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La BIOeconomía como motor del desarrollo
Los desafíos demográficos del siglo XXI y la transformación industrial exigen modelos económicos más sustentables. La bioeconomía ofrece respuestas concretas a este reto.
La humanidad hoy se enfrenta a grandes desafíos: la seguridad alimentaria, la seguridad del suministro de energía, la eficiencia en el uso de los recursos de las cadenas de producción y el cambio climático. Estos desafíos deben afrontarse en un contexto de fuerte presión de la sociedad para crear y mantener un valor económico sustentable y también empleos que tienen y tendrán menos que ver con los conocidos o tradicionales, al tiempo que se necesita garantizar la sustentabilidad de los recursos naturales. Hoy se observan demandas emergentes y crecientes de las clases medias, con un aumento concomitante en el consumo de alimentos, forraje, fibra y combustible. Además, la brecha en el nivel adquisitivo también se amplía, tal como lo señala la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD, por sus siglas en inglés). Frente a este escenario, la bioeconomía comenzó a ser parte de una agenda importante en Estados Unidos y Europa desde 2012, pasando de una economía basada en fósiles (Petroeconomía) a una economía basada en la biología. Así se generó un debate ético sobre el cambio en el uso de las tierras agrícolas, inicialmente destinadas al consumo humano y animal, para destinarlas a cultivos energéticos y a la producción de biocombustibles (alcohol o biodiesel). Los biocombustibles ya no son “sólo un insumo” del campo, ahora también son “un producto”. Estos conceptos los expresan Aguilar y colaboradores (2018) en la nota Editorial de una edición especial de la revista New Biotechnology. Pero el tema tampoco termina en los biocombustibles. Existe un consenso de que para un desarrollo exitoso de la bioeconomía debe existir una sólida experiencia basada en el conocimiento, disponible o aún por crearse mediante la ciencia y la investigación. Se trata de hacer más con menos: lograr mayor productividad y eficiencia en el uso de los recursos, desarrollar más variedades de cultivos resistentes a la sequía, a la salinidad, a temperatura extremas, o con propiedades nutricionales mejoradas, o dirigidas a grupos de consumidores específicos (cambiar commodities por specialities), o utilizar los cultivos como biofábricas de productos con alto valor agregado (medicamentos, productos industriales, etc.). En términos de bioeconomía, Philp (2018) afirma que el desafío del siglo lo tienen quienes generan políticas. Por encima de la seguridad energética y la seguridad alimentaria y del agua, está el cambio climático. De hecho algunos eventos de 2015 le dieron legitimidad política y en 2016 el mundo finalmente juró actuar en pos de su mitigación. La bioeconomía contiene algunas de las respuestas a los desafíos económicos que plantea la mitigación del cambio climático, a la vez que puede mantener el crecimiento y el bienestar de la sociedad. Para los responsables de proponer, desarrollar y aplicar las políticas de la bioeconomía, el futuro es complejo y multifacético, y tal como señala el autor, se requieren drásticos cambios en el uso actual de recursos. La generación de biofábricas/biorrefinerías integradas de pequeña y mediana escala, se contradice con la realidad actual de las economías de escala masivas de combustibles fósiles y petroquímicos, que están unidas a enormes subsidios. Es necesario generar compromisos con el sector privado de base biológica, con políticas estables y de largo plazo, para que tenga la confianza de invertir en proyectos arriesgados. América Latina posee recursos fósiles, minerales y biológicos muy ricos, que moldearon su economía durante siglos. Los desafíos demográficos del siglo XXI y la transformación industrial están definiendo nuevas cadenas de valor y modelos económicos. Sasson y Malpica (2018) analizan la situación y abordan diferentes aspectos: la valorización de recursos de biodiversidad en medicina, la eco-intensificación de la agricultura, las aplicaciones de biotecnología en sectores maduros como la minería, la producción de alimentos y bebidas, las biorefinerías y los servicios del ecosistema.
Sobre la eco-intensificación de la agricultura, los autores describen y destacan como ejemplo la organización de la agricultura y la ganadería argentina, que evolucionó gradualmente hasta el punto de que tanto la empresa rural como el sector entero se volvieron muy diferentes de lo que eran décadas atrás. Asimismo, mencionan la constitución de grupos de producción e innovación que establecieron relaciones que van más allá de los intercambios comerciales regidos únicamente por los precios. Estos conglomerados promovieron el desarrollo de capacidades técnicas y organizativas que dependen de la productividad individual pero también de los vínculos de intercambio entre los diversos actores involucrados. La adopción de cultivos genéticamente modificados (productores e industria de semilla OGMs) asociados a manejos conservacionistas del ambiente (siembra directa), junto con la investigación científica aplicada a la biología molecular de plantas para el desarrollo de cultivares resistentes a sequía (gen hahb4) o resistentes a virosis (PVY), muestra un camino definido y concreto en el desarrollo de la bioeconomía. Otro aspecto que destacan es la adopción de la agricultura de precisión (tanto en Argentina como en Brasil), con el uso de técnicas que mejoran sistémicamente la siembra de cultivos y permiten definir el momento de cosecha adecuado, con enfoques posteriores a la cosecha para mejorar la calidad. Esto definitivamente influye en la agricultura y la arboricultura en su eficiencia y en la disminución de la huella ecológica. La agricultura de precisión puede hacer una contribución real al desarrollo de una bioeconomía efectiva. Otro ejemplo que citan los mismos autores (Sasson y Malpica, 2018) es la inversión de los Ministerios de Ciencia y Tecnología de Argentina, Brasil, México y España en la secuenciación completa del genoma de plantas (por ejemplo, del poroto), que serán muy útiles para el desarrollo de variedades especiales. En el campo de las refinerías, ya se comentó la importancia del desarrollo de biocombustibles renovables a base de biomasa vegetal o de algas. Por otro lado, el desarrollo gradual de automóviles eléctricos, independientemente de cómo se genere la electricidad, atenta contra estos desarrollos de biocombustibles, como el etanol. Finalmente, los servicios del ecosistema también están implícitos en las bioeconomías. Las funciones de los ecosistemas son los procesos químicos, físicos y biológicos que contribuyen al auto-mantenimiento del ecosistema (la provisión de hábitat de vida silvestre, el ciclo del carbono o la captura de nutrientes). Se espera que la demanda de servicios ecosistémicos crezca en el futuro previsible, y se acentúen los desafíos ambientales y sociales actuales. Comprender la importancia de los servicios ecosistémicos y tenerlos en cuenta a la hora de construir nuevas cadenas de valor es esencial para el éxito de las iniciativas de bioeconomía. La mayoría de los actores sociales, como los representantes de la sociedad civil, los responsables de la formulación de políticas, los reguladores, los operadores financieros y, por supuesto, la academia y la industria, son partes integrales de la bioeconomía. Por su naturaleza, la bioeconomía apunta a usar biomasa renovable de una manera sustentable para producir una variedad de bioproductos, no solo alimentos y fibras, sino también nuevos bioproductos y biocombustibles. ¿Nos sumamos al desafío?
Referencias: Aguilar, A.; Wohlgemuth, R. and Twardowski, T. (2018). Preface to the special issue bioeconomy. New Biotechnology, 40: 1–4. Philp, J. (2018). The bioeconomy, the challenge of the century for policy makers. New Biotechnology, 40: 11–19. Sasson, A. and Malpica, C. (2018). Bioeconomy in Latin America. New Biotechnology, 40: 40–45.
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