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El dolor humano
Padre César Augusto Dávila Gavilanes Guía espiritual y Fundador de la AEA
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Si vamos examinando personalmente nuestra vida, no importa que esa vida mis queridos estudiantes, sea corta o sea larga, tenga pocos años o tenga muchos años, pero en la vida, la vida del hombre tiene ese signo del sufrimiento, éste signo del dolor. Es una cosa -digamos- congénita de la naturaleza humana. Y por eso mis queridos estudiantes, tenemos nosotros los seres racionales de este plano, tenemos el gran recurso de las lágrimas, lo que no tienen otros seres. Si, tienen otros seres como los perritos, como las aves -ciertas aves- tienen también sus expresiones de dolor, pero no tienen como el hombre la expresión más sublime -digámoslo así- del dolor como son las lágrimas.
Entonces, si nosotros estamos colocados frente a frente de estos hechos, debemos preguntarnos y hacer una evaluación, y decirnos: bueno, ¿por qué es esto? ¿qué significa esto que Pablo, que Francisco, que los primeros mártires, que los santos, que nosotros; que el mismo Cristo, el mismo Cristo, el Hijo de Dios se haya familiarizado con el dolor; y ese mismo Cristo, haya unas tantas veces llorado?
No lo dice el Evangelio, pero cuando iba la viuda del hijo de Naím, a sepultar a su hijo, Él seguramente lloró con esa mujer. Pero, nos dice el Evangelio que Él lloró cuando Marta y María lloraban la muerte de Lázaro. Y que lloró cuando contempló desde el Monte de los Olivos, la ciudad en la cual iba Él a sufrir la muerte.
Pero mis queridos estudiantes, entonces debemos encontrar una explicación a esto: ¿Y por qué, por qué es esto? ¿No somos hijos de Dios, pero hijos en el verdadero sentido de la palabra? ¿No nos enseñó el Señor a decir al Padre, y a llamar al Padre: Padre Nuestro? ¿Y si somos sus hijos, entonces por qué, por qué es esto? ¡Sencillamente, porque es NECESARIO el DOLOR! ¡Es necesario el dolor! Porque nosotros tenemos mis queridos estudiantes, que experimentar lo amargo para saber lo que es lo dulce. Tenemos que experimentar lo que es lo oscuro, para saber lo que es lo claro. Tenemos que experimentar lo que es el dolor, para saber lo que es el gozo. Quien nunca ha experimentado lo amargo, no puede decir lo que es lo dulce. Y así, quien no ha experimentado alguna vez el dolor, no podrá experimentar también lo que significa el gozo, la dicha, la paz, la bienaventuranza.
Y si nosotros mis queridos estudiantes, aquí en este plano estamos sujetos al dolor, es porque tenemos que realizar nuestras experiencias en este plano signado por el dolor, para que podamos también un día experimentar lo que significa aquello de: enjugar toda lágrima, como dice el apóstol San Juan en el Apocalipsis capítulo 22, dice: “Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva en donde ya no habrá más llanto, no habrá lágrimas, no habrá dolor, porque el mundo, ese mundo pasajero pasó ya. Y luego, la nueva Jerusalén, la Jerusalén celestial comienza para los elegidos”.
Es que mis queridos estudiantes, si el Señor nos pone una prueba, y esa prueba que para nosotros significa dolor, quiere también experimentar, cómo soportamos esa prueba para Él darnos también lo que merecemos como premio de haber llevado esa prueba. ¿Y si no, qué mérito habría en que el Padre nos dé una recompensa, el Padre nos dé un premio? ¿El Padre se dé a Si mismo, pero sin trabajo, sin esfuerzo? Sin haber experimentado la oscuridad de la noche. Sin haber experimentado el fragor de la tempestad. Sin haber experimentado el dolor de la ausencia. Sin haber experimentado el aguijón de la culpa. Sin haber experimentado el bofetón de la injuria, el bofetón de la calumnia, el bofetón de la maledicencia, el bofetón de la negatividad. El bofetón de ese espíritu del mal, que pulula aquí en este plano.
Todo esto que os acabo de mencionar, esto nos causa a nosotros dolor: Cuando alguien habla de nosotros, cuando alguien nos insulta, sentimos una rebelión interna, todo nuestro ser protesta; ese dolor que sufrimos cuando somos inocentes y cuando nos insultan, cuando nos calumnian, ese dolor es mucho más grande que cualquier dolor físico.
Pero esa prueba es mis queridos estudiantes, para que nosotros purificados con ese fuego de la contradicción, nos hagamos DIGNOS de recibir a ese DIOS en el seno del cual ya no habrá ni lágrimas, ni dolor, ni sufrimiento.
Pensemos en esto, reflexionemos profundamente, meditemos en esto. Y cuando el dolor nos visite recordemos: repasemos la vida del Señor, la vida de los santos, la vida de los maestros, la vida de los grandes hombres iniciados. ¡Recordemos!
Y yo, a lo menos, no puedo asegurar que haya habido una excepción en la vida de un solo hombre sobre la tierra, de una sola criatura sobre el universo –criatura racional- que haya sido eximida de esta prueba que se llama: dolor, no conozco.
La criatura más grande, que ha salido de la manos de Dios mis queridos estudiantes: la Virgen María, pues ¿no sufrió? ¡Sí! De eso se ha escrito mucho y se ha dicho mucho y se hablado mucho; aunque no se ha profundizado en la razón.