TEATRO DE ÉPOCA
A. J. Aberats
Industrias El Ratón 2
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ÍNDICE
- VIRIATUM ET CALAETIO - DEUDOS DE DON JUAN
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- FRANSUÁ Y UNOS SEÑORES DE VALDESIMONTE …… 114
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VIRIATUM ET CALAETIO
A. J. Aberats
Industrias El Rat贸n
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DRAMATIS ACTORAE
Paula Sponta -------------------- P. Sponta Quinto Calaetio ----------------- Quinto C. Prisco Calaetio ------------------ Prisco C. Caro Morgas -------------------- Caro M. Marcelus Pilum ----------------- Marcelus P. Testa Cerer --------------------- Testa C. Novo Spirito -------------------- Novo S. Casio Pilum --------------------- Casio P. Arístide Popolo ----------------- Arístide P. Flavio Cerer --------------------- Flavio C. Coro de invitados Coro de señoritas Soldado 1 ----------------------- Genzrio Soldado 2 ----------------------- Namur Hombre del látigo -------------- Hombre L. Pastor 1 ------------------------- Uruko Pastor 2 ------------------------- Viriato Tía Berrieta --------------------- Hermana Suxa ----------------------------- Suxa Coro de primos Coro de soldados Ditalcon ------------------------- Ditalcon Minauro ------------------------- Minauro Audax --------------------------- Audax Coro de servicio
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Veyes. En una tranquila alquería de la periferia. Un lupanar refinado con todo tipo de lujos alberga fiesta de patricios romanos con sus hijos casi adultos. ACTUS PRIMUS
SCENA PRIMA
(Paula Sponta, en sus dependencias privadas sumerge los pies en un barreño con agua fría y esencias, cuando se le avisa de la presencia de Quinto Calaetio) (Una voz): El bueno de Quinto pregunta si es momento de importunar. Paula Sponta: Que pase. Y que le traigan algo para untar la voz si esa tos que se escucha sale de su garganta. Vino. Uno bueno, pero sin rebajar. Quinto Calaetio: Lo es… cof, cof… lo es. Vengo de ver el ganado, y por no ver bien, un buen espécimen me dio trompada que aún tengo el culo que no sé si es mío; o me han prestado el de alguien más sufrido. P. Sponta: ¡Son muy bravas! Quinto C. : Hice bien comprando el año pasado y haciéndome traer. Ni en Roma hay de esta raza. P. Sponta: Te habrán costado un buen pico. De su tierra natal hasta acá van unos establos. Quinto C. : ¡Y unos pastores!... No digo para que no te asustes. En fin, te agradezco que hayas cerrado el negocio para nosotros. P. Sponta: Los Calaetio habéis hecho uso de tal prerrogativa desde antes de nacer tú o yo. Quinto C. : Y espero, y deseo fervientemente, que así siga siendo. Sí, y ésa es otra cosa que te quería precisar. La juerga correrá de mi cuenta; y no, no es que quiera que permanezca secreto pues a la larga, y a la corta, se sabrá por boca de los mismos chicos, pero hasta entonces, y pendiente de tomar resolución en el Senado a un tema que me interesa mucho, prefiero que nadie sepa quién ha organizado el contubernio. P. Sponta: ¿Pero cobraré? Fondo tienes previsto ¿no? Quinto C. : ... Mujer, pues sí. Renta vitalicia sabes que manejo y algo moví los dineros hasta la fecha, aunque, sincero, no sé lo que me vas a clavar por haberte roto… la crátera ática que dices trajo tu madre allende la Magna Grecia. P. Sponta: ... mmm… Un as. Quinto C. : Se me hace muy añorada tu madre sabiendo el uso diario que se daba a la tinaja. P. Sponta: Uno, y no hurgues, que despierto el recuerdo y por lágrima que eche te cuelgo pieza. Quinto C. : Ni chiste te voy a poder contar entonces. 7
P. Sponta: ¿Sabes acaso nuevo? ... y risible. Quinto C.: Acabo de escuchar y otros lo han tenido para irse al piso a reír agarrando vasija gorda; y de ahí el hacerse ésta añicos. Pero a ti se me hace que no, que no te sea fresca ni cosa de esbozar media sonrisa por irritarte las comisuras. P. Sponta: Adelante, cuéntame porque te estás jugando el descuento habitual. Quinto C. : Pues bien, ¿Sabes en qué se diferencian una casa de putas y el sacrosanto Senado Romano, eh? P. Sponta: ... Se nota que también te soy translúcida.
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ACTUS PRIMUS
SCENA SECUNDA
(En la sauna. Sale de ella la hornada añeja patricia y al cruce entre la sangre joven discutiendo un pleito reciente) Marcelus Pilum: … ¡Olvidemos la pendencia, por favor! Testa Cerer: Secundo la propuesta. Más tema de conversación encuentro en el sentido intrínseco de la fiesta nocturna. Prisco Calaetio: ¿Las vaquillas? Marcelus P. : ¿No eran vacas bravas? Prisco C. : Y serán. Pero en unos años. Marcelus P. : ¡¿Y dónde queda la gloria?! Yo me había hecho idea de vérmelas con los uros de las leyendas minoicas. Prisco C. : No intentes volatín alguno hasta que hayas visto y te hayan topado al menos una vez. Caro Morgas : O sea, que envisten. Y pueden hacer daño. Prisco C. : Ésa es la gracia; que lo hagan. Testa C. : Y quién lo dice. Quién ha dicho que ponerse delante de un animal, e incitarle a hacer su naturaleza, tenga sentido o gracia. Prisco C. : Es mi padre quién tiene recuerdos de una vieja nodriza de sangre vettona. Él dice haber visto concurso de recortes en su juventud; e impactarle el jolgorio bueno que surgía alrededor. Caro M. : No seré yo quién brinque ante una vaca para que rían unos vejestorios. Testa C. : Qué moderna tu familia, Prisco. En la mía, sería una mancha a la toga que no se sabría sobrellevar, el que un vetton nos hubiese dado pecho; y no una loba. Y más en estos tiempos. Nunca estuvo más molesta Roma con los pueblos bárbaros de la Celtiberia, la Galia o Rin allá. Marcelus P. : Eso es verdad. De dar su visto bueno el Senado, mi mismo hermano tiene previsto embarcar para Kades en embajada de sondeo a los herederos de Argantonios. Daría cualquier cosa por ir con él. O con Escipion Emiliano. Prisco C. : ¿Deseando estás echarte a los peligros de la guerra y el camino? Marcelus P. : Deseandito. ¿Tú no irías? Prisco C. : No. Muy bien se está en Veyes para buscar aventura que disfrutar a la vejez. Prefiero, mediando la dispensa de Roma y sus poderes, ir echando días y tardes, y 9
noches, en las proximidades de estos emparrados y mirtos. Y aunque poca batalla le pueda contar a los nietos, anhelo irme haciendo rapsoda de la mano de Homero. Testa C. : Pues yo también soy de la opinión de Prisco. A mí igualmente se me hace lejano y salvaje todo paraje ajeno a mi hogar, con la salvedad, que yo entiendo éste cualquier antro que despache bajo grafía latina. Ahora, eso sí, linde allá de los letreros, no vislumbro tierra que me interese. (Entra nuevo joven a la sauna) Novo Spirito: Raro se me hacía no dar con vosotros a la guisa reunidos. Testa C. : Mi buen y noble primo, contigo aquí, la lista de embarque se cierra. Novo S. : Sí, punteadme en el albarán y seguid como si nada. ¿Cuál era el tema? Marcelus P. : Nos poníamos en tesitura de vestir a la legionaria. Novo S. : ¿Y adónde nos guía el decurión? Marcelus P. : A la arisca e ignota Hispania. Novo S. : ¿Con el visto bueno del Senado? Marcelus P. : Desde luego. ¿Te dejarías matar allí? Novo S. : Dejar nunca. Les costaría lo suyo darme fuego o tierra; y siquiera coger vivo. Les limpiaría el país sin darse cuenta. Prisco C. : ¿Siempre ha de ser ir para sacar? ¡¿Cuándo para meter?! Testa C. : Por el tono comprendo que no va con segundas. Prisco C. : Pues no. Siempre acaban estas charlas nuestras rozando el absurdo. ¿Por un millón de sestercios le chuparías el juanete a un leproso? ¿Y por diez? ... bah. No quiero ser mi padre ni mi hermano pequeño. Olvidémonos de toda cábala y disfrutemos del lugar. Caro M. : ¿Pero irías? Prisco C. : Por cuánto. Caro M. : Ni para ti ni para mi: sean cinco millones de sestercios. Prisco C. : ¿Dónde está mi soliférrum?
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ACTUS PRIMUS
SCENA TERTIA
(Junto a la fuente de Venus. Una celosía arbustiva y floral ofrece solaz del sol y quien se tercie. Allí recuperan dos viejos patricios) Casio Pilum: ¿De verdad estáis cansado o buscáis lugar idóneo para hablar? Arístide Popolo: ¿Por qué han de ser excluyentes las premisas? Casio P. : No lo sean. Arístide P. : En tal, valga el aliento que me otorgue la floresta para intercambiar unos vocablos. ¿Qué viento mueve tus filas? Casio P. : Ir a la cita. ¿Y vosotros? Arístide P. : Dejar que vayáis para magnificar el despropósito. Sabéis el precio. Casio P. : Lo intuyo. Pero también le huelo al viaje réditos; a corto y largo plazo. ... Y si además… te dijese que poderes esgrimirá un tal… Galba. Arístide P. : ¿Quién? Casio P. : Sulpicio Galba. Arístide P. : No bromees. Casio P. : (por gestos) Sí. Arístide P. : ... ¡¿Vais a entregar el Senado en bandeja?! (Silbando, y acompañado por Isahet y Carita de Cielo, Flavio Cerer aparece en el sombrío recodo y arrima al grupo) Flavio Cerer: Sentad, sentad por aquí, muchachas, estando reunidos los titiriteros del Estado, a nada vemos bajar el telón y cobrar vida algún espantajo. Casio P. : Flavio, cuán bueno. Arístide P. : ¡Flavio Cerer! Gloria de su verbo dejarse oír para hacernos reseña. No debe tener Roma, ni mucho menos Veyes, belleza oculta para él y a la vera de tristes histriones toma asiento; mucho honor para la púrpura de nuestras togas. Y cómo es que la lengua más noble de Roma chasquea su finura en Veyes ¿No teméis os vean con secundones y bajéis un peldaño del Olimpo? Casio P. : ¿No deberíais estar en Roma meditando vuestro voto? Flavio C. : ¿Acaso haría falta? ¿Queda algún voto sin comprar? Los escasos que no controléis uno, u otro, se saben rendidos a la mayoría y al buen ambiente que reina aquí. ¿He de ser yo el único que discrepe de la opinión pública y el asenso político? ¿Sacarle los colores a la patria? ¿Colocar a los míos en tesitura de renegar del apellido? No. Me quedo aquí lo que me resta de semana, ¡o el mes!, y hasta a la vuelta a 11
Roma podré fingirme contrariado y seguir siendo el díscolo de la exquisita aristocracia. Arístide P. : Ahí hay todo un compendio de Política para alguien que repudia de políticas y políticos. Casio P. : Yo, no obstante, noble Flavio, presuponía que siendo interés de Estado al final os significaseis con nosotros. Flavio C. : Os doy el voto de mi ausencia en la votación. Arístide P. : Pero de estar, qué hubieseis votado. Flavio C. : (despidiendo a las chicas) Traednos vino, por favor, pero arrimádmelo en kalix meritorio; no me despega de los labios el sabor a vajilla terrosa. ¿Y por aquí qué se me preguntó? Arístide P. : El sentido de vuestro voto. Flavio C. : Un elegante no; por rotundo, contundente y breve. Política exitosa de Roma, redundante a sus ciudadanos, ha sido trabar trato singular con ciudades y reyes. Uno a uno. No hay abierto conflicto en Asia, África o Europa en el que no tengamos firmado tratado preferente con algún contendiente. Y con los dos. Jueces nos han hecho y con gusto hemos acabado arrogándonos la judicatura, y por paternales, a lo poco que espabilen los hijos que tutelamos, nos exigen paga y derecho de ciudadanía. Y, ¿es la civilización romana un garante con vocación universal? ¿o está abocada toda nuestra Cultura a los intereses particulares de una selecta oligarquía? Arístide P. : Éstas tampoco las entiendo excluyentes.
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ACTUS PRIMUS
SCENA QUARTA
(En las dependencias privadas de Paula Sponta. Ella y Quinto Calaetio recomponen los ropajes después de haberse entregado un rato a la pasión) P. Sponta: Sabes, estaba pensando que sería muy bonito que me encargase en persona de tu hijo. Mejor que yo nadie le va a quitar la tontería. Quinto C. : No estoy yo en que el golfo de mi hijo, y sus secuaces, prendan al aire inocentón el virgo; en alguna lupercal les habrán cogido por banda aun sin querer. P. Sponta: (desnuda ante el espejo) ¿Celos? Quinto C. : Hasta de una brizna de aire en tu pelo, lo sabes. Pero por seguro tengo que tienen hecha más tasca y prostíbulo de lo que aparentan. P. Sponta: No dejes que se aje su cariño. Quinto C. : En la cabeza tengo que me acompañe si le place. P. Sponta: ... ¿Te vas? ¿Por qué? Quinto C. : Porque así lo dispondrá el Senado. P. Sponta: ¡Acabáramos! Tú has decidido volver a Hispania, y como sabes que no se te quiere, que saliste escapado, has visto compañía en la milicia y buscas respaldo. Quinto C. : ¡Quién ha dicho que no se me quiera por allá! P. Sponta: ¿Y quién que se te quiera? Quinto C. : Sí. Se me dijo. Y al cuello una moneda con la efigie de Ad Taurus se me colgó. P. Sponta: Sí, ya sé. Te encontró un campesino que a su vez recolocó historia y niño a un buhonero. Éste traspasó carga y leyenda a un pescador, quién no consiguió in extremis gracia alguna de un pirata pese a narrar la aventura también. Quinto C. : Y éste, sin ningún escrúpulo, pero sin romper la cadena del relato, entregó en una birreme, tras ser abordado, al noble Marco Calaetio Vero. ¡Y él con cuatro hijas y visos de haberse secado la esposa para dar varón! P. Sponta: Y Quinto quedaste. Quinto C. : Y sin sonrojo para nadie hasta que nacieron mis hermanos Sexto y Troilo. Y sí, gracias a su buen y sano crecer, he podido quedar a la sombra del apellido y hacer voluntad. P. Sponta: Y ahora das un paso adelante para hacerte por fin el intrépido. Quinto C. : No. Si me dan el mando, y se me deja hacer, quizá pueda apaciguar la revuelta que agita y conseguir que no haya más familias que aplaudan anca de jaco. Puedo llevar ingenieros que hagan puente a las injusticias de la climatología. Y urbanismo. Y medicina. Y dignificar la agricultura. Y dar a conocer la industria. 13
Desbrozar el paisaje. A nada que pacifiquen las legiones, y hagan roce, bajo el ala de la Lex Romana se plega todo bárbaro que quede. P. Sponta: ¡¡Y altruista sabemos a la Loba, sí!! Ja Quinto C. : Roma hará porque una fuerza misteriosa y universal hace bailar de la periferia al núcleo, a la metrópoli, bienes, riquezas, gentes y hasta planetas establecido nimio lazo. Y más prosaico, porque hasta una simple loba ha de alimentarse bien si tiene progenie que amamantar y manada mantener a raya. P. Sponta: Y perfilando, por quitarme algo del susto que me estás levantando, llegado allí, sí, dame ejemplo concreto de lo que vas a llevar a cabo; por irte eligiendo plegaria a los lares. Quinto C. : Tranquila mujer, nada pienso hacer arriesgado. Establecer contacto. Previo a la vía que elija para abordar la empresa que me asignen, habré de empaparme de su forma de ver el mundo para hallarles cuadratura al interés romano. Algo de lengua me he encargado de aprender con esclavos del mercado y lo que me enseñase mi vieja aya. Puedo avivar mi acervo sanguíneo y ponerme en tesitura de ser ellos. Y buscar lo más oportuno para todos, claro. P. Sponta: ¿Y por las boberías que te hiciesen nana, y una moneda con cuatro toros por efigie, pones en peligro tu vida y la del hijo que dices querer arrastrar contigo? … ¡Eres un caso, cariño! Quinto C. : No le arrastraré. Le quiero conminar a acompañarme, pues la entraña que me empuja a buscar raíz a tanta duda, si no lo hace ya, le hará a él también sin tardar mucho; que se sabe también mestizo. P. Sponta: ¿Por fin dijiste? Quinto C. : Sí, antes de venir para acá; y parece que no ha empezado ni a rumiar.
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ACTUS PRIMUS
SCENA QUINTA
(Los jóvenes en los corrales observando las bestias) Marcelus P. : Puerta al Hades cede el quicio de algunas cornamentas. Caro M. . ¿Tú has saltado alguna vez, Prisco? Prisco C. : Sí, sí, pero siempre he dejado entre ellas, y yo, la distancia que separa Roma de la última hijuela de la Vía Apia; más negado soy a este arte, que la mosca que se deja espachurrar por rabo. Testa C. : ¿Y piensas arrimar hoy para darnos lección? Prisco C. : No creo; teniendo dos años picapedreros y topógrafos para alargar la calzada. Y fresquita en la memoria la penúltima costalada que me dieron; por arrancarme intrépido y detenerme atolondrado. Novo S. : Lo estás dejando de un atractivo que no sé si ir a firmar leva para Hispania o para escuadra que parta a buscar dónde encama el Sol. Prisco C. : Le oí decir al mayoral, que no perdiendo de vista a una que llaman Bienvenida, las demás son de gozarlas por noblotas y poco escarmentadas. Testa C. : ¿Y patrón de “recorte” nos podrías explicitar para no hacer el ridículo? Prisco C. : Si no os deshonra, y alguno se hace pasar por nieto de Minotauro, aquí y ahora os hago parodia. Marcelus P. : Yo. Yo buscaré iliaca, o femoral, si de aquí no escapan los mugidos que eche. Prisco C. : A ti te echo yo el veto porque hechuras tienes de jefe de rebaño. Y resabido. Testa C. : Llamemos a un esclavo y que haga. Novo S. : No llames a nadie, por favor. Yo mismo envisto si en antecedentes me pones del modus operandi del animal. Prisco C. : Fácil te va a ser identificarte por ser la bestia de marchamo noble. La única consideración que debes observar es que ellas no tienen dos pies como humanos, o tres tal que gatos enrevesados, con cuatro pezuñas se manejan y al uso del recorrido del carro has de desplazarte. Novo S. : Deja que me busque el trote un poco. Testa C. : Visto que interviene mi primo yo mismo quisiera participar en el reparto. Prisco C. : Y desde luego que cuento, pues en caso de acertar la bestia y arrojar al Tártaro de sus cascos, función de los que quedan es tirarle un trapillo al morro y distraer mientras se consigue arrastrar al cogido a lugar dónde lamerse las heridas. Caro M. : ¡Heridas también!... ¿Hay dispensario aquí? ¿Y galeno? Marcelus P. : Coge distancia Prisco, arremete hacia ti la bicha hecha. 15
(Dos cites y dos recortes. El tercero no coge engaño el toro y se lleva por delante al amigo. Testigo, Quinto Calaetio se acerca a los muchachos tras saludar a otros invitados de la finca) Quinto C. : ¡Cuándo tanto discípulo de sátiro junta, tiemblan huertos y gineceos! (a Prisco) Antes de cenar quisiera hablar contigo; hazme hueco en tu programa. Marcelus P. : Noble Quinto, aquí su hijo nos decía que fama tiene hecha usted en el ribazo del Mediterráneo por recortador y brincatoros. Quinto C. : Lo que soy, y fui, es aficionado y gustoso. No os asustéis porque no son leones. Si queréis nimio adelanto y ejemplo, retranquearos a seguro y pido que suelten una pequeña para que me veáis hacer. Prisco C. : Padre, me asusta tanta felicidad delante de una res brava. Quinto C. : Luego te cuento, Prisco. ¡A ver, Orictolago, abre el cajón mismo de la Bienvenida!
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ACTUS PRIMUS
SCENA SEXTA
(Flavio Cerer, Casio Pilum y Arístide Popolo abandonan el jardín y enfilan al corral llamados por el jolgorio que crece; discretos acodan en un estribo de las tablas ) Arístide P. : Y cómo ves de adecuado a Galba para dirigir la expedición. Flavio C. : Ja. Arístide P. : ¿Tú también te ríes? Flavio C. : Con respeto a los deudos que nos hagan, sí, pues imagino, en la Celtiberia, también van a reír como energúmenos de la astucia y buen hacer castrense del amigo Galba. ¡Vaya elemento! Casio P. : Sesgo interesante quizá dé. Flavio C. : Éste nos la lía al primer descuido que quede la caja o que sea momento de hablar medido ante príncipe o jefe. Arístide P.: Me da un cierto resquemor el que coincidamos en algo. Flavio C. : Descuida, Arístide, no temas concordancia alguna entre nosotros pues el siguiente inepto que mandemos, no bien la haya cagado Galba, será en ese caso casi seguro de tu cuerda, y yo le encontraré los mismos fallos. Arístide P. : Puede. ¿Sabes acaso a quién se tiene in mente por número dos? Flavio C. : ... Estás tardando. Arístide P. : Pues a Quinto Calaetio. Casio P. : ¡Y de consenso! Flavio C. : ... mmm... No me parece mal; lástima me da por él. ¿Lo sabe? Casio P. : Oficiosamente le vamos a decir que vaya preparando los arcones de viaje y sacando brillo a las guarniciones; para cuando le reclame la República. Flavio C. : ¿Y aceptará? Casio P. : Es un Calaetio. Flavio C. : Pero segundo plato del banquete que estáis cocinando. Casio P. : Mesado ha sido su hacer, pero no se puede obviar lo que ha puesto de su parte para llevar adelante el proyecto. Arístide P. : Abanderado, pues ahí le tenéis, dando cintura a una vaca para que ría la chiquillería y los padres podamos mientras tanto conchabarnos. Él es parte interesada si algo de verdad tienen los chismes de la plebe. Flavio C. : Tras este grato momento de sinceridad, no nos hundamos en el fango y admitid que entre nosotros mismos corre el bulo. Arístide P. : No seré yo quién lo haga, siendo Quinto compañero eleusino vuestro. Flavio C. : Os veo driblar a nivel de saltar esta noche con los muchachos. 17
Arístide P. : Y preferiría; a enemistarme con el poderoso Flavio Cerer y su círculo de acólitos. Flavio C. : Buena cintura la que elige la plebe. Bien, pues si vosotros vais a darle alegrón al fin del festín, dejadme que ahora le adelante yo lo de Galba para que temple el nervio; pues al hilo de un suspiro le está rondando la bestia. Casio P. : ... Es tu amigo, adelante que no es secreto para nadie. Flavio C. : ¡Quinto! ¡eh! ¡Quinto!... Aquí Quinto, aquí. Quinto C. : (desde la arena) Dime; a la Bienvenida no se le puede perder la cara. Flavio C. : Cerrado está que se va. ¿Y sabes a quién pondrán al mando? No te lo puedes imaginar. Al fullero de Galba. ¡A Galba! Jo jo. …… …… (corriendo a la arena) ...... ¡¡Quinto!! ¡¡Quinto!! Arístide P. : ... ¿Es bueno o malo el que te salte la tapa de los sesos una vaca? … Convulsionar no, no creo que sea sano. Casio P. : ... Y... ¿Y habíais pensado en un número tres? … A nosotros nos gustaria…
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ACTUS SECUNDUS
SCENA PRIMA
(En Ad Taurus. Bajo un sol mordaz aguantan en pie cuatro toros de piedra. En la sombra de los escasos árboles descansan hermanados pastores y gentes de armas cuando aparece por el sendero recua de cuatro esclavos ligados por el cuello y conducidos a látigo) Soldado 1: ¿Qué han hecho, amigo? Hombre Látigo : Apenas murmuran o quejan al restallar de la pregunta. Y clamar a unos dioses que cazo del panteón romano. Soldado 1: No hablan por saber la que les espera, sí. En la próxima ciudad te pagarán holgado por el mero apalear. Hombre L. : Llevo todo el día al arreo y tarde o temprano tendré que tomar resuello y descansar. Soldado 1: Mata un par y sigue camino; más cuenta te traerá. Riega el nemetón con sangre romana y Cernnunos sabrá reconocerte. Hombre L. : ¿Os interesaría a alguno un esclavo? ¿Un pelele sobre el que probar la daga o la espada de antenas? Soldado 2: Claro tal ciervo que escapa, avarungo. Mata un par y sigue camino porque aquí no te puedes quedar. Vamos, decídete rápido o te hago yo mismo el debate más sencillo. (el hombre del látigo saca una falcata de la vaina y decapita a uno. Y dibuja el arco para decapitar a otro) Pastor 2: (sin apenas cambiar de postura) Una pelleja de vino a la mitad te cambio por el que sea más joven de ellos. Hombre L. : Poco bebo. Pastor 2: La bota de la que yo te hablo calza tinto del Duero. Cata el oro de su cuero y sopesa. Hombre L. : ... glub... ¿Dónde te lo ato? Pastor 2: Aquí cerquita. Ponle en alguna sombra la traílla. Y ahora, por favor, dejad a las chicharras su momento. Soldado 1: Y marcha sin levantar polvo. Coge breada forastero, sigue rumbo a tus negocios sin mirar atrás. (prosigue camino el hombre del látigo y los soldados se acercan a observar al joven) Soldado 1: ¿Tienes gracia, zagal? ¿Sabes al menos dónde estás? Soldado 2: Por lo que desorbita los ojos algo sabrá o estará imaginando, sí. ¿De donde habéis salido, canallas? ¿Estabais solos? Soldado 1: Desenrosca la lengua y confiesa sin mayor presión que el cazo de agua que te alargo. 19
¿No?... puaj. Yo te ofrecía agua por no poder darte mejor trato al estar pendientes de una voz, pero aquí el amigo que te compró, ¡Viriatum!, viene haciendo fama desde chico por hacer croar a las ranas con acento de gallo caporal al aplicarse en persona a operar con verduguillo. (Una voz): ¡¡Atenta la gente de armas, ar!! ¡Cita al punto, raudos! Soldado 2: (a pastor 2) ¿Quieres que te evite el engorro de matarlo antes de irme? No he probado el canto de mi hacha nueva y me gustaría estrenar en la cabeza del compadre para comprobar solvencia. Pastor 2: No. Que quede en la sombra que resta mucha solana para espantar siquiera lagartos. Soldado 1: Adiós. Ya os diremos al regreso. Cuidaros. Pastor 1: Dad recuerdos y volved vivos. (parten y quedan los pastores en el sitio y a la postura) Prisco C. : ........... ... Me llamo Prisco. Pastor 2: Me alegro. Prisco C. : Y no soy romano. Pastor 2: Pues mejor para ti. Prisco C. : Rehenes de horda desgobernada caímos hace unas semanas y en la primera oportunidad nos escabullimos. Pastor 1: Bravo por ti, muchacho, mas no son horas de alegato recitando las chicharras. Cesa de todo disturbio y a la vejez de la noche puede que llegues a echar unos suspiros.
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ACTUS SECUNDUS
SCENA SECUNDA
(La tarde discurre tranquila hasta que las sombras se alargan y desperezan los pastores) (Pastor 1) Uruko: Voy a recoger las vacas en el cotarro que mira al Borbollón, ¿vienes? (Pastor 2) Viriato: Ve tú solo, yo espero a mi hermana y a los chicos; he quedado con ellos para merendar aquí; ahora pondré a los perros a rondar. No descuides de la mano el cayado, corren las cañadas lobos; y luego Uruko: vienen los amos del ganado a preguntarnos por qué carajo la tomó la alimaña con su concreto ejemplar. Viriato: Nunca me mataron una, y el día que hagan, a la Luna le corro los vástagos hasta que dejen de aullar en estos pagos. (desaparece azuzando el ganado entre arbustos y matojos) Prisco C. : ... ¿Podría beber un poco de agua, por favor? No quisiera moverme sin agitar cascabel; antes sólo me dieron en formato escupitajo. Viriato: Te expresas bien para ser romano. Quién te enseñó céltico. Prisco C. : Mi padre. Y él también fue quién me imprimió todo posible acento al hacerme crecer en su misma esclavitud a Roma. Y a sus maestros. Viriato: No esboces síndrome de cautivo ni te pongas en tesitura de renegar de algo que luego te perturbe. (y sacando la daga) Hala, ya está, vuelves a ser hombre libre. Te corto las ligaduras, el dogal de cáñamo, y te conmino a que sin más explicaciones eches a correr. Vete por dónde vinieses y si tienes necesidad, igual que has hecho conmigo, had con quien encuentres, y al por favor, verás, el pan de bellota no te ha de faltar. Escapa muchacho y que el sol del nuevo día te descubra en otros valles y otros pastos. Vete. Prisco C. : Vengo de muy lejos para aún rondándome la Fría irme sin preguntar. Viriato: Con lo visto hasta el momento ¿ampara duda tu garganta? Prisco C. : Cerca ha estado mi gañote de no retener ni aire, y supongo tener derecho, si voy a ser muerto de todas formas, a saber dónde van a quedar mis huesos. Viriato: Difícil precisar pues a los buitres y a la climatología es uso dejar descabalar las osamentas de los héroes. O de los indigentes. Prisco C. : No lo soy tampoco. Viriato: Entonces indigente declarado. 21
Venga, marcha a rodar tu sino, fino tengo el oído y a lo lejos escucho a mi hermana y mis sobrinos entonando canción estival. Prisco C. : Hágame mayor favor que darme de nuevo la vida y dígame, se lo ruego, el nombre de este lugar. Viriato: Para vosotros, romano, viene siendo conocido de unos pocos como Ad Taurus. Nosotros simplemente lo llamamos El nemetón de los verracos o El ombligo del universo. Prisco C. : ¿Y al estilo de éste hay dispuestos más por la faz o es puro hipérbaton el discurso? Viriato: ¿A qué tanto inquirir? Prisco C. : Hasta que me han robado, yo, y antes mi padre, hemos colgado al cuello moneda que nos daba cuna entre la efigie de cuatro toros. ¿Éste es el lugar labrado en el bronce aquel? Viriato: Lo es, y la ceca que pariese el linaje de tu padre acuñó en Ulaca. Cerca. Así que sabiendo, y si emperrado estás en la aventura, sigue el camino que tomase quién te trajo que darás a la misma Ulaca en tres días a tu zancada. Prisco C. : Deudor sincero me hago de usted, y su linaje, hasta tiempo de sus tataranietos. Muchas, muchas gracias y a cobijo le tengan todos sus dioses y los míos de aquí en adelante. Viriato: Espera, no te vayas desnudo. Prisco C. : No lo estoy. Viriato: Sí, sí lo estás. Toma, ponte este torques y alza con orgullo la cabeza al menos en deferencia a que fue de mi padre. Y ahora sí, corre lobezno a la noche que ataca mi familia el estribillo final en el recodo. Vuela. (Uno desaparece y el otro se apresta a recibir a la familia)
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ACTUS SECUNDUS
SCENA TERTIA
(La hermana y cuatro o cinco sobrinos dan facha en el sendero, para a la postre, y teatreros, informar también de la presencia en el sitio de la hija del mismo Viriato) Me ciega, pese al ocaso, una pléyade de diosas exóticas y algún Viriato: demonio burlón. Y, lo que si no me engañan los ojos, debe ser mi propia hija. ¿Pudiera ser? Estrella, estrellita, estrella. Lucerna de toda noche y momento. Ven, dame un abrazo de arriero, con sus besos, y dime al oído lo buen padre que soy contigo al dejar que hagas capricho. Suxa : Sabía que estabas por aquí, y lejos no iba para ver a una amiga casada en el solsticio. Hermana: Y entre medias está el castro de su tía favorita y siempre le ha de ser motivo para echar el alto y algún respingo con los primos. Deja de refunfuñar y alégrate. Entre el Duero y el Tajo cubre aguas su casa al igual que pasa contigo. Suxa : Padre, me ha dicho tía Berrieta que de no ser por simple casualidad, no se enteran tampoco que habías arrimado a estos herbazales. Viriato: Pues si me excuso por eso no os podré contar lo que me ha pasado hoy. Hermana: Di. Viriato: Hoy he comprado un hombre por medio pellejo de vino. Hermana: Ves lo bueno que es el dejar de beber para dar consistencia a la hacienda. ¿Vas a revender? (Viriato carga un proyectil en la honda y bolea la llamada) Viriato: Rapaz, sal. Acércate a las brasas y podrás probar bocado que en figón alguno hallarás. Prisco C. : ... Yo... esto... estaba recomponiéndome una sandalia que traía al retortero y me agarró la nariz el néctar de la olla. Viriato: Incipiente es el efluvio, muchacho. Danos, si te sientes obligado, excusa que creas oportuna aunque no te hayamos pedido. Pero, por Lug, no nos tomes por sandios. Prisco C. : Es que el restaño del calzado me ha llevado su tiempo... y desde luego, porque tenía prendido el oído en la dulce cancioncita. Hermana: Eres el zagal esclavo. Prisco C.: El joven liberto, sí. Hermana: ¿Y tienes nombre propio o dejabas que te pusiesen los amos? 23
Prisco C. : Me llamo Prisco. Prisco Calaetio. Suxa : ¡Huy! ¡Romano! No digas a nadie tan ligero o poca poda llegarán a conocer tus chivarrillas. E invéntate apellido de Gens autóctona. Prisco C. : ¿He de recelar del nombre que me abrigó, y para bien, hasta la fecha? No se cernirá tampoco tan negro el cielo al llamarse vuestro propio padre Viriatum. Hermana: ¿Le has presentado, hermano, a Genzrio y Namur? Viriato: Ya les conoces. Ellos no necesitan heraldos. Suxa : Ni alcahuetes; que lo son el uno del otro. Hermana: ¿Dónde relinchan los sinvergüenzas? Viriato: Cerca de Cauca levantaron alquería unos romanos, y pese a las sucesivas advertencias y amenazas, se han hecho fuertes por creerse colonos con licencia válida expedida en Tarraco. Y te habrán pedido que vayas con ellos ¿no? Suxa : Viriato: Ahora soy pastor y finjo dormitar cuando quieren darle noria al tema. Nada de líos, padre. Por favor. Suxa : Esos encontrarían excusa para matarse aun en ausencia de romanos. Hermana: Mal no nos haría tampoco que se le bajasen los humos a todos los genzrios y namures comprendidos entre la bastetania y las tierras cantabronas. Viriato: No les echéis mal de ojo, no hay día que no oiga de sus bocas loa a las mujeres de mi casta; sintámonos contentos.
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ACTUS SECUNDUS
SCENA QUARTA
(Mientras las mujeres y Prisco se preparan para servir la merienda-cena, Viriato sale a buscar a los sobrinos desperdigados) Suxa : ¿Tú, romano, tienes algún reparo a nuestra cocina? ¿Necesitas comer algo raro o era cierto que te ligó al piso el aroma a somarro con cebollas? Prisco C. : Gustoso comería hasta las sobras de vuestras manos, si al menos el nombre os conociese para poder suplicar con propiedad. Hermana: A mí me debes llamar Berrieta o tía Berrieta; pues madre sólo le consiento a mis hijos y a esta flor de intenciones. Ella, ella es Suxa, aunque vea por tus ojos, igual que haya visto entre oretanos, arévacos y túrdulos, que te gustaría invocarla con palabra íntima que sólo se susurran al oído los dioses. Es bella ¿eh? Suxa : ¡Tía! Hermana: Y de un genio inquebrantable. Suxa : En eso hazle caso, romano, que habla por experiencia. Prisco C. : Al envoltorio me habéis calado rendido, y si mudáis el requerirme romano por cualquier otro apelativo, de continente y contenido no niego el poder prendar hasta los tuétanos. Sois muy hermosas; toda la familia. Suxa : Espera a tratar a mis primillos. Hermana: ¡Oye, bruja! Te consiento por tener razón y ser de dominio público que de no salir ciscados ahora los romanos, harán cuando cojan edad los míos y se corra la noticia. (retorna Viriato con la leña) Viriato: Como ves, romano... Prisco C. : Prisco, por favor. Viriato: ... al oído tienes, te decía, que mi hermana también es partidaria de daros repaso bien a la mañana o a la tarde. Prisco. Prisco C. : ¿Y en la noche hacer la tregua? Viriato: Obligada. Ni ganas te van a quedar para moverte en tu tumba si quedas por aquí lo suficiente. Da enconada batalla la Vida en el trasunto que hace el astro. Prisco C. : No me le hago muy belicoso, Viriatum. Viriato: Vuelve a confundirte y lo seré. ¿O acaso hemos sangrado juntos por algún derecho? ¿Compartido muslo en la ebriedad? Prisco C. : ... eh... Espero llegar a hacer; a poco que se me dé dispensa ahora para 25
lavarme las manos y pasar en la intimidad el bochorno que me acucia. Hermana: Siéntate y no te muevas. A ver si llevo yo cocinando todo el día para que quede cosa de mero calentón final, y tú vas a buscar que se enfríe. Sienta que no me has visto dar capones a cuchara. Suxa : A hierro y palo nos tratamos, sí. Prisco C. : No, tú no. No puede herir ánimo o carne una beldad etérea como la tuya. Suxa : ¿Seguro?... romano. Viriato: ¡No quisiera yo enemiga a mi propia hija! Prisco C. : (comiendo) Pues antes le quise decir... Viriato: ¿Y el muy bueno, gracias? Prisco C. : ... Esperaba para fregar los platos, mullir los lechos que hubiere ser menester, recitar nana a quien se tercie, y espantar en persona búhos y mosquitos, pues sé que del pecho no me va a brotar palabra digna, y oportuna, para exaltar al difunto guarro, y a la excelsa tía Berrieta que franca tendría la puerta de cualquier cocina del mundo. No me guardaba las palabras, quería refrendar con hechos mi gratitud al buen hacer. Viriato: ¿Y qué desarrollabas y te corté? Prisco C. : Que no le conocía el genio, y lamento haberlo despertado, Viriato. Hermana: ¡Eso genio! ¡Ja! Deja que termine yo de cenar y me levante, sin escuchar verso de mi propio hermano al corato, ¡que tú has cumplido!, y presenciarás lo que es un pronto encabronado al estilo de la Ulterior. Viriato: Cá hermana cá, yo esperaba igualmente al final, pero para despellejarme las manos a aplauso roto y los morros a besos. Y alguna lágrima también por el toque del ajo. Hermana: Pues quedando satisfecha, y al cuidado de recoger que os dejo a vosotros, yo voy con los pequeños porque alguno sueña con trasgos y orcos de no oírme la respiración cerca. Viriato: Adelántate hermana, sí, y al que no ligue pestañas dile que en cuanto el tío Viriato despache entre marmitones, al codo me tiene para susurrar cualquier historia. Hermana: Y por cruenta no me dejarán a mí dormir; que patalean y rasgan los coitados. Ven conmigo sin más preámbulo y deja a los chicos que se conoz... que frieguen los cacharros. Viriato: De poco te conozco, Prisco, pero confío al modo de dejarte entre las manos lo más preciado que tengo; y no te hablo de menaje. Buenas noches tengáis y que no quede el alba de ajustarme los bracaes y las botas de 26
a trancos largos atravesar monta単as. (se retiran los hermanos)
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ACTUS SECUNDUS
SCENA QUINTA
(Recogiendo los cacharros) Suxa : El nombre pase, lo que has de mudar presto es la Gens de tu Casa. Prisco C. : Invéntame tú una. Suxa : Dame algo de tu existencia. Échame reseña breve que te describa. Prisco C. : Te resumo si sabes que ésta es la primera vez en mi vida que froto la vajilla. Suxa : Más contundencia se requiere. ¡Fregar!, fregar es lo que tienes que hacer y no divagar. ... Mira, ya te tengo casta. Sí, eres un Aberats. Prisco Aberats. Prisco C. : ... No imagino la broma encriptada, pero si con el alma me dices, con gusto lo vestiré sólo por exhalarlo tú. ¿No teme tu padre dejar al cuidado de su tesoro a estrellas y vientos? … Suxa : Si toso, si profiero un ay, un suspiro con matiz que mi padre pueda entrevetar daño, no elijas mortaja fina que ni los perros hozarían tus despojos. Una voz y comprobarás. Prisco C. : No hagas, que creo. Y de mí no saldría reproche si tú misma me quieres abrir el pecho y arrancar el corazón. Y no te remuerda el acto porque sin saberlo lo acaricias, al punto, que lo siento por sí solo escaparse de la caja. Suxa : Vida intensa la tuya, sí. Y vacua, que cautivo de un yugo matinal, al cuello te ciñes otro sin dejar que la luna toque horizonte. Prisco C. : Por gusto propio, sí. Suxa : Bien acerté que tenías el ímpetu del hombre rico. Del caballo. Prisco C. : ¡Capital el de tu padre! Suxa : ¿Es pie para ofensa? Prisco C. : ¡No acudan gusanos a la manzana, no! No. No mi amor, si así me consientes que te llame, o lo pretenda. He tratado con los amos del mundo, en la palestra y a la mesa, y hasta en sus dormitorios, y no tengo conocido a nadie con tamaño diamante en la arqueta. Suxa : ¿Grande? Prisco C. : Bien dijo tu padre que el brillo a los ojos ataca. Suxa : Es de noche. Prisco C. : ¡Y la maldeciría de no permitirme el danzar de las llamas admirar tu rostro! 28
... Aunque sí, al Sol también haré enemigo si su intensidad obliga a que entornes las ventanas de tus ojos. Suxa : Y qué más me puedes decir, sin buscarme el sonrojo. Háblame de ti. Prisco C. : Si te cuento de mí te temo un ataque de tosferina. Suxa : Prueba a ver. Prisco C. : Mi padre, por ejemplo, fue excelente persona, pero si te digo que reposa dentro de urna, bajo cama de puta, esperando para pudrir a la par, todo lo que te diga de él en adelante sobrará. Suxa : ¿Y tu madre? Prisco C. : Mejor no hablar de ella. Suxa : ¿Y hermanos... amigos... demás familia? Prisco C. : Tengo, y muy buenos. Pero... Suxa : Pero dejaste. Prisco C. : Abandoné hace unos meses, sí, para siempre; créeme, de no venir ellos acá, nada me despegará de tu lado... ni de tu lecho. Suxa : Más despacio, no soy mujer de una noche, romano. Prisco C. : Ni de una vida. Por eso ahora entiendo que mi padre quiera compartir sarcófago. ¿Te gustan los niños? Suxa : Prisco C. : ... Y lo que más engendrarlos. Suxa : Pues para que algún día puedas entregarte, te recomiendo que ahora no insistas más y me dejes ir con mi tía. Mi respirar a ella le es bálsamo también, y con su roncar, el que siempre descansa profundo es mi padre. Buenas noches, Prisco Aberats. Prisco C. : Duerme despreocupada de toda pulga, dormid, quedo yo al ojo de los bichos. Duerme y sueña.
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ACTUS SECUNDUS
SCENA SEXTA
(Amanece. Viriato y su hermana escuchan las nuevas que trae Uruko mientras la juventud despereza) Suxa : He soñado que al despertar no estarías. Prisco C. : ¿Entonces fue pesadilla? No temas a la vigilia. Tía Berrieta hizo tortitas de salvado silvestre al alba. Y yo, supervisado por tu padre, he ordeñado unas vacas para llenar los tazones. Suxa : Ya te veo las manos, ya. Prisco C. : No te ofendan mis ampollas, a nada hago callo y no destaco en reunión de pastores. Suxa : ¿Es tu idea? Prisco C. : Estoy en que me consientas; pues tampoco te imagino mujer de entregar a día cumplido. ¿Has hablado con mi padre de esto? Suxa : Prisco C. : Entiendo el hablarlo contigo. Ahí te has ganado un pie. Suxa : (entre miradas y risas desayunan) Suxa : ¿Y cuál es tu propósito para hacer vida aquí? Prisco C. : Acoplarme a la que tengas tú empezada. Siempre soñé vivir dónde me enraizase el corazón. Lástima. Suxa : Prisco C. : ¿Por? Suxa : Porque anoche me lo diste y lo guardo en un zurrón al aire de toda tierra. ... ¿Quieres que te lo devuelva? Prisco C. : Quiero ayudarte a colgarlo en la repisa de la chimenea. ¿Y qué vida me darás? Suxa : Prisco C. : La de una reina amada y deseada de sus súbditos. Suxa : ¿Y qué vida te tendré que dar? Prisco C. : La que puedas y gustes. Suxa : ¿A cuello franco te ofreces? Prisco C. : Rendido a voluntad que no es la mía. Coro de primos: Suxa y Prisco se gustan. Prisco y Suxa se aman. Prisco y Suxa se aman. Suxa y Prisco se gustan. Suxa : ¿Tienes algo que hacer hoy en ese devenir intenso tuyo? Prisco C. : Servir a la dueña de mi corazón; lejos de ese cometido sólo entiendo la muerte. 30
Suxa : Entonces te invito a un chozo serrano que tengo heredado no muy lejos de aquí. Entre la fronda del Borbollón oculta hogar que les sirviese a mis padres para iniciarse en el amor. Puedes venir conmigo; mal no me vendrán dos manos más para arreglar los desconchones y la cubierta. ¿Te apetece? Prisco C. : No ves que empaco. Suxa : Antes habrá que despedirse. (se acerca Viriato cabizbajo y Berrieta eufórica) Suxa : Nosotros, Prisco y yo, tenemos propósito de clavar unas tablas y echar algo de brezo al chozo serrano que me dejó madre. Hermana: ¡No sin antes enteraros que hay visos de paz y reparto de tierras! Dice el trotaveredas de Uruko que por fin tenemos romanos de palabra en el terruño, y al auspicio de uno que llaman Galba, se promete olvidar toda pendencia abierta y entregar nuevas tierras a quien se acoja. Prisco C. : ¿No le alegra, Viriato? Viriato: Sí y no. Todo lo que sea bueno, aunque lo arrimen los romanos, bienvenido sea. Me sé bárbaro entre bárbaros y por no desentonar ni me preocupo; ni hago por cambiar. Suxa : ¿Pero irás al reparto? Viriato: Ni pizca de ganas tengo. Y reconozco que más cuenta me haría seguir a lo que estoy, en la estela trashumante, mas tu tía, hombro que se me ha ofrecido una y un millón de veces al apoyo, no habiéndome pedido nunca favor alguno, ahora hace rogándome compañía para vigilar la muchachada y dar el pego de unidad familiar numerosa; con gran hambruna de tierra desbrozada. Hermana: Si tan mal te va la espina, queda. Bien sabré bregar yo entre tanta chusma que concurra. Viriato: Ya se hace cargo del ganado mi socio Uruko. Y tengo razones y amigos para dejarme caer; y que mi hermana me lo pida, la primera Suxa : Cuidad de mis primillos ¡y de ellos! Hermana: Ya te daré a la vuelta, bruja.
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ACTUS TERTIUS
SCENA PRIMA
(Al cabo de un tiempo en el chozo serrano. Amanece) Prisco C. : No te vayas, Luna, no des curso a la mañana porque temo el despertar. Vuelve el tiro de tu carro y escucha. Detén tu caminar pues mi mujer no te ha acabado la plegaria. Deja que duerma. Entretén al Alba con unos guiños y la liba de esta leche de cabra que te ofrezco. No apures el paso y déjame soñar despierto. Suxa : (desde dentro del chozo) ¿Se te descompuso al fin el órgano de la cordura? ¿Con quién hablas? Prisco C. : Con mi madrina Natura. Suxa : ¿Y que tal pinta y viste la dama? Prisco C. : Aunque con gran escote, una capa de borra negra acolcha el cielo. No levantes. Suxa :(saliendo al exterior embarazada) ¿Va a llover?... ¿Te cansa levantar a esta paleta? ¿Te aburres de las vistas o de mí? Prisco C. : Nunca, mi gordita. A mis risas has debido despertar y éstas eran por glorificar el nuevo día. Y visto que es hora... (gritando) ¡Buenos días a toda humanidad o reino de fieras que contemple el palpitar de mi cabaña! Suxa : ¿Eres feliz? Prisco C. : Mañana lo seré más. Suxa : Siempre me dices. Prisco C. : Será porque viene siendo verdad. Suxa : ¿Aunque me hinche y deje de verme los pies? Y ser estable. Prisco C. : ¿Lo has sido alguna vez? Suxa : Más firme tengo yo el carácter que tú la raigambre de los pelos. ... ¿Echas de menos algo? ¿Te es condena el cautiverio? Prisco C. : Sigo al cincho con clavo y martillo para colgar mi corazón, que lo es tuyo, dónde gustes. ¿Seguro, Prisco? Suxa : Prisco C. : Y de no llevar a mano las herramientas, con un espetón de madera y una piedra te fijo. ¡Dime el sitio! Namur: (apareciendo repentino) ¿¿Quizás aquí?? Suxa : ¡¡Namur!! Qué susto. Prisco C. : Si lo vuelve a hacer le mato. 32
Ya puede ser el azote que dicen, o que sea bastardo de quien inventase el mango de la espada, si repite, le asesino con mis propias manos. Namur: ¡Vaya, vaya! La última vez que te vi a ti, poco hablabas. A tiempo desviaste la mirada para evitar el palmo de hierro que clamaría la insolencia. Pero tranquilo, bien sé, que se te tiene por el yerno de Viriato. Suxa : ¿Sucede algo? Namur : ¿Habría de suceder para que tu padre quisiera saber de ti? Suxa : Unos meses no justifican, y perdona la sinceridad, Namur, el decirte a ti o a nadie dónde echo los ratos. Namur : ¿Meses? Ja. ¡Años! ¿Está bien mi tía? Suxa : Namur: Yo vengo a hablarte de tu padre. Suxa : Deja a mi padre tranquilo porque fuerzas ha tenido para mandar recado, y dame razón de mi tía que siento algo extraño agitárseme dentro. Prisco C. : Nunca me gustó usted, Namur. Namur: Y eso que sólo me conoces de una vez. Prisco C. : A mi pesar, con ésta, dos. Suxa : Háblame de mi tía Berrieta, sin ambigüedades, te conozco escurridizo a toda verdad o pleito serio. Namur : Tu tía murió, lo siento. Cayó como todos en el cuento de Galba. Suxa : ¿Y mis primos? Namur : De ellos mejor no decirte en tu estado lo que vi. Suxa : ¿Y mi padre? Namur : Tu padre no. Tu padre fue de los pocos que no picó en la engañifa y se salvó. Cogió voz y mando y de él salió que algunos más pudiésemos escapar; entre otros yo. Suxa : ¡Y por qué no vino él a contármelo! Namur : Por preservar entonces, y ahora, tu seguridad y la suya; que dice ser la misma. Y por... ¿Y? Suxa : Namur : ... Y porque tu padre no es el mismo; te lo digo yo. (se decide Natura por abrir con rayos, y tras un par, el día queda negro)
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ACTUS TERTIUS
SCENA SECUNDA
(En Ad Taurus. Suxa recobra la consciencia y a la vera descubre a Prisco atado y amordazado. Mientras, Namur mueve los tizones de una hoguera) Suxa : ¿Qué pasó? Namur : Tras decirte lo de tu padre, y que cayó cerca un rayo, se nos hizo a todos la oscuridad. Suxa : Y por qué has atado a Prisco. Namur : Porque a él fue a quien más se le nubló el presente al ver que te derrumbabas. No tuvo mejor ocurrencia que culparme a mí de toda tormenta. Le entendí ademanes de tirárseme encima, y antes, le sequé todo propósito arreándole con una estaca. Suéltale inmediatamente. Suxa : Namur : Haré, pero antes siéntate junto a mí pues te tengo que contar más. Suxa : No. Ahora. Libérale de toda soga, o aún preñada de no recordarme los muslos, no te van a proteger las canas y el poco aprecio que te tenga. Tranquila mujer que haré; disfruta en el brillo de sus ojos lo que le Namur: reconforta escuchar tu voz. Suxa : (buscando algo para soltar a Prisco) Si no haces tú, haré yo. ... ¿Por qué nos has traído aquí? Namur : Aquí he quedado con tu padre, y ausente tú, y obnubilado... ése, bueno, paso obligado era el acercarnos. Suxa : No estoy para que me bailen mucho la entraña. Namur : Con más razón; cuanto más tarde hubiese sido peor. Suxa : ¿Y tardará en caer mi padre? Namur : ¡Quién sabe! Ahora es jefe. Suxa : ¿De fratria de golfos de tu calaña? Me extrañaría. Ja. No. Ése no es mi padre. Namur : Te dije que algo había cambiado. Y tampoco es que seamos cuatro golfos. Yo di juramento de verter mi sangre sin dolor hasta que le pluguiese a Caucaino. Y con Púnico y Kaisaro también entregué palabra de batallar hasta la extenuación, pero juro, aunque haya desvirtuado la expresión con tanta entrega previa, ¡Juro!, que jamás ganó nadie honor de fidelidad tan justamente. ¿No te alegra saber que tu padre es el líder de la Celtiberia en su revuelta contra Roma? Suxa : No es noticia que celebrar. 34
Namur : Sin Viriato, los celtas, hace tiempo estaríamos aprendiendo latín. ¡Semper fidelis, Viriatum! Je je... ju. Suxa : Déjame un filo y mi hombre te dará la réplica. Namur : (ofreciendo la daga propia) ... Toma; ten cuidado con la punta, la tengo esmerilada para rasurar romanos. ¿Y qué hizo el bueno de mi padre para ganarse tu incondicionalidad y la Suxa : del rebaño que citas? Namur : ¡Qué no ha hecho! Hasta los romanos preguntan para llevar noticia fresca a sus foros y dejar constancia escrita. Ha hecho mucho, y mucho más de lo que nadie hiciese y se pudiese llegar a prometer. Ni imaginar. No es guerrero. Es la Guerra. Suxa : Ése no puede ser mi padre. Prisco C. : (frotándose las ligaduras) Nunca me has gustado, Namur. Nunca. Namur : Ni tú a mí tampoco; te conocí carne de ahorcado y peropalo. No me busques y no me encontrarás. Suxa : Amor, por favor, ¿nos excusarías un ratito? Prisco C. : ¿Estás segura? Namur : La única hembra que lo podría estar. (marcha Prisco no muy convencido)
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ACTUS TERTIUS
SCENA TERTIA
(Viendo lo ignorante que está de la historia reciente la mujer, Namur se entiba el ánimo con cerveza) Suxa : Namur... Namur : ... glub... glub... glub... Suxa : ¡Namur! Namur : ... glub... Sí, aquí estoy. Vamos, pregunta cuanto quieras porque para darte noticia, y dar de ti, se me mandó. Suxa : ¿Ha hecho mi padre algo gordo como para que no olviden los romanos? Namur: Apenas. Los ha corrido campo traviesa dónde los ha encontrado, e incluso hallándonos nosotros desesperados por perdidos, vino a urdir estratagema que nos dio sorpresiva victoria sobre el que decían gobernador de la Ulterior; en Tríbola lo hicimos prisionero. Y por si pensabas que era cosa sólo de pleitear con Roma, entre nuestras mismas filas y ciudades ha debido caer sin compasión para que no creciese la filiación a la Loba. Segóbriga no nos olvidará. Sin embargo en Baecula no se olvidarán de nosotros. Suxa : No te creo. Me hago idea que haya corrido todo latinajo que encontrase si cosa de ellos fue matar a mi tía. Pero de ahí, a emprenderla contra gente inocente, se me hace autoría que no achacar a mi padre. Namur : Pues hace. Yo hay veces que no tengo estómago para seguir su ritmo. Pero hay que reconocer que nadie hizo tanto, con menos. Roma le ha convertido en objetivo prioritario y se sabe de asesinos a sueldo. Y se rumorea de propios comprados. Tu padre ha cambiado mucho y dudo otro tanto que vuelva a ser el mismo. Suxa : Quiero descubrir en el pelaje de tus palabras un enredón de resquemor, tristeza y amor, ¿es posible? Namur : Imposible sería no tenerlo habiéndole visto, y oído, manejarse en Itucci y Erisan. Cuánto más grande se hace, con cada arenga lanzada al lienzo de muralla que resiste, en el tomar él mismo el bastión más alto, o degollando centurión que engrosa emboscada, por momentos, te digo, el pastor que fuese se consume en pro del monstruo que siempre odió. No receles de mí, no. No receles, antes también le conocí Hombre Libre y pastor, que glorioso general que da batalla dónde puede. 36
Suxa : ¿Le profesas? Namur : De perder la vida y ser objetivo aunque duela; a él o a mí. Suxa : Y qué es de él ahora. Namur : Para el mundo está batallando al tiempo en mil sitios de la Beturia, pero para nosotros está al llegar. Suxa : Y cómo viene. Namur : ... mm… Viene. Y no es poco. Suxa : ¿Cazo otro enredón? Namur: Podría fajarme, pero sincero te digo que lo que viene es con malas compañías. Y tocado. Mucho poder han tomado en su círculo unos que atienden por Ditalcon, Minauro y Audax, y que parecen hacerle más gracia que mi hermano Genzrio y yo mismo. Suxa : Molesto estás. Namur : Lo estoy. Pero eso no es óbice para tener razón. Suxa : Y qué haces aquí que no estás con él. Namur : Orden fue lo que me movió. Y débil que está, te adelanto, de no coger las riendas y dar calcañal a la potranca, se me muere del disgusto en el mismo camastro desde dónde me dictó. Suxa : ... Voy a llamar a Prisco para contar. Namur : Had, pero no le pierdas de tu lado ni caiga mucho rato fuera de mi vista, por favor. Por favor te lo ruego.
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ACTUS TERTIUS
SCENA QUARTA
(Con premura, y un tanto de misterio, unos adelantados levantan un pabellón de viaje, para al cabo, ni acabar, aparecer Viriato y séquito en el recodo) Viriato: Me viene a la cara el rezume de la primavera sabiéndome en lo crudo del invierno. Minauro: ¡El león está malo! Audax : ¡Pachucho! Ditalcon: Resfriado. Viriato : ¡Qué sabréis vosotros de dolor alguno! Id a lo que tengáis y dejadme con los míos. Suxa : ... Padre. Viriato : Fría te encuentro para lo demacrado que me sé y me habrán descrito. ... Y obligado vengo; si con esto te incomodo menos. Me alegra verte bien por fuera, por dentro te me refirieron agonizante Suxa : como para preocupar. Namur : ... Soy fiel, pero libre para hablar y malmeter. Suxa : Y sobras aquí ahora. Namur : (por Prisco) Lo mismo que éste. Suxa : ¡Es mi esposo! Namur : Y este otro mi amado jefe. Viriato : Déjanos Namur, por favor, pon a escrutinio de tus ojos la actividad de otros y déjame con mis hijos. (alejándose unos pocos pasos Namur, prosiguen) Suxa : ... ¿Es verdad la contundencia que me han contado? El despego a toda forma de vida por vengar a tía Berrieta. Viriato : No es vengar, hija. Quizá ¡fuese!, porque no puedo negar que el velo de la ira me cubre al recordar. Pero metido en faena, es la guerra remolino que te aspira lo mismo a lo más hondo como te lanza al cielo raso despedido. Hace paladar el halago, y otra época también reconozco haber hecho sólo por oír lo intrépido que me describían. Y por hacerlo bien y haber olvidado todo lo demás; hasta el comer. Motivos no me han faltado. He llegado, hija, y escucha bien mi obsesión, he llegado a ocultarme tres días en una letrina silvestre para cazar un decurión que había cogido costumbre al punto y a la hora. ¿Y por qué? Por ser romano y hacer gala vistiendo y defecando. Prisco C. : Si no has hecho daño por aquí podrás quedar con nosotros sin despertar 38
recelo. Viriato : Por eso llevé lejos la guerra, hijos, para preservaros, pero inmerso en la contienda, nada queda seguro. Nada. Ni vosotros viviendo yo, ni yo viviendo vosotros. ¿Temes por tu vida? Suxa : Viriato : No, porque la sé escapada. Temo por la vuestra. Ahora no ve Namur motivo de chanza a que yo mismo, en el delirio y la desesperación, me haga llamar Viriatum. Huyo hacia delante sabiendo la suerte que me aguarda en cualquier copa u abrazo. Prisco C. : Aquí no has de temer, y no por suegro, que de mucho antes tenía ofrecido el pulso y el aliento. Suxa : Con mi amparo que cuente pero no con mis simpatías; no me ha negado el propagar la llama y dar hierro entre gente inocente. Viriato : No quedan inocentes en la guerra, cariño. Hasta quien supones, desconfía de Prisco sólo por haberlo conocido nacido romano. Namur : ¡Y por retenerte a la puerta del primer pabellón tras mucha intemperie! Suxa: Aunque tu perro muerda, padre, me gusta como ladra. (Prisco y Namur acceden a la tienda. Viriato retiene a Suxa por la manga y busca la intimidad)
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ACTUS TERTIUS
SCENA QUINTA
(Solos Viriato y Suxa ) Viriato: No te enfades con Namur, lucero. Mi cabeza vale lo suficiente como para volver demente a quien no codicia. Perdónale, pues en el trecho que he hecho con él, por una o dos veces que le haya yo salvado la vida, él me la ha preservado a mí diez. ¿Y para qué? Ja. Soy alimaña herida que vuelve a casa con poca esperanza en presenciar nuevo alba. Suxa : No te voy a decir que estás para codiciarte en las lugdameses. Estás mal, padre, bien es cierto. Mas no dilapides energías que no te sobran. Viriato : Y que ni tengo. Déjame que hable a ver si agoto mis palabras y esto tiene pronto fin. Vengo a morir, hija. No tiene otra salida el derrotero que he hecho que esparcir a los cuatro vientos lo que fui. Suxa : ¿Y qué has sido, qué eres, padre? Viriato: Un Hombre. Con su pulso y sus pasiones. Y reconozco haber hecho tanto noble y bello, como zafio y pérfido. Aunque últimamente sólo he sido esclavo de mí mismo. Suxa : Aquí no. Viriato : Sí hija, sí. Aquí también habré de ser. E incluso malamente se me querrá cuándo corran las gargantas de estos valles que Viriato visita la zona para hacer leva forzada. Estos bobos que me hacen corte así creen pues digo tomar aliento y reunir tropas para lanzar un devastador ataque sorpresa. Aunque lo que esté sea expirando... Suxa : Si traes dilema de hacer leva o morir en el trasunto, continúa camino hasta dónde no se lamente lo uno ni lo otro. Viriato : Quisiera, nena, quisiera, pero hasta aquí me llega el fuelle; y el de otros que te supongo al tanto y que me tantean la parada como piedra de toque. Y, aunque te quiera como para llorar de alegría al verte en feliz estado, no pretendo, ni puedo, ni mucho menos quiero, que siga llevando mi torques Viriatum. Suxa : ¡Padre! Viriato : Ves, a ti tampoco te hace ahora gracia. Suxa : Qué quieres de mí, padre. Viriato : Por el aplomo en la voz supongo que al fin has comprendido. Quiero que me mates, hija. Sí, tras la cena, si pudiera ser ésta de alubias con perdiz, me gustaría que tú misma me matases. Yo no puedo por mí mismo darme muerte al prometer a tu madre en tu nacimiento y 40
saberme perdido el valor... y la palabra propia. Suxa : No quiero para mi hijo lo que tuve yo. No. No quiero seguir hablando del tema (entra al pabellón sin oír más) Viriato: Harás hija, harás. Si algo enseña la guerra es la volubilidad del no rotundo. Tu hijo, tu hombre y tu propia vida no son imperativos a desdeñar. (entra al pebellón al tiempo que de otro salen Ditalcon, Minauro y Audax)
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ACTUS TERTIUS SCENA SEXTA STAMPA PRIMA (Ditalcon, Minauro y Audax confabulan en la sombra, y tras conjurar el riesgo, desenvainan las espadas y enfilan al pabellón de Viriato) Namur: (saliendo al quicio) ¿Creíais que me había ido? Vaya escoria sois, os creéis astutos y taimados y os ha dado azotaina hasta el ayudante de la partera. De ellas, de sus pechos me llegó el aviso, y nunca os he perdido los andares. ¿Dónde vais a filo vivo si no hay vianda que trinchar? Ni tenéis el paladar para apreciar los platos que se sirven aquí dentro. Audax: Aparta Namur. Corre a buscar a tu hermano y tráele para que te ayude. Namur: A una mano os doy combate a los tres. Huid mientras tenga postre que me reclame. Ditalcon: Podemos hacer de tres partes, cuatro. Minauro: No a mi criterio; en mesa para cuatro, uno se da banquete. Namur : Ahí tenéis la honra del gran Minauro; ya sabéis. Audax : ¡A él! (Chocan las espadas) STAMPA SECUNDA (en el pabellón) Viriato: Tarda Namur. Los dulces de la libiofenicia le son corneta devota. Prisco C. : ... Y ruido que se escucha. Voy a ver. Suxa : ... Yo también. Viriato: No hija. Tú quédate, es momento de lo que hemos hablado. Suxa : ¿No te ha reconfortado la cena? Viriato : Mucho; el lustro que no me sabía nada tan rico. Suxa : Prueba tangible de toda posible recuperación y rehabilitación. Viriato: ¿Y supones que eso aligerará el debate interno que te vengas trayendo? Hija, mi mejora es tu ruina. Ora de forma directa, bien mediando con segundos como puedas serlo tú, mi luz, o con terceros que busquen bolsa y fama, la fiera que azuza la reala va tocada de muerte. Suxa : Del viento nos podríamos esconder en la Lusitania hasta que olviden. ¿No habrá de conocer un pastor abundantes covachos entre cañadas y barrancas para ocultar triste rebaño? Seguro. Viriato : Pero no a Viriatum. 42
Todo aquél que tenga al debe algo con Roma, o que sea siervo de antigua mercería de espía, va tras mi pista y la tuya. Y del hijo que preñas, pues airea Roma no preservar estirpes de asesinos.
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STAMPA TERTIA (Namur pleitea a espada cuando a la puerta asoma Prisco) Prisco C. : (desarmado) ¿Necesitáis ayuda? Namur: ¿Se lo dices a ellos o a mí? Por mí no hagas ofrecimiento; entreno con seis verracos y no con tres alfeñiques tiñosos. Si me buscas la amistad, te agradecería que cogieses una espada y volvieses con Viriato. (Retorna Prisco dentro) Namur: Cejad en la postura y puede que salvéis la vida. De vosotros dependerá el soportar la humillación pública a la que os voy a someter. Aguantar sin desfallecer el que os haga monstruos de carretón y os dé a exhibir hasta que me canse, de no, y puestos a buscaros la muerte, en mente tengo saltaros los ojos y arrancar la lengua. Y rapar pelo y orejas con aceite hirviendo. Y la nariz a los perros. Y brazos y piernas también rasuraditos pues os mostraré de feria en feria y poca necesidad haréis de extremidades. Os lo disecciono mal y peor para que os hagáis una idea; bien puedo empeorar el panorama y meteros en la deuda a amigos y familia. Minauro: ¡A él! (Vuelven a entrechocar los metales) STAMPA QUARTA (Cuándo entra Prisco se encuentra a Suxa con una espada y a Viriato ofreciendo el pecho) Prisco C. : ¿Qué pasa aquí? Suxa : … ¿Y fuera? Prisco C. : El animal de Namur danza la esgrima con unos amigos; que dice. ¿Y vosotros? Suxa : Quiere que su nieto no conozca madre por lo que me propone. Todo lo contrario Viriato: Prisco C. : ¿Soy el único que no está loco? Viriato: Eso espero. Y por no poder darme ella lo que le pido... que lo entiendo... de ti no había hecho cálculo hasta la fecha y quizá me haga devolver ahora la dispensa que te di. Prisco C. : ... ¿? Quiere que le mates, Prisco. Suxa: Prisco C. : Ni loco. Viriato: Por caridad y deuda te exijo. Prisco C. : No habría de matar a quién se me ha hecho padre con dos palabras y tres gestos. A quién ha criado a quien quiero críe a mis propios hijos.
Conmigo que tampoco se cuente para el oprobio.
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STAMPA QUINTA (cansados, y huido el servicio, toman respiro los contendientes con vistas a nuevo choque) Namur : No estoy tan mayor ¿verdad? Minauro: Ja, por eso arrastras la espada. Aléjate de la cueva que defiendes y cobra resuello yendo a difundir la muerte de Viriato. Namur : ¡Cómo voy a hacer si soy zurdo y sólo me animaba la diestra! Venid, mirad a dos espadas la malla que puedo tejer. (al amago retroceden los tres) Ditalcon: No podrás estar siempre invitado a la mesa del jefe. Audax: Ni estar sin dormir o excusar tratos a un ánfora de cerveza rubia. Minauro: Tarde o temprano bajarás la guardia. Namur: (vuelve a trazar molinetes espantándolos otro poco) Pero hoy no. Esta noche no será. No en mi guardia. No se asociará mi nombre a ninguna leyenda funesta que queráis urdir. Y si acaso, serán vuestros nombres los que pasen al vulgo y restrieguen en lavadero por sinvergüenzas y malnacidos. (escapan los tres tras breve choque) Sí, huid, huid, hacéis bien. Pronto correré en pos vuestro para precisaros ciertos horrores que sólo os insinúo para avivaros ahora la marcha. ¡Corred! ¡Corred cobardes! Mal servicio dais a ningún jefe y pronto se ha de saber. Suxa : (tras dejar inconsciente de un golpe a Namur) ¡La razón que tienes y lo bien que hablas! Ninguno le hemos servido al gusto que él hubiese hecho. (Vuelve a entrar al pabellón)
STAMPA SEXTA (Cuándo entra Suxa con noticia de la postración de Namur, se encuentra a Prisco en la tesitura que tuviese ella) Suxa : Namur está durmiendo. Viriato: Rápida has sido, más que ningún hombre que se haya echado a los puños. Suxa : Perdona que no me despida, padre, pues o salgo al aire fresco o antes de morir te llevas la dicha de conocer a tu nieto. ¿Te sería motivo para trocar el empeño? Viriato: Lo sería saber que echa los dientes ajeno a guerras y miserias que se traigan los Hombres. Sabiéndole crecer en tierra justa, no me será dolor el verduguillo. A salvo de Celtas y Romanos dejaré. Suxa : Con gusto te hablaré en cualquier sueño que tenga y vengas a rondarme (sale) Viriato: E iré con el cayado y alguna vaca meritoria. …… Ahora, Prisco, hijo, húndeme dónde te indican mis temblorosos dedos y comienza el esternón, la espada que me traiga tiempos mejores. Prisco C. : ... No puedo… no puedo. Ya vi a un padre morir y no quiero repetir. ¡Los ojos no se olvidan! Viriato: Me daré la vuelta. Toma mi espalda y nuca e hinca en el morrillo. Prisco C. : ¡¡No puedo!! Viriato: Had, hijo eres e instinto dejaron dicho en Grecia que retenemos. Dame estocada limpia. Prisco C. : (preparando el golpe) ... Viriato: Aunque sea en tu corazón, rebusca excusa noble, hijo. De Hombre Libre a Hombre Libre te suplico. Y que no te ensombrezca ni avergüence, ha de ser acto de amor. Prisco C. : (asestando el golpe) ... No me avergonzará proclamar. Celtas y Romanos sabrán de mi autoría pues voy a tallar orgullo, y responsabilidad, en un sacrosanto verraco para que no se olvide el día. O yo, o mis hijos tallarán. Prisco Calaetio patri faciendo curavits. Suxa : (entrando compungida) ... Vayámonos, no pierdas más tiempo con ese guiñapo, mi padre ha de darnos alcance dónde nos dé a cubrir la noche y soñar con un futuro libre de todo atropello. 47
FIN
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a.j.aberats@hotmail.es
industriaselraton@hotmail.com
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Deudos de Don Juan
A. J. Aberats
Industrias El Rat贸n 50
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DRAMATIS ACTORAE Belissardo Mauro El caballero Meseguer El Belfos La Juana ............... Doña Lucilda El señor Embajador El capitán Coral de servicio Coral de tripulación ............... Yamina, la portera Alalía Nubaïr Sistra
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Tarifa a mediados del siglo XVII. Desechos de armada y mil oficios juntan en la tasca “Los Juanes” a causa de la mar gruesa y el fuerte viento de levante. En el tugurio echan las horas, y hasta la noche, si la propietaria da permiso para recodar entre los bancos y las mesas.
ACTO I
ESCENA I
Belissardo: ¿Quién se lo dice? Mauro:
Alguien debería proponerlo o al raso del callejón nos manda sin
dolor; hace rato avisó retreta al apurar esta ronda. Meseguer: Que ofrezca perfil El Belfos… al encuadrar bien entre luces y sombras; que con carantoñas ruegue si es preciso. Belfos:
Ya quisiera yo, ya, tener una segunda oportunidad.
Meseguer: ¿Segunda? Mauro:
¡No hurgues que duele!
Belfos:
¿Y a ti no, Mauro?
Belissardo: A todos los presentes, salvo al desprendido de Meseguer, parece ser, nos gustaría concertar cita con La Juana. Meseguer: ¿Y quién dice que no quiera? Belissardo: Mal enredas corriendo vez.
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Meseguer: Sólo sondeaba competencia. Mauro:
Muy niño eres tú para saciar a La Juana, sí.
Meseguer: ¿Por tener poca “dote”? En mi caso no sería argumento. Mauro:
Se ve que estás en lo que pueda escocer una mirada y un simple
rictus. Belfos:
Poco coy tienes sudado, hijo.
Belissardo: Ésta, rápido te larga del catre de no dar ras. Meseguer: Aún no estoy en edad de defraudar. Entre los latines de Ovidio que me dictó mi viejo señor, y los ejemplos prácticos cazados a hurtadillas al actual, he llegado a ser tan docto a las mañas del querubín con arco, que vida hago entretanto zarpamos a expensa de las mujeres. De la rebotica a la tahona, de la hija del práctico a la mesonera viuda, de la casadera que se me antoje a toda una señora pasada por vicaría, hago sencilla presa. Belissardo: Voraz es el bonito hasta topar con tiburón. Ten cuidado no te coman. Meseguer: ¿La Juana? No creo. Mauro:
Aunque no te seamos ejemplo, piensa que ella hizo poner pantuflas
al mismísimo don Juan.
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¡Don Juan! Belissardo: Y enterrar al cabo de unos años, sí. Meseguer: ¿Y fue de mérito el finado para deber conocer? Mauro:
¡Uffa, lo que dice el vivo!
Belissardo: Famoso facedor de cornamentas. Y yerro asiduo a la alborada por tal motivo. Belfos:
Todo un maestro al cual leímos hasta los saltos de ceja.
Mauro:
Pero chico, fue ponerle al dedo el cíngulo del matrimonio, y se
apagó. Hasta su padre renegó abiertamente de él y por escrito. Belissardo: ¡Apenas recuerdan los jóvenes! Meseguer: Antes, me huelo, se os fue de la cabeza a vosotros. Belfos:
Es mucha hembra La Juana, amigo.
Si rindió al maestro ¿no nos iba a seducir a nosotros? Por supuesto. Belissardo: Y contentos. Mauro:
¡De tripitir si cuajase oportunidad!
Belfos:
Más reputada es en Tarifa que el airazo.
Meseguer: Por lo que oigo… manque un poco ligerita de cascos ¿no? Mauro:(sacando la navaja y apostándola en el cuello de Meseguer) ¡¿Dijiste?!
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……… Belissardo: Suerte has tenido de tener orillado al mesado Mauro, de tenerte al codo yo, te hubiese partido a lo poco los barrotes de la boca. Belfos:
Yo soy de quebrarlos de todas formas.
Meseguer: Estén tranquilos porque no me interesa en absoluto la mujer. Y también, perdonen insisto, reconozco haber dado resbalón con pregunta inoportuna. Lo lamento. Mauro:
Por algo ha sido lo de no coserte mortaja, zagal.
Belissardo: Pero cuida en adelante tus palabras ante amigos y devotos de doña Juana. Meseguer: Sí, me hago idea de la mujer que pueda ser. Belfos:
No. Seguro que no.
Meseguer: Y reafírmense en la convicción, pues no será dama, a nada de saber, que me convenga. Mauro:
Ahí marras también; te convendría para sacudirte el halo a niño.
Meseguer: No, gracias. Y no me lo tomen a ofensa, por favor, pero ni por todos los doraos de las Américas entablaría ahora tratos con ella. Belissardo: Craso error.
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En ese aspecto, y en todos los surgidos en su tasca, ella siempre tendrá la última palabra. Belfos:
Date por follado si te echa el ojo y le place.
Meseguer: ¿Me estáis intentando amilanar ahora? Mauro:
Te reiteramos que La Juana es mucha hembra. Demasiado.
Meseguer: Puesto en antecedentes quizás deba admitir que corto pueda ser mi repertorio para rendir tamaña plaza. Eso sí, desde luego, lo que sí os puedo garantizar, es que yo también podría defender mi cancela y negarle el paso a toda insinuación que me hiciera. Belissardo: ¿Y a pregunta franca no te rendiría? Meseguer: No. Tan capaz, puedo ser yo asceta. Mauro:
¡Uy con el capataz de su persona! Ja.
Belissardo: Hijo, La Juana te escrutó, y a modo, al enjuague de la anterior pasada. No te queda más allá de media hora llevando los calzones lazo. Belfos:
Por eso dije que se tuviese por jodido.
Mauro:
Venga, Meseguer, cuádrate una sonrisa en la cara y pide lecho
mullido, al rebote, entre jarras, velas y humos, nosotros echamos la noche mientras tú tomas lección. Meseguer: Que pida otro la gracia, de veras; a mí se me hacen camastro dos
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banquetas y una arpillera. O el felpudo de la cama de mi señor. Belfos:
¡El pollo ha quedado capón!
Meseguer: No, no. Al pie sigo dos preceptos con los que me puso mi padre en senda tiempo ha: Nunca acostarme con nadie más velludo que yo, ni con hembra que en el dosel grabe los amoríos; que me cuide de corridos y barrillos venusianos. Belfos:
¡Kokoroko, kikiriki!
La gallinácea ahueca el ala. Meseguer: ¿Miedo?... Ninguno. Tan seguro estoy de mi entereza, que os juego lo que queráis, a que de aquí a que escampe y levemos, no le doy resquicio a la dama para abrirme el corazón y mucho menos la bragueta. Yo no la rendiría a vuestro juicio, mas con las mismas, reitero, ni asiduo de temporada, trenza almadraba doña Juana para conducirme al lecho. Mauro:
A ello porfío yo dos doblones y una cadena argéntea labrada en
Veracruz. Belissardo: Salgan de mi bolsa tres rubias aztecas y un puñal bueno; con vaina incrustada de sufridas piedras. Belfos:
Yo tengo en cuartos menudos la taleguilla, pero a cambio, de mi
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parte, puedo ser quien ruegue techo. No me negará la venia llorando lo que me duelen los huesos para dormir al relente. Meseguer: Si licencia se consigue, cubro la apuesta. Mauro:
¿A palabra?
Algo nos tendrás que enseñar para certificar la par. Meseguer: Entre los arcones de mi señor guardo una arqueta propia que preña el confort de mi vejez. Allí tengo respaldo a lo que digo. Belissardo: Pues por ahí viene La Juana. Dale timbre lastimero a tus palabras, Belfos, y quiera san Paracelso nos quede el cielo sin estrellas. Mauro:
Recuérdale que hoy es luna de mucho frío y aúllan las esquinas más
que lobos con erisipela.
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ACTO I
ESCENA II
(Juana, cansada, encara la mesa indicando la puerta abierta como próximo destino del grupo) Belfos:
Mi dulce Juana, regazo de toda comodidad y alma de mil suspiros en
lo rudo de la tormenta. Juana:
Malo. Al enunciado os calo intención aviesa y antes de explayarte te
ruego brevedad. Y os adelanto negativa. Mauro:
Juana, por misericordia, no nos mandes a la intemperie.
Juana:
Y no os mandaré, sé que tenéis casa.
O muladar conoceréis dónde os permitan colgar la hamaca. Belissardo: No es lo mismo, Juana. Déjanos dormir entre los bancos, a poco amainará el Levante y seguiremos ruta. Juana:
No puede ser. Me gusta dormir sola, o acompañada de quién yo
elija. ... (a Meseguer)... ¿Y tú no pides, caralinda? Meseguer: Poquita cosa. Yo quisiera remitirme al escusado antes de abandonar el sitio; no me parece oportuno aliviarse al esquinazo. Juana:
¿Sólo eso?
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Meseguer: Si el desahucio está cantado, mejor salir ligero porque al menos empedrado y jergón tengo en el castillo de Guzmán el Bueno. Juana:
Toma aquel pasillo y en la segunda puerta a la izquierda dispones de
lugar. Para asearte, si te es necesidad, o bien coges jofaina y toalla allí mismo, o bien subes hasta el rellano del segundo piso; ahí sí tengo aseo en condiciones. Meseguer:(saliendo entre risas) Muy agradecido. Juana:
Más lo estaré yo si baldeas el agua que te sobre.
(y volviendo sobre el grupo) Y a éste qué le pasa ¿Es menguado? ¿Un mal golpe le disteis o sonríe a encía vista por ser simple hijo de cabrón? Mauro:
No nos tomes a mal la intención, Juana. Perdónanos si te hemos
molestado, y si te fuese desagravio, a la vuelta de destino te traigo el camisón de seda que te tengo prometido. Belfos:
Y unas albarcas de piel de camello.
Belissardo: Un maletín para acicalarte. Yo tengo encargado a un orfebre del zoco de Tánger un estuchito con pinzas, peines y espejos para doblegar cualquier vello o belleza. Juana:
¿A Tánger vais?
Mauro:
Sí. Se fletó barco y marinería para acercar embajada.
Juana:
¿Y el guapo?
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Mauro:
Secretario en prácticas del embajador.
Juana:
Que será...
Belissardo: El hijo del nuevo gobernador del castillo. Juana:
... Ah.
Bien, id allí a dormir. Belfos:
Buff... Dormir allí... Dormir no vamos a dormir porque pronto nos
buscan oficio. Mauro:
Permítenos dar cabezada y en unas horas volvemos a ser clientes.
Juana:
¿Y mientras vigilaríais mis intereses?
Belissardo: Desde luego. Yo haré. Y si sonámbulo nos saliese, en la pizarra te apuntaría lo soñado. Juana:
¿Seguro que harías?
Belissardo: Vete confiada, en la barra dejo lo de otra cuartilla de clarete sin haberle presentado labios. Toma, aquí dejo al recaudo de mi ojo, para que mañana, cuando vengas, encuentres en marcha la caja. Juana:
¿Y de los demás me he de fiar?
Belfos:
¡Juana!
Mauro:
Ni lamer los jamones sin dejar seña, palabra.
Juana:
¿Y el sieso que no retiene?
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Belfos:
De ése no te fíes.
Juana:
¿No es igual por dentro que por fuera?
Mauro:
Para el uso que nos das lo mismo te irá.
Juana:
Eso es cierto.
Belissardo: Todo fachada, sí, y aunque digna de observar cual Pórtico de la Gloria, más allá del quicio de sus ojos sólo se atisba un vacío ególatra. Juana:
¡Lo bien que juntas las palabras para derribar, y al hilván de
construir, de humedecer oído, lo seco de verso que quedan tus suspiros! Mauro:
No achuches al Belissardo, Juana, que dicta evangelio: ¡Es malo!
¡Malísimo! Juana:
Mejor, de no escucharnos el Santo Oficio, diría que es más hermoso
que San Pepino Bailón. Belfos:
... ¡Atea!
Belissardo: Cuídate de él, él dice cuidar de ti. Juana:
No será eso verdad; sería el primero.
Mauro:
A nosotros nos confesó no agradarle la confitura de tus carnes.
Juana:
No me lo creo.
Ni dulce de flauta, saldría de él, o de nadie, despreciar la percha que hago. Belissardo: Pues hizo. Juana:
... ¿Me buscáis la apuesta?
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Mauro:
Desde hace rato. Sabes que te traemos lo granado para que prendes
o encuentres horma; como nosotros hallamos. Juana:
Y qué nos va amén del orgullo.
Belissardo: (buscando la aquiescencia de los amigos) ... ¿Lo de siempre? Juana:
Ea, sea.
Y para rubricarlo, acerca Belfos una botellita buena de rioja; que sabes dónde guardo. ... Por curiosidad, ¿qué os jugasteis con él a la contraria? Belfos:
Dinero. Sí, dinero, un cuchillo y el collar de Mauro.
Juana:
... ah. (El Belfos acerca una copa y tres vasos toscos)
Juana:
Falta un vaso.
Belfos:
Somos cuatro.
Juana:
Ponle al otro también, si he de engatusarle, es cosa de empezar con
tinto y tino. Belissardo: Éste te va a costar, Juana. Juana:
¿Es acaso de un suave recalcitrante o está perdido a todo vicio?
Mauro:
Domad el tono de vuestros vocablos, oigo las calzas atacar el piso.
Juana:
Bien. Juguemos.
Entretenédmele el tiempo suficiente para atusarme la estampa.
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(Juana recoge algunas jarras y desaparece antes de presentarse Meseguer)
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ACTO I
ESCENA III
(El caballero Meseguer toma sitio en la mesa) Meseguer: ¿Qué se cuece? Mauro:
Buen guiso.
Belissardo: A la capa de La Juana parece que vamos a poder quedar. Meseguer: ¿Cambió la postura? Belfos: Mauro:
¡Eso es un no cejar! Techo tenemos para lo que quede de luna.
Meseguer: ¿Todos? Belissardo: Unos techo y otros tálamo. Meseguer: No seré yo la moneda, no. Si me disculpan vuesas mercedes, el deber y la indolencia me reconvienen a buscar los pies de mi señor. Y sin más: Buenas noches. Belfos:
Echa cepo al paso, aquí queda cuenta que abonar.
Belissardo: Y la propina. Mauro:
No te quieras diluir, escribidor, te toca significarte.
Meseguer: ¡¿Cómo?! Belfos:
Pagar. Para salir por esa arcada, con los dientes en su nicho, has de
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aforar lo que se deba. Mauro:
Y una más.
Belissardo: Eso. Meseguer: ¡Qué tonto soy! Perdón. Perdonadme. Creí que por haber costeado a bolsillo propio la farra reciente, se me invitaría aquí a la última. Mauro:
Ja. No le baila el cajón a La Juana ni Belcebú con dulzaina.
Belfos:
Y por rajarse se apoquina despedida.
Meseguer: Si es cosa de soltar la mosca para poder levar, decidme la cuantía y demos carpetazo a la velada. Belissardo: ¿Tan rápido? Meseguer: En cuanto aparezca la propietaria. Mauro:
Vista la urgencia en ti queda solventar la pella. Yo me retranqueo a
dormir. Belfos:
Y recuerda, Tarifa no es muy grande.
Meseguer: Ni en el barco que debáis llevarme a Tánger hallaría escondrijo en sentina o cofa, lo doy por supuesto. Descuidad, si es vuestra intención, y recogeos a dormir; ya quedo al cuidado de tratar lo bebido. (Se recuestan entre los bancos mientras el caballero Meseguer aguarda, y
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finalmente busca, a la mesonera) Meseguer: ¡Hola!... ¡Hola!... ¿Oiga?... ¡Oiga! Eee, yuju, ¿Hay alguien por ahí? Juana:
... Sí, un momento.
Meseguer: Por favor, tengo prisa por encamar a la cristiana. Sólo necesito saber el grueso de lo que se debe, para dejar yo en detalle sobre la barra. Juana:
Un momento, por favor. Un instante.
Meseguer: (Siendo la vida una sucesión de instantes, me siento gastando la edad). A ver, por favor, qué debo. (Juana aparece prendiéndose una horquilla) Juana:
Perdóneme usted a mí por estar en lo que no debía y desoír.
¿Qué me requería? Meseguer: La cuenta. Juana:
Y qué han tomado.
Meseguer: Usted sabrá porque nos ha traído; bastante cuidado pongo yo en mi parte del negocio. Juana:
Sería mi hermana quien les trajese y por eso no sé; discúlpeme de
nuevo.
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Meseguer: ... ah... um... ¿Seguro? ... Me hace dudar. Juana:
Lo que le digo, mi hermana.
Meseguer: Más… era la otra, sí. Y más… fea; perdone la franqueza. Pero... Joder, no he bebido tanto como para confundirme a la distancia... ¿O sí? ¿Cómo se llama usted? Juana:
Si me apea el trato, Juana. De no, doña Juana.
Meseguer: La otra también llamaba Juana. Juana:
La Juana.
Meseguer: Sí. Viuda de un tal don Juan. Juana:
Sí. Viuda y copropietaria de este tugurio.
Mi padre era muy olvidadizo, y entre Juana y Juan, nos hemos repartido los nombres mis hermanos y yo; y somos trece. ... Fuimos, porque con las muertes de Juan Eusebio, Juan Ramón, Juan Bartolo y Juana de Todos los Misterios, nos hemos quedado en cuadros para charanga aparente. Meseguer: ¿Me lo dice en serio? Juana:
Tal lo siento, se lo juro.
Meseguer: ¿No es usted entonces la misma Juana? Juana:
No; y no empecine, se lo suplico.
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Meseguer: Téngame por el hombre más obtuso de la comarca y acépteme mil disculpas. Y de paso, concréteme lo adeudado por tres rondas de a cuatro cuartillas, dos fuentes de ibéricos, el cazón, el atún al torreón y creo que alguna ración de patatas revolconas. Juana:
Ante semejante desglose no me queda otra que invitarle a la
penúltima. ¿Qué le apetece? Meseguer: Nada. ... Bueno, en todo caso, déme validez de invitación a la última ronda hecha y quítemela de la minuta. Juana:
Por norma y ley no bailamos el cajón; a lo sumo movemos unos
compases las botellas del anaquel. Qué le pongo de lo que ve. Meseguer: Algo para trasegar en los cinco minutos escasos que me restan para tomar la puerta e irme. Juana:
En tal, un licorcillo resinado de cantueso fermentado por mí misma;
y que el párroco mete de rondón en el sagrario los domingos. Meseguer: La Noche y el Día usted y su hermana. Juana:
Eso intento. Ni entre reyes son los hermanos iguales.
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Meseguer: ¡Quiera el de las patas de cabra que nunca lo sean! Siga en la diferencia, por caridad, y por mor de los amantes a la belleza. Juana:
¡Anda! ¿Lo soy ahora?
Meseguer: De esculpir. Y yo mismo haría de no escurrirme el escoplo y todo puntero. Juana:
¿Es artista? ¿Labra a palabra la piedra bruta?
Meseguer: Esculpo tonterías que el aire desbarata. Juana:
Y qué se trae entre manos al corriente.
Meseguer: Redactar unos tratados, pilastras y tajamares, para salvar el estrecho de Hércules y ponernos en concordia las plazas del norte de África. Juana:
Parece interesante la obra.
Meseguer: Ardua. Juana:
¿Y eso?
Meseguer: Aunque yo la escriba, y esmerile acentos o bruña párrafos, los créditos del trabajo se los lleva mi señor, y aquí, entre nos, el hombre no es ejemplar de encomio. Juana:
¿Por qué?
Meseguer: Por laxo de toda moral. Juana:
Entiendo.
Meseguer: No sabe lo que me alegra ¡Llevo dos meses…!
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Juana:
¿La compañía?
Meseguer: De no incluirle a usted diría que sí. (Juana ríe la picardía y al alcance del caballero Meseguer deja los labios. Éste cae en la trampa y se entrega al beso) Meseguer: ... ¿Qué tal? Juana:
... Psss… los he probado mejores.
Y peores. Eso sí, buen sabor de boca me dejas, al venir a baba del beso una cuenta añeja. (y al grupo de durmientes) Y por aquí que no se ronque mucho; explícito del amorío ha sido el sonido del ósculo. Meseguer: ¡¡Cómo!!... Aaaaah... ¡Mala puta!... ¡Zorra corrupia! (De las sombras sale el Belfos y sin mediar aviso apuñala a Meseguer) Juana:
... Por pronta respuesta, a ti, Belfos, te condono tu parte de la deuda,
pero vosotros dos, ¡Ja!, preparaos para limpiarme las cochiqueras.
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ACTO II
ESCENA I
(Comitiva de luto se acerca al muelle. Empujan un carretón que es catafalco del caballero Meseguer) Belfos:
Si lo sé, no le mato.
Mauro:
No bufes y empuja.
Belissardo: No abjures de lo hecho; no vaya a ser que te oigan y aún la purguemos. Juana:
Callad de una vez o me salgo del papel.
Cosa vuestra es buscar la dichosa arqueta y no conformarse con salir indemnes de cualquier justicia. Una palabra más y me voy. Belissardo: Mujer, no seas así; dijiste que nos ayudarías. Juana:
Dije que sería la viudita del caballero Meseguer, ante los gerifaltes
del castillo, para que tomaseis el cofre, pero remitirme al barco, y embarcarme en la embajada, es algo de lo que ni se planteó la posibilidad. Belfos:
Nadie pensó que quisiese descansar en lo hondo de la mar, siendo
oriundo de Teruel. Mauro:
Juana, en cuanto se largue el cuerpo al estrecho, aunque no sea el
piloto de dejarse convencer, abro al casco vía nimia de agua para regresar a
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puerto con urgencia. Y una vez de vuelta, desembarcamos todos los pertrechos que fuesen de este desgraciado, y salvo el cofrecito del que hablase, del resto podrás hacer capricho por heredad. Juana:
Ja.
Belissardo: Si no sientes prima los bienes, sea la comezón de la aventura excusa para tu participación. Juana:
¡Que soy La Juana, por favor! Tengo corridas abadías y cuarteles.
Belfos:
Sólo tiene un punto flaco Juana; uno o dos. (Al pie del puente que enlaza con la amura detiene el grupo)
Mauro:
Yo sé lo que te haría a ti enrolarte con sumo agrado.
Juana:
Di, a ver si aciertas.
Mauro:
Sencillo, nueva apuesta.
Juana:
Contra quién se porfiarían mis encantos.
Mauro:
Antes de decirte, acepta.
Juana:
Y lo hago. Pero me reservo el derecho de dar por consumado el acto,
con un mero estrechar de manos, si el sujeto al ojo es babosa; aviso. ¿Lo es? Mauro:
Al encuadre no, mas escrutando a poco…
Belissardo: Ja. Di de una vez.
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Mauro:
El hijo del gobernador. El embajador que llevemos.
Belfos:
¡Hondiá!
... Que sea un doble o nada. Juana:
Repulsivo le habéis, y me le han descrito.
... Pero venga, va, todo sea por veros limpiar las gorrineras y las lindes de chumberas desnuditos. Belfos:
Desnudos no, Juana, ¡joder!, el pelo del higo pincha sin miramientos.
Juana:
¡A mí me lo vas a decir! (A ojo se escrutan y confirman)
Belissardo: ¡A de la cubierta! Guardia 1: ¡Quién vive! Belissardo: Carne de boga para las chichas. Somos el Belfos, el Mauro y Belissardo. Guardia 1: Y quién os acompaña. Mauro:
El secretario del embajador y la viuda que deja.
Guardia 1: Subid, subid. Entre prepararnos para zarpar, y el retuerto de las exequias, mal no vienen al aparejo seis brazos más. (Al hombro se echan el fiambre y suben la pasarela) Guardia 1: Aguardad un instante mientras busco responsable.
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Belfos:
Tú tranquila, Juana, aunque se me mande a lo alto de los palillos
para tensar los cables, no te me irás de los ojos. Mauro:
Somos tres y te cuidaremos bien.
Juana:
La falta que me hará, ja. (Cercenando la conversación llega nueva voz desde el muelle)
Voz:
Atenta marinería y puente. Llega pasaje.
Guardia 2: ¡Quién se anuncia! Voz:
La mujer del embajador y comitiva.
Guardia 2: Adelante y sean bienvenidos. (Suben la pasarela la susodicha esposa, dos camareras, dos guardias del castillo y algunos mozos de cuerda con baúles y cofres) Guardia 2:(a los recién llegados) Tenga a bien aguardar su señoría aquí mientras se le acaba de habilitar camarote. La escolta puede darse la vuelta y los mozos acompáñenme a las tripas del buque para cubicar el pasaje y los enseres. (Mauro y compañía son instados a echar una mano y bajar los bultos a la bodega) Juana:
Visto que no nos presentan tomaré la iniciativa.
Hola. Soy Juana. La viuda del caballero Meseguer. Lucilda: Y yo Lucilda del Grado, duquesa de Sotillo y esposa del embajador.
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Juana:
Sí. Me habló de su señoría el cuitado de mi marido, sí.
Lucilda:
Me gustaría decir lo mismo, pero apenas coincidí con el caballero
Meseguer en una entrevista. Lamento en todo caso, y sinceramente, el deceso. Juana:
Bien me habló de usted y del buen señor que es su esposo.
Lucilda:
Seguro que de mi marido también sepa usted más que yo.
Al trato epistolar nos hemos manejado los veinte años que llevamos casados; y en persona no recuerdo más de media docena de audiencias; y siempre con testigos por medio. Juana:
¿Y consumar?
Lucilda: Consumidita estoy de tanto llorar. Juana:
Casó muy joven.
Lucilda : Ni sabía que casaba. ¡Ni con quién! Juana:
Yo tampoco se puede decir que conociese bien a mi consorte.
Tengo entendido que era pelín putero y golfo. Y maniático; capricho suyo será el que le den sepultura las aguas. Lucilda:
Suerte la tuya, Juana, de ahora en adelante podrás hacer voluntad.
No digas a nadie, por favor, pero cuentas echo muchas veces sobre cual hubiese sido mi destino naciendo varón.
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Juana:
Y qué le resulta.
Lucilda:
Que o bien hubiese sido filibustero en los bajíos del campeche, o
amante devoto y fiel de una mujer que me correspondiese. Y muchos hijos. Juana:
¡Mala vida la de hembra no deseada!
Lucilda:
Sí.
Juana:
¿Y buscarse barragán?
Lucilda:
Debería. Pero cuida mi señor esposo para que me rodee lo tiñoso y
zafio del lar. Pajes y sirvientes son garantía para espantar grajos y raposas en la estepa castellana, y hasta mis doncellas, de nobilísima cuna, lucen cerdas por bigote para que en derredor no revoloteen pretendientes o moscones. Llevo tanta vida recluida, que creo premio desmedido el que de imprevisto se me permita saltar al otro Continente. Juana:
Grande se entiende la experiencia para las pocas leguas que nos
separan de Tánger. Guardia 1: (apareciendo por la escotilla) Cuándo quiera su señoría puede bajar a tomar posesión de la cabina del capitán. Lucilda: (a Juana) ¿Tiene camarote? Juana:
Por inesperada yo también, y ser lo mío simple cosa de lanzar fardo a
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las olas, imagino que no. Lucilda:
Entonces v茅ngase conmigo a degustar la sobriedad del
compartimiento y seguir despellejando a los c贸nyuges. Juana:
A la una y a la otra me apunto.
79
ACTO II
ESCENA II
(Sin necesidad de anunciarse la cohorte del embajador toma pasarela y cubierta) Embajador: ¿Queda mucho, don Nuño? Capitán:
Cuándo usted me diga mando soltar amarras.
Embajador: Póngase a ello, estando yo a bordo, tiene el embarque completo. Capitán:
A sus órdenes.
Soltad las maromas y al tendedero todos, levamos. Dadme trapo, aunque encrespada la mar, de mérito llevamos pasaje para lucirnos en la arrancada. ¡Rufianes a las gavias! Piloto, bauprés a la barra. Embajador: Tampoco quiero batir ninguna marca. Lléveme, don Nuño, con pocos sobresaltos a destino y al oído de quién deba sabré dejar las excelencias de su nave. Capitán:
A ello me pongo con su permiso.
Embajador: Vaya, vaya a lo que deba. Y vos, don Leandro, dadme el mismo servicio que a mi padre y suplidme al secretario fallecido.
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Leandro:
Mientras no me busque el hígado Neptuno, contad con mis
desvelos. Embajador: Empezad dándome estadillo. Leandro : Llevamos la loza de Amberes y la cristalería de Bohemia. Los cueros, la orfebrería charra y un buen monto de varas de lana y oropeles. Y la carreta desmontada del maestro calesero de Utrera. Los higos del Tietar y miel del Adaja. Ah... y las espadas y alfanjes que nos han templado en Toledo; amén del juego de trabucos con cachas de marfil y alma argéntea. Embajador: ¿Y el enjaezamiento que encargué a última hora? Leandro:
Se lleva.
Embajador: ¿Y el óleo de la Al-hambra? Leandro:
Secos los barnices y empacado.
Embajador: ¿Y vino y vituallas para lo que aguante la entrevista? Leandro:
Eso será lo que hace que la espuma casi salte la baranda.
Embajador: Entonces listos. Ah, ¿Y mi esposa? Leandro:
Se me ha dicho que embarcó hace rato.
Embajador: ¿Y mis ayudas de cámara? Leandro: También.
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Embajador: ¿Seguro? Leandro:
De eso se me informó.
Embajador: Que los hagan comparecer ante mí; que no me fío. (Entre carreras y voces al aparejo, el barco deja puerto y empieza a cabecear las olas) Vigía:
¡A de la cubierta, a estribor dejamos la isla de las Palomas!
Capitán:
Y mar alante qué ves.
Vigía:
El compás sincopado de olas altas y el batir del viento sus crestas;
levantisco. Embajador: ¿Buena mar? Capitán:
Para la fecha del corriente… no está todo lo mal que puede.
Embajador: El agua no me gusta ni para beber, don Nuño, así que si es trago al momento salvar el estrecho, preferiría no salir y aguardar un día más. ¿Estaría mañana igual? Capitán:
¡Quién sabe! La balandra que atracó al alba dijo haber divisado
calderones y delfines, y eso siempre es buena señal. (Los ayudas de cámara se presentan ante el embajador con paso inseguro y afectados por el mareo) Ayuda C. 1: ... Señor. Se nos dijo que compareciésemos ante usted. Embajador: Sí, os mandé llamar.
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Pero... ¿Dónde anda el renegrido? Ayuda C. 2: Aquí. Soy yo, mi buen señor. Embajador: Amarillos, y vestidos hasta los ojos, no te reconocía. Ayuda C. 2: Es el mal de mar, señor. En cuanto empezó el cascarón a coger olas me vinieron a la boca los calostros. Embajador: Vale, no digas más, yo tampoco tengo el buche muy escolástico. ¿Se preparó alojamiento acorde a mi prosapia? Ayuda C. 1: Se le acondicionó el camarote del armador. Embajador: ¿Y doña Lucilda? Ayuda C. 1: En la cabina del capitán recuesta su señoría. Embajador: ¿Y cuál compartimiento es mejor? Ayuda C. 1: El de vuestra esposa. Embajador: Pues para la vuelta embarcáis antes y lo acondicionáis para mi persona. Y... y dónde están vuestras cosas. Ayuda C. 2: Un zurrón para los dos traemos; y aún no hemos cubicado al aguardar la voluntad de su señoría. Embajador: Así me gusta. Sí, dejad en mi mismo compartimiento, porque aunque corto el trayecto, tiempo vamos a tener para darnos unos masajes y friegas.
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Y procurad estar en condiciones. Venga, desapareced de mi vista; sólo veros me revuelve los acervos y temo perder la apetencia que el aire salitre me abre. Ayuda C. 1: ... Señor. Vigía:
¡Ojo a lo alto del palo!
Capitán:
Qué se ofrece.
Vigía:
Se informa. El vaivén aprieta y cogen cota las olas.
Embajador: ¿Normal? Capitán:
A la mitad se suele dar.
Embajador: ¿Tan pronto hemos hecho ecuador? Capitán:
Aún no, pero en nada entramos en la franja que se considera y se
sabe más azotada. Embajador: ¡Más! Capitán:
Poco más, señor.
Embajador: ... Don Nuño, don Nuño... No voy a fingir ante usted que no me afecte el mar, ¡Y mucho!, a la boca me ha subido y he rumiado el lechón con cerveza que cené ayer. Si es poco más de verdad, me hago que pueda contenerme los estómagos, de ser pelo más allá, al tocar puerto, o regresar, con gusto detallaré informe y le mostraré lo espléndido que soy para reconocer los servicios prestados.
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Al maestro de verdugos suelo pedir que trasmita mi sentir agradecido. Capitán:
La mar no acata orden de sosiego por carecer de dueño, señor.
Embajador: Mas la tierra sí, y tarde o temprano, es sino de todo barco agarrarse a puerto. Leandro: (tambaleándose de amura a amura) ... (De no ir a pique). Embajador: Dices, Leandro. Leandro:
Vengo de puntear el albarán y debo informar de un error; un
pequeño contratiempo. Embajador: ¡Estamos buenos! Vamos, dame reseña del fiasco, peor no nos pude ir. Leandro:
¿Se acuerda que afirmé ir empacado hasta el óleo granadino y la
silla de montar repujada? Embajador: Sí. Leandro:
Pues yerro me temo le di al comprobar ahora mismo que el cuadro
se lleva, pero la silla no. Embajador: …… ¿Estás seguro? Leandro:
A mi pesar, sí.
Embajador: …… Capitán, se podría considerar esto la franja media del estrecho.
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Capitán:
... Sí... Si vuesa merced tiene interés en que lo sea, bien se podría
considerar. Embajador: …… Hale, aquí te quedas, Leandro (agarra a Leandro del cogote y lo arroja por la borda al mar) Explícale a las sirenas tu incompetencia, a mi padre le diré yo lo buen escriba que fuiste hasta el último buche de aire. Y usted, don Nuño, haga el favor de guiarme al camarote que me corresponda.
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ACTO II
ESCENA III
(Reaparecen enlutadas las mujeres en cubierta)
Marinero: Agárrense sus señorías a la borda o al cabo que les sirva de pasamanería. Encabrita la mar. Juana:
No encabrita, ¡Encabrona!
Lucilda:
¿Se puede dar última voluntad o al fondo nos vamos sin remisión?
Marinero: A eso, en breve, les da respuesta el capitán. Juana:
O los atlantes que quilla abajo puedan morar.
Marinero: (Lagarto, lagarto). Lucilda:
¿Y mi señor esposo? ¿Y el capitán?
Marinero: Han dejado dicho que se clave armón a la amura de sotavento y se coloquen unos velones. Y cuándo esté todo dispuesto, se les avise. Lucilda:
Corre a avisar entonces o lo poco que quede de cortejo se
descompone. Marinero: (saliendo) … Señoras. Juana:
Muchas gracias, doña Lucilda, por hacernos compañía en un
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momento tan delicado, pero estando la mar de grabar epitafio, más tranquila quedaría mi conciencia si os retranqueaseis al camarote con vuestras damas de compañía y servicio. Lucilda:
No sería propio hacer.
Juana:
Id, por favor, para plañir a este bribón me sobro y basto.
Lucilda:
Permitidme la compañía en este duro tránsito, Juana, de ordinario no
tengo coartada para llorar a moco tendido. Juana:
No merece el bellaco que ruede la cubierta ni una perla de vuestros
ojos. Hacedme caso, visto el percal, yo misma largo el fardo sin remordimientos de corazón. Lucilda:
Quita Juana, quita, no os hagáis la bizarra. Al menos para voltear el
cuerpo al agua vais a necesitar varón. Juana:
Bien me valdré para aprovechar un cabeceo de la nave y jalar por mí
misma. Lucilda:
No insistáis.
Juana:
... Se me hace difícil confesar, pero si fuese a la inversa la situación,
no dudéis, hace rato estaría a resguardo de los primeros chispeos. Lucilda:
¿Chispeo? Más bien parecen los goterones lágrimas de demonios por
lo fríos que caen.
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(Rasga el cielo un rayo) Lucilda:
¡¡Santa Bárbara bendita!!
Juana:
Bajad a cubierto, desde niña he capeado tormentas y enrayadas que a
las bestias obnubilan; no me pasará nada. No me acogotan los santelmos. Lucilda:
No supongáis que mi señor esposo no es de echar relámpagos y
truenos cuándo la compostura del momento no le place. Y teniendo menos decisión Natura en el curso de mi existencia ¿Habría de temer? No. Y por favor, no insistáis más, mi voluntad es quedar con vos. Juana:
... Gracias.
Marinero: Lamento informarles, pero se me ha ordenado desmontar plancha y cirios al ser imposible al momento leer panegírico. Lucilda:
Quién lo dice.
Marinero: El capitán puso voz a los pensamientos de vuestro señor esposo. Lucilda:
¿Y el finado? Qué pasa con sus deseos póstumos.
Marinero: No es cosa mía, nobles señoras, pero entre ellos les escuché acordar llevar a destino el cuerpo, y pese a ser tierra mora, dar sepultura católica al caballero Meseguer. Lucilda:
Ja ¡El remate!
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Volved a bajar y decid a quién corresponda que suba a hacer honor al rango y cargo, o yo misma echo al difunto por la borda sin auxilio. Corred. Marinero: ... Pero... Pero señoras... Lucilda:
Ni peros ni manzanos. Id.
Juana : Os rogaría que reconsideraseis... Lucilda:
No Juana, no. Hay más sangre viva en el mausoleo de mi familia,
que la que pueda correr por las venas de mi esposo. Si no lo hace por una pobre viuda, o por deseo de su propia esposa, que lo haga por el blasón de su casta; en tierra bien airea ser ésta aguerrida e intrépida. ¡Ay, si enterase su padre! ¡Ay, si levantase del sarcófago el noble Martiartu que hizo señorío en tierra de vascones! Juana:
Por favor, Lucilda, no venga a ser el desgraciado de mi marido
excusa para enojaros con el esposo. Lucilda:
¡Cómo si me lleva ante La Rota! (Aparece el capitán en el quicio de la escotilla)
Capitán: Tengan a bien sus señorías el entrar en razón y acudan, se lo ruego, a la seguridad de la bodega. Juana:
Id con él, doña Lucilda, yo arrojo el paquete y en un santiamén estoy
con usted bajo cubierta.
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Lucilda:
Ni hablar.
Capitán: Señoras mías, se lo imploro, de no ser por ustedes, háganlo por la integridad del navío y su tripulación. Es menester sellar escotillas y poternas y dejar al cuidado del piloto el apuntar la proa a tierra. Lucilda:
Que venga mi esposo a reconvenirme.
Embajador: (desde la bodega) ¡Lucilda del Grado! Te ordeno que hagas caso a los votos jurados y acudas a mi vera sin dilación. Juana:
¿Es ése su esposo?
Lucilda:
Debe ser, pues suele dejarse sentir antes que ver.
Capitán:
Por cordura, señoras, no está la mar para que trote la cubierta el lego
a la sal. Embajador: ¡Lucilda, baja o atente a las consecuencias! Lucilda:
No. Y votos no arguyáis porque al contraer mediante poderes por mí
hicieron. Embajador: Tú lo has querido. Capitán, cerrad compuertas y portillos, y limpie el temporal la cubierta de mujeres subversivas o carroña. Bajad Nuño, bajad, quiera Dios quede cosa de buscar nueva esposa en Tánger. Capitán:
... Señoras... ¡Es una locura!
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Juana:
Sellad sin miedo, si al uso del piloto nos tuviésemos que amarrar,
tengo visto junto al mesana un acurrucadero seco. Capitán: No lo estará por mucho tiempo, a la redonda es todo mar. Lucilda:
Obedeced al embajador… o aprestaos a compartir salpicaduras con
nosotras. Capitán: ... Ustedes sabrán. (Al tiempo que el capitán enclaustra, dos nuevos rayos rasgan el cielo) Juana:
Esto no lo olvidaré nunca, doña Lucilda.
Lucilda: Bien, mas no nos hagamos las mojigatas, y si mal no le va al espíritu de tu esposo, larguémoslo aquí y ahora al agua y rodemos de seguido al cobijo mencionado. Juana:
Sea, intuyo más a tener en cuenta los arrechuchos de Poseidón, que
lo que pudiese ulular y vagar en pena el espectro de mi difunto Meseguer. Lucilda:
Que en Gloria esté.
Juana:
Y quede.
(Con no poco trabajo agarran la mortaja y bolean el fiambre al mar)
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ACTO III
ESCENA I
(Tánger. En la parte alta de la ciudad unos recios muros son celosía al serrallo de un rico comerciante de la plaza. A la puerta del edén llega el embajador guiado por Mauro y Belissardo) Embajador: ¿Es aquí? Belissardo: Sí señor. Aquí vivió la edad núbil la señora que nos acompañaba si al vulgo y los chismes se quiere dar crédito. Embajador: ¿Estáis seguros? Mauro:
Alguna vez, por encargo del castillo, hemos traído dulces de yema y
huesos de santo al noble Mustafá ibn Muhalí. Embajador: Vamos, llamad por mí. Picad la aldaba; prefiero despellejarme los puños sobre el ataúd de mi esposa, antes que aporreando el sobrio cedro de la puerta. Belissardo: Perdonad, señor, pero nos dijo que su intención era otra. Embajador: ¿Pensáis que sois personas ante las cuales deba justificar mi parecer o atenerme a palabra dicha? No me busquéis el enojo, raudo os encuentro hueco en la bancada de los galeotes. Tocad sin dilación y haceos a un lado.
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Mauro: Toc, toc, toc. …… Embajador: Repica, cretino. Mauro:
Toc, toc, toc, toc, toc, toc.
(Apenas muere el eco del último toque se abre una mirilla y se dejan intuir unos ojos de mujer) Portera:
Salam Aleikum.
Embajador: (¿A esto qué se responde?) Belissardo: (Aleikum Salam). Portera:
Ah, cristianos.
No hace falta que se esfuercen, hablamos su lengua. Qué quieren. Embajador: Decirle cuatro lindezas a mi señora esposa. Abra, o que salga ella. Portera:
Sin autorización del amo esta puerta no se abre.
Embajador: Entonces vuela a que te firme. Portera:
Algo tardaré al estar mi señor Mustafá, ¡El Profeta le guíe!,
cerrando unos negocios en Damasco. Embajador: ¿Deberé usar la fuerza bruta? ¿No os culparán vuestros convecinos si hago venir de Cádiz escuadra que a cañonazo y mosquete barra del peñón el hedor a miasma?
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Abrid, no me empujéis a hablar con mi rey o vuestro emir. Y no sería el primer casus belli encendido a cuenta de una mujer; no os creáis en Illión. Juana: (escapando la voz por una reja) Qué pasa, Yamina. Portera:
Supongo que os buscan.
Juana:
A ver, déjame a mí.
(desde la ventana alta) ... Vaya. Vaya, vaya, vaya. Vaya favor flaco me hacéis. Embajador: Quién sois. Mauro:
Perdona Juana; nos hemos equivocado en las intenciones.
Embajador: ¿Juana? Qué Juana, ¿la viuda del caballero Meseguer? Juana:
Y de otros pocos, sí.
Embajador: Tú has liado a mi mujer para huir sin siquiera dejar aviso. Juana:
Abandonar. Más adecuado sería decir que os abandonó por voluntad
propia al amarrar al pantalán. Embajador: Dejad que me diga ella. Juana:
No tiene ganas ni de oleros.
Embajador: Dejad sea ella quién me diga, y si razón convincente me facilita, si es su gusto, quede en tierra infiel para amancebarse y malparir bastardos a la media luna. Juana:
Muy lejos no vais a llegar hablando así; con un poco de suerte
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quedará viuda por soez y deslenguado. Embajador: ¡Abrid! Abrid y decídmelo a la cara, ni vistiendo enaguas os libraréis de dos cuartas de acero. (Juana cierra la ventana y al poco abre la puerta llevando en la mano un trabuco y otro en la cintura) Juana:
Pasad vos, pasad si de su misma garganta queréis escuchar.
Pero eso sí, escolta y yerro, ni puñal, os han de acompañar. Embajador: Bien puestos los tenéis para ser mujer. Juana:
Si es intención de lisonja mal encaminado vais, y si es ofensa, más
deberéis afilar vuestra lengua pues cosas peores me han dicho. Pasad. Yamina, por favor, comunícale a la dama Lucilda que el cabestro que se dice marido aguarda en el jardín. Portera:
Voy.
Embajador: Uso hacéis de voz de amo ¿También os vestís por los pies? Juana:
Y otras cosas ni imagináis.
Embajador: Truculento tengo el seso. Juana:
Y yo el dedo bailón para mandaros, señor, de gira por el Infierno; no
me busquéis. Embajador: Raro se me hace no conocernos, con lo que me encandilan las
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hembras displicentes. Juana:
Y lo soy. Mas cuido que mi nombre sólo llegue a gente de interés.
Embajador: ¿Sois mora o sois cristiana? Juana:
Con las ganas os vais a quedar de saber.
Sentaos en el banco, bajo los arrayanes, y no soltéis más vocablo hasta que acuda la santa que reclamáis por consorte. Embajador: Con sumo gusto la canjeaba por vos. Juana:
Otro antojo se os rompe.
Embajador: ¿Y si os viniese a buscar por la noche? Si os prometiese vida de sultana. Juana:
Ni portando el anillo de los Omeya iría con usted, a no ser con los
pies por delante. Embajador: ¿Es deseo velado? (Juana dispara el trabuco y antes de disiparse el humo enarbola la otra santabárbara) Juana:
¿Cómo era la cosa?
Embajador: ¡Casi me dais, golfa! Juana:
¿Estáis en que he marrado?
Repetid, si tenéis duda, y el plomo os clavo entre las cejas siendo cejijunto. Embajador: Esta ofensa no se olvida.
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Juana:
Eso espero.
Yamina: (desde otra ventana que da al patio) La dama Lucilda dice no querer saber nada del sujeto. Embajador: ¿Han sido sus palabras exactas? Portera:
No. Éstas fueron: Que se pudra y ahí se muera.
Juana:
Bien, habéis oído.
Enhebrad a do tengáis asunto y no volváis ni para pedir limosna. Embajador: Poco sabéis lo que cuido de lo mío. Antes de cantar el gallo, ella, y vos, estaréis suplicándome merced. Juana:
Ahora mismo os imploro, hagáis favor, y desaparezcáis de nuestras
vidas para siempre. Y ligerito. Marchad, salid de mi patio si no queréis quedar en él abonando limoneros y naranjos. Embajador: Así no puede quedar. Juana:
Entonces os habré de matar.
Embajador: De no hacerlo yo primero. Juana:
Volved con plañideras, aquí, y me huelo en Europa, no encontraréis
quien os quiera llorar. Embajador: A las dos os ataré a la cama para catar el látigo bien. Juana:
Si es así, disfrutad especulando.
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Y ahora salid raudo, me noto el dedo querer abriros fosa en aljama silenciosa. Embajador: Sabréis de mí. Juana:
Por desgracia sé más de lo necesario.
Y venga, fuera u os abraso. (Abandona el jardín con gran portazo) Portera:
¿Todo en orden?
Juana:
Sí. Decidle a la buena Lucilda que el cerdo coge cuesta y camino del
arrabal. Portera:
Decídselo vos misma; para allá baja con cimitarra y yambé.
99
ACTO III
ESCENA II
Lucilda:
Dónde está la comadreja.
Juana:
Calmad, ya marchó.
Lucilda:
A nada que le conozca hará para volver.
Juana:
Eso dijo.
Lucilda:
¡Fijaos si sé!
Juana:
Soltad los hierros y no temáis, precisamente por mujeres, esta casa
sabe defenderse de indeseados. Lucilda:
……
Juana, Juana, Juana. Ventura os cruzaseis en mi singladura. Juana:
Ventura... y una apuesta.
Lucilda:
¿Jugáis?
Juana:
A más palos de los debidos.
Lucilda:
Sencillo, no hagáis más.
Juana:
Ésa es mi idea.
Lucilda:
Sois buena, Juana.
Un altar os consagraría, si de ello no infiriesen, que os admiro más de lo que se me supone por condición, rango y sexo, permitido. Juana:
Callad, Lucilda, oigo nuevas voces al otro lado del tapial.
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…… Lucilda:
Serán los vecinos encamando. (Asustado reúne el serrallo en el jardín)
Portera:
Jamás pasé más miedo en ausencia de mi señor.
Alalía:
Ni yo sentir tantas ganas de arrojar una maceta.
Sistra:
Si por mí hubiese sido, de aquí no se va ese franny sin reprimenda
que sanar con vinagres. Nubaïr:
¿Y qué hacemos si vuelve?
Juana:
Descuidando los trabucos, tenemos un par de mosquetes y un sable al
cual hago bailar los domingos y fiestas de guardar. Lucilda:
Confiad amigas, y recogeos a los aposentos, el jazmín inunda el
patio. Descansad, no traeré un mal sueño a esta morada. (Igual que vinieron desaparecen) Juana:
No sé si será momento, pero una cosa os debo decir de corazón.
Lucilda:
Decid, llevo mucho esperando oír algo sincero y bueno.
Porque lo será ¿no? Juana:
Eso pienso.
Aquí os podéis quedar de por vida pues mi buen señor padre Mustafá, ¡Le alumbre El Profeta!, jamás insinuará siquiera que abandonéis la casa para
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comprar una fruta. Nunca. Mas, sincera, no es vida para mujer alguna enclaustrarse entre cuatro paredes ni por llamada del Altísimo. Aunque sea para distraer vuestro cerebro, deberíais pensar en el día de mañana. Lucilda:
A lo poco la embajada dura el mes.
Juana:
En tal, pensad a mes y día cumplido; que es condena.
Lucilda:
……
Vos, qué haríais. Juana:
Tarde es para sermonearos que nunca se ha de entrar dónde no se
sepa salir, ¡Ni al matrimonio!, pero una vez dentro, se tira palante y salga el sol por dónde quiera. Lucilda:
De fina te me vas, Juana; se más mundana, por caridad.
Juana:
Habréis de cambiar de vida.
¿No conserváis un noviete de la infancia al cual tengáis en duda el devenir? ¿Una ciudad que os llame desde siempre a las entrañas? ¿Un menester al cual hayáis prometido dedicar el tiempo maduro? Un lugar que os permita inventar nueva existencia. Lucilda:
¿Ajeno todo a mi esposo?
Juana:
Obvio.
Lucilda:
Entonces no.
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Entre nobles todos nos conocemos y poco se puede ocultar; y menos al confesor. Juana:
Se cambia de estamento y arreglado.
Entre plebeyos, por parecernos todos, no se recuerda más cara al cruce que la del acreedor directo. Lucilda:
Veis esta cara. Estos dientes.
Esta piel. Estos brazos y pies. Este ser criado a mano blanda, no conoce otra necesidad que el requerir para satisfacerse. Esto, soy yo. Quizá fuese peor el remedio que la enfermedad. Juana:
Con justicia decís, y con la Justicia habréis de tratar si queréis
conservar las prebendas que os queden, aunque la verdad, visto el apoyo que la Ley nos da, menos tiempo se pierde apalabrando unos filos en lo oscuro del zoco para saldar pleitos y quejas. ... O eso, o mudar, o marchar en pos de paraje con pastorcillo, es la salida que entiendo. Lucilda:
¿Has leído a Garcilaso?
Juana:
Me han leído tantos poemas, que destripo silencios y murmullos, y
combinándose ahora los mismos... sí... y no se asuste, Lucilda, pero o mucho
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marro, o a la puerta tenemos emisario de su marido. (Al tiempo que empieza a batirse un ariete contra la puerta, caen al patio cuerdas y garfios con los que salvar los muros) Juana:
Corred, dad la alarma al vecindario y escondeos en lo más profundo.
Lucilda:
Al tanto estará la ciudad por el calibre de los golpazos.
Aquí quedo, traje utillaje guerrero y algo intuyo a su manejo. Juana:
No seáis necia y corred.
Ocultaos en lo más hondo y que no os encuentren; para cuando menos chafarles la algarada. Lucilda:
No.
Juana:
Lucilda, por favor, no provoquéis la pérdida de una baza.
Agazapad, seréis carta para jugarla en su momento. No lo vislumbréis todo perdido. (Lucilda se esconde y Juana dispara la pistola a una sombra que badea el muro. Después revienta la puerta y entra el embajador con sus secuaces) Embajador: Toc, toc y toc... Soy yo. Juana:
Cada uno lo que es, y aunque legajo con poderes plenipotenciarios
se porte, el nacido para histrión a la larga se demuestra. Embajador: Por mordaz, más me hago perfil goliardo. Juana:
Ja. Ya quisierais tener la rima y el bordón de los truhanes.
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Embajador: Y vos la lengua de hembra decente. En fin, dónde está mi mujer. Que aparezca. Juana:
Los magos en la Capadocia.
Embajador: Y los muertos en sus cajas y les sea cosa de asomar a la medianoche de Todos los Difuntos; lo tradicional. Juana:
Se pasó la fecha ayer.
Embajador: Para la próxima estaréis, descuidad. Vamos, dejémonos de cháchara y se apreste mi esposa a postrarse a mis pies. Lucilda: (desde el escondrijo) ¡¡Nunca!! Antes me rajo la cara y me corto en oblicuo la yugular. Juana:
... ¡Pero Lucilda!
Embajador: Mujeres. Jamás conocí ninguna que pudiese resistirse a meter vez. (a la compañía) Id por ella y traédmela por los pelos. (Ademán esbozan, pero estando infiltrados entre el grupo Mauro, Belissardo y el Belfos, y dejándose ver el cañón de dos mosquetes en la ventana, Juana hace seña y voltea la situación) Embajador: ... Eh... ¿Qué significa esto? Belfos:
Lo que parece y poca explicación necesita.
Belissardo: Siendo nosotros de tan baja estofa, raro le extrañe a su señoría el vernos cambiar de bando y parecer.
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Mauro:
Qué quieres que hagamos, Juana.
Juana:
Salid y dejadnos a solas con el canalla.
Dadme la noche y el primer tramo de alba, luego comunicad a las autoridades pertinentes que el notable hombre sufrió asalto por parte de unos facinerosos. Su cuerpo lo encontraréis al pie del acantilado o habréis de disputárselo a los perros que husmean entre los detritos. Belfos:
¿Algo más?
Juana:
Volved al muelle (A nueva seña los muchachos abandonan el patio)
De este tema me encargo yo. Embajador: Vos y yo. Ja. ¿No me estaréis cogiendo cariño?
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ACTO III
ESCENA III
(La dama Lucilda y el resto de mujeres acuden soliviantadas al jardín) Alalía:
Nos habréis de pagar por la puerta y los destrozos.
Sistra:
E indemnizar por el sustazo.
Nubaïr:
Y gratificarnos con algo sustancioso para cuando le contemos a mi
señor. Portera:
No, mejor que no entere porque orden dio de no abrir ni a la Muerte
si pasase a hacer visita. Juana:
Este hombre es historia, olvidad su presencia.
Aunque saquemos cuatro exiguos cobres por su vestimenta y quincalla, yo cubriré con mis haberes los desperfectos. Lucilda:
Me gustaría decir algo oportuno o al menos portar aval para
solventar los daños, mas siendo hija de duque, y... y ex-esposa de marqués, la ceca de mi bolsa sólo acuña telarañas. Embajador: De generación en generación se legan los bichos por ser su mejor valor. Casó ella, y las hermanas, con hombres de posibles por puro interés. ¡He ahí su nobleza! Juana:
¿Y vos?
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A usted ni se le conoce. Embajador: Qué vivaz tenéis la lengua si os la amparan los mosquetes y el alfanje. Sin el tal sustento ¿seríais igual de locuaz? Juana:
¿Se cree en taberna para porfiarme a la guisa?
Embajador: O en antro peor, semejante conciliábulo de brujas no se ha visto ni en Zugarramurdi. (Lucilda se acerca al esposo y le da un sonoro bofetón. Lo que facilita ocasión al embajador para agarrar a la mujer por el cuello y utilizarla como parapeto) Embajador: Y ahora qué, eh. ¿Queréis escuchar cómo cruje una nuez? Juana:
¡Vaya hombría la vuestra!
Embajador: Ja. ¿Mejor la tuya? Lucilda:
Echaos el mosquete al entrecejo, y sin dudar, disparad a través mía;
sabiéndole también muerto, con el Magno Arquitecto iría dichosa. No dudéis. Embajador: Soltad las armas. Juana:
En paridad hagamos trato. Nosotras dejamos los mosquetes y usted
suelta a Lucilda. Embajador: Y el alfanje ¿me lo hacéis invisible? Juana:
Algo contundente me habréis de dejar a mano; visto está que tenéis
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más envergadura. Embajador: Sois seis mujeres. Juana:
Y vos medio hombre.
Embajador: ¡Cuán placer hallaré cuándo mande haceros tiras la piel en la picota! Juana:
Todo puede ser.
(A la justa se desarman, con la salvedad que el embajador agarra del piso el sable y un cuchillo de vela) Embajador: Ahora sí hay paridad. Juana:
Para darse la tal, necesitaríais convocar a todos los difuntos de
vuestro panteón, y aún así, temo, ni caldo hagan los huesos si son del mismo y rancio corte. Lucilda:
Del mismo... mismo no son, no. Su madre, suegra amada que fue,
incapaz de asumir más atropellos del vástago, me confesó, en cierta ocasión, que el cuitado era producto de un tórrido amorío con un embalsamador judío; taxidermista de buen ver, que conoció en el ínterin de una peregrinación a Roma. A alguna rama del amante achacó siempre los ramalazos malos del hijo; por no poder atribuirlos a su sangre ni a la del santo pachón que le era el marido. Juana:
O sea, y sin faltar, que potencialmente es indeseado, bastardete y
medio fenicio.
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¡De cuna lo traía todo para caerme bien! Lástima del sesgo escogido. (El embajador se arranca y arremete contra Juana, quien, ducha, sorprende parando los golpes y dando réplica) Embajador: ¿Seguro que bajo las sayas no os cuelga nada? Juana:
La mengua que os falta a vos, sí.
Y pese a poco atributo lo mío, porque lo vuestro me lo hago exiguo, me holga para saciar cualquier necesidad. ... Vos... Vos podéis decir lo mismo ¿Saciáis? ¿Sois saciado? Embajador: …… Sois muy, muy, zafia. Juana:
Veis, hasta a eso os gano; a la espada también se ve que no sois
rival. Embajador: Ja. (Nuevas chispas saltan al choque de los aceros aunque en esta ocasión Juana resulta con un corte en el brazo) Embajador: Pocas guerras tenéis hechas para saber cuándo se debe cantar victoria. Nunca abráis la boca hasta oír al cura echar responso. (Juana hace buena la sentencia y mete un puntazo al costado del oponente)
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Juana:
Sabio consejo que tomo.
Lucilda:
Aparta Juana, he recuperado un mosquete y está en la alidada.
Juana:
No Lucilda, no. Dejad que yo despache.
Infinitamente más le dolerá que sea una mujer esgrimiendo espada, y no el fútil dolor que le pudiese ocasionar vuestra bala, lo que le lleve ante Caronte. (Entendiéndose perdido el embajador se lanza a nuevo choque, del cual, y tras rodar por el suelo con Juana, no levantará. Ella sí, y al hacer, aprovecha Lucilda para meter un plomo en la cabeza inerte del marido) Juana:
¿Y eso?
Lucilda:
Diría que aunque tarde he hecho propio mi caso, pero la realidad, se
me escapó. ¿Estás bien, Juana? Juana:
En caliente sólo me duele la raíz de las pestañas.
Lucilda:
Mal no estamos entonces.
Nubaïr:
Qué hacemos. Qué vais a hacer.
Juana:
Sí, corre la noche para todos.
Por favor, traednos el poco equipaje con el que vinimos porque vamos apuradas de tiempo. No nos ha de coger otro sol aquí. Lucilda:
Juana, ¿seguro que estás bien?
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Juana:
Nunca estuve mejor, aunque físicamente tendría mis acotaciones.
Lucilda:
Estás un tanto pálida para el buen color que usas.
Juana:
El susto por temer durante un instante mi vida escapada.
Lucilda:
Pero ganamos, Juana. ¡Ganamos!
Somos libres para ir y venir. Volver a las Españas. ¡Retornar al ducado! Portera:
Aquí está el triste petate que os hacía compañía.
Juana:
Sukram, Yamina, sukram.
Lucilda:
Yamina, Alalía, Sistra, Nubaïr... Nunca os olvidaré. Ni a vosotras, ni
al misericordioso varón que sea vuestro señor. ¡Que lo más santo que tengáis os guarde! Juana:
Vamos, Lucilda, agarra el hatillo, te han de dar referencia en el puerto
de cierto navío para escapar; pregunta a los muchachos, rondarán el muelle a la espera de nuevas. Lucilda:
¡¿Y tú?!
Juana:
Yo no voy. Puerta allá te espera un mundo nuevo, y yo, yo a lo sumo
te acompaño al quicio. (Juana se derrumba dando seña de lo hondo y fatal de una puñalada) Lucilda:
¡¡Juana!!
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Juana:
... ¿Lucilda?
Lucilda:
No estás bien.
Juana:
No. Me muero.
Pero antes de irme, me gustaría saber con certeza que tú emprendes nuevo rumbo. Lucilda:
¡Dónde iría sin ti!
Juana:
Grande es el mundo Lucilda, y cerca se puede encontrar, o que te
traiga el aire o una apuesta, persona por la que merezca dar la vida y algo más. … ¡Una apuesta a todas luces perdida! (expirando) Se feliz, Lucilda. Ama. Lucilda: (sentándose con su equipaje bajo los arrayanes) Ni por llamada del Altísimo me movería yo de aquí.
FIN
113
a.j.aberats@hotmail.es
industriaselraton@hotmail.com
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Fransuá y unos señores de Valdesimonte
A. J. Aberats
Industrias El Ratón 115
PERSONAJES
Narrador – Francés Cipriano Clementa Lucano Lobo
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A principios del siglo XIX los ejércitos franceses intentaban esparcir por Europa, aunque a punta de bayoneta, algo de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Muchos de aquellos hijos de la Revolución jamás volverían a pisar su patria.
ACTO I
ESCENA I
(A telón echado un francés dispara un trabuco para acallar el alborozo) Narrador: (con ligerísimo acento) …… Mesdames e messieurs. Heme aquí, desesperado, por un cúmulo de casualidades. Oui, tal lo escuchan. …… Mi primer flirteo con el Azar lo tuvo por mí mon mére; mi madre, oui. Se engorrinó con un vecino de muy buen ver que la tomaba al asalto no bien salía mi padre por la puerta. Y retornando un día éste por el olvido de cualquier tonto paraguas, allá se los encontró aporreando a bravo estilo contra un aparador. ¡Pobre armarito! Mon pére, que lo hubiese sido de no llover, tuvo en gracia el ponernos en la puerta y darme, aun sin saber, en herencia el mundo y sus caminos. Oui. Y crecí creyéndolo mío ¡hasta que a hostias me sacaron del error! …… Mucha de la buena mano que me ha traído hasta aquí asimilé de unos gitanos que nos acogieron el tiempo que cambiaba los dientes; o los perdía. Incluso aprendí a ladrar y echar espuma por la boca si mal se daba el día y justicia de vivos quedaba el ampararse la merienda. ¡Qué tiempos! ¡La de pueblos que tuvimos que abandonar aullando a la carrera! Y producto de una de aquellas espantadas mi madre desapareció. … Ella y toda la zingarada. Oui, d´accord, oui. Se me dio esquinazo en toda regla, pues a poco de apadrinarnos los calos, ya me calaron malaje y percha de mal agüero. Y muy cobarde. Bisbiseaban que en el fondo del ojo tenía una mácula, a juego con un par de manchas en el alma, que no vaticinaban nada bueno de mi persona ni de la compañía que hiciera. … Y a la larga… ¡¡Puff!!… Oh la la. He de admitir que hondo ha sido el capacho de tortas que me lleva dado la existencia, pero los que a mi vera han estado… ja… poco podrán contar de no haber puesto ellos tierra entre medias; lo normal ha sido que la pusiera el sepulturero y de ahí quizá el proseguir solo en el mundo. 117
¡¡Y desdén hago a mi sino!! ¡Y como mal de muchos consuelo de alguien! Me alisté en el ejército buscando el anonimato y coartada para las desgracias que en derredor me suelen prender. ¿Habría de notarse mi presencia entre huestes que se buscan la ruina? …… Oui. A nada de vestir yo el uniforme movilizaron a mi unidad. Y de la tranquilidad de la vega del Loira, se nos trajo a matacaballo a primera línea de refriega. A la raya de sangre caliente que habían pintado en el puerto de Somosierra los españoles. …… Espanta lo visto allí. …… Y de lo malo-malo, por el “buen” reventar que tuvo un cañón, ¡buen reventar! Je, vagué cegado, sordo y atolondrado por el monte durante algún tiempo. ¡Qué periplo! Recuerdo que me picaron, casi al unísono, una víbora que sesteaba en la sombra de un regato y las abejas furibundas de una colmena. Y perseguirme un oso la dulzura que exudaba. Y darme a conocer la textura rocosa del suelo una manada de reses bravas o enconadas a modo. Total, que tras despeñarme entre barrancas, zaherido, ¡arrastrándome!, casi sintiendo el tufo de la Parca, topé con un rebaño de ovejas y al cayado de la situación el pastor; aunque se negase.
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ACTO I ESCENA II (A telón echado. Aparece el supuesto pastor tallando a navaja una flauta) Cipriano: …… Qué tal amigo ¿vamos de peregrinación haciendo promesa o que se ha caído al suelo tontamente? Francés: (por gestos) … (No entiendo)… (No entiendo)… Cipriano: Que si viene escapado de la contienda. Francés: … (No entiendo)… (No entiendo)… Cipriano: No te quieras quedar conmigo, gabacho, te delata el uniforme y se te ve deteriorado. Francés: … No francés… Ez frantziar. Ongietorri, aurresku eta pizcolabi de cocotxas… No francés, pues. Cipriano: Más gracia me hacías sordomudo. Cómo has acabado aquí ¿sabes dónde estás? Francés: … No. Puestos a ser francos, y por ser, he de confesar mi total desconocimiento, monsieur. ¿Estoy en campo amigo u hostil? Cipriano: ¿Con estar no le vale? Francés: La verdad, oui. Cipriano: Pues sáciese enterándose que está en una pedanía segoviana: Valdesimonte. Francés: Bien. Y más espíritus afines a nosotros ¿hay? Cipriano: Aquí afín, y primordialmente… ¿Qué me preguntó? Francés: Que si amén de usted, ampara los contornos francófilo. Amigos de la France. De la Revolución. Cipriano: No. Ni conmigo cuente. Yo soy devoto de mi propia causa. Francés: Y le alabo el gusto, no crea; lo mío bien se podría definir como un rebotar entre angustias y miserias de difícil envidia. …… Soy francés, oui. Pero malo. Mal francés, vamos, al punto, le digo, que si pasase ahora por aquí mi general, y fuese usted de arrojarle piedras, allá estaría yo a su lado arrojando adoquines. …… ¡Vive l´Espagne! ¡Vive l´Espagne y olé! ¡Viva la madre que les parió! Cipriano : Todavía le voy a descrismar por botarate. Francés: Déme un respiro, monsieur. Permítame que le busque punto flaco desde el cual pedirle ayuda. 119
Cipriana: ¿Necesita acaso? Francés: Por tonto y estúpido que le parezca, oui. Si me consigue un caballo verá lo rápido que me curan mataduras y cardenales y cómo me cambia el ánimo. Sería visto y no visto el mudar. Cipriano: ¡Un caballo! Ja. … Me queda una mula, la Loli, y antes que consentir que usted me la monte, expongo al angelico atado de manos a los buitres del Duratón. Pero no tema, auxilio sí le voy a dar. Venga conmigo a mi casa. Narrador: Y fui. Tras él me arrastré. Dudaba la intención que fuese a tener el sujeto, pero entendiéndome muerto de quedar en el sitio, no vislumbré mejor salida. ¡Y seguirle se me hizo un calvario!… Casualidad que éste fuese y que en la novena cruz me fallasen el aliento y la vista.
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ACTO I ESCENA III (En la casa. Aperos de labranza y bestias de corral comparten espacio. Engrillado despierta el francés en un rincón del patio) Francés: …… …… Esto me pasa por confiar en los demás. …… Oiga, monsieur, ¡simpático lugareño! ¡Halo! ¿Está por ahí? … Oiga… ¿Hay ser racional a la redonda? …… No, no lo habrá. Cipriano: …… No se crea, tenemos una oca que sabe contar hasta el tres, y una cabra cornilabrada que me está aprendiendo a jugar al mus aunque marque siempre la misma seña. Y de la Loli ¡qué decir!... Francés: Mire que sonará raro, pero me está abriendo las ganas de conocer a la dichosa Loli. Cipriano: No me extraña. Francés: …… ¿Me ha visto un doctor? Cipriano: Se encuentra mejor, verdad. Francés: No. Lo digo porque siempre que me ausculta uno, y me encuentra las mordidas de lobo que me lleva arreada la vida, lo usual, tal sabio ha hecho usted, es que se me pongan grillos en las muñecas y traílla hasta pared con arraigo firme. Por licántropo y malasombra se me prohíben los baños de luna y la libertad, oui. Cipriano: Aquí nos caían bien los lunáticos hasta que de uno dijeron que le pegó fuego a un establo con todos los quintos dentro bailoteando. ¡Qué alaridos los de unos y los del otro! Desde entonces poca broma se intenta en el pago; no gustó, no. Adelante aquello, nos tildan el pueblo del perpetuo luto por lo torvo del ceño de los hombres y por constreñido y en línea el de las mujeres. Francés: ¿Qué piensa hacer conmigo? ¿Por qué me ha encadenado si a la legua se me lee inofensivo? Cipriano: No lo sé, la verdad. Su país y el mío andan en pleitos y no es que se les quiera mucho por aquí; ni de antes. Francés: ¿Padecía de frenillo el pirómano? Cipriano: Y a la variante de los chistosos, le informo, en especial se les tiene mucha aversión. No caen bien las gracietas de francés. 121
Francés: ¿Me va a entregar? Cipriano: Lo más probable que sí. La duda que albergo es a quién. Si a los de acá o a los suyos. Francés: ¿Podría yo ayudarle a decidir? Cipriano: No, sincero le quiero ser. De mis convecinos conozco la opinión y los usos. Y de los franchutes imagino las mañas e intenciones que tengan para con un desertor. Francés: ¡¡Oiga!! Que es una palabra muy fea. De no estropearle el vocabulario le rogaría que me tuviese por disconforme con la política de Estado de mi país. Renegado de conciencia, me suena mejor. …… ¿Tanto se me nota? Cipriano: Piense que yo le conocí en instante crítico. Francés: ¿Y con las mismas no podría ponderarse esta… actitud… opinión… esta postura mía, oui, ante aquellos que me cita como enemigos de interés? Narrador:(saliendo del cepo) Pero no me contestó, no. Debía haber escuchado los pasos de alguien y se aprestó a ocultarme tras unas cortinas y unas maderas. Y con un último consejo se despedía dándome a entender que me estuviese calladito o al final sería a los cerdos, y en cachitos, a quienes me entregase a la hora de la cena.
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ACTO I ESCENA IV (Aparece su hermana Clementa con el cesto de la colada a la jarra) Clementa: … ¡De dónde sales, Cipriano! ¿Ya paseaste el ganado? Cipriano: No es cosa mía, ojo, ahora soy el señor de la casa. Un respeto. Pero sí, saqué, y andan desalmando la huerta del vecino. Clementa: De quién. Cipriano: De Casildo. Clementa: ¡Mira que eres! Ayer las tuve yo todo el día allí. Anda, vete con ellas otra vez y súbelas en rondo a la ermita para que al deán le poden de capullos el jardín. Y en especial arrímalas al seto de lilos que le sé gran apego. Cipriano: Mañana. Clementa: No, hoy. No dejes para mañana lo que puedas trafullar hoy. Cipriano: Que las acerque Gustavete que no tiene otra encomienda que ser el segundo de la majada. Díselo a él. Clementa: Te lo digo a ti porque a Gustavete hace una eternidad que no se le ve. Y si no, lo voy a acabar haciendo yo. Cipriano: Si te empeñas had, yo no te voy a privar del antojo. Clementa: Si hago eso, ¿Tú te encargas de la colada? Cipriano: Ni hablar. Estas manos de tahúr que heredé del abuelo no se pueden malograr con pinzas y jabones. ¡No se le puede repudiar el legado! Cipriano: Lo único que mancillaría cualquier memoria son tus palominos, y ahora, cabeza de familia que te dices, quizá más ajustado sería tildar de avutardas las costras. ¡Y de alerón abierto! Cipriano: Calla Clementa, calla. Clementa: Por qué. Miento acaso. ¿Nos oyen? Cipriano: Te oigo yo y me es ofensa. No sigas esa ruta o... Clementa: O qué... cagón. Cipriano: Recuerda que en el manojo de llaves me cayó la maestra que abre el baúl del látigo y las fustas. Clementa: Hace poco que murió el déspota de “tu” padre y cosa cantada que este momento llegaría. Sí. Tarde o temprano tendría que darse el caso. Sí, así que si tienes intención de esgrimir alguna vez, buena es ésta para que pruebes. 123
Sí, intenta, lo mismo no cambio el modelito para hacerte el luto; si te hago. Cipriano: ¿Me amenazas? Clementa: Te aseguro la duda en cada plato. El no saber si el vino está picado o algo peor. Anda, marcha a jugar a las cartas con los amigotes y con un poco de suerte lo pierdes todo. Enhebra para la taberna y déjame vivir en paz. Cipriano: Por esos estás soltera y lo seguirás. Tienes muy mala baba y poco aguante, hermana. Clementa: Arrea bonito, arrea, vete a ver si te mueres a la sombra de una cuba. Cipriano: Tira tú a colgar la ropa al tendedero y procura que te enreden al cuello las bragas antes. Clementa: (tomando las escaleras) Y tú baldea esto un poco porque apenas se huele a las bestias. Levanta tufo parejo a tus lociones. Ay los labios de la coitada que te bese. ¡Pobre Lola! Narrador: (desde el escondrijo) Y no exageraba, mon amis. ¡Qué pestazo!
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ACTO I ESCENA V Lucano: (anunciándose en la portalera a voces) ¡Cipriano! ¡Cipriano! ¡Cipri, dónde estás! …… Vamos Cipri, están volando al tapete los naipes. ¿Te has rajado? ¿Dónde andas? …… ¿Cipriano? Cipriano: Aquí. Le estoy echando altramuces a los brutos de la corrala. Lucano: … Caramba, lo desmejorado que está este patio. En vez de darles peladillas a las fieras, échales grano y virutas, pero antes que nada arregla esto un poco. ¿No se te revuelven los ancestros en la tumba? Cipriano: Luego voy a ir yo a tu casa y te voy a buscar el polvo en los altos. Ya verás lo fácil que me es hallarte una silla fuera de su sitio. Lucano: ¿Tu hermana consiente esto? ¿No le da vergüenza? Cipriano: Tampoco a ti te consiente y eso sí que es vergonzoso; escucharte los maullidos a las tres de la mañana en su alfeizar. Lucano: Mal miras tú a la Clementa y por eso no le ves los dones. ¡Ay si fuese yo su hermano! Cipriano: Tú lo que eres es un depravado. Venga, qué coño quieres. Lucano: Limpiarte. Cipriano: Pues si me empiezas por los calzones me darías un alegrón. Lucano: La mesa está caliente y hace rato que enfría tu sitio. Vienes o no. Cipriano: ¿Son de respeto los litigantes? Hay algo para ganar o son todo pérdidas en perspectiva. Lucano: Vamos Ciprianín, no te arredres, lo importante en todo juego es participar. Olvídate de menudencias, hace poco murió tu padre y sigue luciendo el Sol. ¡A las penas, puñalás! Cipriano: Y no se me olvida que las tuve prometidas hasta quedar heredero. Lucano: Yo, ves, no recuerdo haberlo dicho; no recuerdo amenazarte. Eso sí, fama te has echado orilla estos trigales de pardillo a desplumar. Cipriano: ¡Y por qué me dices! Lucano: Na. Me jode que vengan de otros pueblos a ganarte los cuartos y labrarse el melonar. Yo no te tengo ningún aprecio, y lo sabes, pero en gracia tenía mi padre a tu madre y siempre que puedo obro en la dirección. Cipriano: Eso son rumores. 125
Lucano: Parecidos a los que estarán propagando al momento en el mesón. A viva voz, que me llegase, se te mentó tarado, pusilánime y mal jugador de chica. Cipriano: Voy a envidar al arrastro, y si aquí me esperas un instante, me cambio e invito de paso a un trago a dos trabucos que tengo. Lucano: Y no olvides navaja porque los contrincantes son de ralea y los alrededores; de Cantalejo u El Guijar. Cipriano: ¡Una siete muelles tengo que por el mero óxido garantiza la muerte entre estertores! Lucano: Coge, y no olvides tampoco la bolsa de las perras, ni papel y pluma por si queda la velada de firmar pagarés. Cipriano: (tomando la escalera) Espérame en la portada que bajo por la principal.
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ACTO I
ESCENA VI
(Solapando las pisadas de Cipriano llega el canturreo de Clementa) Clementa: …… laralí, laralá. Al reo la cuerda se le pone al cuello, …… laralá, laralí. Y a la moza serrana se le invita a apretar. Laralá, laralá, laralá. Y ella en persona tiró de la soga y el último baile le echó el pretendiente infiel. Laralí, laralán. Lucano: Esa romancilla no te la tenía oída. Clementa: Aún la estoy componiendo y quedé en timbre muerto. Por eso algunas veces troco la letra y los hago amigos o socios. O enemigos declarados. Lucano: Arpegia a la alegría que casi está hecho. Clementa: Ja. No me hagas reír, gandul. Debes ser el único golfo en la comarca que está primado por asistir a la partida y todavía remolonea dónde no debe. Vete, a ver si va a bajar y se escama. Lucano: Con él ya hablé y en concreto le espero. Clementa: Te ha dicho que esperases delante. Lucano: ¿Todo te llega a las orejas? Clementa: Sí, la tisis me debió dejar el oído afilado. Lucano: ¿Y el tifus no te ha destrozado la nariz? Clementa: Estos efluvios serán cosa de mi hermano y de las miasmas que a casa trae. Tú céntrate en rucharle para luego revenderme a mí. Lucano: Que no se te olvide que algo se va a revalorizar la casa, y las fincas, si pasan por mano de Lucano Lobo. Clementa: ¿Quieres descuidar de hallar escorpión en tu calzado el resto de vida? ¿Cuidarte de neutralizar con azúcar la sal que te mane en los bancales? Me he hecho traer allende el Mediterráneo, de una tribu de negros animistas, una tabla, ouija, que sencillo plantea el contacto con sus demonios, y a una cabeza de ajo que les ponga, y un alfiler que pinche en los genitales al muñeco de turno, a ti no se te levanta más la pichurra por mucho que la animes. Corre a la tasca para hacerte con mano buena que más cuenta te traerá. Lucano: A broma no me lo puedo tomar porque ante mis propios ojos demudó tu padre del rosa al morado haciendo escala en el naranja, verde y azul. ¿Qué le diste? Clementa: Un aviso y no me hizo caso. Coge paso de aquí, bien sabes que no me gusta que se esté en mi casa sin ser 127
invitado. Lucano: Y cuándo lo seré. Clementa: Vigila tú de ello o hago acerico del muñeco que te digo y lo mínimo te es una lumbalgia, como unas almorranas de no encontrar reposo. Lucano: Dame las arras de un beso para rubricarme la promesa. Clementa: Date por contento no llevándote una patada en los huevos, haragán. Y ahora escapa de aquí porque voy a soltar a las gallinas para que me limpien el patio. …… ¡Pitas, pitas, pitas! Narrador:(derribando su escondrijo) Y vaya si eran fieras porque al hombre le corrieron y a mí me intentaron arrancar los ojos a picotazos, cosa que no lograron porque a patadas me defendí de las alimañas enseñadas.
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ACTO II ESCENA I Clementa: (sin sorprenderse) Ya decía yo que olía. Francés: Madame, a los enciclopedistas me remito, y por consejo, cuándo puedo, tomo un baño tibio. Clementa: Calle desgraciado que no lo digo por usted; todavía no me ha llegado su perfume para juzgarle. Lo digo por el bulto que tiene al lado y que le ruego no agite, pues, o mucho me equivoco, o en el saco todavía anda un compatriota suyo decomponiéndose. Francés: … snif, snif... Será, oui, porque también así hedían Bastilla y Tullerías. Clementa: Y por qué no quedó allí inhalando sus sahumerios en vez de venir aquí a olfatear en los ajenos. Francés: Madame, a mí se me trajo. Primero Napoleón y después su hermano. Clementa: Mi hermano trae cualquier mierda que encuentra a casa. ¿Tiene usted hermanos a los que les falte un hervor? Francés: Estoy en que tendré porque mis progenitores eran muy cocinillas y trotahuertas. Clementa: Un castigo, francés. ¡Un suplicio! Francés: Le recuerdo que a mí me ha calzado collar y pulseras. Clementa: Imagino, de pequeño, con esa jeta suya de deficiente, arrancaba las patas a las langostas y a todo bicho que no le rehuyera. Francés: ¿Para comer? Clementa: No. Por ver si quedaban sordas y no atendían a la llamada. Usted no es el primero que liga a la pared. Le tengo regañado, pero antes que soltar, prefiere que gatos y ratones ronchen los despojos hasta desmembrar por sí solos. Francés: ... ¿Le sería descortesía el que me traspusiese un ratito?... Algo me empieza a bailar el firme. Clementa: En mí no repare porque lo tengo visto. Además, debo poner en remojo los garbanzos del cocido y esparcir laurel en las artesas y arcones. Francés: ¿Y por casualidad no podría colarse en la lista el soltar a un desgraciado de su yugo? Clementa: Sin duda se podría hacer, pero con toda seguridad, antes tengo la entrada de arruinarle la existencia a todo machote que me encuentre. Francés: Entonces estamos de suerte porque yo soy, y sin pudor, bastante cobardica. Tirando a mucho si se tercia ¿No ha visto lo bien recibido que he sido por sus gallinas? Clementa: Piense los pasos que le han traído hasta acá e intente poner su alma en concordia con Dios. 129
Aproveche, ahora voy a sacudir las alfombras, y luego, si en paz está y quiere, le pongo un veneno bueno en la escudilla o el dornajo. Uno que no le dé muchos retortijones, porque como habrá oído, mano me doy con guisos y pociones. (canturreando sale) Narrador: ¡Anda y que había ido a caer en buena casa! ¡Entre la familia Sacamanteca! Al presente se me vino la de veces que me escupieron las gitanas al paso para conjurarme exorcismo. Lo contritas que se volvían las viejas para persignarse al cruzar de mi sombra. Oui, me supe, como tantas otras veces, a punto de darle el bis al Sumo Hacedor.
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ACTO II ESCENA II Cipriano: Los franchutes no dejáis de asombrarme ¿Ahora reza? Francés: Mal casa la imagen que doy con las soflamas que difundimos por Europa, oui, pero manejándome desde chico entre fronterizos, recurro a la oración por si se me apiada Satanás y se me ejecuta sin mayor dolor que el que me están levantando argollas y dogal. Cipriano: Pues cuidado con lo que plaña, aquí se escucha todo. Clementa: (desde la cocina) … ¡¿Prefieres cayena o estramonio con las berzas, Cipri?! Cipriano: ... (Ni el vuelo de un abejorro se le va). Y prueba que todo se oye es que en una mala baza, malamente jugada, le he perdido a usted. Francés: ... ¿Me apostó? Cipriano: Bah. Hay quien echa al monto la suegra o los cuñados. En las primeras manos nos desprendemos de ordinario de lo que menos apreciamos. Francés: ¿Y en qué me afecta eso a mí, monsieur? Cipriano: En que o cambia la racha raudo o al final de la tarde irás a hacer noche con Lucano Lobo. ¡Lucano Lobo! Francés: Y si no quisiese yo. Cipriano: La misma te espera del que tienes al lado que tampoco quiso; y me costó las caballerías. Francés: Vuelva a la mesa tranquilo porque voy a rezar con ganas para que le repartan buenas cartas. Por cierto, monsieur, sabe que... (su hermana)... y el tal Lucano Lobo, tienen apaños a su espalda. Cipriano: Y quién no lo sabe del pueblo, onomatopéyico que me la corteja, unos días maúlla y otros zurea, pero entrando en fecha, de la garganta le salen los exabruptos de la berrea. No me dice nada nuevo. Francés: Siendo amante de los animales no podrá ser tan malo. Cipriano:¡Uy lo que me ha dicho! (señalando al bulto del muerto) Ése estuvo con nosotros casi el mes y, le bastó una luna gorda, para hacerse idea del paisano y preferir quedar. Francés: ¿Y si antes de volver al tugurio usted y yo nos jugamos a los chinos mi libertad? Cipriano: No, usted ya tiene la china encima. Francés: ¿A la pajita más larga? Cipriano: ¿Es apostador profesional? Francés: A la trompada más grande suelo ser infalible. 131
Cipriano: (recogiendo del suelo dos palitos) Vamos, rápido, escoja. ... ¡! … Bueno, era al mejor de tres. (Dos veces más le da a elegir y las dos gana el francés) Cipriano: ¡Ve, hoy va a ser mi tarde! Francés: ... No quiero desalentarle, pero las tres han sido para mí. Cipriano: Por eso le digo que hoy es mi día. ¡Hoy no me pilla las trampas nadie! Narrador: ¡Vaya suerte la mía, oui!
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ACTO II
ESCENA III
Narrador: En un momento así, y sin cadenas, me hubiera regodeado sintiéndome el amo del mundo, pero desengañado por la estafa, desee para mis adentros que se abriese la tierra y se lo comiese de un bocado. O que le pasase por encima un carruaje sin cochero al pescante. Reía yo como un estúpido la charada mientras en mi fuero interno le deseaba que padeciese sin demora de cálculos biliares. Clementa: (apareciendo con una guadaña) Así me gusta que te manejes con las bestias, Cipri. Hay que hablarlas, sí, y cepillar también les hace su bien, al igual que sacar a pastar o cambiar la paja del encame. Ahora que tienes cautivo nuevo podrías arrojar los despojos del otro a los cerdos. Y limpiar un poco esto. Cipriano: No puedo desvivirme en sus cuidados porque al momento no me pertenece ya. Clementa: Mejor, una porquería menos por la que preocuparse; he oído desde la ventana rumor acerca de escuadrón de gabachos consolidados en Cerezo de Abajo. Cipriano: ¿Y vienen? Clementa: Eso chistean las comadres. Cipriano: Pues por buena tengo aquella mano, y si me prestas la guadaña, vuelvo sin más a la baraja. Clementa: ¿Y luego le segarías tú a los conejos el verde? Ah, y a la vuelta dar piedra a la hoja porque embota. Cipriano: Mira, déjalo. Tantas pegas me pones que no me la haces útil. Clementa: Y para qué la quieres, ¿para defenderte de los franchutes que puedan venir? Cipriano: También, sí, pero para empezar que me dé cobertura durante la timba. Clementa: ¡Ya perdiste las pistolas! Cipriano: Y navaja y fransuá; todo en la misma atacada. Por eso he vuelto además, quería echar un ojo a lo que me queda para apostar. Clementa: Dineros, ni un real. Cipriano: Ojalá no tenga que recurrir nunca al monto sonante, pero llegado, no sería conversación que tuviese contigo manejando tú esa escoba. (sale llevándose un cesto de mimbre, un quinqué y unos serones) Narrador: ... ¡Mon Dieu, vaya estampa la de la dama! ... Clementa: Gabacho, si me sigue mirando así, voy a acabar por pensar que quiere 133
algo conmigo. ¡Y le advierto que hace mucho que no cato varón! Francés: Chéri, ¡Y Lucano Lobo qué! Al petril de la ventana tengo entendido que os trepa; dejadle entrar y conoced la primavera. Y aunque poco, puede que algo cambie el talante de todo el pueblo. Clementa: ¡Cuidado que son liantes y folloneros los franceses! (a platea) ¿Acaso a estas alturas de obra alguien no sepa que Lucano Lobo y yo también somos hermanos? Francés: …… Yo tenía mis sospechas pero nada confirmado; quizá el propio Lucano dude. Clementa: Ni él. Francés: ¡Jesucristo! Que le venga buena mano al señor hermano de esta mujer. Clementa: Para cuál de los dos implora merced, si se puede saber. Francés: Para el que me vaya a tratar mejor; aunque intuyo que ninguno. Clementa: ¡Anda, a ver qué os esperabais que ibais a encontrar! Estás en España, amigo. Con gusto te vamos a ayudar a tumbar los huesos al sol.
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ACTO II
ESCENA IV
Narrador: ¡Qué no será ver venir hacia uno la Mort! La figura me hice pues arrancó hacia mí la señora muy decidida, pero en vez de darme rápido pasaporte, se conformó con herirme profundo al librarme del arraigo al muro y ponerme al tanto de la presencia ahora de la escarapela en las inmediaciones de Tanarro. Clementa: Digo yo que estarán llegando allí pero no lo aseguro. Desde la claraboya tiré la oreja, mas siendo el camino vaguada mal referencia mandan los cascos. Francés: No dude que le sabré agradecer, madame. Clementa: Primero le voy a poner tarea y luego, si quiere, me riega el oído. Ahora se me va a poner en danza y quiera mi hermano o no, voy a limpiar este patio. Sí, cójase al compatriota, y sin que le vean, y sin desmigarlo, lo arroja en el pozo que le voy a reseñar y que no nos da servicio a nosotros. Francés: Mejor me manejaría con las manos sueltas y sin collar. Clementa: Y mucho mejor le hubiera ido de no llegar hasta aquí. ¿Qué pensabas arreglar? Qué imaginabais que ibais a sacar en claro de nosotros. ¿Entiendes ayuda en tus compatriotas? Francés: En usted la doy por entendida. Clementa: No me la entienda tan pronto porque vosotros vais y venís, pero nosotros nos quedamos. No suponga que le doy la libertad, a lo sumo, me cubro un tanto por si llegan los del gorro frigio. (Clementa deja a un lado la guadaña y coge un mosquete, después abre un portillo y señala el pozo del menester) Clementa: En un salto vas y vienes del brocal. Narrador: Quisiera verle a ella dándose presteza. (sale) Cipriano: (entrando sin camisa) ... No preguntes, por favor. Clementa: Hijo de tabernero tendrías que haber sido para dejar en casa lo que ganases. Cipriano: …… ¿Dónde está el trillo grande? Clementa: Te quedó con el anís en una partida a las siete y media. Cipriano: Mala hora, sí. Dame entonces ese mosquete para llevarme. Clementa: Míralo bien, borrachuzo, y apreciarás que es el palo de la escoba con correa; pero lo mismo asusta a palomas que pichones... ¿Lo quieres? Cipriano: (cogiendo un espejo de cuerpo y una cuna de balancín) ... ¿Y el 135
franchute? Clementa: Le mandé a envenenar unas aguas. Cipriano: ¿El pozo de la Bernarda? Clementa: ¡Le alumbró la vaca dos terneras! Cipriano: Vale, pero que no se te escape; Lucano Lobo está pensando en venir por él de no llevar yo algo más para perder. Está proponiendo darle uso a la mazmorra de la bodega y hacer del resto de día fiesta. ¿Sabes tú la razón? Clementa: Fácil lo sepas tú mejor que yo. Cipriano: ¡Mira que a mí me importa un carajo lo que os traigáis! Si quieres, ya me dirás. (sale) Francés: (entrando) ... Más rápido y sigiloso imposible. Narrador: También me hizo mover una pila de cachivaches y trastos rotos. Le di un buen meneo al corral, y servidor que me hago, a nada que aquello empezaba a lucir me había ganado refrigerio. Clementa: Tan contenta estoy por lo bien que dobla bisagra que le voy a poner un platito de lo que al fuego tengo hirviendo. ¿Le hace? Francés: De no ser última cena, desde luego. Clementa: Habilítese despacho que ahora le traigo.
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ACTO II
ESCENA V
Narrador: Una mesa coja, una banqueta de ordeñar y la luna recién puesta, doy fe, pueden llegar a dar el pego de un cachito de cielo. ¿Exiguo paraíso? ... No mesdames e messieurs. Un purgatorio con vistas. Cipriano: (sólo con los pantalones y descalzo) (Gabacho, eh, psss, gabacho. ¿Dónde está mi hermana?). Francés: (Creo que me va a emplatar algo de berzas). Cipriano: (¡Ojito con la salsa, pese a sabrosa, te deja abierto de cachas para días! Dime, por favor, dónde dejó el mosquete). Francés: (¿Se ha pulido ya los enseres que llevó?) Cipriano: (En una mano ciega cayeron con las alpargatas. Dónde para el fusil). Francés: (... En el escobero). Cipriano: (¿Al final era?). Francés: (Oui). Cipriano: (…… Joder, ¿y lo que había por aquí? ¿Dónde están mis cosas?). Francés: (Lo que hubiera por aquí no cumplía los requisitos para ropavejero y ha dicho que lo iba a quemar todo en un pajar cercano). Cipriano: Ah, entonces un instante tenemos. ... ¿Has sido tú el autor de la limpia? Francés: Oui. Cipriano: ¿Y no se ha salvado del desescombro nada que se pueda apostar? Francés: Autant que possible; aunque hayan derrochado a cachos sin saber. Contra la pared, junto a usted, he dejado un vetusto mapa de España y un retrato no menos añejo de familia; o así los he entendido. ... Bueno, y el limbo que me son mesa y banqueta. Cipriano: Quédeselos en uso un rato pues a la oreja me susurra algo que mi suerte va a cambiar. Francés: A mí me sucede sin parar y siempre para peor. Monsieur, lleve para esta mano y así se ahorrará el viaje. Y en el siguiente, que me jugaría la libertad a que regresará, yo mismo le pudo ayudar a desmontar las jaulas y los palos del gallinero; y acercar ante el altar del tapete para que no se lastime el lomo. Cipriano: Mal no me vendría, no te creas; pero eso es del lote de mi hermana. Para mí han sido la casa, el mobiliario y casi todos los aperos, para ella las cosas 137
vivas que hubiera y el trabajo que dejasen. Además, usted no puede salir de aquí. No debe. Francés: Monsieur, lo he hecho. Cipriano: Pues haber aprovechado para darse el bote, porque, con sus correligionarios a las puertas de Aldea Alcorvo, y sabida de todos su presencia por lo que airea Lucano Lobo, pulula el pueblo alrededor de la timba por ver si me arruino de una vez por todas y después se puede venir a ajusticiarle a usted; no vaya a quedarse sin su ración de capones. Francés: Acabó entregándome a sus vecinos. Cipriano: Oui francés. Parece ser. Clementa: (desde dentro) Vamos franchute, venga a la cocina a probar lo prometido porque supongo a mi hermano arramblando con lo poco que quede. Déjele discriminando a ver si cae en la cuenta que no le queda nada. ¡Salvo la Loli! Narrador: Receloso de lo que me pudiese entrar en el estómago dudé un instante, y cuándo se me decantó el ánimo a recuperar energías con cualquier veneno, vino Cipriano a reseñarme las botas y ordenarme que me las quitara. Cipriano: Quítese las botas, ahora quiero recordar que me lo jugué descalzo. Francés: ¿Algo más? Cipriano: ¿Tienes algún diente de oro? Narrador: (saliendo) ¡Menos mal que nunca me pude poner!
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ACTO II
ESCENA VI
(Sobre la mesa el retrato, el mapa y las botas del francés. Cipriano busca algo más para llevar cuando la algarabía de la calle le avisa de la presencia de Lucano Lobo) Lucano: ... ¡Vaya aclarado que le has pegado a esto! Cipriano: ¿No sabes llamar a la puerta o esperar en el recibidor? Lucano: Felpudo, sala y campanita me pertenecen aunque cojan polvo en tu casa. Cipriano: Al menos te queda claro que tejas y vigas siguen siendo mías. Ah, y el contenido de esta mesa. Lucano: (sacando la baraja) Eso tiene rápida solución. A la carta más alta te juego el lote de la mesa; incluida con su asiento. Cipriano: … Vamos, dame, aquí empieza la remontada que se hizo en Covadonga. … ¡Sota! Lucano: … Rey… Y aquello fue un despeñarse. Pero si te crees en racha, a las mismas te porfío ahora las escrituras. Cipriano: No. Sé que tienes apalabrado todo con mi hermana para desahuciarme. No me importa despanochar el inmueble pues así tendré más sitio cuando traiga a la Loli a vivir conmigo; ella lo prefiere todo diáfano para que no haya trabas entre nosotros. Vete, Lucano Lobo, saca el fario que traes a esta casa y disuelve el coro. Lucano: Yo bien puedo salir, pero la jauría que agita a las puertas es para agarrar en corto a tu hermana por el garganchón. Le han visto dando fuego a un pajar y al acto se ha recordado que ella fue en persona quien denunció al monaguillo incendiario. Clementa: (desde dentro) ... Bah, ni que fuese la primera que me pillan liando alguna. Vamos, que se oiga la baraja. Lucano: Si es por timidez me arranco yo, Cipri. … (extendiendo los naipes en la mesa)… Mira, un tres de bastos. Sólo hay cuatro doses por debajo. Cipriano: ¿Y dijimos que iban las escrituras? Clementa: (se asoma para confirmar) ... Sí, sí, sí que lo he oído yo. Lucano: Tómate tu tiempo. (Y si lo que para atrás te echa es que le pueda revender yo a tu hermana la casa después, que no te sea motivo porque te prometo que sólo le estoy chuleando y no quiero nada con ella. Aquí voy a poner una casa de reposo para los locos que deje la guerra que tenemos encima). 139
Cipriano: ……. A la mano de mi abuelo me encomiendo, Al sexto dedo de Judas, Al maestro san Dimas Y al alcalde de este pueblo... ...... ...... Mierda, un cuatro. ...... ¡Coño, que he ganado! ...... ja, ja, ja...... ja, ja, ja.... Vamos, vamos, trae acá la flauta y la partitura de tu casa. Lucano: ¡Tú estás bobo! Cómo me voy a jugar a pelo tu casa contra la mía. Narrador: No quería salir, no Mon Dieu, pero curioso, al quicio me asomé por fisgar más pormenores y sin pretender fui citado testigo.
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ACTO III
ESCENA I
Cipriano: Tú, tú lo has visto. Él ha sacado un tres de bastos y yo un cuatro de copas. ¿O no? Francés: No me inquieran para dictamen porque no puedo ser imparcial ni objetivo. Lucano: ¿Éste quién es? Cipriano: Tu francés. Lucano: Pues ahora lo vuelve a ser tuyo. Eso es exactamente lo que me jugué y lo que doy por perdido. Cipriano: Preferiría mesa y banqueta. Lucano: Siéntate si avivó el gusanillo; pero te quedas el gabacho. ... O si prefieres, podemos jugarnos franchute y escrituras a nueva alzada. Eh, qué me dices. … (con desdén arroja el naipe)… … Joder, esto sí es sangrante ¡Otro tres! Cipriano: (acariciando una carta) Si llevases la propiedad encima... Lucano: (sacando de las ropas) Y llevo. Cipriano: Ponla en la mesa y que la custodie el alma de los perjuros. Lucano: Y hago. Cipriano: (volviendo a acariciar) ... El tacto es bueno... y trasmite vibraciones... ... Pero no, gracias, para una vez que gano algo prefiero retirarme y gozar lo que se sienta. Se ha echado la Luna entre algodones y de aquí a un rato me voy al catre para seguir soñando la victoria. Ebrio de gloria que quizá me halle, sí, le voy a quitar al francés los arreos y conmigo, y con la Loli, se va a dar un atracón de heno si quiere. Narrador: Sé como van y vienen las mareas a los borrachos, y por si mudaba, ofrecí cuello y muñecas al llavín. Libre... algo más libre de lo que había estado, me sentí. Y pensé excusarme de la cita al pesebre por estar recién comido, pero tal presteza tuvo Cipriano para tragarse la carta que tocase antes que el otro la curiosease, que di por supuesto que entre la Loli y él darían cuenta de cualquier alpaca. Lucano: (lanzando las cartas) Puede ser en otra lid dónde nos veamos las caras. ¿Quieres que miremos a ver quién las arroja más lejos? Mira qué fácil es, lo lejos que llega el correo. Para papá, para mamá, para los abuelitos y los tíos. 141
Es bien sencillito; ni escribir. ...... ¿Quieres probar tú, fransuá? Clementa: ¡No, no quiere! Narrador: A ratos se me iba la presencia de la mujer; del todo nunca. Y un nosequé me empujaba a creerla conmigo. Mas, la negativa, ¡rotunda!, me reverberó en los oídos que por primera vez me percibía interferencia en sus planes la señora. Francés: No, no, no gracias, monsieur. No suelo girar ni en Navidad. Yo con contemplar cómo las tira usted me conformo. Lucano: ¿Conoces estos trabucos? Francés: Algo al paso. Lucano: Pues ellos a ti sí te conocen bien; y tienen tu dirección. Tira una puta carta o te dejo los sesos en la pared, francés. Narrador: Oh, mon amis, hasta la besé para que llegase más lejos. Pensé lamerla, pero me dio tanto asco que me abstuve. ... ajjj. Lucano: Ves qué sencillito es, Cipri. Y tú, gabacho, ponte las botas que te las has ganado. Narrador: Era canalla bueno el tal Lucano Lobo. ¡Lucano Lobo! Creyó momento idóneo para hacer el mutis y salió a difundir la nueva. Y a dos aguas habló. Solivianto al gentío reunido confirmando que dentro confabulaban los males de la zona y el país.
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ACTO III
ESCENA II
(Fragmentos de protesta mueve el aire cuando al patio sale Clementa muy enojada) Voces: ... ¡Una buena manta de hostias y sanseacabó!... ¡Que corra el fuego!... ¡De una se estirpa el mal!... ¡Que alguien llame a los músicos!... Clementa: ¡Con un tres y no levantas la carta! ¡¡Tú eres imbecil!! Qué te enseñó el abuelo ¿Y tu padre? Cipriano: No te preocupes por mí, mañana mismo sabes que lo pierdo. Escucha lo que dicen. Voces: ... ¡De ésta no te escapas, bruja!... ¡Matarla, hay que matarla sin más zarandajas!... ¡Sí, sí, que tire el cura la primera antorcha!... Mala bruja... ¡Borracho!... ¡Sinvergüenza … ¡Desgraciado, da la cara que tan culpable eres como ella!... Clementa: Eso va por ti. Voces: ... ¡Y al franchute cortarle el cuello!... Hay que limpiar el pueblo... ¡Hay que arrasar hasta los cimientos! ¡Que no salga nadie con vida! Clementa: Mira que tener el otro un tres y no atreverte. Cipriano: No hagas más escarnio, mujer. Narrador: Mientras ellos discutían, y la muchedumbre se repetía con las soflamas, yo disimuladamente intenté fugarme por la escampavía de la portezuela, pero ya deberían tener calculada la idea y no movía aquello ni al empellón. Clementa: Fransuá, qué pretendes. No busques por ahí salida que no la habrá. De niña por allí fugaba y suele ser lo primero que atrancan. Francés: Si me dicen por dónde vamos a escapar voy abriendo camino. Cipriano: De esta casa es leyenda que sólo cede entrada. Francés: Yo mismo he entrado y salido, monsieur. Clementa: Un par concede a los notables, y aunque no lo creas, verás como de aquí tampoco sale indemne, pues oigo los pasos, Lucano Lobo. Lucano: (enarbolando los trabucos) No hay que creerse todo lo que digan las viejas chismosas, francés. Así nos han mantenido a raya durante generaciones, pero es momento de resarcimiento y dar al pueblo lo que en justicia demanda desde siempre. Clementa: ¿Aunque fuese esto un infierno? Lucano: A última hora me estoy haciendo a que más rentable se hará una posada, una posta limpia para los nuevos tiempos. Eso va a ser. Ah, y me han dicho que os diga que si salís, y desaparecéis para siempre, nadie os 143
va a echar en falta ni a perseguir. Cipriano: Ahora sí creo tener ánimo para jugarme la casa a los naipes; me crezco con la adversidad. Venga ese mazo. Lucano: Olvídate de naipes pues se os quiere desterrar antes que lleguen los franceses y lo eviten. Narrador: En mí clavaron al tiempo los tres la vista como si fuese yo a saber dónde trotarían los míos exactamente. Francés: ... Yo... Yo no tengo intención al momento de hacer nada, y menos sugerirlo; esto que se traen entre manos me parece muy interesante y quisiera conocerle el final. No reparen en mí, por favor. Narrador: Rian de rian les convenció mi alegato, pero pasé el trago al llamar desde la calle la muchedumbre a voces a Lucano Lobo. ¡Lucano Lobo! Le requirieron muy graves para reírle seguidito que tampoco entercase mucho en las negociaciones; al tararearse a lo lejos la Marsellesa y dar el párroco fuego a la pira sin más preámbulo. Alguna antorcha de las que arrojaron pudimos apagar, oui, pero prendiendo la urdimbre con ganas...
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ACTO III
ESCENA III
Voces: ... ¡De ésta se enteran que no se les quiere!... ¡Que socarren!... ¡Que se vayan haciendo idea del caldero de Pedro Botero!... Narrador: Lucano Lobo no quiso entregarse a infundio corrido y por su propia mano tuvo que comprobar que no había salida posible. Intentó tumbar puertas y ventanas. Hizo amago de huir por el tejado pero con mosquetes le dieron saludo desde las azoteas cercanas. Y mientras, los hermanos enfangados en la disputa tonta del tres de bastos. Lucano: La culpa de todo esto es tuya, Cipriano. Si hubieses levantado carta a tiempo no se habría llegado a esto. Cipriano: Sí Lucano Lobo, sí, que a ti te tienen más ganas incluso que a nosotros. Francés: (a Clementa) ¿Y usted no tiene opinión al respecto? Clementa: (afilando la guadaña) A mí me la refanfinfla lo que digan estos dos desaboríos y lo que vocifere la chusma extramuros. Francés: No teme, madame, porque conoce pasadizo secreto que dé al exterior ¿verdad? Clementa: No. Cuando desquiciaron por una sequía de cinco años, sí estuvo la cosa peliaguda porque las llamas me achicharraron las jaulas de las tórtolas y el ponedero de las gallinas. Francés: ¿Y cómo se salvaron entonces? Clementa: Llovió durante tres meses sin parar apagando toda chasca y anegando estos campos. Cipriano: Ése fue lustro de ranas. Francés: Pues ahora medra el fuego a la guisa y quizá fuese momento para que empezasen con los cánticos y bailes que sean propicios para nubes preñadas. Lucano: Sí, haced como soléis; a mí de ordinario lo que se me ha pretendido ha sido ahorcar o fusilar; y a la llama le tengo gran respeto. Por lo que tengo presenciado es una muerte atroz. Narrador: Desesperar no me es nuevo, así que no hice. Me abstraí centrando mis pensamientos en buscarme escape por mí mismo una vez más. Les vi enzarzarse entre ellos sin cuidado del calor que atemperaba y los humos que corrían. Intenté, por intentar, que me abriesen la puerta los que venían a linchar arguyendo que francés sólo era de nacimiento y no de vocación. Y lo rieron. Debía estar recuperando el pueblo la alegría y allí carcajeaban hasta los desdentados. Cipriano:(recogiendo los naipes del suelo) Yo antes de palmarla abrasado me 145
echaba otra. Lucano: Y yo. Sí, pásame el mazo que levanto. ...... No puede ser ¡¿Cuántos treses tiene una baraja hoy en día?! Cipriano: No arquees las cejas, Lucano Lobo, me has visto recoger cual hormiguita las cartas del suelo. Y barajar. Ahora me toca a mí levantar. Clementa: No te fíes de mi hermano, Lucano, a cualquier clavo ardiendo es capaz de agarrarse con tal de quedarse en casa y chafarme la fiesta a mí. Sospecha del as que oculte si ha salido de él ofrecer desafío a los montones. Cipriano: No guardo ningún as en la manga. Lucano: (contando las cartas) Y verdad que no podría, ni le hace falta, al faltarle al mazo todos los doses. Cipriano: Si se han extraviado es cosa tuya. Narrador: ¡Lucano Lobo! Otro que no fuese de la catadura moral de Lucano Lobo se hubiese conformado con meterle hasta las cachas la siete muelles y dar por abortada la apuesta. Él no. Él, Lucano Lobo, le metió la cuchillada y luego se entretuvo en buscar por el suelo un dos, y al encontrar, al pobre Cipriano que se retorcía le echó la carta encima dando por cerrada la partida.
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ACTO III ESCENA IV Voces: ... Los franceses, los franceses ¡Han pasado de largo los franceses!... ¡Relinchan camino de Aldeón Sancho!... ¡Viva España!... ¡Hurra por Aldeón Sancho!... ¡Forcemos la abacería y que corra el petróleo!... ¡Que se avive el cotarro!... Narrador: No puedo negar que hasta esta noche nunca me habían defraudado tanto mis compatriotas. Aunque no dijese, bien recogidita en las entrañas mantenía la esperanza de ser liberado, y al oír que ni abrevarían en el caño, se me hundió aquél baluarte interior que hasta la fecha me protegía de la total desazón. Sin ellos, o con ellos, me supe en patíbulo. Cipriano: ¡Ay, Clementa! Me ha matado, Clementa, este bruto me ha matado, ay, porque me ha apuñalado con la navaja oxidada. Clementa: ¡Anda y que no eres exagerado, Cipriano! Cipriano: ¡Exagerado! Ja. Si aparto las manos para enseñarte al suelo me va el estómago y las tripas. Clementa: ¡Quejica eres, por Dios! Cipriano: ... Mira, sabionda. Clementa: (cogiendo aguja de la solapa) Bah. Bah, bah, bah. Agonías. El jabalí hacía desgarrones más grandes a los perros de tu padre y a alguno logré salvar. Cipriano: Pero trampa también ha hecho al elegir por mí la carta. Lucano: ¡Qué puntilloso eres, Cipriano! ¡Qué mal perder tienes! Cipriano: Si por ti no lo digo, Lucano Lobo. Lo que quiero es que esta mujer me dé la razón por lo menos una vez en la vida. Clementa: Antes me trago la lengua, y previo a hacer, ante juez que me pusieran, juraría que vi como la reseñabas a vista. Cipriano: Tú sólo lo harías por dejarme con las ganas y luego poder comprarle al majadero este, ésta, nuestra casa. Lucano: Qué rápido compartes aconsejado de los gritos y del frío de la sajía. Cipriano: ¿Pero tengo razón o no con esta hermana mía? Lucano: Yo ya te dije que le estaba chuleando y ahora me tendrá todas las noches en la habitación de al lado rascando el tabique. Narrador: Sería intención de Lucano Lobo subrayar su parlamento dando zarpazos al aire, pero ni emitió ronroneo al bailar Clementa la guadaña, y con dos compases maestros, un ir para mancar y un volver para embotar entre las costillas, al hombre 147
le cuajó cara de pocos futuros. Lo comprendería todo dicho, y antes que irse sin lapidaria al piso, con la mano que le quedaba acertó a meter una bala dónde hubiera, de tener, Clementa el corazón. Después se derrumbó, y Lucano Lobo que era, ¡Lucano Lobo!, se arrastró hasta reposar la cabeza en el regazo de la señora, y desde allí, oui, ¡Lucano Lobo!, tenerme bien encuadrado a mí con el otro trabuco. Lucano: Y tú, franchute, te vas a llevar recuerdo como que me llamo Lucano Lobo y harto estoy que me abusen del nombre.
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ACTO III
ESCENA V
Narrador: Tras la posdata supuse que vendría el trabucazo y cerré los ojos fuerte. Tensé todo mi cuerpo pensando que incluso antes de oír el plomo ya lo tendría encima, y como por experiencia sé que unos tiros duelen y otros no, y que con la confusión mal se entera uno de nada, aún sin haber llegado a efectuar el disparo, que se le riló el brazo, yo me busqué por todo el cuerpo la bala. Y no hallaba, ¡no hallaba! No había, no. Feliz, rabioso, sintiéndome por fin ganador a las pajitas, arrebaté el trabuco de la mano del hombre sin fiarme no obstante un pelo. Cosas de la euforia y los nervios, y que el poder es capricho, ofrecí lance a los paisanos agonizantes para que se jugasen la vida, o la muerte, nuevamente a la carta más alta. Así me salió el pronto. Clementa: A ésa me apunto, gabacho. Dame carta. Cipriano: Sabía que al final te engancharías porque lo llevas en la sangre. Clementa: Calla y muérete en silencio; ante el tapete no somos familia, bastardo. Lucano: Claro como el agua que nos haría falta, se apunta por no tener que sufrir el fuego. Yo tampoco quisiera saber de ese horrible dolor, pero os juro, que si pido naipe, es más por campechano orgullo apostador que por abreviarme un sufrimiento innecesario. Tírame carta, francés, y si gano, que me dejen las cenizas en una urna sobre la chimenea del casino de Cuellar, y de no... Bah, que las arrojen a San Frutos. ...... ...... No puede ser ¡Un dos! Voy de mal en peor. Cipriano: Yo estoy por no jugar y retirarme campeón. Clementa: Cuidado que eres tonto, hermano. ¡Que es un dos! Cipriano: Va, échame también, no es cosa de irse tampoco con las ganas. Pero a mí que las cenizas no me las aventen porque prefiero quedar en casa. ...... Francés: Tome, ahí va. ...... Pues que me coma la mano un cerdo bien hermoso, porque eso es otro dos. ¿Carta madame? Clementa: No te molestes, francés, bien intuyo lo que me toca. No me des naipe alguno que sería mofa. 149
Narrador: Y sabía la mujer lo que decía pues sin levantar, yo igualmente estaba en que sería la carta predicha. El dos de marras. ....... Y fue. Por la cara que me quedaría también entendieron, y aunque entre estertores y esputos, ellos también comenzaron a reír. Y la muchedumbre de afuera a aullar y montar jaleo de romería como si les llegase entonces el aire de la carnicería hecha. A churrasco bien pasado trascendía. Así no había forma alguna de pensar en nada. A qué podría entregarme que no fuese el desvarío de meterme en la boca el trabuco, y muy egoísta, darme muerte para mandarles a todos a tomar por culo.
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ACTO III ESCENA VI Narrador: Quizá porque me escuchasen los pensamientos, o para escucharlos mejor tal hicieron ustedes, la algarada de la calle cesó al momento de toda agitación, y en el patio, mudo, sólo las lenguas de fuego siseaban su trabajo. ...... ...... ssssss..... sssssss..... ...... Al otro lado del cañón, a un simple apretón de gatillo, se me haría que hallaría algo de la tranquilidad y sosiego que necesitaba. ...... Con un ligero calambre involuntario, casi como si por mí hiciesen... y… Y… ...... En una fracción de segundo me decidí, y por marcharme haciendo daño, y el miedo que deforma, quise despedirme de tan singular trío ofreciéndoles la cara más horrenda que pudieran recordar el rato que les quedase de vida. Grité, pues no lo he de negar, y apreté el gatillo. ...... ... ¡Aaaaaaaa... ¡Click! ...... ...... ¡Un mísero “¡click!” del martillo! ...... ¡¡Cómo iba a estar cargada si con esta misma les hice callar a ustedes!! ...... Tonto de mí. ... Creo que hasta las llamas se socarronearon de mi iniciativa y en derredor crecieron para relamernos lo último. Al trío calavera no parecía importar, y ejemplares que eran, aún se porfiaron entre ellos a ver quién se moría el último y se quedaba con todo. ...... Y ponían de su parte. Y aunque poco se les entendiese, pues todo eran gemidos, boqueaban tal los peces dando a entender que el aliento vital se les iba de la mano con el humo. ...... Y yo, estúpido árbitro que debería dejar las escrituras sobre el pecho del ganador al no poder, obvio, recoger éste el premio. ...... ¡Imbécil me hago y soy de mil fregados! ...... Gilipollas profundo. 151
...... Al aire maldije el aciago destino que me lleva por angostos recovecos y prados de ortigas. La senda de palos que a trancas y barrancas me empuja de un sino malo a otro peor. ...... Y oui, muy sabia Clementa también, me dio a entender la nobleza que le colgaron en la pila al darme prisma contrario. Me reseñó, por si no había caído, que aunque tortas hubiese recibido a capachos, al final del día, hasta la fecha, siempre me las había ingeniado para contarla y eso era más bien una bendición que un mal de ojo. Lucano, pues Lobo le decían, también se apiadó de mí y del bolsillo extrajo, y me regaló, la baraja buena y marcada con la que desplumaba a los pardillos. Y Cipriano, apenas tuvo ánimos para llamar a gritos una última vez a su Loli. “¡Loli!... ¡Loli!... ¡Lola!” ...... Conjurada la dama, y tras un rebuzno, de una coz soberbia vino a abrir agujero que comunicaba cuadras y patio. ...... Una vía de supuesto escape, oui. ...... Y heme aquí, sí, desesperado, sin saber si huir o quedar. O ayudar a estos desgraciados a salir de esta ratonera. ...... ¿Ustedes mesdames, mesdemoiselles e messieurs, qué harían? (Rasga el cielo un rayo y aparejados retumban los truenos) Yo lo tengo claro. Y la Loli otro tanto.
FIN
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