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BAJO LA CRUZ
Hace unos años tuve una experiencia aterradora. Estaba llegando al final de una semana muy intensa y estaba ya agotada, cuando mi hija llamó desde Chile para contarme que ella y su familia habían resistido un terremoto acurrucándose bajo el marco de su puerta de entrada. Luego me enteré de que uno de mis nietos tenía dolores en el pecho por una artritis reumatoide y que los médicos temían por su vida. Todos esos pensamientos se agolparon en mi mente cuando me acosté a dormir la siesta ese sábado. Al despertar, ¡había perdido completamente la memoria!
Afortunadamente tres de mis hijos adultos estaban de visita en ese momento y se ocuparon de mí. Dado que estaba consciente y coherente, en el hospital recomendaron que esperara un día para ver cómo evolucionaba. Me aterraba la idea de no recuperar la memoria; lo que no se me borró de la memoria fue la oración, y recé muchas veces por mi sanación. Después de la cena mi hija me sugirió que descansara y escuchara mis audios de inspiración cristiana.
Uno de ellos se llamaba «El Cristo inmutable». En él, Virginia Brandt Berg habla de una cruz que construyó el navegante portugués Vasco da Gama en Macao en el siglo XVI. Era muy grande y estaba colocada sobre uno de los muros de una catedral de piedra. A la postre la catedral acabó destruida por el tiempo y los tifones, pero el muro que sostenía aquella enorme cruz seguía en pie en 1825, cuando, según dicen, pasó por allí el futuro gobernador inglés de Hong Kong, Sir John Bowring. Observar la majestuosa cruz, aún en pie a pesar del paso del tiempo, lo inspiró a escribir un poema titulado In the Cross of Christ I Glory (En la cruz de Cristo me glorío), que más tarde se transformaría en un himno. El audio termina con otro himno titulado Permanece conmigo (1847).1
Podía imaginarme esa gran cruz brillando en la costa. Aquel relato verídico y los himnos me devolvieron la serenidad que extrañaba. Me sentí tranquila y alborozada y pronto me quedé dormida. Cuando desperté a la mañana siguiente había recobrado la memoria.
Las situaciones que me preocupaban ya se han resuelto. La familia de mi hija está bien, al igual que mi nieto. Aprendí a no excederme físicamente ni permitir que me dominen las preocupaciones. Sobre todo, aprendí a aferrarme a la cruz que irradia paz y alegría en todo momento, especialmente en los momentos difíciles.
Rosane Pereira es profesora de inglés y escritora. Vive en Río de Janeiro (Brasil) y está afiliada a La Familia Internacional. ■