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Lo efímero de nuestra existencia - Padre César Dávila
Estamos comenzando un nuevo año, el año de 1982. Cuando termina un año, muchos reflexionan así: en éste año me ha sucedido esto, este otro; he tenido tales y tales dificultades y he tenido estos problemas, estas estrecheces; en fin se hace un listado de todo lo malo que hemos tenido -según nuestro juicio- durante el año. Pero en cambio, generalmente no se hace el listado de lo bueno que nos ha ocurrido durante el año, cuando lo aceptable y lo lógico es que nosotros realicemos un verdadero balance en nuestra vida, balance que tiene que ser fundamentado naturalmente en la estricta realidad. Y este balance, es preciso que lo hagamos nosotros sobre todo en los principios de un año ¿qué de bueno hemos hecho, y qué de malo también? para que cuando comience el nuevo año, entonces sepamos adoptar las medidas conducentes a mejorar aquello de malo que hemos podido nosotros realizar durante el año que pasó. Entonces, es preciso que nosotros pues, hagamos ésta reflexión, teniendo en cuenta eso sí, lo que significa nuestra vida; eso debemos tener muy presente.
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Yo me pongo a reflexionar muchas veces, y me digo esto en mis reflexiones: yo he realizado muchas obras, obras de carácter material, también he trabajado con la mente y he trabajado con el espíritu. Las obras que he realizado, que corresponden al plano material, esas obras cuando yo me haya despedido del escenario de esta tierra, esas obras de orden material quedan también en este mismo plano material en que me encuentro. Así, sí yo he edificado una casa, sí yo he plantado unos árboles, sí yo he podido comprar alguna propiedad, algún objeto u objetos, estos objetos, esta casa, estos árboles, esa propiedad se quedan en este mismo plano material.
¡Y qué raro mis queridos estudiantes! ¡Qué raro es esto! que mientras las obras que he realizado en este plano permanecen visibles, yo no; yo prácticamente desaparezco de este escenario de la vida.
Me viene en este momento, lo que le sucedió al indiecito Juan Diego durante o antes más bien, de la segunda aparición de la Virgencita de Guadalupe, cuando fue por segunda vez donde el obispo a comunicarle que había visto a la Virgen. El obispo llamó a dos criados suyos y les dijo: síganle a éste indio, a donde dice que se le ha aparecido la Virgen. Síganle pero en silencio, de lejos, y vean qué está sucediendo: sí éste me engaña o sí es verdad lo que dice. Entonces, ellos bien mandados, le siguieron al indiecito cuando salía del Palacio del obispo y cuando ya llegó al monte del Tepeyac. Cuando iba atravesar un puente y los enviados del obispo le seguían de cerca, en el momento de atravesar un puente, desapareció; sí desapareció, y no le volvieron a ver más. Entonces éstos creyeron que ese indio era un hechicero. Y no había tal, había pues un favor más de la Virgen Bendita.
Si, esto es lo que nos pasa a nosotros también, mis queridos estudiantes. El momento en que nosotros atravesamos este puente que está tendido entre este plano material y los planos superiores. Cuando nosotros atravesamos ya ese puente, entonces mis queridos estudiantes nos sucede lo que le sucedió a Juan Diego, desaparecemos ya de la vista, desaparecemos ya del escenario de este mundo, pero naturalmente continuamos viviendo.
Quiero únicamente referirme, a lo efímero que es esto, lo efímero, lo transitorio, lo deleznable que es esto que se encuentra en el plano material, en el plano físico. Efímero, totalmente efímero respecto de nosotros. La casa que edifica el padre, heredará el hijo; y a su vez, heredarán los nietos y los bisnietos, etc., sí eso no cambia de dueño. Pero la tierra, esta tierra que pisamos mis queridos estudiantes, esta tierra que en estos momentos está dando vida a más de unos 6 mil millones de seres humanos, esta tierra dio también vida y alimentó en los primitivos tiempos -hace unos 200 o 500 mil años como dice la ciencia- alimentó a otros seres que nos precedieron y esos seres en cuanto a su parte física, en cuanto a su cuerpo están fosilizados… Y así, personas que murieron hace 100 hace 200 hace 500 años, que nos antecedieron a nosotros, estuvieron aquí en esta misma tierra, en este escenario y luego atravesaron los mares, plantaron, regaron, edificaron y después se fueron. No quedó ninguno de ellos aquí, como no quedaremos ninguno de nosotros aquí después de unos 20, 30, 50, 100 años; no quedará ninguno de los que vive actualmente el año de 1982. De manera que la vida del hombre es tan efímera, es tan pasajera, es tan deleznable.
Todavía más, éste cuerpo mis queridos estudiantes, está sometido también a toda clase de enfermedades y de peligros. Sí salimos puede -y así sucede muchas veces- los que salen encuentran la muerte al salir de su casa, porque allí les atropelló un carro; en fin suceden tantas cosas. Esto está demostrando mis queridos estudiantes, lo pasajera que es nuestra existencia aquí en este plano terrestre.
De manera que la primera reflexión que nosotros realicemos debe ser pues ésta: que el tiempo pasa muy breve, el tiempo pasa muy aceleradamente.
Si, nosotros pues, parece que no nos diéramos cuenta de que poco a poco van pasando los años y vamos envejeciendo. No parece que nos demos cuenta de esto, y sin embargo ésta es una realidad. Éramos unos muchachos, éramos jóvenes, luego maduros; y luego, el hombre envejece. Entonces mis queridos estudiantes sí ésta es una verdad, nosotros tenemos también sacar una lección de esta realidad existencial: debe haber también en nosotros, así como hay algo que muere, algo que no muere, algo que vive para siempre. Algo que no está sujeta a esos cambios materiales, cambios de células, cambios de elementos químicos que recibimos de la tierra, esos cambios pues se suceden en nosotros. Debemos pues, esperar de algo que no cambie. Y realmente hay ALGO que subsiste siempre, que vive siempre, que no está sujeto a los vaivenes de la materia, ni a los avatares de la destrucción. Esto lo sabemos nosotros muy bien: es nuestro espíritu. Esto sí es lo que nosotros no miraremos destruirse. El espíritu es lo que no pasa, el espíritu, esa llama o esa chispa divina prendida por Dios mismo en nosotros, es lo que vive para siempre, lo que no se destruirá jamás por más eones y eones de tiempo que pase.
Entonces mis queridos estudiantes, nosotros debemos también vivir con esta convicción. Pero esta convicción firme, esta convicción profunda, de que hay algo en nosotros que no cambia y es el espíritu. Y con ese espíritu, o en ese espíritu, vivimos y somos esos seres espirituales llamados a vivir eternamente.
Entonces, sí nosotros tenemos bien clara esta verdad, vamos a ver desde allí, desde ese punto de vista, como las cosas que suceden aquí en esta tierra realmente; no nos van a preocupar demasiado. Sí nosotros tenemos la convicción de que esas cosas que aquí en la tierra nos inquietan son pasajeras, entonces ya no vamos a sentirnos desalentados. Muchas personas pues, piensan en una especie de eternidad de su sufrimiento y esto no es verdad, ¡no hay sufrimiento eterno! ¡No hay dolor eterno aquí en la tierra! Esos dolores, esas enfermedades, esos sufrimientos desaparecen, esos sufrimientos tienen fin. Y sí esto es verdad, ¿por qué preocuparnos tanto? ¿Por qué preocuparnos tanto como sí todo eso fuera a durar para siempre? ¡No hermanos, esto no es así!
Pero, sí existe esta segunda verdad: que nuestro espíritu vive para siempre, también tenemos que considerar esta otra verdad: que es necesario cultivar ese espíritu. Hacer que crezca hasta cierto punto ese espíritu; que se ensanche, que adquiera vigor y que sea como una especie de árbol muy fuerte que desafía las tempestades.
Entonces nosotros debemos pues, tratar de que ese espíritu, con el cual nosotros somos y por el cual somos hijos de Dios, ese espíritu pues sea debidamente cuidado por cada uno de nosotros. Y la manera de mejor cuidarlo, es ésta: la de vivir de acuerdo con las leyes establecidas por Dios, y lo que os dije anteriormente -la mejor manera de hacer de que ese espíritu crezca y viva es esto que practicáis vosotros- la meditación. Ese es el mejor riego y el mejor abono para que crezca esta planta espiritual que Dios mismo ha plantado en nosotros. Entonces mis queridos estudiantes, nosotros pues, reflexionando en esas cosas, debemos mirarlas desde el punto de vista que quiere que las miremos ese Cristo Bendito.
Hemos escuchado pues, esa parte del Evangelio de Lucas, en que dice: que debéis estar atentos, debéis estar siempre en vela porque no sabéis cuando vendrá –dice él- el Hijo del Hombre; es decir, cuando sucederá vuestra muerte física. Entonces eso de estar en vela, eso de estar vigilantes, es tener en cuenta las obras que hacemos, las obras buenas que hacemos. Que la muerte no nos encuentre ociosos, ni mucho menos, apegados –digamos- al pecado; eso sería muy grave. Porque en el estado en que nos encuentre la muerte, en ese mismo estado, nos vamos naturalmente. Entonces, sería desastroso que nosotros pues, muriéramos así en este estado, sin darnos cuenta.
Mis queridos estudiantes, pido a Dios, para todos y cada uno de vosotros, que ese Dios Bendito os dé muchas bendiciones. Bendiciones de comprensión del papel que hemos venido a desempeñar aquí en esta tierra: de lo efímero que es nuestro vivir sobre esta tierra; de la necesidad que tenemos de ir puliendo nuestro espíritu, cultivando nuestro espíritu para que dé frutos.
Mis queridos estudiantes, espero pues, que éste año sea para vosotros lleno de bendiciones. Pero tenéis que poner de vuestra parte, este pequeño esfuerzo que Dios os pide: ser fieles a vuestra meditación, a vuestras prácticas y luego también ser fieles en el cumplimiento de esas leyes de Dios. Esta es la condición sin la cual, nosotros no podemos esperar que el día de nuestra despedida de esta tierra, sea pues un día feliz; pero esperamos ser felices y ser felices siempre. El camino está trazado, lo que nosotros tenemos es perseverar en ese camino y seguir siempre con la consigna ¡ADELANTE!
P. CÉSAR A. DÁVILA G.
Guía Espiritual y Fundador AEA