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El triunfo sobre la Muerte
Padre César Augusto Dávila Gavilanes Guía espiritual y Fundador de la AEA
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El 15 de agosto, mis queridos estudiantes, -afirmaría yo- es un día de triunfo. Triunfo por un doble motivo: primero porque es el día consagrado por la Liturgia a celebrar uno de los privilegios especiales del Espíritu más evolucionado que vino acá a esta Tierra, la Virgen María, el misterio de esa Asunción a los cielos; es también día de triunfo para nosotros especialmente, para quienes formamos parte de la Asociación de Auto-Realización, porque en este día dos de nuestros hermanos queridos, Pablito y María Eugenia, dejaron este plano para entrar en el descanso de Dios, en el descanso de las preocupaciones naturales de esta vida. Pero será así para nosotros también este un día de celebración alegre si consideramos las cosas desde este ángulo de la fe y si no lo hacemos así, con toda seguridad entraremos pues en grande confusión.
Vamos a considerar, mis queridos estudiantes, estos dos hechos: el triunfo de la Virgen María en su Asunción a los cielos y el triunfo también de nuestros dos queridos hermanos.
El apóstol Pablo, al hablar de aquello que trajo a esta tierra el desorden, el pecado original, dice que por un hombre entró la muerte en el mundo; por un hombre vino la muerte; y por un hombre –dice- ha venido la resurrección; si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. He aquí, mis queridos estudiantes, una verdad que nosotros no la debemos olvidar. Es cierto que especialmente según la enseñanza del Apóstol San Pablo que dice “en el desorden del pecado original” la naturaleza humana fue herida de muerte, pero también esa misma naturaleza humana volvió a su primitivo estado de regeneración por Cristo Jesús.
La Virgen María -como sabemos nosotros- encarnó, pero encarnó con el objeto de servir como templo de ese Espíritu de Dios, de ese Unigénito de Dios que vendría a restituir a su primitiva grandeza, esa naturaleza caída. Pero cuando la Virgen María tomó la naturaleza humana fue elevada de tal manera esta naturaleza que en ese mismo instante la constitución atómica –digámoslo así- esa vibración atómica pecadora de la naturaleza, de la especie humana, al impacto de la Encarnación de ese Espíritu tan evolucionado como el de María, quedó –digamos así- purificado, hasta tal punto que en el mismo instante en que ese Espíritu poseyó la naturaleza humana, ese Espíritu quedó totalmente purificado de cualquier falta, de cualquier desorden. Este es el privilegio de la Virgen y que se llama el privilegio de Su Inmaculada Concepción.
La Virgen María pues, siendo un espíritu tan evolucionado no contrajo ni un solo instante, esa mancha con la cual la naturaleza humana se encuentra dañada.
¿Y por qué mis queridos estudiantes, sucedió esto? Porque ese Espíritu iba a ser más tarde aquel que más cerca estaría de aquel otro Espíritu, ya no humano, ya no creado, sino un Espíritu Increado. Ya no de un ser limitado sino de un Ser Infinito, de Dios Manifestado como es Cristo. En vista de que la Virgen tenía que desempeñar esta misión, fue Ella adornada de todas las gracias –como decimos en Teología- y de todos los privilegios que puede tener una humana criatura, y entre estos está Su Asunción a los cielos.
Pero hay que entender, mis queridos estudiantes, en qué consiste esto de la Asunción de María y en qué sentido dice la Iglesia que “la Virgen fue arrebatada en cuerpo y alma a los cielos”. Nosotros podemos entender mucho mejor estas expresiones de la Liturgia Sagrada.
Si consideramos que la Virgen María subió al cielo exactamente con este mismo cuerpo, con esta carne, estos huesos, esta sangre y en fin, estas vibraciones de todas las células que tiene el cuerpo humano; y si creemos que con estas vibraciones exactamente iguales está en los cielos, estamos nosotros juzgando a nuestra manera, hasta cierto punto bastante alejada de la realidad. Porque el apóstol San Pablo también se encarga de aclarar esto cuando habla de Cristo resucitado y cuando habla de las cualidades de los cuerpos resucitados. Cuando dice que los cuerpos resucitarán: pero si antes fueron oscuros serán entonces –después de la resurrección- luminosos; si antes fueron mortales, después serán inmortales; si antes eran pasibles, después serán impasibles; y si antes eran corruptibles después serán incorruptibles. Y en la resurrección se verifica todo esto. La inmortalidad, la impasibilidad, la luminosidad, la incorruptibilidad, son propias de los cuerpos que han sido ya transfigurados después de la muerte.
¡Así reina Cristo! Y así también reina la Virgen María. Así tenemos que entender nosotros este misterio. Esto mis queridos hermanos no lo entienden y no lo pueden entender muchos que no están familiarizados con estas enseñanzas que vosotros -a Dios gracias- ya las tenéis.
La Virgen Bendita tomó su cuerpo (su cuerpo humano), pero en el momento de entrar en la Gloria de Dios, esa masa atómica material, esa vibración atómica material se sublimizó. Ya dejó de ser una vibración atómica meramente material. Esas células que constituyeron su cuerpo físico, todas esas células adquirieron una propiedad particular, o más bien esas cuatro propiedades particulares de las que nos da cuenta el apóstol Pablo. Y así, ese cuerpo de la Virgen María -como el de su propio Hijo- adquirió esas cualidades de luminosidad, sutileza, incorruptibilidad e impasibilidad.
Este es el misterio que estamos celebrando el día de hoy. La Virgen propiamente no sufrió la muerte como sufriremos nosotros como consecuencia de este pecado de la naturaleza que se llama el pecado original. Esa muerte no fue una separación dolorosa, una separación no deseada, una separación violenta, una separación en la cual el cuerpo está sometido –como la parte más débil- a tantos sufrimientos. No, no hubo la tal separación del espíritu y del cuerpo en la Virgen María. Esa separación fue más bien una separación hasta cierto punto simbólica, porque –como digo- ese cuerpo en el momento de entrar en la Gloria de Dios, recibió el impacto de esa Gloria y le transformó en un cuerpo glorificado.
Bien, pasamos mis queridos hermanos a este otro punto tan importante, especialmente para nosotros. Decía al principio que este día es también un día de glorificación para dos de nuestros hermanos de Auto-Realización: Pablito y María Eugenia. A Dios gracias, vosotros entendéis mucho mejor todo lo que voy a deciros. Si hablara este mismo lenguaje a quienes no están entrenados en el conocimiento de los grandes misterios de la muerte, sería hablar pues, en un lenguaje ininteligible y quizá contradictorio para ellos, pero para vosotros no.
¿Qué es la muerte para nosotros? ¿Qué es la muerte para vosotros? La muerte para nosotros no es como la mayoría de la gente o la casi totalidad de la gente imagina, es decir el acabose de algo. Para muchos es como el apagarse eterno de una luz y después de la muerte el humear como humea una llama que ha sido apagada. No, el concepto de la muerte para nosotros, no es ese. El concepto de la muerte para nosotros –y este es el verdadero concepto mis queridos estudiantes- el verdadero concepto de la muerte no es sino una separación momentánea, no es sino un alejarse momentáneo de algo que tiene que separarse y tiene que alejarse. Para nosotros, la muerte es el dejar el cuerpo constituido de materia ahí donde tiene que quedarse, porque no puede el cuerpo desventuradamente ir más allá del mundo material. Nuestro cuerpo, mis queridos estudiantes, está hecho de elementos materiales y está hecho para vivir en este plano material. Es un absurdo, y sería un absurdo tamaño, pensar que este cuerpo nuestro puede entrar en otra clase de vida, en otro plano que en el plano meramente material. Sería un absurdo pensar que este cuerpo mortal, pueda tener otra clase de vida –sin un privilegio especial- otra clase de vida que la vida que tuvo la vida material. Y por eso en el momento de la muerte no hay sino esa separación de la parte material y de la parte espiritual. El espíritu con sus demás cuerpos comienza una nueva vida, una vida verdadera, una vida real pero en otro plano.
“LA VERDADERA VIDA SE IDENTIFICA CON EL ESPÍRITU, Y DONDE HAY VERDADERA VIDA ALLÍ ESTÁ LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU”
Esto es como antecedente a lo que voy a deciros, mis queridos estudiantes: Nuestros hermanos Pablito y María Eugenia, ellos se fueron naturalmente. ¿Y su vida qué representa? Esto que acabo de deciros, nada más que esto: esta separación de su cuerpo material y de su espíritu. Su espíritu continúa viviendo en plenitud; su conciencia continúa captando todas las vibraciones que les enviamos, porque su conciencia trasciende los límites de la materia. Su vida continúa, real y verdadera, porque la vida, mis queridos hermanos, la vida no se restringe a aquella limitada vida de una célula; la verdadera vida se identifica con el espíritu, y donde hay verdadera vida allí está la acción del espíritu. Ellos viven pues, su verdadera vida, la vida del espíritu. Ellos están recibiendo todos nuestros mensajes, ellos están recibiendo todos nuestros homenajes, ellos están participando de todas nuestras preocupaciones y de todos nuestros problemas; pero preocupaciones y problemas vistos ya desde otro punto de vista, desde ese punto de vista del cual debemos acostumbrarnos a ver también nosotros todas las cosas, es decir de ese punto de vista de la realidad. Mientras peregrinamos aquí en esta tierra, las pequeñas o grandes cosas a las cuales nos dedicamos ocupan un lugar totalmente secundario; son entretenimientos de niños, son como los juegos de niños. Nosotros mientras estamos aquí en esta tierra, somos exactamente como los niños que juegan con sus juguetitos de papel, con sus carritos, con sus cosas pequeñitas, que se entretienen en esto. Pero mis queridos hermanos, el destino nuestro no es ése, el de entretenernos con estos juguetitos. Nosotros somos hechos para Él, para Dios, y somos hechos para una felicidad sin fin, para conocerle a Él y en Él adquirir el conocimiento de todas, absolutamente todas las cosas.
Por eso os decía mis queridos hermanos, que este día es un día doblemente alegre para nosotros. Porque es el día de la Glorificación de la Virgen María en su Asunción a los cielos y porque es también el día de glorificación de dos de nuestros hermanos que constituyen -yo lo digo con plena conciencia- los pilares sobre los cuales está edificada nuestra Asociación.
Pero, mis queridos estudiantes, recordemos que también nosotros tenemos una misión por delante, la misión de ser como ellos, de entregarnos como ellos se entregaron a llevar adelante la mística de la Asociación. Vosotros les conocistéis y les amastéis, muchos de vosotros, estuvistéis muy de cerca. Y una de las cualidades que sobresalía entre ellos era su humildad, su profunda humildad… y su profundo amor. Ellos lo hacían por amor, todas las cosas las hacían por amor; y también, su dedicación a la oración, a la meditación.
Recuerdo en este instante, unas palabras de un sacerdote que es santo: el cura de Ars. Unas palabras que quiero vosotros las grabéis también profundamente en vuestros espíritus. Dice él: “la oración y el amor a nuestros hermanos, constituyen la verdadera felicidad del hombre”. Hermanos, dos cosas fundamentales, que recomienda también el Cristo, “orar y también amar”. En estas dos palabras está contenida toda la enseñanza y no necesitaríamos más, mis queridos estudiantes.
Si resumimos nuestra vida y hacemos que nuestra vida sea solo eso: una vida de oración y una vida de amor, tengamos la plena seguridad de que habremos encontrado el filón de la verdadera felicidad. Amar y orar. El que ama solamente y no ora, no hace sino un cincuenta por ciento; y el que ora solamente y no ama, también no realiza sino un cincuenta por ciento. Pero amar y orar eso sí es la plena realización. Y esto es lo que supieron hacer nuestros hermanos: amaron y también se dedicaron a la oración. Pero eso sí, tengo que repetiros una vez más: muchos se imaginan -pero se imaginan erróneamente- que esto de amar y sobre todo de orar, de meditar, es para los monjes, para las monjas, para las personas dedicadas a la vida religiosa. No, mis queridos estudiantes, esto es absolutamente para todos; la oración es necesaria para todos. Y el Señor cuando dijo “vigilad y orar para que no entréis en tentación, orad sin interrupción” y luego hizo tantas recomendaciones para que oráramos, no se dirigió a los sacerdotes y a los religiosos, ni a los aspirantes a la vida espiritual. Dijo esto a todos, absolutamente a todos sin excluir a nadie. Por eso nosotros tenemos que hacer conciencia de que a través de la oración y a través del amor a nuestros hermanos hemos de realizarnos.
En esta celebración Eucarística, mis queridos estudiantes, vamos una vez más a dar gracias a Dios porque ha puesto delante de nosotros dos ejemplos de nuestros hermanos, dos ejemplos de vida. Y vamos a dar también gracias, porque se dignó embellecer a esa Criatura incomparable, a la Virgen Bendita, de lo más precioso de todos sus atributos. Y vamos a pedirle a la Virgen Bendita que cada día vayamos progresando en esta escuela del amor a nuestros hermanos y en esta escuela de la oración, escuelas en las cuales Ella encontró su Bienaventuranza y nosotros le encontraremos también si practicamos de verdad, si llevamos a la práctica esta consigna de la oración y del amor a nuestros hermanos.
REFERENCIAS: “Vosotros les conocistéis y les amastéis, muchos de vosotros, estuvistéis muy de cerca. Y una de las cualidades que sobresalía entre ellos era su humildad, su profunda humildad…”
Homilía del Padre Dávial. Baños, 15 de agosto de 1980 Video: Asunción de la Virgen María y 45 años del aniversario de Pablo y María Eugenia https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=1260847951065294&id=100014203026668