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Las dos caras de un mismo nutriente Las dos caras de un mismo nutriente

En la búsqueda de mejores rendimientos, la fertilización es una gran aliada. Sin embargo, los fertilizantes nitrogenados son grandes responsables de las emisiones de óxido nitroso, un gas con alto potencial de calentamiento global. Algunas pautas para eficientizar el uso de este nutriente y reducir costos económicos y ambientales.

Por: Alejandro Costantini¹

y Miguel Taboada²

¹ Director. Instituto de Suelos. INTA.

² Profesor Titular. Edafología. FAUBA.

La agricultura argentina viene sufriendo importantes transformaciones, principalmente en las últimas tres décadas. Algunos de estos cambios tienen que ver con una relocalización de la ganadería hacia áreas de suelos considerados marginales para la actividad agrícola y con el avance de la frontera agrícola hacia ecosistemas más frágiles, con la contribución de la siembra directa (Viglizzo y Jobbagy, 2009).

Hasta 1990, la producción de granos fue desarrollada con un muy bajo uso de fertilizantes (Álvarez et al., 2015), lo que en buena parte se atribuía al alto nivel de fertilidad de los suelos pampeanos. Con el tiempo, las dosis se fueron aumentando en la búsqueda de rendimientos mayores y más estables (Álvarez et al., 2021).

Actualmente las fuentes de N más usadas en la principal región productora de granos son la urea y UAN (Urea – Nitrato de amonio). La aplicación de fertilizantes nitrogenados puede generar impactos ambientales negativos, especialmente cuando no se considera la disponibilidad de nutrientes en el suelo o no se utiliza la tecnología adecuada. De acuerdo con Davidson (2009), muchas de las emisiones de óxido nitroso (N2O) –un gas con alto potencial de calentamiento global- se deben a la fertilización nitrogenada. El último Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero muestra que los fertilizantes tienen una participación de algo menos del 6% en las emisiones de este gas. Aunque la emisión de N2O está condicionada por factores que involucran a los procesos de nitrificación y desnitrificación, un uso adecuado de la tecnología y la correcta elección del tipo y dosis de fertilizantes puede llevar a un uso más eficiente del nutriente y, al mismo tiempo, puede reducir costos económicos y ambientales.

Algunas experiencias en Argentina demostraron la influencia de los fertilizantes en las emisiones de N2O. Álvarez et al. (2012) señalaron que durante la estación de crecimiento del cultivo de maíz, los picos de emisión de N2O fueron atribuidos a la fertilización N, realizada con urea, como se puede ver en la Figura 1.

Otras experiencias realizadas en el área de la EEA Manfredi de INTA muestran que si se comparan los dos fertilizantes más usados en la región (urea y UAN), los flujos de N2O no se diferencian en cuanto a la fuente (Figura 2), pero sí respecto de la cantidad de N agregada (datos no mostrados).

Cabe destacar que las emisiones acumuladas en 90 días del cultivo de maíz para las distintas dosis de N aplicado, independientemente de la fuente del fertilizante, no mostraron diferencias, por lo que la fuente de N no resultó en este caso una herramienta para disminuir las emisiones, al menos entre las comparadas. Respecto de las tasas de aplicación, hay evidencias de que las emisiones se incrementan de manera exponencial cuando las aplicaciones de nitrógeno exceden la demanda del cultivo (Shcherbak et al., 2014).

Una alternativa para el control de esta problemática es el uso de otro tipo de fertilizantes nitrogenados. En un trabajo de 2011, Halvorson et al. describen el efecto de una serie de fertilizantes de liberación lenta, liberación controlada y fuentes de N estabilizadas como herramientas para reducir las emisiones de N2O y las comparan con el uso de urea granulada. Todas las formulaciones “alternativas” de N tuvieron picos menores de emisión de N2O que la urea, y también tuvieron una mejor eficiencia en el uso del N.

Los datos que acabamos de presentar pueden ser un buen prólogo para establecer las bases que permitan discutir acerca de la necesidad de alcanzar un equilibrio entre el cuidado del medioambiente, el bienestar social y el crecimiento económico. No es fácil llegar a este equilibrio, sobre todo si se parte de que todo recurso natural que es utilizado para la producción tiene un impacto en sí mismo, que será de mayor o menor escala según la habilidad y racionalidad con la que se lleve a cabo ese acto productivo. Pero también es cierto que este tipo de enunciados muchas veces pueden correr el riesgo de ser declamatorios, de indudable veracidad, pero de poca utilidad a la hora de ser llevados al campo de acción, donde se necesitan parámetros mensurables y definiciones claras, como lo indican Waseem y Kota (2017).

El agregado de fertilizantes y su tipo depende de una serie de factores, que no siempre se tienen en cuenta. La disponibilidad y el precio de la fuente de N son condicionantes esenciales a la hora de elegir la fuente de N a utilizar. Sin embargo, en esta elección, en la cual lo económico suele jugar un rol fundamental, la eficiencia de uso de ese N tal vez no sea debidamente tenida en cuenta. La figura 3 muestra los posibles destinos de la urea agregada.

Cabe aclarar que el N mineral del suelo, puede ser tomado por la planta o inmovilizado por microorganismos, pero también se puede perder como nitrato por lixiviación o como N2O por desnitrificación, según condiciones ambientales. El N perdido como N2O tiene un fuerte impacto en el balance de GEI mientras que la pérdida en aguas subterráneas, además de desperdiciar fertilizante aplicado, puede traer problemas de contaminación de acuíferos subterráneos, incluyendo enfermedades para los seres vivos. Queda claro también el problema de la pérdida por erosión. De aquí que resulta fundamental una buena tecnología de diagnóstico y aplicación del fertilizante, y aunque aquí se toma a la urea como ejemplo, esta recomendación se puede ampliar a otras fuentes de N.

Los riesgos de pérdida de N se pueden reducir con el uso de diversas prácticas agronómicas, como el uso de cultivos de servicios, que permiten usar el N remanente luego de la cosecha y generar biomasa, que contribuirá a la cobertura del suelo y eventualmente a mejorar su contenido de MO (Landriscini et al., 2019).

Wang y Li (2019) recomiendan investigar en forma simultánea la lixiviación de nitratos y las pérdidas por desnitrificación que llevan a la producción de N2O, ya que el punto de partida de ambas es el N-NO3-. Esto aumenta la comprensión del ciclo del N y mejora el manejo de los cultivos, principalmente por sincronización de la disponibilidad de NO3- con la demanda de las plantas.

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