M ¿Puedo contarle una historia? DICK DUERKSEN
ientras escuchaba el pedido, el hombre repasaba su calendario de compromisos. El que llamaba era un muy buen amigo, y era bueno pasar una semana con él en el colegio del cual era director. Pero su calendario estaba lleno; no tenía lugar para toda una semana de sermones en un lejano colegio con internado. «Ken, sé que estás ocupado, pero Dios me sigue señalando que te hable. Sé que él quiere que aceptes ser el orador de la Semana de Oración esta primavera. Nuestros jóvenes necesitan escuchar de Dios directamente desde lo profundo de tu corazón». El llamado era atractivo, y si cambiaba la fecha de tres reuniones, podía aceptar la invitación. Aunque sabía que surgirían otras cosas, incluyó la actividad en su calendario y le dijo a su amigo que iniciara los preparativos. Ahora tenía que decírselo a su esposa y preparar doce nuevos sermones. Las Semanas de Oración en los colegios eran las tareas más difíciles. Era como domar un caballo salvaje por primera vez. Podía pasar cualquier cosa. Escogió hablar del carácter de Dios. «Dios te ama –escribió en la primera página–. Todo lo demás es secundario». Los sermones fueron tomando forma lentamente. Usaría mayormente historias
bíblicas como manera de conocer a Dios. Algunas historias sobre niñas y mujeres, otras sobre hombres: sacerdotes, soldados, jueces, triunfadores y fracasados. Personas reales que tropezaron y cayeron. Fracasados que sintieron que los brazos de amor de Dios los rodeaban. Pecadores que escucharon que Dios los perdonaba. Ejemplos de lo que a Dios le gustaría hacer por los estudiantes que lo escucharían desde sus asientos del templo. Oró mucho por esa semana. Durante las reuniones de junta, a la hora del almuerzo y con su esposa. Oró y oró. *** La primera reunión fue la más difícil. Es bueno ser amigo del director, pero no demasiado si quería que los estudiantes confiaran en él. Era demasiado viejo para practicar deportes con los jovencitos, por lo que tendría que depender de los diálogos durante las comidas, en el campus, en los vestíbulos de las residencias estudiantiles y después de las clases. Oró sin cesar y habló con esmero. Los estudiantes lo escucharon y le respondieron con calidez. El jueves de noche hizo un llamado, una invitación para que cada estudiante «entregara su corazón a Jesús, aceptara su amor y se regocijara en su perdón». Los diálogos después del culto hicieron
El camionero Fotogafía: Nick Brookenheimer