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Descubramos el Espíritu de Profecía

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Salud y bienestar

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Descubramos el Espíritu de Profecía

Amigos de toda la vida

Mi experiencia con los escritos de Elena White

Mis padres escogieron deliberadamente no tener televisión cuando yo era chica. Algunos pueden pensar que sufrí una privación; para mí, fue una bendición. En casi todas las habitaciones había abundancia de libros, una fuente constante de placer y conocimiento. Cada libro ofrecía ventanas hacia mundos nuevos y fascinantes. Pronto descubrí que hay libros que uno lee solo una vez, y no los retiene. Hay otros a los que uno regresa de tanto en tanto. Los tesoros reales son esos libros que se vuelven viejos amigos, incluso para toda la vida. Los libros de Elena White pertenecen a esta última categoría.

Como sucede con algunos amigos, es difícil especificar cuándo comenzó nuestra amistad. Sus libros han sido una constante en mi vida. De niña, recuerdo haber admirado esa hermosa colección de encuadernación roja. Con los años, la encuadernación ha cambiado, pero el contenido se ha mantenido constante.

UNA INFLUENCIA MODELADORA

Usábamos devocionales de Elena White en nuestros cultos familiares. A veces me costaba comprender las palabras y los conceptos. Mi primer encuentro personal significativo con sus escritos se produjo cuando recibí un ejemplar de El camino a Cristo, el día de mi bautismo. Era adolescente, y eso me animó a comprometer mi vida más plenamente con Cristo. Me estimuló a leer más y más de sus libros. Comenzando con Patriarcas y profetas, leí la serie El Conflicto de los Siglos. Cada libro de la serie expandió mi comprensión y modeló las decisiones de vida que iba tomando.

Pocos años después, un viaje estival con mi familia por Nueva Inglaterra hasta Battle Creek (Míchigan, EE. UU.) me brindó nuevas perspectivas. Elena White había tenido

solo un año más que yo cuando se bautizó. Tenía diecisiete años cuando experimentó, en 1844, la devastación del Gran Chasco, cuando contrario a lo que se esperaba, Jesús no regresó. Al igual que muchos otros, luchó por comprender lo que había sucedido. De alguna manera, se me había pasado por alto el hecho de que, en su mayor parte, los pioneros adventistas habían sido jóvenes. Los retratos más bien formales de los pioneros adventistas con trajes, barbas y rostros serios habían creado en mí la percepción de que la iglesia había sido organizada por administradores de mediana edad. La realidad de un movimiento dinámico dirigido por jóvenes me brindó una nueva perspectiva y apreciación por los escritos de Elena White. Cuando escribió sobre su maravilloso y hermoso Salvador, eso se basó no en una teoría bien desarrollada sino en su experiencia personal.

UNA COMPAÑÍA ELEVADORA

El compromiso de entregar mi vida más plenamente a Cristo me llevó al Colegio Terciario Newbold para estudiar teología. Al inicio de mi tercer año, solicité uno de los puestos disponibles para colportar durante el verano. Aunque no era obligatorio, se esperaba que todos los estudiantes de teología dedicaran al menos un verano al colportaje. Lo había pospuesto durante dos veranos, por lo que era ahora o nunca. Me sentí secretamente aliviada cuando me rechazaron. Lo había intentado; tenía la conciencia tranquila.

Nueve meses más tarde, hacia el final del año escolar, estaba preocupada. No tenía trabajo para el verano. Había enviado las solicitudes usuales, pero no había tenido éxito, o ni siquiera me habían respondido. No lo entendía. Oré, pero no logré encontrar trabajo. Necesitaba el dinero para cursar el último año. Cuando faltaban dos semanas para finalizar las clases, el rector me llamó a su oficina y me preguntó si quería ir a colportar a Noruega. Quería decir que no, pero como no tenía otra opción, acepté. Al día siguiente recibí una oferta de trabajo, pero ya me había comprometido; y me dirigí a Noruega.

Seis semanas después, me encontraba en una casa rodante en las afueras de Aalesund, un puerto de carga en la costa occidental del país. La amiga que iba a compartir la experiencia conmigo, se había ido. Yo no hablaba el idioma. Las ventas no eran malas, pero no era suficiente para cursar mi último año. Comencé a preguntarme por qué estaba allí. ¿Por qué, Señor, me trajiste a este lugar?

Tomé mi ejemplar de El camino a Cristo y comencé a leer. Cuando llegué al capítulo sobre el privilegio de la oración, capítulo que ya había subrayado antes, parecía que las palabras se pusieron saltar de la página: «Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que somos, sino a fin de capacitarnos para recibirle. La oración no baja a Dios hacia nosotros, antes bien nos eleva a él». *

Estas frases me hablaron en el silencio y la soledad de esa casa rodante, de una manera que no me habían impactado antes. Anhelaba con desesperación tener un amigo; alguien con quien hablar; alguien que comprendiera mi idioma; alguien que supiera lo difícil que se me hacía levantarme cada mañana, salir y comenzar a golpear puertas. Derramé mi corazón. Hablé con Dios de una manera que jamás lo había hecho. Siguió siendo Dios, Señor de señores y Rey de reyes, mi Creador y Redentor, pero se volvió mi Amigo, al que le contaba mis anhelos, temores y gozos más profundos. A diferencia de mi amiga que se había ido, aquí tenía al Amigo que no me dejaría. Estaba conmigo constantemente. El Señor respondió mis oraciones. Durante las siguientes seis semanas, me brindó valor, protección y consuelo.

Con los años, la encuadernación ha cambiado, pero el contenido se ha mantenido constante.

AMIGOS ESCLARECEDORES

Poco después, me encontré en un apartamento con una persona muy agresiva, que no quería dejarme ir. El Señor me brindó un muro invisible de protección. Todos sus intentos de detenerme fracasaron. Al salir, un vecino abrió la puerta de su apartamento para preguntarme si todo andaba bien. Me habían visto ingresar al apartamento y estaban preocupados, porque «ahí adentro pasan cosas malas». Sabía que mis ángeles habían trabajado tiempo extra. Mis ventas mejoraron, lo que me permitió regresar y terminar mis estudios.

Me considero verdaderamente bendecida de haber conocido los libros de Elena White desde pequeña. Se han convertido en amigos de toda la vida, una fuente de consejo y sabiduría; me ayudan a obtener una visión más clara del hermoso Salvador. Mientras el mundo actual parece implosionar, esos libros brindan perspectivas sobre el conflicto, que pronto alcanzará su clímax. Me reaseguran que, si soy fiel, podré conocer a su autora y, lo que es más importante, al Cristo que ella no dejó de ensalzar.

* Elena G. White, El camino a Cristo (Boise, Id.: Pacific Press Pub. Assn., 1993), p. 93.

Audrey Andersson es una de las vicepresidentas de la Asociación General de la Iglesia Adventista y presidenta de la junta del Patrimonio White.

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