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Puedo contarle una historia?

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Perspectiva global

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Cuando el juez fue a la iglesia

¿Puedo contarle una historia?

DICK DUERKSEN

«Hable con cuidado. Probablemente termine en la cárcel por lo que diga». E l país tiene leyes religiosas. Leyes que hacen que tener una Biblia, o leerla, o hablar de ella, o llevar a cabo reuniones bíblicas, es considerado algo ilegal. El Estado ha aprobado una sola manera de adorar. Todas las demás tienen que ser eliminadas. A pesar de ello, por alguna razón política, el Ministerio de Religión permitió que un pequeño grupo adventista llevara a cabo dos semanas de reuniones públicas sobre temas bíblicos.

«Tiene que haber sido el plan de Dios –dice el pastor Ed–. El líder del grupo me llamó y me preguntó si podía ir a dirigir las reuniones de evangelización. Entonces añadió la advertencia: “Hable con cuidado. Probablemente termine en la cárcel por lo que diga”. Escuché, pensé lo que sería vivir en un calabozo lleno de ratas, y supe que tenía que ir». * * *

Promocionaron las reuniones en todo el pueblo, sin hacer mucho ruido. Hablaron de las reuniones con sus amigos, sin hacer mucho ruido. Oraron a Dios para que enviara las personas correctas a las reuniones, en voz alta. La primera noche, cada asiento quedó ocupado mientras otros observaban desde la ventana.

Con la certeza de que el gobierno colocaría espías en la congregación, los locales miraron para ver quién podía estar tomando nota para informar a la policía. Todo parecía estar bien, hasta que el juez local y su esposa ingresaron y se sentaron cerca del frente.

Uno de los feligreses le susurró la noticia al pastor Ed.

«Pensé en el calabozo y me pregunté si debía cambiar el sermón –dice el pastor Ed–. Entonces recordé que Jesús es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos, y supe que tenía que seguir adelante con el mensaje sobre Jesús y su amor».

El pastor Ed predicó como si el juez fuera la única persona de la congregación. Usó su Biblia ilegal, citando pasajes que la ley le prohibía leer en voz alta, contando historias bíblicas que las personas no debían conocer, y presentando una idea de Dios que iba en contra de la perspectiva aceptada por el gobierno.

El pastor Ed hablaba la verdad como si Dios le estuviera dictando las palabras.

El juez tomaba notas. Su esposa se enjugaba unas lágrimas de los ojos. La congregación, comprendiendo plenamente el peligro de lo que sucedía, parecía escuchar cada palabra, conteniendo el aliento. Y así hasta la oración final.

A la noche siguiente sucedió lo mismo.

La sala de reuniones estaba llena, el juez y su esposa ocuparon sus asientos, y Jesús fue ensalzado mientras la congregación contenía el aliento. * * *

La congregación oró todo el día y gran parte de la noche. Los miembros se reunieron en grupos pequeños y como familias, oraron por el pastor Ed, por las palabras de sus mensajes, por cada asistente a las reuniones. ¡Oraron pidiendo seguridad!

En la tercera y cuarta noches todos se sintieron un poco menos tensos. Nadie había sido arrestado. La policía no había llegado a desbaratar la reunión. El Espíritu Santo estaba convenciendo los corazones, y muchos de la congregación estaban respondiendo positivamente. El juez y su esposa asistieron a cada reunión, escuchando con detenimiento y tomando notas. La esposa del juez sonreía.

Una noche durante la segunda semana de reuniones, el pastor Ed les dijo a los líderes de la iglesia que iba a hacer un llamado al bautismo. Concordaron en que era el momento apropiado y se entusiasmaron pensando quién se pondría de pie. Pero también estaban aterrados. Esa noche se quebrantarían todas las reglas. De manera deliberada. ¡Enfrente del juez!

«Ese puede ser el último sermón que predique –le dijeron los líderes al pastor Ed–. El juez conoce cada palabra que usted ha pronunciado. Sabe que cree en Jesús, en el sábado, en la gracia de Dios y en muchas cosas más. Nada de eso le cae bien al gobierno. Quizá el juez ha asistido cada noche, esperando que haga un llamado al bautismo para que pueda arrestarlo. ¡Esta noche, todos podemos terminar en la cárcel!»

Juntos pensaron qué sería estar en un calabozo.

El pastor Ed observó que el juez y su esposa traspasaron la puerta y ocuparon sus lugares cerca del frente. Cuando llegó el momento de hacer un llamado al compromiso espiritual y al bautismo, miró al juez, agradeció a Dios por darle valor, y pidió al Espíritu Santo que se moviera en el corazón de todos los presentes.

«Es tiempo de que tomen una decisión sobre su vida y su futuro –dijo el pastor Ed–. Esta noche, Dios los está llamando por nombre».

Hubo movimientos entre la multitud mientras muchos levantaban la mano para mostrar que estaban de acuerdo. Algunos se pararon. Algunos cantaron en voz alta. El pastor Ed respondió a cada uno, y entonces miró hacia donde estaba el juez; tenía el ceño fruncido, y el asiento a su lado estaba vacío. El pastor Ed quedó atónito cuando vio que la esposa estaba de rodillas allí en el frente, con los brazos en alto, aceptando la invitación. * * *

En el bautismo, el pastor Ed levantó a la esposa del juez de las aguas en un salón lleno de temor. Entonces, un claro «Amén» rompió el silencio. Una sólida voz de afirmación que inició una celebración de gozo. El juez había hablado.

Esa tarde, el pastor Ed visitó al juez y a su esposa adventista en su casa. —Yo soy Saulo de Tarso –dijo el juez–. He perseguido a los cristianos desde el día en que llegué a ser juez. Mi responsabilidad era asegurarme de que nadie se hiciera cristiano en mi territorio. Les llené la cabeza a los niños, diciéndole que Jesús era falso. Envié a un hombre a prisión por veintidós años por distribuir un impreso cristiano. Esa era mi responsabilidad. Pero ahora, mi esposa ha aceptado a Jesús como su Salvador personal, y no sé qué hacer. —Dios lo está llamando –le dijo el pastor Ed. —No. No creo que Dios pueda salvar a alguien como yo –respondió el juez. —Pero usted me acaba de decir que era Saulo de Tarso –le dijo el pastor Ed–. Leamos otra vez esa historia.

Allí, en la sala de la casa del juez, el pastor Ed, el juez y su esposa releyeron la historia de cuando Jesús llamó a Saulo en camino a Damasco. Junto con Saulo, el juez se quebró y lloró. «Sí –dijo–. Es verdad. ¡Dios me está salvando también a mí!»

Dick Duerksen es un pastor y narrador que vive en Portland, Oregón, Estados

Unidos.

Editor

Publisher The Adventist World, an international periodical of the Seventh-day Adventist Church. The General Conference, Northern Asia-Pacific Division of Seventh-day Adventist World, es una publicación periódica internacional de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Su editor es la Asociación General, División de Asia-Pacífico Norte de los Adventistas del Séptimo Día®. Adventists®, is the publisher. Editor ejecutivo/Director de Adventist Review Executive Editor/Director of Adventist Review Ministries Ministries Bill Knott Bill Knott Director de la publicación internacional International Publishing Manager Hong, Myung Kwan Hong, Myung Kwan Comisión de coordinación de Adventist Adventist World Coordinating Committee Yo Han Kim, chair; Joel Tompkins; Hiroshi Yamaji; Hong, Myung Kwan; SeongJun Byun; World Si Young Kim, presidente; Joel Tompkins; Hong, Myung Kwan; Han, Suk Hee; Lyu, Dong Jin Lyu, Dong Jin Editores/Directores asociados, Adventist Associate Editors/Directors, Adventist Review Ministries Review Ministries Gerald Klingbeil, Greg Scott Gerald A. Klingbeil, Greg Scott Editores en Silver Spring (Maryland, EE. UU.) Editors based in Silver Spring, Maryland, USA Sandra Blackmer, Wilona Karimabadi, Enno Müller Sandra Blackmer, Wilona Karimabadi, Editores en Seúl (Corea del Sur) Enno Müller Hong, Myung Kwan; Park, Jae Man; Kim, Hyo-Jun

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