Etnografías de cuarentena

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Diez miradas sobre la cuarentena en nuestra región por les estudiantes de Antropología Estos textos son algunos de los trabajos producidos por estudiantes de Tercer año de la carrera de Comunicación Social de nuestra Facultad durante el primer cuatrimestre de 2020 en el marco del cursado de la cátedra Antropología. A diferencia de lo que venimos proponiendo desde años anteriores -un modesto trabajo de investigación de campo etnográfico a propósito de la alteridad cultural en alguna de sus formas-, este año el contexto de la cuarentena declarada a propósito de la pandemia de COVID 19 y la obligada permanencia en casa obligó a una redefinición. Al equipo de cátedra nos pareció entonces que, en estas circunstancias, lo más valioso que tiene para aportar la antropología es la posibilidad de mirar lo cotidiano desde una perspectiva diferente: intentando desnaturalizar lo que, justamente por cotidiano, se torna invisible y mostrar la diversidad de modos en que una misma circunstancia puede ser vivida. En este caso, lo cotidiano es la propia cuarentena. Y la propuesta fue que observaran minuciosamente su barrio, su cuadra, su pueblo, sus vecinos, su vida cotidiana como si fuera la primera vez, para intentar encontrar los detalles que hablan de la existencia de cierta especificidad cultural sobre la cual intentamos reflexionar. Bajo esa consigna, este grupo de jóvenes logró producir unos textos que, en conjunto, constituyen la posibilidad de recorrer cómo en distintos puntos de nuestra región fueron vividos los primeros meses de la cuarentena, de una manera que sólo la sensibilidad etnográfica de la antropología puede registrar y convertir en fuente de conocimiento. Nos pareció interesante organizar esta publicación para que las y los lectores puedan recorrer, junto a quienes los escribieron, la experiencia de la pandemia en las calles de Paraná, Crespo, Villaguay, Concordia, Santa Fe y Buenos Aires, como así también las de algunos de sus barrios más emblemáticos como Anacleto Medina. ¡Ojalá los disfruten como lo hicimos nosotres! Equipo de cátedra Antropología: Dra. Patricia Fasano, Lic. Marcelo Bechara, Dra. Paola Barzola. Colaboran: Bautista Veaute, Lic. Ana Lucía Vergara, Dra. Eloísa García y Valentina Matzkin. Diseño y edición: Evelyn Ríos - Fiorella Caballero (en el marco de la beca de formación de recursos humanos del Área de Comunicación Institucional)


Listado de textos 1. Un viaje dentro y fuera del aislamiento | Por Stefanía de la Fuente 2. Nuevas prácticas, ¿nueva contidianidad? | Por Alexandro Valentini 3. La ciudad, ¿empieza, continúa o termina en Boulevard? | Por Rocío Nadin Rossi

4. Villaguay en época de ASPOA (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio Ausente) | Por Ailén Abril Roude

5. A más de cinco meses del confinamiento en Argentina: La fisonomía del barrio Anacleto Medina y la mirada hacia los sectores más vulnerables | Por Tiago Romero

6. Resignificar las prácticas | Por Jimena Migueles 7. La pandemia en el barrio Villa Sarmiento | Por Andrés Valentín Vince 8. Desnaturalizando un día | Por Joaquín Esquivel 9. Al gigante le tocó dormir la siesta | Por Gastón Guillaume 10. Socialización en tiempos de cambio | Por Catalina Iriarte


Un viaje dentro y fuera del aislamiento Por Stefanía de la Fuente

Vivo a dos cuadras de la terminal de ómnibus. Mi departamento es parte de un edificio de 8 pisos en el que hay 32 viviendas, donde gran número de sus habitantes entran en la categoría de “grupo de riesgo” debido a su edad. Podría dividir los relatos entre dos lugares habitados de maneras completamente diferentes y que construyen la distinción entre un “adentro” y un “afuera”: el edificio en el que vivo y mi barrio. Cotidianamente, y en un contexto de “normalidad”, los ascensores del edificio comienzan a moverse a partir de las 6:30 y el sonido que genera el metal pesado corriendo por cada uno de los pisos suele despertarme, aunque rápidamente reconozco de donde proviene y vuelvo a dormirme hasta que la vecina, pared de por medio, levanta su persiana dando comienzo al día. El encargado del edificio recorre cada piso con el fin de limpiar los espacios comunes y repartir, puerta por puerta, las facturas


de los servicios que hayan llegado al buzón de correos que todos los departamentos tenemos en común. A veces se detiene a hablar con alguna de las señoras que vive en el mismo piso que yo; lo sé porque lo hace desde el pasillo y con la voz elevada para que ellas logren escucharlo. Después, rara vez lo vuelvo a cruzar. Cuando baja el sol, la señora mayor que vive en el otro departamento vecino recibe a la chica que la acompaña por las noches. Ella siempre toca el timbre de la misma manera y es reiterado el ritual de escuchar la reja de su casa abrirse, los pies arrastrados por el piso, el sonido del ascensor y, posteriormente, la charla entre las dos antes de volver a su vivienda. Por el balcón de mi casa puedo ver el tránsito de Avenida Ramírez. En la avenida pasan cientos de autos, motos, colectivos urbanos y de larga distancia, patrulleros, bomberos, festejos y reclamos, todos los días desde antes que sale el Sol hasta mucho después de que éste se esconde. Todo ese movimiento hace que el ruido del ambiente sea el BRRRRR de las ruedas contra el asfalto; sonido que sólo advierto cuando quiero concentrarme en la música o, como ahora, cuando falta. A unos metros de la esquina se encuentra el Club Deportivo y Recreativo Palma Juniors, una institución fundada en febrero de 1932 que ha centrado sus actividades en el boxeo y donde, casi todos los viernes o domingos, se hacen bingos y se llena de autos la cuadra. Algunas noches de fin de semana también es utilizado como salón de fiestas familiares por las que los vecinos escuchamos desde festejos hasta peleas. Pero hay algo que siempre caracteriza al Palma: los señores sentados en reposeras sobre la vereda. A veces los veo jugando a las cartas, pero la gran mayoría solo están ahí, sin siquiera conversar entre ellos, mirando al barrio pasar. A “los viejitos del Palma”, me permito decirles, solamente los corre la lluvia y no para irse, sino para ponerse bajo techo. El aislamiento social, preventivo y obligatorio que decretó el Gobierno Nacional, como resultado de la pandemia por Covid-19, generó cambios en los movimientos cotidianos tanto del adentro


como del afuera en mi barrio. En el edificio, los ascensores no comenzaban a moverse tan temprano por la mañana y el ruido de los autos sobre el asfalto desapareció durante semanas, cosa que debo decir que me sorprendía gratamente porque después del mediodía el tránsito casi desaparecía. El encargado dejó de venir y en el ascensor, que funciona como el pizarrón de las escuelas donde se pone la información que deberían leer todos, pegaron un cartel que recordaba que a partir de ese momento debíamos ponernos de acuerdo, piso por piso, sobre quién sería la persona encargada de mantener limpios los espacios comunes. Algunos días más tarde un vecino del 4to pegó un cartel con el propósito de ofrecerse como encargado de las compras de aquellas personas que no pudieran salir por tener algún tipo de riesgo. En la nota, escribía su número de celular, los días y los horarios en los que pensaba moverse y agradecía a quienes lo ayudaron a conseguir cochera un tiempo antes. A él se le sumó otra vecina que ofreció ayuda psicológica y también dejó sus datos para que pudieran encontrarla en su casa. Alguien, contentx con las propuestas respondió “gracias amiga” y dibujó “P y G”, las iniciales de quienes firmaban antes, envuel-


tas en corazones. Escudada en el anonimato, a este grupo de vecinxs se le sumó otra persona que con tinta turquesa, color imposible de pasar desapercibido, escribió “JA JA, justo” señalando el mensaje de quien ofrecía atención psicológica. Desconozco la relación que tendrán estas personas, si hace mucho tiempo viven en este edificio o si hay algún tipo de tensión en su vínculo; lo cierto es que en mí generó incomodidad, la sensación de presenciar una pelea en WhatsApp (porque este cartel estaba funcionando como un chat) donde yo no tenía nada que ver pero que de igual forma caldeaba el ambiente, lo ponía tenso. No hubo más respuestas a este último mensaje y, aunque al cartel lo pegaron inmediatamente después del decreto de aislamiento (es decir, hace ya más de tres meses) sigue en el ascensor paseando piso por piso. Siempre me fijo si hay una nueva intervención.

¿Un mal viaje? Como en pleno aislamiento la mayoría de las salidas de mi casa tenían que ver con hacer compras, me detuve en una conversación que tenía la chica que esperaba delante mío. Ella ya estaba sobre la puerta, esperando que el cliente anterior saliera para poder entrar. Mientras tanto, grababa audios que recitaba haciendo un esfuerzo porque se le entendiera algo de lo que quería decir, con la voz comprimida dentro del barbijo azul. En uno de ellos la chica dijo que “todo esto” le parecía un “mal viaje”. ¿Qué era “todo esto” que no podía nombrar? Busqué una definición de “malviajarse”, que es una expresión que escucho frecuentemente como forma de decir que una situación generó ansiedad o miedo. Efectivamente, la expresión se utiliza con esa definición pero en un contexto que tiene que ver con drogas alucinógenas: “Bad trip (literalmente «mal viaje» en inglés) es un término que designa una experiencia inquietante, por lo general asociada al uso de una droga psicodélica. El mal viaje puede


hacer que el sujeto se sienta abrumado por la desconexión causada por el alucinógeno y hacerle temer que vira hacia la locura, o que no regresará nunca a la realidad. Especialistas que utilizan los alucinógenos como terapia no consideran que las experiencias desagradables sean necesariamente amenazantes o negativas, hacen hincapié en su potencial de ser altamente beneficiosas para el usuario al ser debidamente resueltas.” La utilización de la frase me acercó a Esteban Krotz, quien dice que una forma del contacto cultural como lugar de la pregunta antropológica que se da en términos cronológicos es el viaje. Suma a esto que llamar al viaje una forma de contacto entre sociedades y civilizaciones implica que siempre viajeros concretos son los medios de este contacto y también la posibilidad del acostumbramiento a lo que primero resulta desacostumbrado, de la aceptación de lo que hasta entonces era desconocido; incluso puede darse el caso de estar finalmente extrañado ante lo que alguna vez había sido familiar. Acabo de darme cuenta de la sensación de viaje en el tiempo que me invade. Lo que era ayer, que ya no es hoy y que no sé cómo va a ser mañana. Esa pregunta por las condiciones de posibilidad y límites, por las transformaciones que implica una pregunta por el futuro y su sentido. Para el viajero, dice Krotz, las situaciones del contacto cultural pueden convertirse en lugar para la ampliación y profundización del conocimiento sobre sí mismo y sobre su patria-matria como resultado de la actuación humana, o sea, siempre también de su propia actuación. Después de un cierto tiempo la patria-matria ha cambiado y el regreso se convierte en un nuevo inicio bajo condiciones modificadas. Desnaturalizar es poner en evidencia que aquello que entendía como normal es profundamente cultural y deviene de compromisos sociales. Como demuestra Denys Cuche, la cultura permite concebir la unidad del hombre en la diversidad de sus modos de vida y de creencias con el énfasis puesto, según el investigador,


en la unidad o en la diversidad. Y desnaturalizar todo eso que he aprendido me permite entender, además, que “la cultura es un sistema ordenado de significados y símbolos […] en cuyos términos los individuos definen su mundo, expresan sus sentimientos y emiten juicios”, tal como lo define Clifford Geertz. Distintas formas de habitar el mundo y entenderlo, desde la diversidad que nos define. Decía que debido al distanciamiento social y el uso de tapabocas en el supermercado nadie habla con nadie, los lugares comunes se volvieron “archipiélago innumerable de individuos” (Le Breton, 2020). También sucede en la calle, que está extrañamente silenciosa. En una sociedad completamente acostumbrada a hablar con un grito de por medio mientras te vas alejando de la otra persona en la vereda, de llevar el mate a los espacios comunes de estudio, trabajo, esparcimiento e incluso compras, las costumbres se modificaron. Mientras camino veo algunas personas con el tapabocas en el cuello, otras sosteniéndolo con la mano en la boca y otras tantas que sólo se lo ponen al momento de ingresar a un lugar cerrado. Me enojaba un poco aquello que para mí tiene que ver con una profunda irresponsabilidad social que se demuestra, en casos como éste, en el hecho de que mejorar o empeorar una situación depende de una respuesta colectiva. Me di cuenta que estaba mirando lo que pasaba sólo desde mi punto de vista y por eso me costaba tanto entender la actitud de los demás, mirando desde mi etnocentrismo, y que tenía que pensar justamente en lo que describe “lo social” como cuidado colectivo. En el texto de sanción del Decreto de Necesidad y Urgencia dice que proteger la salud pública “constituye una obligación inalienable del Estado Nacional” y es aquí donde entra en juego la responsabilidad a la que no estamos acostumbrados: la responsabilidad social, aquella que nos desdibuja como individuos que van y vienen por el mismo camino sin pisar el espacio ajeno y nos devuelve a sabernos parte de un grupo social.


“Necesitamos confiar que el otro está realizando lo mismo que yo, que estamos realizando prácticas sociales coordinadas y que esa coordinación es una forma de cooperación, de cuidado colectivo”, como escribe Dhan Zunino Singh, autor de “Es distanciamiento físico, no social. Ideas-Fuerzas sobre la proximidad” (Revista Bordes, 2020), porque no hablamos sólo de salud sino de economía, de estructuras sociales, de políticas públicas; de todo lo que engloba ser parte de una sociedad. Incluso entender como irresponsables a otras personas por no pensar en el cuidado o no tener el cuidado que yo tengo y pienso es “fabricar una alteridad” desde mi etnocentrismo, elevando a la categoría de universal todos aquellos acuerdos, creencias, valores, costumbres, enseñanzas y vivencias que me construyen a mí en torno a la comunidad de la que soy parte. ¿Pero qué cosas, de las que me parecen tan reprochables, están en realidad para


movilizarnos los sentidos, las significaciones, las formas de ver el mundo? ¿Qué de todo aquello es parte de mi propia cultura y nos convierte en nosotros, porque “nos/otros es un lugar construido para pensar. Comprender al otro, se reconocería después, es una condición necesaria para entendernos a nosotros mismos” (Grimson; 2011. p11)? La pandemia no sólo conlleva cambios en términos de salud sino también culturales, en los hábitos que no son familiares, porque somos portadores de una cultura en la que están fuertemente arraigados el beso en la mejilla, el apretón de manos, el abrazo, el mate compartido como parte de la estructura de comunicación, del universo simbólico que habitamos y que ahora está en un viaje hacia una nueva construcción de sentidos y costumbres. La definición de convivir que el diccionario nos acerca es la de “vivir o habitar con otros en un mismo lugar” mientras que etimológicamente también se significa en el “vivir con otros”. Ahora bien, este tecnicismo nos permite preguntarnos ¿Cómo convivimos si debemos respetar una medida que nos llama a aislarnos?, ¿la única manera de convivir es cuerpo a cuerpo?. “Barba”, un humorista gráfico que ilustra para el Periódico Pausa (Santa Fe), dibujó algunas de esas nuevas experiencias de resignificación a las que el COVID-19 nos enfrenta para repensar las prácticas, las relaciones sociales y los modos de habitar este mundo social, económica, incluso medioambientalmente. Este “viaje en el tiempo” no permite modificar el pasado pero sí analizar los entramados socioculturales que han posibilitado la propagación de un virus de manera mundial, y quizás esto implique la modificación de ciertos rituales y gestos cotidianos, sin privarnos de aquello que nos caracteriza humanos: la vida social y la vida en comunidad. ¿Crearemos nuevas formas de comunicación?, ¿Cuáles serán nuestros rituales? “Las experiencias desagradables no son necesariamente amenazantes o negativas, tienen el potencial de ser altamente beneficiosas al ser debidamente resueltas.”, decía la definición de mal viaje. Darío Sztajnszrajber habla de separar el acontecimiento que


significa la pandemia del que implica la cuarentena como dispositivo, cargado de significados y narrativas construidas en torno al discurso bélico, una de ellas es la que entiende al otro como agente de contagio y que vuelve al cuerpo el lugar de la amenaza. “Más que nunca el cuerpo es el lugar de la amenaza, es importante sellarlo, clausurarlo, por medio de los ‘protocolos de barrera’, tan adecuadamente nominados.” (Le Breton, 2020). Cuando pienso en esto, retomo dos cuestiones que creo fundamentales: uno de los resultados más importantes de las políticas dictatoriales y neoliberales en América Latina fue instalar el individualismo y la meritocracia como únicas formas de “desarrollo”. La colonización cultural, de la que habla Dussel, nos hizo creer que para aspirar a más debíamos imitar a las naciones más “desarrolladas”, con mayor “crecimiento”, y aprendimos a nombrar el “PBI”, a pensar nuestros gastos en dólares, a comprar en el exterior y a soñar con “ser como” y “no ser como”. La desconfianza en el Estado es otro de sus logros, todo lo que sea estatal es de menor calidad y destinado a aquellos “nadies” de los que habla Eduardo Galeano. A aquellos que según este pensamiento no se esfuerzan lo suficiente para obtener logros. Entre las narrativas de la dictadura, en nuestro país, está la de “enemigo invisible” y un cierto espíritu de vigilancia que aún en democracia está vigente y se puso en la mesa con la posibilidad de denunciar a aquellas personas que burlaran la cuarentena obligatoria. Pues bien, entiendo ahora por qué me generaba tanta extrañeza e incomodidad esta sensación de silencio en la calle, de silencio en el supermercado, de falta de abrazo, mate y beso en la mejilla. Me lanzo a pensar que tiene que ver con ese “enemigo invisible” que otra vez se construyó; esos cuerpos que, aunque no lo sepamos, pueden ser “portadores” de un virus que vienen a depositar en nosotros. La instalación del desencuentro del vínculo, la negación del otro como parte de mi misma comunidad, la construcción de la extrañeza a la que podemos señalar, una vez más. Esta construcción es alentada por la infodemia, es decir, las noticias falsas, maliciosas o extremistas que aumentan el pánico,


alimentan la angustia y promueven conductas segregatorias. Sumado, además, a la centralización de la información en Buenos Aires, provincia con gran cantidad de casos Covid-19 positivos.

El miedo también viaja Leyendo a George Duby en su texto Año 1000, Año 2000. La huella de nuestros miedos entendí que el miedo también “malviaja” a lo largo de nuestra historia. Él habla de la peste negra, la lepra y el sida, epidemias que han generado temor en el mundo y que también han despertado actitudes que se comparten con ésta que ahora nos toma por sorpresa. Dice que en plena desesperación por el miedo que genera esa enfermedad de la que no tenemos control, lo primero que se hace es buscar responsables y víctimas, una contraposición entre culpables e inocentes que desencadena violencia ante aquellos que parecen ser instrumentos del virus. Como la lepra, el COVID-19 se propaga de modo equitativo en términos de status social y es por esto que las decisiones políticas en los distintos eslabones de gobierno han sido que muchas ciudades se replieguen, se clausuren y eviten la llegada de “extraños” que traen consigo la enfermedad. “Los miedos de hoy son los miedos de antaño”, afirma Duby. Me pregunto si hay cierta memoria biológica del miedo o es parte de la propia construcción social, mundial, de conflicto constante, de la guerra entre las formas “mejores” y “peores” que tenemos de considerar el habitar este mundo y, sobre todo, una marca que dejan aquellos que tienen el poder de determinar cuál de esas formas es más válida que otra. Marcos de guerra. Las vidas lloradas de Judith Butler explica esto que intento desandar: “Si queremos ampliar las reivindicaciones sociales y políticas respecto a los derechos a la protección, la persistencia y la prosperidad, antes tenemos que apoyarnos en una nueva ontología corporal que implique repensar la precariedad, la


vulnerabilidad, la dañabilidad, la interdependencia, la exposición, la persistencia corporal, el deseo, el trabajo, las reivindicaciones respecto al lenguaje y a la pertenencia social”. “ El ‘ser’ del cuerpo al que se refiere esta ontología es un ser que siempre está entregado a otros: a normas, a organizaciones sociales y políticas que se han desarrollado históricamente con el fin de maximizar la precariedad para unos y de minimizarla para otros.” (Butler, 2009. Pp 15) Butler dice que en las sociedades se marcan unas vidas como más vivibles y más dignas que otras. Y si unas células, unos tejidos, deben protegerse de su destrucción y otros no, ¿quiere decir que algunas vidas son más dignas de protección que otras?, ¿quién y sobre qué base se toma esa decisión?, ¿cómo se define entonces lo humano?.

Sostén colectivo Hay un ejercicio muy recurrente en encuentros o talleres que tienen a la comunidad y lo comunitario como eje central: consiste en que cada persona presente se ponga una al lado de la otra y forme un gran círculo. Luego, una de ellas comenzará a tejer una red a partir de lanzar un ovillo de lana a otra, que puede estar en un lugar completamente alejado y opuesto. Así, cada participante compartirá esa lana con otro y sostendrá la sección que le haya tocado hasta que, como trabajan las arañas, se forme una red de contención. Una línea que acerque a aquellos que están diametralmente opuestos. Duby dice que las pestes continúan a través de los años en estado endémico, es decir, aparecen sistemáticamente, de manera regular y sin variaciones apreciables, lo cual permite generar anticuerpos para resistirla. Y declara algo que no quiero dejar pasar: “en cada intermedio la vida recupera su belleza”. Para resistir a esos barbijos mentales que pueden empezar a construirse nuevamente si nos sobrepasa la salvación individual, es necesario el sostén social, la red que contiene a todas las vidas por igual, que nos dibuja colectivamente. Es por eso que la acción


colectiva debe ser de distanciamiento físico pero no de distanciamiento social, porque incluso en la más vívida soledad hay un “otro” por el que entendés que no estás solx. Es necesario, entonces, el vecino que canta todas las tardes aunque sus canciones sean siempre las mismas y es necesario el señor del Club Palma observando el barrio sin intervenir en lo absoluto. Entonces las modificaciones que implica la pandemia no tienen que ver sólo con adecuar las prácticas culturales y los vínculos sociales, o pensar en cómo y cuándo tomar mate. Tal vez, logremos entender que ese “otro” al que vemos tan diferente por prejuicios que nos han impuesto años de individualismo, comparte algo que va mucho más allá de construcciones sociales y que tiene que ver con lo humano.


Bibliografía BUTLER, Judith. Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Paidós, 2009 CUCHE, Denys. La noción de cultura en las Ciencias Sociales. Buenos Aires: Nueva Visión, 2007 DUBY, Georges. Año 1000, Año 2000. La huella de nuestros miedos. Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995 DUSSEL, Enrique. 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del “mito de la modernidad” Plural Editores, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación – UMSA. La Paz, 1994. Enciclopedia Wikipedia. Definición de “bad trip” (mal viaje) [Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/Bad_trip] GRIMSON A. Los límites de la cultura. Crítica a las teorías de la identidad. Ed. Siglo veintiuno. 2011. GRIMSON A., MERENSON S., NOEL G. Antropología ahora. Debates sobre la alteridad. Ed. Siglo veintiuno, 2011 LE BRETON, David. Una ruptura antropológica importante. Publicado en Lobo Suelto, 1 de abril 2020 [Disponible en: http://lobosuelto.com/una-ruptura-antropologica-importante-david-le-breton/ ] TÉLAM. Infodemia: la epidemia informativa de la pandemia. [Disponible en: https://www.telam.com.ar/infodemia/ ] ZUNINO SINGH, Dhan. Es distanciamiento físico, no social. Ideas-Fuerzas sobre la proximidad Revista Bordes, 2020. [Disponible en: https://revistabordes.unpaz.edu.ar/es-distanciamiento-fisico-no-social-ideas-fuerzas-sobre-la-proximidad/ ] Organización Panamericana de la Salud Entender la infode-


mia y la desinformaciรณn en la lucha contra el COVID-19 [Disponible en: https://www.paho.org/es/documentos/entender-infodemia-desinformacion-lucha-contra-covid-19 ]


Nuevas prácticas, ¿nueva contidianidad? Por Alexandro Valentini

La ciudad de Santa Fe (1) no es la misma desde que empezó la cuarentena el 20 de marzo. Ya no se escuchan los bocinazos, el ruido de los autos, el simple murmullo de personas hablando mientras salen a caminar o las rueditas de las mochilas de los niños arrastrándose por la vereda cuando van y vuelven de la escuela. Ya no se ve a la gente paseando relajada por el centro, a los deportistas corriendo la vuelta a manzana para completar la rutina del gimnasio o a los comercios atestados de gente en los horarios pico. La ciudad no es la misma, pero mi barrio tampoco lo es, está más


tranquilo y silencioso desde que se decretó el aislamiento. Al principio, las calles estaban desiertas y la mayoría de los locales cerrados; sólo abría la despensa de la esquina, la farmacia que queda a la vuelta de casa y el supermercado que se halla a dos cuadras; negocios denominados, como dicen en los portales de noticias online, “de primera necesidad”. Ya pasaron aproximadamente 100 días del confinamiento y, si bien se flexibilizaron algunas actividades, el ambiente no es el mismo. La falta del ruido y del movimiento característico del barrio, hace que mis sentidos parezcan vacíos, como si les faltara algo que antes estaba y ahora ya no. Vivo en Barrio Candioti Norte (2), sobre Lavalle, entre Luciano Molinas, Chacabuco y Güemes, a 4 cuadras de Boulevard Gálvez y aproximadamente a 6 de la Estación Belgrano. Antes de la cuarentena, la zona se caracterizaba por su constante tránsito y circulación de autos y personas. Cuenta con muchos locales, que en su mayoría son pequeños y pertenecen a los vecinos; hay una farmacia, una veterinaria, una fotocopiadora, un kiosko, una despensa, una regalería, entre otros. También es una zona residencial, hay muchas casas, departamentos internos y algún que otro edificio de no más de 5 pisos. Así puedo caracterizar, a grandes rasgos, como es mi barrio o mejor dicho, cómo era mi visión del mismo. Durante los primeros 50 días de la cuarentena, mis salidas eran escasas, sólo para lo esencial, ya que convivo con mi padre que es paciente de riesgo por haber padecido cáncer de faringe. Mi contacto con el exterior se basó en ir al supermercado que queda a dos cuadras, a la despensa de la esquina y, cada 21 días, a la farmacia para comprar y colocarme un inyectable de Testosterona para continuar mi terapia hormonizante como chico transexual. No podía observar mucho, sólo a través de la ventana o por los pequeños espacios de la reja del garaje. Mi mayor fuente de información sobre lo que pasaba en la ciudad, se basaba en los portales online de los diarios y radios locales. Al principio, escuchaba las noticias y no podía dimensionar la gravedad de la situación. Pensaba que en 14 días, todo volvería a la “normalidad”, en realidad, a lo que yo pensaba que era normal. Al cuestionarme todo lo que me rodea, me di cuenta que no hay una normalidad específica; cada quien tiene su propia nor-


malidad y, si bien podemos coincidir en muchos aspectos, la nuestra jamás logrará ser idéntica a la de otros. Al pensar esto intenté salir de mi mirada por un momento y ver cómo otros veían mi barrio, para luego replantear mi propia mirada sobre el mismo. Si algún residente santafesino imaginara esta zona, la asociaría con la avenida (Bv. Gálvez) y pensaría que todos los residentes podríamos vivir la cuarentena perfectamente y con todas las comodidades, que lo único que nos afectaría sería no salir a hacer sociales o que formamos parte de aquellos que rompen la cuarentena para hacerlo. Todo esto es lo que se ve a simple vista. Incluso yo, tenía esta concepción y, mirando por la ventana, pensaba que mis vecinos no tenían ningún problema en este momento de pandemia. Sus casas estaban en perfectas condiciones, los árboles de sus entradas tenían las ramas prolijas y cortadas, el pasto verde y parecería que se encontraban en una situación económica bastante privilegiada. Sin embargo, si al analizar más minuciosamente y prestar verdadera atención, empezaba a entender que no es así, que no todo es tan perfecto como yo creía. Comenzaba a comprender qué significaba el concepto de exotizar, que es lo que estoy haciendo en este momento, mientras escribo y me doy cuenta cómo asumimos nuestra perspectiva o supuestos como verdades. Debo exotizar, es decir, desnaturalizar este mundo que me rodea, que me es familiar; mis actividades cotidianas, que son rutina y preguntarme ¿por qué y cómo las hago?; hacer más consciente las pequeñas tareas del día a día, para lograr un conocimiento que esté libre de sociocentrismos y etnocentrismos, descubriendo mis propios parámetros. Ahora bien, ¿qué es lo que puedo ver y cómo puedo re-contextualizar mi barrio? Al tratar de desnaturalizar lo cotidiano, hago reparos en cosas que pensaba que debían ser de cierta manera y estar ahí. Por ejemplo, la calle de mi casa, que está bien pavimentada y no es de tierra ni de arena. También puedo observar que por mi puerta pasan varios colectivos, uno que va al centro, otro vuelve de la ciudad universitaria, otro se dirige al norte y hasta hay algunos que tienen la parada en la esquina, por lo tanto, no falta movilidad. Además de los variados negocios del


barrio, puedo ver la plazoleta que está en una de las esquinas, con sus paredes pintadas recientemente y los juegos casi a estrenar; hay una Iglesia a dos cuadras, para los creyentes y practicantes. También puedo ver la obra en construcción que recién comenzaba y que ahora está frenada, que está ubicada frente a mi casa. El resto del barrio está conformado por las casas de todos los vecinos. Al estar tan cerca de la estación Belgrano (3), la zona es muy visitada ya que esta funciona como centro de actividades socioculturales y tiene bares a su alrededor. Sin embargo, momentáneamente por la cuarentena, estos lugares están cerrados. Por lo tanto, también cesó la acumulación de gente que atraían las mismas. Durante el día, veo pasar una camioneta de la municipalidad, para lograr dar con personas en situación de calle y trasladarlas a un centro que les brinde asilo, alimentos y atención médica durante la pandemia. También circula un móvil de la policía para verificar el cumplimiento de la cuarentena. La mayoría de mis vecinos son personas adultas, ancianas o familias con hijos adolescentes, también hay niños pequeños y alguna que otra pareja de jóvenes o estudiantes, pero son los menos. En esta cuarentena, los ancianos son visitados por sus familiares, que verifican que se encuentren bien y, de paso, intercambian alguna conversación con ellos. A veces los veo paseando con el barbijo en la mano o debajo de la boca, mal colocado, para tomar aire y no sentirse tan encerrados. Me doy cuenta que tengo todo cerca ante cualquier emergencia, aunque hay muchos locales que permanecen cerrados, con sus rejas puestas y papeles de diarios en sus puertas y ventanas. Esto me lleva a preguntarme, ¿cómo vivirán esta cuarentena aquellos negocios del barrio que no son esenciales? ¿Cómo vivirá esta cuarentena mi vecina Susana que delante de la casa tiene la regalería? ¿Cómo vivirá la modista o el señor que hace trabajos informales? ¿Cómo vivirá la familia que tiene la lavandería, cuyo único ingreso es ese? ¿Y los estudiantes que viven en el edificio de la esquina que deben pagar el alquiler? La situación que se


vive no es la misma que yo creía en un principio. Mi concepto de normalidad, era falso. Para seguir con mi análisis decidí profundizar en un aspecto: las prácticas cotidianas que cambiaron con la cuarentena, que antes no estaban o en aquellas que antes estaban y ahora ya no. Opté por describir cada una de ellas minuciosamente y utilizar esas prácticas como hilo conductor de mi trabajo. Por ejemplo: en mi barrio, las personas solían salir sin barbijos a caminar, llevándose las manos a la boca todo el tiempo, estornudando por alergias o cualquier tipo de enfermedad viral que traen los cambios de estación; era muy raro que alguien llevara barbijo y si lo traía, llamaba mucho la atención. Sin embargo, con esta situación de pandemia, es muy raro imaginar a las personas que salen a caminar sin barbijo y aquellos estornudos propios de los cambios de estación, ahora se asocian a un positivo de covid-19. El sentido de lo cotidiano (por ejemplo: usar o no barbijo) cambió y las prácticas también. Las prácticas cotidianas del trabajo también cambiaron y con esos cambios se evidenciaron aún más las desigualdades y las malas condiciones de trabajo. ¿Es la misma realidad la de un empleado en blanco y con un sueldo fijo, que la de aquellos que deben vivir de las changas o trabajos informales? Por ejemplo, un mes antes de decretarse la cuarentena, en casa, nos quedamos sin gas y vinieron a trabajar tres gasistas pero, con la pandemia, debieron dejar de venir. Días después de la medida de aislamiento preventivo y obligatorio, uno de ellos pasó a buscar la caja de herramientas que habían dejado y nos contó a mi papá y a mí que su principal preocupación era llegar a fin de mes. Él se manejaba con su “patrón” y cobraba semanalmente por su trabajo, estaba en negro y no podía continuar por miedo a las multas. Cambiaron ciertas prácticas y algo que parecía tan simple como trabajar cerca de uno de sus compañeros, ya no podía hacerse. Ahora, debían respetar la distancia de 1,5 metros, utilizar barbijo y protección en las manos (sin importar que esto dificulte su trabajo) y colocarse cada tanto alcohol en gel. El gasista también nos dijo que era el único ingreso que tenía su familia y que, al no ser los trabajos de plomería de primera necesidad, debería esperar a que habiliten su


actividad, para volver a tener algún ingreso. A raíz de esto, puedo pensar que todos mis vecinos cuentan con los servicios esenciales, ¿pero si a alguien le pasó lo mismo que a mí y no tiene gas? ¿Si algún vecino no cuenta con algún servicio? Puede ser que alguien no tenga internet y no pueda acceder a las clases virtuales o a las videoconferencias de trabajo, que forman parte de estas nuevas prácticas de la cotidianeidad, producto de la cuarentena. También podría ser que al tener sólo un dispositivo, los horarios entre las clases y el trabajo coincidan. La realidad es que hay que dejar de asumir que todos tenemos las mismas posibilidades y escuchar un poco más las realidades de los demás. La construcción que está en frente de casa estuvo frenada por dos meses y, cada tanto, venía un cuidador para ver si estaban todos los materiales. Hace unos días, lograron retomarla y, una vez que mi papá sacó el auto, se cruzó con uno de los obreros que dejó la moto en la vereda de casa para que no le caiga ningún escombro mientras estuviera trabajando. Allí intercambiaron algunas palabras y el señor le contó que estaba contento por volver a trabajar, pero a la vez preocupado porque sus patrones le dijeron que no sabían que tanta plata habría para pagarles. Quizás le darían el 50 o 70% de su paga, dependiendo de cuánta ayuda económica daría el gobierno. Así cómo le pasó al gasista que semanas antes había pasado a retirar las herramientas, las nuevas prácticas y la nueva cotidianeidad, afectaba el trabajo de los obreros que estaban frente a mi casa y comprometía su única fuente de ingresos. Otro ejemplo parecido se dio una vez que mi papá sacó la basura y, por casualidad, se encontró con el vecino de al lado y pudo ver su cara de preocupación. Cuando le preguntó cómo estaba, le dijo que bien, pero que le habían recortado el sueldo y no le alcanzaba para llegar a fin de mes. Tenía la necesidad de salir a trabajar, de que se termine la cuarentena o de que al menos se flexibilice más el sector para el que trabajaba (es asistente de maestro mayor de obra). Veo que los trabajadores informales están en la misma situación de alarma e incertidumbre. Estos ejemplos son cada vez más y no tengo que irme a la otra punta de la ciudad para encontrarlos, sino que convivo con ellos y me


rodean. ¿Por qué antes no lograba verlos tanto? Puedo rescatar lo que dice el artículo de la Revista Anfibia propuesto por la cátedra, titulado: “No son vacaciones”; donde se plantea la pregunta: ¿cómo cumplir la cuarentena todos juntos si existen condiciones tan desparejas? Podemos imaginar e incluso empatizar con estas situaciones, pero en realidad no conocemos bien qué realidad se vive en cada casa. Como dicen en el artículo, Lucila Carzoglio y Salvador Mariano, refiriéndose a este conocer la realidad de nuestros vecinos: “El bombardeo de actividades del #YoMeQuedoEnCasa no para. A nosotros nos gusta la propuesta de las ocho. La gente sale a aplaudir a todos los empleados del sistema de salud, de limpieza, correo y transporte que siguen sus actividades. Es el único momento en el que desde la ventana adivinamos los gestos y perfiles de los vecinos.” En estos días, al flexibilizarse más actividades y más comercios y al pasar más de 50 días sin casos de Coronavirus en la ciudad, pude entrar más en contacto con mi alrededor y noté en mis vecinos, principalmente en la abuela que vive al lado de mi casa, llamada Lupe, una sensación de encierro y como ella dijo “siento que me sofoco acá adentro y por ahí me da miedo que falte el aire o algo así”. Al salir de mi casa, logré hacer una especie de “trabajo de campo”, podía interactuar más con aquellos que antes observaba por la ventana o escuchaba a lo lejos. En una de mis salidas, Lupe me contó lo contenta que estaba por estas nuevas posibilidades de contactarse con otros y dijo que se había comprado tela para hacerse ella misma un barbijo, aunque no le guste la sensación de asfixia que usarlo le genera. Yo no notaba tanto esta falta de aire, porque si bien mi patio es chiquito, al tenerlo no siento tanto el encierro, puedo ver algo verde, aunque el pasto en algunas partes crezca y en otras no. Lupe estaba tratando de encontrar algo de “diversión” en estas nuevas prácticas cotidianas y, además del barbijo, salía algunas veces a los escaloncitos de la vereda con una silla, para ver la gente que pasaba y se fijaba cuál barbijo era el más original, mientras lucía orgullosa el suyo lleno de flores cocidas. Por otro lado, los vecinos del edificio de tres pisos que está al lado de mi casa, pasaban por la misma sensación de encierro


que Lupe. Uno de ellos me comentó que antes no sentía que vivir en un departamento lo asfixiara, podía usar la cochera o el patio común para despabilarse. Con la cuarentena, estas prácticas expiraron y se establecieron nuevas: ya no tendrían lugares comunes para evitar la propagación del virus; el ascensor debía tener un máximo de dos personas y debía ser desinfectado después de cada viaje, los picaportes debían ser lavados con lavandina, todos en el edificio debían usar barbijo al salir de su departamento y, hasta hace unos días, tampoco podían salir a la vereda por miedo a que los denuncien. Es muy difícil describir cómo se vive la cuarentena en mi barrio, si no sé verdaderamente qué pasa al interior de cada hogar. Podemos asumir mucho, a partir de cómo va vestida una persona, las pocas palabras que pueden llegar a intercambiarse y más en este contexto, pero allí nos estaríamos guiando sólo por estereotipos, por modelos sociales que nos fueron impuestos, por apariencias; pero no por la verdad. La verdad es aquella que reside sólo en la realidad de cada uno. Puedo escuchar cómo los de al lado hacen alguna videollamada riéndose, alguna que otra pelea porque como entre ellos se dicen: “no se bancan más” y parece que todo no iba tan bien como yo pensaba. Si agudizo el oído me doy cuenta que mis vecinos en realidad están preocupados, que necesitan salir porque su salud mental (de la que no se habla) está en peligro. Se sienten deprimidos, ansiosos, las peleas en las casas aumentaron. Empezó también la paranoia, el usar barbijos y comprar alcohol en gel en cantidades abismales. No hay una adaptación rápida a la “nueva normalidad”, sino que solo hay una esperanza por volver a las viejas prácticas cotidianas. Cada familia, cada persona tiene realidades totalmente diferentes y ninguna es parecida a la otra. Lo que puedo ver, es que todas coinciden en que necesitan que esta situación se solucione lo más rápido posible y no por capricho, como pensaba yo en un principio, sino que porque verdaderamente lo veían tan necesario como yo. Siempre debemos preguntarnos desde qué lugar estamos mirando y cuáles son nuestras perspectivas y la de los demás. Existen contradicciones entre los actores que se estudian (en este


caso mis vecinos), entre lo que dicen que hacen y lo que hacen realmente. Por ejemplo: muchos tienden a pensar que debe denunciarse el incumplimiento de la cuarentena, pero cuando su hija o hijo los viene a visitar para traerles un regalo o ellos van a visitar a sus padres que son personas de riesgo, consideran que ese incumplimiento no aplica a ellos mismos. Entonces, si nos guiamos por lo que ellos dicen, las nuevas prácticas son válidas de a ratos o por conveniencia. En los distintos artículos de diarios que se propusieron para leer en Antropología, entra en juego una frase que se escucha mucho por los medios de comunicación: “quédate en casa”. Pero, ¿qué pasa con el gasista que tuvo que buscar sus herramientas porque no podía trabajar y estaba en negro? ¿Qué pasa con las personas que verdaderamente no pueden quedarse en casa? ¿Qué pasa con los trabajadores de la construcción de enfrente de casa que les recortan el sueldo? ¿Qué pasa con las personas que no pueden acceder a todos los servicios básicos? No es lo mismo pasar la cuarentena en una casa con todos los servicios y tecnologías, que vivir en una habitación hacinada. Los actores se conducen en su mundo social de acuerdo con las reglas y las opciones disponibles. No todos se adaptan por igual a las nuevas prácticas culturales, sociales y de trabajo creadas como consecuencia del aislamiento por la pandemia. Las nuevas prácticas no son aptas para la realidad de todos. No todos pueden cumplirlas de la misma manera y con el mismo rigor. Los artículos propuestos hacen que logremos repensar nuestra situación y desnaturalizar que todos podemos quedarnos en casa. Me hicieron dar cuenta, como mencioné anteriormente, que esas realidades no me son ajenas, sino que viven en el vecino que es asistente mayor de obra, en aquellos vecinos que no pueden pagar el alquiler, en los comerciantes que debieron cerrar sus negocios porque no podían seguir manteniéndolos y en mi vecina Lupe, que siente que el encierro la sofoca y tiene miedo. Estos artículos visibilizan y les dan voz a las personas que deben salir de sus casas para trabajar porque no les queda otra. Visibiliza también la otra cara del encierro, que tiene que ver con la salud mental de todos, de los ancianos que


se sienten abandonados, de las familias cuyas peleas se incrementan, etc. La cuarentena no se vive igual si una persona es paciente de riesgo, ya que vive preocupada o paranoica y con miedo a contagiarse; si es anciano porque se siente solo, abandonado, encerrado, sin contacto con sus seres queridos y la jubilación no le alcanza para mantenerse; si son padres que están trabajando virtualmente y sus hijos cursan también de manera virtual. Todos los escenarios son diferentes y la manera en la que se adaptan las nuevas prácticas también lo es. Cuando hablamos de diversidad no aludimos a meras diferencias empíricas, por ejemplo: la forma de vestir, sino que aludimos a la construcción teórica que asigna a la diversidad algún papel en la explicación. “Ahora bien, el componente fuertemente teórico del concepto de diversidad no excluye una dimensión complementaria en el análisis de la realidad social: las manifestaciones empíricas en que se arraiga dicha diversidad. Y estas manifestaciones son siempre de índole social, aun cuando a veces se revelan como meros artículos materiales pintorescos, puesto que los sujetos llevan a cabo sus relaciones a través de prácticas y verbalizaciones que expresan nociones y representaciones. Esta noción de diversidad está profundamente imbricada en nuestra concepción de la naturaleza del mundo social y en la importancia que otorgamos al papel de la perspectiva del actor en la explicación socioantropológica, porque describir y analizar el proceso social en su diversidad y singularidad implica rescatar la lógica de la producción material y simbólica de los sujetos sociales.” (GUBER, R. En: “El enfoque antropológico: señas particulares”.) Mi perspectiva de mis vecinos al pensar que eran privilegiados, no era tan cierta como pensaba. Sólo me había guiado en su forma de hablar, en ciertas opiniones, en la apariencia de afuera de sus casas, pero la realidad es que no los conozco. ¿Cuántas perspectivas tenemos nosotros de las otras personas? ¿En qué elementos nos fijamos para sacar estas conclusiones? Debemos tener en cuenta la singularidad de los valores de los agrupamien-


tos humanos y de sus modos de organización. En esta cuarentena, las nuevas prácticas de higiene son las que más escuché mencionar en los medios de comunicación y las que me dieron el punto de partida para poder utilizar las nuevas prácticas como hilo conductor del trabajo. Algunas de ellas son: el lavado de manos de 1 minuto, el alcohol en gel, el uso obligatorio del barbijo, las medidas de distanciamiento de alrededor de un metro entre una persona y otra, entre otras. Al no salir tanto los primeros días, algunos de estos nuevos elementos los observé con mis propios ojos en estos días. Por ejemplo, las marcas en el piso (que muestran la distancia que deben tener las personas entre sí) en un supermercado que es mucho más grande que el que queda a dos cuadras de casa. Si hago consciente las nuevas prácticas que habitan mi cotidianidad, puedo ver que hoy el reloj de la cocina marca las 13:15 y recién llegué de la despensa de la esquina, en una mano tengo el vuelto y en la otra, la bolsa de pan. Dejo todo en la mesa; me saco el barbijo y rápidamente tomo el tarro de perfume que reciclamos y que ahora contiene alcohol. Rocío el barbijo, mi ropa y la bolsa de pan y me dirijo a la bacha del baño, donde tomo el jabón, demoro alrededor de 40 segundos en enjuagar la palma y el dorso de la mano, el pulgar, los otros dedos y los nudillos haciendo movimientos circulares y de todo tipo. Me seco bien las manos y para terminar me pongo un poquito de alcohol en gel. Este ritual es algo nuevo en mi vida, antes no lo tenía asimilado, sólo me lavaba las manos para comer (cuando me acordaba) y después de ir al baño. Desde que empezó la cuarentena, cada vez que salgo evito tocarme la cara o el barbijo (que siempre lo llevo conmigo) y, cada vez que vuelvo de la calle, me lavo las manos. El enjuague de manos que antes me llevaba 15 segundos, ahora me lleva 40 y, a medida que lo hago, voy pensando y haciendo consciente cada uno de los movimientos. Por otro lado, algunas nuevas prácticas sociales y de estudio se dieron a través de la implementación de distintas plataformas virtuales, juntadas de zoom o google meet. Ya no se dan las juntadas con amigos en donde se puede compartir mate personal-


mente; ahora las cámaras son el nuevo cara a cara, la conectividad es uno de los nuevos problemas para llevar estas reuniones a cabo. Hasta los medios de comunicación se trasladaron a la virtualidad, dando el minuto a minuto por las redes sociales, ya sea Instagram, Twitter o Facebook. ¿Cómo será la nueva cotidianeidad? ¿Se desarrollarán nuevas prácticas que serán consideradas rutinas? Y si el uso del barbijo comienza a naturalizarse y dentro de un tiempo ya no es necesario, ¿deberemos exotizar esa realidad para volver a tomar como cotidiana nuestra realidad anterior? ¿Servirá esta situación para empatizar y entender que no todos podemos quedarnos en casa? A partir de las observaciones y el detenimiento en los detalles, entendí que debemos relativizar nuestro etnocentrismo y conocer el punto de vista de los demás. Es el concepto de alteridad cultural el que nos hace ver al otro como punto de partida, que nos genera esa sensación de extrañeza. La alteridad es una experiencia en relación a otro u otra, es esa experiencia que tuve al hablar con los gasistas, con Lupe y mis vecinos. Es eso que me resultó extraño, porque lo que me era conocido o familiar estaba naturalizado y requirió que me proponga desnaturalizar lo que daba por supuesto y que me hiciera nuevas preguntas, interrogar esa alteridad desde mi propio punto de vista. “La alteridad u otredad no es sinónimo de una simple y sencilla diferenciación. O sea, no se trata de la constatación de que todo ser humano es un individuo único y que siempre se pueden encontrar algunas diferencias en comparación con cualquier otro ser humano. Alteridad significa aquí un tipo particular de diferenciación. Tiene que ver con la experiencia de lo extraño. Sólo la confrontación con las hasta entonces desconocidas singularidades de otro grupo humano proporciona la experiencia de lo ajeno, de lo extraño propiamente dicho.” (KROTZ, E. (2010) “Alteridad y pregunta antropológica”. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. Constructores de otredad.) Es hora de realizarnos preguntas antropológicas, es decir, de preguntarnos por la igualdad en la diversidad y la diversidad en la igualdad, preguntarnos por los aspectos singulares y por todos


los fenómenos humanos afectados por esta relación. Para entonces entender que todo, puede ser interrogado a través de una mirada antropológica, porque puede ser puesto en tela de juicio. Pero, como dice KROTZ en “Alteridad y pregunta antropológica”: “La pregunta antropológica de que se habla aquí no existe por sí sola. Más bien tiene que ser formulada. También por eso ella no existe de modo abstracto sino depende siempre también del o de los encuentros concretos de los que nace y de las configuraciones culturales e históricas siempre únicas, de las cuales estos encuentros son, a su vez, partes integrantes.” Siempre tendremos algo de etnocéntrico. Siempre partimos de lo que pensamos que está bien y muchas veces tomamos eso como verdad absoluta, como universal. “La alteridad tiene un alto precio: no es posible sin etnocentrismo. “Etnocentrismo es la condición humana de la alteridad” (Lewis, 1976:13) y tan sólo él posibilita el contacto cultural, la pregunta antropológica. Es la manera y la condición de posibilidad de poder aprehender al otro como otro propiamente y en el sentido descrito.” (KROTZ, E. (2010) “Alteridad y pregunta antropológica”. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. Constructores de otredad.) A raíz del concepto de etnocentrismo, me pareció importante traer a colación una cita de Menéndez que me dejó pensando sobre la leve línea entre el etnocentrismo y el racismo: “Gran parte de los racismos no aparecen como racismos, ya que aparecen como etnocentrismos, relativismos culturales o diferencias asociados a comportamientos de género, clase social, niveles educativos o de origen social donde los racismos son inicialmente difíciles de diferenciar, sobre todo del etnocentrismo, dado que éste es parte constitutiva de nuestra formación como sujetos en la vida cotidiana. Una vida cotidiana, a través de la cual construimos y confirmamos aquello que nos identifica y diferencia como sujetos con determinadas pertenencias culturales y sociales. Por lo tanto, tendemos a ver la realidad a partir de lo aprendido en nuestra socialización, así como a imponer nuestras categorías sociales a lo ‘extraño’, a lo distinto de nuestras


maneras normalizadas de vivir y convivir. De tal manera que establecemos un distanciamiento etnocéntrico con los ‘otros’ culturales que puede permanecer como tal, ser eliminado por la integración/articulación del ‘otro’, o terminar convirtiéndose en racismo.” (MENÉNDEZ, Eduardo Los racismos son eternos pero los racistas no.) Lo importante es reconocer nuestro etnocentrismo, trabajarlo y permitirnos el encuentro con las desconocidas singularidades de otros.

Ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. Fuente: Imagen de NOTIFE, disponible en: https://notife. com/721807-santa-fe-ciudad-hace-12-dias-que-no-se-registran-casos-de-covid-19/


Mapa de Barrio Candioti Norte. Imagen de Manuel FabatĂ­a. Fuente: El Litoral.

Fachada de la EstaciĂłn Belgrano. Fuente: Santa Fe Noticias.


Bibliografía: CARDOSO DE OLIVEIRA, Roberto (2004) “El trabajo del antropólogo: mirar, escuchar, escribir.” Revista Avá 5: 55-68. DUSSEL, Enrique. Fragmento de la conferencia “La descolonización cultural”. En: https://www.youtube.com/watch?v=Q86_ LPat-IQ GUBER, Rosana (2001) La etnografía. Método, campo y reflexividad. Edit. Norma, Buenos Aires. Introducción. GUBER, Rosana (1991) “El enfoque antropológico: señas particulares”. En: El salvaje metropolitano. Edit. Legasa, Buenos Aires. Pps. 36 a 46. KROTZ, Esteban (2010) “Alteridad y pregunta antropológica”. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. (2010) Constructores de otredad. Una introducción a la antropología social y cultural. Buenos Aires, Ed. Antropofagia. MENÉNDEZ, Eduardo (2017) Los racismos son eternos, pero los racistas no. México, UNAM. Caps. I (“Las principales características del racismo”) y II(“El continuum etnocentrismo/ racismo”). Pps. 7-48. Artículos y clases propuestas por la cátedra.


La ciudad, ¿empieza, continúa o termina en Boulevard? Rocío Nadin Rossi

Cuatro personas, entre cuatro paredes, ocho ambientes y un patio. Cuatro personas y dos perros. Cuatro personas que respetamos la cuarentena desde el 12 de marzo, cuando el presidente aún no había anunciado ninguna medida oficial, pero en redes ya veíamos lo que ocurría en el mundo y sabíamos que, en algún momento, también nos alcanzaría. Diarios, blogs y youtubers asiáticos y europeos contaban con números que no bajaban de las tres cifras, la cantidad de muertos diarios y de cuatro la cantidad de infectados. Recuerdo hablar con amigos y familiares a finales de febrero y, entre risas, comentar que un chino se había comido un murciélago y por esto estaban así. Sí, en forma de


chiste, creíamos que sólo serían ellos. Veíamos al coronavirus como una enfermedad lejana, de los continentes del otro lado del océano Atlántico, o Pacífico si pensamos en esa ciudad china, tan alejada de Santa Fe, que nos parecía graciosísima la idea de llegar a tener infectados. Mi barrio, ubicado al norte de la ciudad de Santa Fe Capital, no es vistoso, no sale en las noticias. No sé porqué, supongo que no es conveniente mostrar que las personas acá sí salen a las calles, con y sin barbijo, a pesar de la cuarentena. Los noticieros y las páginas de los diarios muestran una peatonal San Martín con locales cerrados, muy pocas personas circulando y las palomas caminando tranquilas como si ahora ellas fueran los peatones, sin miedo a que algún niño las corra o las quiera atrapar. La gente de Boulevard para allá (el sur), como les decimos en mi casa, cuenta otra historia que la que podríamos contarles a los periodistas de este lado. Pienso en esto, en que cada uno cuenta su versión de los hechos, en ¿cómo puede haber tantas diferencias entre los que vivimos al norte y sur de la misma ciudad? ¿Quién está mal? ¿Alguno está bien? Porque, a pesar de todo, “el concepto de la realidad que tenga una persona depende del lugar que ésta ocupe en la sociedad” (Hannerz, 1987). Incluso yo me siento ajena al actuar de muchos vecinos. Como aquellos que están en la vereda u otros de mi misma edad que juegan con sus hijos en vez de estar estudiando. Son preguntas que quizás alguna vez me hice, pero nunca busqué darles respuesta o explicación. Puedo entender ahora que no es algo simplemente mío, ya lo refiere Ulf Hannerz en Exploración de la ciudad como “el tema favorito de la sociología del conocimiento” (1987). Puedo darme cuenta que no todos tuvimos las mismas posibilidades, por ejemplo, de la cuadra sólo tres de unos diez chicos, que jugábamos juntos hace unos años, pudimos acceder a la universidad. Me deja pensando lo que dice Grimson en Límites de la cultura, “pretender evaluar las creencias o las prácticas diferentes de las nuestras fuera de sus contextos, a la luz de nuestros propios


personas en el kiosco de la esquina o en el supermercado de la otra cuadra. Porque es así, se va a buscar la comida en base a lo que se pueda comprar en el día. No necesariamente porque nadie se pueda abastecer, sino porque siempre nos manejamos así. Quizás por eso se nos hacían tan extrañas las largas filas en los locales, la falta de comida y, sobre todo, de papel higiénico. Ahora todo cambió, hacemos cuentas antes de pensar en lo que vamos a comer, no en cuánto tiempo tenemos para prepararlo. La cantidad de personas esperando para entrar, separadas a un metro de distancia, cada vez somos menos. De mi casa, mi mamá es la que sale con el auto, la que espera y observa en la fila de los supermercados. Ya no es algo de todos los días, decidimos hacerlo una vez a la semana y hasta lo que nos alcance. Ella me cuenta cómo rocían los carritos con preparados, que no sabe si son de alcohol o lavandina; que a cada persona que entra la desinfectan pero que siempre hay que llevarse un sanitizante propio, por las dudas. El cuidar el bolsillo nos hace buscar precios en supermercados más allá del barrio, donde las filas quizás sí son un poco más largas de las que veo aquí, pero donde los carritos no salen tan llenos como los que muestran en la tele. Los estacionamientos están prácticamente vacíos. Las personas de la fila se ven abrigadas, solas, impacientes; hablan con los que tienen al lado sobre los 14 días más que debemos estar encerrados, sobre la incertidumbre que los/nos envuelve. Hasta los guardias de seguridad se acercan a hablarte porque, como humanos, necesitamos estar en contacto con otras personas, pero ver las caras de tus compañeros de confinamiento todos los días, cansa. Parados en la fila, todos tenemos el mismo objetivo, comprar y volver a casa. Entonces… ¿por qué hay algunos que ven con compasión a los que salen con solo una bolsa apenas llena? ¿Quién soy yo para creerme más por tener un barbijo decorado, en vez de uno que pareciese que se va a romper en cualquier momento? Son preguntas que nunca me había hecho hasta ahora. Me posicionaba como parte del grupo de los otros, de los discriminados por no vivir en zona centro, pero ¿acaso yo no construyo un otro con mi forma de actuar?


valores, no sólo implica desconocer la diversidad humana, sino también actuar de modo etnocéntrico” (2011). Cuando entré a la facultad me di cuenta de que tenía que salir de mi burbuja, que el estilo de vida que yo tenía no era el mismo que tuvieron todos, ni mis creencias, ni mis valores y no por eso el otro estaba mal, simplemente somos personas diferentes. Aquí pasa lo mismo, quizás esos tres que van arriba de la moto, sin barbijo ni casco, no lo hacen porque quieran desafiar a la ley, quizás no pueden costear todos los gastos de las medidas sanitarias, pero necesitan salir a trabajar para poder llevar comida a la mesa. Porque si hay algo que hoy veo como un verdadero lujo, es poder quedarse mirando series en casa, con un plato caliente todos los días y esperando paciente que se levanten las medidas de seguridad. Cada vez que mamá llegaba, llega, de la calle se le ve la bronca en los ojos, el miedo de fondo. <<Salí, vos que sabes cómo, fílmate, filma la avenida, yo te llevo, mandalo a los noticieros. No muestran este lado y la gente no entiende que se tiene que quedar en su casa>>, me dijo desesperada una vez cuando, pasada una semana y media del anuncio oficial del 20 de marzo, seguía viendo cómo las personas transitaban como si nada. Quizás sí, con barbijos o guantes, pero las manos a la cara iban igual, sólo se ponían el alcohol en gel que les daban en la puerta del super y tocaban mucha mercadería antes de elegir la que iban a llevar. Desde la ventana de mi pieza, por la mañana, veo la calle, de tierra, donde los autos solían pasar de una sola mano porque en la otra hay tantos pozos que temen quedar varados en uno; donde generalmente se turnaban, pero ahora simplemente pasan, porque en las calles internas los autos no circulan, en la avenida es otra historia. Facundo Zuviria es la más cercana a mi casa, pero en Aristóbulo del Valle, Av. Gorriti, Av. Peñaloza, entre otras, es como si no pasara nada, como si ningún virus letal estuviese llevando centenares de personas al hospital. Quizás de este lado las costumbres son otras, los ingresos por familia también. A las 10 de la mañana empieza a moverse la gente, los veía pasar con sus bolsas de tela o el changuito, más temprano o más tarde, dependiendo el menú que tengan planeado para el mediodía. Era pan de cada día cruzarte con las mismas


Ahora entiendo que “pensamos, sentimos, percibimos, actuamos desde cierta perspectiva que hemos adquirido en el proceso de hacernos humanos y que nos constituye como tales de modo prerreflexivo” (Grimson, Merenson, Noel, 2011). No busco con esto una excusa, al contrario, intento decirme que debería cambiar mi modo de encaminar mi forma de ver las cosas, de entender que, mientras yo sigo viendo por mi ventana, debo detenerme antes de prejuzgar. Mis vecinos, en la vereda, hablan más alto de lo normal, a un metro de distancia después de acercarse y percatarse de que la realidad no es la de siempre, que tenemos que cuidarnos. Escucho cómo se dicen que los besos ahora son de codo y que extrañan abrazarse, los entiendo. A otros se los escucha, también, martillando, arreglando techos o el frente de su casa. Pareciera que el encierro sacó el albañil que cada uno llevaba adentro. Entre la familia se ayudan, así sea pasando un mate, pero las risas no faltan, ni el ojo perfeccionista de algunas mujeres antes de que se seque el revoque. Alrededor de las siete de la tarde los locales cierran y las calles se vuelven menos ruidosas. Las luces del barrio siguen prendidas y me pregunto qué estarán haciendo los que hasta hace un rato charlaban en la vereda, adentro su casas; si cada uno está con sus cosas como acá o si alguien va perdiendo en alguna partida de loba alrededor de la mesa familiar. Lo que tengo por seguro es que la rutina de los sábados por la noche en la familia de unas casas atrás, no es la misma. La cumbia y las risas con amigos no se escuchan, no hay quejas a la hora de dormir. Todo parece tranquilo pero a la vez extraño. Quizás sería un buen momento para poner los parlantes en la vereda y musicalizar el barrio. Porque quizás, ese era nuestro sello, nuestra forma de movernos, de actuar. Como dice Esteban Krotz, “una comunidad no siempre y no sólo se expresa a través de sus discursos, por lo que también en sus instituciones, patrones de conducta, formas comunicacionales y creaciones estéticas” (1999). Me pregunto si los del otro lado de Boulevard también extrañan la música de sus barrios, que no creo sea cumbia; quizás los sonidos característicos de un sábado por la noche eran las decenas de


autos, llenos de jóvenes, que tomaban algo en un bar y después se trasladaban a los boliches. Ahora los encuentros son a cualquier hora y sin importar el día. Whatsapp, Zoom, Google meet, Jitsi, Hangouts, Discord son las plataformas que generalmente uso con amigos o compañeros para vernos las caras o, al menos, escucharnos las voces. Algunas están apagadas, otras no tanto, pero todas se van opacando con el paso de los días. Esa chispa de esperanza que teníamos, que tenía, cuando todo empezó, ahora se transformó en preocupación, en incertidumbre y no hay nada que me destruya más que el no saber qué va a pasar. Entre risas o el intento de ponernos al día de una situación que parece no diferir de la última conexión que tuvimos semanas atrás, cada uno cuenta su perspectiva, su recorte de la realidad. En mi afán, de conocer cómo viven esta situación, por ahí siendo pesada, insistente y rara haciendo tantas preguntas, trato de ampliar detalles, de conocer el entorno de cada una de las personas sentadas detrás de la pantalla. Porque después de todo, si quiero cambiar mi forma de pensar, también tengo que ampliar la mirada, ¿no? Saber de quiénes me rodeo. Considero que, de alguna forma, al estar todos atravesados por una misma condición, la pandemia y cuarentena, es un buen momento para intercambiar opiniones, posturas frente a la situación. Conforme pasa el tiempo, los informes de los casos son menores, por lo que las medidas se van levantando y los trabajadores autorizados son mayores. Pero… ¿qué pasó en todo este tiempo? Puertas adentro nos administramos como pudimos. En mi casa los primeros días seguíamos tutoriales de recetas, pero poco a poco tuvimos que volver a las comidas cotidianas y a reducir porciones, porque no alcanza. Conozco casos de personas que, la plata que estaban ahorrando para las vacaciones de Julio, ahora la están usando para comer. Nos dicen que las medidas son preventivas y no niego que lo sean. Pero ¿a quién beneficia? Vemos que en otro lado funciona ¿por qué debe ser igual aquí donde el contexto no es el mismo? El que necesita trabajar para comer, y no al revés, lo hizo antes;


durante y después de la pandemia. La vida no se soluciona con un bono o plan. Porque, además, cuando hablo con amigos, me cuentan que están cerrando sus locales, empresas de antaño y micro-emprendimientos porque sí, al igual que yo, intentamos inscribirnos a las ayudas monetarias que da el gobierno, pero ¿quién nos la garantiza? Redes sociales como Tik Tok o Instagram, muestran videos de recetas con oreos, nutella, chocolinas o cantidades de azúcar y manteca que me hace pensar, ¿somos, soy, realmente consciente de que no todos podemos costear esos postres? Porque es algo tan simple como un paquete de masitas que vemos en el estante del kiosco, pero que, al bajar la mirada, muestra la misma cifra del paquete de fideos que tenemos en el carrito. Entonces ¿qué hacemos? ¿Probamos el postre que está de moda? Cada quien elegirá lo que se ajuste a su bolsillo, pero ¿quiénes somos para juzgar lo que cada uno lleva a la caja? Pienso que puede que en esos barrios donde los carritos salen llenos y se tapan en el sillón, mientras miran una película, sin pensar en salir a trabajar, pueden darse el placer de probar las recetas que muestran por redes con exactamente los mismos ingredientes que piden. Pero ¿cómo puedo tener certeza de mi pensamiento si “entre el grupo propio y el grupo extranjero existe, pues, una relación semejante a la que hay entre lo conocido y lo desconocido en el acto cognitivo”? (Krotz, 1999). Saber que hay otro que no conocemos, nos da la posibilidad de aprender, de no tomar como absoluta nuestra verdad. “Al divisar a otro ser humano, al producto material, institucional o espiritual de una cultura o de un individuo en sociedad, siempre entra al campo de visión un conjunto de la otra cultura y cada elemento particular es contemplado dentro de esta totalidad cultural y, al mismo tiempo, concebido como su parte integrante, elemento constitutivo y expresión” (Krotz, 1999) No puedo ver a mi ciudad, a mi barrio desde un punto distante, porque crecí, vivo y circulo por este territorio; sé lo que pasa; sé cómo te mira la gente cuando le decís donde residís; escucho cómo los deliverys no quieren entrar por miedo; me asombro


cuando hablo con personas de mi edad y no saben que existen las avenidas que están cerca de mi casa, algunos todavía creen que en esta zona todavía hay campo y cultivos, siendo que la ciudad se sigue extendiendo hacia el norte. Cuando escucho hablar sobre que algunos porteños creen que en el interior, como nos llaman, que todavía nos manejamos a caballo, siendo no tan exagerada con mí ejemplo, me quedo anonadada. Pero ¿por qué ellos no van a pensar así? Donde, habitantes de una misma ciudad, en puntos cardinales opuestos, tenemos el mismo desconocimiento de la existencia y realidad del otro. Me pregunto ¿es tan difícil salir de la comodidad de la burbuja? ¿O es muy duro aceptar que no todos tenemos las mismas facilidades? ¿Será que caímos en una especie de colonialidad de poder? Dónde uno es más que otro por cuánto puede meter en el carrito. Donde uno es más por quedarse en su casa que por ir a trabajar. Dónde a las 21:00 se aplaude al médico, pero cuando vuelve a la casa no se le permite la entrada. Así también me doy cuenta de mi error, es como si ahora los médicos sólo estuviesen destinados a tratar el coronavirus. ¿Dónde queda su carácter de humanos? ¿Son héroes? ¿Son simples personas? ¿Vale más el médico que está en el hospital que el psicólogo? Porque hasta que una amiga, que está en tratamiento, no me lo hizo ver, no lo había pensado. Esa parte de nuestro cuerpo tan incierta, la psiquis, hoy también está comprometida. Y así como hay profesionales que se ponen barbijo, antiparras, guantes y todo el equipo de seguridad; otros se sientan del otro lado de la pantalla a escucharte, a tratar de que los ataques de ansiedad disminuyan, a continuar o empezar con sesiones que alguna vez se consideraron exclusivas de los locos, de los otros, de los extraños. Puede que sí, que vivamos en una ciudad donde parecía imposible que llegara esta enfermedad tan temida. Pero nuestra pandemia no es la que nos puede llevar al hospital, es la que creamos entre nosotros, al ver al otro con extrañeza y no preguntarnos porqué. Al no permitirnos pensar al otro como alguien con quien compartimos casa, calle, barrio o ciudad.


Esta pandemia también nos mantiene en cuarentena, aislados, en una burbuja ideal pensando, etnocentricamente, que los lentes con los que yo veo la vida tienen los mismos vidrios que los de todos los demás. Sin darnos cuenta que “la alteridad nos constituye como seres humanos y, a la vez, desafía nuestra imaginación social”. Porque sigo aislada al pensar que solo con cambiar mi perspectiva todo va a estar bien, sin darme cuenta que “vivimos con otros, y nos hacemos, entrelazadamente” (Grimson, Merenson, Noel, 2011). Ese extraño que no va a trabajar, que puede llenar su carrito, que vive de Boulevard para allá, que solo sale de una red social para pasar a otra, que puede hacer home office porque tiene los recursos. Ese extraño que creo yo desde mi postura. Y que soy extraña para otro, yo que veo por una ventana que da a una calle de tierra donde los autos no tienen que esperar, donde el que va a comprar está con lo justo, donde vivimos los de Boulevard para acá. Desde cualquier punto cardinal de la ciudad, poco a poco, vamos avanzando. Las personas tienen habilitaciones para trabajar en la mayoría de los rubros; los comercios vuelven a abrir sus puertas (los que no quebraron en este tiempo, por supuesto). Se podría decir que el aire de afuera es distinto. Un afuera que aún respiro desde adentro, porque hay que seguir tomando precauciones. Sin embargo logro salir más, nos permitimos visitar a mi abuela o que ella venga a casa y, para eso, alguien la tiene que buscar. La costumbre de ser yo su chofer designada aún continúa, por lo que puedo observar una vez a la semana calles que van más allá de mi barrio y alrededores, calles que están de Boulevard para el sur. Lo primero que noto son las nuevas barreras del paso nivel, que más tarde, al llegar a mi casa, mi madre me comentará que estuvieron trabajando en ellas desde la fase uno pero que aún no funcionan. Los tres carriles de calle Urquiza, la calle más rápida para llegar al centro según mi papá, ahora son dos y medio, porque le asignaron su debido lugar a las bicicletas. El amarillo se


nota recién pintado y se puede ver que ningún cono vial ha sido estropeado aún. Sin embargo, parece que no todos tomaron los cursos de educación vial: los autos utilizan el lugar para estacionarse y van tres, uno al lado del otro, en los apenas dos carriles y medio. “Dentro de este contexto, la letanía de la muerte por accidentes automovilísticos ha sido suplantada por la del coronavirus. La ordalía de las rutas está suspendida por el momento, pocos vehículos están en circulación y la cantidad de accidentes es casi inexistente. Es cierto, cada automovilista al volante de su vehículo está convencido que únicamente los demás son malos conductores, fantasea con ser un experto. Frente al contagio, es más difícil para cada uno de nosotros afirmar su omnipotencia”. (Le Breton, 2020) ¿Serán los errores al manejar algo que nos una como santafecinos? Espero que no y que nunca lo sea. Igualmente me doy cuenta que si no voy tranquila por la calle, como si estuviese sola, es porque el tránsito aumentó considerablemente a lo que se veía por la televisión un mes atrás o lo que me comentaba mi madre. Se evidencia el avance en las etapas del confinamiento, volvemos a la ¿normalidad? Aquí puedo hacer un alto para preguntarme ¿qué normalidad? Las cosas cambiaron en este tiempo, mucho. Incluso no podemos decir que volvemos a como estábamos antes porque debemos seguir respetando normativas que no nos permiten circular con normalidad. ¿Será que estamos viviendo bajo una falsa libertad donde creemos que solo con ver la validación del QR en nuestra aplicación cuidar está todo bien? Pero lo cierto es que los límites aún existen. ¿Qué pasa si rompemos esos límites? Un ejemplo es nuestra ciudad vecina, Paraná, que volvió a tener infectados y a retrasar avances. ¿Acaso eso no nos hace poner un freno? Hablo de una ciudad vecina como “aquellos que volvieron a caer”. Pero en mi análisis, del lugar que vivimos y ocupamos en la ciudad de Santa Fe, ¿qué pasaría si hay un nuevo caso? Bueno, incluso lo hay, el chico del tabique roto, quien se había hecho un


hisopado en La Plata el cual, luego de ser atendido por una fractura nasal en el hospital Cullen, se conoció que era positivo. Acá, ¿a quién se culpa? ¿Al chico por tener la posibilidad de viajar? ¿Al hospital por ser público? ¿Al Coronavirus por existir? Esta persona no era de la ciudad, simplemente vino a ser atendida. Pero ¿qué pasaría si se conocen casos derivados de este? Imagino pensamientos extremos como “eso les pasa por atenderse en lugares públicos, por no cumplir con las medidas sanitarias, por vivir en lugares que no están en condiciones”, pueden ser todas juntas, separadas o en cualquiera de sus variables; pero me vuelvo a preguntar ¿hay realmente un culpable? ¿Debemos buscarlo? ¿Qué es peor: la falta de educación vial o el modo de vivir la cuarentena? Parece que solo puedo crear grupos, pero sino ¿cómo analizaría la situación? Esta situación de falsa normalidad a la que estamos volviendo. De cierto modo me agrada que no todo sea como antes. Tengo mis quejas generales, pero en lo particular, en el barrio, creo que mejoramos como vecinos. Como en todo barrio siempre estaban los chusmas, pero ahora parece que todos lo somos. Desde mi casa podemos escuchar las puertas, sillas corridas, idas y venidas de las dos familias aledañas y supongo que ellas también escuchan nuestros movimientos. Sabemos la hora en la que se despiertan, si salieron, si están viendo algo que los enoje (puede que por los gritos o por el volumen del televisor). Pero también porque estamos más atentos, al otro, al vecino. Incluso se armó un grupo de Whatsapp, para estar atentos a las necesidades. Algo inimaginable para nosotros que, como familia, siempre fuimos reservados y no logramos ser los favoritos del vecindario. Lo dice Hannerz, “las relaciones entre los vecinos pueden ser desiguales y carentes de coordinación en su globalidad, puede obtenerse cierta organización mediante relaciones de aprovisionamiento” (1987). Claramente aquí no hay una sola persona que haga la compra para todos, pero sí nos reunía y nos reúne, ahora más amigablemente con el otro, el mini-mercado de la avenida. Parece que hizo falta una cuarentena, el vivir todo el tiempo juntos


(desde cada casa), para que el vecindario se solidarizara o que simplemente estemos atentos a si en la casa de al lado no sucede nada raro. De alguna forma busco achicar mis grupos, los de para allá y para acá de Boulevard, nuestros vecinos y nosotros e incluso mi familia. Que no dejan de ser otros, con los que vuelvo a convivir, después de dos años solo viéndolos algunos fines de semana al año. Todos van a ser otros para mí. La mirada que les dé dependerá desde qué lugar o grupo contrario me posicione. Me deja tranquila saber que está bien hacer tantas preguntas, porque en algún momento encontraré las respuestas y sino tendré que investigar por mi cuenta. Una diferenciación social, económica, que la sentí desde pequeña y comenzó como un chiste familiar, me da pie para entender que siempre voy a ver a otros como extraños y, a su vez, yo voy a ser extraña para otros. Que de eso se trata, de tener algo incierto que motive a entender las relaciones sociales, a mejorarlas y no solo por la imposición de estar en cuarentena.


Bibliografía: GRIMSON, A. (2011) “Dialéctica del culturalismo”. En Los límites de la cultura: crítica de las teorías de la identidad. Buenos Aires, Antropológicas, Siglo XXI. pp. 53 - 89. GRIMSON, A.; MERENSON, S. y NOEL, G. (2011) “Descentramientos Teóricos”. En ANTROPOLOGÍA AHORA debates sobre la alteridad. Buenos Aires, Siglo XXI. pp. 9 – 29. GUBER, R. (1991) “El enfoque antropológico: señas particulares”. En El salvaje metropolitano. Buenos Aires, Legasa. pp. 36 – 46. HANNERZ, Ulf (1987) “Un ejemplo: la etnografía de la vecindad” y “Organización social del significado” en “Exploración de la ciudad: hacia una antropología urbana” Fondo de cultura económica. Pp. 292-300; 312-330. KROTZ, E. (2010) “Alteridad y pregunta antropológica”. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. Constructores de otredad. Ed. Antropofagia, Buenos Aires. pp 16 – 21. LE BRETON, David (2020) “Una ruptura antropológica importante” Recuperado de: http://lobosuelto.com/una-ruptura-antropologica-importante-david-le-breton/


Villaguay en época de ASPOA (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio Ausente) Por Ailén Abril Roude

El departamento de Villaguay comprende la localidad del mismo nombre y una gran área rural. Su población total es de 49.445 habitantes. Yo vivo en la localidad cabecera del departamento; para mí, una hermosa ciudad; para los turistas, un pueblo pintoresco. Desde que se conoció la noticia de la pandemia, en el pueblo se alzaron miles de voces, dando sus opiniones, algunas muy despreocupadas y otras muy alarmistas, corrieron rumores y chismes. A estos complejos sistemas de significación de los que participamos y que dan sentido a nuestras vidas sociales, donde nos apoyamos para comunicarnos, para actuar socialmente, es a lo que denominamos cultura.


Yo vivo a siete cuadras de la plaza principal, así que caminando en siete u ocho minutos estoy en el centro cívico de la ciudad. Aunque estoy tan cerca, vivo en un típico barrio de pueblo; mi calle es de ripio, pero las calles laterales son pavimentadas; la calle de la derecha es también la entrada sur de la ciudad. Desde mi casa temprano a la mañana se escucha el portón del taller de enfrente, siempre a las ocho de la mañana, no necesito mirar el reloj, todos los días es así, a las doce cierra. En mi barrio todos nos conocemos, sabemos a qué se dedica cada uno, cómo se llaman, cuáles son sus hábitos y sus rutinas, está muy arraigada la costumbre de salir a la vereda a tomar mate, aún en estos tiempos del aislamiento social obligatorio, veo todas las mañanas dos vecinos míos que se juntan a conversar y a tomar mate, el tema principal por supuesto es la pandemia vigente. En la casa de enfrente tienen una pequeña galería con un banco donde se sientan con el mate a conversar y a mirar quién pasa por la calle; estos vecinos siempre reciben visitas: vienen motos, autos, camionetas, siempre hay gente, se escucha música, charlas y risas; lo que más me llama la atención es que por la red social Facebook ofrecen tapabocas a la venta pero nunca vi a alguien de la casa que los use. En la casa de al lado de esa vive una señora con tres hijos adolescentes, los que reciben todas las tardes muchos amigos; siempre se sentaban debajo de un árbol de la vereda durante horas a tomar mate y charlar, ahora por las medidas sanitarias se han corrido a seguir con su costumbre diaria a un lado de la casa pero siguen juntándose, desde el living de mi casa se escuchan las charlas y las risas pero no se los ve. En palabras de Rosana Guber, lo que tratamos de hacer es exotizar lo familiar, observar aquello que nos es familiar pero interponiendo una distancia con eso para poder reconocerlo como tal, es decir al reconocerlo poder reconocer la especificidad de nuestro punto de vista y al mismo tiempo poder reconocer la existencia de otros puntos de vista. A una cuadra de mi casa sobre la calle de entrada hay un mini mercado, el almacén del barrio; todos conocen al dueño y llaman al almacén por su nombre, “voy a lo del Tato” es lo que se dice, hace sólo unos días me enteré que el local se llama “El Gurí”. En lo de Tato podés comprar de todo, artículos de librería,


perfumería, panadería, verdulería, y todas las cosas de primera necesidad que se necesiten. Siempre que voy hay gente charlando, contando sus pesares, qué es de su vida y de su familia, si estás quince o veinte minutos adentro te enterás de todo lo que sucede en el barrio; el almacenero no sólo escucha, sino que también opina y aconseja, él es como el psicólogo y consejero de mucha gente. Yo sólo escucho y no comento nada. En el marco de una misma cultura hay espacios, cruces, condensaciones de significación donde cada uno de nosotros se inscribe por ahí en otras subculturas. A cinco cuadras de mi casa, hacia el sur lindando con la ruta 130 que va hacia la ciudad de Villa Elisa, exactamente frente a la única radio AM de la ciudad “LT 27 Radio la Voz del Montiel”, hace unos tres años aproximadamente se instaló una comunidad gitana. En su momento se levantaron muchas voces en contra, por su reputación, sus hábitos y sus costumbres tan diferentes; la mirada de la sociedad ante esta comunidad desconocida puso en evidencia los muchos prejuicios que se tienen sobre estas personas. Estos prejuicios están fundados desde un punto de vista etnocéntrico y éste es determinado por el pensamiento colectivo de que nuestra sociedad es mejor, más sana y superior a la vida de esta comunidad. Lo que hacemos cuando conocemos algo que nos resulta diametralmente extraño, es permanentemente aplicar nuestras categorías. Llegaron una mañana y armaron una gran carpa en un terreno desocupado que lindaba con otros terrenos baldíos en la periferia de la ciudad. La noticia corrió muy rápido por el barrio, a la tarde era el comentario de las vecinas en las veredas: “hay que cerrar bien todo, estos gitanos son todos ladrones”, “lo que nos faltaba en el barrio, aguantar a estos sucios gitanos”. Compraron el terreno y se convirtieron en los nuevos vecinos de un barrio que los rechazaba; la carpa pronto se convirtió en una gran pieza estilo galpón. Una vecina que entró comentó que allí dormían en colchones en el piso y también ahí guardaban sus autos y sus pertenencias. Pero se los veía seguir comiendo afuera sentados en ronda en el piso; las mujeres se levantan


muy temprano y cada una se puede apreciar que tiene designada su actividad que realiza con premura; los hombres son los que realizan los negocios y dan las órdenes. Las mujeres con sus típicos atuendos, varias y largas polleras coloridas y pañuelos en la cabeza; según el color es su estado civil; y los niños salen a vender por la ciudad, ante la mirada desconfiada a veces o de rechazo de la gente. Esta particular experiencia de otro que no se reconoce en las prácticas del nosotros, pone en evidencia la manifestación de una alteridad cultural, de una otredad dominante y de una diversidad manifiesta. “Como todas las construcciones humanas, voluntarias e involuntarias, consciente o inconsciente, la diversidad existe. No es un castigo divino, pero tampoco una gracia de Dios. Como toda naturaleza humana, es histórica y política, situada, conflictiva y procesual” (Grimson, 2011)

En estos momentos de cuarentena obligatoria los niños de esta comunidad siguen yendo al centro de la ciudad a vender como siempre bolsitas de residuos, flacos, vestidos con pantalones rotos o con manchas y con algún buzo descolorido; se mueven


por la fila del cajero con sus intentos de lograr unos pesos con sus ventas, sin barbijos, sin guardar el distanciamiento social obligatorio; esto origina más el rechazo de la gente que se aleja de ellos como si ya estuvieran enfermos. “Para poder comprender una cultura es necesario comprender a los otros en sus propios términos, sin proyectar nuestras propias categorías de modo etnocéntrico”. (Grimson, 2011) Y como siempre sucede en mi ciudad, enseguida la queja salió en un portal de noticias online de la ciudad: “Las autoridades deben hacer algo con los gitanitos acosando la gente en el radio céntrico. Factor de riesgo, se arriman demasiado…” y enseguida muchos comentarios: “Sí, y sin barbijos ni nada!!!”, “Los gitanos son muy cargosos para venderte algo”, “Ellos la mayoría no estudian, no tienen educación, sólo muyyyy pocos van a la escuela…. Y bue, otras costumbres, culturas, etcétera, etcétera”. Alteridad cultural: no se refiere a aquellos que son tan diferentes que no pueden ser comparados con nosotros, porque la comparación es la operación de conocimiento propio de la antropología. Los estereotipos y los prejuicios son mecanismos basados en opiniones formadas sobre el entorno, obtenidas de forma indirecta. Clasificar a las personas a partir de opiniones extraídas de esta manera es una clara expresión de racismo. En sus comienzos, el racismo era la creencia en la superioridad de una raza sobre otra; hoy en día existe un racismo culturalista que define a un grupo étnico ciertos atributos estáticos, es decir, un proceso de culturización. En palabras de Grimson, en esos casos tanto quienes discriminan como quienes pretenden reconocer a esos grupos comparten el supuesto de que el mundo está dividido en culturas con identidades cristalizadas. Mi abuela vive a dos cuadras de mi casa, camino al centro. El barrio es tranquilo, todos los vecinos se conocen, algunos hace muchos años que viven ahí, por ejemplo mi abuela hace cincuenta y cuatro años que vive en esa casa. Por su vereda, en la esquina se encuentra la usina distribuidora de energía eléctrica, lugar de fundamental importancia para la ciudad, donde siempre hay mucho movimiento; los empleadosi del


lugar son conocidos en todo el barrio, siempre saludan con la cabeza o con la mano cuando pasan con sus camionetas rumbo a cumplir con sus diligencias. Enfrente de su casa hay dos negocios, uno es una pollería y el otro una tienda de reparación de celulares, son negocios típicos de barrio; los dueños se conocen con los clientes y se tratan siempre con familiaridad; mi abuela muchas veces cruza a comprar algo a la pollería aunque no ande con su monedero en mano, sólo dice después cruzo y te pago, así es su trato por la confianza con el encargado quien tiene la certeza de que en otro momento se cruzará sin duda a pagar; algunas veces a la hora que se sienta en su vereda a tomar mate el dueño de la tienda de celulares se sienta a charlar y a tomar mate con ella. En mi trayecto hacia el centro, paso por esa cuadra. Cuando cruzo por ahí siempre veo a los vecinos charlando sin tener en cuenta el distanciamiento social y sin cubre bocas, cuyo uso es obligatorio en mi ciudad; a la mañana temprano siempre hay frente a la casa de mi abuela una pareja mayor que se sienta a tomar mate, nunca dejaron de hacerlo, aun cuando nadie salía a la calle, que era patrullada por la policía y gendarmería. La cultura es un sistema ordenado de significaciones y símbolos, en cuyos términos los individuos construyen su mundo, expresan sus sentimientos y emiten sus juicios; es una construcción simbólica. Dentro del entramado social y de significaciones dentro de esa diversidad cultural, cada grupo humano fue desarrollando estrategias, normas y valores adaptándose a entornos y espacios compartidos; lo hace para perdurar en el tiempo en procesos dinámicos de construcción y reconstrucción. Cuando hago una cuadra más llego a una arteria muy importante, que es paso obligatorio de los vehículos que vienen del sur de la provincia y desde la provincia de Buenos Aires; desde ahí estamos sólo a cuatro cuadras del centro neurálgico de la ciudad, podríamos decir que ya estamos en zona céntrica. En esta parte sí se ve la gente usando el cubre bocas y no se ve gente conversando en las veredas; aunque los vecinos se conocen, no se tratan con la misma familiaridad que en mi barrio que está a sólo cuatro cuadras. Esa calle es como la separación entre el barrio y el centro, aunque no lo


sea en el plano catastral: las rutinas cambian, la gente va a un supermercado que se encuentra en esa arteria pero no conversan con los cajeros como con el almacenero de mi barrio, sólo hablan del tiempo o de alguna noticia que ha sido realmente muy importante y conocida por todos. Es una línea ficticia que el pueblo mantiene en su imaginario colectivo y que está profundamente arraigada en el mismo, ya que hace muchos años la zona pavimentada sólo llegaba hasta ahí, entonces se decía “es el centro”; la zona pavimentada daba otro status a la gente que vivía allí, dado que “los agentes sociales actúan en el mundo en función de cómo lo conciben” (Grimson, 2011, p. 67). Una mañana tenía que salir al centro, ir a la librería para comprar cosas para mis tareas de la facultad y también debía acercarme a la farmacia. Me abrigué porque hacía frío y cargué una botella de alcohol preparada siguiendo las recomendaciones que existen en las redes y en los diferentes medios de comunicación. Vi que muchas personas también circulaban en la calle para hacer sus compras personales. Se veían de a dos o tres hablando una al lado de la otra, pero siempre respetando el uso del cubre bocas. Las calles no estaban vacías, era como un día normal en mi ciudad. Lo único que no era común era el uso del cubre bocas; resaltaba la extrañeza de un hecho tan inesperado como la pandemia. La cultura es algo dinámico, es como un equipaje y valija que hacemos y deshacemos, que nos identifica y nos da valor para identificarnos como personas. Lo importante es asumir que nuestra época nos lleva a vivir y a pertenecer a varios grupos y a varias culturas. Y en este caso, usar un accesorio tan extraño como un barbijo para identificarnos con la época que estamos viviendo. Para llegar a la librería debo pasar por la plaza principal y el Banco de Entre Ríos que está frente a la plaza. La plaza que solía estar llena de vida y personas a cualquier hora, el día que fuera, ahora se ve apagada, triste, sin vida, un cordón con una cinta la rodea para impedir el paso de los transeúntes a su interior. Esto sucede en todas las plazas de la ciudad. La plaza 25 de


Mayo está en el corazón de la ciudad, tiene dos diagonales con veredas que la atraviesan donde hay bancos para sentarse, tiene una hermosa fuente con agua donde todos se sientan a sacarse fotos, tiene una moderna y amplia rotonda donde se realizan bailes, actúan orquestas y se realizan actos, y una zona con juegos infantiles muy lindos y pintados con colores muy alegres. El contexto de la pandemia alteró esta actividad tan cotidiana de habitar el espacio en común. Era algo tan natural caminar o atravesar sus diagonales todo el tiempo, ahora no se puede, se ve vacía como símbolo mudo de esta situación inesperada. Los fines de semana era común ver la plaza llena de adolescentes sentados en el pasto tomando mate; hay unos bancos donde siempre se sientan unos ancianos a tomar sol, si cruzás de mañana seguro están; también se puede ver padres con niños paseando en las veredas en sus bicicletas, los más pequeños van siempre a los juegos, donde siempre hay niños haciendo cola ordenadamente para usar las hamacas. Es la plaza principal, la plaza del centro, donde nunca van a verse chicos de los barrios jugando; si llega a aparecer un niño de algún barrio es mirado con recelo, no lo integran y hasta se alejan de él; en los padres surgen inmediatamente los prejuicios, hay que tener cuidado, no sé qué hacen acá, quizás quieran robar, van a romper los juegos, no se acerquen. El ser pobre es sinónimo de mala persona, de vándalo, sinvergüenza, no importa si es un


niño que sólo quiere jugar. Los límites aunque no se dicen están implícitos: en la plaza principal sólo van y juegan los niños del centro. En esta situación tan cotidiana pero que genera un conflicto, es donde se tiene que aplicar con fuerza el modelo intercultural, que plantea la convivencia, ya no desde la igualdad, desde la homogeneidad, sino desde la diversidad. Proponernos encontrar valores comunes que hagan posible la convivencia, trabajando contra la discriminación y contra la exclusión.

La cola del cajero es larga y da vuelta sobre la esquina debido a que se debe respetar la distancia social; hay una larga fila de personas abrigadas, todos utilizando el cubre bocas. La mayoría está en una pose relajada, aunque hay algunos que parados con los brazos cruzados miran a todo aquel que pasa por su camino. Las distancias son respetadas debido a que la municipalidad pintó en el piso líneas indicadoras de donde pararse, algo que se hizo a un par de semanas de comenzada la cuarentena; esto vi que antes lo habían hecho en Paraná y en otros lugares, luego fue replicado aquí. Con las personas que se han


acercado a cobrar el sueldo también se ve mujeres que hacen fila para cobrar la asignación universal por hijos, o para cobrar el ingreso familiar de emergencia; se distinguen del resto por su vestimenta, sus posturas, sus modos y sus conversaciones que realizan en voz alta sin prejuicio alguno. Son reconocidas también porque el resto de personas las miran con recelo y comentan en voz baja, siempre manteniendo la distancia de ellas. Siendo muy claro en este caso la discriminación orientada a una población de naturaleza socioeconómica inferior. Los prejuicios se asientan en estereotipos construidos socialmente y que son utilizados cotidianamente para incluir o excluir a determinados grupos sociales. “Dado que la identidad se procesa en la interacción, la cuestión del reconocimiento es clave. Si un grupo es estigmatizado por la mayoría de la sociedad y por el Estado, puede interiorizar dicha discriminación”. (Grimson, 2011, p. 75) En la vereda de enfrente al banco, se halla un rapipagos que abre todas las mañanas, donde también hay una cola de gente con cubre bocas, respetan la medida de distanciamiento social, pero observo que las distancias son menores a las de la cola del banco; quizás esto se deba a que no haya indicadores de la distancia necesaria pintados en el piso. Cruzo rápidamente por la vereda del cajero, pero no puedo evitar notar un rostro familiar en la fila: mi vecina que está hablando con otra mujer que está a su lado, parece que son viejas conoci-


das. Mi vecina me sorprende, está usando cubre bocas, medida que no respeta cuando se mueve por el barrio. Seguramente comprende la exigencia de la obligatoriedad del uso del mismo, pero se confía demasiado cuando se mueve por el barrio que es su zona de confort. Una de las tres vertientes de la cultura nos permite ser aprendida a través de un proceso de socialización y de compartir con otros nuestro espacio, en instancias comunes, mi vecina comprende este proceso cuando se mueve por el centro de la ciudad. La librería a la que voy está en la cuadra siguiente al cajero, llego enseguida. Noto que la última vez que concurrí a la misma, me atendieron a través de una reja en la puerta y ahora ya dejan entrar al local. No veo a nadie haciendo cola. Observo un cartel en la puerta que dice que sólo pueden permanecer dos personas a la vez en el interior del mismo; me asomo por la puerta y veo que hay dos personas siendo atendidas; el local es grande, así que no veo mucho más; me corro para atrás y me dispongo a esperar. Al lado mío miro un perro tirado que está durmiendo tranquilamente ajeno a todo lo que sucede a su alrededor, qué suerte que no sufre los miedos y las consecuencias de esta pandemia. Llega una mujer, se pone a hacer fila atrás mío, luego otra con un hombre, después un par de personas más, ya se formó una fila de varias personas, pero no respetan la distancia social. No están pegados unos con otros pero tampoco están tan alejados, en ese momento sale un policía de la librería y me apresuro a entrar al local. Cuando me asomo un poco veo que quedaron dos mujeres adentro siendo atendidas, entonces decido volver a salir y quedarme al lado de la puerta, respetando la orden del cartel. Pienso para mis adentros, una persona se metió sabiendo lo que dice el cartel y viendo que había dos personas siendo atendidas, pero bueno, cada uno actúa según su grado de responsabilidad y de compromiso. La fortaleza de la interculturalidad es que introduce una perspectiva que es dinámica de la cultura y las culturas donde las configuraciones de las identidades están presentes, los procesos de interacción socioculturales están presentes, donde aparece la ciudadanía democrática como un valor.


Un par de minutos después sale una joven y entonces ahí recién entro al local. Esa librería es la misma a la que concurro hace años; los dueños ya me conocen de tanto verme a mí y a mi mamá, aunque no saben mi nombre y yo tampoco el de ellos; es un local no muy ancho pero largo, tiene muchas cosas y venden elementos de computación, está muy lleno de artículos y hay un pasillo por donde circular. Los dueños son un matrimonio que tienen un hijo de mi edad que conozco, sé que el apellido del hombre es Troncoso, pero no más que eso. A pesar de esto, tenemos una relación de confianza hace tiempo, siempre que voy tenemos una charla breve pero buena. Esta vez me toca ser atendida por Don Troncoso, que me saluda alegremente y me pregunta cómo ando. Lo saludo a él y a su esposa, le digo lo que necesito, mientras él busca lo que le pedí, observo a mi alrededor, me siento tranquila, ellos están usando barbijo, hay un alcohol en gel sobre el mostrador y el cartel en la puerta; la sensación es de serenidad, ya no hay el miedo del principio de esta crisis sanitaria. Esta librería siempre fue muy concurrida, a pesar del contexto de pandemia esto sigue siendo así, muchos colegios dejan allí sus apuntes para que los alumnos pasen a sacar sus copias por ahí. Le pido a Don Troncoso un papel que necesito para hacer unas impresiones y él me muestra las opciones de papel de ese tipo que necesita, tomándose el tiempo para mostrarme ejemplos de impresiones con cada uno y explicándome cómo usarlo. Yo me siento nerviosa por la gente que está esperando afuera, no quiero demorarme, pero valoro su intención de ayudarme. Compro lo que necesito y me retiro del lugar, la fila afuera ahora es más larga. Cuando hablamos de diversidad cultural nos referimos al conjunto de estrategias, normas, valores que los distintos seres humanos fueron capaces de desarrollar para vivir en grupo y para adaptarse a lo largo del tiempo, son compartidos dentro de un grupo y se los comparte de generación en generación. En mi ciudad está todo muy cerca, así que caminé hasta la farmacia. Antes de llegar a la farmacia observé con sorpresa a un hombre en la calle llegar en una moto sin cubre bocas, bajarse de ella e impunemente escupir en el piso. Yo iba caminando por la vereda de enfrente en ese momento; me di cuenta de que


el hecho pasó desapercibido para otros transeúntes, yo había sido la única testigo de ese desagradable hecho. Su aspecto era el de un hombre de edad mediana, abrigado con ropa en buen estado. En ese momento un montón de pensamientos me cruzaron por la mente. ¿Por qué hizo eso? ¿No está consciente de lo que estamos atravesando? ¿Cree estar sano y que hacer eso no contagiaría a nadie? ¿Por qué no utiliza cubre bocas si es obligatorio? Me hizo sentir una cierta preocupación, como que algo se sacudió en mi interior, me hizo pensar en los riesgos a los que me exponía al salir de casa para hacer unas diligencias. También recordé que yo me encuadraba entre las personas de riesgo debido a mis antecedentes respiratorios, ataques que sufro todos los inviernos provocándome repetidas bronquitis. Al final me di cuenta que ese hombre hizo eso por costumbre, como un acto reflejo, porque era algo que tenía arraigado desde antes de la cuarentena. Porque no es la primera persona u hombre que veo escupiendo en la calle; no es algo normal y natural para mí hacerlo ya que en mi familia se me enseño a jamás hacer algo así, no me sentiría cómoda con personas viéndome hacer eso en la vía pública. Pero sinceramente jamás se me cruzó por la mente que iba a ver a un hombre sin cubre bocas en la calle y escupiendo. La operación que realiza la antropología es intentar desnaturalizar esto que nos parece que no puede ser de otro modo que como nosotros lo vemos y que está tan naturalizado en nosotros que creemos que es parte de la propia naturaleza. Entonces a esta mirada sobre el otro que tenemos tan naturalizada la desnaturalizamos, a través del extrañamiento. Para mí no fue natural y fue extraño lo que hizo ese señor en la vereda. Crucé la calle y me detuve a observar la puerta del Sanatorio Americano, la única clínica privada de mi ciudad. No me había detenido a observarlo antes, las puertas viejas y grandes de madera habían sido cambiadas por puertas que se cerraban y abrían solas a medida que se acercaba una persona. Se veía vacío y solitario, a diferencia de la época pre pandemia, cuando se veía siempre lleno de gente en la vereda y en los pasillos de entrada. Hacía tan solo unos días habían dado de


alta a la segunda persona que había contraído covid-19 en la ciudad. Entonces recordé la noche del 20 de marzo cuando se conoció la noticia del primer caso de coronavirus de la localidad, cómo habían estallado las redes sociales con la noticia, los rumores, chismes y comentarios que se suscitaron; todos sabían y todos opinaban en las diversas redes sociales, como siempre ocurre cuando sucede algo en el pueblo. Todas las quejas, cuestionamientos y opiniones se vuelcan en mensajes mediáticos, siempre surgen múltiples publicaciones con los comentarios muchas veces discriminatorios o hirientes de los usuarios. “Ninguna práctica o creencia puede comprenderse extirpada del contexto específico en el cual ha sido creada y donde adquiere sentido”. (Grimson, Merenson y Noel, 2011, p 10) Comencé el regreso a mi casa, aprovechando la caminata para estirar un poco las piernas y aprovechar el sol en mi cara, y así poder observar un poco el pueblo. Me di cuenta de que muchos locales del centro habían cerrado debido a la pandemia, al no poder sostenerse económicamente. Uno de esos locales que tuvo que cerrar es el restaurant “Manolos”, cuyo propietario era el padre de un compañero de la escuela. El local donde estaba ubicado es un edificio histórico de la ciudad, enfrente a la plaza principal; hacía veintiún años que deleitaba a la sociedad de Villaguay con una carta de comidas al plato. La mayoría de personas de la ciudad han comido alguna vez ahí. Formaba parte de los principales atractivos gastronómicos de la ciudad; pasar por enfrente del local y verlo vacío sin sus mesas y decoraciones me provocó un sentimiento de tristeza, comer ahí formaba parte de mis planes pos cuarentena. Villaguay perdió entonces una parte de su esencia. En las redes se pudo leer un montón de comentarios de personas que lamentaban este hecho. Luego de ver en esto, me puse a pensar en Villaguay, en la ciudad que me vio nacer y crecer hasta los 18 años cuando me mudé a Paraná para estudiar. Por razones económicas no vuelvo seguido a casa -una vez cada mes y medio o dos meses-, por eso me ocurre algo extraño: a pesar de que nací y crecí acá hasta mis 18 años,


siento que éste ya no es mi hogar; me siento como lejana, como que mi hogar ahora es Paraná. Esto es difícil de poner en palabras, pero cada vez que recorro las calles de Villaguay, me siento como una extranjera en otras tierras. A veces hasta me extraña mirar a las casas sin ver edificios por doquier como en la capital. A pesar de vivir en Paraná por sólo dos años y medio, siento un gran sentido de pertenencia con esa ciudad. En ese lugar compartí mucho con otras personas que también vienen de otros lados, que tienen costumbres y hábitos de otros lugares, y yo también tengo costumbres del mío. Hay modos o prácticas que a veces traigo a Villaguay o que llevo a Paraná, muchos hábitos y costumbres de ambas ciudades son diferentes. En Paraná generalmente cuando voy a una farmacia, que es muy pocas veces, voy a la misma siempre. Pero sé que jamás voy a tener ese vínculo con las personas que trabajan ahí como el que tengo con las personas de Villaguay. Tampoco me pasa que voy caminando por la calle y me cruzo con algunos conocidos que me saludan con un “hola qué tal” o un simple “chau ¿cómo estás?” y con los que a veces me paro durante largo rato a charlar en la calle. A veces me sorprenden las costumbres de mis compañeros y ellos se sorprenden con las mías. Muchas veces me encuentro cruzando la calle por la mitad de cuadra en Paraná como se acostumbra a hacer en Villaguay, pero sé que en la ciudad de Paraná la mayoría de las personas lo hacen por las esquinas como es lo correcto. “Como todas las construcciones humanas, voluntarias e involuntarias, conscientes e inconscientes, la diversidad existe” (Grimson, 2011, p. 88).


Bibliografía: Grimson, A. Merenson, S. Noel, G. (2011). Antropología Ahora. Debates sobre la alteridad. Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores. Boivin, M. Rosato, A. y Arribas, V. (2004). Constructores de Otredad: una introducción a la Antropología Social y Cultural. Buenos Aires, Argentina: Editorial Antropofagia. Grimson, A. (2011). Los límites de la cultura: crítica de las teorías de la identidad. Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores. Guber, R. (2004). “El Salvaje Metropolitano”, Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. Apuntes de cátedra.


A más de cinco meses del confinamiento en Argentina: La fisonomía del barrio Anacleto Medina y la mirada hacia los sectores más vulnerables Por Tiago Romero

El barrio Anacleto Medina Sur de Paraná donde vivo hace más de 20 años es una zona muy carenciada, por lo cual no me llevó mucho tiempo comprender que la cuarentena aquí es parcial. Voy a comentar sólo algunos ejemplos ya que son muchos los factores que complejizan la situación, además de la pandemia, que es un agregado más. Hay pequeños que en el mejor de sus días alcan-


zan a cubrir las comidas básicas. Otras tantas veces no. Se los puede observar a diario recolectando comida en los contenedores ya que el merendero que solía ayudarlos antes de la pandemia ya no subsiste más. Muchxs de ellxs no se pueden quedar en sus casas y salen a jugar un picadito de fútbol, una “cachada” o lo que tengan a su alcance (que no es más que eso) para despejar los efectos negativos que tienen en el interior de su vivienda y en su vida personal. En un principio me llamó la atención cuando, todos los medios días por la televisión, realizaban el informe epidemiológico refiriéndose a todos por igual. #QuedateEnCasa se replicaba por todos los ámbitos. Sin embargo, desde las autoridades del gobierno y parte de la sociedad solemos omitir la situación que atraviesan los barrios en la actualidad. Voy a profundizar sobre la mirada que tenemos hacia los sectores vulnerables, especialmente sobre el barrio “Anacleto”. El motivo de seguir apostando sobre esta temática en Antropología es porque observo que el desprecio se dio siempre y se sigue dando a diario en algunos casos. Esperemos que la empatía en la sociedad no se pierda nunca pero, indudablemente, hay situaciones que la pandemia agravó más y eso se demostró. En Anacleto Medina Sur y Norte la mayoría de la gente se acostumbró a comprar la comida del día en los pocos almacenes que contiene el barrio. Algunos vecinos, y me animaría a decir la mayoría, no tienen la suerte de ir a un supermercado y hacer una provista para stockearse todo el mes o, en algunos casos, un poco más. La fila del kiosco frente a mi casa alcanza la media cuadra en horarios del mediodía. Los vecinos que realizan las compras, en su mayoría, están sin ninguna medida de higiene. Prácticamente se los atiende desde la calle. La mayoría dialogan entre ellxs ya que nos conocemos entre todxs desde hace años. Pan y fiambre es la comida que se compra generalmente para subsistir el hambre de este momento. Me lo pudo comentar Claudia, la dueña del negocio: “Compro productos de segunda o tercera marca porque los otros, es decir, lo caro no se vende. A la gente de acá no le alcanza”, expresó la dueña del kiosco La Claudia. Y continuó comentando que “muchas veces me piden fiado y


me da lástima porque no puedo darles comida gratis a todos”.

Kiosco La Claudia en calle Los Chanás en barrio Anacleto Medina

Calle Los Chanás y Facundo. Un día de lluvia y mucho frío. Algunos vecinos salen a vender comida casera En Paraná exigieron el uso de barbijo o tapabocas obligatorios para circular. Sin embargo, con el paso del tiempo durante esta pandemia, hay algunas medidas que hicieron reflexionar a las autoridades políticas. Por ejemplo, ahora se “recomienda” usar el barbijo. Cuando fui al centro por única vez a realizar un trámite, un policía me preguntó con qué número terminaba mi DNI y hacia dónde me dirigía. En los barrios no controlan de esa manera, pero sí han surgido denuncias de vecinos que se molestan cuando hay personas en la calle. ¿Cómo podemos exigirles a estos vecinos que con suerte compran la comida diaria, que utilicen barbijos, alcohol en gel o jabón? Por suerte este invierno se está yendo y fue un poco


inestable porque hubo días de calor, casi, como si estuviéramos en verano. Y en qué cambia esto, me pregunto…? Y sí, cambia. Porque muchos de ellxs tienen una sola vestimenta y a veces ni siquiera tienen un colchón para descansar. Entonces uno se pregunta: ¿Debemos tratar a todxs por igual en esta epidemia? Este es el eje que me interesa analizar a raíz de los conceptos que nos propone la Antropología. Claro está que la situación que estamos atravesando nos afectó a todos repentinamente y nadie se la esperaba. El problema es mundial y, cualquiera sea la medida que tome el gobierno de cada país, la crisis va a golpear siempre primero abajo del cinturón de la línea de la pobreza. Este barrio tiene dos zonas marcadas. Una en Anacleto Medina Sur y otra Norte. Lo divide una barranca de más de 50 metros y al final de la misma (el sur) hay más de 50 casas las cuales lamentablemente subsisten el día a día.

Calle Los Chanás y Facundo. Un día de lluvia y mucho frío. Algunos vecinos salen a vender comida casera.


Calle Los Chanás. La barranca de 50 metros aproximadamente divide el Barrio Anacleto en Norte y Sur En el sur hay muchas calles sin asfaltar. Tanto la policía como la ambulancia concurren hasta ciertos lugares ya que a otros supuestamente “no los dejan ingresar o no pueden por el deterioro de las calles”. Son reiteradas las noticias de los medios de comunicación que comentan diferentes hechos delictivos ocurridos en la zona. Otras dan a conocer la cantidad de allanamientos efectuados por delitos que van desde el hurto hasta peleas familiares o con vecinos, y abuso o discusiones intra familiares, algo que ha aumentado notablemente en este encierro que padecemos por la pandemia. Los días pasan rápidamente y a veces uno pierde idea hasta de la fecha. Nos encontramos desorientados. La otra situación que me llamó la atención es que para ingresar al barrio hay dos maneras. Por calle Galán y por dos puentes, el Eva Perón o el llamado Puente Blanco. En todos los accesos hay controles policiales, que son exigentes solamente con algunos. Lo pude detectar cuando fui por única vez al supermercado con mi papá en moto. Necesitaba ayudarlo a la vuelta para traer la mercadería. Me quedé en la puerta del supermercado porque solicitan que ingrese un solo familiar para evitar aglomeraciones. Sin embargo, los controles son exigentes para las personas que vuelven e ingresan al barrio. Si uno sale hacia el centro no hay controles exigentes. ¿Por qué será? Algunos vecinos expresan: “Nos controlan sólo a nosotros porque aprovechan y apenas nos falta un papel nos sacan las motos”. En estas situaciones, se puede observar un trato desigual. Cuando ven a un hombre o mujer de piel oscura circulando en moto se lo detiene, se les pide todas las medidas de higiene, su carnet y todos los papeles al día, como debería ser. Sin embargo, cuando alguien circula en un vehículo no se le solicita ningún papel. Esto es notable, en ambos controles de los dos puentes.


Me acerco a un uniformado de la fuerza de seguridad y me lo confirma: “A todos los negritos del barrio 16 o de Anacleto los paramos y se enojan”. Y siguió expresando que “tenemos la obligación de ser más estrictos en esta zona”. Otras tantas veces, los vecinos manifiestan las distintas represiones policiales que sufren niñxs, mujeres embarazadas y familiares que muchas veces no tienen que ver con el hecho que se investiga. En crónicas anteriores se puede escuchar a los vecinos diciendo: “Recibimos disparos de goma y no tenemos nada que ver. Estamos cansados de que la policía nos maltrate”. A veces, hasta los mismos vecinos se molestan por los disturbios que se originan contra la policía de la comisaría novena. La pandemia también desafió a las autoridades gubernamentales que tuvieron que demostrar su capacidad ya que las medidas son difíciles de tomar en un contexto de plena incertidumbre y en un entorno muy complicado de atravesar por una inestabilidad social, que hasta los mismos medios hegemónicos intentan imponer. En el barrio siempre hubo circulación de gente. Sin embargo, los controles no disminuyeron y las represiones policiales tampoco.

Calle Los Chanás. La barranca de 50 metros aproximadamente divide el Barrio Anacleto en Norte y Sur.


No hay farmacias en el barrio Anacleto Medina, si uno necesita acceder a remedios o algún elemento de higiene tiene que dirigirse hacia barrio San Agustín y atravesar los controles policiales que sean necesarios. Los cadetes funcionan dentro de los cuatro bulevares de la capital entrerriana, y nunca ingresaron hacia esta zona de la ciudad. Menos ahora, en tiempo de cuarentena. No sólo no ingresan los cadetes, cuando ocurre algún hecho de violencia la misma policía o la ambulancia no ingresa al barrio por los finos pasillos que tienen, por la inseguridad que se atraviesa y por el mal estado de las calles de hace años. Para algunxs a veces es mejor correr la vista y tratar de hacer caso omiso a la verdadera realidad. Los racismos pueden operar en los diferentes sistemas sociales y políticos, si bien son absolutamente funcionales a la continuación del capitalismo, por ende es una continuación del etnocentrismo. Estos conceptos nos ayudan a comprender que efectivamente no todos pensamos con una mirada que exceda lo que nos sucede. Todo lo contrario, lo que sucede en comunidad y sociedad nos afecta para una situación negativa, y lo que buscamos comúnmente es desarrollarnos y progresar. Acá, en la zona suroeste de Paraná, los vecinos siempre se sentaron en la vereda, a tomar mates, a chusmear quiénes pasan por la calle, como siempre lo hicieron. Poco se respeta este aislamiento social, preventivo y obligatorio tan difícil de regir para todxs por igual en la Argentina. La situación crítica se puede ver claramente en la provincia de Buenos Aires que es la más afectada en este momento. Se sabe que estas zonas son las que actualmente corren mucho más riesgo que otros lugares y Paraná no está ajena con una situación sanitaria bastante crítica en la cual hay un 75 por ciento de camas ocupadas. Con lo que respecta a la segunda parte y atendiendo a la teoría, me interesaron varios autores. Algunos conceptos importantes para mi trabajo me sirvieron del texto “El salvaje metropolitano” escrito por Rosana Guber, en su capítulo llamado el Enfoque Antropológico: Señas Particulares expresa: “El investigador emplea sus propios marcos de referencia para interpretar, en un


principio, qué sucede en el sistema estudiado. Pero los irá modificando gradualmente, en busca de un marco que dé cuenta de la lógica de sus actores. De lo contrario, se estaría imponiendo un marco de referencia ajeno a ese grupo social, y violentando aquello que se estudia”. Traigo a colación esta cita para comentar que pasaría si en mi texto no contemplo a todos los sujetos sociales de mi barrio. Lxs pibxs del barrio no tienen los recursos económicos para subsistir esta pandemia. Como estudiante universitario debo profundizar y desarrollar las prácticas, los discursos y la teoría sustentada por dichos sectores acerca de su propio modo de vida. Si decimos “la gente de los barrios carenciados son unos irresponsables por no cumplir la cuarentena” y no investigamos qué es lo que pasa allí adentro incurriríamos en un error. Como es obvio, estas conclusiones tienen consecuencias directas en las políticas públicas y en la realidad que intentamos construir individualmente en una misma sociedad, que no es ajena a ningunx. Es necesario discutir todas estas cuestiones para avanzar como sociedad incluyendo absolutamente a todos los sectores. Vengo expresando la mirada que tenemos hacia los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Especialmente de mi barrio Anacleto Medina Sur porque lo pude sentir y observar desde hace un tiempo más atrás. Lo único que la pandemia hizo esclarecer y mostrar a luz la cantidad de problemas que tenemos impregnados sumado a lo que nos pasa cuando nuestra economía prácticamente se para.

Kiosco La Claudia en calle Los Chanás en barrio Anacleto Medina Cuando hablo de la economía no me refiero sólo a las grandes empresas, que además también se ven afectadas, como nos vemos afectadxs todxs de una u otra manera. Un caso que me llamó la atención es por ejemplo la situación de Dieguito de 16 años, que también es afectado en aislamiento. El pasa por todos los bares de Paraná y se recorre toda la ciudad en su bicicleta juntando unas monedas, ofreciendo estampitas y tratando de socializar con la gente para que su día pase lo más


rápido posible. No obstante, necesita comer, como todxs lo necesitamos, y llevar “algo” a su casa. Lo encierro en comillas porque fueron palabras textuales de él. Por otro lado, un autor interesante para traer a colación en la pieza es Enrique Dussel. Retomando y profundizando un poco lo teórico, Dussel propone que miramos desde un punto de vista que por lo tanto es el nuestro. Lo denomina etnocentrismo. Este concepto requiere para ser antropología que se puedan incorporar nuevas teorías sociales y que lo reconozcamos como tal, es decir, lo que hay de etnocentrismo dentro nuestro es lo que “aparentemente es natural y universal”. La antropología requiere que relativicemos nuestro etnocentrismo y que reconozcamos nuestro punto de vista del autor. Además, tenemos que darle crédito cuando otro nos explica su punto de vista, no ignorarlo y encerrarnos en el nuestro ni en nuestro alrededor. Me parece interesante traerlo a colación sobre lo que estoy desarrollando porque pienso qué pasaría si me encierro en cómo puedo quedarme en mi casa cumpliendo la cuarentena, y no reflexiono sobre la situaciones de los demás. Hay que reconocer el etnocentrismo y trabajarlo, reflexionarlo, desarrollarlo. De esta manera tan interesante pero difícil para los argentinxs, Dussel propone descolonizar la cultura. “Enseñamos una historia en la cultura, como universal a la europea, desde la escuela primaria, secundaria, las universidades, la mayoría de nuestros intelectuales son eurocéntricos porque hablan sólo de Grecia, de Roma, del feudalismo o la modernidad norteamericana, desconocen y desprecian lo propio”, dice Dussel. El autor expresa que la periodización de la historia siempre tuvo un formato rígido: la antigüedad, la edad media y la edad moderna. Es muy interesante lo que plantea el autor. Igualmente en estos sectores, en el caso de la enseñanza, por ejemplo, lo podemos pensar los que tuvimos la posibilidad de atravesar el tramo primario y secundario tan importante para todxs ya que aporta la teoría básica de aprendizaje. Pero no sólo aporta la teoría, sino que fomenta el compañerismo, la solidaridad, la amistad, la empatía y otros valores tan fundamentales para la


vida social. Muchos de estos pequeñxs no tienen esa afectividad que varios solemos recibir. El contexto familiar y su entorno no lo facilitan. A los más chicos se los puede ver salir del barrio muy temprano arriba de un caballo juntando comida para subsistir. La cantidad de carros a caballos han disminuido ya que están prohibidos pero en este barrio se sigue usando “la tracción a sangre” para recolectar lo que se pueda en los tachos de basura. Retomando el caso de Dieguito, una vez nos contó que tuvo que dejar la primaria para “salir a buscar comida” y que “pasaba casa por casa pidiendo una campera o una frazada para salir muy temprano”. Mirta, que colabora en la escuela primaria de la zona, me contó que “lxs pibxs van a la institución a buscar el plato de comida del mediodía” y que “muchas veces se retiran temprano porque van a juntar comida para la noche a otro lugar”. Pensar que es común llegar a horas del mediodía y tener un plato de comida servido en la mesa, indudablemente, no es igual para todxs. Por otra parte, la alteridad es la experiencia de lo extraño y tiene como punto de partida la sensación de extrañeza. Es una experiencia en relación a otro/a, que nos resulta tan extraño que cualquier comparación con lo conocido lo tenemos desnaturalizado. Estas experiencias ocurren en el encuentro cultural. Conocer consiste en asignar una interpretación teórica a una practica. Es decir, frente a una práctica social determinada le ponemos un nombre o investigamos para ponérselo. A veces uno se pone triste cuando sale a la calle y observa constantemente vecinos que busquen comida o techo para subsistir. Por ello, estos conceptos me parecen interesantes de profundizar ya que no debemos tomar como “algo natural” que un niño busque comida en la basura o que esperen hasta la noche a que los restaurantes saquen la basura. La municipalidad tuvo que prohibir el ingreso de gente al basural ubicado a pocas cuadras de esta zona porque había peleas por quién se llevaba más basura, chatarra o comida en mal estado. En Concordia, hace unos meses atrás, un niño murió en el interior de un camión recolector de basura. Esa es la realidad a la que, a veces, poca vista se le da.


Volviendo a la teoría, precisamente la antropología desnaturaliza. Esto implica poner en evidencia que aquello que parece natural es profundamente cultural. Poner en evidencia con ejemplos las distintas situaciones que ocurren en mi barrio me parece una primera iniciativa para empezar a repreguntarnos qué sucede. Pero qué sucede en un solo barrio de Paraná. ¿Y todos los demás? “La alteridad siempre se refiere a otros y se dirige hacia aquellos seres vivientes que nunca quedan tan extraños como todavía lo quedan el animal más domesticado y la deidad vuelta familiar en la experiencia mística”, expresa el autor Esteban Krotz. La pregunta antropológica, valga la redundancia, se pregunta por la igualdad en la diversidad y por la diversidad en la igualdad. También se ocupa por los aspectos singulares y por todos los fenómenos humanos afectados por esta relación. Se pregunta por la inteligibilidad y la comunicabilidad de la alteridad y por el sentido que las prácticas tienen para quienes las practican. La alteridad está presente imaginariamente en todo momento a la hora de investigar, conocer, observar y explorar lo nuevo. Los conceptos de multiculturalidad, pluriculturalidad e interculturalidad me llamaron la atención para traerlos a colación teniendo en cuenta la historia que conozco del barrio. Mis abuelos cuando vinieron del campo (zona Aldea Brasilera) fueron uno de los primeros vecinos que llegaron y construyeron la vivienda (donde vivo) en la manzana. Ellos eran provenientes de familias alemanas del Volga, en su mayoría. Me contaron que varios vecinos se trasladaron, hace 50 años atrás, hacia esta zona cuando se inundó el Puerto Viejo en una creciente del río Paraná. Se fueron sumando distintos vecinos y la multiculturalidad se fue acrecentando de la mano de la interculturalidad. Las calles de esta zona tienen el nombre de diferentes pueblos indígenas que se presume que asentaron la zona. Se identifican nombre de calles como Los Chanás, Los Timbúes, Indios Bohanes, etc. Como vengo exponiendo, la gente en los barrios piensa en el día a día, viendo cómo hacer para que el techo de chapa no se venga abajo ante las fuertes tormentas, viendo si les acreditaron monto en la tarjeta Alimentar, en qué estado está la pensión por disca-


pacidad, con dolor de muelas, infecciones, enfermedades, chicos con energía que necesitan descargar. Hay que preguntarse ¿Cómo es la casa de uno? ¿Cómo es la cotidianidad en esa casa? ¿Cómo uno habita ese espacio? ¿Qué comodidades tiene? Mi barrio tiene la fisonomía de un día de vacaciones. Pero tenemos que entender que la vida de algunos sectores se desarrolla afuera de la casa. A veces se radican denuncias de vecinos que no comprenden estas situaciones. Habitar algunas casas es un tema complicado, no sólo porque no se cuenta con las comodidades básicas, sino también porque se convive en situaciones muy difíciles. Entonces mejor salir a la calle. Mejor estar en la vereda jugando con los vecinos. ¿Cómo hacer que el “quedate en tu casa” surta efecto en todos los sectores? Me pregunto y me pregunto y no me respondo. Sin dudas para personas como yo, insoportablemente analíticas, estos tiempos generan más preguntas que respuestas. A veces mirar siempre noticias negativas sobre el coronavirus causa dolor de cabeza. Hay que buscar ese espacio para despejarse leyendo, escribiendo, estudiando, o jugando a las cartas simplemente. Es interesante destacar que según Grimson se pueden incluir en el concepto de interculturalidad a grupos y sociedad que habitan en zonas más vulnerables. Eso se diferencia. todos somos diferentes y ocupamos y pertenecemos a una misma sociedad. Pero a la vez, parece ser que intentamos separarnos del otro y vivir y convivir en una sociedad diferente. “Los supuestos que equiparan grupos humanos a conjuntos delimitados por valores o símbolos son equívocos porque tienden a pasar por alto que dentro de todo grupo humano existen múltiples desigualdades, diferencias y conflicto -entre generaciones, clases y géneros- que dan lugar a su vez a una gran diversidad de interpretaciones, que los grupos tienen historias y que sus símbolos, valores y prácticas son recreados y reinventados en función de contextos”, expresa el texto de la Dialéctica del culturalismo. De este ultimo texto me interesaron varios conceptos. “La diversidad cultural ha ingresado al centro de los debates teóricos


acompañando los procesos de creciente interconexión global y la multiplicación de las relaciones interculturales en la cotidianidad del mundo contemporáneo. Muchas veces para ‘celebrarla’ en declaraciones públicas antes que para vivir en ella. Otras veces para denostar, menospreciar o aniquilar la diferencia”, comienza expresando para dar a entender que hace varios años atrás la percepción de la diversidad se empezó a ver como un problema que tiene un origen bíblico. Del power point de apoyatura de las clases, puedo resaltar que el concepto de cultura es tratado por diversos autores. Se puede resaltar que está atravesado por el progreso, la educación, la razón y la evolución. Y estos son factores que influyen directamente en los vecinos y vecinas de mi barrio. Podemos decir que hay diferentes culturas, es decir, todas las actividades y pensamientos humanos son aspectos de la cultura. Generalmente solemos utilizar juicios de valor y decir, por ejemplo, esta persona es culta o inculta, o pensarlo, pero hay que percibir que al hacerlo evaluamos grupos que tienen una cultura distinta desde un punto de vista particular, y probablemente diferente al nuestro. En mi barrio, de acuerdo a lo desarrollado, veo que la cultura como progreso individual -como era en el vocabulario francés del siglo XVIII, tal como está en el power point- es muy compleja y la civilización como progreso colectivo no aporta lo suficiente y, mucho menos, en una época de pandemia y crisis mundial. La situación de la realidad que atravesamos lo demostró. “Nadie puede negar que la pandemia demostró que vivimos en un país injusto”, expresó el presidente de la Nación, Alberto Fernández, en una de sus conferencias. “La idea de que no hay jerarquías entre los grupos humanos, de que las diferencias son sociales y no naturales, y de que esas diferencias deben comprenderse a partir de la historia y la especificidad de cada grupo son argumentos a favor de la diversidad humana”, se explayó en el texto La dialéctica del culturalismo. “La antropología social no se ocupa de una porción del referente empírico, sino de una problemática que distintas corrientes


han definido y explicado de modos variados: la diversidad”, expresa Guber. La respuesta que se me propone como estudiante universitario es ayudar con lo más mínimo y simple. Primero respetando. Que los que verdaderamente podamos quedarnos en nuestras casas lo respetemos, ante la situación que estamos atravesando. Cuando podamos ayudar a los vecinos que no llegan a fin de mes, darles una mano con lo que podamos, ya sea comida, ropa o un mensaje de aliento para quienes no encuentran ninguna salida ante estas situaciones. Sería imposible hacer antropología si no miramos desde un punto de vista posicionado, que por lo tanto es socialmente, y que a su vez, el encuentro cultural, también se encuentra en otro punto de vista social. La antropología trabaja por comparación. En resumen, el hashtag debería empezar a ser: #SiPodesQuédateEnCasa. La pandemia seguirá y será un enemigo invisible hasta que no se logre encontrar la vacuna. Me pareció interesante agregar lo que propone la autora Esther Díaz en su artículo “Las grietas del control”: “Los ricos temen y descalifican (a los ‘negritos’), los pobres se sienten rechazados y también descalifican (a los ‘chetos’). Cada grupo por su lado construye una caparazón comunitaria característica del dispositivo de encierro, espacios híbridos respecto del territorio nacional. En ellos es importante lo que se muestra y es importante lo que se oculta”. Es interesante analizar cómo la autora plantea que ocurren patrones similares y desarrollan diagramas de fuerzas similares independientemente de las condiciones materiales en las que se inscriben. Es decir que, aunque no se quiera asumir la realidad, en ambos lugares, tanto en el country como en las villas se comparten pautas funcionales que intentan ser omitidas. Por ejemplo: tanto en las villas como en los countries hay ciudadanos que se “enganchan” de la luz y es considerado típico de un rasgo villero. En los barrios pasa lo mismo y apelan al mismo recurso. La diferencia es que en el country es una “picardía intrascendente” y en la villa es estigma de clase. La autora expresó que “se indica un doble movimiento y una compleja relación entre la sociedad abierta y las comunidades cerradas. Exclusión


e inclusión. Los encierros son exclusores por definición, pero no pueden dejar de estar incluidos en el territorio del que forman parte. Hacen pivote entre el ser y el estar”. Ese pivote entre el ser y el estar del que habla la autora es similar al trato que doy a las personas que evidentemente no pueden cumplir la cuarentena y de lo que hago como cuidadanx para respetar las normas y reglas. En este caso, respetar en el sentido de que si nos quedamos en casa no sólo nos cuidamos nosotrxs sino también al otro, a nuestros familiares con los que convivimos y que son quienes tienen mucho más riesgo al contagio. El problema radica “entre lo que se muestra y lo que se esconde”, tal como titula Esther Díaz en uno de sus capítulos. Por ejemplo: dejar a la vista las piscinas relucientes y las fachadas coloridas no se distinguen de las villas que dejan al descubierto los aspectos de su vida privada, “con la salvedad de que en unos es virtud lo que en otros constituye necesidad”. Otro caso, tan debatido en la sociedad y que presenta el artículo, es el tema de la seguridad. La autora plantea que en los countries los propietarios suelen quejarse por la poca inversión en seguridad, como si la única solución fuera reforzar el control apuntando a “la mano dura”. De esta manera se continúa negando la delincuencia, y se apuesta a la desproporción en las clases sociales. “Desde distintas perspectivas, lo idéntico se torna diferente. Mientras unos se escudan en que son propietarios los otros no tienen excusas, son apropiadores en sentido nato”, expresa Esther Díaz. En un polo hay autoexclusión calificada y en el otro, desangelada. Me pareció importante agregar estos conceptos en mi trabajo ya que se presenta esta doble vara que vengo desarrollando: tanto de la mirada y las acciones de los que verdaderamente pueden cumplir la cuarentena como de los que no. Mientras tanto, los casos aumentan y cada vez más se presume que estamos atravesando el pico de la pandemia sin saber cuándo será fehacientemente ese “pico” de contagios o de fallecidos por Covid-19. La situación de los que menos tienen es más vulnerable y eso está claro, tal es el ejemplo de la cantidad de casos que han surgido en los barrios de la provincia de Buenos Aires.


Una casa en la que habitan 10 personas o mรกs tienen el doble de riesgo de contagio, sumado al hacinamiento que sufren en su interior. A mรกs de cinco meses el aislamiento social, preventivo y obligatorio en Argentina, hay que entender que el #QuedateEnCasa y el aislamiento obligatorio no son iguales para todxs.


Bibliografía Grimson Alejandro. 2011. Los límites de la cultura. Buenos Aires, Siglo XXI. Capítulo 1: “Dialéctica del culturalismo”. Krotz, Esteban. 2010. “Alteridad y pregunta antropológica” En: Boivin, Mauricio; Rosato, Ana y Arribas, Victoria. Constructores de otredad. Una introducción a la Antropología Social y Cultural. Buenos Aires, Antropofagia. Conferencia de Enrique Dussel: “La descolonización cultural”. En: https://www.youtube.com/watch?v=Q86_LPat-IQ Guber, Rosana. 1991. El salvaje metropolitano. Buenos Aires, Legasa. Díaz, Esther. 2010. Las grietas del control. Vida, vigilancia y caos. Buenos Aires, Ed. Biblos. Entrevista a: mi vecina, Claudia Enrique (kioskera), un familiar (policía), un vecino del barrio, Dieguito Rodriguez. Conferencias del presidente Alberto Fernández. Noticias sobre la pandemia y los informes epidemiológicos Revistas que nos brindaron en el Paddlet del aula virtual de Antropología. Tres power points de apoyatura a las clases virtuales. Las clases propiamente virtuales.


Resignificar las prácticas Por Jimena Migueles

“Sólo tiene precio lo que nos puede ser arrebatado” David Le Breton Los días de encierro poco a poco fueron develando que, a pesar del esfuerzo por mantener la normalidad en nuestras vidas, hay un mundo que cambió y al que debemos adaptarnos. Pero, ¿a qué me refiero con “normalidad”? El Covid-19 trajo consigo un contexto que alteró totalmente nuestra vida cotidiana. Cambiaron nuestros modos de percibir, cambió nuestra rutina, cambió el tiempo y el espacio que nos orientaban día a día, las prácticas, el modo de relacionarnos con nosotros mismos y a nivel social con otres a la distancia y en la convivencia. Soy de Concordia pero llevo 6 años viviendo en Paraná y en esta


ocasión me toca pasar la cuarentena en la capital entrerriana bajo la ilusión de que pronto volvería a cursar y a trabajar. El departamento donde vivo tiene una ubicación céntrica, a una cuadra de la peatonal y el shopping, rodeada de negocios y edificios. Decir esto es importante porque es en este lugar donde a diario se concentran grandes cantidades de personas, ya sea para retirar dinero de los bancos, hacer compras o trámites burocráticos, mandar o recibir encomiendas por Correo, entre otras cosas. Estas razones hacen que la constante circulación de personas en este sector lo vuelva un posible foco de contagio.

Antes de la pandemia había ciertas prácticas, como la simple acción de salir a la calle para ir a comprar al supermercado o pasear, absolutamente naturales y habituales, del orden de lo familiar, y que concluyeron por transformarse en algo extraño. “Es en este punto inesperado, sin referencias teóricas ni coincidencias con la cultura del investigador, donde se producen los


quiebres con lo familiar y lo conocido. Y es aquí donde se manifiesta antropológicamente el movimiento de desnaturalizar lo naturalizado, descotidianizar lo cotidiano (Lins Rivero, 1998), o exotizar lo familiar (DaMatta, 1998).” (Guber, 2004: 43) El exterior siempre es una novedad. Cada vez que alguien llega a mi casa le pregunto: ¿Cómo está afuera? ¿Hay muchas personas? ¿Usan barbijos? ¿Hay controles policiales? O también el hecho de que antes de salir de tu casa debés mentalizarte de llevar el barbijo y DNI. Los controles policiales se volvieron más estrictos para que haya un registro de la situación, y la paranoia de todes les ciudadanos por evitar tanto el contagio como también el llamado de atención de las autoridades, hizo que adoptemos cada una de las medidas de prevención, sobre todo el distanciamiento social. David Le Breton en el artículo Una ruptura antropológica importante expresa las nuevas formas de percibir nuestra rutina con pandemia: “Redescubrimos con asombro el precio de las cosas que no tienen precio: el simple hecho de desplazarse a otro barrio, de recorrer los bosques, de encontrarse con amigos, de tomar un café en la terraza, ir a un cine o a un teatro, a una librería… Una cierta banalidad envuelve estos comportamientos co-


tidianos, y encuentran hoy su dimensión de sacralidad, su valor infinito. (…) Sólo tiene precio lo que nos puede ser arrebatado.” (Le Breton, 2020) En tal sentido, la disciplina antropológica, necesaria para el conocimiento de los otros, tiene un horizonte que sirve como guía: la comprensión intercultural. “(...) sin ese horizonte no solo será difícil para las ciencias sociales comprender los sentidos que las acciones tienen para las personas y los grupos, sino que también estarán condenadas a reproducir el sentido común hegemónico en su propia sociedad” (Grimson A, Merenson S y Noel G; 2011:11). La formación antropológica requiere de un modo sistemático y distintivo para evitar el etnocentrismo desde todas sus variantes. Su formación tiene en cuenta dos elementos: por un lado, está la preocupación contra el etnocentrismo y, por el otro, la convicción de que nunca se lo podrá evitar completamente, sólo si se está alerta a sus apariciones se lo puede domesticar de un modo parcial. “(...) todos los seres humanos somos en alguna medida etnocéntricos, y el antropólogo es quien se forma para procurar lo inevitable, para domesticar lo indomesticable.”(Grimson A, Merenson S y Noel G; 2011:24) Lo primero que llamó mi atención fue la mirada desconfiada de cada persona que me cruzaba, un comportamiento que según su lenguaje corporal se podría interpretar como nerviosismo y preocupación. En los viajes en el colectivo urbano estos comportamientos se intensificaban, sumado al distanciamiento que debe haber por pasajero. Si me veían cerca era predecible que luego iban a pedirme que me vaya a otro lugar. Existe un miedo agudo ante la posibilidad del contagio del virus y las personas desde su hogar adoptan una postura arbitraria de denunciar a todo aquel que ven en la calle. Es el miedo una emoción que a menudo nos


toma por sorpresa y es causada por la toma de conciencia de un peligro inminente. Y, en tal sentido, el autor Juan Delemeau en Miedos de ayer y de hoy expresa que “El miedo es fundamentalmente el miedo a la muerte. Todos los temores contienen cierto grado de esa aprensión, por esta razón el miedo no desaparecerá de la condición humana a lo largo de nuestra peregrinación terrestre” (Delemeau, 2002;11) Desde mi terraza pude ver reiteradas veces cómo ciertos vecinos desde sus balcones les decían a quienes circulaban en la calle que no debían estar afuera. Siendo esta otra de las cosas que nos deja la cuarentena: una especie de “auto vigilancia” ciudadana en pos de un bien social. Estar infectado es sinónimo de una connotación negativa que de algún modo simboliza la razón por la cual seguimos en cuarentena y se le añade la responsabilidad de poner en riesgo a toda la comunidad. Esta concepción de culpar a quien padece la enfermedad refleja el estigma que presenta el virus y en este afán de conservar su “cultura pura” sin contacto y sin mezcla promueven la discriminación. “(...) El ‘problema’ no somos ‘nosotros’, sino que ‘ellos’ amenazan con socavar, y esto se debe a que ‘ellos’ son extranjeros y culturalmente ‘diferentes’” (Grimson, 2011:66). En tal sentido, se puede percibir que hay una línea dicotómica, una frontera que divide a los sanos de los enfermos, a los buenos de los malos, a los que salen de sus casas de quienes cumplen a rajatabla la cuarentena. “(...) Las fronteras pueden concebirse de modo fijo tanto entre razas como entre culturas, así como la afirmación de las diferencias entre esas culturas pueden traducirse - aunque no sea la intención- en la legitimación de una jerarquización, cuando no en un instrumento clave para el dominio efectivo de esos grupos o personas.” (Grimson, 2011:59).


Quedate en Casa: Una elección que no todos pueden tomar La primera semana de encierro me atravesaba un sentimiento colectivo: pensaba que estaba de vacaciones en casa. Lo tomé con cierta alegría y sin tomar dimensión de la situación. Cada persona con la que hablaba me manifestaba lo mismo y a mis vecinos los notaba igual: salían a sus balcones, tomaban mate, hacían ejercicios, cantaban karaoke, escuchaban música a todo volumen y otros simplemente se sentaban a tomar sol. En ese inicio de la cuarentena optaba por ir seguido a la terraza para no sentir tanto el encierro. Llevaba mi equipo de mate, algún libro o algo para pintar. Desde arriba observaba a la ciudad, a la calle, a ese exterior lejano, veía que pasaban algunos autos con conductores usando barbijos con un acompañante sentado atrás y, también, personas en motos o en bicicletas haciendo delivery de Pedidos Ya, Vamos Rápido y otros. Su circulación desde que comenzó la cuarentena fue constante, sólo paraban durante la madrugada, inclusive, hasta los días más desolados y fríos, los trabajadores se reunían en grupos de 4 o 6 para esperar los pedidos en un local de McDonald’s ubicado en la peatonal. Al mismo tiempo, hay un incremento de quienes realizan el oficio y se debe a que el confinamiento fue empujando a condiciones desesperantes con ingresos que no alcanzan, debiendo implementar nuevas alternativas para lograr sustentarse. En este caso el oficio de repartidores a domicilio permitió a los comerciantes acercarse a sus clientes y poder seguir con su trabajo. La fuerte demanda de los encargues y envíos generó que quienes se vieron afectados económicamente por la pandemia opten por este tipo de trabajos para subsistir. “Hay un mundo de separación entre el que tiene garantizado el ingreso para comer y quien no lo tiene”,


enuncia Rita Segato y siguiendo por esa línea discursiva menciona que debe existir una parcela de la economía preservada del circuito global y es necesario empezar a pensar en cómo garantizar un refugio, un retén de soberanía económica y soberanía alimentaria resguardado de las vicisitudes de la escala global. Sin embargo, este oficio se encuentra ante condiciones precarias e insalubres, como por ejemplo estar más expuestos a infectarse de Covid-19 por el continuo contacto con personas y, al mismo tiempo, no poseer una cobertura médica que los resguarde. Quienes trabajan haciendo delivery son parte de un universo invisible al que nunca se le dio atención pero hoy en día su actividad es esencial. Mientras otros pueden detenerse, es imprescindible que ellos continúen para que la vida siga con una supuesta normalidad. Las condiciones adversas a las que deben enfrentarse a diario producto de su invisibilización se pueden interpretar desde una concepción racista hacia este colectivo. El racismo “(...) ordena los grupos jerárquicamente, de modo vertical y estableciendo relaciones de superioridad/inferioridad (...)” (Grimson, 2011:66). Asimismo, el racismo es una categoría que representa una de las formas en que se manifiesta el etno-


centrismo. Somos individuos que estamos atravesados por un sinfín de subjetividades, todo el tiempo observamos según un determinado punto de vista que es el propio, pero que no es estrictamente individual sino social, del cual como individuos participamos. Por lo tanto, cuanto mejor se pueda reconocer de dónde proviene ese punto de vista, mejor se podrá identificarlo para luego poder deconstruir esa visión única marcada por el etnocentrismo.

Profundizando la desigualdad Estar encerrados en casa tantos días dejó en evidencia que hay determinadas cosas de las que no podemos prescindir: nuestras relaciones sociales y de estar en contacto con el exterior. Las video llamadas son la manera de sentirnos más cerca de nuestros familiares y amigos, sin embargo no hay manera de poder sustituir la corporalidad, sin poder reemplazar los efectos que tiene un abrazo, y tratamos de expresarnos lo máximo posible mediante audios, llamadas o mensajes. Con la cuarentena se intensificó la importancia de la materialidad del otro cuerpo que antes no era percibida como un tipo de comunicación. La antropóloga Rita Segato manifiesta lo siguiente: “Esta pandemia atraviesa los rituales y momentos más importantes de la vida: madres que paren solas, personas que mueren aisladas, en absoluta soledad; familiares que no pueden acompañar ese tránsito. Hay una


dimensión indeciblemente trágica en esa despedida solitaria” (Segato, 2020). Hoy en día toda esa fisicalidad se está demostrando por su ausencia, su falta, y al mismo tiempo sentimos esa carencia de la materialidad. Para muchas personas lo virtual ayuda a sobrellevar la soledad en la cuarentena, este motivo y muchos otros más, en el afán de encontrar la normalidad, hacen que esta nueva coyuntura de pandemia coloque en un lugar preponderante a la virtualidad para todas las áreas de la vida: comprar, hacer trámites, pagar cuentas, seguir adelante con la carrera universitaria, la escuela a distancia o todo aquello que exija de un contacto interpersonal. Asimismo, el acceso a estos bienes o servicios no es igual para todos los individuos; para muchos tener conexión a internet o aparatos tecnológicos se asemeja más a un privilegio que requiere de un esfuerzo difícil de alcanzar y que profundiza aún más la brecha que divide a los que tienen de los que menos tienen. ¿Por qué sólo algunos tienen el acceso garantizado a la educación y al trabajo? ¿Qué ocurre con aquellos que quedan excluidos? La naturalización y generalización sobre el acceso a estos bienes generan obstáculos y deserción en los sectores más carenciados, es una concepción elitista que se basa en la exclusión y que niega las diversidades económicas y virtuales, donde quienes poseen las bases materiales pueden acceder a la educación y encajar en la nueva normalidad contextual. En este sentido, parafraseando a Alejandro Grimson en Los límites de la cultura, la diversidad existe y, al igual que la naturaleza humana, es histórica, política, conflictiva y procesual. Siguiendo con la línea teórica “(...) preservar la diversidad no deriva de los hechos contrastables. Constituye una política, y como tal no puede derivarse de realidades empíricas sino de valores. Los valores que sustentan políticas de intervención transforman realidades. Por ello, reconocer y respe-


tar las diversidades culturales, paradójicamente, implica la inexorable transformación de los procesos históricos y de las relaciones de poder.” (Grimson, 2011: 88)

Estereotipos sin cuarentena Los dispositivos tecnológicos protagonizan nuestro día a día en cuarentena con los bombardeos de información a cada momento: fake news en redes sociales, el conteo sobre números de muertes en el país y en el mundo, las comparaciones con las medidas adoptadas por Brasil y Estados Unidos. Por otro lado, hay una presión constante, más que nada en las redes sociales y grupos de Whatsapp, que nos indican lo que debemos hacer, sentir y pensar en un contexto donde es imposible seguir como si nada. Te aconsejan que seas productivo, que aproveches este tiempo poniendo a prueba tu disciplina para estudiar, leer libros, hacer cursos online y te recomiendan una avalancha de películas y series para ver. Por otro lado, el tiempo disponible en la vida de encierro es como un espacio que hay que llenar para no darle lugar a nuestras angustias y a la incertidumbre reinante. Hay que llenarlo con arreglos en la casa, teniendo una rutina de ejercicios físicos o probando recetas nuevas. Al principio fue algo que me resultó fácil, sin embargo terminé por sentirme frustrada por no llegar con los objetivos que yo misma trazaba y los objetivos que a nivel social debía cumplir. A partir de ese momento comencé a sentir extrañeza por ese grupo social que te desafía a ponerte a prueba. Extrañamiento es una palabra que puede describir mis emociones. Extrañamiento también es un concepto que refiere a ese “algo” que nos genera vernos y ver a otro ser humano como diferente. En palabras de Esteban Krotz en el capítulo Alteridad


y pregunta antropológica del libro Constructores de Otredad expresa que: ”Alteridad significa aquí un tipo particular de diferenciación. Tiene que ver con la experiencia de lo extraño. Esta sensación puede referirse a paisajes y climas, plantas y animales, formas y colores, olores y sonidos. Pero sólo la confrontación con las hasta entonces desconocidas singularidades de otro grupo humano -lengua, costumbres cotidianas, fiestas, ceremonias religiosas o lo que sea- proporciona la experiencia de lo ajeno, de lo extraño propiamente dicho (…)”(Krotz, 2007: 19). Pero que, a pesar de ver a otro ser humano como diferente a primera, segunda, tercera y otras muchas vistas, siempre se trata de reconocer a los seres completamente diferentes pero iguales. Me pregunto: ¿Quiénes son? ¿A qué se dedican? ¿Cómo será su rutina diaria? ¿La pandemia afectó en algún punto sus vidas? Y sobre todo, ¿Qué es lo que me genera extrañeza puntualmente de este grupo social? En el intento de buscar la igualdad en la diversidad y la diversidad en la igualdad comprendí que lo que más me generaba extrañeza era la obsesión por no engordar. Consejos de rutinas alimenticias, memes, chistes, preocupaciones que inundaban absolutamente todas las redes sociales y que fue transformándose en un tema colectivo en común, presente en mi círculo de familia y amigos. Lo peor que podría ocurrir durante la cuarentena es subir de peso, inclusive peor que contraer coronavirus. Ese sentimiento me atravesó cuando me di cuenta que los jeans ya no me entraban. Pero, ¿Qué connotación tiene engordar? ¿Es una preocupación verdaderamente propia? Históricamente fuimos marcados por cánones de belleza que fueron variando según el contexto a los cuales habría que responder tratando de igualar lo máximo posible. Engordar -ser gordo/gorda- se relaciona con lo que no es bello en los márgenes que constituyen los estereo-


tipos de belleza. Hay una presencia de etnocentrismo. Pero, ¿a qué nos referimos con etnocentrismo? Es un punto de vista que no es estrictamente individual, sino que es un punto de vista social del cual participamos como individuos. Siguiendo la línea de Krotz: “La alteridad tiene un alto precio: no es posible sin etnocentrismo. ‘Etnocentrismo es la condición humana de la alteridad’ (Lewis, 1976:13) y tan solo él posibilita el contacto cultural, la pregunta antropológica”. (Krotz E, 2010:20). El valor del estereotipo de la delgadez sale, se dispara e intensifica en estos días de encierro. Siempre existió. Es un tipo de pensamiento donde hay una fuerte presencia del colonialismo que está vigente en nuestra cotidianeidad y en especial en nuestra manera de pensar, el error es creer que ocurrió hace mucho tiempo atrás. El antropólogo Enrique Dussel invita a profundizar acerca de este concepto en su libro 1492. El encubrimiento del Otro Hacia el origen del mito de la Modernidad aludiendo lo siguiente: “La ‘colonización’ de la vida cotidiana del indio, del esclavo africano poco después, fue el primer proceso ‘europeo’ de ‘modernización’, de civilización, de ‘subsumir’ (o alienar), al Otro como ‘Lo Mismo’; pero ahora no ya como objeto de una praxis guerrera, de violencia pura -(como en el caso de Cortés contra los ejércitos aztecas, o de Pizarro contra los incas-, sino de una praxis erótica, pedagógica, cultural, política, económica, es decir, del dominio de los cuerpos por el machismo sexual, de la cultura, de tipos de trabajos, de instituciones creadas por una nueva burocracia política, etc., dominación del Otro. Es el comienzo de la domesticación, estructuración, colonización del ‘modo como aquellas gentes vivían y reproducían su vida humana”. (Dussel, 2010: 49 y 50). En este caso, el acto de comer también resulta ser un problema


ligado a esta obsesión por no engordar o mejor dicho: gordofobia. Comer frente a determinadas personas libremente y sin culpa en estos tiempos de pandemia resulta ser algo que genera inseguridades. Por sobre todas las cosas es porque personas allegadas a uno mismo, sean familiares, amistades, etcétera, pueden sentirse más habilitados para opinar sobre los cuerpos y sobre las elecciones alimentarias ajenas o sobre las consecuencias de esas elecciones en el peso de alguien. Este tipo de actitudes constituyen un tipo de microviolencia que se potencia en el encierro con la convivencia o virtualmente. En las redes sociales actúa en forma de memes, usando la humillación de estos cuerpos que no siguen la norma para remarcar lo que no debiera suceder. Se trata de un grupo social que en el afán de lucir bien, seguir con su vida normal y no dejar que la cuarentena afecte sus vidas, terminan ejerciendo violencia sobre los cuerpos ajenos. Es necesario desnaturalizar y deconstruir nuestra visión única de los fenómenos para dejar de avalar y sostener un sistema en el que las personas que no cumplen con un estereotipo marcado y remarcado por la sociedad siguen siendo excluidas y discriminadas.


Bibliografía DUSSEL, Enrique. 2010. 1492. El encubrimiento del Otro. Buenos Aires, Planeta Plutón. Conferencia 1, 2 y 3. DELUMEAU, Juan. 2002. Miedos de ayer y de hoy. Extraído de: El miedo: reflexiones sobre su dimensión social y cultural. Medellín. Ed. Corporación Región. GUBER, R. 1991. El salvaje metropolitano. Buenos Aires, Legasa. GRIMSON, A. 2011 Los límites de la cultura. Capítulo: “Dialéctica del culturalismo”. Buenos Aires, Siglo XXI. GRIMSON, A.; MERENSON, S. y NOEL, G. 2011 Descentramientos teóricos. Buenos Aires, Siglo XXI. KROTZ, E. 2010. “Alteridad y pregunta antropológica”. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. Constructores de otredad. Ed. Antropofagia, Buenos Aires. LE BRETON, David. 2020 Una ruptura antropológica importante. Francia: Revista Topía. En: http://lobosuelto.com/ una-ruptura-antropologica-importante-david-le-breton/ -SEGATO, Rita. 2020. Es un equívoco pensar que la distancia física no es una distancia social. En: https://www.lanacion. com.ar/opinion/biografiarita-segato-es-un-equivoco-pensar-que-la-distancia-fisica-no-es-una-distancia-social-nid2360208?fbclid=IwAR1ery--79AhfjTusS1Jt7g9zJlDoIutuwWLakiNpl3wlk6M8ywqoRDbn68


La pandemia en el barrio Villa Sarmiento Por Andrés Valentín Vince

Las medidas políticas tomadas por Alberto Fernández con respecto a la pandemia del coronavirus, provocaron que el avance del mismo en nuestro país no sea tan devastador como lo fue en algunos países (España, Italia, Estados Unidos, Brasil, por citar algunos ejemplos). La cuarentena y el rápido establecimiento del aislamiento social desencadenaron en una menor cantidad de casos y en un lento proceso de propagación del covid-19 que a nivel sanitario fue favorable para su abordaje. Mi ciudad, Paraná, puede dar cuenta de lo que sucede en varios lugares del país y hasta de la provincia, Entre Ríos. La gente en


Paraná ha ido entendiendo que esta situación era grave. Al principio decían “Esto dura dos semanas, un mes máximo y vuelve todo a la normalidad”. Con el paso de los días, se han dado cuenta que la cuarentena es cosa seria. De a poco se ha ido logrando una concientización de lo que es el coronavirus y la pandemia en la que vivimos. Aun así, en este tiempo que nos toca vivir, muchas personas han tenido que seguir haciendo su vida relativamente “normal” para afrontar sus necesidades sociales. Las personas con ingresos bajos, que viven el día a día, sin seguro, sin obra social, saben que para solventar el bienestar de sus hijos no se pueden quedar encerrados, tienen que salir a trabajar, de lo que sea, changas, como, por ejemplo: albañilería, mecánica, etc. Si bien el gobierno ha lanzado un plan de ayuda para estos sectores, como el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) siguen quedando familias desamparadas ante la hambruna y la desesperación. Además, estas familias son muchas veces prejuzgadas y estereotipadas por su condición económica recibiendo rechazos, exclusión y toda clase de discriminación. El prejuicio es una valoración donde se rechaza, se desaprueba, preconcebido hacia personas y grupos basado en estereotipos. Son utilizados cotidianamente para excluir determinados grupos sociales. (Bechara, 2020). Esta discriminación y exclusión se complejiza aún más si son personas que vienen del extranjero, porque se los repudia por el simple hecho de ser diferentes. En esto consiste la xenofobia. Stolcke (2011) manifiesta que la llegada de grandes cantidades de inmigrantes destruiría la “homogeneidad de la nación”, haría peligrar los valores y la cultura de la mayoría, y desataría un conflicto social. Dicho esto, he podido observar no solo de manera presencial, si no a través de redes sociales cómo personas con bienestar eco-


nómico, que no tienen las necesidades de las personas que cité arriba, rompen el aislamiento. Por ejemplo: juntadas de amigos, jodas clandestinas. Esto es lo que sucede en mi ciudad en tiempos de pandemia y uno se pregunta ¿Por qué la gente actúa de esta manera? La cultura es algo que se va aprendiendo, se adquiere y nos diferencia del resto de los seres humanos. Así también, cada sujeto construye su cultura colectiva, es decir, si bien pertenecen a un grupo, su identidad personal es única y diferente. (Bechara, 2020). En relación a esto, Dematta (2011) manifiesta que para comprender una cultura es necesario comprender a los otros en sus propios términos, sin proyectar nuestras propias categorías de modo etnocéntrico. Para ser más específicos, voy a describir un poco lo que sucede en el barrio “Villa Sarmiento” de la ciudad de Paraná. Mi barrio se encuentra en las adyacencias del Club Atlético Patronato de la Juventud Católica, se caracteriza por sus veredas estrechas, los grandes árboles, el trino de los pájaros, el ladrido de perros y su poca iluminación nocturna en algunos sectores. En mi barrio además del club, se destaca la parroquia Santa Teresita y el centro de salud Estanislao Zeballos. En el barrio nos conocemos entre todos los vecinos, desde el más adulto hasta el más niño y existe una gran armonía. Desde el comienzo de la cuarentena se ha podido observar que el tránsito vehicular y peatonal de las personas es relativamente bajo, algunos salen a hacer sus compras, pasear el perro, otros van a trabajar. Es notorio distinguir todos los viernes que en la puerta del club ya no va gente a adquirir sus entradas para el partido del fin de semana. Los domingos las calles están vacías, no se escucha el movimiento de efectivos policiales desde horas tempranas de la mañana, ni se siente el olor de los choris cocinándose en la esquina del club. Tampoco se oyen los pasos y los cantos de los hinchas de Patronato yendo a la cancha.


Todos estos hechos se pueden explicar desde la cultura, en este caso la cultura del fútbol, que nos permite comprender dichos fenómenos. En mi cuadra precisamente se puede apreciar, un kiosco en la esquina, una carnicería enfrente, un taller mecánico a su izquierda y una farmacia a su derecha. A 15 metros se visualiza un descampado que se utiliza para jugar al fútbol por parte de los más pequeños ya que tiene dos arcos y mucho verde. En relación a esto, hace algunas décadas, la noción de naturaleza se relacionaba al mero uso del ser humano. La naturaleza era una cosa, un objeto, que los sujetos, podían tomar, construir, deconstruir, rearmar de acuerdo a sus necesidades. (Bechara, 2020). Además, llegando a la otra esquina existe una despensa y el resto son casas de todos los materiales y proporciones. De casas de 3 o 4 pisos hasta casas muy precarias. Se puede apreciar con solo poner atención la desigualdad social y económica que existe en el barrio Villa Sarmiento. Aun así, la actitud ante la cuarentena no es distinta. Hace alrededor de dos meses, de camino a la despensa del barrio, pude observar cómo las calles se encontraban mayormente vacías y reflexioné que lejano tenía el recuerdo de ver gente hablando, riendo, compartiendo un ¿Cómo va? o un ¡Que alegría verte! ¿Qué te contas? Confieso que sentí cierta nostalgia y melancolía al recordar esos comentarios al pasar que podían terminar en una charla profunda con algún vecino. El intercambio es lo que importa; cuando uno está privado de estos intercambios sufrimos su carencia y entendemos lo necesarios que son (Augé, 2015). Al entrar a la despensa, un vecino (Miguel), le estaba pidiendo fiado un paquete de fideos y una docena de huevos al almacenero (Mario), el cual aceptó. El vecino le agradeció y le dijo que en algunos días haría una changa, que se lo pagaría. El almacenero me comentó, luego que el muchacho se retire, que lo conoce hace 10 años y siempre le pagó en algún momento. Además, me mencionó que el hombre muchas veces es discri-


minado por su vestimenta, sus costumbres y su nacionalidad, ya que es oriundo de Bolivia. Mario me contó que acompañó a Miguel a una obra en construcción a pedir trabajo hace algunos meses. Ahí pudo presenciar como los demás albañiles lo rechazaron con frases como “Ándate a tu país, venís acá a robarnos el laburo”, “Anda a hacer artesanías como todos los bolivianos” y “Para que te van a contratar a vos si los argentinos trabajamos mejor”. Esto denota que mi país está cargado de ciertos estereotipos y prejuicios, que son establecidos hacia algunos de los países de América del Sur, en este caso, Bolivia. Estos estereotipos están fundados desde un punto de vista etnocéntrico y están determinados por el pensamiento de que la comunidad argentina es superior a la boliviana. El etnocentrismo consiste en el hecho de elevar, indebidamente, a la categoría de universales los valores de la sociedad a la que yo pertenezco. Es decir, considerar que los valores, las creencias, las prácticas de otra comunidad o cultura pueden (o incluso deben) ser evaluados adecuadamente a partir de los de la propia. (Grimson, 2011). En la misma línea de pensamiento, Fasano (2020) manifiesta que el etnocentrismo es una característica del eje de la mirada, creer que el eje de la mirada propia es universal. Este vecino tiene como oficio actualmente cortar el paso ya que no pudo terminar la escuela primaria. Acá también se manifiesta otra fuente de discriminación y exclusión que radica en el mercado laboral ante las personas que no pudieron finalizar sus estudios. En esta época de pandemia, este hombre sale día por medio con su máquina para cortar el pasto para generarse sus ingresos de la manera que pueda. Para él, quedarse en su casa sin hacer nada atenta contra su subsistencia. Así como puedo contar este hecho, también puedo contar otra historia lejana en la realidad, pero cercana en proximidad. Enfrente de donde vive el vecino que hacía mención anterior-


mente se encuentra la casa de un jugador de Patronato que integra actualmente el plantel profesional. El muchacho no cuenta con la necesidad de salir de su casa para generar algún tipo de ingreso a su hogar, sin embargo, visita a sus familiares, amigos, periodistas. Mientras que por otra parte hace videos en Instagram haciendo apología de como cumple la cuarentena y de la importancia que esto tiene. A raíz de esto se podría preguntar ¿Todos contamos con las mismas costumbres, creencias, para atravesar la cuarentena? ¿Todos pensamos del mismo modo? Mis días de confinamiento los estoy transitando con mis padres, ellos solamente salen a trabajar y vuelven. La mayoría de las veces soy yo el que se encarga de hacer los mandados y/o trámites ya que salvo por las cosas de la facultad, soy el que más tiempo libre tiene. Podría decir que la cuarentena con mi familia la estoy llevando bastante bien, cada uno realiza sus actividades durante el día y por las noches es donde compartimos más momentos. También es verdad que al pasar más tiempo juntos de lo que estábamos acostumbrados se acrecentaron ciertas rispideces, más que nada por la cotidianidad. El confinamiento con la pareja o la familia no siempre se asume con comodidad. Vivir el día completo unos con otros a veces es fuente de tensión (Le Breton, 2020). Sin embargo, gracias al confinamiento, he podido realizar algunas actividades que tenía descuidadas por falta de tiempo, como escribir canciones, leer revistas deportivas o realizar diversas rutinas de ejercicios. Además, gracias a los diferentes modos de comunicación, estoy transitando el encierro de una manera más llevadera. Aun así, existen momentos donde me pongo a pensar qué va a suceder en el futuro. Lejos del viento pleno del mundo, el aburrimiento nos acecha, nos hace andar en círculos, rumiar nuestras preocupaciones, inquietarnos por nuestra gente querida y preguntarnos con ansiedad por las próximas semanas, y por el mundo del después (Le Breton, 2020).


Mis padres están transitando esta cuarentena de manera tranquila, salvo por una situación que ocurrió hace algunas semanas. Mi madre recibió un mensaje de su hermana en Buenos Aires y se puso muy mal. Mi tía está luchando contra el cáncer desde hace algunos meses y mi madre planeaba visitarla, pero justo se declaró la cuarentena. Cuando le preguntamos con mi padre qué la había angustiado tanto nos comentó que se moría por darle un abrazo y que la extrañaba mucho. Esto se denota en lo que manifiesta Rita Segato (2020) La pandemia nos ha venido a recordar la necesidad de la copresencia y la cocorporalidad, la importancia de la comunicación física no verbal, la del cuerpo del otro. Es un equívoco pensar que la distancia física no es una distancia social. Con mis padres en este tiempo de confinamiento hemos tomado una actitud similar respecto a la cuarentena, para citar dos ejemplos. A la vuelta de mi casa, vive mi mejor amigo, tiene una vida parecida a la mía, estudia y de vez en cuando nos juntamos a jugar a la Play Station. La última vez que nos juntamos fue dos días antes de que se decretara la cuarentena obligatoria, dejó la Play en casa y me dijo “La próxima la busco”, hace dos meses que no hay próxima, pero ninguno de los dos rompió la cuarentena por la Play, ni yo para llevársela ni él para buscarla. Mis padres son muy amigos de los vecinos de la esquina y hace casi dos meses no los ven, cuando antes se juntaban todos los findes a comer o tomar algo. Bechara (2020) explica que la cultura es algo dinámico, es como un equipaje y valija que hacemos y deshacemos, que nos identifica y nos da valor para identificarnos como personas. Lo importante es asumir que nuestra época, nos lleva a vivir y a pertenecer a varios grupos y a varias culturas. Esta actitud que tomamos como grupo social con mi familia de no salir de nuestra casa no es la misma en todos los casos. Entonces, puedo notar en mi barrio cierta alteridad cultural, ya que hay conductas que me producen extrañeza por parte de indivi-


duos con respecto a la pandemia. Para citar un ejemplo, hace una semana, cuando realizaba uno de mis habitués viajes hacia el supermercado, observo que en el descampado de mi barrio donde los niños juegan al fútbol, estaban haciendo un torneo alrededor de 20 chicos, sin barbijos, ni tapabocas. Posteriormente, miro a una mujer hablando con uno de los nenes y me le acerco a preguntarle si estaba al tanto del partido de los chicos, me miró sorprendida y luego comenzamos a dialogar. La mujer se llama Camila, es de un barrio vecino al mío llamado “Tiro Federal”. El chico con el que hablaba era su hijo y me comentó que tenía su permiso para jugar con el resto de los nenes, que el tema del coronavirus no le interesaba, que en Entre Ríos casi no había casos entonces le parecía bien que su hijo saliera a jugar con sus amigos luego de pasar mucho tiempo encerrado. Esto muestra con claridad lo que afirma Le Breton (2020),redescubrimos con asombro el precio de las cosas que no tienen precio: el simple hecho de desplazarse a otro barrio, de recorrer los bosques, de encontrarse con amigos, de tomar un café en la terraza, ir a un cine o a un teatro, a una librería. La privación vuelve deseable lo que estaba dado sin siquiera pensarlo. Sólo tiene precio lo que nos puede ser arrebatado. El hecho de desplazarse era tan obvio que no se percibía como un privilegio. Otros casos que podría mencionar son, el de mi vecino de al lado, él está pasando solo la pandemia y día por medio recibe visitas, de la novia, de amigos, de familiares. Enfrente de mi casa, vive una familia de aproximadamente 10 o 12 personas, entre hijos, padres, tíos, primos. Ellos todos los días salen afuera, se sientan en la vereda sin protección de barbijos o tapabocas y hablan con todo aquel que se cruce. En el kiosco de la esquina, se vive aglomerando gente, no cumple con la normativa del horario de cierre, toman hasta altas horas de la madrugada y escuchan música. Entonces, ante esta situación, se denota como dentro de una misma cultura, la de nuestro barrio, existen diferentes subcultu-


ras. En relación a esto, Bechara (2020) manifiesta que la diversidad cultural es el conjunto de estrategias, normas, valores que los humanos desarrollaron para vivir en grupo y para adaptarse a diferentes entornos y espacios. Esta diversidad es la que se ve en mi barrio, como las personas se comportan de distinta manera ante la pandemia. Cuando ocurren situaciones de tal magnitud, que son límites porque si la sociedad actúa en falso puede haber millones de infectados y miles de muertes, las personas tienen que trabajar en conjunto. En esta situación de conflicto es donde tiene que entrar con fuerza el modelo intercultural, donde se priorice la construcción de la convivencia como ciudadanos de una misma comunidad, no desde la igualdad, o la homogeneidad, sino desde la diversidad. Este modelo permite que cada cultura trabaje articuladamente con las otras y se logre una integración basada en valores en común. El camino por recorrer en la pandemia es largo, pero si se trabaja en equipo se pueden lograr los objetivos. Si no se piensa colectivamente las consecuencias pueden ser graves y hasta en el peor de los casos, quizás no tengan retorno.


Bibliografía: AUGÉ, Marc (2017) Elogio del bistrot. Ed. Gallo Nero, Madrid. BECHARA, Marcelo. Clase en audio. Semana 7. FASANO, Patricia. Clase en audios. Semana 5. FASANO, Patricia. Clase en audios. Semana 6. GRIMSON, A.; MERENSON, S. Y NOEL, G. (comp.) (2011) Antropología ahora. Debates sobre la alteridad. Buenos Aires, Siglo Veintiuno. Cap. 1: Introducción. GRIMSON, A. (2011) Los límites de la cultura. Buenos Aires, Siglo Veintiuno. Cap. 1: Dialéctica del culturalismo. -Illich, Ivan. (1 de abril de 2020). Una ruptura antropológica importante // David Le Breton. Lobo suelto. Recuperado de http://lobosuelto.com/una-ruptura-antropologica-importante-david-le-breton/ -Pikielny, Astrid. (2 de mayo de 2020). Rita Segato. “Es un equívoco pensar que la distancia física no es una distancia social”. La Nación. Recuperado de https://www. lanacion.com.ar/opinion/biografiarita-segato-es-un-equivoco-pensar-que-la-distancia-fisica-no-es-una-distancia-social-nid2360208?fbclid=IwAR1ery--79AhfjTusS1Jt7g9zJlDoIutuwWLakiNpl3wlk6M8ywqoRDbn68


Desnaturalizando un día Por Joaquín Esquivel

Vivo en avenida Echagüe, a unas 7 cuadras del centro. Es una zona muy transitada por autos y por personas. Hay una pantalla led gigante en la parte superior de la ochava de una esquina que servía para publicitar, está apagada desde el comienzo de la cuarentena, en la cuadra hay muchas casas, departamentos y locales para alquilar, por lo que siempre se ven caras nuevas, el movimiento y circulación de personas es constante, de la mañana a la noche. Negocios que abren una temporada y después cierran y se abren otros nuevos; personas que vienen en camión con todas sus pertenencias y otras que se van. En mi cuadra conozco a cuatro, cinco personas y por nombre sólo a tres, no nos conocemos entre vecinxs. La mayoría somos inquilinxs y nos cruzamos muy poco o, más bien, si nos cruzamos, no nos dimos cuenta. Identidad y diferencia dice Krotz,


mantengo una relación extraña, veo a mis vecinxs y no nos saludamos, supongo que, implícitamente ambxs sabemos que no somos conocidxs y eso conlleva el no saludo. Aunque yo sé que mi vecino más cercano es médico, que trabaja temprano y viaja en un auto reluciente, que come mucha comida por delivery, sobre todo los fines de semana. Algunos días se puede percibir cómo vive su día relajado, seguramente porque tiene franco y disfruta de escuchar a Facundo Cabral con el volumen alto. También sé que él sabe qué música escucho yo, que también practico en mi batería, que soy un estudiante y lleno mi casa de gente cuando estoy en mis días libres, sin embargo, con mi vecinx somos completos extraños y no nos saludamos, a pesar de todo esto que sabemos unx del otrx. ¿Por qué no nos saludamos?; ¿cuáles son las dificultades implícitas que no nos permiten tejer redes?. No soy de pueblo y que por eso me importa tanto el saludo o la charla casual, sino que me resulta muy difícil de comprender cómo las personas hemos llegado a este punto de individualismo, en el que sentimos que no necesitamos de otras personas (ni para conversar) y no lo pienso sólo por mi vecinx más cercano, sino por toda la manzana y el barrio. Quisiera poder dedicar un tiempo, mates de por medio, a pensar el cómo se hace inteligible, para un grupo de personas, el sentido de la comunidad. Rita Segato dice al respecto: (...) “habrá que ver si en las actitudes de individualismo egoísta las personas podrán alcanzar la experiencia de la alegría, de ternura. El trayecto que va a vencer es el trayecto donde encontremos la ternura y el placer de la convivencia que nos conforta. Ese será el mundo vencedor. Será donde encontremos la sonrisa cómplice en la pequeña felicidad”. Tenemos tanto en común y tan poco para compartir. Robert Lechner dice que día a día los procesos de secularización, diferenciación y mercantilización de la sociedad moderna, son potenciadas por la globalización, socavan las identidades colectivas y se debilitan los contextos habituales de confianza y sentido. Los lugares que se originaron como lugares para la integración e identificación, como el barrio, la nación, la familia ya no son tan evidentes. En consecuencia, dice Lechner, surgieron nuevos lugares públicos como los estadios de fútbol y recitales de rock pero, estos no ofrecen lazos de cohesión social. En paralelo crecen “tribus”, grupos subalternos que persiguen la identidad des-


de el compartir mismos símbolos e intereses pero, carecen de sostenimiento a lo largo del tiempo para forjar normas y creencias estables. El surgimiento de identidades colectivas puso, también, en crisis las identidades individuales, lo que para el autor es paradójico, ya que la modernidad trae consigo las herramientas para elaborar un individuo que pueda integrarse y encontrar su lugar en el mundo. La modernidad con su promesa de individualismo, se encuentra hoy con un individuo atemorizado y aislado, con miedo, que se desenvuelve en medio de un “individualismo negativo”. Más aún hoy, en época de pandemia, donde el confinamiento obligatorio y los zócalos “informativos” de medios de comunicación nos atemorizan ante la aparición de un otro extraño. ”Nuestro yo, liberado del nosotros, se encuentra en una especie de ingravidez societal”, dice Lechner. Hasta ahora somos, mi vecino para mí y yo para él, ambxs extraños. En relación con esto, Esteban Krotz dice algo sobre la pregunta antropológica: “se dirige hacia aquellos que le parecen tan similares al ser propio que toda diversidad observable puede ser comparada con lo acostumbrado, y que sin embargo son tan distintos que la comparación se vuelve reto teórico y práctico”. Sólo he podido, hasta estos días, realizarme preguntas sobre él y su vida. Sólo un encuentro, una charla casual, un saludo, un “contacto cultural” o algo así, podría permitirme pensar sobre el concepto de alteridad cultural. Es como dice Krotz “pero sólo la confrontación con las hasta entonces desconocidas singularidades de otro grupo humano –lengua, costumbres cotidianas, fiestas, ceremonias religiosas o lo que sea– proporciona la experiencia de lo ajeno, de lo extraño propiamente dicho”. Mientras tanto si no hay encuentro, no podría pensar la alteridad cultural ya que esto conlleva la experimentación de lo extraño y comprender, desde adentro, cuáles son las ideas que dan sentido a su vida y que a su vez reproduce, de esa manera, comprender sus prácticas sociales, por ejemplo el individualismo, no saludar, etc. Como dice Krotz, “un ser humano reconocido en el sentido descrito como otro no es considerado con respecto a sus particularidades altamente individuales y mucho menos con respecto a sus propiedades “naturales” como tal, sino como miembro de una sociedad, como portador de una cultura, como heredero de una tradi-


ción, como representante de una colectividad, como nudo de una estructura comunicativa de larga duración, como iniciado en un universo simbólico, como introducido a una forma de vida diferente de otras –todo esto significa también, como resultado y creador partícipe de un proceso histórico específico, único e irrepetible” Salí a la calle, por la tarde, para comprar pan y me doy cuenta que la mayoría de las panaderías están cerradas, entonces voy a un kiosco que vende de todo un poco. Dentro había dos personas mayores mirando la tele y la señora me ve y con cara de desconfianza, más bien con cara como de no tener muy claro cómo actuar, se pone frente mío detrás del mostrador y se pone el barbijo, supuse que su incertidumbre en cómo llevar adelante el proceso era porque yo no llevaba barbijo ni nada que me cubra la boca. Al finalizar, y entre saludos de despedida les digo que hay que estar tranquilos y ella me contesta: “y sí, querido, además no podemos hacer nada”. En ese momento me despido y pensé en si existen muchas personas que reflexionen así, que no pueden hacer nada para cambiar o revertir el rumbo de “las cosas” que nos suceden como sociedad o si “hacer nada” es igual a lo que hacen de su vida. Creo que no es posible el “hacer nada”, ya que, cada práctica particular que cada persona hace y tiene, incide en la sociedad. Trato de pensar en un fragmento del texto de Rosana Guber: “el entramado significante de la vida social donde los sujetos tornan inteligible el mundo en que viven a partir de un saber compartido -aunque desigualmente distribuido y aplicado-, que incluye experiencias, necesidades, posición social, modelos de acción y de interpretación, valores y normas, etcétera.” Cuál será el entramado significante de la vida social en la que vive la señora, que es también en el que vivo yo, qué hace posible una facultad de “no poder hacer nada” o al menos sentir, que lo que una persona hace es poco, nada o imperceptible. Y sobre todo cuál es ese “saber compartido” que lo hace posible. O más bien, cómo se construye. Tengo en mi cabeza algunos esbozos de ideas que podrían explicarme, muy superficialmente, por qué la señora contestó eso. Sin embargo también, puede ser sólo una respues-


ta formulada para cortar una charla, es decir, lxs kiosquerxs, algo que tienen muy aceitado es como cortar una conversación. Rosana Guber tiene para decirnos al respecto, que comprender la “perspectiva del actor” nos hace lograr una mirada superadora de sociocentrismos y etnocentrismos. Esta búsqueda teórica y empírica pretende ser superadora, también, del sentido común y paradigmas teóricos y así dar cuenta de la alteridad. La perspectiva de la señora del kiosco es una mirada entre muchas otras miradas que coexisten y se retroalimentan. Guber explica que la “diversidad” es una construcción teórica que el antropólogo investigador formula para explicar las relaciones sociales de una determinada sociedad, las cuales le sirven para fines investigativos. La antropología pretende reconocer la particularidad de los hechos sociales y dar cuenta de la intervención de hombres y mujeres en la construcción de los hechos sociales que ocurren a nuestro alrededor. Ese mismo día por la noche, estaba volviendo a mi casa y me encuentro con una persona que dormía a la intemperie. Junto a la puerta de mi casa, está en alquiler una locación que podría funcionar como un comercio, en el frente tiene una especie de hall y la puerta de entrada está más adentro que las demás puertas a su alrededor. Lo que deja un buen espacio de frente. Mientras esté sin alquilar, es un buen lugar para una persona en situación de indigencia, porque es cerrado, tiene techo y las paredes laterales te protegen (un poco) del viento y del frío. Cuando llego a la puerta de mi casa cansado y con serias intenciones de dormir, en ese momento veo unos pies que sobresalen un poco del hall del local. Mis pensamientos no me permitieron irme a dormir tranquilo como lo venía pensando. Entonces subo a mi casa, dejo mis cosas y vuelvo a bajar de nuevo a la vereda y voy hasta el local a encontrarme con el señor. Estaba acostado sobre el suelo en posición fetal y sólo tenía de abrigo su propia ropa. Lo despierto, le pregunto si está bien y le ofrezco algo caliente para comer, él me contesta que no había comido nada. Después de que mi compañero de casa cocinó para los tres, le


alcanzo su plato al señor. Le ofrezco agua y él me contesta que sólo toma vino, aunque no estaba para nada alcoholizado en el momento que hablaba conmigo. Entonces me pide, con total amabilidad, si le puedo dar cincuenta pesos para comprar vino, se los doy. Se va a comprar vino y vuelve a comer. Mientras el comia me contó que vino de Brasil hace un mes pero no pudo volverse por la pandemia y la cuarentena en Argentina, pero sobre todo más consciente, de que la situación sanitaria en Brasil está mucho más seriamente complicada. Me contó sobre sus estudios de ingeniería hasta quinto año, es técnico en electromecánica y que hace mucho tiempo se separó de su esposa y también de sus hijos, quienes están grandes ya. Él es de Paraná pero, tenía su vida en Santa Catarina - Florianópolis. Mucho de lo que tenía antes de irse, lo vio irse ante sus propios ojos: casa, esposa, hijos, trabajo. Por eso decidió irse a buscar un mejor futuro al país vecino. Tuvo la necesidad de volver a Paraná para firmar unos papeles que tiene que ver con la sucesión de la casa de sus padres. Su hermano, ex jefe retirado de la base aérea de Paraná, lo llamó para que viniera, pero al parecer no lo ayudó a irse de nuevo. Sus hijos, evidentemente, no están prestando atención a la situación de su padre. Se puede apreciar que el señor no tiene lazos familiares, claramente lo dejaron solo en un momento muy complicado. Vive ausente de este mundo y el mundo ya lo considera ausente, dice Beatriz Sarlo. El señor sólo espera que su hermano pueda vender la casa de sus padres y así, utilizar ese dinero para salir adelante. Se puede percibir como la vida en la calle lo ha hostigado notablemente y a pesar de eso mantiene sus ideas a futuro fijas a pesar de las circunstancias que lo acompañan hoy día. En mi vida no me he cruzado con mucha gente que viva en la misma condición que el señor que hoy vive y duerme abajo de mi casa. Pero si tuve una mucho más cercana. Mi tío también vivía en situación de calle, pero a diferencia, a él le gustaba vivir así, era su elección, o al menos eso me decía mi mamá sobre su hermano. A pesar de las experiencias vividas con él en mi infancia, se reprodujeron ideas racistas y estigmatizantes en mi durante la adolescencia y parte de la juventud adulta, las que


se fueron formando contrariamente, a lo que se podría esperar, a una empatía hacia la condición de vida de mi propio tío. Reproduje una perspectiva etnocéntrica acerca de las personas en situación de extrema vulnerabilidad, las que tomé del sentido común que circulaba en mis entornos. Éramos gurises de quince o dieciséis años que nos burlábamos de gente que no tenía dónde dormir, ni qué comer, ni adónde ir. Adopté esa perspectiva simplista y superficial, como un exotismo irracional e incomprensible, en palabras de Grimson. Miraba las prácticas de esas personas y las traía a una perspectiva que las condenaba a padecer su situación sólo por el hecho de prejuzgar que eran incapaces de conseguir un mejor pasar. No tenía la capacidad ni las herramientas para comprender a otras personas, sólo lo hacía sacándolas de su contexto para mirarlas desde el mío y darle sentido a sus prácticas y creencias desde mi punto de vista. “En un mundo en el cual las narraciones simplistas sobre otros mundos se multiplican, la antropología es cada vez más necesaria como disciplina rigurosa para el conocimiento colectivo de “los otros”, que conviene explicitar, a veces somos nosotros en tanto ciudadanos del tercer mundo, o por razones étnicas, políticas, de clase o cualquier otro criterio” (Grimson 2011). Una parte constitutiva de la perspectiva que hostiga, subordina, estigmatiza a las personas más vulnerables es el “etnocentrismo de interlocución”, un concepto tomado de Grimson. “El poder de la nominación es una de las formas más sedimentadas y ocultas de la imposibilidad del descentramiento. Pero que alguien ocupe una posición no permite inferir que esa persona sea, esencialmente, esa posición. Por lo tanto, los datos estructurales no autorizan a definir objetivamente quiénes son, qué son ni quiénes somos”. La nominación define desde dónde miramos a los otros que miramos. Claramente no es lo mismo decir “linyera” o “vago” que decir “persona en situación de extrema vulnerabilidad”. La primera es una mirada simplista en términos de conocimiento mientras que la segunda se aproxima más a una reivindicación de la dignidad de las personas. Otro aspecto para pensar el encuentro con el señor que vive abajo de mi casa, es el de cultura. Vivir en la calle, es desde mi


punto de vista, una manera totalmente diferente de vivir y como tal hay que entenderlo como un desafío al conocimiento y a la comprensión dice Grimson. “Para poder comprender una cultura es necesario comprender a los otros en sus propios términos, sin proyectar nuestras propias categorías de modo etnocéntrico” (Grimson 2011). Si bien, yo puedo ver en su situación una total ausencia de dignidad en cuanto a necesidades básicas de alimentación, de hogar, de higiene, etc. Pero sería necesario, también, conocer cómo configuran su marco significativo, el que le da sentidos a sus prácticas, teniendo en cuenta que son personas “invisibles”, que comúnmente dejamos de ver, de prestar atención y sólo dejamos que estén ahí, arreglándoselas. El hecho de ser personas excluidas, su perspectiva sobre la sociedad que se desarrolla frente a sus ojos, no debe ser, ni en lo más mínimo, cercana a algo que yo pueda imaginar. Sarlo lo describe así: “se trata, en cambio, de habitantes de la calle, que viven debajo de cartones, entre los montones de basura, producto de su trabajo cotidiano. Son lo imprevisto y lo no deseado de la ciudad, lo que se quiere borrar, alejar, desalojar, transferir, transportar, volver invisible”. Sólo pensar que quienes viven en la calle, recolectan objetos, ropa, comida etcétera, todo de contenedores repletos de basura (basura desde nuestro punto de vista), es increíble pensar que personas viven de la basura que se tira, mientras nosotrxs compramos cosas nuevas. Si tuviésemos un poco más de conciencia sobre el vivir en comunidad, conciencia para comprender que si todas las personas compartimos un poco de lo que tenemos podemos ayudar a otrxs a acercarse a una vida digna. Viven de la basura, me permito imaginar si vivieran de una ayuda concreta brindada por todas las mismas personas que tiramos basura. Sería otra realidad. “Se puede encontrar un mueble de cocina entero, las planchas de aglomerado de varios estantes, chapas, un buzo, zapatillas viejas, varillas de metal: Ia basura de las capas medias que cae hacia los pobres y, en un pase de magia de la miseria, deja de ser basura. Los objetos desechables para una formación social tienen valor para otra, como si en el mismo acto de tirarlos y luego de recolectarlos se pusiera en marcha un proceso marginal de generación de valor”, expresa Sarlo. En Paraná, según el diario “Era Verde”, en julio de 2019 había 110


personas en situación de calle. Un dato de la organización social “Suma de voluntades”. Ese número de personas se incrementó durante 2020 y las plazas, umbrales de edificios son lugar de refugio y de amparo. Con la venida del frío se abrieron espacios que brindan un plato de comida, otros que dan alojamiento para pasar la noche y otros para estar durante el día y poder llevar adelante el confinamiento obligatorio. Organizaciones sociales hacen el esfuerzo de prestar contención, su fundamento es consciente. Conforme pasan los días de las personas en situación de calle, se comienzan a borrar los signos de amor y esperanza. Llevan su autoestima arrastrando por el suelo. Este tipo de organizaciones, brindan un abordaje integral para trabajar la resocialización, la reinserción laboral, las adicciones, la revinculación familiar, etcétera. Esta organización puede sostenerse gracias a aportes económicos y donaciones de personas vecinas. Retomando de los apuntes de las clases del profesor Bechara, la cultura es un sistema ordenado de significaciones y símbolos, en cuyos términos, los individuos construyen su mundo, expresan sus sentimientos y emiten sus juicios, es una construcción simbólica. A mi entender las personas que viven, comen y duermen en la calle han construido una cultura, son un grupo subalterno de la ciudad, construyen sus propias significaciones, su propio mundo, expresan sus sentimientos y expresan sus juicios desde el lugar de excluidos. La sociedad ha ido desarrollando sistemas complejos, la cultura, fue un proceso largo y lo cultural nos diferencia. Dentro del entramado social y de significaciones, dentro de esa diversidad cultural, cada grupo humano fue desarrollando estrategias, normas y valores adaptándose a entornos y espacios compartidos, lo hace para perdurar en el tiempo en procesos dinámicos de construcción y reconstrucción. Dice Rita Segato: (...) “es muy difícil cambiar el mundo desde una ley, desde una acción del Estado: el mundo cambia en la transformación de las tramas, del tejido, como si fuéramos babosas o arañitas que vamos tejiendo la red de relaciones a nuestro alrededor. Y esta pandemia está transformando las maneras en que tejemos nuestro alrededor inmediato. La clave de la transformación posible, aunque todavía no probable, a partir de la pandemia y su cuarentena es que se asomen en el horizonte otros deseos, que anhelemos otras cosas. Si cambia lo que desea-


mos, cambia el mundo.” La cultura es en tres vertientes: aprendida desde un proceso de socialización común; es adaptación y capacidad de transformar el medio y a nosotrxs mismxs; es un aparato simbólico. La cultura es como unos lentes por los cuales vemos e interpretamos la realidad. Es dinámica. Es equipaje que hacemos y deshacemos para identificarnos como individuos y así dar sentido a lo que hacemos junto con otras personas. ¿Cuál es la significación de cada una de las prácticas de las personas en situación de calle?. Nosotrxs mismxs somos partícipes y protagonistas de los procesos de entrecruzamiento y reinterpretación de las categorías a las que pertenecemos. Así las culturas construyen y reconstruyen en procesos condicionados socio-históricos: la globalización, las epidemias, etc. Pero siempre protagonizado por individuos particulares que recurren todo el tiempo a los lentes que nos da la cultura para ordenar la realidad, sentirnos parte de un colectivo y dar sentido a esas prácticas que compartimos con otras personas. Frente a esta concepción dinámica de la cultura se encuentran concepciones de cultura esencialistas, que la piensan como estática y cerrada, representada por la religión y el nacionalismo exacerbado, por ejemplo. El señor que duerme abajo de mi casa se llama Gustavo. Sería interesante seguir conversando con él, plato de comida mediante, para conocer cómo construye su propia identidad personal y colectiva. A qué grupo se sentirá perteneciente, del cual se apropia de destrezas, saberes y valores. La pertenencia a un grupo da la sensación de seguridad y confianza. ¿Sentirá eso Gustavo?. Algo que puedo dar cuenta desde mi experiencia, es que Gustavo y todas las personas en situación de calle, sufren discriminación, ya que yo mismo la ejercí, sobre todo teniendo plena conciencia de que mi propio tío era eso que yo discriminaba. Los estereotipos creados y recreados que circulan son los responsables de los prejuicios que azotan a estas personas. Los estereo-


tipos y prejuicios son una creencia exagerada y las mismas justifican acciones, atribuyen a un colectivo una condición única, por ejemplo: “Todos los linyeras son alcohólicos”. Los estereotipos son generalizaciones simplistas e inexactas y los tratamos acorde con las expectativas que uno mismo fija. En un primer paso: aparece el estereotipo; en un segundo paso: prejuicio, discriminación y exclusión. Los estereotipos y los prejuicios son mecanismos basados en opiniones ya formadas, obtenidas de forma indirecta. Es decir, obtenidas desde lejos, sin aproximarse a preguntar y comprender el mundo ajeno. Para esto es necesaria la antropología, para desplazar las opiniones formadas, evitar reproducirlas y acercarse a obtener experiencias directas y en primera persona. Clasificar a las personas a partir de opiniones extraídas de forma indirecta es una expresión del racismo. Este es un fenómeno complejo de múltiples definiciones. Pero es, ante todo, un sistema de dominación. En sus comienzos el racismo era la creencia en la superioridad de una raza sobre otra pero hoy día fue desplazado por el “nuevo racismo”, que es un racismo culturalista que define a un grupo étnico ciertos atributos estáticos, es decir, un proceso de culturalización, el otro como alguien extranjero. Grimson dice, “en esos casos, tanto quienes discriminan como quienes pretenden reconocer a esos grupos comparten el supuesto de que el mundo está dividido en culturas con identidades cristalizadas”. De frente a las situaciones de exclusión y racismo se propusieron modelos para pensar en grupos culturales que interactúen desde la diferencia. Los modelos son: asimilación, multiculturalismo e interculturalidad y cada uno de ellos tiene diferentes particularidades. La asimilación es un modelo ocupado por países europeos para recibir a inmigrantes, a quienes se les pedía que dejaran de lado sus pautas culturales para insertarse en la mayoría cultural dominante. Este modelo pretende que todas las per-


sonas tengan las mismas posibilidades en una interacción pero, se exige la renuncia cultural de los grupos minoritarios. En este modelo no interesan las culturas diferentes, en consecuencia prima el interés por la igualdad, la cual es casi imposible desde el comienzo. El multiculturalismo es un modelo que pretende valorar la diversidad cultural, se piensa a la sociedad constituida por diferentes culturas. Se determinan normas básicas de convivencia y se determina el respeto por la cultura diferente. Pero es necesario regular el contacto entre personas, más allá del respeto. “Aceptar la interculturalidad y promover que -sin imposiciones y con poder propio y libertad- los diferentes grupos puedan generar cambios culturales e incorporar aspectos capaces de favorecerlos es un acto contra el fundamentalismo” (Grimson, 2011). Es un modelo donde el culturalismo y la folklorización son paradigma cultural. El modelo multiculturalista sigue construyendo estereotipos, los que llevan a condiciones de exclusión. Por último, el modelo intercultural pretende ser la superación de los modelos anteriores, desde la convivencia de la diversidad, ya no desde la homogeneidad como en el multiculturalismo. “Sin embargo, la diversidad no debe comprenderse como un mapa esencializado y trascendente de las diferencias sino como un proceso abierto y dinámico, un proceso relacional vinculado a las desigualdades y las relaciones de poder.” Se entiende que la cultura no es estática ni homogénea sino que es dinámica y heterogénea”, (Grimson, 2011). La diversidad existe dentro de la cultura y los conflictos que ocurren dentro funcionan como motor para el cambio. La interculturalidad pretende encontrar valores comunes que hagan posible la convivencia, contra la discriminación y la exclusión. Esto puede llevarse adelante en la cooperación, interacción entre culturas y entendiendo que los conflictos son parte de la convivencia y así, crear mecanismos de regulación para la convivencia frutos del consenso. “Cuando los escenarios del conflicto social se constituyen como escenarios de conflicto cultural en el discurso de sus protagonistas, la antropología debe tomar distancia del discurso de esos


actores sociales. Sin dejar por ello de reconocer, cuando corresponda, la existencia de las diferencias culturales. En el mundo actual se multiplican los conflictos que, según los actores, son provocados por identidades que reflejan abismos culturales. Los contrincantes tienden a afirmar que la comunicación entre ellos es imposible. Sin embargo, al compartir este énfasis excesivo en las diferencias entre culturas, las fronteras entre culturas parecen desdibujarse mientras se exacerban las fronteras entre identidades. El absolutismo resulta así una forma de comunicación que caracteriza a ambos interlocutores” (Grimson, 2011). La integración se piensa en relación con la interculturalidad, donde la readaptación mutua produce igualdad de derechos, también obligaciones y oportunidades. La mayoría acepta el intercambio para que surja la hibridación cultural. La interculturalidad es una meta a alcanzar. Hay que construirla. Quiero recuperar aquí, de la entrevista a Rita Segato, un fragmento que tiene relación con la noción de interculturalidad hasta acá descrita: “el mundo que imagino como un mundo agradable es un mundo sin hegemonía, sin que ninguno de los mundos y de las propuestas dominen sobre las otras, es un mundo suelto, radicalmente plural, sin los imperativos de las vanguardias, un lugar donde diferentes formas de felicidad, realización, satisfacción y bienestar puedan existir sin agredirse mutuamente.” Ver estos conceptos y tratar de reconocerlos en la realidad me permite relacionarme de otra manera. ”Pero no olvidemos que el significado de un concepto interesa poco en sí mismo si no se conocen los marcos generales donde opera” (Grimson, 2011). Dar cuenta de la alteridad es importante para generar conocimientos más rigurosos y precisos. Según Rosana Guber en la descripción etnográfica se pueden ver operar a las teorías que el antropólogo utiliza para explicar lo que sucede a su alrededor. “El antropólogo parte de un paradigma teórico que comparte con otras ciencias sociales (marxismo, estructuralismo, funcionalismo). A este mundo no se accede directamente por la percepción sensorial del investigador, sino por un constante diálogo con su modelo teórico que es lo que le permite ordenar sus prioridades


y criterios selectivos para la observación y el registro, la perspectiva de los actores es una construcción orientada teóricamente por el investigador”. Rescato de Grimson este fragmento, en el que el autor cita a Hannerz: “por ello, dice Hannerz, el concepto de “cultura” no debe servir para afirmar sino para problematizar las cuestiones de fronteras y de mixturas, de variaciones internas, de cambio y de estabilidad en el tiempo”. Pensar la cultura como dinámica y en constante conflicto aporta al camino de la integración intercultural. Comprender que estamos frente a un desafío, en el que es importante utilizar a la persuasión y comenzar a debatir y problematizar con nuestros vecinxs sobre estos aspectos de la cultura. “Sin embargo, ninguna distinción se impone como hegemónica por la fuerza sino, como enseñó Gramsci, por la persuasión. Generalmente, ese proceso de convencimiento está asociado a la naturalización de las diferenciaciones” (Grimson, 2011).


Avenida EchagĂźe


La cama de quienes no tienen donde dormir hoy


Referencia CONCONI, Alejandra. “China: cómo se ordena la población más grande del mundo”. (Revista Anfibia) En: http://revistaanfibia.com/ensayo/china-se-ordena-la-poblacion-masgrande-del-mundo/ DELUMEAU, Juan - “Miedos de ayer y de hoy”. Extraído de: El miedo: reflexiones sobre su dimensión social y cultural. Ed. Corporación Región. Medellín. Año 2002 El Diario https://www.eldiario.com.ar/14848-se-registro-unaumento-de-personas-en-situacion-de-calle/ EntreRiosAhora http://entreriosahora.com/parana-ya-son110-las-personas-que-viven-en-situacion-de-calle/ GRIMSON, Alejandro. Los límites de la cultura. Siglo XXI, Buenos Aires. 2011. GRIMSON, Alejandro, MERENSON, Silvina y Noel, Gabriel. Antropología ahora. Siglo XXI, Buenos Aires. 2011. GUBER, Rosana. El salvaje metropolitano. Paidos, Buenos Aires. 2004 KROTZ, Esteban. “Alteridad y pregunta antropológica”En: BOIVIN, Mauricio, ROSATO, Ana & ARRIBAS, Victoria. Constructores de otredad. Edit. Antropofagia, Buenos Aires. 2010. La Nación https://www.lanacion.com.ar/opinion/biografiarita-segato-es-un-equivoco-pensar-que-la-distancia-fisica-no-es-una-distancia-social-nid2360208?fbclid=IwAR1ery--79AhfjTusS1Jt7g9zJlDoIutuwWLakiNpl3wlk6M8ywqoRDbn68 LECHNER, Norbert “La dimensión política del miedo. Nuestros miedos”. En: El miedo: reflexiones sobre su dimensión social y cultural. Editorial Corporación Región, Medellín. 2002


Letras Libres https://www.letraslibres.com/mexico-espana/ breve-discurso-sobre-la-cultura ROSELL, Ulises. “El etnógrafo”. En: https://vimeo. com/128680532 SARLO, Beatriz. La ciudad vista: mercancías y cultura urbana. SigloXXI editores. Buenos Aires. 2009. Wall Street International. https://wsimag.com/es YouTube. Interferencias. Un punto de vista. Video https://www.youtube.com/watch?v=FFHttJi3K5o YouTube. La mirada del jaguar. Video https://www.youtube.com/watch?v=C7UAZ_tQWag


Al gigante le tocó dormir la siesta Por Gastón Guillaume

La ciudad de Buenos Aires se divide en barrios, hoy resido en uno de ellos. El sentido que adquieren estas divisiones difiere del que existe en mi ciudad natal en Entre Ríos, donde no hay límites bien dibujados, aunque de todos modos hay barrios. Cuando respondo a la pregunta sobre dónde vivo suelo recibir reacciones similares que se repiten, con comentarios más o menos objetivos alusivos al barrio de Almagro, y que de igual modo existen sobre los demás. Flores, Caballito, Barracas, y otros cuarenta y tanto más. Hablar de vecinxs también es otro de los conceptos que adquiere sentido con las condiciones culturales y las relaciones que entran en juego. La vecindad, tal vez con otras nominaciones, existió y


existe en diferentes formas de sociedad, y los límites, los barrios porteños en este caso, tienen un rol importante en este vínculo. La fundación de una ciudad y los sectores donde se instalan los primeros pobladores, que pueden existir previo a esa fundación, son unos de los factores iniciales que definirán la identidad del lugar. Proceso con un final imprevisible, o interminable. Pensar en inmigrantes que llegaron a Buenos Aires, en ese entonces no nombrada aún como tal, nos remonta a mediados del siglo XVI. Sea la primera o la segunda fundación que tuvo la ciudad, ambos momentos llenaron de inmigrantes la pasarela que unía el puerto con lo que sería su nuevo hogar. Siglos después y de la mano de políticas migratorias, la ciudad y el país casi en su totalidad, recibieron personas y personajes claves en la historia. Cada nueva inmigración es recibida por una población precedente, originaria o ya instalada, que incentiva el intercambio cultural. Ahora bien, estos procesos siguen teniendo un rol clave en la actualidad. Con un caudal menor y de distintos orígenes, la capital nacional es un nuevo empezar de latinoamericanos y latinoamericanas, y también de argentinos y argentinas de otras provincias del país. Cada quien con su razón para instalarse aquí o dejar su ciudad, llega y se prepara para descubrirla, para atravesarla y dejarse atravesar por sus vecindarios y culturas. Hoy este intercambio está en receso, como el movimiento cotidiano. Hoy los viajes sean de aventura, trabajo o nueva vida, están en una sala de espera bastante más incómoda que la de un aeropuerto. Mi barrio, con su vorágine característica, muestra un otoño inminente. Calles tranquilas. Poca gente circulando. Bares y pizzerías sin comensales, sólo con motos estacionadas esperando los pedidos para entregar en alguna puerta, sin contacto. Si omito la imagen de las torres de edificios podría confundir la escena con una vista desde la ventana de la casa de mamá y papá, de la ciudad donde nací. Pero no. Es Almagro en cuarentena. Una escena totalmente distinta a la de tres meses atrás. Hoy recibo el sonido más desde el resto de los balcones que del movimiento callejero. Las dos líneas de colectivos que pasan a pocos metros también marcan la diferencia con ese lugar que tranquilo, no por cuarentena, me vio crecer y emprendió el trabajo de construcción de mi identidad.


Vivir en un gran centro urbano implica conocer que el reloj tiene algunas horas menos, que ser puntual depende de muchas variantes, que llegar caminando a todos lados no es una posibilidad. Puedo compartir o no la idea de vivir con el pie en el acelerador, pero si no nací con esto, sé que necesito repensar muchos patrones naturalizados que demandan una adaptación frente a nuevas condiciones. Sentido de la ubicación en un plano potenciado, “códigos” de la vía pública, un poco de antipatía forzada, caminar mirando a la nada o sólo al celular, serían algunos tópicos que podrían dictarse en el curso “¿Cómo adaptarse a Buenos Aires?”. Con tantas aplicaciones para ubicarse ya casi no existe quien se detenga a preguntarte “disculpá, ¿sabés dónde está la calle Humahuaca?” Y si alguien te frena en la vereda con ese propósito, primero se te cruzarán otras posibles intenciones, no sólo la de una consulta ingenua de desorientación. Porque vivir acá implica también convivir con cierta alerta latente, que igualmente forma parte de esa tácita inducción. ¿Cuál es el sentido de este


estado de alerta constante? ¿Qué interviene en la sociedad y en las relaciones para interactuar por consiguiente de esa manera? Es desde la cultura donde las prácticas que compartimos adquieren sentido y se desarrolla la capacidad de adaptación al medio, y viceversa; atravesando desde mis categorías culturales a la nueva comunidad. Todo esto en un 2019 alocado, o principios del 2020. Con las calles atestadas de autos, bicicletas en todos los sentidos. Hoy, unos meses después, en pausa, durmiendo la siesta. La ciudad donde resido, como la más poblada del país, se enfrenta a un desafío radical al tener que suspender gran parte del combustible que la mantiene viva día y noche. Obligada a frenar la multitud de gente en la calle y repensando el lema de que toda solución seguramente se podía encontrar acá. Porque hoy más que soluciones, concentra la mayor cantidad de contagios de COVID-19. Cada región de Argentina tiene su etnocentrismo más o menos marcado respecto a las otras, pero es particular el punto de vista del actor que considera que al pasar por determinado punto en el mapa la vida se pone más lenta, comienza a precarizarse y se pierde en una lejanía de campos y rutas casi desiertas. Y si invertimos los actores, están las demás provincias que pueden ver algunos hechos de la capital del país como externos y ajenos y, dependiendo la gravedad de la trama, incluso como un castigo por su afán de superioridad. “Considerar los valores, las creencias, las prácticas de otra comunidad o cultura pueden (o incluso deben) ser evaluados adecuadamente a partir de los de la propia”1. Si dios atiende sólo en Buenos Aires, ojalá sea médico. Desde esta mirada etnocéntrica, el interior del país, lejano, hoy pareciera estar más a salvo que el gran centro de producción y abastecimiento, el que contra todo puede hacerle frente. De esta idea podría desprenderse lo que en la introducción de “Antropo1GRIMSON, Alejandro; MERENSON, Silvina; NOEL, Gabriel (compiladores). Antropología ahora: Debates sobre la alteridad. Siglo Veintiuno Editores, 1°edición. Buenos Aires, Argentina (2011). Pág. 10.


logía ahora” 2 se refiere como etnocentrismo invertido. El porteño o la porteña es el de poder adquisitivo, bien hablado, “culto” y que tiene herramientas para combatir esta pandemia no tan democrática. Existen otrxs porteñxs, algunxs en la periferia de la ciudad. Y que, bajo distintas condiciones debe salir a la calle con o sin virus de por medio. Este no es porteñx. “Son lo imprevisto y lo no deseado de la ciudad, lo que se quiere borrar, alejar, desalojar, transferir, transportar, volver invisible.”3 Todos los días, antes, hasta principios de marzo, frente a mi casa se reunía un grupo de cartonerxs que recolectaban por la zona y acá los esperaba el camión entre las 8 y las 10 de la noche. Cargaban todo lo que, si fue un gran día hará que sea una buena noche y una sonrisa más grande al volver a casa, o al barrio, o al dormir en el camión. Hace ya varias semanas que mi cuadra en ese horario está silenciosa, como gran parte del día. ¿Qué será de su trabajo en esta cuarentena? ¿Qué será del capital fruto de su trabajo que está en pausa en esta cuarentena? Lo que sí me arriesgo a adivinar al respecto es que varios de mis vecinxs estarán más a gusto con que ese camión no se estacione y ponga con música alta agrupando gente de otra zona, otra gente. Circulan en la calle y vereda con carros como los del supermercado, pero más grandes, para que entre más cartón. Usan una especie de uniforme como si trabajaran durante el día en una fábrica, “registradxs”. Quienes terminan rápido su recorrida esperan al resto escuchando música en el cordón o la vereda. Si en ese momento circula alguien que no es del barrio (de la cuadra, no del barrio de Almagro) y desconoce esta rutina, activará el modo alerta, ese mismo que si un desconocido frena para preguntarte algo en la calle. Y si quien circula ya identifica el festival, se enfrentará al “¿miro o no miro?”, a la dicotomía de si ignorar la situación es más conveniente que el enfrentarla cómplice, o correr el riesgo de poner a la vista un gesto de reprobación. Y esta escena se repite no sólo en mi cuadra, y no sólo con cartonerxs. Está en cartelera en muchos rincones y Beatriz Sarlo en “La ciudad vista” 2 Ídem ant. Pág 21. 3 SARLO, Beatriz. (2009) “La ciudad vista: mercancías y cultura urbana”. SigloXXI editores. Buenos Aires, Argentina. Pag. 65.


describe los actos de estas obras, no de ficción. “Los actores se conducen en su mundo social de acuerdo con las reglas y las opciones posibles (aunque esto no signifique que respondan automáticamente a ellas)”4, dice Guber. Y a veces las opciones posibles de unos suelen hacer ruido en el balcón de otros. Y las normas pensadas para cuidar la salud pueden no contemplar la parte de que, si la parrilla de la cuadra no abre, 4 o 5 familias tienen un problema grave. Por varias semanas la ropa se me secó en el balcón sin olor a asado pero de a poco va volviendo el movimiento. No veo gente sentada en las mesas con sus tablas llenas de variadas carnes, pero sí veo que activaron el delivery. El viento otoñal cambió de dirección, no sé, pero no me llega más el humo al balcón. Ya no puedo comer mi milanesa con olor a asado.

Ese mismo otoño está haciendo su trabajo en todo el país y yo lo observo desde mis 3 metros x 1, mi espacio del contacto con el afuera. El verde de los árboles a los que todavía le quedan hojas está cada vez más amarillo, y se mezcla con las bicis y motos con cajas y mochilas rojas, amarillas y naranjas de deliverys, que son quienes más recorren las calles. Una de las estaciones más gri-

4 GUBER, Rosana. El salvaje metropolitano. Editorial Paidós. Buenos Aires, Argentina (2005). Pág 41.


ses del año parece mostrarse colorida. Los árboles ya con pocas hojas me permiten ver el semáforo que está a cuatro cuadras y también los balcones del edificio de enfrente. Tal vez el año pasado no se cayeron todas las hojas, o sí, pero yo no pasaba demasiado tiempo en este escondite de la casa ni me detenía en tantos detalles. Culparé a la vorágine porteña. Cuando escucho a alguien cantar fuerte (como una de esas técnicas terapéuticas recomendadas durante este contexto) recuerdo al señor que cada tanto, cuando la pizzería de la esquina tenía mesas ocupadas, pasaba y cantaba algunos tangos a la gorra. Hoy no hay tango ni mesas. Solo más motos que se juntan con las de la parrilla, con un mismo fin.

“Las calles de Buenos Aires tienen ese que se yo…”, ¿cuántas veces escuchamos esa frase? Pocas durante la cuarentena. La ciudad que no para ni de día ni de noche tuvo que parar, las cientos de líneas de colectivos siguen, pero con pocos timbrazos y en un


eterno domingo. Pasa una unidad de la línea 128 y en la esquina sin semáforo, asidua de frenadas repentinas, alcanzo a ver algunos asientos ocupados, menos de la mitad. Alguien parado cerca de la puerta, seguro baja en la avenida que sigue. ¿Vendrá de trabajar? ¿Habrá ido al supermercado de otro barrio porque le dijeron que había stock de alcohol? Y pasa otro colectivo y la secuencia se repite. No tan frecuente, ya que en el eterno domingo no se amontonan en la peligrosa esquina como antes. Me pregunto si todas y todos tendrán la habilitación para circular, o si sabrán que necesitan una habilitación para circular. Algunxs puede que nunca hayan notado la existencia de una pandemia en los modos de moverse por la ciudad, porque su rutina se mantuvo, porque siguen sin poder dormir la siesta. Lxs peatones por su parte no siguen la rutina de domingo. No salimos a pasear ni disfrutar al aire libre. Hoy, que la calle está más tranquila, que la circulación de autos bajó y con eso los niveles de contaminación, podríamos salir a respirar aire puro, bueno, un poco más puro. Pero no. Las pocas caras que cruzan el escenario principal y desparecen en bambalinas no parecen estar relajadas. ¿Será por eso de que vivir en la ciudad estresa un poco más? Puede ser, pero ahora el estrés porteño tiene un adicional, por lo menos una barrera más, el tapaboca. Desde donde observo, la barrera es un poco más invisible, varios metros de altura, más de los que exigen por prevención. La vida social sigue desde los balcones, desde estos palcos y plateas. Si antes comúnmente ya salías a la calle evadiendo situaciones de interacción, ahora eso se potenció, la salida al supermercado del barrio es en tiempo récord. “Si ves una cara rara, cruzá la calle”, decían. “Si ves una cara sin barbijo, cruzá la calle” es hoy. Y con esta nueva manera de (no) relacionarme, ¿de qué me estoy alejando? ¿Sólo de una persona con barbijo? ¿Enhorabuena que el tapaboca me reduce la posibilidad de generar un contacto? En una salida se me rompió la bolsa con las verduras que compré y rodaron por la vereda. Nadie se acercó a ayudarme. Acá no se acostumbra eso, menos si al que se le rompe la bolsa es un posible portador de un virus que puede propagar cuando de mi boca salga un


“gracias por la ayuda”, a menos de dos metros de distancia. La digitalización de la cotidianidad llegó hace tiempo y se instaló más fácilmente en este gigante, comparado con otras ciudades en donde hacer una compra de mercadería esencial por internet es algo aún lejano. La tecnología, por su lado, hizo su aporte a la brecha de desigualdad de este virus no democrático y está presente en la mayoría de las prácticas cotidianas, de algunos grupos. Las grandes cadenas de supermercados, con sus góndolas web a la vanguardia y ofertas sensacionalistas, invitan, si está a tu alcance, a pensar en una provista y hacer las compras mientras se te calienta el agua para el mate. Conozco bien a la encargada del mercado donde compro a menudo, o donde compraba a menudo. En el “conozco” hay un vínculo creado por mí, tal vez unidireccional, porque sé su nombre y sé que a veces está más simpática y lo hace notar con el resto del equipo. También quiero creer que ella me reconoce, que entre lxs miles de consumidorxs diarios sabe que llevo mi variedad de bolsas reutilizables y que estoy atento a que las ofertas y descuentos sean bien calculados. Quiero creer que con tanto acceso a mi DNI le resuena mi nombre, pero que por su posición y el apuro que siempre la apremia mantiene cierta distancia. Mi supermercado de barrio no es el mismo que el que compra mamá en su ciudad con casi 20000 habitantes. Mis vecinos y vecinas no son como los suyos. En realidad, no sé bien cómo son los míos. Ulf Hannerz en “Exploración de la ciudad” describe la idea de vecindad, los códigos que forman parte de esta relación y los límites tácitos o bien expuestos que están comprendidos en ella. Señala que la presencia recurrente y el reconocimiento de esa presencia son claves en la conformación de este tipo de relación. En el lugar donde resido, el vecino o la vecina suele ser el del edificio, y si es un edificio muy grande se reduce a quienes comparten piso o alguna que otra reunión de consorcio. Quienes viven hace mucho tiempo en el mismo lugar pueden mantener un vínculo más sólido entre ellos, pero alrededor, la rotación producto de altos costos de alquiler entre otras cosas, no es amiga de la confianza que se asocia a la idea de vecinx “legítimo”. Prima el saludo obligado si nos cruzamos en el hall de entrada, o el


“disculpá, no te había reconocido” en la vereda a 10 metros del edificio. Si hay algo en común, como pasear al perro, tomarse el mismo colectivo o frecuentar el mismo comercio, puede que la relación destelle algo más genuino, pero la fluidez de la vida urbana a la que refiere Hannerz es una responsable fácil que podemos culpar por esto. “Disculpá, no te reconocí por el barbijo” parece sonar más amistoso ahora. Cuando visito a mi madre y salimos a caminar, ella saluda a todo el mundo. Allá se conocen casi todxs, y si no se conocen se saludan por simpatía. ¿Habrá existido un hábito similar en el barrio donde resido? ¿Puede que ese vínculo se manifieste de otra manera y yo no logre identificarlo? ¿Existió la práctica de saludar a un desconocido sólo por cordialidad en la sociedad porteña? ¿Se vivencia esto actualmente en algunos barrios? Dicen, que la calle Florida fue una gran pasarela donde sociabilizar, pero hoy (o antes de marzo) no es más que un caos en hora pico donde un contacto visual suele traducirse en un código para evitar el choque al caminar. Saludar sin que te conozcan puede ser tan sospechoso como que te acerques sin barbijo. ¿Qué hay de cultural en estas prácticas y desde dónde observamos a ese o esa que se nos cruza, en el sentido literal, en el camino? Grimson, en Dialéctica del Culturalismo, va a referirse al proceso donde las fronteras entre identidades vienen a desdibujar las fronteras entre culturas. Y Abu-Lughod “aduce que (…) el concepto de cultura establece distinciones –que siempre conllevan jerarquías– entre “nosotros” y “ellos””5. Un “nosotros” que en contexto de pandemia tiene la opción de decidir si salir a la calle o no, que puede trabajar remoto, que la era digital le llegó hace rato; un “ellos” que no puede elegir quedarse adentro, que su trabajo no es posible desde casa, ni desde una computadora, y tal vez ni siquiera es trabajo. En el lugar donde resido son cada vez más los grupos que desde relaciones de identificación logran articularse, propiciando un

5 GRIMSON, Alejandro. Los límites de la cultura: crítica de las teorías de la identidad. Siglo Veintiuno Editores, 1°edición. Buenos Aires, Argentina (2011). Pág 84.


modelo intercultural. Asimismo, está visible el extremo opuesto, quien se ve como “superior” por ser “local”, y donde tal práctica puede desencadenar en racismo como continuación del etnocentrismo. Como quien refiera que los extranjeros y las extranjeras deben tomar puestos de trabajo “inferiores”, y no robar los “nuestros”. La diversidad es un factor determinante en las relaciones de intercambio entre culturas y en la adaptación mutua que plantea el modelo intercultural por sobre el multicultural, donde este último apuesta a la diversidad desde la tolerancia, pero la exclusión sigue teniendo su marcada presencia. El porteño y la porteña también tiene un proceso de adaptación en este movimiento que implica la llegada de nuevas culturas. Así como las grandes epidemias en la América Colonial que describe Cordero Del Campillo, que viajaron entre Europa y América, el virus causante de la pandemia actual también tuvo un curso similar, pero con otro alcance si lo pensamos en las tierras que colonizó. “Una forma del contacto cultural como lugar de la pregunta antropológica que se da en términos cronológico y de historia civilizatoria mucho más tarde, es el viaje”6 dice Krotz, refiriendo a los viajes en los comienzos de la antropología como disciplina. Y existen los viajes hoy. Además de esta particular consecuencia del tipo sanitaria, hay relatos, hábitos y patrones que los viajes aportan desde otra perspectiva, desde el extrañamiento, y que funcionan como ladrillos y cemento también para la identidad. Ante estos aportes de los viajes y las aventuras, viene a lugar el concepto de cultura en el sentido de Geertz, referido por Grimson en “Los límites de la cultura”, que destaca la importancia de la construcción de significados por sobre la noción de sistemas

6 KROTZ, Estxeban. Alteridad y pregunta antropológica. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. Constructores de otredad. Ed. Antropofagia, Buenos Aires, Argentina (2010), Pág. 7.


culturales. Y entender la cultura como un sistema complejo, no sólo la suma de hábitos y costumbres sino la fabricación de la significación y las diferentes maneras de llegar a ésta. La ciudad donde vivo se enfrenta a un contexto de aislamiento donde debe repensar los efectos de las formas de relacionamiento que eran cotidianas y el nuevo sentido que creará esta pandemia, bajo las nuevas condiciones. Y vuelvo a mi platea, para la obra nocturna. En general desde acá no se suelen ver las estrellas, las luces de la ciudad tapan ese espectáculo y se reemplaza con aviones en todas direcciones, que llegan y se van. Que llegaban y se iban. Porque hasta las nubes quedaron en silencio. Escuchar hoy un ruido en el cielo desconcierta, aunque ahora sólo ocurre unos pocos minutos a la semana con algún vuelo especial. “La ciudad de todos los argentinos” (y las argentinas) dejó de serlo por unos meses, sólo podés ingresar si tenés un motivo “esencial” que lo avale. La ciudad de la cajera del super que nunca cambió su rutina, de la señora que duerme al lado del contenedor a la vuelta de casa (¿seguirá ahí estos días?), del médico amigo de un amigo. Y mi ciudad también, una más que me atraviesa. La misma de la que mamá tanto se encargaba de informarnos con los noticieros sobre los robos y asesinatos a diario, hoy parece no tener nada de eso. Hoy sólo tiene casos de COVID-19. Y gente que por motivos “esenciales” puede salir a trabajar, o sacar a su perro a la puerta de su casa, como otro hábito bien establecido acá, igual al de no saludar. Y, para terminar, o pensar en el nuevo capítulo, las calles de este gigante volverán a colmarse. Autos, personas, más personas. Mesas de bares repletas y murmullos hasta altas horas. Seguramente deliverys volverán a hacer zigzag entre muchos autos que demoran su trabajo, y cartoneros y cartoneras nos musicalizarán el fin de la tarde de nuevo. Cada unx, desde el lugar y por las condiciones en que atravesó el aislamiento saldrá al campo, con una integridad física y mental, o no. O seguirá en el campo que nunca abandonó. Será


momento de repensar las formas de interacción y las “nuevas desigualdades”, como la digital en expansión. Los aspectos que comprenden la cultura no son estáticos, como tampoco lo es la significación que otorgamos a esas formas de interactuar, de vivir socialmente en el mundo “exterior”, porque también vivimos socialmente en la cuarentena. ¿Arranca un proceso de reconstrucción de las relaciones? ¿Más virtualizado? ¿Más lejano o más cercano? Porque la pantalla ya aparece como extensión de nuestro cuerpo. ¿Aparece un justificativo material para mantener distancia? Tal vez sociedades con estilos de vida más individualistas como en la que resido tengan esta tarea un poco más fácil, pero a la vez será ejercicio complicado atado a las multitudes que la alimentan y que hay que “controlar”. Un acontecimiento más, clave, que dejará su marca en la construcción de nuestra identidad.


Bibliografía -GRIMSON, Alejandro; MERENSON, Silvina; NOEL, Gabriel (compiladores) (2011). Antropología ahora: Debates sobre la alteridad. Siglo Veintiuno Editores, 1°edición. Buenos Aires, Argentina. -GUBER, Rosana (2005). El salvaje metropolitano. Editorial Paidós. Buenos Aires, Argentina. -GRIMSON, Alejandro (2011). Los límites de la cultura: crítica de las teorías de la identidad. Siglo Veintiuno Editores, 1°edición. Buenos Aires, Argentina. -KROTZ, E. (2010) “Alteridad y pregunta antropológica”. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. Constructores de otredad. Ed. Antropofagia, Buenos Aires, Argentina. -CORDERO DEL CAMPILLO, M. (2001) “Las grandes epidemias en la América Colonial”. En: Archivos de Zootecnia Vol. 50 Nº 192. Pgs. 597-612. -HANNERZ, Ulf. (1986) “Exploración de la ciudad. Hacia una antropología urbana”. México: Fondo de Cultura Económica. -SARLO, Beatriz. (2009) “La ciudad vista: mercancías y cultura urbana”. SigloXXI editores. Buenos Aires, Argentina.


Socialización en tiempos de cambio Por Catalina Iriarte

En el centro geográfico de mi ciudad natal, Concordia, se ubica la Avenida Tomás de Rocamora. Esta atraviesa a tres barrios distintos: La Terminal, San Agustín y Juan XXIII. El barrio en el que me crié y sigo viviendo se llama La Terminal, ya que la estación de ómnibus de la ciudad se encuentra allí. En este texto voy a ahondar específicamente en mi cuadra, donde hay una comunidad vecinal muy marcada y que ha adoptado diferentes características durante el transcurso del aislamiento social y obligatorio, y de la pandemia en general. Todas las historias que tengo de este tiempo “confinada”, como diría mi mamá, son referidas a lo que puedo ver desde mi ventana, de lo que me entero, lo que recorre al barrio, lo que es inevitable ver. La cuadra de calle Rocamora, antes del comienzo de la cuarentena no se caracterizaba por el silencio, ya que tiene dos almacenes, “el de Mariela” y “Express”, una peluquería de “la Achu”, una


forrajería, un estudio contable y un consultorio pediátrico. También, a mitad de cuadra, por una calle perpendicular a Rocamora, hay una cancha de fútbol, emprendimiento de unos hermanos profesores de educación física.

Pero no siempre fue así de movilizada: Rocamora era en toda su extensión una calle de tierra. El tránsito era leve, ya que las calles paralelas sí estaban asfaltadas y los vehículos utilizaban esas otras vías para la circulación. Cuando en 2012 fue pavimentada, la vida de la cuadra empezó a ser distinta, comenzó a tener más movimiento vehicular, y como consecuencia de esto, los comercios fueron creciendo rápidamente en popularidad y captando así a clientes de todo el barrio La Terminal y alrededores. El consultorio pediátrico y la cancha de fútbol concentraban una gran cantidad de personas durante la tarde-noche. Estas compraban en los almacenes mientras esperaban su turno o luego de este; en el caso de la cancha, muchos compraban cerveza y se sentaban en el terreno baldío de la esquina luego de jugar un partido. Al ser un barrio residencial, los negocios son de las personas que residen en la cuadra. Todos son emprendimientos familiares que instalan en la parte delantera de sus propios hogares. El mismo vecino que saludás todas las mañanas mientras saca la basura, o que ves en pijama llevando a sus hijos a la escuela o llegando tarde al trabajo, es el que te atiende cuando estás


enfermo, al que le comprás la cerveza o te encontrás en el almacén. Se genera al menos un mínimo vínculo con estas personas, ya que son las mismas a las que les ves la cara todos los días, no son completos desconocidos. Ahondando en el tema de la vecindad, Ulf Hannerz (1986) habla de que los vecinos, más allá de ser las personas cuyos lugares de residencia están cerca, son personas con quien se genera una relación.1 “Cuando la gente está más expuesta al contacto entre sí, aprenderá pronto a reconocerse. Si puede ver a los demás al entrar o salir de sus casas o pasar el tiempo en espacios privados o semiprivados pero visibles cercanos a las viviendas, esto obviamente también contribuirá a un mayor reconocimiento.” (p.293) Al reconocer al otro como vecino, comienza a generarse un vínculo y una asociación. Y aquellos que cumplan una función de abastecimiento en la vecindad, pueden tener una función primordial, ya que manejan mucho mejor el espacio del vecindario y hacen que la vida del barrio gire en torno a esto. Con el comienzo de la cuarentena, la cuadra comenzó a estar más silenciosa. El pediatra dejó de atender en su casa y la cancha de fútbol cerró. Los almacenes, que usualmente estaban repletos de gente durante todo el día, sobre todo al horario del almuerzo, estaban más vacíos. Cada vez se veía menos gente del barrio yendo a comprar, pero las caras de la cuadra comenzaron a resonar con más fuerza. Los almacenes y la forrajería empezaron a cobrar otra importancia para los vecinos: una compra en algún negocio de la cuadra, que no llevaba más de 5 minutos, ahora tardaba más de 20, los vecinos se quedaban charlando en los mismos. Comenzaron a funcionar como puntos de encuentro en esta cuarentena, donde se relatan los chusmerios de lo que sucede en la cuadra, donde se cuentan anécdotas de este nuevo estilo de vida en aislamiento, donde uno se relaciona con el otro a través de intercambios formales.

1 “Se vuelven conscientes de la presencia recurrente unos de otros en el espacio circundante más o menos público y, en consecuencia, de la relación especial que tienen con él”. Hannerz, 1986.


Marc Augé (2017) habla de la importancia del intercambio con el otro “hay palabras que no dicen nada y se pronuncian a propósito; es el intercambio lo que importa” (p.59). Si bien en estos encuentros se contaban cosas relevantes para la comunidad vecinal, las pequeñas conversaciones como el clima o deportes, es decir, temas simples, cobraron una gran importancia en la cuarentena. Los vecinos, al verse privados de estos intercambios formales en su vida cotidiana, se enfrentaron a la carencia de la socialización diaria, y comprendieron la necesidad de los mismos. En palabras del autor: “uno espera más bien comentarios «superficiales», comentarios ligeros de los que no se saca ninguna consecuencia, palabrería que no corresponden ni con la gravedad de la situación en que vivimos, ni con el carácter trágico de la condición humana” (p. 60). Una de las cuestiones que caracterizan a mi cuadra, es que hay mucha vinculación entre vecinos, al punto de que cada fin de año, los vecinos se reúnen en la calle para celebrar, cada familia lleva comida para compartir, se pasa música y se pasa el rato. Ulf Hannerz (1986) opina que cuando se encuentra un barrio implicado intensamente y con aparente armonía en las relaciones internas, se debe a que se genera una química entre los papeles que cumplen los vecinos, donde hay individuos comprometidos a formar una relación de vecindad, comprender al otro, conocerlo lo suficiente para comprender su accionar y no recriminarlo ni juzgarlo. Si bien estas reuniones de fin de año reúnen a una gran cantidad de vecinos, no todos están incluidos, las últimas familias en llegar al barrio no participan de las mismas.


Los vínculos de mis vecinos con el otro, el que no está insertado, así como también con los que sí lo están se han ido modificando con el correr del tiempo en esta cuarentena. Como afirma Krotz (2010), la mayor parte de la historia de la especie humana siempre consistió en la comunidad, la vida entera era marcada por esta. Así la comunicación de la comunidad servía para organizar a las sociedades cazadoras- recolectoras, “obtenían lo necesario para la vida –o sea, no solo alimento sino también medicamentos, vestimenta y casa, y hasta para los adornos y los artefactos utilizados en el juego y ceremonias religiosas” (p.16). En mi barrio, la comunicación de la comunidad de calle Rocamora sirve para obtener algunos beneficios, como disponer de herramientas de algún vecino, o unas sillas para una reunión familiar o pedir fiado en los almacenes (aunque tengan un cartel que diga que no hacen fiado). Ulf Hannerz define esto como una reciprocidad generalizada: “El principio es claramente que lo que consiste en una prestación relativamente modesta de parte de un vecino significaría una incomodidad mucho mayor si hubiera que obtener esa misma ayuda de otra fuente, quizás socialmente más cercana pero físicamente más distante”. La comunicación con los habitantes de la cuadra te hace parte de la comunidad. Quienes no se comunican, quienes no tienen relaciones de superficie2 y se encierran en las cuatro paredes de sus casas, no forman parte. Así es como el que está afuera, “el otro”, el que no pertenece se pierde de los chistes internos, incluso los hace víctimas de dichos chistes o poder participar de la aclamada reunión de fin de año. Hay una relación asimétrica donde hay uno que termina excluido, e incluso se justifica su exclusión. Con el comienzo de la cuarentena, los vínculos entre los vecinos se modificaron, algunos se fortalecieron, otros se crearon. Las familias que no estaban integradas comenzaron a vincularse con más frecuencia con los otros vecinos. Algunos se vieron obligados a hacer home-office3 y eso hizo que, personas que trabaja2 Marc Augé (2015)- Elogio del bistrot (p. 60) Hace referencia a tener comunicaciones que no llevan a una reflexión ni son profundas, es la misma acción de intercambiar con el otro. 3 Aunque su traducción literal se refiere básicamente a la posibilidad de trabajar en casa, el concepto habla de una forma de trabajo que se realiza en una ubicación alejada de una oficina central o instalaciones de producción.


ban todo el día afuera, estuvieran permanentemente en su hogar. Al unirse el espacio de trabajo y de vivienda la vecindad deja de estar limitada, dándoles la posibilidad de acomodar su día de diferentes maneras. Así, la oportunidad de reconocer y asociarse con los vecinos se acentúa, se cuenta con la posibilidad de relacionarse más con estos. Para dar un ejemplo, algunos vecinos debían recurrir a otros lugares para hacer las compras debido a sus horarios de trabajo. Ahora, sin limitaciones horarias, comenzaron a comprar en los negocios de la cuadra. Los vecinos de la forrajería fueron los últimos en llegar al barrio. Ellos no estaban integrados a la comunidad vecinal, muchos los juzgaban y excluían por no saludar o porque simplemente se limitaban a observar los movimientos del barrio. La familia había iniciado con ese emprendimiento unas semanas antes de que se decretara la cuarentena obligatoria, con el comienzo de esta, los vecinos empezaron a ir a comprar productos allí, y a conocerlos. Ulf Hannerz (1986) opina que aunque las relaciones entre vecinos puedan ser desiguales y carentes de coordinación en su globalidad, se puede obtener una cierta organización mediante las relaciones de abastecimiento. Esta familia no tenía oportunidades de comunicación o relación con el resto de la comunidad -ya sea por los horarios de sus trabajos o de los trabajos de sus vecinos- hasta la apertura del negocio, que les sirvió como una vía para la integración. Y así como fueron los primeros encuentros entre diferentes comunidades, de ver a otros seres humanos como otros, sin infravalorarlos ni sobrevalorarlos, la comunidad se encontró con esa alteridad de la misma manera. “A pesar de las diferencias patentes a primera vista y a pesar de muchas otras, que emergen sólo con observación detenida y que pueden referirse a cualquier esfera de la vida, siempre se trata de reconocer a los seres completamente diferentes como iguales.” (Krotz, 2010). Al poder comunicarse con ese otro que se juzga a través de una simple conversación, sin indagar en temas profundos ni exteriorizar sentimientos, se da una relación de vis a vis4: donde se observa al rostro, al cuerpo de la persona, y se extrae algo más que una palabra (sentimientos, miedos, esperanzas) priorizando el intercambio de miradas y gestos. Esa simple con4 Marc Augé (2015)- Elogio del bistrot


versación enciende otros sentidos y permite mostrar lo que no se ve a simple vista, algo más profundo que lo que se puede notar mientras esa persona saca la basura a la mañana. Así como con el correr de los meses de la cuarentena, más familias se han integrado a la comunidad, los vínculos de las que sí están insertas en la comunidad han cambiado: se rompió vínculos con dos de las familias de la comunidad barrial por cuestiones netamente políticas. Ulf Hannerz (1986) afirma que los vecinos han de tener necesidades congruentes a fin de que la convivencia sea satisfactoria, y es esto mismo lo que dividió a la comunidad. Que se hayan roto los vínculos significó que el resto de los miembros de la comunidad, dejaron de tener nombre y apellido para pasar a referirse a los mismos de forma despectiva. Hannerz recopila los ejemplos de Jeremy Seabrook (1967) quien escribe que las relaciones entre vecinos están “basadas en la observancia de un sistema rígido y complejo de normas y convenciones”, que “los vínculos más cercanos se establecían generalmente con los vecinos inmediatos”, y que “los que vivían a unas cuantas casas de distancia eran tratados con una cordialidad que disminuía conforme aumentaba la distancia de sus viviendas, hasta el punto de que los que vivían al final de la calle se tenían que contentar con un rápido saludo y la más breve mirada de reconocimiento”. Ambas familias vivían en las esquinas extremas de la manzana, siempre tuvieron que esforzarse más para pertenecer a la comunidad. Ahora el trato con estas pasó a ser nulo. Una de las familias que rompió vínculos con la comunidad fue la de la dueña del almacén “el de Mariela”, quienes viven en la última casa al lado del terreno baldío de la esquina. Se les echó de la comunidad por apoyar los cacerolazos en contra de la cuarentena y por tener el negocio abierto fuera del horario permitido por la Municipalidad, presuntamente por coima a los inspectores municipales y policía. Los miembros de la comunidad comenzaron a llamar a su almacén despectivamente como “el shopping de los uruguayos”, ya que la matriarca, Mariela, posee esa nacionalidad. La otra familia vive en la esquina opuesta. Ellos eran miembros activos de la comunidad, pero al no participar del ritual de los aplausos y dejar de comprar sus cosas en los negocios del barrio, la comunidad comenzó a demostrar su descontento.


La gota que derramó el vaso fue el cacerolazo en contra del gobierno y que la hija menor organizara una fiesta clandestina. Los vínculos de la comunidad no son estáticos, sino que están en constante cambio y movimiento. Este otro que no pertenecía, como la familia de la forrajería, pudo comenzar a integrarse a la comunidad del barrio y algunos que sí pertenecían mostraron otra faceta. Así como el encierro hizo que para unos las puertas se abrieran y los muros se derrumbaran, para otros las puertas se cerraron. El vecindario se volvió más comprensible con el que no conocían y más duro con el que sí. La comunicación de esa familia con las personas de la cuadra en su negocio sirvió como un punto de encuentro para que estos dos “mundos”5 se descubrieran y se visibilizaran sus puntos en común. Es el encuentro con la alteridad.

El aplauso a los médicos En mi cuadra vive un pediatra, Pablo. Todos los niños del barrio lo han tenido de médico. Incluso pasados los 20 años muchos seguimos acudiendo a él en caso de un dolor de panza o una fiebre intensa. Además de ser un hombre considerado por la gran mayoría como gracioso, paciente y muy sociable, está al alcance de nuestras manos. Para llegar se deben caminar unos metros apenas, por eso es el elegido por todo el barrio. Marcela, conocida como “la mujer de Pablo”, es enfermera y a más de uno le ha puesto una inyección. Ambos se dedican a trabajar en hospitales y sanatorios a medio tiempo, ya que en la parte delantera de su casa, Pablo tiene su consultorio pediátrico, donde trabaja el resto del tiempo. A fines de marzo, cuando salió la convocatoria nacional para aplaudir a los médicos, salía a la vereda una sola vecina, Abigail, una joven estudiante de enfermería, que vive con su mamá y su abuela. Ella sola comenzó a aplaudir cada noche a Pablo, que está todos los días trabajando en guardias atendiendo a chicos. Poco a poco fueron sumándose más personas, primero fueron 5Enrique Dussel (1994). 1492 : el encubrimiento del otro : hacia el origen del mito de la modernidad.


su mamá y su abuela. Luego, sus vecinos de al lado, la familia de “Mariela” y luego la familia del almacén de enfrente “Express”. Los aplausos eran un poco tímidos, pero eran una excusa para salir a la vereda y verse las caras, saludar desde lejos. Así fueron apareciendo los chicos, saliendo de su casa un rato, estirando las piernas, saltando un poco, queriendo caminar por la vereda de la cuadra. Y junto con los chicos aparecieron sus inquietudes, expresando cómo se sentían. Algunos son muy pequeños y no entienden por qué no pueden salir a jugar. Las necesidades de la gente de la cuadra eran evidentes y las inquietudes de los chicos movilizaron al barrio. En las «relaciones superficiales», como diría Augé, donde se desliza por la superficie de las cosas. Un simple ¿cómo estás?, que uno pregunta sin esperar una verdadera respuesta, enciende las alarmas ante la menor duda en la contestación. La importancia de la comunicación no verbal entra en juego, ya que mirar para abajo o suspirar puede ser el punto de partida para una conversación más seria, preocuparse por ese vecino, porque atrás del relajado aplauso en la vereda se disimulan los verdaderos sentimientos. Mi papá, Rafael, es un amante del carnaval popular. Toda su vida vivió entre músicos, artistas y murgas. Todos los años desfiló en carnaval, junto con su papá. En 1994 formó su propia murga con sus amigos, y hasta el día de hoy mantienen la tradición desfilando el martes de carnaval por las calles de la ciudad. Con esta nueva actividad de la cuadra, se puso en la cabeza la idea de transmitir esa alegría al barrio, la misma que le da a grandes y chicos cada año. Y con toda esa mochila que traía, comenzó a transformar los aplausos de las 21hs en algo más. Empezó a salir con su bombo y una


peluca, mientras todos aplaudían, él improvisaba algún ritmo alegre para acompañar los aplausos. Poco a poco, esa excusa del aplauso a los médicos, se convirtió en una pequeña murga, donde los niños del barrio bailan, y se encuentran con sus pares, donde grandes y chicos pueden charlar por un momento, preguntarse cómo están y visibilizar sus necesidades. Es así como todos los días los chicos hacen instrumentos, disfraces, máscaras y dibujos, para sorprender a los demás y cada noche se preparan y esperan ansiosamente que sea la hora de salir a bailar un rato, de verle la cara a los otros. Compartir, aunque sea por 10 minutos, un momento único. Mi papá hace dibujos para colorear y fabrica laberintos con cartón y bolitas para después regalarles a los chicos para que jueguen. Ellos se los devuelven pintados a la noche siguiente y le piden más y más. Una de las madres, en uno de los encuentros de las 21hs, comentó que su hija le pide prestado su celular para aprender coreografías de comparsa por YouTube y presentarlas a la noche. Así varios niños se sumaron a hacer lo mismo. Concordia hace algunos años adoptó un carnaval con un estilo similar al de la tradición brasileña, aunque con elementos de la cultura rioplatense como el candombe. Este espectáculo no es gratuito, pero sí asiste a él una gran cantidad de gente. Las comparsas desfilan por el corsódromo de la ciudad y las principales compiten, incluso se elige a una reina. Estos eventos son filmados y subidos a plataformas digitales para quedar inmortalizados. Los niños del barrio miran los videos de las diferentes agrupaciones y aprenden sus coreografías, como la de la reina de batucada o los bastoneros. Si bien estas son las coreografías que los niños de la cuadra bailan, no deben confundirse con el carnaval popular, el cual se realiza sólo un día al año. Consiste en un desfile por las calles de la ciudad, donde la gente se disfraza y sale a la calle con “bombitas” (pequeños globos rellenos de agua) y “lanzaespumas” a divertirse, y donde los estilos están alejados de la tradición del carnaval de Brasil.


Así es como cada noche, a las nueve exactamente y desde el interior de mi casa, empiezo a escuchar débilmente un ruido metálico que viene del exterior. Seguidamente, a las voces de niños que vitorean, se les unen maracas, panderetas y un redoblante. Por último los aplausos del barrio. Rápidamente, mi papá se pone una peluca, agarra una maza y su bombo y se une al espectáculo. Los niños lo decoran con los antifaces y adornos que le preparan. La gente que está dentro de los almacenes sale para ver qué está pasando, los autos que están circulando pasan lentamente para poder observar este singular evento. Todos los días a esa hora, las personas del barrio se autoconvocan para encontrarse, para reírse, bailar, aunque sea por 5 minutos, olvidarse del encierro. En este rito de las noches, que se lleva a cabo en un lugar tan común como una vereda en la vía pública, salen un montón de sensaciones y sentimientos de ese encuentro: es algo más grande que uno mismo, es para el colectivo de la comunidad. El aplauso a los médicos es sólo una excusa para intercambiar, conversar, ver al vecino. Los disfraces y las producciones, inventar instru-


mentos musicales con lo que se tiene en la casa, sirven para llevarse una sensación de bienestar cada noche. Es un rito porque se repite todos los días, pero nunca es idéntico, cada noche es única y algo nuevo siempre sucede, y eso es lo que lleva a la comunidad a salir cada noche, para sorprender al otro y deslumbrar. En estos encuentros de la noche, ese otro que no forma parte de la comunidad, sólo puede ser un espectador, desde la lejanía, desde la puerta de su casa, sólo los miembros de dicha comunidad pueden participar activamente, aquellos que tienen nombre, que no son “el otro”. Quienes bailan y cantan, quienes preparan dibujos y maracas, están insertos, tienen nombre y apellido, son con los que se comparte y se charla. Porque la alteridad, ese otro que es tan parecido al ser propio pero tan distinto, choca, incomoda al que sí es parte. El sentimiento de pertenencia a la comunidad, hace que sea difícil integrarse en el día a día, pero la cuarentena rompió con algunas de las prácticas habituales, e incluso con el miedo latente del contagio comunitario del virus, los integrantes de la comunidad, ya sea porque es la única oportunidad que se tiene de socializar, se mostraron más abiertos a vincularse con el otro. Se están formando nuevos lazos y nuevas vinculaciones, la comunidad de la cuadra de calle Rocamora está cambiando.


Bibliografía: DUSSEL, Enrique. 1492. El encubrimiento del Otro. Buenos Aires, Planeta Plutón, 2010. Conferencias 1, 2 y 3. HANNERZ, Ulf (1986) Exploración de la ciudad. Hacia una antropología urbana. Fondo de Cultura Económica, México. Fragmento. AUGÉ, Marc (2017) Elogio del bistrot. Ed. Gallo Nero, Madrid. KROTZ, Esteban (2010) “Alteridad y pregunta antropológica”. En: BOIVIN, M.; ROSATO, A. y ARRIBAS, V. (2010) Constructores de otredad. Una introducción a la antropología social y cultural. Buenos Aires, Ed. Antropofagia. GUBER, Rosana (1991) El salvaje metropolitano. Edit. Legasa, Buenos Aires.


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