llevo todo el día. Esperar es trabajo serio. Duro resulta aguardar cuando no se puede hacer más. Y tampoco Portento y Bulín podrían hacer gran cosa, pero al menos su parte era de campo y distraía en sí. Bulín dormía, mas Portento no pudiendo ni fingirlo se recostó contra un fardo y se preparó otra pipa. - Qué haces, hijo. - Darle un poquito a la miel de Indra, no lo huele, Genoveva. - Creía que expirabas; quieto, y con los ojos dados la vuelta, he confundido el silbido de tu nariz con el fluir del alma transmigrando. - Ni duermo ni me muero; con los ojos cerrados me basta para saber lo que pasa aquí. - ¡Ah! Muy bien, venga, dime entonces quién ha dejado tiesos a esos que se arrastraban. - Usted, supongo. - Frío. Por ateos y salvajes deberías saber que ni me ven. Ha partido de la jungla la ponzoña que los ha matado. - Entonces Cocohú o alguno de esos, seguro. - O el propio Caimán si hubiese conseguido adiestrar avispas asesinas. - ¿No sabe entonces? - No. 241 241


- Vaya ayuda tengo con usted, Genoveva. No es capaz de vigilarme una franjita de jungla. Ofendida, que por densa no era manca la tarea, se volatilizó Genoveva en el preciso instante que el rey abría un ojo. Desde la frontera del sueño escuchó Todotripa hablar, y curioso y con hueco en el estómago, acabó por incorporarse para emparedar un poco de panceta y abreviarse otro caneco. Todo estaba en silencio excepto el mar y las llamas de los fuegos. Todos dormían salvo Portento y él. Agonizante el aire, apenas la noche arrastraba ruidos de jungla. Un ulular de lechuza. Una croa. Un chasquido al partirse una minúscula ramita. - ¿Es Cocohú? -con la misma pipa orientó Portento al rey- Sea o no sea él, me jugaría las arracadas de mi abuela a que está con siete maromos agazapado entre las cañas. En ocho fulanos me escupo la mano. ¿Le va algo, Boloblás? - No me incite que no juego. - ¿Ni a que sea Cocohú? - Ni a eso, que es seguro. Por la cantidad sí podría buscarme el gusanillo; fieles a mí en edad de portar armas no llego a lo dicho; seis a lo sumo podría distinguir yo. - Vamos, que ni idea. - No; para qué mentir. Pero al menos he oído. También Bulín escuchó y amartillo la pistola. Portento y Todotripa se arroparon en la oscuridad de los fardos para inmóviles escudriñar la jungla, mas el doctor tuvo que hacerse rendija entre unos embalajes y mala perspectiva tenía practicable. Ni Congrio desde la cofa tenía ángulo decente. Unas chozas, media palmera, y la jungla toda ella que mataba cualquier luz, imposibilitaban otorgar identidad a las sombras. 242 242


Sabiéndose observado en todo momento Portento ejecutó una seña, gesto repetido, que desde el barco fue entendido y se lanzaron bengalas. Gran alboroto y consternación provocaron las luces bamboleantes. Recuperados con cualquier frugal sueño los boloblás levantaron jubilosos aullando lluvia de estrellas artificiales, y sencillo, que maña se daban, ligarían una trompa con otra. ¡Otra! ¡Otro! ¡Otra! ¡Otro! Por pedir que no quedase, que a fiesta y mantel puesto, los boloblás, tal que otros, sólo pedían excusa que festejar. Mucho tuvo que zarandear el bastidor al capitán Misson para que éste retornase a la tela, y siendo hito importante lo que comunicase, que había abierto paso en la gatera, no reparó Titagolda en lo fino de la indumentaria del hombre; las mejores galas. Misson, rizo negro y sedoso, era todo él puntillas, encajes y terciopelo negro. En cuanto desapareció de la vista Titagolda corrió Misson a su ciudadela y con llave maestra abrió la cancela de una casa. El patio le era conocido pues él mismo plantó el benjamín de limonero y unas rosas trepadoras. También puso los travesaños que hacían de peldaños y que al llegar al segundo piso se abrían a un gabinete con cuatro puertas. - Tic, tic. Toc… Tic, tic. - Pase Misson, no está cerrado. Pase, estoy empolvándome la nariz. Tome asiento que en nada estoy con usted de nuevo. No necesitaba Genoveva polvos celestiales al ser lo suyo natural y sin mejora posible. Había retornado al cuadro por no quedar sola en la fiesta; sí, mucho majadero suelto. Cambiaban los tiempos y ahora la gente no se ponía siquiera de largo. Ni de luto si se buscaba excusa para no bailar. De un tiempo a esta parte parecía que dejasen entrar a cualquiera. Daba asco salir, la verdad. Y no era que el sitio dónde se celebrase la fiesta de Todos los Santos fuese malo, qué va, 243 243


siempre se ofrecía baile a los recién llegados en la misma sala, salón, que por sonoridad y condiciones cubría más que de sobra las necesidades. - Por cierto, el “Tic, tic. Toc. Tic, tic” a qué ha venido, Misson -desde el cuarto de baño hablaba Genoveva- Le advierto que no me hace gracia que me meta en sus juegos. A mi puerta ha de llamar sin ambigüedades. Toc, Toc, Toc. Y toc, toc otra vez si es menester. - ... Chéri. - ¡Misson!... me cojo piso en otro cuadro. Manténgame ajena a sus intrigas. - Y ajena está. - Porque yo pongo distancia. - ... mmmm... Oui, cierto. Bello, cual espíritu negro, el capitán Misson destacaba entre todas las ánimas de estas latitudes del orbe. Cautivas tenía a buena parte de hadas y señoras de ríos y charcas, y loquitas por sus etéreas moléculas caían almas pías que en el trance quedarían presas de Purgatorio. Pero Genoveva no. Mucho macho fue Pastinaka padre para cambiar por un engolado franchute. Eso sí, se dejaba regar la señora el oído. Y que Misson era locuaz. Mismamente al salir la mujer de la cámara el capitán comentó admirado lo bella y resplandeciente que lucía pese a llevar tanta jarana a cuestas; que entre baile y baile, tiempo sacó la mujer para echar un mamparo a Portento con lo de la jungla. - Le digo una cosa Misson, siempre fui mujer libertaria que hizo a vida gala de ser; o no estaría aquí. Me ha gustado el cachondeo, las risas, las pillerías malas que hacen sarao, pero en éste, la verdad, se están alcanzando unos grados de ordinariez que lindan a gusto agrio. 244 244


- ¿Lo dice por Caimán? - Sí. Esos regüeldos... Esos cuescos... ¡Esa forma de blasfemar! No he visto alma decente que no haya hecho ascos a alguna pedorreta; de todos los caldos nos ha dado concierto. ¡Qué pena de espíritu! - Olvídelo y volvamos al salón; uno, un baile me debe, mademoiselle. - Vale, pero no se haga el mártir por mí, Misson. No vaya a ser que de las palabras pasemos a mayores y sabe que allí eso está muy penado. En las fiestas de almas mixtas está prohibido el contacto. De querer tener tratos deberían ir a una tela, y Misson estúpido sería de ir a la del rival y huelga éste venir; que no se cedería campo neutral. Todo quedaría en gritos y malas palabras, mala imagen, y aunque al capitán Misson le trajese sin cuidado lo que de él se dijera o pensase, que prestigio sacase por malsonante Caimán también le dolía, y eso no. Dio su palabra a la mujer y trataría, y trató, de esquivar cuanto agravio y ofensa urdieron el capitán Caimán y sus secuaces. Si paraban a tomar ponche de serafines ante una mesa de conocidos, en nada les rondaban dos o tres adláteres que cual idiotas parodiaban los elegantes ademanes de la pareja, y si bailaban, corro y silencio se les buscaba hacer para incomodar. Y lo consiguieron. No pudo soportar doña Genoveva más ofensas tras un eructo que casi le echaron a la cara, y excusó de todo voto al capitán Misson. Reventadas las ballenas que le encorsetaban se puso Misson a repartir guantazos. Y aunque tumulto se organizó, y que prohibidísimo estaba pegarse, por ser la gresca condimento a toda parranda no faltaban corrillos en la inmensa sala dónde dos espíritus cándidos se estuviesen sacando los pellejos. Pocas bromas toleran los ángeles que custodian estos eventos, intimida la flamígera espada que es capaz de desintegrar de un acercón aquello que no tiene sustancia, prodigio del Supremo Arquitecto, que no se anda con chiquitas a la hora de 245 245


mantener los mundos separados. Infierno, Cielo y Purgatorio, y cuántas pedanías y limbos pongan las religiones, podrían estar juntos pero no revueltos. Así de claro lo dejó dicho el ángel que se dejó caer por allí, y avisados quedaron que si tuviese que volver a intervenir sería espadón en mano; y mejor que no. Aquellos que estaban con el capitán Misson, que sabían de su calidad humana, le conminaron a que dejase correr, y si por honor no pudiese tolerar, que fuese él quien corriese a casa; que huir no, no. Dar desplante al contrario es ganar batalla moral, y por el momento, la única escaramuza tanteable teniendo suspendida del techo la espada flamígera. - ¿Nos vamos? - Lacayo de su antojo sabe que soy, doña Genoveva. Cuándo y dónde quiera. - A casa. Ya. - Pues espere aquí sentada, voy a robar una calesa. De la sala de fiestas al cuadro de Misson mediaba el marco. No era tramo que requiriese transporte porque ni a paseo llegaba el vórtice que unía las puertas, pero en esto de los universos paralelos se sigue valorando el tener clase, y si uno se vuelve a casa en el carruaje del adversario es arañazo que perdura. Descendientes directos de Bucéfalo, criados en las cuadras de Belcebú, las bestias de tiro del carro convertirían el rayajo en muesca profunda. - Vaya -tras darse premura el capitán Misson al regreso encontró hablando a Genoveva con dos espectros- Si ha cambiado de idea y quiere quedarse, vuelvo todo a su ser y espero con un ponchecito. - No, no. No Misson, gracias. Son dos mozalbetes que me confunden con otra mujer. - De confundir nada, vieja -dijo Cuelgavacas- Ese mostacho lo reconocería aunque enrolase con marineros rusos. - ¿Nos vamos, Genoveva? 246 246


- Acerca el coche al pie de la escalera porque voy a montar de un salto. Y avisa. Todo lo contrario de lo que esperaba el capitán se manejaron distendidos, risueños, diciéndose cosas feas y mordaces que sólo por eso carcajearían los hombres. Mas llegó un momento en la conversación que pese a estar al pie de la escalera Misson no lograba entretelar lo que se dirían, doña Genoveva reía y los hombres hacían pucheros; ni reprobar el tortazo que les arreó como colofón y que los dejó dando trompos en el sitio. - Si lo ve el ángel exterminador le da un zumbido. - Probable que sí. - Y qué ha dicho para dejarlos así; derrotados. - Cosas buenas de sus madres y de ellos mismos cuando eran mocosos. - ¡Madame, qué crueldad la vuestra! - Conmigo no se juega. No saltó Genoveva al pescante pues tomó asiento en la cabina. Sacó una mano por la ventanilla y con un ligero azuce rogó que arrancase. La avenida estaba atestada de espectros y almas pías que buscaban diversión, y el ver circular los caballos de Caimán con el capitán Misson a las riendas era motivo sobrado para reseñar y aplaudir. Más rápido que el trote equino llegaron al capitán Caimán los ecos que hacían referencia al hurto del enganche, y por oír y no creer, y tomarlo a mala broma, atravesó a toda velocidad la sala para comprobar iracundo que era verdad. ¡Los caballos! ¡La carroza! ¡Su dignidad! Regalo del mismísimo Zampulón, aquél que hubiese cometido la felonía se las iba a pagar. ¡Palabra! Sequito lo iba a dejar tal la mojama. Juramentos de esa clase y más dañinos profirió al vacío porque nadie escuchó. Bueno, se le llegó a entender que gritaba: ¡Al ladrón! ¡Al sinvergüenza! ¡Al cuatrero!, pero teniéndose media sala por aludida, y sacar los ángeles sus yerros, 247 247


se provocó tal desbandada que hubo que dar por finalizada la velada hasta el año siguiente. Lejos iban doña Genoveva y Misson y no se enteraron del revuelo organizado. Rodaban el empedrado que llevaba a la ciudadela con un traqueteo tranquilo. Tan verdes eran los tonos de las orillas del camino, que aburridos de mascar rocas de gruta, entretuvieron los caballos el paso para ramonear. Vivo estuvo el capitán Misson entendiendo que los animales se alimentaron de viento, así que eligió la vereda más suculenta para dejar las riendas atadas al pescante y por la ventanilla deslizarse al cubículo. - ¿No cree temeridad, Misson? Son los mismos caballos que hace nada servían a Caimán ¿recuerda? - Por eso mismo confío en ellos. - ¿Y si encabritasen? - Por qué, chéri. - No sé; son caballos. - Tranquila esté que en estos campos hasta las ortigas son dulces. Piense en otra cosa. - Piénselo usted y arree los jamelgos; quiero llegar íntegra para darme un baño. - ¿Pongo tono de atardecer a la playa? - Ponga la luz que quiera porque voy a llenar la tina. (... ”Mostacho”...) ¡Cabrones! Podrían estar cayéndose las arcadas celestiales a cachos porque Genoveva por hoy había tenido suficiente. No atendería la mujer a coqueteos, estaba deseando llegar a la enorme bañera romana y sumergirse hasta el moño entre sales y ungüentos de coco. No se le iba de la cabeza: ¡“Marineros rusos”! Y lo que más le dolía era que aún habiendo usado con justicia el látigo de la verdad, que no faltó un ápice a ella, se sentía igual de sucia por dentro que por fuera. Fue su verbo giro de 248 248


muñeca preciso que sólo utiliza el verdugo cuando busca lucirse, y curtida entre la peor calaña, no tuvo reparos Genoveva en sacar la piel a tiras. - No insista más, Genoveva, ha hecho lo que debía. -… Umm… No, ahora empiezo a pensar que incluso me he quedado algo corta. - Yo creo que no. En todo caso, la culpa será de ellos si estudiaron en seminario y no querían que se divulgase. Dejó a la mujer con sus cavilaciones y ventanuco afuera reptó al pescante y asió las riendas de nuevo. Arre, arre. No vivían mucho tiempo los seres pertenecientes al reino animal en el lienzo de Misson, quizá por gusto de las propias bestias, quizá que los absorbiese la tela, no tardaban en ir difuminándose los colores hasta desaparecer del todo en la amalgama que ya estaba establecida. Los caballos eran negros, y carentes de color, algo más aguantarían; no mucho, puede que unos días si los cuidaba bien. Y cuidar bien un caballo es hacerlo correr. Arre, arre. Patinaban los cascos en el adoquinado de la ciudadela mezclando chispas y relinchos. Desbridados se diría que corrieron por callejas y plazuelas hasta detenerse finalmente en el zaguán señorial. Bajó Genoveva de la caja con los pelos perdidos, la ropa sacada y un moratón en el ojo que aliviaba a palma viva. Sin embargo no quejó de mal que le hubiesen provocado los revolcones y el frenazo, le abrasaba la mofa de los galeotes. - (... ¡¡”Vieja”!!...) Puercos ¡Cornudos! ¡¡Bastardos!! Lástima de grillos desafinados no os aniden en la sepultura. - Déjelo, mujer. No ha hecho mal recordando que dieron caridad a ancianos y no sablazos. Confórmese y no ahonde. - No es ése el azogue de mi prurito, al momento me reconcome el saber por praxis que tan dañino puede ser el Mal como el Bien; sutil la línea y los enmangues. 249 249


No se alejaba tanto mi vida pasada de la que ahora vegeto. Ciñéndose al Bien, bien veo que también se puede hacer escara. Más cosas dijo la mujer, pero siendo delicadezas propias Misson animó a Genoveva para que fuese llenando la bañera y echase esencia de flores y frutas. Él encerraría el carruaje entretanto y prepararía después un par de humeantes tisanas de sucedáneo de malvavisco y enea. No esperaba Misson que se le permitiese quedar presente en el baño, mas desde la sala de al lado bien podrían charlar a voces si los dos golpecitos de alma tibia que vertería en la infusión hacían su efecto. E, sí, hicieron. Alegre chapoteaba en la tina la mujer mientras mecía el balón de coñac Misson. Observaba el ambarino, la lágrima, la corona, el cuerpo de la bebida que sin llevar un mol de alcohol sentaba como tal. Descansaban las botellas dentro de un globo terráqueo que era mueble bar, cerca de la ventana. Amo de los reflejos que atrapaban las frascas, confeccionó Misson una toalla de brillos que hizo llegar a Genoveva. Se envolvió ésta en ella y salió recogiéndose el pelo. Resplandecía. No tuvo nunca la señora percha o talle para competir con las Gracias, pero a fuerza de gracia para el capitán merecería la pera. Su forma tenía. De pronto se encontró Misson viendo la silueta de doña Genoveva en un bodegón, en el estampado de la cortina también la halló, y en el pliegue de una sombra que proyectaban las flores. ¡Las hortensias, mon Dieu! Al aprovechar el recuerdo para dar el reguerazo igualmente encontró el rostro de la mujer en una nube, y de vuelta a la habitación en una veta de la mesa que echando imaginación hasta la representaba en pose obscena. Por todas partes, y una vez fue consciente que la vería hasta en la sopera si mirase, la comenzó también a oír. Fue modular la mujer las sílabas de un simple “si” y un cosquilleo le recorrió el espinazo levantándole el vello. Cualquier palabra, cualquier sonido 250 250


que emitiese Genoveva le acariciaba reiterativo el tímpano al capitán Misson provocándole desconcierto. - Quisiera que me diese su opinión del éxtasis, Genoveva. - Si teresiano me buscas el relato aún no me ha venido. Pastinaka padre fue el único que consiguió hacerme levitar; y en un plano bien ordinario. - ¿Vía la mera contemplación nunca ha llegado? - Si hijo. Cuándo me he contemplado a solas; pero es más aburrido que el método de mi marido. - ¿Cómo dice? - Que por qué me viene con estas filosofías ahora, Misson. Lejos y profundo estaba el enganche. Anochecía, y era raro. Dueño absoluto de su cuadro no orientó Misson las pinceladas y colores para que mostrasen el sesgo de la noche. Alguien le estaba abordando la tela sin avisar y se iba haciendo con el control de la periferia. Por si fuese Caimán y su gente, éste le pareció buen momento a Misson para buscarle el clímax al éxtasis, puesto que de prosperar el asalto de los intrusos, una eternidad de angustias y suplicios les esperaba sin posibilidad de redención o escape. - Puede bosquejármelo tan mal le plazca, Misson, y aunque morbo siempre me dio fornicar en el fragor del combate y demás sitios inapropiados, no conseguirá que se me afloje el miriñaque -dijo Genoveva abriendo de par en par el ventanal¿Qué hay que ver? ¡Jopé, pues sí que ha quedado mal la tarde! - No soy yo. No sólo era el cielo. Los campos que cruzaron verdes y sabrosos lucían ahora los colores agostados tirando a ceniza. Las casas de labor, el molino, toda estructura pictórica sita extramuros había caído bajo control invasor por muerto su natural brillo. 251 251


Antes que tocase la negrura el primer perímetro de murallas cerró el capitán Misson todas las puertas de la ciudadela. Reducto a reducto podrían ir defendiéndose si alguien osaba atacar. Y quizá ni eso, porque por no saber, simple precaución, tomó Misson el enclaustrar y subir al almenaje. Quiso conocer la razón de la noche hecha y al vacío grito, mas no obtuvo respuesta aunque lo preguntase a los cuatro puntos cardinales. Siguió comiendo el Mal terreno hasta que casi todo el cuadro fue negro. En las torres ardían fuegos que mantenían una nimia ilusión de vida en torno a la ciudadela, poco, un par de pinceladas que inventaban halo de seguridad. Desde lo alto de la torre de homenaje escrutaban Misson y Genoveva la negrura. Tras mucho tiempo de morir toda referencia se oyó repicar una campana dónde el mar acababa en inglete. Al rato volvió a llorar la campana desde otro punto lejano, y tras otro buen intervalo, en otra coordenada bien distinta dejaba su lamento. El tañido era inconfundible, sí, la Dulce Infierno. - ¿Largamos una andanada al buen tuntún? -Genoveva proponía usar las baterías del castillo- Aún no. No estamos para derrochar pigmentos, y aunque oiga campanas, no se deje guiar por éstas porque poco trabajo cuesta montar en un esquife y dejar a la deriva. - ¿Y no puede hacer que encalle? - Ya no mando en la corriente, madame. Todo lo que no alumbre por mí mismo me cae a trasmano. - ¡Vaya jodienda! Tañó el mar casualmente muy próximo a la escollera. Y no porque fuese una única campana muy nerviosa, no, era la misma, sí, pero fijada en mil botes se diría que el infierno en pleno quería ahora tomar la playa. Entonces sí disparó el capitán Misson una bengala dando señal a doña Genoveva para que ésta en persona tuviese el honor de encender la mecha. 252 252


Todos a una empezaron a vomitar los cañones. Se iluminó el lugar dando a ver los mil botes citados y sus diez mil demonios ocupándolos. Plutón al martillo no haría tanto ruido como Genoveva con la pólvora; ni daño. Muchos años se tiró la mujer viendo abastecer y dar uso a la artillería de la Psiconauta, así que habiéndose forjado con el maestro Antoño cada deflagración era un acierto, y severa la línea defensiva se le fue el empaque a la atacante. Viraron uno tras otro los asaltantes y tomaron derrotero de la noche. Cuando no hubo nada visible contra lo que tirar doña Genoveva dejó el pizarrín incandescente e invitó al capitán Misson a un refrigerio en sus habitaciones. A lo cual el hombre accedió con gusto imaginando que por un rato estarían tranquilos. ¡Joder con Genoveva! - ... ¿Perdón? - Chéri, vaya puntería la suya -entre las orejas del sillón disfrutaba Misson la copa- Ha mejorado mucho, oui. - ¡Será de lo que me ha visto disparar usted! - La verdad que nunca. Por eso refiero la mejora. - No se piense, Misson. Cierto que me enseñó maese Antoño con su buen hacer, pero aprender, aprendí con un bisabuelo mío, correo, que trastornado quedó por temor a que le robasen las caballerías. A todos los nietos y bisnietos nos obligó a manejar arcabuces y mosquetes; aunque mi padre en la tierna mocedad le hubiese dado diente al último jaco del yayo. No nace dinastía sin arrojo y su pizca de locura, y desde mis abuelos a mi hijo hemos hecho árbol más longevo que los Austrias. - Oui, ahí reside la grandeza de la Casa que ahora nos rige -por saber que le distraían los oropeles dio Misson carrete- y que nos ha hecho hermanos a españoles y franceses. - Rama escindida la nuestra, sí, y pese a corta, alberga muchos nudos. 253 253


Amena quedó la charla con los dimes y diretes de ambas cortes; todos ellos frescos. Apenas hacía el año los había recogido doña Genoveva en el mismo Madrid. La descripción del cielo de la Villa que hizo la mujer suplió a criterio del capitán Misson la negrura que les rodeaba. Los jardines de la Granja olieron nocturnos, y pese a muerto el cuadro siempre de ruidos ajenos a los producidos por el propio capitán o sus invitados, también empezaron a gorjear pinzones, jilgueros y ruiseñores desde sus encames en el Buen Retiro. - ... ¡Misson!... ¡¡Capitán Misson!!... ¡¡Misson!! - (¡Merde! Ahora no). - (¿Quién le llama a voces?) - (Caimán). Caimán, dónde está. Prenda una bujía -desde el mismo ventanal habló Misson- No. Ja, ja. No. No voy a quedar mucho más rato en este asqueroso lienzo. Marcharé. Pero antes quiero que sepa que no le daré cuartel; ni los muchachos en mi nombre. Tengo planes para usted aunque nada clementes. ... Y que quería que lo supiese; sólo eso. -¡Au revoir! capitán Caimán. - Adiós ¡Visagederrière! Tenía otros malévolos planes Caimán pero no es momento de referir. Sus hombres quedaban al encargo de hacer preso a Misson si podían, o en el empeño tirar el castillo abajo hilada a hilada, hebra a hebra. La despedida fue señal y con el colear de las palabras se escuchó la boga decidida de los espectros en las barcas, y tras “Caraculo” que era acuerdo y pie, la Dulce Infierno y otros barcos comenzaron a bombardear la ciudadela dando cobertura. Cebados con óxidos y volátiles, los proyectiles al caer sobre casas y 254 254


graneros provocaban incendios voraces que extendían el negro hollín. No controlaban del todo un fuego cuando un trozo de metralla se escurría por canalones o desagües y extendía el mal a otra parte. Pensando poder terminar con la negrura si acababa con el capitán Caimán, doña Genoveva volvió a la torre de gobierno para hundir si podía el buque insignia. Centraría todo el poder de fuego sobre el barco, mas éste dejó instrucciones y a todo trapo fugó al inglete. Puesta que estaba, Genoveva descargó su ira contra los navíos y chalupas que seguían molestando, y furibunda fue reventando una a una cuanta embarcación localizó en la mar. Pero no fue suficiente. Cada ola que llegaba a tierra era en sí oleada. La centena de botes arribaban al tiempo y saltaban a la playa los ocupantes profiriendo desgracias y pestes. Era horda de demonios mercenarios con oficio reconocido el socavar. Socavar y socavar. No supo Misson que pertenecían a este ramo hasta que salieron a la luz que era halo, y con sus propias manos, palas de topo, perforaban la tela sorteando la primera muralla defensiva. Y no un paso pequeño ¡no! Bien gordo hicieron el agujero al ser muchos para pasar. Perdido estaba el baluarte y el cinturón de casas que protegía, así que el capitán Misson tuvo que replegarse. Por gárgolas y acróteras se escupía cal viva y oro fundido, tonalidades ellas muy puras que daban batalla a la oscuridad ¡Y que el piso era roca y no valían las perforaciones! Batió el mal cual marea contra la puerta de la segunda línea amurallada lamiendo los muros. Quisieron escalar, pero tuvo que conformarse la negra infamia con dar somero chupetón y volver al pie a remansar; que tenía asegurado. Pudiera ser que fuese plazo previsto en plan magistral, o que simplemente tuviesen necesidad de consolidar, lo cierto es que se conformó por el momento 255 255


la negrura con matar toda luz del perímetro conquistado; se apagó el color del Hogar del Mar, dejó de despuntar la veleta del campanario, la Casa Consistorial se olvidó. Desapareció una parte muy afecta al sentir de Misson pues él mismo, pincelada a pincelada, fue incorporando los recuerdos a la tela. - No se compunja, chéri. Esta fortaleza es inexpugnable. - Le llevo oyendo decir eso desde los tiempos del moquillo, y para una vez que se pone a prueba, sale yerro. Es o no es inexpugnable; porque la primera muralla ha caído. - Lo es. Lo es. Es inexpugnable. Yo soy la tela y mi espíritu nunca se ha quebrado. No tema, madame. - Cómo no voy a empezar a dudar, si aglutinan los colores que encuentran y cuando tengan tamaño de mentira sortearán por arriba el segundo muro... de hecho, ¡lo hacen! Se vertía la mancha desde el almenaje siendo peine la muralla. Tomaban la segunda franja sin problemas, y entendiendo que por igual vía podrían solventar la tercera se replegaron al cuerpo del castillo al cual defendía un foso. Doña Genoveva directamente enfiló a la torre para desde allí seguir el asalto, Misson se entretuvo levantando el puente y llenando el foso con trementina. - Dirá usted lo que quiera pero a mí este lienzo me parece un cedazo. Ni para mantear grano lo usaría yo. - Pardon, Genoveva. ¡¿En qué estaría pensando?! Usted no tiene ninguna necesidad de pasar mal rato, cuándo guste, cuándo quiera, tengo dispuesta rauda escampavía que le dejará al otro lado. - ... Compréndame Misson. Tengo marido e hijo que atender. - Entiendo chéri, entiendo. - En tal caso aguardaré un rato para ver en qué queda, pero que no le suponga agravio si de imprevisto me las piro. 256 256


- Simplemente abriendo la puerta que tiene detrás dará a la isla. - Si tan simple es vayamos ahora los dos. - No tengo yo su facultad porque fallecí siendo ateo, Genoveva. He de tener tela dónde plasmar mi ectoplasma para estar… mmmm... vivo. Necesito hogar. - Yo tengo un camafeo de mi marido. ¿Cabría usted en él? - No sé. ¿Sabe si lo habita? - Yo al cuello lo he llevado cuarenta años, y mira que le he rezado, y llorado ¡y sufrido! Y nunca me ha dicho ni tralará… Pero este hombre era tan suyo que lo mismo está esperando un desliz para saltar. - Peor que me cogiese el capitán Caimán sería el caer en manos de un marido cornudo. - ¡Oiga, que no lo es! - Mas lo pensaría al verme tan cerquita de su corazón. Gracias pero no. Y no es que desdeñe colgar en su regazo; que no imagino mejor acomodo, desde luego. No. Pienso que mi deber es defender la integridad de mi hogar hasta los últimos brillos. - En el fondo es un romántico y no un crápula. - Usted que me mira con buenos ojos, chéri. Llegó la marea negra a la linde que era el foso. Sencillo debió parecer el salvarlo, mas poderoso disolvente contenía y se tragó a los encargados de comprobar su solvencia. No eran definibles los demonios por arremolinados y compactos, pero aquellos que venían a dejarse caer a la frontera de la luz sí se les sacaba el gesto. Feos, fantasmas de pesadilla, entre todos los rostros de espanto fue a localizar Genoveva a sus “amigos” los galeotes. Intuían que ella estaría, y al darse a refutar la señora, consiguieron que callase la turba para 257 257


hacerse oír. Habían sido el hazmerreír de la fiesta, y como también lo iban a ser durante la siguiente centuria, se ofrecieron voluntarios a Caimán. Ellos prometieron capturar a doña Genoveva y rasurarle en seco el bigote. - ¡¡¡Hijos de puta!!! - Genoveva que se queda afónica, no se pierda. - ¡Pero tú has oído! - Oui. Y es lo que buscan; hacernos daño. Si cree que no va a poder soportar coja la puerta sin dudarlo. Lo más dañino de su artillería gruesa dejó el capitán Caimán al encargo de tomar la plaza. Gente profesional, sin escrúpulos, que a todos los ardides y patrañas recurrirían para rendir. Pero el foso les retenía. Cuadro gótico quedó. Negro, muy negro. Apoyado contra una roca que estaba, bien pudiera tomarse la ciudadela por un liquen fosforescente, porque ni el marco desentonaba en la oscuridad de la caverna. Cuando Titagolda abocardó la gatera lo suficiente, volvió para coger del bastidor a Misson y sin apenas mirar arrastrarlo tras de sí. Al otro lado, un túnel bastante más ancho, sí se detuvo Titagolda un rato para contemplar la obra. Estaba oscura, tenebrosa, carente de una vida que nunca tuvo sólo el castillo resplandecía. Agitó el muchacho el cuadro solicitando que diese la cara el propietario, mas no hizo, así que sin dar mayor importancia, que sabía del festorro, ¡Y que el sitio igualmente era muy oscuro! no dedicó mayor rato al estudio y galería arriba buscó la luz. Pero la de la Luna. Oreja tendida al inmenso océano, desde el fondo del cráter se oía todo. Los tambores, la bulla, las detonaciones que inventando acordes componían sinfonía. Mientras estuvo enfrascado ensanchando la gatera le pareció escuchar algo gordo, pero por andar matando cantos y aristas a golpazos el eco no le permitió ser concluyente, mas ahora, en el silencio de la noche, sin dudar lo que 258 258


retumbaba eran fuegos artificiales o encarnizada batalla; de no ser rayos y truenos. A la cata de otro rato le pareció que se trataba de lo primero. Fuegos de artificio. No siendo estos motivo de premura, que de correr a buscar vistas habrían acabado al llegar arriba, se determinó no obstante Titagolda a subir. Tardaría, seguro que le cogería la mañana antes de coronar, pero por tener referencia temprana de lo que sucedía bien merecerían los riesgos. Una cosa desde luego tenía clara, los boloblás no poseían los conocimientos alquímicos necesarios. Bien fuesen cerdos largos o los Cheng que retornaban, pero gentes de fuera del archipiélago habían tomado la bahía. A medio camino de la cumbre Titagolda perdió todo contacto con el cuadro; que dejó en la playa del cráter apoyado dónde gustaba. Ascendía con paso cauto al no ser raro que por capricho propio algunas rocas rodasen la pendiente hasta el fondo. Era peligroso, temblaba el suelo, pero al no coincidir el bailar del firme y el caer de los peñascos Titagolda estaba en que alguien ayudaba. Del mono no se fiaba nada, y de la cotorra tampoco porque la conoció revolera y revolera seguía. Y el temor no era injustificado porque tanto Eusebio como Raquelona fueron enseñados a despeñar piedras. Conociendo el camino de memoria Titagolda no necesitaba candil, o eso creía, apretaba el paso en los tramos que sabía expuestos y se daba a resollar a gusto en los que existía protección. De vez en cuando, aunque no fuese por un Ic o un Grrrr, se detenía a escuchar el aire, no fuese a ser que Todotripa o Cocohú siguiesen rondando las inmediaciones; no creía, pero de más no estaría ser precavido. Por si cayese en este caso tenía pensado alegato para justificar su presencia, simplemente diría que la Ola le acababa de depositar allí mismo, dónde le encontrasen, ni hacía el minuto. Ni un minuto. Acabo de llegar. Ahora mismo. Pasaba por aquí. 259 259


¡Me ha dejado la Ola! Y sí, todo serían gestos de sorpresa para acompañarlo. Ensayaba en el trajín de la ascensión muecas y caras. Paraba a parodiar un susto de muerte como una alegría indescriptible. - Grrrrr ¿Qué hace? - Ic. - Pero grrrrr dónde va, quién encuentra a cada paso. - Ic, ic. - Grrrrr. Habría que avisar al capitán Caimán del intento; todo movimiento quería conocer. - Ic… - Grrrr. Sé que molesto está contigo, que ha jurado hervirte los sesos para hacer confitura, grrrr, pero tampoco es la primera vez. Grrrr, grrrrr. Llévale tú la noticia y lo mismo te enmiendas a sus ojos. - Ic, ic. Ic, ic, ic. Ic. Ic. - Pues yo no llevo mal mi anilla, yo sí le voy a ir con el cuento al capitán. - Ic... ic. - Grrrrr. Allá voy. De antiguo era sabido que su parte siempre estaría con el capitán Caimán; que se enorgullecía Raquelona de haber reposado en su hombro en más de cien abordajes. Sí, muy de tarde en tarde todavía se prestaba Caimán a que el vejestorio alado le morase como en los viejos tiempos la casaca. Tenía esperanzas la cotorra de volver a hollar en breve sobre el marco, y con tal anhelo, a la pipa seguía órdenes y recomendaciones, y al existir prescripción también contra el mono, voló a dar reporte. Quedó Eusebio agazapado en el voladizo, y aunque no consiguió localizarlo 260 260


Titagolda, sí supo que había habido revuelo y algo buscó. El boloblás esperó sin moverse a que la Luna asomase entre un desgarrón de nubes e intentó reconocer entre sombras y cenizas algún rastro de vida, o de inteligencia, porque aunque exiguas ambas virtudes, el Eusebio les era huésped. - Eusebio ¡Eusebio! ¿Estás por ahí, mono bueno? Sal. Sal de dónde estés que sé que estás. Sal monito del demonio. ... ¿Eusebio? ¡Deja que te coja y sabrás la gracia que me ha hecho lo de la bodega! No respiró el mono al saber del rencor que escondía la llamada. Prefirió seguir ocultándose a la vista y ascender a la par de Titagolda pero a distancia; lejos de una posible pedrada. Siguió el boloblás con tesón, ganaba velocidad según aclaraba el cielo y a la hora prefijada confiaba coronar. Y no dejó de hacer números mientras subía. Los Cheng... no. Podrían pero no. Los cerdos largos... sí. Ojalá fuesen ellos, pero siendo al momento sólo quiméricos quiso creer, que no confiar, que de ser cerdos largos serían los del capitán Verrugo y no corsarios ingleses o franceses que a ratos tardíos también caían a estas ignotas aguas. De mucha gente podría tratarse si el azar, las corrientes y los vientos las habían traído, pero de venir con propósito concreto sólo los suyos podrían ser. Bueno, y muy suyos tampoco serían porque aún estaba en el aire que justificase su presencia en la isla. Mas por si estos fuesen también tendría repertorio, de los de largar sin dejarse ver, que fiel a la idea, ¡de ser!, regresaría al seno del cráter para trincar al capitán Misson y que le sirviese por terciador. No tuvo que apretar mucho el paso Titagolda para hacer cima al tiempo que nacía el Sol. Frío, a esas horas de la mañana, también a él le tonificaron los anaranjados rayos y se sintió ajeno al mundo por un momento. Un instante fugaz, que fue lo que tardó en localizar fondeando en bahía Comilona un barco 261 261


de cerdos largos. Sí, debían ser ellos aunque no reconociese el velero. Desde luego habían cambiado, pero al ser la misma calavera de la Psiconauta la que montase el banderín del mayor, dio a entender que eran ellos por seguro. Sí. No podrían ser otros. Le invadió entonces a Titagolda una sensación rara, entre alegría y temor. Y tampoco sería la definición exacta pues también se sintió vacío y saciado. Tantas expectativas generadas en torno a las velas blancas, que ahora, colgadas en sus palos ante él, le daba un no sé qué. Un mírame y no me toques. Un ojo que muerdo. Precisamente quien más se daba a morder corría en esos momentos la borda de la Psiconauta metiendo prisa a los operarios boloblás que daban retoque al desembarco. De buen grado al ver corretear a Ramona se hubiese tirado Titagolda cono abajo para presentarse en el barco y arrear buen achuchón. Pero en el mismo caso vio al capitán Verrugo y con él tenía menos tratos, y puestos a darse lametones, quizás a malas tomase el viejo y se despachase a tiros. Mejor no. Mejor recoger al capitán Misson. Decidido giró sobre sus talones y sin apenas descansar volvió a tomar el camino del seno. De peña a peña iba saltando, y por llevarle cada salto más cerca del cuadro, se permitió la locura de un brinco más osado, largo, que ejecutado con limpieza y temple, fue a dejarle cara a cara con Eusebio. Ambos chillaron el susto, pero más rápido el mono tiró por la del medio y a barranca viva saltó. Sin pensárselo tras él se lanzó el joven y a costal aterrizó en un derrubio de polvillo suelto que le absorbió el golpe y el aliento. Congestionado quedaba, empezaba a tornar morado. Tontamente se veía muerto hasta que el mono reapareció y le saltó varias veces sobre el pecho reanudándole el ritmo respiratorio. - Sé, bestia inmunda, que no me has salvado la vida por buen motivo. 262 262


Persigues que te dure para darte a satisfacer tus locuras y yo a padecerlas. - Ic. - Sí. Ic, ic. Espérate tú que coja aire y verás las vueltas que te hago dar al cuello. - ¿Ic? - Sí, ic, ic. Carraca voy a hacer con tus vértebras. No fuese a ser que tuviese realmente intenciones, Eusebio puso espacio entre ambos. Desapareció del lugar y no se supo más de él hasta que con gran estruendo se propiciase nuevo derrumbe y en el origen del desprendimiento lo descubriese. Intentaba Eusebio tomar nuevamente la delantera aplastando a Titagolda. Gracias a que pudo meterse en abrigo sorteó el alud, mas enemigo comprometido se había echado y también era cosa de detallar a Misson. Mucho le tenía que contar y cuanto antes mejor. El caminillo de descenso estaba constituido por un montón de largas rampas que zigzagueantes salvaban el desnivel, para impacientes era cosa de ir atrochando cuando se creyese oportuno, y al no ser pocas las veces que mal se entendiese, bien de cruces y esquelitas guardaban en el sitio el recuerdo del óbito. En especial le llamó a Titagolda la atención una que hacía mención a la familia Manolarga. Cinco hermanos lo menos debieron ser: Pascualín, Gabrielito, Luterio el Viejo, Casimiro, y una vaga reseña que hacía referencia a los pelirrojos; que bien podrían haber sido gemelos como trillizos. Pensando estaba en el destino seguido por la unida familia cuando desde unas piedras cercanas se le echó una tos. Y no una, dos. Cof, cof. Petulante, autoritario, el capitán Caimán contó que los Manolarga fueron socios suyos, ¡Y muy competentes!, pero llegaron a un punto de envilecimiento que pensaron prudente pedir la cuenta para regresar a España y montar palacete dónde despilfarrar, y como cuenta pedían, y cuenta les hubiese tenido estarse callados, en el mismo punto que rezaba la señal dejó dicho Caimán que quedasen encadenados y a la 263 263


intemperie para que los devorase el Sol y los azufres; descuidando de pájaros y alimañas. No mudó Titagolda su semblante aun cuando al darse la vuelta para encontrarse con el autor de las palabras halló el retrato cómo esperaba, y al zoo que no. Rodeado estaba. Esquilico le era el retrato a Virtudes por sosegada y sufrida, pero salvo ésta, Socorro, Felipe, Raquelona y un elenco de nuevos genios y duendecillos que siendo de rango ínfimo animaban sabandijas, le tenían cortado el paso. - ¿Dónde piensas que vas, muchacho? -dijo el capitán Caimán con timbre huraño- Se te va a acabar el cuento de andarme trasteando en los riñones. No es de gente educada husmear en la propiedad ajena. - Derecho de paso deja dicho esta vereda; que yo no la esculpí. - Claro que no has sido tú, cenutrio. Mucho se ha subido y bajado estas cuestas, aunque apenas ahora se aprecie, para que vengas a vanagloriarte tú de abrir camino. ¿Cómo crees que han llegado esos barcos ahí abajo? - ¿Volando? - Volando te haría bajar yo de un puñetazo si de este plano pudiese sacar las manos. ¡Tienes suerte! - Suerte tiene usted de estar arropado por la primavera -dijo Titagolda al saber expeditiva a la colorida comitiva- De no ser, no saldría usted de aquí a lo poco sin zurcir. - El que no sale eres tú, que igual que tú pensaron todos estos que apadrinan crucecitas, y si te fijas, hay un montón. ¡Y de renombre algunos! Clavó la voltereta Titagolda hacia atrás y desapareció barranca abajo. Tremenda hostia le esperaría de no existir otro derrubio de ceniza y haber aprendido del reciente batacazo. 264 264


Al canto de la palanca quedó colgando el capitán Caimán del cuello de la cabra, contemplaba para saber si mandar grabar obituario en el sitio u ordenar persecución. Estaba por lo del cincel, y dijo que se pusiesen a ello pues Titagolda paró contra una roca, pero con las mismas al acto se levantaba y dando tumbos insinuaba intención de recoger a Misson y huir. De la misma piel de Lucifer dijo Caimán que habría de ser para soportar semejante trompazo. Y aunque asombrado y admirado, mandó tras él a la hueste de chillonas sabandijas. Mal se haría entender Titagolda con la mandíbula desencajada y el espinazo combado, le hubiese gustado explicarle a Misson lo sucedido, pero con prisas, y que seguía sin atender el del retrato al zarandeo, se echó el cuadro al sobaco y enfiló hacia la otra punta de la laguna. No tardó en cruzar al haber aflorado mucha orilla, y para cuándo los siniestros perseguidores llegaban dónde despanzurrase, él tiraba cono arriba. Primero de cordada, cuanta roca escupió al paso echó a rodar obrando a favor, y no tardó en ganarse un trecho de respeto, el cual por cierto consumió encajándose la boca y dando rectitud a su cuerpo. Puesto de nuevo en la brecha volvió a tirar meños, mas también habían aprendido los otros malnacidos que iban abriendo rutas para cerrarlas al filo ¡Y así-así le iría lo de salir de la caldera! Al rondo existían oquedades y cuevas que tanto podían llevar a alguna parte como a ningún lado, cosa de desesperados aventurarse en una sin conocer, y menos sabiéndose perseguido por seres malignos que en la oscuridad se crecen. Pero ahí estaban las bocas, y la posibilidad se convirtió en opción cuando asumió que la cumbre no era escape. Entró corriendo en la cueva que le cayó más cerca, y fortuna cruda, que con la primera zancada, al acertar a un tablón que era pasarela quebradiza, superase una grieta que existía en el piso y que debió ser razón para no seguir excavando; unas decenas de pasos más adentro 265 265


moría la cavidad roma. Aunque fuese para alumbrarse Titagolda se sintió cual converso en procesión, elevando sobre su cabeza el cuadro, y extasiado por exhausto, imploraba que por arte de birlibirloque, milagro, apareciese la boca de otro túnel que le llevase lejos de allí, pero no, no había, y al volver sobre sus pasos comprobó que dos enormes cangrejos descarnaban parte del entibado para habilitar puente sobre la sima. Sobreponiéndose al resquemor se acercó a la grieta. Se puso al capitán en bandolera y empezó a descender el tajo tal araña, rápido, muy rápido, pues las de esta misma calaña que obedecían al capitán Caimán no tardarían en presentarse. Comunicaba la grieta con una galería que insulsa no decía de sí nada. Ni orientación facilitaba al ser totalmente plana. Tomó el ramal que creyó oportuno y por él siguió hasta que salió a una galería más estrecha y de ésta a un camarín que era pechina a una gran bóveda. Habiendo cumplido con el liso de la sima nada significó bajar hasta el suelo de la nueva sala en la que se hallaba. Debía haber sido sitio para celebrar; botellas, mesas y sillas rotas lo sugerían. Hizo tea con un par de harapos que vestigio serían de cortinajes, y sirviendo para la contra de lo que se tejiesen le ayudaron a dar más luz a la habitación. Muchísimo más grande era el lugar de lo que calculase desde arriba. Con el ínfimo resplandor que ofrecía Misson jamás hubiese adivinado las dimensiones, ni descubierto que cierta parte pese a estar tallada en la misma roca negra, los brillos que daban las facetas eran metálicos. Una roncha en el suelo resplandecía cual tesoro, y era por haberlo albergado, sí. El precio del aposentaje también arañaba el piso y lo que sería un capital aurífero barnizaba el punto. Sin duda tenía que tratarse de otra de las innumerables cámaras secretas dónde Caimán dejó por un tiempo descansar su botín. Bastantes túneles nacían o morían en la sala dónde se encontraba. No había 266 266


ninguno que por aspecto pudiese sugerir orientación, pero como alguno debía probar se internó por el que hacía la corriente más fresca. Y no es que oliese especialmente bien, no, aunque los otros llevarían al centro de la tierra, o cerca, y con distintas intensidades pero igualmente atufaban a hediondo y demoníaco. Mucho rato anduvo por el monótono pasillo hasta que halló la muerte del mismo. Llegaba el túnel al final sin ofrecer otra puerta que una pequeña gatera. Metiendo la antorcha dentro vio que seguía y seguía más allá de la vista, mas comunicación con otra sala también entendió al escuchar un goteo. Podría intentar deslizarse, pero de encontrar problemas, ¡Ay de quedar atorado! Hecho un zarrapastroso ganó con gran trabajo la desembocadura. Tapizaba esta sala un manto se diría de cristales de azúcar por lo dulce del crujir, pero a la lengua, manifiesta fortuna igualmente sería al precio que estaba la sal. Las mismas paredes de la gruta serían silvina. Volviendo a ser útil la antorcha descubrió bastantes concavidades a diferentes alturas en la pared, y recordando lo apetecible que se le hace al ganado estabulado lamer hasta gastar, achacó a estos entes la autoría del capricho. Y estaba en lo cierto. No tardó en encontrar esqueletos de cabras y cabritos recubiertos por concreciones. Debieron extraviar el paso los animales y caer a esta trampa natural, o artificial, pues empezando a entender al capitán Caimán se le hizo que hasta a los suyos tendía añagazas. Diseñada estaba la gruta para que dentro quedasen para siempre los que usasen pezuñas o cascos, mas teniendo por garfios manos, aunque costó, Titagolda consiguió escalar y elevar tras él al cuadro. Siguió y siguió, y siguió dando con camarines y trampas. Perdido acabó al ser prácticamente todos iguales, pero al menos creyéndose seguro, sentó un rato a descansar e intentar contactar con el capitán Misson. Mas Misson no atendía. Imaginó que de fiesta seguiría, y en momento íntimo, porque a fuerza de clavar los ojos en el lienzo quiso descubrir al capitán ¡acompañado! en la torre de 267 267


mando. Intentando ser discreto Titagolda acercó los labios a las pinceladas y volvió a efectuar la llamada. Y nada. No. Misson siempre era sombrero para sacar consejo, gran ayuda en momentos como éste que se había quedado en blanco. O en negro. Dejó morir la luz para probar si ciego veía más, y resultó, vino a descubrir una rendija que ocultaría academia de luciérnagas al ser muy leve el resplandor que insinuaba. Persiguió este rastro a cuatro patas al no dar otra posibilidad la vía, y cuando daba por perdida la piel de manos y rodillas fue a parar a un salón de techo bajo, un cruce de pasillos, que le ofrecía dos túneles que llevaban visos de ascender y otros dos bajar. Vuelta la tea a la mano se decantó por uno de los que subían. A contracorriente de un reguerillo fue haciendo trecho hasta que sin aviso le empezaron a manar peldaños de la roca, y cogido ritmo y tamaño, acabaron procreando escalera. Llevaba ésta errático discurrir y atravesaba otros corredores, galerías y salas a las cuales ni siquiera daba pie. Subía, bajaba, perdía el rumbo la escalera hasta que agarrando una chimenea desembocó en una gran sala. Otra alacena del capitán Caimán. Sí. ¡¡Y llena!! Mesa había, pero de oro. Y banco corrido, también de oro. Y platos, copas, cucharas, jarras, soperas... Todo oro. No obstante no sólo era oro lo que relucía. De plata maciza había una gran silla que en el esternón llevaba en relieve la crónica de las Indias. De plata y bronce igualmente era el panteón de dioses e ídolos que a tamaño descomunal custodiaban este Olimpo. Cofres con perlas, con carey, con ámbar. Baúles preñados de brillos. Y lámparas y candelabros de los siete a los setenta brazos y que no podrían encenderse a la vez o ahumarían las bóvedas, también dignas de contemplar, pues además de la maravilla geológica servían de soporte para un fresco de esmaltados dónde se reproducía la debacle de La Invencible. Almohadas y almohadones de seda y cachemir abanderaban islotes de comodidad. 268 268


Luz propia tenía la sala aunque no encontrase fuente u origen, tan bellas y refinadas eran las piezas que constituían el tesoro que unas a otras se alumbraban. Sentó Titagolda en uno de los citados islotes de pluma y por extasiado a punto estuvo de cerrar los ojos y dejarse llevar al sueño; que opíparo lo empezaba a bosquejar teniendo semejante riqueza a mano. Y notó el cosquilleo que en las costillas le producía el brotar de las alas, mas abrió rápido los ojos, y poseso, se dio a rellenar un tapiz con lo más exquisito y liviano. Se llevaría cuánto pudiese echar al saco al entender acertadamente que el propietario podría regresar. Una vez hecha la saca la avaricia le hizo grandes los oídos. Dos túneles llegaban a la sala desde la parte opuesta. En ambos metió la cabeza y estuvo un buen rato escuchando, pero nada, por ambos sólo siseaba una corriente espectral y muerta que nada decía bueno. A suertes echó la elección y ganó la boca que puestos a ser susceptibles pintaría peor, así que no gustándole el resultado sacó otra moneda de las que se había echado sueltas al zurrón y la lanzó al aire. Volvió a dar resultado el doblón, y un tercero, así que sacó un cuarto, un quinto y hasta un séptimo, y todos ellos le dijeron lo mismo, mas sintiéndose rico como para elegir destino tomó el otro túnel. Más complicado de lo que esperaba se le fue haciendo el llevar al tiempo cuadro y saca. Y tea. Quizá la mala influencia de la riqueza, pero por un momento pensó dejar aparcado a Misson y luego volver por él. De hacer, sabía Titagolda que difícil, por no decir imposible, sería recuperarlo. Quedaría tirado en el túnel hasta que alguien, algún día, diese con él. Días, meses, años. Siglos. Temple tenía el capitán para soportar, pero feo de ingrato se le impuso en la conciencia el acto al boloblás y en vez de aliviarse del peso extra que era Misson, dejó tirado en el suelo un rubí que parecía manzana. Curiosamente sintió con agrado el alivio de la carga aunque fuese exiguo, y 269 269


siguió andando. A este túnel de tramo en tramo se le abrían ramales que daban nuevos rumbos, y eligiendo estuvo el que consideró principal hasta que encontró bifurcación dudosa, la primera vez que le pasó marcó la vía elegida dejando al pie una diadema de amatistas, la segunda vez dejó un anillo con un zafiro tal huevo de codorniz, la tercera, reseñó simplemente una flecha en el polvo. Intrincado el laberinto, se vio en la necesidad de dejar media saca, y cuando la codicia le empezaba a susurrar al oído que pensase en recoger para acometer el túnel que le dijesen las monedas, dio a descubrir al final de un largo pasillo una pared agrietada que supuso daba al exterior. No sabía el tiempo que llevaba dentro, pero fuerte y agudo que le acertó un haz de luz en el ojo supo que sólo podría tratarse del Sol. Y corrió. Elástico se le hizo el túnel al no acabar nunca de llegar al final, y cuando hizo, descubrió que no era pared sino puerta. De madera. Simple. Rústica. Antes de salir dejó a un ladito la saca, tiró del pomo, y asomó al cegador día. No vio nada, no vio nada pues acostumbrado a la noche interior se le hizo deslumbrante el lugar, y también porque desde un costado le acertaron a dar un cachiporrazo, que aunque no le dejó inconsciente, le invitó a simularlo; porque de querer matar estaba a merced. Pese a desvanecido no soltó el cuadro, así que quizás debido a esto recibiese otro palo que incitaba a depurar estilo, y tal que lo hubiese, se dejó arrastrar por las piernas sin proferir un ay. Fue imprimiendo línea continua en el suelo mientras hubo arena, y cuando se le arrastró por la jungla dejó doblegada la voluntad de cuanto cardo o zarzal se interpuso. Vueltas y vueltas se le dieron, y conociendo bastante bien la disposición de la isla, adivinó que quien le hubiese cobrado tenía intención de desmemoriar, lo cual se consiguió finalmente al acertar a abrirle la cabeza una raíz aviesa que no anunciaba existencia bajo unas hojas mullidas. De ahí en adelante plasmó estela roja. 270 270


Cenital pegaba el Sol cuando el capitán Verrugo indicó que iba a desembarcar. En tierra se le esperaba desde hacía rato, pero como voluntad de Ramona era el momento concreto, dijo cuándo gustó. Se estiró, bostezó, se frotó contra las piernas de los críos y junto a estos tomó acomodo en el último bote. También en este viaje bajaban las señoras y algunos más que exentos quedaban de tirar de las maromas, el resto, remolcando por el citado medio, llevarían la Psiconauta caño adentro. Patata pasó noche perruna. Aulló, aulló y aulló igual que aullaba Ramona nostálgica y buena parte de la noche no se pudo descansar por su causa, la otra fue por las continuas escaramuzas con las sombras, mas ahora Patata no recordaba mal, iba a volver a pisar Barrena. Erguida en la proa del esquife llevaba el equilibrio, de recibo creía tras lo sufrido y aullado que ella fuese la primera de la pandilla en desembarcar, mas lo mismo pensarían Rastrojo y Herejía por sus propios asuntos, y al quite estaban los tres por ocupar la mejor posición. Se empujaban y tironeaban de la ropa. Harían zozobrar la nave, o así lo miraría el capitán Verrugo, y antes que éste los reprendiese se adelantó la hechicera y de una patada a uno en el culo tiró a los tres en cadena. Rieron el prematuro desembarco los tripulantes, y aunque intentaron asirse a la borda para subir, consideración no se tuvo y en remojo dejaron a los críos. Siguió a boga el barquito y a las tantas paladas rascaba la quilla roca. Bajaron los remeros, desembarcaron las señoras y por último saltaron a tierra el capitán Verrugo y Ramona. Muy adelantada andaba la cuestión burocrática, Boloblás III el Cumplidor hizo honor y junto a la mesa y las sillas, y los papeles, no faltaban detalles corteses de bienvenida ¡Y aún era su isla! O para dilucidarlo estaba todo dispuesto. 271 271


Aunque al grano se fuese, impensable era entrar en cláusulas sin antes airear unos tragos y frases para la galería. Se les dijo a los boloblás que lo más probable que tuviesen que largarse, y algunos notables cogieron la canoa sin más insistencia y tornaron a Ohe-Ohe, pero una muchedumbre todavía olía parranda y por ver el remate quedaron sentados junto a los fuegos. Tiempo de sobra tendrían para ver los sueños que traían los cerdos largos al ser para ellos, y a Ohe-Ohe se llevarían no bien se punteasen ambas listas. Entonces se firmarían los papeles otra vez y todo quedaría atado hasta que un nuevo rey de los boloblás llamase a Barrena para renegociar el acuerdo; que así era y así siempre había sido. - Qué tal capitán, qué tal el viaje. - Bien majestad. Algo agitadillo a ratos pero sin mayores contratiempos. - ¿Trae todo? - Todo. - ¿Hasta los ajos? - Una horca; que me enteré que preguntó. - ¡Pasión le tengo al bulbo! - Y que va al detalle. - Natural, Verrugo. - No se lo reprocho. Pese a que de palabra le confirmase el capitán Verrugo el punto, no tacharía de la lista hasta que viese con sus propios ojos Todotripa, así que sin más preámbulo, y que querían que se marchasen los otros, ordenó el capitán que se fuesen abriendo las cajas y que se empezase a cotejar; aunque seguros estaban de traerlo todo, dudaban del orden en que irían apareciendo las cosas; que varias vueltas habían echado al orbe. Interesado el rey en encontrar errores éste le pareció reseñable, pero no de los que necesitaba y agradándole el adelanto accedió. También gustó el juego a 272 272


Portento y sus secuaces, que junto a Bulín y Lortom, daban cobertura segura al capitán en tierra, y que al margen de esto, al momento, se dedicaban a sugerir a Todotripa que eligiese tal o cual caja. Sólo necesitaba un olvido su majestad pero estaba dispuesto a abrir todos los cajones, y magnánimo, en deferencia al sanedrín dejó a su tío el designar el primero. Necesitó ayuda el viejo Talta para dar con la montaña, y tras tocar varias cajas a nudillo acabó por reseñar una. Ésa. Casualmente ésa, por lógica, era de las que hacía cimientos al parapeto nocturno y un buen rato se demoró la expectación. Pastinaka era capataz e hizo mover y transportar hasta pie de mesa el cajón. Allí se manejó la palanca y tras saltar la docena de clavos se abría la tapa. Un ¡Ooooooh! más falsario que planta con patas se escapó de los boloblás mientras al cielo izaba Tizón una custodia preciosa toda ella de plata. Cinco cuartas holgadas de filigrana sacra que un tal Fraybuches había elegido. - ... ¿Fray qué? - Fraybuches, majestad -se quitó la badana y puso expresión santurrona para que le cuadrase al rey- Me llamo Fraybuches. - Fraybuches, sí -a la vez que confirmaba reprobó el capitán con la mano que se hubiese adelantado el otroÉste es su primer embarque y, precavido, nada más enrolar le apunté lo que ve. ¡Que nos conocemos! - Sí. Y para qué sirve. ¿Por qué lo eligió? - Es un artefacto religioso, y cuándo entró a servir bajo nuestra bandera le quedaría esa reminiscencia beatorra. Llegados, sirve hasta para dispensar hostias. Algo encontró Todotripa en la limpia respuesta que quiso entender pie para dar nulo. Quién le garantizaba que se le había hecho encerrona al clérigo siguiendo las mismas pautas que siguiese él. ¿Eh? 273 273


El capitán Verrugo sabía que el monarca no iba a dar facilidades, así que le susurró al oído que si quería podía poner trabas, poner otra vez a prueba, pero que si hacía, cómo que hay Infierno que cuando se instalasen en Barrena animaría al clericucho para que recobrase su ferviente fe cristiana y fuese de isla a isla predicando; extendiendo plaga. No dudó Boloblás III el Cumplidor que el capitán sería leal a la amenaza, pero pudiendo sacarle quebranto al convenio se arriesgó y pidió en persona sondear al tal Fraybuches. Con evidente molestia citó Verrugo, no sabía Fraybuches el motivo de la llamada, mas en los bisbiseos y en los cejazos supo que al menos era objeto. Todotripa levantó con la copa en la mano y fue a rondar al hombre. - Fraybuches ¿no? - Sí majestad. - Me han dicho que fuiste de los cerdos largos que visten hábito y fabrican cruces. - Sí, majestad. Aunque a mí me las hacían porque fui casi deán. -Dime, Fraybuches, dime: Si pudieses cambiar ese mamotreto de repartir hostias por cualquier cosa en el último instante de … ¿Por qué lo cambiarías? Piénsalo bien. - ¡Hombre! A día de hoy por las pistolas del Verrugas; aunque tira de asco con ésas no falla. Sí, querría empuñar esas pistolas otra vez antes de palmar. - ¡¡Ah no, ni hablar!! -adelantándose el actual propietario enarboló las aludidasAl que dé un paso hacia mí le arreo un tiro. Rápido entendió la jugada Ramona y ladró de rabia, no se pudo evitar que el chiflado del Verrugas estuviese dispuesto a defender sus armas hasta el punto de perder la vida. Se le pidió que las entregase, se le rogó, pero se mantuvo firme en las trece y tuvo que matarlo Portento ante la estupefacción de las señoras. 274 274


Pícaro rió el rey pues a su forma de ver no estaba el deseo cumplido, y cayendo en la estrategia que seguiría lamentó el capitán tener que ser fiel a su palabra, y orden también daba para que por propio deseo de Fraybuches alguien se batiese con él a muerte. Portento ¿Quién tendría estómago? No llegaron los chicos a los tiros pero sí a los ecos. En la arena había dos cuerpos tapados con mantas, y aunque entre los boloblás el alborozo era general, que babeaban, sobre la gente de la Psiconauta flotaba un halo deprimente. Listo era Boloblás III el Cumplidor, lucharía caja a caja si fuese preciso, y los réditos de su primera intervención eran visibles a su pueblo. En esto llegaron los chicos, y al ver más alegría en el lado aborigen empezaron aplaudiendo y silbando, aunque cuando comprobaron que eran los únicos psiconautas risueños tornaron su expresión neutra y orilla de las señoras tomaron asiento. - (¿Qué ha pasado?). - (Calla Herejía que la cosa está seria -exigió silencio la hechicera con la punta del pie- Lo mejor será que no os hagáis notar, pero si os llaman, para lo que sea, a lo que se os pregunte contestad sinceros pero sin fantasías; ni desearle mal a nadie. No voléis muy alto porque ahora mismo, estúpidamente, hemos perdido dos hombres). - (¿Y qué podrían querer de nosotros? -Rastrojo estaba al lado- Ya dijimos lo que queríamos y lo nuestro va en una caja). - (Chssss Calla -también reclamaba Úrsula silencio- Vosotros lo justito, este tío es muy artero). Ofreció el rey a las damas que reseñasen la caja que gustasen si ése era el motivo de su charleta, pero de no ser, por favor, que no le alborotasen el momento de gloria pues estaban distrayendo. Obvio que era otro gesto la reprimenda, mas siendo la base del acuerdo flexible 275 275


había que dejarle hacer al rey. Suya era la potestad de indicar la caja que se debía abrir, y por repartir un poco de gloria cedió al clamor del populacho y pidió que sin dilación procediesen con la caja más gorda. Siendo más costoso moverla que abrir en el sitio, se retiraron de alrededor bultos y fardos y franco se dejó un lateral para desclavar. Por tamaño podría albergar una choza pequeña o una carreta, y declarándose síntesis de ambos sueños a la playa se sacó del enorme cajón una caravana, que salvo los caballos, dispuesta estaba para echar a rodar y vivir en ella. Fue maravilla curiosa que encandiló a los nativos, y no sin esfuerzo, se llevó a rodar el invento por la parte dura de la playa sólo para demostrar velocidad. Animó el capitán Verrugo a los más fuertes y bravos para que probasen a saltarle los ejes si podían; porque el mismísimo maestro calesero de Utrera, Ernestino Chapa, la armó a conciencia. Inquebrantable, igual que el impredecible ánimo boloblás, también estaba el capitán en la tarea y astutamente le iba a derrengar al soberano el grueso de la tropa. Desde la Psiconauta, aun desde el caño, en cualquier momento se podría obrar para a cañonazo limpio limpiar la playa, pero si se les conseguía ir disolviendo, cansando, quizá para la noche se habrían librado de ellos. Mientras, tendrían que seguir el paripé del rey y festejar el contenido de los cajones. - ¿Puedo hacerle una pregunta, inglés? -cerca del oído de Lortom habló el capitán Silverio- Puede. Y puede que antes de acabar de darle respuesta, si le doy, le haya metido el sable hasta la bola en las tripas. ... ¿Es pregunta inoportuna? - No. - Allá su suerte, elija. - Veo que muy asumido no se tiene que vayan a perder para siempre los sueños 276 276


que traían. - ¿Lo dice por lo del Verrugas? - Principalmente. - Apenas conocía al Verrugas y no puedo dar motivo. Pero, sincero, me ha parecido de memos no ofrecer siquiera por su parte sabiendo lo que hay detrás; se la ha buscado. Y el páter también al decir de mala fe. Todos estamos aquí por lo mismo. Ya conocerá la otra cara de Barrena si vive para disfrutarla. Amplio sentido tenía la aseveración pues Blasfemo venía corriendo. Inclinó Lortom la cabeza a la mesa excusándose un momento y salió al encuentro del cocinero. Blasfemo llevaba compañía de zapadores caño adelante para ir batiendo que todo estaba seguro, y despejadas y tranquilas estuvieron las márgenes porque la vida animal replegó a las madrigueras y ni un mosquito se dejaba escuchar. Esto inquietó algo al hombre, mas la causa de volver corriendo fue porque encontró la gruta de acceso al volcán cegada. En codo terminaba el caño, y temiendo ocultase una posible trampa voló a parar las maniobras e informar al capitán. Entendiendo Lortom que justificaba la información la interrupción, hizo seña a Verrugo para que se acercase un instante. - Lo siento Todotripa pero tenemos que suspender el acto. - Por qué, Verrugo. - ¿Sabía usted que el caño muere unos cientos de pasos más allá? - Sí, he de confesar que mandé explorar al tomar la isla por nuestra. Pero no puede entenderse quebranto. - ... ah... Entiendo. - ¿Acaso es derrumbe reciente? Sin escuchar la pregunta del rey, que el Sordo marcó estilo, indicó el capitán a Blasfemo que siguiesen llevando la Psiconauta caño adentro para sacarla de la 277 277


vista, pero que amarrasen a la capa de la jungla. Vuelto de nuevo a la mesa Verrugo llenó la copa e invitó a proseguir. Antes de la interrupción se marcó una caja y al pie se llevó, y todos los clavos excepto uno salieron de su nicho, a seña, apalancó Pastinaka y al giro mostraba a la mesa una placa de piedra con el dibujo de una cabra; sublime. Patata, esa gran contradicción, sufrió el asalto del recuerdo de aquellos que se perdieron en el viaje, que al levantar una mañana habían desaparecido por las buenas, y por a nadie extrañar, nadie buscar paraderos, supo que murieron por propia voluntad. Se dejaron ir. Abuelos y amigos que por un instante quiso percibir, y percibió, cuando la hechicera le posó la mano en el hombro y compartió la sensación. Herejía y Rastrojo más atentos estuvieron al desembalaje que al compungir de Patata. Puede que la tripulación por conocido y propio no sintiese la curiosidad que tenían los muchachos por saber de aquello que arrastraron a través de medio mundo y que el monarca suponía pago adecuado de la isla. Muchas cosas trajeron y variadas reacciones provocaron. Cuando se extrajo un arcabuz damasquinado en el mismo Bagdad por Raïs Ibn Albaibadar, batieron los mocosos las palmas sin poder evitar. Una rueca de recio roble sin embargo les suscitó risas. Conocían, por haber preguntado, lo que se trasportó, pero el ver desembalar les proporcionaría tal sensación de gozo, que cuando se quiso dar cuenta la hechicera, los críos corrían entre la chiquillería boloblás intentando hacer volar una cometa. Cada presente, cada cláusula, cada regalo o cada sueño que se extraía del monto de las maravillas, arrastraba tras de sí a una porción de curiosos que se decantaban por el objeto o cosa y a su uso y manejo trotaban en manada. Hubo espectadores mientras hubo algo que enseñar, mas al declinar la tarde apenas quedaban en el sitio los encargados de firmar y rellenar los tinteros. - Parece que habéis traído todo -muy contento levantó nueva ronda Todotripa- Sí, eso parece -Verrugo cogía la alzada278 278


- Sí... ¡Parece! - ¡Cómo que parece! -después de tanta espera se le hacía al capitán de los más rastrero poner pegas- Todo. Todo. Todo. Todo está. Todo lo que ponía en los papeles se ha traído, Todotripa. Y más. - Faltan. Faltan... bufff... ¡Vaya si faltan cosas! Mismamente Verrugo, ¿Dónde está mi gente? Mis guerreros ¿Dónde están? Dónde los has dejado pues contigo marcharon para protegerte y bien veo que te has desecho. Porque no pienses que estos desgraciados vestidos de boloblás me van a colar. Eso, lo primero. Lo segundo. Dónde está el rey. Dónde está tu soberano, aún no ha bajado a tierra y tú has aceptado pleitesía de máxima autoridad. Resorte que tenía inculcado, sin poder reprimir los pasos Patata salió a la palestra e hizo reverencia engolada. A continuación, aunque natural, soltó de corrido el discurso de su noble genealogía, y antes que se pudiese aplaudir la representación o reprobar al espontáneo, que podría no colar, la muchacha echó a correr y tomó dirección del caño. No estaban seguros que hubiese colado el papelito de Patata, y mostrando interés Todotripa en los otros críos, se rezó para que lo que fuese a preguntar a los muchachos fuere de fácil pronunciamiento. Pero no preguntó el rey, no, sería su tío Talta el que a ojos cerrados, dijo el monarca, tenía la facultad de leer los corazones. Se le pidió a los chicos que simplemente se acercasen y se dejasen coger la mano, el viejo, al contacto, sabría la verdad. Tomó el anciano entre las manos propias la mano que le tendió Rastrojo. Era mano de niño pese a mocetón, mano curtida que a bultos tenía rosario. La mano que ofreció Herejía igualmente era joven, y mano de escribir o ser servida, aunque también tuviese su rebaño de muescas. 279 279


- Y bien abuelo, es creíble o no el abolengo ¿eh? -descansó Portento su pregunta en el pomo del sable- ¿Cree que merezca hacer cuestión de honor el nacimiento de la moza? - ¿Es verdad lo que ha dicho la chica? -sólo ese punto interesaba al rey- De la chica no puedo decir nada porque no toqué. Pero de estos no me extrañaría nada que alguno fuese príncipe en su tierra. Tienen las mismas manos de vago y maleante que tenías tú antes de hacerte con la corona. - ¡Talta! - ¡Ni Talta ni la baba de la babosa! ¡¿Cómo quieres que sepa imponiendo las manos?! El viejo Talta estaba harto de tanto protocolo y suspicacia y sólo quería retornar a palacio. Volver a Ohe-Ohe. No pidió permisos ni expresó disculpas y refunfuñando se fue hasta una canoa y en el primer banco tomó asiento. Boloblás III el Cumplidor se encargó de lo que no hizo el viejo y tras sonreír a los muchachos, y pellizcarles las mejillas, les dio licencia para ir en pos de la amiguita pues él lo iba a hacer del abuelo. No atendió el anciano los ruegos del rey y se negó a bajar. Dijo que muerto el capricho de hollar una última vez su isla natal, no le quedaba excusa para no sentarse a esperar la Ola. Mucho bien le quedaba aún por hacer aconsejando al sobrino nieto, y éste que lo sabía intentó seducirlo prometiendo que le pondría lazarillo que le cuidase de perderse en acantilados y marjales. - Eres la vergüenza de la familia, hijo. Tenías que haber puesto a mi servicio hace tiempo, y no venir ahora a hacerlo condición. No bajo. Me quiero ir. - Vamos, Talta, por favor, hable con los chicos un rato, pregunte para ver si es verdad la versión. Vaya con ellos el tiempo que estime oportuno y luego me 280 280


dice. Y le juro, palabra, que si todo lo demás es correcto, antes de ocultarse el sol del todo estaremos en mi canoa comiéndonos unos patos. - ¡A ver si es verdad! Aunque hubo que embocarle el escape que hicieron Patata y los críos, solo partió el viejo Talta. Con premura retornó el rey a la mesa pues un buen grupo de boloblás se acababa de enzarzar a mamporros al mismo pie dando mal espectáculo que presenciar a los cerdos largos; que reían. Pero al acercarse, sorpresa, descubrió que eran los boloblás que acababan de llegar en la Psiconauta, los renegridos, que además de tenerlos por ilegítimos, los tuvo por conchabados. - Le advierto capitán Verrugo que me habla muy mal de su integridad el que insista en hacérmelos pasar por boloblás nacidos. Salta a la napia que no lo son; o se apreciaba antes de apalizarse. -Pregunte. Hable con ellos y comprobará que son sus hombres. Bien es cierto que ahora están desfigurados por los golpes, pero ¿acaso no los reconoce? Cinco años son muchos años; para todos. - Esto que quede entre usted y yo, pero... ¿Han pensado alguna vez que les encomendamos gentes meritorias? No, desde luego. Lo más indeseable del archipiélago se lo endosamos a ustedes pensando que no les íbamos a volver a ver. - Lo siento de veras pero los devolvemos. Hable con ellos y sabrá que son sus boloblás. Que se hubiesen dado zurra de aupa hizo dudar a Todotripa. Era muy de los que se fueron liarse a mamporros entre ellos, que morralla mala eran y no pocas veces habrían pasado por la mazmorra o los grillos, por lo cual, muy a su pesar, pudieran ser, pero, y he ahí lo bueno, de no ser boloblás de puro cepo lo que sí 281 281


demostraban era ser gente disciplinada que sin reparo a la orden se saltaban ojos y dientes. - Tú, cómo te llamas -al azar eligió el rey a uno bajito, casi pigmeo- Tú sí que no puedes colar por boloblás al juntársete el pecho con la espalda. - En la lista me encontrará por Ohonahe; aunque atiendo preferentemente por Engë o El Negro. - Ohonahe es nombre oriundo de Ohonata, y del más chico de los ohonanatas salen tres tal que tú. - Tuve un accidente de caza, vamos, en un descuido me cazó a mí una gente de allende los mares que responden por jíbaros, y de sus mismas cazuelas me recuperó la compañía de la Psiconauta. - ¡Vaya!.. ¡Cazador! ¿Y qué cazabas? - Búfalos… elefantes… rinocerontes... lo que me cayese a los ojos. Soy buen ratón de jungla. - ¿Y algún don en especial más? - Imito pájaros. - ¡¡¿Y tú?!! -sorpresivamente cambió el soberano de sujeto- Yo también transmuto en ave, majestad. - (¡Y educados!). ¿Tu nombre? - Ohonaga. - Supuesto hermano de éste ¿no? Tú sí pareces ohonanata. - Gemelo casi, señor; aunque yo prefiero que me llamen Gändagüe; por Negro atiendo menos. - Y cuáles eran tus mañas para ganarte la vida antes, que no recuerdo. - He hecho de todo, pero mano tengo con los aperos y las plantas. - (¡Hortelano!). 282 282


Bien. ¡Me los quedo!... Vamos, que admito que merezcan ser tenidos por nacidos boloblás. Pero aún así, sigo teniendo cosas al debe en el casillero. ¡Níscalos! Por ejemplo. A la mención retiraron los psiconautas los ojos de dónde los tuviesen perdidos y fueron a posarlos sobre la hechicera, que cómplice con ellos, con una imperceptible sonrisa indicó que no era momento para aflojarse el corsé, haría, pero cuando considerase oportuno y no tuviese tanto cerdo largo babeando. Y era cierto. Habiéndole admirado el palmito ceñido con la bandera, bien recordaban los hombres de lo firme y sinuoso de caderas y redondeces. Envuelta estaba la pieza entre sedas y encajes, segura de la humedad y el aire que malamente degradarían sus cualidades resguardada dónde estaba. Mil circunloquios tuvo que dar el capitán Verrugo hasta que el lerdo de Todotripa comprendió que la seta al momento era inaccesible. Siendo tantas y tantas las loas a las excelencias del robellón, sin pudor ordenó el rey con un par de palmadas que se le hiciese laberinto de gasas y flores a la señora; para que en discreta intimidad se pudiese aliviar del peso del tesoro. En torno a la mujer bailaron el Ohí-kiki, baile de nupcias boloblás que de ser reservado para el tálamo se había corrompido en espectáculo turístico. Fue baile sensual que cumplió su objetivo y tuvo embobado a todo el mundo hasta que volvió a salir del capullo de telas la hechicera con un pañuelo en la mano haciendo hatillo. Pinza delicada eran sus dedos y apenas el índice y el pulgar presionaban lo suficiente para que no escurriese la joya al suelo. Al ser Ramona la peticionaria a ella pretendió entregar la señora para que diese a su vez al rey, mas no quiso coger el envuelto tras olerlo, y en vez de eso, echó un pis en la arena, ladró, y fue corriendo como perra que era en busca de los muchachos. 283 283


- Bueno, ahí lo dejo -suavemente depositó en la mesa la hechicera- No hace Ramona mucho protocolo, la verdad. Bulín de Aguiloche al estar supuestamente sentado casi en el ecuador de la mesa alargó la mano y con suma delicadeza cogió el pañuelo y al monarca se lo hizo llegar. Vio éste complicado lo de desfacer el nudo sin dañar los picos o lo que contuviese, y pidió a Bulín que le acabase el favor y doctor reconociese. Manos se daba Bulín con la lencería por tenerla trabajada de aprendiz, y natural que al tacto la maula abriese y a la vista ofreciese un ejemplar extraplano de lo que se dijo ser níscalo. Conservándose en singular envase comprensible que llegase plano de canalillo, y no olía mal, no, no pudo Bulín resistir la tentación de llevarse la seta a la nariz y aspirar con ganas ¡Y el pañuelo! Mas el color blancuzco y el renegrido de las laminillas le hicieron extraño a los ojos y remitió los propios sobre la hechicera. - ¿Correcto, Bulín? -alguna extrañeza captó el soberano- ¿Es eso de verdad un níscalo? - … mmmmm… - ¿Es? Deja de olisquear y di. - Es. Sí. El más sabroso que recuerdo haber olido. Un auténtico níscalo champiñonero. - ¿Y cómo me lo recomiendas comer? - Yo, éste en concreto, me lo echaría a la boca crudo; tal cual viene. - Visto que esto tampoco es óbice -dijo el capitán Verrugo queriendo dar buen fin a la tarde- Quisiera proponer un brindis por Boloblás III el Cumplidor, que fiel casero y custodio ha sido de nuestra querida Barrena hasta el día de hoy. ¡Hip-hip! por Todotripa. Que de hoy a mañana engorde tres arrobas. Locos por terminar el día y que los boloblás se fuesen de una vez, se levantaron las copas al aire y entre risas, besos y abrazos se felicitaron las embajadas. También el rey disfrutó del brindis y quiso dar ripio proponiendo 284 284


otro. Rogó llenar hasta el borde y muy solemne habló. - Yo brindo por aquél de vosotros que ahora vaya a darse el gustazo de acabar con el viejo lenguaraz. El voto, por desierto, se sintió losa. Sólo Portento brindó con su majestad. Portento, cuando se planeó el encuentro, propuso, e intentó meter con calzador, que se le autorizase, presentado el caso, a sacar el corazón al soberano y perpetrar gran escabechina entre su gente por siquiera proponer que se le matase por la espalda; que gallardamente no habría sable. Y Boloblás III el Cumplidor esperaba. - ¡Espero que sea mío el placer! -viendo lo tenso que estaba todo el capitán Silverio cogió la oportunidadYo soy el hombre que le faltaba puntear. Soy el capitán Silverio Tuerto Gargucho. Duque del Pentapuig. - ¿Es quién dice ser? -volvió el monarca a peritar con Bulín- Eso dice. - ¿Y matará? - Intentaré -dijo el propio Silverio quitándose la casaca y demandando sable- ¡Ah, no! No, no, no. Nada de intentos. No. ¡Ya me veo el juego, Verrugo! Los que me has endiñado por boloblás pasen por mi interés, pero por tal motivo otra burla no admitiré. - No tema por mi integridad, majestad, tengo honor y arte para batirme hasta la muerte -dijo Silverio desempolvando el sable- ... ¿Bulín? - Verdad es, majestad, porque no se pueden ni ver. Aunque hubiesen lucido hasta hacía unos instantes las proximidades vacías, al ir a coger distancia los hombres reapareció el murmullo de cuchipanda, y al marcar la raya de salida el bullicio era notorio. Volvía a estar abarrotada la 285 285


playa. Hubo que posponer el duelo hasta que se habilitase palco regio sobre una duna. Con esto y aquello se empezó a meter la negrura, y puestos, habría que encender un gran fuego y colocar antorchas. Teniéndose prometido cruzar cacharras bien pudieron intercambiar unas palabras y unas copas mientras se peinaba la arena. Para no quedar fríos volvieron a ponerse las ropas y envainaron los aceros. El rey, viendo madera en el hombre, se lo quiso granjear y las mejores piezas ofreció: vinos, frutas, mujeres, lo que quisiese obtendría de él si lograba vencer a Portento. Intentó Todotripa, al conocer algunos trucos del oficio, poner en camino a Silverio, mas éste declinó el ofrecimiento y confesó que lo tenía todo calculado. Toda la rehabilitación la hizo teniendo a Portento por horizonte, y pese a recuperado le siguió estudiando los andares y el respirar. Incuestionable que Portento era una máquina de dar mandobles y guantadas, y tiros, pero como todo hombre tenía un punto flaco y pretendió el otro que fuesen los pies; quiso creer; dijo; al menos repitiéndolo en alto el capitán Silverio lo entendió posible. Metía el culo el Sol en el ocaso cuando ocarinas y caracolas anunciaron que estaba dispuesto el tapiz. Ocupó su puesto también la Luna entre las estrellas, y unas pocas nubes cotillas también se dieron cita. Todo a punto, todo preparado. Copas, apuestas, espadas y expectación. Frenéticas danzaban las llamas, y los boloblás, hasta que el rey levantó la mano anunciando inicio. Volvieron a quitarse los contendientes las casacas, y recalentaban músculos y nervios en el sitio cuando un familiar silbido les vino a decir que caía un proyectil. Fue a acertar la bala al centro de la diana, reventó el cañonazo la chasca y al aire, además de gritos, se elevaron infinidad de pavesas que rellenaron el firmamento. Hubo alaridos y carreras pues no se esperaba a nadie y el cañonazo provenía de fuera ¡Cañonazos! Porque quien se acercase ordenaría a la línea de fuego arreciar sin compasión. 286 286


Acumulo de negligencias, despropósitos, mala suerte, y considerando que el posible peligro estaría dentro, todavía no estaba asignada tropa para que cubriese las baterías fijas de tierra. No se defendió ni vigiló la bahía como es debido, y desde la Punta del Ahorcado se coló un bajel muy veloz. Podría haberse divisado antes de no estar volcados todos los ojos en lo que ocurría en la playa, pero no siendo tiempo de lamentos, a grito pelado distribuyó sus fuerzas el capitán Verrugo bajo el intenso bombardeo. Defensa pasiva era el arrecife de corales, y abanderado, paró en seco el avance del navío hostil. Muy hábil se declaró no obstante el piloto, eso sí hay que admitir, porque aunque frenado por los pólipos la cornada resultó un mero enganchón. - ¡¿Qué ha pasado?! - Lo siento capitán pero las aguas ocultan barrera de corales. - ¿Un arrecife? - Viene a ser. - ¡Y no viste, Trócola! - Es de noche, capitán -pretendía mediar Torerito- No me valen vuestras excusas, no me distraigáis del responsable. La culpa es de Flojo Laxo por no haber avisado. Y tú tranquilo, Trócola, que reconozco la maniobra. Se descolgó por la amura el propio capitán Bichomalo para comprobar los daños. Poco era, había abierta vía de agua por un punzón de roca y la quilla arrastraba en un somero banco de arena. Minucia, cosa que se podría arreglar sobre la marcha si lograban desembarrancar, y desde luego lo que sí se malogró fue la sorpresa. Aunque pocas, y dando amplitud a su salida para evitar las baterías del barco, algunas canoas se estaban empezando a echar a la mar. No era cosa que al momento preocupase a Bichomalo, más embebido le tenía la selección de cañones que se deberían tirar por la borda para conceder un par de 287 287


dedos de agua bajo la quilla. Mientras decidía, ordenó el capitán Bichomalo que se respondiese con fuego menudo y preciso; que el mal quillazo dejó descuadrada la artillería. Parapetados tras la borda se dio réplica a plomo y en poco el tiroteo era denso. Silbaban las balas para ir a morder con ruido seco. Gritaba y se retorcía también la gente en cubierta cuando una flecha perdida, o prieta, hendía su penacho en carne, entonces el capitán Bichomalo se acercaba a quien gemía y le aliviaba de todo posible dolor. - ¡Vamos, vamos! -Bichomalo espoleaba- Dos cañones por banda darán curso navegable. Vamos, empujad. Disparad. Haced muerte que la Muerte os acompaña. Privilegiado bastión que era el barco contra el ras del agua, tampoco se tardó mucho en desgobernar las canoas que más acierto tenían por próximas. Pero eran muchas. Y más y más se echaban al agua mientras no poca gente empezaba a correr por las laderas de la isla buscando las baterías que se sabía cubrían la entrada y salida. Avivó el trabajo de sus hombres Bichomalo diciendo que de no tirar los cañones en cinco minutos fuesen pensando en coger hachas y sables porque quienes les abordarían serían antropófagos y piratas, ambas especies muy dañinas y sanguinarias, sin costumbre de hacer prisioneros. Enjambre se diría que eran, y mejor armados de lo previsto, porque cuando de una cuando de otra, titilaban algunas canoas en la oscuridad de la bahía, y tarde o temprano, aunque llegasen muertos y a la deriva, pero estarían rodeados por salvajes. No llegó a producirse la situación, al apear el tercer cañón se notó el nimio reflote que daba calado. Con pértigas y bicheros se repudió del anzuelo y la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso anunció arrancada. Abría velas justo en 288 288


el momento adecuado, y no porque se fuese a abordar la nave, no, al menos no era la intención de los escasos psiconautas que acompañaban a los boloblás, se presuponía carnicería el intento de ganar la cubierta, por lo cual simplemente se hostigaba para distraer, quienes dispuso el capitán Verrugo para dar uso a la artillería de la isla empezarían a operar de un instante a otro. Congrio y otro par dieron vida a los bronces, y aunque poco escoraron los cañonazos que pudieron llegar a largar, apenas unos mamparos y lo de la vía de agua fue la reprimenda liviana con la que escapaban del lugar. O en eso pensaron que quedaría la cosa los de la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso. No imaginaban que caño abajo se deslizaba la Psiconauta artillada hasta las cofas. Breve fue Verrugo dando explicaciones a los que quedaban en tierra. Las mujeres y los niños deberían valerse por sí mismos en la isla hasta que regresasen; eso sí, no tendrían que preocuparse por atender trabajo alguno porque a su regreso se encargarían otros de cavar las pertinentes fosas, lo único que se le rogó a la hechicera fue que le diese las gracias al rey por todo y lo despachase para su isla sin más miramientos; en el fragor del bombardeo había desaparecido y temían que inventase cualquier motivo para volver a pernoctar. Se fueron convencidos de ello, se fueron sin enterarse que la última bomba le cayó justo encima a Todotripa quedando desmembrado para siempre en la isla. - ¡Piloto! - Capitán. - Apura lo que puedas el curso porque voy a empezar a pedir trapo. - Dame un respiro, Verrugo. - Corcovado a la rueda que el trapo es tela; y tu título homologado es piloto. ¡Empieza a devolverle a Ramona! Tomó a pecho la reprimenda Corcovado e hizo ir tan ajustado que algún que otro erizo quedó pinchado en el casco. Empezaba pidiendo mucho el capitán ¡Y 289 289


se respondía! No acababan de cruzar el arrecife y tenían todo el lienzo desplegado. Henchida de vientos conocidos la Psiconauta dejaba estela de burbujas, volaba, y aunque se zarpó en tiempo record, el capitán Bichomalo les sacaba buen trecho, y entre la noche y la curvatura de la mar, apenas se distinguía por vaivenes la punta del mayor del Nuestra Señora. Desde su salida a mar abierta fue marcando derrota al nor-noroeste, pero de virar en cualquier momento, a unas pocas horas en cualquier rumbo encontrarían refugio seguro en una de las dos mil y pico islas e islotes que estaban deshabitados. Temiendo diese más bien pronto que tarde el bandazo, y no poder seguir, propuso Portento subirse a una vela globo y controlar los movimientos desde el aire, mas nadie quedaba tan ligero como Congrio que era quien de ordinario se ataba. Estando éste en tierra se iba a desechar la idea cuando de entre unas maromas salió una voz que se ofreció. - Yo me pongo el arnés. - Coño, Engë -gratamente se sorprendió Bulín- ¿No te ibas a quedar con el rey? - Quita, quita. Ese tipo es otro explotador. En un aparte que nos ha reunido pretendía distribuirnos para que trabajásemos su hacienda de sol a sol. Esclavos no ¡Asalariados, domésticos! Vaya gracia tiene a diario patearse la jungla, con los peligros que conlleva, para que uno viva exclusivamente para pagar por el alojamiento y el pan... ¡Y estar agradecido! Eso lo tenía en la plantación; y sin mover. Quiero, queremos, porque están también mis hermanos por aquí escondidos, más. Queremos parte. Bienvenidos fueron y parte y sitio tomaron. Unos se subieron al aparejo tensando a la marcha drizas, otros quedaron al servicio de las cureñas, y uno 290 290


sólo, Gändagüe, se puso a disposición del doctor e hirviendo mantenía el instrumental. Con la dotación justita crujió la Psiconauta de alegría, y dobló, si pudiese doblar, su velocidad. Bien vinieron los negros a la embarcación, mejor que a Todotripa, pues como he referido antes quedó hecho jirones en la arena. Los negritos no lo vieron, sería Rastrojo quien al poco de partir ellos descubriese una mano en un arbusto, un pie en una palmera y la cabeza en el techo de una choza. Descabezada la nación boloblás, fue correr el rumor y organizarse algarabía caníbal; poco bien les hizo a los instintos la mutilación que dejó la nave de Bichomalo. Allá dónde se mirase colgaba una entraña, y no es de extrañar nada que enervados por el olor a sangre y pólvora se diesen a comer cadáveres. Quizá por respeto, quizá porque portaban fusiles y sables, las señoras y los chicos no tuvieron nada que temer en un principio, pero heridos y tullidos, aun pertenecientes a las filas boloblás, se pasaban a cuchillo. No valía ser de Casa alguna, por recelar ¡O correr! se le tomaba a uno por presa y encima se echaba la jauría. Por tal motivo unió Congrio su paso al del grupo de los críos y todos juntitos remontaron el caño confiando encontrar refugio en las grutas. Y casi les mata de un susto el viejo Talta. Sentado en una roca roncaba ser grifo. Se extravió el anciano y allí dónde encontró sitio tranquilo de luces y voces quedó transpuesto. Nada sabía de lo sucedido, mas asqueado al darle las noticias, y avergonzado por el holocausto antropófago, dijo que ésta era la última vez que volvía a Barrena y a ver si con un poquito de suerte, y bien de aceite de coco, se metían los cerdos largos toda la isla, incluido el volcán, por el culo. Sin embargo, les conduciría a la cueva dónde siendo niño se decía dormitaba un dragón. Un lugar absolutamente seguro al no acertar los muchachos referencia de la grieta que les iba describiendo el viejo. Pero había que admitir que de un día para otro abrían y cerraban úlceras en 291 291


Barrena con una facilidad pasmosa. Siendo el guía invidente, y propenso a perderse, arrastró a la compañía a un calvario por la jungla. La noche poco ayudaba, y a ratos, puede que engañados por el reflejo de la Luna, o bien Patata o bien Congrio, juraban en alto que les sonaba el lugar; pero no estaban seguros. Patata lo recordaba todo grande y vistoso, y Congrio más mísero y marchito, y por uno u otro no alcanzaron acuerdo estable y sin poder objetar nada seguían mudos la hilada que comandaba el ciego. Tras muchas penalidades y rodeos, y cruzar el caño varias veces absurdamente, se terminó la espesura ante un enorme farallón rocoso. Al pie iba un caminillo de cascotes que tras otro pequeño trecho moría cerca de una cueva. Casa troglodita al tener puerta. Tomó Congrio un poco de ventaja para ir buscando aldaba o cerrojo, y antes que pudiese tantear empujando, de alguna parte saldría alguien que le dio un cachiporrazo por la espalda. - ¡Detente Cocohú!... ¿Cocohú? - ¿Talta? ¡¡Talta!! Talta, te creía muerto con el rey. - No -daba gesto a la compañía para acercarse- Me mandó a un recado y por eso salvé; al igual que esta gente a la cual sirvo de guía. Por lo que te escucho sabes lo del gordo. - Buen cebón hemos tenido, sí, a ver si el hijo sale igual o mejor. - ¿El gandul de Gordosumo? - No, no que está difunto. No, Talta, no. No. El legítimo heredero. El que nombró de buenas a primeras y a casi nadie gustó; por adecuado, creo yo. Hasta ese momento concreto no estaba Talta del todo seguro de la posición de Cocohú, afortunadamente estaba con el orden e hizo señas para que le 292 292


siguiesen. Muy cerquita unos de otros atravesaron una silva de lianas que ocultaba hogar. Allí descansaba lo que quedó de la fratría fiel al rey. Cinco hombres, seis con Cocohú, y el que haría el séptimo estaba tendido junto al fuego con la cabeza abierta de oreja a oreja. ¡Titagolda! Desde que llegase el barco de los cerdos largos Cocohú se replegó a lo intrincado de la selva a la espera de requerirse su presencia; mientras asumió el trabajo en la espesura. Poco pudieron hacer salvo aguardar ocultos y conformarse con ver en la distancia disfrutar a los compadres, y por las mismas se debe reseñar que su punto de satisfacción sintieron, aunque suene mal decirlo, cuando sus paisanos empezaron a pasarlas canutas. Cuando eran todo envidia, para distraer, les puso Cocohú a hacer guardias y acecho a una puerta sospechosa, por la cual de buenas a primeras salió Titagolda, y quien hacía la custodia, no reconociendo, neutralizó al igual con la cachiporra. - ¿Está tieso? -con la punta del bastón tocó Talta- ¿Le has dicho lo que pasa? - No. Cómo voy a contarle nada si está medio muerto también. - Tiene mucho poder la palabra, mi buen Cocohú. Sana y repara cuerpos y espíritus. Háblale al oído. Prueba a decirle quién le ahijó y veremos si despierta. Y no, no fue motivo. No había sido siquiera motivo para abrir los ojos oír que el viejo Talta llegaba acompañado por cerdos largos. Ni tampoco los abrió Titagolda cuando se enteró que muerto Todotripa él sería rey hasta que alguien pescase el honor. Simplemente abrió los ojos, despavorido, cuándo oyó relatar a las mujeres y los críos lo presenciado en la playa. Levantó y sin decir palabra tomó respaldo en un tronco y sacó la pipa y algo de yerba. Se mesó los grumos del pelo y pidió con leve gesto fuego. Mudas dio un par de chupadas que le iluminaron el rostro. Aspecto tenía desde luego de haber estado en el meollo, y de no atarle la cabeza un turbante, probable le escapasen los pensamientos al 293 293


cielo pues el humo lo hacía. - O sea, que soy el rey ¿no? -tras un par de bocanadas acabó declarando Titagolda- En funciones, hijo -aunque contrariado por la tomadura de pelo Cocohú habló sumiso- Y te informo, en cuanto me demuestres que no eres apto dejaré de servirte; el mismo acuerdo tenía con tu padre adoptivo; cojo las artes y me vuelvo al mar. - Si tanto venerabas, toma esta primera orden por presta y llévate a tus hombres de la isla. A todos. A todo boloblás que encuentres arrastra contigo, Cocohú. - ¡Eso! ¡Eso! -Talta pasaba de la propuesta al acto y levantó para ir buscando rumbo- ¡Vayámonos de una vez! - Llévate a los boloblás de la isla. Que todo el mundo se vaya a su casa. - ¿Y usted, majestad? -por acertada la medida se preocupó Cocohú- Ya veré. En esta isla también tengo morada. Ve. Esfumado el fiel general y el abuelo, a solas quedó Titagolda con los cerdos largos. A Patata y Congrio recordaba de su adolescencia cercana. Con ellos iban dos críos y dos mujeres; todos ellos nuevos en el archipiélago. Sabiéndolos acojonados entre otras cosas por la tinta que le cubría, intentaría limar Titagolda asperezas hablando del capitán Misson, amigo común, que aunque a las mujeres apenas sonase, para Patata y Congrio era toda una institución. Viendo que estos sabían ¡que gente eran de la Psiconauta! se lanzó Titagolda a narrar con pelos y señales su defensa de la isla. No omitió ningún detalle, salvo la odisea de su último trayecto bajo tierra; cuando en su narración entrase a la cueva perseguido por sabandijas y bichas, salía el relato a terminar en el momento que le hablase a la oreja Cocohú. No obviaba el intervalo por haber cambiado de ambiciones y entender su futuro ahora en el archipiélago, ¡Rey!, seguía queriendo echarse a la mar con gente civilizada de verdad y conocer mundo, y precisamente al quererlo 294 294


con vehemencia buscaba y rebuscaba por dónde más o menos calculase que le dejaron hatillo y cuadro. Y el lienzo halló, mas el hatillo quedó con toda seguridad al otro lado de La Itinerante. - Y qué le pasa al capitán Misson que luce tan larri -a Patata le extrañaba que no estuviese en pose principal- ¿Anda enfermo? - No sé. Pero enfermo no creo porque me dijo no gozar ni padecer males mortales. Lo suyo es más etéreo. - Pudiese ser en tal caso mal de espíritu que es su esencia -comentó la hechicera tomando el cuadro en las manos- Dejadme ver. Auxiliada por Úrsula clavó la mujer los ojos en la tela. Más allá de colores y pinceladas, de pigmentos, de barnices, la única cosa enmarcada era una torre alta y esbelta cual minarete, último bastión de un castillito, que venía a mal defenderse de la asfixiante presión oscura. No apreció la mujer que el capitán Misson defendía a cuerpo troyano el portalón de acceso a la torre, que hacía, pero intuyó lo crítico del estado y sincera habló. Su opinión fue tajante, o se le hacía un exorcismo al retrato ahora mismo o pasaría a otro estado de gracia del cual sólo podía adelantar que no sería el mismo; si a mejor o peor dudaba. Titagolda dependía más que nunca del cuadro, y aunque también acabó contando el viajecito subterráneo, sabía que sin el testimonio del capitán, y sin pruebas tangibles, la vida propia le corría peligro. Y no por incredulidad de este grupo porque Titagolda lloró la sinceridad, no, convencer al fiero capitán Verrugo se le hacía al momento imposible. Por ser boloblás y estar en la isla. Y por haber volado la entrada del caño. También por desecar sin permiso el lago; estar en ello. Por gastar holgado de cosechas y provisiones... Y hasta por ser el primero en abrir La Itinerante. Todo se le hacían pegas. 295 295


Y, curioso, sólo le dolía una cosa, y era no haber atendido a Misson perdiendo éste su voz y sus colores. - Deja el llanto para Verrugo; falta te va a hacer -conocedora de estrecheces hablaba Úrsula- Yo te creo, y estos, y si es verdad que el capitán Misson te tiene dado tuteo y consejo, no temas, no te desgastes ahora, seca tu pozo porque de entrada te digo que te va a costar, sí, pero Verrugo tampoco es ogro y será capaz de avenirse a razones. - ¿Usted cree? - … Pues no, la verdad. Como no aportes prueba fehaciente de lo que dices, o hable por ti tu amigo el plano, te van a abrir el gaznate. - ¿Y no podrían interceder ustedes por mí? Por favor. - Por poder se puede -afable fue el tono de la hechicera- Y aunque te hagas que somos todos hermanos, apenas el año llevamos juntos; ahora, al menos puedo asegurarte que muestras han dado de cariño y respeto. - ¡Y algo más! - Sí, Úrsula, sí. Pero no vayamos a negar lo evidente y admitamos que a la hora de administrar los cuartos son firmes negociantes. Tanto tienes tanto vales, tanto metes tanto sacas. Y, la parte que aporta el muchacho está en el aire. Y, la parte que disfrute consecuentemente puede ser bajo las aguas. De corazón estaban con Titagolda. Seguro que ganaría más puntos para hacerse del gremio facilitándoles protección a ellos que por dar con ruta discreta para ir esquilmando los tesoros de Barrena. Titagolda propuso tomar el camino de la cumbre al despuntar el día, y no pareció mal, pero entretanto no aclarase seguirían necesitando covacho al que llamar refugio. Madura la Luna colgaba silenciosa. Pese a ser guía y anfitrión, Titagolda era 296 296


guiado al no tener referencia del último punto de avistamiento de La Itinerante, cerca estaba, y aunque todos coincidieron en señalar una boca como marco de la puerta, no quedaba allí más madera que censurase la entrada que aquella de la que fuese astilla quien quisiese entrar a fisgar. Tarde llegaron. Se pusieron entonces todos a escrutar recovecos y grietas, a husmear los chiquillos aleros y voladizos. Hasta en el alma de algunos troncos huecos miró Patata. Horadadito que se encontraba el entorno, sin embargo no encontraron sitio digno que defendiese a siete personas, y buscando buscando, andando andando, acabaron dando con el lugar que les refiriese el viejo Talta; debía ser. La grieta del dragón sería la boca del caño. La cegada. Y aunque sellada para el agua y los barcos, para el aire no existía traba al conseguir encontrar escape el aliento nocturno del dragón. ¡Qué olor! Avernales eran los efluvios que flotaban, algo más fétidos que de costumbre quizá al tener el volcán las tripas revueltas. Y crujió. Tembló toda la isla. Patata y Congrio sonrieron al unísono al corretearles las cosquillas las plantas de los pies y reconocerlas familiares, Titagolda habituado ni notó, y el resto... bueno, cada uno sentiría de una forma especial al ser la primera. Herejía lo percibió desconcertante, no era un temblor de la Quebrada porque allí son producto del perder agarre las piedras y despeñar, imponente se le presentaba el poder que subyacía bajo tierra y que era capaz de hacer vibrar a la isla entera. Para Rastrojo quedó en curioso, más trajín le traía a sus ballestas tomar la calzada romana del Pico que padecer por lo visto un seísmo. A Úrsula le revolvió las tripas ¡Lo que no consiguió la mar! Y a la hechicera estremeció y puso el vello erecto. Literal, de punta. Granos se le hizo la piel cuando por el caño divisó varias canoas boloblás remontando, partida de caza, que con indumentaria reglamentaria caníbal iban directos hacia ellos. Llevaban arcos y cerbatanas, y hachas de piedra, y varios con largas lanzas, de los cuales dos se 297 297


reseñaban principales al portar en la punta de sus picas las cabezas de Cocohú y Talta. Los habían decapitado. Por suerte vio ella antes y pudieron apagar los fuegos y ocultarse entre las rocas caídas. Mas esta gente se manejaba con otros usos y al olfato les declaró presencia el grupo ¡Cerdos largos! Pese a inmunda la corriente que salía de la grieta olía a vida, así lo entendieron Úrsula y la hechicera y ordenaron a los críos que sin dilación se introdujesen grieta adentro. Justito entraba Congrio, y hasta justita entraría la hechicera, mas de ninguna forma acogería la ranura el tamaño de Úrsula y mucho menos el de Titagolda. Descartado para estos cuerpos la vía, instó la hechicera a Congrio a que siguiese a los chicos pues ella iba a quedar. Con ellos quedarían también las armas de fuego, los muchachos agarraron a Misson y se pusieron a reptar. Conociendo las costumbres de la zona, informó Titagolda a las señoras que con toda seguridad aún tardarían un poco en atacar los boloblás; estarían echándoselos a suertes; posiblemente hasta estuviesen subastados y todo, y prácticamente seguro que la tardanza fuese debida a estar cerrando los flecos de la adjudicación. - De seguir las pautas ordinarias lo más probable que manden a dos o tres desgraciados para sondearnos la respuesta. - ¿Y después? -preguntó Úrsula agarrando un fusil- Si matamos a los que vengan, enarbolarán bandera blanca para retirar los muertos hechos y parlamentar. Mas es treta vieja, y tras comerse a los que hayan caído, mandarán nueva pareja para que ondeando tregua intenten llegar bajo la tal cobertura otra vez hasta nosotros, y aquí mismo, sí, darnos puñal a la que descuidemos. - ¿Y de no descuidar? -bravucona dijo la mujer tomando ahora una pistola- Volverán a elevar trapo de paz para expresar desconcierto por lo acaecido y retirar a los que hayamos matado. 298 298


Y tras comer, atacarán en masa. - ¿Y algo más? -a mano disponía sable y cuchillo- Más no le puedo decir, no tengo constancia de nadie que haya sobrevivido al asalto. Negra era la letra de la canción que entonaba Titagolda, y buen conductor el eco, las palabras llegaron nítidas a los muchachos. Entre angosturas y estrecheces fueron muriendo los sonidos, y al filo de una arista que daba paso a un pequeño receptáculo, se perdió la conversación. Lo último que escucharon proveniente del exterior fue un disparo que quizá diese puntilla al túnel al hacerlo venirse abajo. Establecido que el sitio aparentemente era seguro los chicos pararon a tomar resuello. Pero ni al segundo llegó el descanso al empezar de nuevo todo a moverse y desplomarse partes del techo; generando una ola de polvo que podría pensarse quería engullirlos. Huyendo de la polvareda fueron tomando cuanto ramal se les insinuase estable, mas al acabar todos cimbreando desembocaron sin prestar atención en una sala grande. Una burbuja perfecta, esculpida por colada única, con brillos estratigráficos en las paredes del melaza ambarino al negro cortante. Iridiscente el lugar, fuese apropiado o no, no siguieron camino al quedar cautivos en la belleza. - ¿Alguien había visto alguna vez algo parecido? -también Congrio abrió la boca- No, yo no -dijo Herejía admirado- Alguna cueva he hecho y jamás hallé nada tan... esférico. - Parece una pompa de grasa -aunque bello, no le fascinaba a Rastrojo al punto de olvidarse de lo pasado- Al fregar ollas y cazuelas se arman burbujas idénticas. - Es entrar en el arco iris -opinó Patata-. 299 299


No hablando de la suerte que habrían podido correr, o estar corriendo, las señoras y Titagolda, el único tema viable que se prestaba era la geología caprichosa del lugar. Poco aprenderían de este tema con Bulín, pero entre lo que quedase, y la experiencia personal de cada uno, concluyeron que mano humana no intervino para tallar tan digna obra. Ni autoría del Hombre serían las subsiguientes galerías y salas que fuesen descubriendo. Sin embargo visible por todas partes era el uso que se hacía del lugar. Alguien vagaría estas profundidades, y aunque muy esporádicamente, y con carácter de indicio, hallaban huellas. Una mierda de cabra, un barril de arenques vacío. Y no sólo eso. En un camarín encontraron acumulada una ingente cantidad de listones y maderos, que si hubiesen tenido paciencia y cuidado, al remonte de las piezas les quedaría un sin fin de bastidores para enmarcar telas. Sí, con cementerio de retratos acabaron topando por pura casualidad. - ¿Creéis que habrán muerto? -amplia dejaba la pregunta Rastrojo- ¿A qué te refieres? -concretó Patata- … mmmm… A las telas de estos marcos... al capitán Misson... - ¿Y la suerte de Úrsula y la hechicera no te inquieta? - También. - Yo no quiero que se hable de eso. - ¿Por qué, Herejía? -aunque interesado en los nuevos enlaces que ofrecía el lugar, Congrio manifestó estar- Que no quieras hablar del tema no va a hacer que deje de existir el problema. Muy bien han podido ser muertas por los caníbales. - ¡Y con igual probabilidad habrán podido escapar! Si queréis que hablemos de algo, que nos llevemos bien, vamos a darnos todos un puntito en la boca y rondemos cosas concretas. Más tema de conversación se me hace el que oportunamente hayamos venido a topar con este osario. 300 300


¿No será que el volcán demanda que dejemos en el sitio al capitán Misson si queremos continuar? - Eso lo sabremos cuando tomemos una de esas galerías -señaló Patata las que se estaba adelantando a explorar Congrio- Si intentamos coger la vía y se nos viene también abajo será cosa de pensar, mientras no. - Y de no ser el túnel, sino el propio Misson quien quisiese quedar aquí ¿eh? Demasiada emoción tuvo el día y se encontraban desvelados. Puesta Patata a observar el cuadro y el lugar, tampoco le faltaba acierto a Herejía aunque dijese por nervioso. Ella le oyó contar a Misson que los cuadros contritos o exorcizados se acumulaban en una sima profunda muy próxima al corazón del volcán. Era el lugar ideal para aquellos renegados sin reposo, su bastidor y huesos no encontrarían mejor descanso que entre tantos olvidados. Lanzada Patata a recuperar algunos listones con chapa, acertó a leer que allí estaban los restos del capitán Albertini y el mulato Pelusa Embarba; que fueron azote de las Molucas. Y de Arthuro Von Piñen. De Cubero el Narizotas; que ganada fama tuvo de juerguista y carpintero. Incluso un tramo bastante largo extrajo que llevaba lista de grupo. Decía: Honorable capitán don Miguel Montaña, distinguidos almirantes Luigi y Sito Gafas, el general Cabo Boneque y Silvia la Loca, Yokosuna Cheng, Germarito de Aluchnnën por la liga pangermana, el muy medido caballero Blasquin, y don Rulo Santamaría el Impertérrito. También en listón largo halló cartucho que contuviese nombre exclusivo: don David Molina Arias; marqués de Solochancli. Y aunque el tamaño de los palos no pudiese ser seña de lo que allí dormía, sí daba a pensar que buena parte de la Historia hecha por el Hombre en la mar tuviese un representante. El mismo Misson era leyenda. Por dos veces la marea negra batió contra la puerta del torreón, y en ambas ocasiones batalló el capitán Misson en clara desventaja hasta acabar recobrando el paso y enrocarse. Descolgada estaba la 301 301


puerta de sus bornes y sólo aguantaba cerrada por atascada y con puntal trasero. Había echado a rodar escaleras abajo cuanto mobiliario encontró atorando de cachivaches la escalera de caracol. - Váyase porque está a tiempo. De largo ha cumplido su palabra y queda exonerada. Váyase Genoveva. - Venga conmigo, Misson. - ... Su marido. - ¡Venga! No sea mojigato, gabacho. - No chéri, merci beaucoup. Aunque no me quiera creer, opino que ellos se darán por vencidos; o probable que me traten mejor que su esposo. - Mucha creencia la suya. Doña Genoveva lo dijo al tiempo que retumbaban los pasos del ariete antes de batir. Seca volvió a caer la puerta y en fila de a uno empezaron los demonios a abrirse paso en la escalera. El capitán Misson se despidió de la mujer, y desenvainando el sable y amartillando la pistola, se dispuso a vender caro el pellejo. Resonaron también sus pasos a la contra alertando de la bajada, pero ferino y rápido, ¡leyenda! derribando al primero también tumbó al resto. - Váyase Genoveva -siendo el propio Misson nuevo puntal de la puerta gritó- No se preocupe por mí y coja la trampilla de escape. - Dónde daré a salir. - Cerca. Al otro lado. - Venga conmigo. - Por favor, Genoveva. Cortó el aliento del capitán un sable que acertaron a meter por una rendija, y al acto, teniendo mal apoyo, nuevo embate daban con el tronco y la puerta trasmitía el topetazo dejando atontado a Misson. Tambaleante descargó sus 302 302


pistolas y las del primero que intentase irrumpir, mas por detrás vendrían arreando y aun sin querer varios demonios entraron trabucados dando guerra en el recibidor. La oleada que cogía entrada la dirigía Cuelgavacas, y viéndose Misson desbordado tuvo que plegar velas y deshacer camino. A paso de cangrejo fue subiendo la escalera para no perder la cara al combate, segando a pinzazo vivo brazos y piernas, cabezas, derramando un carmesí negruzco que poco tardó en hacer reguerillo y discurrir escalones abajo. Costoso le saldría el ataque a Cuelgavacas si él fuese cabeza de embate, mas uno tras otro el gachó iba lanzando oponentes al capitán y no le dolía. Misson, de talle titánico, mandó de vuelta al Infierno más demonios y espectros que el Santo Oficio. Se batió sin preocuparle que fuese una arpía, o la Bicha de Balazote, quien esgrimiese intenciones. Y no cayó sino por perder pie. Resbaló, porque cuándo podía empujaba de nuevo para abajo, y vino a dejarse listados los riñones con el canto de los peldaños, oportunidad manifiesta que se dispuso a aprovechar Cuelgavacas, y que no pudo llevar a mal fin, al arrearle Genoveva buen disparo. La mujer logró por un instante taponar la vía de paso y robar al capitán de la confusión. Y una última puerta volvió a confirmarse baluarte de defensa. - Váyase, s´il vous plaît, Genoveva. Váyase. - Está muy torpón para dejarle con garantías solo. Recuerde el coscorrón. - Verdad Genoveva. Pero váyase, quede tranquila porque la torre es inexpugnable, y si he resbalado ahí abajo ha sido por las mierdas tiradas, y aquí, vea, no queda nada salvo los ventanales y la trampilla de escape. No tropezaré. Cójala y salga afuera. - Sabe lo que pasa, Misson -además de la amistad que le retenía, doña Genoveva todavía no había tomado la escampavía al observar desde la ventana que estaban en sitio extravagante- No creo que sea el mejor lugar. O momento oportuno. 303 303


Mire usted afuera y verá lo que hay. Distorsionado por las escalas, el universo se le ofreció una bóveda de colorines a rayas, rasgados, como si a un tigre de bengala se le hubiese sacado el vellocino y estirado éste para extender en derredor de los confines. Por gigantescos los niños sabía dioses y no quería personarse la señora ante tamaños entes dementes. - ¿Cuánto calcula que aguantará? - Ésta, chéri, abre mi sancta sanctórum y es puerta que ni con frase. No tiene llave, no tiene cerrojos, no tiene pomo. ¡No tengo ni aldaba! No tema madame porque ésta es la parte inexpugnable del todo. - ¿De verdad? - Oui. Dúctiles las fibras de los árboles abisales, se domó la rigidez del ariete para hacerlo subir por la escalera de caracol y con él batir contra la puerta. De bronce era la cabeza. Un moro con enorme turbante que a ceño de celo cascó cuánta puerta se le interpuso desde los tiempos de Saladino. Se escuchaba perfectamente los resoplidos y trompicones de los que movían el brazo, el canturreo que imponían para subir todos a una e imprimir mayor poder. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡¡Pumba!! Aunque daba con la cabeza bien pudiese ser el moro gigante que tocase con los nudillos, y de no abrir, quizá intentase hasta desenroscar la tapa del techo. Pero sólo era cabeza de ariete. Tras una eternidad dando golpazos, se avendrían a tomar los otros un receso que al tiempo aprovecharon doña Genoveva y Misson para conferenciar. - Monsieur Misson, será muy segura esta fortaleza suya de tres por cuatro, pero hace un eco del copón y empiezo a pensar si no sería momento idóneo para 304 304


darme de una vez el bote. ¿Viene? - No puedo. - Pero cabría o no cabría en mi ónice. ¿Le sería cenotafio? - ... Oui... puede. - Haga entonces los preparativos que tenga que hacer y vayámonos de aquí; recoja. No hubo tiempo para más palabras pues renovado el ímpetu del ariete batió bajo pauta de diapasón. Largo y larghetto. Del adagio al alegro se pasó al vuelo, y prestos, prestissimo, fue martilleo insoportable que animó al capitán Misson a entregarse. Sólo deseó estar en el camafeo y a él transmigró por tan austero sortilegio. Doña Genoveva sintió el peso, no mucho, un par de onzas de aire. Ido el capitán aún anduvo un rato remoloneando la mujer, miraba más allá del ventanal intentando adivinar dónde diantre iría a salir. Los chicos al menos estaban, pero no atisbando rastro de más gente dudaba no sería objeto de un exorcismo por parte de los mocosos. Decidida a acometer la vía de escape preguntó, por comprobar, qué tal andaba todo al que anidaba en su pecho. Si estaba cómodo, si el sitio era frío... Si rondaba su marido. Pudiera ser cosa de celos o simplemente por no poder todavía, el caso que el capitán Misson no dijo esta boca es mía, que no lo era, y esforzándose en retallar la efigie de Pastinaka padre se mantenía callado. Doña Genoveva observó las minúsculas modificaciones que llevó a cabo Misson para reesculpir al que fuese marido. Corrigió la papada y la napia tabernera. Y el pelo medró melena y bigote. Y los cuellos, y la chorrera, y el lazo de vuelta y media. También en relieve daba buena percha el capitán y obligado tuvo Genoveva que admitir la revalorización de la joya. 305 305


- ¡Misson! - ... Diga, diga, diga... Diga, que oír podía pero hablar no. - ¿Ha tomado posesión? - Hasta del cierre de la fíbula. - Entonces podemos irnos. - Oui. - Qué hago entonces. - Tire decidida hacia usted o quedará escobero, y luego salte confiada al hueco que se abra. No tema por ver al fondo la sangre roja del volcán; el túnel que nos acoja es tobogán preparado. Sin pensarlo más echó al aire las sayas y se sintió aspirada por el túnel. Caía, caía, caía. Caía. Caía. Discurrió entre tinieblas, hasta que fue frenada por el rozamiento del aire caliente que ascendía, y de repente, se retorció el tubo y sin sensación alguna de haber acabado el salto ya estaba fuera. Del otro lado. Le impresionó a Genoveva ver en lo que había quedado el cuadro. Negro profundo tal firmamento aburrido, aburrido y triste pues la única estrella que rutilaba en la tela, y poco, era un candil que dejó el capitán Misson encendido para que se viese luz bajo la puerta. Por mucho que acercase Genoveva la cara al lienzo no conseguía oír ahora el rítmico martilleo del ariete, ni danzaba la llama el sebo. Todo él era negro, y tan minúsculo el punto brillante, que bien pudiese ser tenido por cagada de luciérnaga. La mar estaba otro tanto de oscura. No bailaba más luz en la cubierta del Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso que la bujía que portaba Bichomalo. Necesitaba el farol para ver la cara a Flojo Laxo. Tras el asunto de Atola-hora lo 306 306


encadenó a la cama que hacía la vela al hinchar. El pobre diablo recibía de lleno los gualdrapeos y empellones de las rachas de viento, y además de hecho jirones el ánimo, también tenía el cuerpo. Puesto a secar en la tela del proel, buscó acomodo el capitán Bichomalo entre unos fardos y unas balas de cáñamo, espectáculo de gusto le proporcionaba el suplicio y no pocas veces desde que lo atase al punto acudía a contemplar. Flojo no hablaba, ni gastó en escupir. Reservaba el arrojo para momento adecuado. Bichomalo se le sentaba en frente y le miraba a ceño fijo. No irradiaba la misma mirada el capitán, ante aquella, no tuvo coraje Flojo para cruzar sables y se dio fácil preso. Se rindió a los ojos al suponer que muerto estaba si osaba siquiera toser, pero ahora, con la pequeña contrariedad que supuso el ser rechazados por la gente de la isla, le sabía otra persona al capitán. - ... Capitán. - ¿Te atreves a llamarme? A devolverme la mirada, zopenco. - Me duele todo capitán. ¿Piensa que eso me incitaría a la charla? - Te repites. Intenta alegato nuevo; ese empiece me has hecho muchas veces. No soy yo el que duda de sus propósitos porque en firme tengo el abrirte en canal. Busca otra monserga al no agradarme ésta. No estoy de talante, Flojo. - Lo sé y por eso hablo. Si me suelta, ahora sí le acepto el reto que me echó; le cojo el acero. - Ahora no quiero yo; oportunidad te di en la taberna de la isla aquella. - Quedó en que cuándo me placiese, capitán. - Sí, ésa fue mi expresión. - ¡No se puede confiar en usted! No tiene palabra. Y de ella me dijo que daría señal si le marcaba en el plano el rumbo exacto. E hice. Hasta la mismísima Barrena le he traído para que usted 307 307


salga ahora zumbando. - No huimos, descastado. ¡De quién habría de huir! - De los míos. - Ja, de los tuyos. Buena argucia la tuya, sí, pero ya daré. Vamos, dejémonos de sandeces ¿Dónde están? ¿Dónde se esconde tu cofradía? ¿Dónde están tus socios? Ahorrémonos todos molestias y dame franca respuesta. Dime. - Le he dicho que era ésa. Acabamos de salir escopetados de Bahía Comilona. - ... mmmm... ¿Así llaman? - Sí. - Y el arrecife ¿Tiene nombre completo o sólo por carecer de apellidos se oculta bajo las aguas? - Palabra le doy que es el lugar. Déme el sable que me prometiese y aprovechemos la hora. Mi gente estará reunida en tierra y he de unirme a ellos. - Te unirás en cuerpo y alma, descuida, en fosa común, y arropados a cal, os voy a dar sepultura para la eternidad cuándo os encuentre. - Le he dicho que ésta es la isla. ¡Déme el sable! - Te daré, tranquilo. Pensó Bichomalo que era nueva tontuna de Laxo, pero tanto empeño tuvo en defender la postura, que hizo dudar al capitán y mandó rolar con arco suave al sur-sureste. Volver. Cierto que se les dio réplica con armas de fuego, y que algunos occidentales montaron canoas, pudiese ser el escondrijo de los socios, sí, mas no hallando barco alguno fondeando adjudicó ser la posición dominio de la bucana. Quizás debiese volver a escrutar. 308 308


La alegría la sintió Flojo Laxo en las lumbares. Azotaina le repasaba el trapo sin tregua y por no dar placer al capitán asumía los dolores. Soberbia estaba la mar y sencillo le resultaba zambullirse en el agua sin el cuerpo, éste quedaba atado para que el capitán Bichomalo siguiese haciendo escarnio de obra y palabra. - Capitán... Capitán. - ¡Ordené que no se me molestase mientras estuviese interrogando al desertor! - ¿Desertor es ahora? - Sí Torerito, siempre lo fue, porque silbando ante una atrocidad lo vi por primera vez; de antaño era carne de cadalso. Es canalla y mentiroso, no sufras por él. - Bien, pero inconsciente no logrará sonsacarle nada. - ¿Lo está? - Témome que sí, de no estar muerto ya. - ... mmm... Qué opinas tú de lo que dijo. Que éste era el sitio. - Barco no vimos, verdad es, pero por las escuetas reseñas que aquí y allí se le escaparon a Flojo, bien pudiera ser ésta la isla que se busca. Mandó clavar el capitán Bichomalo a la raya del horizonte que referenciaba Barrena y navegar en paralelo. Siendo noche racheada ahora tocaba tanda de claros, huecos quedaban entre las nubes y los últimos brillos nocturnos dignamente alumbraron los contornos de la isla. Envuelta en el sudor que tupía el follaje y las miasmas del volcán, la propia Barrena parecía ser el casco de un colosal barco y las nieblas el velamen. Se hinchaban y rasgaban amenazando con botar al océano la isla de un momento a otro. - ¡¡Capitán!! ¡¡Capitán!! -desde popa gritó el Trócola- ¡Capitán, corra capitán! ¡¡Capitán!! - Voy, voy. 309 309


- ¡¡Capitán!! ¡¡Capitán!! - No grites somormujo. No grites más que bien te he oído. - ¡Capitán, corra, corra que nos siguen! Ninguna gracia le hacía al capitán correr la cubierta al dolerle horrores el muñón al hacer, mas gráciles sus movimientos nadie reparaba en ello y siempre se le demandaba al vuelo... Lo urgente, obvio. Hizo la eslora el capitán apretando los dientes en un par de zancadas, y se diría que ante la rueda estaba antes de morir el arrastre del aviso, mas no localizó barco que ver, aunque clarete, el vino que era la noche aún no se había diluido. Y borracho debía estar el Trócola pues arremolinándose lo más agudo de vista en la popa nadie deslindó vela alguna en la línea del horizonte. El capitán Bichomalo miró y miró queriendo creer bueno el aviso, porque de no ser, por la carrera, solamente por eso y alarmista, le iba a sacar los pulmones por la boca al Trócola a sabiendas que perdería un magnífico piloto. El Trócola adivinó las intenciones, y antes que el otro echase mano al cuchillo reseñó a dedo una nube en el cielo. Era nube por flotar en el aire, pero su aspecto esférico era el de una vejiga hinchada. ¡Una vela suelta que al aire escapa! - Se lo prometo, capitán, nos sigue esa nube tan rara. Por curiosidad atmosférica la tomé mientras a rumbo fijo fuimos, mas a partir del momento que viramos se declaró rémora. - ... Sí... sí… Ahora veo. - ¿Qué es, capitán? - No Trócola ¡Quién es! -poco le adelantaba por ahora el catalejo a BichomaloSigue cómo si no nos hubiésemos dado cuenta pero tenme al tanto. Concitó tal expectación el fenómeno que el capitán Bichomalo se remitió de nuevo a Flojo Laxo. Tomó asiento entre los fardos y se preparó una pipa. A mano tenía el catalejo y de cuando en cuando se lo echaba al ojo para observar. Lejano y sumido en la oscuridad le quedaba velado el entendimiento del 310 310


prodigio, aunque en nada entraría la mañana y con luz sería otra cosa. Mientras, Flojo volvía a tener oportunidad de redimirse si acertaba a explicar el misterio. Prometió el capitán Bichomalo que le restituiría rango y paga si acertaba a dar coherencia. Pero Flojo Laxo despreció el honor. Título mejor tenía, y dividendos, porque en la isla se le esperaba Sordo, así que el ofrecimiento no le arrancó una mirada al tener los ojos puestos en la distante Barrena. Una última oportunidad le brindó el capitán, y juró por su fajín, y en alto, que de acertar la naturaleza del ente aerostático le cortaría las ligaduras y por el mango le ofrecería un sable para batirse. Eso era lo que quería oír Flojo y nada tardó en aceptar. Y habló, no entró en detalles técnicos, pero identificó el objeto flotante como una vela globo de las que gustaba largar la Psiconauta para perseguir a distancia sin dejarse ver. Era su gente. Era su isla, joder. Y si algún momento hubiese de ser bueno para dejar la vida, éste le pareció idóneo a Flojo Laxo; quemó sus naves sin encender cerilla y refirió que tras ellos iban el capitán Verrugo y compaña. No existía escape. - O sea, que viene a mí. - Sí. No hará falta buscar más. - Si nos ponemos a colgarnos méritos la primera zurcida es mía porque a la isla arribé sin ser detectado. - Touche. - ... ¿Ein? - Que tocado; que razón tiene. Y ese mismo punto, por cierto, también me tantearé yo en otro juego que tengo abierto y no viene al caso. - Con quién. 311 311


- ¡Con mi padre! Viene o no viene ese sable. - Cuándo se compruebe. Rotunda le fue la palabra para adjudicar autoría, y aunque por buena tuvo la sentencia Bichomalo, esperaría a que el sol hiciese justicia. Y respondiendo al mandato de Neptuno, al poco empezó a perder altura la nube hasta que se la comió a partes iguales el horizonte y la mar. Breves fueron los segundos que estuvo expuesta a la claridad, pero le bastó al capitán para comprobar la verdad de Laxo. Al menos a lo que correspondencia hacía con ser vela de la cual suspendía un muchacho. Era. El capitán Bichomalo adelantando palabra clavó un sable en la cubierta, y explícito le dejó reseñado a Flojo que para él quedaba, para cuándo lo soltase, mas no siendo el momento al corriente, próximo también despuntaba. Supo Laxo que era cierto y satisfecho sonrió. ¡Por fin! Trabajo le costó arrastrar al hombre hasta estas aguas, y habiendo padecido lo indecible, no quería pasar por alto el hacer la última comprobación en persona; no fuese a ser que finalmente Bichomalo no resultase lo que se esperaba. Si salía blando, de no dar talla, no quería Flojo que el canalla de Portento riese lo inapropiado. El capitán Bichomalo trepó a la cofa buscando cota. Oteando estuvo con el catalejo largo rato en esa pose tan suya de salirse del parapeto. No distinguió nada aunque un par de veces el ojo cansado le hiciese creer que algo rompía el horizonte en retaguardia. De regreso a cubierta mandó comprobar y reabastecer todo lo susceptible de ser revisado. Se refortificaba el cascarón que era la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso pues también ordenó el capitán que se dirigiese sin recato la nave a Barrena y que arrimasen a tierra. Iban a costear buscando recoveco oportuno dónde tupir tela de araña. Y aunque la sorpresa la darían ellos, no estaría de más andarse al cuidado. 312 312


Jugada de capitán era, y habiéndolo a bordo nadie osó poner en tela de juicio los planes del jefe. A medio trapo se llegó a la isla y se empezó a costear. No tuvo que empeñarse mucho el aire para que topasen con una cala que ofrecía regate idóneo y la discreta intimidad de hallarse cerrada aparentemente al transito pedestre. Le pareció el sitio oportuno al capitán y sugirió al piloto que abarloase al cantil. Junto a la capa del espigón que daba entrada echó el ancla la Nuestra Señora y dispuso la línea de fuego para que cuándo apareciese el barco fantasma que les seguía, pudiesen hacerlo astillas de andanada singular. Tan cerca quedaban las gavias de los cortados que Torerito y el Tresgüevos pudieron saltar del penol a la roca y encaramarse a una cofa pétrea. - ¿Qué te parece la idea? - Un plagio al ser ardid de parvulario. - ¿Seguro, Flojo? - Es la primera emboscada que enseña Verrugo a sus grumetes. - Y por eso mismo no esperará que se le haga a él. - ... Ja. - ¿Lo dudas? - Preferiría tener el sable en la mano para decir sin tapujos lo que pienso. - Sí, tienes razón. Para eso, además, había venido ahora -le volvía al presente al capitán el uso para el cual desenfundó el cuchillo- Te voy a dar el hierro. Y te adelanto, tanto si lo quieres por el mango, como por la punta, éste va a ser el momento. Ahora es cuando te voy a esparcir las tripas por cubierta. Y eso sí, antes nos vamos a doblar una copa de vino porque tampoco creo que hayamos tenido tan mal trato ¿o no? - La copa se la tomo, pero en duda le dejaré lo otro. Tanto si me mata, o si le mato, eso es cosa que se dice con el tiempo y no al primer embarque; aunque sobrada de avatares llevemos la bodega. 313 313


- Bien, no te muevas, voy a cortar las ligaduras. Con cuidado, y ayuda, se apeó de la vela a Flojo. Al hombre le fallaban las piernas y durante un rato tuvo que amoldarse a quedar sentado en el acurrucadero que usaba el capitán. Incluso éste le tendió copa de tinto y ofreció pipa en marcha. Paladar abajo le viajaron los calores a Flojo tonificando su deteriorado engranaje. Hormigas le corrían las venas, volvía a sentirse capaz de ser Flojo Laxo o el Sordo, o quién diantre tuviese que ser o disfrazarse para salvar la situación. - ¿Sabes que para ti es el final del viaje? - Sí capitán -crecía cómo la espuma Laxo- Para bien o para mal éste sabía yo que era el final del viaje. Bueno ¿Nos ponemos? - Flojo, Flojo, Flojo... Flojo, flojo. Date un respiro; todavía tienes las marcas del cáñamo en las muñecas. - No le haga caso al detalle, son perennes por padecer desde chiquillo y no salen ni comiendo. - Si por tu parte no pones reparos, vamos a largar un bote para acercarnos a la playa. - ¿A la playa?... Por qué… Para qué... Qué va. En esa playa no se puede desembarcar al ser cazadero de golosos leones. ¿No le he hablado de ella? - Dices tantas chuminadas al cabo del día, Flojo. - Entonces se lo digo ahora porque es momento. Ahí viven leones hambrientos y no se puede bajar so pena de ser sangre de Diógenes. - Tú la cuestión es importunar hasta la muerte. - ¡Lo que hay que oír! Yo estoy dispuesto para aquí, y ahora, ponernos tiesos y 314 314


darnos las buenas noches. Las eternas. No pongo reparos para aquí mismo, en cubierta, sacarnos los entresijos. - No señor, no. Tú morirás dónde diga yo ¡Que soy el capitán, cojones! Y morirás en tierra porque siendo marino sé que te dolerá más. Ya pudiese ser el capitán, o el propio Azazel, quien viniese a intentar arrastrarlo a la arena que no conseguiría. Rápido se abrazó Flojo Laxo al mesana aferrándose con uñas y dientes, no existiría forma de hacerle desembarcar al saber la muerte segura, mientras que en el barco aún podría bailarle el agua al capitán hasta sacar un minué. Mas había prisa, así que considerándose en liza, Bichomalo se dispuso a bajar solo a la arena para demostrar a Laxo, y a toda la tripulación, que si fiera moraba la isla, sin duda, ésta era él. Se arrió un correveidile monoplaza que bastó y sobró para acercarle a la playa. Tras varar la nuez empezó a inspeccionar las rocas cercanas. Confiado llevaba el tranco y a ratos abría los brazos dando a entender a los de la borda que no veía peligro. Al desplante y la apostura se manifestó satisfactoriamente la marinería jaleando al capitán. Rugió la banda sacándole al lugar ecos ferinos. Hasta el Tresgüevos apartó los ojos de su cometido para atender el devenir en la playa. El capitán Bichomalo desenvainaba el sable, y aunque desde la Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso se entendiese colofón a la pose, la verdad era que encontró mechones dorados incrustados entre unas peñas; revolcadero para matar picores y curiosos al abundar huellas de afilar garras. No muy allá de donde localizase estos indicios, que no iba a ir tampoco, halló rastro inequívoco de la presencia de los referidos felinos. En concreto avistó un ejemplar durmiendo plácidamente. Un macho grande, melenudo, que por el tono de los resoplidos sería el de todas las leyendas. Una bestia bastarda y predadora que sólo retrocede ante el embate de una cosa: ¡Sus mujeres! Y precisamente un 315 315


grupo de cinco leonas movía las ancas con cautela, y aunque fueron descubiertas por Tresgüevos y trasmitiese éste la información, tarde fue para el capitán Bichomalo que quedó atrapado. Cazando de memoria las señoras se desplegaron; debieron también oler la historia de la ropa que perchaba Bichomalo y sabrían que mucha muerte le había impregnado sin llegar a rematar. Duro de roer sería, de hacer caldo a simple baba. Fugaces eran los movimientos y apenas expusieron para dar juego a las carabinas de la nave. Tampoco se podría obrar con la artillería gruesa al temer acertar al capitán; por poco daño que hiciesen los proyectiles contra la roca se produciría sin duda un mayor desastre. No, por sus propios medios debería salir del aprieto Bichomalo o hacerse fuerte en un alto mientras llegaba la ayuda. Su primera intención fue echar a correr para coger el correveidile y salvarse por su propio pie, y aunque no se le interponía bestia alguna a la vista o al oído, la nariz le susurró peligro. Se detuvo, olisqueó, y con criterio y oportuno se aupó a una cornisa cercana, que seguida, ofrecía una relativa seguridad por pedestal. A él se encaramó el capitán Bichomalo con gran esfuerzo y se dispuso a resistir. No tardaría mucho su gente, y para dar tiempo a que llegasen amartilló las pistolas y al alcance se dejó sable y cuchillo, llegado el caso, al menos en fila deberían subir a buscarle la batalla. Instintivo, cazador otrora de bosque cerrado, hoy de mar abierta, cuando calculase Bichomalo por los relativos ponderables que se le iban a echar encima, apagó a pistola los ojos de las que entendió más dispuestas, y a sable y cuchillo de vela se dispuso a defenderse de los zarpazos. Rápidas enhebraron por la cornisa las fieras y sucesivas le saltaron. Una recibió con el sable y con ella fue el arma al suelo. Otra, por seguidita, aunque también parase en el aire con el cuchillo, y despeñase con el fierro, consiguió rasgarle limpiamente las vestiduras. Y la tercera, pese a quedar él a 316 316


merced, corto salió el salto, y sólo acertó, ¡Sólo! a trincarle por la pata tiesa y con ella ir los dos para abajo. Y ni de manco ni de cojo fue el golpazo, fue sonoro. Rebotó la cabeza del hombre contra el suelo y un cursi ay se permitió por íntimo exhalar. Le zarandearon al aire cual ovillo al quedar el gato con las uñas clavadas en la pierna. Y al revoltijo le traía. Luchaba la leona contra la postiza con tal empeño, que no prestó cuidado a que se revolviese la presa ¡más que cazada! y con una roca suelta le hiciese pudín el cerebro. Y no de un golpe. Viendo que moría, la leona se revolvió y le desgarró de un mordisco el antebrazo que ya llevase pocho, y todavía a una mano valor y energía tuvo Bichomalo para con una piedra más pequeña acabar el trabajo. Así le encontraron sus hombres, bañadito en sangre y todo pringado de sesos y huesecillos. Un asco ¡Y ni quejaba! Le dieron siete vueltas a un torniquete y pensando proseguir los auxilios en el barco, no fuese a ser que despertase el macho, tomaron el esquife de socorro. Sin ayuda subió la escala Bichomalo y sin ayuda fue a sentarse en la toldilla de popa. Y allí permaneció en breve silencio hasta que corrida la hazaña se le aulló ¡Capitán Bichomalo! ¡Don Rui Bichomalo! ¡Ruin Bichomalo! ¡¡Capitán Ruin Bichomalo!! Rápido, rápido. Encabalgado volvía el eco. Se diría que la isla sucumbiría a sus gritos, mas falsa fue la ilusión al bastarle al volcán crujir un poquito para que orondas y hermosas piedras rodasen sembrando el pánico. - ¡Qué fue eso! -acallado el vitoreo demandó el capitán a la cofa pétrea- ¿Nos cañonean? - No, no -un furtivo vistazo le bastó al Tresgüevos para dar seguridad a sus palabras- Plana está la mar y limpio el cielo. - Pero ha retumbado algo ¿no? - Sí. La isla entera ha temblado. 317 317


- Qué me dices tú de temblores, Flojo. ¿Sabes algo? -bajó a cubierta la conversación el capitán- Quiere la versión buena o la de leyenda. - Dime primero la fantástica para que así tengas que superarte con la fetén. - Pues cuenta la tradición de las gentes de por aquí, boloblás llaman, que duerme en las entrañas de la tierra un malvado y siniestro gigante que dice ser amo del lugar; y de cuando en cuando ronca y suspira en su profundo lecho con lo cual se agita la isla entera que le es dosel a la cama. - ¿Y la otra? - Ésa es historia de escuchar por labios del honorable doctor Bulín de Aguiloche que tiene gracia y conocimientos. - Qué dice. - Buff, mejor pregúntele usted si algún día logra ver; larga es la Historia Geológica. La cuestión es que los volcanes son volcanes y asá se comportan. Eructan, tiemblan y vomitan. Cosa de necios quedarse quietos al paso de las papillas. - ¿Y qué razón o leyenda explica la existencia de leones en la playa? - No es leyenda, eso es tontuna de Portento que tuvo capricho. - ¿Portento es a quien he venido a matar? - Sí. - ¿Quieres que le diga algo en tu nombre? - No. - Bien, entonces empecemos. - Ahora soy yo el que le ofrece tiempo y un trago para que se le borren los rasguños, capitán. - Gracias, pero he recuperado todo el resuello que necesito para sacarte los higadillos. Será aquí y ahora, y luego, cuando las bestias que queden ahí abajo 318 318


hayan lamido todas las vértebras de tu osamenta, ¡porque mandaré llevar los despojos!, bajaré de nuevo en persona a la arena para acabar de exterminar a esa raza de leones apestosos. Y así, sí, también te mataré a pie de playa tal te prometí. - Me parece bien, capitán, pero sigo en que lo suyo sería que primero se echase remiendo al brazo o va a coger una septicemia de caballo; o se desangra gota a gota; está quedando la cubierta hecha un cristo. - ¡Y de regurgitar quedará al acabar yo contigo! Insistió, insistió e insistió Flojo Laxo en que previo a lo que fuese debería el otro desinfectarse bien. Por dentro y por fuera. Profilaxis meditada pues dejando muertos los brazos propios amenazó Flojo con no esgrimir espada. Y accedió a esta última voluntad el capitán. Detalle le pareció que el postrero pensamiento de Flojo estuviese encomendado a velar por su salud. A un hijo no, pero si en adelante apadrinase un perro o un cerdo, cualquier tipo de mascota, posiblemente el nombre tuviese asignado. Flojo Laxo. O Rusty Alma Negra. O Rodrigo, que sonaba recio. Iba camino de deshacerse su entereza cuando a la cabeza le vino que él odiaba a todo bicho viviente. Ja ¡Apadrinar! Ja, ja, rió. A Flojo Laxo le iba a sacar las cuerdas vocales para hacer con ellas la rejilla de una silla de tijera. Y los dientes mandaría pulir y embetunar para aplicar al clavicordio. Y con el cabello urdiría barba falsa de usar los domingos. Almoneda viva lo declaraba. Y todo le siguió pareciendo bien a Flojo entretanto se siguiesen desinfectando. Absorta en la pareja estaba la marinería. Ni Torerito descuidaba el diálogo, restallando fina la lengua recibía sin ecos las palabras en la cofa pétrea. Podría bajar e intentar calmar los ánimos, mas litigando soberbios el momento de matarse de locos sería la intromisión. De puntillas danzaron los anónimos subalternos de Bichomalo para restaurarle la mano en la medida; medida estética, al no poder hacer otra cosa 319 319


salvo echarle nuevos puntos con agujas de calceta y vendar con guantes. Apañada la mano, y puesta la casaca, aparte de los destrozos que saltaban a los ojos, parecía el capitán estar en plena forma. Le lamió la mar la cara hasta tallar los pómulos, y barba luenga toledana, y el ojo buzo como brasa recién sumergida. Distaba mucho el capitán Bichomalo de ser el pipiolo al cual viese maneras. Grande era Bichomalo. Grande. - Bueno... Venga, esto ya está -declinó el sombrero Bichomalo- Vamos a lo nuestro, Flojo, tampoco puedo demorarme mucho porque la nave que nos siga estará al divisarse; de haber sido. ¡A de la cofa de nuevo! ¿Qué se ve? - ... mmmm... -tardó el Tresgüevos para cerciorarse- Nada capitán; más vacío todo que la bolsa de un mendigo. - Una copa al menos tomemos por despedida -Flojo trajinaba el personaje- No me puede rechazar la penúltima, capitán. - ¡Última! - (Lagarto, lagarto). Obcecado estaba Bichomalo en dar hierro a Laxo, y éste, en que si así fuese, al menos acudiesen borrachos al encuentro con la Fría. Volvía a recuperar el capitán el brillo ferino que daba miedo; al cual se rindió Flojo y contra el que se sabía muerto. Reía y concedía el capitán Bichomalo últimas voluntades, tarde o temprano se le llenaría al otro la boca de aire. Le iba a matar porque la mañana reventaba y por fin tenía ganas. ¡¡Vamos, Flojo, al tema!!

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CAPÍTULO XV

EL TESORO DEL CAPITÁN CAIMÁN

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Se

recogieron los hombres a las bordas para dejar la cubierta diáfana, y

excepto Torerito y el Tresgüevos, toda la dotación del Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso se encontraba presente. Contra todos ellos se hizo Bichomalo a la idea de lidiar en la figura de Flojo Laxo. A todos iba a matar, y tan seguro estaba que de fallar en el pleito con Laxo entregó una lista, adjunta a unas monedas, para que nadie de los reseñados en el papel tuviese ocasión de llorar o reírle el óbito; albaceas del encargo quedaron dos hermanos sicilianos del Porca Miseria que se sabían de palabra. Tras darse a conocer los aceros medió entre las puntas una cuarta, y suspendidos al filo los brillos, aparentemente quietos, desplegaron tal complejidad de movimientos que es difícil explicar. Uncidos al palmo de aire se estudiaron, mas el estudio requiere su parte práctica y lo que al ojo ajeno parecería un lógico temblor del brazo, encerraba en sí todo el saber espadachín del ecléctico maestro Gordincheli. Y el temblor reflejo, a parejo pulso atribuible, diría ante la apertura Gordincheli que se conocía la contra del Descuartizador de Marsopas y así no prosperaría el ataque. Habló el sable de Laxo de varias fintas y requiebros que en mil escarceos o escaramuzas habrían sido repertorio. Y otro tanto dejó dicho el capitán aunque el lenguaje de su mano izquierda trazase erratas; a esa zarpa ataba una daga de vela que ceceaba escribiendo arcos incompletos. Dañado en la zocata ofrecía hueco muerto a quien supiera y quisiese hurgar, y por tampoco ser mentecato Bichomalo, y saber de sí más de lo 322 322


malo que de lo bueno, buscó paliar el descosido derrotando querencia a babor. Sin llegar a tirarse estocada estuvieron diez minutos, no decreció por ello la expectación, muy al contrario, poco a poco tomaba sol el barco y el calorcito elevaba el interés. Empezaron a correr los obenques los cucuruchos con calbotes, que además de llevar en el interior un nutritivo desayuno festivo, eran moneda de las apuestas. Y de largo salía favorito el jefe. - ¿Has oído eso? -sin dejar de desplazarse habló el capitán- Me ha parecido oír que nadie cubría mi contraria. - Tranquilo que habrá -dando respaldo mostró Flojo un doblón al cuello- Y supongo que no tardarán en aflorar más. - No creas, haciendo circular que he hecho testamento nadie quiere que me acuerde in extremis de él. Fiambre estarás antes de ocultarse el Sol. - ¿Es nuevo plazo? -por si acaso bajó la defensa Flojo- ¿Fecha tope? - No. He decidido matarte despacito y hasta entonces te tendré agonizando. De boquilla cumplía Bichomalo con creces a las expectativas y mejor prueba no habría que su entereza. Laxo bien podría aprovechar la licencia para saltar la borda y bucear hasta alguna cueva sumergida que contuviese bolsa de aire. En esta cala conocía cinco o seis, y de ellas, una le caía no muy lejos. Con un simple giro de cintura y un chapuzón dejaría con tres palmos de narices a Bichomalo, y hasta pensó que podría teatralizar su desaparición si lograba ligar natural el caerse por la borda. Pero no pudiendo resistirse a un par de asaltos, se animó a intentarlo por aquello de que luego no le tosiese el cascarrabias de Portento lo inapropiado del sujeto. Considerando que toda la borda sería escampavía segura se soltó a tirar un viaje en oblicuo. Picoteó Flojo con la vela por ver si abría glotón el capitán, mas también entendería éste de punteos y aguardando estaba la maniobra para pujar seguido 323 323


por arriba y abajo. No esperaba Flojo que el capitán pudiese demostrarse tan rápido y recibió marca limpia en el muslo aunque se buscó la femoral. De ahí en adelante enlazó Bichomalo varias tandas estupendas que sugirieron a Laxo tomar la escampavía, mas viéndose también bueno por lo acertada que le salió la batería de contras, quiso calibrarse en el ataque y se comprometió otro poco. Osó parar Flojo y dar réplica. Corto fue el desarrollo, pero bastó a ambos hombres para saberse enemigos complicados. - Por mi parte ya sé lo que quería saber de usted -llegados al molinete de popa tomaba resuello Flojo- Otrotanto me pasará a mí en cuanto te haya matado. Sólo me falta conocer la fecha exacta de tu defunción; la hora; el minuto; el segundo. Aunque luego lo olvide. - ¿Y si le mandase esquela por correo? - En tal caso me gustaría dictarla. - Pues déjeme dicho lo que quiere que se diga y por escrito pondré en lo que legue. - No me vale, Flojo. Ahora tengo antojo de alimentar a los peces con tu materia gris. - Grasa tengo poca y es repelente de tiburones; le aviso. - No, no, no. No pretendo que el placer del momento dure un bocado, no. No serán las fauces de los escualos las que raudo te despachen. Te voy, tras tremenda paliza que también te adelanto, te voy, te digo, a abrir la tapa de los sesos y colgar boca abajo para que con mordisquitos chiquititos te coman los pececillos del arrecife; vas a perder la memoria antes que la vida. Tanteándose corrieron las bandas de popa a proa, y la inversa igualmente hicieron entre estocadas y tajos. El capitán Bichomalo llevaba el timón del conflicto y ante el mango de su sable no podía hacer Flojo por el momento otra 324 324


cosa que retroceder. Reculando, y por buscar el otro un fatal tropezón, se vio obligado Laxo a conquistar linde y seguridad entre fardos y bultos, hasta usó de cabos y drizas para en los lances comprometidos zafarse de la encerrona. Del combés a la toldilla de popa saltó, y corriendo el puente llegó a encaramarse un rato en el obenque de mesana para tomar respiro. - Baja, no me hagas trepar porque mi enojo irá a más. - Y qué hará ¿Echarme sal y pimienta en la sesera para condimentar al gusto de los peces? - ¡Baja! -amenazaba con cortar el obenque- Échale agallas a la vida y vuelve a luchar. - ¡Déme un respiro, joder! Usted acaba de recibir paliza por parte de las leonas y en caliente no le duele, pero yo llevo renqueando toda la travesía gracias a sus demencias y no se puede decir que me halle en mi mejor momento tampoco. - Si es menester, para que no tengas quejas a la muerte, tiempo te doy Flojo para que te eches una pipa. ¡La vencida! - ¿Y nosotros podemos, capitán? -aupado al fijo de la rueda inquirió el Trócola. - ¡Sea! -habló para todo el barco Bichomalo- Ronda de cachimbas para todos. Disciplinada la tropa, poco movimiento hubo para de forma aunada sacar los instrumentos de fumar y montar hasta la borda las cazoletas. Torerito fumaba pasivo, ascendía la columna de humos como si fuego vivo estuviese devorando la bodega del Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso. Tabacos de todas las picaduras hacían cuerpo común, y buscando un respiro, y por cotejar, rastreó Torerito cielo y mar a catalejo. Y nada. Seguía el aire sin nubes o velas y el agua sin barcos u espumas. Crecía el día. - ... Capitán. - Dime Flojo -cabalgaba Bichomalo pensativo la baranda- Qué quieres ahora. - Tengo curiosidad. 325 325


- Por qué. - Por naturaleza, soy curioso y me gusta la pregunta. - Feo vicio el tuyo, sí. Di, qué deseas saber. Qué quieres llevarte a la tumba. - Aún no entiendo cómo me ha dejado conducirle hasta aquí si siempre me ha tenido bajo sospecha. - Tampoco estaba yo tan ido durante lo que nos aconteció en Canarias para no quedarme con la falta; que raro que una embarcación pirata no ofrezca bandera a patibularios. Prisa nunca he tenido y seguro estaba que tarde o temprano los traerías a mí. - ¡¿Desde Canarias sabe y ha callado?! -ultrajado se sintió Flojo tras tanto embuste- Sí. - Sepa que ahora sí que me ha enojado usted a mí. Me ha hecho hacer el memo por medio mundo y nadie ha pagado entrada. ¡Si hasta me lo han llamado a la jeta! ... Jefe, desde ahora en adelante no va a vérselas más con Flojo Laxo. A partir de ya déme trato de Sordo, y si no le atiendo por el nombre antiguo no lo achaque a nueva virtud, esté tranquilo en eso que oigo la mar de bien. El viento. Las olas. Oigo a lo lejos una quilla que rasga las aguas, sí. Oigo lo que quiero, y como llegado el caso no atiendo a lágrimas de mocosos ni a mocos de viejos, me llaman Sordo. Sí, yo también tengo dilatado historial. Dicha la parrafada tiró la pipa al agua y saltó a cubierta con el sable puesto. Tiempo tuvo el capitán Bichomalo para arrojar la suya, descabalgar la borda, y según le diese a entender el instinto conformarse con blocar las acometidas de Flojo. Arrancó la arremetida un murmullo vivo de expectación. Fino reanudaba Flojo, 326 326


y rotando en un a fondo la muñeca, lograba sacarle muesca a la cachaba de madera. Gritó el capitán su enojo al ser el dolor inexistente. Se alejó un poco del punto maldiciendo e intentando partir con la pata, por probar firmeza, un tablón de la cubierta. Y lo consiguió. Halló uno lo suficientemente podrido para que se quebrase al taconazo y con eso se reafirmase la voluntad del asesino, porque asesino dijo su ojo ser profesión cuando de nuevo tendió el sable al choque. Combinando lo mejor de lo aprendido en carnes propias hilvanó Bichomalo serie magistral que le condujo a arrebatar a Flojo Laxo la daga de la mano. Justo estuvo el otro para esquivar el filo y salir casi indemne; que ileso no salió del todo al ser cazado en la rodilla. La poca ventaja que pudiese tener sobre el capitán quedó acortada al igual que su movilidad. - Es lo malo de las heridas secundarias -veterano en mancaduras dijo el boyuyoTe van matando poco a poco. A plazos. Te corroen. Siguió ofreciendo el acero Laxo aunque su pensamiento fuese ir arrimando a la borda para saltar. Las salidas a las fintas, los requiebros, la intención sibilina no pasó inadvertida a Bichomalo. En seguida se olió nueva espantada, y por tal motivo, comenzó a cortarle la salida al agua. Todo el empeño puso en acorralar a Flojo contra la amurada de tierra, por tal fijación se llevó Bichomalo cortes en mejilla y hombro, y un puntazo cerca del bazo, aunque también infligió daño y el otro recibió en la cadera y en el pecho un siete de reseñar. Mas aún así se zafó de la encerrona Flojo, y a salvo casi estaba, que asió un cabo que le balancearía hasta la mar, cuando una voz contundente gritó desde las rocas “¡Quietos!”. Y no era Torerito porque su timbre reconocería. Tardó un segundo en identificar la voz, tiempo que aprovechó el capitán para recuperarse y agarrar a Flojo al canto de la barandilla. De costillas fueron contra la cubierta sabiendo Laxo por fin de quién se trataba, y no pudo informar ni emitir quejido porque con la misma pata de palo le oprimió Bichomalo la nuez. 327 327


El capitán también escuchó el grito, y no importándole al momento la autoría, dio la vuelta al lance y el escape trocó captura. Sujeto por el cuello estaba Laxo mientras Bichomalo levantaba la vista buscando al autor. Y no consiguió cubicarlo entre las negruzcas rocas hasta que repitiesen el grito admonitorio. “¡Quietos! ¡Quietos todos, cojones!” exigió de muy malos modos quien fuese. Al primer grito, enseñada la tripulación del Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso a no obedecer más que a una voz, hicieron lo contrario de lo pedido y corrieron a sus puestos. Hasta Torerito y el Tresgüevos declararon su encame, y cabras que eran, se encaramaron al filo del espigón para saltar al pecho de la vela y dejarse escurrir hasta cubierta, lo malo, la desgracia, que mal tope hizo el botalón y Torerito se partió el cuello. No supo el capitán Bichomalo del fatal abuquizaje hasta que el Tresgüevos, que lo traía en brazos, al pie se lo dejó junto a Flojo Laxo. Muertecito. - ¡Eh, los de cubierta, quietos todos de una puta vez! Un movimiento más y disparamos. Estaos tranquilitos porque os tenemos cubiertos. No os pongáis nerviosos. Os vamos a arrimar unos botes al flanco y subirá gente nuestra. No temáis, nada ha de temer el que no tenga motivos. - ¡Quién eres! Dime presto tu nombre. He de saber a quién adjudicar la responsabilidad de semejante infortunio -señalando al piso lo mismo se referiría Bichomalo al pobre Torerito que al malvado Laxo; al cual seguía reteniendo¡Dime tu gracia! - No quiera encalomarme muertos que no he hecho. Soy Portento, y no necesito que se me adjudiquen fiambres ajenos. - Responsable eres a mi ojo y eso basta. - ¡Oye tú! -Portento aludía al Trócola, que con paso taimado, reculaba hacia la popa- No os mováis, no os pongáis nerviosos que en nada os abordamos. 328 328


Sólo durará esto un momentín. - Venía a matarte, Portento -por verdad de Biblia sonó- pero ahora lo has hecho personal. Fija seguía teniendo la pata en la garganta de Flojo Laxo. Oratoria de grabado la suya al estar toda la charla mandando señas mudas a la tripulación mediante su peculiar gesticular de manos, y como la última señal fue bajar el canto tajante, el Tresgüevos ejecutó la orden y cortó de seco tajo la guindalera del ancla pequeña. Al tiempo se empujaba con los bicheros para desabarloarse de las rocas y soltaban trapos. Un parpadeo fue la maniobra de arrancada, y otro tanto que la fusilería de Portento sembrase de muertos la cubierta. Sin embargo a Laxo no le mataría una bala perdida, no. El capitán Bichomalo en cuanto sintió en los riñones que el barco arrancaba dejó su peso muerto en la punta de la pata, y ésta, machacó la traquea de Flojo. Se ahogaba, se ahogaba. Intuyendo que la agonía sería lenta, la gente de las rocas empezó a disparar contra el Sordo por ver si de un plomazo le aliviaban, mas todo él era un estertor y no encontraban forma de acertarle. Desesperado, que se entendía sin amigos, Flojo logró extraer de la faja la cabritera de muelles y con cuidado, todo el que pudo templar en la situación, se llevó la punta a la parte alta del esternón y se abrió nueva boca. Tosía, convulsionaba, pero contento estaba por sentirse vivo. Tiempo extra le sacaba a la Fría, y estando en gracia, no temía que una bala se acordase de él. Llegó a ponerse en pie para observar la escena. Enganchaba la nave racha y en un par de olas tendrían ángulo para abrir fuego con los cañones. Eso sí sería su última vista. Lo último que escuchó fue la voz de Bichomalo, llegándole desde atrás dijo: “¡Ya te voy a ayudar yo a que te entre más aire, ya!” Después le cercenó la cabeza con el sable. De pie, que el cuerpo es más corto que la mente, creía el armazón que fue Flojo 329 329


Laxo seguir vivo. Reflejo sería el que se agarrase a una roldana para no irse al piso, y por asido a ella permanecería en pie. Cual mascarón quedó Laxo con el otro brazo señalando las rocas, dando referencia a los cañones, que cogido espacio, abrieron fuego. Obró la línea de sotavento, y uso también se dio a la de barlovento al coincidir su salida a mar abierta con la llegada de los botes predichos. Prevista la coincidencia, de ser cierto lo que se dijo, estaban sobre aviso los artilleros y se hicieron virutas las embarcaciones. Sin pero ni pega la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso ganaba el océano. Con el horizonte abierto acertaron a descubrir la Psiconauta no muy lejos de la cala. Milla, milla y media a lo sumo, porque mediando un arenal les fue frontera infranqueable. Abría distancia la Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso con orden de escape, intuía que arrimarían los otros a recoger nuevas o supervivientes y ese exiguo margen era el que se necesitaba para perderse al doblar el cabo. Se aplicó la marinería y se tumbó la nave para cazar el viento de las olas. Tomaba aguas la amura de sotavento y la cubierta iba en vertical. Lejos quedó la cala de los Leones e invisible se hizo el barco que a ella estaría recalando. Se dobló la punta del cabo, y encontrando aire contrario, el barco se enderezó. Atraparon corriente limpia y montados en ella hasta Barrena se les quedó pequeña. Entonces bajó el capitán Bichomalo a su camarote ordenando que no se dejasen seguir por nubes ni por pájaros. - ¿Y por peces? -desde el escotillón preguntó el piloto- Por qué lo dices, Trócola. - Por los tiburones estos que a la popa nos nadan con ganas; deben pensar que somos barco negrero. - Ni que nos precedan ni que nos sigan; orden pasa de espantarlos. 330 330


Tú… Tú aléjate lo que creas conveniente y no te dejes seguir. Ronda esta aguas pero sin dejarte ver. Otro día cualquiera el Trócola se hubiese hartado a hacer leguas al pirrarle el quedar al albedrío, ¡Y estaba la mar!, pero mucha gente demandaba cuidados que yendo a todo trapo no se podrían suministrar. A eso mismo bajó el capitán aunque lo excusase diciendo que iba a mirar las cartas. Tanto si ojeaba los planos, o si se decantaba por los lógicos remiendos, el barco no podría ir corriendo tal que huido de psicostasis. Y así se hizo. Se despistó a cirros, cúmulos y nimbos que quizá por capricho vinieron a rondar. También despistaron, pero a plomazos, a una bandada de seis o siete gaviotas que por pesquerías les tomaron al ir tirando por la borda los despojos de los muertos. Hubiesen podido dar esquinazo a una lapa que les cogiese la popa, así que a unas cuantas leguas de la costa quedaron al pairo. Se mecía la Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso en el sinuoso mar de mediodía. Plana de sombras la nave, sólo las toldillas de proa y popa ofrecían refugio; apuntillaban el sol y las moscas. Ante la insistencia de lamentos y quejas también hizo llegar su voz el capitán desde la cabina ordenando varias cosas. Una, que se arrojase por la borda a los desahuciados. Dos, que se repartiese la parte de licor de estos hombres entre la tropa. Y tres, que a su cuarto acudiesen sin demora los sicilianos. ¡Los sicilianos! Aquellos que se supondrían carne de apunte, en libreta negra, reunieron con las raciones de tinto en la popa. Bisbiseaban de sus cosas al tiempo que tiraban la oreja borda abajo por si palabra revolandera escapase del ventanal de Bichomalo. Disimuladamente mantenían descolgado, Zeuterio y Leguleyo, a un tercero que les hacía panda y atendía por Eufrasio. Siendo reacios al trabajo, el capitán en alguna ocasión les acertó a emparejar nombre y rostro ¡Malo demostrado

para

cualquiera

del

embarque! 331 331

Y

temiendo

ser

todos


encabezamiento de pliego, buscaban información. - ¿Qué hacéis? - ¡Coño, Trócola! -dijo Zeuterio tras recuperarse del susto e instar a subir al que colgaba- Casi me matas; te tomé por el patrón. ¿Sabes algo? - No. - ¿Y te ha dicho algo? - Algo… ¿Algo? Algo de qué. - Me resbaló ayer de las manos su taza favorita y muy mala mirada me echó. Me dijo: “Tú… tú… emmm, eh, Zeuterio ¿no?” - ¿Y no te dijo nada más? - No sé si diría más porque yo me las piré antes que pudiese fijarme del todo; recordarme. - ¿Y de mí te ha dicho algo? -con la cara todavía congestionada preguntó Eufrasio- Yo, por desgracia, le eché un puñado de sal a la achicoria; confundí. - ¡Y no dijiste! - ¡Ni loco porque éste acababa de quebrar la taza! Le eché tres puñados de azúcar morena y unos picos de cayena para neutralizar el sabor y matar cualquier recuerdo a la lengua. - ¡Menuda! -admirado estaba el Trócola- Yo babee sin querer dentro de la taza -confesó Leguleyo- ¡Maldito sea por siempre el tabaco de mascar! y aunque metí mi dedo sin que me viese para suplir la cucharilla y desespesar un tanto, arcadas le dieron. - No os preocupéis, no os preocupéis ninguno de los tres, que fijo, fijo, estáis en la lista. Ahora, el orden… - Tranquilo, que al menos algo sabemos. Cerca caíamos de la posición de Laxo, cuando fue decapitado, y le oímos decir al capitán que ahora iba a estrangular 332 332


con sus propias manos al otro anormal. - Ah, en ese caso creo que estáis en un error y se trata de otro. A mí me demanda asiduamente en la intimidad por subnormal. - Para mí que viene a ser lo mismo -dijo Zeuterio al ser usualmente pie en las listas- Te has quedado sin amiguito, majo. No caerás ahora al cobijo de la sombra de Torerito; por mucho que pudiera proyectarse desde el Más Allá. Ándate con cuidado, muerto Laxo, el número uno eres tú. Fuese o no fuese cabeza de lista, que dudoso se le hacía, lo cierto que el Trócola volvió a temer por su salud. En innumerables ocasiones dijo el capitán que le iba a filetear las criadillas. O sacar el corazón por las narices. No pocas veces advirtió en alto que le iba a crucificar, y siempre, hasta la fecha, o cerca pasó la vaina o a divinis se pospuso. - ¿Y por qué habría de querer matarme si no tiene motivos? Vamos, que mejor en la vida. Más que justos sus juicios siempre fueron apretados; para meter en cintura. No me hagáis motivos, motivos, ahora no entiendo. - Sí... ¡Ahora! -con él estaba Eufrasio- Pero en el mamparo que le hace cabecero a la cama lleva las cuentas. Y bajo tu nombre, que habrás leído cuándo te haya tocado hacer la cabina, hay cuenta de condenado a galeras. Sólo Laxo te gana. - Ganaba -puntualizó Leguleyo- Marca alta deja pero se confía en ti. Pensativo calló el Trócola. Intentaba asir un pensamiento que diera coherencia al discurso por temerse confundido. Temía, sí. Estaba en que mejor relación nunca le iba a sacar al capitán, y comparando con lo pasado, de nupcias y aguamiel no… aunque sí recordaba haber sido felicitado en el lance del enganche al arrecife; no ha mucho. Rechazó entonces las palabras y a sus ojos la panda se hizo camarilla. Sabía de la existencia de un sector disconforme que quejas dejaba en el beque; a la puerta. Y ahora ante él se encontraban los cabecillas, sin duda, porque el resto 333 333


de la marinería aunque andaba a sus cosas no quitaba ojo de la popa. No quiso saber nada más el Trócola y buscó en la cofa de mesana algún penacho de brisa que le orease el siniestro tufo a motín. Mas desde allí lo que perfectamente contempló fue correr su negativa a participar. Corrió con tal presteza que todo tripulante le marcaba mirada rancia y escupía al viento. Al aire le afeitaban a dedo. Avanzado al punto dijeron estaba el alzamiento que sólo faltaba el Tresgüevos por sondear; al suponerse a los sicilianos de parte del capitán. En cuanto se conociese el parecer del hombre se pensaba pasar a la acción; rendir la nave a los piratas; dar consorte a la Psiconauta. Ofrecerlo. La entrevista con el Tresgüevos fue bastante breve. Acertaron a encontrarle recogiendo las líneas de garfios que con tanta ola rodaron hasta liarse. No dejó de faenar mientras le expusieron la propuesta, ni de acomodar la soga al cubo levantó los ojos cuando llanamente se le dijo que pieza imprescindible sería de la conjura, y función suya, la de dar vida a un Bruto enaltecido que asestase la primera. Y no levantó, no, bruto no era. Suficiente mar tenía hecha para saber que Bichomalo era perro viejo y de la peor raza; no hacía por dar a divulgar los retazos familiares, pero algunas atrocidades se narraban de sus tiempos mozos cuando apenas novicio era de cruel. El Tresgüevos dijo que se lo pensaría, pero que adelantaba, honesto, que casi seguro que quedase del lado del capitán antes que del de ellos. Y siguió trabajando, orden siguió dando al utillaje de la amura hasta que usó el obenque y al momento dejaba estrecha la cofa de mesana. - ¿Tú qué has dicho, Trócola? - Que no. ¿Y tú? - Que les adelantaba el no, pero que en trance de poder cambiar me sabía. - Y qué harás finalmente. - No sé, Trócola. Mal motín sé que dará el viejo; baile suyo es el retirarse tranqueando, parece 334 334


acabado, sí, pero tú le viste batirse en la taberna de Waltrappa ¡Y los méritos hechos después! Siempre he opinado que hay que estar del lado de alguien que se maneje así; al menos, durante el tiempo que se requiera hacerle corte. Frontera es todo puerto. Preferiría desertar a rendir el cascarón; mal negocio también he hecho siempre con piratas. - Yo, sincero, te digo que gratitud le tengo al haberme dado al cargo la rueda. Y también le tengo su pánico, sí. Abierta estaba la mar a cualquier sugerencia, por vacía, arrastraba a pensar en un seguro mañana. Aunque se faenaba lo extraordinario de un día movidito la comezón extra se dejaba sentir. El no de los de la T daría pie para que a algunos más se les aupasen los remilgos y dudasen. Con el lento vaivén del oleaje les batiría a los conjurados la duda. ¡Y las contradeserciones! ¡Otra vez! Pero esta vez se destaparon demasiado y no habría forma de encamarse. Muy alto se fueron poniendo las voces y no tardó en escuchar el capitán una conversación lo suficientemente comprometida. Gritó Bichomalo desde abajo que subiría, verdad de perogrullo, que animó a decantarse a bastantes hombres más. Cacharreando en las tripas, ora desde proa, ora desde popa, de babor o estribor, llegaba a cubierta la voz del capitán barajando posibles castigos o tormentos. Esforzado el timbre de la amenaza, vinieron a querer entender los aludidos que el jadear de las palabras era confirmación a sus sueños y el capitán se moría por fin. Animaron entonces a la marinería a tomar la situación en sus manos ensalzando la flaqueza. Pero poco movimiento hubo y tal que cuando se batiese con Flojo, la tripulación comenzó a montar bordas y tomar puestos altos. 335 335


- ¿Los matará? - Yo estoy en que sí, Trócola; por eso subí pronto a coger sitio. - Mal vamos de gente para despacharse seis o siete. Y cornada larga tiene el capitán; de varias trayectorias. - Sí. Y prueba tangible será que apoya en los del Porca Miseria; nunca hasta ahora necesitó tanto. Albaceas le son. - Por eso digo de ayudar, Tresgüevos. - Ve tú que pareces heredero de las aspiraciones de Torerito. Yo quedo aquí porque en nada me tocaría de todas formas; me quedo en la cofa. Atentos a la cubierta ni los heridos quejaban. Largo rato hacía que se esperaba al capitán, se sabía que seguía abajo al oír ocasionalmente el italiano chapucero y rimbombante. Bichomalo había concebido plan letal y ultimaba los detalles. Crujió la tablazón con su peso y cual péndulo que a la caja toca resonaba... Toc… Toc… Toc... Más evidente que nunca su cojera recorrió la nave. Se leyó en el aire el camino que hizo hasta aparecer por la escotilla, y tras hacer, raudo daría la cara al traer consigo el sable desnudo. - Qué pavadas decíais -a yerro reseñaba Bichomalo- ¿Qué gobierno queréis para el barco? No sois nada ni lo habéis sido. Seréis lo que yo quiera que seáis. ¡Escoria! - ¡¡Amotinados!! -razón de ser espetó con gran azoramiento Zeuterio- Toda la razón tiene en su parlamento y obra suya que nos encontremos en la tesitura. - Suyo el rumbo de traernos, sí -tras su espada, y la de Zeuterio, hablaba Leguleyo por el resto- Tantas privaciones llevamos hechas que de regresar algún día a Sevilla podremos salir en procesión sin capirote. - ¡Otro que no sabe lo que es una Dolorosa! -dijo el capitán cimbreando el sable336 336


Habéis llevado, tú y tu camada, tú y toda la tripulación, una vida demasiado sosegada hasta la fecha. Dicho esto, y aunque aparentemente iba a citar a Leguleyo para cruzar aceros, hizo seña clara y ostensible para con quien tuviese acordada. Resonó entonces la culebrina de borda que montaba la popa, y descubriéndose a la mecha a los sicilianos no cundió la alarma. - ¿Alguien más? -en persona se ofrecía el capitán a matarOcasión doy aquí y ahora para buscar notoriedad, de no, de buscarla en otro lado, quizá el lado que se me halle sea aún más despiadado. …… -sólo la mar acompasaba el ritmo- …… Algo que decir... ¡Tresgüevos! ¿eh? - ¿Es a mí? -apenas bajó la vista del horizonte para responder al grito- Desde luego. - Aunque sin papeles, hace tiempo que me sentía casado con usted y con el barco, capitán. - Y tú, Trócola. ¿Cuento contigo? - Yo preferiría tomarle por suegro, si me disculpa, capitán, porque el débito a la nave se lo tengo prometido. - Así me gusta, y así os quiero a todos. Y no me ando con mariconadas, no, porque en familia quedará el hundir la embarcación pirata. ¡Hermanos!... Hagamos un últi... ¡Un penúltimo brindis al Sol antes de partir en pos de la Psiconauta! Jubilosos de veras, que veletas eran, jalearon sin rubor al capitán. Tocado se despidió de cubierta y tocado reaparecía, y pese a la media vela era el capitán ¡Era Bichomalo! Capitán don Ruin Bichomalo, y constancia probada dejaba de su capacidad para sofocar algaradas o motines. Aprovechando la sumisa observancia que al momento le profesaba la dotación, explicó, bosquejó con cuatro soflamas panfletarias, que iban a echar a pique la 337 337


nave pirata y con ella toda la morralla que fuese tripulación, no sin antes, eso sí, declarar la exacta ubicación del tesoro, pues por fuerza necesita toda acción una causa, y esta gente normalmente estar encausada por grandes robos. No pasó doña Genoveva directamente de la tela al sustrato natural dónde se desenvuelven los mundanos. En un limbo intermedio estuvo hasta que hizo acopio de talante y se materializó en la cueva ante los chicos. Fue revulsivo su aparición, y alborozados y contentos se reunieron en torno a ella para pisarse la historia hecha en los túneles, que la de afuera, por morir en abrupto las palabras, supuso que punto tendría de tragedia. Contrarrestando, con ellos estaba el capitán Misson, y aunque al momento no hablaba, en nada aseguraba Genoveva que se pondría a rajar. Mas no hizo. Idealizado el colgante por harto de ver, fueron los muchachos quienes indicasen que el perfil romano de la piedra, romos y picados tenía los relieves; la nariz; la barbilla; la sien generosa. Pura viruela habría hecho presa en el camafeo. - ¡Misson! ¡¡Capitán Misson!! - Aparta un tanto muchacha -rogó doña Genoveva- no me grites tan cerca. Está, si yo os digo que está es que está. - Entonces que diga algo -propuso Herejía- No hablará porque le gasta mucho viajar aunque sea de una dimensión a otra. Además, no está la cosa para pedir palabras o pruebas. Ahora no os hace falta el capitán Misson, yo misma os podré indicar un camino desde aquí para evacuar. Se descompuso Genoveva en cien mil chiribitas de colores que flotaron en el aire estancado de la sala. Era bruma aromática que dejaba huella. Se extendió la neblina hasta desaparecer por disoluta, pero al poco, detectado lo que se venteaba, corrieron en tropel las partículas indicando el túnel a seguir. Doña Genoveva asió una corriente ascendente y por las galerías se despidió dejando 338 338


rastro a hortensias hervidas. Fueron alternándose los muchachos al empalagar el perfume. A todos por igual llegaba, pero forzado a catar el que guiaba, era puesto que se debía turnar. Buena se declaró al menos la vía y al despegarse dos pasos de la sala atigrada empezó a marcar el piso pendiente. Acertaron con un túnel que por puro vertical acabó pareciendo chimenea. Siendo claro y azul sólo podría tratarse del cielo abierto lo que hubiese al otro extremo, pero lejano, no quisieron lanzar las campanas al vuelo ni hacer ecos. Silencio. Sobrada de ruidos están las entrañas de la tierra y en alguna ocasión incluso escucharon, tras ellos, un suave y taimado arrastrar que evocaba resquemores funestos. Les seguían, alguien, o algo, al tiempo los rastreaba a ellos; y fue más bien un sentir que un escuchar. Profunda era la sima y apenas un cachito de día se veía. Pulidas y vítreas eran sus paredes. Congrio entendía la escampavía impracticable, mas de muchos pozos habían salido Herejía y Rastrojo y espalda contra espalda obraron la acrobacia. Tensos sus cuerpos, andaron la pared sentados el uno contra el otro, despacio, muy despacio, pues aunque sencillo tenía su truco y más con Rastrojo por respaldo. Al ganar aire limpio lo primero que hicieron fue jartarse a respirar. Y beber por la piel grandes tragos de sol. Después, se cubicaron en el emplazamiento y dieron a concretarse en una pequeña planicie próxima a la cima. Del lado cóncavo del volcán. Allí estaban, y a sus pies deberían encontrar las chozas y el plácido lago, seguros afirmaban Patata y Congrio que hallarían, mas en ausencia se retomaría el viejo proyecto de desecar y tan avanzado iba el trabajo que parecía que no daría fondo un simple esquife a lo que quedaba de lago. Seco. Seca, la laguna era charca que mal chapoteaban los peces. Y no sólo eso llamó la atención de los muchachos, evidentes los armazones de la flota desfondada, daba a pensar que el lecho del cráter era bosque viejo y fantasmal. Desde arriba no ofrecía esa impresión, pero al descender los chicos 339 339


encontraron una selva de navíos destartalados. Igual que viesen desde la campana de buceo, ahora contemplaban el seno con sus restos llenos de vida agonizante. - ¿Qué es esto? -preguntó Rastrojo al temer que de una llegasen al fondo¿Dónde vamos? Vamos, que dónde vais. - Esto era el fondo del lago -dijo Congrio al conocer- Y esto que nos rodea son los restos de las innumerables escuadras que han perseguido al capitán Caimán, y que obviamente, se entenderá, no consiguieron su objetivo. - ¡¿Sabías?! -de veras se sorprendió Patata- Sí, y tú no has podido saber antes; hondo estaba y tus pulmones no servían. - Gracias ¡Cerdo! ¡Puercos misóginos! - Basta. Basta -se plantó junto a una esponja Rastrojo- Dónde quieres ir, Congrio. - Al borde; para ver el fondo. Vamos, para ver si se ve algo. - ¿No dijiste que conocías? -Herejía se alineó con Patata- Esto cada vez es más profundo y resbaladizo. - Sí. Tiene forma de cubeta escalonada según nos enseñaba Bulín. Tres peldaños tenemos reconocidos y cartografiados, casualmente estos tres que han quedado al aire, y el cuarto, ¡insondable! será en sí lo que queda del lago. Venga, vamos al borde a tirar unas piedras. Pero se había quedado solo. Enfilaba el trío a la choza de Blasfemo. La cabaña tenía una trampilla que comunicaba con una bodega en la cual de un lustro para otro hacían madre los caldos y sudaban los jamones. Estaba tallada con forma piramidal y conservaba como nevero. Era despensa íntima en la que tenía dispensa Patata para entrar. Por pinche pasó y menester del rango era acercarse a la cueva cuando corto se 340 340


quedaba el cocinero en los guisorios y presto pedía tal o cual condimento. Trigo habría, y cebada y centeno, y Rastrojo prometió dar uso al horno que se le dijo también existía para ofrecer suculento ejemplo de lo aprendido siendo ayudante de panadero. ¡Qué tiempos! Felices estaban al prometerse el buche lleno después de tantas penurias. Por la rebaba que fuese orilla anduvieron. Daños manifestaban todas las chozas porque la climatología del lugar, aunque “benigna”, de vez en cuando daba cuenta de ser de un temperamental irascible y rápido volaban los techos o marchaban de paseo puertas y persianas. Pese a ello, y que iban sobre aviso, y lo que contase a este respecto Titagolda, allá dónde se mirase no era difícil descubrir la injerencia boloblás. La misma cabaña de Blasfemo fue violentada y sus viandas secuestrado. O algo peor. Cruces se hizo Rastrojo ante el vandálico asalto y el rugir de su estómago. Juraría el zagal que se lamieron las esquinas para no dejar miga o postre. Relimpio. Relamido. Empezaba a ser cuestión preocupante la comida. - Y ahora qué hacemos -frente torvo daría Rastrojo a cualquiera con el buche vacío- Por mucho que nos neguemos a hablar de lo evidente, es cuestión de empezar a plantearlo. - De qué habla -husmeando entre botes y cajas a Congrio le tartamudeó el discurso- Que tiene hambre -susurró Patata- ¡Toma, no te jode! ¡Y yo! -Congrio, mayor, mayor hambre sentiría tambiénVerrugo dijo que estuviésemos al tanto, pero que en tres o cuatro días, a lo sumo, está de vuelta. No nos vamos a morir de hambre; palmeras, plataneros, frutales de todo el mundo se plantaron. Y además, ¿Cuántos días hemos estado en la tripa del volcán? - ¡Días! Horas querrás decir -dijo Herejía convencido341 341


- Puedo cocer las esterillas del piso, que son vegetales, y se ven apetitosas para rumiar -irónica minimizaba Patata el presente problema- O si nos apuramos un poco, y volvemos al escondite que dejamos defendiendo, quizá demos con los huesos descarnados de las señoras y podamos ilustrar un puchero. Fluida movió la lengua y algo tardó la muchacha en asimilar el magro contenido de sus propias palabras. Cuando fue consciente de lo dicho sucumbió a la misma zozobra que atenazaba a los chicos. Poco hablaron, cuatro cachos hizo Congrio la esterilla, repartió ración, para a continuación indicar que su cabaña, otrora también de Antoño, polvorín secreto, bueno, no tan secreto, albergaba en los cimientos. Austera fue la choza de Antoño. Un par de arcones rellenaban la única estancia, y otra esterilla, costumbre, que cama, mantel y cuadro de caja fuerte era. Polvorilla, marmitón de las cureñas, encomienda de Congrio fue durante un tiempo hacer las mezclas de la pólvora y concretar los pesos. Chico de la armería, abrió la trampilla y colocó el juego de espejos para que entrase la luz ¡¡Prohibido el fuego!! Prohibidísimo. Sólo Portento y Ramona venían a fumar al local cuando necesitaban soledad, así que antes de bajar exigió el muchacho se dejasen arriba piritas y chisqueros. Intacta estaba la santabárbara. No dando pestuzo a galleta permaneció la cueva ignorada a aquellos que estuvieron en la isla. Ésa fue la razón para que colgadas en sus respectivas estanterías descansase la primorosa colección de armas que reuniese Antoño con los años. Sables, ballestas, lanzas. Las hojas onduladas de los haschischins alternaban en vitrinas con arcabuces de la Conchinchina y cascos Frigios. Antiguallas. Pero junto a las piezas eméritas no pocos arcones y toneles custodiaban las últimas novedades surgidas en el mercado del matar. Granadas. Lanzagarfios. Bombas de deriva. Para dar y tomar se armaron, y hasta Congrio, obcecado, a los pertrechos de la comanda incluyó un cañoncito, de onza, que por turnos arrastrarían ladera arriba. Sí. Rumiando el 342 342


cacho de esterilla reemprendieron camino por las pistas del otero. La demora llevó la Luna al cielo, y cuando quisieron coronar, y tomar cuerpo en el puesto, la más lejana de las estrellas cantaba presencia. Las inmediaciones de la atalaya estaban tranquilas y en derredor no se veía más luz en el horizonte que una lejana tormenta que estaría arribando a los Bajíos de la Traición. Nornoroeste. Invitaba la noche al optimismo por la ausencia de ruidos. Ni trascendía el crepitar de la minúscula hoguera que encendieron. - Y dime, Congrio, cuál es el plan -en plan profesional a trapo y saliva bruñía Herejía sus herramientas- ¿Estás seguro que el cañón nos será útil mañana? - El cañón no lo utilizaremos en lo de mañana, aquí quedará, emplazado dónde está, para cubrir el paso o dar seña al barco que pretenda entrar en bahía Comilona. Nosotros antes de amanecer estaremos en danza. Sé de una barranca que vertía discreta al caño. Dormid. - Duerme tú si puedes -Rastrojo tomaba la luna tumbado en el ara natural que era una laja- Hasta este momento, os juro, no tenía muy claro el porqué de habernos embarcado. Pero por ver este cielo, oh, sí, por admirar este firmamento ha merecido la pena venir. Satisfecho me declaro por si la Muerte me visita en el sueño. - No seas simplón -rió Patata- Yo, si a la muerte hubiese de acudir por fuerza feliz, sería cosa de cogerme ésta a consecuencia de un buen banquete y no por la mierda de los flecos de la esterilla; que triste cena han sido; y repiten -dijo Herejía echándose las manos a la tripa- ¡Dichoso iría yo no teniendo que ir! -Congrio no sería la primera vez que velaba armas343 343


Un par de horas de noche tuvieron para descansar y dormir, lucerna les fue la Luna el resto para pálida alumbrar el descenso. Corrían en fila y a la mano pasaban la palabra por no levantar ecos. Al trote tomaron la jungla y al trote llegaron, tras un pequeño rodeo, a la grieta que eligiesen por fortín la hechicera y compañía. Cautos fueron arrastrándose hasta que llegados lo suficientemente cerca pudieron comprobar que no quedaba nadie. Abundaban las huellas y marcas de encarnizado combate, mas todo rastro de lucha moría a los pies de las estribaciones del refugio y se tomó por buena señal. No se habría conquistado, y falta no hizo, porque al embate final de los caníbales, urdieron con pólvora las mujeres un pesado tapiz de humo que embozó a la ola el escape. Eso dedujeron entre todos con los pocos datos que pudieron recabar, pues de observar más, hubiesen descubierto incluso la lumbre dónde los boloblás asaron los muertos propios. Cerca estaba y allí lameruceaba un caníbal remolón que quedó chupando escápulas de otro que le adeudó. Escuchó que llegaban y acuclillado permaneció entre unas matas de abrazuelos, urticante vegetal, que en bandeja lo dejó cautivo para que lo descubriese la pobre Patata ¡Qué susto! Buscando intimidad para orinar lo halló la chica riendo el canalillo y el antojo de la cacha. - ¡Ah! ¡Ah! Aaaaaaa... -ofendida y furibunda gritó Patata- Aaaa... ¡Asqueroso! - ¡Qué pasa! ¿Qué pasa? -pistola en mano llegó Congrio para ver que Patata tenía dominada la situación¿Quién es? - Un mirón. Un guarro. Un caníbal… - ¡Le-chal! ¡Le-chal! ¡Le-chal! -farfullaba el del zarzal- ¿Qué dice? -reseñó Herejía al boloblás inmoral que babeaba- Qué quiere decir “¡Le-chal!”. - Es palabra nuestra -dijo Congrio al tiempo que amartillaba la pistola- Le-chal viene a ser: lechal; lo mismo que nosotros. 344 344


- Calla salvaje que te conviene -al juego de interrogar, presto obraba Rastrojo el papel del bueno- Yo que tú no andaba jodiendo porque tienes la cosa fea. Dinos dónde fueron las señoras, si sabes, y puede que... - No te vistas Rastrojo que de éste bien me acuerdo -acortó trámites CongrioÉste es malo y tartamudo. A éste entre los suyos le llaman el Necrófilo. ¡Imagina! - ¡Le-chal! ¡Le-chal! ¡Le-chal! - ¿Seguro? -dudó Herejía- No será que quiere entregarse. Parece medio gilipollas; de no serlo pleno. - No. Ten por seguro que no -dijo Patata- Aunque su veta tendrá de panoli para esconderse en esas matas. - Dicen que los tartajas de corrido hablan -proponía Rastrojo incitarlo al canto- Pues entiende. Habla nuestra lengua con el acento manchego del misionero que con pan y vino se comieron -siendo truculenta bien recordaba la historia Congrio- Pregúntale. Pregunta qué pasó. Y se preguntó. Cantando dejó dicho el boloblás que él ¡Le-charía! guindilla a los pavos y a la pava azuquítar, canela y clavo, pero con respecto a lo que pasase con las señoras, él y los boloblás que participaron en el ataque, ninguna reseña podrían facilitar porque como leyesen aprovecharon la humareda y confusión para escapar. De haberlas cazado todavía estaría la partida reunida y comiendo. Y hasta cantando a coro. La mala baba que exudaba la isla corroyó hasta la amígdala a los boloblás. Desparpajo no le faltó al caníbal para describir lo suculento que sabía preparar los riñones al jerez y el picadillo de sesitos bien fritito y crujiente. O manitas con salsa espesa de dátil y cebolla. Detallado era el despiece a ojo. Paralizados por lo desagradable del menú, a punto estuvieron de morder el anzuelo; que el nativo era cebo. Sí. No estaba el 345 345


lugar desierto y muy lejos no fueron tampoco los compadres antropófagos. Escondidos en las palmeras, entre las rocas, respirando con caña desde el lecho del caño, aguardaban los boloblás una seña cantada que les congregase. Gracias a que asco fue levantando la carta, Herejía apartó la atención y vio fugazmente una cabeza ocultarse, al tiempo Patata y Rastrojo escuchaban la muerte de una ramita. Y Congrio se olía la encerrona. Ni acordados a la pauta echaron a correr los cuatro en direcciones dispares, aunque con la común idea de enfilar en cuanto pudieran para el otero y al cráter. No tuvieron problema en escabullirse por ágiles y mocosos, y todo sea dicho, porque Necrófilo estaba entrado en carnes. Les siguieron, eso sí. Aunque los alaridos indicasen que Necrófilo estaba siendo aperitivo, todos ellos fueron acosados y sufrieron su odisea particular que no es cosa de detallar por lo atolondrado de los recuerdos. Al buen rato los primeros en reencontrarse fueron Herejía y Rastrojo, y al poco daban con Patata que bebía agua en una escorrentía tranquila. Hecho trío el cuarteto continuaron remontando la vereda confiando que al final del escarpe, en el paso que era cumbre y atalaya, hallarían a Congrio esperando junto al cañón. Con fe ciega no hicieron más altos hasta coronar, y al hacer, y no encontrar a Congrio junto a la artillería, una desazón que agarraba como áncora vino a cubrirles el cielo aunque el Sol aún no tocaba cenit. Mediodía no era y por muerto dieron el día. Así transcurrió sombrío y silencioso hasta que a la hora de la merienda vino a untarles en persona Congrio las tostadas. Herejía cubría los repechos del ascenso, y al echar una triste mirada descubrió que a la carrera se acercaba el amigo. Gritó alborozado Herejía pues también lo hacía el otro, mas éste lo hacía para advertirles que le venían pisando los talones lo menos la docena de boloblás hambrientos y furiosos. Loco era su gesticular y al tiempo les sugería que escapasen sin demora o que cargasen el cañoncito e hiciesen uso. 346 346


Lo uno les invitaba a echarse a rodar cono adentro, y lo otro era dudoso que siquiera lo hubiese planteado. Por lo que fuese, tiempo tuvieron los muchachos para cebar y poner carga en el cañón, dejarlo aviado, antes de tirarse a correr cono adentro. No llegó a media hora el tiempo que requiriesen para ganar lo que fuese playa primigenia del lago. Se recuperaban de la costalada cuando Congrio alcanzaba el emplazamiento y disparaba la pieza. ¡Pum! Desde el lecho le instaron los muchachos a que no volviese a cargar y echase a rodar tal hiciesen ellos, mas o no oía o debió creer factible el repeler el ataque, y volvió a poner en facha el cañón. Y volvió éste a obrar. ¡¡Pum!! Defendió fiero la posición, y obtuvo resultado a tan denodado empeño al parar su voraz ascensión los boloblás; y verse en la necesidad de parapetarse del pedrisco. Por altanera la forma de pavonearse los muchachos escucharon desde el fondo del cráter, sabiéndose oído a dos aguas Congrio habló para ambas vertientes pero con una sola voz. Dijo bastarse y sobrarse para defender el punto. Planificada la cobertura, los chicos se dieron asueto por lo que quedaba de tarde, y por hacer, acabaron yendo a visitar el fantasmagórico bosque de barcos muertos. A fin de cuentas bosque era, mal flotaba todavía el hierro y materia prima de quillas y mascarones salió de las extensas junglas extremeñas y las profundas selvas malayas. Barbas, algas, el claqueteo agorero de una almeja que se seca amedrentaba. Bosque muerto era, sí, bosque muerto y siniestro. - Bueno, como yo creo que no se me ha perdido nada por aquí -displicente lo dijo Rastrojo- me vuelvo a la choza de Blasfemo porque ahora recuerdo unos trapos tapando unas sartenes; y han de retener algo de aceitillo. 347 347


- Sí, ve, ve... ¡Ansioso! -reía Herejía convenido- Ve y no escatimes. - ¿Dónde iréis vosotros mientras? - Donde guste Patata que me está descubriendo la finca. - Dónde, Patata. - Por qué. ¿Tienes miedo de quedarte solo, Rastrojo? - Ja, ja y ja. ¿Ya te retrató maese Velázquez? ... Por si Congrio necesitase ayuda o se te fuese a pasar la vez. - En tal caso, estaremos explorando la laguna. ¿Te hace un baño, Herejía? - Si hay para que tape, sí. - Busca entonces dentro, Rastrojo. - Y grita si hiciese falta ayuda. - ... je. - ... ja. Estando el asunto delicado no le parecía oportuno a Rastrojo que se internasen en el laberinto de pecios. Obvias razones entendía, mas a Patata le era irrefrenable el deseo y con ella quedó Herejía; porque de todas formas husmearía la chica. Aunque no hubiese visto nunca estos restos, ni vivas muchas de las embarcaciones allí representadas, a Patata le bastaba rondar un rato, tomar dos o tres fósiles guía, para concretarle a Herejía el modelo y la finalidad. La mustia vida subacuática que falseaba los contornos no escondía nada a los ojos de la muchacha, o si media carena faltaba de una nave, en el molde hecho en el lecho leía la otra mitad. ¡De quedar cacho hermoso y no sólo el espinazo! Poco vestigio le hacía falta a Patata para emocionarse y dar vida a la osamenta. Corría de un lado a otro jurando a lo capitana que daría fierro si no saltaban los fantasmas con ella al abordaje, y lógico que ninguno de los posibles espectros presentes le secundase, porque tan pronto montaba un puente como otro, o a 348 348


sable cortaba la pasamanería lanceolada que tejieron las algas para convertirlas en velas deshilachadas que henchir. ¡Y pedía todo el aire rancio de los pulmones! A horcajadas de un cañón acabó exigiendo a Herejía que rindiese la plaza, de no, nutrida tenía la pieza con erizos y estrellas de púas. Rió Herejía al comprender que para él también tendría sentido el viaje. - ¿Quieres casarte conmigo? -dijo Herejía interponiendo un cubo para mirar fondos- ¿Has bebido, chavalín? - Ni pizca que no fuese agua. - Y fiebre... ¿Tienes? - ... No... no... -se tomó- (Quizá sea el ayuno). - ¿Dices, Patata? - Que qué tabardillo te ha picado para saltar con esa gamba. - Nada. No me pasa nada. Creí que te gustaría oír. -… ¡Ah! -por imbécil sonó- ¿Y? - Y qué, Herejía. - Que qué dices, mujer. - … Te digo que eres un idiota y un estúpido; sin mentar lo tapón. Ofendidísima, que sus razones tendría, Patata descabalgó el bronce y retomó camino de las chozas. Herejía vio que se alejaba descargando la rabia a patadas. Puntapiés arreó la muchacha a cuanto le cayese al paso, y sometida la madera al trabajo del agua salitre y su fauna, buen destrozo provocó entre tanto destrozado. Así se separó de Herejía dejándole con la tontería y el cubo. Para él no era 349 349


tontuna, se veía con edad casadera casi, y estando en que la chica era piedra bruta, mejor engarzarla ahora, porque una vez pulida, imaginó, no habría galán de bigote fino que no quisiera hacerla suya. Esa gente le acercaría a la celosía ricos brocados y encajes, le haría llegar al oído la melosa voz aflautada del que ha pisado corte. Él, ni paje, podría hacer llegar a la reja un manojo de flores salvajes y media cesta de caracoles. Lo suyo sería tocar el pífano de Pan y cantar la romanza castigando su voz de niño, y sabía, seguro, no ser buen trovador. Pensando en ello no recordaba haber tomado camino decente y plano en la vida, y al ejemplo le valía el momento al haber ido a parar al borde de la laguna. Lo que quedaba. Tersa era la piel que hacía el agua. Drásticamente reducida la superficie, ahora no tendría los cien pasos de diámetro, y puesto el cubo a flotar, diría el muchacho que entre veinte y treinta brazas de profundidad; aunque hubiese muchas más. Dormían en el agua anclas y cañones, pero aparentemente ningún navío desfondado más recostaba su casco en los taludes que se iban cerrando hasta la verticalidad. Un embudo. Un gran embudo que devoraba todo cuanto le era arrojado asemejaba la laguna. - Eh, tú, ve saliendo del agua, don Juan Bonito, que va siendo hora de cenar desde una piedra que quedó trampolín cantó presencia Patata antes de clavar soberbia- Y qué hay -esperó Herejía a que reapareciese en la superficie- Cocos y cáncamos. - El bueno de Nicasio me dijo que comer cocos constituye una lección moral sobre la caducidad de los placeres de la vida y sobre la ceniza de que se hallan repletos los frutos del jardín del mundo. Un minuto de frescura y un larguísimo rato de ceniza en la boca. - Date al cáncamo. - ¿No hay nada más sustancioso? 350 350


- Hierve en seco los pucheros Rastrojo para que suelten la grasa. - En serio -el agua levantaba hambre a Herejía- ¿Ha preparado algo Rastrojo? - Te juro que varios pucheros tiene sudando con gran misterio, y en uno, condimento y magro, ha echado los trapos que tapaban los cacharros; en los demás no sé. - ¿Te gustan los níscalos? - Sí... no... -honesta fue- Hace tanto que no como que no recuerdo haber probado; no sé sincera si he llegado a degustar. - Esta noche harás. ¡Tenemos! … ¿Imaginabas? - Desde luego, bien vi a la hechicera darte el hatillo bueno y señuelo dejarse entre las tetas antes de desembarcar. - ¿Dónde estabas? - ¿Dónde llevas? - Ahora encima no -obvio lo nadó HerejíaRastrojo calentaba tres pucheros, cierto, y verdad que uno mantenía en vacío y en otro soltaban su jugo los trapos, pero en el tercero, acordado, ahora al chupchup tomaba cuerpo y ligazón un guisote antológico de la Quebrada. En el silo del bucanero también crepitaba un fuego. Sabiendo que los boloblás habían agudizado el olfato poco acercaban Titagolda y las señoras no fuese a ser que churruscase algún pelillo y al acto se presentasen allí los otros; sólo luz. De lo suelto que portasen en los morrales, y de bayas y cocos que al paso cogieron, iban tirando. El boloblás les condujo al enclave al tenerlo por desolado y desierto, y por lo mismo la hechicera y Úrsula se encontraban a sus anchas. Fue llegar y percibir la sinergia esotérica que envolvía la cabaña y los anexos. Buen amuleto serían los huesos del difunto Anacleto Betancour, limpios 351 351


y blancos por las últimas tormentas, ¡cientos!, darían madre a un fuego avernal que sólo puede engendrarse con costillas de pecadores. Y eran. A ratos las llamas fueron amarillas, azules o rojas. Y danzando los chasquidos llegaron a mezclarse dando paleta de matices, y, lo que es más interesante, un marco concreto. Bajo el arco iris las llamas no vivían, no quemaban, era su calor intrínseco el que jugaba con la óptica. En ese espacio se abrió una ventana que era espejo de otro lado. En un principio la imagen que ofreció fue difusa por errática y oscura, pero al concretarse, y echar luz un casual candil, se les vino a hacer presente nada más y nada menos que el capitán Caimán. No dudó Titagolda. Ni tampoco las señoras; aunque no tuviesen el gusto de conocer a Caimán en profundidad, sí sabían de sus obras y méritos. Ésta en concreto, desde la que hablaba, debía titularse “Caimán en batín” al departir íntimo con una ingente recua de almas deleznables que le hacían oídos. - ¿Y no se podría escuchar? -obrado un prodigio no le parecía descabellado otro a Titagolda- Si supiésemos lo que dice sería mejor. ¿Se puede? - Se puede, sí -informó Úrsula- Sólo nos hace falta pinta y media de sangre coagulada de mudo ahorcado y hacerla hervir a este fuego; y unas hojitas de perejil. -¿Es eso verdad? -le seguía pareciendo sencillo- Si dice será; ella sí tiene alma de suegra y abusa del perejil -dijo la hechicera arrojando un güito al fuego- Pero mala picota encontraremos por aquí. Quizá escuchemos algo en los gestos. Retrato de cuerpo y medio era la tela y ante ella todos quedaban pequeños. Sometidos ¡y contentos! pleitesía y atención prestaba la caterva al jefe, quien en aspavientos se manejaba al momento por los pésimos resultados. Pestes echaría por la boca Caimán. 352 352


Pese a estar en sitio seguro, fue resbalando Titagolda de la primera línea de la hoguera hasta acabar encajado en la sombra de un rincón. De no ser porque sabían que estaba ¡Y por el blanco de los ojos! Las mujeres bien podrían tenerse por abandonadas. Oblicuo el ánimo, la hechicera hizo un pase de mano a las llamas y éstas tornaron a ser lo que eran. Calor y luz. Alterado tenía el espíritu el boloblás, podían oírlo al rechinarle los dientes aun siendo la imagen humo. -¿Qué tal llevas ser el rey de los caníbales, hijo? -con la voz daba Úrsula su pase¿Te sale bueno tanto miedo por llevar una corona de flores? - No me hago. Ni llevo. Sólo me ha dado trato el grupo de Cocohú; y recuérdenle el fin. - Mal llevas ser rey ¿o caníbal? -la hechicera inquirió distendida- Cosas fieras dice tu cuerpo de ti que tú no refrendas de él. - No me tengan por caníbal que no lo soy; ni sido. - ¿Y lo serás? -sonándole las tripas al hombre, licencia se tomó Úrsula- No seas tan tozudo con lo del fuego y déjame que pruebe; te dije y te repito que soy muy capaz de cocinar sin levantar sospechas en el vecindario. - Muy capaces les imagino de cocinar variados sinsabores, pero a la pizca de sal que echen, o a la hierbecita que agreguen, mi gente cogerá del aire nuestra posición. - No exageremos -más hambre que miedo tenía también la hechicera- Sopas de salvado silvestre son buen plato de confesionario y no pocas habrá preparado Úrsula a espaldas de mi marido. ¡Ex! - ¿Estaba casada? - Estuve. - Y su marido ¿Lo ha cambiado? 353 353


- Sí, por un telar con lanzadera de ida y vuelta. Objetó Titagolda, y con razón, mas no podría con el ánimo de las mujeres. Úrsula dio uso a un molino campero mientras a la pelleja de agua añadía la hechicera unas raíces de palulú local y unas hojas mustias, aromáticas, para elaborar brebaje reconstituyente. Se trocó el empeño de Titagolda después del buche de tienta, y tras el siguiente, mudaba la opinión y rogaba diesen a explayarse con los pucheros de Anacleto si su vida acreditaban. Él, por supuesto, cogía el envite. E hicieron. Y no olía, no. ¡Casi na! Le bastó destapar un poco la olla a Úrsula para que el vapor gritase a quién oliera. Y narices y orejas de elefante gastaban los boloblás. - ... snif... snif… Esto parece que canta un poco ¿no? -Titagolda se debatía con la baba- No. Lo justo. Más pobre no puede dejarse el fuego -a lo suyo estaba Úrsula- ¿Quieres que lo apaguemos? Tres tocinos rancios y algo de verde tampoco son para perder la vida -rió entre dientes la hechicera- Si no es hoy, será mañana, o pasado, pero me da en la nariz que la yaya se nos casa y entonces sí habrá festín de bigotes. - ¡Salió la pedorra! ja, ja. - ¿Por qué ríen ahora? -aún no conocía Titagolda a las señoras- Aquí, Úrsula ¡cuasi Doncella!, almibarada mirada ha cuajado cuando el capitán Verrugo le ha entregado un matojo de canas. - ¡Relicario! - Relicario, ea. Demos trato de santo al varón que haga su esposo. - ¡¿Tendrá cuajo para casarse con el capitán Verrugo?! - Puede. Si me lo pide, sí, porque me sé ahora en un momento tonto. Transcendía el aroma del guiso y era parte de la floresta. Sutil flotaba en el 354 354


aire el buen aliño. No habría pituitaria aborigen en cien leguas a la redonda que no se hubiese percatado, pero difuso, de aquí para allí andarían los caníbales venteando una hebra de la fragancia para retornar el ovillo. Se supo perdido Titagolda al no poder él mismo resistir y alzar la tapa para pringar a dedo. Y sin mencionar las yemas escalfadas, se llevó el coscorrón del goloso por parte de Úrsula. - Si trato marital se va a traer con Verrugo, bien le podría hablar de mí. - No te recomiendo que una mujer le hable al marido en el lecho acerca de otro hombre -dijo la hechicera con acierto- Con un tabique medianero lo hacía yo y oía al otro morder las paredes. - Espere al desayuno para seguir contando -musitó Titagolda poniéndose en pie y agarrando el mosquete¡Si al desayuno llegamos! Raza de gourmet, presintió Titagolda que gente se acercaba. Lejos estaban todavía, se despertaba la jungla con los respingos declarando el camino que seguían. Lamentó el boloblás dejar el puchero, pero reclamo sería de su presencia allá dónde fuesen, y de llevar puesto, ingerir, no irían a ningún sitio al ser el caldo de celebrar. Triste mirada echó al interior de la olla antes de abandonar el silo; ni dejarse otra falange pringando, que por faltarle un poco por hervir y otro poco por enfriar, y porque la familia de las sueltatripas enraíza por toda la Tierra, se quedó con las ganas. Envenenado abandonaban el guiso. Trotado que tenía el lar, Titagolda puso paso del otero favorito de Misson y entre sombras y arbustos abrieron distancia. Dejaron la jungla y entraron al camino de lava que ascendía acariciando las laderas hasta coronar. Según iban tomando altura, las mujeres se fueron haciendo idea de la cromática de la isla. Uniforme se hacía el manto de copas extendiendo el verde oscuro hasta el pie del mar. Por contra, la montaña, el 355 355


volcán, mil matices del gris al negro ofrecía por revueltas. El mismo sendero parecía melocotón negruzco que al andar empolvaba el pie. Si vidrieras hubiese tenido el Infierno, fragmentos del rosetón acompañaban a ratos; cristales cúbicos, brillantes a fuerza de muescas, daban, y dieron, asiento al reposo. No pudo más Úrsula y a la salida de una curva halló meño adecuado para dar descanso a su trasero. Hinchadas tenía las piernas y necesitaba parar. De muy mala gana cedió Titagolda el receso, aunque indicó que sería preferible un poco más adelante dónde conocía un recodo seguro y fuente de agua salobre. Bien le pareció a Úrsula e indicó que fuese cogiendo vez en el caño y haciendo un remanso para meter los pies; mientras, ella quedaría fija al punto para vigilar y echar unos suspiros. - ¿Vigilar? ¿El qué? ¡A quién! -Titagolda no entendía excusa- Al mono ese que nos sigue. - ¿Nos sigue un mono? -dijo la hechicera extrañada- Sí -a la negrura de unas rocas reseñó Úrsula- A distancia nos sigue el paso desde hace buen rato. ¿Sabes algo al respecto, Titagolda? - Sí -con pesar admitió- Ese mono andrajoso y yo nos traemos una relación amor-odio que viene de antiguo. Se llama Eusebio. - ¿Le llamamos? -propuso Úrsula- No vendrá. Y mejor que no venga porque es bicho pernicioso; por mucho que diga el capitán Misson. La hechicera llamó por el nombre y luego dio a difundir a la negrura unas nigrománticas palabras que eran advocación y conjuro. Entendieron el mono y el lugar el sentido de lo dicho, y ajeno a sus propios pies obedeció a la llamada y aunque, contra voluntad, se acercó. Fue dócil el mico a sentarse a la vera de las mujeres y contemplar como a un superior en la orden de Natura. Si pautado está 356 356


el devenir de las almas, supo de fe Eusebio que él andaba en un peldaño inferior. Titagolda se aprestaba a echarle mano al cuello para retorcer, cuando con exquisitos modos la hechicera invitó al mono al citado remanso, y allí, compartir un refrigerio sin animadversión alguna. El boloblás refunfuñó lo suyo y advirtió que sin tardar haría jugarreta el Eusebio, mas siendo de otro tacto recibieron las señoras anfitrionas. Los bocados más tiernos dieron a la bestia, y tras alegrarle la boca con frutos dulces también dieron a probar una simple pasta, oblea bendecida a doble juego por Úrsula, y que le arreboló del gañote para adentro al bicho. Sí, se retorció. Convulso, ¡poseso!, no tardó en manifestarse el ente que animaba realmente su cuerpo. Sí, Caimán. Había sucumbido del todo el Eusebio y ahora era pelele de cinco dedos. Calmó el ardor que le produjo la hostia bebiendo directamente del fueguecito levantado. Y aunque el capitán Caimán era en última instancia quien obrase desde dentro del animal, fueron los pelos del Eusebio los que se socarrasen al meter los morros entre las ascuas. - Vade retro, malasangre -Úrsula se santiguó a la inversa tres veces- Mal avenida sea tu estampa si a importunar congregas. Te conozco, esqueje sin alma. - Ic, ic -algo retenía del deje del mono el capitán Caimán- Sin embargo yo a ustedes no. Quiénes son. Ic. Qué buscan en mi isla. - Bien que nos conocerás porque en las cartas te habremos salido -no dudaba la hechicera que algo supiese el hombre por el Felipe- Somos los que salen que acabarán contigo. Venimos por tu tesoro. - Las cartas que atiendo marcan rumbos y mares, y las otras, a las que se refiere, no hago gran caso al ser tahúr en la mesa camilla. No creo, golfitas, que mano acertéis a poner encima a mi fortuna. 357 357


Titagolda se movió veloz e inmovilizó al mono porque amagos hacía de levantar. Sujeto al sitio sería sometido a sondeo más profundo. Entre los frutos le colaron un potente narcótico, y aunque no fuese lo mismo, algo de la propia flojera del Eusebio le embebió al capitán Caimán. Despreocupado reía en alto sus planes al saberlos infalibles. Daba igual si en un arrebato de raza Titagolda quebraba el cuello al mico, otro cuerpo tomaría raudo y seguiría adelante. Reía su maldad el capitán jactándose de tener a pocos pasos de la cumbre un grupo de caníbales, y otros tantos le seguirían el aliento por detrás; aunque lejos. Cosa sería de la mañana despertar emparedados. Ja. Rió Caimán bronco pese a que atado y amordazado quedaba en el sitio. Mal no le deseaban las señoras por el momento al mono y por ello se limitaron a anudar, mas Titagolda aprovechó lo inconcreto del acto para levantarlo sobre su cabeza y arrojarlo al vacío. Lo mandó garganta abajo con intención de romperle la crisma, cosa que consiguió, pues muriendo, el Eusebio soltó un Ic agorero y cavernoso. Quien por abajo viniese seguro que vendría buscando, mas con la gente que diesen arriba sería encontronazo al no saber nada de su presencia allí. Aferrándose a esta idea Titagolda agarró los útiles que supuso convenientes y se adelantó por el canto vivo. Tras él fue como loba la hechicera, y Úrsula, forzando la marcha, siguió por las largas pendientes al no saberse en edad de escalar tal rebeco la barranca. Subían rápido y derechos, echando los restos al imaginar indispensable la sorpresa. Cerca de la cumbre se refugiaron los caníbales aprovechando el abrigo de unas rocas. Casi la media docena hacía corro a un fuego donde cocería algún congénere o bestezuela, lo mismo al caso, que por despachados, eran blancos perfectos. Al pie de la pista que llevaba al sitio Titagolda y la hechicera dieron alzada a sus cuerpos y silbaron la presencia, bueno, la silbaron las balas componiendo melodía fúnebre. 358 358


En un periquete desarticulaban la horda. Y para su alegría, cerrada defensa encontraron por parte de quien menos esperaban. Congrio. A cañonazo crudo dio el alto porque la noche y las triquiñuelas sabidas de los boloblás no propiciaban la confianza. Tuvieron que arrimarse una tea a la cara para que el chico dejase franco el paso y gritase la bienvenida. La profirió a dos vertientes pues los muchachos dormían en el lecho junto a la hoguera; roncaban plácidos. Poco quedaba de noche, pero por aprovechar algo, contra las mismas ruedas del cañón se acurrucaron para echar un sueñecito mientras llegaban el alba y Úrsula. Efímero fue el sueño de Titagolda al despertar a la hora muerta de luces, y para entonces ya estaban recompuestas y peinadas las señoras. El troquel descansaba en el fondo del lago, tan seguro estaba Titagolda de la exacta ubicación que orientó los ojos de las damas al centro de la charca y a una seña de su mano reseñaba que el fenómeno estaba en curso. Para él tan evidente era el destello que no se podía negar. Pero sólo para él. Las señoras no sintonizaban la onda de los brillos y a ser un espejismo o reflejo atribuyeron la naturaleza. Titagolda estaba cansado, le engañaban los sentidos, famélico, y agotado, no pudo, ni supo, poner objeción a una infusión de hierbas salvajes para desayunar. Contraviniendo toda experiencia reciente Úrsula mimaba la lumbre y Titagolda no ponía pega. - Aunque suicida me gusta su estilo; y cuenten con uno más, voy a despertar al chico para que me sea testigo; demostrado queda que ustedes están ciegas. Despierta. Despierta flacucho que tienes que dar fe. - ... ¡A, de la cofa!... ¡A las armas!... ¡Sálvese quién pueda!... ... mmmm... ¿Qué hora es? - Deja al chico dormir -dijo la hechicera arropandoNo hay nada que ver. 359 359


- Vaya que no -porfiaba lo que le era innegable TitagoldaEl brillo que brota del fondo es prueba inequívoca. - De qué. - Del troquel, señoras mías. - ¿Seguro que no es lubina? Tú lo llamas. - Seguro. Sigue bajando el agua y cuándo menos lo esperemos quedará al aire. - Y para qué lo quieres -inquirió Úrsula añadiendo al puchero unas raíces- Para entregárselo al capitán Verrugo. - No creo que adelantes tampoco mucho trabajo, quiero recordar que vi varias marcas raras en un plano de la laguna; un vistazo casual -mucho había folgado Úrsula en la cabina del capitán- Pudiera ser. El chico reconoce saber de la existencia de los restos, pero, de todos modos, algo de mérito supongo que tengo por apartar las aguas. - Original no eres. Pero voluntad no te falta, eso tampoco -aunque se esforzase la hechicera no cogía un brilloDespreocúpate del tema porque se encargará Verrugo. Al ras que has dejado no presentará problema recuperar. - No, claro que no. El problema será otro. - Cuál -atenta estaba al desayuno Úrsula aunque sin descuidar- Qué catástrofe o contrariedad nos va a rondar ahora. ¿Moscas del sueño? ¿Un sarpullido genital? ¿Alguna chaparrada de pedrisco? - Siempre ha cantado mi pueblo que La Perla, Barrena, fue última morada y sarcófago para los despojos del capitán Caimán. No es tonada nueva que dentro del volcán se halla el catafalco. La tradición oral siempre ha sabido localizar el lugar exacto. - ¿Y? -entendían el hilo las señoras- Llave y sello del tesoro siempre ha sido el troquel, sí, pero esas mismas fuentes 360 360


que cito insinuaban la seguridad de un candado pasivo que protegía de furtivos. - Lo hondo de la poza será el cerrojo. - Haber sido, sí. Sí lo ha sido, sin duda. Al igual que la jungla y demás ponzoñas que hacen armazón a la isla. Bien protegida está. Pero en los cantares, cuándo de historias truculentas es la velada, no pocas veces se cubica en el centro del cráter la puerta de salida para... ¡”Él”! Tapón para contener al maligno genio se me hace que pueda ser. - ¿Te refieres a Wu-Kun... - Sssssss ¡Úrsula! -acalló a la comadre la hechiceraBien está que dudes de toda leyenda. Pero no andemos pisándonos las colmenas, no mentes. Por favor. - Razón tienes y os pido disculpas -aunque de palabra dijo no creía un ápice- No volveré a hablar de ((Wu-Kun-Ku...)) - ¡¡Úrsula!! Perdón deberás pedirle a Verrugo porque él te confió al oído y rogó que no desvelases. - ¡Desvelásemos! Que por sentado entendió Verrugo que a ti te susurraría. - Pues sí, señoras -dijo Titagolda mientras buscaba una taza- Temo, palabra, que al extraer la plancha de plata se deje resquicio para que vuelva a campear el djinn. ¡O el capitán Caimán! Que puestos a malpensar, hasta estaría en que son la misma persona, si personas hubiesen sido. De costumbres anacoretas, sorbió Titagolda la infusión con placer y el meñique en alto. ¡Cuánto tiempo ha que no probaba el té salvaje! Con los ojos entornados saboreaba sin importarle al momento que a lo lejos se dejase ver sorpresivamente un explorador boloblás. ¡Qué sabor! Le resbalaba la tisana por 361 361


el belfo a Titagolda al igual que la presencia del caníbal, no le importaba al corriente y extasiado viajaba en sus pensamientos; ausente a la realidad exterior. Menos mal que allí también estaban las mujeres y clases de artillería habían tomado. Con el cañoncito de juguete acertaron andanada de aviso al explorador. Bien que se acojonase, bien que entendiese el mensaje, desapareció el nativo tras un repecho para no aparecer más. Y ni la detonación consiguió sacar de su trance a Titagolda, sólo cuando hubo apurado la taza, y por lo que olía el aire a pólvora, fue consciente del disparo efectuado. Despertaron los chicos a la una siendo las siete. Hormiguitas corrieron atolondrados hasta que reconocieron en la atalaya la presencia del grupo. Entusiasmados hicieron señas, e intención esbozaron de reunirse en lo alto, mas con el mismo alfabeto las señoras les indicaron que quedasen dónde estaban. Ellas bajarían. Delantera fue tomando Úrsula auxiliada por Congrio, mientras la hechicera ultimaba con Titagolda el orden de las guardias. Él las haría todas hasta la noche. Sí. Por boloblás y haberse abreviado en el avemaría todo el puchero de té salvaje. Eso fue lo que propuso la hechicera y de lo que se tenía pensamiento, pero justo en el momento que se despedía con un hasta luego, aparecía por encima del hombro de Titagolda una vela a lo lejos. Recién salida del horizonte, chiquita, y lo único seguro era que marcaba intención de arrimar a Barrena; posiblemente a bahía Comilona si el pálpito de la mujer era correcto. Entonces rápido le fue casar a Titagolda en la distancia la apostura de la Psiconauta, sin embargo el empaque del trapo a la hechicera escamó; sucio era el vuelo de la tela; perfectamente acertaba a distinguir con el catalejo como buena parte del velamen iba al gualdrapeo. - ¿Quién será? -aviseraba la mano Titagolda- ¿Es Verrugo? - No estoy segura -pegada la lente al ojo hablaba y escrutaba la hechicera- Ese 362 362


cascaron no me levanta recuerdos. …… No, no son ellos sin lugar a error; a no ser que hayan cambiado de barco en alta mar. - Apresado lo traerán entonces. - En tal, larga le han dejado la traílla porque tampoco se ve al amo. Preventiva, para los chicos, y para Úrsula cuándo los alcanzase, gritó la mujer que sin preguntar se diesen a jugar al escondite. No importaba si se ocultaban entre los restos de los pecios o tras alguna roca, incluso en uno de los mil hoyos, agujeros y cuevas que horadaban las laderas podrían encontrar refugio, y no salir de él hasta que se efectuase señal con el toque de ojén familiar, y no siendo, sin dudarlo, que se apretasen en el escondrijo pues los que irían a buscar serían posiblemente corsarios. ¡Corsarios! Puaj. Incluso para el Sol o la Luna se volvería difícil dar con ellos. Más tranquila quedó la hechicera tras la maniobra, y al poco ni ella distinguió o supo adónde podrían agazapar, sólo Úrsula quedó visible junto a las chozas al negarse a participar y preferir esperar sentada en una silla lo que le hubiese de venir. Titagolda opinaba que mejor estarían ambas, Úrsula y la hechicera, compartiendo madriguera con los chicos. Bien se valía él para estar pendiente de la vela lontana, y en ello coincidía la hechicera, sí, pero, cómo con gesto mudo apuntó, una persona no podría, salvo estrábica, tener un ojo puesto en el horizonte y el otro en el camino que hasta ellos llegaba. Un grupo de boloblás apareció en el sendero e iban corriendo las márgenes buscando protección en peñascos y altibajos. Declarada era la hostilidad al ir embetunados de razia con lanzas y arcos prestos. - ¿Qué hacemos? -temía la hechicera dar uso al cañón y con ello delatar la 363 363


posición- ¿Desde dónde anda el barco oirían el cañonazo? - No creo. En todo caso lo que sí se vería, si alguien a ello fuese, sería la humareda de la pólvora. Pero tampoco es algo que me inquiete porque fumarolas y grietas se le abren continuamente al cono volcánico, y muy listo, y habituado se tiene que estar, para discernir la voluta del cañón de un reventón de la Naturaleza. Mire -casual que en el borde contrario una columna de algodones sucios se elevase al cielo- La nuestra, de usar, no diferirá mucho de aquella. - ¿Y la de los mosquetes? - Ésas puede que ni se aprecien. - Entonces hadnos el honor y mete en vereda a tus súbditos; vamos, que del camino los apees. Preparado que estaba, y a mano los pizarrines incandescentes de la fogata, sonó igual que cañón adulto el canijo. Mientras volvía Titagolda a poner en facha la pieza, la hechicera se declaró experta tiradora y por disparo abatió salvaje. Al de por sí tupido cortinaje que urdiese la señora, volvió a añadir Titagolda el vozarrón del bronce, cosa que hizo finalmente pensárselo a los antropófagos. Comadrejas echaron el alto y se ocultaron dejando media docena de muertos, que al poco, y enarbolada la banderola blanca, volvieron para reclamar; la hora larga estuvieron tranquilos al ser ése el respiro que se dio, concluido, tres o cuatro, con cara de simples y no haber roto un plato, se dejaron ver nuevamente ondeando trapo de tregua. Más cuenta le traía a la pareja, pese a conocer la cantinela, seguir con las pautas nativas. Tiempo tomaban con los usos y quizá antes, que después, pudiesen saber del barco que se acercaba y obrar en consecuencia. Ni con lañas conseguirían restañar al pensar partir en dos. Portento, libre de marca, en la proa afilaba el sable de abordaje mientras medía la mar. Él y el 364 364


grupo de asalto convenían el modus operandi para tomar la cubierta de la otra nave, lejos surcaba, bastante, pero habiéndole podado la arboladura estaban seguros que una vez recuperados la alcanzarían de nuevo. Ya lo habían hecho un par de veces y lo volverían a hacer una tercera. Lo que probablemente no se repitiese sería el fiasco del abordaje. ¡Bisoños a su edad! Ja. La primera vez que dieron alcance creyeron vencida la Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso sin necesidad de pegar un tiro, convencidos estaban del terror que generaban y supusieron que la embarcación se daría presa al verse cogida. Mas no. Temple hay que reconocer que tuvo la gente de Bichomalo esperando al último suspiro para defenderse. E hicieron bien, les cogió la respuesta en renuncio a los psiconautas, y aunque muy fieros ellos, sí, por haber echado los garfios sin objeción alguna dieron el barco por cautivo; y fue un error. Ésa fue la primera. La segunda vez que dieron alcance, ni a intentar el abordaje se llegó, cogida distancia se entabló un cerrado intercambio epistolar. Hora y media larga obraron los cañones a pleno rendimiento, no gritaban ahora los artilleros en las tripas demandando munición o algodón, mas por todos era capaz de gritar Bulín de Aguiloche y desde cubierta se le oía. Nada bueno. Al hombre le arrancaron la pierna a la cual solía uncir la bola de preso. Y no era el único que aullaba sus dolores, tumbado parte del velamen, juanetes y sobrejuanetes descrismaron la docena. La enfermería llena y sin médico. Todo hombre útil estaba en cubierta al sólo quedar pólvora para servir una ración más a las cureñas, precisamente por ello, por estar preparados para llevar a cabo el postrer canto, un par de tullidos leves se sobrarían para manejar la artillería de las bandas. Lebrel que ha tocado pelo surcó las aguas la Psiconauta. A orza vista saltaban 365 365


de ola a ola combando el espinazo, y los hollares, todos ellos escotillones o desgarros, bufaban la velocidad. La Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso prendía a ratos de la punta del bauprés, y cuando no, de la punta de Desgarbador. Varias propuestas hubo para hacerse con la nave del ponzoñoso Bichomalo, mas entretanto se adoptaba táctica idónea no descuidaba Portento un mal culeo del barco que le sugiriese nueva intención. Al rumbo que llevaban clavados darían alcance a la Nuestra Señora en la barra que cedía entrada a bahía Comilona. Mal aparejado iba de personal el barco que huía al tener en firme los psiconautas el destrozo hecho. Muerta corría la ballena que pilotaba el Trócola al fin conocido que eran los arrecifes, y sabiendo, viró la citada en redondo para coger el aire que escupía la bahía y arremeter de frente. Eso no lo esperaban los de Verrugo y al bandazo de la maniobra quisieron entender que la poca tripulación que siguiese entera se habría amotinado, mas cuando estuvieron suficientemente cerca comprobaron que no se veía en cubierta más gente que quién fuese el capitán y su piloto. A tiempo leyó Portento el blasón de las intenciones e informó a Verrugo. Por segundos que la Psiconauta derrotase escape del topetazo que se buscaba y se librase de la colisión. Pero ofreció en la ruta de evasión un flanco fácil para la artillería de Bichomalo, que convenida a una seña del jefe, y ésta ejecutada, con disciplina germana abrió fuego. La cubierta se hizo astillas y quedó en la mar. Buscando cubil ordenó el capitán Verrugo seguir con el rumbo y no revolverse. Se tiró al vacío y así los cañones se despedían mero lastre. De proa a popa corrió Portento no queriendo descuidar la intangible línea visual que le ligaba al otro barco, el cual volvió a virar sobre el ancla para empoparles esta vez a ellos. Con no poca sorpresa observaba Portento desde la toldilla los cabeceos. - Esta vez nos han hecho la pirula a nosotros -con desgana reconocía Portento la 366 366


jugada- Sí, con todo lo gordo, Verrugo, nos van a endiñar. Ése no se apartaba, no. - Lo gordo y lo fino nos vamos a llevar por delante -no le seducía a Corcovado entrar achuchado al arrecife y daba opinión- No, con eso nos darán si se te aplatanan las manos ahora y nos haces embestir contra el coral -pretendía disolver Verrugo el corrillo que se estaba montando en la popaVamos, todos a sus puestos. ¡A las gavias, desgraciados! ¡Borrachuzos a las garruchas! ¡¡Piltrafas al tajo que no es la primera vez que huimos!! A todo trapo entraremos, piloto ¡Ojo al dato! Ociosos sólo quedaron en cubierta Portento y Silverio Tuerto. El uno no tenía otro trabajo que leerle algún punto flaco a la nave que ahora les perseguía, el otro no tenía más quehacer que sacar al uno de lo suyo. Mala excusa no le vino a la boca al capitán Silverio y sin preámbulos recordó a Portento que tenían un combate pendiente, y aun no siendo en tierra, y dadas las circunstancias, bien pudiera ser el momento oportuno para batirse; porque de dejar la cuestión para más tarde, puede que quedase venia que pedirle al capitán de la otra nave. No estaba ni estuvo Portento tentado, que era prohibido. De hecho de haber insistido el propio capitán Verrugo le hubiese descerrajado un tiro a Silverio; que por algo se llevó la mano al cincho. - No siga, Silverio, ahora no se puede -escupía Portento al afilabrillos- Por Ley ha de ser contra hombres de ese barco contra los que antes tenga que cruzar aceros. - Por eso digo -no con ello insistía Silverio- Coraje me da pensar que sea el capitán de la otra embarcación, o subalterno, el que le arranque el corazón. Y no yo. - Ah. Su oportunidad le dije y tendrá. 367 367


Cosa suya queda si tiene prisa. - Si a plomo he de coger vez buscaré mi turno -dijo Silverio asiendo un mosquete y apuntándolo contra la Nuestra Señora- Mal no tiro. Capitán, si me hace el favor, arríe algo de tela. Y no, no se quitó lienzo de los mástiles al ser ahora la Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso la que surcaba a modo. Tiraba la Psiconauta con ganas buscando bahía Comilona y el seguro canal que salvaba su ínclito arrecife. Si obcecados a la captura iban el capitán y el piloto del otro barco, con un poco de suerte pronto pararían contra alguna necrópolis de pólipos que no viesen, y que dispuestas para barrenar panzas y quebrar quillas a cuarta del aire escondían. Tan veloz como pudo fue metiendo el morro la Psiconauta en la bahía. Lenta parecía su marcha pues los que entraban tras ellos iban despendolados. Habían largado estacha y ahora recogían. Fijo ordenaría el capitán Bichomalo surcar la estela, y tomando el camino circunscrito, sortearon sin saberlo las primeras callosidades del arrecife a las cuales arrimó Corcovado con muy mala intención y buen criterio. - ¿Dónde vas con el hacha, Portento? -se olió el capitán Verrugo nuevo despropósito- Vuelve a tu sitio y sigue afinando el sable. - Pensaba desfondar el casco para obturar el canal. Fuera del riel cuatro dedos tiene el agua y fácil resultará asaltar el barco cuando quede retenido; emboscada mixta: marítimo-terrestre. - Suelta el hacha viejo loco y hagamos que no te he oído -tampoco le miraba Verrugo al estar atento a la Ntra. Sra.- Desfondar la nave yendo perseguidos ni de ti me lo esperaba; venga, vuelve al filo porque mal soporta tu cabeza la presión. Por alto pasaría la calbotada el capitán al no estar de humor para enfadarse. Cerca se situó la nave de Bichomalo, pero no lo suficiente para el mosquete de Silverio Tuerto, y por ello, y sin dejar de buscar tras la mira su objetivo, con 368 368


Portento reanudó el hombre la charla. Se declaró del parecer del capitán Verrugo, aunque su lado bueno también entendía al plan absurdo de Portento, y de ser cierto que ni la braza, allí mismo, de coincidir en el chapoteo, podría batirse con él. Pero una vez más le expuso Portento que antes tendría que dilucidar el honor con el capitán, “o subalterno” apostilló, del otro navío. Dos palabras más tarde sí cubría el mosquete de Silverio el espacio hasta la otra nave, lástima que no se ofreciese silueta alguna contra la cual tirar. Y mucho menos la del capitán. Alidada al ojo la Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso, esperaba Silverio una ocasión para de certero plomazo descabezar la embarcación rival. Pese a ser por motivo circunstancial, bien le pareció a Verrugo y a sus hombres que Silverio Tuerto Gargucho, duque del Pentapuig, tomase las armas. Siendo lo primero de provecho que hacía en el embarque, la tripulación aplaudió el gesto, y jaleando la penúltima, de babor a estribor, rodaron unas cuantas botellas la cubierta para entibar el ánimo. Gustosos de dar la nota, sin previo aviso rompieron a cantar a coro los psiconautas la canción de los piratas: A les Medes hi ha una nau pirata de gent morisca que s´hi empara i s´hi fa el cau i nar-hi ningún s´arrisca. Els de Pals i els de Begur amarguen l´or i la plata perqué ningú es sent segur en veure la nau pirata. Dels cims de l´Estartit, de Montgó i de Torroella la vigilen dia i nit els qui fan de centinella. 369 369


Els pirates de traidor per la costa empordanesa fan alguna incursió i donen cops per sorpresa. Matute, que a mano siempre dejaba el guitarrón por si ocasión se le daba, rascó las cuerdas con ese Arte peculiar que levantaba cefaleas abrasivas y granjeaba enemistades perniciosas, pero, al momento, con creces justificaba la leva que se hizo de él en La Pitarra. Molesta era la estela acústica por disarmónica. Poluta, sí. Enturbió el tritono el espíritu de tal modo a la gente de la Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso, que rogarían al capitán que aflojase el ritmo, y aunque no fuese así, se abrió una pequeña brecha que dio nueva idea al capitán Verrugo para probar otro ardid. Avisó Verrugo a la cubierta que una vez salidos del primer tramo del canal, y antes de entrar al segundo, cederían de súbito a barlovento para enfilar el acantilado de los Ecos Muertos. No pocos pusieron mala cara al ser impresionante el cortado y tener leyenda propia, mas no habría que temer nada al ser la intención virar a una nueva señal entre dos enormes piedras sumergidas de las cuales se sabía el taimado secreto. Y el nombre: ¡Espetón y Comequillas! Al ser arriesgado no gustó mucho, ni poco, no gustó nada. Además, igual que hiciesen ellos podría duplicar la nave de Bichomalo y salir airosa del brete. Eso sí, de no ser el piloto gliptotecario, de virar antes o después del punto exacto, no habría tu tía. Ventaja obvia tenían por conocer, mas tampoco era cosa que no tuviese su miga relacionada con el estado de la mar o los vientos. O con los desprendimientos de los últimos cinco años. Corrió despreocupada la Psiconauta al frontón pagano. Al pie del acantilado expiraba todo sonido, al menos al acercarse a ellos nadie recordaba haber oído 370 370


ruido alguno que no fuese el corazón propio latiendo loco. Poca imaginación necesitaba la marinería para saber lo que sería de ellos de dar mala rosca al timón. Desde que Verrugo diese la señal hasta que Corcovado trasmitiese la orden a la pala iba un océano. Pago del piloto era medir las olas, y para dejar hacer, la nave enmudeció. Se dejó de cantar la sonda y de dar en alto la distancia que les separaba de la Virgen del Amor Hermoso, no existía otro interés, ni otro futuro, que no pasase entre el farallón que tenían delante y las rocas que tuviesen por abajo. - No baje la guardia ahora, Tuertito. Estése atento porque de un momento a otro asomará el capitán la cabeza para ver qué se cuece -al mismo Portento crisparía la maniobra y prefirió el paliqueSupongo que estúpido no será y habrá adivinado que vamos a virar. - Es muy astuto Verrugo -sin reservas dijo Silverio- ¡Capitán Verrugo! -pese a ser charla cerrada exigió Portento- No me duele reconocer el grado a tamaña eminencia y estratega. No. Pero... - Pero qué. - ¿No sería mejor rolar a estribor que a babor? - ¿Miedo te dan Espetón y Comequillas? - Por desconocer he de admitir que me son indiferentes. Mas la opinión que le expreso es porque creo que virando a estribor, a la salida de la maniobra, en mejor disposición quedaríamos para dar batalla. - Yo estoy en que el cascarón que nos sigue va a dar juego de acerico. Yo mismo no he sido capaz de efectuar el paso con algo que calase más allá que una gabarra. - ¡¿Y Corcovado?! - Más nos vale que sea más fino que yo. Mucho más no sería, pero algo sí, y al montar el chirrido del casco las risas 371 371


del viejo, éste, por respeto y fario, al igual que el resto calló. Crítico el instante, la Psiconauta alcanzaba el perihelio del acantilado y quedaba en paralelo. Otro chasquido quejó la carena al cruce entre los famosos hermanos desfondanaves, y un par de sacudidas a la contra por el reflujo de las olas también se sintieron, pero obviando, ¡Y no sería manco el gesto!, la maniobra fue un rotundo éxito. Limpio se siguió el trazo y a nueva orden de Verrugo se desligaba a mar abierta la Psiconauta. Lenta salía hasta que agarró un soplo salino y se rehacían las velas a su esplendor. Entonces sí tuvo ecos el acantilado, y una descarga de fusilería, y una andanada de improperios, se extendió como la espuma para dar nuevo topónimo al lugar: ¡Los Acantilados de Corcovado! A la arboladura subió la gente de Verrugo tal que si infantes de marina acabasen de zarpar rumbo al colegio. Daban escuela las olas, y tiempo ha que el capitán Verrugo ejercía la docencia. - Aplícate Trócola ¡Aplícate por tus muertos, Trócola! que me parece que ahora hemos caído nosotros en su engañifa -aunque tarde comprendió BichomaloAlgo pernicioso ocultan las aguas al haber sido muy coreada su recurveta. - Por la forma de gritar me oriento, capitán. Si su permiso me da, me ceñiré a lo mismo que han hecho ellos. - Vale, pero no te arrimes mucho a la pared no vaya a ser que nos estampemos sin hacer daño; mas que el propio. Sí, mejor que te separes un poquito del cortado. - Capitán, paso seguro sé que nos han dado ellos, pero saliendo lo más nimio igual clavamos contra algún espolón del arrecife otra vez. -… Had. - Entonces mande arriar trapo porque entramos demasiado enciscados. - No, no. No se puede arriar nada porque nos quieren volver a tomar la popa. No. 372 372


Y no se te ocurra rechistar más; que una te he pasado. Calco del viraje de unos llevaron a término los otros. La Ntra. Sra. la Virgen del Amor Hermoso salió en facha y orientada. Claras fueron leyendo las cabriolas de la Psiconauta cuya ambición ahora resultó cerrar una rotonda y ganar flanco o popa, pero mucho se cuidó Bichomalo y en cuanto entendía la querencia enmendaba el rumbo propio o efectuaba disparo disuasorio; pocos cañones operativos montaba por banda la nave, mas no teniendo los otros piezas para dar respuesta, tres baterías suponían todo un castillo. Fue cogiendo la Psiconauta cuanto barlovento le entrase al trapo por si volvía a abrir cacho y pie se le daba a Verrugo para inventar nueva patraña. Pero fiel a sus principios de perro corrido se cuidó de cometer Bichomalo ningún desliz. Galguero, bien sabía que la liebre acabaría buscando mata y a la playa no tardó en enfilar directa; antes amagó la Psiconauta con volver a tomar el canal labrado que le sacaría de nuevo al océano, pero sabido el erial plano que son las olas, se dispusieron a entrar en el segundo tramo tallado que llevaba a fondear a la orilla misma y llave era del propio caño. A casa corría la Psiconauta. Viendo descolgar el aviso en percha ajena también Bichomalo mandó deshacerse de parte de la tela, y al plantearlo prioritario, alguien cortó las escotas oportunas para que cayese sobre la cubierta. Mal modo fue de apear del tendedero los trapos y algunos hombres fueron con ellos al agua para regocijo de tiburones. Y entre eso, y que entraban a distancia del mosquete de Silverio, algún desgraciado más fue a alimentar a las fieras, que implacables, también llevaban el curso. Desangrándose su capital humano, optó Bichomalo por ordenar que se preparase el abordaje. El mar acababa en la arena y parecía que los psiconautas buscaban encallar, fuera ésa la intención, que lo era, fuese otra, la marinería tomó el equipo de asalto y se agazapó en las amuradas de proa. A la voz del capitán 373 373


deberían saltar al otro barco y matar. Matar y matar. Matar a diestro y siniestro o sin dudar ellos serían los finados. Tan bien estaba tallado el coral que nada indicaba que por él discurrían, sólo de asomar por la borda los hombres de Bichomalo podrían ver que los fondos subían. Pero pocos lo intentaban al andar acertados los tiradores. El Trócola gustaba en exclusiva el espectáculo, y arriesgado, lo callaba. A tiro de pistola, que silbaban las balas y mordían, entraron tras la Psiconauta a lo hondo de la playa. Rápido acabó metiendo el capitán Verrugo la quilla en un bancal de arena, y pese al topetazo de la frenada, orden daba de abandonar la nave. En nada se rehacía la gente del revolcón y se echaba sin demora a chapotear al agua, apenas había saltado Portento, y el capitán iría en el aire, cuando embestía a lo salvaje por detrás la Ntra. Sra. La Virgen del Amor Hermoso y en el destrozo volaban las astillas y los tripulantes. Un segundo tomaron los bandos para observar las naves. Inutilizadas, entre ambas con un poco de suerte se construiría un balandro. En ese plan lo entendió el capitán Bichomalo y aprovechó que cayó cerca de Matute, y que éste iba armado con su sempiterna guitarra, para sin mediar provocación concertar cita desigual. Matute se defendió a su estilo y cantó sus peores baladas. Y en especial una muy mala de veras que hablaba de un gato que tenía pulgas, y de las pulgas que tenía el dichoso gato. Arpegio arriba, arpegio abajo, acabó el capitán Bichomalo fijándole la mano a la guitarra y ésta a la tripa. Murió Matute en manos de Sacromonte. Boqueó el gaditano en aceite frío rogando al compadre que le vengase; y sin más mortaja que la guitarra quedó tendido en la orilla. Iracundo levantó Sacromonte apretando con ganas el sable. Saltó al cruce sin pensarlo y semejando redoblar a la aldaba perseguido por alguaciles se manejó; tan pronto por la puerta principal, como por la de servicio, o las ventanas, se aprestó a picar el muchacho. Repicó por todo Bichomalo y no halló resquicio, sólo una sólida defensa encontró, pero pronto, viendo 374 374


apaciguarse el vendaval, hacía gala el boyuyo de su macabro estilo e improvisando tijereta, con la daga y el sable, le cortaba la cabeza a Sacromonte. Todo lo vio Lortom, y viendo contrincante, probó con la pistola; aunque ya suponía que mal humo daría la pólvora mojada. Por si uno no le bastase, también recogió al paso el sable que con relativo acierto esgrimiese Sacromonte. A dos manos vino a trazar molinetes para arremeter contra Bichomalo, mas antes que saltasen las primeras chispas rugía Pastinaka que era su turno. Por tamaño se creía con derecho el hijo de Genoveva, pero poco caso le hizo Lortom y acabó tomando preeminencia. Contrapeando los aspavientos ofrecía el americano un mallazo de filos apretados. Atrás, atrás, cedía pista ante la perfecta cortina de brillos Bichomalo, mal haría metiendo la punta al choque al poder perderla y ofrecer cuerpo a la puntada, y lo sabía. Le convenía dar para no recibir, y así fue la puja hasta que alcanzaron una de las múltiples hogueras que jalonaban la playa y a la podadora ofrecía Bichomalo los mil destellos de una tea. Prender no prendieron en Lortom al estar empapado, mas heridos los ojos por los chispones y el humo, exhibió una momentánea ranura en la cual acertó a meter Bichomalo el sable. El tajo llevó el brazo, y al quejido, la vida. No obstante no fue la garganta de Lortom la que engendrase el grito que reventó la cala, ni las gargantas desgañidas de los caníbales que aparecieron carroñeros, no, fue Pastinaka, Robustiano, quien hiciese enmudecer al resto. Quedó la playa, palabra, conmocionada. - ¿Qué pretende? -cesando toda lucha el capitán Silverio buscó la proximidad de Portento- Grande es Pastinaka y simple mondauñas se le hace el hacha en la mano. Pero... - ¡Ya estamos con las pegas, Tuertillo! - Es un pero nimio que referencia hace a que el uno lleva hacha, y el otro sable y 375 375


cuchillo. - Desventaja la del timorato si pretende blocar las arremetidas de Pastinaka con un puñal. - No decía eso. Muy al contrario, si tuviese que jugarme los cuartos, un doblón haría que reflejase en la columna del extraño; sólo por la cantidad de filo disponible. - Más chaquetero eres Silverio que el indeciso John, que se inició en el arte del sable al ser su padre sastre. - Un doblón pongo a ello. - Que sean dos. Por ambos bandos se esperaba un pronto desenlace, o bien Pastinaka partía en dos al capitán, o bien éste inventaba nuevo talento y despachaba a la montaña. Sin embargo no fue así. Al igual que Portento y Silverio, muchos otros se estrecharon las manos para cerrar las apuestas. Por el momento el litigio sería de dos, estaba siendo, pues tal dijese Portento el capitán Bichomalo perdió el cuchillo de vela al primer aire; abanico le era el hacha a Pastinaka y no movía por damiselas. Más astuto de lo que indicaba su tamaño, el hijo de Genoveva no gastaba energía alegremente y contados eran los viajes que descargaba, pero cuando hacía sonaba la tierra al golpe como hendida por el rayo. Entre muertos y trastos buscó el capitán Bichomalo linde que le permitiese tomar resuello. Enorme era el contrincante, ¡Pastinaka!, y a dedo del pecho le pasó el último golpe que expidiese el psiconauta, un rozón que le hiciese sería Arco de Trajano para que sus tripas saliesen al Sol, y sabiéndolo, buscó la distancia. - Tú no eres el capitán Verrugo ¿verdad? -jadeó la pregunta Bichomalo- Grande te veo y me han dicho que eras, sí, pero tienes una cara de simplón y botarate 376 376


que se me haría raro que nadie te obedeciese. - Para usted cómo si lo fuese. - Dime, quién es -al círculo de espectadores pasaba lista Bichomalo- Señálame a uno y te dejaré en paz. Te dejaré vivir. - Mal está leyendo el combate, amigo. Yo sí le estoy poniendo las peras a cuarto. - No digas tonterías, ¡majadero! ¡bocachancla! Que peras ni que mondongos estás sopesando. - Deje de correr alrededor de la hoguera y le diré al oído. No eran baladronadas las palabras del hombretón y muy capaz se le hacía a Bichomalo de arrancarle la oreja si mano le echaba a ella; y la cabeza. Aunque tampoco era cosa de quedar ante su tripulación fatal y que el resto del mundo le pintase bien cobarde. Mala inversión tolerar los insultos para alguien que reposa la autoridad en el “buen nombre”. Respuesta rápida se vio forzado a inventar Bichomalo, y sin dudar más rato, convirtió en lanza el sable y a Pastinaka se lo arrojó. Desarmado Bichomalo todo eran risas. Nadie disimulaba su contento ante el previsible desenlace, mas rompiendo todos los pronósticos pudo hacerse con un fusil que montaba bayoneta y andaba tirado en la arena, y aun presuponiéndole al arma la disposición inútil, era utensilio de cuidado. Achuchó Bichomalo metódico, la playa, pese a la miríada de granos, era de superficie finita, y aunque gastaba hacha el otro, siendo el enmangue del fusil más largo una relativa ventaja se le calculaba. Esta coyuntura transitoria volvió a cambiar al divisar Pastinaka no muy lejos una alabarda pinchada en la arena. La cogió aunque el capitán Bichomalo leyó la idea e intentó interponerse, pero rápido fue el psiconauta y en nada estaban igualados. Tan igualados se podría decir, que en singular arremetida los dos se hacían daño. Pastinaka convirtió en guadaña el destral largo e hizo que mordiese con fuerza la pata coja del capitán; 377 377


clavó en el hueso de madera. Bichomalo sintió la presa hecha, que no herida, y viborino acertó a revolverse para ensartar a su vez al psiconauta con la bayoneta. Más dañino a mano limpia, apretó y apretó Pastinaka el cuello del otro hasta que crujió tal corteza desgarrada. Toda la concurrencia escuchó, mientras impotente, y congestionado, todo ánimo y voluntad de Bichomalo se centraba en amartillar el fusil y apretar el gatillo ¡Ni respirar era objetivo! Una tras otra chascó las vértebras Pastinaka, se cuidaba de no rematar rápido, y a cada crock, crujido, nuevo intento hacía el capitán de disparar con el consiguiente pitorreo. Reían hasta los caníbales sin saber muy bien el motivo, y a todos se les amargó la carcajada cuando atronó un disparo sordo y a la montaña que era Pastinaka hijo se le quebraban las laderas. Agarrando el cuello del capitán hincó la rodilla, y última voluntad, redobló en la medida de lo posible su tenaza. Aún muerto siguió apretando, y tuvo que cortarle las manos Bichomalo por las muñecas, y dedo a dedo quitarse la lazada, para tras una eternidad en apnea poder tomar aire fresco. Tocado en la azotea Bichomalo ladeaba la cabeza al bies. Mal enderezo posible tenía salvo si se echaba media docena de gruesos torques al cuello y lo dejaba rígido de por vida, cosa que bien podría ser efímera, pues de las apretadas filas, del corro que expectante siguiese la pelea, salió con paso decidido Portento. Él y Desgarbador se adelantaron indicando que serían los próximos, mas dos pasos más veloz fue el capitán Silverio y tomó palestra. El propio Bichomalo entendió que las charreteras de la casaca eran de rango, y jaleándosele ¡Capitán!, sin pedir siquiera descanso se aprestó a tentar nuevo lance. - Oiga usted -dijo tras percatarse que pocas simpatías también levantaba en el fondo el adversario- ¿Seguro que es usted el capitán del barco que he embestido? - Sí señor. Capitán Silverio Tuerto Gargucho. Duque del Pentapuig -saludo y 378 378


juramento dio llevándose la cruceta de la espada a la frente- Patrón de la Pilarica Chica. - Vaya, hubiese jurado que en la popa llevaban clavado Psiconauta -dijo devolviendo la cuadratura- Sí, sí, está en lo correcto. Ahora esta panda de rufianes que nos rodea así llama, mas fue y será siempre nave de la Corona y atiende en los papeles buenos por Pilarica Chica. - ¿Quiere decirme usted que le robaron el barco y ahora sirve al uso corsario? - No. Puaj - Porque si por papeles legales fuese yo traía uno con cuño y firma de las más altas instancias de Madrid. Venía a decir el legajo que toda aquella persona que fiel a la Patria fuese habría de darme sopa, cobijo y ayuda. Pero, palabra, con tanta sangre que he derramado, y me han derramado encima, negado a toda interpretación legible quedó. Y tiré hace tiempo, sí. - Bien por usted. - Si se alegra baje el sable. - He de matarle, capitán -sincero dijo Silverio- He de matarle a usted si quiero recuperar mi barco. - ¿Y quiere? -dispuesto estaba a conchabarse Bichomalo- Bien me sobro para cavarles fosa a todos, pero no me vendría mal la ayuda de un colega. - No soy colega suyo. Ni enterrador. - Lo decía por español. - Cómo si lo dice por ser masón; que poco tengo yo que ver con alguien al que a las primeras de cambio le deserta la plantilla al completo; antes que amotinarse. Perdóneme, pero no le conozco de nada y antes que usted está mi barco; no vaya a ser que encima mate a Portento de chiripa y me quede sin revancha. A mí me esperan, caballero. 379 379


- ¡Portento! -asió el nombre al vueloPortento ¿Quién de todos es? - ¡Yo! -con más razón que antes presentó Silverio su sable- ¡En guardia! De ser otro el lugar, el momento, u el modo, el capitán Silverio recibiría pita sonora y no la cerrada ovación que escuchó. En cualquier plaza de Europa le hubiese bastado a Bichomalo estirar la mano con la palma para arriba ¡ni relatar sus mancaduras! para que píos y fieles de camino al cenobio le echasen el óbolo preceptivo. Cuadro de miserias era el hombre empezando por el parche y acabando con el pie de pega. ¡Y ese cuello recién quebrado! Desatino ante cualquier bien nacido sería arremeter contra la piltrafa, mas siendo la jarca presente mala, mala y pendenciera, y con la cabeza puesta a precio, se instó sin ningún escrúpulo a que se le saltase el ojo bueno y a carne le sellasen el urkizulo; y otras lindezas del estilo. No arredraba la manada al capitán Bichomalo, y biselada la sonrisa, se permitió citar al otro con arrogancia. Con el par de dedos sanos que le quedaban en el muñón llamó a Silverio, le conminó a los medios al estar decidido a dar espectáculo. Reía, sí, blandía Bichomalo el sable cual tornado en torno a la cabeza y jocoso pedía le fuesen haciendo fila. Contra toda lógica y cálculo parecía no querer apearse el Sol del cielo. La larga luz oblicua que generaba el astro tintaba la arena de tonalidades anaranjadas. Raudas se estiraban las sombras, y hasta la Luna, que no estaba llamada, se dejó ver. El ataque en masa que esperaban nunca llegó a producirse, les hostigaron, sí, pero no llegó aquello a adquirir los visos de la avalancha; más que nada, que en todo caso quienes podrían producir un alud serían la hechicera y Titagolda al controlar la cota; los boloblás eligieron postura de asedio y de cuando en cuando 380 380


mandaban un grupito, tres o cuatro, por si suerte había y maña se daban para tomar a degüello la atalaya; no era táctica tonta y al menos comida no les faltaba; al tiempo que hacían purga de los elementos menos aptos. Podría pensarse que diezmar sus filas sería un quebranto constante que al tiempo invitaría a desistir, mas corrió por la jungla que en lo alto del volcán también se montaba juerga y festín, para que no pocos quisiesen participar de acuerdo a su experiencia. Y llegaban sin parar. En ambas cunetas del caminillo se ocultaban boloblás. Muchos. Aunque parapetados, asomaban con cautela la cabeza para saber las bajas hechas en la embajada servida ¡El próximo menú! Babeando se ceñían la servilleta al cuello cuando el siguiente grupo enfilaba, pero algo pasó, algo ocurría por abajo porque hasta la hechicera y Titagolda se encaramaron a un peñasco para observar lo que sucedía. Muy abajo, entre los últimos manchurrones de jungla que vestían las laderas, las dos docenas de salvajes corrían la pendiente rastreando. Tufo cogerían de alguien y muy nerviosos se manejaban. Trotaban con las narices pegadas al suelo, parándose a ratos a oler entre piedras y matojos. - ¡Buuffa! -de imprevisto apareció Úrsula en el puesto resoplando- ¡Úrsula! ¿Qué haces aquí? ¿Por qué has subido? - Mujer, me aburría sentada en la silla… Si hasta los chicos se han ido a nadar. No pueden estar todo el día las criaturitas agazapadas entre las rocas. ¿Qué se cuece aquí? Caramba, cuántos boloblás hay ¿Qué pasa? - Alguien, aprovechando lo mortecino de la luz, viene hacia acá -dijo Titagolda reseñando que ahora batían el camino los antropófagos- Y rápido. Muy rápido. ¿Quién podrá ser? Poco duró el misterio pues aunque como una exhalación Ramona cruzó el sendero perseguida por los rastreadores. De cuneta a cuneta saltaba al no ser pocos los boloblás golosos que gustaban del pastel de perro por postre, y 381 381


faltándole una pata, a vena en cuello se suspiraba sería la más sabrosa de las Tres Mil Islas. Y lo era. Y de los Siete Mares y los Tres Continentes. No habría aspecto perruno en el que no sobresaliese Ramona, y si a sacar sabores era la cata, nadie dudaba que sería igualmente única. Tuvo suerte el animal y todo fue yerro. No logró agarrarse a su pellejo dardo que le hiciese daño, corría tal la tiña envenenando el ánimo de los boloblás, que veían, ¡y eran la tira!, que la perra se zafaba y tocaría cumbre. Zigzagueando la cañada hizo diez veces el camino simple y ordinario, y al coronar la trocha, amén de aplausos y besos, tenía preparado el cuenco de reconstituyente. Mas no bebió. No. Ramona traía despacho mudo de los que sólo ella era capaz de transmitir. Moviendo la cola tomó asiento frente a la hechicera y se contentó con escrutarla a belfo mordido. De hito en hito le miraba el trío, pero el animal sólo tenía ojos para la hechicera y a ella prestó atención. Ni ladrar, no, de la misma campanilla le colgaba el palmo de lengua y no sería fácil emitir ladrido. No. Bastó la mirada y la pose. Cuando quiso considerar Ramona que la señora se habría pispado de todo y estaba en el caso se levantó, y tal vino, volvió a tirarse a barranca abierta para retornar con Verrugo. Para saber que algo gordo pasaba en la playa no hubiese hecho falta que Ramona se pegase la carrera. Fueron testigos del igualado duelo naval que discurriese en las aguas jurisdiccionales del volcán. - Ramona quiere que nos reunamos en la playa con Verrugo -dijo escueta la hechicera- ¿Sólo eso te ha dicho? -poco mandado se le hacía a Úrsula para el ilustre 382 382


mensajero y cara- Tres cañonazos que hubiesen pegado igual hubieran servido. - Sólo ella hubiese sido capaz de atravesar las líneas -del pedestal no le caía a Titagolda- ¡Y regresar! - Más cuenta les hubiese traído a esos bergantes el mandarnos una cuadrilla de alimañeros -dijo Úrsula- Qué piensan. Qué imaginan. ¡Lo mismo Verrugo está en que a la voz echaremos a correr! - No Úrsula. No te cuadres a la idea porque creo que por ahí no van los tiros. - Ah, ¿no? - No. No estoy en que venga mandada la perra. Creo que lo ha hecho de motu propio al sentirlo también. -¿El qué?... -dijo Úrsula abriéndose a sentir con su sexta esencia- ... ¡La legaña un búho! Pues sí. ¿Qué es? - No sé Úrsula, no sé. Desde que pusimos pie en la isla vengo sintiendo, pero ahora se me ha hecho un nudo en el estómago y me aletean mariposas dentro de la nariz. - ¿Le pica el culo? -entonó delicado Titagolda para no parecer soez- ... Entiéndame bien, al uso decimos por estos mares que a uno le escuece el ano cuando algún mal orondo barrunta. - No te azores porque también somos de campo -se arremangaba Úrsula para ceñir el correaje de un fusil- Parecido decimos nosotros. Entrados en situación también Titagolda admitió sentir una procesión de miriápodos recorriéndole la nuca. Sí, desde el mismito momento que pisase la isla sintió, y dolor llegó a ser unas cuantas veces, mas habiéndolo atribuido a la mala alimentación y a los abundantes quebraderos de cabeza diarios, cuando no a resacones apocalípticos, poca atención prestó. Mas ahora, concretando el recuerdo, casualidad no le era que punción llegase a ser en presencia de Caimán. ¡El capitán Caimán! 383 383


Mal asunto si terciaba Caimán en el tema de los cosquilleos. -Lo suyo será que yo me quede y os dé cobertura mientras vosotros atravesáis la horda de caníbales a la carrera. - Debes venir con nosotros, Úrsula, lo siento. No te puedes quedar al ser con los poderes de la Oscuridad con quienes, me temo, se habrá de bregar. - Tú te vales -muy mayor se sabía- Yo me quedo aquí para también estar al tanto de los muchachos; y que desde luego no puedo correr a vuestro trote. Tal que invocados aparecieron los críos en el sitio. No sólo la mala baba de la isla les sitiaba, dentro, en el cráter ¡la misma laguna! enturbió sus aguas y comenzó a expeler grandes burbujas de peste. Y el calor. A poco que se hubiesen descuidado el agua había quedado al punto de pelar capones. - Por nosotros no digáis. Creo que hemos demostrado valernos solos -dijo Patata al ser puestos al corriente- Ya les hemos dado la de la sepia sin vosotros y otro tanto podremos volver a hacer. ¿Verdad? - Verdad -a una dijeron los chicos- No, no. No y no. No puedo remangarme las sayas y echar a correr como si tuviese cincuenta años -ninguna apetencia le levantaba a Úrsula la propuestaAdemás, mal me apañaría a esta luz sin mis antiparras. Del primer tropezón que dé llego a la playa hecha bola. - ... ¿Cincuenta? -rió la edad la hechicera- Bien. Sesenta. - ... ¿Sesenta? - Vale, cacho puta, voy con vosotros porque luego todo se sabe. - Si no me lo toma por agravio, ni se propasa, a la grupa puedo bajarle -después de sopesar un instante se ofreció Titagolda- Me puede cabalgar la espalda si promete no clavar tacones. Promesa dio, pero desde la arrancada la mujer le hundió en el costillar el 384 384


calcañal. Dispuesto y acordado dejaron que los muchachos tumbarían a todo aquél que quisiese salir de la cuneta a su paso, mientras Congrio solito, a cañón bordado, mantendría abierto el sendero por delante y por detrás. Correr, sólo de eso deberían preocuparse, y Titagolda, extra, con paciencia aguantó que riendas hiciese Úrsula con su cabello. Pasado el trago de hacer buena la cobertura los muchachos se relajaron un poco. Miedo ninguno existía, pero en última instancia, en penúltima, so consejo de la hechicera que sugirió incluso antes, correrían cono adentro para esconderse dónde eligiesen previamente. Seguro que cosa de horas que las mujeres retornasen con ayuda, pero entretanto más valía tener un plan alternativo al ir el rugido de los boloblás encrespando; con fuerzas se entenderían para acabar con cuatro mocosos, y aunque se supiese que los cerdos largos habían varado de nuevo en la playa, cosa del momento era cepillarse a los lechones. La noche tiñó de raposas a los boloblás y mientras unos seguían profiriendo gritos y siendo señuelo, otros pocos se arrastraron sigilosos buscando hacer presa por sorpresa. Y cierto que arropados por la noche hiciesen cumbre sin ser descubiertos, mas parte en el logro guerrillero tuvo que nadie hubiese para esperarles. Bueno, y esto no es exacto del todo porque esperar, esperar, les aguardaba la usual trampa entre las viandas abandonadas. A los chicos les cogió el resplandor llegando al lecho del cráter, y bien les vino la sucesión de luces y destellos que les proporcionó la pólvora adosada para correr prestos a esconderse. Con la noche, con los humos que brotaban de las grietas, y que eligieron una cueva discreta, a salvo se siguieron sintiendo de los boloblás. - Y contra quién coño habrán de luchar éstas ahora -al apagarse el último brillo le vino el pensamiento a Rastrojo- A ver si con un poco de suerte nos despiertan 385 385


mañana con unas migas boyuyas. - Ya veo la preocupación que tienes tú -dijo Herejía arrellanándose contra la pared opuesta- No os acomodéis, la primera guardia os toca -conocía Patata a los amigos y pose ponían para echar un sueño- De dos en dos las vamos a pasear. - Por qué -la postura tomó Rastrojo y protestaba- Porque viéndose la mitad, hacen falta cuatro ojos para cazar lo mismo. - Y por qué, por el artículo tres, tenemos que ser Rastrojo y yo quienes empecemos la ronda -también tenía pega Herejía- Ayer el primero fue Congrio y la segunda hubiese sido yo. - Razón es -sin amargor, y sin cambiar de posición, dijo Rastrojo- Y no sé si os habréis dado cuenta, pero desde que desembarcamos, pusimos pie, un pelín arrogantes y mandones estáis resultando. Y ojo, que no digo que antes no lo fueseis. Iba a contestarle Patata pero calló. A nada que asomaron al quicio de la cueva pudieron ver en el vértice del cono luces. Recuperados del destrozo, unos candiles que dejasen arriba ahora trabajaban para los caníbales. Con ellos corrían el borde buscando camino de bajada, y una vez hallado comenzaron el descenso. Tocando las luces la hechicera con su gracia y sus ungüentos rutilaban las bujías en la distancia con un eco verdoso, espectral, que invitaba a pensar que luceros chiquitos y juguetones fueron arrancados del firmamento para alumbrar. Uno, dos, tres, los primeros boloblás abrían camino y referencia eran para el río de antorchas que les seguía, no obstante, y aunque en la lejanía los muchachos maldijesen lo encaminados que llevaban los pasos, no pocos caníbales perdieron pie y atrocharon rodando la barranca. Debió hacer mella en los compadres los gritos de los salvajes despeñándose y aminoraron el ritmo, pero aún así, con mucho, llegarían al fondo antes que el nuevo día, por lo cual, y buscando mayor seguridad, los muchachos se 386 386


retranquearon a las profundidades del escondrijo. Conocía perfectamente la cueva Congrio y bien sabía que no llevaba a ningún lado, mas por profunda y ofrecer multitud de camarines era el sitio ideal para pernoctar seguros. Sin embargo no dieron cien pasos cuándo el plan se venía abajo al caer los techos y cerrarse la vía, por contra, y por fortuna, franca quedó una angosta grieta que comunicaba con una corredera nueva. Seguidita ésta, se llegaba a un cruce de galerías que era nudo de direcciones. Podrían haber parado ahí al estar lejos de la boca, pero tuvo capricho Patata de elegir un pasillo y explorarlo hasta la siguiente sala, allí encontraron buena acústica y juegos y utillajes de taberna, que lo fue, era una de las salas de descanso que se habilitase en las tripas del volcán para reconfortar a los mineros que allí picaron; aunque no fueron nunca mineros convencionales porque la mena y la ganga por la que excavaron se suponía se extraería engarzada. Los mismos piratas echaron callos y cogieron silicosis buscando el tesoro. Y no era pelota de escarabajo la tierra movida, y eso, sin dudarlo, les habría generado gran sed. Cientos de botellas vacías iban adquiriendo corteza. Barricas volcadas pudrían sus carenas. Tras un minucioso registro se dio con un cajón que aún llevaba tapa y sello. Y las ánforas la etiqueta. Lo malo que con el tiempo el mosto era vinagre. - ¿Está bueno? -inquirió Herejía esperando turno- ... ajjj... ajjj... aaaah. ……… Suave. Un tanto lampiño para mi paladar -dijo Congrio aguantando el estómago y ofreciendo- Gracias... ... ¡glup! ... Corto te has quedado, cachondo -en el anverso de la mano se limpió los morros el chico y cedió a Rastrojo- Tienta suave compañero que yo le saco 387 387


sabor peleón. - ... snif... snif... ¿Seguro? Mira que me da que con esto podríamos entinajar encurtidos. - Dale, dale -empinaba el dedo gordo Congrio queriendo compartir la experiencia- dale el buche sin pensarlo porque el buqué falsea. - ... snif... snif… Yo creo que paso. ¿Y tú, Patata? - ¿Me has visto cara de acelga? No, verdad, entonces aparta. Musealizada quedó la sala por el tiempo al ser de ver pero no tocar. Polvo se hacían mesas, sillas y camastros si dedo se ponía encima. Muy mala vida conocieron los enseres. Ostentaban muescas de peleas frecuentes y abundantes negros por correr las llamas. Basura. Mapas pintarrajeados. Cartas ajadas. Baúl gigante era la estancia. - ¿Hasta cuándo estaremos aquí? -avinagrado el estómago exponía HerejíaGustoso siempre he sido de andar los caminos que no holla el Sol, pero tanto crujido y temblor me están empezando a poner nervioso. Prefiero seguir. Preferiría no descansar aquí y buscar una salida al exterior. - Nos dijeron que esperásemos -cumplidor lo decía Congrio- ¡Dicen tantas cosas! - Sí -con él estaba Rastrojo- Yo, sinceramente, aprensión creo que empiezo a sentir. - Y yo. Perdona, Congrio, pero también estoy hecha al techo del océano y preferiría seguir andando -reconoció Patata- Sí, si a mí igualmente me preocupan las sacudidas, pero no podemos alejarnos tampoco mucho; al tanto debemos estar por si regresan a buscarnos al lugar acordado. 388 388


Si queréis, si no podéis dormir ahora, echad un ojo por las inmediaciones a ver qué encontráis. Yo me quedo vigilando por si los boloblás. - No cabrá ninguno por la grieta que hemos cogido -segura estaba Patata- Vente. - No. Yo me quedo. Ahora si queréis id por ahí, pero dentro de un rato volved. Mucho prometía el lugar mas pronto las expectativas se redujeron a una nimia grieta que apenas parecía pintada en la pared. Era estrecha y sinuosa, y a ratos debieron arrastrarse y a ratos trepar la vertical. Buena señal se les fue haciendo el ir subiendo y pronto hasta resultó apreciable el cambio de densidad del aire. Y el frescor. Y el olor a hortensias recién hervidas. Sí. Genoveva. Acertadamente acabaron los muchachos encontrando la misma chimenea directa que eligiese doña Genoveva, en su anterior encuentro, para salir al exterior. Los chicos en su momento pensaron que lo habría logrado y poco más se preguntaron. Y bien hicieron porque ella lo consiguió, sí, pero el capitán Misson no. Aun siendo el camafeo propiedad de Genoveva al presente pertenecía al capitán, y siendo su esencia atómica y tomista distinta, infranqueable se le declaró al hombre el derrubio que taponaba el escape para él y los chicos. De mil formas lo intentaron salvar, y de ahí que a la novecientos noventa y nueve, les encontrasen los muchachos. La mil, en curso, también se declaró inútil y con gran resignación acabó condensándose doña Genoveva. - ¿Qué hacéis vosotros aquí? -con retintín entrecortado preguntó Genoveva¿Aún no habéis salido? - Salido y entrado, Genoveva -puya quiso hacer Herejía al comentario¿Y usted?... Ustedes. - Menos guasa niño o me instalaré en tu hombro para serte Conciencia. Debéis iros. Debéis buscar otra salida al exterior. Esto podría explotar y por aquí 389 389


vosotros tampoco podréis seguir. - No, tranquila -dijo Rastrojo suficiente- sabemos dónde hay una boca que también nos dio uso de entrada. - Volved por vuestros pasos porque esto se está poniendo muy mal. - Todavía no podemos; ahora rondan boloblás caníbales el lugar -dijo Patata a ceja fruncidaY Congrio aguarda en la sala de descanso haciendo guardia. - ¡Todo os lo tomáis a juego! Salid. Salid. Doña Genoveva no dijo nada más pero se desprendió del pecho el camafeo y a palma abierta se lo ofreció a Patata. Nunca antes había sentido la chica a tacto vivo al espectro, ni lo sentiría ahora, con trémula mano cogió la ofrenda, y al cerrar los dedos en torno al objeto, éste sorprendentemente solidificaba y al tacto estaba frío. Mucho. Brillaba el engaste de oro con voluntad propia. Libre del lastre masculino Genoveva pudo filtrarse entre las rocas para salir al exterior. Así se lo refirió Patata a Congrio y ni que fuese generala lucía la joya. Adecuada era la recomendación de la señora para Congrio pues desde que desapareciesen los compinches las contracciones del volcán se prodigaban. De hecho de haber tardado en aparecer un poco más, Congrio hubiese iniciado el camino de regreso sin ellos. Con ellos, no demoró más la marcha y recogieron pisadas raudos. Con bastante antelación tuvieron que apagar las luces para no declarar su arribada a los potenciales boloblás que rondasen la entrada, y había, tres o cuatro, que amparándose en la discreción del enclave andarían guisoteando los restos de algún despeñado; y no deberían querer compartir. Aunque lo que realmente ocurría era todo lo contrario, eran grandes y fornidos, sí, vistos con ojos de crío, mas a mirada de caníbal curtido eran alfeñiques tiñosos que bien 390 390


podrían hacer caldo sin menoscabo a la raza. Puestos en la disyuntiva de comer o ser comidos, eran estos, por desgracia, los peores boloblás para topar. Pese a que estrecha era la boca de salida, la giba de una roca insinuaba que podría ser pantalla, y aunque arriesgado, porque fino se les sabía olfato y oído a los boloblás, más peligro empezaba a suponer permanecer en las tripas habiendo tomado laxante el volcán. Moriría un goteo en blando, o haría eco amplificado un jadeo, lo que fuese, pero los boloblás se dieron cuenta y levantaron las antorchas. Y allí estaba Patata, arrastrándose al pie de ellos. No dudaron los chicos y a una abrieron fuego matando a estos salvajes pero alertando al resto. Se escucharon carreras y gritos, y en seguida se cerró la entrada a soga y hueso con siluetas boloblás. Negros, alargados, se arrancaron sabiendo a los chicos dentro, y estos, no siendo lelos, corrieron a replegarse tras la barbacana que era la grieta. Allí se hicieron fuertes. Y mientras pudieron contuvieron desde el punto el avance boloblás, mas tantos eran, y tan hambrientos, que dieron los muchachos por candado lo angosto del paso. Confiaron en que de ancho sería la tronera estrecha para mantenerles a salvo, mas no tardaron mucho los salvajes en empezar a dar holgura a la grieta. A pico y maza abocardaban la entrada. Pimba, pimba, pimba y pimba. Y pimba. Golpe y eco eran uno y retumbaba toda la galería. - Patata, ayúdame a llevar esto a la grieta -lumbre le fue la idea a Herejía y dijo asiendo una silla descuajeringada- Vamos a dar fuego y humo a los caníbales mientras Rastrojo y Congrio nos buscan escape; aquí hay yesca para hacer un buen San Juan. - Mejor buscad escape vosotros porque para mantener el fuego vivo sólo hace falta uno -a dos manos cargaba combustible CongrioDadme una voz cuándo halléis. 391 391


Corred. Virulentas se harían las llamas a golpe de mobiliario. Tras acumular una buena cantidad de detritos extendió Congrio el fuego al barrunto y la pequeña grieta se convirtió en la Roma neroniana. Queriendo ser minuciosos los muchachos dieron con varias rendijas; las cuales insinuaban que enlazaban con alguna parte. Por pequeñas sólo una podría ceder paso si se abstenían de respirar en el tracto y se desprendían de las ropas. Lo segundo no era problema pues el calor de la hoguera caldeaba a la otomana. Y lo primero tampoco vendría a ser pega porque bastante complicado quedaba el mero jadear. Entre el oxígeno que consumiese el fuego y el humo que manchase el aire, poco alimento puro fue quedando para echarse a los pulmones. Tras aplicarse también ellos acabaron por limar lo suficiente las aristas para coger dentro de la ranura. Y se arrastraron dejándose desollados hasta los dientes. Ahí les fue un suplicio el acto y un par de veces casi se dan la vuelta, cosa que no hicieron por la falta de espacio físico para poder rotar. La parte delgada del intestino volcánico estarían transitando. - Oh lala. Bon, bon mon petit limaces. Es sinuosa y larga esta grieta, oui, bien la padecemos, pero si no recuerdo mal acabará desembocando en un salón de basalto. Amplio. Hermoso. A prueba de conjuros y temblores. Seguid sudando y no paréis. - ¿Seguro Misson? -desde atrás dudaba Rastrojo al seguir siendo todo negro para él- Por mi orgullo. Seguid cómo vais porque lo hacéis muy bien... Por cierto ¿Quiénes sois? - El que ha hablado es Rastrojo y el que le precede Herejía. Yo le prendo a usted al pecho. - Ah, hola Patata, bonita. 392 392


Oui, me puso Genoveva al tanto. - Y a nosotros también nos advirtió ella que estaba usted algo pachucho, capitán. - No, pocho no estoy Herejía, pero exhausto me deja mover siquiera los labios de la efigie y por eso poco prodigo; perdonad que haya tardado tanto en daros réplica a los saludos; pero ahora hago. Cuándo os muráis, de verdad os digo, no se os ocurra meter el ánima en un ónice que tenga bicho; lo peor, oui. Pensando mantener abstraídos a los críos mientras pulgada a pulgada reptaban, se dispuso el capitán Misson a narrar batallita alegórica a la encrucijada, pero le cortó en seco Patata, lagarta, al saber que doña Genoveva estaba en que no moraba el camafeo el marido ¿o sí? Era incógnita de comadres a la hora de dormir y más de un anisete se habría trasegado la moza en compañía de las mujeres para saber que era duda. - Entonces ¿Está con usted el marido de Genoveva? -camufló Patata en un suspiro la pregunta- Cómo dices. - Que si engarza en la pieza Pastinaka padre. - No te puedo decir porque nadie nos ha presentado ni he cruzado palabra; sólo guantes. - ¿Pero es él? - ¿Frac jeu, Patata? - Siempre con usted, capitán. - Oui, me temo que será. Y es mal hombre el sujeto, mon Dieu. Y por favor, ni lo uno ni lo otro le digas a la madre o al hijo si volvemos a ver. Difícil no era hacer la promesa al estar todavía por certificar que saliesen con vida del volcán. Llegaron a un punto que era inflexión, escollo, era un chaflán escalonado que sólo cedió paso con sufrimiento y un par de gotas de aceite. Patata salvó elástica y Rastrojo por deforme, pero Herejía, crecido, se vio 393 393


por un momento atorado del todo y del susto un mechón de pelo le tornó cano. El mismo soponcio que le tiñó el cabello hizo encogérsele las entrañas lo suficiente para que consiguiese sortear el obstáculo y ganar la siguiente sala. De negra no se podía conocer el alto, y por larga la carrera para saber del ancho se quedó en que sería inmensa. Y vacía. Por mucho que gritaron no consiguieron hacer ecos, y aunque a Misson se le instó a que concretase dimensiones también él se declaró incapaz. Allí, todos los primeros martes de mes, dijo, de siete a tres, se sacaba la romana para pesar almas. - ¿Esto es seguro, capitán? -temió Herejía por lo vendido del lugar- Desde la otra punta que tenga esto ahora nos estarán observando y nosotros tan felices. - No temáis que no es día de plaza y no hay un alma. - Algo me dice que nos miran. - Son las sombras; y son mudas. Guiados por el capitán Misson echaron a andar el desierto de oscuridad. Buen rato marcharon sin proferir sílaba al estar epatados ante la ausencia de todo rastro. Ni un mal bache en el firme. - Vendrá mucha gente al mercado -por hablar de algo dijo Patata- Ahora, lo que tiene mérito es quién limpie ¡Ni mota! - Todo el mundo viene tarde o temprano, oui -sincero era MissonEstán ustedes andando por el mismo Infierno. Este suelo que nos da apoyatura es la tapa de la caldera; un atajo que conozco. - Un atajo para ir dónde -al quite estuvo Rastrojo- Y si esto es tapa qué cuece debajo. - No quieras saber del caldo que espanta el sueño, enfant. Y dónde iremos a parar es cosa de concretar una vez llegados al sitio. Mi intención, que es lo que creo preguntas, es conduciros a la playita de Bahía Comilona atajando por el Tártaro. - Arriba quedamos con Úrsula y la hechicera, en el bastión del paso, pero si por 394 394


aquí vamos a la playa también será acertado -opinó Patata- Parece trocha comprometida -dijo Herejía receloso- ¿No conocerá otra corredera más sencillita? - Ay muchacho, no seas exigente que no es pichicatería salir de aquí. Semidioses y prohombres han intentado la proeza, y cantados mito, los que hayan logrado. Date por contento que el mismo Virgilio sigue intentando escabullirse todos los martes primeros de mes. Pensando en lo que sería ese basto salón, que dijo quedaba pequeño de siete a tres, fueron haciendo camino lo que calcularon sería el par de horas. Dos, o siete, pal caso les iba, que en tanto trecho no se vio siquiera pilastra que sujetase la bóveda. Anduvieron, anduvieron y anduvieron hasta que encontraron otra pared, y al poco daban con una abertura que bien pudiera ser la misma por la cual accediesen. Fue apasionante la primera parte. Sí, el tramo desde que se ocultó el Sol a la medianoche, tuvo tal paridad el combate que a un ay estuvieron a cada rato de matarse el capitán Silverio y Bichomalo. Ese periodo estuvo soberbio y arrancaron hasta silbidos en no pocos lances. Por buenos muchos serían de recordar, mas anodino que resultó ser el segundo acto, se acabó olvidando lo previo y sonaron abucheos; pocos, porque la gente también comprendía que estuviesen cansados y mal no entendían que se tomase resuello. Ése fue precisamente el tercer tiempo y de él despertaban al voceo del primer rayo de sol. A un tris estuvo Silverio de pasar al otro mundo sin saberlo al despabilar antes Bichomalo, y abierto el ojo y retomado el tempo, no tuvo recato el boyuyo para intentar aprovechar la oportunidad. Despertó lo justo Silverio para derivar el golpe mortal a una mancadura tonta yéndole la oreja en el aviso. - Si pretende emular a alguien, mal va conmigo -más le dolió el golpe en el pabellón propio que en el del oído y mano se echaba Silverio al tajo- Esto no es 395 395


malo y con sordina curará, mas lo que le haga yo a usted ni con el conjuro del autómata. - Eso, eso. Demanda la ayuda de mi mujer porque también sé que golfea contigo; con todos. ¡Que salga! ¡Y la gorda de la cuñada! ... Y mi carro. Que me lo traigan sano y salvo. - ¿Y por el hijo no pregunta? - Qué hijo. - Herejía. - ¡Ah! Sí, sí, que también traigan a ése. ¡Que salgan todos! El sepulturero, Fraybuches y Tancredo. ¡Ah! Y el tullido. Pero sobre todo más os vale que mi carro aparezca intacto. - No me sea zote, si le digo es porque le voy a matar y nada temo que pueda hacer usted -entre parrafada y parrafada iban calentando al igual que el día- Su mujer es una bellísima persona cuyo único pecado, de ser, ha sido estar casada con usted. ¡Y hasta creo que le tuvo algún tipo de cariño! - ¡No se propase, amigo! No busque que me encienda porque no me conoce aún enemigo. Blasón de su apellido, Bichomalo convirtió el garfio supletorio en aguijón y sin que pudiese blocar Silverio metió la mano hasta el mentón. El gancho entró por debajo de la barbilla y salida le era la misma boca. Cogido cual cerdo se supo Silverio Tuerto en el tras, y sabiendo que iba a ir al hoyo, se despidió a lo grande hundiendo la daga en las costillas del adversario. Relegó Bichomalo su dolor para más tarde, y al momento tiró con ganas y de su sitio arrancaba y dejaba colgando la mandíbula de Silverio; ildefonsino regó la arena. Veíase el hombre desfigurado, ¡y muerto!, sin poder decir ni pío. 396 396


Bichomalo, una vez hecho el quebranto, se apartó y ojo prestó al daño propio. Al sacar la astilla de entre los huesos se sintió fuelle herido, aire perdía por la sajía y necesitaba sellar; y rebuscando en la bolsita de primeros auxilios hallaría sin duda estopa. - Tú qué dices -de Verrugo y Portento dependía el siguiente paso y al límite iban- ¿Es o no es? - Por algo he hecho que lo trajesen, Portento -dijo el capitán Verrugo sin comprometerse- De ti depende reconocer que sea y abreviemos el acto pegándole un tiro. - No estoy seguro, Verrugo. - Le has visto manejarse, cretino. Es rival Portento, es rival ¡Vaya si será rival! Reconócelo y le matamos. Cláusula sabes que era encontrar sujeto que te pudiese facilitar sepultura; sólo eso. - Y cabal que eres, hasta al Violinista me quisiste endiñar en el encargo guardada la tenía Portento y salió- Y pusiste. - Se firmó “Quien pudiere dar sepultura” y al momento al hombre se le sabía enterrador; por previsores no fallaríamos esta vez, Portento. Era un pueblo de tres estrellas. Reconoce que es rival, que el encargo está cumplido, y podremos hacernos de una puñetera vez con el tesoro. - Tú sabrás lo que firmaste y con quién; que más viejo eres que yo. Pero éste no es rival. Y te lo voy a demostrar. - ¡Portento, que las hemos pasado putas! ... Y además, que tu salud es relativa. - Déjame Verrugo, por favor -mano a mano se cogió al capitán y rogó- No afecta en nada mi postura al caso. La pérdida de mi vida es gravamen oneroso que estoy dispuesto a pagar. 397 397


Déjame que cruce aceros. - No te puedo decir que no lo hagas porque prerrogativa tuya es que no se ha de contravenir. Ni te puedo animar al ir contra los intereses del barco. No te puedo aconsejar. Ya ves, es cosa tuya. - Único eres para echar una mano a un amigo que duda. - Ja. ¡La de años que me llevas haciendo! Ah, pero una cosa te digo, eh, y es que ésta es la vencida. - ¡La penúltima, Verrugo! Ocupaban los viejos la duna alta sobre la que se erigiese la poltrona palaciega. Boloblás y adelantados de ambos barcos tomaban asiento en las inmediaciones, mas discreta resultó la charla y para regocijo del gentío descendió Portento la loma vestido de campeón; sable en mano y voceando. Nada sabían de las dudas y resquemores que estaba suscitando el decrépito Rui Bichomalo. Poco elegante quedaría pegarle un tiro ahora al sujeto si llegaba a ganar, pero no habría otra opción porque de marrar Portento en su empeño, por derecho, y si conocía los usos piratas, podría el hombre demandar luchar contra el mismísimo capitán Verrugo, y de vencer, ¡Catástrofe de imaginar con lo visto!, la Psiconauta tendría nuevo amo y señor. Para que no llegase a producirse la situación el capitán Verrugo llamó a su vera a diestros tiradores, y ordenó, invocando el bien del Espíritu Libertario, abatir al individuo antes que pudiese darse la situación; sería cosa de dejarlo seco en el sitio aunque luego volviese Portento furibundo y desencajado. Al tiempo que explicitaba Verrugo lo que quería de los fusiles, llegó por la parte de atrás de la duna el convoy de las señoras. Sudaban los tres, pero sobre todo rezumaba la frente de Titagolda al haber cargado a Úrsula y hallarse ante Verrugo. Mucho tenía que justificar, mas no sería momento al necesitar la 398 398


hechicera sentarse en la silla junto al capitán para no irse al suelo. ¡¡Su marido!! La hechura del hombre no daría pista alguna en la distancia de quién fue ¡era! pero un cruce de miradas que tuvieron le bastó a la mujer para recordar. Burlona fue la mirada del hombre al saberse reconocido. Reía como barracuda vieja. Úrsula tardó en descubrir al cuñado, mas al vuelo le fue asociar la conmoción de la hechicera con algo realmente horripilante: la resurrección del marido. Y aunque muerto no estuvo para poder considerarle revivido, vivo tampoco estaba para descartarlo muerto. Tal Portento. Tal lo fue Luisito. Mientras Bichomalo se acababa de sujetar los apósitos al costillar, y exhibirse él un poco, Portento vino a desplegar la parafernalia del luchador de salón. Se quitó la guerrera y la camisa. Y el sombrero. Y los zapatos. El sable y el cuchillo, los pantalones y la tela que le encinchaba la tripa, sería la vestimenta exigua que luciría. Sobrio, estiró uno a uno sus músculos y nervios hasta que rompieron a sudar. Gladiador de barraca vestía por su parte Bichomalo. A chepa vista, porque también quedó ligerito para darse cura, era clavadito a los demonios de los oleos. Pitos y algarabía precedieron a la lucha, y hasta un espiquer espontaneo, que se arrancó desde las filas de los del Amor Hermoso, se dispuso a presentar a su antiguo patrón. ¡Por si las moscas! manca no fue la descripción y linaje que se hizo del capitán Bichomalo. Amplia la rumorología que corría acerca de sus orígenes, se limitó el orador a reseñar que vivos no le quedaban parientes ni amigos y que jurada se la tuvo a la partera. Lo que mejor se vino a describir fue su etapa de capitán con todas las consecuencias. Desde que expelido a viento vivo cruzase el Atlántico su nombre no cejó de crecer. Aunque laudatoria en su mayoría la perorata, no pasó Bichomalo en el discurso 399 399


varias sutilezas que encaminadas estarían a granjearse la complicidad con los del bando psiconauta. Pese a que escasos partidarios de su causa tuviese, y que al que hablaba bien pudiera llegar a considerar, Bichomalo le cortó el aire y la vida con una estocada trasera y culibaja. Se lo sacó de la espada con el pie y miró a la hechicera dando a entender que luego hablarían, al momento indicó arrancándose con un desconcertante y reverencial saludo que asunto tenía entre manos. Caballero, ¡doblemente sorprendente!, se llevó la cruz a la frente y tendió la punta al choque. - ¡Qué cínico! -indignada de veras arrastró las palabras la hechicera- Que hijo de la grandísima puta es. - Uy no, eso no cariño -comadre de Úrsula llegó a ser la aludida y rápido intervino- Sufrido tuvo el parto y la lactancia la coitada de Régula; ¡que mordía el cabrón! No te acuerdes de su madre porque fue mujer decente y limpia. - Palabra más gorda no me ha venido a la boca, lo siento. Ya le pondré una vela a la pobre y al gremio, descuida. Pero el hijo que tuvo no tiene adscripción en el vocabulario que pueda hacer referencia a su ser. - Si es por eso no se preocupe, mujer -anunciaba con la interrupción Verrugo que la lucha iba a empezar- Si es por eso después le pediremos a Misson que sea musa a sus paisanos enciclopedistas y que puerta le den con su nombre a cualquier descalabro. Ahora silencio, por favor, que se va a presentar a Portento y en nada se lían. Adalid de causas pobres, fue presentado Portento como el delegado de la Fría en esta parte del Pacífico. Aterirente título el suyo que impresionaba por saberse verdad. Muertos dejó esparcidos para poner ollas en las Tres Mil. Canalla se reconoció que era, mas campeón de la Casa, su causa noble no quedaría omitida y raudo dijo en alto que lucharía por la emancipación definitiva de las señoras; sin olvidar el placer intrínseco que proporciona el matar a un semejante. 400 400


Nada le gustó la declaración a la hechicera y con mala cara se desmarcó de la posible vinculación. La misma pauta con la que saliese el difunto Flojo Laxo esbozó de inicio Portento; fue tocarse las puntas y abrirse el paso de estudio. Por lo que alegre y dichoso se pensó Bichomalo cogido el patrón. Envolvió un poco la cosa, y a la que quiso ver a Portento cuadrado le tiró la tanda seguida de aviesas estocadas. Fulgurante fue, mas no lo suficiente al dejarse el viejo rozar por una de las primeras puntas a cambio de meter limpio el cuerpo en la defensa de Bichomalo y cogerlo desprevenido. ¡¡Y besar!! Smuac, smuac. Ahí hubiera podido acabar el combate si Portento le hubiese cortado el cuello y ensartado el corazón en el cuchillo. Lejos de aquello salió de la distancia riendo la gracia hecha a la galería. - ¡Pero ese hombre es bobo! -Úrsula no entendía la bufonada- ¡¿Y el numerito este?! - ¡Con Portento nunca se sabe! -algo, aunque no mucho, también sorprendió al capitán- Supongo que tres o cuatro razones nos daría sin importarle que se le creyese o no. - Otra ocasión tan clara no volverá a tener -dijo la hechicera menospreciando los vítores y aplausos- Mal hemos hecho dejando escapar la oportunidad. - Estén tranquilas que certeros tiradores tengo desplegados. Ésa supongo, de hecho, que sea una de las causas para la pamema del amigo. Habrá imaginado que diga lo que diga, y lo que le haya prometido, en cuanto vea que el otro va a llevarse el gato al agua, mando abrir fuego; porque muerto del todo Portento no tendríamos alimañero para abatir a la bestia creada. Fuese estrategia adecuada o no, vuelta de honor se dio Portento sin haber cobrado el oso. Al sitio quedó clavado el capitán Bichomalo mientras cediendo a ruegos y agasajos de aquí tomaba Portento un racimo de uvas jugosas y de allá 401 401


su jugo embotellado. Se embebía Portento de masa mientras desconcertado dejaba al adversario al sol. ¡Y caía! No era mediodía pero al canto andaba dado que hasta las sombras se replegaban a parasoles y tenderetes. Mucha más gente pululaba que por la noche, sí, al difundirse por la isla que los cerdos largos se estaban matando unos a otros, y no siendo estúpidos, los boloblás en la sombra aguardaban haciendo baba. Puesta a echar la vista en derredor, no le hizo ninguna gracia lo que vio a la hechicera. No pocos de los que bailoteaban alrededor de Portento celebrando su maestría y arrojo, o de los que alborozados daban buena liba bajo las palmeras, estuvieron pringados en el asedio a la cumbre. Fácil le era reconocerlos por vocingleros e incluso marcar a muchos de cerca con los hierros, pero ahora, mansos aparentes, gozaban como inocentes del jolgorio general. También Úrsula se quedó con los penachos de algunos y ahora localizaba. Y Titagolda ¡qué decir! Acojonado estaba por ver reunida tanta chusma. Lo peor de cada isla estaba presente. ¡Hasta él! - Verrugo, escucha lo que dice éste -Úrsula demandaba resonancia- Por lo que dice sería mejor que hiciésemos algo. - ... Sí... sí… sí. Cuenta con ello. - ¡Verrugo! - Dime, dime… que aunque no mire oigo. - No puedo hablar con alguien que no me mira a la cara. - Ni apartar puedo yo los ojos de la pelea al ser el juez. - ¿Pelea? Todavía está cosechando el otro calavera. - Cierto. Pero el ex-marido de tu amiga ha salido de la apoplejía e interés nos trae leerle el despertar. Perdona mujer pero es cosa de trabajo. Ahora no. Luego. 402 402


... Pero cuenta con ello; sea lo que fuere. Arrastró Bichomalo alma y espada hasta una hoguera hecha rescoldos que al momento montaba parrilla. Untos se le dieron a las piezas que olían a gloria, y no pudiendo resistirse, que ha mucho que no comía decente, acaparó las viandas sin pedir permiso. A mano se dejó el cuchillo para acercarse la comida y disuadir a cualquiera que reclamación le quisiese plantear por la propiedad de los humos. Desplante daba a su estilo el capitán Bichomalo y se sentó a comer de espaldas al público. Mirando al mar. - Don fulano, eh usted, le invito a un trago -dijo sujetándose la mofa y los testículos Portento- No gracias. No se me acerque nadie ahora porque comiendo soy muy perro que ni miró- Y cuando no también. Venga, hombre, no se haga el agonías y acérquese a dar una chupada. - Ni aunque a éxtasis fuese me dejaría invitar por ustedes; ni a sombrajo. Tentado estuvo Portento de rematar lo dejado a medias. Arranque hizo de hacer al entender que chincha era lo del otro también, así que ladino al final gritó en alto que receso brindaba hasta después de la siesta. El calor, afirmó, obra a favor de sabandijas e inmundicias del averno, por lo que el trasquilado oponente que tenía bien podría recuperar fuerzas mientras quienes quisiesen, ¡y él a la cabeza!, se daban un buen baño en la playa y apuraban unas copas. Y orgiástica sonó la propuesta. - Bien, decidme ahora -jarra en mano se prestaría Verrugo a la cuestión que fuese- Dónde hay que dejarse ver. - Mira. Mira. Mira -a dedo señaló Úrsula a unos cuantos boloblás concretosEsos pintamonas han intentado matarnos en la cumbre. - Y comer -dijo la hechicera señalando a otros que sonreían sospechosamente desde unas sombras cercanas- Es mala gente la que nos rodea, Verrugo. 403 403


- Vamos, vamos. Paisanos son de éste -ejemplo le era Titagolda al capitán- Y de este desgraciado qué os voy a contar... - ¡Capitán! -algo más que boloblás se sentía Titagolda y le sonó a desprecioTéngame un poco de respeto porque me lo he ganado. - Ya sé. Ja. Ya me han dicho que pretendías secar el lago. Ja. No sirve de nada todo lo que se haga si no se cumplen los requisitos. Y ahí está el mamarracho de Portento queriendo rubricar el trato con su vida. ... Vida. Ja. ¡Ningún miedo me dan los boloblás! - Cien a uno son. Somos -se expresó Titagolda racial- No sea sonso para despreciar la reacción de mi pueblo ante un festival de carnes abiertas. Yo mismo, que me manejo más a vista que a nariz, no puedo dejar de identificar el olor de la sangre en el aire. Entre dulce y amarga entra por la napia revolviendo los acervos. - ¡Bah! Ni que no oliese yo el cobre -no le eran nuevos a Verrugo los aromas o las proporciones- No se dejen acogotar. El futuro de la empresa, el provecho del viaje, ahora depende exclusivamente de Portento. Que admita que heredero tendría para servir a la Parca si dispuestos estuviésemos a dejar con vida; que no. - ¡Menos mal! -suspiró la hechicera- Más tranquila no me he sentido en la vida que el tiempo que lo he creído muerto. - ¿Al marido? - Sí. - Años llevo diciendo yo que lo mate -con más razón que una santa se veía ahora Úrsula- Yo hice con el mío, y si no feliz, al menos quedé tranquila. - ¡¡Por las barbas del gran mejillón!! -gratamente se sorprendió el capitán Verrugo- Desliz dijiste que fue de una carreta. 404 404


- Una rueda que se afloja... Un tablón que se sierra... Un San Martín lluvioso... Empatía espontánea, revuelta sentaba la gente sin importar el barco de procedencia ni si nacieron boloblás. Acostumbrados muchos a naufragar, se entoldó con trapo un buen cacho de playa y sombras y sitio hubo junto a las brasas para todos salvo para uno, que esquivo, y con custodios avizores, revitalizaba con el sol su alma de reptil. Bichomalo entre otras razones sentó solo y alejado para poder atender a la voz que le hablaba. Sí. Creyó en un principio ser eco de su propia conciencia al demandar la voz que matase, que mutilase, y siendo eso lo que él mismo pretendía no entendió injerencia ajena. Se ajustaron sus pensamientos a lo que se le sugiriese hasta que llegó el divorcio cognitivo en el lance con Portento. De piedra quedó por la facilidad con que le entró el viejo en la defensa, y pasmado pensaba en ello cuando la voz habló de nuevo y le ordenó que atacase a Portento por la espalda. Y no hizo no por no tener ganas. No. No hizo porque se le ordenaba. Y porque era de necios, o de no tenerle apego al pellejo, teniendo constancia de tiradores de elite, atacar, ¡en su casa!, al oponente por la espalda. El capitán Bichomalo clavaba en las olas los ojos y se despellejaba el encéfalo intentando establecer contacto con aquél que le hablaba desde dentro de su cabeza o quizá más allá, o una distancia intermedia, pues un lagarto gordo que le observaba desde los juncos acabó por parecerle el propietario de la voz. Disimuladamente arrastró Bichomalo el culo a las cañas, aunque oficialmente todo estaba en el aire, de facto se le trataba por preso y ojo no se le quitaba. Cadenas no eran necesarias al saberse hacia adelante el único escape posible. Saldría del entuerto matando al capitán pirata y reclamando su puesto, pero por escuchar lagartas propuestas no perdería nada al no reanudar la contienda hasta después de la siesta. - Dime, quién eres -al viento, al mar y al lagarto habló el capitán BichomaloQue facultad tienes para hacerme llegar las palabras sin mover los labios. 405 405


¿Eres lagarto ventrílocuo? - Casi. Soy el capitán Caimán. - ¡Vaya isla esta que hasta los lagartos tienen grado! - Ésta es mi isla, caballero. - ¡Anda, y propietarios! Despreocúpese por eso, señor lagarto, no me cabe su isla en el bolsillo del chaleco ni creo que pudiese llevármela a remolque. A lo sumo un cincho verdiazulado me apañaría de recuerdo. - Sentada esa base podemos hablar. - De qué. - De quién es usted, por ejemplo. - Soy el que te ha insinuado, que por antojo, quizá se lleve de esta isla un bonito cinturón de piel de lagarto. - Fíjese el miedo que me dará, que este cuerpo desde el que le hablo ya le ofrezco. Verá que piel lustrosa se le puede sacar al Felipe. - Caray, eso es despego. Me gusta. A pico caía el sol haciendo daño. Resistía encomiable la insolación Bichomalo aunque notase que por derretidos de un momento a otro le escurrirían por las orejas los sesos. Antes de proseguir la charla se metió hasta los tobillos en el agua y se refrescó. Toda la operación estuvo cubierto por los mosquetes no fuese a ser que zambullese y capaz le sospechaban de abandonar a nado la isla. Pero no hizo. Volvió al sitio y a morro torcido continuó la charla. Visto desde la atalaya que era la duna, y a catalejo, pronto entendieron las señoras que el sujeto algo tramaba. No veían al lagarto, que de ver hubieran dado la alarma, pero que con alguien hablaba les era patente por lo delator que se le volvía el labio al conspirar. Al usar del catalejo el capitán Verrugo achacó lo tabernario del gesto a partirle la cara una buena cicatriz. 406 406


Pero la hechicera decía, segura, que con alguien estaba proyectando vaya a saber nadie la maldad. - Relájese. Relájense -oficiaba anfitrión el capitán Verrugo y a un negrito pidió que rellenase las copas- No se preocupen por ese hombre que está más muerto que el revoco de las pirámides. - Ya. Ja. A éste, y a otros, dándolos por muertos me los he acabado encontrando bien vivitos. - Si le incitamos a creer que había muerto fue en beneficio suyo cómo ha sabido apreciar ahora. Pero les digo, estén tranquilas, que no dejaremos que resucite más. - Uno de esos que le he mencionado, precisamente otro que también me fue marido, dos veces me resucitó. A éste, hasta que no vea embalsamar no le echo responso. - Si tanto se les atraviesa mando que le descerrajen un tiro ahora mismo -a pelillo al río timbró oportuno Verrugo el ofrecimiento- No se me amustien por una pellejuela nimia porque yo mismo me cuadro un mosquete a la jeta y le abro torno de hospicio en la cabeza; total, ponga cómo se ponga Portento, se ha demostrado rival. - No hagas, no. Qué ocurrencia -malvada dijo Úrsula- Deja que se partan antes la cara un poco que el otro también necesita su repaso. - ¡Vaya dos, sí! -la hechicera sonrió- El problema que veo ahora es saber a quién poner los cuartos. Efecto empezaba a hacer el vino de palmera y las tajadas sazonadas con kava. Una alegre modorra se instaló al resguardo del sombrajo y dilema dijeron les era ahora si respaldar con oro a uno u otro. A la hechicera uno le fue marido, y de demostrarse además más ducho redundaría en beneficio de todos al poderse tachar la casilla correspondiente al rival de Portento. Dando su confianza a Portento, por contra, participaban implícitamente en el 407 407


fracaso de la empresa hasta ahora llevada, además de dar pie al libertino para que siguiese creciendo en sus desatinos. Menos mal que a risa tomaron, entre ellos y sus corredores podría quedar el acto. - ¿Cómo vamos? -desde el pie de la duna inquirió Portento- De salida fuiste por debajo y gracias a la finta ha sido que remontases algo. Buena parte de la marinería del amigo -dijo Verrugo con sorna evidente- y casi toda la Psiconauta está contra ti. - ¿Y tú? - Mi fondo no he puesto en marcha todavía; que tanteas. Pero en nombre de Ramona y del barco he puesto el doblón acostumbrado a ganador Bichomalo. - ... Joder, quién ha puesto por mí... - (¿Lo puedo decir?) - (Dilo -aquiescente susurró Úrsula-) - Aquí, las señoras, han invertido un voto de confianza en ti, so gandul. Y por poderes también han ejercido Herejía y Rastrojo. Ah, y el caníbal este; que resulta que es Titagolda y encima es el nuevo rey. - ¡Rey! Caramba. Quién lo iba a decir cuándo venía a emborracharse de gorra siendo un moco... ... Bien pensado, esbozaba maneras, sí. Pero bueno ¿Y Patata? -confiaba Portento en que sí- Tampoco. Por ella también puse a nombre de tu enemigo. - ¡Tú me quieres hundir, Verrugo! - A lo sumo abrirte una vía bajo la línea de agua. Reconoce. Reconoce en alto y esto está acabado porque me encargo yo. Por una vez declama tú. - Déjame que lo piense durante la siesta. Media vuelta dio Portento para irse a buscar el frescor de una palmera 408 408


cercana y el refrescĂłn de su fruto. Camarilla de amigos rondaba el punto que al igual que ĂŠl no pensaban sestear, y viendo la parranda posible, a ellos se unirĂ­a hasta que le avisasen que era hora.

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CAPÍTULO XVI

ACERO CONTRA ACERO

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A muchos pies bajo tierra había quien no sabía la hora que era ni ganas tenía de sestear. Herejía, Rastrojo y Patata, junto con el capitán Misson que prendía al pecho de ésta, se arrastraban por una angosta grieta desde hacía demasiado. Seguía igual de cabrón el medio, y cuando no, y cuando sí también, continuaba el volcán constriñendo las tripas. Yendo apretados cualquier vibración era un castigo. Estrujaban con ganas las rocas. Así fueron gateando sin hablar, que ni eso se hacía con ganas por ir enrareciéndose el aire, hasta que una ráfaga fresca les cruzó delante delatando la existencia de un pasillo. Puestos en él, resultó ser galería secundaria que acababa orillando a otra principal. Tornó el propio piso del osco oscuro al rojo teja. Terroso. Derivaron a un tramo que identificó Misson como primo de los hasta allí usados, y que remontada la genealogía, lo que podría ser el túnel padre a pie de playa les dejaría. Pero no. Ahí erró el capitán Misson, o eso, o estaba muy cambiado el túnel. Ahora era un barrizal. A las rodillas les llegó el lodo convirtiendo el paso en una proeza, y lo peor estaba por llegar, acabaron entrando en una zona tan fangosa que insinuó tragarlos. Y sin parecerlo. Mal se calculó el posible hondo y sin dar tiempo a enmienda se veían el uno por el otro con el barro al cuello ¡Y más arriba! Rastrojo fue el primero en ser engullido. Al principio quiso ser anguila que reflota y por eso hundió el que más rápido. Cuando notó que a la boca le iban a 411 411


entrar los limos cerró está con fuerza y se aprestó a respirar por la nariz; y por los mismos oídos hubiese intentado tomar aire de no tenerlos al momento taponados. La punta de la nariz fue lo último que desapareció de la vista, y no por hundirse del todo, antes, intuyendo Patata que el fin estaba próximo, quebró ánimo y brazo y extinguió la luz. Alguna vez que otra comentó Rastrojo lo mucho que agradecería si afable se mostrase la Fría y acudiese a buscarle a la intimidad. Mal oía ser el protagonista del escarnio. La soga, el látigo, el hacha noble, le parecían al chico muertes poco honorables aun generando tamaña expectación y romanzas. Entendió la chica que discreto quedaría el momento si rendía el faro, e hizo. Y así sin ser visto desapareció del todo Rastrojo. Tras él sucumbiría a la glotonería arcillosa Herejía al quedar Patata por lo menos sola haciendo ecos. La muchacha llamó a los amigos o a quien hubiese y pudiera hacer; que nadie. E incluso ella también acabó por quedar muda al colmatársele la boca. Tan dueña, tan tranquila como para saberse muerta, hizo acopio de oxígeno y se dispuso a subsumir. Una bocanada de vida portaba, y joven, apenas gastada la vela, una eternidad se le hizo el tiempo en apnea. Al colapso de implosionar los pulmones sintió un roce, y fuerte, garra se le acabó por cernir a la pierna y de un seco tirón se encontró alumbrada al Más Allá. No era pontazgo de reino el sentirse abortada de estar tan pronto al otro lado. Mas no era. Demonio desde luego parecía el ser que por el tobillo le arrastró de nuevo a la vigilia, por lacayo informe de la Parca lo tomó al presentarse a medio modelar. Menos mal que recuperada del susto descubrió a Rastrojo cerca, limpio e inmaculado, saliendo de una charca de agua, que aunque turbia, visos tenía de haber sido cristalina y gélida. Y sí, bajo el barro, Herejía esbozó lo que sería la sonrisa del comadrón. - Tú de qué te ríes, sifilítico -dijo Patata recogiendo la antorcha que se le ofrecía 412 412


y encaminándose a la tina- No sé por qué te ríes si la misma pinta tienes que un muñeco mal cocido. ¡Somarro! - Es la edad. Ya te pasará a ti. Ya se te secará el barro y te empezarás a cuartear. No llegaría a resquebrajársele la piel postiza a Patata al ir directa al agua; ni explorar a ojo los contornos al considerar prioritaria la muda. Entre lo que dejase en suspensión Rastrojo, y lo que aportasen ella y Herejía, que fue seguido, hozadero de jabatos quedó el charco, y ellos, limpios y frescos, a pura tiritona acompasaron los escalofríos propios con los del lugar. Quizá por esto, que sintiese befa el volcán el castañeteo de dientes de los críos, cesó toda actividad de repente y aquello quedó cual balsa de aceite. Sin embargo los muchachos tardaron en percatarse de ello al tener tembleque propio, y medicándose, junto a la hoguera que lían dos teas intentaban secar las ropas. - De dónde ha salido esto -reseñó Patata las antorchas- Estas teas no las traíamos ni las habéis confeccionado vosotros. - No. De tanto en tanto hay por las paredes -aportando nuevo par reaparecía Rastrojo- Y son finas, eh. Tienen el cuello de bronce y el prendedero del penacho es de plumón de ave y pelo de borra; a estrenar. Y chisca al pie. Esto es un lujo. - Sí -tomó en sus manos Herejía una de las que traía Rastrojo- Costosa la luz que suelten. - Veamos lo que nos estamos perdiendo por huraños -dijo Patata dando vida al manojo de antorchas- Vamos a comprobar si llega la luz al techo. A poco que cuerpo tuvieron los destellos alumbraron una caverna amplia, bien tallada, cuyo único defecto para no parecer acogedora era albergar la balsa de barro en un extremo. Allí el suelo era cieno, un ibon cavernario que, fresco, sellaba, sellaría, el paso descubierto. Otro extremo no tenía el lugar al morir en una estancia mayor ¡generala pareció entonces! que bien podría albergar, y hacer 413 413


chica, cualquier catedral del Ebro. Misson, una vez se hubo desincrustado de granos y partículas, informó que estaban en los dominios del capitán Caimán. En su guarida. La revelación la efectuó al tiempo que las manchas de luz que iban arrojando cayesen sobre un cuadro de mirada gorgonea colgado en una estalactita. Un “Capitán Caimán recién levantado tras día de farra” que era custodio sobrado para que ningún espectro tuviese redaños a rondar esta parte del averno. Por disuasoria la mera estampa Misson estaba en que raro que se acercase el otro siquiera una vez al lustro para animar la tela. No obstante, los chicos siguieron andando hasta que dieron con una gruta de singular belleza. Ultraterrena. Sueño y quimera. Hermosotas todas, esta última no sería sólo que pudiese albergar catedral de las de basílica, baptisterio y campanario independientes. Un castillo del Loira, con sus murallas exteriores y el pueblecito anexo, que vino a sugerir Misson haciendo patria, bien cabría en la caverna. A lo sumo recordaba Misson haber estado en dos cuevas, quizás, algo mayores. Pero aquellas estaban ubicadas en el mismo cuerno de África. Lejos. Detallista que gusta ser Natura, complicado resultaría decantarse por parte o tramo del conjunto arquitectónico. Obra maestra, porque sólo así firma el Artista, no menos pujante para ganarse el favor de los chicos se presentaba la montaña de oro, joyas y cachivaches, bien relumbrantes, que avivaron las teas. Haciendo centro a la sala ¡y puede que al mundo por lo magno y profundo! el tesoro del capitán Caimán inventaba calidoscopio contra los muros. Cajas y cajas. Y arcones y arcones. Y varas y varas, diríase leguas, de fina seda japonesa, o linos del Sudán más negro y colorista, telas de mil finuras y dibujos envolvían contrafuertes y columnas. Ámbar del Báltico, tocado con resina fenicia, ardía votivo en hornacinas de basalto. La escultura griega antigua, y la de los últimos días de Roma, no tendría mejor pedestal o basa que la truncadura 414 414


de una recia estalagmita. Aquello era ¡¡¡El Tesoro!!! - Parado no estuvo, no -después de mucho rato conmocionados conseguía articular Rastrojo- ... No... No... no sé... no... vamos... lo único que me viene al ver esto es que es... es... es que es desproporcionado. Injusto, sí. - ¡Ya ves! -a golpe de interjección echaba a explorar Herejía- Ni siendo hormiga o conejo da la vida de un hombre para a la muerte haber juntado esto. Esto es muy fuerte ¡Fortísimo! - ¡Esto es abusar! -dijo Patata ora tocándose con una diadema de esmeraldas ora de zafiros- Esto demuestra lo que todo el mundo sabía. ... Sí. Caimán era un corsario. Un corsarión de mierda. ¡Puaj! - ¡¡Ojito con lo que dices!! -al punto respondía la voz del propio capitán Caimán desde el otro lado de un áureo seto de candelabros judíos- ¡Cuidadito con lo que se eructa! - Quién está tras tanta rama ¿Monsieur Caimán? -bronco y opalino también cantó duda y presencia el capitán Misson- ¿Es usted, deshonra de todo lo digno que pueda encofrar la piratería? Vergüenza me daría a mí haber cantado rayos y truenos teniendo los riñones así. - Nunca fui corsario, so patanes. Marca no eché nunca a legajo alguno pues nación no hubo en mis tiempos que me pusiese a firmar los pies. ¡Ni coaligándose! No me llaméis corsario… ¡Puaj!... mi presa ha sido la humanidad entera allá dónde la encontrase. Cuánto pendón me ha salido al paso me lo he follado -dijo Caimán desenvainando su lengua sucia- Es usted, Misson, ¿verdad? Bien, preguntadle a él lo que al uso tengo por hacer con los prisioneros. 415 415


Lomo magro de la leyenda negra del capitán Caimán eran las atrocidades perpetradas por el sujeto. Entre el espeluznante repertorio, a Patata le quebró siempre el sueño aquella que referencia hacía a un hombre al cual, por orden de Caimán, se le sacó al despanoche la columna vertebral. Desde abajo tiraron, del coxis, hasta sacar la cabeza tal cebolleta sin piel ¡Y vivo! Detalles escabrosos muchos, y terroríficos todos. De golpe a los chicos no les atraía tanto los brillos y las comodidades de la cuidada ebanistería del lugar. Estaban por salir de najas, y hubiesen hecho, de no reír a lo cosaco el capitán Misson. Al fin y al cabo simple tela era el otro al igual que él camafeo. Nada podría hacer per se, y no viendo ni oyendo acólitos ¡ni oliendo! totalmente inocuo lo presentó. Con cautela llegaron los chicos al recodo del seto y lo doblaron. Y allí estaba el cuadro plantado en la cabecera de una enorme mesa. Cincuenta sillas por banda flanqueaban al capitán, dispuesta la tabla para la centuria, platos de fina china aguardaban que cuchillos y tenedores rascasen su melodía afilada, y la cuchara, y el cucharon, y hasta la cucharita de postre, esperaban desde hacía la tira darse al uso. Recién puesta parecía la mesa, y cómo llamados a ella, aunque sólo fuese para ver de cerca, los chicos tomaron asiento en la otra punta, mas cogida confianza al comprobar que ninguna contrariedad acontecía, fueron saltando de silla a silla hasta acabar por ocupar las más próximas al sitial de Caimán. Y de arriba abajo lo miraron. Era un simple y hogareño “Capitán Caimán en la biblioteca” y ningún resquemor les vino a levantar viendo de cerca. Joven estaba representado, atemporal, y aunque con complexión lozana y falto de muchas de las mancaduras que se ganó haciéndose célebre, también otras que por tiernas se considerarían sanadas de niño renegreaban ahora tal costurón de hojalatero. De quedar mudo y dejarse contemplar, que hizo el rato que plantó Patata los ojos encima, nada ni nadie podría decir que lo allí pintado espantaba, pero era abrir la boca ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! y las víboras agradecían el haber nacido sordas. 416 416


- ¡Cuán mejor nos hubiésemos llevado, mon capitán, de haberme dicho alguna vez que estaba en posesión de semejante capital! -no descuidó Misson que Caimán entre las manos traía repujado a Lao Tze- Mucho mejor nos hubiésemos llevado, oui. - Ja. No he prestado nunca ni ayuda. Y menos un libro. - ¿Son buenos? -preguntó Patata acercando al lienzo la cara- Aquí pone... mmmmm... Hobbes... Garcilaso... Shakespeare... Lope... Homero... Mateo Alemán... Aristóteles... Confucio... Cervantes... Defoe... Tirso... Plauto... Calderón... Lázaro de Tormes... - ¿Eh? - Vamos, el Lazarillo supongo ¿no? -osada habló Patata directamente al cuadroOtro hay que pone Chanson de Roland y he supuesto. - Sí bonita, sí -aversión especial tenía el capitán Caimán a los críos y habló con retintín- Y si sigues leyendo, te oiremos decir con esa voz tuya de grulla: ”Cabe-za de Va-ca” “Ovidio” “Leibniz” “Moro” “Spinoza” “Leonardo”... Tengo al rozón los tres mil. ¡ajjj!... Por favor Misson, que no se me acerque tanto a la tela o te la desgracio. - Aléjate cariño, muy capaz es a esta distancia de sacarnos un sarpullido virulento. - Sí, y de tocarme, os aviso, transmito un miserere negro que ni amputando el brazo dejará de medrar. Y sabes que lo hago, Misson. Que nos dejen solos porque quiero hablarte. - Lo que me quieras decir di que podrán oír. - No creo. - Por qué. - ¡Porque te reconvengo postre a que te unas a mí! - Mon Dieu, Caimán, c´est pénible. 417 417


Improvisando pinzas con un cetro abisinio y una espada tracia al suelo tiró Herejía el cuadro. Sugirió el capitán Misson pronar a Caimán, y aunque se hizo, y bien de pliegos y sayos cosidos a oro se le echaron encima, continuaba escuchándosele el vozarrón. - ¿Con tanto libro cómo puede ser él tan pellejo? -incógnita nueva abría PatataNo me explico. Bulín siempre ha dicho que leyendo se hace uno mejor persona. - ¡Ja! -rió Caimán- Bulín de Aguiloche decía. Ja. Bulín de Aguiloche, menudo fiasco era. Lo único bueno de la casa Aguiloche fue el hermano impresor. - ... Decía... Era... Fue. ¿Sabe algo que yo no sepa, Caimán? -tinte negro quiso sacar a las palabras Misson- Oigo que no has leído las últimas nuevas. - Tengo ciertas desavenencias con mi nuevo casero y suele escamotearme el correo. ¿Se dice algo interesante? - Entonces no has leído el albarán de arribada. - No. - Pues lee. Lee que bueno dijo que era. Y es. Y será. El verbo demoniaco del capitán Caimán era su mejor arma, para acallar, dejar mudo, los chicos continuaron echándole trastos encima; sillas, cojines, jarrones, telas y cuanto objeto precioso a mano cayera. Bajo una pequeña fortuna improvisada mordía el polvo Caimán, y aún así, tamizado y todo, no dejaba de entenderse en su entrecortado parlamento un sin fin de atrocidades. Imbricaba a la tremenda calamidades en caso de dejar 418 418


sepultado, y de osar ir más allá y querer tocar el tesoro ¡Cosa que más que profanada estaba! soltaría tal cantidad de pestes y males al mundo que ni los pilares del Vaticano, con toda su fierra roca, iban a resistir el paso. Carrete tenía el hombre, pero aburridos de amenazas los chicos se lanzaron a buscar entre los brillos pieza meritoria. Y sublime debería ser, porque a poco que rebuscó Rastrojo en un baúl halló una preciosa gorguera de perlas negras engarzadas con mithril. Y si esto descubrió Rastrojo, detrás de un biombo salía Herejía vestido de sultán, con su turbante y su alfiler, y un alfanje saladino templado en Damasco que casi le pinchaba el culo al andar. Colmado de maese Cornejo les resultó a los chicos el depósito ¡Mejor! La mismísima Monja Alférez le juraría la revista a Patata pues siendo la reina de las hadas se despegó de un espejo. De la muñeca al codo, y del codo a los hombros, y otro tanto por las piernas, enredaban en Patata hiedras y jeroglíficos con escenas guerreras; criselefantinas. Y un colgante, simple cárdium para imprimir vasijas, que sólo por viejo lo supo potosí sentimental y recogió. - Esto me lo llevo -tras ser silbada Patata desechó satisfecha todo salvo la concha- ¡Cómo! - Mira que eres simple -intentaba decidirse Herejía entre un puñal de príncipe o una espada de conquistador- Puedes elegir entre todas estas maravillas, y te quedas esa baratija. ¡Rara eres, Patata! ¡Rara! - ¡Ni se os ocurra, gusanos! - Estamos en que algo hay que llevarse -dijo Rastrojo ciñéndose un cinturón cuya hebilla era dote- Cojáis lo que cojáis que sea de fácil arrastre. - ¡Nada os dejaré robarme, urracas! - ¿Habéis oído? - El qué, Herejía. 419 419


- La mofeta sigue amenazando pese a tener encima la fortuna Abasí. Estoy por acercarme y dar tunda. - ¡Hagamos! -apoyó Rastrojo trufado en visir- Si vais a vejar a alguien a mí dejadme aparte -deontológico pidió el capitán Misson- Voto tengo puesto a no intervenir en tales monstruosidades y por mucha rabia que me dé Caimán, no pienso romper. Del pecho se lo desprendió Patata y dejó sobre una arqueta bizantina. Al poco de retirar de encima del bastidor lo que sería el monto de alfabetización de la Brasilia, salía de nuevo a la luz la tela. Acodado el retrato contra la mesa, los chicos lo miraron socarrones. “Socabrones” prefirió el capitán Caimán al proponerse en alto, por ver cómo caía, el pintarle con hollín de las teas quevedos y dejar cejijunto. También se dijo de aliviarle de unos cuantos dientes para que el aire le orease las entrañas. Y dejar bizco. Perfilar cuernos y rabo. Y si fino trazaban, hasta moco colgandero y baba. De una pasada entendía Caimán capaces a los chavales de dejarle peor que estragado por polillas leproseras. Mil batallas no acabaron con él y tres mocosos zurriagos se las pintarían, a carboncillo, para defenestrarle de una y para siempre. Antes que esto pudiese llegar a suceder Bichomalo migró del lienzo dejando rendida la biblioteca. Se escabulló por una puerta secreta entre gritos amenazantes y promesas de volverse a ver. Fugado Caimán del cuadro perdió éste su encanto y los muchachos volvieron al tesoro. A explorarlo. Después de un buen rato de no verse, que se separaron para cubrir mayor espacio y fortuna, al reencuentro traían puesto lo mejor de lo encontrado. Ropa de mucha gala y gola de muchos brillos lucían Herejía y Rastrojo por no poder desechar, necesitaban la ayuda de Patata, que austera, seguía considerando el cárdium buen trofeo. Sin embargo, la muchacha acertó con un arcón de cedro libanés que guardaba en el interior mil frasquitos de perfumes y colonias a cual más irresistible. En estado puro estaban los aromas. 420 420


Bañada en ellos por momentos olía Patata a la breve primavera de Alaska o a una mimosa que exhala su aroma a la Luna. Si se mesaba el cabello, no sólo las manos le quedaban impregnadas a la tierra entormentada de septiembre, al andar dejaba estela de las breves flores del desierto de Atacama y embriagaba a beldad. Dejándose aconsejar por la ninfa en nada se presentaban de nuevo los tres ante el capitán Misson, pero, sorpresa, no habitaba el hombre el camafeo pues se agitó buscando la palabra y no se halló respuesta. De hecho estaba cambiando la efigie de la piedra y volvía a ser quien era. Pastinaka padre. - ¿Adónde se ha ido éste ahora? -dijo Rastrojo cuando se cansó de llamar- Muy lejos no ha podido ir sin su soporte -Patata aún agitaba el ónice- Y no he ido -desde el cuadro que perteneciese a Caimán habló Misson- Puesto que se ha marchado el arrendatario he tomado la vacante. ¿Qué os parece? - ¿Mejor? -Herejía sabía costosa la mudanza- Oui, ni comparación; bien dispuesta está la biblioteca. Quiero recordar una pátina grasa en mi anterior retrato ¿No chillaré mucho ahora? - Apenas -sincera fue Patata- Ya le dirá Genoveva la buena pinta que le hace. - Oh, manific. Quitadme el marco que es a medida y continuemos. Si prueba habéis cogido de la hazaña deberíamos seguir. No creo que tarden mucho en aparecer los sirvientes de Caimán. De principescas dagas se sirvieron para desclavar de los listones la tela y enrollar. Los cuchillos, el mismo lienzo, y tres puñados de alhajas, sin mencionar la valva y los perfumes puestos, sería suficiente botín para dar fe. Ropas no cogieron ninguna sabiendo la dinámica de túneles y galerías; bien apañados iban en paños menores. Rápido, que tal que jorobados en el almenaje se escuchó trote, tomaron una boca 421 421


negra y se alejaron del lugar. Esa mísera vida que se intuía en retaguardia siguió siendo un rumor a su espalda por muy vivo que quisiesen tender el paso. Espectral les fue siguiendo la cola hasta que entendieron que alcance se les daría en breve y prefirieron elegir el sitio menos malo. Se enquistaron los muchachos en una grieta alta y se aprestaron a defenderse. Pero fue parar ellos y cesar el runrún. Y proseguir y reanudar. Y detener de nuevo y otrotanto. Así fueron tironeando por pasillos y atravesando salas hasta que una sima profunda y ancha ponía fin a la huida. Milagro que se les ocurriese probar los puñales contra la roca y que no acertasen a romperse estos, y puestos, que hecha la escalera con filos, alcanzasen a coger una chimenea que tiraba recta para arriba, muy rectito, tanto, que acomodando cuello y vista a la nimia sinuosidad, lograban ver el día. ¡O al menos luz! Inclinados a no ser exigentes, porque empaque tomaba el maldito murmullo, cualquier cosa sería buena al echárseles encima la negrura maliciosa que deudora sería sin duda del capitán Caimán. Para arriba, para arriba, no prestaron oído a palabra que no se dirigiesen unos a otros y por advertir de los escarpes. Cerraba la hilada Rastrojo al saberse el menos apto, mas ello no diría nada al trepar el mozo mejor que araña y su ascensión ser ejemplar. Aupados al brocal y echada la tapa, que pozo resultó por este lado, los muchachos se sentaron un instante para contemplar la caverna a la que accedían. Era grande, mediana con las cosas vistas, pero tenía tal cantidad de fuentes y surtidores que dejaba a Versalles granja y a La Granja abrevadero. ¡Y vino echaban! Paraíso de genarines, decenas, centenas de eusebios patrullaban las cornisas y voladizos de esta gruta. Viejos y espectrales se veían por carcomida de tiñas la piel y enseñar muchos los huesos y entresijos, pendencieros todos, en el rato que estuvieron los chicos ocultos fueron testigos de tres o cuatro reyertas que 422 422


acabaron tal el rosario de la aurora. Se mordían unos a otros los micos dando a entender que no habría escape. Pero había, pues fue probar en un par de charcas, y lamer unos remansos, y deleitarse en un goteo, para que los chicos adivinasen que ahora andaban trasegando por el lagar del capitán Caimán. Oro rubio tempranillo y plata garlacha discurrían por el piso como agua, e indicando sumidero, se escurrieron los muchachos del lugar metiéndose en la cloaca y dejándose llevar. Lo hicieron porque mansa discurría la vía y llegado el trance sería muerte dulce al saberles el medio a quina. Al cabo de un rato de ir a flote orillaban a un atracadero obligado al degenerar aquello en oscura catarata. Rellano y mirador resultó la laja a la cual lograron encaramarse. Mirador sería de llegar con las luces que portaban para discernir algo, desde luego, y rellano también porque dos puertecitas había talladas en la roca. Una frente a otra. Pequeñas. Con aldabas de bronce sefardita. Mucho trabajo les costó despegar las puertas de los marcos, y cuando batieron fue para ceder un exiguo palmo. No obstante bastó para que repudiasen una que albergaba escalera de caracol, sólo bajada, que además de repugnante y resbaladizo encuadre, hedía fúnebre y agorera a almas corruptas y convictas. Se cerró con gran trabajo dicha puerta de nuevo y se adoptó la otra. Ésta igualmente ofertaba gatera chica y caracolera, y no pocos despojos asquerosos se arrastraban por los peldaños, mas al menos sólo rancio era el tufo del ambiente y con los perfumes de Patata, quizá, se pudiese sobrellevar. Y que subía. Directita, directita, directita. Y a terraja se pusieron. Un par de dedos le quedaban por declinar al Sol y aún se sesteaba a pierna suelta. Entre cuchicheos proponía Portento se pregonase la velada como el duelo 423 423


del año, el combate del lustro, del milenio, mientras su camada proseguía dando detalles. Dispusieron una mesa con mantel que ofrecería la panoplia de armas. Y un par de botellas de exquisito rioja para dar relleno al último brindis. Y guirnaldas. Y mantones de un filipino raído que avergonzaban. Tenderetes festivos cubrían la playa para la ocasión. Celebración gorda vendría a la noche y expectante se esperaba que el viejo Portento diese por terminada la siesta. Cuándo él gustase, al ceder parón, podrían reanudar. Esto se calculó que vendría a ser rondando el momento al correr un acólito del viejo el círculo dando vida a las antorchas. Y sí, Portento a punto estaba de bostezar lo que no había dormido cuando se cayó en la cuenta del esfumar de Bichomalo. Muertos, y hasta parcialmente comidos, se encontraron entre los juncos a los custodios que le asignase Verrugo. El roído de los talones y codos no preocupó, carroñeros sabidos eran los boloblás y cualquiera podría haber aprovechado la pieza y la ocasión. Eso sí, Bichomalo habría matado porque firma suya quisieron considerar el haber sacado los ojos y cortado las lenguas. Sí. Gran revuelo provocó la huída y unos de otros empezaron a recelar. Los del Virgen del Amor Hermoso, escapado el jefe, no estaban tan seguros de a qué bando adscribirse y hasta entre ellos se echaban miradas de duda. ¡Y los caníbales! Ay, mal ojo veían los boloblás que depositaban sobre ellos los cerdos largos. ¡Y de festín los recortes y nervios que no fuesen de enterrar! ¡Nasti! Los propios psiconautas tenían tocada la unidad al echar las mujeres en cara a Portento su necio proceder. En tormenta encrespaba la hechicera, y Úrsula, no menos enojada, maldición echó a los presentes. Pactó en alto con la Luna, que asomó a la plegaria, que se les cayese la chorra a cachos a los hombres, y que a las mujeres les medrase el vello a pelángano, y que los críos y viejos quedasen por siempre mandaderos, hasta que apareciese el culpable. 424 424


En un principio se rieron de la burda proclama, pero en nada, a nada que dos o tres hombres se echaron a rascar la entrepierna, cundió el pánico. Tarde o temprano se daría con el capitán Bichomalo al ponerse la gente en facha de peinar hasta las hierbas. No lejos se arrastraba Bichomalo. Las estaciones del calvario para él no parecían tener misterio y al momento intentaba vadear una ciénaga ponzoñosa guiado por el slurp slurp del lagarto. Y no veía manera porque la ciénaga moría en arena movediza y parecía no delimitar con tierra seca. Colmo de sinsabores, también le amenazaba con embotar por dentro el mal, sus achaques recurrentes, y redondeo al infortunio, aunque matase sin problemas a los guardias que le custodiasen, no dejó uno de ellos pasar la ocasión y en la chepa le clavó un puñal que aún no se había podido arrancar. Fresca la herida, sanguijuelas y moscas le seguían la estela bailándole carantoñas. Más muerto que vivo, nada meritorio por otra parte, alcanzó por fin tierra que le acogiese de cuerpo entero. Avieso miraba Bichomalo al lagarto, que, elegante, se desenvolvía entre raíces y lianas. Tan dañina era la jungla, tan cerrada y espesa, que al ratito de adentrarse con nostalgia recordó los fangos el boyuyo. ¡Qué textura los limos! La espesa selva mordía y arañaba, era áspera y violenta. Nada amiga. Ni con él. Pero le gustó el sitio, sí. La belleza bruta del lugar se daba sin atisbo de refinamiento. Tonta volaba una libélula y de la abstracción la sacaba un camaleón a golpe de lengüetazo, y éste, a su vez, era zarandeado de la inopia por uno de los múltiples caimanes gordos, cual troncos, que flotaban invisibles. Barbas de edad venerable y maldad supina colgaban de ramas no menos retorcidas ¡Y la croa! El capitán llegó ante una cueva al tiempo que moría el día. Entrañable hogar para orcos y trasgos, sí. Cansado estaba, del slurp slurp no pudo sacar al Felipe y 425 425


no oyendo palabra buena empezó a temer estar loco del todo. Todas sus esperanzas depositó en un lagarto que dijo ser el capitán Caimán. ¿O era el capitán Felipe? - Ey, aquí, estoy aquí -de la negrura de la boca provenía la amarga voz de Caimán- Entre; en la puerta hay una antorcha. - ¿Es usted? - Sí. - ¿El lagarto? - Sí. Pase sin miedo porque estoy de retrato presente. - Miedo no tengo. Salga usted. - Eso es lo que quiero. Sincero era el capitán Caimán y para eso le hizo venir. Pretendía engatusarle para atraerlo a la cueva y poder usurparle con malas artes el cuerpo. Le prometió Caimán a Bichomalo que en posesión estaba de una espada legendaria que no tenía rival. Forjada con las escamas ventrales de dragones chinos no existía acero en el mundo que resistiese su ataque. Hierro, madera, ladrillos de dos pies eran mies para su filo, y él, el capitán Caimán, dispuesto estaba a ceder si a cambio se le hacía un pequeño favor. No era estúpido Bichomalo, mas no esperó que el otro le fuese a pedir en usufructo el cuerpo. Tan claro no se lo dijo, le sugirió que cerrarían el trato en lugar seguro, y ahora vería Caimán la situación. - ¿Está usted tonto? -al concretársele el negocio a Bichomalo le sonó a estampita- Si llego a saber que al final estaba esto ¡de qué me voy yo de la playa! Mire, no le hago un siete de arriba abajo ahora mismo porque estoy muy cansado, mucho, y tengo hambre. Pero espere a que me recupere que hilo a hilo le voy a sacar la urdimbre para retejer a cinco agujas unas bragas de vieja. - Inténtelo -respondió “Capitán Caimán ante el espejo” que era un embaucador426 426


De todas formas no sé por qué le ofende tanto mi propuesta. A fin de cuentas, le ofrezco mi espada y espíritu para combatir contra Portento y toda esa escoria. - Me agradaría saber que fui yo solo, y no un poseso, el que al aire sacase las tripas de esos señores. Y de las damas. - Y hará amigo, hará. Yo me limitaré a guiar su mano. Luego, haga lo que quiera. - Resulta que a todos pretendía dar ajuste por mi propia mano. A los míos y a los otros. Y a los caníbales esos. Y a los niños. ¡Y al Felipe! Cuando quiso reaccionar el lagarto era tarde. Clavado en el cuchillo lo dejó Bichomalo, y relamiéndose, se dispuso a desollarlo y cocinar mientras proseguía hablando con el cuadro. - ¿No echará un golpe de orégano? -buscando nexo opinó Caimán- ¡Hace tanto que no cato! - No. - Será capaz… ¿Lleva? - No. Obvio. - No se tenga por defraudado porque la espada sigue en mi poder. En esta misma cueva a buen recaudo la guardo por si se animaba. - Ya lo veía hecho ¿verdad? - No se desdeña hoja forjada por el maestro Ling Zhi. Y hasta ropa a estrenar tenía preparada por si asentía. - Puede que la espada tome, pero desde luego que nones tiene a apoderarse de mi cuerpo. - No le dolerá. No sentirá nada. 427 427


- Por eso digo; estoy hecho a las emociones fuertes. Elija el cuerpo de otro y únase a mí. - Por maltrecho y malasangre el suyo es el idóneo... Y, en todo caso, caballero, suyo sería el vasallaje pues yo soy el capitán Caimán y usted un desconocido. - ... Capitán... Lagartija ¿dijo? -despreciando, y sacado el pellejo para el cincho, ensartaba Bichomalo en un espetón de caña al Felipe- No me amedrentan los reptiles al haberme sido sonajeros de cuna salamanquesas y tritones. No está en condiciones de faltarme al respeto o le echo al fuego sin dudarlo. Prueba de ello era Felipe que vuelta a vuelta empezaba a coger colorcillo. El capitán Bichomalo se recostó contra una raíz y bebió la luz de las estrellas. No se acostumbraba al desorden de los astros, prefería su Osa y su Carro, pero a falta de las constelaciones conocidas se contentaba inventándose otras nuevas. La Botavara. El Ancla. La Quilla rompiendo un mar de algas. Así podría haber seguido toda la noche hasta el día de no interrumpir Caimán. - Y qué pretende hacer ¿Va usted solito a matar a todos? - No. Más comedido es mi plan y al momento sólo atañe al tal Portento y al capitán Verrugo. Muertos ellos los barcos serán míos. Y sus dotaciones. Y el pasaje. No difiere mucho mi plan del suyo, cierto, pero menos temerario y cansado es el mío, desde luego. Y haré. - Ya veremos. Carne de su carne era el Felipe y vía gástrica, quisiese Bichomalo o no, el capitán Caimán irrumpiría en sus entrañas. Siendo absorbida lentamente la corruptela tardaría en hacer efecto, y entretanto se hacía con la voluntad siguió dando labio. 428 428


- Y si es por sentir relegado su espíritu y menospreciados sus saberes tampoco tema, su registro espadachín se unirá al mío y posible que algo se le contagie y fije de mi excelso saber. Volvería en sí más diestro y luminoso. - No me conoce -orgulloso de sí estaba a estas alturas Bichomalo- Para qué quiero sentirme diestro y ufano si me sé de alma zurda y zafia. Déjeme cenar tranquilo el lagartito, señor Caimán. - Tarde es, je. Ya estoy dentro de usted. - Brrruuup ¿Decía? - Que buen provecho y que descanse. - Tampoco sea tan gentil, aunque tenga razón para pensar que voy a dormitar un poco; lo necesito, sí. Pero al despertar seguiremos con lo que estamos. Esta charla tiene un par de apartados que necesitan bruñir. La noche vino a trasmano con todo su peso y carga. Iridiscentes se mostraban los vapores pútridos que exhalaban las aguas quietas. Cruzaban señales los cielos. Cantaba el chotacabras. Dulce arrullo era la noche y el capitán Bichomalo acabó cediendo al cansancio. Nana le fue el bullicio de vida y muerte que envolvía el lugar. Caimán no tenía prisa al saberse corriendo en el torrente sanguíneo, dejaría dormir un rato al hombre para que se reconfortase su cuerpo y le fuese más fiable. Sí. Si se concentraba ya podía meterse en los sueños, e hizo, pero siendo bizarro el mundo onírico de Bichomalo comprendió difícil la usurpación. Merodeó al quicio de pesadillas y ensoñaciones tomando medidas a la Conciencia del sujeto, y visto que no acotaba pensó pedir ayuda externa. Muy bajito silbó desde su cuadro el capitán Caimán la llamada del crótalo negro, a la cual acudió el bichejo al rato no sin sisear su disgusto por ser requerido a tales horas. Pariente lejano del crótalo americano, carecía del cascabel disuasorio de aquél. Silencioso y mortal de necesidad, ejemplar único, y bien longevo, y largo, 429 429


fue criado ex profeso por Caimán para que custodiase sus tesoros, pero muerto éste, tiempo ha, se volvió cimarrona la culebra y ahora se alimentaba de ciervos de agua y humanos desorientados. Cincuenta meses tardaba en digerir las presas, y no siendo más de cuarenta y siete o cuarenta y ocho los que hacía que se hubiese merendado al último incauto, algo le marcaba el volumen las costillas. Toda ella cuello levantó del suelo como perra alta, mas no estaba, y no teniendo posible pareja al ser ejemplar de diseño, el carácter agrio le enroscó el diente. Nada debía al capitán Caimán, que con el tiempo, la deuda de Vida, de existir, sentía pagada. Estrechos y oblicuos igual de aborrecibles se le reflejaban en la pupila el yaciente Bichomalo y el plano capitán. - Ah, vieja bruja ¡Aún vives! - Sssssí. - He dudado si llamarte o no. Te hacía muerta y curtida. - Sssssí, sssí, sssí, sssí -pareció reír ambigua- Vengo a la llamada porque me es Ley, pero nada te garantiza que no te coma despuésss. - Idiota sigues siendo, hija. Imbécil, sorda y medio ciega. Yo soy el lienzo. El que ronca a mis pies es un tal capitán Bichomalo al que no me une más interés que el quererle arrebatar el cuerpo. Poco daño sabía que me harías vistiendo colores fríos. - Por qué me has llamado. ¿Quieres que me lo coma acassso? - No. Sólo quiero que le inocules tu veneno para que me sea más sencillo dominarlo. - Morirá. - No me importa; a mí sólo me hace falta durante un par de horas. - ¡Horas! sss, sss, sss. El paso no da desde que le muerda a que la casque. - Tú no entres en eso. Aunque parezca un guiñapo destripado aún le queda algo que escribir. Y yo dictaré. 430 430


Por serte padre me debes una y ahora te reclamo, Grassiela. - Sssssi, ssí, sssí... Amo, ssí. ... ssssss Especificando que necesitaba el cuerpo intacto la serpiente abrió las fauces pensando desmembrar; por joder. Tanto se llenó de bocado que fue a acertar con los colmillos contra la pierna de madera. Pese a ser beso el mordisco, y dormir profundo, algo notaría Bichomalo al debatirse en el sueño y partir un diente a Grassiela sin darse cuenta. Mellada, nuevo tiento echó la culebra, pero esta vez al cuello, y al sentir el chupetón y agitarse el hombre, se quebró la otra aguja y desdentada quedaba la bicha. Maldiciendo la ayuda prestada marchó el crótalo negro bajo las estentóreas carcajadas del capitán Caimán. Pese a dormido, y no dar el paso, el veneno empezó a actuar en Bichomalo. Allá dónde mordiesen le quedó una aureola amarillo necrosis. Alrededor de este círculo crecía y crecía un ronchón de muy mal augurio. Todo verde sería en cuanto acabase el veneno de saturar los capilares. Febril no era término pues echaba vapor y sus sudores embriagaban a acetona. En el trance de morir lo quiso entender Caimán e intentó tomarlo al asalto. En un prado de su infancia se soñaba Bichomalo persiguiendo mariposas y saltamontes con intenciones poco nobles, cuándo apareció, sin relación aparente, una mujer y un hombre junto a la cerca. Y le llamaban por el nombre. La vieja sabía que era Úrsula al ser ella quien le arrease los dos capones más sabrosos de la infancia, pero el hombre, cosa curiosa, aunque no le era familiar tampoco le resultaba desconocido del todo. Marino era al igual que sería él; y era. Capitán; también. Mal encarado y con un aire pirata que poco tardó en enhebrar la jeta y coser. - ¡Caimán! Qué hace usted aquí. Cómo se atreve a aparecer en mis sueños. Pesadilla me temo que sea por los escalofríos que siento. - ¿Siente... aún? 431 431


- Sí ¿Por? - Fortaleza la suya, sí. Pero no me haga mucho caso y será también cosa del sueño. - No, no. No se le puede despertar a una persona así y andarle con misterios... - Perdone, pero yo no le he despertado. Sigue durmiendo. - Un punto de vista me han dicho que es. Aunque lo que me encorajina es su persistencia. No quiero conciencias ajenas dentro de mí; y si ejemplo es esto de lo que me proponía verá cuándo despierte. - Puede que ya no lo haga. - ¿Del sueño eterno me habla, Caimán? - Mismamente. - Cuente en tal con que al despertar avivaré las brasas con su tela y marco. Ya me ha tocado los cojones lo suficiente para acabar en la lista negra. En la contraportada escribiría el nombre. No olvidaría Bichomalo la intrusión ni la afrenta y las pocas fuerzas que acumulaba puso a disposición de despertar. Hercúleo le pareció el trabajo de abrir el ojo, dilapidando sus fuerzas en el mero enfoque la noche negra le resultó un despilfarro. Tendido estaba dónde se entregase al sueño. Y todo igual. Imposible le era ir más allá en sus pesquisas y al momento volvió a echar la persiana por no gastar. - No se resista y apenas notará tres o cuatro estertores antes que ocupe yo su puesto. - ¿Desde dentro o desde fuera me habla, Caimán? - Con gusto le metería un alfiretazo hasta la bola para que supiese con certeza en qué plano se encuentra; pero yo no puedo clavarle la aguja ni usted está en condiciones de percibir el pinchazo; raudo le corre por el cuerpo un veneno muy potente. - ¿Por eso los picores y la rigidez? 432 432


- Eso es. Ha salido de la ciénaga un crótalo negro y le ha mordido. - Entonces muy lejos no andará porque soy de piel serrana y mala muerte se me da a bocados. Cuando me recupere buscaré por los contornos y verá como doy con la bicha también. Siempre a la postrera, habituado estaba Bichomalo al esfuerzo titánico y nuevamente abrió el ojo; pero para no cerrar. Y puesto a exigirse, coraje y casta le ayudaron para encaramarse a la raíz y quedar sentado digno. Verde y descamada seguía cayéndole la piel a ronchas, mas evidente era la mejoría al remitir la tiritona y volver a tener tino. Pasado otro poco hasta le respondían las piernas, y al cabo, asiendo el mango de la espada, el capitán Bichomalo se sentía chaval. - Me río de tus venenos y cuentos -del todo se consideró recuperado Bichomalo y al paso de un mosquito lo cortaba con el sable en dos- ¡Mala yerba nunca muere, Caimán! - Y cuánto más guarra es la criada, más engorda la señora. Varios dichos más se tiraron aunque Bichomalo cogió la antorcha y cueva adentro revolvió distraído. Mierdas de muchas clases encontró al ser vertedero el lugar. Había cosas chulas, desde luego, pero la jarra que se veía buena tenía mugre de gallinero. Cortapichas corrían entre petates a medio destripar. En las cerraduras de arcones y en cualquier resquicio que ahorrase trabajo tupían tela arañas culonas. Y la espada, la única que halló y que supuso sería la referida, todavía seguía siendo asida por la sarmentosa mano del último presumible dueño. ¡Y la ropa! Ja. Limpia habría estado en su momento, mas ahora costó diferenciarla del entorno; filón para las polillas de la ciénaga habría sido y sólo quedaron, al toque, los botones y las medallas. Junto al fuego volvió el capitán Bichomalo con el arma y las 433 433


condecoraciones. Las unas echó a la lumbre con gran disgusto para Caimán, y la espada la golpeó contra el suelo y puso al calor hasta que consiguió que se desprendiese la cascarilla herrumbrosa y quedase el filo de origen. Luego, trapo en mano, y a saliva, se dispuso a sacarle los colores. Tirando al rojo fragua ¡blanco fuelle! quedó el filo con la primera pasada. - ¿Éste era su secreto? -dijo Bichomalo blandiendo la espada en dirección al cuadro- Parte. No importarte nada era el complemento para el tándem. Realmente yo era el arma y la espada mi moral. - ... ¿Decía? - Que sin mí, Gurriata no es nada. - ¡Jodó! Pues corta la Gurriata hasta el aliento. Refulgía la espada en la oscuridad con vida propia. Contento con el hallazgo lo probó Bichomalo contra troncos y raíces, y en el suelo también clavó, y en las rocas, y sumergió en las pestilentes aguas y volvió a golpear contra todo por si contraindicación tuviese el filo. Pero nada. Nada resistió el empaque de la espada y hasta el sable que portase quedó truncado al enfrentar las puntas. Con eso en su mano no habría Portento que le cerrase el paso a sus derechos. A poco que le graznó la imaginación, Verrugo, don Opulento, ningún hombre, se le hacía rival. Cómodo se imaginó instalado en el generalato pirata, surcando mundo a modo y haciendo voluntad. Regodeándose en la idea no tuvo problema para echar el cuadro a la hoguera y reírle las llamas y los gritos. Grueso era el pote que embadurnaba el lienzo y ardió voraz. La tela escapó al aire hecha golpe de humo, y el marco, duro roble de la Selva Negra, quedó ardiendo sin prisas. De lado escupió Bichomalo a las llamas y allá dónde cayese el gargajo rápido ascendió una voluta con forma de cráneo. Y al orinar, que hizo para apagar, 434 434


provocó que el monto de los humos subiese al cielo tallando una enorme calavera en su regazo. Nube blancuzca flotó y flotó ganando altura hasta hacerse jirones. De punta a punta de la isla se habría visto el hongo sin lugar a dudas, mas al capitán Bichomalo le daba igual, al momento sólo le importaba buscar al crótalo negro; y hallar. Por muy bien que se sintiese el verduzco no se iba del todo; ni el necrótico. De todas formas poco importaba que fuesen a buscarle a pie de cueva piratas y caníbales. Andando, azuzando entre fangos y lianas, hizo trecho para ir silbando tranquilo. Alegres marchas fúnebres entonó mientras hurgaba a espada en oquedades y escondrijos. ¿Dónde estaría la condenada bicha? No hubo forma de dar con ella en tierra, así que volvió a meterse en la ciénaga y siguió buscando. Buena ayuda le era el acero y amachetando todo lo que le caía a mano hizo roza hasta alcanzar un árbol sospechosamente solitario. Al igual que los del resto de la zona, hundía piernas y brazos en el cieno alzando cuánto talle podía. Y era poco. Desproporcionado le era el tronco a las cuatro ramas y hojas que buscasen altura, y atrajo a Bichomalo, claro. Le faltarían escasos pasos para llegar al punto cuando se deslió parte de la corteza sola y siseó la punta. - Ssssí. Razón tenías al decir que era duro, sssí. Mío es porque verde viene, sssí, pero poco intenso veo el matiz. Sssss. - ¿Me hablas a mí? - Sssssí, Caimán. - ¿Lo ves acaso conmigo, culebra de chichinabo que ni hacer tu naturaleza sabes? Soy el capitán Bichomalo. Don Rui Bichomalo. ¡Sin parásito! 435 435


- ¿Qué quieres de mí? Sssssí. - Vengo para que me des antídoto a tus babas. Quiero que me quites de encima el verde este que creo inapropiado para lucir en público. - Sssí, sssí, sssí. Ese temple no sale, amigo. - Piensa bien lo que dices porque te hago zamarra de entretiempo y botas a juego. - No me intimida la bravata al no ser la primera vez que escucho. Sssssí. Eso, y hacer zurrón, es lo más ingeniossso que se os suele ocurrir. - Prepárate para hacer leguas porque tienes dicho el futuro que te aguarda. Decidido a partir por la mitad sesgó con tanta energía que aunque Grassiela desanudase a tiempo Bichomalo descuajó el árbol. Apenas tocaba agua el crótalo, restalló ágil y en torno al capitán ciñó los anillos. Sangre también tenía de constrictor Grassiela y fe dio de sus orígenes triturando cuanto hueso no se mostró flexible. Llevado al lecho fangoso el capitán Bichomalo no se entregó al laocoonte y a mordiscos y arañazos se defendió en la turbidez. Respirar, sumergirse, y sentir que no saldría acabó siendo dinámica que desanimase al hombre por verse perdido, y, raro, se dejó comer. Sí. Aparentemente quedó extenuado en la lucha. Y flácido. Experto en estos casos, el crótalo negro rotó sobre sí buscando que le quedase la cabeza a seña para no comer a contrapelo. Desencajó sus mandíbulas Grassiela y tragó de una pieza. Esperó Bichomalo a pasar lo que sería el píloro lo menos para recobrar el pulso; porque muerto no le costaba fingirse. Estrecho era el lugar para maniobrar y tanto le llevó hacerse con el puñal, pues tontamente le resbaló la Gurriata, que la otra pensó que la digestión estaba en marcha, pero abriendo raja oportuna le salía al poco de dentro el capitán. 436 436


Entre que verde estaba por los venenos, y que verdes y mucosos eran los jugos gástricos, renacía al mundo Bichomalo con trapío de emperador de los infiernos. Agonizante la serpiente, tuvo ensaño el hombre para correrla el cuerpo sacando la piel a patrón. Y cercenar la cabeza lo último. Y la lengua en cachos. Presta bisbiseó la ciénaga quién era el nuevo amo, y a su paso, ora braza, no se oía una croa. Silencio. Al abandonar el pantanal sintió cierto alivio, no por el trono que dejaba, no, sino por llevar consigo un amigo de acero que se quedaba a la última y dispuesto salía a fiar por uno. La espada. Lejos de la zona cenagosa se detuvo a observarla. Parte del brillo fuelle había perdido, mas a la prueba subsiguiente siguió declarándose instrumento a considerar. Como toda arma que se precie a la luz plata de la Luna declaró su nombre. Antojadizas parecían las runas hasta que en renglón se pusieron y articularon un contundente Gurriata ¡Gurriata! Llamada a la pila volvió por un segundo a brillar el filo indicando potencia, mas no siendo momento, porque frío era el pulso del capitán, no existía razón para levantar resquemores entre los posibles oponentes y no quiso la espada delatarse. Difícil sería que no destacase siendo empuñada por un capitán Bichomalo renqueante y verdecino. Y giboso. Y tuerto. Y cojo... ¡Imposible! Portento partió raudo con diez o doce rastreadores boloblás y otros tantos compadres de la Psiconauta y la Virgen del Amor Hermoso. En la playa organizaba el cotarro el capitán Verrugo y al momento pedía tranquilidad. Alcalde de aldea que prepara batida contra el lobo parecía en lo alto de la duna, ahora todo estaba encauzado, pero ha un rato, que no sería ni medianoche, quiso 437 437


un centinela ver, temería, que entre las cañas agazapase un sujeto sospechoso y sin dar voz ni alto abrió fuego. Aunque no se lloró la ausencia de nadie, se estuvo seguro que no se trataba de Bichomalo al quedar un par de dedos intactos y ser prueba de negritud aborigen. No. El capitán Bichomalo andaba suelto y leyenda tenía hecha como para recelar. Interesada la propia Luna alteró su ciclo y quedó llena. Tocase ese traje o no, el único que estaba en condiciones de admirarlo era Titagolda. Titagolda Rey. Je. ¡Quién lo iba a decir! Pese a estar prácticamente encima de la mesa tumbaba en la arena. Duna abajo los boloblás corrían agitando antorchas y palos. Bailaban. Ahí le hubiese gustado estar a Titagolda echando unos pasos y siendo el primero de su tribu, mas por sentirse del todo del bando pirata, se abstenía del paganismo en tanto en cuanto no se diese sepultura al evadido. Además, su concurso a la mesa de Verrugo era obligado al haber sido el último habitante estable de la isla y quien tuviese las nociones más frescas. Mucho podría cambiar, y estaba, la isla y su vegetación tras cinco años. - En la ciénaga nadie podría vivir -preguntado dio su opinión Titagolda- No hay caminos. No hay senderos. Y aquello no es para estarse quieto. - Desde luego que no -seguro estaba Verrugo que eso no habría cambiado- Por lógica si huye acabará por perderse, y una vez se sienta extraviado buscará punto de referencia y se acercará a... - “La cabaña del bucanero” -leyó Corcovado en el plano- Sí -no le hacía falta mapa alguno al capitán Verrugo- Aunque hay otras cotas reseñables, yo, de nuevo, también elegiría ese altillo. - ¿Y costear? -opinó Úrsula al recordar vago al cuñado- Bien sabrá que no hay otro escape salvo esos barcos embarrancados -dijo la 438 438


hechicera con total certeza y sobriedad- Lo suyo sería esperar que reaparezca por el mismo punto que desapareciese. Desde aquí, si me dais un fusil, yo misma podré tumbarlo. - No lo dudo, querida -se congratuló Úrsula por las palabras- Y a mí si me prestan un cuchillo jamonero, y veo, y se da, no dudes que o le trincho o le hago lonchas. Mas no creo que venga al saber la que le espera. - ¡Paciencia señoras, paciencia! Ocasión tendrán para dar escarnio al pelele. - ¿Hablamos de mi ex-marido o de Portento? - No me comprometa, mujer -bien veía Verrugo su pizca de ironía- Sea uno, o sea otro, o sean los dos, ¡Y mucho puede que sea!, y que sea para bien, o para mal, ¡y me oigo redundante!, el caso es que aquí hoy alguien pilla. Denlo por impepinable, señoras, antes que salga el Sol, aquí ha de quedar tajo de enterrador. En previsión del posible regreso, y por dar antojo, mandó el capitán Verrugo redoblar la vigilancia en el citado punto. Tropa mixta vigilaba el perímetro mientras que sólo los boloblás seguían entregados a las danzas en torno a las hogueras. Por mucho que crujiese la isla, imbuida la gente en el tamtam no percibían en los pies la amenaza pues para ellos era ritmo. Uno más. Subyugados al baile desmentían del todo los boloblás su legendaria galbana. Daba gusto verlos descoyuntarse y pensar que con tan grácil maestría y sensibilidad quizás fuesen igualmente duchos a la hora de pisar la paja en el barro o tirando líneas de ladrillos ya cocidos. Sí, eso era cosa de mucho confiar y difícil olía Verrugo que a la mañana siguiente se hubiesen desmontado los chiringuitos. Empezaban a preocuparle más los boloblás que el mismísimo Bichomalo, al cual estaba convencido que de un momento a otro se iba a traer arrastrando. Y con suerte, sin haber sido Portento el que con él diese puesto que 439 439


partió antes de izar siquiera la enorme Jolly Rogers en el cielo; y quizá no hubiese visto. Si se traía al hombre a presencia sin estar presente Portento, bien se le podría descerrajar un tiro en la nuca o dar una copa con veneno hasta la borda. La cuestión sería que Portento no pudiese expresar su deseo de proseguir la lucha al no estar Bichomalo preparado. Físicamente indispuesto. Muerto del todo, vamos, y enterrado mejor. Sí, podría darse la rabieta y negar entonces Portento que el otro hubiese sido enemigo en ningún momento, mas a tanteo seguido se le podría recordar que Bichomalo escapó estando bajo su tutela; y ahí se zanjaría en redondo la cuestión. Todo lo tenía calculado Verrugo. Era enemigo. Vaya si así lo consideraría el capitán, pues Ramona partió sola en busca de los críos no fuesen a topar y tener un disgusto. Ramona marchó antes incluso que Portento y era raro que no estuviese de regreso. Pero bien se valía la perra, y los chicos, como para preocuparse por ellos. - Esta gente tendrá que irse a su casa algún día ¿no? -mucho temía Verrugo que no fuese a ser la intención y sondeaba a Titagolda- Mientras haya zampa, bebercio y algo que ver, descuidad que no se mueven. - Entonces habrá que animarles a que coman hasta reventar y luego ligeritos pa sus islas. Sí, echamos telón. Podrías por favor, Titagolda, acercarte e incitar a tu pueblo a rebañar los platos. Y hale, a vuestras casitas. Las formas y los modos de proponerlo no le gustaron a Titagolda, sin embargo aceptó de mil amores al poderle la musiquilla desde hacía rato y tamborilear los ritmos en el muslo. Puesto el rey en conga el capitán Verrugo se soltó sincero. A un paso estaban de la meta si conseguían matar al ex-marido de 440 440


la hechicera antes que Portento diese con él, pero de dar, por el manchón que al nombre le echó, allá dónde lo hallase sería lugar de epitafio. Portento, sin dudar, no le dejaría tiempo ni para poner en orden el alma. - Y de no matar Portento a la fiera, sino ser ésta la que nos da billete al viejo, eh, ¿Qué? - Me has gustado más, ¡Y hasta me caías mejor! Corcovado, mientras has permanecido callado -crispó un brindis al aire el capitánEso es lo que todos queremos que pase ¡Y tememos! Y por eso digo que lo menos malo, aunque poco honroso, reconozcamos, es dejar tieso al sujeto sin dar a lugar. - Bien sabemos que Portento está loco por morir -Úrsula comprendía la desazón de la hechicera y centró el asunto- No es problema que venza a Bichomalo porque a lo sumo habría que fletar otro embarque. ¡¿Cómo tantas otras veces, o no, Verruguito?! - Sí, si te pones así no puedo negar que más de una vez Portento nos ha chafado el éxito. - Entonces, es, o no es, el problema, mi ex-cuñado. - Lo es, sí -Corcovado veía viento- Escucha a tu piloto -sugirió muy seria Úrsula- Déjate de tanto pacto y tanto contrato, y tanta cláusula diminuta, y vayamos a coger el tesoro. Qué más da quién mate a quién, cuándo y dónde. Si es preciso ve tú mismo, Verrugo, y tráenos su cabeza entre baldones. - No es tan alegre todo porque aunque quiera, que quiero, mi puesto no es sólo simbólico y me debo. Llegado el caso, si el hombre triunfa sobre Portento, no le quedará más obstáculo que mi triste figura para hacerse con los barcos. ¡Y con todo! - ¡Basta! -gritó la hechicera- Más miedo que vergüenza tenemos. No hacemos más que dar vueltas a la noria sin decir o hacer nada nuevo. 441 441


Premonitorio a lo que les haría falta en breve, salió de la jungla un hombre dando trompicones. Qué miedo o espuela no traería el sujeto encima, que ni cuidado puso y con la antorcha propia fue dejando reguero de fuegos. Tanto tajo y muesca llevaba abierto que acertadamente comprendió la hechicera que no necesitaría hilo al estar prácticamente expirando. Había salido con la primera brigada, la de Portento, susurró entre convulsiones, y poco antes del pantano, en el chaco, dieron con un sujeto que tal alimaña corrupia les defendió el ataque. Animados por la superioridad numérica, pese a despistarse del jefe, pensaron capturar con vida para seguir con el espectáculo, mas aquello fue mala tragedia griega y no sobrevivió ni el Tato; que al pie de ellos fue a morir. Concretado el paradero Verrugo mandó sin dilación un grupo de cerdos largos armados hasta las cejas, y con el sabio consejo, que todos apreciaron, de tirar a matar sin complicaciones. Nadie pondría pega si el capitán Bichomalo era abatido por mano ajena. La docena fue el remanente que dejó Verrugo en la playa para que vigilasen el desalojo de la misma; de momento se suponía impensable, los boloblás que corrían fuera de madre sugerían la mala pinta que advirtiese. Doce, y ellos cuatro, más Titagolda, consideró Verrugo retén sobrado para mantener apaciguada a la jauría boloblás. La vieja empalizada nada defendía, el único sitio que aún protegía algo, por respeto de los nativos y las llamas, era la choza de los retratos dónde antaño montaban juntas y timbas los piratas. Bajo el sitial ocultaba escampavía tallada por antiguos contrabandistas portugueses que en un interín sin amo vinieron a asentarse en la isla. Llegado el caso, que el sello de su secreto estaba intacto, en poco tiempo por el túnel se accedía a una cueva de fácil defensa y salida discreta al mar. Ideal era el lugar para descansar un poco mientras llegaban nuevas consistentes. De pilastra a pilastra tendieron las hamacas y se dispusieron a dormir, a 442 442


tontas y bobas tenían desmanijado el reloj biológico. Deseando que le cogiese el sueño en un descuido salió la hechicera al porchecito de la choza, y en la mecedora traída, y montando mosquete en el regazo, se dispuso a echar una buena pipa. Cardamomo, ketama y semillas de aberisqueta cargó en la cazoleta buscando el relax, y venteado el aroma por Verrugo y Corcovado, a la vera de la señora salieron con sus respectivos mosquetes y cachimbas. Si aséptico fuese el porche a malos contagios sería el lugar idóneo desde el que disfrutar de las danzas aborígenes. Cabriolas y volteretas, pídolas ejecutaban los boloblás con una elegancia sublime. Y si uno era de gustos bastos, bastaba mirar para otro lado y disfrutar a tres o cuatro paisanos abriéndole el cráneo a un compadre. Puestos a estudiar el rito de estos últimos salvajes, descubrieron que no era camelo la representación y ciertamente al que caía en sus manos se mataba. Tan típico, tan extático, que de buena gana se entregaban los reos y allí no protestaba nadie. - ¿Seguro, Verrugo, que con los cuatro gatos que somos podremos tener controlados a estos energúmenos? -dijo la hechicera reavivando la conversación de los miedos y las proporciones- De echársenos encima nada bueno nos espera. - Son los gajes del oficio, señora mía -tranquilo de verdad estaba el capitán Verrugo con su pipa- No le haga caso a las cantidades porque ellos mal cuentan y a nosotros nos basta un pozo para ahogarnos. - ¿Y eso? -dijo tras una chupada honda Corcovado- Qué quieres decir. - Ejemplo doy de un segundo oficial que tuve en un viejo enganche, y que murió ahogado en un pozo del desierto del Sahara; por ansioso; según me enteré al tiempo. Alta se traían la zarabanda los isleños, pero sobre ésta, trajo el aire murmullos de pólvora. Entrecortados y distantes fueron acercándose los disparos hasta detenerse en una loma no muy lejana que se acertaba a vislumbrar desde la 443 443


playa. Los resplandores de los trabucos, y las antorchas, certificaban que seis o siete hombres se replegaban con un orden que lindaba la espantada. Más allá del horizonte que defendían nada se adivinaba. Pero por ver que en el punto montaban bastión, quiso entenderlo Verrugo la última línea defensiva y sin dudar mandó al lugar el órdago; excepto él mismo, y Corcovado, y las señoras. También los boloblás entenderían los tiros por aditamento al jolgorio e hicieron lo propio. Pocas armas de fuego poseían, y aunque hicieron muchos disparos, fue por turnos. Al aire tiraban quizá al ser el volcán ejemplo y seguir expeliendo volutas, pero algunos hubo, y sólo marcaron, que gesto realizaron de tirar contra la choza de los retratos, y esto inquietó tanto a la hechicera, que sin pensar en las consecuencias, ni esperar a más, ella hizo primero. Disparó preventiva porque harta estaba de amenazas. Y tiró al bulto. A quien dejase seco la señora debía ser gente con papel principal en la obra y gran conmoción causó entre enmascarados y bailongos. Se detuvo de golpe el guirigay y una salva cerrada de aplausos fue la desconcertante respuesta de los allí reunidos. ¡Tirando al azar fue a tumbar al nuevo rey! Disgusto serio hubiese sido de enterarse la mujer, mas como al acto saltasen sobre el cadáver y desgarrasen a dentelladas, y comiesen a la republicana, nunca llegaría a su conocimiento. Lo que sucedió a continuación fue confuso hasta para los boloblás. En un trance corporativo y malo fueron cayendo las Casas al compás de los tambores. Aunque cada cual llevase su cadencia a una aunaban voces y entre todos les quedó el runrún clavado al crepitar de la montaña. De orfeón parecido saldría la voz que abriese la zanja que al Infierno mandó sus ángeles corruptos, y la paridad la confirmó el propio volcán, y sin más aviso, que llevaba dados muchos, crujió a hueso roto y se partió en dos la isla. 444 444


Instantes antes ya estaban todos inmersos en la galerna seca. Siendo mar muy denso la tierra, ¡Mucho!, se gestaron igualmente olas negras cuyos rizos y crestas fueron cenizas. Cubierta de barco en temporal era la playa. Y peor estaba el mismo océano porque de momento era el lugar punto de partida para olas gigantescas. Aclimatados a estos ruidos y violencias saturnales atacaron los caníbales. Gran mortandad se produjo aunque desde la choza de los retratos no partiese un solo tiro. Desde lejos empezaron a flechar y disparar los boloblás sin tener miramientos ni cuidados, con lo que los que desde atrás arreaban acertaban a los de alante. Esto es una explicación bastante grosera y no pocos hubo de los que iban de los últimos y aún así cayeron al piso con un hacha en la espalda. Salvaje fue la carga y se salto al despiece a diente vivo. Irrumpieron por ventanas y puertas, mas nadie hubo. Y desde atrás se siguió atizando y se convirtió en gran masacre. Bajo el sitial túneles menores arrancaban del principal con destino negro y sinuoso, hasta sugerente, y las corrientes de aire al silbar conminaban al uso. Firme fue el paso del capitán Verrugo y desechó todas las bocas hasta que llegados a una que anunciaba entibado sospechoso puso en tesitura al grupo. - Siguiendo este túnel llegaríamos a una gruta en la cual aguarda un esquife preparado y dispuesto para zarpar; en teoría. Ahora -y ahí a vista pedía indulgencia Verrugo- esta otra boca que os alumbro, y que tan mala pinta adelanto, sí nos puede llevar sin sobresaltos hasta nuestra base en el cráter. - Ramal que ha corrido por su cuenta ¿no? -de legos reconocía la hechicera la firma- Sí. Y por las mismas puedo garantizar que aunque un tanto desgarbado y tosco el túnel nos llevará al lugar, ahora, eso sí, puesto pie en el sitio el arquitrabado es natural y lo mismo las chozas algo destrozadas las encontramos. 445 445


- Y por muy bueno que sea el vino del que hablas que escondes, qué se necesita de allí para siquiera proponerlo -de majaras se le hizo a Úrsula la propuesta- No es sólo por el vino ¡Que más le vale a Titagolda no haber tocado! Lo que busco con la visita es dar con arma justa en el arsenal de Antoño para batirme contra vuestro ex. - Entonces, das por segura la muerte de Portento. - De eso tiempo ha porque fui a su funeral. Mas no, no estoy seguro que hayan abatido al cascarrabias y ésa es otra razón para optar por nuestro túnel. No sería extraño tampoco que Portento, si desapareció antes de lo que nos contó el Tato, se hubiese encaminado al lugar y se hallase descansando. Sello de su maldad, vibración de culpa tendrá sin duda, pues sabiendo que duerme el genio del volcán próximo al dosel del seno, gusta susurrar improperios y blasfemias para comprobar su poder de impronta en los durmientes y el consiguiente malestar. ¡Pero nunca a esta escala! Y si por los boloblás fuese tampoco temáis, porque aquellos que en la cima os hostigaron luego rondaban la playa. No temáis que haya boloblás en el cráter; en el estado que se encuentran, opino, les será tapu inquebrantable. - ¿Y la trampilla que dejamos, es segura? - Despreocúpate Úrsula del sitial, fierro le eché por dentro y vuelve a ser inamovible. Venga -dijo Verrugo ofertando con la antorcha la vía- la trampilla del cráter cae cerca de la cabaña de Antoño y ésta alberga también bodega antiseísmos. Tenemos allí armas y aperos a salvo de cualquier contingencia. Entre las bagatelas que expone el sitio, recuerdo un florete toledano que Antoño llamaba Aguijón y que juraba ser arma digna para quebrar la entereza de Desgarbador o cualesquiera otra tizona; aunque todo el mundo se lo tomase a 446 446


chunga. Y otra cosa no, pero de cacharras entendía el Antoñín un rato aunque le faltase al pobre algo de cocción. - ¿Tú no opinas, Corcovado? -a ojo preguntó la hechicera- No conozco el sitio. Accedieron las mujeres a adentrarse a regañadientes. Aguantar aguantaba las sacudidas el túnel aunque crujiesen las traviesas y el polvo se revolviese. A ratos se desprendían cascotes o se escapa algún gas, y aunque inocuo, de un indecoroso sabor a la nariz y por lo tanto ni mencionar. Así amagaba con ser la galería todo el rato hasta que a poco del empalme, que es lo que era para alivio de las señoras, salía la parte buena; y tampoco lo era tanto aunque algo sí. Lo meritorio del trabajo eran unos puentes y unas escaleras, que salvaban, no sin riesgo, un par de simas y ríos subterráneos. No llevaban la hora de espeleólogos y sin problemas ganaban la compuerta. Sólida, maciza, batió bien engrasada y dejó paso a una noche tranquila. Demasiado. Plácida colgaba la Luna iluminando el cráter. Seco. Mudo. Ni mosquitos, ni cangrejos, ni peces que saltasen fuera del agua para ver lo que sucedía. Curiosa siempre fue la fauna que les morase el cráter y ahora dejaba oír su ausencia. Sin embargo “vida” existía porque al umbral de lo sensible percibían un zumbido. Constante. Del cariz que deja un tambor cuando se asfixia. Portento estaba sentado frente a su choza en lo que fuese playa de la laguna. Lejos quedaba ahora, pero como si el tal embrujo tuviese que hacerlo al pie del agua, mesaba entre los dedos los granos de arena con tacto de niñero. Lo uno por lo otro sea cierto, y lo mismo que era capaz de provocar pesadillas en el djinn, también se daba mano para propiciarle hermosos sueños. Dulce estampa la suya al hablar botella en ristre a media voz con la tierra. Y tierno. - ¿Qué hace el sinvergüenza? -desde lejos entendió Úrsula importante la tajada447 447


- No penséis mal de él -previno Verrugo- Varios cataclismos del estilo hemos padecido y en lo crítico del caso siempre ha conseguido el viejo aplacar con su método los estertores de la isla. Clava a Desgarbador en el suelo, según me explicó cierta vez, para hacerle sentir al volcán dónde tiene que prestar atención, y al conseguir, el zumbido que ustedes oyen, le cuenta las de Las Mil y Una Siestas y al poco todo vuelve a su ser. - Me estoy temiendo que hoy no será el caso -se adelantó a voces Portento porque la acústica inmejorable le facilitó el debate con el que se acercabanNormalmente me duerme antes, pero ya le he contado mis andanzas por Breda y por toda Europa y no hay forma. Me disponía a narrar en alto mis tribulaciones por los mares de la China cuándo habéis aparecido. - Si es por nosotros continua. Yo venía con la intención de coger el florete de Antoño por si la habías cascado. - Ja. Tú has venido por el vino y por echar un ojo al lago. - Te juro que no, Portento… Bueno, sí. - Ja. Ni gota, eh, ni gota. Ni gota de vino tienes porque te he birlado. Ah, y el lago ahí seguirá; porque aunque no he mirado, sigo vivo. - ¡Poco lago será que poca vida te queda! Estando algo retirado de la lumbre fue al aportar ellos las antorchas cuando descubrieron que Portento estaba hecho unos zorros. Tan sucio y polvoriento jamás lo habían visto; todo él un desconchón. Y vencido. Preguntado al respecto no tuvo rubor para comentar que un mal pie le bajó desde lo alto del cono al lecho. Un tropezón. Un triste traspiés, confesó, ahora entendía razón sobrada para llevar a la tumba. 448 448


No debería querer dar más explicaciones y entonando nuevamente timbre de nodriza, y echándose un par de gotas de elixir en la muñeca, cogió la plática dónde la hubiese dejado y continuó contando al aire su cuento; dibujaba a mano caracolillas. Letras chinas. Quedó solo Portento con sus miserias mientras el capitán Verrugo presentaba el lugar aprovechando el paso y la relativa bonanza. Por ahora no temblaba el firme aunque cosquillas se sintiese la vibración residual en los pies. Pese a no ser primavera la situación, supieron ver a la primera las excelencias del Paraíso. No afeaban los vapores y gases que se entendieron circunstanciales y recientes. Ni los aterres y grietas. Tampoco deslucía un ápice que el atracadero fuese ahora trampolín para zambullirse en un bosque de restos muertos. Bucólico el paseo, al ir haciendo lo que fuese orilla, alargó Úrsula la mano y asió la propia de Verrugo. Al roce el capitán correspondió firme, y levantando la antorcha, y señalando, con gusto les invitó a visitar su humilde choza. Desvalijada al igual que todas, no quedaba trasto que no estuviese roído y roto. Lo que no les cuadraba era lo que pretendería al momento Verrugo al coger una pala, y tras romper el suelo de la estancia, ponerse a cavar en los mismos cimientos. Ahí estuvo hasta que hizo un agujero digno, pero en vez de enterrar nada, desenterró un enorme cofre que era caja mortuoria. No tenía cruz la tapa, pero no se podía negar que era ataúd. Corcovado y las mujeres no ofrecieron ayuda al sospechar que el viejo desbarraba y les iba a convidar a un canapé de tibia, y de beber quizá tocase sorberle la sangre estancada a una momia, porque sin tampoco pedir auxilio cavó a continuación una segunda fosa y extrajo un sarcófago. Le costó un universo subirlos al piso pero hizo solo. Muy circunspecto, Verrugo comprendió que mal entendían los otros, se tapó también él la nariz y se dispuso a profanar. No hizo falta palanca alguna al conocer la contraseña, y bajo el 449 449


rápido movimiento de sus dedos dieron juego los pernios y aparecieron los despojos. ¡Y vaya tripas! Embuchados chorizos y salchichones, y morcilla, y queso y panceta en aceite conservados. Y miel; exquisiteces en canopos a prueba de lustros. El sarcófago era despensa secreta, mas el féretro resultó ser la bodega y preñada estaba de ambrosías vitivinícolas. Y ahí no acabó la cosa. No acabaría, vamos. Dejó el capitán Verrugo encargado que hiciesen un buen fuego a pie de choza mientras él buscaba un nosequé; algo para lo cual le haría falta el mosquete que al hombro se echó. No se tuvo noticia del capitán Verrugo hasta que sonó un tiro no muy lejos. Eco del disparo fue un distante balido que sugirió que el nosequé corría el risco y se iba a escapar, pero sorda y seria sonó una segunda descarga y la reverberación fue de despeñe; al lecho rodó la cabra. Cansada era la expresión del hombre al traer a lomos las chuletas, mas las caras de las señoras sólo mostraron indiferencia y un puntito de asco por la sangre que le chorreaba del animal. Y peor se pondría, al momento con el cuchillo aligeró de vísceras y allí mismo apartó las mantecas. Diligente hizo el despiece. Y esmerado. Eligiendo sólo ascuas rojizas montó tal parrillada que temieron las mujeres estuviese citado sin saber ellas el mismísimo San Lorenzo. Mucho mejor semblante pusieron todos en cuanto el aroma chuletero se impuso al sulfuroso, tanto, que entretanto tanteaban unos tintos, él iba a la tina y de regreso citaba al otro vejestorio. A Portento. Pero sobre aviso estaba éste de lo que se cenaría al irle también al encuentro los efluvios. Y para compartir mesa, a la pila fueron de cabeza. En el agua levantaba Portento surtidores esperando que arrimase el capitán. 450 450


- ¿Has buceado? -poco pie le hizo falta a Verrugo para hacerse entender¿Está? - Sí. Cual se veía, y se ve, sigue reposando en su sitio; a dieciséis míseras brazas se ha quedado esta vez. ¡Ahora sí llegamos, Verrugo! ... Vamos, llegaréis. - Déjame el cubo -pidió Verrugo impaciente- Que puede que más cuenta nos traiga que no sea para nadie. - Por qué, Verrugo. - Realmente es adversario… al ex-marido de la hechicera me refiero... ¡Ahí está! -se interrumpió Verrugo al localizar el talud sabido y descubrir las argénteas formas del troquel- Poca justicia le hace la Luna al envidiar su brillo. Cerca lo veo ahora, sí, incluso más cerca que aquella vez que nos trajimos la Bestia de los Urales pisándonos los talones. Ipin Ipanopanovich. ¿Te acuerdas, Portento? - Tal que hubiese sido ayer. Fue decenio de escasas lluvias y poco más arriba que ahora quedó por sí solo el nivel de la laguna. - Era ruso malo el sujeto. - Mucho. Lástima que muriese de un infarto justo cuando le iba a matar yo. - ¿No fue un rayo? - Hombre, algunos nos cayeron encima al arreciar sobre nosotros la tormenta, pero Bulín siempre dijo que el agarrotamiento que le cogió el brazo fue sin duda anterior. - Entonces saca tus consecuencias porque a mano nos ha vuelto a quedar la pieza. ... Es mucho enemigo, Portento ¡Mucho! Ha diezmado nuestras filas, al punto, que ahora mismo, ¡hazte cuenta te digo!, en esta cuenca están reunidos los últimos psiconautas. 451 451


-¡Y los críos! ¡¿Y Patata?! - Bueno, sigo sin saber; no cuentes con ellos. - ¿Y de Congrio? - Tampoco sé. - ... ¿Y del tal Titagolda? - No se sabe al momento nada. - Creo que exageras entonces -despreocupado nadó de espaldas Portento- Soso estás de pura ignorancia. - No exagero, viejo loco. Reconoce ante testigos y deja que te ayude. - Ayudarme ¿a qué? - A acabar con Bichomalo. A matarlo. Reconoce. - Ja, ja, ja. Je, je, je. Ji, ji, ji -a estilos cruzó la charca que había quedado el lagoJo, jo, jo. Ju, ju, ju. ¡Ni hablar! Remozado salió Portento de la bañera con dirección al fuego. No menos elegante y hambriento le delataba el paso al capitán, ambos seguían charlando sobre la conveniencia o no de reflotar el troquel, antes o después, del supuesto combate, que tarde o temprano, sí, tendría que dilucidar con Bichomalo. Sin arabescos, de no pedir Portento ayuda y admitir, se iba a ir a la tumba sin tener entre sus manos el troquel. Tocarlo lo tocó, e incluso tiró con fuerzas para arriba queriendo arrancarlo del lecho. Pero no hubo modo. Quizá que fuese tal que acariciar la capa de la Muerte, un cosquilleo discreto se apoderó de las yemas de Portento y de todo su ánimo. Y ufano sentó. A plato lleno les recibieron y alabaron la muda. Relajados cenaban cuando al trasquile de una costilla mal le sentaría a Portento que le preguntasen por la gente que le hizo brigada y se atragantó. No supo explicar. Empezó diciendo que se apartó unos pasos para echar un cañete, 452 452


para acabar admitiendo que dio esquinazo en toda regla a la compañía por echar un trago de la reserva secreta. Imaginaba por lo que contaban que estarían aquellos muertos y lamidos, y no le afectó, no. De no haber encaminado Portento sus pasos al cráter sin duda éste ya habría saltado por los aires. Sus nanas, sus arrullos, sus historias, mantenían por el momento apaciguado al volcán. Nada se le podría reprochar por si era cierto, y por si no lo fuese, Portento se llenó un plato y marchó a proseguir en privado su tantra. Largo resultó el día y deseando estaba que todos durmiesen para poder descansar él. Mas imposible resultó al aparecer en lo alto del cono una luz. Y luego otra. Y otra. Otra. Mil antorchas que harían saltar la cuerda a la Luna, prendieron hilera en el borde. Casi costaba más pararse y articular palabra que seguir mordiéndose los labios y reptar escaleruja arriba. En semejante coyuntura parecía capaz cualquier nimia duda de asfixiar. Tras tanto peldaño y tragar humos a Rastrojo le condensó nube en el pecho y hubo que echar el alto. Yendo el último de la cordada escasa ayuda le pudieron facilitar, si acaso también parar y prestar oídos al rezongo. Y fue bastante. Se despachó a gusto el chico haciendo un prólogo de gimoteos y meas culpas, y tuyas, pero apenas expulsada la parte embarullada de sus miedos exponía ¡no sin razón! varias cuestiones inquietantes. -¿Lleváis algo encima que se pueda comer? - ¿Tienes hambre? - Mucho trecho hemos hecho y mal nos hemos nutrido. No sé vosotros, pero yo me siento incapaz de ir más lejos. Ni fuerzas me quedan. En algún sitio deberemos dormir y yo he cogido la postura. Paremos un rato. - ¿Unos minutos, garçon? ¿Unas horas? ¿Unos siglos? -por enrollada sonó 453 453


distante la voz del capitán Misson- Vamos, ánimo mon petit paresseux, con el tiempo que llevamos subiendo mucho no nos puede separar de la cumbre ¡Ni el Chimborazo! Vamos, seguid haciendo rosca porque poco también queda para amanecer. Lo siento en los pigmentos. Recordad lo que nos sigue. Siguieron ascendiendo y sólo hicieron receso para que suspirase Patata y despotricase Herejía. Dio de sí la lúgubre gatera para que todos renegasen de la opción tomada, al extremo, que se propuso volver, y no se hizo porque algo de claridad quisieron barruntar. Tímido y apagado les pareció oír un gorjeo sobre sus cabezas; unos peldaños más arriba. Dando cuartel a la sospecha apretaron los dientes y siguieron rechinando. Tal quisieron escuchar, un par de revueltas después ¡una eternidad! cantaba un zorzal peticarbonero su alborada amorosa, y por ello, ahítos de tonta esperanza, echaron los restos y dieron con el aire límpido del exterior. ¡Aaaaaaaah! Con tal ansiedad inhalaron la brisa fresca que fácil que consumiesen todo el trabajo verde de la floresta. Exhaustos, no tuvieron fuelle para comentar la cinta de fuego que se extendía por el borde del cráter. Lo menos mil o dos mil antorchas, de no más, se asomaban a la caldera con intenciones poco claras; aguardaban los boloblás, y que era ínterin supieron los chicos porque se rompió en dos el frente flamígero dando primera fila a un nuevo invitado. No pudieron concretar quién era al no llevar el sujeto candil alguno y ser grande la distancia. Largo rato estuvo escrutando el individuo, para al final pedir una tea y encaminarse solo al lecho. No dio explicaciones Herejía, pero al arranque suyo arrancaron los amigos y cono adentro se tiraron buscando nuevo escondrijo que ofreciese perspectiva. Obligada a otra cita acabó la Luna por irse dando paso a la mañana. Poca 454 454


ayuda prestaba todavía el Sol al acudir al cuenco las sombras de toda la isla buscando cobijo. No había piedra que no pretendiese tener vida o ser capa de maldad; la piel externa del volcán era de un genuino costroso que de por sí encogía el pecho, cosa es de imaginar, a esas horas tan tempranas ¡Y entre vapores! asistir a thanatopsis. Sí. Por la mismísima Muerte la temieron los muchachos e intentaron retranquearse en un covacho, mas apenas a los tres pasos de internarse en la oquedad una puerta, recia, daba final a la cueva por infranqueable. Se resistió a dos o tres trompadas sordas y no quisieron violentar a patadas por temor a ser oídos. Allí hubiesen quedado acurrucados hasta que les saliese barba a los tres de no ladrar desde afuera Ramona, que sentada, al tiempo que llamase a los muchachos desafiaría al otro con su presencia. Los chicos negaron conocerla y hasta algún guijarro lanzaron para que se fuese a perseguir a la Liebre de Mayo, pero vista la insistencia de los ladridos, y que allí no se acercaba nadie a darles muerte, se envalentonaron lo suficiente para asomarse a la boca y ver cara a cara a la Fría; o a su nuevo delegado. Negro cohen vestía el ser. Lucía capa holgada urdida con el algodón de los pantanos, pero debajo, aún sin curtir, negras eran las botas y la casaca que se sacasen de Grassiela. Sí. Ni el verdecino de la cara se dejaba que escapase al ocultarlo en lo profundo de la cogulla, sólo el ojo ¡y por lo blanco! le dijo a los chicos que allí respiraba hombre y no ángel exterminador. ¡Pero acojonaba! - No le hagáis caso, no temáis nada de ese fantoche porque sólo es un fanfarrónen la distancia gritó Portento mientras tomaba despreocupado el camino de la laguna- ¡Oye tú, perjudicado de la tosferina! -cimbreó Verrugo el sable- Deja en paz a los chicos y busca uno de tu tamaño. Baja. - ¿Estás seguro que tú, o alguno de tus socios, me valdría? -se respondió con un 455 455


mínimo deje caribeño- Siempre os las habéis arreglado para traerme medianías y aún así os he vencido a todos. Aunque les engañase la vista y el oído, de sexto sentido Herejía como Rastrojo iban finos y se pusieron a temblar. Azotainas, desprecios, habiendo sido objeto de burla en no pocas ocasiones, se les agolparon todas éstas a los ojos y Patata supo entender. Ramona olería el miedo de los críos y levantó los belfos invitando al otro a que siguiese ruta. Gruñía la presteza y erizaba la cresta, todo un despliegue que convenciese, o no, llevó al hombre a reanudar la marcha. Se le esperaba en el lecho del cráter. - ¿Quién es? -tiritó Patata- Juraría que mi padrastro; aunque algo me hace extraño. - ¿Tu padre no era un príncipe? - También. - ¿Y qué es tuyo, Rastrojo? - Una pesadilla recurrente. - O sea, que éste es el marido de la hechicera. - ¡Ex! -puntualizaron- ¡¡Ex!! A pistola recibió el capitán Verrugo a la visita y la conminó a que descansase en una piedra apartada hasta que retornase del lago Portento. Sentó la negritud en la roca referida y contra todo pronóstico de los chicos ni una mirada echó, buena o mala, a las señoras. ¡Cómo si no estuviesen! Animados por tan peregrino salvoconducto los muchachos abandonaron el refugio y fueron al encuentro. - ¿Están en orden las cosas? -a lo suyo inquirió el siniestro personaje- Siendo recién difunto Boloblás III el Cumplidor, supongo que hasta de su boca habrás oído la lista -aunque cortés, Verrugo pretendía ser lo justo- No nos hagamos los idiotas… Caimán. 456 456


Si aquí estamos es por la última cláusula. - Entiendo entonces que tu comadre se empeña en decir que no; de lo contrario, habrías abierto fuego. - Todavía tengo tiempo para dejarte seco antes que Portento se acabé de acicalar. - No puedes. Ha dicho que no y su palabra debes atender. Es Ley. - ¿De quién? -gracia hizo la invocación a la hechicera- Por lo menos esa carcasa que usa nunca se atuvo a ninguna. - Al tanto estoy de lo que hubo entre usted y este cuerpo, mas guarde ahora silencio, señora, porque las fuerzas que manejamos no comprende. - ¡Usted no está al tanto de nada! -dijo la hechicera amartillando la pistola- La Vida, cosa que habéis olvidado los muertos, es cosa de uno y sus circunstancias. Y habiéndose mezclado las suyas y las mías, nada le dice que sin más no le abrase la cabeza. - Quede cosa de decir entonces, que entiendo yo como muerto y espectro, que la Vida es cuestión de uno y sus circunstancias, más las circunstancias de los otros. - ¡Dale el tiro! -pidió Úrsula- Sólo nos faltaba ahora que el canalla pretenda volverse filósofo. - ¿Qué me impide que te mate? -pese a la patente desaprobación de Verrugo la hechicera fue más allá y se acercó hasta apoyar en la sien del hombre la pistolaNo una, dos. Te invito a que me des tres razones para que no apriete el gatillo. - ¿Sólo tres? Más le puedo dar. -Tres; me es número cabalístico. - Valga entonces que aunque estertor involuntario le diese al dedo, y obrase el martillo, y prendiese la pólvora, no haría el viaje la bala porque ya me cuidaría yo de hacer que antes reventase la pistola. Otra, que de hacer daño se lo harían a este cuerpo y no a mí. - No diga, porque no es razón que valga -rechazó la validez Úrsula457 457


- Anoten en tal caso, señoras mías, que sólo mi mano puede librar a Portento de lo suyo. - ¡La cogemos! -se adelantó Corcovado a nueva objeción-… Con remilgos, eso también. - De lo más prosaica sea entonces la última excusa, y aunque deslucidos, fíjense vuestras mercedes, que los caníbales siguen aguardando en lo alto para bajar a buscar la carne que se haga; prometida la tienen. Y no duden que hambre les va a abrir el descenso. Sería baladronada o por pura curiosidad, pero la hechicera tiró con sumo cuidado de la punta de la capucha para atrás y lenta salió de la vaina la cabeza monda y lironda del capitán Bichomalo. Ni un pelo ¡Ni en las cejas! Verde musgo todo él. No cabía duda al respecto. Era. Mas poco quedaba de la apostura que recordase la hechicera y con evidente repugnancia agrió el rostro. Con aquel sujeto, el único recuerdo que uncía, era al lagarto, al Felipe; con el que compartía un fondo de mirada más que evidente. Ojos, sí. Dos. Dos ojos. De momento el detalle le confirmó a la señora que éste distaba algo de ser el Bichomalo que algo tullido acertase a desembarcar en Barrena y dejase pendiente el combate con Portento. Y más completo demostró que estaba pues al levantar de dónde sentaba para estirar las piernas, y escurrir del todo la capa al suelo, también volvía a tener dos manos y dos pies; con el tranco inferior habría tenido problemas, eso sí, y una ligera cojera le persistía. Poco más se habló allí y todo fueron miradas. Despacio iba el día pero no tanto como para que no arraigase el primer haz de luz. Un rayo de buen sol tomó puesto, y a éste le siguieron no pocos hermanos hasta formar solana en lo alto del farallón. Cosa de tiempo era que fuesen lamiendo las estribaciones hasta sorber del mismo lecho, y quizá, con suerte pensaron los muchachos, la luz directa del astro pudiese acabar con la pandemia. 458 458


- (Vaya futuro te espera, Herejía -parapetada tras Úrsula buscó la chanza PatataEn cuanto te salgan hongos y caspilla, tal que a tu viejo, es cuestión de decirle a los compinches que te corten el pescuezo; no quieras vestir la heredad). - (Ja, ja y ja. ¡Qué gracia tienes!) - (Aunque el verde impresione -musitó Rastrojo- tres o cuatro había en nuestro pueblo que glosopédicos, carbuncosos, y mala gonorrea que les roía, peor aspecto se gastaban los días festivos). - (¿Qué pasa por ahí afuera?) -desenrolló Misson la voz- (No pasa nada, capitán -a juicio de Patata así era- Aún se espera el regreso de Portento). - (Idme buscando marco, s´il vous plaît. Cualquier trasto me valdría; el respaldo de una silla, una caja, una palmera. Hasta extendido sobre la arena). Con la excusa de buscar percha dejaron la tela al cuidado de Corcovado. Sin mucho esfuerzo trenzaron soporte para Misson, lo que más les llevaría sería sacar de la santabárbara subterránea el otro cañoncito que recordaron haber visto. Y poner en facha. En falta echaron por fin a Congrio cuando mano echaron a la soga y empezaron a arrastrar; que era de emplazamiento a vástago. Supiesen o no a lo que se estaban entregando los chicos, no intervino nadie y a su gusto y criterio emplazaron el cañón en una roca que estimaron cureña adecuada. Aunque grande era la piedra, la única virtud por la cual fuese elegida era que agujero tenía en el centro que ni a medida para embutir el bronce, una vez hecho, amontonaron en torno a la pieza una infinidad de gorrones y pedruscos. Al acabar, más parecía aquello torreta de la Costa Brava que un mero cañoncito de borda. - Y digo yo -después de muchos sudores tan obvia se le hizo la pregunta a Rastrojo que tuvo que soltar- ¿No valdría igual que le pegásemos tres tiros en vez de un cañonazo? 459 459


- Yo estoy en lo mismo, Rastrojo, pero sanguinaria es la muchacha. - Aunque perfectamente valdría, mi idea es cubrir con la artillería el camino de bajada. Una vez muerto tu ex-padrastro habrá que defenderse de los caníbales. - ¿Tú crees? -lo dudó Rastrojo- A mí me da que no van a ser amenaza prioritaria los boloblás. ¿Habéis visto el espadón que calza el gachó? - Confiad en Portento -dijo Patata pasando a cargar los fusiles- No es rival la Gurriata para Desgarbador. - ¿Así llama? - Así dicen. - ¿Y tu dinero pondrías a ello, Patata? A dar respaldo a Portento -movía baqueta y lengua con acierto Herejía- No. Claro que no -paró Patata al parecerle de mal gusto la pregunta- Una cosa son los cuartos y otra los sentimientos. - En qué quedamos -también Rastrojo abogaba contradicción- … Nunca nos entenderéis ¡Hombres! Le bastó la explicación a la chica y marchó a distribuir el armamento en los parapetos que consideró oportunos. Habiendo hecho finalmente un par de viajes con la carretilla, pólvora y plomo tendrían de sobra para dar batalla al ejército aborigen; al menos durante un ratito. Cuchillos, sables, no les faltó trabajo a los críos. El Sol entraba con tal descaro al cráter que fue cosa de parar. Portento. Dónde caraja estaba el sinvergüenza que quizás ni bien se hiciese apostando. Varias horas llevaban de espera a pleno sol cuando propuso Corcovado dar uso al porchecito de la choza. Al mismo capitán Misson se le aupó a una escarpia que mucho le sirvió en el pasado para colgar. La sombra quedó en la solana. Le revoloteaba el pepino una legión de avispones 460 460


y abejorros que creerían ver en el verde la sazón óptima de la fruta, y ni por esas quejó o mostró impaciencia Caimán. Aguardó la arribada del viejo tallando en los labios rictus sardónico. De haber sospechado Portento que se dudaba de él antes hubiese aparecido, o porque lo calculó, ninguna prisa se dio y cómo si nunca hubiera hecho, tomó las abluciones matutinas. La demora básicamente la perpetró tratando por última vez de sacar por su cuenta el troquel. Se ató dos meños a la cintura, y aguantando lo que el leviathán en su viaje a los abismos, con el cuchillo de vela intentó picar en las rocas y corales que lo encastraban para extraer. Mas no. No hubo forma porque hasta bajó en una ocasión con el mismo Desgarbador y casi lo trunca. Vista la imposibilidad, se puso en faena y empezó a cambiarse las vendas y a respirar el agua salitre de la laguna. - ¿Qué tal, hijo? - ¡Coño Genoveva! Qué tal usted. - ... Mal hijo, mal. - Imaginaba; lo de Pastinaka ha sido muy duro para todos. - Gracias Portento, lo sé, gracias. - Entonces venga, arriba ese ánimo porque hoy es día grande. - No sé si podré, hijo, no sé. - Si vas a estar todo el día así hazme un favor Genoveva y vete a reiterarte a otra parte. Hace rato que respiré mi cuartilla. - Tranquilo que no haré más. Estoy pensando rendirme y dejar que mi alma se vaya al guano. - ¡Genoveva! Pastinaka padre sigue en el cielo ¿no? - ¡Que le den por el trancas también a ése! - Joder Genoveva, sí que está tocada. Ni al quemarle a las hermanas, o con los 461 461


hijos que fusilaron, inclusive cuando le pusieron a bailar a usted misma en la soga, no le había visto yo tan afectada. - Ímproba es la tarea que se me asignó. - Qué podría hacer por usted, Genoveva, para que alegre la expresión. ¿Quiere que le confiese los pecados y le dé a redimir mi alma? - ¡¿Harías?! - Ja. ¿Pero usted se cree que estoy hecho de arcilla de botijo? ¡Todos los días el mismo encoñamiento! - Bueno. Lo mío es probar. Bien limpio y salado recogió Portento del suelo un hatillo que bajó con ropa. De señorito habanero eran los trapos. Blancos. Impolutos. Tan pía vestimenta incitó a Genoveva a buscar nueva suerte y volvió a tocar. Un montón de veces se dejó herir de muerte Portento poniéndolo facilón. Infinidad de tiros le pegaron, y estocadas, hasta en cierta ocasión se pasó una semana colgando por el cuello de un bauprés. Mas ninguna matadura le llevaba a la muerte segura y sí a un dolor de alma indescriptible que era la contrapartida a su “inmortalidad”. No estaba dispuesto a zaherir más su orgullo ni sus carnes y tiempo ha que comprendió que sólo acatando a rajatabla podría disfrutar de su parte del tesoro. - ¿Y qué vas a conseguir si matas a ese desgraciado? Nada. Tendrás que volver a embarcarte en otra tonta odisea que te dejará en el mismo lugar. Deja de matar y avente a razones, Portento. - No sea pesada. ¿Cómo lo ve? -referencia hacía al pantalón de lino que acababa de abotonar- Se consciente al menos, que de matar, no supondría el fin de nada. Muy al contrario, sería inicio. - ... Eso es otro libro. - No. Es posponer el final del mismo. 462 462


- Bueno Genoveva, léalo a su gusto. - En tal, lo leería a ritmo de teatro; de comedia… ¡Tragicomedia! ¡Qué digo! ¡¡A cuento para mis hijos, canalla, que no tienes enmienda!! De algodón era la camisa. De muchos botones, tantos, que rosario le eran a los dedos y al ir enhebrando en los ojales musitaba plegaria privada. Cada botón una estancia, un recuerdo, una existencia truncada que agotaba arrastrar. Los mismos escarpines le fueron del todo imposible calzar al haberle medrado la juanetada y no admitir más horma que la hecha a medida. Probó y probó. Hasta rajó el calzado buscando escape al atolón, pero imposible, que pies y dedos eran raíces, acabó gastando la planta desnuda. Muy digno él, una vez ceñido el cincho y el sable, buscó los tiros de la sisa y las vueltas del dobladillo. Coqueto, cuando quiso considerar que estaba aviado pidió opinión a la mujer adoptando el perfil bueno. - ¿Vistes de entierro? - ¿Por el riguroso blanco me lo dice? - No Portento, te lo digo porque unos cuantos agujeros de bala, y lo que creo son dos o tres machetazos, te deslucen el atuendo una miaja. - No repare en ellos que el zurcido al par de pasos deja de apreciarse. - En ese caso hazte a la idea que vistes de domingo. - Eso pretendía. Embreada la coleta, Portento se sacudió las palmas de las manos y adoptó el caminillo de regreso. Raudo tiró el paso y ninguna viscosidad pudo arruinarle la compostura. Al aparecer en la playa tendió luenga reverencia a las señoras; a Verrugo y Corcovado saludó a mano y al enemigo ni agua; a los chicos, algo apartados y a sus juegos, un escueto gesto bastó. Mucho habría que decir mas no se dijo nada. Desde que se viese la camocha de Portento despuntar entre pecios y esponjas nadie abrió la boca, todos eran 463 463


conscientes que lo principal estaba por llegar y prestaban atención. En cualquier momento saltarían las tortas y no era cuestión de perderse ni el inicio. Por lo pronto, no hizo falta que dijese nada el otro para que Portento supiese que el capitán Caimán ya estaba presente. Prueba de ello eran los remiendos físicos, la mirada de aligator y el atar a la cintura a la Gurriata. Sí. Mano uno y otro echaron a la espada aunque sólo por adquirir pose y dar tema para pintar. - Esta vez no te podrás quejar, Caimán. - Taras tiene el bicho que no es momento de detallar. - No quejes; que no hay zombi que te cuadre. - Aunque cojo y manco me ha llegado, creo que me bastará para mandaros al Infierno; vais a venir a casa. Sin más, sin vinos ni cantinelas, desnudó Portento a Desgarbador y el otro a Gurriata. Tampoco hubo saludo, que se consideraría hecho, y al cruce de los primeros tientos saltaron chispas. Tomó Portento la iniciativa y a dos manos fue tirando rasgados hasta que Caimán no pudo recular más y cedió un tajo en la pierna. Grande sintió Portento la herida hecha y giró en redondo buscando el beneplácito del público, aunque lo único que obtuvo fue una puñalada por la espalda que le afectó el pulmón. De sangre fue el esputo que le subió a la boca para escupir con rabia y placer. - Si quieres escuchar ovación no te impacientes porque en nada oirás -a risa viva buscaba el capitán Caimán de nuevo los medios- Espera a caer en manos de mi gente, tengo apartado a lo más abyecto de la servidumbre, con instrucciones precisas, para que te saquen con esmero de pieza entera la piel. Y los músculos por sus grupos. Los huesos, las vísceras, las venas y los nervios te van a macerar con cuidado y arte para que no pudran y aguanten el trote de la tortura que te adelanto por eones. - A mí se me hace mucho tiempo lo que sugiere... mmmm… 464 464


Desde luego lo que sí me ha sorprendido es esa faceta taxidermista que no le conocía. ¿De ahí el arte para rejuvenecer el cuerpo? Se alternaban las rachas de espada con las de lengua al ser cosa sabida y prioritaria el administrar las fuerzas en estas latitudes; y es que al haber sido fraguados los aceros en tabernáculos oscuros, su peso era extraordinario y no todo el mundo podía empuñar. Y mucho menos blandir. ¡Y qué decir del esgrimir! Portento y Caimán empezaron a batirse en una punta y acabaron en la otra. Siendo circuito cerrado el lecho del cráter a otro empujón que se pegaron volvían al sitio de inicio. Considerando la primera vuelta de tanteo entendería oportuno el capitán Verrugo y testigo le pidió a Corcovado que fuese. Depositario del doblón de oro que ponía a ganador Caimán. Él, como venía diciendo, se encargaría de abatir a la fiera de un buen plomazo en la sesera, y por si no bastase, y que tampoco se consiguiese nada con un segundo mosquetazo, las señoras portaban dos pistolas, y su correspondiente fusil, para ver si entre todos no serían capaces de horadarle tamaño agujero en la cabeza que no mereciese ser ésta tenida por tal, o eso, o cortarle la misma de un tajo seco, se decía método infalible. Descerebrar. Pero para rebanar a sable se requería el cuerpo a cuerpo y no era ése el campo del capitán Verrugo, y no siendo tampoco el de las señoras ni los críos, no había movimiento, giro o finta que empezase a desarrollar Caimán, que no fuese seguido por media docena de ojos tras sus miras. Sintiendo el aliento de los compañeros Portento inventó nuevo repertorio con temas viejos. Le vinieron a la mano piezas bailadas con osos enseñados en el Caúcaso, largos y bien tirados compases en Alcalá de Henares; junto a la tapia de un convento carmelita. Con las mejores puntas y notas urdió remezcla aplaudida que le llevó a acorralar contra unas rocas al capitán Caimán. Mas la 465 465


espada ni el oído tampoco tenía éste de mentira, y átono fugó del cerco con el socorrido puñado de arena que no se debe dejar de arrojar rondando la oportunidad. Y ésta se dio. Con todo fue al contraataque Caimán y mal menor sacó Portento al conseguir trabar en alto las cacharras. Cual pilares de un puente que entrelazan tensiones acabaron yendo al suelo por un nimio desequilibrio y ahí empezaron a rodar. A un lado y a otro, y si levantaban, o al menos por un instante se afianzaban de rodillas, al suspiro siguiente volvían al piso. Trabados en corto llegaron a perder sus armas y con pocos escrúpulos siguieron a las manos. Hechos ovillo dieron una de sus consabidas vueltas a la playa, mas habiendo llevado curso sinuoso y errático les revolvería como girar lo que el mundo lleva hecho. Y cara de vomitar le quedó al capitán Caimán aunque en él fuese difícil apreciar. El verde era el mismo, sí, y las trazas, mas un ojo se le iba al vizcondado bailándole frenesí. Y la espuma. La baba. Todo espumarajos le era la boca, sí, hidrófobo, gruñó Caimán tal que si una caterva de querubines le estuviese dando misa en el vientre. Tras rato de angustias y regurgitar sapos y culebras volvió a convocar a Portento, pues entre tanto él convulsionaba, el otro aprovechó para recoger el arma y acercarse a la choza de los compadres y tomar refrigerio y consejo. Y poco fue lo que pudo agarrar. En firme trincó la botella y que mal no lo iba haciendo pese a que las apuestas dijesen lo contrario. Franqueza por franqueza, anteponiendo que existía pero, admitió que el fulano era rival. Y bueno. Ahora, para darle sepultura seguía empecinado en que no. Con el no en el ceño acudía Portento a nueva cita cuándo le atenazó otro ataque a Caimán y fue a derrumbarse en la arena. Y no sólo eso. ¡Más! Por la nariz y las orejas, ¡por los mismos lacrimales!, una aleación de mocos le supuraba. Fija le quedó un instante la mirada, lo mismo que los ojos de un besugo que lleva unas horas fuera del agua, pero al momento siguiente, se le 466 466


volvieron a humedecer las pupilas y ahí sí se pudo apreciar el cambio bien. Ni que hubiese comido una saca llena de erizos, castañas y procesionarias, el capitán Caimán comenzó a quejarse. Lágrimas, aullidos. Todo lo tangible, todo lo observable, era que el hombre botaba en el suelo atormentado por algún sufrimiento indescriptible. No siendo más que una bestia descarriada pensó Herejía acabar con tanto dolor y amartilló el mosquete. Y no lo dejó seco porque en el último momento se interpuso Portento en el posible camino de la bala y que también Patata metió el dedo en la vereda del percutor. De ésa se libró, mas nadie puso obstáculos al estilo de compadecerse de Úrsula y un trabucazo le descerrajó al fulano en pleno muslo. Mordido por el plomo levantó Caimán en un ay del suelo, y corriendo corriendo fue a chocar contra una palmera, de la palmera, a la carrera, fue a estamparse contra unas rocas, y ya muy cerca de ellos, junto al fuego, al paroxismo del dolor llegaba al trompicar sobre las brasas y saltarse el ojo restituido con una punta al rojo. Aparentemente concluido el espectáculo yacía el hombre prono, muerto por hediondo y verde lo creyó Portento, pero al acercarse para azuzar con el pie, el otro se revolvió rapidísimo y tras derribarle mano limpia pudo echarle al gañote. Y apretar. Apretó y apretó. Para zafarse de tan dañina prensa Portento ahondó en la herida abierta por Úrsula. Un breve desahogo supuso y nada tardó en recuperarse el adversario y tratarse a puñetazos. Cada hostia que lograba burlar la guardia era recibida de muy mala gana por Portento. Ganchos, directos, cruzados. Por mucho que defendiese, e incluso que alguna devolviera, por lo surtido y acertado de los sopapos Portento quedó casi gagá, y digo casi, porque reflejos y acierto tuvo para ayudarse de la faca que 467 467


guardaba embuchada en el cincho y hacerle un buen desgarrón en el costal al oponente. -Buenos días... ¿Capitán Bichomalo? -inquirió Portento resollando- Casi tardes, sí. ¿Es alguno de los aquí presentes pariente u amigo de un tiparraco que se hace llamar capitán Caimán? -sólo eso se le entendió a Bichomalo del monto de maldiciones y juramentos que echó- Con rotundidad podemos decir que no. - ¿Alguien que haya viajado a la ciénaga natal del tal Caimán? - No ofenda. - ¿Y conocer socios? ¿Clientes? ¿Visto alguna de sus posesiones? ¿Dormido en la misma venta? ¿Charlado con vecinos? - Hombre, si tanto ciñe por fuerza le vamos a tener que decir que sí -dijo el capitán Verrugo volviendo a poner el ojo en la mira- Si filiación al sujeto nos busca por fuerza hallará que tratamos las mismas maulas, mas a poco que recuerde se hará a la idea que nuestra intención era matarlo. - A él ¡y a mí! - Al que se declarase contendiente -fuese uno, u otro, Portento invitaba a reanudar- Vamos, vamos, menos darle al pico y más obrar el sable porque en nada llega la siesta y soy muy devoto. - (¡Falsario es! -exclamó doña Genoveva desde la biblioteca- Éste es más ateo que los últimos bancos de la iglesia). El rato que había sido el capitán Caimán desplegó tal variedad de golpes y contras que tuvo que admitir Portento que era enemigo de talla, mas volviendo a ser el capitán Bichomalo, de talla pasó a ser enemigo de cuidado pues malas y arteras fueron las estocadas que tendió. Como le dijese el otro no todo fue usurpación y nepotismo, un tesoro en sí era el 468 468


saber espadachín que le transfiriese Caimán, y haciendo uso de ello, y el arrojo que le era propio, poco a poco fue Bichomalo esta vez quien acorralase contra unas palmeras al viejo Portento. Y creyendo el suceso lance de victoria, con ganas tiró tal golpe que segó dos palmeras embotando la hoja de Gurriata en una tercera. Portento aprovechó el yerro para salir del brete, pero antes de tomar distancia, exhalación también se demostraba seccionando por la muñeca la mano de Bichomalo que asía el cuchillo; incluso intentó repetir suerte con la que enarbolaba a Gurriata, pero sacada ésta de la pulpa blocó la acometida. - Hala, ahora sí que es el que era -taurómaco daba desplante Portento para echar un trago- Igual que si desembarcase de nuevas le veo. - Palabra que no tenía pensado ensañarme mucho con usted -cínico reía Bichomalo la mentira al tiempo que funda y torniquete se ponía en el muñón con el pañuelo- Pero descuide que ahora voy a despedir a los criados y yo mismo me voy a encargar de la vivisección. - ¿No fue eso cosa que me prometiese Caimán? - Déjese de suspicacias porque no llevo política rupturista y bien sé que todo lo que fue de ese bastardo, ahora, es mío por derecho. Desconozco cómo podré llegar a hacer uso y disfrute de la fortuna, ¡Ni la cantidad!, pero sé que se os consideraba estorbos y por lo tanto me reafirmo en el pogromo. - Ja. ¿Sabe realmente lo que acaba de heredar? ¿Lo que quiere decir eso? - ¿Que para mí se acabó la piratería y hacer el lila? ¡Por lo oído soy inmensamente rico! - Ja. Tanto trote y todavía no ha aprendido nada. Abandonó Portento el cuchillo de vela y la botella de tinto. Junto a la hoguera esperaba el capitán Bichomalo con la Gurriata tiesa, mas no llegaría a coger distancia porque a seis o siete pasos de encontrarse sacó Portento de la espalda 469 469


una pistola y le descerrajó un tiro en la cadera. Veleta de granero cedió Bichomalo al viento de la bala y giró ciento ochenta grados. - ¡¡Dong!! -onomatopéyico y burlón anunció Portento¡La una! - ¡Qué hombre! jo, jo -todo dientes se descabalgó Verrugo de la cara el mosquete- A comer, todos a comer que lo dicta el jefe. Dudo entre darle un abrazo o una patada en los güevos. - Oh, lala. Mon ami. Trés bien. ¡Magnifique! Oh, lala. No recordaba nada así. -¿Qué ha pasado? -preguntó doña Genoveva desde la mecedora sin abrir los ojosLo siento, pero en el runrún de la batalla, o bajo el fragor del cañoneo, no soy persona. - Te duermes chéri, te duermes en la sombra de un espadín -de mecedora a mecedora susurraba Misson- ¿Será porque ya me sé yo cómo va a acabar esto, querido? - Será. Sabiendo segura la triquiñuela no se acercó Portento al enemigo caído y a voces promulgó nuevo receso. No eran horas de estar en la playa, dijo, porque toda la gente decente del mundo andaría comiendo en sus casas. Al sol volvió a quedar el capitán Bichomalo. Sentado en la arena sentía vivificante la constante telúrica y por ello no buscó sombra. Entre las cenizas de la fogata metió un boniato y dos patatas que se le arrojaron para comer. Mientras esperaba que al punto quedasen, le agarró el fuego por banda cautivándole ojo y oído. Susurraba. Sssfffiiissshhh, sssfffiiissshhh. 470 470


Bífidas las llamas, en cuanto acomodó el entendimiento descifró los chasquidos y siseos. Y algo parecido le vino a pasar con la tierra a la que entendió el constreñir, hasta las vacuas y tontas conversaciones que se traían moscas y moscones sobre su cabeza recibía en buen cristiano. Don, o castigo, no tardaría en sacarle provecho al querer entender a una pareja de rescoldos que ansiosos estaban por tomar entidad y ser miembros de algo animado. Una mano, por ejemplo, podrían llegar a ser si guante que soportase sus calores se prestaba. No era casual que las brasas al momento de ser descubiertas estuviesen hablando del prodigio, allá dónde mirase, dónde sus sentidos pusiese a escrutar, el objeto, planta o bicho, de plano le cantaba sus posibles virtudes al capitán Bichomalo. Entregada estaba la isla y él reía amo. - De qué reirá -dijo Patata solicitando vino- Desde que hemos empezado a comer no ha dejado de reír. - Sí. Loco de los que corren el fuego parece; que éste le tiene sujeto -no se le iba a Corcovado de la mira entre pringue y pringue- Eso es que trama algo -precavida, la hechicera dejaba el plato y también retomaba el mosquete. El capitán Bichomalo rellenó un guante con brasas y se lo abotonó como pudo a la bocamanga de la camisa. Uno, dos, tres, cuatro, los cinco deditos a una respondieron con tal precisión, que sin romper recogieron una chirla de la arena y en la cuenca del ojo se dejaba con esperanza de arraigo. Y arraigó. Poco útil le era el ojo porque apenas distinguía bultos, pero siendo preferible a la tiniebla absoluta, Bichomalo volvió a carcajear exultante crispando el tranquilo tedio de la hora. A la vera do sentaba mandó Corcovado un plomo indicando que callase, pero mal le sentó ser regañado en lo que ya consideraba su casa, ¡Y por un advenedizo!, y claro, Bichomalo se revolvió. Levantó del sitio y a la posición que ocupaba el grupo se encaminó. Despacio, con las manos a la espalda y la 471 471


cabeza gacha, ocultando los restaños. Hubiese sido tomado por reo arrepentido, o por perro apaleado que con miedo vuelve al amo, de no venir entre dientes farfullando viborino. - ¿Dónde va el batracio? -alto le dio Corcovado a dos carrillos- ¿Quién es éste? -plantado ante el piloto inquirió BichomaloNo había reparado en usted, pero tenga por seguro que ahora me he quedado con su careto. - Soy Corcovado. Y no intente ninguna dialéctica conmigo porque yo primero le arreo el tiro y luego respondo. - Poco llegará a conocer a las personas. - ¿Es advertencia? - Sentencia -dijo el capitán Bichomalo cruzando los cuatro pasos que le separaban de un cuenco de plátanos- ... ¡El postre! Tenso fue el momento y al dar la primera zancada a la cara se llevó el mosquete Corcovado. Cuándo dio el otro la segunda puso a quemarropa el altillo de la mira. Y con la tercera amartilló. El cuarto paso llevó que el dedo de Corcovado se acomodase en el gatillo, y al no haber quinto quedó en suspenso si hubiese disparado. Desafío de Estado se convertía el hecho de comerse un simple plátano. Ante ellos peló a mordiscos el capitán Bichomalo con una prepotencia y desprecio que hasta ese día se pensaba imposible interpretar haciendo monda. Y comió. Dio la vuelta Bichomalo para retornar a las llamas, y al par de pasos de despegarse del porchecito arrojó hombro atrás la cáscara sabiendo que ésta iría sin duda a parar a la cabeza de alguno. Aunque buscase el agravio no imaginaba que por la espalda se le iba a responder. Corrió esta vez la veleta 360 º de cuenta de Corcovado aunque la funda del plátano cayese sobre Rastrojo, y lo dijo el muchacho, el Azar es ciego pero encuentra tanteando. Mientras el grupo reía la ocurrencia del chico se arrastró Bichomalo hasta el 472 472


fuego bajo un sol de justicia. Lágrimas perladas le brotaban del ojo nuevo. De piel dura fue, de un serrano singular que mala cosida tenía, mas desde que le picase la bicha de la ciénaga cierto pelo sensiblero se encontraba y no podía por menos que atribuirlo al bagaje que le endosase el capitán Caimán. Un balazo dolía, pero no tanto. El corriente le desgarraba igual que si orinase crías de erizo. Entre eso, y estar pariendo siameses mal avenidos, equiparaba la sensación. Todo un dolor. A estas alturas confiaba sin recelos Bichomalo en las virtudes terapéuticas del fuego y sus rescoldos. La mano enguantada, con criterio propio, eligió unas brasas amigas y tal que apósitos sobre las heridas dejó. Antes de obrar el milagro esotérico, y que no se olvide que era material incandescente, buena parte de la piel circundante se socarró. Se hundieron a ojos vista carne adentro los fresones favoreciendo que medrase la piel encima hasta cicatrizar el recuerdo de lo sufrido; con verde panzaburra. Algo de olor quedaría en el aire y al cabo del rato, que sería lo que tardó en ascender al borde del cráter, la tropa boloblás se alborotó al modo de huérfanos en pastelería, pero salvo eso, secreto quedó del todo la pronta recuperación. Por seguir haciéndose el tullido Bichomalo ató a la mano tonta con siete vueltas el cuchillo. Y uno contra otro, aunque a la Gurriata ninguna falta le hiciese, avivó los filos. Ris que te ris, ris que te ris, dejaba escurrir los cuerpos de los aceros mientras silbaba agorero y no quitaba ojo al grupo. Fumaban. Y eso sí envidió pues no se lo pudo negar la cara. Delicioso era el aroma... mmm... vainilla... cáñamo... mmm... flor de naranjo y alguna hebra de canela. Cual vicioso venteó el humo. Más por acercarlo a la muerte que por dar capricho, le arrojó Úrsula una pipa cargada hasta la borda. La misma mixtura llevaba, mas añadido, completaban la datura unas pizcas de abrasagargantas y buchefuegos. 473 473


- ¡Muy bueno! Muy bueno, sí -alzando la cachimba quizá quisiese dar las gracias Bichomalo a gritos- Esto es lo que me hacía falta. Una buena pipa que me haga caer también los pelos de las orejas y la nariz. - Por qué le das nada a ése -reprobó la hechicera el gesto- Mujer, para saber que pellizco he puesto en su muerte. - ¿Qué le has dado? - Un poco de esto y un poco de aquello. - ¿...? - … Extramonio, belladona y polvo de muscárida. - Vale -cortó la enumeración- Poco será lo que mate. - Si es por dinero que no se debata porque con creces suelo saldar -disfrutando de pipa y conflicto dijo Bichomalo- A mano, en la bolsa, cien piezas de oro me han colgado medio mundo por si presto pago tuviese que hacer efectivo. Y la verdad, no creo que esta mierda de cachimba merezca el desembolso. Y sin embargo, sin remilgos hubiese aforado lo que fuera. - ¿Para tanto tienes ahora? -dudaba Úrsula- Tendré. Tendré. En la cabeza ahora también guardo las piezas de un hermoso puzle. Je, je. Si quieren puedo firmarles un pagaré ¿Les hace? - Sí. No estaría mal -tonto desafío planteaba Úrsula- Pon en letras y échame una firma, que ningún tiempo pierdo y convocando a Balarrás expongo a las llamas el autógrafo. - ¿Harías por mí, cuñada? -por la sonrisa parecía tutearse el capitán Bichomalo con el tal demonio- Si segura estás te digo que te firmo. No me hace falta nada más que un calamar y una hoja de quelp. ¿Puedo ir a buscar? - Ve. Dando prueba de volver dejó clavada en una roca la Gurriata. Muestra buena 474 474


quisieron tomarlo para seguir la chanza y comprobar los límites, y como el hombre partió a buscar recado de escritura, tras él marchó Corcovado con el martillo dispuesto. A los pecios lo siguió. Y en el borde de la laguna lo esperaba cuando salió Bichomalo del agua con el troquel en los brazos. Sorpresa grande la de Corcovado pues unos segundos tardó en asimilar y salir corriendo a propagar la nueva. El troquel ¡El troquel! ¡¡¡El troquel!!! Ja. ¡Papel! entendieron desde lejos, pero cuando a distancia estuvo y fue comprendido la risa trocó espanto. Muy despacito regresaron a la playa y allí se depositó la carga. Dejándose llevar por el hipnotismo argénteo, y para certificar que era la buena, del cuello se arrancó Portento el doblón que le colgaba y en lo que sería matriz dispuso. También Herejía, por sentirse adulto, colocó el suyo, y llevado por la misma sinceridad, Verrugo encajó otras tantas monedas hasta casi completar la docena. ¡Once! El doceavo refulgía en la mano del mismísimo Bichomalo, y tal que hicieron ellos colocó. Con el zodiaco completo, licencia se tomó el hombre para dar tizne a la plancha e imprimir un mal membrete sobre hoja de platanero que le diese soporte a la firma. ¡Por valor de diez mil doblones! Mucho más valía la hoja que lo allí firmado al estar impreso, bajo las torpes letras y números, el contorno de la isla y un camino. ¡Y una equis! ¡¡El plano!! Bueno, un plano. Con sólo doce elementos a combinar, y el tesoro de Caimán en juego, nadie tendría problemas para abstenerse de la siesta y dedicarse a conjugar doblones. Mas no sería posible, no, porque entendió Portento ser momento de justas e igual que declarase el receso abrió sesión. 475 475


- Muchas gracias por recuperarnos el troquel -al menos en esto fue sincero Portento y dijo enarbolando un saludo a sable- Aunque, sepa que estaba localizado. - Gracias a vosotros por traerme las monedas. - No. Gracias a usted. - Gracias ninguna, si me insistes, porque el troquel fue de Caimán y ahora lo es mío -con Gurriata en la mano se reafirmó Bichomalo- No os pensaba reclamar lo de los doblones al considerar ser el robo anterior a nuestro encontronazo, pero sopesando lo pasado ninguna compensación os merecéis. - ¿Acaso pensabas? -doña Genoveva veía dentro de las personas y ésta le era opaca- En especias os iba a recompensar. En carne. Vamos, la propia os iba a preservar dejando sin comida a los caníbales. Pero ahora... Puesto el resto en la mesa a tumba abierta se tiró Portento. Frenesí espadachín el que desplegaron y en seguida se olvidaron todos del troquel. Furia también llamaba Portento a su sable, y Saña, y Venganza, y Justicia de Caballero Andante que allá dónde hubiese entuerto, y sin estar invitado, el anciano dejaba ver el filo. Y no menos nombre tenía hecho la Gurriata. Por sí sola la espada de Bichomalo se movía cortando aquí la acometida o blocando allá. Atrás, alante. Cuando uno, cuando otro, en torno a la hoguera se iban achuchando al haber desarrollado querencia al sitio. Bien les vino a todos al poder seguir desde la sombra del porchecito, y aplaudir, hasta a jalear el nombre de Portento se llegó pues parecía ir escorando poco a poco el asunto a su borda. Inmisericorde el Sol vitrificaba la arena. A tres era la lucha al ser enemigo común el calor de la hora. Mal tuvo que llegar a verse el capitán Bichomalo al confesar la recuperación del miembro interponiendo el cuchillo a un golpe y dando réplica. Paró, y hacia adentró dejó caer el movimiento rasgándole la 476 476


camisa a Portento desde el cuello al vuelo del faldón. Delatada la virtud, sacó Portento de su cuna el cuchillo de vela que fue de Pizarro para equilibrar la tesitura. Y vuelta las chispas al aire. - No le veo ahora tan risueño, amigo -saliéndose dos pasos de la distancia dijo Bichomalo tomando aire- Parece que poquita gracia le haya hecho descubrir que por mí mismo me he regenerado la mano. - Virtud también fue del capitán Caimán y de nada le sirvió con nosotros. - Yo no soy él. - Tampoco somos nosotros los mismos de ayer; que de veras que estoy de usted hasta las narices. - Yo hace más que le vengo odiando. - Un mojón me importa a mí lo que sienta, a fin de cuentas, entre usted y yo, usted, es un don nadie. Y lo sabe. - Alguien seré cuando pleitesía me rinde la isla. - Jo, jo, jo. No se fíe un pelo de lo que le digan palmeras, piedras o torrentes; que son unos convenidos. Llegado el momento, sólo al djinn que duerme obedecen. - Gracias. Tomo nota del sujeto también. Arremetió esta vez el capitán Bichomalo. Desbrozando el espacio fue entrando en distancia y orientando los pasos. Portento cedió el ataque y probó a defenderse por si hueco abriese en esta suerte Bichomalo. Contuvo cuanta puntada o canto le entrase sin hallar agujero en la defensa del otro, así que volvió a tomar la iniciativa, y puesto el fiel a cero, se tiraron otro tiempo. Un corte en un brazo. Un puntazo en el costado. Un tajo en el pómulo. Pobres daños se repartían aunque todo un compendio de esgrima fuesen los abanicos de tandas. Visos tenían de poder tirarse el resto de tarde así cuando enrocándose hacia la izquierda encontró brecha Bichomalo y hasta la cruz del cuchillo hundía 477 477


en las costillas al adversario. Resintiéndose del pinchazo dobló Portento a favor del dolor abriendo tamaño hueco, que sin encontrar obstáculo, metió Bichomalo a la Gurriata. Qué alarido no soltaría el hombre, ¡qué alarido!, que se contagió el cráter del timbre y se abrieron varias grietas en el firme y las paredes; exhalando al aire un contubernio de gases y caldos. Todo fue tan rápido que a merced quedó de rodillas Portento antes que nadie pudiese reaccionar. Seguía empuñando las armas mas no defendían éstas nada, rendidos dejó los brazos. Victoria inapelable sería al soltar el capitán el cuchillo y trincar por la coleta a Portento. Sobre la cabeza propia alzó la espada Bichomalo buscando un corte limpio en el arco, y aunque le breasen entonces a plomazos nada consiguieron; encajó los disparos sin proferir un ay. Sin tiempo para nueva descarga, porque desde la sombra no habría forma de interponerse, el último sablazo del combate lo asestó no obstante Portento a lengua. ¡¡Wu-kun-ku-ku!! ¡¡¡Wu-kun-ku-ku Tawhiki!!! Un instante retuvo el golpe el capitán Bichomalo al intentar entender el grito, mas consideraría “Wu-kun-ku-ku Tawhiki” expresión aborigen tonta y póstuma para tener en cuenta y no demoró más el gurriatazo. Apenas le quedó suspendida la cabeza en la mano, siquiera antes que el tronco de Portento tocase tierra, se abrió una enorme sima en el piso que se los tragó a los dos. Directitos a los infiernos. Puerta sin duda era y un surtidor de lava brotó. De los bordes del cono cayeron rodando rocas y a poco que quisieron recobrarse del espectáculo mala salida quedaba. Evidentemente el volcán había entrado en erupción. Tal fuerza tenía constreñida en sus tripas que con dos temblores cedió medio cono y escurriendo hacia afuera un buen trozo de la isla iba al agua. ¡Pobres de aquellos que flotando estuviesen en mil millas a la redonda! 478 478


Habiendo desaparecido la barrera física, millones de galones de agua salada entraron en tropel al cráter levantando semejante columna de vapor que acabó ocultando el Sol. Noche tornó a las cuatro. Aunque medio cono se hubiese perdido, y franca quedase la vista del océano, era imposible salir atravesando los vapores; que escaldaban. Y tampoco se podrían quedar dónde estaban porque las grietas iban ensanchando y el magma afloraba por doquier. Y las rocas que despeñaban. Y las bombas escupidas. Y el continuo moverse del suelo que padecía enfermo de convulsiones. Todas las de la ley tenía el sitio para desaparecer de un momento a otro pues Wu-kun-ku-ku Tawhiki había despertado. Y “¡Sálvese quién pueda!” se gritó. Terrorífica consigna. Los chicos con Misson y Genoveva por un lado, y el resto por otro, corrieron la ladera respetándose las edades. Con cuatro brincos hicieron cabeza los muchachos y a abrir senda se pusieron en un terreno inestable, tanto, que al poco de distanciarse cedió lo que quedaba del cráter dejando entre medias una brecha en exceso ancha. No pudiendo hacer nada, que lamentarse sería inútil, siguieron tirando contra el alud los chicos hasta que éste fue de tal magnitud que se entendieron tragados al igual que sus mayores. Antes que esto sucediese empujó Herejía a los amigos a una cueva que les cayó al paso y que resultó ser poco profunda. Una puerta evitaba que fuese más honda. Una puerta deleznable y sucia que mil cicatrices ostentaba por haberse opuesto a toda violación. Ante ella pararon, y no sabiendo qué hacer, ni qué decir, porque los segundos estaban contados, tuvo ocurrencia Rastrojo de llamar educado a nudillo. Toc, toc, toc. 479 479


Y el toc familiar de: ¡date prisa por favor! No se oyeron pasos ni se escuchó el obrar del cerrojo, pero batió silenciosa La Itinerante dando más tramo de túnel a correr. Poco podía iluminar el hogar de la biblioteca, mas por Genoveva y el capitán Misson no quedó y sin dolor entregaron a las llamas clásicos y contemporáneos. Hasta tratados de Astrología. Todo estropicio quedaría justificado por dar a cubicarse, y con el escaso brillo, y al aclimatarse los ojos, resultó que tan mal no estaba el sitio. Bóveda natural tenía la sala y de ella cual saetas se desprendían estalactitas, pero sorteando, y no fue poco comprometido, ganaron los chicos un pasillo de factura conocida y por él transitaron tomando aliento. - ¿Dónde vamos? -cedía el cuadro Rastrojo- Si seguimos por este ramal vamos a acabar en la sala de juzgar de los infiernos; que lo huelo. - ¿Estás seguro? -Patata creía ir orientada y presumía cerca la salida- Muy al contrario yo creo que saldremos, si queda, a la playa de bahía Comilona. - Sea dónde sea hay que ir ligeritos -Herejía reseñaba los pelos que a su par iban creciendo en el túnel- Cruje esto a catre viejo y no va a tardar en desfondarse. Tira para dónde quieras, Patata, tira, deja que te lleven el instinto y la fortuna porque descansar aquí se pone imposible. - Si ella dice que por aquí vamos bien sea buena su decisión, lo único que… que luego no nos llamemos a reproches. - Por eso mismo, Rastrojo -en la primera bifurcación ejercía Patata de guíaCualquier salida que acertemos será un éxito. Una hora, o un siglo después, dieron con una estrecha grieta que nexo era a un túnel paralelo. Metidos en él, al cabo de andar toparon con una antorcha encendida, y al poco otra, y otra, e iluminado el pasillo en adelante, acabaron desembocando en una sala que era pinacoteca. De todo tamaño y enmarque eran los lienzos que colgaban, y en todos ellos faltaba algo tan importante como la figura central. Caimán. Aunque capitanes tuviesen todas las telas, en ninguna 480 480


estaba la cara definida y podría ser cualquiera. Éste sí era un sitio seguro porque al tiempo que colgadero lo diseñó el antiguo propietario cámara fuerte, y embate alguno de la tierra podría con el lugar. Rogó el capitán Misson que tendiesen más corto el paso pues quizá hubiese cuadro al que mereciese mudar. Posibilidades tuvieron durante un instante los “Capitán Caimán tomando el té en una terraza de Calcuta” y “Capitán Caimán en jaima berebere” Ante semejantes cumbres pictóricas desdeño Genoveva todo traslado y fue a plantar los ojos en un íntimo y manierista “Capitán Caimán en La Esmeralda”. Era estampa de montaña y en un laguito se reflejaba el cielo. Serrano. Apacibles los colores, sugirió Genoveva que si cuatro palos hubiese puestos en pie para dar techo, por muy malas que fuesen las inclemencias del tiempo, y lo grueso de los trazos, allí no le disgustaría instalar la mecedora y los cuatro libros que consigo quisiese llevar Misson. Compromiso de lacrar proponía la señora, y loco estaba Misson por aceptar, que de arqueadas las cejas se le salieron de la cara, cuando a una se giraron todos los capitanes de los cuadros dejando bien a las claras quién era al corriente el amo. Cien capitanes Bichomalo rieron desde escorzos rebuscados. Se burlaban del amor y de los chicos puesto que de allí no habría escape posible, y dando prueba, a un gesto, cayó del techo una laja de quince mil arrobas que sellaba el sitio. - ¿Dónde creíais que ibais? -tomó voz lo que sería “Capitán Bichomalo al esmeril”- Eso preguntaba yo hace rato -balbuceó Rastrojo mientras al igual que el resto buscaba salida al lugar- Eso decía. - No des oídos, Rastrojo, que te quita de buscar -al requiebro de cualquier columna tanteaba Patata por si al menos hubiese gatera- Mirad bien en los rincones porque hasta la fecha siempre hemos encontrado escape. 481 481


No dejéis pasar una sombra sin iluminar. - Hay, hay, claro que hay salida, mon petit furet. No busquéis más porque ante los ojos la tenemos. Mirad detrás de ése cuadro -a uno de cuatro cuerpos hizo referencia el capitán Misson- Descolgad de su alcayata “Capitán Caimán de incógnito en la judería de Toledo” que me da al riñón que tras él se halla la caja acorazada. No fue detrás de ese cuadro en concreto dónde escondiese el capitán Caimán lo más selecto de su inmenso tesoro. La citada alcancía la encontraron al bajar de la pared el que se diese a titular “Capitán Caimán, o Bichomalo, a las puertas de la Real Sociedad de los Amigos del Buen Yantar”. No era tela que destacase por la factura de sus pinceladas, discreta, rigurosa, tras una cristalera color miel de cerezo, se insinuaban sombreros y barrigas de orondos terratenientes. Alguna razón tendría el capitán Misson para ser certero ante una colección tan amplia, mas se abstuvo de citar la fuente pese a confesar que también conocía la combinación que abría la tapa. 6, 6, 6. Manida sin duda era la serie, pero infalible. De acero y ferrojería suiza resultó la gruesa puerta que protegía el nicho. Nada más abrir se derramó al suelo tal cantidad y variedad de bisutería que temieron quedar ciegos los críos. Bastó meter un tanto la mano, asiendo tea, para que se descubriesen diez baúles con diamantes y zafiros, y otros tantos daban cobijo a esmeraldas y cuanta pedrería exquisita pueda embellecer un cuello regio. Cofres y cofres con fabulosas riquezas casi colmataban dificultando el paso. Juró y perjuró el capitán Misson que aunque honda la recámara tenía fin. Y otra tapa, puerta trasera, que a la misma formación de números cedería. Convenido todo en pocas palabras, Patata desmontó la biblioteca de Misson mientras Herejía y Rastrojo prendían fuego a la pinacoteca. Misson y Genoveva no tuvieron cuajo para permanecer presentes durante la barbarie y rogaron se les enrollase de nuevo. Mejor no ver cómo reía la chavalería de un lado a otro 482 482


antorcha en mano. Mejor no ver, desde luego. El capitán Bichomalo chilló cual cerdo en chacinería al serle imposible retirarse de tanta tela yendo a la carrera propagando llama los muchachos. En uno ardía la mesa a la que estaba sentado dando pitanza, en otro el techo que le guarecía, cuadro no quedó en el que él mismo no tuviese prendida la ropa o echando humos la peluca. Bisagra fueron los agónicos gritos del hombre, acomodada la puerta al marco todo ruido del exterior murió súbito. Los chicos mala cosa se dijeron aun saliéndoles de cara orfebrería tallada se diría por ángeles o demonios; porque al Sumo Artista no hubo por menos que atribuirle la autoría de un corazón de oro que latía dentro de un cofrecito esmaltado. Eso sí produjo exclamaciones pues estaba hasta caliente. - Tú cogiste el cárdium y yo me trinco el corazón -echándoselo bajo el brazo Herejía parecía haber encontrado un trofeo a su medidaY tú Rastrojo, ¿no pillas nada? - Me espero; un poco más adelante estoy convencido que habrá mayores maravillas; al pie y al fondo de los armarios se pone siempre lo más sufrido. - Quizás un cerebro a estrenar encuentres -dijo Patata endosando el cuadro a Rastrojo mientras ella echaba ojo a alguna otra bagatela- No busques Rastrojo y ve alumbrando, no quieras coger recuerdo falso que nada te dirá. - Tú no hagas caso, Rastrojo, y pilla lo que se te antoje porque nos lo hemos ganado. Y trinca si quieres por varios porque muchos salimos de aventura y apenas quedamos tres. - Cinco que sepamos -unos pasos por delante puntualizó el amigo agitando el lienzo- ¿Cinco? No me lo pongas fácil que te hago ripio, Rastrojo. Más adelante, que a la postre resultaría mitad de la cámara acorazada, no quedaba más joya ni abalorio que una tela de araña toda ella de cristal. Hasta la 483 483


ingeniera. Cientos de huevos, que eran perlas, eclosionaron por acción de la luz de las antorchas e innatas corrieron las arañitas las hebras para hacerse con un cacho de la madre. Muerta yacía ésta en el centro de su obra, ofreciendo carne seca para que sus vástagos creciesen y ornasen los salones más refinados de la vieja Europa. Mas esta hornada quizás agostase al estirar el brazo Rastrojo y retirar el cadáver. Perfecta. Perfecto. Puso a morar la araña el hombro como si viva estuviese y dio a llamar provisionalmente Nicanora. Inventó familia. Y también emparentó los colores, pelos y atributos que por puro cristal de roca se dejaba a la imaginación. Dijo ser animal entrenado para en la guerra no hacer prisioneros, pero en la paz, y con tiempo, tejería camisas y pantalones que serían la envidia del lavadero. Una tras otra fue soltando tontunas Rastrojo hasta que llegados al otro extremo del nicho se le acabó el repertorio. El mismo estilo de ferrojería helvética cerraba por este lado. Misma contraseña, mismos elementos, fue más complicado abrir desde dentro al no estar prevista la contingencia. No tuvieron otra alternativa que recurrir a los puñales y empezar a desmontar pieza a pieza puesto que ni pomo, cerradura, o rueda a girar, tenía instalado el portalón. Primero quitaron una plancha de dos dedos que era rechapado. Fuera ésta, tuercas, tornillos, barras y flejes, daban entrañas. No era complicado el mecano y con paciencia todo remache acababa por salir, pero siendo preciso seguir un orden exacto, ¡y ser infinitud los resortes!, por turnos se aplicaron los muchachos. Largo rato le llevó a Patata acertar a retirar la última arandela y correr el pasador. Con un simple empujoncito cedió la puerta dándoles a ver que a una sala ahíta de miserias llegaban. Todo tipo de guarrerías y cambalaches. Un 484 484


autentico baratillo de desperdicios que vendría a ser trastienda a la suntuosidad hasta ahora vista. Compartían el vertedero telas ajadas y esculturas rotas. Espadas, yelmos, escudos; todo abollado o herrumbroso. No faltaban restos orgánicos pues pellejos y esqueletos de diversos bichos haría lustros que no olerían. Tal era la sensación que trasmitía el lugar, que sin siquiera hablarlo los chicos siguieron pasillo tras galería, y con un par de simas saltadas, a una sala llegaban que tenía luz directa del Sol. Mínima expresión sería el desgarrón y el haz que caía apenas iluminaba toda una mano. Alta era la bóveda, alta y complicada para intentar trepar sin medios. - Al menos sabemos que vamos bien -bañaba Patata su cara en la luz- Cual sarna saldremos, sí, je, je -obraba milagros el Sol con Rastrojo y ahora irradiaba esperanza- No puede ser muy gruesa la piel. Y, de no ser aquí, será más adelante, sí, pero seguro que encontraremos grieta que nos valga o que nos valgamos para agrandar. - ¡Ojala! -dijo Herejía sacando el corazón y exponiéndolo a la luzAunque ningún efecto hubiese tenido el sol sobre Nicanora, mal acogió la entraña de Herejía la luz directa y se fundió a temperatura ambiente. Le escurrió de los dedos el corazón sin quemar, y líquido el oro se arrastró con el instinto del agua a lugar inaccesible. A disgusto estuvo mirando Herejía el manchón de luz, pero necesario se hizo para coger relación al movimiento y orientarse. Varias bocas hacían túnel, y siendo variados los rumbos y las inclinaciones la cosa estaba delicada. El que parecía adecuado en dirección, errónea descompensaba la gradiente. Y de subir, indefectiblemente marcaban sesgo de retornar al cráter. El dilema estaba servido. Ni siquiera Misson y Genoveva se pusieron de acuerdo, y por distintos motivos, los que fuesen, por dos aberturas bien dispares y distanciadas la una de la otra se decantaron. El enclave, literal, era un cruce de 485 485


pasillos. Siendo imprescindible recurrir al azar para no crear conflictos, el cuchillo que se dio a girar apuntó sin lugar a dudas una boca pequeña y grosera que todo el tamaño tenía para ser residencia de oso. Y olía. Fue de corto trayecto la vía y a los treinta o cuarenta pasos desembocaron en una sala amplia. Auditorio para misa solemne al empezar de nuevo a temblar todo dando vida a los litófonos. Agudos, graves. Refinadamente campanudos. Afectadas, las rocas quejaban y no daban a extinguir su lamento, aunque los chicos tomaron la ocasión y a la carrera atravesaron para ganar otra osera que resultó ser bastante larga y que acabó muriendo en una inmensa gruta que haría también de nudo. Pero con una particularidad. Era un cruce de puentes. Al aire colgaban los caminos, y por debajo, que no se veía ni se escuchó fondo, un pozo negro y maligno. Muy bonito era el entramado, sí, pero poco práctico, porque al poner el primer pie encima crujió toda la estructura cual cáscara de huevo. Obvio que engañaba al haber padecido los seísmos y seguir entera, pero pudiese ser que no soportase igual de bien el paso de humanos al saberse el conjunto corredera de espectros y estar echadas las cuentas con esas cargas. El primero en atravesar fue Herejía y aunque a paso vivo cruzó muy mucho se cuidó de cimbrear la tela, y aun nimia la vibración, de alguna forma se transmitiría y pareció despertar de su letargo el viejo miedo inconcreto que moraba el abismo. Llegado al otro lado agitó Herejía la antorcha dando salida a Rastrojo, quien cruzó raudo y a su vez al llegar lo notificó; frenético al ir creciendo el rumor que subía del pozo. Patata tomó la señal y sin atender a vibraciones o ruidos tendió trote para cruzar, 486 486


y a la mitad estaba con Misson por testigo, que tenía sangre olímpica la muchacha, cuando una descomunal roca se desgajó de la madre y vino a caer con gran estruendo y daños. Y no fue la única porque todo temblaba y llovían pedruscos. Entre una nube de polvo y un caos de piedras se perdió Patata, y el destino de la chica hubiesen compartido los chicos de no empezar a correr desesperados por el túnel que más cercano les caía. No existía otra opción al haberse vuelto miserable el lugar y no ofrecer alternativa. De cerca, muy de cerca les seguía el aliento fétido dando a entender que los iba a engullir igual que se tragó a Patata y a toda la expedición. Pese a las trompadas, los cocorotazos contra el techo del túnel que oscilaba, pese a que desollada se fueron dejando el alma, ni un mal grito de dolor o miedo rindieron los muchachos. Les estimulaba la zancada el comprobar que un hilo de agua corría limpio bajo sus pies ofreciendo pista a chapotear. Y no sólo eso, al final del presente pasillo parecía dañar los ojos un manchurrón de luz, y según se fueron acercando, y cuando al pie llegaron, resultó ser la vieja Itinerante que toda ella rendijas filtraba la claridad. No había muerto todavía el túnel, no, pero bien se veía el final luminoso. Tuvieron que atravesar una nube de mosquitos voraces y chupones que a punto estuvieron de sorberles las últimas fuerzas, mas no, trompicados, y con la boca y los ojos y los oídos llenos de insectos, ganaron la luz del sol. Tan cerca les venía pisando los talones el miedo negro que al salir ellos acabó derrumbando la cueva y una polvareda macilenta dio postrero intento de atraparlos. Pero, ja, saltaban los cervatos cómo ciervos. El reguero de agua daba un buen lecho arenoso para correr, y cuando se hizo riachuelo, adoptaron los chicos el campo traviesa. Enmarañado era el bosque por recóndito y húmedo. Helechos, musgos y trepadoras medraban tupiendo celosía 487 487


en los intersticios. No escaseaban tampoco los zarzales, agreste toda la flora, hasta los piñoneros crecían en bancales tan prietos que negaban el paso y la luz. ¿Pinos? Sí, pinochas, calbotes y abedules. Acostumbrados los ojos a la oscuridad, y que saliesen despavoridos, no notaron cambios al ser muy frondoso el sitio también, pero observando en detalle, bien conocido les era ahora el pago pues ni más ni menos que habían ido a parar a la serrana cueva del molino viejo. ¡¡En Boyuyo!! Y reacostumbrado también el oído, en el zumbido constante que atribuyeron a la propia tierra, pudieron identificar el diáfano tañido de la ermita que redoblaba visita. Sí. Cuatro sillas de mano, y una perra zalamera, remontaban con paso lento el camino largo de la Quebrada. ¡Y víspera de Todos los Santos al voltearlo la ermita!

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FIN

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Índice: Capítulo I. Hierve la serranía………(pant. 3)… 2 Cap. II.

Regueros de pólvora……….(48)… 21

Cap. III. Rueda carreta rueda……….(108)… 47 Cap. IV. Rastreadores………………(152)… 67 Cap. V.

Bievenid@ al Psiconauta…(182)… 81

Cap. VI. ¡La Corte!…………………(237)… 105 Cap. VII. Hasta la reina toma cartas…(311)… 138 Cap. VIII. Huída de la Corte…………(364)… 162 Cap. IX. Encuentros y desencuentros..(455)… 203 Cap. X.

Brazos de mar……………(647)…… 288

Cap. XI. Corsarios a popa…………(823)…… 366 Cap. XII. Las Américas……………(998)…… 443 Cap. XIII. Entre pucheros caníbales…(1297)….. 577 Cap. XIV. Las tripas de Barrena…(1497)…… 666 Cap. XV. El tesoro del capitán Caimán…(1713)… 760 Cap. XVI. Acero contraacero …(1916)….848 Índice.……………………………(2099)…… 927

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