República de las Letras N.o EXTRA - 1
MAYO, 1986
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LA GUERRA CIVIL: CULTURA y LITERATURA
Aurora de ALBORNOZ Manuel ANDUJAR Pilar CIBREIRO Rafael CONTE José FERNANDEZ CASTRO Jesús FERNANDEZ SANTOS Gregorio GALLEGO Juan GARCIA HORTELANO Miguel GARCIA POSADA Raúl GUERRA GARRIDO Leopoldo de LUIS Antonio MARTINEZ MENCHEN Dolores MEDIO Juan MOLLA Gregorio MORALES VILLENA José Luis MORENO RUIZ Lauro OLMO Meliano PERAILE Dionisio RIDRUEJO Gonzalo SANTONJA Santos SANZ VILLANUEVA Andrés SOREL Fernando VALLS Ernesto GIMENEZ CABALLERO
EDITA: ASOCIACION COLEGIAL DE ESCRITORES DE ESPAÑA
REVISTA DE LA ASOCIACION COLEGIAL DE ESCRITORES DE ESPARA
Repú b 11 e a de las Letras
DIRECTOR: ANDRES SOREL CONSEJO DE REDACCION: RAUL GUERRA GARRIDO ISAAC MONTERO CARMEN BRAVO·VILLASANTE GREGaRIO GALLEGO , ANTONIO FERRES JUAN MOLLA
N.O 1. EXTRA
MAYO, 1986
JUNTA DIRECTIVA DE LA A. C. E. PRESIDENTE:
Sumario
RAUL GUERRA GARRIDO VICEPRESIDENI'ES: ISAAC MONTERO ELENA SORIANO
Págs.
SECRETARIO GENERAL: ANDRES SOREL VICESECRETARIO: CARMEN BRAVo-VILlASANTE ASESOR JURIDICO: JUAN MOLLA TESORERO: GREGORIO GALLEGO VOCALES: ANTONIO FERRES MELlANO PERAILE LAURO OLMO TERESA BARBERO LEOPOLDO AZANCOT CONSEJEROS: CAR'MEN CONDE CARLOS BARRAL MERCEDES SALlSACHS EDUARDO DE GUZMAN FRANCISCO GARCIA PAVON
PRESIDENTES SECCIONES AUTONOMAS CATAlUNYA: JOAOUIN MARCO ANDALUCIA: RAFAEL DE CaZAR ASTURIAS: VICTOR ALPERI
1.
La Represión.
Cultura y represión en la guerra civil española, Andrés Sorel oo ' oo • oo • oo • oo • oo. oo • oo. .oo .oo
5
La represión cultural en la zona franquista, Manuel Andújar oo. .oo .oo oo. .oo oo. oo. oo. .oo oo. oo.
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2.
La Teoría y la producción cultural.
A pesar de las circunstancias, Gonzalo Santonja.
35
Las formas populares en la poesra de la guerra civil, Leopoldo de Luis oo . oo. oo. oo. oo. o o . . . .
45
Poetas latinoamericanos en la guerra civil española, Aurora de Albornoz oo. oo. oo. oo' oo . oo .
49
La formas poéticas populares en la guerra civil, Miguel García Posada oo. oo. oo. oo. oo. oo' oo. oo.
65
La guerra civil y la novela española, Rafael Conte.
71
Literatura y combate (España 1931-1939), José Luis Moreno Ruiz oo' oo • oo • oo • oo •
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Escritores fasc istas, Dionlsio Ridruejo .. .
79
Cultura y guerra civil, Ernesto Giménez Caballero oo • • oo oo' oo . oo . oo. oo. oo. oo. oo. oo'
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3.
Visiones de la guerra.
Recuerdos de un venc:do, Gregorlo Gallego
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Visiones de la guerra, Dolores Medio
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TRADUCTORES: ESTHER BENITEZ
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oo.
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Págs.
Págs. El secreto de la maleta, José Fernández Castro ... . .. ... ... . . . . . . 4.
Vivencias infanties de la contienda.
Las vivencias infantiles de la guerra, Santos Sanz Villanueva .. . .. . 103 Vivencias infantiles de la guerra civil , Juan García Hortelano ... .. .
Aún a veces duele, Meliano Peraile.
120
Los niños de la guerra, Lauro Olmo.
121
La guerra de Valencia, Juan Mollá.
123
100
113
5.
Los ecos de la guerra.
El eco de la guerra civil , Fernando Valls .. . .. . .. . ... .. . . .. . .. ... .. .
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Carne de postgue rra, Raúl Guerra Garrido . . . . .. .. . .. . .. . .. . ... .. .
114
El eco de la guerra, Pilar Cibreiro.
135
Lo que fue la guerra para mí, Jesús Fernández Santos .. . . .. ... . .. . ..
117
Recuerdos de la guerra, Antonio Martínez Menchén . .. .. . . .. . ..
Crónica de unas jornadas, Gregorio Morales .. . .. . . . . .. . ...
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118
Indice de grabados . .. ... .. . ... ...
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Bajo el título de «LA GUER RA CIVIL: CULTURA Y LITERATURA» se organizó un ciclo de Conferencias-coloquios entre los días 8 y 29 de abril en el Paraninfo de la Facultad de Filología de la Ciudad Universitaria de Madrid, con un coloquio final en el Círculo de B ellas Artes de Madrid. Coordinaron el ciclo: Isaac Montero, Santos Sanz Villanueva y Jesús Sánchez Lobato, siendo su Coordinador Ejecutivo Gregorio M orales Villena. La organización corrió a cargo de la Facultad de Filología y la Asociación Colegial de Escritores. La Dirección General del Libro y Bibliotecas, de l Ministerio de Cultura, colaboró en la financiación del ciclo y en la edición de este número m onográfico de la revista R EPUBLICA DE LAS LETRAS. Entre los escritores que fueron convocados a participar en el mismo, con conferencias o textos, y que denegaron por distintos motivos su inclusión, se encuentran: Juan Aparicio, Luis Rosales, Pedro Lain EntraIgo, Rafael García S errano. Sí participaron, pero no nos hicieron llegar sus intervenciones:
José Esteban, E duardo de Guzmán, Julio Llamazares, Antonio. Ferres.
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LA REPRESION 3
CULTURA YREPRESION EN LA GUERRA CIVIL 'ESPAÑOLA ' ANDRÉs
SORBL
Soñábamos algunos cuando niños, caídos En una vasta hora de ocio solitario Bajo la lámpara, ante las estampas de un libro, Con la revolución. Y vimos su ala fúlgida Plegar como una mies los cueI1pos poderosos. Los sueños de Cernuda desembocaron en vientos de tragedia. Vinieron tiempos de muerte, de soledad. En la soledad nacimos, viVimos nuestro crecer. No podíamos leer las palabras de Cernuda. Tardamos en descubrirlas. Nos golpearon entonces todos los sentidos, nos inundaron, devorándonos. El lo había escrito en 1937. Nosotros lo padeceríamos después. Un continente de mercaderes' y de histriones, Al acecho de este loco país, está esperando Que vencido se hunda, solo ante su destino. y ahora se cumplen cincuenta años del inicio de aquella historia. Este no es informe del odio, sino de la tristeza. Más allá de la náusea, en la desolación. Y un tributo, por débil que parezca, a la memoria de los humanos que ya no pueden oírnos: a los sacrificados de la guerra. A nuestra propia, trágica memoria histórica. La que sólo puede sustentarse en el rechazo del fanatismo. Pero la aberración que toda búsqueda de poder conlleva, que toda conquista del Estado suscita, difícilmente puede, suele dejar en los sótanos de la inteligencia, del pensamiento, tan monstruoso compañero de viaje. Aquí, al menos, aún conscientes de que toda creación es subjetiva. pasional, vamos a intentarlo.
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Desde la memoria, indagando, reconstruyendo. En la idea de María Zambrano: «Pero en el tiempo todo se aparece cóncavo o convexo, especialmente el pasado que, para ser salvado de la deformación que llega tan fácilmente hasta lo grotesco, ha de ser enderezado, restituido a lo que era y más aún a 'lo que iba a ser». ' . María Zambrano, en tiempos de la República, aquella «niña rodeada de monstruos del inconsciente» era una de las personas más preocupadas por elevar el nivel cultural de un país que arrastraba, desde los llamados tiempos heroicos, una agonía ideológica, parálisis espiritual y subdesarrollo moral de la que precisamente, iglesia, ejército y nobleza agraria eran directos responsables. La República hacía cultura, aunque no exenta, sobre todo con el desarrollo de la guerra, de dogmatismo. A la hora de abordar el tema de la represión cuJtural, solemos detenernos muchas veces en las cifras, en las anécdotas, cuando no en los más o menos ideologizados análisis. Y es importante ir a las causas. La represión cultural, como la social o económica, tiene su origen y razón de ser, primeramente, entre quienes prepararon, impulsaron y desencadenaron la guerra. Ellos, violentando el orden constituido, son sus verdaderos responsables. Necesitarán después ejecutores. Pero el brazo lo arma el poder, el dinero. Y lo bendice el fanatismo -interesado-- religioso. Pronto diría un espectador de excepción, Gerald Brenan: «Hasta entonces yo no había sentido necesidad de tomar partido en la guerra. Las emisiones sevillanas me hicieron cambiar de idea, inclinándome considerablemente a la izquierda. El grado de ferocidad estaba en relación inversa con el nivel de honradez y civilización». Se refiere a Queipo de Llano. A sus charlas por Radio Sevilla. Representa ~ste al ejército' sublevado. Es uno de ' los pilares desencadenantes de la represión. : Otro es la Iglesia. Iglesia desde su más alta potestad --el Papa Pío XI bendiciendo el Movimiento Nacional el 14 de septiembre del 36- hasta la casi totalidad de su Jerarquía en España. Fue, sin duda, la actitud eclesial una de las más beligerantes, tal vez la más «hondamente» culpable de la tragedia. He aquí algunos testimonios de esta feroz violencia eclesial. CaI1denal Gomá. Primado de España, en nombre de los Obispos de Vitoria y Pamplona: «Esta santa Cruzada es la más santa que han visto los siglos». Pla y Deniel, Obispo de Salamanca, ya el 30 de septiembre del 36: «Es una cruzada por la Religión, por la Patria, y por la Civilización'». Obispo de Córdoba : «La Cruzada más heroica que registra la historia». Obispo de Zamora, Arce Achotorena: «Cuando falta la paz religiosa, ¿qué otro sentido más hondo e incohercible e imperioso puede sentir una sociedad perfecta y soberana que el de reacción violenta, por la vía de las armas, para ·recuperarla?». En su Pastoral «La Hora Presente», marzo del 37, el Obispo Eijo Caray: «España tenía el derecho y el deber de rebelarse contra una autoridad prostituida y usurpadora, antinacional y anticristiana, tiránica y delincuente ... Cuando la sustancia de la ilegalidad es la injusticia, no le queda a la con-
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ciencia y a la acción más recurso que buscar la justicia en la legítima ilegalidad» . y en 1938, el Caroenal Gomá apostilla (¿no estará ahí la «ilegalidad» de la monstruosa represión subsiguiente?): «Efectiva,mente, conviene que la guerra acabe. Pero no que se acabe con un compromiso, con un arreglo, ni con una reconciliación. Hay que llevar las hostilidades hasta el extremo de conseguir la victoria 'a punta de espada ... No es posible otra pacificación que la de las armas. Para organizar la paz dentro de una constitución cristiana! es indispensable extirpar toda la podredumbre de la legislación laica... Son las bocas de los sacerdotes las que se abrirán para morder a los asesinos». y al fin la pastoral colectiva -salvo los obispos de Vitoria y Tarragona. Múgica y Vidal i Barraquer- sugerida por Franco y bendecida por el Vati<::ano: «La Iglesia, antes de perecer totalmente en manos del comunismo, como ha :ocurrido en las -regiones por él dominadas, se siente amparada por un poder que hasta ahora ha garantizado los principios fundamentales de toda sociedad». Junto a ellos, no faltó el alineamiento de algunos intelectuales que de la «frivolidad» pasaban a la cultura entendida como agresión, destrucción del contrario. No es problema de un bando: es problema de malformación, deformación política de la cultura. Si estuviéramos en la URSS hablaríamos del Whanovismo. Pero estamos en España. En el 36. Traemos un nombre, representación espel'péntica sino se consumara el drama represivo después, de la minoría que le acompañaron, como significativo: Ernesto Giménez Caballero. Esto publicaba el 25 de abril de 1937 en la Gaceta Regional de Sa. lamanca:
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«A Francisco Franco -si lo veis- no le veis nunca el .sable. de .los antiguos generales decimonónicos y pronunciamenteros. No tiene sable. Por no tener en su atuendo habitual, ni pistola. Sólo ,se le ve en el bolsillo de la guerrera una pequeña varita negra y plateada: la estilográfica. He aquí su bastón de mando, su vara mágica, su porra, su falo incomparable. Un rasgueo de , esa estilográfica sobre un papel es superior en energía y voluntad a la porra, al fusil, a la ametralladora y al cañón mejor disparados. Porque mueve todos los cañones, ametralladoras, fusiles y porras de la España nacional frente al enemigo rojo». Porque será, añadimos nosotros, la misma estilográfica que, desde la hora del café al alba, e ininterrumpidamente, desde 1936 hasta septiembre de 1975, dé su conformidad a cuantas sentencias de muerte se oumplieron en la desoladora sangre de España. O el Marqués de Quintanar, que en ABe de Sevilla, diciembre del 36 define así al Ateneo de Madrid: «El Ateneo de Madrid ha sido algo particularmente dañino y repugnante ... Por eso los ateneístas son seres despre.ciables y habría que exterminarlos». Y quien sería primer catedrático de psiquiatría de la Universidad de Madrid, Dr. Antonio Vallejo Nágera, escribirá en 1938: «Corre sangre de inquisidores por nuestras vena,s, y en nuestros genes paterno y materno restan incrustados cromosomas inquisitoriales. Quienquiera hacerlo puede tachamos de retrógrado y obscurantista, sin que el dictado contenga nuestro impulso propugnador del resurgimiento del Tribunal de la Santa Inquisición». Estamos entrando en los lóbregos laberintos del horror. En esa larga noche de pesadilla e irracionalidad que rememoramos. En la que también participarán las furias ciegas del otro lado. Es en un atormentado -porque de la duda hace tal vez su único cred~ intelectual, donde se refleja esta ·p atética circunstancia con más perplejidad. Es el Unamuno que había escrito:
Mira, Padre, que vivimos haciendo del odio amor y por amor atizando hogueras de la Inquisición.
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En el Unamuno que fuera cesado de su cargo de Rector por Salamanca el 22 de agosto de "1936, decreto firmado por Azaña, por su apoyo a los sublevados. En el Unamuno nuevamente cesado como Rector, ahora por Franco, el 21 de octubre del 36, tras su enfrentamiento del día 12 con Millán Astray. « Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión: el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición». Era la respuesta a la Cruza da del «Mueran los intelectuales » y «Viva la Muerte». Respuesta que ampliaría en cartas del 1 y 4 de diciembre del 36. ya sudando agonía, a su amigo Quintín de Torre : « .. . Con lo que sufro al ver este suicidio moral de España ... Entre los unos y los otros -o mejor, los hunos y los hotros- están ensangrentando, desarraigando, arruinando, envenenando y entoñteciendo a España ... Aquí mismo (Salamanca) se fusila sin formulación de proceso y sin justificación alguna. Nada hay peor que el maridaje de la mentalidad de cuartel con la de sacristía. Y luego la lepra espiritual de España, el resentimiento, la envidia, el odio a la inteligencia» ... «Que cándido y que ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco, sin contar con los otros .. . Vencerán, pero no convencerán, conquistarán, pero no convertirán». Se había recluido en su domicilio. Moriría el 31 de diciembre. Contaba 72 años de edad. Antes, el 5 de enero, en Santiago, murió Valle-Inclán. Se ahorró el último sufrimiento. Otra de las grandes figuras de nuestras letras, Pío Baroja, se encerraría en la no definición. El 19 de septiembre de 1936, en La Nación de Buenos Aires, declaraba: « ... En este momento en que blancos y rojos luchan con una energía desesperada en España, no parece que pueda haber solución intermediaria. Esto es lo peor. O dictadura roja o dictadura blanca. No hay otra alternativa». Neutral intentó ser Ortega y Gasset. No Bergamín, pese a estar contra la guerra: «La guerra fue siempre patrimonio histórico de los pueblos dé.. biles, sin libre voluntad afirmativa creadora de paz -escribiría-o La paz del pueblo, ~ omo la paz del hombre, es la «victoria violenta» contra su destino: la conquista de la libertad». Ayer, hoy, mañana. Bergamín .. . Hechos. Hechos. Hechos. Tristes hechos de una no menos triste historia.
REPRESION EN DOS FRENTES En la ESipaña republicana un comité revolucionario se hace cargo de los periódicos ABC, Ya, El Debate ... Serán asesinados Alfr edo Miralles, secre· tario de Juan Ignacio Luca de Tena, director de ABC, y Andrés Travesi y Alfonso Rodríguez, del diario. El 22 de agosto, seguimos en el 36, se producen los incidentes de la cárcel Modelo de Madrid. Motín de los presos. In-
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cendio. Entran los milicianos. Ejecutados, entre otros: Alva,r ez Valdés, Martínez de Velasco y Rico Avelló. Melquiades Alvarez, Julio Ruiz de Alda, Fernando Primo de Rivera ... El 29 de octubre se fusila a Ramiro de Maeztu y Ramiro Ledesma Ramos. Otros nombres a retener: Honorio Maura, Pedro Muñoz Seca, Víctor Pradera, Alcalá Galiana. Y al fin, José Antonio, el fundador de Falange. y la persecución religiosa. Toda persecución es deleznable. Digámoslo con un escritor católico, Paul Claudel: «Se nos pone el cielo y el infierno en la mano y nosotros tenemos cuarenta segundos para elegir. Cuarenta segundos: es demasiado. Hermana España, Santa España: tu has elegido. Once obispos, dieciséis mil sacerdotes masacrados, y ni una apostasía». No entramos en cifras, no abusamos de los nombres. Son simples ejemplos en la orgía dest,r uctora que salta incluso por encima de leyes e institu ciones. En la España insurrecta, la represión -he ahí su trágica y acusadora diferencia- es institucional, absolutamente selectiva y coherente con todo un programa político que en adelante, y por lustros, se aplicará sin desmayo. El 25 de septiembre la Junta de Defensa Nacional publicará un decreto prohibiendo la coeducación en las escuelas. El 23 de diciembre se prohíben los libros «pornográficos, comunistas, anarquistas, socialistas y disolventes». Era el asalto a una cultura que vivía, al decir de Juan Carlos Mainer su edad de Plata. Sólo en 1936, hablando de literatura, registramos la publicación de los siguientes libros: Pedro Salinas: Razón de amor. Miguel Hernández: El rayo que no cesa. Luis Cernuda: La realidad y el deseo. Juan Ramón Jiménez: Política poética. Germán Blaiberg: Sonetos amorosos. Gabriel Celaya: La soledad cerrada. Luis Felipe Vivanco: Cantos de primavera. y en prosa: Antonio Machado: Juan de Mairena. José Bergamín: Disparadero español. Benjamín Jarnés: Cita de ensueños. Ramón J. Sender: Mr. Witt en el Cantón. Pronto, el diálogo del pensamiento con el lector, será convertido en el aullido del odio a la cultura, en la sumisión de la sensibilidad ante la furia de la sangre violentamente vertida, en el silencio, en el miedo. El 10 de agosto del 36, en una de las sacas numerosas realizadas por falangistas, guardias civiles y moros, sería fusilado BIas Infante. También el poeta jerezano Ferraz, y Antonio Leonis, ex-presidente de la Asociación de la Prensa sevillana. En el km. 4 de la carretera de Carmona un tiro en la sien, disparado según Emilio Lemas por el Soldadito, «un chulo, pequeñajo y degenerado, hijo natural de un alto personaje de la aristocracia sevillana y de una vendedora de alhajas», teI'IIlinaría con la vida de BIas Infante quien al morir sólo podría gritar: «Viva Andalucía Libre». y en Granada más de 2.000 fusilados: Constantino Pérez, director de El Defensor de Granada, Rafael García Duarte, catedrático, Salvador Vila, Rector de la Universidad, médicos, ingenieros, catedráticos. Y Federico. Federico García Larca. Otros fusilados de esta primera hora, conocidos, que de los sin nombre solo quedan las lágrimas y el terror de quienes convivieron su desaparición, lágrimas que a fuer de derramadas terminarían por secarse, por secar casi
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nuestra historia serían: Luis Rufilanchas, penalista; Isaac Puente, autor del programa de Zaragoza; Antonio José, compositor burgalés; Leopoldo Alas Argüelles, hijo de Clarín, ex-rector de la Universidad de Oviedo, Joaquín de Andrés, director del Instituto de Enseñanza Media de Teruel, fusilado por un piquete de antiguos alumnos suyos ... En 1938, 9 de abril, lo sería Manuel Carrasco i Formiguera, autor entre otras obras de «El pacto de San Sebastián» 1931. Consejero de la Generalidad de Cataluña, uno de los mayores detensores de la autonomía de Cataluña y de la libertad religiosa. Detenido, sometido a Consejo de Guerra y condenado a muerte. De nada sirvieron las súplicas de embajadores, del arzobispo de País, de destacados jesuitas. Y el gran y no suficente conocido escritor Ciges Apa,r icio. ¿Cuántos nombres podríamos añadir? Oleadas de angustia subyugan mi cuerpo al internarme por est-os viejos ríos de violencia: ¿cuándo vamos a gritar , que sólo la violencia es cobardía? Maldita pa,r tera que desde las lejanas imprecaciones bíblicas a nuestros tiempos ha dejado tantos ojos sin luz, tantos labios sin caricias, tantas palabras sin músicas que las acompañen. . Golpea sobre el yunque el espanto de la represión. Todos los funcionarios administrativos y judiciales investigados, condenados. Todos los partidos. políticos, incluida la CEDA, prohibidos. Clausuradas las casas del pueblo, las revistas, las editoriales. Pena de muerte a los huelguistas. Prohibido viaj ar sin autorización expresa. Se fusila. Se fusila. Cárcel y paredón. El ejército, los falangistas, los carlistas: ¿quién alcanzará antes la culminación del horror? Más 'muerte, más muerte. Cuando los juiCios existen, ni cinco minutos duran. Pero la Iglesia interviene: por favor, fusilar, matar, pero cristianamente. «Que puedan recibir los santos sacramentos antes ' de ser fusilados por nue,Stros buenos oficiales». Palabra de Dios. Lo había expresado Mola el 19 de julio a los alcaldes de Pamplona: «Es necesario propagar una atmósfera de terror. Cualquiera que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular, debe ser fusilado». " Hasta las aguas de las islas se tiñen de rojo. Los cipreses velan la muerte. Georges Bernanos vive en ellas:
«Eran detenidos ... en el momento en que volvían del campo. Salían para su último viaje, con los brazo,S todavía rendidos por el trabajo del día, de_ jando intacta la ropa sobre la mesa, y una mujer sin aliento junto a la puerta del jardín, teniendo demasiado tarde ya un hatillo con las 'Cosas más necesarias envueltas apresuradamente en una servilleta inmaculada: Adiós». Nunca será el mismo, ya, el catolicismo de Bernanos.
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Al alba, en el sueño inquieto. Individual. Colectivamente. Sólo las descargas de los fusiles poniendo acordes a tanta angustia como en la noche se vive. Se fusila en las calles, en los cementerios, en los caminos, en las plazas de toros. Como si de una romería se tratara, a veces las gentes, inclusive los niños, acuden a contemplar el espectáculo. Bandas de música . desfilan ante los ejecutados. En Valladolid el espectáculo llega a horrorizar a sus propios provocadores. Cadáveres expuestos a la vista del pueblo. Pueblo embriagándose, participando -vieja fiera que ninguna cultura ha podido apaciguar, que líderes llamados nacionalistas siguen alimentando en todas las latitudes del mundo- activamente, en esta orgía cam'bal. Pueblo pasivo -pueblo analfabeto y pueblo universitario-, o siempre al servicio de sus eternos manipuladores. Pueblo dessensibilizado: esa es la conquista de la política. Porque cuando conquista su razón, cuando quiere transformar, cuando lucha por una sociedad nueva, se le persigue, se le acosa, se le destruye. Me duele esta crónica de represión. Fatiga esta náusea. No tuvo paz Julián Zugazagoitia. Hasta en el exilio le persiguen. Le encuentran. Le devuelven a España. Le fusilan. ¿De qué iba a servirle tras la guerra, su reflexión lúcida, desapasionada? Había escrito:
«Lo que en las ciudades, canto Madrid y Barcelona, se conocía por el nombre de «paseos» -paseos que desembocaron en la muerte-, en los pueblos campesinos, y con esta denominación incluimos a capitales como Burgos, Valladolid y Cdceres, se llamaba «la reforma agraria». A los afectados por ella se les daba tierra, ¡poca!, sin renta y para siempre. Esa siniestra modalidad de la reforma agraria conoció una extensión dolorosísima. La supresión del adversario o del sospechoso, adversario o sospechoso a juicio de los que portaban armas, no fue monopolio de uno de los bandos, sino común a los dos. La crueldad fandtica tendía al exterminio del discrepante y del desafecto». Gabriel Jackson escribe a su vez:
«Los primeros tres meses de la guerra fueron el período de mdximo terror en la zona republicana. Las pasiones republicanas -estaban en su cénit y la autoridad del Gobierno en su nadir. En las principales ciudades, bandas de delincuentes juveniles requisaban automóviles y se daban a si mismos títulos dramdticos, como Los Linces, Los Leones Rojos, el Batallón de la Muerte, y los Sin Dios, y efectuaban cada noche un promedio de diez a quince paseos .. . En las grandes ciudades fueron asesinados de 5 a 6.000 sacerdotes y frailes, y hablando en general, fueron las principales víctimas del gansterismo puro ... Sería imposible averiguar cudntas personas inocentes sufrieron prisión, violencia, robo o muerte, y cudntas fueron salvadas por la valerosa intervención de ciudadanos, funcionarios del Gobierno, o por el sentido de justicia de los Comités revolucionarios ... Las ejecuciones en la España nacionalista no fueron obra de una plebe revolucionaria que se aprovechó del derrumbamiento del Estado republicano. Fueron ordenadas y aprobadas por las más altas autoridades militares ... Teólogos de ocasión ofrecieron justificaciones a los mismos (paseos). La revista Mundo Hispánico habló de purgar las zonas de la retaguardia a «cristazo limpio», es decir a 12
golpes de crucifijo, como curas fanáticos remataron a vecés a heridos liberales durante las guerras carlistas.» No solo la muerte. Se va institucionalizando la represión cultural, que será nuestra compañera de crecimiento y desarrollo en la postguerra. Se ha establecido la censura de prensa. Van cerrándose las radios conforme el monolitismo de la llamada Nacional se extiende. EllO de abril se declara obligatorio el culto a la Virgen María en las escuelas. El 26 de abril, lunes, sería destruido Guernica: algo más que un hecho de guerra. Picas so hará de él un símbolo cultural: un nuevo canto de denuncia a los horrores del crimen organizado, dirigido desde el terrorismo del poder. Es la única defensa que tiene el artista para lanzar su protesta al mundo. El artista vence así a los embaucadores, envenenadores de quienes dicen hacer historia. Como en 1938 escribiera el autor inglés George Steer: «La destrucción de Guernica no sólo fue espectáculo horrible para los que la presenciaron: fue además el objeto de la más gigantesca y absurda mentira que jamás escucharon oídos cristianos». Cuando de nombres como el de Ricardo de la Cierva no quede ni el recuerdo de las cenizas de inexistentes manuscritos, de Picas so se continuará hablando. Y Guernica, su Guernica, nuestro Guernica, seguirá vivo.
CONGRESOS, REVISTAS, PERSONAS••• La cultura, frente a tanta represión, seguiría viva. Latiendo. CondicionaCfu, pero alumbrando. En dos bandos irreconciliables. En dos formas de ser que no podrían confluir, pues ríos de muy distinto origen la alimentaban. En ella entramos con palabras de María Zambrano, año de 1937: (El español y su tradición).
«Hoy el español muere para vivir, para recuperar su historia que le falsificaron convirtiéndolo en alucinantes laberintos. Muere por romper el laberinto de espejos, la galería de fantasmas en que había querido encerrarle y recuperarse a sí mismo, a su razón de ser». Fueron tiempos, julio, del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. No profundizamos en él. Apenas le situamos. Para ver cómo, frente a la represión, esta cultura del «hacer» era saludada, defendida por intelectuales del mundo entero. Se inauguró en Valencia, un 4 de julio. Con palabras de Corpues Barga: «Goya defendió al pueblo con sus aguafuertes cuando el pueblo se defendía a navajazos». 66 delegados. 20 países. Muchos fueron, además, los escritores que de una u otra forma participaron en la guerra. En ella murieron algunos. Otros escribieron de la misma. Algunos nombres situados del lado republicano: Machado, Alberti, Bergamín, Neruda, Huidobro, Guillén, Carpentier, Octavio Paz, César Vallejo, Ehremburg, Alexis Tolstoi, Malraux, Tristán Tzara, Brecht, Georges, Bataille, Hemingway, Ers-
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kine, Caldwell, Koltzov, Arthur KoestIer, George OrwelI, Seam 0, Casey, Dos Passos, Sartre, Bernanos, Saint Exupery, Mauriac, Aragon, Elio Vittoriñi... Previo al Congreso de Valencia fue el de París, en el que se constituyó la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Su Junta Directiva esta.r á compuesta por Thomas Mann y su hermano Heinrich, Romain Rolland, Andre Gide, Forster, Aldous Huxley, Bernard Shaw, ValleInclán, Ricardo Baeza, José Bergamín, Máximo Gorki, Sinclair Lewis, Selma Lagerloff. Se suman: asociaciones de escritores, artistas, científicos, profesores, cineastas, individualidades de casi todos los campos de la ciencia y la cultura, muchos con testimonios personales, manifiestos colectivos otros. Es tal vez el último grito romántico de los intelectuales organizados y unidos. En Octubre del 36 dará a conocer el P·r imer Texto del Secretariado Nacional de Escritores para la defensa de la cultura. Dice: «Esta lucha pone en juego la cultura y con ella ;la libertad, la ,i ndependencia, la ,d ignidad humana, condiciones de toda creación. Es absolutamente necesario que los intelectuales sigan este combate donde se forja de una manera heroica el porvenir de la inteligencia ... La herencia espiritual que el pueblo español defiend e al precio de ,su vida, corresponde al más profundo de los sentimientos, de los valores de España. Todas las civilizaciones modernas deben algo a esa cultura constantemente vivificada por la más pura savia popular ... Quien afirme que esta lucha en la que se debaten los españoles no afecta más que a ellos mismos, extenderá el dominio de la falsedad y hará traición a la dignidad humana, ya en grave peligro ... Pedimos que los escritores de todo el mundo comprendan que la lucha del pueblo español no pone solamente en juego el porvenir de un país, ,sino el porvenir del hombre». Sender, ya en París, última andadura del Congreso, diría bellamente : «En España se lucha por nosotros, por vosotros, por mante1'J.er en pie, como el más grande de todos los tesoros, como la más grande de todas las maravillas, al hombre. Al hombre desnudo sobre la tierra. Desnudo, es decir sin preocupaciones ociosas de jerarquías, sin circunstancias diferenciales, por encima de esta condición de tiempo y lugar» .
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El II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, que había comenzado el 30 de mayo y concluyera el domingo 18 de julio de 1937, en París, declararía entre otras cosas: «Los escritores de 28 naciones, reunidos en su 1/ Congreso In ternacional que ha tenido lugar en Valencia, Madrid y Barcelona y ha terminado sus trabajos en París, proclama: Primero: Que la cultura, que se han comprometido a defender, tiene por enemigo principal al fascismo. Tercero: Que en la guerra efectiva que el fascismo ha abierto contra la cultura, la democracia, la paz y en general la felicidad y el bienestar de la humanidad, ninguna neutralidad es posible, ni puede pensarse en ella,
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como lo han comprobado, en dura experiencia, los escritores de numerosos países, en donde todo pensamiento está limitado a las terribles condiciones de la ilegalidad». Entre otros suscribían: Romain Rolland, André Malraux. Thomas y Heinrich Mann, Emest Hemingway, G. Bemard Shaw, Forster, Alexis Tolstoi, Antonio Machado, Bergamin, Selma Lagerloff, Virginia Woolf, Eugene 0, Neill, Carl Sandburg, Sherwood Anderson, Aragon, Pabilo Neruda, Aldous Hwciey, Alberti, Sender, Vallejo, Jorge Icaza, Nicolás Guillén. Eran, también, tiempos de revistas: Hora de España, editada en Valencia con un Consejo de Redacción y colaboración formado por Dámaso Alonso, José Gaos, Alberti, León Felipe, Antonio Machado, Bergamín, Moreno Villa, Alberto, Ramón Gaya, Rafael Dieste, Antonio Sánchez Barbudo y Gil-Albert. República, Nueva Cultura de Valencia, El Mono Azul ... Gil Albert, joven, esperanzado, creativo, había escrito en 1931: «Podríamos salir por el Mundo socialistas de verdad, atentos más al panorama vegetal que a los escaparates de los joyeros». Y más adelante: «Todos nosotros, escritores, pasamos de un modo u otro, por esta fase: horror por el nazismo alemán, desprecio por el reaccionarismo español que estaba preparando la puñalada trapera a la joven, incauta y también es verdad que medio caótica República; confianza si no ciega si bastante embriagadora por Rusia, engagement de Gide, actitudes de Mann, de Einstein, etc. Todo fue sufriendo, si no su menoscabo, sí su de.. puración».
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En el n.O 1 de Nueva Cultura, escribe Gil-Albert juglar de guerra»: "Todos recordamos al poeta en del alzamiento unánime, trocadas las I calzas y mecánico de la época y su correaje de soldado bruscamente de su torturada vida, a una realidad de exterminio».
su texto " El poeta como aquellos primeros meses el jubón por el dril del pueblo, como salido asombrosa de confusión,
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También la guerra dividió a los intelectuales. Escribirá Ramón J. Sender . después, con la vista en un pasado cada vez más lejano: «Había dos absurdos fundamentales: ninguno podía aceptar el asesinato como norma inevitable (la muerte en las guerras civiles no es impersonal como en las imperialistas) y ninguno se atrevía a condenarlo porque se indisponía con las organizaciones de «servicios especiales» a los que todos tenían miedo, como es natural.. . Se puede ser pacifista ante las guerras, entre naciones. Pero no te lo permiten en una guerra civil. Nadie durante la guerra condenó la guerra en nombre de la paz». Con la República se situaron: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Federico Ga,r cía Lorca, Pab.lo Picasso, Rafáel Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Luis Arasquitain, Rodriguez Moñino, Francisco Mateos, Rosa Chacel, Maria Zambrano, Arturo Baeza, Max Aub , León Felipe, Manuel Andújar, Herrera Petere, Ramón J. Sender, Francisco Ayala, Jorge Guillén, Emilio Prados, Altolaguirre, Gil-Albert, Pere Quart, etc. Aunque, debemos subrayarlo, fueron tiempos de supeditación a una orientación estalinista. Dirige la cultura el partido más activo el P. C., a través \ de Jesús Hernández, ministro de Instrucción Pública, y Wenceslao Roces, subsecretario. No faltaba la censura, y no hablamos solo de la política. Así, Roces sUiprimiria de la Elegía a Federico García Larca de Luis Cernuda, la estrofa referida a su homosexualidad. Realizaciones culturales a subrayar: 789 bibliotecas de guerra para los batallones, de ellas 200 en Madrid. Institutos para obreros (enseñanza secundaria de los trabajadores). Juntas de Protección e Incautación del Tesoro Artístico Nacional, Museo del Prado, Arte Moderno, Biblioteca Nacional, Archivo Histórico, Museo Arqueológi:co, Palacios de Liria y Nacional.
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En Valencia, 1937, se publicaba Poetas en la España leal. Eran Machado, Alberti, Altolaguir,r e, Cernuda, Gil-Albert, Miguel Hernández, León Felipe, Moreno Villa, Emilio Prados, Serrano Plaja y Lorenzo Varela. En el «Romancero de la guerra civil española», aparecerían además otros poetas: Herrera Petere, Juan Rejano, Antonio Aparicio y Leopoldo de Luis (Urrutia). En teatro, ·destaca el de las Misiones Pedagógicas, los universitarios de «La Barraca», «el Búho», «la Nueva Escena». En 1937 se establecía el Consejo Central del Teatro. Y en septiembre del 36 se vio la necesidad de que el teatro funcionara como dinamizador cultural. Así, José Antonio Balboltin representaría «El cuartel de la Montaña» y «El frente de Extremadura». Se recupera el guiñol satírico para los soldados, a la manera clásica, y en el Español, el grupo Nueva Escena de M.a Teresa León y Rafael Alberti representan «Al amanecer» de Rafael Dieste, La llave, de Ramón J. Sender y Los salvadores de España, de Alberti. «Altavoz del Frente» representaría «Así empezó», de Luisa Carnis. En Barcelona, tal vez la mejor obra dramática, La fam, de Joan Oliver, que no sería entend~da por los «revolucionarios de la urgencia». El «Teatre Catalá de la Comedia», el «Teatre de Xoc», entre otros, intentarían «situar», sin éxito, el drama de la guerra. Será la revista, el teatro de chiste y variedades, el más buscado por los angustiados habitantes de la zona republicana. Obras como las de Miguel Hernández, Pastor en la muerte, De un momento a otro. de Alberti, Amor de madre de Altolaguirre, El moscardón de Toledo de Bergamín, Al amanecer de Rafael Dieste, serán obras de compromiso, coyunturales. Y junto a ellas, las clásicas, del D. Juan y Fuenteovejuna a la Numancia que vertiera Alberti. En la zona nacional, una vez más Torrente Ballester. En 1937, en «Jerarquía», n.O 2, escribe: «Se impone la vuelta a lo heroico y pedir prestados sus nombres a lo épico, para otra vez, como nos dice Esquilo, hacer tragedia con las migajas del festín de Homero ... Mito. Magia. Misterio. Y también épico, nacional, hazaña ... Procuraremos hacer del teatro de maiiana la liturgia del Imperio.» y así Torrente escribirá «Casamiento engañoso», <,El viaje del joven Tobías» y Luis Rosales y Luis Vivanco «La mejor reina de España» (Isabel la Católica).
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Obras como las de los arquitectos Josep Lluis Sert y Luis Lacasa, de los pintores Picasso, Joan Miró y Alberto, dibujos de Castelao y Rodríguez Luna, esculturas de Pérez Mateo y Emiliano Barra!. No faltaron las adhesiones extranjeras. Veámoslas en sus obras: Novela: L'espoir, de Mal.r aux; Los grandes cementerios bajo la luna, de Bernanos; Tes tamento español, de Arthur Koestler; Por quién doblan las campanas, de Hemingway; No pasarán, de Upton Sinclair. Poesía: España en el corazón, de Neruda; España, aparta de mí este cáliz, de Vallejo y Poema en cuatro angustias y una esperanza, de Guillén. Teatro: Los fusiles de la madre Carrara, de Brecht; La columna Durruti, de Armand Gatti; La quinta columna, de Hemingway. Los poetas ingleses J ulián Bell y J ohn Cornford morirían en la guerra. Una encuesta sobre la guerra civil a escritores ingleses, daría 5 respuestas a favor del bando nacionalista, Evelyn Waugh la más conocida; 16 neutrales: T. S. Elliott, Ezra Pound y H. G. Wells; y 100 por la República: Auden, Samuel Beckett, Ford Madox FOI'd, Aldous Huxley; Seam O, Casey; Stephen Spender, Nancy Cunard, y George Orwell, que se identificó con el POUM y escribió su «Homenaje a Cataluña»: «Empezamos como heroicos defensores de la democracia y terminamos saliendo a toda prisa por la frontera perseguidos por la policía jadeando a nuestros talones ... Casi todos nuestros amigo.s y conocidos están en la cárcel y es probable que sigan allí indefinidamente, sin que se les acuse de nada más que de «trotskismo », Cuando me marché ocurrían allí las cosas más terribles, detenciones en masa, heridos sacados a rastras de los hospitales y encerrados en la cárcel, gentes hacinadas en asquerosos tugurios donde
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tenían sitio para tumbarse, presos apaleados y casi muertos de hambre .. . Lo que he visto en España no me ha hecho un cínico pero me hace pensar que el futuro es muy tétrico.» El poema España 1937, de W. H. Auden, es bello y definitorio: «Mañana, para los jóvenes, los poetas estallan como bombas. Para mañana los paseos junto al lago, las semanas de comunión perfecta. Para mañana las carreras de bicicletas. Por los alrededores, las tardes de verano. Pero hoy, la lucha .. . ¿Qué te propones? ¿Construir la ciudad ju.sta? Sí. Estoy de acuerdo. ¿O buscas el pacto suicida, la muerte romántica? Muy bien, lo acepto porque yo soy tu elección y tu decisión. Sí: yo soy España. » El 2 de abril de 1938 escribiría Max Aub en La VanguaI1dia: «Ninguna guerra ha visto agruparse alrededor del ofendido un número semejante de escritores de todos los países como esta nuestra de hoy ... El escritor ha sido pacifista, enemigo de los armamentos ya que no .de las armas, adalid de la paz y de una posible felicidad humana: y es 'de suponer que lo siga siendo, pero la,s realizaciones de ,los fascistas le llevan a aceptar la lucha en un terreno que no ha escogido.» y los intelectuales franquistas:
Pedro Lain Entralgo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, sin duda el más sincero y auténtico de ellos, Antonio Tovar, Gonzalo Torrente Ballester, Félix Ros, Guillermo Díaz Plaja, Rafael Santos Torroella, Manuel Machado, Ignacio Zuloaga, Ignacio .A!gustí, Eugenio D'Ors, José María Alfaro, José María Castroviejo, César González Ruano, Francisco de Cossío, Luis Romero, Luis Escobar, Felipe Sassone, Gerardo Diego, Rafael García Serrano, Ernesto Giménez Caballero, EduaI1do Marquina, Leopoldo.
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Panero, Wenceslao Fernández Flórez, Eugenio Montes, Concha Espina, Agustín de Foxá, Tomás Borrás, Sánchez Mazas, Maeztu, Pradera, Francisco Javier Martín Abril, José María Pemán, Cunqueiro, Fray Justo Pérez de Urbe!. Destacarían Giménez Caballero, Pemán y Vallejo Nájera. Lain, Tovar, Vivaneo, evolucionarían pronto hacia otras posiciones más humanistas. Novelas franquistas de la época, a destacar: Retaguardia, de Concha Espina, 1937; Madrid de corte a checa, de Agustín de Foxá, 1938, Se ha ocupado el km. 6, de Benítez de Castro, 1939, Eugenio o proclamación de la primavera, de Rafael García Serrano. En poesía, Manuel Machado: Horas de oro; José María Pemán: El ángel y la bestia. . Entre los extranjeros, Paul Claudel y Roy Campbell. y una revista, «Jerarquía», que desde fines del 36 se edita en Pamplona y dirige un jesuita, Fermín Yzurdiaga: «Lanzar el pensamiento de los intelectuales nacional-sindicalistas de un modo acorde, exaltado y grave, como en los coros de las grandes abadías se levanta el coro de la mañana». Consejo de redacción: Pedro, Laín Entralgo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Eugenio D'Qrs, Gonzalo Torrente Ballester, Rafael García Serrano, Manuel Díaz Crespo. Colaboran: Eugenio Montes, Pemán, Adriano del Valle, Fray Justo Pérez de Urbe!. Pretende: «Ser guía nacional-sindicalista del Imperio, de la sabiduría y de los oficios». Sólo saldrían 4 números. Desde abril del 37, «Vértice» de Fet y de las Jons, que duraría hasta 1946: Ernesto Giménez Caballero, Agustín de Foxá, Michelena, Víctor de la Serna, Manuel Halcón y José Mada Alfaro que serían directores de la misma, Ridruejo, Neville, Miquelarena, Eugenio Montes, Cunqueiro, José María Castroviejo. Y como humorística, desde 1937, «La Ametralladora», con Miguel Mihúra, Tono, Neville y Alvaro de la Iglesia ... Tocamos por último, brevemente, un nuevo medio de cultura que en aquellos años se desarrollaba poderosamente, y que hoy queda como el testimonio más realista de la guerra: el cine. Aquí la República fracasó. Era un cine «nacional» disfrazado en la zona roja. Sus directores, por regla general, mostrarían su «talento» después con F~anco. Ejemplo: En busca de una canción, de Eusebio Fernández Aroavin y Amor de Juventud, de Julián Torremooha, que se terminaría con Franco ya en Madrid y Usted tiene ojos de mujer fatal, de Jaroiel Poncela. Si en cambio hubo operadores de reportajes .de guerra. No eran los profesionales burgueses. Y los anarquistas intervinieron en Barcelona incautándose todas las salas: «No se pasará ninguna película que tenga un marcado sabor reaccionario o una tendencia a desacreditar los postulados de libertad y humanidad que conforman la CNT». Llegarían hasta prohibir «Marineros del Báltico» por prosoviética. Y produjeron «Aurora de esperanza», «primer intento de cinema social que se lleva a la pantalla española». «Barrios bajos» de Pedro Puche y «Liberación» de Josep Amich. Pero tampoco acertaron mucho. El film «No quiero ... no quiero», de elevadísimo presupuesto, se comenzó en 1937 ... entrenándose en marzo de 1940. En Madrid, la CNT produjo «Castilla se liberta», de Adolfo Aznar. Pero la productora Film Popular, sería orientada por el PC, con un noticiario ((España al día». Y en Valencia será Manuel Villegas López el responsable de la producción, realizando varios cortos.
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Los mejores documentales serían, sin duda, extranjeros: Sierra de Teruel, de Malraux, Tierra de España, de Joris Ivens, e Ispanija, de la soviética Esther Shub. En Hol;l ywood se realizaría el film Bloqueo, de William Dieterle, con Henry Fonda. En los «nacionales» Cifesa en Sevilla, con la colaboración de Estudios Lisboa Film y hombres como Fernando Delgado y Alfredo Fraile, y CEA, que se instalaría en San Sebastián para el rodaje de documentales de propaganda. Y el film «Romancero marroquí». Pero Carlos Velo, su director, huiría a México antes de terminarle. Manuel Goyanes y José Luis Sáenz de Heredia se encargarían de la mayor parte de los noticiarios, montados y sonorizados en Berlín. y la «españolada» republicana encontró mayor eco en la fraquista, para continuarse, institucionalizarse: Benito Perojo, Estrellita Castro, Miguel Ligero, Imperio Argentina, y títulos como «El b arbero de Sevilla», «Suspiros de España», «Mariquilla Terremoto», «Carmen la de Triana», etc.
LA PAZ NO LLEGO DESPUES Dicen que las guerras, finalizadas, ;p rovocan júbilo y fiesta para los pueblos, cualesquiera sea su resultado, pues nada hay más preciado que la paz. No ocurrió así en España. Otra guerra, sorda, terrible, alimentada por el rencor y el odio, se ,desarrolló a partir del 39 en España. Siguió la violencia. y la cultura desapareció, se sumergió o tuvo que refugiarse en el exilio. El 9 de febrero de 1939, en los estertores de la agonía para la República, se proclama la Ley de Responsabilidades políticas por el Régimen de Franco. Todo se castiga. Antes del 18 de julio de 1936 «a los que contribuyeron a crear o agravar la subversión de todo orden de que se hizo víctima a España». Después, «a los que se hayan opuesto o se opongan al Movimiento Nacional con actos concretos o con pasividad grave» . Se admitía toda «denuncia escrita y firmada de cualquier persona natural o jurídica». De la incautación de bienes al fusilamiento: toda una orgía represiva. Se cierra la Institución Libre de Enseñanza. Fundada en 1876, se completaría con el Instituto de Reformas Sociales, el Centro de Estudios Históricos, el Instituto Escuela, la Residencia de Estudiantes, la Junta para la Ampliación d e Estudios, Misiones Pedagógicas, etc. Algunos nombres de los que se formaron o colaboraron con ella: Juan Valera, Echegaray, Joaquín Costa, Unamuno, Ortega, Juan Ramón, Machado, América Castro, Ramón Carande, Menéndez Pidal, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán ... Saqueada por los franquistas, éstos se inacautarían de sus bienes. Ya lo había anticipado 'u no de sus impulsores, Giner de los Ríos: «Las reformas
superficiales son inútiles. Para transformar a España hay que educar mejor a los españoles». EllO de diciembre de 1936, en el Boletín Oficial del Estado de Burgos, y en circular de la Comisión de Cultura y Enseñanza, se decretaba la depuración de la enseñanza. En el ininterrumpido horror, escuchemos:
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«Es necesario garantizar a las españoles, que con las armas en la mano y sin regateos de sacrificio y sangre salvan la causa de la civilización que no se volverá a tolerar ni menos a proteger y subvencionar a los envenenadores del alma popular primero y mayores ,r esponsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo y han sembrado el duelo en la mayoría de los hogares honrados de España. No compete a las comisiones depuradoras el aplicar las penas que los Códigos señalan a los autores por inducción, por estar reservada esta facultad a los Tribunales de Justicia, pero si proponer la separación inexorable de sus funciones magistrales de cuantos directa o indirectamente han contribuido a ,s ostener y propagar los partidos, ideario e instituciones del llamado Frente Popular. Los individuos que integran ,esas hordas ,r evolucionarias, cuyos ,desrndmes ¡tanto espanto causan, son sencillamente los hijos espirituales de catedráticos y profesores que, a través de instituciones como la llamada Libre de Enseñanza forjaron generaciones incr'édulas y anárquicas». Y en 1937, bajo el título «Los intelectuales y la tragedia española, San Sebastián, 1937, Enrique Suñer, que sería Presidente del Tribunal de Responsabmdades políticas, explicitaría: «Los intelectuales son los máximos responsables de todo lo que está sucediendo en España.,. y concretamente entre los adeptos de la Institución Libre de Enseñanza están los principales agentes revolucionarios ... La política que hacían era más de- entretenimiento, de tertulia de amigos ... que de labor profunda, austera, callada, aplicadísima, como la realizada por esos dos hombres, genios de hoy y de mañana, que se llaman Mussolini y Hitler ... Los principales responsables de esta inacabada serie de espeluznantes dramas son los que, desde hace años, se llaman así, pedantescamente, «intelectuales». Estos, los intelectuales y pseudointelectuales interiores y extranjeros, son los que tenaz y continuamente, año tras año, han preparado una campaña de corrupción de los más puros valores éticos, para concluir con el apocalíptico desenlace a que asistimos, como negro epílogo de una infernal labor antipatriótica que, por serlo, pretendía desarraigar del alma española la fe de Cristo y el amor a nuestras legítimas glorias nacionales.» y concluimos este capítulo. Con otro de los inductores, máximos responsables de la tragedia. Intelectual se decía. José María Pemán. Este, en la circular que dio el 7 de diciembre de 1936, escribía: «Gravísima responsabilidad para con Dios, el hecho de No denunciar u ocultar las actividades de profesores y catedráticos colaboradores de instituciones como la llamada Libre de Enseñanza pues ... son los primeros y mayores responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo y han sembrado de duelo la mayoría de los hogares honrados d,e España ... Una de las preocupaciones a que más urgentemente ha de acudir el nuevo Estado español, es la de hacer desaparecer de la circulación literaria, de la propaganda oral y escrita, y sobre todo de los instrumentos pedagógicos, los nombres de los profesores institucionalistas7i. Mientras Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales componían su «Antología de la poesía imperial» (José Camón Amar, Gerardo Diego, Luis Santa Marina, José María CastroVlÍejo, Felipe Sassone, Dionisio Ridruejo, Rafael de Balbín, Francisco J avier Martín Abril, Manuel Machado), se produce uno de los mayores éxodos conocidos por la historia de la humanidad. Al decir de José Luis Abellán, 5.000 exiliados intelectuales -académicos, artistas, profesiona-
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les-o Cerca de 3.000 en México. Fue el segundo y, sin duda, más fructífero descubrim~ento de América. Toda la generación poética del 27, por poner un ejemplo: Jorge Guillén, PedTo Salinas, Domenchina, Cernuda, Prados, Pedro Garfias, José Moreno Villa ... Y si Juan Ramón Jiménez corrió la misma suerte, Vicente Aleixandre se interiorizó. Y en la ciencia: Severo Ochoa, BIas Cabrera, Josep Trueta, Arturo Duperier. Y hombres como Luis Buñuel, Carlos Velo, Pablo Casals ... Exodo, cárcel, muerte, silencio. Escribe María Zambrano: «A los males de la guerra han sustituido en la fingida paz la tortura declarada y establecida en formas innumerable,s, la proliferación del horror metódicamente cultivado, la degradación última de la razón occidental que al horror ofrece su método»: El 28 de marzo volvía a salir el w'ejo ABC. Dirigía Juan Ignacio Luca de Tena (que viste uniforme de Teniente de Caballería). E Informaciones, de la mano de Víctor de la Serna. Con ellos, Ya, Arriba y Madrid. Era jefe de prensa Manuel Aznar. La desinformación sería quien marcara nuestra larguisíma postguerra. El 2 de mayo se celebra la primera fiesta del Libro del franquismo. ¿Novedades? La quema de miles de ejemplares llevada a cabo por falangistas. Así la describía Arriba: «Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los libro.s separatistas, liberales,
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marxistas; a los de la leyenda negra, anticatólicos; a los del romanticismo enfermizo,' a los pesimistas, a los del modernismo extravagante, a los cursis, a los cobardes, a los seudocientíficos, a los textos malos». La guerra sobre los vencidos, era, también, una guerra a la cult'llra.
«No sabe qué es la vida
Quién jamás alentó bajo la guerra»,
escribió en su elegía española Cernuda.
Crecíamos. Cuando la muerte, el asesinato dejaran de ser familiares, vendría lo que Martín Santos llamara tiempo de silencio. Y más aún, en palabras de Cernuda, en un verso de Cernuda, 1960, una precisa definición: «Ahora la estupidez sucede al crimen. »
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LA REPRESION CULTURAL EN 'lA ZONA FRANQUISTA MANUEL ANDÚ1AR
Es natura'! que el enunciado de nuestra reumon, dentro de este ciclo, que gira -circunvala- en torno a la guerra civil -internaciona1--- española, de 1936 a 1939, e inoluso a ciertas marcas y secuelas, coincida en buena parte y no pocas esencias con <da producción literaria durante la guerra», «la teoría cultura,l de la guerra» y si me apuran mostraría determinados grados de parentesco con las «visiones de 'la guerra», El título de la que en la presente tarde nos corresponde fuera, probablemente a mi entender, «incompleto, por falta de ubicación: debería «rezar» así, «La represión cultural en la zona franquista». Cua-ndo se produce, como ya se habrá expuesto desde ciertos ánguios, y más aún por sublevación militar y reaccionaria (sólo ' ostensible y totalmente castrense, pues son varios estamentos y castas los que mueven los hilos, contra el mínimo orden constitucional, y que afecta, con implicaciones extranjeras, a todo un país y a sus pueblos), el problema de la actividad y manifestaciones culturales se plantean en términos especia~es y quebranta la normal expresión pacífica y emplazamiento sociales. En un régimen democrático, aunque sea en clima de violencias provocadas, hasta 10s enemigos de las libertades, y, por tanto, de la .dignidad humana y de la «biología cultural!», permite la sustanciaIidad de las ideologías negativas y subversivas. Hay un harto perceptible signo común: la ruptura en términos tan amplios 'y agresivos, sin precedentes, se traduce en pugna cainita, destruye la convivencia, elimina los norma'les terrenos «objetivos», dizque <<neutros». Un estado de fuerza .se opone a un estado de derecho, las corrientes intelectua:les y mentales se tornan activamente inconciliables. La diferencia notoria en la República, a traición atacada, y en la fundamentación y proyecciones de tales sacudidas extremas, radica en el carácter de la expresión y en las proyecciones ahormadoras, o enriquecedoras, educativas que hacía el conjunto de la población se ejercen si <da . gente», el ,común, va'lora la cultura y siente apetencia de ella y puede satisfacerla. En las respectivas doctrinas o haz de doctrinas en liza, puede haber un signo _plural o una imposición hegemónica, todo ello en apreciación de promedio.
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DE LA · CREACION A LA REPRESION DE ·LA tCULTURA
Sin embargo, la diferencia principal arranca de las respectivas y encontradas ideas y cosmovisiones. Las de los sublevados y anexos, por su condición jerárquica y elitista y por su apoyo en prejuicios casi zoológicos, primitivos, factores sometidos a disciplina cuartelera y a su retórica de «cruzada» (remitamos al marchamo expoliador de la Reconquista), que la Iglesia insufló, encabezó y predicó. la cultura era un arma arrojadiza, servida con excomuniones de los sectores populares no exterminados, sí sojuzgados bajo su implacable y vengativo dominio. En el campo donde rigió la República, abundaron (y se leyeron) las ediciones de altas tiradas, no sólo se recogió y fomentó el hambre secular de conocimiento y la disposición estética y ética, de cultura. de la mesocracia y de los proletarios en las zonas industriales y de la sabiduría innata de los campesinos, se propició la «relación» con los clásicos nacionales, todo ello. cuando la muerte se cernía a diario, en el Ejército Popular y con particular atención a la escuela primaria. Algún día debería escribirse la gesta de los milicianos de la cultura. habría de llegar ya el tiempo en que la proporción de asesinados y represaHados. por el franquismo. en el Magisterio, ponga de relieve el odio de los franquistas varios hacia los que impartían elementos primordiales de las disciplinas humanistas -racionalistas- y científica y su empeño en conseguir una capacidad de conciencia que no presentara el menor margen de manipulación. En las circunstancias más adversas no dejó de funcionar la enseñanza pública, en su coordenados estadios. La creación de escuelas se triplicó respecto al ritmo acelerado y FERVOROSO de la República en paz. Igual ocurrió con las bibliotecas. Unicamente. y siempre en términos de expeditiva corrección. por voluntariado y movilizaciones. experimentaron la enseñanza media y universitaria. transitorios quebrantos. De este cuadro de rea'lizaciones rendimos cuenta en el número extraordinario de la revista «Las Españas», dedicado a la UNESCO. con motivo de su reunión en México. Porque. además se alentó la creación literaria y eL noble ejercicio intelectual, al igual en «Hora de España» y en los valiosos Boletines. con espléndidas colaboraciones. inestimables ya en sí. de la Subsecretaría de Propaganda, que en el área mencionada dirigió el poeta Juan José Domenchina. Y de existir esa oportunidad consultiva (ojalá una hemeroteca específica rescatara lo rescatable) se apreciaría que en los que en los álgidos preludios y epílogos de los combates, las publicaciones del frente y del Comisariado solían insertar artículos culturales y literarios. De otra parte. se sembraba la simiente al realizar un trabajo importantísimo de alfabetización. Y he de subrayar asimismo que. sin seguridad de porvenir, expuestos hora a hora al definitivo silencio. las mujeres y hombres de la retaguardia procuraban ardientemente instruirse y elevar su condición espiritual. Había, en la cultura, un clima de so~idaridad y superación, al que tan de cerca asistí, participativo, y cuya evocación me estremece emocionalmente hoy más que nunca.
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La represlOn de la cultura corresponde, acusadoramente todavía, a la que se practicó y sermoneó en la zona que nosotros llamábamos, y no sin razón objetiva, facciosa. ¡Qué largo y ominoso capítulo, qué indeleble memoria de desafueros, y de adocenamiento intelectual y artístico, de coerciones demagógicas, de una vasta e incansable persecución de los valores humanistas -no su sdIapamiento pseudo erudito- y de las legitimidades sociales de España. ¿No falta, acaso, como tema singular, en este ciC'lo? También noto la ausencia del examen de las ausencias, por veces dolorosa a cuenta ajena, de la que se dio en llamar Tercera España. Punto de suma importancia, por una herencia que perdura. (Ortega, Marañón, Pérez de Aya'la, Madariaga ...). En síntesis, los enteros fenómenos de represión cultural recaen en los ejecutores y teóricos del «alzamiento», en sus culpas y vesanias. y ha de encomiarse justamente como la República asa1tada, sin discriminación cultural de ninguna especie, salvo respecto a los exponentes pretextadores de la repudiable insurgencia, no sólo evidenció su visión amplia sino que en las situaciones más graves su pueblo y sus intelectuales y sus instituciones llevaron a cabo un labor docente y creativa de que, a pesar de los azares, nos han quedado inestimables muestras, voces del inmediato ayer y otras que incluso hoy todavía se elevan en pensamiento y conducta, resultan paradigmáticas.
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Como notas a pie de pagma, desearía agregar, ahora, que la característica de represión cultural durante la guerra civil española, internacionalizada y que en la zona llamada Nacional fue incomparablemente despiadada y brutal hace particularmente expresiva la relación dialéctica, presión -represión- compulsión. y no se trata de un cubileteo de palabras. En la zona franquista fue tónica para asfixiar la cultura viva, en tanto fue encarnación de libertad. Esclerizada y elitizada alli la tradición, se deformaba cualquier noción racional de progreso, se sumaron visceralidades. La represión se aplicó para mantener unas concepciones dogmáticas, restrictivas y excluyentes «perse». En cambio, en la demarcación republicana, la presión se efectuaba por afán popular de cultura (los soldados leían a Antonio Machado) y sólo se descartó la ideología negadora de los valores democráticos, humanistas. adversarios, combatiente o solapada.
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LA TEORIA y LA PRODUCCION CULTURAL
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APESAR DE LAS CIRCUNSTANCIAS GONZALO SANTONJA
1 «No habría historia, se nos figura -escribió María Zambrano-, si el hombre no fuera esa criatura necesitada de tanto para su simple ir viviendo, necesitada hasta de una revelación: de verse y de ser visto. Ya que sin saberse o soñarse visto no empieza tan siquiera a ver. Y de revelarse él, él mismo, en la noche de sus tiempos. De darse a luz, pues: ¿de irse naciendo?» (1). Porque el tiempo (cua1quier tiempo) arroja sobre sí mismo su propia sombra, y porque la historia no es un espejo olaro, en plena guerra civil, mejor dicho: incivil (de civil reputaba Unamuno la legítima guerra de ideas; incivil, al ensordecedor bramar de las armas. A su termino'logía, que comparto, me acojo), porque la historia no es un espejo claro, decía, lúcidamente vo1vió su desvelada atención María Zambrano hacia San Juan de la Cruz en medio de la amarga <<noche oscura» de una guerra cuyo adverso curso comenzaba ya a limitar con la desoladora hel1ida del exiHo. «San Juan de la Cruz. De la noche oscura a la más clara mística», comenzado a es(1) Los Intelectuales en el drama de España, y ensayos y notas. (1936-1939). Madrid, Hispamerca, 1977. "La experiencia de la historia. (Después de entonces)", pág. 7. (2) Núm. 63, diciembre de 1939. En Los intelectuales en el drama de España, edición cit., págs. 194-208.
cribir en 1939 en Barcelona para Hora de España, aparecería luego en las solidarias páginas de la eX'celente revista Sur de Buenos Aires (2). «Como un pájaro que hace su morada en el aire, pero que ha salido de la tierra parda y es pardo como ella, como hecho al fin de su sustancia»: Frente a la angustia incesante de las bombas y el azar de verse perseguida hasta la frontera, en guerra sin cesar contra la guerra, María Zambrano alumbró una meditación a propósito de San Juan de la Cruz y la entraJÍÍa más escondida de Castilla entre cuyas líneas alienta ese inconfundible sabor inaotual característico de los textos que, superando sus circunstancias (pero no a su margen), jamás perecen. Pues el tiempo, su tiempo, era de guerra, para derrotarla y rescatarue se imponía escribir sin concesiones, con radical exigencia. Añadir algunas páginas a la historia de la literatura ~pañola, impidiendo en consecuencia que a la larga aquellos tres años fuesen exclusivamente recordados en calidad de negro paréntesis bélico: esa fue la tarea, la impresionante tarea, que supieron plantearse y, dentro de 10 que cabe, llevar a cabo los mejores y más lúcidos intelectua;les republicanos. Pero, claro está, aquella empresa no careció de obstácUlos. Era inevitable. Conviene recordar las circunstancias.
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1936, noviembre: precedido por un desazonante clamor de terrores e incertidumbres, el ejército rebelde se aproxima a Madrid, llega hasta sus puertas, ocupa la Casa de Campo, invade las afueras, comienza a pisar sus calles. Un día sí y otro también, sus genera~es se pasan citas para tomar café en la Gran Vía o Alcalá, su prev,isto alcaide repasa el discurso, el obispo dispone el hisopo; curiccles, burócratas y pO'licías, los ungidos de la nueva administración se agitan bulliciosos en la retaguardia. La suerte parece echada. Y el Gobierno de la República se apresura a brindar lección de prudenoia: carretera adelante, con nerviosa precipitación se traslada a Valencia. A sus espaldas queda un caótico -y nefasto- vacío de poder. Madrid, resiste..
«Una guerra es como un gran pie que se cO'locase bruscamente, interrumpiendo la vida de un hormiguero» (3). La vida en Ja ciudad sitiada, «rompeolas de todas las Españas», adquirió de repente un cariz muy peliagudo: una guerra civil planteada sin concesiones había dejado caer sobre ella la fuerza inmensa de su gran pie. Los aviones enemigos ni siquiera respetaron los edificios que, para empezar, todo el. mundo consideraba a saftvo: el 16, haoia el anochecer, los bombardeos afeotaron, entre otrOSt puntos. al Museo del Prado (<<catorce bombas incendiarias ~I1edi'saría un miIli~iano a Rafael A1berti- llevamos recog¡das ... ») (4), la Biblioteca Naoional, el Museo Antropológico, la Academia de Bellas Artes de San Fernando y el convento de las Descalzas Reales .•. (5). . Pero Madrid resistió. Y no s6lo resistió en los frentes. A pesar de tenerlo casi todo en contra, Ja ciudad logró mantener cierto conato de vida normal: sanan los
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periódicos (con pocas --<:ada vez menos- y atropelladas páginas, pero salían), estuvieron abiertos los comercios (cada día, es cierto, con menos género, pero permanecieron abi~rtos), tamp?co cerraron sus puertas los cmes: entre tIrOteo y tiroteo, en el Monumental o el <=;apitol, por ejemplo, podían verse, en SesIOnes de tres y cinco, Juventud triunfante y ¡La patria os llama!, mientra~, el A~ tualidades, con una programaclOn mas variada ofrecía en sesión continua desde las ~nce de la mañana y al preoio de una peseta .}a butaca, Una de miedo (cómica, rezaba la propaganda), Curso de skis (deportiva), Gráfico español (documental del Socorro Rojo), Vámonos al campo (dibujos en colores) y La obra del fascismo (6); y siguieron, hasta donde resultaba posible, produciendo las fábricas; no se interrumpió el trabajo de las imprentas, sa'lieron varios libros.
III
Bl último día del mes transcurrió con relativa apacibilidad. Según la Junta de Defensa, la situación se iba tornando halagüeña (7). Lo peor, desde luego, había pasado. Las tropas franquistas ya no ata(3) Maña Teresa León, La historia tiene la palabra. (Noticia sobre el s,!lvamento del tesoro artístico). Prólogo, seleCCión del apéndice y notas de Gonzalo Santonja. Madrid, Hispamerca, 1977. Pág. 7. (4) Rafael Alberti. Museo del Prado", en núm. 18 3 de mayo La hist~ria tiene la págs. 63-8.
(5)
"Mi última visita al El Mono Azul. Madrid, de 1937. Recogido en palabra edición cit.,
María Teresa León, obra cit., pág. 49.
(6) ABC, Madrid 30 de noviembre de 1936• "Cartelera", pág. 7. (7) ABC, Madrid, 1 de diciembre de 1936. Pág. 7.
caban con el mismo énfasis. Desde hacía más de una semana (¡demasiado tiempo cuando la vida se cuenta por instantes que duran siglos!) quedaban momentos para el respiro. Superado el asalto impetuoso de las primeras jornadas, la batalla de Madrid cobró un ritmo menos desasosegado a'l transformase en una confrontación de desgaste. El 30, pues, fue un día bastante tranquilo: «Un día más de intentos infructuosos», rezaba el Parte Oficial de Guerra. «Los facciosos --continuaba-, tozudamente, amagan golpes de mano, estrellándose contra la resistencia cada vez más recia de nuestros bravos milicianos. Cinco trimotores actuaron por el sector Oeste, fuertes contingentes de Infantería, con la cobertura de cinco escuadrones de Caballería, probaron fortuna por la parte de Pozuelo: ambas acometidas resuJtaron contenidas (8). Todo parecía controlado. Poco a poco se afianzaba una inesta~e normaudad. Una comisión de parlamentarios ingleses vis1tó en tal fecha ell Ayuntamiento. Allf les dieron a conocer el primer balanee de víctimas: en diez días, del ocho al dieciocho, la aviación enemiga había provocado, ¡ya es casualidad!, 1.936 bajas entre la población civil (365 muertos; el resto, heridos). Curiosa y simbólicamente, el edificio más afectado fue la imprenta de Regino Velasco (9). Además del informe correspondiente, los parlamentarios ingleses tendrían ocasión de llevarse un librito que, sin duda, despertaría su curiosidad: el primer Romancel'o de la guerra civil, precisamente acabado de imprimir aquel mismo 30 de noviembre en los talleres gráficos de A'ldus: menos de cien páginas con 35 composiciones pertenecientes a escritores consagrados, jóvenes autores y espontáneos cantores populares, todos ellos hu(8)
pAg.3.
ABC, idem. "Parte Oficial de Guerra".
mana e intensamente unidos por y contra la guerra. Hecho a lo largo de las peores jornadas del incierto mes de noviembre, el Romancero, poesía de urgencia. nació como libro de la manera más adecuada, porque su falta de exquisitez tipográfica, el nerviosismo que delataban sus alteradas lineas y la nada mínima errata de la portada, donde Beltrán Logroño aparece desdoblado en dos autores (Logroño, a secas, y Beltrán Logroño), reflejan, sobria y ajustadamente, el inmenso temblor de la guerra. Aquella edición -edición, reitero, de urgencia- retenía y fijaba el canto de unos romances creados con vocación vollandera. En noviembre del treinta y seis mandaban las pr,isas" No podía ser de otra manera.
IV
Los orígenes del Romancero se remontan a los primeros momentos del conflicto. Y no deja de resu1tar curioso que tal fenómeno literario, llamado a cargarse de ingenua espontaneidad, naciese como consecuencia de una muy meditada decisión de los inteJectuales de la Alianza: «La Sección de Literatura de la Alianza -declararon sus recopiladores-, pocos días después del levantamiento fascista, reunió a todos sus poetas, proponiéndOlles la creación inmediata, urgente, del Romancero de la guerra civil», el cual iría publicándose, semana a semana, en las páginas centrales de El Mono Azul, modestísima revista, lanzada a la calle en agosto, que fielmente refleja la vibrante respuesta de un grupo de poetas, prosistas, pintores y dibujan- ' tes al instante persuadidos de que en medio de tamañas circunstancias también (9) ABC, idem. (Los bombardeos sobre Madrid", pAgo 6.
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debía improv'¡sarse combatiente la inteligencia. Con e1 Romoocero, la Alianza pretendía crear, mejor dicho. intensificar el ambiente de resistencia, infundiendo a los combatientes desde el inmenso prestigio de la letra impresa, el símbOllo más vivo de una cul1:ura cuya defensa y extensión constituia uno de sus fundamentales acicates, la certeza de que estaba con ellos, a su lado, sustentando idénticos idea~es, lo más nutrido y, desde luego, lo mejor de la inteligencia. Los romances, el metro popular por excelencia a lo largo de nue,s tra historia, contribuyeron a enardecer los espíritus, a revitalizar los ánimos y, al expresar la voz de quienes tradicionalmente carecían de oportunidades para expresarse, al erigirse en portavoz de sus hazañas, difundieron con un lenguaje eficaz y sencillo un mensaje de solidaridad y he,roismo ~ue, con increible agilidad, cruzo las tnncheras y se extendió por los frentes, llevando al mismo tiempo con á?imo ejempilificador hasta la retaguardia el desgarrado latir de una contienda que los poetas no habían buscado. pero a cuyo desarrollo tampoco podían -ni querían- permanecer ajenos. ,El éxito de la iniciativa resultó fulgurante. La sede de la Alianza -recordaría Moruno- se vio en seguida invadida por un auténtico al1.lvión de cartas reple. tas de romances. Infinidad de improvísados q.ntores popu1ares desbordaron con su entusiasmo cualquier tipo de previsiones. Serge Salaun habla de más de quinc,e mif composiciones y de unos cinco mil autores, lo cual supone incontable número de bole,tines y hojas volanderas iPlpresionantes cantidades que por sí so: las demuestran que el Romancero, ade~~s de erigirse en la más genuina mani, f~taoión de la urgente literatura de los primeros mese de guerra, se convirtió luego, por voluntad popular, en dI cauce de expresión preferido por el pueblo en ar~a¡¡, quien sintió la necesidad de apropiárselo, asegurando así su continuidad,
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cuando los poetas cultos (<<poetas de oficio», dice Sa,l aun) se apartaron dell género al comprender que de ninguna manera, bajo ningún pretexto, debían renunciar a las exigencias literarias derivadas de su condición de escritores. Pues sucedió que la necesaria uitlización de mi lenguaje, más que sencillo, elemental y sobre todo directo, basado en los recursos del habla popular, incluidos los que contados meses antes hubiesen sido descartados por vUilgares, confería un tono genera,} a los romances tan eficaz desde un punto de vista propagandístico como necesariamente destinado a generar insatisfacción y agotarse en sí mismo desde superiores <<niveles» de cultura y la práctica habitual de otros modos de expresión.
v .' y es '9ue aparte de algunas composiCIOnes aisladas más ~os obligados brotes de honda calidad por fortuna siempre presentes en la poesía, por muy, de urgencia que fuese, de autores como AIJ.berti, AJeixandre. Atlt01aguirre, ' Bergamín o Emi.lio Prados, y al margen también de lo reconfortante que resulta constat~r su generosa capacidad de entrega, es rnegable que el tono literario medio del Romancero deja bastante que desear. Producto de ?nas circunstancias pródigas en adverSidades, el Romancero nació en respuesta a una situación cuya desen!lace se preveía rápido y, desde lueg?, favorable: «Pronto la esperamos» Oa victoria), señaló Bergamín en el número inicial de El Mono Azul (lO). Pero el curso, en seguida torcido, de los acontecí(10) José Bergamín. "Presencia de El Morio Azul" El Mono Azul. Madrid, ' núm. 1, 27 de agosto de 1936. '
mientos pond ría inmediato final a tan vanas ilusiones. La guerra. asumida como conflicto de larga duración, obligó a los escritores a replantearse los límites teóricos y las exigencias prácticas de su colaboración. Ya no bastaba con textos emotivos y sencillos. La vida intelectual tenía que proseguir. De ahí la enorme responsabilidad de los intelectuales: reanudar su curso ascendente, iniciado con los regeneraciorustas y consolidado durante la década de los veinte, espléndida y pluralmente manifestado en los brevísimos años de la II República, o sea, asegurar el triunfo defintivo de los ideales encarnados por el régimen republicano, aun en el supuesto de la derrota militar, defendiéndolo y defendiéndose, como escritores y como hombres. mediante la realización de obras cuyos vaJores trascendiesen las penosas servidumbres de la guerra. Y es de estricta justicia reconocer que los mejores de aquellos intelectua:les supieron responder con envidiable rigor a tan problemático reto, superando el engañoso señuelo deformador, pero cómodo, del <roliché» propagandístico, rutina que necesariamente hubiese acabado siendo mortal para su literatura, sin desatender por ello las ineludibles necesidades del momento: «Es cierto que esta hora -expondría en su primer ed'itoriai la redacción de Hora de España- se viene reflejando en los diarios, proclamas, carteles y hojas volanderas que día por día flotan en las ciudades. Pero todas esas publicaciones, que son en cierto modo artículos de primera necesidad. platos fuertes, se expresan en tonos agudos y gestos crispados. Y es forzoso que tras ellas vengan otras publicaciones de otro tono y otro gesto, publicaciones que, desbordando el área naciona,l, puedan ser entendidas por Jos camaradas o simpatizantes esparcidos por el mundo, gentes que no entienden por gri-
tos como los familliares de casa, hispanófilos, en fin, que recibirán inmensa alegría al ver que España prosigue su vida intelectual o de creación artística en medio del conflicto gigantesco en que se debate» (11). Vencido el difícil mes de noviembre, por los ambientes más inquietos de los jóvenes intelectuaQes republicanos cuajó la certidumbre de que ~a «nueva hora de España». muy diferente de la iniciaL, demandaba, por encima de cualquier otra consideración, rigor y profundidad. Frente a la agresión de la guerra, contra su desasosegado ritmo, había que imponer, sin hacer dejación de ninguna responsa~ilidad , Ja continuidad y extensión de la vida culturaL A este planteamiento obe.. (11) "Propósito". Hora de España, Valencia, núm. 1, enero de 1937. Págs. 5-6.
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deció la salLida de, entre otras, las revistas Música (Barcelona, enero-junio de 1938. Cinco números). pulilicada por el Consejo Central de la Música, organismo orientado a «ampliar la base del público musica1 dando acceso a las masas populares a ese medio privilegiado de la gran músi'Ca, y -estimu1ar la labor de creación musica'l...» (12), el ejemplar número único de Cuadernos de Madrid, «Revista de la Delegación de Propaganda y la Alianza de Intelectuales Antifascistas» (1939) cuyo designio apuntaba contra el aislamiento intelectuall (13), y en especial Hora de España (Vakncia-Barcelona, enero de 1937-noviembre de 1938.. 23 núms.), logrado punto de en'Cuentro para escritores y artistas pertenecientes a diferentes generaciones y variados modos de entender la literatura (14), dignísimas continuadoras estas tres revistas (Música, Cuadernos de Madrid y Hora de España) del rico panorama durante los años inmediatamente anteriores tra(12) José Renau, Misión del Consejo Central de la Música". Música, Barcelona, enero de 1938. Pág. 7. (13) "El mundo se ha cerrado a lo lejos para Madrid -decia la "Presentación"-. La vida del pensamiento sigue, pero ya no la vemos bien. De cuando en cuando llegan revistas y cartas. Trabajamos desunidos de las preocupaciones universales. Y no queremos que esto siga sucediendo. Cuadernos de Madrid se encargará en lo sucesivo de poner al público lector en contacto con su preocupación profesional y, a su vez, publicará los trabajos de Investigación y creación que Madrid sigue produciendo". El único número impreso de los Ouadernos llevaba incorporado el 47, y último de El Mono Azul. fechado a su vez en febrero del 1939. La inminencia de la derrota, con su lógica secuela de negros presagios y zozobras ailadldas, acentúa el valor simbólico de estas afirmaciones: consciente de su condición. los Intelectuales republicanos nunca cedieron al nada propicio ritmo impuesto por la guerra.
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zado por pub'licaciones de tanto prestigio como Revista de Occidente, Cruz y Raya, Caballo verde para la Poesía, Residencia o Leviatán. Ciertamente no era tiempo de torremarfi.Jismos inaccesibles ni de aiSlamientos, sino de plena «comunicación o comunión humana», lo cual, según las explícitas manifestaciones de aquellos intelectuales, jamás debería ser instrumentalizado como socorrida coartada para dar carta de naturaleza, convirtiéndolos en valores absolutos, a una literatura o un arte de propaganda y, como talles, a la fuerza esquemáticos. La necesidad de ningún modo podía implicar que sus consecuencias alcanzasen categoría de objetivo final , de valor indiscutido: «Nosotros.. . creemos en la eficacia, en la necesidad de un arte de propaganda -escribió Antonio Sánchez Barbudo, miembro del grupo fundador de Hora de España-, y para ayudar a este arte que sirve a ia lucha, a la guerra, qebemos poner todos nuestros conocimientos y medios técnicos, lo mismo que en otro momento podemos combatir con las armas de fuego de los demás soldados, pero nunca creeremos que este arte de propaganda, si arte puede llamárse1e, sea el único, el ex-
(14) Aunque sea muy incompleto el balance, merece la pena recordar que sus piginas acogieron colaboraciones de poetas (Antonio Machado, Diez Canedo, Moreno Villa, Tristán Tzara, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Rosa Chacel, Rafael Albertl, Miguel Hernández, Pere Quart, José Bergamin, León Felipe, Octavio Paz y César Vallejo), ensayistas (José F. Montesinos, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Maria Zambrano, y de nuevo Bergamin y León Felipe), narradores (Max Aub, Juan de la Cabada o Herrera Petere), y dramaturgos (Rafael Dleste o Max Aub y Manuel Altolagulrre, entre otros), además de la constante presencia de Ramón Gaya con sus certeras vliletas.
elusivo y propio de la rev01ución y 10s revolucionarios» (15). Con idéntica claridad sabría expresarse el destacado grupo de jóvenes autores (A. Sánohez Barbudo, Angel Gaos, Antonio Aparicio, A. Serrano pi}aja, Arturo Souto, EmiNo Prados, Eduardo Vicente, Juan Gil Albert, J. Herrera Petere, Lorenzo Varela, Miguel Hemández, Miguel Prieto y Ramón Gaya) al presentar una certera ponencia colectiva, auténtico manifiesto generacional, ante el Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas: «No lo negamos -leyó serrano Plaja, refiriéndose al arte de propaganda-, pero nos parece, por sí sdlo, insuficiente. En tanto que la propaganda vale para propagar a1go que nos importa, nos importa la propaganda. En tanto que es camino para llegar a!l fin que ambicionamos, nos importa el camino, pero camino. Sin olvidar en ningún momento que el fin no es, ni puede ser, e¡ cam:ino que conduce a él. Lo demás, todo cuanto sea defender la propaganda como un valor absoluto de creación, nos parece tan demagógico y tan falto de sentido como pudiera ser, por ejemplo, defender el arte por el arte» (16). «Escribir de prisa es como disparar por aproximación con perdigones. que unos pocos, entre cientos, hieren superliciallmente a!l blanco. BI estilo concentrado y preciso, en cambio, es como disparar con bala: un proyecti1, un lJIanco», sentenciaría Pérez de Ayala (17). En medio de la guerra, para ejemplo y admiración de todos, un representativo grupo de intelecturules republicanos fue capaz de entregarse, primero, con plena generosidad (15) Antonio Sánchez Barbudo, '~La adhesión de los intelectuales a la causa popular". Hora de España, Valencia, núm. 7. Págs. 71-2.
humana, y de analizar después con envidiable rigor su difícil problemMica, sabiendo a la postre asumir, sin incurrir en manidas simplificaciones, las complejas exigencias -humanas. políticas y literarias- de aquellos trágicos momentos. Ahora bien, puesto que «'La ,teoría cultural durante la guerra» es el título -por mí no elegido- de la presente ponencia, recordaré para concluir un gesto que, va1iendo mucho más que mi1 teorías, ilustra a la perfección, creo yo, cuanto acabo de exponer a propósito del rigor de los intelectua'les republicanos y su deoidido empeño por mantener (voy a repetirlo: a pesar de las circunstancias, que no al margen) el desarrollo de la vida cultural G10saré para ello 1a transparente figura d~l poeta Manuel Ailtolaguirre, toda la vida empeñado en sembrar el país de revistas y libros impresos (16) "Ponencia colectiva" . Hora de España, Valencia, núm. 8.
(1n
Ramón Pérez de Ayala, Amistades y recuerdos. Barcelona, Aedo., 1961. Pág. 269.
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El problema, el principal problema, estribaba en el papel. La industria papelera, insta1ada en el norte, había caído en · manos de los' rebeldes y, por otra parte, las dificultades inherentes al, curso adverso de la guerra apenas permitían la distribución por el resto del territorio republicano de las insuficientes remesas importadas desde el extranjero o producidas por las contadas fábricas de Levante y Cataluña. Pero Manuel Altolaguirre, un radica'l de la poesía, '! sobre todo de la olásica, o sea, de la mactua,l que por eso mismo siempre es nueva, .~o estaba dispuesto a ceder en su vocaclOn impresora: «, .. nos lanzamos a la ofensiva entre las dos líneas de fuego; en la tierra de nadie, a la orilla de un tranquilo riachuelo, existía un pequeño molino de papel.»
con hermosa elegancia: 1923, con José María SouV'irón, Ambos (Málaga); 1926-7 y 1929, contando con }a col~bora~ió,?- de . Un pequeño molino de papel. «Nunca Emilio Prados y J ose Mana HmoJosa, -sigue Manuel. Altolaguirre- ningún el crucial Litoral ddl 27 (Málaga); 1930-1, ejército lo hubiera considerado lugar esPoesía (Máilaga-París); y luego, unido a tratégico». Pero él, poeta y soldado de Concha Méndez, en 1932 Héroe (Ma- la República, sí: para él y para ~a Redrid)' 1616 en 1934-5 (Londres), y por pública un molino de papel, orilla de fin eÍ Caballo verde para la poesía de un tranquillo riachuelo, const!ituía . un .Pablo Neruda cuyo galopar interrum- lugar muy estratégico. «Sin d~rramamIe.n piría la guerra (Madrid, .1935-6). '! llegó to de sangre y sin tener neceSIdad de dISel 18 de julio. ¿Acaso Iba a dejar p~r parar un sólo tiro, nos apoderamos deil eso de componer libros a mano, acan- reducto». Para el ejército sublevado el ciando sus tipos, Manuel Altolaguirre? molino carecía ' de va~or:. Sin tiros, sin ¿Impondrían el silencio ,las balas a sus sangre. Pocas veces en una guerra se imprentas?: . habrá librado batalla tan noble. Y la «Acepté hacerme cargo de la Im- palabra estrategia difíciLmente habrá prenta del Cuerpo del Ejército (nos vuelto a alJcanzar resonancias tan bellas. ha dejado escrito en una obra na- Estaba siéndose muy fiell asimismo rrativa de carácter autobiográfico, Manuel A'ltolaguirre al conquistar para El caballo griego, toda vía inexplica- la República, en vísperas de la derrota, blemente inédita).. Imprimíamos un un molino de agua. La particular ofenboletín diario que acompañábamos siva de las fuerzas bajo el mando del. semanalmente con una hoja literaria poeta había empezado con éxito. titulada Los Lunes dd Combatiente. En dicha pub1icación aparecían Bien. dueños del molino, a~ ruamante romances y canciones tradicionrules, oficial del ejército próX'imo a ser derroanto'logías de poetas contemporá- tado s&lo le fa'ltaba reso1ver el problema neos y alguna que otra colaboración de allegarse materias primas y fabrica~ inédita ...» eil papel: <<B. papel. que se fabricada en
HORA DE
ESPA~A REVISTA MENSUAL
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Cf.;.II.'lANII. "UTIlU Uf. R. /Jll'Sre.
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ese molino ---:-escribe-, era un papel precioso». Tenía razón .. y ' para dársela basta, y aún sobra, con seguirle leyendo: <<Los trapos viejos triturados y blanqueados se transformaban en hojas blanquísimas de papel hilo con transparentes marcas de agua. Papdl que salia hoja a hoja y que eran colgadas de los cordeles con los mismos ganchos con que las lavadoras cuel gan la ropa limpia. El boletín dd Cuerpo del Ejército y su suplemento Iliterario fueron impresos en ese papel...» Pero hubo más. Ya he advertido que Manue1 Altolaguirre fue un radical1 de la poesía. Hubo libros: Como antes a Litoral o después a 1616, a1 Comisariado del Ejército del Este le salieron unas Ediciones Literarias. Viendo los Jibros, y aunque la Historia dijese lo contrario, no hubiese quedado el menor resquicio para la duda: Altolaguirre entabló su particular batalla, y la ganó. a favor de oo'
la ·poesía vistiendo el uniforme de soldado de la República. España en el corazón de Pablo Neruda. nada menos, se llamó el primer libro: «oo. como materia prima para el pa pel de ese libro se usaron banderas enemigas. chilabas de moros y uniformes de soldados italianos y a~e manes ... » Cancionero menor para los combatien. tes de su inseparable compañero. el poeta Emi'lio Prados, fue el segundo. Altolaguirre le puso una breve introducción de sorprendente -si no hubiese sido suyaexactitud lirica: <<Las canciones y romances de EmiEo Prados. dentro de la corriente de ~lo popular. en su crista'! presuroso, casi nunca opaco, reflejan colores y formas de sus márgenes fijas, paisaje superior, que no es atravesado por las aguas, cuyo reflejo es besado por ellas. como la vida misma besa recuerdos y esperanzas».
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CristMes presurosos. casi nunca opacos. donde se ref.lejan los colores superiores de sus márgenes fijas. Las aguas besan su reflejo. Como la vida misma. Es necesario advertirlo. insistir: el Ejército del Este. en pleno descaJabro militar. se aproximaba a la frontera. Sus soldados derrotados limitaban con el desastre del exi'lio. Y, sin embargo. «la vida misma». sentía Altolaguirre. «besa recuerdos y esperanzas». Una guerra en realidad son siempre muchas guerras. Cada cua,l gana las que puede y sabe: <<España que perdimos / no nos pierdas», escribió otro poeta del exHio, Pedro Garfias. El Cancionero menor es desde luego un libro menor. apenas tiene sesenta páginas (la que más, con quince o veinte versos cortos; muchas en blanco o simplemente con los títuJos de los poemas), pero aunque menor no por eso deja de ser cancionero importante de la poesía pequeña. esto es, de la poesía ... que. en verso de Garcilaso. suena «con un manso ruido». Cancionero menor para los combatientes, pero para todos los combatientes. para todos los hombres. A punto de cruzar la frontera. y partir él también para el exiUo. Emilio Prados. herido como hombre por la guerra. no le quedaba tiempo ni ganas para cantar en términos de enemistad. No sabía. Estaba vencido por ell dolor humano: Pecho del agua. pecho. cómo te aprietan 10s puentes que en tus brazos pasan la guerra.
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Mal herida va el agua. sobre su espuma muertas van las estrellas. rota la 'luna. Mal herida va el agua. por sus riberas: eIl si,lencio en los juncos sangre en la arena. Pecho del agua. pecho, cómo te duele la guerra que en tus brazos cruza la muerte. Manuel Altolaguirre y Emilio Prados se entendían a la perfección. No en vano les unían mhles de versos. En este poema el agua corre malherida ref.lejando ell silencio de los juncos. En su introducción. que ya caUfiqué de certera. A1tolaguirre anuncia. quiere ver. crista1es presurosos. casi nunca opacos. que al mirarlos nos. devuelvan colores y formas besados por ellas. Es. hablando de teorías. todo un programa. Por él, para hacer posible el Cancionero Menor de Emilio Prados. dirigidos por Manuel Altolaguirre lucharon los soldados en derrota del Ejército del Este que poco antes de ser expUlsados de su país por la guerra tuvieron tiempo para conquistar un molino ....• vamos a decirlo: de viento. prensar uniformes. añadiendo banderas victoriosas bien trituradas a la pasta, fabricar papel. que a pesar de las mezclas salió blanco. e imprimir libros. Se trata. no cabe duda, de una magnífica herencia.
LAS FORMAS POPULARES EN LA POESIA DE LA GUERRA CIVIL LEOPOLDO DE LUIS
Se me propone hoy que hable de las formas populares de 'la poesía de la guerra civil, en mi condición de testigo y participante tanto del hecho mismo de la guerra cuanto de aquel conjunto poético que constituyó el <<Romancero General».- Porque es claro que eL tema nos conduce en seguida a~ florecimiento del romance, una verdadera eclosión romancística, fenómeno original y seguramente no igualado en par.te a~guna. La recopilación que llevó a cabo Emilio Prados -y recuerdo muy bien su labor personaL en este sentido-, llegó a nada menos que novecientas piezas. Al volumen editado no pasaron más que trescientos dos. Yo creo que más que una sclección de calidad, la reducción debió de hacerse por el simple procedimiento de cortar material en función del espacio,. Como se sabe, el tomo fue prologa·do por Antonio Rodríguez Moñino.
Este fenómeno literario fue también un fenómeno social. Emerge de las fuer'zas al servicio de la República y confirma, como ya se ha dicho por varios críticos, la permanente tradición romancística de España, porque, con ~os poetas que podemos llamar cultos (Alberti, Aleixandre, Pedro Garfias, José Bergamín, Herrera Petere, Padros, Mtolaguirre, Moreno Villa, el propio Migucl Hernández ...), otros poetas surgidos de la masa popular que nutría las milicias. .colaboraron a~ asombro conjunto. Este
hecho presenta la cuestión de si el cantor popu~ar y espontáneo secundó al cuato, o bien si fue el poeta culto quien se apresuró a ponerse en cabeza de aquel brote épico y 'le acompañó con sus medios mayores y, si se quiere, mejores. El romance es una forma poética que se adapta bien al castellano,. Lo encontramos a 10 largo de la historia, desde la Edad Media. En el Barroco. En el Romanticismo., Un nuevo romance aparece con Antonio Machado y más adelante con los poetas dcl 27, sobre todo el tan influyente romance lorquiano. En todo caso, el romance asume la voz del pueblo, bien en sus grandes hazañas, bien en sus menudas aventura~. Historia es el Cid, pero historia es también Antemito eL Camborio, aunque 10 sea en otra dimensión. Un acontecimiento como la guerra civil tenía que acumular muohos elementos de atracción romancística, empezando por el propio movimiento popular y colectivo: un pueblo en armas y, como consecuencia, la aparición de hechos heroicos y de eventos militares. El romancero hace suyos sentimientos primarios y genera~mente compartidos: patria, libertad, independencia, todo ello envuelto en un halo de heroísmo. Además, llegan hasta eL romance sentimientos reivindicativos y de justicia social, que encajan bien en el esquema tradicional. Durante más de un año, poetas consagrados se mantuvieron al unísono con
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los poetas espontáneos y de procedencia puramente popular. En el extenso «corpus», descuella una actitud inicial: la beligerancia en favor de la causa de la República. El romance se convierte así en un arma incruenta. Lo vio muy bien Miguel Hernández, según esta declaración: «Intuí, sentí venir contra mi vida, como un gran aire, la gran tragedia. Tre menda experiencia poética que se avecinaba. Me metí pueblo adentro, más hondo de lo que estoy metido desde que me parieran». Miguel se propuso: «Esgrimir mi poesía en forma de arma». B1 romancero, que fue para nosÜ'tros, como Miguel dice, una experiencia poética aliada a la propia experiencia vital, ha sido últimamente materia de examen para estudiosos y profesores. Ramos Gascón, Rodríguez Puértolas, el holandés Lechner, el francés Serge Salaün, al analizarlo, han intentado diferentes clasificaciones, unas atendiendo a los temas, otras a las áreas geográficas, otras a los medios de comunicación empleados (periódicos, revistas, publicaciones castrenses._.). Persona'lmente, yo veo cuatro grandes grupos, cada uno de los cuales responde a un impulso, a una actitud: La elegía, la descripción realista, el himno épico y el dicterio. Sus respectivas incitaciones son el dolor por los muertos y por 10 perdido, el propósito de incorporar el ambiente circundante como nuevo escenario de vida, la exa1tación ya elogiosa, ya arengadora, con la creación de nuevos mitos, y el revulsivo de la sátira contra el adversario. No se olvide que muchos de estos romanees se escribían no sólo para publicarlos en las personas, sino para ser recitados por el <<Altavoz de1 Frente», con objeto de que fueran oídos por los soldados del campo contrario. Los cuatro grupos descritos los presiden la indignación y la sorpresa, propias de un pueblo arrastrado violentamente a la lucha. Recordemos que el campo republicano fue el campo agredido. Esa
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es la causa de que abunden más 'los ro· mances que se alzan como defensa de aquellos -escasos- que toman la iniciativa. Algo semejante acontece con la actitud político-social: se canta sobre todo el hecho de la guerra y menos las opciones políticas. El Romancero es la voz de un pueb'lo hostigado, maltratado durante sig10s. La voz de un pueblo sufrido, al que se coloca en una situación-límite. Por eso pue· de haber en los romances zonas de expresión violenta o vocabulario abrupto, pero 10 que fluye por sus versos es una sangre generosa, sangre infeliz y esperanzada, aunque «el hombre aceche». Por eso, también se puede hablar de formas populares asumidas por poetas cultos, pero se puede hablar asimismo de una poesía proletaria, que nace de los mismos trabajadores, de obreros fabriles, del pro1etariado de las fábricas de los cinturones industriales de las ciudades, que muchas veces emplean formas miméticas. Tales son las rarones por las cuales, frente a teorías contrapuestas de poetas cultos secundados por 'los populares, o poetas populares cuyo canto recogen y enarbolan los cultos, yo me inclino por dar como hecho un brote popular que encontró inmediatamente dirección culta, capaz de darle entidad literaria. Ello explica que el romance continuara aun cuando los poetas cultos muestran ya su cansancio por la forma, lo que ocurre a finales del mismo año 19n. Reflejos de ese hecho aparecen -como ha visto Sa'l aün- en la revista «Hora de España», revista culta, que apenas publicó romances, cuando tantos y tantos se escribían. Sólo cuatro colaboraciones de ese género recuerdo de sus páginas: la de Moreno Villa, fas del matrimonio Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, y la de Emilio Prados, poeta éste último que fue, para mí, e1 más grande romancista de la guerra.
«Hora de España» publicó veintiséis cuadernos, entre 1937 y 1938. Dedicó tres artículos al hecho sobresaliente de la proliferación del romance. Son tres artículos muy distintos, no sólo de tono, sino de valoración del hecho comentado.. Lo elogia plenamente el poeta Bernardo Clariana, quien concluye que «es una deuda que los poetas pagan a su pueblo». Benjamín Jarnés entabla una disquisición culta en torno a los anónimos y a los juglares. A'l introducir el término juglar, Jarnés introduce un elemento de confusión, pues no se corresponde bien la escritura española de la guerra, tan espontánea y generosa con el concepto del juglar que era, según Menéndez Pida'!, el que se ganaba la vida con sus cantos y tenía ribetes de histrión. Pero 10 importante es que Jarnés acaba por considerar plausible el florecimiento del romance. Un tercer al'tículo está firmado por Rosa Chacel y su teoría es adversa. Lo juzga anacrónico. En otro lugar tuve ocasión de comentar sus argumentos que a mí no me convencen, pero 10 que importa ahora es señalar las tres actitudes que frente al tema adoptaron los c01aboradores de la revista. Revista en la que tampoco tuvo acogida entusiasta Miguel Hernández. La prueba es que, mientras otros autores repitieron varias veces su firma, él sólo colaboró una vez, y su libro aparecido en 1937, no mereció ni una nota crítica, ni una glosa amical. Dos autores 10 aluden y no precisamente para bien. Manuel Altolaguirre comenta a1gunos poemas y marca una y otra vez lo que llama «desigualdades». Ramón Gaya es todavía más duro en sus adjetivos: dice que hay versos de «terrible mal gusto» y que Miguel tiene <<manía de una poesía masculina» . Estos datos demuestran que ya en 1937 las formas populares se desestiman, y los poetas cultos empiezan a escribir para el pueblo, pero no con e1 pueblo, según aguda observación de Ramos Gascón en
sus comentarios al Romancero. Quizá el matiz queda implícito en los versos de Alberti: Después de este desorden impuesto, [de esta prisa, de esta urgente gramática necesaria [en que vivo, vuelva a mi toda virgen la palabra [precisa, virgen el verbo exacto con el justo [adjetivo. El romance de corte popular era la «gramática urgente», era la palabra no virgen, sino manoseada por el pueblo. Y se quiere volver a la expresión culta. Sin embargo, hay que reconocer que la entrega a una poesía de corte popular y motivada por hechos colectivos, hizo mucho bien a los jóvenes poetas cultos. Así lo vio don Antonio Machado, y por eso afirmaba que la guerra había dado a los jóvenes poetas el sentido humano que 'les fa'ltaba. La poesía popular se continuó en los periódicos de frente, editados por unidades militares. Son romances de milicianos, de soldados, aunque orientadas las publicaciones por los comisarios de cultura. Entre esas publicaciones, encontramos siempre la firma de Miguel Hernández. Algunos de sus poemas fueron impresos en octavillas que eran repartidas y arrojadas por el aire. La poesía que llamaríamos para-popular (formas poplilares manejadas por poetas cultos) fue, en todo caso, seguida por la revista «El Mono Azul», que aparece en el mismo verano del 37 y publica su último número, el 47, dentro de <<Cuadernos de Madrid», en febrero de 1939. Las formas populares van a darse también como cancionero, cuando en 1938 comienza su último libro, que dejó inédito, Miguel Hernández. La evolución de
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Miguel supone una dramática lucha por conquistar formas cultas, y de ahí el delirio barroco de su Perito en lunas, y la consecución de la elegancia de sus sonetos garcilasianos y la elaboración del conceptismo quevedesco de El myo... Cuando se queda sólo con su dolor, con sus amargas ausencias, regresa a las formas d~ pueblo de donde salió, al que se sintió siempre unido .. Puras y frescas formas cancioneriles, que suenan en él conmovedoramente, prescindiendo de toda retórica, dejando el poema en los puros huesos de la emoción. La vuelta de las actuales generaciones jóvenes a los gustos esteticistas, recreando un neomodernismo y frecuentando el culturalismo en 'l a escritura poética, así como el alejamiento del sentido de compromiso en el arte y en la literatura, hacen hoy difícil la colaboración de la poesía popular y la cu'lta. Y se da el caso paradójico de que poetas de actitudes izquierdistas y avanzadas. vuelven la espalda a los poetas de la guerra civil, que son precisamente los que defendieron los postulados de libertad y de progreso,. Si esos jóvenes se acercan hoya alguno de los autores de aquella generación, buscan a los no comprometidos o, al menos, la parte no comprometida de su obra. De ahí que el éxito de la obra de Miguel Hernández sea en nuestros días un éxito comercial y de público, pero no dentro de la esfera de los jóvenes poetas, muchos de los cuales desestiman al autor de El hombre ac~ chao Fenómeno semejante se da en una palpable actitud anti-machadiana de una juventud poética nada atraída por el Machado de tendencia realista y tesitura ética.
Un último examen de las formas populares de la poesía de la guerra civil por lo que afecta a la zona republicana, requiere anotar otras dos observaciones. Una, muy bien advertida por Salaün, es que la incorporación de una ideología revolucionaria no trajo consigo una ruptura d~ discurso poético tradiciona:l, al menos de una forma generalizada y si hacemos la excepción de algunos pocos / autores. Quizá es que tal transformación no sea sencilla, primero porque el pueblo no es innovador en arte, segundo porque los poetas cultos, capaces de aventurar experiencias, proceden por lo general de clases burguesas, cuya cultura se encuentra muy condicionada. Por atra parte, el discurso ideológico pretende llegar a la mayoría, y su eficacia es mayor dentro de los medios persuasivos, por así decirlo, del arte. La otra observación es un grado de ingenuidad subyacente en esta poesía que comentamos, un prurito de salvación que implica victoria o muerte y que se origina, sin duda, en el maniqueísmo propio de 1a guerra misma. Si esta charla no se hubiera limitado a su título: las formas populares, no hubiera podido en modo alguno omitir el poema quizá más original de la época cua'l es, a mi juicio, el de León ;Felipe titulado «La insignia». Su estudio merecería una charla entera. Pero digamos ya sólo, para terminar, que las formas populares fueron el vehículo para llevar aquella poesía de 1936 a 1939 por caminos de beligerancia, entusiasmo y he' roísmo, convirtiéndola en un arma de lucha y haciéndola compañía fervorosa y fiel del pueblo, en su ansia d~ libertad y de justicia.
(1) Se recogen en este texto las notas de la charla dada por el autor, en la Facultad de Filologra de la Universidad Complutense, el martes, 8 de abr,i l de 1986.
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POETAS LATINOAMERICANOS EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA AURORA DE ALBORNOZ
l.
Una introducción necesaria
A través de estas páginas pretendo sólo realizar un esbozo mínimo de lo podría ser una investigación de un importante tema hasta ahora -que yo sepa- no del todo explorado. Habrá que hacer algún día ese trabajo: por mi parte me limito a sugerirlo. Antes de referirme a la producción poética de unos pocos latinoamericanos que vivieron, junto con los españoles, la guerra de 1936-1939, creo que es preciso recordar algunos datos, sin duda, de sobra conocidos. Comencemos, pues, por el principio. Hoy ya nadie ignora que la producoión poética en la España republicana, durante los años de la guerra, fue, más que abundante: copiosa. Versos de poetas, conocidos ya, o que luego habían de serlo; versos de ciudadanos -hombres y mujeres- que, en una o varias ocasiones sintieron la necesidad de expresarse, rimando palabras, ... Versos (sobre todo en forma de romances) se asoman por las páginas de revistas; de publicaciones periódicas de ámbito nacional, o local, prensa de partidos; boletines de gremios diversos; boletines editados por brigadas, batallones, etc. en numerosos frentes; hojas sueltas; periódicos murales ... (1). Desde el primer número de la revista «El Mono Azul» se incitó a los ciudadanos a transformarse en cantores del momento histórico que estaban viviendo -como todos recordamos- y el pueblo respondió (2). Sabemos, además, que, en aquellos años, la Cultura -con mayúscula- fomentada por el Gobierno y los partidos políticos, es considerada por el ciudadano medio como un bien común: al expresarse en qu~
(1) Bibliografía muy importante sobre estas publicaciones se recoge en dos libros, necesarios para el estudioso del tema: El romancero del Ejército popular. (Estudio y selección de Antonio Ramos Gascón, Madrid, Ed. Nuestra Cultura, 1978), y: Natalia Calamai: El compromiso de la poesfa en la guerra civil española. (Barcelona, Laia, 1979). Un riguroso examen de todo ese material, lo podemos ver en la obra más (:ompleta que sobre el tema se ha escrito: me refiero al libro de Serge Salaün: La poesfa de la guerra de España. (Madrid, "Ed. Castalia" , 1985). Por cierto, Salaün no excluye de su estudio la obra de los latinoamericanos: al contrario, en algunos casos la analiza muy profundamente. Su extensa bibliografia, que incluye libros de autores latinoamericanos. publicados en España, o en América Latina. podría ser una excelente guía para investiga'r el tema que en estas páginas propongo. (2) Véase: "El Mono Azul", 27 agosto, 1936. Desde el comienzo "El Mono Azul" contó con la adhesión y colaboración de destacados intelectuales. Por ello, y aún teniendo en cuenta su propósito de contribuir a la cultura popular, no podemos, hoy, referimos a esta publicación poniéndola en el mismo plano que a aquellas publicaciones cuyo único propósito era cumplir una función cúltúral en un momento concreto.
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palabras escritas se siente :pártícipe de 'esa Ou1tura (que respeta profundamente) (3). Aunque no me detenga en ello, debo también recordar otra cosa. Recordar -creo imprescindible hacerlo-- que al lado de cientos de publicaciones de carácter popular, se crean, en plena guerra, revistas tan universales, tan ejemplares -todavía hoy- como «Hora de España»: en ella colaboran muchos de los escritores -españoles o no-- más importantes de la época; por sus páginas, abundan nombres de poetas, ensayistas, narradores latinoamericanos: Juan Marinello, o Lino Novás Calvo, colaboran con textos en prosa; con textos poéticos, César Vallejo, Vicente Huidobro, Octavio Paz ... (4). Creo oportuno recordar también que, desde muy pronto, se inicia la buena costumbre de reunir en libros colectivos la obra -o, al menos, parte de la obra- dispersa por revistas o prensa periódica; así van surgiendo una serie de publicaciones como: Poesía de guerra y Romancero de la guerra civil -ambas del año 36-, y, al año siguiente: Romancero General de la Guerra de España y Poetas en la España leal (5). y antes de seguir adelante, quiero volver, por un momento, a las publicaciones «populares?> -<periódicos, prensa de partido, boletines, etc.- para hacer en torno a ellas unas necesarias consideraciones: En primer lugar, señalar que los más prestigiosos nombres del momento aparecen en ellas: Antonio Machado, Rafael Alberti, José Bergamín, Emilio Prados (entre muchos otros). En segundo término: señalar que en estas publicaciones vemos, por vez primera, nombres que luego firmarán importantes obras poéticas: Leopo1do Urrutia -a quien conocemos mejor como «Leopoldo de Luis»--, Antonio Aparicio -menos conocido de lo que se merece a causa de su largo exilio--, Francisco Giner de los Ríos o -más joven aún que los anterioresJosé Hierro (6). Finalmente, afirmar que, "aún sin investigar sobre ello, veo que en estas publicaciones populares, los nombres de algunos ilustres latinoamericanos, figuran al lado de los españoles -ilustres o no--: así los de los argentinos Raúl González Tuñón o María Luisa Carnelli (y, buscando, estoy segura de que podríamos hallar muchos). (3) Por supuesto, ya en los años de la República -yen los que preceden a su advenlmlento-- de manera ejemplar, los ciudadanos españo!es, de todas las clases socIales, comenzaron a tener acceso a la cultura y a darse cuenta de que la cultura no es patrimonio de unos pocos. (4) En el número XVIII (julio, 1938) figuran dos poemas del mexicano Xavler de VIlIaurrutla: Muerte en el frro y Nocturno rosa, que forman parte del poemario Nostalgia de la muerte, publicado ese mismo año. (5) Poesra de guerra (Ed. del "Quinto Regimiento", 1936); Romancero de la Guerra Civil (Ed. de Manuel Altolaguirre, Madrid, Ministerio de Instrucción Pública, 1936); Romancero General de la Guerra de España (Selección de Emilio Prados, Pról. de A. R. Rodrfguez. Moñino, Madrid-Valencia, "Ediciones Españolas", 1937); Poetas en la España leal, (Madrid-Valencia, "Ediciones Españolas", 1937). Sobre este último quiero señalar el acierto de Incluir al lado de nombres ya muy conocidos, los de algunos jóvenes: no sólo Miguel Hernández, figura conocida ya, a pesar de su juventud, sino, también Arturo Serrano Plaja y Lorenzo Varela, que se Inician en ese momento. (6) Los romances de Leopoldo Urrutia se conocen hoy bastante; menos, los de los otros. Sobre los dos que publicó José Hierro he llamado la atención en varias ocasiones: uno (Una bala lo ha matado) va firmado con su nombre; el otro (Miaja), firmado por "J. H. Real" (es decir: iniciales y segundo apellido). A estos nombres, quizá podríamos añadir el de la española-chilena Concha Zardoya.
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2.
Algunos nombres, algunas obras
Más, como dije al comenzar, estas páginas pretenden ser sólo un esbozo de una investigación que alguien tendrá que realizar algún día. Y para el propósito de este trabajo me basta sólo con aproximarme a unos cuantos poemas de unos pocos poetas latinoamericanos: unos pocos que, sin embargo, figuran entre los máximos: Emilio Ballagas, Raúl González Tuñón, Nicolás Guillén, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Octavio Paz y César Vallejo. Como de sobra sabemos, Pablo Neruda y César Vallejo dieron a la lite· ratura hispánica dos libros fundamentales: España en el co.razón y España, aparta de mí ese cáliz. El primero, España en el corazón, vio la luz en Chile, en 1937 y se publicó en España al año siguiente (7). Hallamos aquí una serie de poemas que no representan al mejor Neruda, al lado de unos pocos que quedan como muestras del Neruda máximo: pienso, por ejemplo, en: Explico algunas cosas. Si el libro -como conjunto, y juzgándolo por lo mejor- es, sin duda, una de las grandes obras inspiradas por la guerra española, es, además, un momento clave dentro de la trayectoria poética de uno de nuestros más grandes poetas de este siglo. A partir del terrible momento en que el hombre ve <<la sangre por las calles», la voz del poeta comienza a ser distinta (no nos importa, en este momento, si el cambio es para bien, como afirman unos, o para mal, como creen otros: importa destacar el cambio en sí). España, aparta de mí ese cáliz, de César Vallejo, de acuerdo con ailgunos. investigadores, se publicó en España en 1937 y la edición fue totalmente destruida cuando las tropas franquistas entraron en Barcelona. Pero, de hecho~ las ediciones más antiguas que se conservan son las de París (1939) y la me-xicana de 1940 (8). El breve conjunto -quince poemas en total- ha sido muy estudiado, muy comentado, y, sin embargo, creo que aún queda mucho por decir sobre estos impresionantes poemas, tan únicos, tan aparentemente d irectos y, sin embargo, tan complejos. Por ahora diré sólo que España, aparta de mí este cáliz es, desde luego, un libro cuya fuente de inspiración directa está en la guerra, pero, al mismo tiempo -y esto lo diferencia de todo lo escrito en el momento- en esas breves páginas se concretan, aclaran y concentran una serie de sentimientos e ideas-clave del último Vallejo, que venían gestándose desde varios años antes; hay, además, un lenguaje nuevo (aspecto que sólo puedo, ahora, sugerir). Si el lector español conoce bien las obras de Neruda y Vallejo, me parece que no sucede lo mismo con el pequeño libro (mejor: «plaquet,t e») de
(7) España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra (1936-1937), Santiago de Chile, Ed. Ercilla, 1937); Ejército del Este, "Ediciones Literarias del Comisariado, 1938 (Incluido posteriormente en Tercera Residencia). (8) La información sobre la edición española está recogida en: Cronologla de vivencias e ideas, de Angel Flores (En: Aproximaciones a César Vallejo, Angel Flores, ed. New York. "Las Américas", 1971, t. 1, p. 122). Creo que es Juan Larrea el primero que da algunos datos sobre esta edición y posteriormente otros comentaristas hacen ref~ rencia a ella; en la edición de Paris, España, aparta de mI este cáliz se publica junto con Poemas humanos ("Les Editions des Presses Modernes au Palais Royal"); en la edición mexicana España, aparta de mI este cáliz aparece en forma independiente ("Ed. Séneca").
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Nicolás Guillén. Sin embargo el excelente «lpoema-l1bro» España. Poeml/l. en cuatro angustias y una esperanza, se publicó en Valencia, en 1937 (9). Los textos de los demás poetas a los cuales hice referencia -textos que en estas páginas comentaré cuando venga al caso-, están publicados en «Hora de España» y «El Mono Azul» (excepto uno de González Tuñón) (lO). A través de estas líneas quisiera, fundamentalmente, hacer dos sugerencias. La primera, que veo una proximidad, temática y tonal, entre la poesía de los latinoamericanos y la de los poetas españoles, en ese momento definitivo de nuestra historia. Debo añadir, sin embargo, que, al menos en un caso -el de César Vallejo- la visión se amplía, o bien, el autor profundiza en ciertos temas, típicos del momento, sólo sugeridos por otros; también un tono distinto se observa en buen número de versos de España, aparta de mí este cáliz. Lo que en César Vallejo es muy claro, creo que apunta -en alguna forma- en Nicolás Guillén. La segunda sugerencia que ahora me permito hacer es de índole distinta: la aportación de los escritores latinoamericanos -en esa ocasión, como en tantas otras- ha enriquecido nuestra poesía común: la poesía hispánica. Creo que no se puede prescindir de ciertos nombres y de ciertas obras a la hora de historiar o copilar la poesía escrita durante la guerra civil. Las figuras que he mencionado ---'Y muchísimos otros hombres y mujeres- vinieron a defender una causa, en la que creían, al lado de los republicanos españoles: como los poetas de España, en la misma lengua, dejaron escrito su testimonio: un testimonio que, en algún caso, permanece como una obracumbre de la poesía hispánica de nuestro siglo.
3.
"Los desastres de la guerra"
Sobre los temas epocales, comunes, han hablado varios historiadores. Hago ahora mi propio esquema -aceptando parcialmente, sugerencias ajenas-o El tema-clave, ocioso es decirlo, es la guerra misma, si se quiere, «los desastres de la guerra». El «desastre» más terrible, más doloroso, más llorado por poetas y no poetas, es, por supuesto, la muerte: muerte en los frentes, en las ciudades, en los campos ... Muerte, muertos, anónimos o con nombres, muertos «que se han callado en dos meses» ... (como dirá Miguel Hernández). Para César Vallejo la guerra es «horrísona». La guerra, «lo pone a uno largo, ojoso; da tumba la guerra, da caer, da dar un salto extraño de antropoide! ». Para Pablo Neruda, al menos en una ocasión, en unas líneas de tono marcadamente reflexivo, estas muertes -las que ve a su alrededorno se justificarán ni con la victoria: (9)
"Tipografía Moderna". Poco antes se había publicado en México.
(10) Para simplifícar el trabajo, utilizo la antología bilingüe de Josette y Georges Colomer, donde están reproducidos los textos publicados en "Hora de España" y "El Mono Azul" a los que me voy a referir. Les poetes Ibero-Americains et la Guerre eivile Espagnole es una excelente antología que todo Interesado en el tema debe conocer. (Villemomble, "Impremerie Graphique Eclair, 1980).
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Es tanto, tanta tumba, tanto martirio, tanto galope de bestias en la estrella! Nada, ni la victoria borrará el agujero terrible de la sangre: nada, ni el mar, ni el paso de arena y tiempo, ni el geranio a¡;diendo sobre la sepultura. (Tierras ofendidas) (11) Víctimas, claro está, son todos los muertos, los heridos (que tal vez van a la muerte, como los del tren de Miguel), y también los que padecen, de una u otra forma, los desastres de la guerra: las viudas, los huérfanos, los padres del miHciano muerto ... Es menos común hablar como víctima del que ha dejado su tierra (de hecho, el exilio no era aún una realidad). Sin embargo ~que yo recuel1de-, al menos un poeta español, Emilio Prados, ve al que deja su lugar de origen, como «desterrado» (en un conmovedor romance), y al desterrado como víctima. Octavio Paz, en un poema fechado en 1937, va muoho más lejos: aquí ya no es sólo el terruño lo que se pierde: es un país, una vida: es el exilio -el largo, acaso definitivo e~ilio- lo que en el poema titulado Los viejos presagia el joven poeta: Van los hombres :partidos por la guerra, empujados de sus tierras a otras, hombres que sólo llevan ya a la muerte su diminuta muerte, vagos semblantes sementeras, deslavadas colinas y de's cuajados árboles. La guerra los avienta, campesinos de voces de naranja, pechos de piedra, arroyos, torrenteras, viejos hermosos como el 'Silencio de altas torres, torres aún en pie, indefensa ternura hundida en las bodegas (12). Pero hay unas víctimas que, dolorosamente, se destacan sobre todas: son los niños. Solos, perdidos, muertos ... Su sangre, por las calles, «corría simplemente, como sangre de niños », llora Pablo Neruda. Los niños constituyen un leimotif que aflora con frecuencia en el libro de César Vallejo: niños-víctimas, muertos, porque «otros matan¡'al niño, a su juguete que se para», ... Pero este motivo vallejiano es más complejo. En el poema últÍlmo de España, aparta de mí este cáliz -poema que da título al conjunto- el niño no es ya una víctima (o no es sólo una víctima). Todos r ecordamos el texto. El poeta, con su inmensa ternura, se dirige a los niños del mundo, asiéndose a una última esperanza. Niños que (<<si cae España») sufrirán en su carne las consecuencias (<< ¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!» ... ¡cómo vais a cesar de crecer!» ... «¡cómo van a (11)
Utilizo la edición de Obras completas, Buenos Aires, Ed. Losada.
(12) Los viejos se publicó en el número 23 de "Hora de España" (noviembre, 1938). Al pasar a Libertad bajo palabra (1949), sufrió numerosas correcciones (que no afectan, sin embargo" la" esencial tensión del texto). Aquí cito siempre la versión final.
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quedarse en diez los dientes, / en palote el diptongo, la medalla en llanto!» ... «¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto / hasta la letra en que nació la pena!»). Todo esto sucederá, si cae España. Y, sin embargo, ellos, los niños del mundo, los de mañana, o de pasado mañana, o de mucho más tarde, son «el hombre nuevo»; son ese futuro en el que el poeta creía o quería creer. Y por eso en ellos, con ternura y esperanza, deposita su fe: a ellos van dirigidas las palabras últimas de: España, aparta de mí este cáliz: si tardo, si no veis a nadie, s·i os asustan los lápices sin punta, si la madre España cae --digo, es un decir¡salid, niños del mundo; id a buscarla! (13) Todavía dentro de ese tema que propongo denominar «los desastres de la guerra», hay un punto al que quiero referirme: la guerra vista como un tajo, como un hachazo, que corta la historia, y la vida cotidiana, en un antes feliz y un ahora desgraciado. Recordemos, por ejemplo, el conocido soneto en que Antonio Machado, desde Valencia, añora los días felices de la presencia de Guiomar, ahora lejana. Es en la obra de Pablo Neruda -entre los latinoamericanos- donde este sentimiento se manifiesta con mayor claridad. La razón .es obvia: en los años de preguerra el poeta vivió la ciudad intensamente, entre amigos, lugares, pequeños acontecimientos ... Entre cosas que, una vez perdida, añora, elevándolas a la categoría de un mundo dichoso; de un paraíso perdido. De ese sentimiento nacen unos versos, precursores de «odas» futuras: odas a 10 aparentemente insignificante --que es, acaso, lo más significativo-. Añoranza de seres y de objetos que son -perdidos ya- «esencia aguda de la vida». Vida, las «gra'Ildes voces», las «aglomeraciones de pan palpitante», los «pescados hacinados», «el delirante marfil fino de las patatas» o «los tomates repetidos hasta el mar »... Vida, en un antes, que contrasta con este ahora, todo muerte, que el poeta resume en u nos versos inolvidables: ¡Venid a ver la sa'Ilgre por las calles, venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles!
(Explico algunas cosas)
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La Esperanza
En la literatura de la Guerra Civil --quizá, en toda literatura inspirada en un momento d e lucha contra un enemigo- frente a la guerra, frente a la muerte, frente al dolor,... se alza siempre la Esperanza -así: con mayúsculas-o La Esperanza final, capaz de hacer a los hombres seguir. Ahora bien: se puede tener una esperanza en la victoria «real» (muy frecuentemente, d e esa futura victoria hablan los poetas españoles, cultos (13)
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UUliil!o: César Vallejo: Obr·as completas, vol. 8, Barcelona, "Lala".
y populares, sobre todo, en los primeros tiempos); o se puede transformar esa esperanza en un «triunfo», posible, incluso, aunque la victoria sobre el enemigo no se produzca de una forma inmediata. Aunque, de vez en cuando --en ciertos versos de Emilio Ballagas, de Nicolás Guillén, o de Neruda- hallamos sugerencias de esa posible victoria real, en la poesía de estos latinoamericanos el «triunfo final» parece trascender al hecho real de ser vencedor o vencido 'e n esta guerra. La Esperanza -en diversas formas- suele proyectarse hacia el futuro. Lo vimos en César Vallejo, sin lugar a dudas. Podemos verla en algunos otros. En el poema España de Vicente Huidobro --ejemplar muestra de «pequeño poema épico-lírico», por cierto (14)- los soldados muertos en el frente, esos que ya no van a regresar, son, al final, la vida misma: una vida que se proyecta hacia después: Son esqueletos vivos debajo de la tierra Serán los instrumentos de una música eterna. (14) En el poema pOdríamos ver, resumidas, las partes que, tradicionalmente, se distinguen en el poema épico: un planteamiento, un nudo y un desenlace; también, dos elementos clave: el héroe -aquí, colectivo- y el antihéroe -aquí, el enemigo-.
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Nicolás Guillén, en la parte última de su citado poema-libro, la titulada: La voz esperanzada: una canción alegre en la lejanía, canta, con entusiasmo, a unos hombres que luchan y a su deseada victoria. Pero eq ese posible triunfo, inmediato o no, ve, sobre todo, el comienzo de un posible mundo de paz: yo os grito con voz de hombre libre que os [acompañaré, camaradas; allí, junto a vosotros. allí, donde ahora estáis, donde estaremos, fabricando bajo un cielo arooroso agujereado [por la metralla, otra vida sencilla y ancha, limpia, sencilla y ancha, alta, limpia, sencilla y ancha, sonora de vuestra voz inevitable (15). Esperanza, para ahora o para luego. Pero, sobre las ruinas, sobre la muerte, esa bella palabra: esa palabra que, no por casualidad, cierra -abre-el libro de Pablo Neruda.
5.
La solidaridad
De más está decir que todos estos poetas se solidarizan con el pueblo español en su lucha, y como a «compañeros» como a «camaradas» a veces, como a «hermanos», se dirigen, con tono solidario, fraternal, a los milicianos, a los obreros, a las mujeres ... Pero es que, además, en ese momento la solidaridad constituye un tema en sí. Solidaridad entre las clases sociales, por ejemplo, unidas en el Ejército popular; entre los distintos oficios, entre los pueblos ... Creo que nadie ha expresado con tanta fuerza como César Vallejo ese mundo donde los hombres, hermanados, dejan, por un momento, de ser yo para ser yo en los otros: «Proletario que mueres de universo» ... , exclama en su Himno a los voluntarios de la República. Y en el mismo texto ---'Y también en otros- dentro de este mundo fraternal, una serie de términos -hoz, martillo, libro- se convierten en símbolos de «dase», clases unidas por un ideal común. Uno de los más emotivos episodios de la guerra, fue, sin duda, la presencia, en España de aquellos seres que vinieron: «desde muy lejos»; que vinieron: «de este país, del otro, del grande, del pequeño» ... «sencillamente anónimos», como Rafael Alberti dejó escrito en su prodigioso poema. Los hombres de las «Brigadas Internacionales» se convirtieron -naturalmente, así tenía que ser- en el más bello símbolo de solidaridad. No sólo los poetas españoles les rinden homenaje. De ellos habla Vallejo, emocionado; a ellos se dirige Pablo Neruda (<<Camaradas, / entonces / os he visto, / y mis ojos están ahora llenos de orgullo» ... «Porque habéis hecho renacer con (15)
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Utilizo la edición: Obra poética (La Habana, "Instituto Cubano del Libro", 1972).
vuestro sacrificio / la fe perdida, el alma ausente, la confianza en la tierra,» ... ). En: Llegada a Madrid de la Brigada Internacional, Pablo, como antaño Rubén -su maestro--, agradece, en nombre de España, el amor de otros hombres a la tierra de España.
6.
Los héroes
Naturalmente que hay, en esta guerra, individuos que se convierten -o que el pueblo convierte- en «héroes». Figuras personales, con su historia a cuestas, son, una y otra vez, tema del canto de poetas cultos y de poetas circunstanciales. Ha~ unos cuantos personajes -hombres y mujeres- protagonistas indiscutibles. De los muertos, se habla más que de los vivos -cosa bastante lógica-o Es posible que sea Buenaventura Durruti la figura que ha inspirado mayor cantidad de versos: bastaría hojear la prensa popular para comprobarlo. Pero no es Durruti el único, ni mucho menos: hay otros; y hay otras. Las mujeres ~as cuantas- tanto o más que los hombres son tema de inspiración frecuente. :Entre la poesía de los latinoamericanos no abundan los héroes con nombre: sí, las heroínas. A Lina Odena -cantada por muchos poetas; convertida en uno de los máximos símbolos del sacrificio-- le dedica César Vallejo un recuerdo. El otro gran símbolo femenino -en este caso, de la vida, de la esperanza- es Dolores Ibárruri, «Pasionaria». A la persona que ha de convertirse en personaje mítico, son muchísimos los poetas que le rinden su homenaje: no sólo durante la guerra, y no sólo a través de poemas: entre lo más bello que de ella se ha dicho quedan aquellas breves palabras de Juan Ramón Jiménez, que conocimos mucho más tarde: «El discurso, mejor, la oración que yo oí en Madrid a La Pasionaria debiera tenerla todo combatiente consigo» escribía, en Cuba, en 1937. A Dolores, a Pasionaria, canta Vicente Huidobro con tono de entusiasmo, de admiración ante el héroe, héroe-mujer; mujer.España; mujer-tierra: Hora es que el destino se haga carne y cálido prodigio Tierra nuestra tierra España Pasionaria Voz visible como inscripción de sueño Voz en forma de luz ansiosa En forma de agua para la sed y de pan para el hambre Dolor de los siglos pasados Para crear la alegría de los siglos futuros Mujer de España labio de las tierras ofendidas España en carne y nido y árbol. Mujer-tierra-España, y, por ello, símbolo no sólo de un presente, sino además y, sobre todo, símbolo del futuro; de la Esperanza:. Cruzada de palomas y de truenos Vas y te acercas y todas las alas llegan y todas las bocas cantan en la marea que sube El dolor de los tiempos pasados Para crear la alegría de los tiempos futuros . A otra mujer - en este caso, heroína de una lucha anterior, el octubre asturiano--, se la recuerda también bastante: es Aída Lafuente. Ella da título y tema a un bello canto de solidaridad de Raúl González Tuñón:
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Estaba toda manchada de sangre, estaba toda matando a los guardias, estaba toda manchada de barro, estaba toda manchada de cielo, estaba toda manchada de España. No dejéis sola su tumba en el campo donde se mezcla el carbón y la sangre, florezca siempre la flor de su sangre sobre su cueppo vestido de rojo, no dejéis sola su tumba del aire. (16). Decía que entre la poesía latinoamericana de este momento hay más heroínas que héroes, utilizando el término en el sentido tradicional. Sin embargo, hay un hombre, una víctima, que se convierte en figura heroica, portadora de la esperanza: es Federico, mártir, y luz de futuro, para Nicolás Guillén: « j,F ederico! », gritaron de repente, con las manos inmóviles, atadas, gitanos que pasaban lentamente. Iban verdes, recién anochecidos; en el duro camino invertebrado caminaban descalzos los senHdos. Alzóse Federico, en luz bañado. Federico, Granada y Primavera. y con luna y clavel y naroo y cera, los :,iguió por el monte perfumado ... Pero, igual que para los poetas españoles, para los latinoamericanos el gran héroe de la lucha es el héroe colectivo: el Ejército de la República: es decir, el pueblo en armas. El pueblo español en su luoha protagoniza, en una u otra forma la poesía que comento: mostrarlo a través de citas, llenaría muchas páginas. Como ilustración, diré sólo que el poema inicial del libro de Vallejo se titula, Himno a los voluntarios de la República; que en el de Neruda, el último texto, que quiere ser r esumidor del conjunto, lleva como título: Oda solar al Ejército del Pueblo: a un «ejército» que es el «Pueblo»: Fotógrafos, mineros, ferroviarios, hermanes del carbón y de la piedra, parientes del martillo, bosque, fiesta ,de alegr es disparos, adelante, guerrilleros, mayores, sargentos, comisarios políticos, aviadores del pueblo , combatientes nocturnos, combatien tes marinos, adelante ... (16) Publicado en "Milicia Popular" n.O 63 (7 octubre, 1936). Tengo que agradecer a Leopoldo de Luis una serie de informaciones que me fueron muy útiles sobre González Tuñón (poeta del que ha habladG Leopoldo de Luis en varias ocaSiones).
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En algunos casos, de entre los luchadores, se destaca uno. Uno cualquiera, cuyo nombre pertenece a la intrahistoria de un pueblo, más que a la «His. toria» con mayúscula. Es el «héroe anónimo»; aquellos hombres y mujeres cuyos nombres permanecen en el olvido. A veces un poeta ve, en ese muerto entre muchos, lo que en realidad es: el ser humano con su cuerpo único, con su mirada única. Un héroe anónimo se convierte en protagonista de: Elegía a un joven muerto en el frente, de Octavio Paz:
y brotan de tu cuerpo horrendamente vivos, tu mirada, tu traje azul de héroe, tu rostro sOI1prendido entre la pólvora, tus manos, sin violines ni fusiles, desnudamente quietas. Los héroes sin nombre conocido son, con mucha frecuencia, bautizados por el creador César Vallejo: se llaman Ramón Collar (<<Ramonete», entre los suyos) o Pedro Rojas, tan vivo, con su mínima historia de ferroviario, de marido de su mujer «la Juana Vázquez», tan compañero de todos los compañeros, tan con su cuchara siempre ... Pedro Rojas, uno de tantos héroes; anónimo; definitivamente nombrado por la poesía. Pero frente a los protagonistas hay antagonistas; frente a los héroes, los antihéroes. Los generales sublevados, las cIases opresoras, todo los enemigos, en fin, son siempre los antihéroes. A veces se les habla con rabia, con ira; con frecuencia ' se convierten en motivo de sátira: así, en algunos poetas españoles -recuerdo ahora ciertos romances de Rafael Alberti, o de José Bergamín-; así, igualmente, con tono satírico, que a veces se transforma en iracundo, se dirige Pablo Neruda a Sanjurjo, a Mola y a Franco. Más frecuentemente los enemigos están vistos en plural: casi en forma invariable, siempre que el poeta canta al pueblo, héroe colectivo o víctima de los desastres de la guerra, al fondo se perfila, siniestra, la sombra enemiga del antihéroe; de los antagonistas.
7.
Madrid, símbolo (y otras geografías-clave)
«Capital de la gloria» le llamó Rafael Alberti, y en aquel Madrid de la residencia, del «No pasarán», ... vieron los poetas de todas partes del símbolo de una España viva: los latinoamericanos no fueron excepción. Pablo Neruda (que tan bellamente habló de su Madrid cotidiano, perdido ahora) ve a la ciudad, como sinónimo de heroísmo, en varias ocasiones. Dos veces en su libro, el nombre de Madrid figura como título de sendos poemas, fechados en 1936 y 1937.
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Emilio Ballagas apostrofa, con entusiasmo, a la ciudad, que ve no sólo como símbolo de la resistencia sino, además, como ejemplo de futuro: como esperanza: Era en el 36. Hace ya un año. y unas voces profundas respondían alzadas sobre el hoy, con toda la frescura del mañana: ¡No pasarán! ,¡No pasarán!, y abrían profusas rosas rojas de esperanza. Madrid se alzaba entero, sostenido por cimientos ·de acero y de granito, con su puño de luz, retando, en alto Madrid, deja que llore y que en ti abrace la criatura de sangre de la Historia una palabra nueva, Madrid mío. .. .. .. .. . .. .... Arco de gloria por donde el hombre entra a su destino verdadero de hombre. (Madrid 1937)
Además de Madrid -visto entonces como símbolo maXlmo de la resistencia de ·u n pueblo-- otros lugares pueden ser ejemplo de coraje, o notas que traen consigo recuerdos de dolor o de esperanza. Para González Tuñón «Asturias» se transforma con freouencia, en ejemplo y síntesis de España. Por la obra de Neruda asoman, entre otros muchos, los nombres de El Jarama, Almería, Galicia, Extremadura, Badajoz, Málaga ... Por la de Vallejo : Guernica, Málaga, Tenuel, Bilbao, Durango, Gijón ...
8.
Temas nuevos (o renovados) y un paraíso futuro
Hasta aquí, vengo hablando de una problemática común, que mueve tanto a poetas conocidos como a poetas que lo son tan sólo acaso en un momento. inspirados por una circunstancia concreta. Hemos visto -aunque sea superficialmente- coincidencias temáticas entre españoles y latinoamericanos. Cabría ahora señalar, en los últimos, alguna nueva nota. En ciertos momentos los eg,pañoles se refieren -para bien o para mala algunas figuras no del presente, sino de la historia de España. En Nicolás Guillén la cosa está muy clara: su poema-libro comienza mirando a un pasado español, r elacionado con América, visto en sus personajes, negativos, o positivos, «No Cortés ni Pizarro»... «Mejor sus hombres rudos / saltando el tiempo» ... «remotos mili'c ianos / al pie aquí de nosotros, / clavadas las espuelas en sus potros; / aquí, al fin con nosotros, / lejanos milicianos, / aI'dientes, cercanísimos hermanos» .. . Algunos críticos han señalado ya el tono, r eflexivo, de algunos fragmentos de César Vallejo. Creo que nadie como él, en poesía, en ese momento, se 60
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detiene tan profundamente, a escudriñar el «ser español»; la idiosincracia; las «pasiones» de un pueblo que ahora, en esta guerra, revelan toda una personalidad de pueblo y que vienen, tal vez, de un remoto pasado: El mundo exclama: «¡Cosas de españoles!», Y es verdad. [Consideremos, durante una balanza, a quema ropa, a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto o a Cervantes diciendo: «Mi reino es de este mundo, pero también del otro»; ¡punta y filo en dos papeles! Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo, a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano tuvo un sudor de nube el paso llano o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros o a Cajal, devorado por su pequeño infinito, o todavía a Teresa, mujer que muere porque no muere o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa .. . (Himno a los voluntarios de la República)
Pero, en el caso de Vallejo, no hay más remedio que sugerir algo más, aunque no sea este el momento de detenerse en ello. 61
Habíamos visto que los poetas latinoamericanos hablan, más que de una victoria inmediata, de un triunfo futuro de una «España» símbolo de «Esperanza». Señalé cómo en la invocación de Vallejo a los (<niños del mundo», está, sin duda, dirigiéndose al «Hombre nuevo». En su caso, la expresión posee un sentido hondo, complejo. En los años últimos de su vida ha llegado a imaginar, a crear, una curiosa visión del mundo. Mundo nuevo: paraíso cristiano que se cumple en la tierra. Mundo nuevo, reino del hombre nuevo, basado, claro está en un marxismo vivido, interiorizado, llevado hasta un punto extremo, utópico, sin duda. Si en Poemas humanos el «mundo nuevo» comienza a vislumbrarse, en España, aparta de mí este cáliz, la «tierra del milagro» se convierte en realidad poética. Así, en ese momento. un Pedro Rojas -como Cristo- es capaz de resucitar (porque «su cadáver estaba lleno de mundo); el combatiente del poema Masa vuelve a la vida, no cuando lo llama un solo hombre, ni dos, ni millones, sino cuando «todos los hombres de la tierra» lo llaman: es decir: cuando la tierra se convierte en el reino del «hombre nuevo». César Vallejo quiso creer en el mundo por él creado: hombres que regresan a la vida, niños abortados que volverán a nacer perfectos ... Podríamos argumentar que se trata tan sólo de un mito poético, y es cierto. Pero todo mito tiene una significación: al imaginar lo imposible. el creador de sueños refleja, mágicamente, su aspiración de aproximar al máximo lo «realposible» a lo «ideal-soñado» (17). Con España, aparta de mí este cáliz, César Vallejo aporta no sólo un prodigioso libro inspirado en la Guerra Civil española, sino, además, una obra cumbre del pensamiento poético en el mundo hispánico.
9.
Las tonalidades del canto
Obviamente, resulta más claro captar «temas» que percibir «tonos». Y, sin embargo, en poesía el tono es tan importante, o más, que el tema. No puedo, en estas breves páginas, detenerme en ello. Diré sólo que los tonos son variados en toda esta poesía. Domina, como las circunstancias lo exigen, una exaltación, un entusiasmo: es decir, un tono épico-lírico Es casi constante en la obra de los españoles. Es visible en Ballagas, Huidobro, Guillén o Neruda. (17) Sobre "Vallejo, cristiano" o "Vallejo, marxista" se ha hablado muchísimo y el tema incluso dio lugar a acaloradas discusiones. Algunos enfocaron bien este punto: entre otros, Roberto Paoli (Estudio a su: Poesfe, di César Vallejo (Milano, Lerici, 1964¡ reproducido parcialmente en: César Vallejo, Julio Ortega ed., Madrid, Taurus). Personalmente, creo que se trata de una discusión bizantina. Hoy sabemos que tal oposición no lo es: un cristiano puede ser marxista (y aún militante de partido; César lo fue, del Partido Comunista de España). En todo caso, en nuestro poeta podríamos ver un anticipador de lo que tantos, después, han creído y siguen creyendo, sobre todo, precisamente, en América Latina.
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Sin embargo, la voz no es siempre la misma. En Neruda ~or ejemplohemos visto ya un tono marcadamente coloquial en sus evocaciones del Madrid perdido; matices parecidos se advierten también en Vallejo. Es muy frecuente, también, la tonalidad elegíaca: se reza y se llora por los muertos, aunque unas veces se haga con desesperación, otras veces, con contenida voz. Lo elegíaco está en González Tuñón, por ejemplo. O en Octavio paz que, contenidamente, evoca a un caído, o sufre, con emoción, la angustia de unos hombres y mujeres -aquellos «viejos» de su poemaobligados a dejar el suelo en que nacieron y vivieron. En paz --como en algún otro- el lirismo se convierte en ternura. El sentimiento de ternura, cercano al de compasión, y que va más allá de la solidaridad, se manifiesta en más de un -p oema y más de un poeta. Creo que el caso más visible es el del citado texto de César Vallejo en el que un hombre -Pedro Rojas- vuelve a la vida: antes del final, el poeta ha convertido al hombre en niño «<niñín», dice, con el diminutivo asturiano, mucho más expresivo que cualquier otro); en ser indefenso, cuya indefensión incita a la protección. Finalmente -y para no alargarme demasiado-, recordaré lo ya señalado en varios fragmentos, también de César Vallejo: el tono reflexivo (no ausente tampoco en Neruda, o en las contenidas meditaciones de Octavio Paz).
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10.
Final
y termino. Advirtiendo, de nuevo, que estas páginas no son más que un esbozo mínimo de una posible investigación.
Aquí -y aún en la poesía a la que me he aproximado- falta mucho por ver: por ejemplo, nada dije de las formas poéticas quizá especialmente interesantes en Neruda, quien en algunos momentos busca moldes clásicos para expresarse; en Huidobro, deliberadamente «épico»; en Nicolás Guillén, quien, en algún fragmento de su poema-libro trae a su obra española su inigualable ritmo de canción ... Y, sobre todo, faltan aquí otros nombres, que, sin duda, existen. Una investigación por las páginas de prensa, de boletines, se hace necesaria. Con lo dicho, sin embargo, creo que queda claro, al menos, un punto fundamental: que, en cualquier estudio del tema de la poesía inspirada por la Guerra Civil española, es imprescindible contar con la de algunos poetas latinoamericanos: en ciertos casos; se trata de obras máximas de la poesía de nuestro siglo.
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LAS FORMAS POETICAS POPULARES EN LA GUERRA CIVIL ' MIGUEL GARCfA-POSADA
El término Romancero recubre de modo satisfactorio los conceptos englobados en el título de esta ponencia. Su prestigio y arraigo son grandes: el uso de la añeja palabra remonta a los mismos días de la guerra civil. Su empleo metonímico no invalida el alcance épico. la condición de epopeya qu~ marca la poesía nacida y concebida al hilo del conflicto: «... ce nom possooe -ha escrito Puccini- una puissance d'expression et d'évocation, et traduit bien l'idée d'une explosion soudaine, spontanée et générale de la poésie.» (1). Salaün, en su excelente libro, recoge el término, que «cubre toda la producción versificada del momento», y le da una formulación precisa. Tras llamar al Romancero «monumento que pretende instaurar la epopeya», agrega: Este monumento se presenta bajo la forma de una pirámide cuya base. muy ancha, está constituida por una abundante producción de origen popular y cuya cumbre comprende la producción de rulgunos escritores afamados (2). Esa amplia base fue inexistente en la zona franquista, y desde este punto de vista tiene razón Rafael Alberti al considerar un priviffegio de la España republicana la resurrección del Romancero (3). La otra mitad no es que callara, como dice también el gran poeta (4); pero la producción literaria se canalizó
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allí de modo mucho más vertical, según era esperable dada la distinta plataforma social que apoyaba al Ejército sublevado y los rígidos mecanismos de censura que se establecieron muy pronto, y que eran inherentes a la condición autoritaria y naturaleza militar del régimen en ciernes. No podía nacer, por tanto, un Romancero en los términos descritos para la zona republicana, aunque no faltasen recopilaciones poéticas y existieran también intentos de poesía épica, desde el conjunto orgánico (por ejemplo, el Poema de la Bestia y el Angel de José María Pemán) hasta los romances de Manuel Machado o Federico de Urrutia, entre otros. El hecho es que la zona republicana presenció una explosión poética realmente inusitada. Rafael Alberti ha evocado la llegada de miles de romances a la Alianza de Intelectuales Antifascistas, con destino a El mono azul (5). Salaün ha repertoriado 3.122 poetas (6), que escribieron sus versos con una fe y confianza en la dignidad y poder de la poesía que no pueden por menos de admirarse, al margen de otras cuestiones, Cuando en junio de 1937 el Ministerio de Instrucción Pública encarga a Emilio Prados la edición del Romancero General de la Guerra de España, el poeta forma al principio un vdlumen de al menos 900 composiciones, debidas a autores de toda clase y condición, de las que finalmente sólo pudieron publicarse 300 por problemas económicos, según el preciso testimonio del prologuista, el profesor Rodríguez Moñino. «El lenguaje más vital de aquella realidad [extraordinaria] fue la poesía», ha escrito Rafael Alberti (7). Los rasgos básicos del Romancero de la guerra civil han sido delimitados con perspicacia por Salaün, y a su caracterización me atendré en lo que sigue, con algunas leves matizaciones. He10s a continuación expuestos con la concisión máxima.
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Prensa; oralidad; música El Romancero aparece ligado a la abundantísima Prensa de la zona republicana, sobre todo a la del frente y, por consiguiente, a la militar. Más del 90 por 100 de la producción se vierte por este medio. Las hojas volanderas de los periódicos son ya en símismas entidades épicas, ligadas como están al acto de combate. Ante el periódico el libro posee carácter más secundario, reservado a la literatura de autor. Mencionemos también la existencia de otros soportes: aleluyas, «comics» o tarjetas postales. La oralidad fue asimismo fenómeno de enorme importancia. La radio desempeñó un papel capital en la difusión del verso (lecturas poéticas, emisiones destinadas al enemigo, retransmisión de recitales y mítines). A lo que deben agregarse los recitales en los que participaron los grandes poetas de la época o el teatro en verso interpretado en los frentes -las llamadas «guerrillas del tea· tro>}--, sin que faltara incluso el romano ce de ciegos. En fin, se musicaron poemas que tuvieron gran éxito ---como las coplas de Luis de Tapia-; los poetas escribieron letras de himnos o canciones. de propaganda, y el mismo folclore acometió funciones de resistencia (8).
Colectivismo, anonimia La inmensa mayoría de los poetas son de facto anónimos, pues ni los seudóni· mos ni todas las otras referencias que figuran a~ pie de los textos (clase, con· dición, origen, o empleo o patronímicos) poseen real valor informativo. Todavía en 1960 Leopoldo Urrutia (i. e., Leopoldo de Luis) era un nombre perdido (9). Se produce, pues, un cambio sustancial en la noción de autor. El yo individual se disuelve porque el poeta es voz colectiva; que se alza para defender el mundo amenazado. La anonimia se proyecta in·
aluso sobre obras de escritores conocidos (versos de Miguel Hernández. por ejemplo) .Esta anonimia es importante a los efectos de valorar los poemas, cuya función de combate prima sobre cualesquiera otras consideraciones.
Estructuras y modo lingüísticos y métricos dominantemente tradicionales Según los cómputos de Salaün, el 7i por 100 de los versos son octosrIabos y el 54 por 100 de las estrofas 1as 'constituyen romances y coplas seguidos por el soneto (10). Dominan en consecuencia la rima asonante, los esquemas rítmicosintácticos binarios y cuaternarios, con acusada preferencia por los modos narrativos. Surge así una poesía «oratoria», de «mitin», por emplear términos clásicos (11), basada en la apelación directa, que está exigida tanto por la naturaleza de los receptores -son abundantes los de niveles primarios- como por la función ideológica básica que el discurso posee. Se han propuesto diversas clasificaciones. El Romancero General dividía los romances según los frentes de batalla, pero no se vedaba tampoco la clasificación por géneros, en la que se basaba el Romancero de la guerra civil, de 1936. La dualidad de clasificaciones habla de su insuficiencia. Tampoco la clasificación por agentes temáticos como la que esboza Salaün ---'la Tierra, la Mujer, el Héroe o el Enemigo-, aunque más inclusiva, recubre por com.pleto todo el corpus, según él mismo reconoce (12). En realidad, más allá de las taxonomías los poemas remiten a las grandes cate~ gorías de la epopeya: reinstauración del Orden violado, lucha del Bien y dell Mal, los mártires, etc. (13). Desde esta perspectiva cualquier intento de ver en el
Romancero de la guerra un carácter noticiero -como el que se ha invocado para el medieval- resulta desplazado. La información circulaba con suma celeridad por otros canales, y lo que los versos buscaban era la exaltación del Orden transgredido por el Enemigo. En este sistema cobran sentido los grandes héroes populares -Antonio Coll, Lina Odena o Buenaventura Durruti-, los acontecimientos privilegiados por la gue~ rra (resistencia de Madrid), los pequeños incidentes y escaramuzas o la glorificación de la Tierra, elemento centra1 de la cosmovisión agraria que es consustancial al Romancero. Todo ello engastado en una simbología de origen cristiano, aunque laica, que pone al hombre trabajador como va!lor supremo y expresión del nuevo (y antiguo) mundo por conquistar. Dentro de la unidad del Romancero, Salaün distingue varios corpus orgánicos (anarcosindicalista, republicano, marxista, etc.) y los no orgánicos, desde el del Ejército hasta el del Socorro Rojo, de los que el más importante es el Romancero militar. Salvo en el caso quizá de los anarquistas, su lectura evidencia la convergencia existente en la zona republicana sobre determinados puntos básicos. ¿ Qué valoración puede hacerse? Salaün insiste en su libro -es una de sus tesis fundamentales- en el hecho de que con la guerra la Prensa de la zona republicana y el Romancero, por consiguiente, recuperan la función básica dei lenguaje: su condición de instrumento de una acción, y no sólo de comunicación y conocimiento. No es mi propósito entrar aquí en polémica con el riguroso investigador francés, como podría hacerse desde los planteamientos actuales de la Pragmática. La cuestión se plantea en términos más simples: su valor literario. Puccini descalifica como esteticistas las actitudes negativas de Guillermo de Torre y de Pedro Salinas. Para el pri-
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mero se trataba de «reacciones humanas» más que de «obras literarias propiamente dichas»; el segundo se limita a anotar su condición de poesía de lucha y la nobleza y el calor humano de la inspiración. Ni Salinas ni De Torre se dan cuenta, según el crítico italiano, del valor de esta poesía, que consiste en la reintroducción del elemento épico-lírico, primordial al Romancero viejo, frente al lirismo dominante del romance contemporáneo. Por ello se le debe la recuperación de su equilibrio estilístico normal, de su misma razón de ser (14). Es, en suma, una <dIiade écrite par plusieurs» (15).
Juicio similar ofrece Salaün, quien considera el Romancero la mayor epopeya del siglo y no duda en calificarlo de «la tentativa más avanzada y más utópica de un arte de la armonía de todas las dimensiones del hombre» (16). Lo cual no obsta a su posición de que no representó un progreso neto ni ideológico ni formalmente, las dos condiciones que, a su juicio, son necesarias para la creación de un arte revolucionario. Ese progreso y esa ruptura sólo la . alcanzan algunos de los grandes poetas (Vallejo, sobre todo, Alberti o Hernández) (17). A estas alturas las desca'Jificaciones de una presunta o real crítica burguesa carecen de interés. Las formas vaJiosas estéticamente son en s¡ mismas una síntesis de expresión nueva y visión inherente :a ella también novedosa - no es mi problema ahora el que tal visión sea o no ideológicamente revolucionaria-o El Romancero de la guerra es en gran medida un fracaso estético. No otra cosa cabía esperar de los poetas anónimos, semilegos: la «cultura proletaria» no existe. Verdad es que puede causar cierta violencia formular (y recibir) juicios estéticos negativos sobre una poesía que encubre realidades humanas y sociaJes dignas de respeto. Pero la crítica aL pronunciarse sobre el valor ha de orillar estas consideraciones.
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Los resultados obtenidos por los poetas cultos fueron muy desiguales. La urgencia creadora, la presión ambiental no favorecían precisamente la génesis de obras logradas. Es, en definitiva, el sempiterno problema de la literatura comprometida. En modo aLguno cabe discutir la legitimidad de lo útil en la obra literaria (18). Pero es un hecho definitivamente demostrado por la experiencia histórica que el signo estético soporta mal su jerarquización secundaria, provenga ésta de la coacción de la realidad -el «desorden impuesto», la «urgente gramática necesaria»- de que hablaba Rafael Alberti en 1939, al frente de Entre el clavel y la espada- o de cualesquiera otros agentes. Los mejores aciertos se produjeron allí donde la guerra no significó una dJscontinuidad respecto a la obra anterior. Es evidente que poetas como Alberti, Prados o Hernández estaban en cierta medida preparados por su producción de preguerra para el ejercicio de esta poesía de combate. Más los dos primeros, aunque en el caso de Hernández su origen social y formación serían decisivos, y no cabe olvidar la redacción de algunos poemas muy significativos en los meses previos al conflicto ni su frecuentación asidua del teatro de rebelión de Lope de Vega, que cristalizaría en Hijos de la piedra y El labrador de más aire. En cambio, en poetas como Aleixandre o Moreno Villa, por citar distintas figuras de relieve, era demasiado profundo el abismo que se abría entre los versos del Mundo a solas y Salón sin muros y la escritura de octosílabos bélicos. Aleixandre mismo reconocería su fracaso al excluir sus dos romances y la «Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla» de sus obras completas. La poesía de guerra de Alberti es notoriamente desiguaL Donde se manifiesta el gran poeta civil de los años republicanos es en algunos de los poemas más canónicos que serían incluidos en Capital
de I~ gloña. Va'lga como paradigma el magistral «Galope», muestra excepcional en que la llamada a la acción contra el enemigo se plasma en ritmo justísimo que sirve a la memorable cabalgata del «jinete del pueblo». En cambio, el ro~ancista flaquea con facilidad. Así, por ejemplo, el romance dedicado a «El último Duque de Alba», certero en su primera parte en sus pinceladas satíricas, ~e despeña luego cuando se inicJa la ,prédica moralista en favor de1 Quinto Regimiento.
El mejor Prados, a mi juicio, se encuentra en el Cancionero menor para los combatientes, en que las ágiles formas neopop~lares se adecuan con gracia y profundIdad a la dolorososa materia temática, y que se nos aparecen mucho más desligad os de las circunstancias. Los romances tienen siempre extraordinaria dignidad, en la línea iniciada por el Calendario incompleto del pan y del pescado, y prolongada por Uanto de octnb~~ (ambos verían la luz en 1937). Es vIsible una alta y sostenida voluntad artística de elaboración, pero hay algo que se malogra en ellos, como si la exolusión de las preocupaciones personales obligara al autor a valerse de fórmulas estereotipadas o que le llegan demasiado desd~ fuera. Cuando el mundo poético propIO se proyecta en el romance se obtienen momentos muy felices. Así el romance «Ciudad sitiada», que está basado en la identificación entre 1a ciudad - Madrid- y el cuerpo del autor, 10 que remite a uno de los temas centrales de la poesía de Prados: la relación del hombre con el mundo. Castillos de mi razón y fronteras de mi sueño, mi ciudad está sitiada: entre cañones me muevo. ¿Dónde comienzas, Madrid, o es, Madrid, que eres mi cuerpo? (19) En Miguel Hernández se produjo la mejor convergencia y función entre el
aliento y las expectativas populares y la literatura culta. Viento del pueblo es en este sentido un libro casi perfecto, y sólo de cuando en cuando pueden detectarse ciertas fallas en la inspiración del poeta. Pero son muy poco al. lado de la potencia expresiva, de la intensidad y tensión de este acento poético. Era la poesía necesaria a la altura de aquellas circunstancias, incluida su dimensión oratoria que, sin embargo, no suele derogar, salvo en algunas concesiones ocasionales, la sustancia estética. El hombre acecha se escribe ya en otro clima, más vuelto hacia la tradición canónica. No fue menguada la aportación de Antonio Machado al Romancero, aunque todavía en 1986 la edición espalñola de su poesía comp1eta aparezca inexpHcablemente mutilada (20). Entre los poemas de orientación épica figuran algunos de los más altos que el autor alcanzó a escribir, como el dedicado al asesinato de Lorca o el soneto d,a muerte deL niño herido» (21). Las otras obras maestras poéticas que alumbró la guerra se escriben en con-
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vergencia de intendóñ con el Romancero, pero en cierta medida al margen de él, por el tipo de. poesía e incluso por los <:a;nales utilizados: así, España en el corazón de Neruda (1937) o incluso España, aparta de mí este cáliz de Vallejo (22).
NOTAS 1. D. Puccini, Romancero de la réslstance espagnole (2 tomos), Fran~ois Maspero, París, 1967, t. 1, p. 8. 2. S. Salaün, La poesía de la guerra de España, Castalia, Madrid, 1985, p. 10. 3. R. Alberti, Romancero general de la guerra española, Patronato Hispano Argentino de Cultura, Buenos Aires, 1944, p. 11. 4. Ibíd., p. 10. 5. Ibíd., ibid. 6. Salaün, ob. cit., p. 158. 7. Alberti, ob. cit., p. 10. 8. Cf. Salaün, ob. cit., pp. 140-155. 9. Ct. Puccini, ob. cit., 1, p. 206. 10. Salaün, ob. cit., pp. 189-194. 11. Cf. J. Tynianov, "De I'évolutlon littéraire", en T. Todorov, ed., Théorie de la littérature. Textes des fonnalistes russes, Seuil, París, 1965, p. 133. 12. Salaün, ob. cit., pp. 236-239. 13. Ibíd., pp. 240-269. 14. Puccini, ob. cit., pp. 52-56. 15. Ibíd., p. 56. Cf. también p. 10. 16. Salaün, ob. cit., p. 235. 17. Cf. ibíd., p. 367 Y siguientes. 18. Cf. T. V. Dijk, Studies in the Pragmatics of Discourse, Mouton, La Haya-París, 1981, pp. 253-254. 19. Poesías completas (2 tomos), ed. C. Blanco Aguinaga y A. Carreira, t. 1, Aguilar México, 1975, p. 179. 20. La undécima edición de Selecciones Austral , Espasa-Calpe, de diciembre de 1985, sigue sin traer los poemas "El crimen fue en Granada", "Madrid" , "A Méjico", "Meditación del día" , "Tarjetas postales Infantiles", "Miaja" , " Voz de España" , "Alerta", los sonetos "Otra vez el ayer. Tras la persiana ... ", "Trazó una odiosa mano, España mía", "A otro conde don J-uián" y "A Llster, jefe en los ejércitos del Ebro". Están recogidos en la edición italiana preparada por
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El gran libro de Cernuda, Las nubes, tal vez el poemario más perfecto sobre la guerra, es todo él un conjunto elegíaco, y ni su intención ni su cronología permiten conectarlo con el epos de la contienda.
O. Macri, Poesia di Antonio Machado, Lerici, Milán, 1969, 3. n ed . La única compilación española que los recoge es la de J. Rodríguez Puértolas y G. Pérez Herrero, La guerra. Escritos: 1936-1939, Emiliano Escolar editor, Madrid, 1983. 21. No faltan las caídas --es tópico citar el soneto a Llster y su último tercero-, pero ya sabemos que no es correcto medir a un poeta por ellas. 22. Para Neruda· lo reconoce Salaün (p. 93). El caso de Vallejo es más complicado. Los poemas se publicaron en suelta en España y, al parecer, hubo una edición en libro impresa por el Comlsariado del Ejército del Este que fue destruida, antes de distribuirse, por las tropas de Franco (Salaün, pp. 81-82 y 222). Sólo se publicaría finalmente por Ediciones Séneca, al cuidado de Emilio Prados, en 1940. A juicio, el grado de ruptura que alcanza el poemario de Vallejo sostiene relaciones problemáticas con la tradiclonalidad que nutre sustancialmente el Romancero de la guerra. 23. El juicio de Cernuda sobre la poesía del período es bastante negativo. Merece la pena recordarlo: Durante los años de la guerra civil hubo excesivo acoplo de versos, 'tanto de un lado como de otro; y aunque la consigna fuera "cantar al pueblo", de un lado, y de otro "cantar la causa" , ni unos cantos ni otros, productos de ambas consignas (era inevitable), sobrevivieron al conflicto. La destrucción y la muerte, sea bajo tal o cual pretexto, no se pueden cantar ni mucho menos glorificar; quienes por ellas han tenido que pasar, y sobrevivieron a la catástrofe, acaso puedan utilizarlas más tarde, como experiencias humanas; pero en otro contexto, donde sería ya difícil reconocerlas bajo su apariencia bestial primera." (Estudios sobre poesía española contemporánea, Guadarrama, Madrid, 1970, pp. 184185). Lamento disentir de la critica de Salaün contra Cernuda y el grupo de Hora de España (pp. 362-366), que no me parece justa, aunque sea coherente con sus principios doctrinales.
LA GUERRA .cIVIL y LA NOVELA ESPAÑOLA RAFAEL CONTE
Recuerdo en este momento las frases terribles de Henri de Montherlant al principio de su pieza teatral LA GUERRE CIVILE; «Yo soy la guerra civil. y estoy harto de ver a esos estúpidos mirarse por encima de ambas trincheras, como si se tratara de esas tontas guerras entre países. No soy la guerra de las trincheras y los campos de batalla. Soy la guerra del. foro salvaje, la de las prisiones y las calles, la del vecino contra el vecino, la del rival contra el rival, la del amigo contra el amigo. Yo soy la Guerra Civil, yo soy la buena guerra, aquella en la que se sabe por qué se mata y a quién se mata: el lobo devora al cordero, pero no lo odia; mientras que el lobo odia al lobo. Regenero y doy de nuevo temple al pueblo; hay pueblos que han desaparecido en una guerra con otro; ninguno ha desaparecido en una guerra civil. ..'. Yo soy la Guerra Civil. Yo soy la buena guerra». Estas frases me parecen terribles, y pertenecen a un escritor de tendencias aristrocratizantes, a un elitista, a alguien capaz de exaltar la violencia por encima de los sufrimientos que produce; pero también a alguien capaz --{;omo lo fue después- de pegarse un tiro., Fue consecuente consigo mismo, desde luego; ¿cómo se podía penetrar en su interior, hacerle abdicar de tan extrañas pesadillas?
Esta pieza no trata de España, aunque el aütor se acercó otras veces al drama español, y con mayor comprensión que aquí. Trata de una guerra civil romana. En realidad, este tema siempre ha inquietado a la humanidad, ha inspirado millares de obras de arte en todos los tiempos; también la guerra civil española ha provocado tanta bibliografía como la segunda guerra mundial, la mayor de las catástrofes que la historia haya conocido. Las guerras entre países han inspirado muchas buenas novelas, y alguna que otra maestra, como GUERRA y PAZ. Las guerras civiles, y la española no es una excepción. han inspirado buenas novelas, muchas malas, y ninguna genial. En principio, y al tratarse de un hecho o acontecimiento histórico, debería entrar dentro del género de la novela histórica; pero desgraciadamente las novelas de guerra las escriben los protagonistas, los testigos o muchos años después los explotadores. Pero cuando todo ha pasado, y hace mucho tiempo que ha pasado, ninguna guerra soportará jamás, se vea del bando que se vea, ni la más mínima buena prensa. y el cicle vuelve a cerrarse, como se verá. Durante la guerra del 14, en España se utilizaba un eslogan desenvuelto: <mo me hable usted de la guerra». Cuando terminó la civil española, en el interior
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del país sólo se podía hablar de media guerra. la de los vencedores. Y ayer mismo por la tarde. me llamaba una periodista de la radio para pedirme información sobre este mismo acto en el que nos encontramos. Y al final preguntaba: ¿Cree usted que todavía interesa a alguien el tema de la guerra civil? Tras un silencio ominoso. se me ocurrió el mejor argumento para esta sociedad de consumo en la que vivimos. Hace un mes se publicaba el cuarto volumen de la serie que Gironella empezara en 1953. con LOS CIPRESES CREEN EN DIOS. Luego. si se siguen publicando novelas sobre el tema. será que estas novelas se venden. pues los editores no son mecenas sino industriales y comerciales. Luego pensé un poco más y cité la triste y célebre frase de Santa yana: <<Los pueblos que olvidan su historia están condenados a volverla a vivir», ¿Estamos entrando otra vez en la misma fase. condenados a vivir en una sociedad donde participar es consumir. el pueblo se ha convertido en público. y los lectores ven la televisión? Por ello también; porque las novelas sobre la guerra civil española no son todavía. no pueden serlo. novelas históricas. sino perfectamente actuales. y ello al menos hasta que haya desaparecido el último español que la padeció en su carne. en su sangre. o en sus inmediatas consecuencias. Pero el escritor que se acerque al tema tendrá primero que acumular material para seleccionarlo después. y por ahora no es la razón ni la mente quien selecciona. sino las tripas y el corazón. No es posible desembarazarse de la historia para novelar la historia; y. pese a todo. hay que desembarazarse de ella para construir una obra de arte independiente. Tenemos por tanto un tema que ha sido tabú en su exacta realidad; para los escritores del bando franquista. la guerra fue uno de los primeros temas nar$tivos. o. mejor di~ho. la mitad de 72
una guerra pues la otra mitad. aparte de haber sido vencida. estaba siendo férrea y cuidadosamente silenciada. Las primeras narraciones exaltaban al bando vencedor. hasta el punto de que los vencidos. o bien desaparecían. o eran simples sombras negras. simples perchas en las que colgar el maniquí del mal. El maniqueísmo fue el primer enemigo de estas novelas. en las que muchos buenos escritores mostraron lo peor de sus trastiendas. Entre la exaltación de Rafael García Serrano, o el maniqueísmo esterilizador de Wenceslao Fernández Florez. aquella era una novela retórica. en ocasiones bien escrita. pero perfectamente simple y esquemática. Fernández Florez, el gran humorista y no menor escéptico. perdió todas sus virtudes de narrador en dos novelas bastante lamentables. como UNA ISLA EN EL MAR ROJO Y LA NOVELA NUMERO 13. que evidentemente hace honor a su número. No hay aquí apenas ni rastro de las habilidades del narrador anterior a la guerra. o de las que mucho después mostraría hablando de su tierra natal o d~ EL BOSQUE ANIMADO. Ni siquiera las aventuras del detective Ring. en el segundo de estos dos libros citados. leídas a estas alturas. suscitan la más mínima sonrisa. Este lado patético de un escritor que además era excelente. no existe en otros casos que se inclinan por la exaltación del semiheroísmo -en el sentido de que era la mitad de un posible heroismo. la otra mitad estaba expulsada y silenciada. En Agustín de Foxá. uno de los buenos escritores del momento. esta exaltación se entremezclaba con un gusto valleinc1anesco por la sátira y el retrato. que todavía mantiene en pie parcialmente una novela que iba a ser el principio de toda una serie a la que el escritor renunció para siempre. MADRID DE CORTE A CHECA. Su maniqueísmo debió estremecer al propio Foxá. que era demasiado inteligente para seguir insis-
tiendo en él. El caso de Rafael García Serrano es más claro y simple a la vez, y hasta merece cierto respeto a estas alturas. Falangista de la primera hora, combatiente en la guerra hasta caer enfermo, es autor de algunas de las estampas heroicas más poco pudorosas que ha inspirado el conflicto. EUGENIO fue el descubrimiento de la falange, LA FIEL INFANTERIA el de la especial borrachera de la violencia y de la guerra. No hay que asustarse. ¿No hemos leído a Montherlant, o acaso nos negaríamos a leer algunas de las páginas más terribles y poderosas del joven Ernst Jünger, cuando se siente embriagado por la violencia, la fuerza y la guerra. siendo combatiente en la primera mundial? Evidentemente, Jünger es más intelectual y profundo, por lo que más peligroso; el peligro de García Serrano sólo viene de su buena prosa; sus contendidos son demasiado simples. LA FIEL INFANTERlA llegó a explotar de tal manera en sus formas exaltadas, en su borrachera de sangre y escatología que la Iglesia tomó cartas en el asunto y la obra fue censurada precisamente después de haber obtenido el premio nacional de literatura. El propio escritor se encargaría, muchos años después, pero todavía en la época franquista, de restablecer el texto original y de señalar los fragmentos censurados. Sin embargo, en mi opinión, acaso PLAZA DEL CASTILLO, que relata 1a historia de los cuatro o cinco días anteriores a la sublevación militar en Pamplona, ciudad que el autor conoció bien por ser la suya, resulta una narración mejor conseguida. Después vinieron LOS OJOS PERDlIX)S. LA VENTANA DABA AL RIO y LA PAZ DURA 15 DIAS ... y así sucesivamente. En realidad, la guerra civil es el único tema del escritor García Serano, y de hecho, una vez perdida la victoria que tanto le inspiró, bajo la democracia sigue impertérrito predicando lo mismo, demostrando que sus creencias y su ideología siguen siendo idén-
ticas. Al menos, habrá que reconocerle esa honestidad personal. cosa que casi nunca se puede decir en este terreno. aunque nos haga sonreir en su última novela V CENTENARIO, donde sigue empecinado en desencadenar una nueva guerra civil a ver si esta vez la gana y no la pierde después. Podríamos hablar de otros autores. pues hay -o mejor dicho había- muchos en este bando, desde Mercedes Formica hasta Bartolomé Soler, o el propio Ignacio Agustí que en este tema desembocó en el último volumen de la serie LA CENIZA FUE ARBOL. Pero que desmerece mucho al lado de los dos primeros tomos, MARIONA REBULL y EL VIUDO RIUS. En realidad, entre los combatientes narradores del bando
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franquista, no hubo una apariencia de imparcialidad hasta la aparición en 1953 de LOS CIPRESES CREEN EN DIOS, de José María Gironella. Esta es la mejor novela de la serie, la más afortunada en su intento de creación de un microcosmos novelesco y de poner en pie a una serie de personajes que después, tomo a tomo, se le han ido desdibujando y vaciando de contenidos, ante la acumulación de material documental que asfixia la novela. La novela de la guerra propiamente dicha, la segunda de la serie, acusaba ya este defecto, UN MILLON DE MUERl1OS, yen ella.}a imparcialidad parecía más bien una cuestión estadística y proporcional. Ef humanismo religioso de Gironella le ayudó a salir al menos parcialmente del maniqueísmo y de la simplificación, aunque no sin dificultades de censura y de reacciones, Es curioso que los autores republicanos sean hoy más conocidos entre muchos lectores que los que acabo de citar, sobre todo en el terreno de la enseñanza universitaria. Pero hasta 1970, eran en su mayor parte unos perfectos desconocidos. Las obras de Ayala, Arana, Andújar, Barea, Joan Sales, Paulino Masip, Ramón Sender y Mercé Rododera estaban completamente censuradas o acababan de salir en libertad provisional recientemente. José Ramón Arana no escribió mucho, pero su novela corta EL CURA DE ALMUNIACED es una de las mejores del tema, y su personaje, uno de los muchos similares que tanto aparecen en la literatura del exilio. En efecto, sacerdotes contra la guerra surgen en libros de Joan SaJes, de Sender de Manúel Andújar, y resulta ser un dato bastante curioso, teniendo en cuenta la postura que la Iglesia católica española adoptó en el conflicto. De todos estos escritores, Max Aub fue tan prolilico como Sender y el que mejor y más ampliamente trató 1a guerra en su serie EL LABERINTO MAGICO, compuesta como una crónica donde voces, persona-
jes y escenarios se van sucediendo y alternando, en una excelente y castiza prosa. Hoy, todos los CAMPOS -DE SANGRE, CERRADO. ABIERTO, FRANCES, DEL MORO y DE LOS ALMENDROS- ya están en nuestras librerías_ El otro gran prolífico fue Ramón J, Sender, el gran autor del REQUIEM POR UN CAMPESINO ESPAÑOL, otra de las mejores fabulaciones sobre el tema, de la omnicomprensiva y frustrada LOS CINCO LIBROS DE ARIADNA, de la crónica en directo de CONTRAATAQUE, de la excelente y lírica EL REY Y LA REINA, y de los últimos tomos de CRONICA DEL ALBA LA PLAZA DEL DIAMANTE, de Mercé Rodoreda es también una de las mejores y ya es celebérrima entre nosotros; pero tal vez no sea una novela de la guerra sino que la integra particularmente en la historia del persona je central, aunque sea el verdadero nudo que todo lo precipita. De Francisco Ayala acaso habría que citar algún relato de LA CABEZA DEL CORDERO, como de Serrano Poncela de LA VENDA, hasta su póstuma LA VIÑA DE NABOT. De Andújar se ha recuperado otra de las mejores, ya íntegra, HISTORIAS DE UNA HISTORIA, y en catalán circula ya desde hace tiempo la gran INCIERTA GLORIA, de J oan Sales, de la que sin embargo ya no existe versión castellana. Y aquí quisiera citar el caso de una gran novela, una de las mejores, todavía sin publicar en España y ha largo tiempo inencontrable en su primera y única edición mexicana, el DIARIO DE HAMLET GARCIA, de Paulino Masip. Para compensar tenemos dos ediciones diferentes de la trilogía de Arturo Barea, LA FORJA DE UN REBELDE, cuyo último tomo es el que se refiere a la guerra, y acaso el menos conseguido. En resumen, la tristeza de la derrota exaltó menos a los republicanos y les hizo menos maniqueos. Mientras tanto, en el interior proseguían los intentos,
primero parciales, en algunos relatos de Femández Santos o de García Hortelano, en el DUELO EN EL P ARAISO de Juan Goytsisolo, o en LOS SOLDADOS LLORAN DE NOCHE, de Ana María Matute. ¿Por qué tantos personajes de estos relatos eran niños? Acaso porque la apariencia de inocencia permitía una inayor libertad de juicio" En Albalá -:-LOS DIAS DEL O'DIO- pasaba lo mismo, así como en EL OfRO ARBOL DE GUERNICA, de Castresana. Fue Angel María de Lera, el primero en novelar la guerra civil desde el bando republicano en el interior de1 país, con LAS ULTIMAS BANDERAS. Sus pro-
blemas le ,causó, pero también le hizo famoso. Muchos años después, Gregorio Gallego pudo sacar del cajón de los inéditos forzosos otra de estas novelas, ASAL ro A LA CIUDAD, también una de las mejores. Camilo José Cela lo hizo con SAN CAMILO 1936, Y le resultó un monólogo atroz, y una descarga de conciencia no exenta de durezas. Y no quisiera callar sin hablar de una de las mejores y más tardías, DIAS DE LLAMAS, de Juan Iturralde, aparecida hace poco más de un lustro. Es una obra casi perfecta, y una de las mejores. Pero aquí podríamos empezar a hablar. Madrid, abril, 1986.
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LITERATURA Y COMBATE' (España, 1931-1939) JOSÉ
Resulta inevitable, y también de justicia, hablar, llegado el momento de hacer la glosa de la literatura y del trabajo de pensamiento que en la guerra civil española se hizo, hablar de gentes como Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Luis Cernuda, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Dámaso Alonso, Antonio Aparicio, Max Aub, Corpus Barga, Rosa Chace1. Rafael Dieste, Enrique Díaz Canedo, Antonio Espina, Ramón Diestro, Pedro Garfias, Juan José Domenchina, León Felipe, José Moreno Villa, Emilio Prados, Pere Quart, Antonio Sánchez Barbudo, Arturo Serrano Plaja, María Zambrano, y unos cuantos nombres más que no cito a fin de que no parezca esto la alineación de unos cuantos equipos de fútbol. Estos nombres son la evidencia más clara de que no ya en la República española, sino durante Ja guerra civil, conoció la literatura espaifíola, así como el pensamiento filosófico y pdlitico, una auténtica edad de oro. Ello se percibe aún con mayor claridad cuando, a cincuenta años vista de aquella guerra, leemos lo que escribieron en aquel entonces los autores citados. Basta acudir a las ediciones facsímiles que de la revista «Hora de España» se han hecho en ,los últimos años.. Comprobará entonces el lector lo mucho que se perdió en aquel fatídico día del 1 de abril de 1939, cuan do un famoso general bajito escribió eso de «roto y cautivo el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares». Mas esto es cosa bien sabida no ya para cualquier estudioso de la ,literatura
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L.
MORENo,RUIZ
españ01a contemporánea, sino para cuaI.quier lector atento e inquieto. Mi intención es la de hablar de otra literatura, acaso mucho menos conocida, que floreció durante la República y la guerra civil. Mi atención se centra, pues, en una literatura auténticamente maldita inoluso cuando fue escrita por sus autores. Me refiero a la literatura de combate escrita, en muchos casos, por hombres que empuñaban el fusi1 tan a menudo como la pluma. Me refiero, fundamentalmente, a la literatura escrita en su mayor parte por los militantes anarquistas. Para hacer una historia más o menos completa de dicha 'literatura, cabe remontarse a los primeros año~ de la República. Fue Eduardo Zamacois quien, al fundar en 1907 «El Cuento Semanal», puso los cimientos de un florecer literario periódico que en los años treinta alcanzaría su cumbre militante y creativa. Siguiendo el camino que iniciara «El Cuento Semanal», camino de edición periódica y folletinesca, aparecieron con los primeros años de la República colecciones tales como <<La Biblioteca de los sin Dios» y «Hombres e ideas». Muy pronto, en abril de 1932, y conmemorando el primer aniversario del advenimiento de la República, las Ediciones Libertad, de Madrid, lanzarían una muy valiosa colección de relatos y de novelas cortas escritas, principalmente, por militantes anarquistas, c01ección titulada «La novela Proletaria» y nacida, también, como réplica a otra publicación periódica, de título <<La Novela Roja», de inspiración comunista. «La Novela
Proletaria», que vería interrumpida su edición en 1933 para reaparecer discontinuamente en lo sucesivo, bien con su formato habitual, o bien, ya en plena contienda, a modo de separatas en la prensa revolucionaria de la época, ha llegado a nosotros gracias a la edición de Gonzalo Santonja, edición que data del año 1979, publicada por la editorial Ayuso. Gracias a esa edición conocemos más profundamente lo que fue la vida, y lo que fue, sobre todo, la literatura de la época .. Lo que fue la guerra civil española. Tal edición, sin duda, resulta de mayor provecho que toda esa especie fascicular, tan de moda en la prensa de nuestros días, la cual no pasa de la mediocre visión histórica que suele ser común al periodismo. Por pretender que sea mi intervención lo más informativa posible, y muy especialmente para animar a ciertas lecturas que considero beneficiosas (al menos lo fueron para mí), siento no sólo la obligación, sino la necesidad, de hacer una relación de autores y de títulos lo más cumplida posible. Entre otras cosas, porque me parece de justicia, si bien sea a mero título simbólico, que suenen en un recinto universitario los nombres de gentes que en una encrucijada histórica más que cierta y tremebunda empuñaron el fusil con el mismo amor, con la misma devoción inocente, con que pretendían redimir a España de sus males merced a la literatura. Sin esperar, por ello, la gloria del poder. Sin esperar la gloria del Parnaso. He aquí la relación prometida, y repárese, no sólo en el nombre de cada autor, sino en los muy expresivos títulos: «Sindicalistas en acción», de Augusto Vivero; «Una pedrada a la Virgen», de José Antonio Balbotín; «La ánimas benditas», de Eduardo Barriobero; «La caída del dictado!», de Angel Pes-o taña; <<Mi Dama y mi sta!», de Angel Samblancat; «Las calaveras de plomo», de Salvador Sediles; «El confidente», de Eduardo de Guzmán; «A tiro limpio»,
de Augusto Vivero; «La bomba», de Rodrigo Soriano; y «Un ensayo revolucionario», de Mauro Bajatierra. Quiero, de entre los citados, destacar tres figuras que me parecen fundamentales: Las de Angel Samblancat, Mauro Bajatierra y Eduardo de Guzmán. Del controvertido Angel Pestaña no cabe decir más que su obra no es estrictamente literaria; es un compendio de su pensamiento y de su decepción ante la experiencia soviética. En cuanto a la figura de Angel Samblancat, activista ácrata donde los hubiera y escritor injustamente olvidado, siendo como es un sistematizador del esperpento valleinclanesco y un autor de gran originalidad, un auténtico vanguardista, señalar su amistad honda, fraternal, con aquel poeta catalán y ácrata que fue Joan SalvatPappaseit. Samblancat fue el autor al prólogo de los escritos de Pappaseit que llevaron por título «lIumo de Fábrica», y sirva, a modo de muestra de su sentir, lo que en tan sublime ocasión escribiera: «Escribo estas línea en la cárcel. Un prólogo para «Humo de Fábrica», había que escribirlo aquí, había de venir el autor a buscarlo a este establecimiento, a este inmenso hospital del alma, a este vasto almacén de angustias». De Mauro Bajatierra, valga decir, pues así me lo han contado viejos militantes anarco-sindicalistas, que era habitual verlo llegar del frente, vestido de uniforme, a cualesquiera de las redacciones que la prensa anarquista tenía en Madrid. Una vez allí, y apenas saciado el apetito y aseado su cuerpo, daba en sentarse ante una máquina de escribir y, sin duda ayudado por su sordera, pasaba horas y horas escribiendo con una entrega semejante a la desarrollada en el frente de batalla. Eduardo de Guzmán, por su parte, me parece una de las personalidades más atractivas no sólo del tiempo aquí contemplado, sino del presente. Felizmente vivo aún, muchas han sido las ocasiones en las que he podido compro-
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bar cuán grande es su sentido del compañerismo y de la amistad, cuán alto es su saber y la excelente calidad de su prosa, . bien como articulista, bien como memorialista y, sobre todo, como novelista. Autor de libros de historia o de novelas policíacas y del Oeste norteamericano, es Eduardo de Guzmán, además, uno de esos pocos periodistas que nos reconcilian con el periodismo. Otras obras dignas de mención, y recogidas también en la ya mentada edición de «La Novela Proletaria» debida a Gonzalo Santonja, son las siguientes: «¿Dónde está Dios?», de César Falcón; '<<Infamias!», de Antonio Jiménez; «La ley de fugas», de Emilio Mistral; «Abel mató a Caín», de Ramón Franco; «Un periodista», de Ramón Magre; «El enchufista», de Augusto Vivero; «Noche Roja», de Rodrigo Soriano; «El agente confidencial», del ya citado César Falcón; «La guerra que viene», de Augusto Vivero; «¿Quo Vadis, burguesía?», de Hildegart. A propósito de una de las obras aquí citadas, «Abel mató a Caín», de Ramón Franco, valga decir que el paradójico militar, hermano del que acabó por ser Caudillo por la Gracia de Dios y esas cosas, parece llevar al papel su propio enfrentamiento ideológico con quien luego sería Generalísimo. Cuentan, dicho sea de paso, que el tal GeneralísimO' dio, pasado el tiempo, cumplida réplica a su hermano en el guión de la película «Raza». Quienes hayan visto tan infecta película y no tengan conocimiento del relato de Ramón Franco, pueden leerlo. No es de lo mejor que publicase «La Novela Proletaria, más bastará para sentir un poco de regocijo pensando en lo muy mal que debió sentar al patascortas llamado salvador de la patria semejante obrita. Leer, en el día de hoy, las obras aquí citadas, procura un sentimiento dulcemente extraño: El del abatimiento. Cierto que no queda sino un amargo poso de tristeza tras de enfrascarse en estas
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lecturas. Son muchas las esperanzas expuestas en tales relatos, y sabemos que fueron' muchos los muertos. Ello nos hace recordar aquella máxima kafkiana según la cual no hace la esperanza otra cosa que acrecentar el sufrimiento. Tampoco se puede decir que el gozo devenido de la lectura de estas obras sea ese placer inmenso que procura la gran li~ teratura; ese placer, sea a modo de ejemplo, que nos procura la lectura de ciertos autores que, en aquel tiempo, estuvieron en el bando contrario, en el bando de los vencedores: Rafael Sánchez Mazas, César Ruano o Eugenio D'ors, por citar a tres grandes nombres de las letras españolas. Tampoco cabe hablar de maniqueísmo, de moralina o de ingenuidad, a la hora de 'enjuiciar literariamente tales obras. Desde Shakespeare a André Bretón, desde Cervantes a Jorge Luis Borges, el maniqueísmo, la moralina y la ingenuidad han sido inseparables compañeros de la creación literaria. Precisamente porque la literatura es tarea de gentes sensibles y no de super-hombres. Y s610 las gentes sensibles reciben el influjo de cuanto contiende en sus propios roles y en sus propios mores. El placer que procura la lectura de las obras aquí mentadas, pues, no es otro que el que es común a la literatura en sí misma: el placer de lo inútil. La historia ha demostrado. en el caso concreto que tratamos, cómo aquellos afanes revolucionarios y literarios no sirvieron para detener una máquina de guerra mucho más potente que la ofrecida por su vanguardia a nuestros escritores. Se perdió la guerra; la perdieron, entre otros, quienes escribieron las páginas aquí glosadas. Mas, como decían los romanos, «lo escrito permanece». Eso es lo que debe reconfortamos, una vez leídas estas obras, y una vez superado el convencimiento de que tal lectura ha llevado a nuestras entendederas una consciencia más cabal de lo que fue aquel tiempo.
LOS ESCRITORES FASCISTAS
DIONISIO RIDRUEJO
Nos hubiera gustado contar, en este Inúmero, con un largo trabajo de Dionisio Ridruejo, sobre el tema monográfico que tratamos. Fue, sin duda, Ridruejo uuo de los escritores más comprometidos y al tiempo sinceros de la contienda, y el que tuvo una evolución dramática y auténtica. Al no poder hacerlo, por su' desaparición, publicamos unos fragmentos de 'UD articulo suyo, extraídos de la revista Destino, uno de febrero de 1975.
Nadie puede decir que el fascismo en Pspaña fue el resu'ltado de un impetuoso movimiento intelectual, aunque hay que añadir que nació en manos de escritores. En su inmensa mayoría, 10s pensadores, profesores y escritores que tenían vigencia en el decenio que va del año 23 al 33 eran liberales o se interesaban por el socialismo y el anarquismo. Alguno, si acaso, volvía al encuentro de un pensamiento político muy anterior al fascismo, como podía ser el de los contrarrevol ucionarios franceses ... Aquí llamamos fascistas a los movimientos que se caracterizaban por una serie de notas --e incluso de ritualidades- que, por acumulación, definieron una ideología, una estrategia y hasta un estilo politicos: nacionalidad trascendente, concepción autoritaria y totalitaria del Estado, reivindicación del poder para una minoría mesiánica, esquema · del
pueblo-nación para una organización armonista de la sociedad (más o menos corporativa). culto a la violencia y adopción de una fisonomía de movimiento militarizado. Con sólo algunas de esas notas han marchado por el mundo naciones y partidos que no eran ni son fascistas: Inglaterra fue imperialjsta, el liberalismo doctrinario fue elitista, la URSS es totalitaria, etc. Hace falta que todas las notas se den juntas, en mayor o menor proporción, para que el fenómeno fascista quede identificado. En España esa identificación puede hacerse -desde 1930 y no antes- en las JONS de Ledesma Ramos, las J untas de Actuación Hispánica de Onésimo Redondo y la Falange Española de Primo de Rivera, fundidas luego en un solo movimiento. Cosas anteriores, como la Unión Patriótica o el albiñanismo, y quizá también cosas posteriores, .como
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letras y aprendiz de filósofo cuando se decidió a publlicar -<:on la asistencia de Giménez Caballero- La conquista del Estado, título significativo, pues la conquista (violenta) del Estado era ya la estrategia que caracterizaba y emparentaba a los dos movimientos antiliberales del siglo, a derecha e izquierda. Ledesma agrupó junto a sí a algunos intelectuales aún poco presentados, como Juan Aparicio, Emi'liano Aguado, Montero Díaz, Guillén Salaya y, si no me equivoco, al ya veterano Tomás Borrás, que había nacido bajo el signo de la devoción a Larra y había sido punto fuerte en la tertulia de Pombo con Ramón Gómez de la Serna. Alguno más joven y de vocación literaria más imprecisa -Javier M. de Bedoya- procedía del núcleo vallisdletano, donde predominaron los hombres de acción.
el franq uismo puro y tecnocratizado, obedecen ya a otros mode'los de la famiiJia reaccionaria. De aquí que no considere escritores fascistas a todos los que incensaron o explicaron la guerra civil en el bando naciorialista ni a muchos de '¡os que han arropado el régimen resultante.
También José Antonio Primo de Rivera era hombre de dedicación intelectual rigurosa y había mostrado una púdica veleidad literaria. A su lado tuvo importancia decisiva el mayor escritor del conjunto: Rafael Sánchez Mazas. A Sánchez Mazas a un lado y a Juan Aparicio en el otro, se les atribuyen, creo que con exactitud, las invenciones retóricas más afortunadas del Movimiento ...
José Antonio atrajo igualmente al poeta José M.a Alfaro, a Luys Santamarina, Los 'que aprobaron y formularon el · a Jiménez de Sandoval, a1 conde de Foxá, fascismo propiamente dicho fueron po- a Samuel Ros, a Jesús Suevos, a José cos y, salvo tres o cuatro casos, su pro- Giménez Amau y a algunos otros, entre moción intelectual y su compromiso polos que puedo incluirme. Una adhesión 'lítico fueron simultáneos. algo más incierta le prestaron MourIane Se puede admitir que el primer texto Michelena y Eugenio Montes, aunque al directamente comprometido de carácter último, para decidirle a la militancia, se fascista fue el pró10go de Giménez Ca- le ofreció una comida de homenaje púballero a la ItaJia bárbara de Curzio Ma- blico. En un grado aún más vago de prolaparte, que él tradujo con el título ximidad se situó también Miquelarena unamuniano de En torno al casticismo y, con mayores vinculaciones, algunos de Italia ... periodistas, como Víctor de la Serna y Ledesma Ramos -a quien no llegué Alfredo Marquerie, o el algo pintoresco a conocer- era, sin duda, hombre de Federico de Urrutia. 80
No estoy haciendo un censo y me limito ahora a los más conocidos entre los militantes o cooperadores de las primeras horas. Entre los incorporados en guerra he citado a Jos más cuaHficados al hablar de mis colaboradores de Burgos, y el númreo podría ampliarse numerosamente recontando los grupos provincia:les: un Días Crespo, un Halcón, un LIosent, un Adriano del VaDe, un Pérez Clotet en Sevilla. Y hasta un Teófilo Ortega en PaJencia; el primer escritor que usó el adjetivo «azul» en un sentido simbólico -Rolll3lllcero en prosa de la guerra azul-, que a mí me produjo siem¡)fe un cierto escalofrío de disgusto .. Al grupo pamplonica también me he referido, y de ciertos vates errantes a la manera de Rafael Duyos basta hablar de pasada ... Con Giménez Caballero, el primer fascista de España, mis relaciones fueron algo especiales. Duraba aún mi addlescencia -hoy creo que duró muchísimo-
y vivía yo en El Escorial cuando la «Gaceta Literaria» estaba en su auge vanguardista. La seguía intermitentemente. En ella encontré las primeras referencias al surrealismo (que yo, como Gerardo, prefiero llamar, en traducción correcta, superrealismo. aunque quizás hay también un subreaoJismo que sería otra rama del mismo árbol), en dI que nunca he encontrado modo de naturalizarme, porque el irracionaHsmo oscuro me rechaza, de lo que, seguramente, se derivan mis limitaciones como poeta ... ... Almorzaba yo en una casa segoviana con José Antonio Primo de Rivera. Le hablé con elogio del libro. José Antonio no disimuló una mueca de escepticismo. «¿Pero no has notado que fluye en él la pretensión alucinada de presentarse como un führer? Es una cosa un poco ridícula cuando se conoce al personaje.» Yo, provinciano, no sabía que entre el <cprofeta» del fascismo español y el que ya era considerado como su jefe se había
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ningún puesto de mando. Robinsoneaba otra vez. Era una rueda libre. Para entonces se había mitificado y~( la .figura, de José Antonio, sus textos se habían convertido en sentencias sacras e' indis~' cutibles y sus afectos y malquerencias -cuando eran conocidos- decidían del destino de las personas. Nadie fustigaría a quien José Antonio hubiera mostrado amistad. Nadie exaltaría a quien hubiera recusado.
~roduddo ia ruptura . .Cuando hacia. eL comedio del 37 conocí personalmente a Giménez Caballero. éste sufría las consecuencias de aquella ruptura. Estaba un tanto marginado y si se había reintegrado a Falange no fue para desempeñar
De otro lado, el estilo de exaltación agresiva y de humildad apocada que convivían en el talante de G. C. le hacían poco simpático. Cuando un día, en Sevilla ~Ia Sevilla todavía peligrosa----"; se encontró con Jorge Guillén lo arrinconó tronando: «¿Lo ve usted, Jorge? Hay que pensar con los testículos». A lo que el poeta, desamparado, opuso con sutil ironía: «Claro, claro. Lo he dicho mil veces. Eso es lo que ha hecho usted siempre». En cambio, la primera vez qU(f yo me encontré con él me aseguró: «Yo soy un místico. Un franciscano». Y me señalaba sus pies vestidos con sandalias. lo que en aquellos tiempos era verdaderamente insólito.
República de las Letras NUMEROS MONOGRAFICOS
13.
LOS ESCRITORES Y LA LEY DE PROPIEDAD INTELECTUAL. 14. ESCRIBIR: VOCACION Y PROFESION. 15. LOS ESCRITORES Y LA ENSEÑANZA DE LA LITERATURA. 1. Extra. LA GUERRA CIVIL. CULTURA Y LITERATURA. Puede solicitar estos números o suscribirse a nuestra publicación, mediante una subvención voluntaria a: REPUBLICA DE LAS LETRAS. A. C. E. e/. Sagasta, 28, 5. 0 28004 Madrid. Teléfono 4467047 82
CULTURA y GUERRA CIVIL ERNESTO GIMÉNEZ CABALLERO
Al medio siglo de nuestra última Guerra civil -pero no la última- el Ministerio de Cultura organizó una serie de «Encuentros» literarios entre sobrevivientes culturales de ambos bandos con tal éxito que, el Director del Centro de las Letras Españolas don Francisco Rico nos ha felicitado, sin duda, por alcanzar, como en mi caso, una gran serenidad hasta el punto de volver a estrechar la mano, tras 50 años, a Rafael Alberti en Palacio Real y a un Eduardo de Guzmán en el Paraninfo universitario. y ello, sin duda, debido a la característica de nuestra contienda civil 19361939 en que los llamados «Nacionales» fueron los victoriosos en la guerra y sus adversarios: de la postguerra. Quedando, así, en paz. Por lo que ambos bandos fuimos vencedores y vencidos, con la satisfacción de la Iglesia católica y de una Europa cada vez más vigilante para que no resucite Alemania sujeta por Rusia y por el Sionismo americano. Ya que según Lenin quien posea Alemania poseerá Europa.
El proceso El proceso para ese final de nuestra última guerra civil con vencedores vencidos y vencidos vencedores resultó muy singular, y. yo lo adviné antes . de que
nuestra pelea terminara. El día que, en Salamanca de Franco, 1938, oí sonar, por vez primera, la vieja «Marcha Real» frente aL revolucionario «Cara al sol». Era el principio de una Restauración monárquica. En principio: del propio Franco enlazando su estirpe con la Bar· bónica. Y, al no resultar tal previsión, escogiendo un Sucesor Regio como Don Juan Carlos. O sea : alejando las estirpes romanogodas que le habían dado la Victoria. Cumpliéndose, una vez más, la divina Ley del Manú: la de quién es tu Enemigo: mi Vecino. ¿Y tu Amigo? El Vecino de mi Vecino. <<.En el caso de España Vecinos: Francia por tierra, IBglaterra por Mar. Y Amigos: Roma y Germania, creadoras de nuestra Unidad y nuestro Imperio. Hasta que en e~ XVIII -desde el XVill- los Vecinos liquidaron nuestro Imperio y Unidad': Recobrada esta última con la Victoria del 39 y desviada, de nuevo, desde aquella Marcha Real resurgida en la Salamanca de Franco. Reanudándose así el proceso iniciado con Bolívar y las Autonomías americanas, llegado a España en el XIX con las guerras carlistas y proseguido con la actual Espruña de las Autonomías y que será fecundo para una nueva Unidad, cuando Madrid deje de ser como ahora, aquella Cabeza parlante del Quijote pero sin cuerpo y recobre sus raíces históricas como heredero de la mística Unidad que asumieron Toledo y El Escorial. 8~
de «sal» lo que se daba a las reses), reUn ejército del Trabajo. Hacia un Estado socialista cibían el salario suficiente para subsistir Muy pocos saben hoy de mi propuesta, recién terminada la guerra 1 de abril 1939, para formar un «Ejército del Trabajo» que reconstruyera la destrozada España y que valiera para unificar Vencidos y Vencedores ya que ambos bandos habían arruinado el país. El único éxito que tuve fue la reducción de penas por el trabajo en los vencidos. Pero no la unificación social y hasta religiosa que hubiera resultado. Y que sería como un Ejército previo para intervenir en la guerra mundial que se preparaba y en la que España podría alcanzar la expansión histórica perdida. Mi propuesta era otra vez el «Mono Azul» que debíamos endosar, el laboral. y no otra vez el smocking como pidió cierto dirigente falangista. Argumentando ciertas esferas oficia'les que mi propuesta era socialista. ¿Y por qué no? No el reparto masivo de la riqueza existente ni el despojo de las clases conservadora sino el aumento de éstas con la revolución del «Consumismo». Con el aumento inexorable de las apetencias y las faci'lidades crediticias para satisfacerlas. Un socialismo fiel servidor del Capital como Carlos Marx genialmente había propuesto. Siglo XIX. Ahí estaban millones de proletarios y colonizados. ¿Qué hacer con ellos? Bien simple. Crearles necesidades que no tenían. 0frendándoles la manzana paradisíaca y tentadora para satisfacerles: Dinero. Aumento de salarios y promesas sociales. O sea: hacerles burgueses «consúmidores de toda clase de producción». Dándoles libertad de elegir, como señalara certeramente Ferguson. Sacándoles de las cuatro o cinco apetencias en que vivían si no felices, resignados desde siglos. (Tragar, emborracharse, roncar y tener hijos ,hijos, prole, prole). ¡Oh!, engendradores de proletarios. Como diría Thomson <<los asalariados» (salario venía
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y propagar la prole (¡oh!, engendrador de proletarios. <<Ley de hierro de los salarios» como definió Lasalle. La Serpiente del Pecado Original había dicho al Hombre -aún sin prole- en el Edén: «Eritis sicut Dei: Serás como Dios ¡Pru.eba! Así ahora. El demonio bancario, a través de su fiel y serpentino servidor Carlos Marx, diría al obrero, al campesino, al colonizado: <<Eritis sicut ilti». <óerás como el burgués, como el Capitalista ¡Prueba! «y tendrás bienestar, libertad, el paraíso sobre la Tierra, la Edad de Oro prometida. Y se cumplirán los viejos mitos utópicos de la Vida feliz. «Vosotros proletarios nada tenéis que perder. y sí un mundo que ganar. El del Capital. ¡Uníos! Y esa fue la Revolución manifiesta en 1848 por Marx y Engels y puesta en marcha hacia 1880. La España de la postguerra debía preparar un «socialismo capitalizante» en caso de no entrar en la conflagración mundial. Y que fue iniciado en la neutralidad franq uista" Y al fin llevado a triunfo con el Socialismo de Felipe González. Ejemplo reciente: El Banquete millonario del Banco de España a la Trilateral Capitalista Mundial, presidido por Feli pe González.
La generación 'del 27 Otro tema que toqué en mi intervención a instancias de un Coloquio subsiguiente fue: El de la «Generación del 27» que reunió, históricamente, <<La Gaceta Literaria» iniciada elide enero de ese año. Y cuya originalidad estuvo en unir «Revolución y Tradición». La Metáfora nueva en forma tradicional. Por lo que su Numen sería GONGORA al que dedicamos todo un número. El Vanguardismo -revolución mecánica y social llevada a la literatura y al
arte- iniciado por ~rinetti a principios de siglo tomó aquel apelativo de «Vanguardismo» tras la primera guerra mundial con excombatientes como el francés Guillaume Apollinaire «<Caligramas» 1918) exaltando la «Metáfora» (la «greguería» dé RAMON) al paroxismo, al «ultraísmo» como lo denominara GuJlermo 'd~ Torre. Hasta que pocos años después, la ley inexorable del <<cansancio de las Formas» en arte y literatura, exigiese a esa Revolución una <dlamada al Orden» un «Rappel a lórdre» como 10 denominara Jean Cocteau. La ley de las <<Formen Mudung» como dicen los alemanes. y que en política se caracterizó por la vuelta a las Tradiciones nacionales en socialismo europeos revolucionarios, comunistizantes. Tal que un Mussolini, que denominó con éxito «fascismo» a esa evolución. (Y como ya había logrado LenÍn con su «sovietismo» o revolución rusa maximalista.) Esta Revolución Nacional poética es la que acogería «La Gaceta Literaria» bajo el símbolo de Góngora que había logrado unir la Tradición latina con la Metáfora nueva. Así que aquellas «imágenes en libertad» y de (<valores de choque» del Vanguardismo y definidos por un Paúl Valery, se transformarían en disciplina poética, la «A ventura» en «Orden» como afirmara Guillermo de Torre Cirrto: que «un Otdre consideré comme un Revolution» según el propio Cocteau (el gran inspirador aforístico de Pepe Bergamin). Sí. La Anarquía como U" Orden. Una modalidad de anarco-sinulcalismo literario. Fue la vuelta a la «rima» '«ese viejo estimulante de la buena nueva». «Ese renovado clasicismo» según Curtius, que, en vez 'de derrota signifiéó triunfo. Ese retorno ·a Góngota y al Cultismo latinizante. Pierre Reverdy pensó hasta hacerse monje en Solesmes. en su Abadía. ¿Y las «Décimas» de Jorge Guil!én?
que fueron sino un «uniforme» o «camiccia nera» al verso creacionista y nudo. ¿Y Gerardo Diego con su «Manual de espumas» y sus «Versos humanos»? En cuanto a Aleixandre. con su Premio Nobel supo unir el academicismo con su poesía totalitaria o del <<Ser. Tota!». Pues bien: La 'Gaceta Literaria fue el órgano que recogió esta maravilla de Revolución y Orden. Que 'se rompería 1931-1936. en Guerra civil..
El caso de Federico. (De Federico García Lorcal Nada mejor para demostrar mis afirmaciones sobre la 'Generación del 27 como integradora de Revolución y Tradición que el caso genial de Federico. De Federico García Lorca. Al que en nuestra postguerra se 'le 'h a tomado como bandera revolucionaria por su muerte y no por sus versos. No voy ahora a analizar sus metáforas, sus epi tetas. su temario poético. Voy sólo a demostrar cuanto he afirmado de Revolución y Tradición como esencia de la Generación del 27. transcribiendo unos textos recientemente exhumados por la incomporable Revista I>.OESIA de nuestro Ministerio de Cu1tura dirigida por Gonzalo Armero. Las Cartas a su Famiila desde Nueva York y La Habana (1929-1930). Justamente las fechas en que el numen de la Generación del 27 da su mejor expresividad de REVOLUCIO'N Y 1RADICION. Yo no conozco textos más sublimes y sinceros sobre núes'ko 'c atolicismo que esos de Lorca un Domingo 14 de julio de 1929 desde Nueva York: «He asistido a oficios refigiosos' de diferentes religiones. Y !he tSaJido daacJo vivas ai portentoso, bellísimo sin igual
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Catolicismo español. 'No me cabe en mi cabeza (en mi cabeza latina) cómo hay gentes que pueden ser protestantes. Es lo más ridículo y lo más odioso del mundo... Y ahora veo lo prodigioso que es cualquier cura andaluz diciendo misa ••• Hay Wl instinto nato de la beUeza en el pueblo español y una alta idea d.e la presencia de Dios en el tem¡plo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso único ell el mundo que .es una misa en España. La lentitud, la grandeza, el adomo del altar, la cordialidad \en !a adoración del Sacramento, el culto a la Virgen son en España de una absoluta personalidad y de una enOIme poesía y belleza ... Ahora comprendo también aquí, frente a las iglesias protestantes, el <<porqué racial» de la gran lucha de España contra el protesbwtismo y de la ¡españo.lisima actitud del gran Rey injustamente tratado en la Historia: Felipe IIo» y aquí viene el gran interrogante: ¿Cómo un poeta que exalta el Catolicismo de ese modo sublime y único pudo ser fusilado por una España que se decía católica? ¿Y cómo los revolucionarios actuales al exaltar a Federico ya casi como un modus vivendi de algunos de tales revolucionarios no recuerdan que la fama hoy mundial de Lorca es por haber encarnado como Poeta alguno de su Generación el genio de España?
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La gllerra ' civil ante la Cultura Los Coloquios sobre la últíma guerra civil de España organizados por el Centro de las Letras españolas del Ministerio de Cultura ¿habrán servido para evitar una nueva guerra. civil? A base de Cultura y Literatura? Unamuno fue un partidario de las guerras civiles. Recordando que aportan una nueva civilidad al quedar obsoleta la antigua. Asimismo hay que recordar que de guerras civiles surgieron los grandes Imperios. La de César y Pompeyo originó el de Roma. El de Carlomagno: de la ruptura del Imperio romano en Europa. Los Comuneros derrotados en Castilla dieron paso al Imperio de Carlos V. La lucha civil de la Monarquía inglesa con un Cronwell: base del Imperio británico. La revolución del 89 en Francia dio a un Napoleón. La lucha civil entre ingleses y norteamericanos: los Estados Unidos. Y la victoria de Bolcheviques contra Mencheviques la actual imperialidad soviética. Ojalá que la resultante actual de nuestra últ ima guerra civil logre que 19361939 110 se reitere. Por eso ha sido muy útil que este tema alucinante se nos haya propuesto a so brevivient~s escritores de entonces. Por el Ministerio de Cultura.
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VISIONES PARA LA GUERRA 87
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VISIONES DE LA GUERRA CIVIL Recuerdos de un vencido GREGORIO GALLEGO
Mi visión de la guerra es la visión de un pacifista activo que se vio involucrado en la contienda sin tener una conciencia clara de lo que podía ocurrir. Con todo no es una visión imparciat pues formaba parte del Movimiento Libertario. estaba convencido de que las cosas no marchaban bien y en mi espíritu ba-
tallaba el inconformismo que radicalizaba a toda la juventud española. Y digo bien: a toda la juventud española. Pues si en 'la izquierda fermentaba una actitud revolucionaria. muy crítica con respecto a la política social de la República, en la derecha se perfilaba ya una actitud claramente fascista decidida a romper el
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marco democrático y encaramarse al Poder por la vía directa del golpe de Estado. No voy a hacer un examen de conciencia, porque a estas a'lturas, co.n los cincuenta años que nos separan de la ruptura fratricida, sería simplemente un ejercicio de buena voluntad, ya que soy consciente de que los ·anhelos y pasiones de la juventud no se corresponden con una persona de mi edad que ha sufrido las brutales consecuencias de aquel desgarramiento entre hermanos. Pero sí quiero dejar constancia de que si a los veinte años, que cump'lí exactamente el 19 de julio. de 1936, era pacifista, antiu:ilitar!sta y socialista libertario, ho.y SIgO sIendo lo mismo, porque si han cambiado muchas cosas en nuestro país, no han cambiado lo suficiente para que nos sintamos satisfechos. Desde mi atalaya del hombre que vivió la gu~rra a su pesar, pero convencido de que no podía aceptar la imposi~ión militarista sin renunciar a su digrudad de hombre libre, participé en la lucha desde ell primer momento y defendí con apasionamiento y tesón, tanto con la pluma como con el fusil, el derecho de nuestro pueblo a organizar democráticamente su vida y transformar la sociedad, una sociedad que, dicho sea de paso, no gustaba a la inmensa mayoría de los jóvenes de mi tiempo.. No gustaba a los falangistas, ni a los socialistas, ni a los comunistas, ni a los anarquistas. Entonces, ¿a quiénes gustaba ... ? El tema es tan complejo que hoy mismo, a pesar de las toneladas de historia que se han escrito, no ha sido aclarado. Sin embargo, yo pienso que la clave de este asunto hay que buscarla entre los oligarcas clericales y militaristas de la época, todos ellos defensores de un tradicionalismo apolillado que la República con sus moderadas reformas y sus instituciones laicistas había puesto en crisis.. Ni siquiera esta casta, pu'es casta era, la casta de los grandes terratenientes, 10s
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grandes financieros y los detentadores de privilegios históricos, había asimilado el reformismo burgués y modernizador de Azaña, Lerroux, Martínez Barrio, Sánchez Román, Ortega y Gasset y el magnífico grupo de intelectuales que signaron la República con su enorme talento. Sin embargo, pugnaban otras corrientes menos conformistas. A la derecha estaban los que consideraban la democracia parlamentaria una herejía o un vicio contra natura .. Y a la iquierda del conglomerado. reformista los alucinados por nífico grupo de intelectuales que signamos con una España más justa y exigente, los que no considerábamos suficientes los mecanismos de la democracia parlamentaria y luchábamos por una auténtica democracia social que devolviera a nuestro pueblo el pulso. para superar la decadencia y enfrentarse con los que le retenían en la inercia miserable y 'e n la resignación de la miseria. En estas condiciones 1a ruptura era inevitable. Y no lo era solamente en el entramado político, sino también y más radicalmente en el entramado social. Las dos Españas habían volado los puentes del diálogo y hacían uso del recurso a la fU'erza. La acción sustituia al verbo y las pa'l abras se cargaban de fanatismo. y violencia. Se imponía el lenguaje de las pistolas, al que no tardaría en suceder el de las ametralladoras, los cañones y la destructiva aviación. Había estallado la guerra civil, la lucha entre hermanos. Pero lo peor no fue la guerra civil, con ser lo peor y 10 más inmoral que el hombre puede hacer. Lo peor fueron las consecuencias, el lastre de odios que dejó en las conciencias, las enormes destrucciones que produjo, la consunción de la riqueza acumulada, el exilio de los cientos de mioJes de españoles que pudieron escapar a la venganza de los vencedores y los millones que quedamos a su merced, atrapados de tal manera que durante décadas no podríamos librarnos de la
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condición de vencidos a todos los efectos. Fuimos esclavos en los campos de concentración yen los batallones de trabajo. Franco había prometido a los capitalistas y financieros que le apoyaron en la sublevación grandes beneficios con su victoria y los pagó generosamente con nuestro trabajo y servidumbre. Los vencedores pudieron reconstruir sus casas, levantar sus haciendas y enriquecerse con los negocios del estraperlo, los salarios ínfimos y la brutal represión que acallaba cualquier protesta. Aunque no me considero un testigo d~ excepción, sí creo que tengo algunas razones para globalizar la guerra civil y sus secuelas en todas sus consecuencias. Viví las luchas sociales y enfrentamientos políticos que preludiaron la guerra civil como periodista con vocación de escritor, pues ya había publicado mi primera novela corta. Enterré mi pacifismo, apenas se produjo el Alzamiento, para luchar al lado de los que defendían la República con las armas en la mano. Formé montón con los que en los aciagos días de noviembre del 36 hicieron imposible que nuestro Madrid fuera humillado por el Ejército ' de Africa que
mandaba el general Varela. y como testimonio de lo que digo ahí está mi libro «Madrid, corazón que se desangra ... » y mi novela «Asalto a la ciudad». Por primera ve sentí la angustia de la derrota en la defensa de Teruel y en la batalla del Alfambra, donde la aviación alemana mostró su enorme eficacia. El recuerdo que me queda de aquella batalla es el frío, el barro y el terrorismo aéreo. La Brigada en la que combatía como oficial de enlace había sido casi destruida y dispersada entre fangales. Poseído de gran pesimismo a la vista de que nuestro potencial combativo disminuia a medida que el del enemigo se acrecentaba, regresé al frente de Guada:l ajara. Allí me sorprendió el final de la guerra. Decir que me sorprendió es un eufemismo, pues era algo que se veía venir después de la pérdida de Cataluña. y la desgraciada peripecia que se produjo en Madrid entre <<negrinistas» y «casadistas». Nuestra derrota estaba a la vista por más que yo me negara a creerla. El día 28 de marzo de 1939 me hallaba en uno de los observatorios de primera línea qu'e en el parte de la noche anterior había registrado un movimiento extraor-
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dinario de vehículos en la retaguardia enemiga. En nuestro sector se vivía una situación de alarma desde que cesaron los combates en Cataluña. El ejército enemigo estaba acumuilando fuerzas y nosotros estábamos reforzando las fortificaciones en previsión de una ofensiva inmediata. Aquel invierno habíamos trabajado duramente para no ser sorprendidos. Sinceramente no esperaba que el jefe de la Brigada me comunicara que regresara inmediatamente al puesto de mando, ya que se había recibido un telegrama que nos ordenaba levantar bandera blanca y rendimos al enemigo. ¿Qué había pa,sado desde la noche anterior en que el jefe de la 12 División, el socia.JiÍsta Liberino González, nos había dicho que debíamos estar prevenidos para iniciar un repliegue organizado en el momento que el enemigo desencadenase la ofensiva preViÍsta ...? Confieso que no estaba preparado para recibir la orden de rendición sin condiciones. Conocía el pensamiento de Cipriano Mera y Liberino González, dos hombres fuertes del sindicalismo anarquista y socialista, y no esperaba nada que se pareciera a una entrega. Ambos eran partidarios de agotar la resistencia hasta arrancar al enemigo garantías mínimas de respeto a los vencidos y, en caso contrario, seguir luchando hasta el repliegue definitivo en la base naval de Cartagena, para dar tiempo a que el medio millón de personas más o menos comprometidas en la defensa de la democracia española pudieran salir del país. ¿Qué había pasado para que esto no fuera posible? Por el camino iríamos conociendo lo sucedido. La resistencia de Madrid se había hundido. En Andalucía y Extremadura el enemigo avanzaba incontenible. Al parecer, el mando republicano había desistido de seguir luchando~
La huida fue tan brusca como había sido la noticia de la rendición. Apenas si tuve tiempo de recoger algunas cosas 92
d~ mi indumentaria y meterme en el cache del jefe de la Brigada. No había tiempo para reflexiones. Todo éstaba perdido. Según me dijeron, teníamos de plazo hasta el 31 de marzo para embarcar en los puertos de Valencia y Alicante y hacia allí nos encaminamos. Pero no taro daríamos en comprender que no había plazos ni condiciones. La evidencia se nos presentó en Tarancón, donde los legionarios italianos habían tomado posiciones con fuerzas motorizadas y habían para'lizado la enorme riada de coches y camiones que se dirigían hacia los puertos de Levante. Algunos vehículos se volvían hacia los lugares de origen para no caer en poder de los italianos. Nosotros. el comandante de la Brigada, di sargento de escolta, el chófer y yo, cambiamos rápidamente impresiones y decidimos continuar a pie con la esperanza de poder llegar a'l deseado puerto. La hazaña no nos parecía imposible. Eramos jóvenes, estábamos avezados a la lucha y confiábamos en la suerte .. En Tarancón pude apreciar 10 que significaba nuestra derrota. Acababa de llegar un tren de Madrid. un tren especial en el que viajaban funcionarios de la Administración, periodistas. militares y dirigentes políticos y sindicales. Los italianos los habían hecho viajar con sus equipajes y los estaban registrando para apoderarse de las joyas y objetos de valor. y en este tumulto de mujeres que se resistían a ser registradas, niños que lloraban asustados y gritos de protesta, vi a un capitan de guardias de asalto que sacaba su pistola y se disparaba un tiro en la cabeza. En aquel momento recordé unas palabras del preSidente Azaña: «Felices de aquellos que murieron sin mostrar el límite de su grandeza, pero desdichados de los que no murieron para desgracia suya». y nuestra desgracia no había hecho más que comenzar. Los miles de personas que sorteamos los 'controles de Tarancón, la rapacidad de los legionarios ita-
lianos y el chulismo de. los que se habían l$lnzado a la calle para gritar la victoria franquista, nos encontramos aquella noche en la carretera. Teníamos que llegar a Valencia fuera como fuera ... Relatar 10 que ocurrió aquella noche y días sucesivos sería recitar una pesadilla o iluminar una película de miedo. E1 día 30 de marzo, ya destrozados, con los pies en carne viva y muertos de hambre, nos encontramos en Puerto Contreras con algunos amigos que habían conseguido evadirse del puerto de Alicante y nos informaron de lo que estaba ocurriendo allí. Los italianos habían copado el puerto y no dejaban embarcar a nadie. En estas condiciones de absoluta impotencia, decidimos regresar a Madrid, donde al menos teníamos familiares y amigos. Pero en Madrid las cosas no iban a resu:ltar más fáciles. La ciudad estaba prácticamente ocupada por las patrullas militares y no se podía dar un paso sin tropezarse con los ocupantes que realizaban la criba, una criba que en pocos días llenó una docena de prisiones y numerosos campos de concentración. Yo fui a parar al campo de concentración de Chamartín, el antiguo estadio del Real Madrid, convertido en centro de clasificación de militares. Allí pasé algunos días a la intemperie y apenas me hicieron la ficha correspondiente fui trasladado al nuevo manicomio de Mcalá de Henares, convertido en el purgatorio de miles de jefes, oficiales y comisarios del ejército republicano del Centro. El manicomio de Alcalá de Henares, dentro de lo malo, no era lo peor. Por lo menos estábamos bajo techado y aunque la comida y el agua eran el problema nuestro de cada día, y para dormir teníamos que hacerlo de costado por falta de espacio, dentro del terreno acotado por las alambradas y bajo una estrecha vigilancia de fusiles y ametralladoras, gozábamos de la mayor libertad. Volvíamos a ser la familia antifascista que se regía democráticamente con un profun-
do sentido de solidaridad. Pero el campo no funcionaba bien fuera de las alambradas. Pasando por alto la comida, que consistía en medio chusco y una lata pequeña de sardinas en escabeche, la falta de sanidad y otras menudencias, el jefe del campo era un alférez falangista, malagueño creo, y con un odio feroz hacia sus paisanos vencidos. El caso es que empezó a aislar a los ofioiales malagueños en un pabellón fuera de las alambradas. Al principio creíamos que sería para trasladarlos a su tierra. Pero no tardaron en correr rumores, difundidos por los mismos soldados de vigilancia, de que fos estaba fusilando. La reacción por nuestra parte no se hizo esperar y uno de los días nos opusimos espontáneamente a que se llevaran un grupo de malagueños. El jefe del campo nos amenazó con fusiilarnos a todos y ordenó que nos encerrasen en los pabellones, sin comida, sin agua y sin poder salir a las letrinas. Aquella noche nos la pasamos cantando <<Hijos del Pueblo» y «La Internacional». Eramos unos cuantos miles de hombres desesperados y nuestras voces debieron llegar a a;lguna parte, porque dos días después el alférez falangista desaparecía y se hacía cargo del campo un teniente coronel de caballería. ¿Qué había pasado? Sencillamente, que en los días que permanecimos incomunicados algunas mujeres habían ido a ver al embajador de Inglaterra y éste informó al Caudillo de lo que estaba sucediendo en Alcalá de Henares. Mientras en Alcalá de Henares empezaban a funcionar los consejos de guerra y 10s piquetes de ejecución, yo tuve la suerte de ser clasificado para ir a engrosar los batallones de trabajadores que estaban forltificando los Pirineos. Tras un breve período en el campo de concentración de Miranda de Ebro, fui destinado a un batallón de trabajadores que tenía su base en Rentería. Durante algunos meses fuimos huéspedes en un caserío de Gainchurizqueta que limitaba con
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la carretera general. Nuestra misión era descargar camiones de cemento y de piedra para las hormigoneras, cargar arena en Fuenterrabía, camuflar las fortificaciones recién terminadas en césped y achicar el agua en las galerías y zanjas inundadas. El trabajo resultaba penoso, porque teníamos que trabajar empapados y ~l tiempo no era bueno. La alimentación era algo mejor que en los campos de concentración, pero absolutamente insuficiente para realizar trabajos que requerían gran esfuerzo. Sin embargo, debo decir que la solidaridad del pueblo vasco nos hizo mucho bien. El uniforme de prisioneros con la letra T estampada en el pecho y en el gorro redondo de presidiarios, nos abría todas las puertas en Rentería, Irún, Fuenterrabía, Lezo y el mismo San Sebastián. Algunas personas nos faoilitaban comida y cigarrillos, las chicas de Rentería acudían algunos domingos a nuestro destacamento a llevamos bolsas de galletas rotas de las fábricas donde trabajaban. El espíritu de resistencia contra el régimen impuesto nos devolvió el orgullo de la fraternidad democrática. ¿Qué nos importaban a nosotros aquellas fortificaciones que tendían a aislarnos del mundo libre ...? Aunque la mayoría de nosotros sentíamos aversión por Francia e Inglaterra y su política de «no intervención» en nuestra contienda, ya que éramos conscientes de que habían facilüado el triunfo del fascismo, a la 'vista de lo que estaba ocurriendo en Europa y de la condición de esclavos que nos habían impuesto nuestros vencedores, entre los vencidos fue surgiendo un movimiento de rebeldía más o menos organizado a 10 largo de los Pirineos. La idea que circulaba entre nosotros era bastante quimérica y espectacular. ¿Por qué no organizar la deserción masiva a Francia ...? Hasta entonces la mayoría de los prisioneros que habían desertado habían sido devueltos por las autoridades francesas. ¿Qué pasaría si 94
nos presentábamos unos cuantos miles ... ? El núcleo encargado de organizar la deserción se hallaba en el Valle de Arán. Parece que había establecido contacto con las organizaciones de exiliados en Francia, las cuales estaban examinando nuestra propuesta de luchar contra el rodillo hitleriano. Pero la derrota de Francia llegaría antes de que nuestros compañeros del exilio se decidieran a ayudarnos. El hundimiento de Francia provocó una cierta parálisis en las fortificaciones. Los oficiales que las dirigían y los escoltas que cuidaban de nuestra vigilancia, se mostraban cada vez más abúlicos. ¿Para qué servía aquel enorme esfuerzo y derroche de materiales?, nos preguntábamos todos. De Francia ya no había nada que temer y los jerifaltes nazis entraban y salían como Pedro por su casa. Un día el jefe del sector. un capitán de ingenieros carlista, nos habló por primera vez de Gibraltar «como reivindicación permanente de España», y «del corrompido Imperio Marroquí». Por sus palabras parecía deducirse que sólo estaban esperando que nos decidiéramos a conquistarlos. Y muy ufano nos dejó entrever que no tardaríamos' en partir camino del imperio, como así ocurrió. Las fortificaciones del campo de Gibraltar se habían puesto en marcha y reclamaban miles y miles de esclavos. Esta es mi visión de la guerra que emprendimos con el aJliento de una España nueva y la derrota que nos envileció en la servidumbre. Lo demás pertenece a otro capítulo apenas esbozado: la lucha clandestina por recuperar nuestras libertades y los largos años de prisión. Al iniciar la guerra tenía veinte años recién cumplidos y al recobrar la libertad tenía cuarenta y siete, salía enfermo y con la voluntad quebrantada. Mi balance personal no puede ser más desastroso para los que todavía sueñan que la violencia puede llevamos a alguna parte.
VISIONES DE LA GUERRA DOLORES MEDIO
El tema que estamos tratando ahora, es tan interesante, que necesitaríamos muchas sesiones de charla sobre él y no conseguiríamos agotarle. Por otra parte, voy a procurar sintetizar lo más posible en mis recuerdos y en mis opiniones a este respecto, por lo que traigo escritas estas notas, conociendo mi gran defecto, que es salirme con frecuencia del tema que tratamos, con abundantes divagaciones, ya que a mí me brotan las ideas como los hongos en el bosque umbrío y como conozco este mi defecto, mi trabajo, lo mismo cuando escribo que cuando tengo que hablar, consiste en podar y podar, para atenerme a la almendra de la cuestión.
¿Por qué nos interesa todavía la guerra civil española del 36, que para vosotros, la nueva generación, casi se ha quedado ya a la espalda del tiempo, puesto que fueron vuestros abuelos los que la han padecido? ,.. Primero, por una razón de simple efemérides, ya que hace medio siglo exactamente que sucedió, pero aún hay una razón de más peso a.J intentar recordarla: la de darla a conocer a los que no la vivieron, la de refrescar la memoria de las buenas gentes que la vivieron y sobre todo, de los que la ganaron y triunfaron, que, como sabeis. volvieron a ponernos al borde de una nueva guerra al levantarse contra un Gobierno legal y legítimamente constituido,
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un 23 de febrero de triste memoria. ¿Hubiera triunfado el levantamiento de no haberles fallado algún resorte? En principio, posiblemente, porque el golpe teatral de cazar al Gobierno en pleno y a las dos Cámaras reunidas en el Parlamento parece que estaba bien planeado. A la larga, seguramente no, porque el pueblo, de nuevo se hubiera echado a la calle para defender a la democracia y la sangre volvería a inundar a España. Yo me atrevo a responder de que esto sucedería en Asturias, de cuyas mues tras de su rebeldía innata, está llena la Historia de España.
te Norte empezó a derrumbarse cuan,do Aranda y Pinilla se sublevaron contra el Gobierno y retuvieron en torno a ellos a esa fuerza explosiva, y la fueron desgastando lentamente, heroicamente, durante quince meses de agonía ... Dada, como digo, la importancia que todo el Frente Norte 'tenía para nosotros -unos y otros- se comprende que la caída de lrún, en manos de los militares, cerrando así la frontera france~a y amenazando a San Sebastián, como a una presa segura, fuera uno de los más duros golpes para la República».
Todos sabemos, unos por experiencia y otros por referencias o estudios, que, una guerra civil, que por el hecho de serlo conlleva ya una mayor crueldad entre los contendientes, si además, como la nuestra, es ideológica en extremo, se convierte en una guerra a muerte, en la que no cabe esperar un pacto, como algunos aguardaban, cándidamente, cuando ya estaba toda España metida en aquella danza macabra. No cabe estudiar ahora las causas que hicieron estallar la guerra, porque nos saldríamos ya del trocito de tema que me corresponde. Pero, si he de hablaros de la guerra en el Frente Norte y más concretamente de mi experiencia personal en el Frente de Asturias, no queda más remedio que comentar un hecho que contribuyó en gran manera -yo me atrevo a afirmar que determinó la guerra en favor de los sublevados. En mi obra ATRAPADOS EN LA RATONERA, me pregunto: «¿Cabe suponer siquiera, lo que hubiera sucedido en nuestra guerra, si el Frente Norte, bastión del socialismo y en buena parte del anarcosindicalismo, zona industrializada y en posesión de las mejores fábricas de armamento, hubiera tenido las manos 'libres para desbordarse sobre Galicia y sobre Castilla, y ayudar a las fuerzas del Gobierno en los demás frentes? Por eso me he atrevido a afirmar que el Fren-
La resistencia de Oviedo, concretamente, no se debía sólo al levantamiento de los militares, tampoco muchos, ni a los pocos movilizados, unos mil trescientos, sino a la postura pasiva y hasta acogedora para los militares, de gentes no politizadas y hasta liberales, temerosas de que Oviedo volviera a arder como una antorcha, como había sucedido durante la revolución de Octubre del 34. cuyas ruinas, aún humeantes, digamos en sentido metafórico, eran todavía el testimonio más doloroso de los sucesos. Cuando, por cumplirse también el cincuentenario de la Revolución tuve ocasión de hablar en el programa de LA CLA VE, bueno, lo poco que me dejaron hablar mis compañeros -fueron muchos los amigos y camaradas que se molestaron porque yo había dicho que la Revolución de Asturias no había sido necesaria y que trajo como consecuencia. apenas dos años de padecida. el levantamiento de Oviedo contra el Gobierno de la República en el 36. Efectivamente, lo dije y lo repito. la Revolución del 34 no era necesaria y fue una de las más sangrientas páginas de la Historia de Oviedo. Las revoluciones, como todos aceptareis. fueron. son y continuarán siendo necesarios en la vida de la Humanidad, cuando un pueblo tiene que derribar a un tirano, o existen fuerzas que le impiden evolucionar normalmente, es decir. 10 suficiente para que no se le
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considere tercermundista. Si no ~e hubiera derramado tanta sangre en defensa de los dJerechos del hombre, aún estaríamos en las tinieblas de los pueblos antiguos o de la Edad Media, bajo el despotismo de los señores feudales, de los señores de Horca y Cuchillo: esclavitud, servidumbre, tiranía, que no solamente torturaba los cuerpos, sino las mentes, evitando todo progreso.
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experiencia en Oviedo
¡Claro que fueron necesarias las revoluciones!, pero la nuestra, la del 34, no tenía razón de ser. Teníamos una República recién estrenada, una democracia que funcionaba, un poco a trancas y barrancas, como sucede ahora, cuando tiene que ensayarse algo nuevo, pero funcionaba y si un gobierno no nos agradaba, si de verdad éramos demócratas, teníamos que soportarle, hasta que de nuevo nos tocara a nosotros gobernar, procurando corregir anteriores errores y sacar provecho, no solamente de nuestras posibles equivocaciones, sino de las del enemigo, que siempre se reconocían mejor que las nuestras. Por eso digo, que si aceptamos como norma1, o como 1egaJ, el levantamiento del pueblo contra el Gobierno de derechas que había ganado las elecciones, y estaba destruyendo ~a labor realizada por el Gobierno delllamado entonces e1 bienio rojo, tendríamos que aceptar como bueno, el levantamiento, o intento de levantamiento de San-jurjo, durante el primer bienio, y justificar también el de los militares en el 36, el del 23 de febrero y los que puedan producirse, si la falta de educación política y sentido de la convivencia y la tolerancia nos lleva a destruir de nuevo la democracia que ahora disfrutamos, o padecemos, según se mire•.. . Particularmente puedo contaros que a mí me correspondió vivir intensamente 'la revolución de Octubre del 34, y el
'largo sitio de Oviedo de la guerra del 36, durante el cual acabó por quedar casi destruida nuestra ciudad, entre cuyas ruinas, figuraba la casa donde yo vivía. Precisamente estaba situada a la espalda de la Comandancia y compartíamos con ella los contínuos bombardeos de los aviones republicanos y el fuego de ·la artillería pesada que rodeaba a Oviedo. Vale decir, que toda la ciudad se fue convirtiendo en una enorme trinchera. a medida de que el cerco se iba estrechando peligrosamente para los sitiados, con lo cual, participamos todos en la batalla de Oviedo. La batalla de Oviedo, se llevó a cabo en dos etapas, la primera, o mejor diría el primer ataque decidido, a la ciudad. tuvo lugar dos meses más tarde de comenzar el sitio, que comenzó a las veinticuatro horas del levantamiento, que no se produjo el 18 de julio, sino el 19 y de una manera inesperada para los moradores de Oviedo, no implicados en el levantamiento. Esa tranquilidad, esa seguridad de que en Asturias no ocurriría nada, nos 1a daba el saber que el coronel Aranda, Jefe de las fuerzas de guarnición y gobernador militar, era el hombre de confianza de Indalecio Prieto, un 'republicano honesto, gran estratega, en el que aquél había confiado ciegamente, para que fortificara a Oviedo de modo que pudiera defenderse de cua1lquier asalto, viniere de donde viniere, y siempre al servicio de los intereses de la República. Estoy segura de que Aranda, vaciló bastante antes de traicionar a un Gobierno que confiaba en él, pero al fin 1.0 hizo el día 19, a las tres y media de la tarde. Nunca sabremos ya, puesto que el general ha muerto, si como verdadera ayuda al Gobierno, o como parte de su estrategia, preparando el levantamiento, su primera medida, fue convocar a toda la Guardía Civil de la provincia, para que se concentrara en Oviedo, al mismo tiempo que enviaba fuera de Asturias, a los mineros, fuerza de choque del Go97
brerno, con el fin de que le ayudaran a sofocar la sublevación de otras provindo, vivía tranquila y confiada, en aquellas horas trágicas, suponiendo, que si el levantamiento de los militares no se abortara la guerra se desarrollaría fuera de Asturias. Fue el domingo 19 por la mañana cuando comenzaron los desfiles de los obreros por la ciudad, para acabar concentrándose ante el Cuartel de Santa Clara, pidiendo, cándidamente, a fos militares que les armaran, para ayudarles a defender a la República. En el Gobierno Militar también se habían concentrado las fuerzas vivas de Asturias: el Gobernador Civil, el Alcalde, el Presidente de la Diputación, el Rector de la Universidad y los Jefes de los Partidos republicanos, entre los que se contaban, naturalmente, los cabecillas de la Revolución de Octubre. Y el coronel Aranda, dando ,largas al asunto, les decía que estaba aguardando órdenes del Gobierno, para armar a los trabajadores y combatir a los sublevados, si se levantaban en Asturias. Cuando a'l fin llegó el telegrama tan esperado, Aranda se despidió de los allí reunidos, diciendo que iba personalmente al Cuartel de Santa Clara a entregar las armas al pueblo. No sucedió así, y los obreros, que estaban aguardando a que se les armara, fueron ametrallados desde el Cuartel, dejando algunas bajas sobre el asfalto, y huyeron en desbandada, para intentar organizarse fuera de Oviedo. Muchos años tuvieron que transcurrir, para que los ovetenses nos enterásemos de la existencia de otro telegrama, no menos importante que el anterior para el transcurso de la Historia. Cuando el Gobierno se enteró de que Aranda había traicionado la confianza que en él se había depositado, acaso porque Mola o algún Jefe de otras plazas sublevadas, hubiera confesado públicamente que se contaba ya con la colaboración de Aranda, envió un segundo y urgentísimo telegrama al Gobernador Civil, señor 98
Liarte Lausin, ordenándole que proced~era a la detención de Araqda y a armar a los mineros, pero este telegrama no llegó a su destino, interceptado por el secretario del Gobernador Civil, que fue quien se Jo entregó a Aranda. Fue así como a las tres y media de la tarde del día 19, como he dicho, el coronel Aranda se declaró en rebeldía contra el Gobierno, según supimos más tarde, cuando en la Plaza de la Escandalera se publicó el Bando que lo declaraba, y los vecinos de Oviedo obser~ vamos que los desfiles de los camisas rojas, en los que se cantaba la Internacional, habían sido sustituidos por los de las camisas azules, que cantaban el himno de la Fa'lange. Y empezó la desbandada, huyendo de nuestra ciudad los que podían hacerlo, incluyendo a los dirigentes de los partidos, no así las autoridades Civiles, incluyendo también al Rector de la Universidad, Leopoldo Alas (hijo de Clarín), que fueron detenidos, juzgados en Consejo de Guerra y fusilados. (A mí me detuvieron el. día 5 de agosto, cuando las cárceles estaban ya atestadas, hasta el extremo que tenían que llevarnos a los cuarteles. A mí me llevaron al Santa Clara, de donde pude fugarme -salvando quizá mi vida- de la manera más sencilla e incomprensible que pudiera darse, como tantas cosas extraordinarias que sucedían en la confusión de los primeros días. Yo no pertenooía a ningún 'p artido político, ni siquiera había votado en las elecciones, por no tener voto todavía, pero sostenía relaciones amorosas con un hombre que, si bien no era un activista, sino un teórico de los de Ortega, era perseguido, al parecer, como la mayor parte de los intelectuales, a los que se temía y odiaba más que los trabajadores que se echaban a la calle. Más tarde me destituyeron de mi trabajo, especificando ya claramente en el pliego de
cargos. que lo hacían por mis ideas revolucionarias en la enseñanza. Bien. esto sí era cierto. Como sabreis los que os habéis dedicado a estudios sobre la cultura y más concretamente sobre la educación. entre las dos guerras. la del 14 y la del 39. empezaron a ensayarse en diferentes pueblos de Europa e incluso de Norteamérica. las llamadas entonces Escuelas Nuevas, basadas en una nueva filosofía de la educación, que exigía, más que amontonar los conocimientos, una preparación para la vida. No había en ellas horario de clases, ni asignaturas, ni diferencia de edad. ni de sexo. ni de clase social, y lo más revolucionario. no había en ellas disciplina. Parece ser que algunos de estos experimentos fracasaron o se desanimaron quienes trataron de implantarlos, lo cierto es que DO llegamos a recoger el fruto. por las circunstancias adversas que lo impidieron. ya que sólo a largo plazo. podríamos conocer el éxito o el fracaso de los planes ensayados. Tanto en mi vida privada, como en mi trabajo de educadora. como en mis escritos, mi único delito fue el haberme adelantado medio siglo al pensamiento actua'!. Pero cerremos este paréntesis y vamos a rematar, si os parece, el sitio de Oviedo. cuya batalla. como os he dicho, se llevó a cabo en dos fuertes ataques o dos tentativas, la primera se desencadenó el día 5 del mes de octubre (como todos esperábamos), para conmerorar el alzamiento de ,los mineros en el 34 y concluyó con la llegada de las Fuerzas del Tercio y de 'los Regulares. que consiguieron abrir un pequeño pasillo, que comunicaba, aunque dificilmente, a nuestra ciudad con el exterior. La batalla de Oviedo concluyó con un segundo asalto en febrero de 1937, cumpliendo los mineros su amenaza, de destruir a Oviedo. si fusilaban al Rector de la Universidad. Inexplicablemente. las dos veces ---"la se-
gunda estaban ya los mineros dentro d~ Oviedo. después de haber conquistado a cuerpo descubierto las dos líneas defensivas- se suspendieron las operaciones, sin ninguna explicación convincente. 10 que hace suponer, que el haber suspendido por dos veces las operaciones pudo deberse a una traición. más que un despiste de quienes dirigían las operaciones. Muchos puntos se han quedado oscuros en la batalla de Oviedo, a la que, por cierto, los historiadores no han concedido todo el espacio que ésta merecía; al tratarla, ni nadie. que yo sepa. se ha preocupado por estudiar o averiguar, .10 que sucedió en estas extrañas operacIOnes y en las voces de ¡alto al fuego! , cuando se luchaba ya en las calles de Oviedo, una vez vencidos. como digo, a costa de muchos millares de muertos. los principales obstáculos que impedía a los asaltantes, romper sus lineas de defensa. y debemos hacer constar, que en su desesperada retir:ada, a la que mei~r llamaremos desbandada final, los mtneros ~ no hicieron uso de la dinamita, para vo- · lar a Oviedo. como temían sus morado"res.
Por mi parte, al concluir la guerra. eIf mi triste balance, puedo anotar que además de haber perdido la guerra. perdí mi casa, perdí a mi madre. perdí a mi amor. perdí mi trabajo. perdí la fe. y la mayor parte de mis amigos. fusjtJados, huidos, detenidos o caídos en los dos frentes de combate de la batalla de Oviedo. Sólo había salvado mi juventud y un deseo de vivir y comenzar la vida de nuevo. En mi Curricl1lum Vitae de escritora. consta mi obra y en ella y Jas dificultades y perLpecias (incluyendo la prisión que relato en CELDA ClOMUN). que toda nuestra generación ha padecido para realizarse, a causa de la represión y de la censura. el peor de los enemigos para los creadores.
EL SECRETO DE LA MALETA JOSÉ FERNÁNDEZ CASTRO
Aquel viejo republicano, Barrera, huesudo, de mirar chispeante, fanático de izquierdas y anticlerical, seguro de que Franco sería derribado al ganar la guerra las democracias, vivía escondido en un desván de su vieja casa, por el barrio de San José; en el Albaycín. Tipo nervioso, activo, se proveyó de tela y, sin separarse de la radio, pendiente de las noticias de Londres o París, pasaba el tiempo confeccionando banderas tricolor para repartirlas entre sus vecinos y correligionarios el día que tan ansiosamente esperaba, día que se demoró y que no pudo gozar. Barrera vivió varios años seguro del triunfo, tan seguro que un 18 de julio, cuando vió desde su ventana unos grupos de obreros y proletarios que se reunían en la puerta de su casa para irse de excursión, indignado, en un momento de arrebato, olvidándose de que era un (<leScondido», o «topo», como se les ha llamado después ' a cuantos se hallaban en su situación, comenzó a gritar: "--¡Farsantes, sinvergüenzas, granujas! a la vez que, desquiciado, lanzó sobre ellos un puñado de banderitas republicanas, lo que llenó de sorpresa, estupor y miedo a los reunidos. Algunos, en el primer revuelo se entusiasmaron, tomándolo a broma, hasta que de pronto, uno más avispado, exclamó: -¡Esto puede ser una provocación ® la falange!- Y al instante, como asustados ratones ante un enorme gato, des aparecieron por las callejas circundantes. Fue un inesperado y fugaz escándalo en el que por suerte no pasó nada grave, Los familiares aislaron en un cuartucho interior a Barrera y los inquilinos, que habían oído gritos y voces, se 100
hicieron los desentendidos; todos entrevieron que Barrera, al que algunos creían fusilado y otros en «zona roja», según versión de los suyos para despistar, estaba en un «cuchitril».. Todo les pareció una alucinación, pues hubo como un acuerdo tácito de callar en defensa del atribulado vecino. La familia, sin embargo, se asustó y sin pérdida de tiempo, llevaron al viejo con unos parientes a un pueblo de la Alpujarra. Allí se llevó una maleta, con dos cerraduras, que nunca vieron abierta y que Barrera guardaba debajo de su cama cual un tesoro. Si los parientes le insinuaban que sacara la ropa que guardaba, pues el hombre seguía con lo puesto desde que llegó al pueblo, él se resistía, dándole largas al asunto. Si le insistían, aseguraba que tenía en ella sus recuerdos más íntimos y queridos, «cosas que no quiero ni ver hasta que termine mi situación de fugitivo». Un día, con unas copas de vino demás, durante las fiestas del pueblo, al guíen al.udió en broma a la maleta y Barrera dijo de pronto: <<Dejemos ese asunto y que a nadie se le ocurra tocar porque puede encontrarse con una bomba». Lo tomaron a broma, pero nadie se atrevió a buscar bajo la cama, hasta que al morir llegó un sobrino de la capital y encontró la llavecilla en el forro de un chaleco del muerto, descubriendo que la maleta estaba atiborrada con las banderitas que había confeccionado años atrás. Nuevo susto hasta que resolvió el problema un viejete del pueblo; dándose cuenta del peligro, dijo: -«Meter todo eso en el fondo del ataud antes de que a los niños o a cualquiera se le suelte la lengua y venga la Guardia Civil». Así 10 hicieron.
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VIVENCIAS INFANTILES DE LA CONTIENDA 101
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LAS VIVENCIAS INFANTILES DE LA GUERRA SANTOS SANZ VILLANUBVA
El niño ha sido muchas veces protagonista de las obras literarias. Y no sólo de aquellas que puedan conceptuarse -con etiqueta haÑo imprecisa- como literatura infantil, escrita para niños. También el adolescente se ha convertido con frecuencia en pretexto literario, y eminentes títulos han abordado el proceso de aprendizaje y maduración del joven las vísperas de convertirse en adulto, hasta el! punto de exis,tir una especie de subgénero caracterizado por narrar el acceso a la experiencia y exponer la adquisición de una idea cierta y exacta del mundo. Llama la atención, sin embargo, la frecuencia con que este tipo de personajes aún no adultos alcanzan el protagonismo en la prosa novelesca posterior a la guerra civil de 1936. No es este ell momento de estalJIecer una casuística de esas abundantes presencias sino tan solo de avanzar que sus intervenciones puede ir desde una participación anecdótica coetánea de los sucesos bélicos hasta una rememoración de episodios pasados que explican el presente. Tampoco se trata ahora de establecer valoraciones cualitativas de los efectos artísticos que supone La presencia de ese tipo de personajes, pero no quiero dejar la ocasión sin recordar dos títulos de postguerra (sobradamente conocidos y elogiados, por otra parte) en los que un muchacho filtra con atinada emocionalidad los amos anteriores a la lucha, pórtico inexcusable de ésta tanto en lo individual como en lo colectivo; me refiero a la Crónica del alba, de Ramón J. Sender, y a La forja de un rebelde, de Arturo Barea, ambas, sobre todo, en su primer trecho novelesco. La guerra es un oficio de adultos, pero permítaseme recordar una verdad de Pero Grullo: mientras éstos iuchan en el frente u organizan la retaguardia, otras gentes asisten como espectadores inocentes del sangriento espectáculo y pagan, en su medida, un precio de incomodidades, siempre, y de terrores, a veces, por algo en lo que ellos no han tenido arte ni parte. Estas gentes son Las que conocen la guerra cuando estaban en la edad anterior a la adolescencia. Los escritores que despuntan en los años cuarenta, tanto en el interior como en el exilio, habían sido protagonistas activos de la contienda. Cada uno, por supuesto, con el grado de entusiasmo y compromiso que ie pareció oportuno. En unas u otras filas combatieron Cela, Delibes, Torrente, Sender, Aub, Andújar ... Su literatura, antes o después, no se escapará de novelar el conflicto y de dar una interpretación ideológica del mismo y de. las causas que a él condujeron. Cualquier atento lector habrá percibido los abundantes jóvenes, ardorosos y apasionados, que monopo'lizan las ficciones de los años cuarenta. Son, por un Lado, los jóvenes falangistas que transmiten el ideario de sus autores y que encontramos con reiteración en Rafael García o en el primer Gonzalo Torrente Ballester, por citar un par de nombres conocidos. Son los jóvenes que, en sentido inverso, protagonizan el inicio del ciclo novelístico de Manuel Andújar, «Lares y penares», a través de los cuaIes su autor expone la derrota del ideario republicano. El título de la primera novela de la serie no puede ser más expresivo, Cristal berido.
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Los escritores que acabo de mencionar (nacidos casi todos en el segundo decenio de nuestro siglo), como decía, son partícipes e intérpretes de la guerra. Mientras. gente más joven que todavía ignoraba su futura condición de creador asistía como espectador infantil de la lucha. Sólo en algún caso de insólita precocidad -Ana María Matute, por ejemplo- habían intentado manchar el papel con la tinta de las ficciones. Nombres ya reconocidos en nuestra república de las letras nacen entre 1925 y 1936. La nómina, por supuesto, no es completa y sólo mencionaré algunos: Ignacio AIdecoa, Juan Benet, José Manuel Caballero Bonald, Jesús Fernández Santos, Antonio Ferres, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Alfonso Grosso, Jesús López Pacheco, Armando López Salinas, Juan Marsé, Carmen Martín Gaite, Luis Martín-Santos, Antonio Martínez Menchén, Ana María Matute, Isaac Montero, ·Fernando Morán, Rafael Sánchez Ferlosio, Daniel Sueiro ... Los nombres que acabo de citar son, ante todo y aunque hayan cultivado otras formas, narradores. Semejante edad contaban cultivadores de otros géneros hoy en plena madurez creativa: los poetas Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Angel González, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez y José Angel Valente o los dramaturgos Lauro Olmo y Alfonso Sastre, entre otros. Una nota biográfica común a todos ellos es la vivencia --con distintos grados de intensidad~ de la guerra civil desde ,la oscura conciencia de la infancia. Teresa Pámies ha escrito un libro (1) de reconstrucción del ambiente histórico de los años de la lucha que empieza con estas significatiyas palabras: Sin embargo, aquellos niños no pudieron ser neutra'les. No .Jes dejaron ser neutrales. En la España partida en dos los niños tuvieron que ser beligerantes porque los bombardeos, el éxodo permanente, la. ausencia de'l padre soldado, preso, fusilado o <<paseado»; el hambre; dI frío, el pánico, todo en su conjunto o por separado se ensañó con millones de españolitos que habían nacido en la víspera o durante ~a República que España se dio el mes de abril de 1931.. . Aquellos niños no olvidarían jamás. Una generación de españo~es traumatizada por el pleito histórico que sus padres y abue'los no fueron capaces de solventar de manera racional. [ .... ] (p. 9). El libro de Pftmies pasa revista a numerosos aspectos de la vida cotidiana de ·los niños durante la guerra, no demasiado diferentes en los respectivos territorios de ambas zonas enfrentadas. No vendrá mal recordar, para evocar la experiencia infantil de aquellos sucesos históricos, a'lgunos detalles: hubo miles de niños «huérfanos, abandonados o recluidos en hospicios»; no faltaron los desequilibrios psíquicos infanDiles; muchos niños de la zona republicana tuvieron que ser evacuados e internados en colonias o centros de refugiados, cuando no trasladados fuera de España; durante la lucha, los niños sufrieron un intenso adoctrinamiento político; los tradicionales entretenimientos infantiles cambiaron y se jugaba a la guerra, a veces incluso con material bélico encontrado que llegó a producir desgracias. Este jugar a la guerra es de · particular importancia porque los niños reproducían la polarización del mundo adulto y se enfrentaban en peleas callejeras rojos contra fascistas (quién fuera la víctima dependía, por supuesto, del lugar de la geografía nacional en el que se realizara el juego) con la consiguiente acentuación de pasiones viscerales. En fin, recuerda Teresa Pftmies /cómo «se introduCÍa ell. terror y el odio en el alma de los niños»: los hijos de las familias nacionalistas en ciudades republicanas eran · traurpatizados con el miedo a las checas; en la zona sublevada aparecieron carteJles «en los cuales se 104
veía un niño escuálido, encogido y feo señalado con un dedo enorme y contundente junto a una tremenda acusación: 'Es el hijo de un rojo. ¡Cuidado!'». No es de extrañar que esas singU'lares, extraordinarias vivencias pasaran ---cuando llegaron a la edad adulta quienes las sufrieron- a ser motivo literario y por ello no es la primera vez que la temática infantil en la literatura de postguerra llama la atención de la crítica hasta el punto de contar ya indluso con su bibliografía específica. Hace tiempo la analizó en detalle Darío Villanueva (2) a propósito de Ana María Matute, Más tarde, Eduardo Godoy Gallardo la ha explotado a partir de media docena de autores y obras nove1escas (Sender, Barea, Delibes, Goytisolo, Lamana y Castresana) y ha sintetizado las dos grandes visiones de la vida que exponen esos escritores, la paradisíaca frente a la infernal (3). En fin, hace poco Josefina Rodríguez Aldecoa ha antologado y comentado una decena de textos de narradores de la generación del medio siglo bajo el expresivo título (coincidente con el ya citado de Pamies) de Los niños de la guerra (4). Un rasgo muy llamativo, como antes indiqué, de los escritores nacidos entre 1925 y 1936 es la frecuenoia con que aparecen los niños como protagonistas de sus novellas, y aún más, de sus relatos cortos. Es raro el autor de ese grupo promocional que no haya dedicado algún texto a esta cuestión y, en alguno, se convierte en un motivo reiterado, persistente y casi obsesivo de su producCión. Desde este punto de vista, el conjunto de la narrativa, corta y larga, de Ana María Matute es ejemplar. No tanto espacio, pero sí muy relevante, ocupa en el corpus narrativo de Ignacio Aldecoa, de tal manera que en dos significativas compilaciones de su cuentística que incluyen una ordenación temática 0as de Josefina Rodríguez y Alicia B~eiberg [5]) se abre un apartado para los niños. Todo un extenso período de la creación de Juan Goytisolo se caracteriza por hablar reiteradamente de niños, hasta el punto de que el propio autor ha señalado cómo al acabar La resaca se abría una nueva etapa en su obra, pues con este libro se sentía liberado de un tema que le ob~esionaba (así 10 declara en la traducciób italiana de la novela). En fin, parte notoria o textos relevantes con protagonismo infantil han escrito Jesús Fernández Santos, Juan García Hortelano o Rafael Sánchez FerIosio. Pero antes de hab1ar de esas materializaciones literarias, insistamos en 10 que hace un momento seña'laba: el impacto biográfico de la guerra en aquellos niños luego escritores, que justamente tuvieron noticia del mundo por medio de la brusca sacudida de la lucha, según dicen los versos de Eugenio de Nora en España, pasión de vida: Fui despertado a tiros de la niñez más pura por hombres que en España se daban a la muerte. Para ellos fue una vivencia importante, decisiva en cuanto seres humanos. vivencia que en tono de no velada acritud ha descrito José Angel VaJente en su poema «Tiempo de guerra»: Estábamos, señores, en provincias o en la periferia, como dicen, incomprensiblemente desnacidos. Señores escleróticos, ancianas tías 1úgubres, guardias municipales y banderas.
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Los niños con globitos colorados, pantalones azules y viernes sacrosantos de piadoso susurro. Andábamos con nuestros papás. Pasaban trenes cargados de soldados a la guerra, Gritos de excomunión, Escapularios. Enormes moros, asombrosos moros llenos de pantalones y de dientes. y aquel vertiginoso color del tíovivo y de los víctores. Estábamos remotos chupando caram~los, con tantas estampitas y retratos y tanto ir y venir y tanta cólera, tanta predicación y tantos muertos y tanta sorda infancia irremediable (6). Bastantes son 10s recursos autobiográficos que nos quedan de la experiencia de la guerra y del impacto que causó en aquellos niños o adolescentes, pero no haremos una recopilación sistemática cuyo sentido es bastante unitario: la guerra inf¡luyó de modo decisivo y quedó como trasfondo ineludible -en lo personal y en lo Literario- de aquella generación. Bien es verdad que, a veces, remoto por lo que respecta a una vivencia directa (<<Yo era demasiado niño como para haber disfrutado del libertinaje de los años de guerra», escribe Carlos Barral en sus memorias [7]). En otras ocasiones restrltó decisivo para establecer una primera visión del mundo, como puede comprobarse en la ficción autobiográfica de Juan Goytisolo Coto vedado (8), si bien no deje el novelista catalán de advertir el amortiguado eco inicial con que llegaba la lucha hasta el, luego convertido en tragedia famiLiar. Para nuestro propósito resultan muy explícitas, por ejemplo, las palabras con que ha recordado aquellos sucesos Ana María Matute: En el 36 tenía 10 años y hasta entonces fui una niña feliz. El pequeño mundo de mi infancia burguesa quedó destruido. Yo no sabía por qué (9). O estas otras de Josefina Rodríguez: En distintos pueblos y ciudades, en una zona u otra del conflicto, nos niños del 36 vivimos una misma experiencia que nunca hemos olvidado y que, de un modo u otro, nos ha influido a' todos (lO). La vivencia de la guerra es tan decisiva en muchos casos que ha servido, incluso, para rotular a aquella generación. Generación de «Los niños de la guerra» la ha llamado Josefina Rodríguez en el libro del mismo título; «generación de 'los niños asombrados» ha dicho, con acierto expresivo, Ana María Matute (11). Por su parte, Juan García Hortelano, en una antología de poetas de los cincuenta. comenta que. por encima de otros rasgos que les sean comunes, 106
el 'más importante vínculo de relaci6n entre los seleccionados es el haber sido niños de retaguardia: «En esencia (quizá también en puridad) nada más les une, ninguna otra identidad innegable se les deb[e] atribuir» (12). Bien es verdad que infancia, adolescencia y juventud no pueden separarse y ha sido, como indica la misma Josefina Rodríguez, motivo de 1a obra literaria de aquella generaci6n: Unos cuantos, en sus libros, han dado testimonio de aquellos años, han contado la historia de una infancia en guerra, de una adolescencia y una juventud en postguerra (13). Así, por ejemplo, los tres primeros relatos de Inquisidores (1977), de An_ tonio Martínez Menchén, recrean precisamente el ambiente en el que se desenvuelve la infancia de la primra postguerra. En fin, tampoco podemos olvidar que una guerra es una experiencia excepcional que, sin duda, alerta la receptividad, ~a hace más sensible y provoca lo que ya señail6 Manuel Lamana (14), un proceso de maduración más rápido. El mismo García Hortelano, en el lugar recién citado, recuerda que aunque sus experiencia infantiles hayan sido las congruentes con su edad, se han producido con un ritmo acelerado y con un carácter repentino que se opone a la pau1atina maduración de toda persona. ·Por eso, dice, <<La primera víctima de la guerra es la infancia», y añade: Abolida la infancia, en un país de adultos estremecidos por una locura senil, los niños, matriculados en un cursillo acelerado de vida, se licenciarán pronto de esa deformación teratológica, causa de espanto e irrisión, denominada precocidad (15). ' Esa, digamos, anormalidad infLuye, sin duda, en 1a conciencia de la necesidad de dar expresi6n artística de tal experiencia. Por ello tiene mucha razón Daría Villanueva cuando sostiene que el perfil [de la generación del medio siglo] no acabará de presentársenos, nítidamente en tanto que [oo.] no estudiemos, [•..] dentro de toda su obra en general, la presencia del tema infnatil, no tan gratuita como podríamos pensar a primera vista: el hecho histórico que más influyó sobre ellos fue' la guerra civi'l [Oo .] (16).
Aunque el tema concreto que me ocupa sea el de las vivencias infantiles de la guerra y su transustanciación literaria, me parece oportuno hacer un recordatorio que tiene su interés, según pienso. Se trata de la presencia de niños, en relatos cortos o largos, que ofrecen el enfrentamiento entre el mundo de la naturaleza y el mundo de la civilización. Este aspecto lo estudió con acierto Daría Villanueva en su mencionado artículo a propósito de los cuentos de Ana María Matute y allí recordó su concomitancia con uno de los libros más singulares de toda nuestra literatura, Industria y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Perlosio. Quisiera llamar ahora la atención sobre este insólito relato. No es fácil ofrecer una visión unívoca de una historia cargada de posibles sentidos y cuya raíz acaso esté en la muy sencilla recuperación del puro gusto por relatar anécdotas. Lo que quiero destacar es cómo Alfanhuí conoce una infancia pura, no , maleada, llena de mil y un colores que se desmorona cuando entra en contacto con la vida socia'l y se produce el acceso a la experiencia. La visión, por ejemplo, que ofrece de la ciudad no puede ser más negativa. La pérdida de la inocencia tiene lugar al entrar en contacto con el mundo de los mayores. 107
Pues bien, ·no pretendo que ésta sea la interpretación única nI sIquiera la fundamental deL libro, pero ese rechazo del mundo adulto y civilizado alguna vinculación debe tener con la experiencia generacional del escritor, con su apartamiento de una sociedad maleada de la que eran ajenos los «niños de la guerra» y a la que se opondrían en los ruños cincuenta con sus actitudes personales (que en más de un caso implicó la militancia política) y con su literatura. Así, esa especie de reactualización del mito de Peter Pan podría basarse en una vivencia histórica de raíz generacional. Para nuestro propósito, sin embargo, son fundamentales otros relatos; aquellos que recrean la guerra a través de una anécdota localizada durante la propia contienda y protagonizada por niños. En este caso, los personajes literarios van a trasmitir una experiencia idéntica a la de sus autores que, como hemos repeti4o, eran también niños en aquellas fechas . Lo primero que podemos sospechar es que el autor ha procedido a una recuperación del tiempo pasado, a una rememoración de tipo autobiográfico. Las anécdotas concretas de los personajes literarios no tienen por qué corresponderse con las del autor, pero sí la recuperación de las vivencias, del sentimiento de la guerra. La cual, por 10 común, da a esos relatos autenticidad y emocionalidad, si bien corren el peligro de ofrecer de manera directa -quiero decir: no obstante decantada literariamente- asuntos de la experiencia personal. Otra cosa distinta -y decisiva- es la óptica que adopte el escritor en su relato: puede contar poniéndose en el mismo nivel cronológico de sus personajes (los niños comunican las impresiones que son propias de su edad) o puede hacer un enfoque retrospectivo (desde la mentalidad adulta se reconstruye y valora el mundo de la infancia). No obstante, obsérvese -y esto me parece de primerísima importancia- que tanto en uno como en otro caso no existirá un enjuiciamiento de los sucesos, que es justamente lo que les separa de la visi6n de la guerra de los escritores mayores que ellos. Digamos que dan una visi6n objetiva de unos sucesos percibidos en una edad perceptiva y no valorativa. Otra cosa es que, interrogados estos escritores sobre el bando d~l que se sienten herederos, confiesen bastantes de ellos que de los !Vencidos (17).. Probablemente, y hasta donde se me ai}canza, la obra más significativa del fen6meno que estamos considerando sea Duelo en el Paraíso, de Juan Goytisol0, el segundo de los libros del hoy famoso novelista. Quisiera subrayar la fecha de su edici6n, 1955, lo que indica lo temprano de su preocupaci6n por este tema y c6mo ello pertenece a la 6rbita de las inquietudes juveni'les del escritor, En Duelo en el Paraíso, un grupo de niños vascos se encuentran refugiados en una casa de campo, convertida en residencia y escuela -«El Paraíso>>--, en las proximidades de Gerona. La acci6n se sitúa en los últimos días de la guerra en Cataluña, precisamente en el período en que huido el ejército republicano todavía no ha entrado el vencedor y en ese lapso de tiempo en que falta una autoridad tiene lugar el suceso central del libro. En el desconcierto del momento, los niños logran adueñarse de la escuela; receptivos del mundo de violencia que les rodea, juegan a la guerra con unas armas encontradas y por mimetismo con el mun<;lo de los mayores, condenan por traídor a otro niño que vive en las proximidades de la escuela, el cual, aceptando una especie de sino trágico -quizá lo menos convincente del relato- es ejecutado. Se trata de un juego, sangriento, que reproduce la trágica experiencia que les rodea. Sin duda, la novela posee un valor testimonial que alude a la violencia que engendra la guerra (aunque haya, en la mente de los niños una difusa razón 108
de clase para el asesinato este es gratuito y mimético) vista desde una óptica infantil. En la adopción del mencionado punto de vista radica uno de los méritos del libro en cuanto que la narración lleva al terreno de las experiencias directas -e incluso autobiográficas- deL escritor, quien, por causa de sus inclinaciones objetivistas, no puede dar otra visión del asunto. Pero, además, en cuanto al tema, los niños adquieren una nueva dimensión si se considera el aspecto de lUla falsa infancia, de una infancia estafada por el mundo de los mayores: -Nadie tiene la culpa. A esos niños que no tienen ni padre ni madre es como si les hubieran estafado la infancia. No hay [sic] sido nunca verdaderamente niños. -Mi hijo •.. -comenzó Santos. -Tampoco puede usted reprocharle nada. Ha vivido demasiado aprisa para su edad. Las ruinas, los muertos, las balas han sido sus juguetes.,. [ ...] (18). Duelo en el Paraíso posee, además, un valor simbólico que no podemos olvidar. Es patente en el caso del ya mencionado nombre de la finca o en el del niño asesinado, Abel. Estos jóvenes protagonistas, seducidos por las consignas radiofónicas (que hablan de Libertad e independencia, de no dejar nada útil ni vivo a los vencedores) aspiran a un paraíso fuera de la ordenación social de los padres. Tal vez suponga relacionar aspectos distantes entre sí, pero no puede por menos de llamarnos la atención cómo ese rechazo de la sociedad adulta organizada es, en esta novela objetivista, el mismo que señalábamos en la visión fantástica de Sánchez Ferlosio y de su AUanhuí. Idéntico, además, y por más señas, al que caracterizará no ya a los niños sino a los jóvenes de, por ejemplo, el primer libro de Juan García Hortelano, Nuevas amistades. Otra novela de inexcusable recuerdo para el propósito que ahora me ocupa es Los inocentes (1955), de Manuel Lamana. Es, también, la historia de cómo vive la guerra un niño y, sobre todo, del sentimiento de soledad y miedo que le atenaza. Variados aspectos del libro llaman la atención pero quisiera destacar dos. Por una parte, el valor simbólico del título: la infancia concebida como víctima inocente de la incapacidad de entenderse de los mayores. Por otro, el valor autoconfesional del texto. Si a Los inocentes unimos la otra única novela de Lamana, Otros hombres, referida a la juventud de los años cuarenta, comprendemos cómo el escritor está ofreciéndonos una radiogría espiritual de las frustraciones y aspiraciones de la generación de los cincuenta (19), a la que él pertenece. . La vivencia infantil de la guerra aparece, sobre todo, en cuentos, relatos breves y novelas cortas. Y poseen una particular importancia en dos escritores a quienes quiero referirme con brevedad, Juan García Hortelano y Jesús Fernández Santos. La narrativa corta de García Hortelano no ha tenido, creo, el eco que merece, probablemente oscurecida por sus novelas extensas. Pero dentro de ella hay tres relatos que, aunque independientes. forman una especie de novela episódica con unos mismos personajes, un idéntico escenario y un común tono literario y emocional: «Las horcas caudinas», «Riánsares y el fascista» y «Carne de chocolate» (20). En los tres encontramos a un común narrador-protagonista que, por una parte, evoca sucesos menudos de la vida cotidiana durante la guerra en el cerco de Madrid; por otra, es personaje destacado de algún episodio singular. Además, esas experiencias se dan simultáneamente a un proceso de descubrimiento del erotismo. Y todo ello forma parte de un motivo más amplio
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que es e1 de la maduración personal. El nmo ha pasado a joven' y sabemos que ya esa condición predefinitiva de la naturaleza humana está indisolublemente unida a la experiencia, entre inocente y perspicaz, de la guerra. Jesús Fernández Santos ha cultivado con cierta frecuencia el relato corto y uno de sus libros más certeros en este terreno, que practica con notable acierto, es Cabeza rapada. De los catorce relatos que lo componen, un buen número tiene que ver con la guerra, pero no son esos lo que me interesan aquí sino aquellos otros que, además del escenario bélico, cuentan con una protagonización infantil. Dos son relatos breves «<Muy lejos de Madrid» y «Pecados») Iy el tercero es casi una novelita corta (<<El primo Rafael») (21). Levedad anecdótica caracteriza a los tres, si bien el más extenso es algo argumental: un niño, desde Segovia, espera la aparición de su padre, que ha quedado en Madrid; otro niño evoca el concepto de pecado que le inculca un sacerdote; un muchacho, en fin, cuenta las arriesgadas correrías infantiles con su primo, el cual muere en un accidente vinculado con la guerra. De los relatos de García Hortelano y Fernández Santos quisiera extraer algunos rasgos comunes que nos permitan perfilar esa visión literaria de una experiencia infantil y personal. El primero y más importante desde un punto de vista formal es la persona que narra el relato. Todos, excepto «Muy lejos de Madrid», están contados en primera persona. Así, su tono formalmente autobiográfico remite a una experiencia vivida y sentida. Pero incluso en «Muy lejos de Madrid» se da un curioso cambio temporal. Quien relata es una tercera persona que cuenta la misma historia (el autor nos vela hasta las razones del desenlace) en pretérito indefinido: «Vino en la brisa el rumor [...] que se extendió poco a poco [...]. El chico se incorporó [...]». Así sigue buena parte de ~a exposición hasta que de repente pasa al presente de indicativo: «Un rumor de motores viene [...]. El chico mira desde el alféizar [... ]. El chico vuelve al lecho. La caravana sigue acercándose [ ...]». Ese cambio se debe a un deseo del escritor de situar al narrador en la misma óptica de los sucesos, para que su intervención no los desvirtúe sino que los deje en su misma esencialidad. No se trata, pues, de hacer literatura de recreación sobre la guerra sino de compartir --el autor y el personaje- un mismo sentimiento sobre sucesos que afectaron fuertemente a su personal trayectoria biográfica. No poseo los suficientes datos menudos como para avalar un posible autobiografismo de estos relatos, pero ya me parece muy llamativo que el escenalfio de esos cuentos sea exactamente el mismo que aquel en el que transcurrió la infancia de cada uno de estos dos escritores: García Hortelano vivió la guerra en Madrid, en las proximidades urbanas de 'los lugares que frecuentan la tropa menuda que protagoniza los tres relatos; Fernández Santos se hallaba en el momento de la subleva'ción en la sierra madrileña y luego fue a vivir a Segovia, es decir, hizo el' mismo recorrido que el personaje de «Muy lejos de Madrid». Sin duda, hurgar en estas coincidencias en otros escritores de la misma promoción permitiría constatar ese sustrato autobiográfico; tan solo, y como muestra, recordaré la evocación insular de Ana María Matute en Primera memoria. Otro rasgo llamativo es que cualquiera que sea el bando en el que se ha pasado la la guerra, existe en ambos casos una semejante vivencia infantil del conflicto. Y, en relación con esto. un nuevo motivo es la contaminación de la actividad infantil por la del mundo de los mayores. Estos niños reciben con pasividad los ecos de la guerra pero reaccionan de forma mimética ante la 110
crueldad y la agresividad de los aduLtos. Rafael y su primo (en Fernández Santos) participan en un sentido del riesgo que es imitación del mundo que les rodea. El protagonista de García Hortelano y sus amigos son agresivos porque duplican y hacen suyas las consignas que les llegan de fuera. Un par de asuntos más quisiera subrayar, el sentimiento de la soledad y el acceso a La experiencia. La soledad, el desvalimiento infantil motiva!io por la guerra adquiere acentos trágicos. Volvamos otra vez a «Muy lejos de Madrid». Un muestreo léxico nos pone en evidencia un sintomático campo semántico: .asustar, acongojar, llorar, tristeza, melancolía, miedo ... Añadamos notaciones ambientales: susurros, dormir, tinieblas, niebla... Mas esta percepción del transcurso del tiempo: Los días pasaban en procesión fugaz, como los pueblos, los trenes cargados de soldados, los nuevos jefes de control que cada mañana conocían. Aldeas blancas, solas. Ancianos impasibles, niños desconocidos, mirandó sin saludar, sentados a horcajadas en las arribas de la carretera. Las llanuras, los ardientes páramos, ondulaban el paso del convoy, quedando atrás, apenas entrevistas. Iglesias asoladas, fuentes que aún desganaban solitarias su fluir silencioso y por encima de todas las COS&.5 el silencio de los hombres, su gesto hostil, desconfiado; cl miedo de la guerra. (pp. 79-80). Agreguemos la falta casi total de acción y obtendremos como resultado una patética iluminación del desvalimiento radiclrl de ese expectante niño, Antonio, que, además, pasa los días con una nítida percepción del miedo, el otro leitmotiv del relato. Ei acceso a la experiencia es otra constante de esta literatura. Una rápida maduración del niño ya casi adulto se produce en los re1atos de García Hortelano. Esa maduración tiene lugar, además, a la vez que el descubrimiento del mal y del color. Igual sucede en Fernández Santos, sobre todo en <<El primo Rafael», en que el protagonista tiene un conocimiento prematuro, desgarrador y definitivo de la muerte. La guerra, además, en estos relatos es objeto de la memoria. Resulta curioso, pero podría espigar un buen número de textos en los que se podría comprobar que la imagen que proyecta la memoria es doble. Por un lado, un tiempo de inconsciencia y libertad. La disciplina se relaja, el orden se altera y los niños pueden, por decirlo con frase coloquial, campar por sus respetos. Por otro lado, una época en la que la niñez se vio súbitamente sorprendida, hasta el punto de que no pudo gozar de los caracteres habituales de esa edad en circunstancias normales. Por eso decía el texto que antes he recordado de Juan Goytisolo que a esos niños «se les ha estafado la infancia». A propósito de otras obras que las aquí consideradas, llegaba Eduardo Godoy Gallardo a una interesante conclusión: quienes, por edad, no participaron en la guerra, pero la vivieron, «No han conocido una infancia norma1 y la lucha fratricid a se convierte en una destrucción de la infancia. Por ello, sus creaciones reflejan ese mundo de lo cotidiano y en ella [s] se encuentra la pérdida del paraíso» (18). Podemos estar de acuerdo si por ello entendemos unas vivencias lacerantes y anormales que conducen a una maduración rápida que dejará huella indeleble en la persona: desde luego que así sucede en los personajes literarios y, probablemente, así ocurrió en sus creadores.
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NOTAS 1. Teresa Pamies, Los niños de la guerra, Barcelona, Bruguera, 1977. 2. Darío Villanueva, "El tema infantil en las narraciones de Ana María Matute", en Mlscellanea di studi ispanici, Pisa, Instituto di Ungua e Letteratura Spagnola, 1971-73. 3. Eduardo Godoy Gallardo, La InfancIa en la narrativa española de postguerra, Madrid, Playor, 1979. 4. Josefina Rodríguez, Los niños de la guerra, Madrid, Ediciones Generales Anaya, 198~.
5. Ignacio A1decoa, Cuentos, edición de Josefina Rodrlguez, Madrid, Cátedra, 1977; Ignacio A1decoa, Cuentos completos, recopilación de Alicia Bleiberg, Madrid, Alianza Ed., 1973. 6. "Tiempo de guerra" pertenece a La memoria y los signos (1960-65), 1966; cito por Punto cero, Barcelona, Barral, 1972, p. 193. 7. Carlos Barral, Años de penitencia, Madrid, Alianza, 1975, p. 17. 8. Juan Goytisolo, Coto vedado, Barcelona, Seix Barral, 1985. 9. Declaraciones a Antonio Núñez en "Encuentro con Ana Maria Matute", en Insula, 219, 11, 1965, p. 7. 10. J. ROdríguez, Los niños .. . , p. 9. 11. Dice Ana Maria Matute en el prólogo a sus Obras completas (Barcelona, Destino, 1971, t. 1, p. 15) que "Resulta obvio Insistir en el hecho de que toda mi generacIón creció marcada por la guerra civil española del 36 L .. ]" y añade que la "L. .] brusca intromisión [de la guerra] en el orden de nuestra vIda Infantil nos convirtió, de la noche a la mañana, en eso que me permití definir como "generación de 'los niños de la guerra" (ibidem). 12. Juan García Hortelano, El grupo poético de los años 50, Madrid, Taurus, 1978, pág. 9. 13. J. Rodríguez Los niños .. . , p. 9. 14. En Literatura de postguerra, Buenos Aires, Nova, 1965. 15. El grupo poético ... , cit., p. 11. 16. D. Villanueva, arto cit., p. 388. Más adelante afiade este crítico la siguiente y certera anotación: "Todos ellos [los escritores de la generación de los 50] percibieron el conflicto despojados de prejuicios Ideológicos y de cualquIer tipo de ropaje justificador del drama" (p. 409). 17. Véanse, por ejemplo, las declaraciones a Rafael Borrás Betriu en Los que no hicimos la guerra, Barcelona, Nauta, 1971. 18. Cito por la quinta edición de Duelo en el Pararso, Barcelona, Destino, 1972, pág. 131. 19. Manuel Lamana, madrileño, nació en 1922 y es, por tanto, uno de los mayores de ese grupo promocional. Por su activlsmo político en los años cuarenta, tuvo Rue huir de España a finales de esa década y desde entonces ha vivido en el exilio. 20. Tan independientes son en apariencIa que ni siquIera aparecieron en el mIsmo volumen. Los dos primeros encabezan Gente de Madrid (1967) (utilizo la edición de Madrid, Sedmay, 1977); el tercero, publicado suelto, figura en Los niños .. . , cit. 21. Cito por la segunda edición de Cabeza rapada, Barcelona, Seix Barral, 1965. Los subrayados que hagan en las menciones literales son mios.
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VIVENCIAS ,INFANTILES DE' LA GUfRRA CIVIL
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JUAN GARCfA HORTELANO
Yo tenía once años cuando terminó la guerra civil. Ahora, al filo de los sesenta, sigo constatando que, desde entonces, no he vivido nada tan importante. A todo niño le deseo que jamás tenga el juguete que yo tuve, aquella guerra cruelísima. Puesto que, hasta ahora, he sobrevivido a la guerra y a los años, sé también que tuve una infancia excepcional, un peculiar y desmesurado comienzo que, en 1939, comenzaron a cubrir las aguas de una vida rutinaria. En julio de 1936 me tenían de veraneo en Cuenca. A las pocas semanas ya estaba en Madrid. Cada bando, cada ciudad o pueblo, determinó una experiencia específica, incluso contraria. Yo fui niño en el Madrid sitiado. En aquella ciudad conocí el hambre, el frío y el miedo. Vi morir y vi parir. Aunque' no me vendría mal, no estoy dispuesto a seguir ningún régimen de adelgazamiento, porque nunca estaré dispuesto a pasar hambre' voluntariamente. Duermo desnudo, porque dormí muchas noches de aquellos años vestido y con botas, maternalmente apercibido para bajar al sótano al primer sirenazo de alarma. Lo que para mí sean el amor, la fidelidad, el fracaso, la ciega fuerza de vivir o la idea de la muerte, lo aprendí entonces y en aquellas calles. En las calles del Madrid en guerra hice mi aprendizaje, que resistió la educación a que luego me sometieron en los internados de curas. Nunca olvidaré, porque nunca he vuelto a sentirla, aquella alegría de vivir. Tan inimitable fue que ni el recuerdo la desfigura, ni la nostalgia la falsea. Por eso, aunque reacio a opinar sobre mi literatura, siempre he sostenido que las páginas más auténticas que he escrito son unos pocos cuentos y relatos de aquella infancia. El profesor Sanz Villanueva afirma lo mismo de todos los relatos de todos los que fuimos niños de la guerra. Quizá no haya sido capaz de escribir una novela sobre mi infancia en guerra, por :pura incapacidad de mantener sostenidamente esa autenticidad, siempre a riesgo de perder la naturaleza literaria por ausencia de fingimiento. En aquella ciudad aparecieron, de pronto, mujeres que vestían panta10nes. Olvidé la escuela. Supe de heroísmos y aprendí a callar, a cargar con la doblez y la traición. En cualquier momento de una mañana soleada caía una bomba o explotaba un polvorín y la calle se hundía. No había tiempo para cocer el amor crudo. Era muy bella la vida y los atardeceres, antes de que las calles de mi barrio cayesen en las tinieblas, el infinito regalo de una naturaleza congruente. Durante muchas noches aquel niño que yo fui estuvo dispuesto a morir. Madrid fue conquistada, humillada, ofendida y prostituida. De aquella ciudad todavía rastreo las huellas por este Madrid. Aquellos años, lo más valioso que mi memoria guarda, se fueron perdiendo y se fueron ganando, pero en mí permanecen incólumes, veracísimos, como si yo hubiera sido uno de aquellos muchos niños que murieron y todos estos años, que la niebla del tiempo confunde, no fuesen sino los últimos segundos de una vida que se empeña en proyectarse imaginariamente. No quiero olvidar, ni podría. En mi infancia, regida por el horror y la desmesura, tuve un sentimiento de libertad.
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CARNE DE POSGUERRA RA1jL GUERRA GARRIDO
1 Largas colas de gente llorando en la cola mientras lloran y esperan. ¿quién da la vez? en la cola interminable de gente llorando mientras las lágrimas en la cola se desgranan en personas de espera angustiada. ¿es usted la última? desde hace cuarenta años. que son los míos recién cumplidos. colas de infancia guardando la vez de las patatas. del aceite. del percal. en la cola con lágrimas esperan las personas llorando en la cola para despedirse de mis cuarenta años. que son los suyos. 10 estoy viendo por la televisión. largas colas de gente llorando en la cola mientras lloran y esperan. solemnes. pasan lentos ante el túmulo funerario. uno de la cola llora y. además. saluda con el brazo en alto y entonces Agustín. mi hijo pequeño. que no levanta un palmo. me hace la reveladora pregunta: «¿Aitá. es la primera vez que se muere este señor?»~ Y en ese preciso instante se acabó la posguerra.
TI ¿Cobarde? ¿Cobarde yo? ... Usted no sabe el a un hombre que nunca nos ha hecho daño.
va~or
que se necesita para matar
m Pasaban al anochecer los camiones procedentes de La Coruña. haciendo la ruta del pescado. luchando por llegar en fecha al mercado central. y al doblar la curva del puente sobre el Cúa iluminaban la pintada. «Con el desorden desaparecen toda clase de libertades». Creo que la firmaba un tal J. A. IV
En el metro de Lista. salida impares. un hombre con las piernas sustituidas por un carrito de ruedas. pedía limosna con una sempiterna cantinela. «en la flor de la vida y sin poderlo ganar». sólo le daban las embarazadas. En el vagón del metro no hacía caso del «reservado para caballeros mutilados» y a veces un hombre erguido me levantaba con malos modos. A las señoras les dejaba el asiento aunque no estuvieran embarazadas. 114
v Me pregunta Angel Ortiz AJfau, para su libro, sobre mis primeros recuerdos. sobre la infancia profunda. -El recuerdo más intenso, sin duda alguna, fue el conocimiento persona~ de mi padre, en Cacabelos, recién acabada la guerra civil, yo tenía cuatro años y sólo le conocía por una foto, estaba jugando en la plaza y alguien me dijo, <<ha llegado tu padre», corrí como un loco a casa, las escaleras, un pasillo interminable, en la habitación del abuelo se habían reunido una multitud de hombres, familiares, amigos, me asomé y quedé petrificado, no sabía quién era, uno de aquellos hombres, el más alto, el más guapo, el más fuerte, el más inteligente, el más cariñoso, con bigote, se agachó para abrazarme, estuvimos juntos, abrazados y llorando, no sé cuánto tiempo.
y otros sobre la infancia más madura. -Los otros recuerdos proceden de Madrid, con pantalón corto y la mochila al hombro, la de los libros del cole, por la calle se caía la gente desmayada de hambre o de un ataque epiléptico, me decían, «niño, vete al bar y que te den un cafelito», o «que te den una cucharilla», según tuviéramos que alimentarle o evitar que se mordiera la lengua. Otros te preguntaban por la calle Naciones, la de los prostíbulos, hay que releer La colmena, de Cela. Un re<:uerdo tragicómico es el de los confesionarios, se corría la cortinilla y un sacerdote con luto de alma y sotana preguntaba tétrico, «¿cuántas veces?». Son re-cuerdos normales de una infancia feliz.
VI
Escribir es mi tercera función fisiológica favorita tras respirar y hacer el amor, no entendería mi vida sin estar escribiendo, intentándolo, una novela. Mi definición de la novela es : «artilugio literario que permite transformar la mayor cantidad posible de ficción en realidad». Mi opinión sobre el recurso a la infancia: «es el primer síntoma de impotencia creadora en el novelista». Y es ·que lo autobiográfico en la novela sólo debería ser lícito para los asmá~icos. Me refiero a Lezama.
Vil
Del Bierzo de posguerra, apenas unas vacaciones estivales en casa del abuelo, en plena guerra europea, en plena guerra secreta entre alemanes y aliados disputándose el tungsteno de las Minas del Eje, rumores de dicen, cuentan, sugieren, inventan, aseguran que se ha echado al monte con pico, pala y pistola, si encuentra la piedra negra, la más pesada de todas las piedras, con un mínimo de suerte y un máximo de audacia saldrá de la miseria, una ficción con reminiscencias de western, ver para creer, de la ficción del Bierzo si escribí una realidad íntegra, compacta, monolítica, El año del wolfram. Y un superviviente, Lolo, el Puto, :se emociona.
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vm Del Madrid de los desmayos de hambre. de los ataques de epilepsia. de los primeros amores. de la llegada de 10s americanos. de los Delos, escribo muy poco porque en sí mismo constituyen la novela de mi infancia. Un velo ténue recorre infancia, adolescencia. juventud, una ficción ya hecha realidad. un material que apenas se insinúa indirectamente en Escrito en un dólar y con otra perversa intención. Algo que no volverá a repetirse.
IX ¿Cuántas veces no habré lamido humildemente su rostro para poder franquear mi correspondencia?
x Paseo por la playa de Ondarreta, pasea ya la gente sin vigilante municipal, sin albornoz, sin traje reglamentario. sin meyba, sin sostén, paseo tratando de hundir el vientre, dilatar los músculos, extremar la anchura de mis hombros. sacar pecho y presumir de lo bien que se conserva para su edad. En vísperas de cumplir medio siglo estas cosas hay que cuidarlas. Coqueteo con la madurita que acaba de cumplir treinta y no lo soporta, y cuando pasan compañeros de quinta, de la mía, deportistas y bien conservados para su edad, antes de cruzarnos el saludo, la joven se adelanta con una observación. «¿Te has fijado la carne de posguerra que tienen?». Se refiere a algo blanco, algo fláccido, que yo no alca:nzo a percibir. Y en ese preciso instante comprendo que la posguerra se acabó hace tiempo para mi hijo Agustín, pero que para mi durará toda la vida. Mientras se me sostenga la carne sobre el esqueleto, mi vida estará marcada por la dichosa posguerra.
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LO QUE FUE LA:GUERRA PARA MI JESOS FERNÁNDEZ SANTOS
La. guerra ha sido para mí el cambio más importante que influyó en mi vida. Bajar a la calle, pasar de la adolescencia a la pubertad en un tiempo relativamente corto. Fue dejar el balcón desde el que veía jugar a los chicos y bajar a esa misma calle y hasta tenerlos por amigos. Aún eran entonces tiempos de la República, con curas pedagogos de paisano y cargas de los guardias de asalto. Fue un tiempo de colegio y vacaciones tan largas que se olvidaba que las clases existían y un día se tendría que volver a Madrid. Pues yo veraneaba en la Sierra. Hasta que una mañana, sin saber cómo, la guerra estalló en unJumor de disparos a lo lejos y paso continuo de camiones camino del frente. Los chicos adivinábamos la guerra en el rostro de los mayores, primero esperando, después temiendo las primeras refriegas. Más el tiempo pasaba sin novedad alguna y al final nos mandaron a Segovia. Fue un tiempo aquel al que yo no estaba acostumbrado, de excursiones perpetuas por los alrededores y primer contacto con las chicas. El miedo a la guerra sólo se veía en los ojos de los mayores. Fue mi primer conocimiento con la muerte después de un bombardeo. No hubo ninguno más; nunca se borraría de mi memoria como las procesiones pidiendo la victoria. Había alemanes adustos e itaHanos simpáticos, aparte de falangistas y requetés y moros que a los chicos siempre nos asustaron. Un cañón rudimentario ~ instaJo en la torre de la catedral, mas nunca disparó como tantos que fueron al frente. La. plaza Mayor se llenaba a la tarde como el casino en los días de fiesta, de refugiados esperando el fin de la guerra. También la cárcel se hallaba llena de penados con Jos días contados y un rumor de disparos anunciando su fin a la noche. Muchachos vestidos de uniforme paseaban y marchaban al frente para morir a poco.. Unos esperaban un final feliz, glorioso; otros se contentaban con un desenlace honorable; la mayoría buscaba en el período remedio a sus males o alegrías inesperadas. En la sierra el laberinto de trincheras se movía, crecía en casamatas y sacos de tierra a cuyas troneras asomaban bocas de fuego silenciosas. Nuevos partes de guerra señalaban vagas noticias que luego la realidad desmentía o que un montón de país anos, refugiados en su mayoría, venían a poner en duda. y al fin la guerra terminó, hubo manifestaciones y allá en la catedral cánticos y oraciones. El colegio se estremeció al saber la noticia y a todos nos faltó tiempo para contarlo ' en casa. Aquellos días mi vocación nació, tan intensa que dura todavía. Fue a'lgo como querer ver mundos no vistos aún, sentir cosas no sentidas todavía. Desde entonces dura y quién sabe cuánto durará. Lo importante es, no lo que se dice, sino lo que se calla, ese fondo escondido de las cosas.
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RECUERDOS DE LA GUERRA . .'
ANTONIO MARTÍNEZ-MENCHÉN
En mi narrativa apenas figura la Guerra Civil. Es en un cuento de «Inquisidores» -«Una aventura>>-, donde ésta aparece más explícitamente. En el resto, tan sólo se dan alusiones aisladas. Se escribe sobre 10 que se recuerda. y, en mi recuerdo, la guerra tan sólo aparece en fragmentos aislados: Un pequeño pueblo castellano sobre el que volaba todas las mañanas un avión negro, all que llamaban «e1 Negus», que iba a atacar un aeródromo cercano; la pensión de Segovia donde estábamos refugiados, y en la que un día encontré llorando a mi madre porque acababa de recibir una carta donde la comunicaban que allá, en la otra zona, su madre y su hermana habían muerto; las alarmas aéreas que casi nunca fructificaban en bombas, salvo una vez en que una bomba fue a caer en el taller donde trabajaba mi padre, cerca de su errado objetivo -la fábrica de caretas antigases-, aunque afortunadamente era domingo y nadie estaba en aquel taller cuyas ruinas contemplé al día siguiente con ojos aterrados; los moros con sus bombachas, en los que, según los chicos mayores guardaban las bombas de mano; el día en que un cura entró gritando en nuestra clase: «¡hemos tomado Bilbao! ¡Vacaciones!»; aquel otro padre que, explicándonos los Santos Mandamientos nos dijo: - El quinto, matar a muchos rojos -y luego, tras lanzar una risotada se corrigió: -no hacerme caso: el quinto, no matar. Fragmentos dispersos que flotan en la memoria sobre un mar de olvido,. ¿Es posible reconstruir toda una época con ellos? No 10 sé. De todas maneras, pienso que la guerra llegó demasiado pronto para mí. La narrativa de guerra corresponde a quienes la vivieron y -a mi vervivir es recordar. Corresponde en primer lugar, a quienes sufrieron en ella, quienes supieron del horror de las trincheras, de las heridas de los compañeros muertos en el frente, de los parientes y amigos a los que vieron sacar una noche para nunca más volver. A aquellos que tuvieron que abandonar su país y conocer la miseria de los campos de concentración y de las cárceles y la amargura del exilio. Es a estos a quienes les corresponde en primer lugar narrar la guerra, y son estos -los Sender, los Barea, los Max Aub, los Andújar ...- quienes nos la han narrado. y en segundo lugar, a los niños de la guerra. A los que tenían nueve o diez años cuando la guerra estalló y para los que aquel tiempo sería el tiempo clave de su vida, el que permanecería más fresco e intenso en la: memoria, triunfante de la r uina del tiempo y el olvido. Y son ellos también, los novelistas de los cincuenta, los escritores de la generación de los Ferlosio, los Aldecoa, los Fernández Santos, quienes nos han dejado el testimonio de ese horror reflejado en los ojos de un niño. 118
Pero yo llegué a la guerra, como al realismo social un poco tarde. Sólo' ~ o tres años tarde. Lo suficiente. Lo suficiente para que mi tiempo no se~ el tiempo de la guerra, sino aquel otro de las colas ante los comedores de Auxilio Social. de los niños escrufulosos con la cabeza rapada por temor al tifus exan· temático, de los flechas desfilando airosos cantando canciones imperiales, de los gqbernadores que sacaban a la vergüenza pública a las parejas sorprendidas en Jos parques faltando a la moral, de los colegios de frailes donde aprendíamos a amar a Franco y a temer al Dios de los Infiernos. Sí; son estos años de los cuarenta los que llenan mi recuerdo y los que inspi. ran toda mi obra. La guerra, hasta ahora, se la he dejado a ellos, a quienes la vivieron más intensamente que yo. A cada uno, lo suyo.
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AUN.' AVECES. DUELE ' 1
MBLIANO PERAILB
Sí. era cierta la primera mi·tad de aquel último parte de guerra: <<Cautivo y desarmado el ejército rojo». Pero nada más lejos de la verdad que la segunda:
¡<da guerra ha terminado». Para miles de miles de niños, la guerra de los Años de Victoria fue más feroz. más tenebrosa, más de espantos sin pausa. A millones de niños no se les privó de ni un solo ejemplar de toda la colección de horrores: destierro, hambre. vejaciones, madre escarnecida, herencia de un atadijo con el reloj y la cartera del padre. en alguno de cuyos apartados venía tibia de labios recientes la foto de un niño huérfano de apenas dos madrugadas.. No hubo postguerra. Hubo, sin descanso, la guerra que no cesa, la guerra subterránea de calabozos y mazmorras en que los proyectiles eran vergajos, humillaciones. astillas entre uña y carne; la guerra de la familia proscrita de su pueblo. de los niños desahuciados de su casa y arrojados a la tierra virgen del suburbio. a la cola del Auxilio Insubstancial o de la gallofa, a la mendicidad, a la rebusca de carbonilla en, los cement'erios de escoria de las estaciones, para la reventa del combustible de segunda mano, a las inacabables filas de las taquillas del ferrocarril, en busca de una peseta por el traspaso del puesto, a los ínfimos trabajos y oficios no aprendidos. Los niños que veníamos del frente, desastrados y derrotados, y los que salíamos de la cárcel tundidos y anonadados, vestigios de personas, no tardábamos en darnos cuenta de que, en el estraperlo, en la orfandad, millones de niños no habían mejor suerte que en la trinchera los niños soldados, en la galería los niños reclusos. Para decir toda la verdad hay que concluir distinguiendo entre niños vencedores: a sa'lvo del hambre, a cubierto de las escenas de horror, a mantel puesto y en colegios caros y escogidos, los cuales pudieron concluir sus estudios, hacer oposiciones y relevar en el poder a sus mayores; y niños vencidos, descuajados de sus raíces, arrojados de la escuela, suj:etos pacientes de la depuración. sin sombra de padres, a causa de las talas del amanecer, chicos que hubieron de enrolarse, prematuros y tiernos, en las filas de ios obreros sin cualificar. alistarse en el ejército del estraperlo, como tropa sin graduación a las órdenes de los gerifaltes del negocio del hambre. Por los años sesenta, algunos de aquellos niños nos dimos un abrazo y abrazamos la paz. Hace unos días, echando cuentas, advertí que casi cien, de mis ciento cincuenta relatos, ocurren durante la guerra sorda, lóbrega. No creo que haya sido por casuallidad.
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LOS NIÑOS DE LA GUERRA LAURO OLMO
Cuando empezó la guerra, yo estaba en uno de los asilos de la Junta de Protección de Menores. Como primeros recuerdos, figura el del «paqueo», los tiros desde terrazas o ventanas, a los que pronto se sumaría, concretándolo todo, la toma del Cuartel de la Montaña. Otro de los datos que se fijó en mi mente, fue el enouentro en la calle con una de las monjas que regentaban el asilo: iba «de paisano». Alguna camioneta ocupada por milicianos pasaba por delante de nosotros. Iban alegres, esperanzados. «Los moscas», aquellos diminutos aviones rusos, cruzaban de vez en cuando el cielo de Madrid. Pronto el Gobierno de la República dispuso la evacuación de niños madrileños. Francia, Bélgica, Inglaterra, La URSS, etc. Yo me quedé en las guarderías infantiles de San Juan de A'licante, en la finca «Abril», donde fuimos acogidos unos setenta niños madrileños, siendo uno de nuestros «responsables» Manolo Giner de los Ríos, procedentes de Misiones Pedagógicas y al que debo el conocimiento de algunas de las canciones mejores del folklore español. Recuerdo como celebrábamos las noticias de batallas ganadas, o nos entristecía lo contrario. Por ejemplo, fue una verdadera fi.esta la toma de Teruel, que, a los pocos días, recuperaron las tropas franquistas.., En el pueblo de San Juan nos daba clases, preparándonos para el ingreso en el instituto de Alicante, DON RAMON, uno de aquellos míticos maestros de La
República. Lo cito como homenaje a todos ellos. Aquel aire procedente de la Institución Libre de Enseñanza, fue una de las claves del pensamiento progresista español: que tan caro les costó a muchos de estos hombres impagables. No tardaron en llegar a Alicante mi madre y mi hermana, colocándose ambas en uno de los hospitales de sangre; en el costurero y de enfermera, respectivamente. Más de una vez - y esto no deja de ser un dato sociológico- les oí contar cómo muchos de los combatientes heridos llevaban medallas de la Virgen o algún que otro escapulario. Un 25 de mayo, al mediodía, hora de máxima concurrencia, los italianos bombardearon la plaza central del mercado de Alicante. Fue una verdadera masacre. Yo no andaba lejos, dejándome lo ocurrido un recuerdo imborrable. Vivía ya con mi madre, dejando las guarderías infantiles de San Juan, de Biar y de Villajoyosa, que fue en las que estuve. Un amigo de mi familia, sub-oficial en el Cuartel de Bena1úa, me llevó con él como ayudante en los servicios de intendencia. Allí me pilló un bombardeo que no me mató de mHagro. Una de las bombas cayó a tres o cuatro metros de distancia de un grupo del que formaba parte. Como habían caído otras, tratamos de guarecernos en una nave-almacén que, prácticamente, se derrumbó encima de nosotros. A mí, creo que me salvó el que me pillase en el quicio de la puerta
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de entrada a la misma. Cuando cesó el bombardeo y pudimos salir de entre los escombros, el cuadro que nos encontramos era dantesco. Recuerdo a uno de mis amigos con una de sus piernas arranc~das por la metralla en sus manos pidiendo auxilio. Murió camino del hospital. Sufrí más bombardeos, aunque ninguno como éste. Recuerdo el incendio de los depósitos de campsa en el puerto de Alicante. Y los ametrallamien_ tos de un hidroavión que, regularmente, sobrevolaba el puerto cada vez que aparecía un barco. Desde el castillo de San Fernando, cuando los ametrallamientos del hidro se producían de noche, e'l espectáculo resultaba fascinante para nuestra mente de niños, ya que las balas eran rluminosas. r ,Se hablaba mucho de la «quinta columna». Recién acabada la guerra, uno de sus componentes, que más de una vez había visitado nuestra guardería de San J.uan com;:> «republicano», me expuls'iría de un cine por distraerme al final de la película de turno y estar sonando el «(cara al sol». Entonces era obligado l~vantar la mano. A los dos o tres días, encontrándome con él en los pasillos del Ayuntamiento, interpretó mal una sonrisa mía -sonrisa de tímido- y me abofeteó. . Recuerdo la carne de burro -¡tan elás1:1ca!-, la de gato -¡una inolvidable paella- y, sobre todo, las lentejas: una ,enorme montaña en el puerto de Alican;te. Quizá sea justo decir, no só10 que
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aún me gustan, sino que las recuerdo con especial agradecimiento. Mi ingreso en el Instituto de Alicante no supuso nada para mí, pues los bombardeos del «Canarias» obligaron al cierre del mismo. Podría rememorar muchas más cosas, más hechos; pero son comunes a todos: tristemente comunes. Otro de los recuerdos imborrables, y con él finalizo estas rememoranzas, fue el final de la guerra en el puerto de Alicante. Miles de componentes del Ejército de la República esperaron vanamente la llegada de unos barcos prometidos para su evacuación. Yo, como otros niños de Alicante, presenciamos aquella angustiosa espera durante parte de la noche. Nos rode~ban coches abandonados, pistolas arrOjadas al mar, desesperación ante el transcurso de las horas sin que ningún barco apareciera. A la mañana siguiente, entrarían los italianos en Alicante y nuestros vencidos iniciarían la marcha hacia el dramatismo de aquel campo de concentración cuya historia Eduardo de Guzmán, periodista, historiador, escritor y uno de los innumerables protagonistas de la misma, tan incisiva y doloridamente nos ha contado. Nos referimos, claro está, al campo de concentración de Albatera . A partir de ahí, empezó para mí la postguerra, que se iba a convertir en mi campo de batalla. Pero, claro, esto ya es otra historia. ¿O no .. .?
LA GUERRA DE VALENCIA JUAN
MoLlÁ
Las flores lunares del magnolio se adueñaban de la noche, desterraban el. re-cuerdo del azahar y los jazmines, amasaban la memoria de los lejanos estampidos, de los reflectores antiaéreos, del humo de los incendios, de las sirenas al amanecer, del húmedo olor de los refugios, de las largas horas en el cauce del Turia. de las consignas repetidas en altavoces y en carteles heroicos, de olas incomprensibles despedidas, de la invasión de los despectivos refugiados madrileños, de las desbantadas columnas de soldados vencidos que llegaban al fin a Valencia por mitad de la Avenida de Ramón y Cajal desplomándose de cansancio ante ,los ojos asombrados de los niños. Los niños no comprendían nada. De pronto, banderas distintas, canciones nuevas, camisas azules, sotanas negras, moros, brazos en alto, campanas, aceite de ricino, preguntas sobre familiares desaparecidos, visitas furtivas a las cárceles - Torres de Quart, Monteolivete, Cárcel Modelo, San Miguel de los Reyes- desfiles, voces de ritual, una, grande, libre, presente. como un eco sdlapado, no pasarán, solidaridad con Madrid, yo soy la libertad. Los niños abren los ojos en el colegio, tras el [arguísimo verano, las Escuelitas del padre Muedra, la Colmena de los pobres, las tablas de multiplicar, las letanías, cara al sol, prietas las filas, Santa Misión, procesiones sobre alfombras de rosas, bajo lluvias de pétalos, embriaguez de aromas y colores en el esplendor de ,la luz. y de noche el imperio del magnolia ascendiendo en el cuarto de atrás, penetrando por la ventana abierta hasta llenar de rumores la almohada de los niños, filtrando recuerdos, perfumes, preguntas y miedos. La radio de galena con misteriosas noticias de otra guerra, voces de náufragos y mensajes incomprensibles. La piedra de galena, como una extraña joya de otro planeta, donde el hermano mayor pinchaba con la espiral de alambre buscando la lejana voz de un mundo sin duda inexistente. Los libros de la hermana mayor, supervivientes en la prodigiosa estantería. Rafael .A;Iberti, mi corza, buen amigo, mi corza blanca, los lobos la mataron dentro del agua. García Lorca, ya tu talle se ha quebrado como caña de maíz. Altolaguirre, qué lenta libertad vas conquistando. Juan Ramón Jiménez, tú me mirarás llorando, será el tiempo de las flores. Y Flor de Leyendas, Corazón, Maya la Abeja, cuentos ahora prohibidos. La otra guerra va creciendo y tomando presencia en la vida de los niños. Heil Hitler. División Azul. Yo tenía un camarada. ¿Es otra guerra? Para estos niños no es aún otra guerra, es la misma guerra apenas ya recordada en vagas imá-
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genes dispersas, en olores que vuelven de cuando en cuando; turbadores, éon laS naranjas, la pólvora, la tierra removida; la ,misma guerra prosiguiendo subterrá· nea, secreta, aflorando a distancia, concretada en noticias cada vez más inteli· gibles. Los niños escriben a escondidas versos que clandestinamente les inspiran Gar· cía Lorca, Juan Ramón, Altolaguirre, Machado, Juana de Ibarbourou, Gabriela ¡Mistral, desde 'los viejos y cuidados libros de la esbelta estantería. Escriben cuentos que siguen la huella de Edmundo d' Amicis, de Salgari, de Dumas; tiernos .artículos que quieren resucitar a Platero, a Tagore, a Kipling. En el colegio, los niños han de recitar a Pemán, al padre Coloma, a Eduardo ¡Marquina. Y se habla de García Sanchiz y de que Ernesto Giménez Caballero da ¡una conferencia donde dice que no pretende ser ministro, que viene de menos, sino maestro, que v,iene de magis, más. La clase de música consiste en aprender a entonar «camisa azul y boina colorada llevaba yo cuando aún dormías tú», sobre las notas de una ferviente canción nazi que más tarde volverán a cantar en el Campamento de la Milicia Universitaria, convertida en el <<zapador, si cae en la alambrada, salvado ha a mil que van detrás». En la clase de Historia, la gloria invicta de Isabel y Fernando cuyo espíritu impera, de Carlos V, de Felipe TI, de Francisco Franco. En la clase de Filosofía, los niños se atreven a preguntar un día por Unamuno y el profesor contesta: «¿Unamuno? Unamula». Los años cuarenta avanzan con los rumores sobre el maquis, con el piojo verde, con el hongo, con el pan de maíz, con la invasión de Normandía, con la muerte de Manolete, con el suicidio del Führer, con Nüremberg, con la O. N. U., con Eva Perón, con manifestaciones patrióticas, con «La Corona de Hierro», <<A las nueve lección de Química», hasta «Locura de amor». Hay una Biblioteca Popular en la Plaza de la Virgen, frente a la Gran Tómbola de Beneficencia», donde se pueden encontrar libros prohibidos que de milagro han pasado inadvertidos al espurgo, o las obras de Ortega y Unamuno. Hay también viejas librerías de lance por detrás de la Lonja, con amarillos volúmenes de autores que oficialmente jamás existieron. Para leer libros incluidos en el «Indice» hay que solicitar autorización al Arzobispo, previos los avales y recomendaciones de profesores o sacerdotes fuera de toda sospecha, y siempre que no dañen la conciencia del escrupuloso lector. y la guerra olvidada, apenas entrevista en los primeros años de los niños, se encona o se enquista. La mayoría de los combatientes han salido ya de las cárceles y los campos de concentración. Han salido tundidos, sombríos, desorientados, con la guerra vencida en la médula. Son los que escuchan Radio Pirenaica, la BBC o Radio Moscú. No hablan mucho. Los muchachos no conectan con ellos fácilmente. La guerra -la guerra de Valencia- se ha hundido en un río de arena, como «La flor del lliri blau» del viejo romance local, o bajo el trueno de luz que estalla sobre las cúpulas azules de Valencia. La guerra de Valencia no resucitará hasta muchísimos años más tarde, cuando los niños de 1939 conozcan que nacieron o aprendieron a andar y a correr por los cráteres de las bombas abiertos en las calles y por los pasillos de los refugiados -en la embriaguez de aquel olor inolvidable a tierra removida, a pólvora, a azahar, a rosas, a jazmín y al magnolio universal que metía por la ventana la noche estallan te-, cuando Valencia era capital de España.
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R/302
SECRETARIA DE
CAMARA y
GOBIERNO
DKL
ARZOBISPADO Df VALENCIA
En el dia de la fecha S.E.Rvdma.el Vicario General,ha tenido a bien firmar el siguiente decret贸;- - - - - - ~ - - - - - - 11 En virtud de las facultades que Nos concede la Sagrada Congregaci6n del Santo Oficio,concedemos Nuestro permiso al Sr.D. ,Licenciado en Derecho,para que, por el tiempo, de tres affos,pueda leer y retener,con el debido cuidado de que no lleguen a manos de otros,Revistas y Libros prohibidos,a excepci6n de aquellos que ex profeso propugnan la herejia y el cisma, los que t.ratan de destruir 106 fundamentos mismos de la Religi6n y las Obras que expresamente tratan de cosas obscenas . - - - - - -Lo decret& y firma S.E.Rvdma.-El Vicario General.+ Jacinto Obispo de Gera.-Por' mand2 de S.E.Rvdma.-El Canciller Secretario."Dr.G. Hijarrubia.-Rubricados." Dios guarde a V.muchos a帽os. Valencia ,19 de enero de EL CJiliCILLBR SECRETARIO
Sr.D.
ticenciado en
Dere~ho.-CIUDAD
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LOS ECO'S DE LA GUERRA 127
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EL ECO DE LA GUERRA CIVIL FERNANDO
«La Guerra Civil de 1936 a 1939 fue, sin duda alguna, el acontecimiento histórico más importante de la España contemporánea y quién sabe si el más decisivo de su historia. Nada ha conformado de tal manera la vida de los españoles del siglo :xx y todavía está lejos el día en que los hombres de esta tierra se puedan sentir libres del peso y la <sombra que arroja todavía aquel funesto conflicto». Valga esta certera afirmación de Juan Benet (1) como aviso para aguzar el oído ante el eco de un conflicto que resuena aquí y allá en la producción literaria de estos últimos cincuenta años (2). En los más jóvenes narradores, los que empiezan a ·publicar en los últimos setenta, nos llamaba la atención la deliberada ignorancia de la Guerra Civil y sus consecuencias (3). De pronto, tres libros narrativos hacen resonar de nuevo el eco, con nuevas maneras e inéditos planteamientos. Por orden de publicación: Luna de lobos (Seix Barral, Barcelona, 1985) de Julio Uamazares, El .cinturón traído de Cuba (Alfaguara, Madrid, 1985) de Pilar Cibreiro y Beatos me (Seix Barral, Barcelona, 1986) de Antonio Muñoz Malina. En el primero, Angel Suárez Reyero, maestro y militante de la CNT, huido al monte en 1937 a'l romperse eL frente de Asturias, narra las peripecias de cuatro compañeros que se refugian en la cordillera Cantábrica esperando un mo-
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mento propicio para reemprender la lucha o escapar hacia zonas donde se encuentren a salvo de los nacionales. Condenados a huir, se defienden no sólo de sus perseguidores sino también de una naturaleza ·hostil que los aboca a ~as sombras, al continuo ocultamiento y resguardo de los guardias, del frío y de la nieve. Cuatro momentos se nos narran, que corresponden a 1937, 1939, 1943 Y 1946. Estos cuatro hombres que en 1937 aspiran a vivir ignorados por los demás, que intentan comportarse civilizadamente {pagan con generosidad la oveja que le cogen a un pastor), se ven poco a poco abocados a la violencia. Se sienten acosados, s610 pueden vivir de noche, ' <da luna es el sdl de los muertos» (pp. 65 Y 136), mientras sus días transcurren es€ondidos en una mina, donde <<no hay sol, ni nubes, ni viento, ni horizontes», donde <<DO existe el tiempo» (p. 29). Oyen el último parte de guerra, pero para ellos tres -Juan ya ha desaparecido-- la guerra no ha acabado, ni acabará nunca. Al contrario, les abren otro frente, las represalias contra sus familiares. Su propio comportamiento empieza a cambiar, no consiguen contener ese progresivo proceso de anima:lización que sufren. AngeL ve a Ramiro, que escruta a los demás constantemente, como «un hombre lejano e inaccesible, un anima~ acorralado» (p. 61), que conoce la adversa sucrte que le aguarda. Este deba-
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,tirse constantemente entre la vida y .la muerte, este choque con un medio hostil, pero por el que sienten un gran apego, propicia apesadumbradas reflexiones sobre el instinto de supervivencia, sobre el .comportamiento y la condición humana. Condición en 1a que ya Ange'l poco confía. <<Hace mucho, piensa, que aprendí a desear menos la compañía de los hombres que la de los animales. Hace tiempo que aprendí el sitio exacto que aquéllos me habían reservado» (p. 144). Intentan huir en tren y raptan a don José, el dueño de la mina, para exigir un rescate, pero en la entrega se produce un tiroteo donde muere esta vez Gi'1do. Como morirá Ramiro, en 1943, entre las llamas deL incendio provocado por los guardias y el tiro de sus pistolas. Antes ellos se han tomado la justicia por su mano y.han matado a don Pedro, el secretario del Ayuntamiento, y han dado un escarmiento a don Manuel, el cura del pueblo, que no ayudó al hermano de Ramiro cuando más lo necesitaba. Uno a uno, con el fin de los capítulos, son cazados los compañeros de Angel. Ahora ya se encuentra solo y el relato se hace lógicamente más reflexivo. También tiene que huir de sí mismo, pues se convierte en su peor enemigo. El proceso de animalización se va haciendo más patente. Angel ya canta como el búho, corre como el rebeco, oye como la liebre y ataca con la astucia de110bo. «Soy ya, confiesa, el mejor animal de todos estos montes» (p. 109). Cuando el silencio es ya su único amigo y la ansiedad su única pulsión tiene la sensación de haberse convertido en una alimaña «que sólo abandona su guarida cuando la 'luz del sol no puede dañar ya sus ojos inundados de soledad y de sangre» (p. 125). El proceso de licantropía mental casi se ha consumado: <do que ahora de verdad soy yo aquí: un lobo en medio de un rebaño, una presencia extraña y desconocida» (p. 129).
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Poco a poco se va quedando totalmente solo. Tras sus compañeros muere su padre, golpean a su hermana y se llevan a su cuñado, Pedro, que no había dejado nunca de ayudarlo. Hasta los animales se apartan de él, huele a tierra hundida y está pálido como un muerto. El cerco se va estrechando. Las esperanzas de 1937 nueve años después se han esfumado. La gigantesca cacería se consuma. Charco de lobos se titulaba en su origen esta novela. Como le dice su hermana: «Tienes que marchar de aquí, Angel. Esta tierra no tiene perdón. Esta tierra está maldita para ti» (p. 151). Y así emprende una vez más la huida, esta vez ya en un «largo viaje hacia el olvido o hacia 'la muerte». Con la guerra al fondo, con sus funestas consecuencias sobre un individuo, Julio LIamazares dispone a la perfección su materiaI narrativo, adecuadamente tratado. Aquí encontramos sobre todo una atmósfera, un clima, y un tono ya conocido por sus poemas (4), enriquecidos por el tratamiento mucho más libre propio del género. La naturaleza que lucha de igual a igual con el hombre, y un estilo lírico, reflexivo, pero escueto, ajustado en el que impera la precisión. A la vez que, como sus paisanos José María Merino y Luis Mateo Díez, un deseo de rescatar un léxico local, la flora de las comarcas leonesas, que aparece con reiteración, por la obsesiva presencia que tiene en la vida de los huidos., Varias e importantes semejanzas encontramos entre esta novela y las narraciones de Pilar Cibreiro. Su fascinación y el deseo de rescatar Ias historias oídas en la infancia, sobre la mítica memoria colectiva de un pueblo. Geografía, historia y naturaleza que enmarcan las peripecias de unos individuos a menudo en los límites de la existencia, vidas de perdedores, con la muerte --casi siempre trágica- ' acechándolos con inusitada frecuencia, Al fondo, como hemos se-
ñaIado, una guerra, unas condiciones sociaIes, que abocan' a estos seres a llevar una existencia al margen, huidos o exilados. Una voluntad de estilo cuya clave está en ese deseo de poetizar lo real, lo cotidiano, de poetizar las trágicas vidas de estos hombres apegados a una tierra que casi siempre se les muestra hostil, madrastra más que madre, de la que a pesar de todo no pueden despegarse. En Beatos me de Antonio Muñoz Molina se narra el intento de esclarecer dos crímenes cometidos en el pueblo de Mágina. Un pueblo que lógicamente es y no es la Ubeda natal del autor (la sierra de Mágina, en la cordillera Sudbética se alza majestuosa y distante, frente a este pueblo). Historia que vamos conociendo, sobre todo, por lo que Manuel y Medina cuentan a Minaya y por los manuscritos y documentos que éste curiosamente va encontrando. Novela sobre (de) un escritor olvidado, Jacinto Solana, cargada de reflexiones sobre la literatura, sobre su sentido último, sobre lo real y lo imaginario, la memoria, el deseo ... A finales de 1969, un joven nacido en Mágina, pero residente en Madrid, durante una estancia de cinco días en la cárcel, con el miedo metido en el cuerpo por la constante visión de los jiDeres grises, que con tan poco gusto y fortuna se recoge en la cubierta del libro, huyendo de sí mismo, de su sórdido presente y su poco atractivo porvenir, decide regresar a su pueblo para vivir a expensas de su tío Manuel. Encuentra una buena justificación en la tesis que prepara un amigo suyo sobre «Literatura y compromiso político en la Guerra Civil. El caso de Jacinto Solana». Se apropia de la idea ajena y le escribe a su tío solicitándole ayuda. Solana había sido colaborador de El Sol, La Gaceta Literaria, O{!tubre, Hora de España, El Mono Azul, amigo de Buñuel y de Miguel Hernández, miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, o sea, Ia típica biografía del escritor comprome-
tido de los años treinta, pero además, «muerto inédito, prestigioso, heroico, desaparecido, probablemente fusilado, al final de la guerra» (p. 18). Solana, que había pasado en el palacio que Manuel tenía en Mágina algunas temporadas, era para éste el único amigo que había tenido en toda su vida, pero además su maestro y su hermano mayor. Llega Minaya al pueblo, invitado por su tío, y encuentra una ciudad muerta (5), tan decadente como orgullosa, con una belleza -en palabras del pintor Orlando, uno de los personajes- inexplicable e inútil. Su anterior grandeza y estrago actual alcanza también a sus habitantes, «náufragos [...] en una ciudad que ya es en sí misma y desde hace tres siglos un naufragio inmóvil» (p. 65). Todo tiene algo de impostado, de falso. El palacio donde habita su tío (y con él doña Elvira, su madre; Utrera, el escultor; y las criadas Inés y Amalia), lleno de cuadros de falsos antepasados, deslumbra a todos sus eventuales visitantes que van a pasar unos días y acaban quedándose allí largas temporadas (Solana, Utrera, Minaya). Su llegada, como antes ocurriera con la de Solana, hace que todos ellos (a los que debemos añadir a Medina, el médico de la familia) cobren vida. Las brasas vuelven a encenderse, las heridas sangran de nuevo y todos estos personajes que tienen en común su tremenda soledad, son vidas solitarias que se cruzan, y un trágico pas~do común, vuelve a renacer con las mcesantes pesquisas del joven recién llegado, con sus averiguaciones. Hilos, sin embargo, dirigidos desde la sombra por ese supremo hacedor, pues maneja no sólo la ficción sino incluso la misma realidad, ese escritor casi estéril hasta la llegada de Minaya al pueblo en 1969, como iremos descubriendo a partir de la página 245, donde empieza el desenlace, aunque ya antes se nos había ido proporcionando pistas, e incluso
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el joven llega a intuir lo que realmente sucede (p. 87). Unos seres, todos ellos, que luchan in· fructuosamente por alcanzar un ideal. Una lucha constante, como la del propio creador, entre lo que semeja y lo que es. Una realidad que en sus momentos más significativos parece estar curiosamente regida «por la geometría que ordena la disposición de las figuras de un cuadro para que parezca inducida por el azar» (p. 180). Como Une partie de plaisir, el cuadro del grupo <<unido por la culpa» p. 193), <<figuras trenzadas en la desesperación y el deseo» (p. 176), que iba a pintar Orlando, intentando captar lo que latía en el ambiente, o el dibujo que le hizo a Mariana, «no un rostro, sino la forma pura de un deseo» (p. 178). O las esculturas de Utrera, «melancólico artista vencido por la ingratitud del mundo» (p. 40), su monumento a los caídos de Mágina, el ángel de rostro femenino con ojos rasgados y aquellos pómulos tan altos, con un círculo hundido en la frente, la señal de la bala que la mató. Otra vez lo aparente y lo real, no Martínez Montañés sino Duchamp, la imagen de Mariana que el escultor había ido completando en todos los rostros femeninos esculpidos por él, reproduciendo la imagen de su propio crimen. Lo importante es eternizarse, eternizar a los demás, alcanzar en un instante el ideal, en un cuadro, una escultura o una novela que lo englobe todo. El ideal de Solana cumplido: seguir viviendo después de muerto. Muere para los demás el 6 de junio de 1947, y al darlo por muerto le conceden la vida, lo libran del Cíclope franquista. «Mi nombre es nadie, dice Ulises, y eso lo salva del Cíclope», escribe al pie de un grabado de La isla misteriosa, lo mismo que respondió Erza Pound al tribunal que lo interrogó en 1946, acusándolo de traición. Así, Minaya, no sólo es el personaje principal, sino el primer lector de la historia, mal lector, «inmune
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a la ironía y al juego» (p. 278), prefiere el misterio aun al precio de la mentira, pero a la vez el que más vida ha insuflado a los personajes. Por su parte, Solana es el creador, el hacedor, el hombre que escribe para exorcizar sus recuerdos, y también el personaje mitificado durante tiempo, hasta que finalmente se le conoce, como Jan Julivert, el protagonista de Un día volveré (1982) de Juan Marsé. Tres cuestiones más y acabamos. Los rasgos de Manuel que el escritor encuentra en Minaya, y sobre todo la progresiva identificación entre éste y Solana. Ambos, al salir de la cárcel, vuelven a Mágina, con el proyecto de escribir una novela y una tesis, respectivamente. Vuelven al palacio de Manuel, por el que siempre habían sentido una gran admiración. Como qlled an fascinados [)or Mariana e Inés y a mbos son descubiertos y acusados por sus amores (pp. 111 Y ss. y 252 Y ss.). El que más sufre esta identificación es Manuel que durante veintidós años, entre 1947 y 1969, entre la supuesta muerte de Solana y la llegada de Minaya, ha estado solo, pues, <das cosas existen sólo si hay alguien, un interlocutor o un testigo, que nos permita recordar que alguna vez fueron ciertas» (p. 170). Solana, le recuerda Manuel al joven, hacía igual que tú, «lo miraba todo del mismo modo que miras tú, como averiguando la historia de cada cosa y lo que uno pensaba y lo que escondía tras 'las palabras» (p. 107). Minaya que só10 vive en los demás, a costa de las historias de los otros, quizá por eso es el único que no queda atrapado por Mágina, por su sierra, y junto a Inés, 10 más real de su vida, logra escapar. Esta es una novela que se desarrolla en espacios acotados, lo que propicia la creación de una peculiar atmósfera, que favorece una intriga tan trabada y el diálogo y 'la introspección mental de los personajes. Quizá el caso más significativo esa el de Solana, que va reduciendo
progresivamente su espacio vital: Mágina, el palacio de Manuel, esa habitación en el piso de arriba, la finca La isla de Cuba, donde supuestamente muere, y finalmente la casa donde habita, olvidado y escondido, con Inés. La tercera y última cuestión estriba en la importancia de la carta. Recordar el Lazarillo y La verdad sobre el caso Savolta no es del todo ocioso. Su descubrimiento, por parte de Minaya, aclara por qué mataron a Mariana y cómo doña EI'vira logró armar la mano de Utrera. Pero, como en los ejemplos citados, es simplemente una excusa narrativa para justificar pesquisas de más altos vuelos. Valga toda esta intriga criminal como medio para sostener la atención del lector mientras se apunta a la metaficción, en la tradición -por citar un caso afortunado y reciente- de Estela (fuI fuego que se aleja (1984) de Luis Goytisolo. Como en ella, Muñoz Molina se plantea cómo leer los hechos, la relación entre lectura y escritura, etc. O la crítica implícita, y a veces explícita, demasiado explícita (<<no importa que una historia sea verdad o mentira, sino que uno sepa contarla», p. 277; o la defensa que hace la muy rancia doña Elvira de los hombres que mienten con gracia, puesto que todos mienten, p. 70), de una cierta concepción en boga en nuestro país hasta los primeros sesenta, pero que tuvo su antecedente inmediato en escritores como nuestro Jacinto Solana, que se autocritica con lucidez: «pensaba que la literatura no servía para iluminar la parte oscura de las cosas, sino para suplantarlas» (p. 270).
Llegamos al final del juego urdido por Solana, se acaban los aplazamientos, pues, como con pesadumbre recuerda, toda su vida ha sido una constante postergación de las cosas importantes, de las pequeñeces de urgencia, un continuo atraso del inicio de la verdadera literatura y de la verdadera vida (p. 271).
En Beatos DIe encontramos, en armonía, algunas de las características más destacadas de la narrativa de la ya larguísima transición: realismo crítico, pero a la vez lirismo, metaficci6n y culturalismo (6). Y la novedad de la guerra civil como telón de fondo, como excusa en este caso para la metaficoión, para mostrarnos en carne viva no sólo cómo se escribe un libro sino también cómo se escribé, cómo se dirige, una vida. El artificio total. El novelista como supremo hacedor.
NOTAS 1. Qué fue la Guerra Civil, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1976, p. 9.
2. Vid. María José Montes, La guerra española en la creación literaria (ensayo bibliográfico), Anejos de los Cuadernos Bibiográficos de la Guerra de España (19361939), Universidad de Madrid, 1970; José Luis S. Ponce de León, La novela española de la Guerra Civil (1936-1939), Insula, Madrid, 1971 j Maryse Bertrán de Muñoz, La guerra civil española en la novela, Porrúa Turanzas, Madrid, 1982, 2 vols.; y como última aportación: Fanny Rubio y Javier Goñi, "Un millón de títulos: las novelas de la guerra de España", Ramón Tamames et al., La guerra civil española. Una reflexión moral 50 años después, Planeta, Barcelona, 1986, pp. 153-169. 3. Lo ha recordado Santos Sanz Villanueva, "La novela española desde 1975", Las Nuevas Letras, núms. 3/4, invierno de 1985, pp. 31 Y 32. 4. La lentitud de los bueyes. Memoria de la nieve, Hiperión, Madrid, 1985. 5. Vid. Hans Hinterhliuser, Fin de siglo. Figuras y mitos, Taurus, Madrid, 1980, pp. 41-66. 6. Gonzalo Sobejano señala ("Ante la novela de los años setenta", Insula, XXXIV, núms. 396-397, XI-XII/1979) que una de las características de la novela de los setenta es "la busca del sentido de la existencia en el sentido de la escritura".
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escribieron, y vivieron la guerra (ivil ...
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EL ECO DE LA GUERRA PILAR CIBREIRO
Desde una VlSlOn heroica del mundo -heroica en el sentido clásico, el de la lucha que exige la inmolación y el sacrificio de los mejores- la guerra civn puede ser contemplada como la última etapa heroica en la rustoria de esta nación, de ahí que haya inspirado a numerosos escritores, tanto españoles como extranjeros. Desde mi visión personal toda guerra es una imposición de los más poderosos hacia aquellos que padecemos ta rustoria sin posibilidad de elección. Quizá pienso así porque nací en una zona rural que permaneció alejada del frente y en una región que se disingue por su falta de identificación con los procesos y convulsiones que han ido conformando el devenir conjunto de los españoles y en la que, por la mismas causas, el alzamiento triunfó de inmediato y sin apenas resistencia. Lo que me llegó de [a contienda fue el eco del miedo, pues de la guerra oí hablar muy poco, con medias palabras y verdades a medias, siempre en ocasiones especiales.. Parecía como que aquel conflicto atroz no hubiera ocurrido nunca, pero a poco que se hurgase asomaba la herida sin restañar bajo las vendas de silencio. No se concebía la guerra como una lucha que trastornó a un pueblo secularmente hambriento, condenado a la injusticia y a la desigualdad, y provocó dos millones de muertos, tampoco como la contienda en la que se jugó y se perdió la oportunidad de dar, al fin, la vuelta a las cosas e instaurar un nuevo orden. Para los campesinos gallegos España no representaba m~s que el concepto vago de un territorio desconocido del que
se formaba parte, sin duda, pero cuya referencia más próxima, Castilla, era la de la llanura asolada por el calor a la que se iba a segar en verano y Madrid, Barcelona y Valencia eran ciudades de repentina actualidad que anteriormente apenas se nombraban y resultaban mucho más remotas que La Habana, Montevideo o Buenos Aires. La guerra se viv,ió como un avatar sangriento y una irrupción de las fuerzas oscuras del destino, un acontecimiento dramático que se dirimía lejos y cuyas razones no estaban al alcance de cualquiera, pero los coletazos golpeaban también el mundo rura!l y alteraban la vida de las pequeñas comunidades campesinas, ancladas en la armonía de los ciclos naturales y en el transcurrrir anual de la matanza, la siembra y la cosecha, con sus propios ritos, su división del tiempo, sus trabajos y sus fiestas. Los conflictos sociales derivados de esa economía de autoabastecimiento se habían pil!liado mediante la emigración y ésta era, desde la segunda mitad del siglo anterior, una costumbre y una salida desesperada para los más desfavorecidos. Los que no encontraban pan en su tierra 10 iban a buscar a América porque, como sugirió Castelao, los gallegos no protestan ni se rebelan sino que emigran con mucha resignación. Con la guerra irrumpió la tragedia en la pacífica existencia de las aldeas y se rompió el equi!Iibrio. Fue el horror de las venganzas personales y de las persecuciones, la rapiña generalizada, el paso de los hombres de la resistencia -que sí sabían porqué 1uchaban- cuya presencia dejaba sin aliento a los que no
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entendían ni querían implicarse. «Ahí van los escapados», se decía y los fugitivos recorrían los caminos envueltos en un halo de temor y silenCio, mendigaban pan de maíz y tocino o lo exigían por la fuerza de las armas, tendían emboscadas, entraban en las tabernas para ajusticiar a algún traidor, perpetraban operaciones de castigo y se enfrentaban a la Guardia Civil en un juego que no finalizó cuando Franco declaró en Burgos que la guerra había terminado. y lo mejor era callarse ya que cualquiera podía caer, víctima de una delación, del rencor o de la simple imprudencia. Nadie se fiaba de nadie: éste tenía un enemigo falangista con el que había pleiteado en otros tiempos, áquel se había declarado partidario de la República y los maetros y curas afines al Movimiento obligaban a los labradores a dar periódicos paseos con el brazo en alto a lo largo de las carreteras, y celebraban las victorias de los nacionales con tañido de campanas y actos religiosos de asistencia prácticamente obligatoria. El que no se adhería a esas celebraciones corría el peligro de convertirse en sospechoso. Se produjo un asombroso cambio de papeles en la escala social y las hijas de familia de Ferrol o La Coruña descendían a las aldeas, allí donde hasta entonces sólo habitaban .Jos ignorantes que no sabían hablar, puesto que no conocían más lengua que la propia, y se ofrecían como criadas a cambio de una taza de caldo.
La guerra también estaba allí y su trascedencia era la del drama personal: la noticia del mozo en el frente, el vecino ajusticiado en el cementerio, la madre muerta y torturada porque su hijo está en el monte y no quiere entregarse ya que nació libre y libre quiere vivir y antes que preso se quiere muerto. En Cedeira, un cercano pueblo de peslos nac~Qnales convirtieron el
~dores,
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Arenarl en un campo de concentración que llenaron de jóvenes asturianos a los que enterraban en la misma playa y era tanta Ja sangre que brotaba de la arena y subía a la superficie que fue ensuciando aquella orilla blanca y reluciente. Los gritos de los muertos y torturados llegaban hasta la villa y mantenían en vilo a las gentes, con el a·l ma en un puño y la garganta seca. Por eso nadie hablaba, Los campesinos enmudecieron y permanecieron mudos durante años y cuando oí hablar de la guerra no fue su eco 10 que me llegó sino palabras avergonzadas que yo entresacaba de ·las conversaciones, relatos incoherentes que describían sucesos brutales, y esto muy de tarde en tarde, en momentos de euforia, cuando el narrador había bebido en exceso o cuando mi abuelo, movido por el resentimiento, me contaba como los guardias lo obligaron a perseguir a Santalla, su primo, y andando escasos de arrmas, le dieron una falsa pistola de madera con la que protegerse, pero era tanto su miedo que hasta después de apresado el rebelde no supo el peligro que había corrido ni se apercibió del engaño. Por todo esto y también por razones sentimentales e ideológicas, no podía dejar de lado la guerra civ.ill. cuando escribí «El cinturón traído de Cuba». Quise romper fa conspiración del silencio y también ejemplarizar algunas de las actitudes más definidas, tanto la del asesino sin escrúpulos que al fin encuentra 1a oportunidad de dar rienda suelta a su instinto, como la del hombre acorralado y perseguido que da lugar a una leyenda .Y a una épica solitaria. Ejempllarizar también la ecuanimidad del cura y de su amigo, los cuales, en medio de tanta barbarie, conservaron el temple y el desenfado suficiente como para seguir jugando a las cartas todas las noches de Dios y, ante la imposibilidad de cuarlquier otra acción, esperar así que la tormenta escampase y se aplacase la ira que recorría los campos y los bosques.
CRONICA DE UNAS JORNADAS
EN LA CURVATURA DEL ESPACIO-TIEMPO GREGORIO MORALES VILLENA
Las investigaciones más recientes de la física cuántica han aventurado la hipótesis de que, al estar la curvatura del espacio-tiempo y su propia estructura sometidos a fluctuaciones, es, por tanto, posible que el orden de los sucesos en el universo y el sentido de pasado y futuro sean susceptibles de cambio. Introduciendo determinadas perturbaciones en el tiempo-espacio, una persona podría ser absorbida hacia el pasado o hacia el futuro. Pero lo que es todavía más increíble: Esa misma persona podría establecer una serie de señales más rápidas que la luz -lo que, según la nueva teoría, es factible- y transmitirlas desde el futuro a su propio -pasado, o viceversa. Como si fuera esa persona, inmerso en ese tiempo-espacio fluctuante, me he sentido yo preparando y llevando a cabo el presente ciclo de conferencias Oa mayoría de las cuales se ofrecen en este número monográfico). Cuando era niño y adolescente, la guerra civil me parecía algo vago, lejanísimo, que no tenía ya nada que ver con la existencia y los hombres que veía por la calle. Conforme fui creciendo, su conocimiento se hizo evidentemente mayor, pero la lejanía no dejó de aumentar. Tan sólo de vez en cuando, melodías, fotos, conversaciones, películas, me traían reminiscencias, sen~idas intuiciones de aquel
horror, y de aquel bullir de vida y de intensidad, pues nunca es tan plena la existencia como en los momentos de desgracia, cuando la vida se halla cercada por la amenaza de la sangre y el expolio. Pero eran sólo fragmentarios -atisbos, intensas pero breves empatías. Más ahora, sólo ahora, con ocasión de estas conferencias, es cuando he sentido plenamente el vértigo de viajar por los recovecos de aquel tiempo, habitando en una bruma donde pasado, presente -¿y tal vez futuro?- se fundían. Eso ocurrió más que nunca el 17 de abril de 1986. Participaban aquel día en el coloquio Eduardo de Guzmán y Ernesto Giménez Caballero. Casi cincuenta ruños atrás, en el campo de concentración de la Albatera, en Alicante, se hacinaban cientos de presos republicanos que, aguardando ,los barcos que los conducirían a Francia, habían sido sorprendidos por las tropas italianas. Eduardo de Guzmán estaba entre ellos. Un día de los muchos que hubo de pasar allí, Ernesto Giménez Caballero visitó el campo. Vestía de falangista, portaba un látigo, y lo rodeaban un grupo de individuos que, con 5US armas, apuntaban a los presos. Por la fuerza, hubieron de oír la arenga de Giménez Caballero:
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- ... Vosotros ya no sois hombres. Sois informes masas al servicio del Caudillo .... y e! 17 de abril de 1986, los dos hombres se encontraban en la misma mesa, frente al auditorio. Ninguno había abdicado un ápice de sus ideas. -Nosotros ganamos la guerra -dijo Giménez Caballero-, pero perdimos la postguerra. y también: -El tiempó ha pasado, y todo es distinto ya. Como prueba de ello, dos hombres nos encontramos hoy aquí: Yo, vencedor; él, vencido... Poco antes, en las presentaciones, mientras ambos se estrechaban la mano, le había dicho Eduardo de Guzmán: -No sé si se acordará de mí... Nos encontramos en el campo de la Albatera ... De esta forma, me hallé -de la misma manera que muchos de los asistentes- ante algo iniciado cuando yo aún no había nacido. El tiempo se trastocaba, chirriaba, y, en una especie de temblor, todo parecía fundirse, y la guerra estaba más próxima, más cercana que nunca. No se habían cerrado las heridas, el recuerdo permanecía perenne ... Algo semejante, aunque más ca~mo, ocurrió en el coloquio general que se llevó a cabo en el Círculo de Bellas Artes. Aquel día, el público participó casi o más que los escritores y ponentes invitados. Y en las intervenciones, nuevamente estaba la guerra civil, vívida, hecha sangre y piel, nombrada como cuando en una tertulia se habla de hechos recientes y aún humeantes ... y la literatura estuvo en las entrañas de todo esto. La acuciante literatura del momento, y la inmediatamente anterior o posterior. Se dieron respuestas o quedaron planteadas, cuestiones como: ¿Por qué crecieron y cómo influyerc:1 en la gente las formas poéticas populares? ¿Qué producción literaria concreta hubo? ¿Cómo condicionó la represión culturai
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de ambos bandos? ¿Cuáles fueron las teorías culturales en cada caso? ¿Cómo enfocan los escritores la guerra en sus obras concretas? ¿Qué sintieron los niños que después serían escritores? Los conferenciantes se adentraron en el canal de fuego donde, a través de las llamas y de la pasión, trataron de vislumbrar las líneas, las formas y los contenidos que la literatura desarrolló durante la tragedia. Estos fueron, además de los citados, los argonautas, y ésta fue su labor: Migue! García Posada rastreó en la literatura popular. Leopoldo de Luis habló de ella como quien la ha vivido y, a la par, la conoce y reflexiona. Auro: ra de Albornoz animó un interesantísimo coloquio sobre Juan Ramón Jiménez. José Luis Moreno-Ruiz reivindicó algunos escritores de la época. Andrés Sorel fue radicalmente imparcial y seductor. Manuel Andújar estuvo lejano, viéndolo todo casi a vista de páJaro. Pepe Esteban marchó a las raíces de la guerra. Gonzalo Santonja .ofreció datos iluminadores. Rafael Conte hizo fluir el torrente de la memoria. Gregorio Gallego fue terriblemente, dolorosamente autobiográfico. José Fernández Castro, literario. Dolores Medio, lúcida, intimista, lírica y tangible. Santos Sanz Villanueva, entre erudito y contertulio. Jesús Fernández Santos, distinguido y estudiantil. Juan García Hortelano y Antonio Ferres, evocadores cinematográficos de un Madrid en guerra, lleno de sorpresas para los niños ... Pero no podía faHar el eco de la gue· rra, y un joven estudioso -Fernando Valls-, y dos jóvenes narradores que la han tratado en su obra -Julio Llamazares y Pilar Ci brei ro-, expusieron sus puntos de vista. Y allí se vio que la guerra civil ya no era herida, ya no era bando o facción, sino mitología. Los jóvenes escritores se acercaban a ella como a un tiempo donde todos los límites se
transgreden, ideal por tanto para situar la grandeza y miseria totales del ser humano, o para reflexionar sobre las fabulaciones que marcaron la niñez... En resumidas cuentas, todos, conferenciantes y público, nos deslizamos conscientemente por la curvatura del tiempo, para volver a sentir de nuevo una época problemática y convulsa. E inmersos en ese pasado, envíamos señales al futuro, a nuestro presente: la literatura no crece ni prospera con <la guerra, lejos de lo ~ue creía Marinetti. La literatura es fruto de la contemplación, de la lentitud, del silencio. Y la lucha, el combate, el asesinato, se metamorfosean en el escritor por la ironía, el análisis, el humor o el sarcasmo. Pero sólo cuando las palabras fallan, cuando el escritor no es capaz de usar con maestría su arma, es cuando, furioso e impotente, siente la necesidad de lanzarse a las otras y más mortíferas
armas, ¡Cuántos suplieron sus carencias literarias de esta forma! ¡Y a cuántos, que no las tenían, arrastraron! Mas vueltos de aquel caos y de aquel delirio, hoy sabemos que hay que marchar al margen de la demagogia, por el camino de la soledad y de la exigencia a uno mismo. Sólo así fructifica la literatura. Por eso, ahora, yo quiero creer que también tomé parte en la contienda, pero que, caído en uno de los <(agusanamientos» del espacio-tiempo, pude envían señales al que iba a ser, es decir, al que soy ahora, para hacerle conocer justamente todo eso, es decir, que la literatura no es un arma de combate y que, sólo en la paz, puede dejar de ser ingenua para llevar a las conciencias la verdadera y deseable guerra, la compleja guerra que no mata ni induce a matar, sino que agita, ilumina y conmueve. La guerra en que vive la imaginación con las fértiles llamas del texto escrito.
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INDICE DE GRABADOS Págs. José Solana. Bombardeo
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Santiago de Compostela, 1938
.oo
.oo
3
José Bergamln
7
Emilio Prados
Dr. Vallejo Nágera: sonrlsa de un inquisidor
oo.
8
...
11
Georges Bernanos Rosario del Olmo, Manuel Altolaguirre, Margarita Nelken, S. Tavlski, Ana Seghers, Egon Erwin, Rafael Alberti, F. Kelin, M.a Teresa León, José Bergamln, en el 11 Congreso de Intelectuales antifascistas oo ' César Vallejo, Ramón J. Sender, Romain Rolland ' " oo. oo. oo . oo .
14 15
Juan Gil Albert, por Ramón Gaya.
17
Garcla Lorca y cartel para Misiones Pedagógicas oo. 'oo . oo oo . oo . . . . Stephen Spender y Nancy Cunard
Films: Castilla se liberta, Barrios bajos, con José Telmo y Rosita de Cabo y En busca de una canción , con Luchy Soto ... ... ...
oo .
oo .
oo.
Juan Miguel Romá y Nicolás Gulllén.
55
César Vallejo por Picasso
61
Pablo Neruda
63
oo,
...
oo,
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Rafael Albertl ... ...
oo ,
Miguel' Hernández
...
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Angel Mar·la de Lera oo,
65 69 73
.oo
75
.oo
oo,
79
...
81
20
José María Pemán
82
Victori~ ~acho:
21
23
Aleixandre, Cernuda, Lorca
28
Rafael Alberti: recital en el frente.
31
Antonio Machado
32
Taller de trabajo de la Alianza
33
140
43
18
27
oo.
Hora de España ..• ...
Luis Rosales, Agustfn de Foxá, José María Alfaro, Leopoldo Panero y Antonio de Zubiarre .oo
El éxodo
'oo
42
80
24
oo.
Manuel Altolagulrre ...
Ernesto Glménez Caballero, centro, en Italia .oo oo. ' " . . . . . . . . . . oo
Films, Tierra de España, Ernest Hemlngway y Joris Ivens, y Por quién doblan las campanas, 1. Bergman y Gary Cooper ... oo.
41
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Dionisio Ridruejo 16
W. H. Auden y Max Aub y André Malraux 'oo oo . oo. oo . oo • • oo . oo
39
'oo
Rafael Garcla Serrano
Hora de España y diseño de SanUago Ontañón para "La tragedia optimista", El Mono Azul...
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Págs.
rra CIVil
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alegorla de la gueoo ,
86
Retrato de Rafael Dieste por Arturo Souto y Luis Cernuda oo' oo.
87
José Solana. Bombardeo
89
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La defensa de Madrid. ComisarIa Geoo • • oo. neral de Propaganda 'oo
91
La insurrección de Oviedo
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95
Horacio Ferrer: Madre Tierra
101
L~ón
Felipe. Parque' de Chapultepec, México, Monumento de Julián Martlnez oo . oo. oo. oo • • oo o o . . . .
127
Ernest Hemingway y Lilian Hellman, André Malraux, Georges Bernanos y George Orwell oo' oo ' oo . . . .
134
e
-----------u ----------República de las Letras
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ANDRES SOR EL REDACCION
DE LA ASOCIACION COLEGIAL DE ESCRITORES DE ESPAf'JA
RAUl GUERRA GARRIDO
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