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Devocional
Devocional
El judío herido
A veces, no podemos siquiera reconocer a un amigo
No nos interesamos mucho en él. Los estudiosos apenas lo tienen en cuenta. Cuando reconocemos su presencia en la parábola, lo vemos como víctima, como un problema que resolver, un sostén anónimo cuyo propósito es revelar los corazones de otros personajes más destacados. Es simplemente el judío herido.*
Si usted ha sido cristiano al menos unos años, probablemente está familiarizado con la historia. Ese hombre sin nombre, que viaja entre Jerusalén y Jericó, es atacado por ladrones. Queda golpeado, ensangrentado, sin ropas y abandonado por muerto. Un sacerdote y un levita lo ven allí, pero ninguno de esos líderes religiosos se detiene a ayudar. Finalmente, un samaritano, que viaja por ese camino, se detiene junto al moribundo. Movido a compasión, lo venda, lo unge con aceite y vino para aliviar y limpiar sus heridas, lo coloca en su propio asno y paga por adelantado para que lo cuiden en la posada. Cuando Jesús termina de contar esa parábola, destaca el amor como prójimo del buen samaritano y le dice al que lo escucha: «Ve y haz tú lo mismo» (Luc. 10:37).
OTRA MIRADA CUIDADOSA
Por lo general no prestamos mucha atención al hombre herido. Es más probable que exploremos la historia de la profunda y a veces mortal animosidad entre judíos y samaritanos. Lamentamos al sacerdote y al levita, las dos figuras religiosas que tenían demasiado miedo de los ladrones o que estaban demasiado preocupados con su propia pureza espiritual como para ayudar a su compatriota. Podemos estudiar mapas y fotografías del paisaje desolado y pensar en los peligros del camino.
Quizá, por sobre todo, destacamos al buen samaritano como centro indiscutido de la historia. Como samaritano, siempre era impuro para los judíos, que lo veían como inferior desde el punto de vista religioso, moral, racial y cultural. No obstante, en la parábola, Jesús lo presenta como un modelo de lo que significa ser buen prójimo, y como alguien a quien deberíamos imitar.
Por ello, perdido en el conjunto de detalles históricos en apariencia más interesantes, y un personaje más noble, el herido permanece sin rostro, sin nombre, olvidado. Pasamos de largo. Pero es un error trágico; el mismo que cometieron el sacerdote y el levita. Si lo hubieran conocido –si lo hubieran visto como hermano mayor, hermana, cónyuge o amigo– por supuesto le habrían prestado ayuda. Pero no lo reconocieron. Y nosotros tampoco.
¿QUIÉN ES EL JUDÍO HERIDO?
La primera clave sobre la identidad del judío herido es el camino que Jesús escogió como marco de la parábola. En nuestra discusión típica de la historia, solemos enfatizar la desolación del paisaje y los peligros de los ladrones junto al camino. Pero esta era una ruta principal, un camino bien construido y muy transitado. Aun hoy podemos marcar dónde iba la ruta y, en algunos lugares, caminar sobre las grandes piedras que se colocaron en los días de Jesús. Por cierto, había otras rutas peligrosas y más desoladas que Jesús podría haber usado como marco para la historia. ¿Por qué esta ruta en particular?
Jesús sabía algo. Sabía que viajaría por la misma ruta entre Jericó y Jerusalén en camino a la cruz, y relata la parábola para que el herido al costado del camino anticipara su propia experiencia.
Una vez que nos damos cuenta de esta conexión, nos preguntamos cómo se nos pasó por alto. Los paralelos son numerosos y poderosos.
El hombre de la parábola comenzó su viaje a pie, pero concluyó su travesía en el lomo del asno del samaritano. Jesús también se dirigió a Jerusalén a pie, y con la entrada triunfal, también terminó el viaje sobre el asno de otra persona.
El hombre de la parábola y Jesús son las únicas dos personas de los evangelios a quienes les quitaron sus ropas. Ambos fueron golpeados, abandonados y dejados por muertos. Jesús también se encontró en medio de ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los sacerdotes y otros líderes religiosos que lo deberían haber defendido, lo dejaron, en cambio, para sufrir y morir.
Pero llegó la ayuda. El cuerpo magullado y quebrantado fue envuelto y ungido por manos inesperadas. En la parábola, fue el samaritano. Para Jesús, fue un miembro del Sanedrín y algunas mujeres de Galilea que actuaron con asombrosa compasión. Tanto en la parábola como en la propia experiencia de Jesús, la trágica historia se convierte en una historia de restauración y aun de salvación. La muerte fue burlada, y ganó el amor.
Sí, Jesús cuenta la parábola para que el hombre junto al camino prefigure su propia experiencia. El judío herido es Jesús.
Esto podría resultar verdad aun hoy. Al viajar por la vida, trabajando por garantizar nuestra propia comodidad y ocupados con nuestra propia agenda religiosa, Jesús es el que yace, retorcido, junto al camino. A menudo es abandonado y olvidado en silencio. Es el herido y quebrantado, el extranjero que nos da lástima y que dejamos allí tirado. Uno de nuestros «hermanos más pequeños» es Jesús, siempre Jesús.
Cuando reconocemos esto, el llamado de Jesús al final de la parábola cuando dice: «Ve y haz tú lo mismo» significa algo más, algo diferente. En lugar de presentar tan solo el desafío de ser bondadosos con los extranjeros, se torna un llamado personal. «Por favor –dice Jesús–, ayúdenme».
Perdónanos, Jesús, por pasar de largo. Y abre nuestros ojos para que podamos ver.
*El respetado estudioso del Antiguo Testamento Darrell L. Bock resume bien la visión prevaleciente (si bien de manera incorrecta): «La víctima es descrita solo mínimamente porque no es el centro; lo son los que reaccionan a ella». Véase Darrell L. Bock, Luke 9:51-24:53, Baker Exegetical Commentary on the New Testament (Grand Rapids: Baker, 1996), p. 1029.
Paul Dybdahl es profesor de Misión y Nuevo Testamento en la Universidad Walla Walla en College Place, Washington,