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HERMANDAD DELOS TRANSEÚNTES LA

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BAJO LA CRUZ

BAJO LA CRUZ

Estaba recaudando fondos para obras de caridad en un semáforo y me di cuenta de algo interesante. Cada vez que pasaba una persona me regalaba una especie de sonrisa risueña y me asentía con la cabeza, y yo hacía lo mismo. Era como si todos los transeúntes tuvieran algún tipo de vínculo o camaradería. Se daba como una especie de hermandad o camaradería momentánea entre las personas que se deslizaban entre los autos y sorteaban cuidadosamente las líneas amarillas.

Me hizo pensar en el cuerpo de Cristo y en nuestras interacciones con los demás. Efesios 2:19 dice: «Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y de la familia de Dios». Esa camaradería y vínculo deben ser visibles, y debemos ser capaces de conectar e identificarnos con nuestros hermanos cristianos de forma inmediata y profunda. Cuando ves a un seguidor de Cristo esmerándose por transitar con Él, debería ser un episodio alentador y confirmador.

La unidad en Cristo es muy importante. Los seres humanos gravitamos hacia nuestro rebaño, los grupos de personas con los que nos identificamos, nos relacionamos y con quienes tenemos similitudes. Los cristianos podemos distraernos y quedar atrapados en confesiones religiosas, diferencias doctrinales e incluso en culturas y formaciones diversas. Eso nos impide lograr la «buena y agradable» convivencia, en unidad, de la que habla la Biblia.1

Cuando estuvo en la Tierra, Jesús oró por la unidad entre los creyentes: «Te pido que se mantengan unidos entre ellos, y que así como tú y yo estamos unidos, también ellos se mantengan unidos a nosotros. Así la gente de este mundo creerá que tú me enviaste».2 Eso no significa que nunca debamos estar en desacuerdo o tener opiniones divergentes, pero sí que debemos considerarnos del mismo equipo, de la misma familia y con el mismo Gran Mandato: Divulgar las buenas nuevas de Jesucristo entre todos los que podamos.

El mundo no es nuestro hogar, mas tenemos una familia de millones de hermanos y hermanas que pasan por pruebas, apuros y dificultades igual que nosotros. Si la gente puede establecer un vínculo por algo tan simple como ir a pie por una calle concurrida, independientemente de lo que esté haciendo o a dónde vaya, y ver que los demás experimentan las mismas cosas, deberíamos ser capaces de sentir un vínculo con otros creyentes que tienen una fe y unos objetivos similares.

Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand . Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■

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