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La Meditación en la Pandemia
LA ENSEÑANZA
Marcelo Jaramillo
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La meditación u oración contemplativa es el medio para afrontar todas las circunstancias terrenales, entre ellas las derivadas de la pandemia del Covid 19. Como estudiantes de AEA y practicantes de la meditación diaria, hemos comprobado que esto no es una reflexión o teoría, es nuestra vivencia aún en las más difíciles circunstancias:
Nos dice el Padre Dávila: El hombre es un problema no resuelto. El hombre está dividido en sí mismo por lo cual toda la vida, lo mismo la individual como la colectiva, aparece como una lucha, incluso dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más aún, el hombre se siente incapaz por sí mismo de dominar eficazmente los ataques del mal, de tal manera que cada uno se siente como atado con cadenas (Gaudium et spes n° 13, 1965). Su conciencia religiosa se ha tornado bicéfala. Con la una cabeza intenta buscar lo divino, no por lo divino sino como el último recurso a su frustración, y con la otra cabeza solo piensa en sus propios intereses; con la una ama, con la otra odia; con la una crea, con la otra destruye; con la una quiere ser leal, con la otra traiciona.
Frente a esta situación, que aún se halla agravada por la pandemia, debemos aclarar por qué existe el mal en el mundo. Nos explica el Padre Dávila:
Los dos primeros espíritus encarnados que la Biblia llama Adán y Eva, están ante esta alternativa, escoger el camino de la obediencia o apartarse de la ley. Es el karma de esta primera pareja el que pasó a toda la humanidad.
Su libre albedrío les apartó de la ley e infringieron ese precepto. Se sometieron inmediatamente a las consecuencias de la transgresión. Esto es lo que se llama en yoga, la ley del karma o la ley de la causa y efecto: si uno pone una causa, asume la responsabilidad y todos los efectos.
El karma de la primera pareja se llama el karma del pecado original, además de este karma, tenemos un karma individual, el que nosotros asumimos con nuestras propias acciones, este karma es el que produce sufrimiento, dolor por los efectos de la pandemia y desorden en la naturaleza, con tantas variantes del Covid. Esta ley al ser comprendida por las personas que meditan, entiende el por qué y para qué nos llegan estas pruebas.
El descenso del espíritu a estos planos entonces proviene de nuestras acciones pasadas, según la filosofía oriental: Nuestro descenso a este plano, fue gradual a medida que poco a poco se hicieron presentes nuestros deseos de experiencias.
La meditación nos ayuda a comprender esta consecuencialidad y en especial a darnos cuenta de la dualidad o Maya. El Buda nos dice:
“El yo se seduce por los placeres, promete un paraíso encantador, el yo es el verbo hechicero de mara, pero los placeres del yo son ilusorios; su laberinto para el circo, es el camino del infierno y su belleza se aja a la luz del deseo”. Bienaventurado aquel en quien ha encarnado la verdad, porque ha conseguido su fin y se ha unido con la verdad, es vencedor sin que nada pueda herirlo, es glorioso y feliz sin sufrimientos, es fuerte aunque le aplaste el peso de su trabajo, es inmortal aunque muera, la inmortalidad es la esencia del alma.
feliz sin sufrimientos, es fuerte aunque le aplaste el peso de su trabajo, es inmortal aunque muera, la inmortalidad es la esencia del alma.
Pero, ¿cuál es el gran secreto, para triunfar sobre el mal? Pues, sencillamente en encontrar «El Reino de Dios» dentro de nosotros mismos. Cuando sientas dentro de ti la presencia de este Reino, todo se iluminará en ti, todo cambiará en tu vida. Ya no te sentirás frustrado, ni desalentado, ni desesperado, ni amargado.
La pregunta aplicable a cada uno de nosotros, entonces es ¿cómo debemos transitar por la vida para encontrar el Reino de Dios? Kepler, escribió esta frase célebre: “Cada mañana es un pequeño nacimiento, cada día una pequeña vida y cada noche una pequeña muerte. Frente a esto el Padre Dávila nos pide realizar una vida de oración. Oración que vaya a Dios, que llegue a Dios, que nos una a Él. ¿Será tal vez pedir un imposible? La respuesta va a darte Pablo de Tarso, el gran convertido del camino de Damasco: “Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” ¿No venimos de Dios? ¿No caminamos hacia Él? ¿No viviremos eternamente con Él? -
La oración es el eslabón perdido. Por ella nos unimos al Padre y Él se une a sus hijos: Por la oración comienza a circular en nuestras venas la savia de la vida que viene de Dios. Por la oración nos sintonizamos con Dios y Dios se sintoniza con nosotros.
Por la oración nosotros participamos de la omnipotencia divina y Dios se apodera -para elevarla- de nuestra pequeñez. Por la oración nos divinizamos y Dios se humaniza. Todo esto lo descubrirás, lo sentirás, hermano querido, cuando comiences a orar de verdad.
Esta oración, es conocerle a Cristo, alimentarnos de su amor. El Cristo Cósmico es omnipresente, Él está en todo y a Él lo debemos todo y todos, el hombre y todas las criaturas hechas por este Verbo de Dios. Cuando vemos las cosas bajo este concepto de unidad, todo se vuelve mucho más sencillo. Podemos comprender cómo San Francisco de Asís sentía en lo íntimo de su ser, esta hermandad univer- sal, esta hermandad con las aves, con las plantas, con el sol, etc.
Continúa el Padre Dávila: los evangelistas narran la tempestad del mar de Galilea. En ese mar, tuvo lugar la tempestad que causó mucho miedo a los discípulos del Señor. Mientras Él descansaba tranquilamente, reclinado en el cabezal de la barca, de pronto, la tormenta agitó las olas y amenazó hundir a la frágil embarcación en que viajaban el Señor y sus discípulos. Asustados por el viento y por las aguas que se hinchaban amenazando su destrucción, los apóstoles se acercaron a Jesús y le dijeron: ¡Sálvanos, que perecemos! El Maestro se despertó de su tranquilo sueño; miró impasible y dulcemente al agitado mar y pronunció una sola palabra: ¡Sosiégate! Y, en ese instante, las olas embravecidas se aquietaron y reinó la calma infinita en aquel mar de Galilea.
Esta vida es una vida de tempestad, una vida en la cual se desencadenan, también, los huracanes, los vientos arremolinados, las aguas tempestuosas de las pasiones, de los deseos insatisfechos, de las inquietudes, de los problemas, de las frustraciones, de las traiciones. La vida del hombre se desliza así, desde que nace hasta que muere. ¡La vida del hombre mortal es una permanente lucha, hermanos! El único que puede calmar todas las tempestades es el mismo Bendito Señor, que pronunció la mágica palabra: ¡Sosiégate! Si vosotros, hermanos queridos, vais a Cristo cuando arrecien las tempestades de vuestra vida, tened la absoluta seguridad que esas tempestades desaparecerán como por encanto, tened la seguridad de que la calma llegará a vosotros.
Podemos resumir que la problemática del ser humano, su crisis y la pandemia se vinculan a nuestro karma, está envuelta de Maya y que se supera con la unión a Cristo y con la meditación.
Nos falta indicar cómo debe ser la oración:
Cristo nos enseña a orar. Cuando quieras rezar, dice: “Entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre que está presente en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6, 6).
En estas sencillas palabras, ha resumido un método completo de oración contemplativa. Sus recomendaciones se concretan en estos puntos: Entra en tu habitación: Cada uno de nosotros, tenemos un cuarto, una habitación, una sala de recibo para dialogar con Él. Esta habitación es nuestro cuerpo. Pero, este tiene algunas puertas que es preciso cerrarlas por dentro con llave. ¿Cuáles son estas puertas? Son los sentidos de la vista, del oído, del olfato, del gusto, del tacto a través de los cuales entran a nuestro interior todas las sensaciones del mundo físico en que vivimos. La vista y el oído son las puertas principales que hay que cerrarlas, si es posible con siete llaves.
Una vez que se cierran las puertas, hay que entrar dentro de nosotros mismos, hay que ir retirar una a una las distintas envolturas que encierran, por así decirlo, al espíritu. La Filosofía oriental denomina a estas envolturas con diversos nombres: cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral, cuerpo mental, cuerpo causal, alma. Adentro mora el espíritu que se sintoniza con el Dios-Espíritu. Aquí existe un intercambio vibratorio entre el Espíritu de Dios y el nuestro. Aquí se realiza la verdadera comunión con Él. Aquí se realiza el encuentro vivencial con nuestro Bendito Dios.
Reza a tu Padre, que está presente en el secreto: Este «rezo» no consiste en articular palabras, en estudiar argumentos, en buscar razones para «convencer a Dios» o para expresarle nuestros problemas. Él mismo, el gran Maestro de la oración, explica cómo ha de ser nuestro «rezo» por medio del silencio. «Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería.
Cuando sientas dentro de ti algo como el frío de la nieve en una noche de tempestad..., cuando esas fórmulas no te digan nada, no obtengas ninguna respuesta, déjalas. Cambia tu manera de orar. Di solo una palabra, repite solo esa palabra, la que más te guste.
Escoge, por ejemplo, una de las más bellas y completas de las oraciones que haya salido de labio alguno, el Padrenuestro. Toma la primera palabra: «Padre», repítela muchas, muchísimas veces. Esto es orar. Es la palabra que repiten, en el santuario de su ser, todas las cosas. Todos, en su mudo y silencioso lenguaje, repiten esta palabra porque son hechura de Él. Toma otro nombre, por ejemplo, «Jesús», «Jesucristo», repítelo muchas veces, muchísimas veces. Toma para tu oración cualquier invocación que te agrade. Esto es oración verdadera. Esto es meditación.
La vida y la espiritualidad. La meditación en tiempos de crisis
María Eulalia Tamariz
La vida ese extraordinario y maravilloso viaje de descubrimientos, conocimientos y aprendizajes, un camino que nos es nuevo y desconocido al despuntar cada día. La vida es un don portentoso desde el primer latido del corazón y el primer movimiento que hace visible en el cuerpo de la madre, la presencia de ese espíritu.
Pero la existencia tiene que ser asumida con ganas, con esfuerzo y gratitud. Puede ser que se presenten días y tiempos difíciles, pero el desgano y la falta de felicidad no nos permitirán la evolución hacia nuestro descubrimiento interior, que es la finalidad de vivir, disfrutar cada día, al mismo tiempo debemos encontrar el camino de vuelta a casa.
Hay eventos y circunstancias, que son como una montaña rusa a gran velocidad y el momento que esta rueda deja de girar, miramos y nos sentimos descolocados, perdidos, sin norte.
Este parón que experimentó y sigue viviendo la humanidad, nos permite preguntarnos, qué hacer cuando la soledad, el desaliento nos invaden, cuando la muerte es la protagonista principal en noticieros y conversaciones, la muerte, nuestra “enemiga y temida compañera”, porque no aceptamos que es nuestra hermana gemela, desde el instante mismo en que decidimos encarnar.
Vivir sin comulgar con nuestro espíritu, es vegetar.
Vivir sin gozar la paz de cada día, es vivir abatidos.
Vivir sin fe, es vivir desalentados.
La principal enseñanza en los momentos difíciles, tiene que ser la interiorización profunda y silenciosa, así como la ola llega con ruido y fuerza a la playa, nuestra oración nos debe llevar a Dios, para que al reventar la ola suavemente a los pies de nuestro Padre Celestial, sintamos todas las bendiciones que nos tiene reservadas siempre; las técnicas son importantes, pero técnica sin silencio profundo, no da resultados.
Escuchar Su fuerza, que bulle en nuestro interior y que nos conduce a ese bramido, que sube por nuestro altar interior, una tumultuosa y al mismo tiempo silente atracción, que traspasa los confines humanos y asciende hasta engarzarse en los mil pétalos de inenarrable belleza y colorido, en donde desaparecen las sensaciones y la identidad humana y solo brilla la Luz… esa es la verdadera meditación.
Meditar, esa es la respuesta a nuestros cuestionamientos, problemas y tristezas del diario vivir, esa es la respuesta que el ser humano busca desesperadamente y cree encontrar en el trabajo, las realizaciones humanas, el egoísmo opaca la visión y no nos permite caminar por el sendero correcto.
Vivir a Dios es que a pesar de las dificultades, el mar de nuestra vida no se opaque por las dificultadas de este plano, sino que a pesar de ellas, podamos vernos reflejados en ese espejo de agua que es “Vivir diariamente asidos a sus benditos pies”.
La vida de equilibrio y felicidad que Él quiere que disfrutemos, para que cuando abandonemos este mundo, nos vayamos ligeros de equipaje de ataduras materiales, pero llenos de toda la entrega y amor acumulado, la generosidad compartida y la evolución que hemos logrado en nuestro paso por este mundo.
OM. PAZ. AMÉN.
Testimonios sobre la meditación: Mi pandemia en la pandemia
Rosa Vélez
Comenzaba el mes de marzo de 2019 y con mucho entusiasmo con Marina Feijoó nos organizamos para dar un taller de meditación a diez personas que se habían inscrito en la Escuela. Habíamos dado la primera charla y con mucho pesar tuvimos que suspender el curso porque el 16 de marzo empezó el confinamiento por el virus del COVID, por lo que tuvimos que concluir el curso vía teléfono.
Este tiempo de cuarentana fue muy bien aprovechado porque me permitió incrementar mis prácticas espirituales: el Kriya Yoga, la meditación, la lectura de temas espirituales; entonces lo que para la gran mayoría de las personas fue un tiempo tormentoso para mí y entiendo que, para todas las personas de meditación, fue una bendición.
A los dos meses pude dictar las clases por zoom y en septiembre iniciamos la práctica de Kriya Yoga y la meditación colectiva por este mismo medio.
En los primeros días del mes de diciembre, la hermana enfermedad decidió visitarme. Una mañana amanecí con un fuerte dolor de la pierna derecha y no podía caminar. El médico me pidió hacerme una radiografía para descubrir que se me había fisurado el fémur y debía estar en reposo por unos meses. Sin embargo, esta temporada me fue muy fácil sobrellevarla pues usaba un bastón para movilizarme por la casa y continuaba con todas las prácticas espirituales tanto a nivel individual, cuanto las colectivas vía zoom.
En el mes de abril sentí un fuerte dolor del abdomen y en seguida intuí que esta hermana enfermedad me visitaba nuevamente, pero esta vez de una forma contundente. Yo sabía lo que me estaba ocurriendo pues en los años 2015 y 2017 tuve la misma dolencia y en ambas ocasiones me tuvieron que operar de peritonitis.
Esta vez llegué a un estado muy crítico pues en una semana tuve dos operaciones del abdomen y tuvieron que cortarme algunos pedazos de los intestinos. Recibí seis pintas de sangre y permanecí en la unidad de cuidados intensivos por varios días. Por el semblante de los médicos y de mi familia, supe que la situación era muy complicada.
Yo había escuchado que la enfermedad tiene dos objetivos: el uno es para aligerar tu karma y purificarte y el otro, es el boleto que te lleva a más allá. Cuando pensaba en esta última probabilidad, sólo repetía lo que le oí decir al Padrecito en algunas ocasiones: “Señor, pasa Tú a conducir el barco de mi vida y yo colaboraré con lo que sea Tu Voluntad”. Les cuento que en ningún momento me invadió ni la desesperación, ni la ansiedad. Si tenía pena de mis seres queridos al pensar en la posibilidad de no volverles a ver, pero estaba invadida de una paz insondable.
Me preguntarán ¿cómo pude sobrellevar esta prueba? Pues fue en estos momentos cuando afloraron a mi mente y a mi corazón las enseñanzas del Padre Dávila. Parecía escucharle al Padre susurrándome al oído: “Mijita ponte en manos de Dios. Pídele que se cumpla Su Santa Voluntad, repite incesantemente Naham-Naham-Tuhu-Tuhu”. En verdad eso era todo lo que podía hacer. En el estado en que me encontraba me era imposible meditar y apenas tenía energía para repetir unos pocos mantrams. Constaté entonces que para la meditación el cuerpo físico debe estar en óptimas condiciones.
Estuve 35 días en la clínica y cuando me dieron el alta volví a casa con 15 libras menos y con muy poca energía. Pasaba mucho tiempo dormida, no tenía hambre y todavía no podía sentarme a meditar. Recién al cabo de unos diez días de estar en casa comencé a sentirme mejor. Empecé meditando por apenas media hora, pero poco a poco pude incrementar el tiempo de meditación y con gran entusiasmo volví a mis prácticas habituales.
Pero todavía no termina mi Vía Crucis. En el mes de agosto tuve que internarme nuevamente en la clínica por diez días para una nueva cirugía de reconexión del colon que sería la última. Cuando me desperté de la anestesia el médico me informó que no pudieron hacer la conexión porque encontraron que el intestino grueso tenía una parte deteriorada que tuvieron que extirpar y que tengo que someterme a una nueva cirugía en el mes de noviembre. Una vez más repetí en silencio: “Naham-Naham-Tuhu-Tuhu”.
¿Qué experiencia he sacado de todo lo que acabo de narrar? Que le agradezco de corazón a mi Dios que puso en mi camino a un hombre santo como fue el Padre Dávila, que me condujo por el sendero de la meditación y me enseñó a aceptar incondicionalmente la Voluntad Divina. He comprobado que esta actitud de aceptación nos conduce a una vida de paz, sin importar las circunstancias que nos toca vivir.
He constatado una vez más que la meditación nos enseña a ser optimistas, a vivir en armonía con uno mismo y con los que nos rodean, a aceptar a los demás como son, a ver el aspecto brillante de todas las cosas, a encontrar claridad en el rincón más tenebroso, a caminar por la vida con un canto de dicha, un mensaje de esperanza, de valor y de ánimo y una fe permanente en Dios, a ser feliz, aunque se tropiece con lo que lleva a otros a la desesperación y a la miseria, a aceptar con serenidad las cosas que no podemos cambiar y a tener el valor de cambiar aquellas cosas que sí podemos. La meditación no nos hace invulnerables a las enfermedades y a los problemas, pero si nos protege de la negatividad, de la angustia, de la desesperación, del odio, del temor, de la preocupación y de tanta calamidad a la que los seres humanos estamos expuestos. Y en verdad se puede sentir que Dios escribe recto en renglones torcidos y sabe sacar grandes bienes de lo que nos parecen males.
Termino este relato expresando que para aceptar la voluntad divina no hay que hacer mayor esfuerzo humano. Pienso que se trata de una gracia divina, producto de la meditación que la he venido practicando por cerca de 50 años.
NAHAM-NAHAM TUHU-TUHU
La pandemia y la meditación en los momentos difíciles
Carmen Suárez
En el mes de marzo del 2020, cuando comenzó el confinamiento para enfrentar la pandemia, tomé como el mejor momento para profundizar mis prácticas espirituales y efectivamente así lo hice. Ha sido éste un espacio propicio para hacer un alto a las cosas del mundo y realizar mi RETIRO ESPIRITUAL. Medité en la mañana, en la tarde y la noche con toda la preparación (ejercicios, respiraciones, Kriya) y el resultado fue sentir la presencia Divina más intensa en mí, en mi hogar y en el hogar de mis hijos. ¡Qué gran momento del cielo! incluso sentí que si debía partir por el Covid, estaba preparada, solo se necesita el pretexto para hacerlo. Sabido es pues, que la MEDITACIÓN es una preparación para vivir y morir; pero creí que en esa preparación no estaba el hecho de ver partir a un hijo, y es ahí cuando la parte humana se puso en serio confrontamiento con la parte espiritual; esto se convirtió en una verdadera prueba de fuego.
En los primeros días del mes de abril 2021, toda mi familia se contagió con este terrible virus y fue el día 22 de ese mes que mi hijo trascendió de este plano. Sabida la noticia, mi primera reacción fue de ACEPTACIÓN, porque entendí que sus días llegaron a su fin, que sus contadas respiraciones se agotaron, cumpliéndose lo del salmo 139,16 que dice: Tus ojos vieron todos mis días, todos ya estaban escritos en tu libro y contados antes que existieran uno de ellos”. Agaché mi cabeza y humildemente acepté que ha vuelto a la Casa de su Padre. Mas lo verdaderamente duro fueron y son los días posteriores.
Sentí que el apego más fuerte del ser humano es la relación de una madre con sus hijos. Creí haber aprendido mucho en mi transitar espiritual, pero NO. No se hicieron esperar los cuestionamientos desde la parte más íntima de mi ser y el de mi familia: ¿Cómo pudo pasar esto, después de haber orado tanto (las 24 horas del día) solicitando a Dios la sanidad de su cuerpo? ¿Acaso Dios no escuchó nuestros ruegos?
Las respuestas van llegando y vamos sintiendo que solo la presencia física desapareció porque el sentirle vivo en los recuerdos, en el amor eterno, en el aire que respiro, en el cielo que me cobija y sobre todo en entender que los planes y los tiempos de Dios son perfectos. Saber, sin temor a equivocarme, ya que a través de un sueño a mi nieta, él le manifestó que le hubiera gustado seguir viviendo aquí, pero se cumplió la Voluntad de Dios, y que la muerte la recibió con tanta suavidad como si le pasaran algodón por el cuerpo, que ese lugar es hermoso y está muy feliz, son de gran consuelo y de una certeza absoluta. He comprendido que la parte física es la corruptible, “Una funda, solo una funda” (Ramakrishna), y que solo la porción espiritual nos hace hijos de Dios, y es eterna, pues, la conciencia da paso a aceptar su Voluntad, para ascender del plano físico a los otros planos y fusionarse con la ENERGÍA DIVINA.
Acogerme al silencio fue el mejor refugio, la mejor medicina, la mejor oportunidad para que el ser sienta la caricia maternal de la MADRE DIVINA. Ella es como el sol que ama, brilla, calienta abraza a todos por igual, sin diferencia, sin parcialidad, es cósmica, es universal. Es el bálsamo de consuelo que llena la copa de la paz.
Para mantener mi conciencia en Dios oré, oré y oré. Hablé con Él por medio de la repetición de mantras, fórmulas de oración, etc., porque la meditación no me ha sido fácil, mi mente se abría a un tropel de recuerdos que me alejaban de ese contacto divino, y a estos recuerdos les permitía que afloren porque así le sentía a mi hijo, esa era mi única concentración. Pero ahora le siento y le visualizo como mi hijo de luz, que simplemente me acompaña en mis meditaciones. Sin embargo retomé la lectura de libros espirituales para recordar las enseñanzas aprendidas de mis maestros. Me he dejado acompañar por los audios de meditación dirigida de mi amado Padre Dávila y así, he logrado acallar mi mente y sentir el gozo espiritual, y de poco a poco retomar el hábito diario de meditar, pues, durante un mes viví de mi cuenta de ahorros espiritual -como dice el Padrecito-, ahorros espirituales que como un fondo emergente me ayudó durante mi enfermedad que no daba tregua para nada.
Es por eso que, cuando contamos con la SALUD hay que trabajar con mucho empeño en alimentar la vida espiritual que nos va a sostener en momentos álgidos en los que será el cuerpo, la mente y la conciencia se deterioren. Conocer, entender es fácil, pero vivirlo, experimentarlo y sentirlo muchas veces no; ahí es cuando sólo la FE, nos ayuda a sostenernos y caminar en el dolor. Es la vivencia la que enriquece.
Así, queridos hermanos, ha sido mi experiencia de cara con el dolor, camino paso a paso aprendiendo a vivir sin su presencia física confiando que esta vivencia va a ser enriquecedora para mis días futuros y hacer una “escultura de un pedazo de mármol que hay que cuidarla, pulirla, sacarle lo que no sirve”, y que, de a poco a poco, irá haciendo la aparición de esa gran obra, que solo el amor y la misericordia de Dios pueden hacerlo, con el esfuerzo, disciplina y constancia de nuestra parte.
Recuerden que el meditar nos brinda un oasis en el desierto de las aflicciones, es un descanso para la mente agitada, es el eslabón que une al espíritu con su fuente creadora. El meditar contribuye a apaciguar los huracanes de tantas preguntas que no tienen respuestas, pero que nos eleva al plano del entendimiento, que debemos someterlos a la divina voluntad; sin ataduras, sin prejuicios, sin culpas ya que en ese encuentro íntimo sale fortalecida nuestra debilidad, se vuelve luz nuestra oscuridad, se degusta del encuentro con ese ser superior, se recupera la confianza de que no andamos solos en los altos y bajos de la vida. Meditando se encuentra a Dios morando dentro de nosotros y se realiza el reconocimiento de que también somos divinos como divino es nuestro Padre. Por eso ahora le digo a mi Dios:
“Padre, me pongo en tus manos, haz en mí Tu obra, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy gracias, estoy dispuesta a todo, lo acepto todo, con humildad y devoción, con tal que se cumpla tu Voluntad en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre, te confío mi alma con todo el amor del que soy capaz.
Porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque eres mi Padre”.
OM. PAZ. BENDICIONES.