REVISTA 117

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La Asociación Colegial de Escritores es l.ma entidad libre e ind ependiente que agrupa a los escritores españoles con el fin de fomentar la vida intelectual, las culhlras espaii.olas, defender a sus asociados en los derechos que les reconozcan las leyes, propugnar sus reivindicaciones profesionales, representarlos en los organismos oficiales que les afecten, establecer relaciones de solidaridad y cooperación con otras entidades an álogas mlmdiales y defender la libertad de expresión.

República de las Letras R evista de la Asociación Colegial de Escritores de España DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN

ANDRÉSSOREL

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República de las Letras

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SUMARIO Juan Mollá Miguel Delibes, Premio Quijote de ACE 2007

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Andrés Sorel Miguel Delibes. El Cultural Liberación

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Andrés Sorel Miguel Delibes, entre lo local y lo universal

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Rogelio Blanco Martínez Miguel Delibes, un clásico

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Ramón Carda Domínguez Miguel Delibes de cerca (Biografía del escritor castellano)

16

Elisa Silio Delibes En familia

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Jesús Felipe Martínez Miguel Delibes, un cazador que escribe

31

Juan Mollá Cinco horas con Mario

53

Tomás Sánchez Santiago Boca

c1

boca de Azo rÍn a De libes

55


Ricardo Llopesa Leer o releer La hoja roja de Delibes

61

Félix Población Delibes mmca ganó el Premio Planeta

66

Esther Bartolomé Pons Veinticinco años después

67

Pedro García Cueto La sombra de Delibes es alargada

71

TESTIMONIOS Antonio Colinas Los libros del corazón, los libros de la vida

79

Victoriano Cremer Cien años

82

Antonio Gamoneda Delibes: creación, muerte, recuerdos

84

Juan Goylisolo Espléndido castellano

87

Germán Delibes Sobre El hereje

88

Raúl Guerra Garrido Las voces del cazador

89

Gustavo Martín Garzo La lealtad de las cosas

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José María Muñoz Quirós Un paisaje para el su~ño

93

Ricardo Senabre Despojos empobrecidos

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Dos TEXTOS DE MIGUEL DELIBES

Mis cuentos Las visiones

97 98

Juan Mollá Miguel Delibes y el derecho de autor

Correccióf) de pruebas: Jorge Luis Arcos

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Miguel Delibes, Premio Quijote deACE 2007 Esta noche premiamos -con un Premio único en su género, por su limpieza y su origen- a un escritor y a un hombre que lo merece por mil motivos. . Miguel Delibes es un escritor auténtico, un hombre auténtico. Así lo definió en su versos Jorge Guillén:

"Admiremos al hombre auténtico de veras ... Auténtico vivir cuajado en escritura Límpida, magistral y así tan convincente. Un arte narrativo que recrea Campo y Ciudad, su luz y sus ideas". Es un hombre " de principios", como se declaraba ya su protagonista de La sombra del ciprés es alargada, que obtuvo el Premio Nadal hace ahora precisamente 50 años.


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Miguel Delibes, Premio Quijote de ACE 2007

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Su sentido y su coherencia intelectual pasan desde su ideario personal a su labor como novelista, a su obra extensa pero homogénea; desde aquella primera novela, o las siguientes, como El Camino, La hoja roja, Las Ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados o Los santos inocentes, hasta sus libros m ás recientes, El hereje o La tierra herida . Humanismo, independencia y fidelidad a las virtudes de una tierra, de unos paisajes, de unos hombres, de un lenguaje preciso y popular, que lleva dentro de sí y le retratan. La v otación ro tunda que le h a elegido demuestra que sus comp añeros le rinden el mismo homenaje cálido que le otorgan su lectores. Y este premio, para un autor que ha recibido los más grandes Premtos, ha de ser sin duda muy satisfactorio p ara él. La Asociación Colegial d e Escritores d e España (la ACE) le r.econoce así como uno de sus mejores miembros. Migu el Delibes h a sido siempre leal a n ues tra Asociación: Prestándon os su nombre y su firma cuando se la hemos pedido, presidiendo person almen te nuestro Congreso Nacional de Valladolid, correspondiendo a nues tro afecto y nuestra labor. Su prosa tiene la claridad que le transmitió nuestro común maestro Joaquín Garrigues cuando estudiaba Derecho Mercantil. Tiene la evocación de los espacios abiertos que admiró y asumió en las n ovelas que leímos en nuestra adolescencia: Zane Grey u Oliver Curwood. Pero también la hondura moral de Dostoievski, Chejov o Julian Green, que le influyeron en la madurez dándole una visión admirable del alma humana. Y sobre todo tiene el verismo, el equilibrioy la serenidad de nuestros clásicos y la preocupación social que le impuso la percepción de la dura realidad española. Reciba, pues, con nuestro Premio Quijote, nuestro homenaje, nuestra adhesión y nuestro afecto.

(Palabras de Juan Mollá, Presidente de ACE, en la entrega del Premio, en La Noche de las Letras Españolas)


MIGUEL DELIBES Escribo como habla mi pueblo ANDRÉS SOREL

Iniciaba el suplemento dominical del periódico Liberación, suplemento que yo dirigía, el domingo 28 de octubre de 1984, número 18 del periódico y primero de los suplementos que con el nombre de Cultural Liberación se publicarían durante la permanencia del diario, con unas páginas dedicadas a Miguel Delibes. Reproduzco el editorial y fragmentos de la entrevista que por mi encargo hicieron al autor en un mesón de la ciudad de Segovia, Angélica Tanarro e Ignacio Sanz.



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OPINION Delibes, Castilla, otras historias ... Delibes .Y Castilla. Abrimos nuestro primer suplemento dominical de cultura con una entrevista y un trabajo sobre Miguel Delibes. El nombre de Delibes se identifica al de Castilla. La otra Castilla, la auténtica, esa tierra «que no tiene más sentido imperial que el de su pobreza», aquella en la que «por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre». Que también Antonio Machado es Castilla. Y León Felipe. Y ... A través de la literatura encontramos imágenes de hombres y decadencias. Antítesis de la falsa idea ce'n tralista que en nombre de Castilla impuso una moral de dominio primero al mundo, luego al resto de los pueblos d e España. Se falsearon sus orígenes. Se desvirtuó su nombre. Se empobreció su lenguaje. Hasta que con Franco los castellanos pasaron a ser los vencedores vencidos de nuestro tiempo. Se miserializaba y sus fals o" símbolos seguían secuestrados y utilizados por los políticos ins talados en Madrid. Hora es de volver al principio, a los o~ígenes , a la sincera autocrítica. Es la rabiosa independencia aquella que se manifiesta sobre todo en la solidaridad y comunicación con otros pueblos. La defensa de " la lengua, de la tradición, de la cultura propia, se hace más grande en el ejemplo y la práctica de la libertad auténtica, que pasa por aceptar el pensar y vivir de mÓdo distinto al propio. .

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Miguel Delibes. El Cultural Liberación

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ENTREVISTA

Le preguntaban a Miguel Delibes si era amigo de las tertulias, como la que acababa de tener con un grupo de segovianos, en general. Delibes. Soy amigo de las tertulias, no en general, en particular, con los amigos de siempre, heterogéneos, , es decir, que no vayamos a hablar todos de libros y de novelas; eso me aburre. Las tertulias que me divierten son aquellas donde cada uno puede contar su caso. Sobre el tema de Castilla y su degradación y posible resurgir, contestó: Delibes. Yo no sé quién habrá hablado del posible resurgir. Y de momento no creo que Castilla haya resurgido en absoluto. Me temo que Castilla está donde estaba y que quizá con el Mercado Común pueda estar peor de lo que está. Yo no soy economista y no entiendo mucho de estas cosas, pero me temo que en el Mercado Común, donde solo podemos ofrecer unos cereales, unas remolachas, unos automóviles y pocas cosas más, no podemos competir con el resto de Europa. De manera que, no sólo no veo que hayamos resurgido, sino que me temo que el Mercado Común tampoco nos vaya a resolver las cosas. Cambiaban de tema los entrevistadores para solicitar su opinión sobre cómo se sentía un escritor al que ya los críticos le consideraban un clásico.

Delibes. No siempre es asÍ. Me molesta si las críticas son molestas y me siento agradecido si son elogiosas. Por lo demás, claro, ya llega un momento en el que tienes tu marcha, como decís ahora los jóvenes. Tienes también hecho un límite y no te vas a exigir más de lo que puedes dar al alcanzar mi edad, ni tampoco menos, de manera que sabes que estás en un determinado nivel y ahí te vas a mantener. Lo que digan o no digan no va a influir nada ... A los treinta años yo pensaba que un día podría escribir como Proust. Y así se quedó. Yo sé donde están mis límites y podrán subir o bajar unos centímetros, pero voy a seguir donde estoy. Después de más de cuarenta años de actividad esto no va a cambiar. Sobre la contradicción que pueda existir entre amar la naturaleza y ser un cazador, y su posible incompatibilidad, respondió: Delibes. Sí, amo la naturaleza porque soy un cazador. Soy un cazador porque amo la naturaleza. Son las cosas. Además no solo soy un cazador, soy proteccionista; miro con simpatía todo lo que sea proteger a las especies. Dicen . que eso es contradictorio, pero si yo protejo las perdices tendré perdices para cazar en otoño. Si no las protejo me quedaré sin ellas que es lo que nos está pasando. De manera que no hay ninguna contradicción. Por otra parte, yo no soy ningún cazador ciego,pendiente del


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Miguel Delibes. El Cultural Liberación

morral o de la percha, sino que me gusta disfrutar del campo, ver amanecer, ponerse el sol, ver el rojo en las matas ... y si además cazo un par de perdices y me las como al martes siguiente, pues tan contentos. Pero no mido la diversión ni el placer por el número de piezas que cazo. En cuanto a cómo emplea su tiempo libre, dijo: Delibes. Si tienes una vida organizada, lo que no tienes apenas es tiempo libre. Hay compañeros que están bien montados, con grandes turbas de secretarios y secretarias y acaban perdiendo el contacto con la realidad, que viven o se aislan en su torre de marfil y pierden el contacto con el pueblo y como escritores se secan, por lo menos en lo que a mí me interesa, que es lo sociológico. En el momento en que prescindes de ayudantes, si lo haces tú todo, (porque yo contesto a mano las cartas) pues apenas hay tiempo libre y lo que hay se emplea en cazar, viajar, cine, conferencias, algún concierto ... Y no queda más tiempo. También expresó que venía a recibir una diez cartas diarias porque cada vez se escribía menos, pero en cambio abundaban las llamadas telefónicas, algo que llegaba a agobiarle. Respecto a su obra, le demandaron si sus personajes estaban extraídos de la realidad o eran ficticios, y las características de su proceso creativo. Delibes. A veces se inventan totalmente, otras se observan porque están ahí y les ha conocido WlO; luego, natu-

ralmente, trabajando sobre ellos les matizas o les das una dimensión distinta, según. El personaje castellano, en más o en menos, casi se localizaría, no en todas mis novelas, pero en muchas de ellas. Por ejemplo, el ratero; la novela, toda ella, nace empujada por un tipo que descubrí precisamente en esta provincia de Segovia, en el Henar de Cuéllar, un tipo que estaba cazando ratas con la perilla y con la pincha. Y claro, este hombre, al terminar de cazar ratas, se fue al pinar donde estaban los resineros olivando y se las ofreció. «Hombre, te compro dos si me das ese macho». Es decir, con un interés como lo podemos mostrar nosotros ante un conejo, ante un faisán. Valoraban aquellas ratas. Eso me impresionó. Y de aquel tipo que descubrí casualmente nació toda esa novela porque me pareció un símbolo de la necesidad de Castilla, de su pobreza. Así salió Las ratas. y sobre de dónde extraía su riqueza lingüística, que impresionaba en la lectura de sus novelas, adujo:

Delibes: Yo creo que ésto no es mérito mío. Si hay una cierta exactitud -·en los vocablos o en la combinación de · los elementos, eso lo he aprendido en Castilla, porque yo no soy un lingüista, ni un virtuoso de la lengua. Soy un intuitivo que escribo como oigo que hablan o como hablo yo, de manera que, si, como dices, yo escribiera bien, es que Castilla habla bien, se expresa bien y yo aprendo de Castilla todos los días.

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Miguel Delibes, entre lo local y lo universal

ANDRÉS SOREL

Los escritores escapan a las leyes del tiempo. Los escritores conforme van creando su obra se diluyen en ella, se incrustan en ella. Permanecen así más allá de los límites que conforman la vida humana. y algunos, inclusó, aunque nunca los conociéramos personalmente, terminan convirtiéndose en los auténticos amigos en quienes perseguimos en la lectura reflejos del mundo, los mundos que proyectan en su obra. Y así ocurre con Miguel Delibes. El hacedor de Historias. El defensor de las libertades. Quién, en estos momentos difíciles para la humanidad, se alinea junto a los jóvenes que creen que "otro mundo es posible", que luchan por un mundo diferente, más justo, en el que ni el ser humano desaparezca ni el pensamiento se extinga. Estas líneas apresuradas no son homenaje ni recuerdo, sino continuidad de una presentia' que desde que era niño me ha: acompañado 'en mi crecer a la vida. Cotl 's'ús :libros también nbs evadimos de la realidad de' Una España 'encerrada 'e n . miserias 'hUIÍlanas y tulturales que pdCO teman 'que ' ver ' con : la búsqueda .¿re fa belleza y la sinc'eridad; con 'el hórttbre sus ' escritor 'que' amaba a la naturaleza paisajes')' slis habitantes.' Delibes y Castilla. El nombre de Delibes se identifica con Castilla. En España y

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1 Artículo publicado en Luces, trazos y palabras. Homenaje artístico-Literario a Miguel Delibes. Cátedra Miguel Delibes (2007).

en Estados Unidos. En Suecia y en Rusia. Con la otra Castilla, la auténtica, esa tierra "que no tiene más sentido imperial que su pobreza", en la que por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre,' como expresara otro castellano entrañable para esta tierra. El hombre, Delibes, sincero, profundo. El hombre que ha sabido resistirse al mercado corruptor de la literatura, a la publicidad, tan alienante para la cultura y para la vida cotidiana. El hombre qu~ se funde a su obra, una obra llena d.e seres humanos que reconocemos, cuyos lenguajes y vidas' 'rezuman raRta sinceridad como proftmdidad. Que apuesta'por un mundo que no camine hacia su extinción. El hombre ' que le dijo muy pronto no a la deshumanización ' de la' técnica, a la ciencia incontrolada, al ptogreso ' que lejos de conducirnos a la felicidad puede llevarnos a la barbarie. 'EL hombre que:n'o renunció a su tietra; a modelar.·un 'castellano ajeno a la destrucción J '.empobteci"miento que asola 'hoy ' tainbién 'al: idioma . El hombre creador 'de tUna literatura ·ins~ pirada en lo local que alcanza un valor universal por emplear con exactitud; precisión, hondtira; ;1as palabras: Él ha1vistó, escuchadó~ ' ~entido y luego ha transmItido una imagen de Castilla, esa Castilla que lleva siglos agonizando, para impedir que Castilla termine de morir del todo, pues a través de su obra siempre permanecerá viva.


Miguel Delibes, un clásico ROGELIO BLANCO MARTÍNEZ'

En su famoso ensayo Tolstoi o Dostoievsky, el pensador estadounidense George Steiner afirmó que los clásicos no son objeto de atención de los reseñistas de revistas y periódicos, sino de los críticos, de los lectores más voraces y exigentes, de aquellos que leen y releen hasta la fiebre a Shakespeare y a Homero, a Cervantes y Galdós: los que circunscriben su interés sólo al conocimiento profundo de las obras excelentes. Ese espacio de lectura imperecedera, de persistencia y porvenir, parece reservado al periodista y narrador Miguel Delibes Setién, que vino al mundo en Valladolid el 17 de octubre de 1920 y murió en esa misma ciudad el12 de marzo de 2010. Y, además, también es merecedor del calificativo de clásico. Se dice que tal calificativo se reserva para los creadores que se envuelven de intemporalidad, de presencia constante, de lectura obligada. Los clásicos son aquellos que reciben y recogen la tradición. A los otros clásicos, Y los envuelven dentro de su obra; es decir, atienden al pasado. También son capaces de prestar la máxima atención a los sucedidos del presente que viven y, cómo no, conforman una obra con proyección, con futuro. Recogen pues el pasado, la tradición, tienen en cuenta el presente y avistan el futuro. Y esta circunstancia sucede en Delibes. Miguel Delibes logró en vida recibir el calificativo de clásico, de maestro. Recogió, a tendió el momento, reformó la . Escritor. Director General del Libro, Archivos y Bibliotecas.

normativa y avistó lo que sucedería. Marcó pautas. Es, pues, un clásico y por ende un maestro, luego maestro y enseña. "Nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer". Alegoría de su origen castellano, de su apego a la sustancia de la tierra, a su verdad áspera y elemental, así comienza su primera novela publicada, La sombra del ciprés es alargada, ganadora del Premio Nadal en 1948, con la que el autor vallisoletano inauguró una brillante y larga carrera novelística en la que siempre hubo resonancias de esas palabras preliminares. Miguel Delibes encontró la gloria sin buscarla. Trabajaba con rutinas de artesano, escribiendo a mano en cuartillas recicladas, ajeno al ruido y a los brillos de las estridencias literarias, sin otro afán que encontrar historias sencillas y directas y contarlas con las mismas palabras llanas con las que hablaba. Fue con esa silenciosa discreción como alcanzó una grandeza única: con personajes ciertos, de una autenticidad brutal, y con un lenguaje transparente, terso, qu~ no tenía otra pretensión que dar voz a las miserias de su tiempo, y que ha quedado para el asombro de la posteridad. "Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término", dijo Borges en su breve ensayo Sobre los Clásicos, incluido en el


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Miguel Delibes, un clásico

compendio de Otras Inquisiciones. Clásico es, en suma, Delibes, o lo mejor de la obra de Delibes, porque en sus más brillantes páginas se encuentran los rasgos que permiten concederle esa alta consideración: atento observador de los avatares de su época, fue capaz de recibir la tradición, asimilándola en su propia obra, y creó personajes e historias esenciales, que le permitieron trascender lo momentáneo y lo perecedero, y aspirar a la permanencia y a la intemporalidad. Todo cuanto escribió ilustra el compromiso de Miguel Delibes con el mundo en que vivía. Se pronunció con sus novelas, que primero representaron al realismo más amargo y luego asimilaron preocupaciones de vanguardia, pero también a través del periodismo, en las páginas de El Norte de Castilla, en donde se inició como caricaturista y en el que terminó por ser nombrado director en 1958, y desde cuyas columnas realizó un tenaz trabajo de denuncia que le llevó a enfrentarse varias veces a la censura de la época. En plena madurez narrativa, con ÚlS ratas, excelente exponente de su mejor lírica rural y Premio de la Crítica de 1962, consagró su prosa a condenar el hambre y las ruinas endémicas de la posguerra. Sus preocupaciones siempre fueron terrenales. "Soy un hombre sencillo que vive sencillamente", aclaró en una ocasión. Cercanía y sencillez, verdad y justicia: con esas motivaciones creó alguna de sus mejores obras, como Los Santos Inocentes, en la que descendió a los rigores de los campos y se manchó de barro y podredumbre para levantar alguno de sus personajes más logrados, como Azarías, un anciano empobrecido, pero tan digno y tan heroico para Delibes como el más formado de los hombres. En Cinco horas con Mario, otro de sus libros memorables, indaga sin excusas en la conciencia provinciana de su tiempo, y en El Hereje, su última novela, publicada en 1998 y

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ambientada en la España imperial del siglo XVI, realiza un alegato contra la intolerancia, una condena de todo fanatismo, una muestra de lucidez. Son estas, acaso, algunas de sus mejores creaciones, en las que su mundo de provincias adquiere dimensiones de reino totalizador, en el que caben todas las esperanzas y dolores, y en el que los personajes que lo pueblan parecen paradigmas imborrables, símbolos del hambre y la opresión, de la miseria y la dignidad inquebrantable. Son creaciones ambientadas en macroespacios representativos de la totalidad. La lectura de las que tal vez sean sus páginas más magistrales remite a una idea intimidatoria de George Steiner, quien sostenía que los clásicos nos examinan, nos ponen nota, y que debemos ser nosotros los que tenemos que merecernos a los clásicos. "Un clásico de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía -dice Steiner- es para mí una forma significante que nos lee. Es ella quien nos lee, más de lo que nosotros la leemos, escuchamos o percibimos. No existe nada de paradójico, y mucho menos de místico, en esta definición. El clásico nos interroga cada vez que lo abordamos. Desafía nuestros recursos de conciencia e intelecto, de mente y de cuerpo". Como los clásicos, con su clarividencia, con su sinceridad intelectual, con su luz sin artificios, Delibes estableció tragedias universales sin perderse en geografías extranjeras. "Soy un cazador que escribe", decía, porque era eso, un cazador de Valladolid, un hombre común que escribía historias comunes con palabras comunes, y que hizo épica sin alejarse de sus paisajes de Castilla. No quiso marcharse nunca, ni siquiera en los albores de la democracia, cuando le ofrecieron dirigir el que estaba llamado a ser el gran rotativo del cambio político, El País, que acababa de ser fundado. Ya entonces sufría de dolores que le


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Rogelio Blanco Martínez

La jornada de caza comienza con el rito de comprar el pan

durarían la vida entera: los de la muerte de su esposa, Ángeles de Castro, quien le inspiró Señora de rojo sobre fondo gris, uno de sus relatos más tiernos y emotivos. "Era mi mejor mitad", decía Miguel Delibes de ella. Su pasión periodística, su afán por la actualidad, por la denuncia de los abusos de su tierra y de su tiempo, recogida tanto en sus obras estrictamente periodísticas como en alglmas de sus novelas, como en Las ratas o en Los Santos Inocentes, no desdicen su condición de clásico, como podría parecer, sino que, siguiendo las palabras de Halo Calvino en Por qué leer a los clásicos, reafirman su carácter duradero: "Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a categoría de ruido de fondo -escribió Calvino-, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo" . Al escritor, sin embargo, no le hizo falta salir de sus provincias del interior para recibir los merecidos reconocimientos. Miembro de la Real Academia Española de la Lengua desde 1975, fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras en 1991 y con el Premio Cervantes

en 1993, Y durante años figuró entre los candidatos mejor situados para obtener el Premio Nobel de Literatura. Pero no eran esos triunfos fatuos los que le impulsaban a coger la pluma. Miguel Delibes, honesto y esclarecedor desde el primero hasta el último de sus libros, escribió para rescatar las viejas historias de Castilla, con el crepúsculo del campo y la leyenda de desdicha de los hombres que lo habitaban, a los que retrató con crudeza, con cariño, con un acierto que los extrapoló más allá de las fronteras de la región. Ejemplar por su obra y por su personalidad, irreprochable en sus sesenta años de vida pública, se ha ido un español único, excepcional, cuya grandeza sin estridencias queda para siempre en la fantasía de sus libros. Libros que, sin salir de las provincias de su infancia, quedan para siempre en lo que Goethe acertó a definir como Weltliteratur (Literatura Universal): libros con las fronteras únicas del hombre, con una luz atemporal, y con el plazo de lectura eterna de la p os teridad.

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Miguel Delibes Miguel Delibes de cerca* (Biografía del escritor castellano)

de cerca

Ramón Garcí Domínguez Ln bioAl'tI ffl!

RAMÓN CARefA DOMÍNGUEZ

Acabo de publicar, en editorial Destino, una extensa biografía de Miguel Delibes, recientemente fallecido (12 de marzo), fundamentada en la que ya dí a luz en 2005, si bien revisada y puesta al día. La titulé entonces El quiosco de los helados porque ese ha sido, durante muchos años, el punto de encuentro más frecuente del novelista y de quien esto escribe, como arranque de nuestros paseos y charlas por Valladolid. Si Miguel Delibes niño se hubiera asomado al balcón del n° 12 de la Acera de Recoletos

. (Ex tracto de la Presentación e Introducción de Migllel Delibes de cerca, Ediciones Destino, Col. Imago Mundi, nO180, Barcelona, junio 2010) .

donde nació, hubiera divisado - de existir entonces - la flamante caseta de helados, pintada en franjas blancas y azules, y plantada en el ángulo del parque del Campo Grande que da a la plaza de Colón, donde nos hemos dado cita tantas y tantas veces para iniciar nuestras tertulias callejeras. -En media hora en el quiosco de los helados- concertábamos el encuentro por teléfono. ¡Incluso en los largos y fríos meses vallisoletanos -los más- en que dicho tenderete era sólo un recuerdo de los breves meses estivales!


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Ramón García Domínguez

Pero si evoco con nostalgia y emoción aquel sitio, y más tras la muerte del novelista hace escasos tres meses, es porque ha sido, sin duda, el venero de donde se surte gran parte del contenido de mi libro. Me explicaré: Miguel Delibes no ha escrito su autobiografía. Ni siquiera unas memorias al uso. A raíz de la publicación de su libro misceláneo He dicho (septiembre de 1996), se expresaba así en una entrevista concedida al periódico ABC: «Lo primero que una persona necesita para afrontar esta tarea es creerse importante. Abordar unas memorias sin considerarse uno protagonista es hacer oposiciones al fracaso. No, yo no me creo un tipo interesante». y por eso, al parecer, no se puso nunca a contar su vida. Ni tampoco a recoger o sistematizar sus ideas y reflexiones sobre esto y lo otro. Pero puntualicemos: Quizá sin intención, y por supuesto sin méfodo ni falsilla cronológica, Miguel Delibes ha ido desparramando apuntes o retazos autobiográficos, así como opiniones o puntos de vista sobre su propia obra literaria o sobre asuntos que le han interesado particularmente, a lo largo y ancno de su obra e·scritao En artículos de prensa, en conferencias, en libros misceláneos, en introducciones a sus textos narrativos, incluso en un oxigenado libro de «memorias deportivas», como él mismo subtitula Mi vida al aire libre (1989), el novelista ha ido desperdigando, repito, no pocas vivencias, anécdotas, efemérides y opiniones que resultan de sumo interés e incluso imprescindibles para trazar su perfil humano y biográfico. E incluso en sus libros de ficción. «Es curioso -reflexiona el propio Delibes en su diario Un año de mi vida, exactamente e16 de septiembre de 197(}:-, después de escribir una veintena de libros, analizar 10 que hay en ellos de autobiográfico ... » Pues bien: Este rico y disperso material quiero que sea el quicio sobre el que gire esta mi biografía delibeana.

Un año de mi vida

(Notas) (1970) Destino, Barcelona.

Sin embargo Delibes, como ya he dicho, no se ha preocupado nunca de contar su vida y pensamientos con rigor ni método y menos aún de manera exhaustiva, por lo que este primer bloque «autobiográfico» nunca sería suficiente para ofrecer un retrato ·completo de la vida, obra y personalidad del escritor. Para completarlo, me serviré de otro material de trabajo absolutamente de primera mano: mi relación personal y amistad con Miguel Delibes durante casi cuarenta· años ininterrumpidos. Amistad y contacto personal del que no hace falta decir que me siento muy honrado y privilegiado. Y esta relación estrecha y continua con el novelista ha hecho que todo aquello que Delibes no ha contado en sus escritos me lo haya contado o haya yo procurado que me lo contase a mí.

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Miguel Delibes de cerca

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Miguel Delibes junto a su casa natal, en el nĂşmero 12 de la vallisoletana Acera de Recoletos


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Ramón García Domínguez

Miguel Delibes y su biógrafo Ramón García en diciembre de 2009, tres meses antes de la muerte del novelista

Largas horas de veladas, conversaciones y paseos por nuestro Valladolid, dieron ~omo fruto un continuo recorrido por el pasado y presente de la vida y obra del escritor, así como un también incesante diálogo sobre temas humanos, literarios, sociales o de cualquier índole que a Miguel Delibes le han preocupado o interesado especialmente. A esto añadiré en ocasiones, siempre en el ánimo de enriquecer el conocimiento de la vida y personalidad de mi biografiado, aquellas manifestaciones que él mismo ha ido vertiendo en entrevistas, monografías o libros publicados por periodistas y especialistas sobre su trayectoria humana y literaria. Casi cuarenta años de amistad y conversaciones, he dicho, pero también de vivencias compartidas, de viajes, de anécdotas, de acontecimientos y hasta colaboraciones literarias conjuntas en las que la proximidad al escritor ha supuesto, me atrevería a decir, una parte de su biografía vivida casi casi al alimón con él. Estoy convencido de que, si algo puedo yo aportar con esta semblanza biográfica al conocimiento de la perso1 Soler Serrano, Joaquín (1981): Afondo, de la A a la 2, Plaza&Janés. Págs. 56-57.

nalidad de Miguel Delibes y a la bibliografía delibeana, es todo aquello que procede de mi cercanía y conocimiento personal y directo del escritor. Su confianza en mí, por lo demás, fue el último acicate para atreverme a acometer tal empresa. Precisamente en cierta ocasión en que se sentía ofendido y molesto porque un medio de comunicación había tergiversado dolosamente alguna de sus manifestaciones, Miguel Delibes, siempre remiso en sus efusiones, se desahogó conmigo con esta exclamación que no voy a olvidar: «Mira, Ramón, al margen de nuestra amistad y de muy pocas cosas más en la vida, el resto es manipulación, convéncete». Esta amistad y esta privanza me han hecho sentirme capaz de narrar lo más fielmente posible, y yo espero que hasta sin las compo's turas propias de la lealtad al amigo, cuanto el novelista y el hombre han tenido a bien confiarme a lo largo de muchas horas de charla distendida y familiar, y cuanto he vivido a su lado a lo largo de tantos años. En noviembre de 2006, me dedicaba así su recopilación de relatos cortos Viejas historias y cuentos completos, recién editada: "A mi amigo Ramón, con el que he 'compartido más de un tercio de mi vida".

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Miguel Delibes de cerca

Éste es, pues, un Miguel Delibes de «primera mano», el Delibes que yo he conocido de cerca, tanto a través de su propia obra como de su propia persona y

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vida. Bien pudiera, por todo ello, considerarse mi evocación como una biografía casi autobiográfica.

Dos dibujos originales de Delibes para una edición norteamericana de El camino

«LAS COSAS PODÍAN HABER SUCEDIDO DE CUALQUIER OTRA MANERA ... » « ... y, sin embargo, sucedieron así». Con esta frase comienza El camino, la tercera novela de Miguel Delibes y la que ha sido considerada, por él mismo y sus estudiosos, como aquella en que el novelista encuentra su verdadera voz, su verdadero «camino» narra tivo. También en la biografía de Miguel Delibes «las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera» a como sucedieron y a como aquí pretendo contar, pero el «azar» y una serie de contingencias y circunstancias más o menos fortui-

2 Laín Entralgo, Pedro (1970): Prólogo a la I...n vida de don Miguel, de Emilio Salcedo, Ediciones Anaya, Salamanca. 2." edición corregida (1." ed. 1964).

tas hicieron precisamente que esta biografía sea la de un novelista y no la de un profesor mercantil o la de un dibujante o pintor. La guerra civil española en plena adolescencia, con el consiguiente descalabro docente y desorientación profesional; sus estudios de Comercio y Derecho Mercantil, sólo por seguir la senda de su padre y asegurarse un modus vivendi; su eventual y corto paso por la escuela de Artes y Oficios de Valladolid; su ingreso casi fortuito como «caricaturista» en el periódico vallisoletano El Norte de Castilla y su posterior incorporación como redactor por reajustes de plantilla; su determinante conocimiento y enamoramiento de Ángeles, su futura esposa; la obtención del Premio Nadal en 1947 con


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Ramón Garda Domínguez

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Caricaturas de los actores Clark Gable, Claudette Colbert y Spencer Tracy

Caricaturas de los actores Alfredo Mayo, Ana Mariscal y José Nieto

la primera novela que salía de su pluma: todos estos hitos y circunstancias, muy marcados por la época histórica en la que transcurren sus primeros años, hacen que los derroteros vitales y vocacionales de Miguel Delibes fueran muy otros a los que ni él ni los suyos hubieran podido

sospechar cuando, en 1936, con 15 años, termina el bachillerato y comienza la aludida guerra civil española. En más de una ocasión ha hablado el propio novelista de estas eventualidades y contingencias que hicieron que las cosas, que «podían haber acaecido de


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cualquier otra manera», sucedieran como sucedieron. «Todas estas carreras -se refiere a las de Comercio y Derecho que cursó- fueron completamente ajenas a mi vocación. Yo no tenía ninguna vocación de abogado, y mucho menos de profesor mercantil. Fue algo que tenía a mano y lo hice, por conseguir una cátedra como mi padre. »Pero mi verdadera ilusión era el Dibujo. En cierto modo soy un dibujante frustrado. Empecé haciendo caricaturas de mis profesores, los frailes "baberos", con el consiguiente ,regocijo de mis compañeros. Luego, cuando llegó la guerra yo te~a 15 años y acababa de terminar el bachillerato. Entonces mi padre, al que disgustaba ver a un chico mano sobre mano, me matriculó en Peritaje Mercantil y así comencé la carrera de Comercio. También me matriculó en la Escuela de Artes y Oficios, por libre, para que hiciese modelado en barro. Pero la clase era a las ocho de la tarde, y a esa hora un mozalbete de 15 años lo que quiere es estar con sus amigos. Yo tal vez hubiese sido dibujante, quizá pintor, si hubiese sido debidamente encauzado.» ¿Por qué desembocó, pues, el joven Delibes en la escritura, en la literatura? En parte también por azar, como asimismo ha resaltado el novelista. «Es la mía una vocación ayudada por el azar. Yo achaco esta dedicación a la literatura al hecho de haberme encontrado con mucho tiempo libre después de haber preparado unas oposiciones a cátedra durante cinco años estudiando catorce horas diarias. El día que gané la cátedra, daba dos horas de clase pero el resto del tiempo lo tenía libre. Casualmente, por entonces había comenzado a hacer cariAlonso de los Ríos, César: «Pesimismo Verde", artículo publicado en El País, el 2-12-1993 (pág. 31). 3

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caturas para El Norte de Castilla [... ], y de hacer caricaturas pasé a la redacción por una serie de circunstancias muy curiosas y muy propias de los años de posguerra. Resulta que se hizo una "limpia" en El Norte de Castilla, que era un viejo periódico liberal, y en una redacción que era de seis o siete eliminaron a tres de sus miembros. Y entonces fue cuando me aconsejaron que fuera a un cursillo intensivo que se impartía en Madrid para obtener el camet de Prensa. Podría hacer de redactor además de dibujante. Y, en efecto, fui a Madrid y comencé a hacer críticas d~ libros, de cine, y empecé a soltarme con la pluma, cosa que nunca hubiera sospechado que pudiera hacer. Y fue entonces cuando me dije: pues yo puedo escribir una novela. Y comencé a dar forma a una idea obsesiva que tenía en mi cabeza en torno a la muerte, una idea obsesiva y prematura, puesto que me venía acompañando desde la infancia.»! En esta larga cita, que arranca con una alusión al azar como responsable de la vocación literaria delibeana, hay también otra circunstancia o eventualidad con la que nunca hubiera, soñado Miguel Delibes y que colaboró igualmente a la formación del futuro escritor: su paso de caricaturista a redactor dentro del periódico, llevándole «a soltarme -son sus palabras- con la pluma, cosa que nunca hubiera sospechado que pudiera hacer». Sin embargo, aun cuando la escritura periodística le 'va soltando la pluma, como él confiesa, el gusanillo por la 'belleza de la forma literaria le ha nacido unos años antes, precisamente mientras cursa -por pura imposición de las circunstancias familiares, ya lo hemos visto-la carrera de Comercio y estudia para ello el curso de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues. «Garrigues -afirma el novelista- consiguió interesarme por la palabra escrita, seducirme con sus


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Ramón García Domínguez

En la Hemeroteca de El Norte de Castilla

múltiples combinaciones y, en consecuencia, ganarme para un mundo, el de las letras, en el que yo no hubiera soñado entrar.» Vuelve Delibes a Ínsistir en su completa indiferencia y alejamiento del ámbito de la literatura y en los eventuales encuentros y circunstancias que propician su progresivo interés por la misma: ya sea la bella forma literaria del manual de Garrigues, ya el ejercicio cotidiano de la escritura periodística. y todavía habrá que añadir un nuevo «encuentro» del joven Delibes, en este caso muy personal, que influirá tan definitivamente como los otros, y acaso más, en su futuro biográfico y, por supuesto, en su dedicación al oficio literario: me refiero a Ángeles de Castro, su novia, esposa después e impulsora de la afición del jovencísimo Delibes a la lectura y a la buena literatura. «En mis comienzos yo leo poco --confiesa el escritor- y desordenadamente. A mí me enseñó a leer bien

Y lo debido mi mujer, Ángeles, que entonces era mi novia y que, aunque muy niña, tenía una gran afición a la lectura.» Pero Ángeles, al mismo tiempo, es también la mentora y consejera del escritor novicio. Ella será quien esté a su lado mientras escribe su primera novela, ella será quien la juzgue y le aconseje, y ella será, finalmente, quien le anime a enviarla a Barcelona para concursar en el Premio Nadal. y hemos llegado precisamente al que será sin duda el espaldarazo decisivo para que las «cosas sucediesen así» y Miguel Delibes se convierta definitivamente en escritor, en novelista: la obtención del Premio Nadal en su cuarta convoca toria con su novela La sombra del ciprés es alargada . «Yo escribo la novela pensando en el Nadal. Me había emocionado mucho el premio a Carmen Laforet, una chica veinte añera, sin influencias, desconocida. Por eso yo fui al premio como había ido a las oposicio-

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nes de Derecho Mercantil, a ver si había

suerte.» y la hubo. Porque, de lo contrario, Delibes, como también él ha confesado, no hubiera seguido escribiendo. «Tenía gran fe en los miembros del jurado, en aquellos señores de Destino, una revista que destacaba del resto de las españolas de la época. Para mí, lo que ellos dijeran iba a misa. Quizá si mi clasificación hubiera sido segundo o tercero, las cosas hubieran seguido el mismo curso que ganando, pero puedo asegurar que de haber quedado en la zona templada, hubiese colgado 'la pluma. Mi temor al ridículo era y sigue siendo muy elevado.» El azar, la eventualidad, como determinantes, pues, de una trayectoria vital que en modo alguno se hubiera atrevido nadie a vaticinar para el joven Delibes. Simplificando un poco las cosas, bien podríamos concluir que fueron cua tro las causas que hicieron realidad la vocación literaria del novelista vallisoletano: El curso de Derecho Mercantil de Garrigues, el periódico El Norte de Castilla, el Premio N adal y su esposa Ángeles. De haber faltado cualquiera de ellos, casi seguro que la novelística española contemporánea hubiera perdido uno de sus más prestigiosos nombres. BIOGRAFÍA Y "VIDAS". Porque si toda biografía se desarrolla en torno a un «yo» único e intransferible, aunque matizado y hasta condicionado por la orteguiana «circunstancia» o circunstancias que rodean a ese yo a lo largo y ancho del propio proceso biográfico, en el caso de Miguel Delibes estas circunstancias fueron tan determinantes en los primeros años de su vida, que hicieron de un ca tedrá tic o . y profesor de Derecho Mercantil y de un caricaturista y redactor de un periódico de

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provincias, uno de los más importantes narradores españoles, si no el más, de la segunda mitad del siglo xx. Pero atención: Eso no quiere decir que Miguel Delibes no haya sido también, y al mismo tiempo, un destacado periodista y maestro de periodistas durante un largo periodo de su vida; un· docente en la Escuela de Comercio de Valladolid; un señero cazador y diarista cinegético; un viajero circunstancial y cronista de viajes; un defensor a ultranza del medio natural frente al falso progreso indiscriminado; y un hombre, en fin, de su época, con una clara postura ética y liberal ante los problemas sociales y políticos del momento. Por todo ello, si una biografía cualquiera no es nunca un todo monolítico e invertebrado, menos habrá de serlo, por lo expuesto hasta aquí, la andadura biográfica de Miguel Delibes. Antes, por el contrario, podemos permitirnos hablar de diferentes «biografías» dentro de su vida, o, mejor aún, de distintas vidas en el contexto único de la biografía delibeana. Fue el profesor Pedro Laín Entralgo quien, en el prólogo a La vida de D. Miguel, biografía unamuniana escrita por Emilio Salcedo, trazó este distingo entre lo que él denomina vidas sucesivas y vidas complementarias dentro de un único contexto biográfico. Las vidas complementarias responden, de alguna manera, a esos varios «yo S complementarios» de que hablaba Antonio Machado refiriéndose a la realidad anímica de todo hombre, y que se interfieren, superponen, entrelazan y codeterminan a lo largo y ancho del tiempo o de la historia de cualquier persona. .En Delibes, pues, además del «yo» novelista o narrador, podemos considerar otros «yos complementarios», como el de periodista, cazador, viajero u hombre de familia que, combinándose y complementándose a lo largo de su biografía,


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Ramón García Domínguez

Delibes en su casa de Paseo de Filipinos, recién galardonado con el Premio Nadal (1948)

han configurado, además, una manera de ser y una personalidad que imbuye pero también rebasa su obra literaria. Las vidas sucesivas, por su parte, son las que «establece la carrera de las edades», según el'citado Laín. «En el curso vital d e todo hombre hay sucesivamente un niño, un adolescente, un joven, un adulto y un viejo más o menos coherentes entre sí [... l. Pero no es sólo el decurso de la edad lo que va determinando la aparición de vidas sucesivas; también, y en ocasiones con mayor eficacia discriminatoria [me permito subrayar algo que en Delibes cobrará especial sentido l, ciertos sucesos exteriores e íntimos: un acontecimiento histórico, una enfermedad, un cambio de creencias ... » En Delibes, según entiendo y trataré de exponer, estas vidas sucesivas se configuran y giran en torno a tres fechas clave, tres fechas quicio, cuyos antes y después marcan un cambio sus tancial en la biografía del novelista: 1947 es el año en que gana el Premio Nadal y comienza su carrera literaria;

1974 es el año en que muere su esposa Ángeles, su «equilibrio», como él mismo la definió, con la consiguiente y grave repercusión en lo personal y en lo literario; 1990, fecha en la que el escritor cumple 70 años y que él mismo, de siempre, había fijado como meta para ir clausurando algunas de sus actividades tanto deportivas como literarias. PAISAJES VITALES Vidas complementarias y vidas sucesivas. Dando por válidas y autorizadas tales propuestas metodológicas para la elaboración de una biografía, yo me a trevería a completarlas añadiendo un tercer procedimiento o nueva perspectiva a tener en cuenta: los lugares o paisajes que han servido de escenario a esas vidas complementarias y vidas sucesivas que todo hombre protagoniza. Cualquier persona, a lo largo y ancho de su vida -o de sus «vidas»- habita uno o varios lugares que marcan, incluso muchas veces deter-

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minan, que esas vidas se desarrollen de una u otra manera, en uno u otro sentido, tengan éste o el otro cariz. El lugar de nacimiento e infancia es ya, sin duda, una referencia determinante en el devenir biográfico de todo ser humano. El paisaje y paisanaje -entiéndase que cuando hablamos de «lugares» vividos nos referirnos a cuantos elementos configuran esos lugares- de los primeros años de existencia marcan a la persona quizás de forma tan indeleble como pueda hacerlo un tipo u otro de educación. Luego, con el transcurso de los años, esa persona puede ocurrir que permanezca de por vida en el lugar de nacimiento o bien que, voluntaria o forzosamente, cambie una o más veces de residencia. Pues seguramente todos esos nuev?s escenarios influirán, en mayor o en menor medida, en el modo de vivir, de desenvolverse sus «vidas sucesivas» y «vidas complementarias» e incluso su personalidad y hasta su vocación. Si precisamente es el «paisaje» uno de los tres elementos constitutivos, según el propio Delibes, de la esencia de una novela - «un hombre, un paisaje, una pasión»- , otro tanto podrá decirse de la narración «biográfica», cuyo paisaje vital condiciona, y puede que hasta determine, la «pasión» o razón de ser y actuar del protagonista. En Miguel Delibes, sin embargo, y como es sabido, no son demasiados sus paisajes biográficos. Más bien pocos; puestos a extremar, uno: Valladolid. Ya es célebre la afirmación de uno de los personajes de su primera novela que . luego él se ha aplicado: «Soy como un árbol, que crece donde lo plantan». En Valladolid lo plantaron un 17 de octubre de 1920, y en Valladolid ha crecido, vivido, ha escrito y también ha muerto. Valladolid y, por extensión, Castilla. El auténtico escenario biográfico global

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que da sentido a la vida y también a la obra de nuestro escritor es Castilla en toda su amplitud. Delibes es el hombre y el novelista de Castilla. «Hay escritores con territorio -dice César Alonso de los Ríos-. Josep Pla fue un escritor con territorio: el Ampurdán y, por extensión, Cataluña. Álvaro Cunqueiro fue también un escritor con territorio: Galicia. Delibes tiene el suyo: Castilla la Vieja. Cuando esto sucede, el nombre del escritor tiene un ámbito humano, geográfico, histórico, cultural, etnológico ... y al revés. Cuando se entra en ese ámbito uno sabe que está en los dominios de "su" novelista [ .. .] Los escritores con territorio se identifican hasta tal punto con ese ámbi to que cuando entras en su escritura es como si estuvieras en el paisaje y cuando entras en el paisaje vas recordando la escritura. »3 "He aquí un hecho cierto -decía el propio Delibes en setiembre de 1986, al ser nombrado Hijo Predilecto de su ciudad natal-: cuando yo tomé la decisión de escribir, la literatura y el sentimiento de mi tierra se imbricaron. Valladolid y Castilla serían el fondo y motivo de mis libros en el futuro". Pero es menester dejar bien sentado .-y lo veremos detenidamente en su momento- que esta territorialidad «literaria» no significa en absoluto limitación y mucho menos provincianismo. Si fue Dostoyevski quien dijo algo así como «retratad vuestra aldea y retrataréis el mundo», el propio Delibes lo proclamó, a su modo, en el discurso de ingreso en la Academia Espa:ñola: «Yo considero que la universalidad del escritor debe conseguirse a través de un localismo sutilmente visto y estéticamente interpretado». De lo particular a lo universal. Miguel Delibes ha viajado por otros escenarios, por Europa y por América, y ha dejado constancia de ello en varios libros de vi a-


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Ramón García Domínguez

jes. Pero siempre con Castilla como referencia humana y literaria. Todos los escenarios biográficos esporádicos sufragáneos del escenario vital y permanente. VOCACIÓN Todo el entramado metodológico hasta aquí expuesto no nos puede hacer olvidar, sin embargo, que cualquier biografía humana, y por ende la del novelista Miguel Delibes, se configura en torno a una existencia única, intransferible, cuyo núcleo y razón de ser, cuyo fundamento, no es otro que la propia y personalísima vocación. Encontrarla, descubrir la verdadera razón de ser de nuestra existencia y de nuestra temporalidad concreta constituye, sin duda, el acierto supremo y el soporte más firme de la satisfacción personal. ¿Incluso de la «felicidad»? Miguel Delibes menciona expresamente esta palabra cuando habla, en el prólogo a su libro infantil Mi mundo y el mundo (1970), de la importancia que supone para él atinar con la propia vocación u oficio a desempeñar en la vida. «Seguramente es la elección de oficio -dice Delibes a sus jóvenes lectores- la cuestión más importante con la que vais a enfrentaros. Tan importante, que acertar con el oficio es acertar con la vida. La felicidad no consiste en ganar mucho dinero sino en que la tarea que se hace se haga con gusto. El día en que cada niño, al llegar a hombre, pueda ser aquello que desea y para lo que está dotado, habremos conseguido un mundo feliz.» ¿Cuál ha sido el oficio definidor, la vocación de Miguel Delibes? ¿Escribir novelas? ¿Novelar Castilla? Sin duda. Pero junto a la intención estética y testimonial del novelista, campea una in ten-

ción ética. Ética y estética van en Delibes indefectiblemente unidas, y yo diría que la primera marca que caracteriza su «vocación» de escritor. «A mi aspiración estética -hacer lo que hago lo mejor posible- he enlazado siempre una preocupación ética: procurar un perfeccionamiento social. Sé que la novela que quede para la posteridad, quedará por sus valores literarios, al margen de la preocupación moral de su autor. Pero, a pesar de esa convicción, yo no he podido desprenderme de ella e, incluso, estoy por asegurar que, sin una norma ética como guía, es muy posible que mi obra literaria, buena o mala, no se hubiese realizado.» Y este compromiso ético, además, se condensa en una genuina concepción de la novela como un mundo habitado por criaturas, por personajes de carne y hueso. Delibes es un poderoso creador de personajes que, por su condición y común denominador de «perdedores», sustentan mejor que nadie esa aspiración de «perfeccionamiento social» que proclama el escritor castellano. y personajes, además, que sobrevivirán al novelista y que habrán de convertirse en imperecederos. Porque ellos han sido portavoces de los propios sentimientos y preocupaciones del escritor."Yo traslado a mis personajes -dejó dicho Delibes- los problemas y las angustias que me atosigan, o los expongo por sus bocas. En definitiva, uno se desdobla en ellos". "Yo no he sido tanto yo - cerraba Miguel Delibes su discurso del Premio Cervantes, en abril de 1994 en Alcalá de Henares - como los personajes que representé en este carnaval literario. Ellos son, pues, en buena parte mi BIOGRAFÍA".

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En familia ELlSA SILlO DELlBES

Foto familiar al cumplir Miguel Delibes 50 a単os.


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Elisa Silio Delibes

Miguel Delibes y Ángeles en Campo Grande, de novios

"Cualquier desahogo intimista me repugna", confesaba Miguel Delibes, quien sin embargo en su última etapa sólo leía l?iografias. Corría el año 2005 cuando frente a las cámaras de tve el autor de El camino hacía balance de una "vida ya vivida": "Por mi parte sería una vanidad injustificada escribir mis memorias. Yo no tengo una vida interesante para contarle a nadie. Mi vida es una vida normal, a Díos gracias, y la de mi familia también. No tengo barbaridades que ir contando por ahí como veo en las biografías, e incluso en las autobiografías. Yo no he matado a nadie, ni he tenido cinco mujeres al tiempo". No le faltaba en parte razón. Los escándalos o los excesos nunca salpicaron sus 89 años de vida. Fue fiel a una misma mujer, Ángeles, hasta la muerte de esta a los 52 años. Fiel a su ciudad, Valladolid, a un club de fútbol, el Pucela, y sobre todo, para sorpresa del mundo editorial, a Destino. Apegado al sello que le dio el espaldarazo cuando era un perfecto desconocido al concederle en 1947 el Premio Nadal con La sombra del ciprés es alargada. "He tenido

que comprar Destino para tener a Delibes", llegó a bromear José Manuel Lara, dueño de la poderosa Planeta tras la entrada en el grupo de esta pequeña editorial. Le agobiaban las proporciones desmedidas . . Las grandes ciudades -Madrid era un "aparcamiento" inabordable, los grandes fastos -que disfrutaba viendo desde el sillón de su casa-, y más aún si era él el centro de atención en el sarao. El acto de entrada a la academia en 1974 le aterraba. Era Ángeles, su "equilibrio", quien vivía con la mente en ese día. Ella murió poco antes y el acto de ingreso, que hubo que posponer a 1975, se convirtió en un homenaje a su figura . "Se ha ido la mejor parte de mí mismo", dijo entonces. Sin ella no se entendería su li tera tura. Ángeles le animó a leer, a escribir, le acompañÓ en sus viajes y le sirvió de carta de presentación a un hombre huraño, de semblante serio y distante de puertas para fuera. Aunque en petit comité era cálido, conversador y divertido, tanto como el humor soterrado de sus libros. Le encantaba cantar pero lo hacía sin ningún acierto. Lo reco-

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En familia

En un partido de fútbol con el Real Valladolid

nocía: "me hubiese gustado de estudiante entrar en la tuna, pero no me hubiesen dejado tocar ni la pandereta, me falta ri tmo" . Su vida estuvo marcada por el deporte, fruto de su educación francesa . Su abuelo, Frédéric Delibes, natural de Toulouse, inculcó a su padre el amor por el ejercicio en unos años en los que la burguesía era sinónimo de puro, coñac y siesta. No había un día que dejase de pasear -cuando asi~tía a las sesiones de los jueves en la Academia se alojaba en un hotel a 12 kilómetros y acudía a piemuchas veces con el cuentakilómetros en la mano. Tan sólo una semana antes de su muerte abandonó su paseo diario. Con los años la distancia se fue acortando y en los últimos años se limitó a una escasa vuelta a la manzana. Era el único contacto que le quedaba con el mundo exterior y sus vecinos aprovechaban para saludarle. Su despedida de los cotos de caza había llegado una década antes. Por entonces hacía mucho que había abandonado los ríos desanimado por la expansión de piscifactorías. "Son todas las truchas iguales, parecen colegialas con el mismo uniforme". Jugaba al fútbol e incluso en época de apuros económicos -siete hijos eran

muchas bocas que alimentar- escribía crónicas de su Real Valladolid que mandaba en el tren nocturno a Barcelona para ser publicadas en la revista Destino. ¡Qué tiempos aquellos! Pero su afición fue a menos. Le espeluznó que el recinto de un espectáculo al aire libre se llenase de vallas. "Enjaulados como presos para que no haya agresiones" . A falta de coche salía a cazar en bici y con los años siguió practicando. Era un forofo del Tour pero los repetidos casos de doping mermaron su 'afición. La confesión de Bjarne Riis de su trampa años después fue la puntilla. Ni Alberto Contador se la devolvió y fue el tenista Rafael Nadal quien desplazó a los ciclistas en su propio santoral. Tras ser operado de un cáncer en 1997 -al tiempo que leía las pruebas de El hereje, su broche como literato- su vida ordenada y repetitiva, casi monacal, se acentuó. Decía vivir en un "postopera torio interminable" y nunca, ni por asomo, él, ferviente católico, imaginó un fin a sus males. A un ser neurótico como él -así se definía- le obsesionaba tener una muerte dulce como la que tuvo. Por fin el 12 de marzo de 2010 se reunió con su equilibrio. Llevaba 35 años esperando.


Miguel Delibes, un cazador que escribe

JESÚS FELIPE MARTÍNEZ

I) Caza y naturaleza en la obra de Delibes.

Delibes afirmó en varias ocasiones que él era un cazador que escribía porque, directa o indirectamente, su obra se vertebra en torno a la caza o, si se quiere, a la dualidad hombre-naturaleza. Gran parte de su discurso de ingreso en la Real Academia del 25 de mayo de 1975 lo dedica a explicar ese mensaje conservacionista que ha querido transmitirnos en sus obras bien sea por medio de unas descripciones que, con frecuencia, convierten el paisaje en locus amoenus o paraíso perdido, bien dando vida a unos personajes que tratan de disfrutar del medio, no de destruirlo: "Mis personajes se resisten, rechazan la masificación. Al presentárseles la dualidad Técnica-Naturaleza como dilema optan resueltamente por esta, que es, quizá, su última oportunidad de optar por el humanismo. Se trata de seres primarios, elementales, pero que no abdican de su humanidad; se niegan a cortar sus raíces. A la sociedad gregaria que les incita, ellos oponen un terco individualismo. En esto tal vez resida la última diferencia entre mi novela y la novela objetiva-behaviorista. "1 I SOS. El sentido de progreso en mi obra. Editorial Destino. Pág 80.


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Miguel Delibes, un cazador que escribe

Puede argüirse que la actividad cinegética tiene mucho más de depredación que de conservación del medio. Sin embargo, esa es una visión simplista del tema. Hay, por supuesto, individuos armados que salen al campo convencidos de que la licencia que llevan en el bolsillo no es de caza, sino de destrucción. Pero ese afán de aniquilación no sólo toma como pretexto la caza o la pesca, sino cualquier actividad, sea esta una merienda campestre tras la cual habrán convertido el soto en un estercolero, sea la "celebración" del triunfo de su equipo de fútbol arrasando el mobiliario urbano. Pues de la misma m anera que no p uede inferirse d e estos hechos que todos los excursionistas -o todos los aficionados al fú tbol- sean unos energúmenos, tampoco se puede generalizar la conducta de unos irresponsables armados. Incluso el término cazador sería poco apropiado para designarlos. Más correcto tal vez sea llamarles "pirotécnicos" como hace Delibes en algunas ocasiones, "escopeteros" o "ciegaliebres" como les llamaba mi padre. Porque el verdadero cazador es aquel que trata de descubrir los secretos de la naturaleza, de trilll1far en ese reto particular que en cada jornada se establece entre el astuto adversario -la pieza- y éL Y en la caza a rabo, que es la preferida por Delibes y por cualquier cazador que se precie, las fuerzas están muy igualadas. Y cuando digo igualadas pienso en un cazador muy experimentado y en unas condiciones del terreno y la climatología no muy desfavorables. En este caso, con suerte, se colgarán bastantes piezas menos de las que se ha disparado y muchísimas menos de las avistadas. Sea como fuere, las probabilidades de supervivencia del conejo de campo son infinitamente superiores a las de su hermano de corral.

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Pero es que, aunque parezca paradójico, también la caza bien ordenada protege las especies mediante las vacunas de los lepóridos, las siembras destinadas exclusivamente al alimento de perdices o codornices, la colocación de bebederos en épocas de sequía extraordinaria, la regulación de la población de depredadores, la autorregulación en los cotos de los días de caza y del número de piezas que se pueden matar, la lucha contra el furtivismo ... Cierto es que uno de los elementos esenciales de la caza ya no tiene tanta impor tancia como antaño. Por m ás que sigamos disfrutando de la perdiz estofada, del conejo con arroz o de la liebre con judías, este disfrute no es comparable a la emoción que nos embargaba hace cincuenta años cuando registrábamos el morral de nuestro padre a la vuelta de sus excursiones cinegéticas. La visión de aquellas piezas que íbamos depositando junto al fogón de la cocina era muy parecida a la que experimentaba Lazarillo al abrir el arca y contemplar su paraíso panal. Porque, aunque para nosotros la alternativa no fuese el hambre, un morral vacío sí significaba la ausencia de carne en la dieta familiar hasta la próxima jornada. Y para el cazador -o el pescadorver cómo su familia o amigos paladean los manjares por él capturados significa la última gratificación de un proceso que se inició cuando, aun de madrugada, comenzó a vestir las ropas de campo y a tratar de acallar las ansias del perro para que no alborotase demasiado. Este triunfo primitivo del hombre sobre el medio, no domesticándolo, sino compitiendo con él, tiene también un importante componente de autoafirm ación, de olvido de las miserias cotidianas o de superación de nuestras frustraciones. Lorenzo, el protagonista de los tres diarios exp resará este propósito existen-


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Jesús Felipe Martínez

Miguel paseando en Sedano

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Miguel Delibes, un cazador que escribe

La caza de la perdiz roja (1963) Lumen, Barcelona.

El libro de la caza menor (1964) Destino, Barcelona. Ser o no ser.

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cial con la cazurrería filosófica que le caracteriza: "A mí la vida me duele y, a ratos, pienso que si vaya cazar es para olvidarme del dolor de la vida, pues cazando parece como si uno espabilase ese dolor y se lo metiese, con los perdigones, a las perdices y a las liebres por el culo ". . El cazador, aventurero al fin, ha de romper con las preocupaciones cotidianas al igual que con su hábita t diario. Por más que esta ruptura con el cordón umbilical de su existencia sea periódica, regulada por las normas legales de la caza o por las particulares de su existencia, no por ello es menos definitiva. Una vez llegado al cazadero, se encuentra en un nuevo espacio para sus hazañas y ya no es oficinista, profesor, labriego o médico, sino cazador. y como tal, se mueve, atiende y se expresa. Nada importa que hayamos recorrido cien veces esos mismos bosques, praderas, navas u oteros. Cada día nos ofrecen nuevas perspectivas de su belleza. Cristiano o ateo, pero siempre individualista, el cazador se siente superior a dios, al menos al dios judeo-cristiano. Porque los dioses griegos sí podían admirar los espacios naturales y aun metamorfosear plantas o animales, cazar, amar como cualquier especie animal, el hombre incluido. Pero es que los dioses olímpicos 2 pertenecen a una tercera generación de seres divinos; dicho de otra manera, descienden de Cronos y Rea y son sus abuelos Urano y Cea. Por el contrario, Jehová no ha sido creado por el Cielo y la Tierra sino que Él los ha creado en seis días y después se ha dedicado a descansar. De ahí que no le sea dado no ya intervenir en su obra, sino ni siquiera disfrutar de su belleza. Porque, a diferencia de los dioses griegos, Jehová es perfecto y, por ello, tremendamente limitado. Sin el disfrute de los aromas del campo, sin el derroche de matices de los bosques en otoño, sin el sol de invierno jugueteando en valles y montañas o espejando los ríos, sin la lluvia, la nieve o el viento helado que atieren las carnes, sin las esquilas lejanas, el sobresaltado aleteo de la perdiz o el porfiar de los pájaros sobre el murmullo del arroyo la caza no es nada. Serían ridículas tantas fatigas para, como mucho, colgar un conejo que podemos comprar en el mercado por muchísimo menos dinero y con esfuerzo nulo. De ahí que el paisaje sea protagonista esencial de casi todas las obras de Delibes. Con unos cuantos trazos 2 .H.a~lo en lín~as gene'rales, ya que evidente que en el origen de las dlvillldades gnegas encontramos múltiples situaciones. Pero no creo oportuno hacer aqui una genealogía de los dioses de la gentilidad.


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impresionistas, sea directamente el escritor, sea por medio de unos personajes, la naturaleza irrumpe en el relato con la fuerza de las emociones vividas: "De todos modos ha sido un buen día. Salir al campo a las seis de la mañana en un día de agosto no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece como si uno estuviese estrenando .el campo "3 Junto a este tratamiento dellocus amoenus en el que trascurren las aventuras del cazador, - o de elemento que hay que dominar como en Las ratas- la naturaleza tiene otro protagonismo en la obra del novelista: configurar el carácter e incluso la conducta de los personajes. Refiriéndose a la afirmación de Gonzalo Torrente Ballester ("Para Delibes la virtud está en el campo y el pecado en la ciudad") el escritor vallisoletano nos aclara en el prólogo al tomo II de sus Obras Completas: "Tal vez mi propensión a lo rural y la instintiva ternura con que acostumbro a envolver estos ambientes y sus pobladores puedan disculpar esta interpretación . Más tal afición y tal ternura pueden significar, antes que un reconocimiento a las virtudes del campo, un movimiento de piedad ante su abandono. Es decir, el campo, lo rural, está lleno de vicios, pero el campesino no es responsable de ello; en cambio el vicio urbano es un vicio consciente; un vicio no fraguado, salvo en ciertos estamentos, por la sordidez y la incultura, sino por el tedio y el refinamiento" El protagonista de Viejas historias de Castilla la Vieja, desarrollará otra de las constantes argumentales de Delibes: la pérdida de las señas de identidad del individuo en el medio urbano frente al desarrollo de sus capacidades en el campo. Dice Isidoro: "Y empecé a darme cuenta entonces de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillos y los bloques de cemento y las montañas de piedras de la ciudad cambiaban_ca~a día y, con los años, no quedaba allí un solo testigo del movimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y la perspectiva de futuro . " Otra vez Delibes sale al paso del simplismo interpretativo de estos textos en el sentido de considerar que su autor está dando una visión romántica y falsa del campo, un beatus ille que sólo pretende mantener las desigualdades sociales con unos cantos de sirena de lo bien que viven los pobres aldeanos y lo desgraciados que son los 3

Diario de un cazador.

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Jesús Felipe Martínez

Con la escopeta al hombro (1970) Destino, Barcelona.

Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1977) Destino, Barcelona.


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Miguel Delibes, un cazador que escribe

Mis amigas las truchas (1977) Destino, Barcelona.

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millonarios urbanos: "Antes que menosprecio de corte y alabanza de aldea, en mis libros hay mi rechazo de un progreso que envenena la corte e incita a abandonar la aldea " 4. Gonzalo Soberano desarrolla esta misma idea: "La solución que Miguel Delibes proponía en El Camino a la búsqueda problemática de la autenticidad no era otra que la naturaleza. No sólo aquello que habitualmente así se llama (la materia creada, los elementos), sino también el natural de cada hombre, lo natural de su primaria relación, la naturalidad en el ser, hacer y vivir de las criaturas. No se trata, por tanto, de alabar la aldea y menospreciar la corte: se trata de probar qué puede significar convivencia confiada, conformidad espontánea con el futuro que del pasado se desprende, amistad, familia, trabajo gustoso, artesanía, agricultura, complacencia en las labores y en los días, ingenuidad, sinceridad. A punto de ser desarraigado de sus centro propio, el protagonista de El camino opta por esa naturaleza, sintiendo él instintivamente (y sabiendo su autor con plena conciencia) que la ciudad, la civilización, sólo conseguirá enajenarle, despojarle de sí. " 5 El propio Delibes establecerá una ecuación que creo que resume bastante bien lo que trato de explicar en estas líneas sobre la relaciones entre la caza y la naturaleza y la importancia de ambos elementos en su obra: "móvil que acerca mis héroes a la naturaleza: desentrañar su misterio, vencer el instinto de ocultación de las bestias que la pueblan, cansarlas y atraparlas; esto es, cazar". Volviendo, pues, a la presencia de la caza en la obra de Miguel Delibes, agruparé sus escritos en tres conjuntos para referirme a las características que considero más importantes en cada uno de estos bloques:

a

• Reportajes, crónicas o ensayos cinegéticos • Novelas de caza • Cuentos de caza 11) Reportajes, crónicas o ensayos cinegéticos.

Se trata de un conjunto de obras en las que periodista y novelista se unen para contarnos algunas experiencias vividas, al hilo de las cuales Delibes nos irá transmitiendo su visión del mundo, haciendo especial hincapié en los aspectos ecológicos. Entre estas obras destacan: Las perdices del domingo (1981) Destino, Barcelona.

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5

SOS . Pág. 77. Prólogo al tomo II de Obras Completas. Pág. X.


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Jesús Felipe Martínez

• La caza de la perdiz roja • Con la escopeta al hombro • Las perdices del domingo • Aventuras, venturas y desventuras de un cazador de rabo • El libro de la caza menor • Prólogo a un libro sobre la caza de patos que no llegó a escribirse ... Sirviéndose de personajes reales y de técnicas narrativas diferentes, Delibes recrea una serie de anécdotas y lances curiosos que le han ocurrido en sus jornadas cinegéticas, a la par que abunda en consideraciones y OpinIOneS sobre la situación actual de la caza o sobre su futuro. En algunas obras -Las perdices del domingo, Aventuras, venturas y desventuras de un cazador de rabo- empleará la técnica de agenda o diario, mientras que en otras-La caza de la perdiz roja- utiliza el diálogo para transmitirnos sus experiencias. En esta última obra y en El libro de la caza menor nos presenta a un personaje, Juan Gualberto, el Barbas, que, aunque sea real, se convierte en un símbolo de lo que para Miguel Delibes es un auténtico cazador. Conocedor de los secretos del monte y de los animales, inasequible al desaliento por muy adversas que sean las condiciones del terreno o de la climatología, siempre dispuesto a compartir sus muchos conocimientos con los compañeros con la misma naturalidad con la que comparte su merienda, el Barbas simboliza a esos cazadores de antaño hoy también en peligro de extinción. Además, Juan Gualberto extiende su sabia socarronería sentenciosa a cualquier tema: los toros, el desarrollo económico, la situación de España en esa época e incluso el libro sobre la caza de Ortega y Gasset. Es curioso, pero en muchas de las páginas de los libros citados me parecía leer no las actuacione: v reflexiones de el Barbas sino leS ,...:le - nn ro ,. _. ro de excursiones d - - 0 '- . i '- .::> u ú llldUU Mariano Ruiz Cabrera, también castellano

OBRAS COMPLETAS

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Miguel Delibes El cazador Edición dirigida por Ramón García Domínguez


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El último coto (1992) Destino, Barcelona.

Miguel Delibes, un cazador que escribe

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y maestro de varias generaciones de alumnos pero también de cazadores, pescadores y amantes de la naturaleza. Porque tal vez uno de los mejores logros de Delibes en este conjunto de obras haya sido la recreación de situaciones y personajes que a los amantes de la naturaleza nos resultan tan familiares como entrañables. Aunque no es estrictamente un libro de caza, sí me parece interesante recomendar su lectura por cuanto no sólo demuestra el apego del auténtico cazador hacia los animales, sino que también muestra la importancia que los pájaros tienen en la obra de Delibes. El mismo escritor nos los subraya en la nota que precede al libro Tres pájaros de cuenta: "A MIS LECTORES. Habréis observado que los pájaros, bestezuelas por las que siento una especial predilección, se erigen a menudo en personajes de mis libros. Diario de un cazador está lleno de perdices, codornices, patos, tórtolas y palomas. Viejas historias de Castilla la Vieja, de avutardas, grajos y abejarucos. El gran duque es pieza esencial en El camino, como la picaza lo es de La hoja roja. Las águilas, los cernícalos y los camachuelos forman el entorno del pequeño Nini en Las ratas .. .Finalmente, en El disputado voto del señor Cayo y Los santos inocentes, intervienen tres pájaros que juegan papeles fundamentales: el cuco y las grajillas en la primera, y éstas y el cárabo en la segunda. De las tres me he servido para componer el libro que tenéis entre manos, no un libro de cuentos ni de historias inventadas, sino un libro de historias auténticas, vividas por mí y de las cuales son aquellos pájaros verdaderos protagonistas " 6 III) Novelas de caza Dejando al margen el relato satírico-burlesco El amor propio de ¡uanito Osuna, al que luego me referiré, Delibes nos ofrece en sus novelas 7 dos retratos muy logrados de quien utiliza la actividad cinegética como deporte o necesidad vital y de quien se sirve de ella como pretexto para satisfacer sus ansias destructivas o sádicas. Un o y otro están representados por Lorenzo y el señorito Iván . Obras Completas. Tomo ID, pág. 90l. Evidentemente Las ra tas también p uede considerarse una novela de caza, tanto p or la ac tividad a que se dedican el Nini y el tío Ratero, como p or el p ro tago~smo que adquiere la n a turaleza en la novela y, dentro de ella, los arumales cuyos secretos nos va transmitiendo el niño. Téngase en cuenta, además, que las ra tas no sólo sirven de alimento sino también de fuente de ingresos p ara los moradores de la cueva, con lo cual la activid ad aquí no es un deporte sino un oficio. Pero creo que es ta obra requería un análisis cuya extensión sobrepasaría las p retensiones de este artículo. 6

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Dos días de caza (1980) Primer y último. capítulo de El libro de la caza menor. Destino, Barcelona.


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Jesús Felipe Martínez

Comencemos por Lorenzo, el protagonista de la trilogía Diario de un cazador, Diario de un Emigrante y Diario de un jubilado. SOBRE LA TRILOGÍA PROTAGONIZADA POR LORENZO

Diario de un cazador (1955). se encuadra ya en lo que se considera "segunda época" del escritor, iniciada cuatro años antes con la publicación de El camino, y en la que el novelista tendería más a la síntesis poética frente al realismo analítico de la primera época, demostrando una pericia narrativa muy superior a la de sus primeras novelas: "Tanto La sombra del ciprés es alargada como el segundo de los libros escrito por Delibes (Aún es de día) apenas pasa de tentativas novelescas veteadas de aciertos parciales notables, pero esencialmente frustrados en su conjunto. " 8 También caracteriza a esta segunda época la sensación de autenticidad que nos deja la lectura de estas novelas. Las situaciones que viven los personajes, su lucha por realizarse plenamente corno personas tratando de escapar de la alineación consumista nos lleva a identificarnos con estos seres con los que, en muchas ocasiones, también se ha identificado el autor. Tal es el caso de los diarios. Corno ha repetido en diversas oca- · siones Miguel Delibes, el protagonista de la trilogía es un trasunto del novelista, si bien en Diario de un jubilado Lorenzo se despega totalmente del escritor no sólo en sus hábitos y formas de vida, sino en su manera de pensar. Diario de un cazador se plantea sobre esa dualidad vital a la que me refería anteriormente: la triste realidad cotidiaEugenio G. de Nora en Historia y crítica de la literatura española .Ed. Crítica. Pág. 401.

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Diario de un cazador (1955) . Premio Nacional de Literahlra. Deet-ino, Barcelona.

na y la aventura, es decir, la ruptura con el medio mediante las escapadas cinegéticas. Cuando se interne en el monte, Lorenzo ya no será el bedel, ni el acomodador de cine, ni siquiera el enamorado de Ana. Para él ya sólo existe una realidad: la conquista de la pieza. Una vez más, es el creador quien nos aclara cómo es su criatura: "Con Lorenzo, el cazador, creí descubrir un héroe distinto de los que proporciona la época, para quien la felicidad no radicaba ni en el dinero ni en el sexo". Este personaje, cuando no es cazador, un ser del común, es el que da coherencia a la novela. Desprovista de intriga y de misterio (en todo momento sabernos lo que está pasando y lo que

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Miguel Delibes, un cazador que escribe

La caza de la perdiz roja en España (1988) Antología de teXtos sobre la patirroja sacados de libros anteriores.

Un cazador que escribe (1994) Ediciones de la Universidad Fondo de Cultura Económica. Alcalá de Henares. Club Intemacional de Libro (1997).

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ocurrirá, incluso en el peculiar noviazgo con Anita), la novela es un conjunto de relatos agrupados, como la existencia del protagonista, en dos bloques: los correspondientes a la caza y los referidos a la actividad urbana y laboral del protagonista . Se nos presenta su vida regida pos las leyes del curso escolar y del curso cinegético que se suceden con la regularidad de las estaciones del año. El paso del expreso de Galicia servirá como elemento simbólico para fijar el tiempo y el espacio del protagonista. Lejos del arquetipo de la aventura, Lorenzo es un ser más complejo de lo que él mismo cree, y, a veces contradictorio: escueto en sus apreciaciones, pero a su vez, locuaz y dicharachero; tímido con Anita aunque decidido con los profesores del instituto; unas veces generoso con los compañeros de caza; otras, desconfiado; ora comedido en sus comportamiento ora engreído y chulesco . . Además, Lorenzo muestra ese espíritu competitivo propio de todo cazador y, en sus observaciones y comportamiento con Ana, altas dosis de machismo, suavizadas por gestos de ternura o reflexiones autocríticas. Junto a ello, este cazador que escribe mostrará, en descripciones y diálogos, un conocimiento apreciable del castellano, definiendo y calificando con justa precisión los accidentes del terreno, los parajes por lo que transita, su fauna y su flora, adornándolo con dichos y expresiones propias del habla de los cazadores. La individualización del personaje se completa con unos rasgos léxicos que le llevan a emplear con frecuencia el adverbio lealmente y a repetlr expresiones y palabras coloquiales o vulgares: se reía las muelas, cipote, chavea, gibar, petar ... Creo que, a veces, estas reiteraciones son excesivas y hacen enfadosa la lectura de ciertos párrafos. Diario de un emigrante (1958) sigue moviéndose también en la dualidad urbe-naturaleza, sólo que en este caso los escenarios corresponden a Chile, donde Lorenzo y Anita, ya marido y mujer, han emigrado. Al principio, Lorenzo desprecia cuanto ignora, desdeña todo lo chileno .con la soberbia del cazurro mese teño. Poco a poco irá sucumbiendo a la magia de la naturaleza, a los registros de esa nueva variante idiomática que emplean los chilenos. Es interesante observar cómo la evolución del personaje novelesco la va marcando la paulatina adopción de términos, giros y modismos chilenos, aunque se me antoja que a veces Delibes abusa un tanto ellos.


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Jesús Felipe Martínez

También introduce Delibes elementos que aporten algo de intriga al relato por cuanto, aunque las aventuras venatorias siguen actuando como contrapunto de la mediocridad urbana, son menos frecuentes que en la novela anterior. Además, en las contadas cacerías de Lorenzo, el paisaje andino, por lo que tiene de desconocido y de majestuoso, arrebata el protagonismo a la captura de unas piezas por lo demás torpes y confiadas como pingüinos. De ahí, pues, que el novelista adobe su obra con algunos ingredientes que susciten la curiosidad del lector: las peripecias del largo viaje hasta América, el acoso sexual de la tía al protagonista, los avatares del negocio que ocupa al antiguo bedel y luego ascensorista, su fracaso y el triunfo laboral de la mujer, el nacimiento de su hijo ... Diario de un jubilado (1995)

La novela que cierra la trilogía tiene poco en común con las anteriores, tanto en lo que se refiere al retrato del personaje central como a las peripecias argumentales. Una vez más será Miguel Delibes quien nos explique esta mudanza. En una entrevista realizada por Ramón Carda Rodríguez con motivo de la publicación de Diario de un jubilado, nos explica la peculiar relación que ha mantenido el novelista y su criatura: "Tú sabes que siempre quise hacer de Lorenzo un yo mismo, e incluso que fuese evolucionando conmigo, practicando los mismos deportes que yo practicaba a medida que cumplía años, siendo reflejo de mi manera de ver el mundo y la sociedad que me rodeaba. Porque he de reconocer que ha sido el personaje que he perfilado más parecido a mí, sobre todo en esa afición y ese amor por la caza y la naturaleza. Quizá menos en su achulamiento y su lenguaje desinhibido, pero incluso en esto tal vez había un deseo reprimido que yo echaba fuera a través del personaje. Por todo ello pensé que, después de Diario de un emigrante, iban a venir más "diarios", salpicados periódicamente. Pero no fue así: fueron surgiendo otras novelas y al bueno de Lorenzo lo dejé olvidado y arrinconado. Hasta ahora, casi cuarenta años después de su emigración a Chile. " 9 Y en la nota introductoria a los Diarios de Lorenzo n03 aclara cómo, a la manera unamuniana, el personaje se le fue de las manos, escapó al proyecto inicial: "De esta manera surgió el último diario de Lorenzo, a cuarenta años de distan-

Diario de un emigrante (1958)

Destino, Barcelona.

Miguel DeUbes Di rlo d IlIl jubil do

Diario de un jubilado (1995) 9

El quiosco de los helados, Destino. Pág. 575.

Destino, Barcelona.


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Miguel Delibes, un cazador que escribe

cia del primero, lo que me sirvió para anotar el cambio social que se estaba fraguando en España y la vena de hedonismo que se manifestaba en los españoles espoleados por el modesto semidesarrollo, que acaban por convertir al montaraz Lorenzo en un espécimen urbano ganado por el materialismo más soez, el sexo y el dinero. Así su protagonista y dos novelas optimistas -las únicas tal vez de mi producción, Diario de un cazador y Diario de un emigrante- derivaron, a pesar de mis buenos propósitos, hacia un amargo desenlace. El simpático personaje había escapado de mzs manos. " Efectivamente, en esta última entrega de la serie-asistimos a la degradación del personaje y, en mi opinión, a la del relato. Se podría decir que con Lorenzo se jubila toda una forma de vida y también de novelar sus ava tares. El otrora altivo e infatigable cazador se ha mudado en la triste comparsa de don Tadeo, un poetastro discapacitado, pederasta y bujarrón. El inquieto aventurero es un adicto a los concursos televisivos y a los culebrones, al bingo y a las tragaperras. El fiel amante de Anita, que rechaza los cant.os de sirena de su atractiva tía, se nos muestra ahora mudado en un viej o verde de sainete que paga los favores de un pendón que le acabará chantajeando. Lorenzo y Ana se han convertido en dos personajes planos que contrastan con la rotundidad humana del otro jubilado y su compañera protagonis tas de La hoja roja. Tampoco el entorno natural se libra de esta depauperación. El campo libre que tantas emociones ofrecía a nuestro héroe es ahora una miserabí~ parcela donde ni siquiera puede plantar lechugas ni edificar un caseto que no se ajuste a las normas impuestas. Han desaparecido el paraíso terrenal, el locus amoenus, el estímulo, el reto, la lucha contra lo desconocido y los elementos, la aventura en suma: "¿ quién es

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el tonto que se pega hoy una chupada .ladera

arriba para bajarse una perdiz de granja? ". Muchas veces se había referido Delibes a este poner puertas al campo como culmen de la destrucción de la naturaleza por un supuesto progreso l O y esa maldición también caerá sobre Lorenzo ll • Pero esta sujeción del personaje y de los avatares del relato a los presupuestos ideológicos del autor (o a sus intenciones didácticas) se realiza a costa de la verosimilitud y coherencia narrativas Y, claro, las peripecias argumentales de estos personajes tienen la sólida consistencia del más simple de los culebrones que tanto gustan a nuestros héroes. Véase, como ejemplo, la coherencia narrativa de esta maraña de avatares en los que se ve envuelto un protagonista antes tan agudo y ahora más simple que el asa de un cazo: durante un baile una desconocida le provoca sexualmente y le da su número de teléfono. Después de la relación ella le cobra sus favores, cosa que nuestro sesentón ve lo más normal del mundo. Como cae enfermo, teme que le haya contagiado el sida. Tras desengañarse, continúa pagando los servicios sexuales hasta que un día irrumpe un fotógrafo para inmortalizar la escena. Sin sospechar que la mucama es parte activa en el cotarro, el jubilado le paga las fotografías. Aunque, oh sorpresa, le siguen exigiendo más dinero por los clichés y, al final, los malvados caen en poder de la policía tras haqer roto el matrimonio de Anita y Lorenzo, que ni siquiera pueden disfrutar JO Delibes suele emplear una sabia paradoja para expresar su credo ecológico que resumo así: en lo que al medio natural se refiere, lo progresista es la conservación del mismo. JI "¿Es que puede aliarse el medio natural con una urbanización, quintaesencia de los errores de la so~ie,?ad mo~erna, obstinada en degradar el pai- . saje? (La catastrofe de Doñana, en SOS. El sentido de progreso desde mi obra. Ed. Destino. Pág. 136.


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Jesús Felipe Martínez

de su mayor aspiración existencial: asistir como sufridores al programa de 1, 2, 3. Creo que Miguel Delibes debió de ser consciente de que terceras partes sí pueden ser muy malas, y para que Diario de un jubilado no quedase como su última novela dedicó muchas energías a escribir su obra más extensa y ambiciosa, tanto por el número de personajes, como por el intento de recreación de una época y una historia que simboliza el fanatismo y los enfrentamientos fratricidas entre los españoles: El hereje.

Los humillados y ofendidos de la vida campesina, por el gran escritor de la Castilla actual.

SOBRE LOS SANTOS INOCENTES (1981)

Mis anteriores apreciaciones sobre El hereje en absoluto significan que la considere la obra más meritoria de Miguel Delibes. Antes bien, creo que lo es Los santos inocentes, una de las novelas españolas contemporáneas que resistirá la guadaña con la que el tiempo siega tantas buenas intenciones. En esta obra Delibes emplea mimbres parecidos a los que ya había utilizado en relatos anteriores (personajes marcadamente humanos, concisión impresionante de las partes descriptivas, pureza del léxico alusivo al paisaje y a las labores campesinas, a los animales y la caza, naturaleza pintoresca de los diálogos ... ) pero los trenza con una sabiduría y un cariño que, a la vista del resultado, parecen otros. La novela se construye, aparentemente, combinando las normas clásicas de planteamiento, nudo y desenlace, con esa dualidad tan grata al escritor vallisoletano -naturaleza-civilización- que se podría resumir en esta consideración hecha a propósito de un desastre ecológico en el más emblemático de nuestros parques naturales: "Doñana es una muestra de lo que podía sér el mundo sin el hom-

bre, mejor dicho, sin que el hombre imperase en él." Pero, en la obra de la que me ocupo, la lucha no se plantea entre el hombre y el medio, sino entre dos hombres, símbolos de dos formas de vida y de dos morales antagónicas. Otra vez las peripecias argumentales están en virtud de los personajes, es decir el conflicto dramático se origina, como en muchas de las tragedias clásicas, a partir de las pulsiones de los villanos. El drama de Fuenteovejuna ha sido creado por el Comendador, los celos criminales de Otelo por Yago y la destrucción del amor y de sí mismo por don Juan. De ahí que, erigido en narrador omnisciente, Delibes realice la presentación de los personajes en los cuatro primero libros y deje los dos últimos capítulos para el desarrollo de la acción y el desenlace.

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Miguel Delibes, un cazador que escribe

Estos personajes cuya trayectoria sólo puede, como en el western, resolverse en un duelo final, representan las virtudes primitivas de un ser de inteligencia aparentemente limitada, Azarías, frente a un déspota urbano, el señorito Iván. Y lo que podría ser elemento de convergencia entre ambos, su pasión por el medio na tural, no sólo los separa sino que se convierte en una manzana de la discordia que uno puede disfrutar con la expresa condición de que el otro no exista. Azarías se encuadra en esa nómina de personajes ligados a la tierra y que conservan las virtudes primitivas sin contaminación consumista de los que Delibes nos ha dejado tantos ejemplos en sus obras. Sólo que aquí el retrato se realiza con cuatro trazos definitivos de su humanidad. Las ansias afectivas y de comunicación que únicamente puede satisfacer con el búho, la grajilla o la muda Niña Chica; la monserga milana bonita que el infeliz repite continuamente bien aplicándola a un búho bien a una grajilla; sus enigmáticas correrías con el cárabo 12; sus raptos de dicha al contemplar cómo los animales corresponden a sus muestras de cariño, su interés porque la miserable Niña Chica participe de su alegría son rasgos indelebles de la ternura de este ser que le elevan a la categoría de persona muy por encima de los demás. El antagonista de Azarías -y de Lorenzo, y de el Barbas y de Delibes- es el señorito Iván. Creo que éste es uno de las personajes más cruelmente trazados por el novelista. Y en ello, además de los obvias exigencias de las leyes del relato, El cárabo es lilla de las aves relacionadas legendariamente con el diablo. Tal vez eso explique este rito de alejamiento para que no cause males a los habitantes del cortijo. Por más que la auténtica encarnación del maligno sea ese terrible Iván. 12

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influye otro aspecto: cualquier cazador se ha topado con personajes de esta índole que degradan una actividad qué el considera casi sagrada. Achulapados, egoístas, soberbios, derrochadores del caudal y de los sentimientos ajenos, asesinos de cualquier animal que se ponga delante de su punto de mira, son la antítesis del bedel que tenía que recargar sus cartuchos mirando al céntimo y que paladeaba la brisa de la mañana sobre el tomillo y el espliego. Para completar la caricatura odiosa, el escopetero o pirotécnico no mueve un músculo para buscar las piezas o cobrarlas. De ponérselas a tiro se encargan los ojeadores y de recogerlas esa mezcla de hombre y can que es Paco el Bajo. En torno a estos dos personajes se agrupan los demás para formar dos facciones antagónicas: los urbanos, acaudalados y explotadores frente a los rurales, pobres y explotados (Los Santos Inocentes) .•Para la solución del conflicto dramático Delibes no recurre a la revolución colectiva sino a la rebelión individual, a una suerte de duelo entre los representantes de los dos bandos, duelo de resonancias épicas y, sobre todo, de western cinema tográfico (obsérvese la escena final del ahorcado). Azarías no es Guillermo Tell ni Espartaco ni cualquier otro líder al frente de la revolución, porque no hay ninguna revolución. El tirano ha cortado gratuitamente los hilos que dan sentido a la vida de un inocente y éste aplica a Herodes la única justicia que conoce: el primitivo código del Talión. Intersección o puente entre los dos bandos del cortijo y, por lo tanto, catalizador que precipita, involuntariamente, el drama es Paco el Bajo. Aunque pertenece al mundo de los humillados y ofendidos, su degradación personal le ha convertido en un gozque del amo. Desprovisto de toda condición humana,


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Paco es solo un perro que ventea las piezas y las cobra para el amo. Tal vez el apodo se refiera, además de a su estatura, a lo bajo que ha caído arrastrándose como un gusano a los pies del señorito 13 • Excepción hecha del caso de la casi vegetal Niña Chica, otros dos hijos de este rastrero personaje parecen, sin embargo, anunciar una cierta esperanza en que las cosas vayan a cambiar en el futuro en el cortijo y en España l4 • Tan pobres y necesitados como su padre, ambos manifiestan ese viejo orgullo castellano del que su progenitor carece. Quirce se muestra distante y seco ante el tirano y desdeña, con gran asombro de éste, sus limosnas. Nieves pone mal gesto a los requiebros con los que el boquirrubio le anuncia sus intenciones en cuanto crezca un poco. Y poca duda cabe a Nieves de que ella no tiene para el déspota más valor que cualquiera de las otras piezas que abate porque ha visto cómo actúa con doña Purita, no solo no ocultándose del marido para ponerle los cuernos, sino restregándole después este hecho en su propia cara para dejarle claro que su poder no tiene límites: "la Purita te quiere, ya lo sabes, y además, rió, tu frente está lisa como la palma de la mano, puedes dormir tranquilo, y tornó a reír. " 15. Es evidente, pues, que este señorito Iván, vanidoso, cínico, despótico y sádico, representa la barbarie bajo unos afeites de civilización que se derriten al calor

13 Indudables son las resonancias sarcásticas en el nombre que el novelista da a doña Purita, modelo de frivolidad y esposa de don Pedro, el Périto, con la que el señorito Iván ejerce sus derechos de pernada cuando se le antoja. 14 La novela está situada en la época del concilio Vaticano·lI, es decir hacia 1973,74. Dada la edad de Franco y el aumento de la conflictividad social en España no parecía posible, como así fue, que la dictadura se mantuviera mucho más allá de una década. 15 Pago161.

de cualquier emoción, especialmente de la pasión cinegética. Iván no es un cazador, sino un depredador que ha encontrado en la caza un ' medio con el que desarrollar sus instintos de destrucción que ahora los señores feudales no pueden dedicar a la guerra, a la devastación de las ciudades y a la tortura y violación de los habitantes. Si para Lorenzo la caza es una actividad apasionante que da sentido auna vida vacía, un reto primitivo entre la pieza libre y el hombre libre, para el señorito Iván es un pretexto para ejercitar su prepotencia, el poder absoluto que le corresponde en su finca particular. Lo mismo hace el dictador Franco en esa otra finca mayor que es España. También supuesto cazador, el caudillo mata cientos de piezas que van colando delante de su escop~ta los cientos de Paco el Bajo que le lamen las botas. Y las mata con el mismo placer con que manda al paredón a millares de ciudadanos con cuatros trazos de esa pluma que maneja con la misma soltura con la que encara la escopeta. Tal vez porque se me revolvían las tripas cada vez que escuchaba en los Nodos los pormenores de las carnicerías de ese asesino a quien, como a mi buen padre, llamaban cazador, cuando leí Los Santos Inocentes no tuve ninguna duda de que el señorito Iván no era sino un trasunto de Francisco Franco. Frente a él Azarías representa el amor en su sentido primitivo, franciscano. Ama a la grajilla y a la Niña Chica porque son tan desvalidos y despreciados como él. Aunque parezca paradójico, es la civilización frente a la barbarie, con unas connotaciones más cercanas a Dostoievski que a Marx, siempre dentro de la peculiar interpretación cristiana de Delibes: "La situación de sumisión e injusticia que el libro plantea, propia de los años sesenta, y la subsiguiente rebelión del inocente han inducido a algunos a atribuir a la

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novela una motivación política, cosa que no es cierta. No hay política en este libro. Sucede, simplemente, que este problema de vasallaje y entrega resignada de los humildes subleva tanto - por no decir más- a una conciencia cristiana como a un militante marxista. Afortunadamente, creo, estas reminiscencias feudales van poco a poco quedando atrás en nuestra historia. " IV) Relatos breves Pocos son los cuentos de Delibes que tienen corno terna la caza. De hecho, además de una referencia a la actividad cinegética del padre del narrador-protagonista en El pez 16, solo dos de sus relatos breves tienen corno terna central la actividad venatoria. La perra

Miguel Delibes dedica este relato al compañero inseparable del verdadero cazador: el perro, mucho más importante que el arma, pues sin este animal poco o nada podría hacer quien se lanza al monte, si no es cazar palomas, tórtolas o patos. Suele afirmarse, con razón, que las perdices las cansan las piernas del cazador y las matan y cobran los vientos del perro, y este dicho se extiende a conejos y liebres, por no hablar de las codornices imposibles de ver o cobrar sin el concurso de un animal adecuado. Entre cazador y perro, además de una comunidad de intereses, hay unos lazos afectivos difícilmente explicables para quien no haya vivido estas expe-

16 Este relato tiene también interés por presentarnos el retrato de un personaje que, sin los rasgos extremos de crueldad, recuerda al señorito Iván, especialmente en la forma de tratar a un secretario que, con su olfa to de perro para cobrar las piezas abatidas por el señor, es un evidente trasunto de Paco el Bajo.

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riencias. Con frecuencia esta relación de camaradería deviene casi en una actitud paternal: el hombre se enorgullece de las habilidades de su animal corno lo podría hacer de las calificaciones del hijo. Para el cazador, ningún otro animal tiene los vientos que el suyo, ni cobra esa perdiz alicortada bajo un zarzón que daba miedo o ese azulón en mitad del río casi helado, ni hace esas muestras, ni es capaz de sujetarse hasta que suena la voz de mando del amo, ni mueve a los conejos corno el suyo ... El cazador, en definitiva, proyecta en el animal su espíritu competitivo y sus propias dotes por lo que, cuando el can comienza a dar muestras de flaqueza por los años, el desencanto y la amargura invaden al amo que, con frecuencia, ve en la decadencia de su compañero de fa tigas un anuncio de la suya. Antonio Martínez Menchén ha plasmado en un relato l7 este doble camino hacia la muerte del cazador y de su can, enfrentados a la soledad y a la ruina de sus facultades cinegéticas. La muerte del animal sólo será un anticipo de la del amo muchos de cuyos rasgos corresponden a los de nuestro padre. En el cuento de Miguel Delibes, también podernos hallar estos elementos compartidos por cualquier cazador a rabo y expresados con la escueta maestría del novelista vallisoletano. Por más que se obstine en negar las evidencias que le va indicando su compañero, la perra está vieja, casi inútil para la caza y, con ello, para la vida. Por eso, cuando la liebre salte entre las piernas del cazador sin que la perra haya reparado en su existencia, cuando, además, se interponga entre él y la pieza contraviniendo las leyes de la caza y el instinto, el cazador sabe que ha llega17 Antonio Martínez Menchén, El último cartucho. En Del seto de Oriente y otros relatos. Ed. Edelvives.


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do el fin de su fiel compañera no sólo de cacerías sino también de cuarto y soledades. A ella debe ese epitafio que ahora pronuncia ante ese colega tan responsable del trágico desenlace como el desmedido orgullo del cazador. El mismo orgullo que ahora le mueve a ir trocando las carencias del animal por el panegírico de las virtudes venatorias que, para él, ha seguido conservando a pesar de las apariencias.

Nos encontramos aquí con un tercer tipo de individuo apasionado por la caza, cercano al señorito Iván pero sin llegar a déspota, a sádico. El narrador es un irúeliz que vuelca sus frustraciones - y con ellas su agresividad- en la caza. El objeto de su obsesión paranoica, Juanito Osuna, también es un noble obsesionado por la caza, aunque no parece un tirano hijo de puta como el antagonista de Los Santos Inocentes. Dicho con otras palabras, Miguel Delibes escribe un relato irónico, se burla de esta pugna absurda entre un chisgarabís y un pisaverde, antagonistas cinegéticos, pero no construye una tragedia sino una comedia bufa. En su largo parlamento 18, el orador traza un retrato bastante ajustado del cazador-señorito-botarate que, desprovisto de la sencillez del lugareño, tampoco es el saco de maldades del señor de horca y cuchillo, es, sencillamente tan gilipollas como su parlanchín contrincante con independencia del número de perdices abatidas.

Es evidente que el orador (y su otro yo) son un ejemplo de la competitividad casi enfermiza de muchos cazadores, de lo que él llama "amor propio" . A la par nos muestra rasgos por desgracia comunes en algunos de quienes practican esta actividad como son tendencias violentas y actitudes machistas. Obsérvese, por ejemplo, el papel de comparsa o claque de su discurso que otorga a su esposa el orador. Junto a ello, hallamos la camaradería, la generosidad y el esfuerzo que, aunque vengan exigidos por la soberbia de unos individuos que tienen un altísimo concepto de sí mism os, no dejan de ser elementos rela tivamente positivos que he p odido confirmar en algunos de los pocos ju anitos osunas que he tratado. Además, la técnica del discurso permite a Delibes desarrollar algo en lo que se muestra especialmente hábil: la fiel reproducción del registro coloquial con toda la riqueza léxica y de matices significativos. Si por las características de sus personajes que representan al castellano rural había de mostramos seres taciturnos o, como muchos, de pocas y sentenciosas palabras, ahora la esquizofrenia de este escopetero berrendo en payaso puede reflejarse en una verbosidad incontenida que le permita reflejar la psicología del individuo, sus obsesiones en forma de repeticiones, a la par que las posibilidades expresivas del castellano. Estos y muchos más elementos podrá encontrar el lector de este relato:

18 En realidad, se trata de lffi diálogo, si bien al lec tor únicamente le llega la voz d el pro tagoni~­ tao Aunque, a diferencia de Cinco horas con Mano

los narra tarios están vivos e incluso intervienen en la conversación, sus palabras podemos imaginadas pero no oírlas.

El amor propio de ]uanito Osuna.

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El amor propio de Juanito Osuna Eso sí, ¡uanito Osuna es amigo de sus amigos; créame, es un tipo estupendo. Le contaría de él y no acabaría. ¡uanito Osuna se entera en París de que uno está en un aprieto en Madrid y se coge el primer avión. Eso,fijo. Nada le digo en lo tocante a dinero. Ya de chico era igual. Mi amistad con ¡uanito Osuna viene desde que éramos así. Es un caso de voluntad este muchacho. ¿ Qué? Sí, ahora andará por los cincuenta y uno. Es un tipo estupendo, ¡uanito. Y habrá usted notado que es fuerte. De muchacho ya era así. De un mamporro tumbaba al más guapo. ¡Qué - manos! Son como mazas. Lo habrá usted advertido. En el Colegio, el profesor de gimnasia se sentía disminuido. Ejercicio que proponía, ¡uanito Osuna lo mejoraba. ¡Había que verle en las salidas de paralelas! Ahora ha engordado un poco, pero sigue fuerte el condenado. Se habrá usted fijado en las manos. Dan miedo. Eso sí, nunca las empleó con ventaja. ¡uanito tiene un exacto sentido de la justicia. Pero por encima de todo, incluso de la justicia, pone ¡uanito Osuna la amistad. ¡uanito Osuna se entera en París de que está usted en un aprieto en Madrid y se agarra, sin más, el primer avión. Yo con ¡uanito Osuna, qué le vaya decir, una amistad fraternal. Anduvimos juntos desde que nacimos. ¡uanito Osuna es hijo de uno de los más grandes terratenientes extremeños, don Donato Osuna. Ella era hija de la Marquesa de Encina; un Osuna con una CastroBembibre; dos fortunas. Ella era una mujer original, pero estaba completamente loca; le daba miedo dormirse; era capaz de traer en jaque a toda la casa con tal de no acostarse. Así ha salido ¡uanito. ¡uanito Osuna lo que quiera de generosidad y corrección, pero está completamente loco. Es una pena que no se quede usted más tiempo; le conocería bien. Esto de hoy no ha sido más que una muestra. Pero ¡uanito las gasta así. Cuando la guerra lo pasó mal. Salvó la piel gracias al hijo de un

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criado a quien don Donato Osuna hizo operar por su cuenta en la mejor clínica de Madrid. Créame, los Osuna nunca miraron el dinero. Si usted saca una conversación en que se roce el dinero delante de ¡uanito Osuna, le dirá que es una ordinariez. Pero en la guerra lo pasó mal. Tuvo mala suerte, le requisaron los dos coches y él anduvo movilizado. Mal. Pasó muchas privaciones. ¿Eh? Sí, creo que en Sanidad, pero de soldado raso, no se vaya usted a pensar. Imagínese a un Osuna con el caqui, un despropósito. Lo pasó mal; verdaderamente mal. Pero él es fuerte. Ya ve, a los cincuenta y uno continúa haciendo gimnasia sueca todas las mañanas. ¡uanito Osuna es un caso de voluntad. Y es fuerte. ¿Ha reparado usted en sus manos? La escopeta entre ellas parece una estilográfica. Y tira bien, el condenado. No vaya negar la evidencia. En Mérida yo le he visto, no es que hable por hablar, que lo he visto yo, hacer treinta pichones sin cero a treinta metros. No creo que esta marca la mejore Teba siquiera. Claro que un día es un día. Yo, en una ocasión, sin homologación, hice treinta y dos. Esto no quiere decir nada. ¡uanito Osuna es un gran tirador, pero el amor propio le perjudica. Desde luego, ¡uanito es un tipo estupendo, pero está completamente loco. El mes pasado asistió a veintidós cacerías, algunas distanciadas entre sí más de doscientos kilómetros. ¿Cómo? Sí, naturalmente, un Mercedes de aquí hasta allá. El Mercedes anda mucho. Pero de todos modos veintidós batidas en treinta días es un disparate. Fallan los nervios, se altera el pulso ... Siento que no se quede usted más tiempo, le conocería bien. Por otro lado, es como un muchacho. De que ve venir la barra de perdices, antes de matar la primera, se pone temblón como un novato. En el tiro le pasa igual. Luego coge el tranquillo y un pájaro detrás de otro ... Tira bien, desde luego. Ahora, eso de que sea la primera escopeta de la provincia ... Pero, además, lo que yo digo, esto de tirar mejor o peor, no tiene importancia. Lo importante, creo yo, es salir al campo .


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y tomar el aire. Bueno, pues a Juanito Osuna no le vaya usted con ésas. Ya le vio hoy. Y le anticipo que Juanito es un amigo como no habrá otro. A Juanito Osuna le dicen en París que usted anda en un aprieto en Madrid y se agarra el primer avión aunque tenga que maniatar a la azafata. Es un gran muchacho. Ahora, el amor propio le ciega. Ya le vio usted hoy. No quiere enterarse de que a mí el matar o no matar me trae sin cuidado. Bueno, pues habrá que oírle ahora en el Club. Julia, le digo a este señor que habrá que oír a Juanito Osuna ahora en el Club. No quiera usted saber. Ya le oyó en el bar. «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» ¿ Le oía usted? BL¡eno. Bien. Otra vez será al revés. Y con más frecuencia de lo que él quisiera: lo de hoy no es normal. Y no es que yo presuma de tirador, la verdad. Ahora, modestia aparte, yo, en batida, mato todo lo que entre para matarse. Pero no hago de esto una cuestión de amor propio. Yebes me elogió una vez en el ABe. Bueno, no me han salido plumas por ello. A propósito del artículo de Yebes, tenía usted que haber visto a Juanito Osuna cuando se lo dieron a leer en una batida al día siguiente. Ji, ji, ji. Se puso loco. No había quien le contuviera. Yo no lo tomaba en serio. A mí, el matar o no matar, me trae sin cuidado, ya me conoce usted. Pero empezaron todos con el pitorreo y él acabó por decirme que cada uno teníamos una escopeta en la mano y cuando quisiera. Ji, ji, ji. ¡ Buen muchacho Juanito! .Lástima que esté completamente loco. Usted le ha visto esta tarde. Julia, este señor te puede decir el plan de Juanito esta tarde: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A voces por las calles. Y voy y le digo: «Estos días traerán otros», y él, entonces, que el día que yo le echaba mano era por una perdiz o dos, mientras que él hoy me había más que doblado la cifra. Ya ves, como si esto para mí fuera una cuestión vital. ¡Con su pan se lo coma! A mí, la verdad, no me da frío ni calor, pero me fastidia que se ponga en ese plan delante de los batidores y toda la

ralea. Para qué vaya darle más vueltas, Julia, como el día de las pitorras. ¿ Te acuerdas del día de las pitorras en la sierra? Pues el mismo plan. Ahora, no se vaya usted'a pensar que yo no estime a Juanito Osuna. No hay en Extremadura un tipo mejor que él. ¿Eh? ¿Cómo? Sí, creo que ocho. ¿Son ocho o nueve, Julia? Ocho, ocho tiene, tres varones y cinco muchachas. Eso. Y con los chicos no quiera usted saber. A usted, ¿qué le decía? ¿ Qué le decía, eh? Que los picadillos con los muchachos eran fingidos, ¿verdad? Eso dice a todo el que llega. Julia, ¿oyes? Que los picadillos con los muchachos son de mentirijillas. Mire, yo he visto a Juanito Osuna, y de esto no hará más de dos temporadas, ponerse temblón porque Jorgito le sacó dos piezas en la primera batida. ¿Qué le parece? Jorgito es el mayor de la serie. Es un buen rapaz, pero está completamente loco. Ahora anda metido en un estudio sobre la justicia o la injusticia del latifundio. Ya ve usted qué le irá a él que el latifundio sea justo o no lo sea. Es un tímido, eso le pasa. Eso sí, orgullo y amor propio como su padre; si va a cazar es para ser el primero. Y usted ha visto cómo han rodado hoy las cosas. Yo no creo que sea inmodesto si digo que he matado todo lo que podía matarse. ¿Podría decir Juanito Osuna lo mismo? La primera batida todavía. Ahí la perdiz, usted lo vio, entró repartida. Tiramos todos. Bueno, pues Juanito se apuntó 'diez y yo nueve. Luego, ya lo vio usted. De punta, volviendo el cerro, y cargando aire. Es un puesto de castigo, ése. Si no disparo la escopeta, ¿cómo vaya matar? Eso no es posible. Pero no le vaya usted con razones a Juanito Osuna. Usted le oyó esta tarde como un energúmeno: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A estas horas toda la ciudad andará en lenguas. ¡ Y todavía pretendía que fuera con él al Club! Tú sabes, Julia, lo que es Juanito en el Club el día que cobra más que yo. Oye, Julia, por favor, dile a este señor cómo se puso Juanito el día de las pitorras. Créame, el día que mata se pone ina-

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guantable. Y es el cochino amor propio. Porque a mí, si acepto una batida, es por tomar el aire y aguantar en forma. Matar o no matar es secundario. Si se mata, bien. Si no se mata, también. Pero él... Habrá que oírle ahora. Me juego la cabeza a que toda la ciudad está enterada a estas horas de que me ha doblado los pájaros. ¡Figúrese qué tontería! Cincuenta y un años y es como un muchacho. Y en la tercera batida ya lo vio usted. La del canchal, quiero decir. Bueno. Empecemos porque un cancho pelado no es un puesto envidiable. O asomas y te ven o no asomas y no la ves. Así y todo, usted lo presenció, derribé cinco. Pero perdices redondas como hay que matarlas. Bueno, salgo con Carmelo y no tropezamos más que tres. Las otras dos habían volado. Lo que pasa es que los secretarios de Pepe Vega, ya le ha conocido usted, el otorrinolaringólogo, andaban más despabilados. La caza es así. Este Pepe Vega es un médico estupendo, pero como cazador es un chambón. No creo que en ninguna batida haya hecho más de diez. Y hoy va y me saca siete pájaros. ¿ Vamos a decir por eso que Pepito Vega las sujeta mejor que yo? Le digo a este señor de Pepito, Julia. Pepito Vega es un buen muchacho, pero está completamente loco. Si no tuviera usted tanta prisa le conocería a fondo. Y le advierto que Pepito Vega, donde le ve usted con esa apariencia de truhán, es de una de las mejores familias de por aquí. Veguita, padre, tenía título. ¿ Qué título tenía el padre de Pepito, Julia? No recuerdo ahora. Lo cierto es que este chico ha derrochado en whisky tres dehesas de más de tres mil fanegas cada una; bueno, pues Pepito Vega tiene ese récord. Y hablando de whisky, Juanito Osuna tampoco se queda atrás. Es una esponja. Tuanito bebe como un cosaco. Eso sí, jamás le he visto dar un traspiés. Juanito Osuna tiene una naturaleza envidiable. Es fuerte como un toro .. ¿Ha reparado usted en sus manos? Son como palas; pero tenga por seguro que nunca las empleó con ventaja. ¡Habrá que verle ahora pavoneándo-

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se en el Club! Usted le oyó esta tarde, en el bar: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» Yo no es que vaya a discutirle que tire bien. Discutir eso sería tonto. Ahora, cuando Yebes dijo lo que dijo en ABC tendría algún fundamento, creo yo. Yebes conoce el paño y nunca habla a humo de pajas. Y Yebes estuvo precisamente en la batida de Granadilla, con Teba y toda la pesca. Aquel día las cosas rodaron bien y quedé a dos pájaros de Teba. Usted ha visto tirar a Teba, supongo. Julia, este señor no vio tirar nunca a Teba. Es un espectáculo, créame. A uno le entra la barra y se pone temblón. Teba, no. Teba sujeta dos pájaros por delante y dos por detrás, como mínimo. Si le dijera que hay quien asiste a una batida con Teba y no tira sólo por el placer de verle tirar a él. Bueno, pues Yebes asistió a la batida de Granadilla y me sacó en el ABe. A Juanito Osuna le mostraron el recorte en la cacería siguiente y le llevaban los demonios. Cómo andarían las cosas, que terminó diciéndome que cada uno teníamos una escopeta en la mano y cuando quisiera. Ji, ji, ji. Juanito es un gran muchacho, pero está completamente loco. ¿No es cierto, Julia, que Juanito Osuna está completamente loco? Ya le vio usted hoy. A voces por las calles. En cambio, cuando yo quedo por delante, se amurria como si tuviera encima una desgracia. ¿ Eh, cómo dice? ¿Cazando? Toda la vida. Juanito Osuna no hizo otra cosa en su vida que pegar tiros. En la guerra lo pasó mal. Le requisaron los dos coches y le movilizaron. ¿Cómo? Julia, ¿fue en Sanidad o en Intendencia donde anduvo Juanito durante la guerra? Bueno, es igual. El caso es que lo movilizaron. Pasó una mala temporada. Pero fuera de eso no ha hecho otra cosa que pegar tiros. Ahora que recuerdo, Juanito tenía un tío general. Un tipo pintoresco. No era mala persona, pero estaba completamente loco. Anduvo por la parte de Don Benito. Contaban que dormía con las condecoracioneS prendidas en la colcha. Un tipo divertido ... Sí, era un tipo divertido el general aquel.


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Yo no sé qué fue de él. Seguramente murió. No me acuerdo ni de su nombre. A Juanito le ayudó mucho aquella temporada. Todos, en realidad, han ayudado siempre a Juanito. Puede decirse que es un muchacho mal criado. Todo el mundo, desde chico, a reírle las gracias. De ahí, seguramente, su amor propio. Usted le vio esta tarde. Era como para matarle o dejarle. j Y aún tenía la pretensión, el botarate, de que fuésemos con él al Club! Es una pena que usted no se quede más tiempo. Llegaría a conocerle. j Si le pudiéramos ver ahora por una rendija! ¿Eh, Julia? Digo que si pudiéramos ver a Juanito Osuna por una rendija ahora, en el Club. Estará imposible. Se habrá sacudido media docena de whiskys y sus cuarenta y siete perdices se las habrá refrotado cuarenta y siete veces por la nariz a la concurrencia. Y lo malo es que, detrás, irán las veintitrés mías. Sus cuarenta y siete pájaros sin los veintitrés míos no tienen ningún valor para él. Habrá que oírle. Y usted ha sido testigo. A mí, si me quitan la primera batida, la cuarta y la sexta, prácticamente no he disparado la escopeta. He matado lo matable; lo que entraba para matarse. Nada más. Y, además, lo he matado como había que matarlo. ¿Reparó usted en la segunda batida aquellas tres que le cayeron a Juanito alicortas? Eso no es matar. Matar es hacer una bola con la perdiz. Perdiz que no suelta plumas en el aire no es perdiz matada. La perdiz alicorta se ha encontrado un perdigón. Eso es todo. Pero eso no es matar. Bueno, pues me juego la cabeza a que a Juanito le han cobrado hoy sus secretarios más de una docena de piezas alicortas. ¿ Qué te parece, Julia? Más de una docena, alicortas. Así. Si se las restas le quedan treinta y cinco. Añade a las veintitrés mías las dos del tercer ojeo, el del canchal, usted las recuerda, más las siete u ocho que entre Pepito Vega y Floro Gilsanz me han quitado a izquierda y derecha y las tres perdidas en las dos últimas batidas y me salen treinta y seis, una más que Juanito Osuna. Esta es la realidad. Usted es testigo. Parto de

la base de que a mí matar más o menos no me importa. Yo salgo al campo a respirar. Pero lo que es de justicia es de justicia y usted lo ha visto. Es una lástima que no se quede más tiempo. Si se quedara podría asistir a la revancha. Ya me gustaría que viera usted a Juanito Osuna en un día de vacas flacas. Se encoge como un perro apaleado. Entonces es la mala súerte, o que no ha tirado, o que la batida estaba mal organizada. Él siempre encuentra disculpas. ¿Eh, Julia? Le digo de Juanito que cuando no mata, siempre hay una razón. No se me olvidará nunca el día de las tórtolas en el Cornadillo. Ji, ji, ji. Y ese día no podrá decir. Tiramos el mismo número de cartuchos. Bueno, pues cincuenta por treinta y seis. Ahí no hay vuelta de hoja. Y es que la caza es' así. Que él mate hoy más que yo no quiere decir nada. Ya ve, Yebes en Granadilla nos vio a él y a mí. Bueno, pues en el ABC sólo me mentó a mí. Y no es que yo vaya a pensar que soy por eso mejor tirador que él. No. La caza es eso. Y hoy yo y mañana tú. Prácticamente, yo no he tirado hoy en tres batidas. De punta y cargando aire, no se puede pensar en matar. Usted lo ha visto, y si le pone un promedio de ocho perdices por batida, pues ya estoy a su altura. Y no hay más. O me quita usted de al lado a Pepito Vega y Floro Gilsanz, que se apuntaban las . mías, y son una pila de perdices más. Florito Gilsanz ya sabe usted quién es, ese grueso de las alpargatas. Bueno, pues este muchacho no pega ordinariamente un baúl y hoy, ya lo ha visto usted, veinte perdices: Ca~i las mías. El bueno de Florito ... Es pena que usted tenga que marchar mañana. De Florito Gilsanz . podríamos hablar toda una noche. Es un tipo. Tiene una dehesa, El Chorlito, de la parte de la Sierra, que es la más bonita de Extremadura. Me gustaría que asistiera usted a esa batida. Alfonso XIII corrió los jabalíes una vez, allí, de noche. Eran unas cazatas aquellas como para romperse la crisma. Pero le decía de Florito ... Florito Gilsanz, metido en juerga, es lo más salado que usted

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puede imaginar. Oye, Julia, Florito, digo. Para que usted se dé cuenta, Florito, una vez caldeado, rompe los frascos del whisky y se pasea descalzo sobre los cascotes como si tal cosa. Es como un faquir. Ni sangra, ni se araña, ni nada. Este muchacho podría muy. bien ganarse la vida en el circo. Un buen tipo, Florito. Lástima que esté completamente loco. Es de los que andan siempre con las pastillas yeso. El bueno de Florito Gilsanz. Bueno, ya no sé adonde fbamos a parar. ¿ Qué es lo que yo iba a decir, Julia? ¡Ah! Bueno, eso, Florito Gilsanz es un excelente muchacho, como le digo, pero de caza, cero. El va al campo a comer y a beber y a reír· un rato con los amigos. Lo demás le importa un rábano. Bueno, pues hoy" usted lo vio, veinte perdices. Más o menos, las mías. ¿ Qué quiere decir eso? Sencillamente que Florito tuvo el santo de cara y yo le tuve de espaldas. Pero váyale usted a Juanito Osuna con estas historias. «¡Cuarenta y siete perdices contra veintitrés, Paquito!» Usted le oyó. Como un energúmeno. Oye, Julia, que no es que lo diga yo, pero me gustaría que hubieras visto a Juanito, como un loco, a veces, por las calles. Eso mismo, su histeria, le demuestra a usted que no está acostumbrado a esta ventaja. Lo que siento es que se marche usted sin ver la otra cara de la luna. Me gustaría que viese a Juanito Osuna en barrena. Pero, por otra parte, este pique no conduce a nada. A mí me trae sin cuidado una perdiz más o una perdiz menos, ya lo sabe usted. Pero él... Julia, ¿cómo es Juanito para esto de la caza? ¡ Díselo, anda! Y figúrese usted si hay cosas importantes en la vida. Bueno, pues no; para Juanito Osuna, la caza lo primero. Y todo el día de Dios incordiando y liando. La de hoy ha sido buena, pero me gustaría que le hubiera visto el día de las pitorras, en la Sierra.

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¡ Dios del cielo! Y no se piense usted que con hoy se acabe. Hasta la próxima batida tendremos murga. ¡ Y no quiero decirle si en la próxima tengo la suerte de hoy y Tuanito vuelve a quedar por delante! Espero que Dios no lo permita. Julia, le digo a este señor que qué sería de mí si en la próxima batida vuelvo a tener el santo de espaldas. Eso sería horrible. ¿Miraba usted a la niña? Sí, a la que pone la mesa, digo. Le parece una mujer, ¿verdad? Pues catorce años. Aquí las muchachas son así. Es la hija del pastor que anda en el chozo. Buena persona, pero un animal de bellota. Anastasia, digo, Julia, ¿eh? Un tipo serio, previsor, pero le escarba usted un poco ... y loco de remate. ¿Qué dirá que hace con la lana de sus ovejas? ¿Eh, Julia? La lana de sus ovejas, digo. ¡La guarda! ¿ Y sabe usted para qué? Para hacer el colchón de las muchachas el día que se casen. Esa, la niña, es la mayor. ¡Hágase cargo! Las otras van detrás y tiene cuatro. Aquí la gente es así. Julia se empeña en dialogar con ellos, pero es mejor dejarles. y le prevengo que Juanito Osuna si en vez de nacer donde ha nacido nace en otro medio, hubiera sido lo mismo, como éstos. ¡Igual! Ya le ha visto usted hoy con las perdices. Volvemos a Juanito, Julia. ¿Cenar? Cuando quieras. Vamos a cenar si a usted no le importa. Estará usted cansado, claro. No estando acostumbrado, el campo aplana. Pase, pase. Pues del bueno de Juanito Osuna le estaría hablando una vida y no acabaría. Y amigo lo es de los de verdad, eso que conste. A Juanito le dicen en París que uno anda en Madrid en un aprieto y se agarra el primer avión aunque ter:-ga que amenazar al piloto. ¿Eh, Julia? Juanito, digo. Siente, siéntese. Juanito Osuna, defectos aparte, y todos tenemos defectos, es un tipo estupendo; lástima que esté completamente loco . .


Cinco horas con Mario

JUAN MOLLÁ

La escenificación de una obra de Miguel Delibes supone un cierto acontecimiento literario. Miguel Delibes, a lo largo de treinta y tres años de trabajo serio, honrado y profundo en el campo de la novela, ha alcanzado el respeto y el afecto de ya varias generaciones. Y es natural que el acontecimiento de su primera versión escénica nos interese a todos. De sus novelas, Cinco horas con Mario era precisamente la que más se pres taba al experimento. Aquel monólogo interno, de casi trescientas páginas, cinco horas de una mujer justificándose ante el cadáver del marido, autorretratándose y sobre todo revelando como sin querer la personalidad del muerto, su miseria y, a pesar de la viuda, su grandeza, su inmensa superioridad despreciada, caricaturizada, se ha convertido en una pieza redonda, de un solo ' acto de ochenta minutos de duración, con un solo personaje en escena has ta casi el final. El texto de Delibes, su lenguaje preciso, llano, cotidiano, aunque no siempre espontáneo, porque a veces obliga a decir a su personaje frases significativas que -por su exageración- lo traicionan, apenas ha tenido necesidad de retoques de estilo para adaptarse al escenario. Se ha abreviado, naturalmente, se ha tensado al eliminar lo accesorio, al ceñirse al nervio del tema.

Pero las palabras, el tono, el hilo lógico, los mecanismos verbales y mentales del personaje, su actitud entera, se ha mantenido incólumes en el trasplante. ¿Es que se trataba de un lenguaje ya teatral en lugar de novelesco? Algo de teatral tenía la novela; no sólo había realismo en el soliloquio de la protagonista -o, más bien antagonista. Sin duda no había "Sido escrita pensando en el teatro, pero el desenvolvimiento del tema, página a página, no estaba lejos de un planteamiento dramático. Recuerdo, aunque no venga muy a cuento, la pieza de O'Neill Antes del desayuno también de un solo acto, también de un único personaje en escena, también una mujer que habla con su marido invisible y callado en una retahila de recriminaciones. Los paralelismos son múltiples. Delibes ha descendido a un ambiente más local, más fijado por las coordenadas políticas españolas de los años sesenta, mientras que O'Neill cala en unas situaciones más universales. Pero el enfoque de ambos es muy parecido. Los dos nos muestran un cuadro en forma indirecta, a través de un testigo parcial, cuya parcialidad precisamente se convierte en el resorte y en el método precisos para hacemos intuir una realidad que en principio se nos escamotea. En ambos enfoques había desde el origen una misma intención dramática; casi diría un similar hallazgo teatral.


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Cinco horas con Mario

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Por eso creo un gran acierto haber llevado la novela al escenario. Hasta casi me parece que su personaje central ha encontrado en él su lugar óptimo de expresión. La adaptación del texto, tasándolo y redondeándolo, me parece excelente, sobre todo en el final, atinando a cortar justo en el momento más oportuno. Muy bien el espacio escénico, como el interior de un ataúd donde las voces tienen una resonancia realmente sugerente; mientras el féretro donde reposa «Mario» está sólo insinuado, aunque lo suficiente para que not~rnos su silencio irreversible ante las palabras angustiadas de la m~jer. Ha dirigido la representación, con eficacia, Josefina Molina, novel en este menester teatral, aunque con experiencia en Televisión. Supongo que a ella ha de destacarse a la hora de repartir méritos. Y, desde luego, a Lola Herrera, que

dice perfectamente el texto de Delibes, exprimiéndolo y subrayándolo hasta sus últimos hilos, y transmitiéndolo al público en su integridad, sin que se pierda ni el menor ma tiz, ni la intención del autor en sus más accesorias frases. Porque en verdad nada sobra en la pieza. Y diría que tampoco falta nada. La dosificación es tan precisa que alcanza exactamente para llenar la medida del espectador. De ahí su éxito quizás, junto con esta interpretación esforzada y extraordinaria de Lola Herrera. secundada en la última escena con igual acierto por Jorge de Juan en el brevísimo pero importante papel del «Mario» hijo. Debemos felicitarnos, en fin. de que halle una eficaz vía de expresión esta muestra del talento literario de Delibes, cargada de humanidad y de bondad.

"Cinco horas con Mario" (1981) Espasa Calpe, Madrid.

Lola Herrera consagró veinticinco años de su carrera teatral a interpretar a Menchu, la viuda de·Cinco horas con Mario

"El Ciervo" - Enero 1980


Boca a boca de Azorín a Delibes

TOMÁSSÁNCHEZSANT~GO

"Ha muerto Azorín y esta tarde no hay clase". Empotrada aún en la memoria, recuerdo con extraña nitidez esta noticia de 1967, mi llegada a casa calentándome los labios con aquella palabra -"Azorín"-, que parecía imposible que en la tersura íntima de su pronunciación evocase a alguien muerto. De pronto, el fallecimiento de un escritor se convertía en pretexto legítimo para el solaz. Yo entonces no sabía calibrar con tiento el alcance de este hecho insólito que nunca más volvería a experimentar: la muerte de un escritor -"el último miniador de la lengua", se dijo entonces de él- congelaba la vida, aunque solo fuera la vida escolar, al modo de un exagerado crespón de duelo. Como si esa tarde nadie pudiera tocar con los dedos el idioma. A lo largo de aquellos años no se regateaban gestos descomunales de exaltación pública ante cualquier asunto que pudiera suponer una reacción gregaria de veneración. Hubo fastuosos congresos eucarísticos, proclamaciones de hallazgos científicos de sabor nacional y recibimientos apabullantes, con premeditada aclamación pública, de conspicuos nombres extranjeros a los que siempre se les acababa por llevar a los toros -o eso aparecía luego en las imágenes del No-Do-. En esa desmesura habría que situar el hecho de suspender las clases porque había muerto Azorín. Con él parece ser que también se disipaba un idioma hecho de palabras perdidas que el escritor activó y ahora quedarían de

nuevo amortajadas y sin pulso. Así, el letargo escolar de aquella tarde remota de marzo -aun dispuesto desde una inflamada penumbra oficial que querría advertir que había glorias afectas que no habían aban<;ionado el país, no se habían encaminado a la perdición del exilio- era a su modo un gesto de despedida no solo a un cuerpo sino a un modo de decir que también se iba a enterrar. y es que hay ciertos escritores que al morir se llevan con ellos el paladar de un lenguaje que ya nunca más volverá a restregarse contra los labios de los hablantes. Azorín fue uno de ellos; Miguel Delibes, otro. En mi memoria no guardo otros ejemplos intermedios. Cuando en marzo de 2010 aparecían en los medios las imágenes, de multitudinaria unanimidad, que reflejaban ese tributo final -entre honras de Estado, aspaviento municipal y espontáneo fervor popular- al escritor castellano, a su cadáver, uno recordó con emoción aquella . fecha de Azorín que zarandeó un poco mi comedida infancia zamorana. Pero lo que en 1967 era atronamiento.oficial para mostrar antes que nada una lealtad acomodada al régimen franquista ha sido ahora, en la muerte de Miguel .Delibes, respeto y compunción sin reservas. Con él se iba el sabor de un idioma empañado en la voz de personajes inolvidables, hombres y mujeres hechos de "madera de héroes", para emplear su propia expresión, de esa épica silenciosa de jubilados, labriegos, cazadores, conserjes, emigrantes, tímidos


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Boca a boca de AzorÍn a Delibes

oficinistas, viudas de vida interior o muchachos de pueblo sacados de sus quicios naturales. Todos ellos, al fin, criaturas desorientadas en el dédalo hostil de las incertidumbres que provoca el mundo cuando se transforma demasiado, fuera de la medida de sus necesidades. Mi generación se formó leyendo a Delibes en la adolescencia. Aunque él era para entonces un autor bajo sospecha, capaz de resumir en un artículo periodístico el malestar inconcreto que dominaba a la España desmoralizada y derrotada de los 60 y 70, había en sus novelas una consonancia definitiva con el sentir popular. Y ello sin achatar el lenguaje hasta violentarlo más de lo debido. Al contrario, Delibes obligó a sus lectores a asumir ~omo había hecho "Azorín"- una minuciosidad obligatoria a la hora de nombrar. Contra lo que es costumbre, ese esfuerzo lector no provocaba un sentimiento de humillación sino de alegría lectora. Delibes nos metía palabras en la boca para que las estrenáramos. No las conocíamos pero todos nos fiábamos a ojos ciegas de que aquellos nombres eran una segregación natural de las cosas que designaban. Lo decía Delibes. Yeso era suficiente. Una de las sensaciones que uno experimentó siempre con la lectura de Delibes fue precisamente el hecho de que la extrañeza de sus personajes empezaba antes de nada por sentir el desamparo de estar a las afueras de' su lengua propia, una lengua que conocía bien aquella sutura biunívoca y casi orgánica entre las palabras y las cosas -una palabra para cada cosa- y que, de pronto, era instrumento inútil en los dominios de otras selvas dantescas -urbanas, administrativas- que empezaban por exigir un feroz descarnamiento verbal para andar por ellas. En esa vicisitud, los personajes de Delibes se sentían a la vez tan expulsados como mudos. Les faltaba la maña de vivir porque se les arrancaba

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de cuajo la lengua, su lengua, y ya no sabían tener relación con las cosas a partir de su nombre. Esa era la cuestión. La explicación seminal de su inicial angustia. Un desemplazamiento verbal. Una crisis en la designación. En el fondo, la pérdida de la lengua ha sido tillO de esos castigos mayores que explicaron desdichas sin cuento. Lo padecieron profetas como Ezequiel o personajes mitológicos como Filomena. En los lances de la Historia, el mensajero terminaba siempre con la lengua arrancada porque era quien conocía el secreto que solo debía hacer saber al rey y a nadie más. Y el episodio de Babel no es sino la versión coral y aturdida de un escarmiento que lleva al desastre por la confusión verbal. También los personajes de Delibes se quedan sin voz. El mundo los castiga porque conocen un secreto -el secreto que exhala la voz tentacular de la naturaleza- que desvelaría a las claras la falsificación de los nuevos modos de existencia. Yeso es algo difícil de soportar para los nuevos amos de la Historia. Así, la afonía ("a1onía") de aquellos no es coyuntura física sino cosa radical, de una raigambre espiritual que los deja a la intemperie, ya desvalidos y sin la posibilidad de una relación veraz, siquiera sea verbal, con aquello que se muestra ante sus ojos, pues cuando las palabras desaparecen, desaparece con ellas un modo de mirar el mundo; también un modo de tocarlo. Así, tras mudos, ciegos. Además de ese dominio incuestionable de una exactitud en el decir -modelada más allá de los tristes depósitos de los diccionarios: en usos ancestrales y aprendidos en la sabiduría afilada de una mirada y una escucha capaces de dar ma tiz y espesor propios a las realidades de lo cercano-, se suele destacar siempre la posición ética y el compromiso de Delibes ante el ejercicio desmesurado del poder o del progreso. Sobre todo de un progreso furi-


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Tomás Sánchez Santiago

bundo que ha ido liquidando a su paso tanto la conciencia y el rumor cordial de las personas como la simpatía y el respeto por la naturaleza, sometida y degradada por usos diabólicos que, en último término, acababan con toda una inocencia vital: la de esos personajes perdedores, representativos de sus novelas, y la de sus paisajes inmediatos, esos que constituyen la verdadera patria de uno, tal como expresaba alguna vez con gracia desprejuiciada Jules Renard. En efecto, todo eso está en Delibes. Y, sin embargo, la estatura final de un novelista podría medirse asimismo por otra cuestión: la búsqueda incesante de una estructura idónea donde cobijar ese ma:gma previo que va pidiendo paso en los empujones a tientas que inician toda creación. Delibes pertenece a una generación que no se estancó en la autocomplacencia de un estilo que podría bastar para seguir en el aprecio de un público lector formado en él y que hubiera querido que el escritor no cambiara de clave. Ni en el fondo ni tampoco en la forma. Delibes lo hizo aunque aparentemente fuese a rodapelo de unas expectativas lectoras no demasiado propicias a nuevas propuestas estructurales en sus novelas. La aparición de Parábola del náufrago en 1969 supuso un golpe de timón que tardó en comprenderse. O no se quiso entender entre nosotros aquella acusación velada contra el régimen de Franco ("Por la mudez a la Paz" era el lema exhibido una y otra vez en la narración, como retardada contestación a aquellos 25 años de paz proclamados en España a los cua h'o vientos) o no se aceptaba una propuesta narrativa que poco tenía que ver con escenarios anteriores de sus novelas. Todo expuesto en un lenguaje "de pesadilla", como él mismo llega a decir, en que se entrecruzan registros y dislocaciones expresivas que hay que perseguir hasta un aturdimiento

que parece emparejar al lector con aquellos personajes de la novela absolutamente desconcertados, herederos del Chaplin de Tiempos Modernos pero también de Kafka, de Beckett, de Orwell o de Bradbury. Todo ello, es verdad, sometido a un juego de enfoques diversos mediante alusiones superpuestas que acaban por exponer un espacio ucrónico donde la opresión, el to talitarismo y la enajenación acaban estrangulando la conciencia de la persona, degradada al final hasta la animalización . En el fondo, pues, nada que no estuviera contenido en el espíritu de sus otras novelas, solo que ahora todo cobraba la dimensión espectacular de quien ha mirado más lejos y ha visto lo mismo. Cuando algunos jóvenes leímos Parábola del náufrago pocos años después de su aparición, agradecimos el cambio de agujas en el universo del autor vallisoletano. En aquellas conversaciones llenas de humo de los pisos universitarios, donde se mezclaba literatura y política con alcohol barato y cafés sin cuento, exigíamos de nuestros gurús literarios estar a la altura de las circunstancias. Se hablaba mucho por entonces de la "novela experimental", que practicaban autores engagés como Juan Goytisolo, Guelbenzu o, como paradigma mayor, el gran Julio Cortázar. Eso es lo que aún exigíamos: una literatura llena de compromiso y rumbos frescos que se alejara de la desecación narrativa que sobrevolaba el ambiente. En esa circunstancia, Parábola del náufrago fue para nosotros, hambrientos lectores de 1974, la muestra de que eso que se llama un autor consagrado volvía a arriesgarlo todo de espaldas a las expectativas lectoras. La salida del ruralismo, incluso del provincianismo, del mundo narrativo de Delibes significó así una ejemplar falta de encogimiento cuando el narrador tuvo necesidad de intervenir con estructuras más aéreas, menos previstas y desmarca-

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Boca a boca de Azorín a Delibes

"Parábola del náufrago"

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"Parábola del náufrago"

(1969)

COLUMBIA UNIVERSrTY

Destino, Barcelona.

PRESS. New York (1983).

das de lUla linealidad domesticada en su prosa impecable. En el propio arranque de Parábola del náufrago está ya esa otra mirada, lUla mirada decididamente deudora de lUla visión cinematográfica que plantea otro tipo de discursividad. Cuando más adelante quiso regresar a sus espacios rurales, el escritor volvía con el morral lleno de lUla pericia decantada que dio lugar, por ejemplo, a Los santos inocentes, esa narración extraordinaria cuyo único inconveniente es que la gente "la ha visto", no la ha leído, y en la que terna, forma y lenguaje entran en lUla relación eficaz y emocionante, de lUl equilibrio casi imposible. Así que cuando lUlO contemplaba en la televisión las numerosas muestras populares -veraces y expansivas- de condolencia que acompañaron a Miguel Delibes en marzo pasado, lUlO pensó en aquel lejano recuerdo de "Azorín", para

mí lUl autor que me suena irremediablemente a música celestial de vacaciones. Pero aquella consternación planificada ya nada tiene que ver con esta otra, espontánea y multitudinaria, y que tuvo que ser parecida a la que acompañó a titanes corno Verne, Hugo o Amicis. Estoy seguro de que en el ánimo de algunos de los dolientes que salieron esa mañana de talleres y oficinas para despedir al narrador castellano hubo quienes se acordaron con ternura de aquel Jacinto San José de Parábola del náufrago más que de Daniel "el Mochuelo", la Desi o Azarías. A fin de cuentas, todo ellos expulsados por la espada de fuego de fuerzas mayores que los condenaban, en efecto, a lUl naufragio inadvertido que empezaba por eso, por arrancarles la lengua para que ya nlUlca supieran llamar a las cosas por su nombre. Eso tan natural y, por ello, tan difícil.


Leer o releer La hoja roja de Delibes

RICARDO LLOPESA

La década de los años cincuenta, que tanta satisfacción trajo a las letras de España y Latinoamérica, dio a luz dos grandes novelas. Fueron escritas en puntos geográficamente distantes, separados por miles de kilómetros, pero ambas tenían en común haber utilizado el más puro lenguaje coloquial. La primera, apareció en México, en 1955, bajo la rúbrica de Juan Rulfo, titulada Pedro Páramo; la segunda, en España, cuatro

La hoja roja"(1959) Destino, Barcelona.

años después, en 1959, titulada· La hoja roja, de Miguel Delibes. Ambas obras tienen el mérito de reflejar la cruda realidad del pueblo, desde su cultura y lenguaje, dejando para el futuro un legado documental que pertenece a una época concreta. No como documento sino como obra de arte. Estos escritores, al mismo tiempo, proceden de tierras duras y austeras, y así lo refleja el rigor técnico y léxico de

"La hoja roja" (1987) Premio Nadal1947 Destino, Barcelona.


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Leer o releer La hoja roja de Delibes

La hoja roja

MEKTEP (1978). URSS

La hoja roja

BACHEN VERLAG. K6ln (1961). Traducción: Annelies von Benda. PIPER VERLAG. München (1961). Traducción: Annelies von Benda

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sus novelas. Rulfo, la aridez de Jalisco y Delibes, la austeridad de Castilla la vieja. Mientras Pedro Páramo logró difusión universal con la aparición del boom la tinoamericano; La hoja roja, por el contrario, n o tuvo la misma su er te. Es m ás, la obra d e Delibes, aún para sus propios compatriotas sigue siend o una obra olvidada y desconocid a. Su mundo queda reducido a un reducto de lectores, sin h acer h onor al grandísimo mérito de la novela. Buen a p arte d e este problema lo tiene la crítica literaria profesional, en man os d e grandes empresas empeñadas en vender la producción del día a día, sin importarle para nada la litera tura. O tra, los sistemas educativos en m anos tod avía de una cultura vieja anclada en la filo sofía del 98. O tro prejuicio, muy español, consiste en ocultar la personalidad de la trama, principalmente de la novela, por aquella idea equivocada de que si el lector conoce el desenlace o, mejor dicho, el hilo conductor y el final, el lector no compra la novela. Nada más absurdo. Pero aún hay un p rejuicio más serio, que es el concepto que tenemos del realismo o la litera tura que refleja la realidad de la vida, en un lugar concre to, su es tilo y forma de vivir. Es decir, aquella literatura que por no pertenecer a la imaginación entra a fo rmar parte del desh echo artístico. Una buena dosis de verdad hay en todo esto, si echamos una mirada al pasado. Pero también no es menos cierto que la literatura se edifica sobre la base del estilo. Sin estilo, no hay obra y es el estilo quien define la calidad de la obra literaria. Es más, si la obra literaria entra por la puerta del realismo y se mete en una zona geográfica, determinada por el habla y las costumbres, y su escenario narrativo es lo que el novelista cuenta, como testigo, entraríamos en la literatura regionalista. Algo s'i empre m al visto y rechazado en España, porque esa mirada nos parece la literatura de la miseria y el tercermundismo de los escritores latinoamericanos del gauchismo y anteriores al boom. Dentro de este grupo de novelas regionalis t~s sitúo la obra de Rulfo y La hoja roja d e Delibes, porque}a novela es un valioso d ocumento lingüís,tico d e la viej a Castilla, donde Delibes describe con prosa m~gistral la dura realidad de la vida, de un.a comarca "concreta, que no se nombra, pero por t oda's 'r~'s trazas nos sitúa en la tierra austera del Valladolid del autor. Cuando llegué a España, hace más td e cuatro décadas, pregunté a un librero que leía detrás del mos trador


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Ricardo Llopesa

la tercera página del ABe, quién era el mejor novelista español. Su respuesta fue precisa: José María Pemán. Desconcertado por el nombre pregunté intrigado por el nombre del mejor poeta y la respuesta fue también inmediata: José María Pemán. En Granada asistía a las actividades literarias que, en la delegación de Cultura Hispánica, realizaba José Carcía Ladrón de Guevara. Fue ahí donde conocí a Pablo del Águila, un joven que estudiaba Filosofía y Letras, fumaba Bisonte y bebía vino blanco de la Alpujarra. Era admirador de Larca y la persona que me descubrió la prosa limpia y pura de Delibes. En mi encuentro con Castilla me llamó la atención el uso del laísmo, que encontré en La hoja roja. Un libro anodino, como la vida provinciana de entonces, aburrida hasta la desesperación, donde la gente vestía de negro y destacaba la diferencia entre pequeños burgueses y pobres, analfabetos y marginados, a quienes se les llamaba, despectivamente, paletos. Eran los pobres. Una extensa capa social que se postraba ante la señora y el soñorito ocupando puestos de servicio, con las tardes del jueves y el domingo libres. Eran las chachas, acechadas por los jóvenes que cumplían el servicio militar, muchachas que llegaban a las capitales de provincia, procedente de pueblos humildes y polvorientos. Es el tema que Miguel Delibes desarrolla en La hoja roja. Esta tesis de nuevo realismo inquietó a muchos, en un momento del franquismo en que los franceses incursionaban por los predios del experimentalismo. Pero España no estaba para esos artificios. Habría supuesto una huída de la problemática social y política. Delibes como Rulfo, en México, emprendió el camino del estilo. Un estilo magistral para contar la historia desolada de un pueblo que podría ser todos los pueblos de España. Ese es uno de sus grandes méritos. Ofrecer un retra to de aquella España sometida al miedo, la opresión y la ignorancia. El tema central de novela es la soledad. El vacío en que viven los personajes, la incertidumbre y el miedo. Los únicos personajes felices son aquellos que no son descritos. Los personajes de la novela son todo el pueblo o esa multitud anónima que rodea la vida de un personaje. Esas referencias hacen que el lector se identifique . con el tejido humano de la población. Desde esta perspectiva hay que leer o releer La hoja roja. Título desafortunado para muchos por la alitera-

It.

La hoja roja

GALLIMARD. París (1963). Traducción: Maurice Edgard Coindreau.

La hoja roja

BOEKWERK. Groningen (1990).


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Leer o releer La hoja roja de De1ibes

ción, en favor de la sinfonía vocálica que oculta el contenido del texto. Un contenido de superstición, mágico y lleno de intriga, pues el personaje de la novela, Don Eloy, al sacar el papel de fumar le sale la hoja roja, que servía para anunciar que sólo quedan cinco. Pero él interpreta como que la vida se acaba y la hoja roja es una señal de advertencia que le anuncia que le queda muy poco después de los setenta. . . La novela se divide en veintidós capítulos que narran una etapa en la vida de Don Eloy y su sirvienta la Desi, a quienes el narrador llama "el viejo" y "la muchacha". Ambos personajes, el señorito, como ella le dice, y la muchacha, definen el comportamiento de la sociedad de los años 50-60, que son los que marcan la diferencia entre ricos y pobres. Esa clase emergente, burocrática y en alza, que constituyó la burguesía acomodada. La novela transcurre en una ciudad de provincia, que Delibes ni ubica en ninguna parte ni describe calles, edificios o interiores. Los detalles ayudan a que el lector dibuje mentalmente el cuadro descrito, a través de la profesión de los personajes de la ciudad, donde hace referencia al Ayuntamiento, la ferretería, la relojería, la Sociedad Fotográfica o la tienda de catres. Por otra parte, recrea un ambiente distinto, que es el pueblo de la Desi, lleno de "un enrarecido silencio" (cap. VIII), donde los hombres son rudos y las mujeres bastas, sin más porvenir que el de buscarse la vida en la ciudad, adonde las mujeres emigran para trabajar de sirvientas por poco dinero. Es la manera de cómo el burócrata, asignado a dedo por el franquismo, se siente importante y superior a sus inferiores. La novela empieza el día en que Don Eloy, tras una vida apagada, recibe la

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jubilación a la edad de setenta años, por parte de la corporación municipal y sus amigos. Asiste a la cena en compañía de su mujer, Lucita, quien no vuelve a aparecer en la novela. Es una mujer que hace gala de su nombre, le gusta lucir las apariencias, reniega del marido y lo culpa de todo, precisamente porque no lo quiere. Fruto del matrimonio son dos hijos, Leoncito y Goyito. Leoncito, el mayor, disfruta de muy buena posición social. Vive en Madrid, que es la única ciudad que se nombra en la novela. Leoncito ejerce la carrera de Notario. Razón por la cual el matrimonio siente orgullo. No ocurre los mismo con Goyito, el hijo muerto a los veintidós años, que había sido pésimo estudiante. Este ejemplo ilustra su comportamiento: de 40 alumnos ocupaba el puesto 38. El matrimonio siempre recordó la anécdota del jamón que compraron con sacrificio para alimentar bien a Leoncito, cuando estudiaba para las oposiciones de Notario y, a escondidas, llegaba Goyito y se lo comía. "Lucita, su mujer, nunca debió casarse con él; debió hacerlo con un hombre un poco más decorativo" (cap. I), dice Delibes. Pero Don Eloy, hombre resignado, la soportó durante 36 años. Esa noche le tocó a Don Eloy hablar en público, algo que le disgustaba porque se ponía nervioso. El Alcalde, que se observa impaciente en un acto rutinario, le impone la medalla al mérito con la misma retórica oficial de otras veces: "El señor ministro ha considerado que su abnegación durante cincuenta y tres años ininterrumpidos de servicio le hace acreedor de esta distinción que yo le impongo en su nombre': (cap. I). El viejo Eloy estaba nervioso como todo burócrata acostumbrado a la obediencia. Delibes lo define como una persona de ciudad. A lo largo de toda la


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Ricardo Llopesa

novela saca constantemente el pañuelo para limpiarse la humedad de la nariz. En aquellos años, el pañuelo formó parte de la distinción. Doblado, formando cuadro, entre los jóvenes, y arrugado entre los viejos, forma uno de los símbolos del personaje. La Desi, la muchacha, es el otro personaje central de la novela. Es lo contrario a Lucita. Ella representa el lado opuesto de la vanidad, incluso de Don Eloy, y Delibes la caracteriza con una fuerte carcajada, seguida de un golpe de mano sobre el muslo. Algo realmente significativo que marcó la incultura de la época. La Desi representa la dignidad. Es analfabeta, ignora el mundo de la ciudad y la maldad. No es una utopía. Encarna a la mujer ruda y luchadora. Es "la Desi", precedida de artículo, según los criterios del habla popular. En casa de Don Eloy, la Desi se siente a gusto. Gana poco, pero está a gusto con el viejo. Para Delibes, "ella tenía conciencia de su libertad y la valoraba". Detrás de la novela hay un trasfondo de libertad que Delibes envía telegráficamente. Es la protesta interior y la inquietud de lanzar un grito de libertad en el seno de una sociedad sometida al silencio. Doy Eloy le enseña a leer a la Desi, pero en lugar de hacerlo con un libro, utiliza la primera plana del periódico. Lo consigue después de un año y las frases que ella deletrea, sílaba a sílaba, giran en torno a Franco, otro testimonio en favor de la ubicación de la novela y su parodia: "Los nietos del Caudillo pasados por el manto de la virgen del Pilar", "El Caudillo rechaza que España ... ", "El Caudillo recibe al rey Simeón" y, finalmente, "Franco condecorado con el collar del Mérito Ecuatoriano". Una somera perspectiva de estos cuadros deja ver la imagen de una España rebosante de felicidad en los años más difíciles de la postguerra.

Cuando la Desi pregunta a Doy El ay, qué es la ley, el viejo responde: "Bueno, supongo que la leyes eso que se ha inventado para que los hombres no hagamos nunca lo que nos da la gana" . Esta respuesta revela la búsqueda de ·libertad a lo largo de la novela. La hoja roja, corno el resto de novelas de Miguel Delibes, se caracteriza por la sobriedad y precisión de la escritura. Utiliza, a lo largo de la novela, el lenguaje coloquial culto, con la introducción del lenguaje coloquial inculto o de . la calle que dominó la época descrita. Aunque la novela no precisa lugar ni fecha, en algunos pasajes Delibes aporta información. Sabernos que el viejo Eloy nació en 1885. Lo que quiere decir que a la fecha de su jubilación corría el año 1955. Momento de ubicación de la novela. Delibes utiliza, a manera de leitmotiv, la técnica de la repetición. Bien para que el lector pueda recordar lo dicho antes por el narrador o bien corno recurso reiterativo o, mejor dicho, corno recurso que enriquece el discurso a la . manera de Cortázar. Recuérdese que para entonces, época del puritanismo gramatical, la heterodoxia padecía la censura. En este punto la novela demuestra el lado controvertido de antítesis con la realidad. Tanto la aliter·a ción del título corno la reiteración del texto constituían los dos elementos postergados a la marginación, desde el modernismo~ pasando por las vanguardias y el postismo. La hoja roja, sin embargo, deja constancia de su reto al silencio durante los años más duros del franquismo . Una muestra de este culto a la tradición lo encarna la Desi, quien constantemente se encomienda a la Virgen de la Guía. En cambio, el viejo Eloy es un hombre escéptico que recurre al recuerdo ~el rey Alfonso XIII, que nació sin

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padre y tuvieron que ponerle pañales negros, como a Don Eloy, que nació el día en que enterraban a su padre. Esta vida nacida de la tragedia encarna el dolor de un pueblo nacido de la misma tragedia y partido en dos por el resentimiento de la guerra. Mientras Don Eloy repite que le ha salido la hoja roja, cuando la muerte está más cerca, después de la jubilación, decide viajar a Madrid para disfrutar de la compañía de su hijo Leoncito, de quien se pasa toda la novela esperando carta; al igual que la Desi, quien espera carta de su novio el Picaza. Un personaje de pueblo vulgar, con las piernas torcidas y los pulgares en el cinturón, que sueña comprarse un reloj de oro. Leoncito y el Picaza son dos personajes enigmáticos y egoístas. Leoncito recibe a Don Eloy con indiferencia y el Picaza es indiferente con la Desi, sólo la quiere para que le lave la ropa. El viejo Eloy regresa a la ciudad con el propósito de regalarle sus bienes a la Desi, a quien llama hija. El Picaza, en cambio, . va a la cárcel por un asesinato. Tanto Don Eloy como la Desi alcanza la libertad liberándose de quienes retienen sus sentimientos. Contrario a

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todos los pronósticos de su amiga la Maree, que trabaja en el tercero y es del mismo pueblo, para quien la Desi gana una miseria y al viejo le queda poco por vivir, la Desi termina mejor situada que su amiga, quien simboliza la envidia y el egoismo, El tejido de la novela es un hilo fino, tan angosto como la construcción de la frase y el léxico utilizado. La trama está edificada sobre la estructura de la palabra, de donde brota la idea. En el camino a Madrid Delibes describe la capital desde los ojos del viejo con estas palabras: "Al verse en Madrid, en las nuevas calles, ante perspectivas no familiares que parecían recién lavadas, el viejo Eloy pensó que aún podía estabilizarse, e incluso volver a empezar". En cambio, de regreso, mientras viaja en tren, el mismo Madrid' recibe otro tratamiento: "Las crestas de granito desfilaban vertiginosamente detrás de la ventanilla y el viejo Eloy las contemplaba desde su asiento, con plebeya fascinación" (cap. XXII). Es la frustración del viaje. Es la biografía del mismo escritor que renuncia al viaje a la capital frustrante y prefiere el exilio consigo mismo en su Castilla universal.


Delibes nunca ganó el Premio Planeta

FÉLIX POBLACIÓN

Creo haber leído casi todo lo que escribió Miguel Delibes. Pocos escritores hubo en la España de su siglo que tuvieran una palabra tan aireada y respirable. Leer a Delibes es como beber el aire matinal de su Castilla, que tanto quiso, y el mejor aliento del castellano, que tanto ganó con su obra. Publicó su última y magnífica novela, El hereje (1998), cuando la enfermedad empezó a acosarle. Le hizo frente durante más de dos lustros. Era vital Delibes, vital y solitario. Supo amar el rigor y la ventura de su oficio tanto como a los suyos. Otro de sus amores fue la bici. Lo confesó en Mi querida bicicleta (1988). De esa memoria ciclista quedan como mejor recuerdo sus rutas de cien kilómetros a Sedano (Burgos) donde veraneaba Ángeles de Castro, novia entonces y luego esposa del escritor. . La temprana muerte de Ángeles en 1974 afectará mucho a Delibes, ya académico desde el año anterior. Otro año importante en su vida es el del Premio Nadal en 1947 por La sombra del ciprés es alargada, su primera novela. También había tenido por entonces a su primer hijo, Miguel Delibes de Castro, en la línea de su padre en bondad y capacidad expresiva par.a explicar como repu-

tado biólogo la ciencia de la vida. Con él concluyó el escritor su última obra: La tierra herida: ¿ Qué mundo heredarán nuestros hijos? (2005). En este libro, la inquietud del padre por el porvenir de nuestro planeta halla respuesta en las contestaciones del hijo. Nada mejor que un libro que habla tan a fondo y a lo llano de un planeta maltrecho para dejar constancia de la vida y . la obra de un escritor que tan apegado estuvo, en palabra y camino, a los paisajes de su tierra castellana, sobre la que posiblemente tardemos mucho en encontrar -si se diera- un narrador tan atinado en expresión y concepto. y ya que hablamos del planeta, no está de más decir que entre los muchos méritos del autor de Los santos 'inocentes no nos debe pasar desapercibido uno en esta hora del adiós a su dignidad personal y literaria: Miguel Delibes no ganó nunca el Premio Planeta (el de mayor dotación económica en lengua española), sobre el que pesa, como queda demostrado en sus sucesivas ediciones, la constatación de que es un premio cuyo ganador se sabe antes de que sea reconocido oficialmente en la correspondiente noche de gala. Es de recordar que Miguel Delibes rechazó los 50 millones de pesetas de


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Delibes nunca ganó el Premio Planeta

dotación que tenía el Premio Planeta en 1994 cuando lo ganó Camilo José Cela con la novela La cruz de San Andrés. Precisamente con motivo de esa edición se registró un hecho tan noticioso como la acusación de plagio formulada por la escritora Carmen Formoso, que presentó al premio una obra titulada Carmen, Carmela, Carmilla (Fluoresecencia), y sobre la que consideró su autora que Cela se había basado para escribir la novela ganadora. El caso todavía está en -los tribunales, pues más de una década después de la querella, una juez de Barcelona resolvió hace algo más de un año que existían indicios racionales para considerar que se cometió un delito contra la propiedad intelectual en la elaboración de la novela La cruz de San Andrés, ganadora del Premio Planeta de 1994. La juez basa su decisión en dos motivos. El primero, que Carmen, Carmela, Carmiña (Fluorescencia), la obra de Formoso, fue presentada el 2 de mayo de aquel año y que la obra ganadora del premio literario se presentó el 30 de junio, el último día de plazo. El segundo, que el informe pericial elaborado por Luis Izquierdo, ca tedrá tic o de' Li ter a tura Española de la Universidad de Barcelona, "concluye que se trata de un supuesto de transformación, al menos parcial, de la obra original" en la novela ganadora de Cela. La decisión judicial fue recurrida por la editorial Planeta ante la Audiencia de Barcelona, que deberá confirmarla o revocarla. Si la confirmase, la juez abriría juicio oral. En caso contrario, quedaría archivado de nuevo, a la espera de posibles nuevos recursos. En una información aportada por el periodista Juan Oliver en el desaparecido rotativo Diario 16 el 30 de mayo de

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2001, Miguel Delibes dudaba -en una carta dirigida a los abogados de Formoso en abril de 1999- que Cela hubiese plagiado la novela de la escritora, pero sí confirmaba que él rechazó la oferta de la editorial Planeta para ganar el premio en la edición en que se lo llevó Camilo José Cela. Incluso añadía que José Manuel Lara había viajado "con periódica reiteración" a Valladolid para ofrecerle el premio, tratando de convencerle con el argumento de que todos saldrían beneficiados: el escritor, el editor, el premio y la literatura. Según los abogados de Carmen Formoso fue la negativa del escritor vallisoletano la que propició que la editorial buscara a otro escritor de prestigio, avalado en este -caso nada menos que con el Premio Nobel de Literatura (1989), y ofrecer a Cela por vía de urgencia -según se puede desprender de las fecha de presentación del original (si lo fuere)- la novela de su cliente, que serviría a don Camilo para elaborar La cruz de San Andrés. Resuélvase como se resuelva este contencioso, mucho me temo que Lara tenía razón sólo en la mitad de lo que dijo a Delibes. Con la edición de 1994 ganó el editor, que vendió muchos libros, y ganó el autor, que se llevó la sustanciosa dotación. Dudo, sin embargo, que el Planeta haya ganado prestigio desde entonces, y descarto totalmente que gracias a La cruz de San Andrés lo haya ganado la literatura en lengua castellana. Para esto último Miguel Delibes escribió su última novela, El hereje, publicada en 1998, con la que el autor ganó también en dignidad por no ganar el Planeta, un premio cuyo estado literario de salud presumo tan maltrecho como el del planeta.


Veinticinco años después l

ESTHER BARTOLOMÉ PONS

Contrariamente a lo que se suele indicar en el mundo literario actual, lo importante en los libros no es el año de su primera edición sino la época en que tuvo lugar la escritura. Es así porque el entorno socio-histórico-cultural en que se gesta y redacta la obra influye de manera directa y primordial en ella y, por lo tanto, siempre se ha tenido en cuenta al datar obras del pasado, pero se olvida fácilmente con las de autores todavía en activo o desaparecidos hace · relativamente poco tiempo. Casi ningún escritor se ve libre de esos "pequeños", aunque importantes, despistes de los lectores. El mismo Delibes tiene un par de casos significativos. Uno de ellos es el de El príncipe destronado, novela escrita en 1963, pero publicada dos años antes de Las guerras de nuestros antepasados (1975), lo cual afecta al presente ensayo. El otro caso corresponde a Los Santos Inocentes, que, a pesar de aparecer completa y reelaborada estilísticamente 1 Texto inédito, escrito a manera de Prólogo en jlmio de 2004 para la seglmda edición de Miguel Delibes y su guerra constante (1979) y que, por desacuerdos con el editor, al final no llegó a publicarse. Esta nueva edición, muy corregida, ampliada con lUla más extensa y actualizada bibliografía, hubiera lleva do el subtítulo de: Ensayo crítico-literario

sobre "Las guerras de nuestros antepasados".

en 1981, los tres primeros capítulos datan de casi veinte años antes. Algo semejante me puede suceder a mí ahora con Miguel Delibes y su guerra constante, impreso como libro por vez primera en 1979. Impresionada por una lectura previa de Las guerras de nuestros antepasados (1975), escribí en 1976 el borrador original de lo que iba a ser un trabajo de curso más para las clases universitarias del profesor-catedrático Antoni Vilanova. Dos años después lo retomé y amplié hasta convertirlo en La guerra constante. El manuscrito fue presentado con este título al concurso convocado por Ámbito Literario, donde quedó en segundo lugar; lo cual propició su aparición editorial unos meses más tarde, en mayo de 1979. Ahora, a los veinticinco años, vuelve a aparecer en otro sello editorial propiedad del mismo editor. A pesar de que en estos veinticinco años han pasado muchas cosas, esta nueva edición es --salvo la añadidura del prólogo, la imprescindible corrección de erratas y la ampliación bibliográfica-- totalmente idéntica a la primera en lo que respecta al texto principal y al Apéndice.


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Veinticinco años después

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~Sl en teatro

~I Las guerras de nuestros antepasados (1975) Destino, Barcelona.

Poco interés ha despertado entre el público lector Las guerras de nuestros antepasados, frente al desproporcionado éxito editorial de El príncipe destronado -éxito que aumentó con la versión cinematográfica de Mercero-, una novela esta de El príncipe ... que, como ya he mencionado, precedió casualmente sólo en dos años a la historia de Pacífico Pérez. Por el contrario, Las guerras ... no caló entre los lectores, quizá más inclinados a otro tipo de novela que implique menor esfuerzo de comprensión lectora y reelaboración. Curiosamente, tampoco ha cuajado entre la crítica especializada, salvo breves alusiones en obras de conjunto, historias generales de la literatura o algún velado artículo de revista. Por eso me parecen dignos de citarse los trabajos de Agnes Gullón en La novela experimental de Miguel Delibes (1980), pp.137-159; y, especialmente, Carolyn Richmond, Un análisis de la

Las guerras de nuestros antepasados (1990) Destino, Barcelona.

novela "Las guerras de nuestros antepasados" (1982) . Otra cosa son las adaptaciones teatrales que han tenido lugar durante estos años. Este fenómeno aumenta la popularidad de las obras delibeanas, tan idóneas por su estructura para ser representadas en escena. La gran acogida que tuvo la versión teatral de Cinco horas con Mario, estrenada en 1979 (con Lola Herrera en el papel de Carmen), una versión publicada en forma de libro en 1981, animó a intentar lo mismo con Las g-¡,!erras de nuestros antepasados, lo que sucedió en Barcelona al estrenarse en 1989 protagonizada por José Sacristán y publicar seguidamente el guión en 1990. (Tres años antes se había editado la versión teatral de La hoja roja.) Este ha sido el mejor espaldarazo social para una novela que se lo merece. * * *


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Esther Bartolomé Pons

Miguel Delibes, escritor prolífico (estoy hablando de unos tiempos en los que aún no se habían masificado los ordenadores), ha demostrado ser uno de los novelistas españoles actuales que con más constancia y más convencimiento ha sabido mantenerse fiel a unos temas y motivos que aparecen una y otra vez a lo largo de sus obras en los aproximadamente cincuenta años que van desde La sombra del ciprés es alargada (publicada en 1948, pero ganadora del Premio Nadal del año anterior) hasta El hereje (magnífica, insólita novela con su escalofriante y emotivo final, y una de las más extensas y logradas creaciones delibeanas, aparecida en 1998). Tales son el enfrentamiento entre la vida de la ciudad y la del campo; la caracterización indirecta y muy lograda de los personajes; la presencia continua, muchas veces simbólica, de niños o pseudoniños -aquí caben los seres tarados psicológica o físicamente, como Azarías (retraso mental) o la Niña Chica (retraso físico) de Los Santos Inocentes (1981); el niño Gervasio (su repeluzno mental acompañado de los cabellos que se le erizan literalmente) en 377A, madera de héroe (1987); o el mismo Pacífico Pérez, sus hiperestesia (enfermedad psíquica) y fibrosis bilateral (enfermedad física). También la muerte como realidad inevitable y cotidiana, está siempre presente. Hay una especie de obsesión delibeana por la muerte y por los sentimientos que la muerte inspira a distintos personajes, desde su primera novela. Y el recuerdo de la Guerra Civil, que pesa en el subconsciente del autor y se proyecta en sus criaturas. Y, en relación con la muerte y la guerra, la violencia; el poder no solamente físico de la violencia que intenta destruir a los personajes, la inocencia de los personajes. Pero por delante de todos estos temas y de la importancia de cada uno de ellos en la narrativa delibeana, yo señalaría el que me parece fundamental, porque convierte a Delibes en un narrador especial: el lenguaje. No sólo la lengua que usa, siempre adecuada a los personajes que hablan, lo que ya la hace significativa sobre todo por la recuperación de términos en desuso dada su procedencia (el campo castellano) o gastados por el tiempo .. ., sino el estilo elegido en cada ocasión para mejor encuadrar a los personajes dentro de la historia que Delibes quiere contarnos. Estilo subjetivo del protagonista (La sombra del ciprés es alargada), estilo objetivo selectivo (Las ratas, El príncipe destronado), soliloquio que se transforma en monólogo directo libre ante un interlo-

Los santos inocentes (1981) Planeta, Barcelona.

Los Santos inocentes Jerusalem (1987).


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Veinticinco años después

Cartas de amor de un sexagen ario voluptuoso (1983)

Destino, Barcelona.

Miguel Delibes Señora de rojo sobre fondo gris

I

Señora de rojo sobre fondo gris (1991)

Destino, Barcelona.

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cutor que no puede responder (Cinco horas con Mario), falso diálogo con un médico que se limita a intercalar cuñas para continuar el monólogo explicativo (La s guerras de nuestros antepasados), desgramaticalización total (sin puntuación ni precisión dialogal ni otro tipo de señalo contexto: Los Santos Inocentes), cartas unilaterales con respuestas del destinatario parcialmente internas (Carta s de amor de un sexagenario voluptuoso), soliloquio delante de un interlocutor que permanece en silencio (Señora de rojo sobre fondo gris), omnisciente neutral (El hereje: ejemplo de cómo se puede adaptar a los tiempos actuales un estilo narrativo p ropio de argumentos históricos, que vuelven a es tar de moda) . Aunque no es esto lo principal en Delibes, como acabo de decir, sino el dominio estilístico de la lengua puesta al servicio del habla de unos personajes. Gracias a esta complejidad lingüís tica Delibes consigue, sin implicarse en descripciones personales, transmitir al lector la idiosincrasia de sus personajes. Miguel Delibes ha afirmado en alguna ocasión: "Soy un hombre sencillo que escribe sencillamente". Con unos pocos temas básicos pero muy estructurados, y la inclusión de datos personales y motivos autobiográficos -que aumentan la verosimilitud y, por tanto, la intensidad del relato- es, sin embargo, un gran creador de lenguajes y de estructuras, siempre al servicio, no del argumento ni de los temas, sino de los personajes. Por eso es también uno de los mejores creadores de personajes que ha dado nuestra narrativa. Su peculiar dominio y utilización del lenguaje hablado subraya la importancia del oído (tan defendida por Elías Canetti) para un novelista. Aunque sólo fuera por esto, ya sería la de Delibes una de las obras narrativas españolas más importantes del recién terminado siglo veinte.


La sombra de Delibes es alargada

PEDRO GARCÍA CUETO

Escribir sobre Miguel Delibes es hacerlo sobre el autor de libros tan afamados corno Las ratas, El camino, El disputado voto del señor Cayo y El hereje, entre otros muchos. Pero también es reconocer a un escritor de primera línea, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1955, del Premio de la Crítica en 1962, el de las Letras en 1991 y el Cervantes en 1993. Delibes fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua desde 1973.

Miguel Delibes

bajo, el protagonista de Los santos inocentes, no era corno uno de esos afables campesinos de nuestra España querida. Pero, en este sentido homenaje al maestro vallisoletano, quiero hablar de una novela que ganó el Premio Nadal de Literatura en 1947, titulada La sombra del ciprés es alargada.

Novela que yo leí en mi adolescencia, tras haberme acercado ya, poco antes, a El camino (lectura "El camino" (1950) ' obligatoria . de mis días Destino, Barcelona. de Instituto). Si esta novela me marcó por esa y escribir sobre Delinecesidad del autor de hacernos partícibes es también hacerlo sobre un novelispes del sendero de amistad 'que se estata de temática profunda y conmovedoblece entre unos jóvenes que demuesra, ya que sus novelas nos producen esa tran su incipiente camino hacia la vida, sensación de cercanía que lo verdadero La sombra del ciprés es alargada fue lectuposee. Quién no sintió corno reales a ra con la que me encontré en mis paseos personajes corno Daniel, el Mochuelo o matinales de fin de semana por la Roque, el Moñigo, que nos parecían esos Cuesta Moyano, verdadero parnaso de amigos del colegio que nunca hemos los libros con lRy ~nda. olvidado; y quién no sintió que Paco, el


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La sombra de Delibes es alargada

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Eran los años ochenta, cuando mi pasión voraz por los libros ya caló en mí y, naturalmente, devoré la novela de Delibes con emoción y mucho interés.

También aparece la mujer de don Mateo, doña Gregoria, una persona de pocas palabras, adusta como el paisaje que la rodea .

La novela tiene un título que ya me hizo pensar, fruto del.halo pesimista que va a inundarnos en todo el recorrido del libro, ese tinte melancólico de autor incipiente que ya empezó a despuntar de forma sobresaliente en nuestras letras.

LA LLEGADA DE ALFREDO

El principio de la historia ya nos encuadra a un personaje triste, como la ciudad en donde nació, Ávila. Así nos lo cuenta Delibes: Yo nací en Á vila, la vieja ciudad de las murallas, y creo, que el silencio y el recogimiento casi mÍstico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer.

Luego pasa a hablar de su tío, de Don Mateo, su tutor, de la casa de este último (cuya fachada no puede ser más deprimente). Pedro, así se llama el chico, llega a la casa para conocer a Don Ma teo, el cual se va a encargar de su educación. Este último es descrito de la siguiente manera: Era don Mateo un hombrEt~?-ji­ to, de mirada lánguida, destartalado y de aspecto cansino (p. 16).

Aparece ya la hipocresía en la novela cuando el tío de Pedro, Félix, deseando desembarazarse del chico,le cuenta a Don Mateo las grandes cualidades de su sobrino. El interés económico de Don Mateo y la falta de afecto de su tío, hacen de Pedro un ser desvalido, dejado de la mano de Dios. Su nuevo tutor pregunta al chico que si sabe leer, escribir, etc, a lo que el joven dice que sí, salvo la potenciación.

Alfredo es un personaje fundamental de buena familia que llega a la casa y se hace amigo de Pedro. Al igual que en El camino la amistad es un tema fundamental en el mundo literario de Delibes. La descripción de Alfredo es magistral: "El muchacho era rubio, muy rubio, casi albino y con un gesto de cansancio en la mirada que infundía compasión" (p. 32). A Delibes le interesa el paisaje, ya que éste condiciona a los jóvenes; la ciudad de Á vila se nos ofrece como un lugar de encierro, de cierta tristeza, cubierto de un presagio de muerte desde el principio de la historia: La plaza estaba desierta, blanca y silenciosa. La luz mortecina de un farolillo sumía en un claroscuro relevante las extrañas figuras medievales de la oquedad del caseretón de enfrente (p. 32).

La presencia de un desconocido afuera, la misma noche de la llegada fantasmal de Alfredo, con su aire enfermizo, entresacado del mundo de Allan Poe, nos centra ya en ese mundo onírico, en ese espacio de realidad-ficción que supone el ámbito esencial de la novela. La ciudad aparece adjetivada como "muerta" (p. 33), con la nieve de fondo, espacio donde la melancolía y la tristeza favorecen la soledad del protagonista, sólo mermada con la llegada de su


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Pedro García Cueto

amigo Alfredo, otro personaje poco real, nacido del luminaria de 10.niños con sombra, como la ciudad abulense. Don Mateo pregunta a Alfredo lo mismo que a Pedro (si sabe sumar, escribir, restar y lo de la potenciación). El chico dice que sí a todo y que algo sabe de potenciación, lo que despierta en Pedro una callada admiración por el nuevo y ex traño personaje.

el verdeante valle del Amblés. (p . 59).

Delibes describe la ciudad, el paisaje que rodea a sus protagonistas, los vencejos, las almenas de la muralla, el río. Se percibe la gran pasión del escritor por la Naturaleza, su deseo de fundirse con el paisaje para regalarnos imágenes de gran hermosura, como la que nos deja sobre la sierra que es telón de fondo de la ciudad:

Martina, la hija de Don Mateo, es otro ser relevante en la casa; al ser "La sombra del ciprés es alargada" En sus crestas aún muy pequeña contempla 1948 Premio Nadal1947 se agarraba la nieve el mundo de los adultos y con una apariencia, los adolescentes con un Destino, Barcelona. poco airosa, de ropa especial interés. En mi blanca tendida a solear. (p. 59). opinión, es, para Delibes, una espectadora de los hechos que, con el tiempo, La muerte de Alfredo llegará poco será el mejor testimonio de los años después. En una visita que Pedro y él vividos en la casa. Representa la inocenhacen al cementerio contemplan la lápicia en un mundo ya marcado por la trada de Manolito Carda, muerto de una gedia. terrible disentería. Contemplan la sombra alargada de un ciprés sobre la losa. La alegría también se filtra en alguAlfredo le dice a Pedro que quiere que le nos momentos de la novela, en aquellos entierren al lado de un pino, no de un en que Alfredo y Pedro salen juntos por ciprés. la ciudad, ávidos de aventuras y de vida. Cito unas líneas que ensalzan esa Los cipreses se co'nvierten así en una unión que sienten los dos jóvenes: presencia esencial, como si revelasen el destino adverso, de la novela. Nos lo Apenas desayunados solíamos dice muy bien Delibes en boca de dejar la casa de Don Mateo. Fany Alfredo: nos acompañaba en nuestras excursiones mañaneras que rara vez variaban en su itinerario. Nos agradaba salir al paseo del Rastro cuando el azul comenzaba a dorar

-Te aseguro que no son tonterías. Los cipreses no puedo soportarlos. Parecen espectros yesos fru-


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La sombra de Delibes es alargada

tos crujientes que penden de sus ramas son exactamente igual que calaveritas pequeñas, como si fue_o sen los cráneos de esos muñecos que se venden en los bazares. (p. 94).

Si Pedro lleva la tristeza dentro, Alfredo es la tragedia en sí. En este personaje Delibes muestra la injusticia de la vida, todo lo malo planea sobre un chico sensible e inteligente, pero marcado por el sino trágico. -

Ese pesimismo existencial está presente en toda la novela. Los personajes están sobrevolando siempre la tristeza, envueltos en la neblina de una ciudad que contagia su halo místico y sagrado. Tras un largo período de mejora, donde Alfredo se marcha con su madre en verano, la vuelta a la estación otoñal se destaca por el sino trágico, la muerte que se precipita finalmente sobre Alfredo, el joven que había perpetrado una inseparable amistad con Pedro, pero que es llamado a su destino final. Dice así la novela: Don Mateo asió la sábana por el borde y la levantó cubriendo el rostro lívido de Alfredo. (p. 135).

Alfredo muere sonriendo, con la presencia de su madre en la casa, también de Doña Gregoria, la perra Fany, Don Mateo y, naturalmente, Pedro. No elude Delibes detalles sobre el enterramiento, la forma de vestir al muerto, por ejemplo. En estos instantes, el escritor vallisoletano manifiesta su obsesión por el cuerpo y el alma, ¿qué queqa de . nosotros tras la muerte? Parece preguntarnos a todos el autor del libro.

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No hay conciencia religiosa, sino una sensación de epicureísmo, todo se reduce a nuestra presencia en el mundo, porque después ya no queda nada: Las articulaciones habían perdido su flexibilidad, los miembros todos se habían aplomado, la rigidez convertía al cuerpo en un garrote de elasticidad, de una sola pieza. Todo esto vino a evidenciarme que el cuerpo, sin el alma, es un simple espantapájaros. (p. 137).

La mención del ataúd blanco, símbolo de la virginidad de Alfredo, nos sobrecoge. Aún recuerdo la sensación que me produjo su lectura adolescente, como un mazazo en mi inocencia, ya perpetrada por alguna que otra tragedia familiar que había asaltado, debido a su crueldad, mi inocencia, hasta horadar mi imagen idealizada de la vida, ya para siempre defenestrada. El libro, para no extenderme demasiado, tiene una segunda parte, cuando Pedro deja la casa de Don Mateo, inicia sus estudios y se decide a ser marino mercante. En esta segunda mitad de la novela hay otra presencia clave, la de Jane, la chica que conoce Pedro, de la que se enamora y con la que decide contraer matrimonio y tener un hijo. Sobre ella, como un. fatum terrible que explica el pesimismo acérrimo de la novela, planea el mal augurio, porque también muere cuando va a buscar a Pedro tras la vuelta de un viaje, cuando un accidente con el coche que cae al agua cuando va a a tracar el barco deshace la felicidad de ambos. JANE, EL OTRO LADO DE UN ESPÍRITU PESIMISTA

Si Pedro es, sin duda, un personaje que bien podía haber sido escrito por la


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Pedro García Cueto

pluma de Baroja, Azorín o Unamuno, debido a su pesimismo vital, Jane es la alegría, el contrapunto de Pedro, la parte positiva que alienta a éste a gozar la vida. Así nos la describe Delibes: Empecé a descolgarme por las rosas sin contestar. Jane brincaba de roca en roca detrás de mí. Experimenté una sensación ampliamente acogedora al ver que el muro de la roca iba creciendo detrás de nosotros, aislándonos del resto del Universo. (p. 213). La conversación de Pedro con ella toca temas -esenciales de la vida: el amor, la religión, el destino, etc. Delibes crea un personaje que pretende ser un espíritu vital para mermar la soledad del protagonista e infundirle mayores ganas de vivir. La profesión de Pedro, marino mercante, le induce al aislamiento y el asidero con el mundo es la bella Jane, de la que se enamora y con la que llega a casarse. La posibilidad de futuro se trunca con la muerte de Jane, lo que refuerza la idea de que Delibes inicia con esta novela una lectura fatalista de la vida, que no abandona en futuros libros, pero que sí mitigará en parte. Diríamos que Delibes entiende que la senda trazada (el pesimismo) no puede convertirse en su leit-motiv y, en futuras novelas, abre ventanas a la esperanza. Hay otras historias en el libro, pero he querido ceñirme a la principal (tiene su interés la historia de Martina, por ejemplo). EL FINAL DE LA HISTORIA: EL REENCUENTRO .CON LA CIUDAD MÍSTICA

La novela se cierra con la vuelta a Á vila. Si salió Pedro de.. una ciudad

cerrada, hermética.y triste, para ir a un espacio abierto, el mar, gracias a su profesión de marino mercante,la vuelta a la ciudad de la santa, tras la muerte de Jane y del hijo que esperaban, representa el cierre de un círculo donde el protagonista revive su melancolía de niño y su tristeza de hombre adulto. La prosa de Delibes logra sus mejores efectos al final del libro cuando Pedro va a visitar el cementerio donde está la tumba de su amigo Alfredo:

\

Sentí agitarse mi sangre al aproximarme a la tumba de Alfredo. La lápida estaba borrada por la nieve, pero nuestros nombres -Alfredo y Pedro- fosforecían sobre la costra oscura del pino. Me abalancé sobre él y palpé su cuerpo con mis dos manos, anhelando captar el estremecimiento de su savia. (p. 346).

Allí, en aquel ámbito de paz y recogimiento, incomprensible como la propia vida, Pedro deposita el aro de Jane y lo deja caer por un resquicio de la losa. Con ese emotivo acto, une sus dos grandes amores y la novela cobra toda su intensidad y su relevancia, ya están unidos los dos vínculos de Pedro con los dos seres que más quería en el mundo. El final sí nos sorprende, porque, al salir del cementerio, dice nuestro protagonista: Me sonreía el contorno de Ávila allá, a lo lejos. Del otro lado de la muralla permanecían Martina, Doña Gregaria y ' el señor Lesmes. Y por encima aún quedaba Dios. (p. 347).


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La sombra de Delibes es alargada

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Miguel Delibes con parte de la Redacción de El Norte de Castilla a· J. Rodero, Jiménez Lozano, Carlos Campoy y Emilio Salcedo) y el novelista Luis Berenguer

Con un final así, la novela nos deja pensativos y meditabundos, dándonos cuenta de que nuestro Pedro (se ha hecho nuestro para el lector apasionado y sensible) cree en Dios al final, comprendiendo que nuestro destino tiene algún sentido realmente. Con la sonrisa de la ciudad de Ávila de fondo, ciudad adusta que, por fin, sonríe, como si tuviese vida y entendiese ahora la cruzada vital del protagonista y el por qué de sus infortunios. Por ello, he elegido esta novela para tributar un merecido homenaje a Miguel Delibes, porque desde mi adolescencia,

el libro caló en mí, dejándome un sabor de alegría y de tristeza que, ahora, al releerla, creo entender mejor. Miguel Delibes escribió una novela que, pese a ser primeriza, ya contenía los mejores rasgos de su estilo narrativo: la emoción, el lenguaje esmerado y preciso y, por encima de todo, la construcción de un personaje inolvidable, Pedro, espejo, en mi opinión, del autor vallisoletano. La sombra de Delibes es, sin duda, alargada, y que su luz, como la de esta novela entrañable, siga brillando en un destino que creo que, como el final del libro, sigue sonriendo a nuestro querido ' novelista, en el más allá.


TESTIMONIOS Antonio Colinas Victoriano Cremer Antonio Gamoneda Juan Goytisolo Raúl Guerra Garrido Gustavo Martín Garzo José María Muñoz Quirós Ricardo Senabre



Los libros del corazón, los libros de la vida 1

ANTONIO COLINAS

La obra de Miguel Delibes ha ido madurando lentamente, ha llegado a su culminación, pero este momento final, de plenitud, nos permite apreciar, entre sus muchos valores, que es una obra que se desarrolla a su vez en obras y en sentidos múltiples. Me refiero a que, sí, hay un Delibes periodista, y otro fundamentalmente novelista, y que sin sus novelas sería muy difícil comprender el panorama de la novela española de posguerra; pero a la vez hay otro Delibes que a mí me ha gustado de manera particular: me refiero al autor de lo que, a la ligera, podríamos entender y definir como "libros de viajes". Sin embargo, ese viaje que se da en estos libros concretos posee siempre un doble sentido: por un lado, el escritor nos lleva consigo a un viaje físico, realísimo, generalmente a los ríos, páramos, montes y lugares de la geografía de Castilla y León, de la geografía de su Comunidad; pero, a la vez, hay en estos libros determinados otro viaje que, quizá, sea en último extremo el que cuenta: el viaje interior; ese viaje que le sirve al ser humano para llegar a ser el que debe y tiene que ser; un viaje que va entrañablemente unido a la vida con todas las consecuencias y en el que se da, de una manera ideal, esa fusión, no siempre fácil en los escritores, entre vida y obra. Quiero decir con ello I Artículo publicado en Luces, trazos y palabras. Homenaje artístico-Literario a Miguel Delibes. Cátedra Miguel Delibes (2007).

que en esos libros que reconocemos como de viaje Delibes es más Delibes, quizá, que en sus propias novelas, en donde el yo del escritor se enmascara u oculta con destreza, se metamorfosea para revelarnos un mundo muy suyo. Bien es verdad que algunos de estos libros parecen remitirnos a temas concretos y que así se nos anuncia ya desde sus mismos títulos: Diario de un cazador, Con la escopeta al hombro, Aventuras y. desventuras de un cazadora rabo ... Igual de específicos parecen ser los temas en otros títulos, aunque el de la caza ha sido siempre el prioritario. Me refiero al delidoso Mis amigas las truchas, al Diario de un emigrante, a El tesoro, a Viejas historias de Castilla la Vieja, a Castilla habla o, el no menos delicioso, Mi vida al aire libre, que parece querer resumir un poco todos los anteriormente citados, pues siendo la vida natural, en el campo, el tema central del mismo, en esta obra de madurez -escrita casi a sus setenta añosDelibes va espigando viejos temas con una lucidez y una sabiduría muy de él. Pero ahí quedan fijados, ya desde sus títulos, esos nuevos temas -la pesca, la emigración, su vieja tierra y sus gentes, los misterios arqueológicos, la bicicleta y el caminar, la natación y el fútbol-, los temas que se abren a ese otro tema central que es el amor y el respeto hacia la naturaleza; amor que precisamente por darse en · una tierra difícil y dura -pero muy bella para el que la sabe contemplar y ensoñar- supone a la vez un reto, una


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Los libros del corazón, los libros de la vida

especie de esperanzada prueba que clama -en un tiempo irredento, el del abandono rural- por un futuro mejor, más próspero y también más libre. Pero hay que comprender siempre que esta fidelidad de nuestro escritor a la tierra, a su tierra, se aleja muy profundamente -al contrario de lo que muy tópica y frecuentemente se cree- del mero paisajismo, de un esteticismo sin razones profundas o de un trasnochado costumbrismo. Delibes vive la tierra desde la profunda razón del ser y de su ser; de ahí que esa aventura del doble viaje de algunos de sus libros -el físico y el interior- parta de él mismo para luego proyectarse en cuanto recorre, observa e interpreta. La obra de Miguel Delibes y su vida han sido ejemplares por muchos motivos, pero sobre todo por este: él ha vivido cuanto ha escrito y ha escrito cuanto ha vivido. Y lo ha hecho desde su raíces. En nuestros días, esta aventura de vivir la propia vida en el medio puro de la naturaleza nos remite de lleno a otro tema al que tampoco es ajena la obra de Delibes; me refiero a lo que reconocemos como problemas del medio ambiente. Si algo transparentan estos libros concretos del autor, que hemos subrayado en sus títulos, es esa consciencia lúcida de que sentir y amar la naturaleza supone también el padecerla, el ser consciente de las amenazas que sufre y de los saqueos que, ya irremediablemente, se han hecho en ella. Vivimos en los tiempos en que se ha producido "el exterminio de la clase campesina", nos ha dicho radicalmente otro escritor, Jünger. En todo momento la conciencia de Delibes se ha mantenido vivísima y desnuda en torno a estos problemas que afectan de lleno a la salvaguarda y armonía de lo que más ama: a ese espacio de espacio en el que la propia na turaleza tradicionalmente seleccionaba y respetaba, y por el que el ser humano sólo debía

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ir de paso para admirar, cultivar, preservar y amar. Por todo lo dicho, no es raro que Miguel Delibes dedicara en su día su ingreso en la Real Academia de la Lengua, en el que tuve la suerte de estar presente, a estos temas, que él trató con afecto y sencillez y que no dudó en clausurar radicalmente con aquel tema de una vieja canción de la época: "Si el mundo no cambia, si el mundo no se respeta, que se pare, que yo me bajo de él". Era una muy sencilla, pero radical fórmula, de decir cuánto había supuesto para él a lo largo de su vida el amor a la naturaleza y el debido respeto a la misma. El escritor podía haber elegido otros temas más específicos, como el de su propia narrativa, pero prefirió detenerse en los problemas medioambientales, entonces no tan acucian tes como lo son hoy. Con aquel mensaje, la obra de Delibes se estaba universalizando, pues todos sabíamos que él ya no se refería de manera concreta a los espacios naturales de su tierra, sino a los de todo el planeta. En este sentido, hoy vemos que este autor castellano fue un gran adelantado en su tiempo en la visión de estos problemas que hoy -acaso demasiado tarde- todos los partidos políticos llevan ya en sus programas electorales. (No olvidemos en este momento y al hablar de este tema concreto otra obra decisiva suya sobre la manipulación de las conciencias y la resistencia del ser humano frente a los asaltos de la desinformación y de la manipulación: El disputado voto del señor Cayo). Llegado a este punto, abandono la escritura, me dirijo hacia mi librería y extraigo de ella uno de los libros de Delibes que más he amado. Me refiero a Mis amigas las truchas, en su primera edición en Destino (1977). Los temas de que h~ venido tratando, Delibes los ha contemplado en esta obra de una forma muy


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Antonio Colinas

Mi vida al aire libre (memorias deportivas de un hombre sedentario) (1989). Destino, Barcelona.

leve y alada, pero en este libro concreto su palabra fluye caudalosa en forma de Diario, que el autor reconoce con modestia como simple "block de notas de un pescador". En este libro,los ríos le obligan también a Delibes a aumentar la dimensión de su mirada. Así, su vagar no es sólo por los ríos de Castilla y León, sino que le llevan a los de otras tierras limítrofes, como Galicia, Asturias o Aragón. Será, sin embargo, en Mi vida al aire libre donde el escritor buscará una concisión extrema para ponemos de relieve su amor a la naturaleza. Asoma en él otra presencia que humaniza y enriquece aún más su personalidad: me refiero a la del amor a los suyos, a sus seres queridos: a su esposa, a sus hijos, a los amigos, al refugio de Sedano. Ellos han ido compartiendo, desde los comienzos de la vida en común, esa afición por las cosas del campo, esa fideÍidad a la tierra que, a

veces -a través, por ejemplo, de la arqueología o de la biología-, ha llegado a tornarse en profesión. Adquiere así la obra del novelista una verdadera escuela de humanismo y, la naturaleza en torno, una secreta, comprensiva, maravillosa unidad; una unidad que, a su vez, se ha adquirido. por medio de afectos, pero, sobre todo de fidelidades. Una vez más leemos a este escritor y reconocemos que esa conjunción no siempre fácil entre el vivir y el escribir, entre el sentir y el crear, se han fundido en él de una manera ejemplar. Para ello, Delibes simplemente ha debido descender, es decir, acercarse con humildad a tierras y gentes. Otra prueba más de su grandeza de ánimo y de su destreza como escritor de los temas engañosamente sencillos, pero decisivos y graves para el ser humano. La llaneza de su tierra y su propia llaneza le ayudarían a ello fecundamente .

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Cien años 1

VICTORIANO C REMER

Para Miguel Delibes, amigo y compañero siempre

Así que pasen cien años comenzaré a morir lentamente como muere la luz de cada día, sin volver la vista atrás ni revolver los archivos: (Cada vez que se me ocurre retroceder en el tiempo y fijar la película me asaltan figuras extrañas, garabatos de doloroso patetismo). Es algo que les ocurre a todos, sean blancos o negros, legos o doctorados. Se muere solamente de una vez y para siempre, abanderando cuanto tenemos conquistado a corazón partido: esposa, hijos, bienes y papeles con nuestro nombre y número de salida.

1 Poema p ublicado en Ll/ces, trazos y palabras. Homen aje artístico-Litera rio a Miguel Delibes. Cá tedra Miguel Delibes (2007).


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Victoriano Cremer

Depositamos los viejos vestidos a la entrada del último túnel y desnudos acudimos a la cita. Preguntarán los memorialistas del aire: " ¿Qué fue de aquel que intentara Cambiar el mundo, verso a verso?" Cesó un día cualquiera de un mes, arrastrado por caballos de plomo y fue olvidado; como manda la Santa Madre Iglesia y decretan los tiernos alacranes. ustedes perdonen Si me muero sin avisar! jY

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Delibes: creación, muerte, recuerdos 1

ANTONIO GAMONEDA

En estos días se han dicho muchas cosas de Miguel Delibes; del escritor vivo, grande y justamente celebrado, y se han sucedido, también numerosas,las lamenta.ciones derivadas de su desaparición. Creo que ahora mismo, hoy, es, y seguirá siéndolo durante algún tiempo, perfectamente ingenua la pretensión de aportar reflexiones o ponderaciáne.s que puedan estimarse originales, profundas o novedosas. En tiempo venidero, no muy cercano, como ya tengo sugerido, se producirá el devenir de estimaciones y estudios abarcadores de una vida y una obra cumplidas en una razonable abundancia, sin perjuicio de que esta apreciación (la que se completa con la noción de «una razonable abundancia») sea difícilmente comprensible y aceptable ahora, desde la tristeza inmediata que la muerte proporciona. Estas estimaciones y estudios se darán cuando contemos con una perspectiva menos sentimentalizada. Vendrán, incorporando objetividad, las caracterizaciones y juicios de valor que convienen a un creador que ya es historia. No estoy, no quiero estar, enredando hipótesis ni hipérboles, ni haciendo suposiciones extremadas. ¿Quién, cinco o quince días después del trance mortal, habría sido I Artículo publicado en El Norte de Castilla, el16 de marzo de 2010.

capaz de una visión y una interpretación totalizadoras en los casos -creo que no malos ejemplos- de Cervantes o de Juan de Yepes, llamado sea también, este segundo, por si el lector lo prefiere, San Juan de la Cruz? Yo conocí a Delibes hace, pongamos, treinta y cinco Q cuarenta años, cuando le invité a dar una conferencia en León. Cruzamos alguna carta y alguna llamada y dio la conferencia; una conferencia dispuesta con sencilla y, a la vez, refinada


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Antonio Gamoneda

inteligencia, que tenía como fondo la diversidad paisajística de León provincia, y la tipología, también diversa, de sus pobladores, referidas, ambas diversida-: des, al espacio rural principalmente. Cenamos juntos, con otras dos o treS personas, y yo diría que fue en la cena cuando Delibes dictó la conferencia en profundidad, añadiendo pronunciamientos críticos -positivamente críticos, en su mayor parte aunque no en su totalidad-, denotativos de un más alto grado de comprensión geopolítica y humana que el que dispuso para la conferencia. Llaneza -incluso en las ya aludidas precisiones críticas-, cordialidad en todo momento y un «hasta pronto» o algo por el estilo, que, lamentablemente, no se logró en su prontitud. Pasaron años, muchos debieron ser, hasta que tuvimos unos minutos de relación en persona. Fue con motivo de la presentación en Valladolid de uno de los primeros libros de Gustavo Martín Garzo. Allí, en la primera fila, estaba Delibes, atento, como, al parecer, era su hábito, a las posibilidades creativas jóvenes y, en el caso de Gustavo, seriamente interesado por su, ya en aquel momento, evidente talento de narrador. Deduzco la seriedad de las pocas pero cálidas y precisas palabras que cruzó conmigo a propósito de la obra presentada. Con alguna mínima discrepancia -más bien reorientación interpretativa-, creo recordar, relacionada puntualmente con un pormenor de mi presentación. Por segunda vez, llaneza y cordialidad (era él quien, sin que se notase, disponía la gratificante llaneza), y, quizá, otro «hasta pronto» que ya no se nos deparó. Pero ... Pero he hablado de «relación en persona». Es cierto que ya no volvimos a encontrarnos y, sin embargo, en mí se dieron relaciones, contactos con Miguel Delibes, de los que el no pudo alcanzar a enterarse. Algo voy a decir de tales «rela-

ciones y contactos», alterando, porque así me peta, la que fue su cronología. En año que no soy capaz de poner en cifra, yo era parte del jurado que había de discernir -creo que sí, que era éste- elllamado Premio de las Letras o Premio de las Letras Españolas. El jurado decidió que fuera para Delibes y, no recuerdo si por alguna concreta razón, yo fui encargado de comunicárselo por teléfono. Le llamé, se lo dije y añadí la natural felicitación. La respuesta fue .. . irónica, con muchas probabilidades de ser una respuesta bienhumorada: «Pues me habéis fastidiado; con esto por delante, no va haber manera de que el año que viene me den el·Cervantes». Como puede verse, la llaneza, que tan repetidamente le adjudi- . co, podía acoger también la ironía. Pero la ironía no resultó premonitoria: al año siguiente, Delibes era Premio Cervantes. Otro recuerdo significativo tengo. En este, ni siquiera la voz de Delibes estaba presente. La personalidad y voz presenciales eran las de Carmen Balcells. De esto hace ¿tres, cuatro años? No sé decir el cuándo; mi contabilidad del tiempo es insuperablemente mala, Carmen Balcells había venido a Valladolid, a «fichar», esto sí lo tengo claro, a Miguel Delibes. «De paso», se acercó a León para abrazarme, . aunque «principalmente para conocer a tu (mi) mujer», como, con picardía cariñosa, me dijo. Hablamos de Delibes. No mucho, pero sí lo suficiente para que yo entendiese de manera completa los resultados y la captación profunda de la personalidad del escritor que ella traía consigo: «Es muy inteligente», dijo en algún momento. Mediaría un comentario mío y, muy pronto, añadió -no recuerdo bien las palabras- algo equivalente a «No hace teatro». Para mí, la carga referencial de estas -alguna más habría- expresiones en boca de Carmen Balcells, estaba clara y completa. Se la adivinaba muy contenta.

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Delibes: creación, muerte, recuerdos

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Retra to de Álvaro Delgado

El trato habría resultado positivo, pero, además, el hombre Delibes le había procurado una imantación también positiva. Había encontrado a una persona con la que ella podría intercambiar afectos verdaderos. He dejado para el final, aunque la ocurrencia fuese muy anterior a la segunda y tercera de las que aquí relato, una circunstancia en la que tampoco estaba presente Delibes. ¿O sí lo estaba? Vamos a tratar de averiguarlo. El pintor Álvaro Delgado había traído una exposición a León. El galerista, Jaime Quindós, era -y es- amigo mío. Me invitó a la inauguración. Un cuadro estoy seguro de que era el mejor de toda la muestra- retuvo largamente mi interés y también mi emoción. No sólo por su calidad, aunque la tuviera abundante. Era un retrato de Miguel Delibes. Pero tampoco el que fuese un retrato de Delibes fue el motivo único de mi intenso y prolongado detenimiento. Había algo más, y este «algo más» era causa de emoción y, de intangible manera, más allá de la verosimilitud fisonómi-' ca, causa también de una presencia real del ~etréj.tado. Delibes aparecía sentando en un sillón (puede que fuera un sofá), tenía la mano izquierda ligeramente separada de su cuerpo, extendida hasta

recoger, sin ocultarla, otra mano cuya procedencia visual se desvanecía en el fingido espacio habitado por indecisas luces y sombras. La mano recogida, sostenida con la naturalidad gestual que puede desprenderse de una firme costumbre, tenía una esbelta suavidad carnat casi una transparencia, y comportaba . también una realidad presencial. Pronto me di cuenta: en su consistencia principal, aquel cuadro había sido «pintado» por Delibes. Había en él una significación representativa de una íntima realidad que trascendía el hecho pictórico, que concernía a Álvaro Delgado. Allí había entrado un símbolo que sé simbolizaba a sí mismo. Aquella mano era la mano de la esposa muerta y amada, la . mano de Ángeles. Supongo que la situación que he llamado presencial queda suficientemente explicada. Miguel Delibes era hombre capaz de permanecer en el amor más allá de la muerte. Es necesario deducir que esta hermosa capacidad es componente principal y generador de la de contemplar el mundo, la existencia y el tiempo· con lúcida gravedad, y de crear su representación en la escritura con la misma serena emoción con que, en cierta y muy real manera, Delibes «pintó» su propio retrato.


Espléndido castellano l

JUAN GOYTISOLO

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Estimaba muchísimo a Delibes, del que siempre recordaré un puñado de anécdotas formidables cómo, cuando, en uno de esos encuentros que organizaba el entonces invencible Cela en Formentor, el autor de Las ratas le dijo que hablaba como un diputado. Lo he leído siempre con deleite. Por eso me cuesta tanto elegir un sólo título. Aunque, si no tuviese más remedio, diría El hereje. Conozco las actas del proceso real en el que se basó y el resultado es magnífico, por su espléndido castellano, su recreación de esa Valladolid tiznada de prejuicios y miedo, la solidez de la historia y la estructura de una narración absolutamente ejemplar, que reivindica además el drama de los perdedores de la historia de España.

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Primeras cuartillas m anuscritas de El hereje

I Texto publicado en el suplemento El Cultural de el diario El Mundo, ell9 de marzo de 2010.


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Germán Delibes

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Sobre El hereje. Germán Delibes .guel Delibes

Catedrático de Prehistoria. Universidad de Valladolid. Hijo del escritor

El hereje

El hereje (1998) Premio Nacional de Narrativa Destino, Barcelona.

El hereje SAIRYUSHA (2001 ).

En el marco de la 43 feria del Libro de Valladolid, Germán Delibes como "colaborador" de su padre a la hora de compilar la información necesaria para poder documentar la obra, rodeado de parte de la familia y con el pabellón de autores lleno, Germán Delibes destacó el papel jugado por los catedráticos Teófanes Egido, Ángel Torío y Anastasio Rojo en la elaboración de El hereje, proyecto que suscitó las "inseguridades" de un hombre, Delibes, quien vaciló, rectificó y corrigió "mucho" y sufrió debido a su "obsesión" por la crítica, que le hacía sentirse "observado". Tras recordar que la gestación de El hereje se prolongó durante tres años y que al escritor no le gustaba hablar de la marcha del proyecto, el catedrático de Prehistoria reconoció que su padre" sufrió" por las exigencias de la documentación, labor a la que dedicó el primer año, pero disfrutó por la posibilidad abierta a nuevas lecturas y conocimientos. El escritor disfrutó "mucho" en sus visitas a los escenarios vinculados con la narración de su obra, entre ellos, por ejemplo, su último coto y el lugar donde mató a sus dos últimas perdices y el resultado, según su hijo, fue finalmen te sa tisfac torio. Por otro lado, el hijo del escritor aseguró que, como Torío, Egido y Rojo, presentes en la documentación conservada por su padre, le tocó" arrimar el hombro" en el desarrollo de una obra que no era" cualquiera" sino que era la "única" de temática histórica del autor y que, por tanto, precisaba de información vinculada, entre otros, con la vestimenta, los vehículos o la red de caminos.


Las voces del cazador 1

RAÚL G UERRA GARRIDO

Por fortuna, con Miguel Delibes me une una amistad sincera y cómoda, lo que es manco regalo, pues eso de poder charlar o pasear con un autor clásico al que admiras no siempre es posible (con Quevedo, por ejemplo). A Delibes lo descubrí en la Librería de Ferrocarriles, S. A. de Valladolid una tarde del año sesenta y poco; porque había oído que una turba de alféreces eternamente provisionales habían renovado el viejo rito inquisitorial de la quema de libros, eso sí, pagando. Habían arramplado con todos sus libros que en las librerías de la ciudad encontraron, pagaron el pvp con el diez por ciento de descuento y en la Plaza Mayor emularon una vez más la ceremonia del Fahrenheit 451. Se olvidaron de requisar los de la estación. En persona lo conocí varios años después, en San Sebastián, al oficiar de presentador de una conferencia suya. Del Delibes narrador me encanta su capacidad para recrear personajes y ambientes, y de forma muy especial la simbiosis que consigue entre dichos protagonistas y su geografía, nexo que con la palabra labra cadabra, un milagro verbal donde a veces me pierdo en deliciosas horas de relectura. Si un libro no 1 Artículo publicado en Luces, trazos y palabras. Homenaje artístico-Literario a Miguel Delibes. Cátedra Miguel Delibes (2007).

merece una segunda lectura, la primera fue una pérdida de tiempo. También por los dichos de sus novelas son las tres tituladas "diarios" (o su variante de "horas" o "retratos") las que más me satisfacen, pues creo que es en ellas donde su toque simbiótico se manifiesta con mayor rotundidad. Tomemos una cita de su Diario de un cazador (Ed. Destino, por supuesto, la sombra del Nadal seguía alargándose). Melecio iluminó al bicho con una linterna. Era un pato real grande como una avestruz. Había cobrado antes dos azulones y me preguntó por qué no tiraba más, que me habían pasado más de cien parros rozándome la jeta. Le d ije lealmente que la luna me cegaba. Pasamos otras dos horas en silencio hasta la amanecida. El cielo blanqueaba por detrás de los tesos y la islilla de carrizos se empezó a animar. Volaron tres gallinetas y caí una. Luego se arrancó una cerceta y Melecio la derribó. El campo estaba hermoso con los trigos apuntados. En la coquina de la ribera había ya chiribitas y matacandiles trómpanos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guipamos. Volaba tan reposada que le vi a la perfección el collarón


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Las voces del cazador

rojo y las timoneras picudas. La gabusia se despegaba del cieno del fondo. Era un espectáculo y le dije a Melecio que atendiera. Sólo se sentían los alcaravanes silbando al recogerse. Así, como nosotros, debió de sentirse Dios al terminar de crear el mundo.

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Los diarios de Delibes siempre incluyen un vocabulario rural que a los urbanitas nos desconcierta y crea mala conciencia, puesto que en el fondo somos unos ecologistas de salón y el tener que consultar el diccionario es una afrenta a nuestro orgullo sabelotodo. En la terraza de los cursos de verano de El Escorial, hace tantos años, comentaba esto con el propio Miguel y el crítico Andrés Amorós. El crítico no era partidario de los "palabros" (ignoro si sabía que las chiribitas son las margaritas), pero en referencia no a las palabras campesinas utilizadas por Delibes sino a las mías, cuyo origen de ciencias, según él, las hacía ininteligibles para el lector medio al que suponía de letras. Puso como ejemplo tres abstrusos vocablos: dicotómico, anaerobio y estocástico. Una vez más me encontré sometido al fuego cruzado de las dos culturas, situación que en el fondo me divierte. Tan lo que sea es quien no ha leíd C" rimera (

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parte del Quijote como quien ignora el segundo principio de la termodinámica. Delibes, lógicamente, no le hizo ascos a ningún "palabro"; los asume vengan de donde vengan, si proceden del castellano y contra él no atentan. En lo que sí estábamos de acuerdo con el crítico es en que las voces provenientes de la tierra son más eufónicas que las provenientes de la tecnología, no suenan igual los matacandiles azorados que las mazarotas exotérmicas, por ejemplo, pero eso es otra cuestión. Memoro otra charla en esa misma terraza sobre las variantes de la espesura . Tupir es hacer una cosa más espesa, más prieta, más tupida y por extensión en Valladolid lo que tupió ya está lleno y en Bogotá es vergonzante. Su entusiasmo al explorar la selva lexical hispana: bromeando pedimos un guayoyo y un periquito, o sea dos cortados. Me alegra el que se haya publicado un diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes, me congratula el poder participar en este libro Homenaje con vocación de cruzar fronteras, y sólo lamento no haber frecuentado más la charla y la compañía de este fastuoso cazador de patirrojas, colorados y encarnadas voces. Sin citar por extenso a Delibes no se puede escribir la historia de la literatura española.


La lealtad a las cosas1

GUSTAVO MARTÍN GARZO

Todo lo que sabemos es por gracia de la naturaleza. Esta frase del último Wittgenstein resume sin duda la obra de Delibes, que más allá de su pesimismo profundo, de su obsesión por el fracaso, es un canto a esa lealtad a las cosas que Chesterton consideró la cualidad más decisiva del corazón humano. Y es difícil no leer a Delibes sin sentir el influjo benigno, vivificador, de esta callada lealtad. Delibes no se engaña respecto al verdadero ser del hombre, sobre su egoísmo, y su capacidad para la destrucción, pero una suerte de "patriotismo cósmico" (por utilizar de nuevo una frase de Ches ter ton, tan querida por Fernando Savater) le hace intuir que sólo esa relación minuciosa con lo particular puede transformar ese desprecio en amor, y salvarnos humanamente. Veamos un fragmento: "El Nini, el chiquillo, sabía ahora que el pueblo no era un desierto y que en cada obrada de sembrado o de baldío alentaban un centenar de seres vivos. Le bastaba agacharse para descubrirlos. Unas huellas, unos cortes, unos excrementos, una pluma en el suelo les sugerían, sin más la presencia de los sisones, las comadrejas, el erizo o el alcaraván". Es el niño I Artículo publicado en Luces, trazos y palabras. Homenaje artístico-Literario a Miguel Delibes. Cátedra Miguel Delibes (2007).

protagonista de Las ratas, el que mira el campo con esa atención extrema, enseñándonos que hay una continuidad entre el hombre y el mundo natural. Esa mirada, "atenta, concienzuda e insaciable", capaz de contemplar el mundo en toda su variedad y riqueza, debe ser también la mirada del narrador. "Ahora veo a la madre donde antes no la veía: en el montón de ropa sucia, en el bando de gorriones que revolotea en la terraza, en el Talgo que pasa cada tarde o en el Sagrado Corazón iluminado. Pero cuando la madre se afanaba en silencio, no la veía, ni sabía que en sus movimientos había un sentido práctico" (Diario de un cazador): No ver lo que no hay, en una suerte de delirio de la subjetividad, sino ver donde antes no se veía, ahí radica el arte de narrar de Delibes. Y la imaginación es la facultad que nos lo permite. . Pero la imagi nad ón es también una enfermedad, en cuanto nos expone, hace que nuestra vida siempre esté pendiente de completarse. Gran parte de los personajes más vivos e inolvidables de Miguel Delibes padecen esta rara enfermedad del alma, una enfermedad que les hace sentir los cambios y las transformaciones del mundo como si tuvieran lugar en sus propios cuerpos. Pacífico sufre si se podan los árboles, tiene tiritonas cuando en el camueso se


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La lealtad a las cosas

anuncian la aparición de las primeras yemas; el Nini cría y domestica un zorrito; Azarías, en Los santos inocentes, consigue que una grajiIla baje a comer en sus manos; el tío ratero, en Las ratas, se niega a abandonar su cueva, y a cambiarla por una casa. La cueva que le hace igual a los animales de los que vive, donde crea su extraña familia. "Mataba la llama, pero dejaba la brasa y al tibio calor del rescoldo dormían los tres sobre la paja; el niño en el regazo del hombre, la perra en el regazo del niño y, mientras el zorrito fue otro compañero, el zorro en el regazo de la perra". La literatura, la imaginación, ve el mundo como un solo cuerpo. La boca de Anita (Diario de un cazador) es "una nidada de besos", y la gotita que cuelga de la nariz del Barbas (La caza de la perdiz roja) se confunde con una gota de rocío. El diente de Bisa (Las guerra de nuestros antepasados) "hacía cuej-cuejcuej, como las gaviotas reidoras de la charca", y los pelos del bigote del Barbas, salpicados por su propia saliva, brillan" como los tallos truncados de los rastrojos". Hay en todos ellos una relación de continuidad casi mágica con las cosas y los animales, que nos hace pensar en los santos, en los elegidos, en todos aquellos en que aún parece existir un resto aún activo, no contaminado, de esa naturaleza adánica que no dejamos de añorar. Un resto que es, a la vez, signo de deformidad y de nobleza, como el ala de cisne del pequeño de los príncipes en el cuento de los hermanos

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Grimm. Toda la obra de Delibes gira sobre esa continuidad, hoy más amenazada que nunca, entre el hombre y el mundo. Sus novelas nos hablan de las fuerzas terribles o benéficas de la naturaleza, del placer y de la muerte, de las servidumbres del amor y del sufrimiento debido a la pérdida. Pero Delibes sabe que el verdadero narrador nunca cuenta una historia, por muy terrible que sea, para sumir en la desolación a los que le escuchan. Es un mediador. Se ofrece a su continuidad, como con tanta perspicacia nos ha explicado Jonh Berger, no para aumentar su inquietud, sino para ayudarle a sobreponerse a las amenazas que le apremian o inquietan. Sus relatos son, de hecho, fórmulas de cohesión que le permiten conjurar el efecto desintegradar de esas amenazas. Y por eso es tan importante, hoy más que nunca seguir leyendo a Delibes. Su obra es comparable a la de todos los grandes moralistas, en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen la pasión del corazón humano. Delibes forma parte de esa larga tradición de grandes moralistas, que 'desde Cervantes o Stendhal, se dan en el mundo de la novela. Se confunde con ellos porque busca al hombre en el entorno y la comunidad en que vive; y la verdad en donde se oculta, en sus rasgos particulares. Aún hay otra cosa importantísima. Delibes también suscribiría sin dudarlo las palabras de Camus acerca de que el desprecio por los hombres constituye con frecuencia el estigma de un corazón vulgar.


Un paisaje para el sueño l

JOSÉ MARÍA MUÑoz QUIRÓS

(A Miguel Delibes)

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He visto tantas veces el recodo de ese camino que atraviesa el puente, y he sentido el rumor que de esa fuente suena como la brisa, como el modo dulce de despertar, y luego todo en mis ojos se duerme casi ausente, y se llena mi ser tan de repente de un frágil miedo y de un profundo lodo. La noche cae muy lentamente. Luego abre la luz del corazón el fuego de la tarde que cesa en las laderas donde la piedra es lumbre de infinito. y en los ojos del viento sigue escrito el nombre de las cosas verdaderas

I Poema publicado en Luces, trazos y palabras. Homenaje artísti~o-Literario a Miguel Delibes. Cátedra Miguel Delibes (2007).


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Un paisaje para el sueño

n Hasta las ramas de esta encina llegan los pájaros cansados. No han podido volar más lejos, levantar sus alas, caminar en su cielo azul más altos. El cansancio se siente breve y libre en los balcones tristes de la noche. Han llegado a sus nidos y se esconden entre las hojas de la luz primera. Las ramas de los árboles cobijan la mirada del pájaro que espera su débil canto, su color herido por el sol de las horas cuando mueren en los días más breves. En su vuelo descansa una vez más la primavera.

nI Tarde de encinas grises y apagadas, tarde callada en la penumbra triste de las horas dormidas. Tarde ausente. Tarde entre chopos y entre el vuelo libre de los pájaros negros. Tarde de agua en el río del tiempo, en los caminos que recorren los días. Tardes breves en los brazos del musgo, en las alturas de las torres calladas. Tardes lentas en su pasar cansado sobre el frío. Tardes en los cipreses de la sangre. Luna de atardecer en las almenas, de claridad absorta, de silencio. Tarde escrita en las sílabas del alma.

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Despojos empobrecidosl

RICARDO SENABRE

La naturaleza mal utilizada y la injusticia social se aunarán de nuevo en Los santos inocentes (1961), escueta ampliación de un cuento anterior :que reduce a su expresión mínima los ingredientes de una historia estremecedora, en la que Azarías parece, por su cercanía al hombre "natural", el despojo empobrecido en el que se hubiera convertido el Nini de haber continuado en medio de un mundo hostil. Porque esa resistencia - inútil- del individuo contra la sociedad, esa afirmación de independencia del hombre contra las presiones exteriores, de la singularidad contra la uniformidad, es otro de los motivos básicos de Delibes. Está en el Ratero Viejo, pero

1 Texto publicado en el suplemento El Cultural de el diario El Mundo, el 19 de marzo de 2010.

también en el personaje evocado en Cinco horas con Mario de tal manera que las palabras de la viuda dicen una cosa y dejan al descubierto la contraria; es·t á en el personaje de la Parábola del náufrago -donde el autor se permite parodias vanguardistas con elementos tipográficos y sintácticos para delatar la vida dictada y no auténtica- , y se halla también en el protagonista de su última novela, que es una especie de Mario con ropaje histórico. Me refiero, claro está, a El hereje, con cuya reseña se inauguró, hace casi doce años, El Cultural, que ahora lamenta la desaparición físiCa del escritor pero se consuela con la certidumbre de su perduración artística.



Mis cuentos

MIGUEL DELIBES

En diferentes entrevistas he manifestado que mi novela de personajes, lo que quiere decir que es el desarrollo de una vida (de un hombre o una mujer, minuciosamente caracterizados) lo que verdaderamente da consistencia a la obra. Incluso mis novelas más largas -Mi idolatrado hijo Sis( Las guerras de nuestros antepasados o Madera de héroe- no se sustraen de esta condición y estimo que, por encima de las peripecias y los trucos novelescos puestos en juego, el mayor interés de las mismas procede de los personajes. Esta nota se acentúa en los libros de menor paginación, como El disputado voto del señor Cayo, Las ratas o Los santos inocentes, y alcanza el punto más alto en el relato breve, en el cuento, donde basta una viñeta sensible del personaje central para imprimir a la narración un hálito de vida. De aquí podría deducirse que el cuento es mi espacio literario natural. Y, sin embargo, a lo largo de mi vida he escrito muy pocos cuentos. Creo que los

veintidós que han salido de mi pluma se publicaron en las décadas de los 50 y los 60, una época significativa en la que el nacimiento sucesivo de mis hijos me lleva a buscar . unos ingresos inmediatos (los cuentos se pagaban en la revistas como colaboraciones, a fin de mes) y a trabajar a saltos, a ratos perdidos, sin un horario predeterminado, lo que facilitaba también el cultivo de la pequeña narración. ¿Es posible que unas razones tan prosaicas me hayan acercado o alejado alternativamente del cuento, teóricamente mi terreno más propicio? En rigor no lo sé. Me limito a constatar un hecho que a mí mismo me sorprende, al recordarlo ahora ... Pero también creo que en todos ellos pueden encontrarse, no sólo los caracteres que considero constantes en " 11._ -naturaleza, muerte, infancia y próF sino otros que, como la soledad o el sentido del humor, rara vez han sido puestos de relieve por la crítica.


Las visiones

MIGUEL D ELIBES

UES el Mariano no está. A ver. Como dijeron ustedes de nueve a diez, se llegó donde el amo a dar de comer al ganado. Ya le conocen; no puede parar quieto. A los seis ya andaba de pie; va y me dice: «Me subo donde el amo a echar de comer al ganado.» Pero pasen ustedes, no se van a quedar en la calle. No; malo no, pero tampoco bueno. Aquí, con las Ánimas ya se sabe, barro y esperanzas. ¡Qué asco de pueblo! Lo único el baile, y para eso el alcalde quería suspenderlo por el señor ese que dicen que han matado. Lo que decían los mozos: «Pero si ni siquiera le conocemos.» Pero el señor alcalde, dale que le das, que es luto nacional y que todos habíamos de estar tristes por obligación. ¿Qué le parece? Lo que yo digo, que estas cosas han de salir de dentro, que si no le salen de dentro, mal se puede uno poner triste porque lo diga el señor alcalde. Pero él dale, con que lo mandado es lo mandado, y ellos, que si no había baile, mañana tampoco trabajo, que si luto es hoy, también lo es mañana, y uno con una desgracia a las costillas no puede trabajar. El hombre, de que les oye, ha querido venir a buenas y va y les dice: «Bueno, pero sin música; sólo agarrarse.» Ya ve usted cómo van a bailar sin música. Este hombre, no es porque yo lo digo, que más le valiera darles música, que si los mozos se ponen burros va a ser peor. Lo que siento es lo del Mariano. Si ustedes no dicen de nueve a diez él de qué. Ya ven, aguardando. Pero se fue donde el amo a dar de comer al ganado y ya se sabe, una vez allí, nunca falta donde echar una mano. Pero pasen, ustedes, no se van a quedar en la calle. No, si frío, lo que se dice frío, ya lo sé; pero así, tan de mañana, parece como que se conoce el relente . .¡Para quieta Asun! ¡Huuuy, demonio de crías! ¿Ésta? Un trasto. Las otras, vaya.

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Sí, también, pero ocho prefiero antes que la Asun, así. Lo que yo la digo: «A tí te deberían llevar al circo.» Mire usted, y no es que yo lo diga, pero de que la chavala ésta, que no es más que una chavala, se pone a hacer visiones, todo el pueblo es a reír. El maestro dice que para el teatro no tenía precio. Sin ir más lejos, ayer estábamos tal que así y le dice la señora Justina: «Haz una visión, Asun.» Y va la cría y se pone con que tenía tres hijas, la una legañosa, la otra mocosa y la otra piojosa, y aquí nadie se podía tener de risa . No es porque sea hija mía, la verdad, pero chistosa es un rato largo. No; ahora no querrá hacer nada: eso fijo. De que ve un extraño se acobarda. Si la ven ustedes ayer. .. Anda, haz unas visiones, maja, que te vean estos señores. ¡Huuuy, qué chicas, madre! Cuando se ponen así, creánme, las metería un testarazo .. . Vamos, tontuna, ¿es que crees que los señores te van a comer? Mire, si se pone así es mejor dejarla. Matarla o dejarla, a ver. y el Mariano sin venir. Anda, Doro, maja llégate donde el amo y dile al Mariano que están aquí los señores de Bilbao, sí, los del año pasado: los que llamaron anoche, eso. Y con ustedes, ciego. Pero no crean que el Mariano se vaya con cualquiera. Y miren que el campo le tira un rato. Él no puede para quieto, ya le conocen. Afición como para parar un carro. Pero ya ve usted, llega ese don Daniel o como se llame y que no; que con él no caza; que antes se muere de hambre. Y es lo que yo le digo; «¿pero es que te h a hecho algo malo ese señor?» Y él, chitón. Porque el Mariano ya le conocen, tesonero como el que más, pero no es lo que se dice hablador. El Mariano es muy cobarde. ¡Si les dijera que si yo no abro el pico todavía estamos aguardando! Lo que yo le digo: «Tú sólo abres la boca para comer.» El Mariano sólo una comida, como yo digo; se levanta comiendo y comiendo se acuesta. Y es que no puede ser. Que tal como está hoy la vida eso es un escarnio. ¡Ya ven, 60 pesetas diarias! ¿Para qué me valen 60 pesetas si gasto mil mensuales en pan? Y que una no tiene corazón para decirle a una criatura no hay. Puntos, puntos, o eso, quinientas pesetas trae el Mariano cada tres meses. Me parece que es así.. Pero ¿qué es eso? Mire usted, aquí, si no fuera por el cochino, ya andábamos medio pueblo criando malvas. ¡Se van! ¡A ver qué van a hacer! Y una, con gusto. Pero al Mariano no le hable usted de marchar. Qué sé yo qué coñas le da el pueblo este que le tiene tanta ley como a las niñas de sus ojos. ¿Éstas? Ya ve,las criaturas, donde las lleven. Y una, con gusto. ¿Pero él? ¡Para quieta de una vez. Asun, o te doy un testarazo! ¿Por qué no haces una visión para que te vean estos seño-

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res? La de ayer, anda, échatela. ¡Huuuy, madre, la daba así! ¿Pero es que crees que te van a comer? Es cobarde como él, pero ande que cuando quiere gasta un pico. Pero pasen ustedes, no se van a quedar aquí en la calle. ¡A ver! Venir de seguida, bueno es el Mariano; pero eso sí, no sabe parar quieto. Esta mañana a las seis ya andaba en danza. Me dijo: «Me voy de un momento donde el amo a echar de comer al ganado. » Lo que yo le dije: «Para ti no hay lutos. » Ya ve, por guasa, por lo del señor alcalde, a ver. Desgracia, ninguna. Desde que murió mi difunta madre, para enero hará seis años, nada. Claro que ahora salen con que desde ayer es luto para todos, ya ve. Y yo, la verdad, aunque me esté mal el decirlo, nunca oí mentar al señor ese. Dicen que era muy bueno y que su señora estaba muy bien fachada, pero ¿qué quiere?, aquí en los pueblos, una ignorancia. Lo que es, si por mí fuera ya andábamos a muchas leguas de aquí. Pero el Mariano ¡madre! Lo que yo le digo: «¿Qué te dan en este pueblo si puede saberse?» Él se pone loco: «Es mi pueblo y yo no tengo por qué irme al pueblo de otro, aunque me den 80 pesetas, ya lo sabes. » Y yo callo por tener la fiesta en paz, pero yo me sé que el padre del Mariano, sabe usted, estaba un poco así de la cabeza y una vez se pasó tres días y tres noches en el cabezo de Montesino comiendo tallos. Y no es por gana de malmeter, pero su hermano Sátiro es inocente, que no es que yo lo diga, que lo sabe todo el pueblo. Y yo me pienso que malo será que al Mariano no le haya quedado una reliquia así, en el cerebro. Porque tesonero y trabajador no hay otro, pero cabezota ... ¡Huuuy, madre! Cosa que se le mete en la cabeza, caso perdido. Ya ven ustedes,lo de don Daniel, un hombre bien bueno, pues él que con don Daniel no sale al campo y antes se pone al hambre que transigir. ¡Mírela! Es que no te puedes para quieta. Anda, maja, haz unas visiones delante de estos señores, que luego te dan la propina. ¡Huuuy, madre! Es que la descrestaría, ¿eh? Cuando se pone burra no hay quien pueda con ella. Y buena juerga nos trajimos ayer. La cría esta tiene cada cacho ocurrencia que no vean. Mire que cuando sale que tiene una hija legañosa, la otra mocosa y la otra piojosa, la señora Justina se tumbaba a reír. Pues "no les digo luego, cuando se asoma el alguacil y vocea: «¡Eh, que estamos de luto!» Para qué quería más la criatura. Y nosotras, ya sabe usted, de que nos dicen que no podemos reír, por lo del luto, ¿sabe?, pues más risa, y así hasta reventar. ¡Jesús, qué criatura! Y no es que una diga que el señor ese fuera malo, pero, mire usted, aquí no le conocíamos y la pena si no viene de dentro no la


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puede traer con un bando el señor alcalde; eso fijo . Pero él que nones, y todo lo que se le ocurre es decirles a los mozos que se agarren pero sin música porque es una obligación estar de luto. Y ya ven, lo que ellos dicen, si hoy es luto para bailar, también lo es mañana para trabajar. ¡Huuuy, madre, este Mariano! ¡Justi! Anda, ve ahí a la esquina a ver si viene la Doro. Y si ves al Mariano dile que están aquí los señores de Bilbao, los que llamaron anoche, eso, él ya sabe. Y tú, pasmarote, ¿por qué no te da la gana hacer una visión para que te vean estos señores? Es lo que peor llevo, ¿eh? Esta criatura, con los extraños nada. Digo yo si no le quedará también una reliquia del abuelo, así en el cerebro. Pero basta que una ponga pasión en que haga títeres para que no. ¡La daba así! Pues el Mariano igual. ¿Por qué no has de salir con don Daniel? Pues porque no. No hay razones. Y no es por tumbón, que, a Dios gracias a tesonero y trabajador a mi Mariano no le gana nadie. Pero es lo mismo con lo del pueblo. «Es mi pueblo y yo no pinto nada en el pueblo de otro. » Ya ven. Ignorancia, eso es lo que es. Porque este pueblo,donde lo ven, ha tenido ciento sesenta vecinos . . ¿Ahora? Ni a cincuenta alcanzará. Pero ¿por qué no pasan ustedes? Se van a quedar fríos. Tardar no puede tardar, pero ya se conoce el relente. Y una, enferma que está. Miren qué mano. El doctor que es la reuma; pero reuma tiene el señorito Cuqui y no se le ponen los dedos corvos como la garra de un alcotán. Lo que yo digo: los males para los pobres. Y no es que yo me queje, que desnuda nací y ahora estoy vestida, pero con las 60 pesetas, si no fuera por el marrano, a pan yagua. Y una ya se va cansando de ser buena, mire usted; que siendo buena no se come y todos tenemos necesidad. Y ya con la andorga llena sería otra cosa, pero con la andorga vacía una no está para lutos ni los mozos para que les quiten el baile. Después de todo a ese señor poco servicio podemos hacerle ya, con luto o sin él. Y no digo yo que fuera malo, péro, mire usted, un pueblo es un pueblo y las cosas son como son. Y si ustedes le dicen que a . las nueve en punto, el Mariano antes deja al amo que desairarles. Pero como le dijeron de nueve a diez, él coge y me dice: «Voy un momento a echar de comer al ganado. » Anda, que si él sabe esto, de qué. Pero él confiado, se fue donde el amo y aunque el jornal es corto, nunca falta donde arrimar el hombro. Y que mi Mariano no es de los que se echan atrás, que ustedes ya le conocen. Otros defectos tendrá, pero a tesonero y trabajador no le gana nadie. El Mariano, la verdad, no . puede pararse quieto, que a ratos pienso si no será también

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esto reliquia del abuelo. Porque la taberna, nada, bien lo sabe Dios. Y a él que la cerraran por el luto o que no la cerraran, tanto le iba a dar. Pero no es cosa de cerrar la taberna, verdad usted, por un hombre al que no se conoce, con todo lo bueno que dicen que era, que hasta a los negros les guardaba ley, según dice don Bibiano. Porque lo que yo digo, a él, pobrecito, nada le va a quitar ni poner el que los mozos bailen o los hombres vayan a la taberna. ¡Mire ésa! Asun, maja, ¿no harías unas pocas de visiones para que te vean estos señores? La de ayer, anda, échatela. ¡Jesús, qué pasmarote! ¡Anda a casa! Cuando se pone así me dan ganas yo qué sé de qué. ¡Anda de ahí, que te descresto!, ¿eh? Pero pasen ustedes, se van a quedar fríos. Parece que no, pero ya se conoce el invierno. Ve, ahí está el Mariano. ¡Vamos, Mariano, que llevan aquí media hora aguardando estos señores!

Con su familia en el año 1968


TEMAS EN LA OBRA DE MIGUEL DELIBES -Antología visualCastilla Libros de viajes Libros para niños Cuentos Miscelánea Novelas

Con Francisco Rabal


CEDRO es la asociación que gestiona colectivamente los derechQs de reproducción de escritores. traductores. periodistas y editores. Ponemos todos nuestros recursos para que tus palabras tengan el valor que merecen. Asóciate: ~ Cada año recibirás los derechos económicos que te corresponden por la copia de tus obras.

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CEDro ..., ,

CENTRO ESPAÑOL DE DERECHOS REPROGRÁFICOS


REPĂšBLICA DE LAS LETRAS 117

Temas en la obra de Miguel Delibes

LIBROS SOBRE CASTILLA

"Castilla, lo castellano y los castellanos" (1979) Planeta, Barcelona.

"Viejas historias de Castilla ' la Vieja" (1964) Relatos Lumen, Barcelona.

Miguel

Delibes Castilla habla Ediciones Destino I~

"Castilla habla" (1986) Destino, Barcelona.

' ..

"Castilla en mi obra" (1972) Magiste!io EspaĂąol. ilustraciones Menchu Genove

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LIBROS DE VIAJES .-\ 1ianza Editorial

1\ Iigud

Odi~

primavera de

..aga

"La primavera de Praga" (1968) Alianza Editorial, Madrid.

"USA Y yo" (1966) Destino, Barcelona. Ser o no ser.

- . I J .. I

"Europa: parada y fonda" (1963) Ediciones Cid, Madrid.

.. :

"4路'!"l . ... _

"Dos viajes en autom贸vil: Suecia y Pa铆ses Bajos" (1982) Plaza y Jan茅s. Barcelona.


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Temas en la obra de Miguel Delibes

LIBROS PARA N IÑOS

MIGUEL DEUBES "Mi mundo y el mundo: Antología de obras del autor para niños de 11 a 14 años (1970)" M:ili.ón. Valladolid.

"Los niños (Las mejores páginas del gran escritor sobre el mundo maravilloso y dramático de la niñez"" (1994) Planeta, Barcelona.

"Tres pájaros de cuenta" (1982) MiI1ón, Valladolid.

"El príncipe destronado" (1973) Destino, Barcelona. (con dibujos de Adolfo Delibes, de cuatro aI1os)

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Temas en la obra de Miguel Delibes

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CUENTOS

"La partida" (1954) (Diez cuentos) Luis Caralt, Barcelona

"Envidia" 1948 Ediciones··G.P.

"La mortaja" (1957 y 1970) Esta novela forma parte del libro "Siestas con viento sur" (1957)

"El conejo" (1991) Compañía Europea de Comunicación e Información, Madrid '


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Temas en la obra de Miguel Delibes

OTRAS NOVELAS Y LIBROS

"La barbería" 1948 Publicado, sin fecha

" Aún es de día" (1949) Destino, Barcelona.

"El loco" (1953) "Mi idolatrado hijo Sisí" (1953) Destino, Barcelona.

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Temas en la obra de Miguel Delibes

"Siestas con viento sur" (1957) Premio Fastenrath de la Real Academia. Destino, Barcelona.

Miguel Delibes He dicho

"He dicho" (1996) Destino, Barcelona.

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"Las ratas" (1962) Premio de la CrĂ­tica Destino, Barcelona.

Cinco hora con Mano

"Cinco horas con Mario" (1966) Destino, Barcelona.


REPÚBLICA DE LAS LETRAS1l7

Temas en la obra de Miguel Delibes

"Vivir al día"" (1968) Destino, Barcelona.

"La mortaja" (1970) Alianza Editorial, Madrid.

"5.0.5." (1976) Destino, Barcelona.

"El disputado voto del señor Cayo" (1978) ' Destino, Barcelona.

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Temas en la obra de Miguel Delibes

"Un mundo que agoniza" (1979) Plaza y Janés, Barcelona.

REPÚBLICA DE LAS LETRAS 117

"El otro fútbol" (1982) Destino, Barcelona.

la ce~ura de p'rensa_

en los añ

40

(~ ol~ ellSa)'lI'l)

tli~l=tilil

. "La censura de prensa en los años 40 y otros ensayos" (1985) Ámbito, Valladolid.

"El tesoro" (1985) Destino, Barcelona.


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113

Temas en la obra de Miguel Delibes

"Madera de héroe" (1987) Destino, Barcelona.

"Mi querida bicicleta" (1988) Miñón, Valladolid.

M1GUBL DEUBES

LA VIDA SOBRE RUEDAS

"Pegar la hebra" (1990) Destino, Barcelona.

"La vida sobre ruedas" (1992) Destino, Barcelona.


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Temas en la obra de Miguel Delibes

MI

REPĂšBLICADELAS LETRAS117

UBL DliU~

"Un deporte de caballeros" (1993)

Destino, Barcelona.

"Miguel Delibes / Josep VergĂŠs. Correspondencia 1948-1986" (2002)

Destino, Barcelona

"El hereje" ALBIN. Tirane (2002).

"Los diarios de Lorenzo" (2002)

"Diario de un cazador", "Diario de un emigrante", "Diario de un jubilado" .


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Temas en la obra de Miguel Delibes

OBRA COMPLETA (en cinco vohimenes) Destino, Barcelona.

Miguel Delibes y el Derecho de Autor La muerte de de Miguel Delibes ha ofrecido a la sociedad española el reconocimiento de los valores humanos de un gran escritor y de un hombre auténtico, un hombre de principios. A lo largo de los treinta años en que le he tratado y he defendido sus derechos dé autor en casos que le afectaban directamente, he podido admirar, junto a su equilibrio y su sentido ético, su actitud firme cuando se trataba de la defensa del derecho de autor. Tanto en la protección de sus propios intereses, como en su solidaridad activa, prestando su nombre y su firma para unirse, a la defensa de los principios, de los derechos de todos. Un ejemplo para los autores españoles, a veces reacios a comprometerse en la defensa de los derechos colectivos.

JUAN MOLLÁ






AC E . Asociación Colegial de Escritores de España AÑo XXXIII

JUNTA DIRECTIVA DE ACE PRESIDENTE:

mANMOLLÁ VICEPRESIDENTES:

HAN SIDO MIEMBROS DE LA JUNTA DIRECTIVA DE ACE EN ESTOS 33 AÑOS DE HISTORIA

FÉLIX GRANDE ANTONIO GÓMEZ RUFO SECRETARIO GENERAL :

Rafael Alberti VíctorAlperi Carlos de Arce Enrique Badosa Teresa Barbero Marcos Ricardo Barnatán Carlos Barral Antonio Beneyto Esther Benítez Carmen Bravo-Villasante Jesús Campos Josep M: Carandell Guillermo Carnero Antonio Colinas Carmen Conde José Corredor-Matheos Rafael de Cózar Guillermo Díaz Plaja Luis Mateo Díez Ana Diosdado Antonio Ferres Jesús Fernández Santos Gregario Gallego Francisco García Pavón José Luis Giménez Frontín Antonio Gómez Rufo Juan Manuel González Félix Grande Alfonso Grosso Raúl Guerra Garrido Eduardo de Guzmán Antonio Hernández Ramón Hernández Paula Izquierdo

Juan Ángel Jurista Agustín Lafourcade

ANDRÉs SOREL

Luis Landero Enrique Lenza Ángel María de Lera

ENRIQUE LENZA

Jacinto López Gorge Joaquín Marco Julián Marcos Adolfo Marsillach Fernando Martínez Laínez José María Merino Mario Merlino Pau Miserachs i Sala Juan Mollá Isaac Montero Ana María Navales Lauro Olmo Ángel Palomino Salvador Pániker Jesús Pardo Pedro J. de la Peña Meliano Peraile Carmen Posadas Cesáreo Rodríguez Aguilera Mercedes Salisachs Ramón Sánchez Lizarralde Gonzalo Santonja Santos Sanz Villanueva Ramón Salís Andrés Sorel Elena Soriano Daniel Sueiro Francisco Vélez Nieto Alonso Zamora Vicente

Diego Jesús Jiménez

REPÚBLICA DE LAS LETRAS,

TESORERO :

ASESOR JURÍDICO: .

mANMOLLÁ VICESECRETARIO GENERAL:

MARTA RIVERA DE LA CRUZ VOCALES :

ANTONIO HERNÁNDEZ Régimen interior RAMÓN sÁNCHEZ LIZARRALDE Organi zación FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ Actividades culturales CARMEN POSADAS Publicaciones PAULA IZQUIERDO Relaciones con los medios de comunicación mAN ÁNGEL mRISTO Vocal de Asuntos Sociales MARTÍN CASARIEGO Vocal de Publicaciones CONSEJEROS:

RAMÓN HERNÁNDEZ RAÚL GUERRA GARRIDO ANTONIO COLINAS MANUEL QUIROGA CLÉRIGO SECCIONES AUTÓNOMAS ASTURIAS:

VÍCTOR ALPERI ANDALUCÍA:

JOSÉ GARCÍA PÉREZ VALENCIA:

PEDRO J. DE LA PEÑA TRADUCTORES:

MARÍA TERESA GALLEGO AUTORES DE TEATRO:

JESÚS CAMPOS GARCÍA

es una revista no venal que se publica con el patrocinio de

"'-

CEDrO

~ CENTRO ESPAÑOL DE DERECHOS REPROGRÁFICOS

Imprime: L. M . S. S. Depósito Legal: M-8872-1980 1. S. S. N.: 1133-2158


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