El libro negro de Bengala

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EL LIBRO NEGRO DE BENGALA



EL LIBRO NEGRO DE BENGALA Ganadores y finalistas del Premio Bengala-UANL 2013, dedicado a buscar historias para el cine y la televisión

Diego Osorno

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN Monterrey, México, 2014


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Jesús Ancer Rodríguez Rector Rogelio G. Garza Rivera Secretario General Rogelio Villarreal Elizondo Secretario de Extensión y Cultura Celso José Garza Acuña Director de Publicaciones

Casa Universitaria del Libro Padre Mier 909 Pte. Colonia Centro Monterrey, Nuevo León, México, C.P. 64000 Teléfono: (5281) 8329 4111 / Fax: (5281) 8329 4095 Página web: www.uanl.mx/publicaciones

Primera edición, 2014 © Diego Osorno © Universidad Autónoma de Nuevo León Reservados todos los derechos conforme a la ley. Prohibida la reproducción total y parcial de este texto sin previa autorización por escrito del editor. Impreso y hecho en Monterrey, México Printed and made in Monterrey, Mexico


PRESENTACIÓN

GABRIEL NUNCIO Y DIEGO OSORNO

Aquí empiezan las historias

E

n diciembre de 2012, bajo la fallida promesa del fin del mundo, creamos Bengala. El nombre surgió en el Café Nuevo Brasil, en el centro de Monterrey, como una reverberación a las luces hijas de la pirotecnia nacional, al territorio, al tigre, a un bar en una esquina de la ciudad de México y a algunos cuantos secretos más. La inspiración con la que nació y empezó a trabajar Bengala sirvió un año después para el cartel promocional del Premio Bengala // UANL: “Estamos buscando historias para el cine y la televisión”. A la convocatoria no le fue difícil convertirse en un altavoz para reunir el trabajo de escritores, cineastas, cronistas y entusiastas cinéfilos. Recibimos más de cuatrocientos textos de América Latina y otros territorios lejanos donde narradores expatriados conservan y escriben en su lengua madre. En Bengala hemos creado y desarrollado historias de distintas geografías y personajes variopintos: un cazador solitario, veinteañeras enfrentando la madurez, niños que tocan heavy metal, un maestro de ping pong asesinado, un pueblo de millonarios de armas tomar... Gracias al fruto de estas páginas y del Premio mismo, todos ellos ahora comparten techo, con un marero original en L.A., una vendedora de libros en la frontera y un cholombiano que viaja a Nueva York. Esas historias, entre otras, podrán ser apreciadas aquí donde empiezan las historias. Más que animal, destello, lugar o secreto, para nosotros Bengala es la oportunidad de producir hallazgos cinematográficos o televisivos que surjan de la imaginación y de la vida misma.



YA NO ESTOY AQUÍ FERNANDO FRÍAS* (México) Ganador

Tiempo presente

Ha de estar bien verga por allá ”, le dice a Ulises Samperio un bato de su pandilla, Los Terkos, al verlo agüitado y más callado que de costumbre. Pero Ulises no tiene opción. Doña Sanjuana, su jefa, ya tomó la decisión y Ulises se va pa’l gabacho. No es tanto por la feria, si no pa’que ya no ande de vago y, sobre todo, porque Doña Sanjuana se preocupa de que le vaya a pasar algo estando la cosa tan caliente… Tan solo unas noches atrás, Ulises Samperio, un cholombianillo de 18 años, bailaba la popular rueda de la cumbia en una pary allá en la Indepe, la colonia donde nació y siempre ha vivido, cuando dos cabrones entraron al lugar disparando pa’ todos lados. Dicen que era un ajuste de cuentas contra unos morrillos que andaban queriendo picarle los ojos a otra pandilla de la UDL (Unión de Lokos); quién sabe. Pudieron ser los pinches Zetas también, que andan enojados porque las pandillas se están organizando pa’ ya no sacar jale con ellos... Lo que sí es que Ulises por poco y no la cuenta. Cuando su jefa supo, no la pensó dos veces y se las arregló pa’ mandarlo con un contacto familiar allá en Nueva York. “Ni pendeja voy a quedarme de brazos cruzados pa’ que me maten otro hijo”. Lo que pasa es que hace dos años y cacho el hermano de Ulises valió madre en una noche violenta de esas a las que la mayoría de la gente ya parece irse acostumbrando… Y es que no queda más que vivir con lo que le toca y en donde le toca a uno. La vida sigue, pues. Pero Ulises no se quiere ir, y aunque nunca ha salido de Nuevo León, a él le gusta lo que le tocó donde le tocó. En las escaleras de un Oxxo, algunos de los Terkos y otras morrillas se juntan para despedirse de Ulises. Le tienen de regalo una


gorra blanca “tageada”, pa’ que no se olvide del crew. LA Paya, una morrilla sobradita de carnes, dice en broma refiriéndose a la gorra: “Pa’ cuando no te puedas peinar, Samperio”. Todos ríen porque que saben que para Samperio (como se le conoce a Ulises entre la raza) no hay nada más importante que sus pinches peinados locos, pintados y parados, reconocidos y celebrados siempre por todos los que aman la cumbia colombiana como él, sean amigos o enemigos. Ulises apenas sonríe. Además de nervioso, anda triste por tener que irse. Mientras prepara sus cosas, Sanjuana le da un sobre de tela con dos mil bolas por si cualquier cosa. Ulises, medio de jetas, pa’ que a su jefa no se le olvide que si por él fuera se quedaba, guarda la feria junto con la gorra y sus otras poquitas cosas. Doña Sanjuana casi lo madrea. Lo mejor es que el chamaco se esconda el dinero en los calzones. En la cabina de la XEH, un locutor manda saludos para Samperio de parte de los Terkos, los Trilokos, los Pitufos y de toda la UDL. La rola que le dedican se arranca y suena en el estéreo de una troca de pasajeros. Es una troca del servicio de “Turs de chopping” a McAllen pa’ regios mamilas. La rola sigue mientras los agentes de la línea revisan los pasaportes de los que van al paseo. Todo en orden, la troca cruza sin pedo. Ya en uno de los chingos de centros comerciales de McAllen, los compradores regios bajan y la camioneta va para un garaje. Ahí, como si se tratara de una lata de sardinas, dos batos (uno negro pa’ evitar sospechas) abren un compartimento escondido en el chasis. Ulises y una pareja con un morrillo en brazos salen de adentro del escondite todos entumidos. Otro carro se lleva a Ulises a la terminal de los buses, donde un bigotudo le explica que van a ser tres días y cuatro camiones. Ulises se pone al tiro y apunta en un papel los nombres de las ciudades donde debe cambiar de camión. No la quiere cagar. Atrás quedaron La Indepe, Nuevo León y México, y atrás quedan los recuerdos de Ulises mientras se asoma por el vidrio o se jetea a ratitos. El camino parece no tener final. La Penn Station es la pura loquera. Ulises, que nunca había visto raza tan diferente, no sabe pa’ dónde voltear; cada cosa y persona le llama la atención más que la anterior. Por fin, un teléfono público. Ulises trata de comunicarse con Erasmo, el contacto familiar, pero cada que marca entra una pinche grabadora que dice en inglés algo de la marcación y la madre. Ulises no entiende. Sólo le queda esperar. Se siente frustrado.

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Finalmente aparece Erasmo, un mexicano regordete y chaparro de unos 40 años que, aunque parece buen pedo, se ve todo agitado y muy a las prisas. En el metro rumbo al cantón del Erasmo, ese güey trata de hacerle la plática a Ulises, pero no hay mucha conexión: Ulises no quiere hablar de lo que le pasó a su carnal, además se ve que Erasmo anda como con la cabeza en otro lado por más que disimule. El lugar es sucio y pequeño. “Ahí jeteas tú, güey… en lo que vamos viendo qué pedo”, le dice Erasmo a Ulises mientras le señala un sillón viejo y manchado. Ulises deja sus cosas y se sienta. Erasmo le dice: “Si quieres agua, aquí se puede tomar la de la llave. Yo luego vengo. Tengo un pendiente… de la chamba”. Ulises se quita de encima la camiseta y se saca el sobre con la feria. Luego se echa en el sillón. Trae sueño, pero el chingado ruido de las sirenas y patrullas no lo deja dormir. De hecho hasta lo espanta… Pinches sirenas de la tira gabacha, suenan bien cabrón. Ulises, casi como por reflejo, guarda la feria otra vez como le dijo su jefa. Al otro día Ulises abre el ojo medio lampareado. Lo que lo despierta es el ruido de la tele que está ahí juntito. Se endereza pa’ ver qué pedo. Se oye el canal que dice el clima en español. Ulises se frota los ojos todavía medio en la pendeja. Junto a él hay un verga muy sácale punta todo bañadito. Se llama Prudencio, pero le gusta que le digan Yoni. “Perdón, güey, pero quería ver si’ba llover hoy”. Ulises voltea a ver a Yoni. Son como del vuelo y de la edad, nomás que el Yoni, que está sin camisa, se ve bien pinche corrioso y además trae la mata larga larga. Otro mexa sale del baño. Es el Dicaprio un ‘ñor ya más ruco a quien le dicen así por lo feo que está. Dicaprio y Yoni se presentan con Ulises. Al güey todavía no se le ha aclarado muy bien la cabeza y sigue apendejado, como si estuviera crudo, pero Ulises tiene el sueño bien profundo y además sigue madreado por el viaje. Al poco ratito, Ulises vuelve a despertar. Ahora Yoni y Dicaprio terminan de desayunar y Erasmo sale del baño diciendo: “Vas tú, Uli, y apúrate porque ya vamos tarde”. Ulises medio se desapendeja y se arrastra con hueva hasta el baño cargando su pinche maletita. Sigue puteado, aparte le caga que le digan qué hacer. Dentro del baño, saca su celular y prende una cumbia, luego abre la llave del agua y la deja correr mientras pone en el lavabo, uno por uno, sus productos para el pelo. Erasmo, siempre a la carrera, se desespera porque Ulises lleva

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horas en el baño y le toca pa’ que se apure. Yoni aprovecha pa’ preguntar qué pedo con Ulises. Erasmo pide que le den chance y cuenta detalles de cuando enfriaron al carnal del Ulises en Monterrey. Ulises escucha desde dentro del baño la conversación y abre la puerta de madrazo. Los tres puñetas se congelan y Ulises, con el peinado más acá que nunca, sale como si nada. Dicaprio no puede evitar soltar la carcajada, y el Yoni le sigue. Erasmo les echa ojos como pa’ que aguanten vara, pero la cábula ya arrancó y a Yoni le sale del alma: “¿Ya ves? Si no hubieras puesto tu música, hubiéramos escuchado cuando te explotó el boiler y te hubiéramos alcanzado a rescatar, campeón”… A Ulises no le hace ni tantita gracia el comentario, y aunque Erasmo, chingando con que se hace tarde, trata de alivianar el pedo, es obvio que Yoni y Ulises ya no se cayeron chido. Ulises le echa una mirada culera, y Yoni, muy verguita, tuerce los ojos como diciendo “me la pelas”. Sin querer, el Dicaprio, que además de federal está bien pendejo, es quien logra que se aliviane la cosa. El güey trata de hacer un chiste relacionando las baterías del celular de Ulises con la cumbia rebajada que suena lento, pero se enreda y no le sale. Yoni lo cabulea y se adelanta a la puerta. Ulises lo checa con la mirada; le caga su estilo, parece que quiere ser negro el güey. Ya en la calle, el Yoni se trepa a su baica y se jala. Eso le arde más al Ulises, que se va a pata con Erasmo y con Dicaprio. Erasmo presenta a Ulises en su trabajo, a ver si hay jale para él. Se trata de una tienda de frutas y verduras. El patrón es Mr. Low, un pinche ruquito chino que habla español con pura leperada. “¿Pol que talde, pinshi Elasmo? Mila cuanta gente ya’y”. Erasmo se pasa pa’ la caja y se pone a despachar en chinga. Hay una colota de gente impaciente porque el ruquín nomás no la arma cobrando y empacando al mismo tiempo. Mr. Low deja a Erasmo a cargo y se aleja. Erasmo le dice a Ulises que siga al ruco y que vea en qué puede echarle la mano. Ulíses obedece y va tras del viejito a ver qué pedo. De repente un pinche griterío: “You fucking piece of shit, I gave you a mother fucking twenty!” Ulises y Low voltean y ven que el que grita es un pinche güero con tatuajes hasta el cuello y bien marrano, como de 250 kilos, al chile… El güey se la está armando de pedo a Erasmo, diciendo que no recibió bien su cambió y la verga. Low se mete a tratar de arreglar el pedo. Erasmo le explica que él no robó ni madre y le enseña la caja. Low sabe que Erasmo dice la neta, pero no le queda de otra que

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darle la razón al güero, que de todas formas sigue gritando madres racistas en inglés. Ulises ve todo desde la distancia. ¿Dónde vergas fue a parar? Y lo peor, ¿con qué pinches batos cayó? Los mexas parecen ser los de hasta bajo de lo más abajo… Pa ponerlo a prueba, Mr. Low le pide a Ulises que limpie un cuartito de la azotea que está a reventar de chingaderas. Parece que va a ser una chinga, pero al menos Ulises está sólo, cosa que al chile prefiere. Así que prende unas rolitas sabrosonas en su cel y se pone a darle. Ya con medio cuarto limpio, Ulises se toma una pausita y “prende la vela”, o sea, se pone a bailar cumbia a su estilo. De repente la rola termina y alguien aplaude. Es Lyn, la nieta sexy-precoz de Low, una morrilla como de unos 16 años en minifalda de uniforme escolar. Ulises se saca de pedo cuando escucha los aplausos y voltea como perro asustado. Ella le sonríe y le tira buen pedo. También habla español cotorro. Ulises no responde casi nada. Más bien no la pela y se pone mamonsón, aunque por dentro lo que siente es pena. Por suerte Erasmo sube al cuartito pa’ decirle que se jale a comer a algo. Ulises va con gusto, la perfecta forma de escapar de la morrilla metiche. Unos cuantos días pasan. Ulises no duerme muy bien en el sillón y sigue sin saber cómo marcar por teléfono a su jefa. Podría pedir ayuda, pero al chile prefiere no hacerlo. Otra noche Ulises regresa cansado al departamento, pensando sólo en clavarse sus audífonos y tratar de jetear. Abre la puerta y por suerte no hay nadie, pero apenas cierra los ojos, entran Yoni y otros mexas. Yoni le dice a Ulises que van a ir a bailar y lo invita. Ulises prefiere pasar, pero le echan montón y acaba yendo. El baile es en un pinche restauransucho culero ahí en Jackson Heights, cerca de donde viven, en Queens. La música está culera y el chupe caro. Lo único que hay son unas dominicanas medio gordas y medio buenas que se dedican a ligarse a mexas que extrañan a sus familias o que están necesitados de amor. Poco a poco los hacen pendejos y les sacan el baro que se supone que iba pa’ las familias en México. Erasmo es uno de estos pendejos. Cuando llegan al lugar, el güey está ahogado en la barra. Ulises se acerca y Erasmo le suelta toda la sopa y le dice que ya se enculó y que no hay nada que pueda hacer… Ulises no habla, sólo escucha. Yoni y sus cuates ya pedos se arrancan otra pinche vez a cabulearse al Ulises. Le echan montón, le dicen de madres y hasta se atreven a tocarle el pelo. Ulises se emputa por adentro, pero no lo demuestra y aprovecha que Erasmo ya se meó encima para llevárselo a su casa y así salir del

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pinche lugar y alejarse del Yoni y los otros pendejos. Ulises entra al departamento con Erasmo, que más bien es un bulto. Lo ayuda a echarse en su cama y después se acuesta a dormir en el sillón, por fin. De repente un escándalo se oye desde las escaleras. Ulises se despierta, y para su pinche mala suerte, el pendejo de Yoni se jaló a sus cuates pa’ la casa. Ulises no sabe ni qué pedo. Hasta unas pinches gordas mexas se trajeron estos güeyes. ¡Vale verga! Así ni como dormir. Yoni sigue con la cábula sobre Ulises y su pelo. Todo el mundo se ríe. Luego el Yoni pone una música bien culera y comienza a chingar a Ulises con que baile. Ulises se talla los ojos y se pone su camiseta. “Cámara”, dice, “pero yo escojo la rola”. Yoni se hace a un lado y Ulises pone una de sus cumbias y comienza a bailar. Baila tan verga que las gordas que andan por ahí se prenden luego luego. Ulises agarra a una y la baila, luego hasta de a dos y de a tres. Los cuates de Yoni se animan también y todos bien prendidos se contagian de los pasos del Ulises. Yoni se arde y de huevos cambia la música. Lo abuchean. El Ulises le pregunta que cuál es su pedo y Yoni le dice que su pedo es lo culero de su música y de su peinado, que hasta el cerebro le dolió de tan culero. Ulises le contesta que al menos no es un pinche wannabe negro. Se dicen más cosas . Parece que se van a verguear. Ulises amenaza con tirarle un vergazo a Yoni, y cuando este se sisca, Ulises hace una elegante finta y nomás deja caer la grabadora al piso. El aparato se desmadra. Yoni empuja a Ulises contra la pared. A Ulises le vale verga, simplemente agarra su celular y se sale de la casa. Todos los demás ven lo que pasa como si fuera un show. Ulises sale del edificio y camina sin rumbo. Se detiene en un bar cualquiera y se mete. Quiere comprar una chela, pero ni sabe cómo pedirla. Siente la mirada de la gente de ahí. Unos parecen leñadores y las chavas traen lentes grandotes. Una de ellas camina hacia una rockola y pone una canción: “I wanna be adored”, de los Stone Roses. La rola continúa mientras Ulises camina por distintas calles y también mientras va en un vagón de metro. Es la línea que va por fuera. Ulises ve las luces de la ciudad: se pregunta qué chingados hacer ahora. Ulises, parado frente al edificio en el que trabaja, piensa por un segundo. Después se trepa por la escalera de incendios hasta la azotea y se mete al cuartito que limpió. Ahí se queda jetón. Al día siguiente, despierta con un sacón de pedo: la morrilla ésta, Lyn, está ahí bien cerquitita, viéndolo bien freaky. Ulises se asusta,

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pero Lyn le tira buen rollo y le enseña un dibujo que hizo de él jetón. El dibujo no es malo, es chido. Lyn y Ulises comienzan a caerse. Ella se encula gacho con él y él aprovecha para que le ayude con el idioma. Por ejemplo, le enseña cómo marcar a México. Lo lleva a un lugar de llamadas y de internet. Mientras él habla, ella googlea Monterrey; quiere saber todo de Ulises. Al teléfono, Doña Sanjuana le pregunta a su’ijo por qué no le ha llamado y le dice también que Erasmo no le contesta el teléfono, ni a ella ni a su mujer ni a nadie. Ulises le dice a su jefa que ha tenido pedos, que Erasmo tiene otras viejas y que otro de los mexicanos, el tal Yoni, le quitó el sobre con el dinero. Sanjuana se cree todo lo que le dice Ulises y se queda preocupada y sobretodo culposa porque el pinche Ulises bien que la supo hacer sentir mal. Ulises le dice a su jefa que tiene que colgar porque están esperando para usar el teléfono. Tampoco es cierto. Cuelgan. Ulises se sienta junto a Lyn y le enseña los videos de la rueda de la cumbia y de la Unión de Lokos, también algunas fotos de peinados que él le ha hecho a varios de los Terkos y a otros morrillos. Lyn se fascina con la onda de Ulises. Le encanta. Ulises le chinga en la tienda con Mr. Low y el ruquín da chance de que su nieta hangié con él. Hasta lo invita a la iglesia a la que va, donde ofrecen misas en español y en chino. Ulises da largas a las invitaciones del viejo, pero trabaja machín y con eso es más que suficiente. En la escuela, Lyn habla de Ulises, de sus peinados y de las cumbias. Como Lyn es la mera mera lidercilla, sus compañeros la siguen y se vuelven fans del Ulises. De buenas a primeras, Ulises y Lyn ya le andan cobrando a los pinches morros por hacerles peinados como el de Ulises. Se arranca la moda bien cabrón y ya no hay quien la pare. Lyn y Ulises la pasan chido. Él le enseña a bailar y ella le enseña inglés y lo lleva a lugares como el Corona Park, por ejemplo. El día del Corona Park van también a una heladería italiana donde hay una tele en blanco y negro y música de antaño: “No ho l’eta” (No tengo edad), de Gigliota Cinquetti. Estos dos se compran un helado y salen acompañados por la rola que los sigue hasta que llegan al cuartito. Se fuman un toque y se agarran a besos. La mano de Ulises sube por la falda de la morra… Ulises se ve contento por primera vez desde que llegó. Lo de los peinados jala machín y todo parece ir chido, hasta que un día, en la escuela de Lyn, el maestro le quita su cuadernito a la morra por

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andar haciendo dibujitos en clase. En la oficina de la escuela, el director recibe a Mr. Low y le enseña una página del cuaderno que dice: “He ate me out” (Se bajó por los chescos). Mr. Low la lee, pero no entiende qué pedo. El director le dice al oído lo que significa y el pinche ruquito pone una cara de que se lo lleva la verga. Pega con su bastón en el piso y sale de la oficina. Mr. Low manda a la verga a Ulises… de la chamba y ahuevo del cuarto también. A Lyn la manda con otros familiares a Ithaca, donde cada vez crece más la comunidad de chinos cristianos. Casi ni pueden despedirse los dos chamacos, pero es un momento, al chile, bien triste, sobre todo para la morrilla, que parece desvivirse por Ulises. A él no se le nota tanto el dolor, pero si se ve que está sacado de pedo. Con la cola entre las patas, Ulises va a buscar a Erasmo pa’ ver si le hace el paro pa’ quedarse ahí otra vez. Erasmo no está, el que está es el Yoni, que le dice que si no se larga le rompe su madre por andar de hocicón. “Por tu culpa el Erasmo ‘ora si se fue a la verga, y además ni fue cierto que te agarraron los centavitos que te dio tu puta madre… Pinche rata culera”. Muy digno, Ulises se retira y va a pedir chamba en diferentes peluquerías: la polaca, la dominicana, la puertorra, la italiana. Ninguna lo acepta. Ni en la negra lo quieren. Ahí les vale verga lo de sus peinados, esos batos sólo se ayudan entre ellos. Luego va a ver qué pedo con los amigos de Lyn, pero la neta están bien morros y no hay mucho cómo ayudarle. Ulises hangea con ellos un poco, pero vale pura verga cuando el chingado cura de la iglesia chino/ latina condena los peinados y dice que son pasos hacia la depravación. Seguramente el pinche Low fue a decir quién sabe qué mamadas. Ulises insiste en encontrar a Erasmo pa’ pedirle una disculpa, pero no lo topa. En el lugar ese donde Erasmo gastaba su sueldo en mujeres, Ulises conoce a una de esas jineteras que se dedican a sacarle el dinero a los migrantes. Se llama Dayadi, una culona dominicana ya entrada en años. Dayadi se apiada del Ulises. Parece que protegiéndolo busca lavar las culpas que ha acumulado durante años. Ulises se entrega al alcohol y vive con Dayadi, que además sigue con varios “clientes”. Él sólo está ahí de arrimado; a veces cocina, a veces limpia y a veces se la culea. Y cómo serán las pinches cosas que entre más prohíben algo, más lo pide la raza. Y pues así pasa con los peinados. Aunque Ulises se tarda en darse cuenta porque ya casi ni sale de la cuadra de Dayadi.

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Lo más cagado es que ahora hasta los pinches mexas, los más de debajo de abajo, los que bien que se burlaban de él, ahora también rockean el estilo regio-cholombia. Un grupo de güeyes gringos que trabajan para un canal de videos disque de reportaje pero más bien de cábula andan por el barrio para sacar algo de las pirujas de la zona. Frente a la cámara de los gringos, Dayadi está por dar su entrevista, pero los que graban dejan de pelarla luego luego cuando wachan a un grupo de chamacos con los peinados cholombianos pasando por ahí. Se quedan de a seis los cabrones y quieren saber qué pedo con esos peinados. Dayadi les dice que ella conoce a uno de los meros meros de ese jale y que les puede dar los datos de dónde encontrarlo. Los gringos apuntan lo que dice Dayadi y se jalan a entrevistar a los chamacos que son nada más y nada menos que los culeros esos amigos del Yoni. En su cantón, Dayadi le cuenta a Ulises del interés en los peinados. Ulises al principio no quiere saber ni verga, pero después de unos quiebres con Dayadi y otras rucas dice que simón, que va a ver qué pedo con eso. Dayadi le dice que llame de una vez y lo comunica. A Ulises no le queda de otra y se pone de acuerdo con los gringos estos pa’ irlos a ver. Ha llegado el día de la grabación. Dayadi le ayuda a Ulises mientras el cabrón usa todo lo que tiene pa’ dejarse el peinado más verga que nunca. Los gringos estos ya tienen todo su equipo listo. Chingos de luces y cámaras. A Ulises como que se le anda arrugando. Dayadi va con él y lo anima. Un jotín muy a las prisas los recibe y les dice que aguanten. Ulises ve cómo le toman fotos y video a otros chamacos con el peinado. Los gringos detrás de las cámaras se ven bien pinche emocionados y se ríen como en complicidad. Ulises le dice a Dayadi que los vergas esos ni siquiera se preguntan por las cumbias ni nada. Dayadi insiste en que aguante. Por fin llaman a Ulises. El güey de la cámara le pide que diga su nombre y que muestre sus perfiles. Ulises sigue las instrucciones. Le toman fotos de diferentes ángulos, y cuando voltea de nueva cuenta a la cámara, ve al Yoni a lo lejos. El pinche puñetas trae un peinado choro-cholombiano. Ulises no puede creerlo . Qué pinche mamada. El de la cámara trata de que Ulises reaccione, pero a la verga, el pinche Ulises decide mandar a la chingada la pinche grabación. Antes de salir, le echa unos ojos al Yoni como diciendo “Vales pura verga, pinche poser”. Yoni sale detrás de él y lo jalonea pa’ que vol-

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tee. Ulises piensa que se van a verguear y se prepara. Yoni le dice que se aliviane, que seguro algo bueno sale de esto. “Igual y les sacamos una feria a estos dudes… Tú déjame a mí y yo me encargo, ya verás”. Ulises lo mira, parece que lo piensa por un segundo, pero después, sin decir nada, se va. Ulises camina emputado por la calle. Entra a una tienda de esas que venden de todo y sale con una bolsa plástico. Luego el güey entra al baño del Kentucky Fray y saca de la bolsa negra una maquinita pa’ rapar… Ulíses se mocha toda su pinche mata bien bien al ras. Ulises pelón otra vez camina sin dirección. De repente se topa con una patrulla y se dirige hacia ella. Uno de los tiras le pregunta a Ulises si se le ofrece algo. Ulises se baja la bragueta y les mea el coche. Los pinches wachos gritan mientras la pantalla va a negros. De regreso de negros, Ulises se va de retache pa’ México. Suena el tema “Bahía rosales” de la agrupación argentina Prietto viaja al cosmos con Mariano. De regreso en Monterrey, Ulises baila en la rueda de la cumbia como al principio. Su amiga la Paya le frota la cabeza sin pelo y le dice: “Tsss, ya te nos estabas volviendo gringo, me cae”. Ulises la voltea a ver como pensando “Si tan sólo supieras...”, pero no dice nada. Sus pasos hablan por él. La canción sigue mientras la imagen del Ulises que baila corre más lento. La letra continúa: “Quizás las calles no florezcan, quizás las caras son así, pero hay tantas rutas y mundos que YA NI ESTOY AQUÍ. Viene a mi mente una nueva idea, quizás el tiempo es mucho en realidad... Viene a mi mente una nueva idea: ya sé que el tiempo es mucho en realidad...”

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LA MARABUNTA Emma Friedland* (USA) Finalista

A

las personas pisoteadas les gusta la música pisoteada. El Ozzy Osborne que muerde murciélagos para provocar miedo mientras canta de sus propios miedos, su propia miseria. Por eso las melenas revoltosas, los jeans deshilachados allí por las rodillas, por eso siempre el color negro: para pintarse de poder y tapar las vulnerabilidades, como hacer una figura de papel maché. Una momia en vida. Alguien vendado en signos de poder en lugar de realmente tener alguno. Por eso el heavy metal. Es por eso que hoy el estacionamiento afuera del Fórum de Los Ángeles está repleto de jóvenes pisoteados. Aunque nunca se describirían así. Y mucho menos durante esta noche de 1984, cuando están absolutamente inflados de euforia. Van a ver tocar a Van Halen, uno de sus héroes. Esperan la hora del toquín al lado de sus muscle cars: sus Mustangs y sus Thunderbirds y sus Dodge Mirada. Un pseudo-documentalista que camina entre la multitud de jóvenes blancos los capta con su cámara. Para el video granuloso, en entrevistas caóticas como el ambiente, los muchachos proclaman su fanatismo por la banda, su afán por el estilo de vida. Pero el camarógrafo también capta otro grupo, uno diferente. De piel morena. Dos muchachos y una muchachita que hablan para la cámara animadamente, jubilosos, en un inglés marcado por el trópico, por el istmo, por Cuscatlán, Morazán y Sonsonate. Maynor Cienfuegos, Giovani Quijano y Gladys Martínez —todos de 17 o 18— se abrazan y ríen para la cámara. Traen camisas de distintos grupos de rock y el pelo largo. Por esta noche son las estrellas de su propio music video; hoy el mundo les presta atención. Es lo que el heavy metal les promete a todos, satisfacer su hambre por parecer exitosos. Ser alguien de respeto. A pesar de ser de El Salvador.


*** Dos años antes, Maynor Cienfuegos, de 15, está tendido bajo un enorme árbol. Uno de esos árboles que han presenciado la existencia entera de un pueblo, tanto las atoladas como las matanzas. Todavía con la cara cándida de un niño, Maynor se protege bajo el espeso follaje verde oscuro, debajo de la copa de flores microscópicas que los abuelos juran que se alumbran en la medianoche y sólo pueden ser vistas por el diablo. Maynor se recuesta entre las ramas onduladas del legendario amate, escondiéndose en la llamada “hamaca de la Siguanaba”. Vence su temor por el árbol misterioso porque lo que le espera afuera del escudo magnético de las hojas es algo peor, algo que no tiene que ver con los mitos. Para este entonces, la guerra en El Salvador ya tiene sus años. Para este entonces, una película cincuentera con Charlton Heston sobre una plaga de hormigas, llamada Cuando ruge la marabunta en español, ya tiene su lugar en la cultura popular. Esta palabra, “marabunta”, fue adoptada por los jóvenes para referirse a los amigos, la gente, la banda. La mara. Como ahora, cuando Maynor escucha desde su escondite que una mujer joven dice: “La guerrilla se está llevando a toda la mara arriba de 13. Todos los chamacos. ¡Hijos de la gran puta!”. Sigue Maynor en su universo alterno, verdoso y quizás embrujado. Mira hacia las ramas de arriba, hacia una fila de hormigas migrantes haciendo su largo recorrido a quién sabe dónde. Hasta que oscurece. Hasta que su mamá llega por él. Hasta que lo sube a un pequeño autobús dentro del cual el chofer está muy apurado por dejar este maldito pueblo muy atrás. Hasta que tienen que despedirse madre e hijo y la oscuridad de la noche traga al camión cuando se aleja.

*** El interior de la casa de su tía parece la célula de una monja; las paredes desnudas, casi sin ningún adorno, la luz tenue. Ella le enseña a Maynor el pequeño catre que será su cama, colocado debajo de una ventana en la reducida sala. Parada con la ventana y el contorno de la vegetación atrás, se ve diminuta y austera. Tiene el cabello agarrado rígidamente en un chongo, dejándose ver tanto las orejas que parece una pequeña chimpancé vestida de mujer de la Iglesia. Maynor le suelta miradas curiosas cuando ella está viendo para otro lado. Ella le dice dónde tendrá que caminar para comprar un desodorante o un cepillo de dientes, o para encontrar una pupusería.

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Se dirige a la puerta y se larga para el trabajo. Maynor mira cómo la figura de su tía va desapareciendo y luego, sin más que hacer, él también sale a la calle. Sobre las veredas caminan personas parecidas a él. Mujeres y hombres con rasgos mayas, empujando carriolas, llevando bolsas de ropa a la lavandería, caminando apresuradamente para alcanzar el bus. Afuera de la tienda está pintada la bandera nacional y adentro el cajero le atiende con un acento de la capital o de Santa Ana. Las pupusas “revueltas” de la pupusería saben iguales que siempre; agarran el mismo color café por el chicharrón. Juraría estar todavía allá, sólo que por otro rumbo. Al cabo, nunca antes había salido de su pueblo. Juraría estar todavía en El Salvador. Si no fuera por todas las tiendas mexicanas alrededor, como la “Oaxaca: Se visten Niños Dios” o la “Cemitas P”. Si no fuera por algunos coreanos caminando por la acera. O los blancos y los negros. Si no fuera por los nombres de las calles. Rampart. Hoover. La sexta. Si no fuera por toda esta enorme ciudad que se puede sentir al alrededor, no pensaría que está en Los Ángeles. En Estados Unidos. De regreso en la casa, un reloj marca los segundos, el único ruido. La soledad del lugar pesa como el aire antes de una tormenta. Maynor camina por la casita. Busca rastros de su tía, con quien comparte sangre y nada más. Merodea sobre un altar dedicado al Monseñor Romero, un mártir ya. Le prende una vela. Es la única luz en la casa mientras va bajando el sol. Maynor se acuesta en su catre pero no cierra los ojos. Cuando escucha que su tía viene entrando a la casa, no se mueve, tampoco cuando ella va a la sala a buscarlo. Finge estar dormido y le sigue dando la espalda sobre el catre. Ella apaga la vela en el altar y la casa regresa a la oscuridad. Al silencio.

*** Unos días después, Maynor se mece despacio, envuelto en el capullo de una hamaca bajo la sombra del patio mientras la tía trabaja en el cuidado de sus plantas. La cara tranquila del Maynor durmiente empieza a retorcerse con la introducción de un sonido en particular: el machetear de la tía contra un arbusto desobediente, fuera de control. Los ojos cerrados de Maynor comienzan a brincar y los párpados revolotean al ritmo de los machetazos. Tiene la cara afligida, se está aguantando. Aguantando el zumbido del machete. Aguantando las recurrencias. Las imágenes que también zumban por su mente: uniformes de soldados, las boinas de un comando

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particular, mujeres mayas sollozando al lado de un camino montañoso, un campesino indignado. Sigue el azotar del machete. Maynor ya no puede resistir, se levanta de la hamaca de un brinco. Casi corre para la calle. Su tía lo mira ir, perpleja. En la tienda de la esquina se compra un jugo y se lo toma todo de golpe. Aún así no regresa a su color normal. Se ve demacrado por el susto y no se le quita la palidez. Al salir de la tienda se topa con unos chicos mayores. “¿Viste una sombra, vos? ¿O sos una? ¡Qué blanco te mirás!”, le dice uno de ellos, entre risas. “Tené, mi Casper, pa’ bajar el susto”, y le pasa discretamente una cerveza a Maynor, a quien ya ha bautizado como el fantasma amable. Maynor guarda la lata debajo de su camisa después de darle la mano, agradecido, y se regresa a su casa. *** En una clase que más bien parece un verdadero modelo de Naciones Unidas —con representantes de Vietnam, Corea, Guatemala, África, México y hasta de Aztlán—, Maynor está mirando de reojo a una chica muy guapa, perfectamente arreglada. La textura sumamente agradable de sus senos, cubiertos por la cachemira del suéter. El colgante de un crucifijo que se posa justo en medio. Los pantalones todavía acampanados que comen el suéter al nivel de la cintura y la hacen relucir así, pequeñita. “¡Cabalito que esa sí es una mujer!”, expresa la tímida mueca que a Maynor no se le puede quitar. La princesa renuentemente comparte una mesa con él, ya que por hoy la maestra la designó como intérprete personal de Maynor. Pero en fin, a Maynor sí se le puede quitar aquella sonrisita de payaso: cuando la muchacha le habla. “¿Y qué tipo de nombre es Maynor? Dios mío, ustedes centroamericanos y sus nombres tan mas feos. Guanacos y nacos son”, dice la muchacha sin hacer parecer en su tono lo que realmente dice. Finge como si le estuviera explicando algo sobre la tarea. La boca de Maynor cae abierta. Se ruboriza. Se escucha un timbre y muchos estudiantes empiezan a levantarse, pero Maynor se queda congelado hasta que un muchacho se le acerca. “Calláte el asqueroso hocico, Brenda”, le dice Giovani Quijano a la chica que ahora está agarrando sus cosas para partir. “Y paráte, vos. Ya es hora de la siguiente clase”. Maynor obedece y sigue a su compatriota de las melenas negras y un chaleco de mezclilla. La siguiente clase es el taller: un templo de la masculinidad y la

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hombría, cuando todavía era políticamente aceptable dividir hombres y mujeres entre el taller y la clase de “economía del hogar”. Un profesor holgazán observa el rincón donde unos chavos hispanos martillean sus muebles rústicos y otros dan brochazos de pintura. Flexionan los músculos que resaltan sus camisas “golpea-esposas”. Limpian el sudor con los paliacates que cuelgan del bolsillo trasero de sus pantalones. Se ven intensos, aunque canturrean una melodía suave de doo wop que se escucha desde un reproductor de cassettes. Puros oldies para ellos: un arrullo que los amansa momentáneamente. Se termina la canción y, sin tardar, el instructor aprieta un botón, parando el aparato. “Como acordamos, vamos a compartir el reproductor como la gente civilizada”, dice el instructor en inglés. Estalla un quejido colectivo por parte de los chicanos y aclamaciones al otro extremo del aula. Luego el ruido del cambio de cassettes, el apretar del botón de play. DA- DA- DA- DA- DA, la inconfundible serie de acordes de “Iron Man”, de Black Sabbath. Ahora los canturreos vienen de la otra mesa, donde unos chicos rockeros también apañan sus proyectos. Los melenudos. “Arriba los salvatruchos, babosos”, dice Giovani entre dientes. Maynor, agobiado, mira de reojo a todos los integrantes de la clase por igual. A los salvadoreños metaleros, los chicanos pachucos, hasta a los nerds asiáticos sentados a su lado, quienes con precisión y calma cambian el cableado eléctrico de unos aparatos. *** Unas semanas después, el timbre anuncia de modo estridente el final del día escolar. Maynor sigue a Giovani por las calles contiguas a la escuela. Llegan a un viejo edificio de ladrillos con las escaleras de incendio zigzagueando por la fachada al antiguo estilo neoyorquino. Niños juegan en el pasillo de entrada y en cada descanso de la escalera. Los años se han comido el yeso de las paredes, quedaron totalmente cacarizas. El correr de los niños hace volar las partículas de polvo, una acumulación que tiene desde mucho antes de que llegaran salvadoreños a este barrio. Mientras los dos chicos van subiendo los escalones, escuchan desde un piso abajo los gritos de unos niños que han visto una rata; Giovani sacude la cabeza de pura lástima. Entran al apartamento tipo estudio donde están viviendo varias personas y algunas otras familias, no sólo la de Giovani, aunque todos parecen estar fuera por el momento. Colchones, ropa de cama, posesiones personales: todo está organizado en pilas ordenadas que

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llenan el espacio. Los muchachos pisan con cuidado para cruzar la pieza y llegar a la cocina adyacente, donde el señor Quijano y su esposa, treintañeros, están comiendo y conversando. “En cualquier momento me van a correr, de eso no tengo duda”, dice el papá de Giovani sin reaccionar al ver a su hijo entrar con un amigo. En cambio, la mamá le sonríe a Maynor y mociona en dirección a la estufa para señalar que agarren algo de comer. Sigue escuchando a su esposo, quien no ha parado la boca. “No sé por qué sentí que debía mentirles y decir que yo soy de México como ellos. Tampoco sé por qué tuve que escoger Yucatán de entre todos los estados mexicanos. Tanta suerte que tengo que un hijueputa de la cocina es de allí. Seguramente me va a delatar”, continúa el papá. Los muchachos se sirven arroz blanco con verduras y muslos de pollo. Cuando llevan sus platos para la salida y de nuevo van cruzando el apartamento, todavía pueden escuchar el lamento del papá: “Aquí todo es México esto y México otro. Si quiero escuchar música en la radio, tiene que ser rancheras o norteño. Si quiero ver fútbol, sólo puede ser un partido del hijueputa Tricolor”. Por suerte, en la azotea los muchachos ya no pueden escuchar el vociferar del señor. “¡Púchica que son cobardes los padres!”, exclama Giovani, otra vez sacudiendo la cabeza con pena. Algo pasa por el rostro de Maynor al escuchar la palabra “padre”, pero pronto es distraído por la vista, la dispersión urbana que se extiende para todos lados. Asombrado, explica que en su pueblo no había ni una estructura de más de dos pisos. Mientras comen sentados en el cemento, observan el latir y pulsar de la ciudad, de la avenida Wilshire, casi abajo de ellos, que serpentea hasta el extremo oeste, hasta topar con el mar escondido detrás de millas y millas de metrópoli. “A la puta que voy a dejar de ser salvadoreño sólo pa’ complacerlos”, escupe Giovani. “Que se jodan”, agrega Maynor con ojos enormes que no han dejado de asimilar cada detalle del panorama urbano. Siguen comiendo más o menos en silencio, contemplativos, mientras el sol comienza su descenso hacia el océano. Y el horizonte se pinta de naranja y rosita, las colinas y montañas aledañas de morado y las filas de palmeras de las calles cercanas en silueta se pintan de negro. *** Ya totalmente caída la noche, cuando Maynor debe estar durmiendo en el catre donde su tía, el apartamento tipo estudio compartido por la familia de Giovani está repleto de personas. Todos

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los inquilinos han regresado y ahora están hechos bultos en el piso. Un poste afuera de la ventana brinda una luz fría e inquietante, sólo iluminando un poco los contornos de los cuerpos encobijados. Filas de encobijados, como en una fosa. Es eso lo que está soñando Giovani cuando se despierta abruptamente de la terrible pesadilla, bañado en un sudor frío. Se levanta del pequeño colchón que comparte con sus dos hermanos menores, tomando cuidado para no despertarlos. Cruza la pieza esquivando las personas dormidas y sus pertenencias. Llegando al baño, se limpia la cara con agua del lavabo y la seca con una toalla. Se dobla, la cara todavía cubierta por la toalla, e intenta respirar hondo. Busca regresar su corazón al pulso normal. Suspira y devuelve la toalla al estante. Entra otra vez a la recámara llena de gente. Pisa con cuidado, y mientras está navegando su camino de regreso a la cama, escucha un lloriqueo. Baja la mirada. Una muchacha, Gladys Martínez, de 15, solloza lo más silenciosamente posible debajo del desaliño de su cabello negro, con unos mechones pegados a sus mejillas por las lágrimas. Giovani se queda parado arriba de donde está acostada la chica, paralizado, sin saber qué hacer, aunque ella se niega a abrir los ojos. Sintiendo que él está allí, Gladys se obliga a tranquilizarse. Giovani, inquieto, regresa sigilosamente a la cama. *** Después de varios meses, unos chavos están reunidos en un lote baldío del barrio. El vagabundo que ha construido su campamento detrás de la cerca les permite pasar los días lentos como hoy allí platicando, siempre y cuando no toquen sus pertenencias amontonadas a un lado: un carrito de supermercado, cojines sucios, muebles rotos y otro tanto de cosas anodinas. Fue en otra ocasión que unos chicos del grupo jugaron a firmar en la pared blanca del lote. En negro rayaron todos sus nombres o apodos, así como también las palabras “Mara Salvatrucha Stoners”. El nombre de su pequeña pandilla. Hoy Maynor y Giovani se encuentran tirados apoyándose contra aquella pared, sus cuerpos flojos en la postura de aburrición total. Pasan el tiempo con una navaja pequeña, grabando sus nombres y otros dibujos en las ramas de un enorme aloe. En la tierra sumamente seca del lote, los cactus abundan. También las latas de cerveza, los fragmentos de vidrio, bolsas de plástico. Es un vertedero, pero es más o menos su vertedero y quizás la única cosa de la que pueden reclamar el derecho.

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Unos chicos mayores llegan al lote. Son aliados del grupo y vienen para platicar algo con algunos de los miembros principales. Al pasar por donde Giovani y Maynor están sentados, uno de ellos ubica a Maynor y le saluda: “¿Qué decís, mi Casper? ¿Más tranquilo ahora?”. Maynor se ríe y le regresa el saludo con algo de torpeza. Los chicos mayores silban de saludo a Giovani, quien ha quedado sorprendido de que conozcan a Maynor. “Mirá vos,” le dice burlonamente Giovani a Maynor, “¿y eso?”. Maynor solo se ríe y encoge los hombros. Hasta le da flojera dar una explicación. Empieza a arrastrar un palo por el suelo, dibujando ahora en la tierra. Giovani también ya se ha distraído: está viendo para la calle, donde viene pasando Gladys al otro lado de la cerca. Giovani se pone de pie para que ella lo pueda ver y le habla a través del alambrado. Así, con la barricada en medio, le pregunta cómo sigue el apartamento que habían compartido, ya que Giovani y su familia cambiaron a otro edificio. Gladys dice sentirse sofocada por el apartamento, por la vida en la ciudad. Extraña el campo. Giovani le cuenta de un gran parque donde uno siente que ha dejado la ciudad muy atrás, aunque en realidad está bastante cerca. Promete llevarla allí. “Eh, Casper, ¿querés un jalón a tu casa?” Mientras Giovani termina de hablar con Gladys, los pandilleros llegan con Maynor una vez arreglado el asunto que vinieron a platicar con los otros. “¿Vivís por la Benton, verdad?” “Simón”, dice Maynor, poniéndose de pie. “Gracias”. Se despide de Giovani y sigue a los otros chicos a la salida, a la calle. Se suben a un carro nuevo. “Está chivo tu carro,” dice Maynor, obviamente bastante impresionado. Parece que muy pocas veces en su vida ha estado en un carro, y probablemente nunca en uno nuevo. Ponen la radio. Le pasan a Maynor una cerveza. Van rápido por las calles del barrio, calles estrechas, calles viejas. Maynor está contentísimo. Hasta que mira una muchacha esperando en la esquina para cruzar. Es Brenda, la chica de la escuela que lo insultó por ser salvadoreño. Pide al tipo que está manejando disminuir la velocidad. “Conozco a esta cipota”, explica. El carro pasa lentamente por donde ella está parada. Todos los chicos voltean a verla. Maynor saca la cabeza por la ventanilla, como si la fuera a saludar. Sorprende a todos cuando, en cambio, le tira toda la cerveza encima. La blusa blanca que lleva la muchacha se transparenta con el líquido y ella grita por el shock. El carro se llena de carcajadas.

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“¡Puya que sos un amante rencoroso, vos!”, dice el tipo que maneja. Maynor no da explicaciones, sólo mira para adelante con una expresión de piedra y un vago centelleo de satisfacción en sus ojos. *** En otra tarde, Gladys y Giovani caminan por una calle que deja la ciudad atrás y da paso al respiro que es el enorme Parque de Griffith: un paréntesis silvestre entre toda la urbanización. Siguen las curvas que esculpen un camino por el cañón, un camino pavimentado entre los peñascos y veredas, entre arbustos secos y tierra rojiza. Un refugio desértico poblado sólo por víboras de cascabel y coyotes, si acaso uno que otro búho. Llegan a una apertura donde hay un corral, una pista y ponis galopando a lo largo del cercado. Encima de los ponis, en pequeñas sillas de montar, hay niños, también pequeños. Algunos chillan con terror, sus mechones rubios brincando con el muy movido galopar; otros están felices, sus mejillas blancas enrojecidas por la emoción. Giovani y Gladys se paran a un lado para observar. De su lado de la cerca hay varios adultos, mujeres negras y latinas en su mayoría. “Mirá todas las nanas”, dice Giovani. “¿Será este el futuro que me espera acá?” “Peor futuro te quedaba en El Salvador, ¿o no?”. Gladys se queda callada. Pero como si deliberadamente intentara mantener la conversación light, dice en un tono burlón: “O sea, ¿quién dejaría a mí a cargo de sus hijos? ¡Si no sé querer ni a un tiernito, ni a un cachorro!”. “¡Púchica que en tu vida nadie te ha dado ni una pizca de cariño!”, dice Giovani mientras le hace cosquillas por la cintura y luego le abraza de atrás, por los hombros. De pronto han cruzado una barrera de la intimidad. Gladys retrocede con el contacto físico. Siguen caminando por una senda que se entromete hacia los huecos en la ladera. Tallado en la cara de la montaña está el antiguo zoológico de Los Ángeles, ahora sólo cuevas abandonadas, escondidas en la falda de la ladera. Las jaulas de los animales han quedado intactas, así como los pasadizos siniestramente esculpidos en las rocas como cavernas de una civilización pasada. Parece más una cárcel abandonada que un lugar donde hace décadas las familias traían a sus niños en excursiones. Gladys se alarma al ver las barras de metal, los recintos rústicos, las sombras y los recovecos oscuros. Giovani, observándola algo

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preocupado, prende un porro. El olor le llega a Gladys con la brisa y le hace regresar a la realidad por un momento. Le da la espalda a las jaulas espeluznantes y voltea hacia Giovani, quien le pasa el porro. Dejan el viejo zoológico atrás mientras caminan para otro lado, abrazados. Llegan a una pradera. Se acuestan entre el pasto y la mala hierba para disfrutar los últimos rayos de sol. Gladys está tirada con la cabeza apoyada en el pecho de Giovani. Mira a los peñascos que rodean la pradera, al matorral que destella en la luz de la hora mágica. Con tranquilidad. Hasta que encuentra dos cuerpos femeninos, desnudos, colgando de unas ramas. Con nudos corredizos en los cuellos y cortes de cuchillo visibles en la piel arriba de sus senos. Gladys ni siquiera se encoge, ni jadea. Solo tiene la mirada perdida, entumecida. Las ha visto antes, pero esta vez no hay porque tenerles miedo. Las ha visto antes, pero esta vez no son de verdad. Cierra los ojos y respira profundo. Giovani, sin tener idea de lo que pasa por la cabeza de Gladys, acaricia sus rizos, sus mejillas, sus labios. Ya caída la noche y de regreso en el barrio de Pico Union, Giovani acompaña a Gladys hasta la escalera de entrada del edificio donde ella, antes de meterse, voltea hacia él. Se para en un escalón. Ahora le saca un pedazo a Giovani, normalmente más alto que ella. Le da un beso, sensual y prolongado, y sin más, da la vuelta para desaparecer dentro del inmueble. En la casa de Giovani, otro departamento tipo estudio, ahora compartido solo por los miembros de su propia familia, todo está oscuro excepto por una luz bajita que proviene de la cocina y el resplandor intermitente del televisor. Los hermanos de Giovani están dormidos en la cama que comparten y su papá ronca sobre un sillón con las sombras de la televisión parpadeando por su cara y una botella de tequila medio vacía en la mesa. En la pantalla, una plaga de hormigas amenaza una plantación sudamericana y una bella pelirroja pelea al lado del terco Charlton Heston para intentar acabar con la marabunta. Giovani se dirige a la cocina. Su mamá está terminando de lavar los trastes. Giovani le da un beso en la mejilla y se sirve un plato de las sobras del día. La mamá aprovecha el momento a solas con su hijo mayor para intervenir, para expresar su desacuerdo con la ropa que trae, con sus melenas, con su decisión de andar siempre en la calle con los chicos “peludos”. “Actuás así porque te creés muy vergón”, dice la mamá y Giovani se ríe, “pero quedás mal. Quién sabe que hacés todo el día en la calle. Sólo Dios puede cuidar tus pasos”.

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“¿Dios o el diablo, ma?”, se burla Giovani haciendo con los dedos la seña de los metaleros para representar los cuernos del diablo, aunque su sonrisa desaparece cuando mira la cara grave de su madre. “El cachudo es de verdad; hay que creer. Con eso sí no juego”, regaña la mamá con toda seriedad. Empieza a contar la historia familiar que ella había escuchado de su suegra, la abuela paterna de Giovani, “que Dios en gloria la mantenga”. La leyenda familiar, tan salvadoreña, que dice que un día la abuela entró a su casa para encontrar su esposo con un libro negro de magia invocando al diablo y ofreciéndole su hijo pequeño (el papá de Giovani). “El cachudo es en serio. Si vos invocás, se te aparece”, advierte la madre mientras lava el último plato, el que Giovani acaba de ensuciar. Apagan la luz y madre e hijo salen de la cocina. Ambos miran el señor Quijano durmiendo en su silla y se voltean a ver: el hombre que por poco fue sacrificado al diablo. Giovani va a la cama de sus hermanos y se acuesta en el apretado espacio que le han dejado. La mamá apaga el televisor y el apartamento se sume en la oscuridad. *** Meses después, Giovani y Maynor pedalean en dos bicicletas viejas. Van a una tienda para hojear las revistas y así ocupar el tiempo. Pedalean más allá de la casa de Maynor y llegan a un cruce elevado que pasa por encima de la autopista. Como es la hora pico, todos los carros están prácticamente estacionados en los carriles, con filas de focos rojos y blancos en lados opuestos hasta donde llega la vista. En cambio, ellos van libres. Vuelan por la calle residencial. Sienten el viento acariciándoles la piel y batiendo su cabello, la icónica tarde californiana a la llamada hora mágica del atardecer. En un alto, dan vuelta a la izquierda y empiezan a bajar por una colina. Ahora sí que vuelan. Hasta que una patrulla aparece en la cima de la colina de enfrente y baja justo hasta donde ellos están. Les corta el camino. Giovani y Maynor no tienen otra opción que tirarse al piso con todo y bicicletas. Los dos policías saltan del carro y cada uno agarra un muchacho por los brazos, lo levanta del piso y lo empuja contra la pared de cemento de la tienda. Un anciano mexicano con sombrero de vaquero se asoma por la entrada; un corrido suena bizarra y ominosamente desde dentro. Tan cerca estaban Maynor y Giovani de llegar a su destino, pero han sido emboscados. “¡Manos en la pared!”, grita el policía que iba al volante. Ponen los puños en las nucas de los

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muchachos, los codos forzados en sus espaldas. Los registran y les revisan los bolsillos. Simulan inspeccionar las tarjetas de identificación de la escuela. El policía gritón se queda con un dinerito que traía Maynor. Maynor se opone y el policía lo tira al piso. Y así, tan repentinamente como llegaron, los policías se van. Los chicos se quedan en shock, viendo la patrulla desaparecer por la colina donde ellos habían bajado. Sus caras revelan una moral destruida, bochorno total, ira. Mientras levantan sus bicicletas y con paso vacilante las empiezan a montar, Maynor vocifera: “¿Qué nos ganamos al ser buenos si nos toman por malos de todos modos?”. Como están demasiado alterados para ir a la tienda como planeaban, se regresan por donde vinieron, por el cruce elevado, por las palmeras, los aloes, las buganvillas. Las imágenes bellas de Los Ángeles ahora teñidas de amargura, ahora podridas. Ahora saben que la despreocupación y autonomía que sentían antes es sólo una libertad condicional. Llegan a la casa de Maynor, pero en vez de que éste se despide de Giovani, le pide que lo espere afuera un momento. Camina por el jardín de la tía y regresa con su machete. Al ver el cuchillo grande, Giovani se opone, espantado. Maynor no le contesta, sólo monta de nuevo su bici. Como Maynor no le hace caso, Giovani decide seguirlo. Pedalean unas cuadras por una calle sin gente y se detienen cuando Maynor mira un coche nuevo estacionado a un lado. Deja su bici tirada en la acera y camina directo a la ventanilla del carro. Con el mango del machete golpea el vidrio, haciéndolo reventar en pedazos. De allí, se apura a meterse en el vehículo y Giovani hace lo mismo para poder ayudarlo. Con una pequeña navaja logran desconectar el estéreo del carro, y tan rápido como llegaron están de nuevo en sus bicicletas, huyendo. Maynor carga el machete, así que Giovani lleva el estéreo. Dan una vuelta y llegan al taller mecánico donde trabajan los chicos que conocen a Maynor como “Casper”. Al verlo con el machete colgando de una mano, el chico que lo bautizó así exclama: “¡Puya, parecés psicópata vos con este machete!”, Maynor solo se ríe ligeramente. Viene a negociar, no a platicar. Le indica a Giovani que le vaya enseñando al tipo el estéreo robado. Negocian un precio, hay un intercambio y Maynor guarda el dinero. Pero antes de que se vaya, el tipo quiere decirle algo a Maynor en privado. Van a la oficina del taller y allí le pregunta si la casa de su tía está lo suficientemente sola como para poder esconder algo importante. Maynor dice que sí y entonces el tipo le pasa una pistola envuelta en un tra-

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po, así como otro fajo de billetes, su recompensa. “Ni lo vayás a pensar usar, ¿okey, cherito? Está caliente”, dice el tipo. Maynor asiente con la cabeza mientras guarda la pistola en el pantalón. Regresa con Giovani y se marchan. A la vuelta, se paran en un callejón y dividen el dinero del estéreo. De lo demás, Maynor no le dice nada. Tampoco Giovani lo presiona. Se despiden y cada quien se aleja en su propio camino. A contemplar la tumultuosa tarde desde la soledad. Al siguiente día, cuando escucha el cerrar de la puerta principal y los pasos de la tía alejándose, Maynor va a su catre y saca la pistola de debajo del colchón. En la penumbra del cuarto deja el trapo a un lado y siente la pistola, fría y pesada, en la palma de la mano. Luego la sujeta con los dedos y finge apuntar hacia un espejo que cuelga en la pared. Apunta a su propio reflejo. *** Por su parte, Gladys está en un consultorio médico. Mientras espera la hora de su cita, puede ver por el muro divisor de cristal cómo el doctor es entrevistado por un periodista. El periodista acerca el micrófono de la grabadora al psicólogo. Para concluir la entrevista, el doctor pronostica: “Estos jóvenes son fáciles de ignorar por ahora, pero no será así cuando sean mayores”. El periodista oprime el botón que apaga el aparato y le da la mano al doctor. Sale del consultorio, no sin sonreírle a Gladys con una expresión de lástima. Gladys no le regresa el gesto, sólo voltea a ver el suelo. Cuando el doctor le hace señas para entrar, ella pasa al otro lado de la partición. Toma asiento e incómodamente responde al saludo del psicólogo. Le pregunta cómo ha estado. Le pregunta otra vez cómo era diferente su vida en El Salvador antes de que su mamá la abandonara para ir a Estados Unidos. Y cómo era su vida sin ella, cuando Gladys pasó de un pariente a otro, de un pueblo a otro. “La primera vez que tuviste que ir a vivir con un pariente diferente, ¿fue por qué motivo?” “Porque el tío con quien vivía se desapareció”. “¿Y la segunda vez?” “Por lo mismo, porque mi otro tío también fue desaparecido”. “Y la última vez, cuando tu tía te mandó a Estados Unidos, ¿qué fue lo que pasó?” “A ella le dio un ataque de nervios. Por sus dos hermanos desaparecidos. Por la violencia que nos rodeaba. Ella andaba tan nerviosa que ya no me podía cuidar, ya no estaba bien de su mente. Entonces convenció a mi mamá de que me recibiera acá en Los Ángeles”.

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El doctor le pregunta a Gladys sobre su vida actual con su mamá. Ella es parca en palabras, sólo cuenta de una distancia entre las dos. De otras prioridades que tiene la madre. El doctor menciona unas letras en inglés, algún síndrome… “por la violencia que viviste”, dice. Gladys solo encoge los hombros. *** Tiempo después, por la noche, Giovani y Maynor pasan por Gladys a su apartamento. Empiezan a caminar a una fiesta. Cuando dan una vuelta son interceptados por un pequeño grupo de pandilleros sentados en una escalera a la entrada de un edificio. Al ver a Gladys, el jefe se pone de pie y se le acerca; los secuaces siguen su ejemplo y preventivamente se acercan también para sujetar a Maynor y Giovani. Al cañón de sus pistolas. “¿Crees que me puedes ignorar para siempre, eh, chavala?”, dice el pandillero en inglés mientras se le acerca tanto a Gladys que su nariz casi roza la de ella. “Pues ahora vas a sentir mis dos pistolas para que vayas entendiendo que no”, susurra el hombre veinteañero con una risa malévola mientras con una mano la agarra de la cintura y la aprieta contra su entrepierna y con la otra mano levanta su camisa para exponer el arma que tiene metida en la cinturilla. Frotando su entrepierna contra la de Gladys, no hay duda sobre qué quiere decir con lo de las “dos pistolas”. Ella se retuerce en vano; el agarre del hombre es demasiado fuerte. Giovani y Maynor gritan que la suelte, pero no pueden hacer nada más, y hasta tienen que callarse cuando los otros dos hombres —uno de ellos en realidad un adolescente más joven que ellos— apuntan sus pistolas hacia las cabezas de los chicos. El rostro de Maynor está consumido de ira; se ve que corren por su mente las ideas de qué hacer, infructuosamente. La cara de Giovani palidece y hace una mueca de dolor e impotencia cuando el pandillero de repente mete la mano por delante del pantalón de Gladys y la manosea. Ella suelta un quejido y baja la cabeza, apenada. En un instante, el pandillero saca su mano y la empuja a un lado, se deshace de ella. Todavía apuntando las pistolas hacia los muchachos, sus secuaces siguen al pandillero cuando se aleja, dando la vuelta en la esquina. Los tres se han quedado solos, congelados, avergonzados. Giovani corre al lado de Gladys, pero ella no soporta que la toque. Como una zombi, Gladys empieza a caminar; continúa el rumbo a la fiesta. Las lágrimas escurren por sus mejillas, no hace ningún ruido. Los muchachos la siguen, otra vez sin saber qué hacer, otra vez impotentes.

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“Van a ver los hijueputa, un día pronto yo voy a andar con mi propia pistola”, jura Maynor. Pasan por un lugar donde los ocupantes de un apartamento han dejado tirados sus muebles viejos en la acera. Giovani agarra una silla de madera y con toda su fuerza la tira contra la pared del inmueble. Cae en pedazos al pavimento. Gladys ni siquiera voltea al escuchar el estruendo, no reconoce el gesto de desesperación y disculpa de Giovani. Sigue caminando. Los muchachos van detrás de ella, agachando las cabezas. Llegan a su destino. Bajan por una escalera y empujan una puerta para entrar al sótano del edificio. El espacio oscuro y rústico está lleno de muchos de sus conocidos y otras gentes. Al fondo, una banda de rock toca covers. Casi a la entrada, Gladys se topa con una amiga que mira su cara afligida y le pregunta qué pasa. Gladys se niega a explicar, sólo deja que la amiga la abrace fuerte y le pase una pastilla. Cada chica apura una y un trago de vodka directo de la botella. Giovani intenta quedar cerca de Gladys, preocupado, pero tampoco rechaza el hachís que los amigos les ofrecen a él y a Maynor. Pega tragos a una botella de 40 onzas de Budweiser. Empieza a sudar. Varias veces intenta hablar con Gladys. Está desesperado por hablar con ella. Pero ella no quiere; lo ignora. Gladys ahora se porta como si no pasara nada, como si no compartieran nada él y ella, y Giovani comienza a molestarse. Maynor está donde toca la banda, bailando alocadamente con una chica. Giovani, después de haber dicho varias veces el nombre de Gladys y después de que ella le dijera que se largara, distraídamente habla con unos amigos. Sigue dando sus caladas al hachís, sus tragos a la cerveza. Sigue con la mirada quemando la espalda de Gladys. Un rockero veinteañero se acerca a Gladys y la abraza por la cintura, murmura en su oído. Ella sonríe. Se deja. Giovani empuja sus amigos a un lado y camina hacia Gladys. Tira la botella de cerveza al piso, el vidrio se destroza a los pies de ella. Él la sujeta del hombro, obligándola a verlo a la cara. Muestra saliva en la lengua como si se estuviera preparando para escupirle a Gladys en la cara. En cambio, escupe al piso y luego le escupe las palabras: “¡A la gran puta con vos!”. Empuja a los espectadores para hacer un camino a la salida. Maynor, quien tomó una pausa en sus besuqueos con una muchacha cuando se empezó a escuchar la conmoción, lo sigue a la puerta y los dos salen a la calle. Caminan de regreso bruscamente, caóticamente, tropezando cada cuando. Se acercan a un grupo de amigos que al parecer es-

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peran el bus. Giovani empieza a correr hacia ellos cuando los ve. Maynor sigue su ejemplo y también acelera. Al llegar a donde están parados los dos hombres y dos mujeres, todos vestidos como para ir a la discoteca, Giovani apenas disminuye su paso. Todavía corriendo, pasa por donde está uno de los hombres y la da un fuertísimo golpe en la cabeza que lo deja tirado. “¡El disco está muerto, hijos de su puta madre!”, grita Giovani cuando le da el puñetazo, y sigue corriendo. Maynor corre tras de él, sorprendido, pero carcajeándose. Los amigos del chico que ha quedado tumbado se agachan a su alrededor, acariciándole la cabeza y limpiando la sangre que escurre por un lado de su cara. *** Meses después, Giovani y Gladys están parados en la acera afuera del estacionamiento del Fórum de Los Ángeles hablando en voz baja. Filas de personas pasan por donde están ellos, en camino a la entrada del concierto de Van Halen. Sin querer, las personas rozan la espalda de Giovani y le dan de empujones. Con cada codazo se tambalea poquito de un lado para otro, dificultando su conversación con Gladys, quien se apoya contra un poste y proclama su reticencia para ir al concierto, su desconfianza en Giovani desde la noche de la fiesta. Más adelante y del otro lado de la acera, Maynor los mira con impaciencia. Giovani lo voltea a ver, encogiendo los brazos a manera de disculpa. Por última vez reitera su argumento para Gladys: que solo están allí como tres buenos amigos, que hace meses que compraron los boletos, ¿entonces por qué no disfrutar del concierto, de la buena compañía? Por fin, ella se rinde y acepta el argumento. Ya compró su boleto. Ya está allí. Pues ni modo. Los tres se juntan con la muchedumbre metalera en la caminata hacia la entrada. Con cada paso, a Gladys se le va bajando la ambivalencia, así como el coraje. Encantados, forman una cadena, los tres agarrados de los brazos. Relajados y radiantes, entran al estacionamiento del Fórum con todos los demás jóvenes y caminan entre ellos para esperar hasta que abran las puertas del estadio. Toman cerveza y bromean, totalmente cómodos entre los espíritus afines de los demás rockeros. La noche es suya. Terminado el concierto, el gentío sale del Fórum animado, electrificado, en algunos casos bastante pasado de copas. Salen Giovani, Maynor y Gladys, todos abrazados, sudados y enrojecidos. Canturrean una rola de Van Halen y reviven los momentos más memorables del concierto. Salen del estacionamiento a la calle, donde

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todavía caminan entre la multitud de metaleros eufóricos. Llegan al carro que Maynor tomó prestado de sus amigos en el taller mecánico. Se suben al auto sin parar su canto a coro, sin bajar el ánimo. Giovani tímidamente le da un beso a Gladys y ella lo corresponde. Hay harmonía perfecta esta noche. Se dirigen al taller mecánico para dejar el carro y Maynor explica que ahí estarán celebrando una fiesta de cumpleaños y que pueden tomar unas cervezas antes de ir cada quien a su casa. Giovani y Gladys aceptan, deslumbrados por su renovado amor. Al llegar al taller, el olor de la parrilla los recibe mientras dos parejas bailan una cumbia. La mayoría de los presentes son hombres, algunos todavía en sus uniformes de mecánico. Están sentados en sillas de plástico alrededor del asador, tomando cervezas y uno que otro whiskey. Giovani y Maynor saludan de mano a todos los hombres y éstos les dan la bienvenida. Gladys se siente incómoda, por lo que se acerca y se arrima a Giovani aún más; él la abraza. Sacan cervezas de una hielera y se sientan cerca del círculo de hombres, pero no adentro. Maynor interactúa más con sus compañeros —que ya son como hermanos mayores para él— mientras Giovani y Gladys se acurrucan y se besan. La música termina y hay una pausa. Sólo se escuchan algunas risas y voces de los hombres, luego el chirrido de unos frenos. Todos voltean a ver la entrada del taller. Está bloqueada por tres carros de policía sin marcas ni identificación alguna. Los detectives bajan corriendo de los vehículos y gritan indicaciones: que nadie se mueva, que todos los hombres se enfilen con las manos en la pared. Gladys empieza a temblar y Giovani le susurra en el oído que no se asuste, pero la tiene que dejar para obedecer a los policías. Empieza otra canción de cumbia, violentamente rompiendo el silencio. Un policía apaga el reproductor. Mientras unos detectives vigilan los hombres volteados hacia la pared, otros inspeccionan a las pocas mujeres. Uno de ellos aplana con la mano cada curva del cuerpo de Gladys y ella cierra los ojos como si doliera. No sin acariciarle demasiado, el policía finalmente la suelta y le dice que se puede ir. Gladys sale renuentemente del taller y cruza la calle. Desde la penumbra, bajo un árbol, mira cómo los policías registran a todos los hombres, cómo Giovani y Maynor son esposados y llevados a la acera donde los oficiales los sientan mientras catean el taller. Da unos pasos hacia la luz y Giovani la ve, pero sólo por un instante. Luego baja la cabeza, avergonzado. Ella se aleja, empezando su camino a casa, sola, en la oscuridad.

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En la madrugada, Giovani y Maynor son llevados a la cárcel del condado de Los Ángeles. Ahí los procesan: son desvestidos, examinados, uniformados y rapados. Sus melenas negras caen al piso en un montón. Los llevan a una célula donde están otros pelones. Pelones tatuados. Pelones pandilleros de verdad. Se cierra el portón de la celda. *** Meses después, Gladys camina temprano por la mañana a su trabajo en una tienda de abarrotes. Trae el delantal de una cajera. Se ve más arreglada y madura, pero también más endurecida. Afuera de la tienda, se agacha para meter la llave en la cadena de la cortina de metal; es la primera en llegar y tiene que abrir. Poco a poco logra levantar la cortina pesada, la cortina de metal con símbolos negros rayados a lo largo: MS-X3. Mara Salvatrucha Trece. Gladys entra a la tienda y comienza otro día en el barrio. El barrio que en poco tiempo se convertirá en otra zona de guerra.

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LA FIEBRE César Vidal* (España) Finalista

Hassael y sus amigos en busca de un tesoro

U

n vehículo cruza un valle de Sonora como mosca en un cristal, completamente en solitario. Se trata de un lujoso todoterreno que recorre los caminos de un escarpado cañón y alcanza, por fin y con dificultad, una vieja ermita levantada entre las paredes de una cueva. Una vez allí, el joven Hassael baja del vehículo y saca un georadar de la cajuela. Sus amigos le acompañan. Son Tomás, carnal y lugarteniente en mil andanzas, Mónica, Luis y Wanda, que son pareja, Fabiola (que Hassael ama medio en secreto) y el Güero Duarte, novio de Fabiola y niño fresa de la alta sociedad de Hermosillo, de donde son también todos los demás. El georadar pertenece al padre de Hassael y sirve nada menos que para encontrar tesoros. Hassael piensa que adentro puede haber un tesoro escondido hace siglos por los toltecas. Fabiola cree que el lugar es peligroso, presiente algo maligno; los espíritus guardianes que aún permanecen podrían arrebatarles sus almas. El Güero es algo mayor que ellos y los desprecia a todos, sobre todo a Hassael, con quien compite todo el tiempo. Tampoco hace mucho caso al mal presentimiento de Fabiola. Wanda parece la más asustada, Luis se burla de ella. De pronto, el aparato de Hassael emite un sonido. Parece haber detectado algo. Sorpresa general. Animados, Hassael y los otros van hacia el sitio que indica el aparato. Empiezan a recorrer galerías oscuras pobladas de telarañas y quizá también por algo o alguien peor... El georadar sube la intensidad de su pitido mientras la pandilla avanza a oscuras. Recorren la cueva hasta que el sonido se amplifica junto a una pared que está al lado de una trampilla


sellada. Hassael sugiere abrirla. Tomás rompe el cerrojo y abre con dificultad. Fabiola propone marcharse a toda prisa. Según ella, hay una presencia atormentada. Cierra los ojos con horror, chillando. Al abrirlos de nuevo, un espectro que ocupa la galería alargada se muestra ante sus ojos. Todos huyen, perturbados por el terror de su amiga. El que más corre es el Güero. Ya fuera, cree que todo ha sido un ardid para burlarse de él, así que sube a su todoterreno y los abandona. Minutos después, los amigos buscan la manera de regresar a Hermosillo, pero por la carretera no se vislumbra coche alguno. Pronto oscurecerá y se verán obligados a irse andando o pasar la noche allí, hasta que mañana por la mañana pase la camioneta a Hermosillo. Fabiola consigue tranquilizarse por fin. Explica lo que ha visto. No todos le creen. Hassael piense que eso que vio Fabiola y el hecho de que el lugar tenga un poso de malignidad demuestra que hay alguien interesado en proteger un tesoro, tal vez su propio dueño, desde el Más Allá... Independientemente de eso, todos están de acuerdo en una cosa: no volverán a la cueva. Pasarán la noche en un pueblito fantasma que se vislumbra tras una loma no muy lejana. Esa noche, en una casa deshabitada del deshabitado pueblito, mientras los demás duermen, Hassael se mete en la cama de Fabiola. Se le insinúa, pero Fabiola le rechaza. Aunque el Güero se haya comportado como lo hizo, sigue siendo su novio. Sin embargo, antes de echar a Hassael de la cama, Fabiola le da un beso en los labios. El momento es de lo más dulce para Hassael; el viaje valió la pena.

El papá de Mónica es abogángster A la mañana siguiente, Hassael y sus amigos regresan a Hermosillo. Se despiden en la terminal y cada uno vuelve a su rutina. Al llegar a su hogar, Mónica recibe una reprimenda de su padre por no haber dormido en la casa. Le prohíben salir con sus amigos hasta nuevo aviso. El padre de Mónica, don Paco, es abogado, un tipo de éxito. Se le oye comentar por teléfono con una clienta alguna manera ilegal de resolver sus problemas jurídico-financieros. Don Paco es todo un profesional de la ley, si acaso con la brújula moral algo desajustada...

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El narco don Max quiere contratar un servicio de taxi Por su parte, Hassael y Tomás llegan a casa del primero transportando el georadar. Ayer aprovecharon que el padre de Hassael, don Chava, estaba en el hospital cuidando de su propio padre enfermo. Esto les permitió tomar el georadar sin su permiso. Don Chava es taxista. Junto a la casa se ve el cartel de la pequeña empresa de taxis que dirige. Antes de que Hassael y Tomás entren en la casa, se les aproximan dos tipos de aire peligroso. Uno de ellos es don Max, un viejo narco con un historial plagado de delitos, algunos de sangre y la mayoría sin saldar. Lo acompaña don Benny, alias “Sombrerudo”, que asoma un pistolón en el cinto. Pretenden contratar un servicio de taxi desde Hermosillo hasta Jungapeo, en Michoacán, a dos o tres días de camino, pero no especifican en qué consiste el viaje. Hassael acuerda con ellos que se lo hará saber a su padre en cuanto llegue del hospital. La presencia de los dos narcos perturba a Hassael y a Tomás.

Se aclara para qué hace falta un taxi Al mismo tiempo, en la prepa ocurre un incidente entre Luis y el Güero Duarte a causa de los rencores pendientes de la excursión a la cueva. Luis le abre la cabeza al Güero de un madrazo. Acaban en la comisaría: el Güero quiere poner una denuncia a Luis. Pero el abogado del padre del Güero, el mismísimo don Paco, informa al muchacho que su progenitor no quiere iniciar pleitos con compañeros de prepa. El Güero se enfurece e insulta a Luis, éste no se arredra y le responde. Los agentes, para restablecer la calma, sacan a Luis de la sala y lo llevan al piso de abajo. Ahí ve el cadáver de La Moronga, peligroso narco abatido por la policía, todo agujerado... Hay otros dos hombres viendo a La Moronga: don Benny y don Max, hermano del muerto. Como no puede hacer que lo arresten, el Güero amenaza a Luis con darle una paliza cuando salgan de la comisaría. Hassael se trepa al taxi de su papá y va en busca de Luis. Cuando llega a la comisaría, Luis le cuenta de La Moronga. Hassael une las piezas y se da cuenta de lo que busca don Max en Jungapeo. Lo que quiere es trasladar el cuerpo de su hermano hasta el asentamiento de los narcos, la Hacienda de la Condesa Miravalle. Tomás se opone, es una aventura de mucho peligro. Hassael explica a los otros, ignorantes de eso que teme Tomás, que la Hacienda de la Condesa Miravalle perteneció

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a una aristócrata del siglo XVIII que enterró un famoso tesoro entre sus muros, tesoro que probablemente esté ahí, esperándolos. La advertencia de Tomás sólo apresura la decisión de Hassael: él mismo llevará a esos narcos hasta la Hacienda sin importar cuánto se opongan sus amigos, siendo Fabiola la más insistente en detenerlo.

El viaje Hassael maneja el taxi. Lleva a don Max y a La Cañona, joven viuda de La Moronga; también a Morgan y Alegra, los dos hijos de la chica. El convoy se pone en marcha y no tarda en salir de la ciudad. Don Max le dice a Hassael que siga al camión de helados. Dentro de éste van don Benny y La Moronga; así se evitan los trámites del traslado. El primer día de viaje, Hassael aprovecha cualquier momento para tratar de averiguar dónde podría estar el tesoro. Llega incluso a preguntar sutilmente a La Cañona por el sepulcro de la Condesa de Miravalle. La Cañona sabe poco y no está dispuesta a compartir eso poco con un extraño. El taxi devora kilómetros. El interior del vehículo es un sepulcro de caras mustias y silencio. De pronto suena el celular de Hassael. Es don Chava, el padre de Hassael, que quiere saber dónde anda metido su hijo. Hassael apenas si alcanza a decir algo cuando el narco le arrebata el teléfono. Nada de celulares por el resto del viaje. Al salir de la carretera principal y meterse por una comarcal, un enorme tráiler aparece y los separa del camión de helados. Don Max ve que el vehículo donde viaja su hermano se aleja. Con poco estilo y todavía menos educación, ordena a Hassael pasar el tráiler, a pesar del evidente peligro. Hassael duda y aduce que no hay sitio ni tiempo para rebasar, pero don Max le insiste, amenazándole de muerte. El chico maniobra, poniendo en riesgo la seguridad de todos: esquiva un coche que llega de frente y rebasa por fin al camión. Mientras Hassael sigue con el susto en el cuerpo, don Max parece haber disfrutado el momento.

El cadáver se deteriora antes de tiempo Esa noche, en un hotel de carretera, la pequeña Alegra cree oír la voz de su padre muerto, cuyo ataúd se encuentra en la cámara fri-

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gorífica del establecimiento; tuvieron que mover el ataúd porque el sistema de refrigeración del camión de helados se averió y los restos de La Moronga iban a podrirse antes de tiempo si los dejaban ahí. La niña sale corriendo, asustada. Llega al pasillo de arriba y empieza a llamar a la puerta de su hermano. Morgan no le abre porque está dormido. Emerge de otra puerta la figura inquietante de don Benny, que invita amablemente a la niña a pasar, con oscuras intenciones. La Cañona aparece y salva a su hija de don Benny. Hassael ha sido testigo del encuentro y, escamado por las afirmaciones de la niña, baja a la zona de las cámaras frigoríficas. Al llegar, oye un ruido y se oculta. Lo único que aparece es don Max. Hassael comprende que lo que Alegra ha estado a punto de descubrir es la relación de su madre con el viejo narco, lo que debe estar detrás de la muerte de La Moronga.

Don Max decide quién vive y quién no Al día siguiente, reemprenden el viaje. Ya han pasado un par de estados, y el camino prosigue con tranquilidad. De improviso, un potrillo cruza a trote la carretera. Hassael da un frenazo y todos contraen los músculos en espera del impacto. El potro termina de cruzar. El taxi casi que lo atropella; se salvó por centímetros. Hassael resopla, y don Max, furioso, se baja. Una yegua, la madre del potro, cruza ahora la carretera y se reúne con su hijo. Del camión de helados baja también don Benny. Don Max se le acerca y le arrebata el pistolón del cinto. Lo arma, apunta al potrillo y le dispara. El animal muere ante la mirada atónita de la yegua, que parece no comprender. Hassael observa espantadísimo. Todos vuelven a subirse a los vehículos y siguen adelante, sin sacarse la imagen de sus retinas. La yegua relincha llena de dolor.

Los humildes y sometidos vecinos de El Carrizal Al atardecer, llegan a una aldea michoacana llamada El Carrizal. Ya se ven cerca de la Hacienda, pero prefieren hacer noche. Los aldeanos, al ver al viejo narco, se ocultan atemorizados en sus casas. Sólo unos pocos, entre quienes están Simona y Agustín, osan salir a recibirlos. Hay miedo en las caras de los carrizalenses, que obsequian bebidas a los recién llegados, no vaya a ser que no hacerlo les

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genere un problema mayor. Don Max se alojará en casa de Agustín y Simona y no piensa pagarles por ello. Será un diezmo que les impone como tributo por el funeral de su hermano.

Hassael le hace un favor a don Max Hassael teme que el cadáver de La Moronga termine de corromperse por no viajar en las condiciones adecuadas. Pide sal a Agustín, que se la trae de inmediato. Hassael acomoda alrededor del cadáver los kilos de sal que le traen y consigue, con la ayuda de montones de hielo, que la temperatura descienda y el cuerpo no empiece a descomponerse aún.

Don Max asesinó a su hermano La Cañona cena con sus hijos, pero don Max obliga a los niños a dejarlos a solas. Ahora somos testigos de las intenciones de don Max: conquistar a La Cañona y sustituir a La Moronga en su cama. La Cañona se rebela contra su destino y señala a don Max como orquestrador de la muerte de su hombre. Lo acusa de haber informado a los federales sobre el paradero de La Moronga el día que le abatieron. Don Max niega todo. Poseer a La Cañona le va a costar más esfuerzo de lo que pensaba.

Don Benny quiere violar a Ramirito Esa noche, Ramiro, hijo de Agustín y Simona, baja hasta el río para refrescarse. De repente aparece alguien entre la maleza y se abalanza sobre él. Es don Benny, que agarra al chamaco y empieza a desnudarle. Lo quiere violar. Pero el niño se retuerce y logra a huir. Don Benny va tras él. Logra alcanzarlo, pero están ya en las inmediaciones de la aldea... Algunos aldeanos se asoman al escuchar los gritos del chamaco. El propio Agustín es testigo de los sucios propósitos de don Benny y pretende darle su merecido. Don Max llega a tiempo para ver cómo Agustín apalea a don Benny. Interviene soltándole un golpazo a Agustín que casi lo hace perder el sentido. “Nadie toca ni a uno solo de mis hombres”, exclama mientras atiza al aldeano, cuyo único delito es haber querido defender a su hijo Ramiro.

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Luego, con Hassael como testigo, don Max golpea también a don Benny, harto de su patológica perversión.

La Hacienda de la Condesa de Miravalle Al día siguiente, el convoy alcanza por fin la Hacienda de la Condesa. Hassael descubre el lugar con los ojos inyectados de ilusión. Al cruzar la entrada, los narcos que habitan la Hacienda se arremolinan en torno a los vehículos. Entre todos sacan el ataúd de La Moronga y se lo van pasando de mano en mano, en medio de gritos de alabanza y gestos de honra a su líder muerto. La fiesta arranca con disparos, el alcohol empieza a correr. Hassael aprovecha el momento para escabullirse y echar un vistazo donde pueda, buscando aunque sea una pista que le lleve hasta el tesoro. Pero un narco le intercepta y le conduce hasta don Max, que quiere agradecerle por el traslado y por haber ayudado a conservar el cuerpo de su hermano.

El pago del favor Don Max le invita a beber con él y le ofrece escoger el premio que desee. Hassael reflexiona un instante. Sólo le pide quedarse al entierro de mañana. Don Max no comprende por qué pide algo tan simple en lugar de mucho dinero. Hassael comete entonces la indiscreción de hablar más de la cuenta y el viejo narco comprende que Hassael busca el tesoro... A pesar de eso, le concede el deseo de quedarse.

Hassael, defensor de damas en apuros Por la noche, Hassael sale de su habitación a seguir investigando. Se cuela en la cripta donde yacen los restos de los Miravalle. Localiza el sepulcro de la Condesa, abierto pero sin nada en su interior. En ese instante, oye unos gritos que vienen de fuera. Al salir, ve que los narcos de don Max traen a La Cañona, que pretendía escapar de La Hacienda con sus hijos. Don Max llega hasta la chica y se dispone a descargar el puño contra ella. Hassael sale de entre las sombras e interviene. La aparición de Hassael hace desistir al viejo de su golpe. Don Max se aleja, no sin dedicar antes una mirada de resentimiento a Hassael.

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El tesoro ya tiene dueño La mañana del entierro, Hassael busca cualquier detalle que le pueda conducir al tesoro, pero no ve nada relevante. La Moronga es al fin enterrado y La Cañona prefiere cobijarse y consolarse en el hombro de Hassael en vez que en el de don Max, que observa de reojo. Al terminar la ceremonia, don Max se despide de Hassael para siempre. Aparte del pago convenido por el servicio de taxi, don Max le devuelve su celular y le da tres monedas de oro. Hassael las mira con unos ojos que casi se salen de sus órbitas. Don Max le confirma que se trata de una ínfima parte del tesoro de la Condesa y que el medio millón restante de monedas está bajo su poder. Es su manera pérfida de decirle que nunca serán suyas... Hassael sube al taxi e inicia el camino de regreso a Sonora. El brillo de las monedas sigue presente en su mirada. Saca el celular y llama a Tomás. Poco después, los amigos de Hassael van de camino a El Carrizal, donde Hassael los ha citado. Ahora que sabe que el tesoro existe, no va a renunciar a él, téngalo quien lo tenga, incluso si quien lo tiene es el mismísimo Satanás. Agitar a los mansos Hassael pasa un par de días en El Carrizal, aguardando a sus amigos. Durante la espera, tiene una conversación con Agustín en la que le incita a rebelarse contra sus opresores narcos. A la manera en que Cortés se hizo rodear de las tribus oprimidas por los aztecas para derrotar a Moctezuma, Hassael, en el fondo, trata de convencer a Agustín de que él y sus convecinos se levanten contra el narco (y poder así regresar con sus amigos a la Hacienda a buscar el tesoro de la Condesa). Pero Agustín y Simona prefieren vivir la vida sin tener que enfrentarse a nadie. Tienen un hijo, ¿y qué hay más importante que darle una vida tranquila?

Hassael ve una fila de coches bajar desde la Hacienda La primera noche que pasa en El Carrizal, Hassael ve bajar por la carretera una hilera de todoterrenos. Vienen de la Hacienda de la Condesa. Tardará en comprender el sentido de esta imagen...

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Don Paco carga contra su hija ausente Esa noche, en su casa de Hermosillo, don Paco pone el grito en el cielo: Mónica no está en la casa. Trata de hablar con ella por teléfono, pero la chica prefiere no descolgar. Don Paco resopla frustrado por no poder controlar a su hija.

El reencuentro de los amigos Al día siguiente, Hassael ve que don Benny llega a la aldea. Al narco le sorprende que el taxista siga allí. Hassael disimula con la primera mentira que se le ocurre. Poco después llegan sus amigos. En un minuto, Hassael les pone al tanto de la situación: hay un tesoro, y el tesoro lo tiene el narco, no sabe si entero o sólo en parte, tampoco dónde lo guarda, pero está seguro de que lo tiene. Se produce un breve debate entre los amigos. De inmediato se nota que a la mayoría le parece una locura eso de arrebatarle un tesoro a un narco. Fabiola le pide olvidarse de todo y marcharse juntos Un poco más tarde, Fabiola y Hassael hablan a solas. Ella le dice que ya no es pareja del Güero. Propone volver a Hermosillo y empezar a salir juntos. Hassael se debate interiormente: ama a la chica, siempre ha soñado con este momento, pero ahora no puede olvidarse del tesoro. Le gustaría volver, sin embargo, una fuerza interior le empuja en dirección contraria.

Ramiro desaparece Poco después de que don Benny regrese a la Hacienda, Agustín y Simona descubren que Ramirito ha desaparecido. Empiezan a buscarle, y como no aparece, cunde la desesperación. Por fin encuentran una medallita suya a la orilla del río. La deducción es rápida y sencilla, pero por si hiciera falta un empujón, Hassael les recuerda que don Benny ha estado hoy aquí y que seguramente tiene que ver con la desaparición del chavito...

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La conquista de la Hacienda Los hombres del Carrizal se ponen en marcha. Avanzan hacia la Hacienda de forma inexorable, como un ejército, con el propósito fijo en sus mentes de encontrar al niño de Agustín y devolverlo a sus padres, cueste lo que cueste. Es noche cerrada cuando los carrizalenses alcanzan la Hacienda y desarman a todo narco con quien se cruzan. Además, gracias a un soplo de La Cañona, Agustín y los demás encuentran a don Benny y a don Max ocultos en un armario.

La cara oculta de Hassael Mientras los de El Carrizal golpean a don Benny para obligarle a confesar dónde tiene a Ramiro, Hassael y Tomás ven la oportunidad de adentrarse en la cripta de la Hacienda y buscar una pista que les lleve al tesoro. De pronto, Fabiola aparece en la cripta y exige a Hassael que confiese si tiene que ver con la desaparición de Ramiro. Él quería volver a la Hacienda por el tesoro, y la desaparición del niño le ha venido como anillo al dedo. Hassael le responde que no ha tenido nada que ver, sólo ha sido una casualidad. Fabiola parece creerle. La presencia de los muertos que habitan la cripta perturban a la chica más y más. Según ella, ahí dentro hay una mujer que coincide con la descripción de la Condensa de Miravalle. Esa mujer pide constantemente que le devuelvan algo que le pertenece.

Don Max comprende En la plaza central de la Hacienda, mientras los vecinos de El Carrizal someten a los narcos a punta de pistola, Agustín oye por fin a don Benny admitir que sí es responsable de la desaparición de Ramiro, que lo agarró y se lo llevó al bosque, donde lo tiene escondido en un sitio... Entre todos lo agarran y lo conducen al bosque para que diga dónde está. Las miradas de don Max y Hassael se cruzan. Don Max, que culpaba a don Benny de traerles la desgracia por culpa de su pedofilia, deduce al ver allí a Hassael que su secuaz es inocente y que quien está detrás de todo este desmadre es el joven taxista. Agustín y los otros que acompañan a don Benny por el bosque ven que en un momento determinado éste trata de escapar, sin éxi-

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to. Agustín se da cuenta de que la confesión era una estrategia para detener la golpiza. Don Benny, extenuado, pierde el sentido. Entretanto, alguien corre por el otro lado del bosque hasta un refugio de pastores. Al abrirlo, descubrimos a Ramiro atado. Saliendo del refugio, el secuestrador se quita el paliacate que oculta su rostro. Se trata de Tomás, que regresa corriendo a la Hacienda.

La propuesta En la Hacienda, Hassael se acerca a don Max y le hace una propuesta: si le dice dónde está el tesoro, todo terminará bien. Hassael admite que don Benny es inocente y que quien se ha llevado al niño ha sido él. Don Max podría decir a todos que quien tiene al niño es Hassael, pero éste le hace ver que si lo acusa tendría que explicar a todos también que tiene un tesoro, y eso supondría separarse de él. Don Max medita un instante y responde que no le importa ni lo más mínimo el destino de don Benny. Hassael tuerce el gesto; no será fácil convencer al viejo narco ni encontrar lo que busca.

La noche es larga Hassael se reúne con sus amigos en la cocina de la casa y allí aconseja a La Cañona que huya de don Max ahora que puede. La Cañona explica que no podrá huir, entre otras cosas porque alguien que ha sido capaz de matar a su propio hermano por tenerla a ella haría lo que fuera por alcanzar su objetivo. Morgan le grita que está mintiendo, que su tío es inocente, demostrando que el afecto por el tío es al menos tan grande como el que siente por su madre. De madrugada, Agustín sigue buscando a su hijo infructuosamente entre los muros de la Hacienda. Con la paz instalada provisionalmente, Hassael recibe la visita de Fabiola. La chica se disculpa por haber pensado mal de él y se mete en su cama. Al mismo tiempo, Luis, seducido por La Cañona, se cuela en su cuarto. De lejos, una rabiosa y cornuda Wanda observa la escena.

Morgan quiere proteger a don Max Al amanecer, la situación es la misma. Don Benny espera su desti-

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no fatal, madreado en el centro de la plaza. En cuanto Agustín se acerca de nuevo a él, vuelven a lloverle golpes e insultos. Pero ahora don Max pretende impedirlo. Le dice a Agustín que don Benny es inocente, sin explicar cómo lo sabe. Agustín le tira un puñetazo para que se calle. Morgan es testigo del golpe que recibe don Max. Eso lo activa: ha decido poner punto final a su cautiverio. A su vez, un grupo de voluntarios se organiza para peinar el bosque en busca de Ramiro.

El tesoro En uno de los claustros de la Hacienda, Hassael se reúne con Tomás, que duda si seguir adelante. El precio del tesoro está saliéndoles muy alto. Hassael recuerda entonces la fila de coches que vio bajar por la carretera de El Carrizal hace un par de noches. No se ven vehículos de gran cilindrada en toda la Hacienda, cosa rara si se tiene en cuenta que está llena de delincuentes y que tal vez en algún momento podría surgirles la necesidad de salir corriendo. Esa teoría les empuja a buscar un sitio donde se ven entrar profundos surcos de coches: las caballerizas de la hacienda. Allí encuentran varios todoterrenos en cuyo interior está el tesoro de la Condesa. Alguien estaba cargándolos, operación que debió ser dejada a medio terminar. Cuando Hassael y Tomás muestran el descubrimiento a sus amigos, el debate sobre si robar a un narco es moral o no se termina. Acuerdan cargar los vehículos aparcados con el resto del tesoro y manejar uno cada uno de ellos para sacarlo de allí.

Morgan dispara Todo se precipita por culpa de Morgan. El niño ha ido a por la pistola de La Moronga, que guardaba para sí, y regresa a la plaza con intención de vengar a don Max. Empuñando el arma, dispara a un aldeano, hiriéndolo. Otro viene a intentar desarmarle, pero el niño es más rápido y le dispara también. Luego ve a Agustín, que trata de escapar, y el chamaco corre tras él. Hassael y sus amigos oyen los disparos. Salen de las caballerizas y ven la escena: Morgan está siendo rodeado por los hombres de El Carrizal. Se oculta en la cripta. El escondite es demasiado oscuro y peligroso como para ir tras el niño armado, así que los hombres de-

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ciden no hacerlo. Agustín ordena sellar la entrada. La Cañona chilla desesperada por que dejen salir a Morgan. Hassael observa el sufrimiento de La Cañona, apesadumbrado por los remordimientos.

La brújula moral de Hassael Hassael conduce rumbo a El Carrizal. Lleva a un herido del tiroteo y a dos muertos para que sus viudas se hagan cargo de ellos. Su propósito es pasar de vuelta por el refugio de pastores donde está Ramiro y llevarle comida.

La muerte Mientras don Benny es golpeado de nuevo por Agustín para que hable, Hassael llega solo al refugio con comida. Pero antes de que sus ojos se acostumbren a la oscuridad, Ramiro le golpea por detrás y escapa. Hassael, aturdido, tarda unos segundos en comprender que si el niño llega a contar a alguien lo sucedido, será el fin de la aventura, y quizá algo peor. Hassael sale al exterior, pero no hay ni rastro de Ramiro. A esa misma hora, don Benny muere como consecuencia de la paliza. Ajeno a lo que sucede en la Hacienda, Hassael ve a los voluntarios que buscan al chico por un lado de la montaña; por el otro lado va Ramirito. Si se encuentran, será el fin. No puede permitirlo. Arranca el coche y va tras Ramiro. El niño lo ve venir e intenta escapar. Hassael alcanza al muchacho. Lo atropella. El chavo sale volando hasta una altura considerable y se estrella contra el suelo. Hassael corre hasta él. Está muerto. Los voluntarios no han visto nada, pero Hassael no sabe qué hacer. Trata de cavar un agujero en el suelo. Hay que enterrarlo.

Don Paco, administrador de fideicomisos En Hermosillo, don Paco se reúne con uno de sus hombres en el exterior de una bodega. Según le dice éste, anoche llegó un convoy de coches a altas horas de la madrugada con un cargamento que ha depositado en un trastero de la bodega. Al abrir el trastero, don

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Paco comprueba que el cargamento está allí, acumulado junto a otras partidas que han ido llegando en las últimas semanas. Don Paco hace salir a su subordinado y empieza a contar monedas.

Hassael quiere claudicar Hassael regresa a la Hacienda. En cuanto le ve, Tomás intuye que algo marcha mal. Hassael le enseña el cadáver de Ramiro en la cajuela del coche. Tomás muda el gesto, contrariado. “¿Qué quieres? ¿Que nos maten?” Hassael pensaba enterrar al niño y seguir adelante, pero ha cambiado de opinión. No puede seguir. Ahora lo que quiere es entregar el niño muerto a sus padres y asumir las consecuencias de sus acciones. Tomás no está de acuerdo. Es tarde para eso. Toda la vida deseando encontrar un tesoro y ahora que lo tienen, ¿van a renunciar? Los argumentos de Tomás no convencen a Hassael, no hasta que su amigo menciona Fabiola. ¿También está dispuesto a renunciar a Fabiola? ¿Qué cree que dirá ella cuando se entere de la verdad? Hassael no quiere perder a Fabiola y decide callar.

El cadáver de Ramiro Tomás y Hassael se suben al coche e inician un periplo por la Hacienda hasta las caballerizas. Desde la ventanilla, Hassael cruza la mirada con don Max y luego la baja, como para evitar que le lea el pensamiento. Al pasar junto a la cripta, sus amigos los ven y corren hacia el coche. Tomás acelera, sorteándoles. Luis, Wanda y los demás no comprenden. Van tras ellos. Ya en las caballerizas, Tomás y Hassael cierran el portón y ocultan el cadáver de Ramiro en la misma trampilla del tesoro. Unos golpes en el portón aceleran su ritmo cardíaco. Se trata de sus amigos. Vienen a preguntarles qué sucede y a meterles prisa para salir de allí cuanto antes. Fabiola se opone. No pueden irse sin antes ayudar a La Cañona a recuperar a su hijo Morgan, que sigue en la cripta. Parece que la Condesa no se va a contentar con que le arrebaten lo suyo sin quedarse con algo a cambio, y a Fabiola no le parece bien que el precio sea Morgan. Tomás intenta hacerle ver que eso no es asunto suyo, pero el propio Hassael siente que debe ayudar a ese niño y apoya a Fabiola.

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No habrá vida mientras don Max siga vivo Hassael va a la plaza a negociar con Agustín la liberación de Morgan. Antes de llegar, se produce un nuevo encuentro y una nueva conversación con don Max. El viejo narco deduce que ya tienen el tesoro puesto que a él no le han torturado para sacarle información, como hicieron con el malogrado don Benny. Don Max amenaza con matar a Fabiola en cuanto lo suelten, luego matará también a Hassael. Enfurecido, Hassael acude a Agustín. Sugiere que maten a don Max. Nunca dejará de perseguirles, han matado a uno de sus hombres; la única forma de salvarse es matarle a él también. El deseo de Hassael choca con la indecisión de Agustín. Ese hombre no les ha hecho nada, ha sido el niño... Pero Hassael acaba por convencer a todos de la conveniencia de no dejar que don Max salga de allí con vida. Además, Hassael se llevará al niño de La Cañona. Dice que lo entregará a las familias de los hombres que ha matado, que ellas sabrán qué hacer con él. Agustín empieza a ver claro que lo que dice Hassael sobre don Max es cierto y decide preparar su muerte, lenta y agónica, al tiempo que acepta liberar al chamaco de La Cañona. Don Max observa con su mirada afilada desde la esquina donde permanece atado.

El rescate de Morgan Hassael, Fabiola, Wanda y Mónica acompañan a La Cañona al interior de la cripta en busca de Morgan. Es peligroso, ya que el chavo va armado y no saben cómo va a reaccionar. Cuando por fin le encuentran, el niño no está dispuesto a salir ni a entregar su arma. Apunta a todos indiscriminadamente. Fabiola, venciendo su miedo a estar en ese lugar, se acerca para intentar convencerle. Morgan reconoce estar aterrado. Fabiola le aconseja salir de la cripta, allí dentro hay presencias malignas más peligrosas que lo que pueda estar esperándole afuera. Además, le enseña un sortilegio tolteca para pedir ayuda a la Madre Tierra cuando sienta el peligro: tla xihuiqui... nonan tlaltecuintli... Morgan acepta salir. Por fin, se deja abrazar por su madre y su hermana. Hassael respira aliviado. Todos acuden al encuentro de Tomás, que ya ha terminado de cargar el tesoro en los todoterrenos de las caballerizas con la idea de marcharse cuanto antes.

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Huida a ninguna parte Mientras los vecinos de El Carrizal abren el sepulcro de La Moronga para enterrar vivo a don Max, Hassael, Tomás, Fabiola y los demás suben a los todoterrenos y manejan hacia la salida de la Hacienda. Cuando más cerca están de atravesarla, surge de entre las sombras uno de los narcos de don Max, Velasco, que les apunta con una pistola y les obliga a bajarse de los vehículos. Se produce un breve tiroteo. Los vecinos de El Carrizal escuchan los disparos, abandonan el sepulcro y van a la salida. Curiosean los todoterrenos, tratando de entender el por qué de la prisa subrepticia de Hassael y sus amigos. Su sorpresa es grande al ver el tesoro dentro de los vehículos. Cuando Agustín se entera de lo que los chicos pretendían hacer, su cerebro hace click. Ahora comprende por fin la manipulación a la que le ha sometido Hassael desde el principio. Primero intentó levantarlo contra el narco, y como no lo consiguió, su hijo Ramiro desapareció. Agustín empieza a sospechar que no fue don Benny quien se lo llevó, sino el propio Hassael, cuyo propósito era utilizarlo para quitar de en medio a los narcos. Pero Hassael le miente. Jura y perjura que él no se lo llevó. Les acompañó a la Hacienda a buscar al chamaco y luego surgió la idea de buscar el tesoro. Agustín y sus vecinos dudan de su versión, pero finalmente la dan por buena. Les permiten irse de la Hacienda... pero sin los todoterrenos cargados.

Las voces del tesoro Esa misma noche, Hassael y Tomás vuelven a acercarse a los coches. No van a renunciar al tesoro ahora que lo han tenido tan cerca. Pero deberán encontrar la manera de hacerlo. Todos van a dormir. Wanda se siente humillada una vez más; Luis prefiere acostarse al lado de La Cañona. Hace unos días, Luis hablaba de casarse con Wanda si tuviera parte de un tesoro. Ahora parece haberlo olvidado. Wanda sufre el recuerdo.

Un nuevo cargamento que no llega De madrugada, don Paco recibe una llamada telefónica en su casa de Hermosillo. Esperaban un nuevo desfile de coches cargados con el tesoro, pero esta vez no han llegado.

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Fabiola sueña con Ramiro Antes de que amanezca, mientras los otros duermen, Wanda le dice a Mónica que tal vez Hassael y Tomás sí estén detrás del rapto de Ramirito. Los gritos de Fabiola interrumpen sus cavilaciones. Fabiola está en medio de una pesadilla de la que despierta asegurando que ha visto a Ramiro. Dice que está allí mismo, en la Hacienda, con ellos, perdido, sin saber a dónde ir. Hassael y Tomás se miran, pero no dicen nada.

Wanda descubre el cadáver del niño A la mañana siguiente, los vecinos de Agustín ponen a don Benny en la tumba de La Moronga; pretenden traer a don Max para meterlo también en el sepulcro y sellarlo. Entretanto, Wanda sigue dando vueltas a sus cavilaciones. Llega hasta las caballerizas. Penetra en su interior. Abre la trampilla. Allí, en el fondo, está el cadáver del niño Ramiro.

El final no es el final Wanda informa a Agustín de su hallazgo y Agustín se reencuentra con su hijo. Cuando Hassael ve al padre cargando al hijo muerto, se deshace en llanto y, compadecido, a pesar de los intentos de Tomás por impedirlo, confiesa que lo hizo él. Luis no comprende por qué Wanda pondría en peligro a sus amigos, incluido él, de esa manera. Wanda dice que ese tesoro es lo peor que le ha pasado. Cuánto más cerca estaban de él, más lejos se sentía ella de Luis, hasta el punto de perderlo. Su controversia termina cuando ven que Agustín se dispone a disparar a Hassael. Sin embargo, en ese instante aparece don Max, libre y acompañado por don Paco, que acaba de llegar a la Hacienda. Don Paco, que es abogado de don Max, decidió ir a la Hacienda cuando supo de la tardanza del cargamento con el tesoro. Don Max quiere matar él mismo a Hassael. Agustín baja el arma, perplejo. Don Paco empieza a negociar con los de El Carrizal. Tienen un tesoro, pero no sabrán qué hacer con él. Él, en cambio, tiene un cliente interesado que convertirá las monedas antiguas en dinero contante y sonante. Lo hará a cambio de que liberen a don Paco, por supuesto. Agustín duda. Él no quiere negociar nada. Él sólo quiere justicia. Pero aho-

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ra son sus vecinos los que, viendo la posibilidad de salir ganando si actúan como dice el abogado, arrebatan la pistola de la mano de Agustín y cierran el trato. Ahora no importa el dolor de su amigo, lo que más importa es su propio futuro. La pistola llega a manos de don Max, pero en vez de disparar sobre Hassael, al primero que abate es al propio Agustín, que cae mortalmente herido junto al cuerpo de su hijo. Es el precio por haber matado a don Benny, entre otras cosas. El siguiente es Hassael, quien echa a correr. Se produce un instante de confusión. Fabiola, Morgan, La Cañona y Alegra van detrás de don Max y Hassael, cada uno por un motivo distinto. Velasco a su vez desarma a uno de los aldeanos y va a por Tomás, Luis, Wanda... y Mónica. Al ver allí a su hija, don Paco palidece. Los chicos huyen de Velasco, que trata de alcanzarles. Mónica se oculta, pero Velasco acaba por encontrarla. Va a disparar. Don Paco llega armado con una pistola y mata a Velasco, salvando así a su hija. En la otra punta de la Hacienda, don Max agarra a Fabiola y apunta a su cabeza con la pistola para obligar a Hassael a salir de donde esté. Hassael, al ver a Fabiola en peligro, sale de su escondite. Don Max aparta a Fabiola y dispara a Hassael a quemarropa, hiriéndole. Después se vuelve hacia La Cañona con intención de disparar también, puesto que sabe que se ha acostado con Luis. En ese momento, Morgan, aterrado, se acuerda del sortilegio de Fabiola y lo musita entre dientes: Tla xihuiqui... nonan tlaltecuintli... De pronto aparece la yegua cuyo potrillo asesinó don Max hace cinco días y lo embiste. Don Max sale despedido por el golpe. Morgan mira estupefacto. La yegua se yergue sobre sus patas traseras y descarga todo su peso sobre don Max. El narco muere aplastado por la furia del animal. Hassael muere en brazos de Fabiola, bajo la esfinge de la Condesa de Miravalle, que parece observarlo todo con satisfacción.

Epílogo Semanas después, don Chava, padre de Hassael, recibe un sobre que alguien le ha hecho llegar de forma anónima. El sobre contiene una llave y una dirección, la de la bodega donde se encuentra el tesoro. Cuando ve las monedas doradas que hay en la bodega, don Chava se resarce un tanto, mínimamente, de la pérdida de su hijo. Fabiola regresa a la Hacienda. Hay que darle paz al espíritu de Hassael, que deambula por el lugar.

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PANCHO VALENTINO, CONFESOR DE CURAS J. M. Servín* (Finalista)

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osé Valentín Vázquez Manrique, alias José Izquierdo Domínguez o José Manrique Vázquez o Sergio Montes de Oca y finalmente Pancho Valentino, fue un ministro del demonio. En su biografía abundan el melodrama y los desplantes de justiciero popular, pero ello no lo hace encantador. Ni a la justicia ciega. Como hampón de poca monta, Valentino nos permite mirar al pasado sin suspiros nostálgicos. No bastaba su condena al infierno. El populacho, fatalista y mocho, pedía la pena de muerte para el Matacuras, abolida en la capital por el presidente Emilio Portes Gil en 1939. La crónica policiaca de la época, reverente, folletinesca e ingenua, nos permite apropiarnos del horror bajo formas admisibles. Pancho Valentino profanó las leyes de Dios y de los hombres invocando a la provocación y al escándalo. Su historia da cuenta de un arrepentimiento fingido en un entorno donde la certeza yace bajo el cascajo de la culpabilidad colectiva. Pancho Valentino expuso la progresiva disolución social de un país abismado en sus mentiras. Y ha conseguido que el tiempo lo purifique. Fue un protagonista de las verdades sutiles y formó parte del delirio estridente de los cautos.

Antecedentes Durante la Navidad de 1956 dos mil policías vigilaban la ciudad de México, una urbe de casi cinco millones de habitantes. La ola de crímenes era tan intensa como hoy en día, pero resultaba más fácil ubicar los bandos. Las redadas eran frecuentes. Las barriadas y centros populares de reunión fueron los lugares preferidos para que la


autoridad, enarbolada por Ernesto P. Uruchurtu –remedo gazmoño de J. Edward Hoover, director del fbi–, aplicara su tolerancia cero. El 24 de diciembre, en la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, ubicada en el número 107 de la calle de Chiapas, en la colonia Roma, un sacerdote teatino sermoneaba al rebaño que abarrotaba el templo. El padre Juan Fullana Taberner inspiraba confianza y ternura. Aunque nacido en Mallorca, España, tenía la nacionalidad estadounidense, pues a los treinta y cinco años había sido enviado por su congregación a Denver, Colorado. Radicaba en México desde 1952. De complexión recia y hablar pausado, anteojos y pelo cano, recordaba a José Mojica, el cura actor de melodramas de cine. Tenía sesenta y cinco años. Era muy aficionado a los toros y se le había visto acompañado en varias ocasiones del novillero Ricardo Barbosa Ramírez, de treinta y tres años, con el que asistía a la plaza México y al que le llegó a dar dinero para que adquiriera un traje de luces de segunda mano. Barbosa Ramírez decía ser sobrino de José Moll, el otro párroco de la iglesia que en 1955 le obsequió cinco mil pesos para que viajara a Europa. Descendiente de portugueses ricos, Moll era un hombrecillo delgado, modoso, pequeño y con talento de predicador. Siempre dispuesto a dejarse estafar por Barbosa. En la última banca del templo dos sujetos cruzados de brazos, vestidos como para seducir a las beatas asistentes, observaban a Fullana Taberner, a quien confundían con el padre José Moll, supuesto poseedor de una enorme fortuna. Disimulados, echaban un ojo a las mujeres jóvenes, recorriéndolas desde la punta de los tacones altos hasta donde desaparecía la curvatura de los traseros disimulados por los abrigos de invierno. Las imaginaban arrodilladas frente a ellos y tan contritas rogando por sus favores como parecían estarlo en sus rezos. Pasadas las ocho de la noche, la misa terminó. Confundida entre los fieles, la sospechosa pareja abandonó el lugar y, según testigos, al igual que en otras seis ocasiones rondó por la cuadra. Pancho Valentino nació en Pachuca, Hidalgo en 1919. A sus treinta y ocho años era fornido, de estatura media y voz ronca. En 1950, cuando otros a su edad piensan en el retiro, apenas destacaba como luchador profesional en arenas de provincia. Influido por su amigo Ricardo Barbosa Ramírez, subía al ring ataviado con una casaquilla de torero. Ganaba con cierta frecuencia gracias a su técnica, fortaleza, carisma y a su cada vez más popular “tope volador”, espectacular salto ejecutado desde la última cuerda directo al pecho del

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adversario. Sabía cómo enardecer a las multitudes, pero Salvador Lutteroth, el máximo empresario de box y lucha del país, dudaba en respaldar lo que aún prometía ser una redituable inversión. Valentino sabía sacar provecho de su atractivo físico. Vivía de las mujeres, a las que golpeaba. Durante un tiempo presumió a la bailarina Andrea van Lisum, pero en agosto de 1952 pisó la cárcel luego de marcarle el rostro con una navaja en el restaurante Hollywood de la calle de Basilio Vadillo. Salió bajo fianza porque su ex esposa no levantó cargos. Debido a sus antecedentes penales, que ya desde adolescente lo definían como un sujeto peligroso e inadaptado, le fue negada la licencia de luchador profesional. Deseaba vengarse del doctor Gilberto Bolaños Cacho, jefe de los servicios médicos de la Comisión de Box y Lucha del Distrito Federal y director del Tribunal para Menores, quien declaró que la medida se debía a su “alta peligrosidad”. Pancho Valentino era un observador social compulsivo. Mientras se veía por debajo de los demás, su sentido de justicia lo ponía por encima. Cual prohombre, afirmaba que nunca sería un sumiso. “Quisiera ser como los grandes patricios: Juárez [sic], Zapata, Villa, Obregón, Cárdenas y otros que son los auténticos representativos de la Revolución.” Tenía un hijo de cuatro años, José Manuel Vázquez Ordóñez, que le fue arrebatado bajo embustes a su madre Josefina en Ciudad Juárez. En la paternidad existe un componente de extrapolación emocional y afectiva tanto o más importante que el biológico. Quizá por ello José Manuel era el único ser al que Valentino profesaba amor verdadero, a diferencia de sus otros tres hijos con diferentes mujeres, de sus amantes y amigos. Ambos vivían en el hotel Terminal de San Antonio Abad, a unas calles de la estación de autobuses Cuernavaca-Acapulco, en el centro de la ciudad de México. Desde 1938 Pancho Valentino estuvo preso quince veces. Robo, lesiones, allanamiento de morada, usurpación de funciones, violación y trata de blancas. En presencia de jueces o policías, su madre, Rosa Manrique viuda de Vázquez, repetía entre sollozos: “Debo decirle, señor, que siempre hemos sido muy pobres, pero honrados”. En la penitenciaría de Lecumberri conoció a su amigo íntimo Pedro Vallejo, el México –“Me llaman así porque le hago al baile y a la pachuqueaaadaaa”–, y al ex púgil Rubén Castañeda Ramos, el Boxeador, quien diecisiete años después, en la vecindad de Tepito conocida como El Paraíso, en Fray Bartolomé de las Casas número 21, rehusaría participar en el asalto. “No es mi arpegio”, dijo. El

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México tenía nueve ingresos a prisión acusado de vagancia, robo, lesiones, trata de blancas y homicidio. Para 1956 el Boxeador lucía avejentado por el alcohol y la mariguana. Su mirada extraviada, la bocaza de labios pulposos ocultando a medias la dentadura incompleta y la nariz embarrada en un rostro enorme daban nuevos bríos a la teoría del criminal nato de Cesare Lombroso, padre de la criminología. Con tal carácter, a sus cuarenta y tres años accedió a conseguir a “un muchacho decidido”, a petición expresa y mediante un pago de setecientos pesos. Fue así como el 23 de diciembre Valentino entró en contacto con Pedro Linares Hernández, el Chundo. Confesión por puño y letra de Pancho Valentino en el momento de su detención Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo indispensable. Soy producto de México, del ambiente mexicano y no puedo sustraerme a él. Soy como tantos que por ahí andan actualmente. Vean ustedes: mi niñez fue triste, una niñez como la de tantos niños que carecen de lo más necesario para vivir. Mi padre era jefe de veladores de las minas de oro y plata de Pachuca, de esas minas de las que salieron millones de pesos. Pero mi padre era un hombre honrado y cabal en todos los sentidos y a pesar de que los mineros le decían que se podía robar una o dos barras de oro para asegurar tanto su porvenir como el de la familia, jamás quiso hacerlo y prefirió dejarnos en la miseria sin dejar un solo centavo ni siquiera para su entierro… Si mi padre no hubiera sido tan honrado, no me vería en estos momentos aquí porque hubiera asegurado nuestro futuro… Ahora, aunque nací en Pachuca, tengo la nacionalidad estadounidense porque en 1942 decidí ir a Estados Unidos como bracero y estuve trabajando en los campos de California… Gané unos cuantos dólares, pero preferí seguir como luchador, profesión a la que me venía dedicando desde dos años antes… Pero encontrándome en Estados Unidos, estalló la Segunda Guerra Mundial y me di de alta como ametralladorista en los aviones B-29, y aun cuando nunca estuve en el frente por no saber hablar inglés, me condecoraron en tres ocasiones por buena conducta y hasta me dieron una beca para que estudiara lo que yo quisiera. Gracias a esa beca estudié en una academia de baile de salón y fui tan aprovechado que gané varios campeonatos de baile tanto en el país del norte como en México, en donde obtuve en el Salón México por dos años consecutivos el primer lugar en concursos de danzón y de tango. Como luchador no lo hice mal, pues luché en Estados Unidos,

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México, Alemania, España, Portugal, Francia e Italia. En todas partes dejé bien parado el nombre de México como luchador y deportista… Bien, estando en Alemania el cónsul de México me consiguió que un barco mercante me regresara a nuestro país sin pagar un solo centavo de pasaje… A Ricardo Barbosa lo conocí por lo siguiente: yo me dediqué a matar toros y novillos. Durante cinco años anduve visitando todos los cosos de la república. Me gané el título de Siete de Espadas debido a que en un jueves taurino en El Toreo nos contrataron a siete toreros. Yo era el último en lidiar un novillo. Le metí siete veces el estoque y ni así se murió, de ahí mi mote. Esa vez quedamos todos pésimamente… Ricardo era torero también. Anduvimos juntos por muchos lugares en el interior de la república. Somos grandes amigos y de ideas afines… Con respecto al México, a raíz de los concursos que gané en el Salón México nos hicimos grandes amigos y dimos juntos muchas exhibiciones en distintos salones. Ahora diré cómo decidí intervenir en el asalto: yo tengo cuatro hijos de diferentes esposas y mujeres… me he casado siete veces y he tenido muchísimas mujeres más… Pues bien, una vez que uno de mis hijos no tenía zapatos ni yo dinero para comprárselos, salí a caminar por el paseo de la Reforma cuando vi un cadillac manejado por una mujer muy linda que llevaba un brazalete con piedras tan hermosas que parecían soles… Entonces pensé que no había derecho que hubiera en el mundo quienes tuvieran dinero en demasía mientras que hay muchos que carezcamos de lo necesario. Esta cuarteta de Salvador Díaz Mirón es mi mejor filosofía y siempre lo ha sido, así que al ver a aquella mujer sentí unos deseos enormes de arrojarme sobre ella y arrebatarle las alhajas que lucía… Pero no pude o no me di valor para hacerlo… Pensando en mi pobreza y en la de muchos mexicanos que son mis hermanos, seguí caminando hasta llegar al café Tupinamba… Ahí me encontré con Ricardo Barbosa, a quien luego de decirle lo que me pasaba me propuso asaltar la iglesia para hacernos ricos, pues decía que el curita tenía guardado muchísimo dinero debajo del colchón. Acepté e invité a participar al México, porque sabía que él también era muy pobre… El resto del asunto ya lo saben, pues ya se los confesó el Chundo, a quien apenas conocía. Finalmente, debo decir que el asalto y la muerte del curita fue un error, pues apenas saqué la mísera cantidad de mil pesos… Pero ya todo está hecho y ni modo…

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Testimonio en sepia Mi familia vivía en la calle de Granada, a cinco cuadras de la vecindad El Paraíso. Mis hermanos recuerdan al Chundo. Lo evitaban, pero mis padres les habían enseñado a no temerle. Era uno de los tantos malvivientes del barrio. Mi papá era joyero. Conoció a Valentino y al México en el Salón México, donde los tres se lucían bailando danzón y tango. Entre los amigos de mi papá había joyeros, zapateros y estafadores insignificantes. No eran honrados, tampoco asesinos. Mi papá se topaba al dúo a las afueras del Monte de Piedad. En repetidas ocasiones Valentino y el México le llevaron alhajas a su taller en la calle de Palma; querían vendérselas o que las valuara antes de llevarlas a empeñar. Mi mamá prevenía a su prole para tener cuidado de los inquilinos del Paraíso. Todos, en las treinta viviendas, estaban fichados por la policía. A mediodía, Pedro y Raymundo, de siete y cinco años, se ganaban unos centavos de la mano de busconas que los paseaban por la calle como “sus hijos” para evitar que la julia las levantara. Mis hermanos aún recuerdan la pestilencia en las vecindades, la falta de agua, las goteras en época de lluvia. Yo aún no nacía.

Los cómplices Pedro Linares Hernández, el Chundo, de treinta y nueve años, múltiples ingresos al penal de Lecumberri y dos estancias en las islas Marías. Su apodo le venía de su forma de caminar, encorvado como si le pesara una enorme joroba. Era adicto a la mariguana y vecino del Boxeador en la vecindad El Paraíso. Valentino le ofreció setecientos pesos por participar en el robo. A los rateros como Linares Hernández les decían pungas: los que meten mano en los bolsos de las mujeres. En su confesión a la policía se declaró nacido en la ciudad de México, católico, casado y con tres hijos, e insistió que desde el día del crimen no había vuelto a ver a sus cómplices. Estudió hasta el cuarto año de primaria y sabía leer y escribir. Los agentes del Servicio Secreto lo detuvieron en el momento en que entregaba a su concubina María González Ramírez un bulto que contenía una sotana ensangrentada y unos guantes de piel utilizados durante el robo. Ya en los separos, no tardó en señalar a Ricardo Barbosa Ramírez como autor intelectual del crimen y a Pancho Valentino, el México, el Torero y el Boxeador como cómplices. Según él, Valenti-

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no justificó el asesinato porque el sayo –la víctima– tenía muy buena memoria y podría reconocer a Barbosa. El Chundo también nombró a Ricardo Ángeles García y a Roberto Barrios Ulloa, quienes se rehusaron a participar en el asalto, aunque se comprometieron a guardar silencio a cambio de dinero. Otro de los señalados fue Jorge Avelar, el Trompelio, de veintidós años, al que Barbosa Ramírez se refería como su mozo de espadas. Tenía enormes orejas, nariz leptorrina y ojillos de rata. Era un mentecato que vestía al estilo torero para complacer a su protector, que lo consideraba su hijo. Al momento de su captura tenía tres meses viviendo con Barbosa en un edificio de las céntricas calles de Bolívar.

Vidas cruzadas Los móviles de la banda fueron vulgares y ordinarios, no así sus causas. Era un grupo de fracasados y resentidos sociales en diferentes escalas. Como todos los ladrones comunes, mantenían una lucha constante contra la figura de la autoridad, de la cual se vengaron simbólicamente al efectuar su crimen. Su medio determinó la personalidad nihilista y destructiva de Valentino, su temperamento viscoso. Sufría de epilepsia. Tenía motivaciones delirantes. Sus descargas agresivas obedecían a una necesidad de restaurar un equilibrio perturbado. Ansiaba evadirse de las normas con una vida aventurera por el mero placer del riesgo. Valentino seducía a las mujeres basándose en su atractivo sexual. Pese a su cautela y meticulosidad, era traicionado por deseos brutales en el momento menos esperado. Su declaración obedeció a una necesidad psíquica de negar su conducta, por lo que presumió su sensibilidad artística hacia la lectura y la escritura –entre los objetos que portaba en su huida se encontraba una máquina de escribir que extrajo del domicilio de Fullana. A Valentino, Barbosa y el México los identificaba su necesidad de estimación, de reconocimiento público. Para alimentar sus impulsos sacrificaban salud, familia, honor y a cuantos los rodeaban, imponiéndose toda clase de privaciones. Representaban un papel y terminaron por creérselo. Eran histriónicos, fanfarrones y baladroneaban los delitos cometidos y los que jamás fueron capaces de cometer. Los obsesionaba la fama. Por eso ninguno de ellos tuvo reparos en detallar su crimen a la policía. Eran incapaces de aplacar

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su inclinación por el goce, por la vida fácil y cómoda. En el café Tupinamba de la calle Bolívar, Barbosa y Valentino planeaban fabulosos negocios, viajes y estafas. Envidiaban a las celebridades efímeras que asistían al lugar para dejarse ver. Eran respetados y temidos. Los aspirantes a toreros se acercaban a su mesa porque sabían que el primero vendía accesorios e indumentaria a buenos precios. Según Valentino, su amigo estaba obsesionado con la supuesta riqueza del “tío” al grado de planear durante ocho años robarlo. “El sobrino” se distinguía por su autismo egocéntrico. Tenía en su historial delictivo varios ingresos a la penitenciaría por amenazas, fraude, lesiones, allanamiento de morada, abandono de persona y usurpación de funciones. Frío, lejano, reservado y detallista, estaba demasiado concentrado en sí mismo debido a un anormal sentido del deber. Sus conquistas amorosas se debían a su aire de perdonavidas que desbordaba las fantasías eróticas de mujeres susceptibles a la labia. Era adicto al juego, sobre todo al dominó. Resentía en lo más hondo nunca haber conseguido la alternativa como matador de toros en la plaza México. El resto de la banda pertenecía al tipo del criminal abúlico fácil de manipular por delincuentes más hábiles. Representaba la tropa de la delincuencia, la que satura las prisiones. El crimen fue ejecutado bajo un estado de tensión colectiva intensa y prolongada similar a la que opera en los enajenados por una secta, lo cual provoca una disgregación de la voluntad con diferentes rangos de violencia, de ahí su determinación, la ira impulsiva, el miedo y el arrepentimiento posteriores.

El plan —Es un hombre muy rico –dijo Barbosa a Valentino meses antes, cuando lo invitó a participar en el robo–. Sé que en su casa guarda dos millones de pesos y mucho oro. No podrá denunciar el robo porque no tiene manera de comprobar el origen del dinero. La tarde del 24 de diciembre de 1956 tres de los cuatro criminales se reunieron en la vivienda del Chundo. Según el plan, Ricardo Barbosa esperaría en su buick chicle y mamey modelo 1950 para no ser identificado por el padre Moll. Entonces vestiría una gruesa chamarra de cuero muy fina y pantalón caqui bien entallado. Moreno, alto, confiaba en su porte para no levantar sospechas.

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Valentino, disfrazado con gruesos anteojos y una bata de doctor, tocaría a la puerta de la casa adjunta a la iglesia pidiendo los santos óleos para un enfermo grave. Cuando el sacerdote abriera, el Trompelio trataría de alejarlo de la vivienda en lo que los otros se apoderaban del botín. De fallar el plan, Valentino y el Chundo someterían a Moll con amenazas. Bajo cualquier circunstancia el Trompelio se mantendría como vigilante en la entrada. Por su parte, el Chundo llevaría en un costal una varilla afilada, varios metros de cuerda y un desarmador; Valentino, una pistola fajada al cinto. Pasadas las doce de la noche llegaron a la iglesia. El Chundo y Valentino tocaron durante media hora sin que alguien les abriera. Los ladridos de un hermoso perro negro airdale llamado Duque, propiedad de Moll, terminaron por hacerlos desistir. Poco antes, Valentino trató de derribar la puerta a golpes, pero el Trompelio logró controlarlo. Desesperado, Barbosa arrancó el coche y frente a la casa increpó a sus cómplices por la tardanza. Al saber de lo ocurrido les ordenó que subieran. Días después se enterarían de que el timbre no funcionaba. En el trayecto Valentino propuso, de la nada, asaltar a un taxista, pero el enojado Barbosa lo recriminó, como también hizo con el Chundo, que había prendido un cigarro de mariguana. Ni él ni Valentino usaban drogas y lo que menos deseaban era llamar la atención. Por lo demás, Valentino vociferaba, Barbosa maldecía, el Chundo imploraba un trago y el Trompelio iba cagado de miedo. Valentino se apeó en su hotel. Lo esperaba su hijo, a quien había dejado encargado con el administrador. El siguiente en bajar fue el Chundo, afuera del cine Bahía, cerca de su domicilio. Barbosa y el Trompelio se dirigieron a una cantina propiedad del primero, ubicada en la calle de Quintana Roo. Ya en el local Barbosa exigió a su esposa la cuenta del día, y como aquélla se negó a entregársela la golpeó con saña, por lo que dos guardias lo arrestaron. El juez le impuso una multa de doscientos pesos y una hora después estaba en libertad. Esa misma semana Barbosa llegó a la conclusión de que se necesitarían dos personas más para ejecutar el plan. Le pidió a Valentino que las reclutara. Recurrió al Chundo, quien le presentó a dos ex reclusos de la Cárcel Preventiva: Roberto Barrios Ulloa y Ricardo Angeles García. Valentino les ofreció setenta mil pesos como botín, pero ambos rechazaron la oferta al enterarse de que el robo sería en una iglesia. Barrios Ulloa alegó que “la mano de Dios es más poderosa que la de la policía”.

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Fue el 7 de enero de 1957 cuando Valentino comunicó a Barbosa sus resultados. —Si para el 10 de enero no encuentras a nadie, iremos nosotros cuatro –fue todo lo que respondió Barbosa, desesperado. El martes 8, alrededor del mediodía, Valentino buscó al México, ex empleado del Monte de Piedad que malvivía como coyote en la calle de Palma. —Te vengo a invitar a un asunto que nos sacará de pobres –le dijo sin soltar de la mano a su hijo José Manuel. Se metieron a platicar a una fonda. Ahí le contó el plan y le ofreció setenta mil pesos. El México aceptó de inmediato y quedaron en reunirse al día siguiente en la casa del Chundo. Terminada la conversación los tres fueron a la vecindad en que Vallejo vivía, en República de Honduras. Pasaron el resto del día juntos y por la noche asistieron a la Arena México, donde Gori Guerrero enfrentaba a Masahiko Kimura y en batalla campal se daban Blue Demon, Cavernario Galindo, Rubén Juárez, Tarzán López, Karloff Lagarde, Ray Mendoza y el Caballero. El México era hombre de todas las confianzas del ex luchador. Solían asistir juntos a las luchas. Valentino se dejaba reconocer por los aficionados y los colegas, a quienes saludaba como si recibiera un homenaje. Se paseaba bajo el ring para que Bolaños Cacho, siempre en primera fila, se sintiera amenazado por una mirada asesina. El 9 de enero ambos ultimaron detalles en El Paraíso. En cuanto el Chundo les dio entrada en su guarida, Valentino amenazó: —Vienes o te mato. Te necesitamos para hacer el negocio –luego señaló con el pulgar al México–. Éste viene con nosotros. El Chundo preparó con estricnina dos kilos de carne de res que Valentino sacó de un bolsillo del pantalón. Pretendían así eliminar primero al perro, que a juicio del Chundo no era bravo pero sí escandaloso. Durante días el propio Chundo se había encargado de ir a rezar al templo y de pasada darle a Duque caramelos para acostumbrarlo a su presencia. En un maletín guardó la carnada, un bate y los demás objetos que llevaba en el primer intento de atraco. El México cargaba un puñal y Valentino una pistola que le entregó Barbosa, que ya los esperaba en su coche a las afueras de una pulquería. El Trompelio no se presentó. Valentino seguía sin encontrar solución a su problema de siempre: con quién encargar a José Manuel. Padre e hijo terminaron sentados en la banqueta; los demás los observaban desde el vehículo molestos y ansiosos.

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—¡Ya vámonos, cabrón! ¡Deja al chamaco en el hotel! –gritó Barbosa. A Valentino no se le ocurrió algo mejor. En silencio cargó a la criatura y obedeció. Alrededor de las cinco de la tarde se estacionaron en la calle de Tonalá, muy cerca del multifamiliar Juárez. Barbosa pidió no usar la violencia y nuevamente se dispuso a esperar frente al volante. De inmediato, Valentino y los otros corrieron a esconderse en el patio de la iglesia. La casa contigua tenía un jardincito con hiedras, dos truenos y un pino. Al fondo estaba la perrera. Valentino ordenó al Chundo que se ocultara entre las plantas para envenenar a Duque. Terminada la última misa el cura cerró el portón del templo y enseguida se dirigió a soltar al perro. Poco después de las nueve de la noche escuchó ladridos. Salió al patio y encontró al animal tendido. En ese momento Pancho Valentino saltó de las sombras y le aplicó la llave china. Fullana intentó defenderse pero el México entró al quite y le sujetó los brazos a la espalda para inmovilizarlo. El Chundo corrió a cortar la luz y prendió unas velas. Valentino comenzó a golpear y a cachazos desfiguró al cura, que aún se resistía cuando el Méxicole pegó con el bate en las costillas. Al tener a Fullana tumbado en el piso, el Chundo lo amarró de pies y manos. Lo torturaron inútilmente para que confesara dónde estaba el dinero. El anciano había muerto. Fuera de sí, Valentino le enrolló un alambre en el cuello mientras el México le metía un pañuelo en la boca. Con la ropa ensangrentada y las manos cubiertas con guantes de piel, entre el México y Valentino cargaron el cadáver hasta la cocina. De inmediato el Chundo cortó el cable del teléfono que se hallaba en la sala. Luego registraron la casa durante hora y media. Barbosa les dijo que en los cajones de una cómoda encontrarían dos millones de pesos. Destruyeron todo conforme descubrían que no había dinero ni oro. Cruzaron un pasillo que daba a la sacristía y se hicieron de todo lo que llamó su atención: la custodia, las patenas, la llave del sagrario, una caja dorada para hostias, candelabros, una casulla y un par de sotanas. Valentino supuso que detrás de una Virgen de Fátima empotrada en la pared habría una caja fuerte. Con un candelabro destruyó la imagen hasta que se convenció de su error. El desplante enardecería a la Suprema Corte de Justicia del Populacho. Antes de huir, Valentino ordenó al Chundo que se disfrazara con una sotana y arrojó en la estancia los lentes de falso doctor que ayu-

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darían a despistar a los investigadores. El México se rió de ambos mientras corrían rumbo al coche. Barbosa no podía creer lo ocurrido. Se enfureció. No había que matar a nadie… ¿y qué hacía el Chundo con esa sotana puesta? “¡No mamen! ¡Quítate esa pinche bata, Pancho, pareces carnicero! ¿A poco nada más encontraron estas chingaderas!” Se refería al botín miserable. Iban rumbo al hotel Terminal. En la habitación número 20, frente al hijo de Valentino, contaron el monto del robo: cuatro mil quinientos pesos. Apartaron quinientos para el Boxeador y así garantizar su silencio. Barbosa se quedó con cuatrocientos y repartió lo demás a los otros tres cómplices. Entonces les dijo que no quería volver a saber nada del asunto.

La huída Valentino pidió a Barbosa que los llevara a Hidalgo. Tenía pensado vender los objetos en Zimapán, con un primo valuador experto en piezas religiosas. Barbosa aceptó. Al no encontrarse el pariente, el México sacó provecho de su oficio de coyote y consiguió ácido, lo aplicó a los metales y concluyó, equivocadamente, que eran puras baratijas. Furiosa, la banda tiró casi todo en un basurero, con el que a la postre dio la policía. El México y el Chundo decidieron regresar a la capital, aunque de último momento el primero prefirió seguir solo hacia el norte del país. Valentino optó por huir rumbo a Tamaulipas. Azules y con oro enarenados, como las noches limpias de nublados, los ojos –que contemplan mis pecados.* El padre Fullana fue hallado el jueves 10 de enero por dos chiquillas que habían ido temprano a la iglesia para confesarse. “Ave María Purísima, socórrenos.” Corrieron a dar aviso al sastre Pedro Cortés, sacristán de sesenta y tres años que llamó por teléfono a las radiopatrullas de la 8ª delegación de policía. El coronel Manuel Mendoza Domínguez, jefe del Servicio Secreto, se hizo cargo del caso. El cadáver fue trasladado al anfiteatro del hospital Juárez para la necropsia de rigor. Huellas de estrangulamiento, fracturas en el cráneo y tórax provocadas por objetos contundentes. Apoyaban la investigación los mandos de grupo Rafael Rocha Cordero, José Obregón Lima y Miguel Durán Mejía. Los agentes contaban con un ojo entrenado para encontrar valores. En su inspección en el lugar de los hechos dieron con algu-

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nos fajos de billetes, morralla y dos cuentas bancarias a nombre del padre Juan Fullana Taberner: una de $85 330.00 y otra de $28 430.00, cantidades aportadas por los fieles para la terminación del santuario de Fátima. Duque sobrevivió al veneno. Una vecina lo llevó al veterinario no sin antes declarar que su amo, Fullana, tenía un carácter violento.

El milagro de la Virgen de Fátima El padre José Moll interrumpió sus vacaciones en Toluca para reclamar el cuerpo de su compañero de parroquia. Se enteró del asesinato por la amplia cobertura informativa en radio, televisión y periódicos. En su declaración a la policía manifestó que el monto del robo ascendía a cuatro mil quinientos pesos en efectivo y alrededor de cincuenta mil en objetos sacros. Confirmó el origen de las chequeras. En apenas diez días fueron cayendo. Primero el Chundo, en su domicilio. Luego Ricardo Barbosa y el Trompelio. Siguieron el Boxeador, Roberto Barrios Ulloa y su esposa María García Martínez, vendedora de chácharas en el mercado de Tepito a la que el Chundo encargó la sotana manchada de sangre, una casulla y otras prendas. Hasta después de su detención la banda no se enteró de que había asesinado al hombre equivocado. En la primera persecución tres agentes llevaban consigo al Chundo. Iban rumbo a Zimapán, Hidalgo, para dar con el hotel donde Valentino se hospedaba. A su arribo el administrador les informó que los huéspedes tomaron un autobús al norte. Comprobaron que el ex luchador y su hijo huían a Reynosa, Tamaulipas. Los siguieron. Kilómetros adelante el coche sufrió una ponchadura y se volcó en la cuneta. Los magullados ocupantes fueron traslados a un sanatorio cercano por los refuerzos que los seguían detrás. Así perdieron la pista del principal asesino, cuyos generales fueron boletinados a las policías de la frontera, incluida su fotografía. A partir de aquí la cacería se bifurca en el sendero de la leyenda.

Versión I Los agentes se trasladaron a San Juan del Río, Querétaro, en persecución de Valentino. De ahí siguieron a los balnearios de Tequis-

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quiapan y luego a Fontezuelos. Acompañados de un escuadrón del ejército llegaron al pueblo de San Isidro, donde el fugitivo pasó la noche. En el cuarto de hotel encontraron un puñal y una pistola sin balas. Valentino les llevaría un kilómetro de ventaja e iba hambriento y atemorizado. Media hora después le dieron alcance. El comandante hizo varios disparos al aire y la presa se entregó sin oponer resistencia.

Versión II El operativo estuvo a cargo del comandante José Obregón Lima, quien coordinaba a quince efectivos y tres vehículos. En la habitación donde encontraron las pertenencias de Valentino también descubrieron una muda de niño. Para esos momentos los asesinos les llevaban tres horas de ventaja. En tanto, unos agentes dieron con el buick abandonado en Pachuca y Ricardo Barbosa y Román Castañeda eran detenidos en la capital. Valentino se entregó a unos kilómetros del hotel. Los agentes lo reconocieron en San Isidro, corriendo en descampado. Dispararon al aire y, exhausto, alzó las manos en señal de rendición. El México fue el último en ser detenido, meses después. En su declaración negó todo. Dijo que se había mantenido fuera de la casa, vigilando. Señaló a Valentino y al Chundo como los torturadores y homicidas. Seguí solo después de dejar a Pancho Valentino. Fui a San Luis Potosí, Lagos de Moreno, Durango, Matamoros, luego a Chihuahua y finalmente llegué a Ciudad Juárez. Cuando se me acabó el dinero trabajé de cargador y de lo que pude. En Ciudad Juárez descargué trocas en un mercado, me hice de amigos que me ayudaron sin saber lo que había hecho. Me detuvieron en la calle mientras platicaba con un mesero. Un agente me acusó de un robo ahí mismo, para distraerme. En la delegación otro agente me preguntó si mi padre se llamaba Jesús Vallejo, respondí que sí. Y aquí me tienen.

Versión III Rafael Rocha Cordero detuvo a Pancho Valentino y al México. El agente se trasladó a Coahuila y Durango en tanto las fotografías de ambos circulaban por el norte del país. Rocha Cordero se enteró de que

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Valentino había huido a Reynosa, donde encontró el hotel en que se hospedaba con su hijo. La policía local le informó que había dado con un maletín que guardaba ropa de los prófugos y algunos de los objetos robados. Sólo el maletín y la ropa volvieron a la ciudad de México. Luego de recorrer algunas rancherías el agente encontró, abandonado, a José Manuel. El niño tenía un mensaje escrito a mano por su padre: Agradeceré a quien corresponda recoja a mi hijo que dejé en la ranchería Ejido de Guadalupe, kilómetro 15 carretera de Matamoros, en Reynosa. La casa donde lo dejé pertenece al señor Juan Degollado. Favor de entregar al niño a su abuelita, que vive en Gacetilla número 18, colonia Azcapotzalco. La madre de Valentino se enteró por los periódicos del lugar donde estaba su nieto. Se presentó en la oficina del comandante Manuel Mendoza y luego de identificarse como Rosa Manrique viuda de Vázquez solicitó la custodia del menor, que le fue denegada. El pequeño fue enviado a una casa de cuna. Esa misma noche un policía interceptó en Azcapotzalco una carta dirigida a Luis de la Morena, cuñado de Valentino: Señor: Si alguien lamenta esta situación soy yo, obviamente por cuestión de mi madre y cuatro hijos varoncitos. Bueno, escúcheme. En una forma u otra trataré de eludir dicha responsabilidad que me atribuyen hasta que efectivamente y evidentemente se me compruebe. Le ruego de la manera más atenta se limiten a que dentro de mis relaciones, especialmente con mi familia, sean lo más posible discretos, pues nadie es responsable de mi conducta más que yo, puesto que cuento con treinta y ocho años de edad. Muchas gracias y mis respetos a usted y a todas las corporaciones policiales. Rocha Cordero y su grupo supieron que Valentino intentaba cruzar a caballo la frontera con Estados Unidos. En tres horas de persecución a galope le dieron alcance y lo arrestaron sin que opusiera resistencia. En principio, Valentino negó su participación en el crimen. Sin embargo, tuvo que aceptar su culpa al serle leída la declaración del Chundo y presentados los lentes que arrojó en la estancia del clérigo. Fue entonces cuando intentó conmover al juez con su verborrea oral y escrita. Barbosa, Valentino, Linares y Alejo fueron sentenciados a treinta y tres años de prisión. Castañeda a ocho. Los otros cómplices, que

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si bien no participaron en el asesinato resultaron acusados de encubrimiento, vagancia y malvivencia, alcanzaron penas de cinco años y libertad bajo fianza. Barbosa apeló la sentencia y el juez Celestino Porte Petit redujo su condena a trece años. Valentino, Linares y Alejo interpusieron un amparo que les fue negado.

De huésped de la Gayola a los muros de agua En Lecumberri, Pancho Valentino, el México y el Chundo se convirtieron en temibles mayores de crujía. Extorsionaban, golpeaban y vivían de su fama solapados por las autoridades del penal. A los pocos años Valentino solicitó un permiso para dar clases de lucha a los reclusos. Meses después organizaba torneos en un ring instalado en uno de los patios. Una mañana el jefe de celadores descubrió una cuerda gruesa pintada de gris que pendía de un muro. Supuestamente reemplazaría a las del ring, ya gastadas. De inmediato se puso a investigar. Era una oportunidad para intimidar, corromper y reafirmar su poder. Un recluso delató a Valentino, sus amigos y a otros más a los que el ex luchador había enseñado su arte como elemento esencial para lograr la fuga. El plan consistía en escalar por la soga, llegar a uno de los dos garitones, matar al vigilante, saltar al siguiente garitón, eliminar al vigía y, por último, ganar la calle. Con esa información el celador se dirigió a la celda de Valentino y, pistola en mano, lo obligó a acompañarlo a donde estaba la cuerda. Ahí le ordenó trepar por ella. Luego, haciendo señas con el arma, apartó a los vigilantes. —¡La cosa está fácil, Pancho! –gritó–. Vas a intentar un salto hasta la otra garita y cuando estés en el aire dispararé una sola vez: si fallo, me comunico de inmediato con los guardias de aquel lado de la barda para que te dejen ir. Te doy además mi promesa de que nunca te volverán a agarrar. No te queda de otra. Si no lo haces, te mato aquí mismo y diré que tuve que hacerlo porque intentabas fugarte. La reata será la prueba de que digo la verdad. Aterrorizado, Pancho Valentino confesó y pidió perdón. “¡No sé por qué lo hice! ¡Les juro que no sé lo que me pasa!” Ya en su celda fue severamente golpeado por los celadores. A sus cómplices les aplicaron la misma dosis y una vigilancia especial. Valentino fue enviado a las islas Marías. Lo tomó de buen modo. No iba solo, lo acompañaba el Chundo. Ahí se dedicó a levantar pe-

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sas que él mismo fabricaba, a pintar al óleo y a atender un comercio de artesanías hechas por los colonos. Construyó una casita. Llevaba una vida tranquila, a pesar de que seguía odiando a los curas. Según Juan Manuel Martínez Macías, el clérigo del penal al que apodaban Trampitas por su afición a la baraja, Valentino se le apersonó un día, amenazante: —Yo soy el Matacuras… Trampitas no se amilanó, ni esa vez ni nunca. En cierta ocasión Valentino le preguntó si descendía de judíos. —¿Qué, te duele? –lo increpó el padre. —No se me mosquee; lo que pasa es que yo quiero mucho a los judíos. —¡Pues quiéreme! Desde entonces se hicieron amigos. El ex luchador le regaló una de sus pinturas. Era un Cristo de David que, inclinado, derramaba su sangre sobre las islas. Llevaba una dedicatoria en el reverso: Al bueno y humano padre Trampitas, quien sembró en mi alma el amor a Cristo: creo que mi Redentor vive y en el cielo lo veré. Firma, Pancho Valentino. En las Marías había un estadounidense que purgaba condena por un asesinato en Tijuana. Se hizo encerrar en México para evadir la justicia en su país por otro homicidio que se le imputaba. Fue él quien advirtió al padre de las intenciones de Valentino: —Cuídate, porque anoche me invitó a matarte. No acepté porque te debo la salud de mi esposa y mis hijos. Un 2 de enero de 1967, después del toque de queda, tocaron a la puerta del sacerdote. Era Valentino. —¿Estamos solos? –preguntó. —Nomás Dios está con nosotros –respondió Trampitas. —Vámonos. Camine al sagrario –ordenó el reo. Una vez ahí, miró fijamente al cura mientras lo empujaba del pecho. —¿Qué es lo que quieres? —Enséñeme cómo reza con Dios. A ver, ¿cómo? Dígame ya. ¡Ja, ja, ja! —Ya sé a lo que vienes, Pancho. Lo que has de hacer, hazlo pronto. No meteré las manos. Trampitas se hincó abierto de brazos y esperó con lágrimas en los ojos. La expresión de Valentino cambió y, mirando a una imagen de la Virgen de Guadalupe, comenzó a gritar: —¡Ya no, madrecita, ya no! ¡Ayúdame! –entonces se fue sobre el sagrario y lo destruyó–. ¡Señor, perdóname! ¡Hace diez años un

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sacerdote tuyo moría entre mis manos asesinas! ¡Mátame si quieres, pero perdóname! El luchador se arrodilló frente al padre y, abrazados, lloraron uniendo sus rezos al sainete. A la mañana siguiente, las campanas de la parroquia tañeron festejando la primera comunión de Valentino. Desde entonces asistió a la misa de rodillas, mientras los demás reclusos ya se postraban frente al altar. Dejó de blasfemar, aun cuando lo mandaban a cortar pencas con machete, picar piedra, hornear cal o traer leña. Fabricó una cruz de madera de setenta kilos con la que todos los viernes subía y bajaba un cerro. Luego, montado en una bicicleta a la que le ataba la misma cruz, daba una vuelta a toda la isla. Era una ruta de sesenta kilómetros. Ello le ganó un nuevo mote: el Loco. Un mes antes de conseguir su libertad, en octubre de 1977, se confesó en la casa de Trampitas. De regreso en su barraca cenó y se fue a dormir. Poco después lo sorprendió uno de sus ataques epilépticos que lo dejaban sin sentido. Murió asfixiado por su vómito. Fue sepultado en el cementerio de las islas, cerca de José Rodríguez, el Sapo, un multihomicida de cristeros. Antes de morir, el cura Martínez Macías pidió que lo enterraran cerca de sus dos mejores amigos.

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NUEVE ESTANCIAS EN EL DESIERTO Enrique Rentería* y Ernesto Godoy** (México) Finalista

PRÓLOGO 1985

E

n las raíces de una magnolia que ella misma sembró en su casa de la calle Xochicaltítla, Coyoacán, son sepultadas las cenizas de la poeta y pintora Aurora Reyes. Su hijo HÉCTOR coloca una placa con unos versos que su mamá escribió a la magnolia: “Hoy, blanca y luminosa, /naciste Yololxóchitl:/ magna flor de las flores,/ La luna es tu diadema cuajada de diamantes./ Hoy, blanca y luminosa,/ naciste, Yololxóchitl”. 1. ESTANCIA DEL PRIMER INFINITO, 1913 La niña AURORA tiene 5 años. En el desierto de Chihuahua, observa sin temor una tarántula. Descubre en la arena peces transparentes como cristales. Alza un pez vidrioso que se le quiebra en las manos. En las nubes moradas y naranjas de la puesta del sol ve la forma de un unicornio. Su mamá LUISA la encuentra y la regaña, pues le advierte que el desierto es un abismo que puede tragarla. Al día siguiente la encierran para que no salga, como ya es su costumbre, pero ella escapa y ve el atardecer luminoso. Hay un león en las nubes y una lejana columna de humo se eleva en el horizonte. Mientras su mamá la lleva de vuelta a casa, oyen cuetes. Mamá LUISA dice: “Qué raro, cuánto cuete.” Un vecino llega a caballo para avisar que son balas de revolucionarios enfrentándose a federales. Es la Revolución y se tiene que encerrar. Dos días después, las gallinas de AURORA andan muriéndose de sed. Llena una tinaja y la lleva al centro del patio. Las gallinas


se amontonan para beber. La niña va a entrar a la casa cuando se escucha un ruido tremendo. Una bomba estalló exactamente en la tinaja, haciendo volar plumas de todas las gallinas muertas. Mamá LUISA abraza a la niña ilesa y asegura que su hija eligió vivir desde que tardó tres días en nacer. El papá de Aurora, el capitán LEÓN REYES, hijo de Bernardo Reyes, parte una noche, avisando a su mujer que han sacrificado al abuelo de Aurora (hecho que inició la decena trágica). Deja algo de dinero y un recado que dice: “Ignoro cuándo nos volvamos a ver”. Un año después, AURORA contempla en la arena del desierto a un Dorado de Villa, muerto, montado aún en su caballo. Hombre y animal son esqueletos, jirones de ropa cabalgando en el viento. Un mercader ÁRABE trepado en su carreta sale del desierto. Pregunta a la niña por la señora Luisa. Trae una carta de León Reyes ordenando que saquen el dinero de una viga, que vendan los muebles y en compañía del árabe se vayan a la Ciudad de México. Durante el peregrinar en la carreta, los coyotes intentan atacarlos, pero el ÁRABE entona un rezo y los aleja. AURORA ve a unos federales que los detienen con intención de saquearlos. Se ven tan agotados que Mamá LUISA les ofrece algo de carne salada. La comparten con ellos. Siguen su viaje y se topan por fin con un río. AURORA ve a un hombre de pelo rojizo abrazando a su mamá. Es papá LEÓN, que las esperaba disfrazado. El emotivo encuentro tiene lugar mientras el río arrastra cadáveres de la Revolución.

2. PRESENCIA DE LA MAÑANA, 1922 AURORA sale de la escuela República de Cuba, en la Ciudad de México. Va tomada de la mano de FRIDA KAHLO. Son unas hermosas adolescentes de 14 años, rodeadas de compañeros. Una PREFECTA de lentes, de unos 20 años, las vigila. Afuera de la escuela de pintura de San Carlos, AURORA y FRIDA ven a un grupo de pintores y se dirigen a saludarlos, en especial a un joven, DIEGO RIVERA. AURORA le enseña unos dibujos de su cuaderno. Burlándose de la jovencita, DIEGO arroja el cuaderno y le pregunta: “¿Dónde están sus dibujos?, los verdaderos”. Rabiando, AURORA se va a su hogar en una vieja vecindad de la Lagunilla, donde su padre se ha tenido que refugiar desde que todos lo familiares de Bernardo Reyes, enemigo del régimen, fueron

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condenados a muerte. Su padre ha recibido noticias de la PREFECTA. Le cuenta que Aurora sostiene conversaciones ilícitas con Rivera y otros maestros de San Carlos. Además, su preferencia por los muchachos en la preparatoria la convierten en “libertina” y “jefa de banda de ladrones en potencia”. LEÓN le exige a su hija el respeto que le debe a él y al Gran Arquitecto del Universo. AURORA, furiosa, se niega. LEÓN desenfunda su revólver y apunta al corazón de su hija, ella responde arrancando los botones de su blusa, mostrando sus pequeños senos y diciendo: “!Dispare si es tan hombre!” LEÓN rompe en llanto. Al día siguiente, AURORA busca a la PREFECTA en el patio escolar. Con el primer golpe le tira los lentes y le hace tragar tierra; sus compañeros las rodean gritando a voz en cuello. AURORA vence y le da de puntapiés. Por la noche, espera en la puerta de la vecindad a su padre para enseñarle el comunicado de expulsión de la preparatoria y otro donde la aceptan en la carrera de pintura de San Carlos. Una noche, en el salón de FERNANDO LEAL, AURORA observa desde un rincón, fascinada y espantada a la vez, a unos artistas que se saludan con la frase “¿Qué tal el infinito?” Se pasan una olla de barro que se usa para guardar pinceles, y dentro de ésta pronuncian frases secretas. La olla va de mano en mano, cada uno escucha primero lo que ésta les dice. Al finalizar el círculo, se ha creado un poema. Al preguntarle a AURORA qué le parece, ella responde que es un galimatías del demonio, causando la risa del grupo de “estridentistas”, el torbellino cultural de la época. Al salir de San Carlos, uno de ellos le explica que quieren entonar la canción del infinito. Y en efecto, los otros se pierden entre las calles del centro tarareando diversas canciones. El amigo de AURORA la besa. Cerca de la pareja pasa un hombre de lentes, osco y callado, cargando un rollo de papel enorme. Atrapada por la curiosidad de aquella persona, AURORA propone seguirlo. Lo hacen. El hombre entra a la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso. Extiende el rollo de papel: son los primeros bocetos de tamaño natural para el fresco “Hombre luchando contra un gorila”. En silencio, AURORA observa al manco JOSÉ CLEMENTE OROZCO trazando con firmeza sobre su inmenso bocetaje. A los 16 años, AURORA tiene un hijo de su amigo “estridentista”. Papá LEÓN averigua que el hombre, de 38 años, se ha casado varias veces y tiene otra esposa; lo mete a la cárcel. El hombre ase-


gura a las autoridades que Aurora sabía que era casado, lo cual la hace cómplice de adulterio y la arrestan. A los 16 años, con su hijo de 3 meses, AURORA está tras las rejas. Papá LEÓN, que ha sido reivindicado por el gobierno y retomó su grado de capitán, llega con soldados para sacarla. Amenaza al comandante de la policía con entrar a fuego y balas por su hija. Se la entregan y sale con ella y su nieto. Mamá LUISA los recibe y AURORA le cuenta que los presos la apodaron “La cachorra” por ser hija de León.

3. MEDIO DÍA DESNUDO, 1934 AURORA vive con sus dos hijos en la residencia de JORGE DE GODOY. Tiene una mala relación con el poeta, que es alcohólico y resentido, además de que critica la exposición colectiva donde Aurora participó. Ella sobrevive como maestra de pintura y dibujo en las primarias del D.F. La visita su amiga sindicalista, CONCHA MICHEL. Comentan su intención de crear guarderías para maestros, ya que AURORA ha sido nombrada Secretaria de Acción Femenil de la SEP. Ha pasado un año de Cardenismo; la relación amorosa de Aurora empeora. Ella, CONCHA y otras amigas celebran en una cantina (donde el único hombre es el cantinero) la apertura de la guardería número 5 de la SEP. Una mujer alaba los abortarios de servicio gratuito y proclama el amor libre. AURORA le critica su querer ser como un hombre, con todos los vicios y ninguna de las cualidades, que sea la copia de imagen de las mujeres soviéticas y las campesinas, pero sin traer la pala al hombro y trabajar en el campo. Apunta el hecho de que las mexicanas solo quieran caminar como soldados, con voz ronca y cortante. “Somos una mala caricatura del hombre”, afirma. Su interlocutora la acusa de reaccionaria. AURORA le asegura que izquierdismo y machismo son dos valores diferentes, pero se están mezclando por culpa de ellas, pues nunca se toma en cuenta a las mujeres para asuntos claves de emancipación. Finalmente, le dice a la necia: “La femineidad se impone”, dándole un golpe en la quijada para dejarla tendida y sin sentido antes de retirarse elegantemente. Al llegar a su casa, JORGE DE GODOY le avisa que mama Luisa se llevó a su nieto, a quien trae con el pelo largo y parece niña. Papá


León ordenó cortarle el pelo. Termina su relación con el bruto que no sabe cuidar lo que ella quiere, y al ir en busca de su hijo, llega su amiga CONCHA a buscarla. Algo anda muy mal en las guarderías. Van a una y se encuentran con que dos bebés han muerto. Ya han sucedido varias muertes consecutivas de niños amamantados por mujeres empleadas para tal fin. Un doctor les explica que esa arbitrariedad cobró sus víctimas: los niños reciben su alimento sin afecto y en situaciones forzadas, el alimento no sustenta a las creaturas y mueren. “Eso les pasa por creer que una mujer puede aprender a ser la madre de todos los niños”, les dice el doctor indignado. En un jardín, AURORA ve a su hijo con el pelo cortado jugar. Acaricia uno de sus rizos enojada. Al fin lo suelta al aire mientras oye la voz de mamá Luisa: “Estos asuntos se determinan con el corazón y no con la cabeza”. AURORA protege a sus dos hijos de JORGE, que borracho le reclama por querer terminar con él. En un arranque de celos, le rompe una botella en la cara. El niño JORGE, de 3 años, llora escondido en un rincón. AURORA abraza a su hijo HÉCTOR, de 5 años, y le descubre en la bolsa de la bata una pistola escuadra calibre .22. El niño le dice: “Si te vuelve a tocar, lo mato”. Su imagen se funde con la de sus cuadros: “Niño enfermo” donde un niño acaricia a un gato, y “Mujer de la guerra”, en el cual una mujer que empuña un rifle carga a su niño enfermo o muerto.

4. DINÁMICA DEL AGUA AUSENTE, 1939 En una humilde escuela de la Habana, Cuba, bajo una manta que anuncia: “SESIÓN SOLEMNE EN HONOR DE LAS DESTACADAS EDUCADORAS MEXICANAS”. Todos se abanican por el calor. Una mujer con acento cubano presenta a AURORA como una de las fundadoras de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), que ejerce solidario combate cultural por la república española, en guerra civil. AURORA, modesta y con humor, lee un poema de Nicolás Guillén, sin dejar de notar a un hombre de blanco que se espanta las moscas aburrido. Al preguntarle a la maestra cubana quién es el irrespetuoso, ella indica que es el autor del poema que leyó. Por la noche, mientras baila con GUILLÉN en una animada fiesta en el patio de la escuela, él le dice que cuando le avisaron que iría la primera muralista mexicana la imaginó en overol y con ojos de sapo como el maestro Rivera. AURORA le asegura que en poco tiempo se parecerá a Diego, pues ya en sus treintas ha embarnecido

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su figura. Sobre sus risas se escucha el lejano traqueteo de metralletas. Se hace un silencio sepulcral. Ante la mirada interrogante de AURORA, el poeta asegura que las guerras de los gángsters de Chicago aún sobreviven en La Habana. La fiesta vuelve a empezar con mayor brío. Llega el pintor RENÉ PORTOCARRERO, y al ser presentado con AURORA surge una atracción entre ellos. Van en compañía de otras personas al estudio del pintor, quien muestra su último cuadro y propone ir a una ceremonia de culto cubano. Una mujer negra baila poseída por el frenético ritmo de tambores. Las caras de PORTOCARRERO y AURORA son iluminadas por la fogata en medio de la selva.

5. TORMENTA DE POLVO En México, la cámara recorre el mural “Atentado a las maestras rurales”, en el Centro Escolar Revolución. Las figuras del mural parecen iluminadas por el fuego. En la pequeña explanada frente a la escuela, maestras y alumnas hacen guardia ante varias fogatas, algunas con cananas. La escena parece arrancada de la Revolución. Un taxi se detiene y baja AURORA con su maleta, recién llegada de Cuba. Se le acercan unas madres de familia que la conocen y les pregunta qué sucede. “Quieren tirar la escuela para abrir un estacionamiento de Televicentro... y la vamos a defender, maestra Reyes”. Al amanecer, unos trabajadores observan inmóviles, con picos y mazos inútiles, al grupo de mujeres frente a la escuela. Entre ellas está AURORA como una de tantas. En el desierto de Chihuahua, el viento sopla silbante y desentierra “Retrato de la Kropuskala” y “La Peque”, retrato de la escritora Josefina Vicens. Por último, “El niño y la estrella”. Las tres son pinturas de Aurora.

(PARÉNTESIS) AURORA y CONCHA caminan a lo largo de la alberca, FRIDA, sentada, observa y fuma. El hombre que nada da la última vuelta de campana y cruza la alberca de unas cuantas brazadas, sale de la superficie del agua y se asoma en la otra orilla de la alberca. Descubrimos que es el GRAL. LÁZARO CÁRDENAS (entonces presidente

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de la república) que sale del agua de un solo impulso. ECHEVERRÍA le entrega la bata al GRAL. SÁNCHEZ TABOADA, que se la coloca en la espalda. LÁZARO CÁRDENAS se amarra la bata y les dice a las tres mujeres: “Está bien, si queremos elevar el nivel nacional y poner a la mujer mexicana a la altura del reto que enfrentamos, vamos a Juchitán, vamos a Oaxaca para que me enseñen cómo funciona el modelo del matriarcado”. Las tres mujeres se ponen felices. Van en el carro del tren el GRAL. LÁZARO CÁRDENAS y el GRAL. SÁNCHEZ TABOADA, entonces jefe de guardias presidenciales. En la sombra, su asistente, el joven LUIS ECHEVERRÍA, y DIEGO RIVERA observan fascinados a las tres mujeres: a AURORA, que hace unos apuntes a lápiz, a FRIDA, que fuma y acaricia su bastón, y a CONCHA, que toca su guitarra y canta su “ARREGLO RELIGIOSO A EMILIO PORTES GIL (1928)”: “...y los arzobispos dicen: venga el oro a mi poder...” CÁRDENAS aplaude, ECHEVERRÍA suda y limpia sus lentes. CONCHA sigue cantando: “...échenle fuego a la lumbre señores, sigan su farsa...” El GRAL. SÁNCHEZ TABOADA echa un grito ranchero, AURORA y FRIDA comparten un cigarro. ECHEVERRÍA intenta sonreír, suda mucho. CONCHA, con todo ímpetu: “...¡Qué divina trinidad! Lástima que sea de machos; quizá también por milagro, ¡vayan a parir muchachos!...” Los generales LÁZARO CÁRDENAS y SÁNCHEZ TABOADA disfrutan aplaudiendo y se ríen a carcajadas. ECHEVERRÍA no puede más, sale al pasillo casi asfixiándose y abre la ventana para sacar la cabeza y tomar bocanadas de aire. Ya en Juchitán, DIEGO es abrazado por la gente y llevado al mercado. FRIDA, CONCHA y AURORA presentan a los GENERALES y al asistente ECHEVERRÍA con su amiga ESTELA RUIZ. Los dos GENERALES se crispan un poco, ambos han quedado flechados por la bella juchiteca. Se separan un poco del grupo, discretamente ambos hombres se encañonan las tripas con sus revólveres y se preguntan cómo le van a hacer. El GRAL. LÁZARO CÁRDENAS saca un “centenario de oro” y tira la moneda al aire. El GRAL. SÁNCHEZ TABOADA pide sol, CÁRDENAS águila. CARDENAS destapa entre sus manos la moneda de oro para descubrir que su jefe de guardias presidenciales le ganó el volado. Ambos guardan sus pistolas y se dan la mano. CÁRDENAS dice: “Ni hablar, compadre, me la ganó”. En una opípara cena entre varios convidados que lucen los trajes típicos de la región y están sentados, comiendo y bebiendo de acuerdo a los usos y costumbres juchitecas, donde CÁRDENAS baila

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con FRIDA en su silla de ruedas, ECHEVERRÍA observa desde lejos, DIEGO baila con AURORA, CONCHA toca su guitarra y canta acompañada por una banda típica oaxaqueña. El GRAL. SÁNCHEZ TABOADA es discretamente llevado de la mano por ESTELA RUIZ hacia la oscuridad. SÁNCHEZ TABOADA hace el amor con ESTELA RUIZ. Ella, taimada, le reclama su virginidad, él la tranquiliza y le entrega un puño de monedas de oro para que se confeccione el mejor vestido de novia de toda la región; le da su palabra de que regresará para casarse con ella en una gran boda oaxaqueña. ESTELA RUIZ comunica el compromiso a sus tres amigas, que bailan de felicidad. FRIDA les advierte que el general Taboada es un hombre casado. ESTELA confirma la promesa de divorcio del general y le pide a AURORA que le ayude con los preparativos de la boda. En la Ciudad de México, el GRAL. SÁNCHEZ TABOADA desayuna unos huevos rancheros que su ESPOSA le lleva a la mesa. ECHEVERRÍA pide permiso para entrar y le entrega unos documentos para su firma; pregunta si el GRAL. CÁRDENAS piensa mandar más petróleo a los alemanes. El pueblo entero de Juchitán viste de fiesta y observa expectante a ESTELA RUIZ, que está sentada en un trono, regiamente ataviada de novia con el traje típico juchiteco y joyas de oro. AURORA, con un carboncillo en la mano, observa a ESTELA y dibuja un ojo incendiado. ESTELA mira fijamente al horizonte. Detrás de ella, la puesta de sol pinta de morado las nubes. LÁZARO CÁRDENAS toma por la nuca al GRAL. SÁNCHEZ TABOADA y le muestra una fotografía en la que ESTELA RUIZ viste un traje típico juchiteco con su resplandor blanco. Le pregunta: “¿Qué vamos a hacer al respecto?” Cientos de planillas de billetes de diez pesos, con el rostro de ESTELA RUIZ en el centro, salen impresos de las máquinas de la Casa de Moneda del Banco Nacional de México.

1. PARÁBOLA DE LA FATIGA, 1955 AURORA firma un cuadro recién terminado. LUIS ECHEVERRÍA observa el cuadro atónito, lo cubre con una sábana y le dice: “En la noche te mando el dinero”. AURORA replica “¡No, no y no! Estás loco”, a lo que ECHEVERRÍA responde “Tiene que ser para mi ge-

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neral Taboada”. ECHEVERRÍA carga el cuadro y se lo lleva. En la puerta de su residencia, la ESPOSA de Sánchez Taboada le informa a ECHEVERRÍA que el general se encuentra de fiesta celebrando su cumpleaños. En la sala de la casa del general, ECHEVERRÍA coloca el cuadro sobre la chimenea, frente a la cual hay un elegante sillón de piel. Entre varios convidados que celebran, el GRAL. SÁNCHEZ TABOADA, con un sombrerito de cumpleaños, abraza a un par de mujeres jóvenes con el torso desnudo y sopla las velas de un pastel. El GRAL. SÁNCHEZ TABOADA se sienta en su sillón con un puro en una mano y una copa de coñac en la otra. Tiene la mirada fija en el cuadro que LUIS ECHEVERRÍA dejó sobre la chimenea. El desfile del día primero de mayo da inicio. Entre los generales se preguntan por la ausencia del entonces general de marina Sánchez Taboada, haciendo alusión a su puntualidad. La ESPOSA de Sánchez Taboada da un grito, se cubre la boca y sale corriendo de la sala. La copa de coñac está derramada en la alfombra junto al puro y la mano del GRAL. SÁNCHEZ TABOADA cuelga sin vida a un lado del sillón. El cuadro sobre la chimenea es LA NOVIA DE ORO, retrato de ESTELA RUIZ pintado por AURORA REYES en 1955.

2. ESTANCIAS DEL OLVIDO, 1968 Mientras juega baraja con unos amigos y comentan los sucesos del movimiento estudiantil, así como el arresto de su amigo Pepe Revueltas. Un elegante carro negro se estaciona afuera del número 62 de la calle de Xochicaltítla, en el centro de Coyoacán. Se baja un chofer a abrir la puerta de atrás del auto y desciende el entonces candidato a la presidencia de la república mexicana, LUIS ECHEVERRÍA. Toca el timbre, luego golpea tres veces con la mano extendida el zaguán metálico de la casa. AURORA (de 60 años) se asoma por la ventana de su recámara en el primer piso. ECHEVERRÍA se emociona al verla y le grita: “Cachorra, cachorra, me dieron la grande y te quiero a ti para Bellas Artes, quiero que seas la primer mujer directora de Bellas Artes”. AURORA desaparece de la ventana. Abre la puerta y él extiende los brazos como para abrazarla, pero AURORA, sin darle oportunidad de hablar, le dice: “Yo no hago tratos con asesinos, y tú vas a chingar a tu madre”, dándole un portazo en las narices.

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AURORA es alertada de que la van a arrestar por haber mandado una postal a Echeverría, aún secretario de gobernación, con una mujer llorando y unas crucecitas que ella misma dibujó sobre unas ruinas prehispánicas. Con ayuda de un amigo psiquiatra, se finge loca e ingresa bajo un nombre falso al manicomio de La Castañeda. Cada vez que le quieren dar electroshock se pone a dibujar frenéticamente y las enfermeras la dejan en paz. Lee a las locas poemas de León Felipe y les asegura que un día el poeta mismo abrirá las puertas del manicomio. Una de las más afectadas le dice que es mentira, jura que el poeta ya murió y todas juntas lloran con profunda tristeza. Al salir de La Castañeda, AURORA ve en la calle que todo permanece igual a pesar de los muertos en el México Olímpico. Sola en el bosque de Chapultepec, AURORA rodea con una camisa de fuerza que robó la escultura de Don Quijote y Sancho. Se sienta bajo ésta, pesada, desilusionada, casi rota. Se escucha el poema “VENCIDOS” de León Felipe cantado por Serrat.

3. ARQUITECTURA DE LA LUNA, 1977 AURORA ve con su hijo HÉCTOR, que es actor, una película que éste protagoniza llamada “La mujer murciélago”, donde pelea con un monstruo en la playa. Ante la amenazante criatura disfrazada con plástico, AURORA le comenta divertida a su hijo que el monstruo es el realismo socialista y él representa a los niños bonitos del arte moderno como Cuevas y demás hijos de la zona rosa. Luego propone que vayan a pasarle la película a los loquitos. A sus 69 años, con un par de ayudantes, ANTONIO PUJOL y TATIANA, AURORA pinta su mural “El primer encuentro” en la sala de cabildos de Coyoacán. En un momento de fatiga sale a caminar y ve que un viejo bolero está encima de un niño. Éste embarra de forma abusiva grasa negra de zapatos sobre la cara del bolerito de 9 años, que llora. AURORA, indignada, le da una patada en el culo al viejo, que sale huyendo. Ayuda y le limpia la cara al niño que la observa sentado en su cajón de bolear. Le pide su nombre y el dice llamarse QUINCHO Barrilete. Ella le pregunta que si quiere ser su ayudante. QUINCHO, desconfiado, se niega. AURORA pregunta si cree que se lo va a comer y señala su rolliza figura. El jovencito acepta ayudarle si le enseña a hacer monos.

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4. RETORNO AL DESIERTO HUMANO, 1985 Muy enferma y en cama, AURORA recuerda con su hijo HÉCTOR cuando fueron a un baile de disfraces en San Carlos. Iba disfrazada de sirena y salió tan borracha que su hijo apenas podía cargarla. Mientras, se ven en flashbacks imágenes del agradable recuerdo. De modo fugaz, AURORA muere en una sonrisa. En el desierto de Chihuahua se ve una magnolia floreciente mientras el grupo LA CASTAÑEDA canta la “NOVENA ESTANCIA”, un poema de Aurora musicalizado en rock, y la niñita AURORA busca peces de cristal en la arena. Los nietos y bisnietos de Aurora recorren y observan los murales del Auditorio 15 de Mayo, en la Sec. 9 de la CNTE, en Belisario Domínguez # 32, Centro Histórico. Se encienden todas las luces. Observamos las imágenes de los murales TRAYECTORIA DE LA CULTURA EN MÉXICO, PRESENCIA DEL MAESTRO EN LOS MOVIMIENTOS HISTÓRICOS DE LA PATRIA, CONSTRUCTORES DE LA CULTURA NACIONAL y ESPACIO, OBJETIVO FUTURO. Sobre estas imágenes corren los créditos.

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ILUSIONES César Bárcenas Curtis* (México) Finalista

A

ntes del amanecer, en Playa Escobilla, municipio de Santa María Tonameca, sobre la costa oaxaqueña, una tortuga llega entre las olas del mar a la orilla. Lentamente camina por la arena hasta llegar a un paraje donde empieza a escarbar poco a poco, sin prisa. Después de unos minutos, la tortuga ha cavado un hoyo a media profundidad. Con parsimonia se acomoda sobre la cavidad para comenzar a desovar. Uno a uno, los huevos caen desde sus entrañas hasta el surco. Al finalizar, cubre con delicadeza absoluta y de manera reposada el hoyo. La tortuga, tranquila, se retira del lugar, paso a paso. Cuando llega a la orilla de la playa, las olas la cubren, desvaneciéndola mientras se vislumbra el amanecer. En un embarcadero cercano, donde se perciben los primeros rayos del sol, Ignacio, un pescador de aproximadamente 30 años, prepara las redes. Su hijo Martín, un niño de 10 años, lo ayuda a pesar de la modorra. Martín atiende mecánicamente las indicaciones de su padre, quien le exige que despierte y haga las cosas rápido y bien. Al terminar de preparar las herramientas para la pesca, Ignacio enciende la lancha, que progresivamente agarra velocidad para internarse en las aguas mientras el sol se levanta en el horizonte. Martín se aferra a una cuerda con todas sus fuerzas; no quiere caer al agua. La lancha atraviesa el mar, desapareciendo entre el imberbe haz luminoso del sol. Cuando termina la jornada, Ignacio entrega la pesca del día en la cooperativa. Alfonso, un cuarentón malhumorado, le reclama que cada vez trae menos atún. Ignacio culpa a los barcos pesqueros de las grandes compañías y a las vedas impuestas por el gobierno. Alfonso le avisa que habrá junta para discutir un asunto con respecto a la cooperativa.


De uno en uno, los pescadores se acercan al punto de reunión de la cooperativa. Álvaro, señor de unos 60 años y líder de la mesa directiva, pide silencio; Martín se acerca para escuchar. Álvaro habla acerca de la crisis por la que atraviesa el negocio. Les explica que hay una propuesta de una empresa japonesa que está interesada en comprar las acciones de cada uno de los integrantes de la cooperativa, así como sus embarcaciones. Además, los que así lo deseen pueden ser empleados en las flotillas de la empresa. Ignacio levanta la voz en contra de la propuesta. Señala que no se puede vender tan fácil lo que tanto les ha costado construir y que para él es la herencia y el futuro de sus hijos; por la memoria de sus antepasados, no deben vender. Álvaro contesta que no se puede tomar en cuenta únicamente la decisión de una sola persona y pide que levanten la mano los que están a favor de analizar la oferta de los japoneses. La mayoría de los cooperativistas levanta la mano. Álvaro le dice a Ignacio que debe aceptar la decisión de los demás, y éste se retira de inmediato, molesto e indignado, convencido de que él no está a la venta. *** Martín camina en la playa de regreso a casa con la pesadez de que mañana hay que volver a empezar. Dos niños, Edgar y Luis, juegan fútbol sobre la arena. Martín los rodea alejándose de ellos lo más posible. Los ignora, pero ellos a Martín no. Edgar tira un balonazo que golpea a Martín en la espalda. Ambos niños ríen. Molesto, Martín patea el balón hacia el mar. Las olas lo toman y juegan tiki-taka con él. Edgar y Luis le exigen a Martín que les devuelva el balón. Él se niega, y ambos niños lo tumban a empujones para patearlo. Después de la tunda, se retiran riéndose de Martín, quien queda tendido sobre la arena. Martíne incorpora tras unos instantes y se limpia la sangre que le escurre de la nariz. Se pone en pie. Camina sobre la arena con más odio que dolor. Al anochecer, recostado sobre su cama y con un tapón en la nariz, Martín intenta terminar un dibujo de un barco hundiéndose en una tormenta. Se aburre y se desespera porque no puede seguir, así que deja la carpeta de dibujo sobre la cama. Se levanta y camina rumbo al comedor, pero hace alto al escuchar la voz de sus padres. Discuten. Martha, aún en sus veintes y en los últimos meses de un embarazo, prepara la cena mientras le dice a Ignacio que sería mejor irse en busca de mejor vida para sus hijos. Ignacio le aclara que

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no venderá su parte de la cooperativa y que no se preocupe, pues él se hará cargo. La discusión continua porque Ignacio quiere que Martha lo apoye, aunque ella le dice que debe pensar también en los demás, no sólo en sí mismo. Ignacio contesta que son pescadores y que por ningún motivo serán empleados de una empresa. Recalca con vehemencia que Martín debe prepararse para ser pescador. Al escucharlo, Martín se retira y se recuesta nuevamente sobre su cama para continuar dibujando ese barco que se hunde en el mar en medio de la tormenta. Su trazo es nervioso, pero no le falta vigor. *** Martín y Martha cenan en completo silencio. El muchacho rompe el hielo preguntando por qué algunos pescadores se están yendo del pueblo. Su madre, sin responder, se levanta de la mesa y tira los restos de su comida a la basura, luego lleva el plato al fregadero. Después de unos momentos, Martha le responde a Martín, con un dejo de tristeza, que tal vez porque se dieron cuenta de que en el pueblo ya no hawy futuro, y que quizá ellos también deberían considerar irse, pues cuando poco a poco desaparece lo que amas y en lo que crees, te quedas sin ilusiones, sin ganas de vivir. *** Al día siguiente, la lancha de Ignacio bordea la costa mientras Martín se aferra a la cuerda hasta que se detienen en mar abierto. Ignacio lanza la red y le pide a Martín que la detenga mientras brinca al agua para extenderla. Martín jala la red, pero accidentalmente tropieza y pierda el equilibrio, cayendo irremediablemente al agua. Martín intenta salir de inmediato a la superficie, pero la red lo envuelve, impidiéndole escapar. El muchacho empieza a ahogarse. Por más que luche, es inútil, y pierde el conocimiento. Antes de que se ahogue, su padre lo lleva de vuelta a la superficie. Ignacio sube al muchacho rápidamente a la lancha para cortar la red con la intención de resucitarlo. Martín sigue inerte, pero Ignacio, decidido a revivirlo y como última esperanza, le da un fortísimo apretón en el pecho. Martín escupe un chorro de agua y tose copiosamente; ha vuelto. Ignacio le dice que debe tener más cuidado porque el mar no perdona, luego lanza con desdén la red rota al suelo de la barca. Le dice a su hijo que él no le durará toda la vida, que tiene que hacerse más responsable. Martín es un náufrago en medio del mar.

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Un viejo doctor revisa a Martín. El chico no está grave, sólo necesita reposo. El doctor le pregunta a Martha cómo va el embarazo, ella responde que bien a pesar de los sustos y corajes que la hacen pasar. El doctor sólo sonríe mientras Ignacio lo acompaña a la puerta. Martha acaricia a Martín, quien le pide que trate de convencer a su papá para que venda su participación en la cooperativa. Ella sólo atina a besarlo y abrazarlo. *** Pasa otro día. La lancha de Ignacio se interna velozmente en alta mar, manteniendo el vertiginoso ritmo hasta que divisa otra lancha; es de la guardia costera. Ignacio disminuye la velocidad hasta detenerse. Uno de los guardias le dice que hay veda de tiburón y que no puede pescar. Ignacio señala que sólo está pescando atún como toda la vida, sin embargo, el guardia le responde que debe revisar la lancha porque han detectado que varios pescadores son traficantes que llevan cargamentos de droga y otras mercancías ilegales. El guardia sube a la lancha a pesar de la molestia e indignación de Ignacio, quien evidencia que es un abuso, además de preguntarles irónicamente si los mandaron las grandes compañías atuneras. El otro guardia le pide que se calme, amenazándolo con su arma. Ignacio le insiste que en dónde quiere que pesque. El guardia le dice que ese no es su problema y que sólo recibe órdenes. Ignacio se retira, llevando la decepción y frustración a cuestas. Por la tarde, Ignacio llega al Palacio Municipal. Varios pescadores realizan un mitin a las afueras del edificio, exigiendo que se les permita pescar sin las restricciones de la guardia costera. Álvaro señala que se creará una comisión para hablar con el presidente municipal y, de ser necesario, con el gobernador para que la marina termine con el operativo. Mientras continúan los reclamos de los pescadores, Ignacio encuentra a Nicolás, un viejo pescador que le comenta que lo del operativo es una farsa, una manera de presionarlos para que vendan sus acciones de la cooperativa. Al incrementarse las protestas de los pescadores, llegan unas camionetas de la armada, y de ellas desciende un pelotón de marinos que empieza a rodear el Palacio Municipal. Varios pescadores insultan a los marinos, quienes los empujan y los amenazan con sus armas, provocando que empiecen algunos forcejeos y agresiones entre ambos bandos. Ignacio ayuda a Nicolás a levantarse después de que cae durante la riña. Le reclama a los marinos y ellos responden llevándoselo detenido. Los otros pescadores se retiran por temor a correr la misma suerte.

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*** En la cárcel, Ignacio recibe la visita de Álvaro, que está haciendo las gestiones para que lo libren. Ignacio le pide que pague la multa lo más pronto posible, sin embargo, Álvaro pone algunos pretextos. Entonces Ignacio lo increpa, señalando que se vendió a la compañía japonesa, a lo que Álvaro sugiere que unos días encerrado le harían bien para que piense mejor lo que dice. Ignacio se altera y trata de agredir a Álvaro, mas alcanzan a detenerlo antes de que lo llegue a tocar. *** En la playa, al atardecer, mientras varios niños juegan futbol sobre la arena, Martín, un poco mejor, dibuja en su cuaderno. Apenas si puede concentrarse, pues ahí está Perla, una niña de 10 años y con apariencia angelical, quien se sienta junto a él. Perla viene a despedirse. Su familia se irá del pueblo porque su papá venderá sus acciones de la cooperativa a la empresa japonesa. Posiblemente se vayan a la Ciudad de México para luego irse a Estados Unidos, donde están sus familiares. Martín extrae de su carpeta de dibujo una hoja y se la entrega a Perla. Es un hermoso retrato de ella. Perla lo admira, quedándose sin palabras ante su fiel reflejo en el papel. La mamá de Perla le llama porque están a punto de irse. Antes de retirarse, Perla le dice a Martín que su abuelo siempre decía que a pesar de que la tormenta sea larga, el sol siempre vuelve a brillar. Perla se va corriendo, tal vez para siempre, ante la mirada atónita de Martín, que intenta descifrar sus últimas palabras, para después sólo quedarse mirando el horizonte. Los niños siguen jugando futbol. *** En la cárcel, Martha discute con Ignacio. Le avisa que necesitará los ahorros para pagar su fianza. Ignacio se niega a hacerlo, ese dinero lo reservó para comprar una nueva lancha. Martha le pide desesperada que abra los ojos y vea la realidad: en el pueblo ya no hay futuro. Ignacio sigue en negación. No se dispone a salir hasta que la cooperativa pague la fianza; no se quedará sin ahorros. Ante la negativa de su marido, Martha habla con Álvaro para obligarlo que pague la fianza. Álvaro se niega en un principio, pero algunos de los pescadores de la cooperativa se unen, presionándole a que suelte el dinero y exigiéndole que renuncie como líder de la cooperativa. Álvaro pide una asamblea extraordinaria en la que se

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tome una decisión respecto a su puesto como líder. Ignacio logra salir de la cárcel y asiste a la asamblea extraordinaria. Se vota por que Álvaro siga como dirigente, muy a pesar de la incredulidad y descontento de un grupo de pescadores encabezados por Ignacio, quienes denuncian una compra de votos. Álvaro le sugiere a Ignacio que venda sus acciones cuanto antes porque podría pasar un accidente. Ignacio se abalanza sobre él, destilando odio, pero los demás pescadores lo detienen antes de que acabe con la vida de Álvaro. *** Ignacio vende su participación en la cooperativa sin aceptar ser empleado de la compañía japonesa. Decide continuar pescando por su cuenta, y con el dinero recibido compra una lancha. Comienza un nuevo día e Ignacio prepara la red para lanzarse al mar. Mientras él realiza los preparativos, Martín llega con ánimo y mayor seguridad a ayudarlo en el inicio de las labores. Padre e hijo se internan en mar abierto, sin embargo, se encuentran con una patrulla de la marina. Uno de los guardias le exige a Ignacio que le muestre su permiso de pesca. Ignacio le reclama que las autoridades no han cumplido con su palabra de tramitarlos. El guardia, haciendo caso omiso de las explicaciones, exige dinero a cambio de dejarlos pescar. Antes de que Ignacio empiece a discutir, ve que algunos pescadores se acercan en sus lanchas hasta donde está la patrulla costera. Poco a poco, los pescadores unen sus voces a la de Ignacio, reclamándole al guardia sus abusos y exigiéndole que los deje pescar para ganar algo de dinero y llevar de comer a sus familias. Ante las demandas y reclamos, los guardias les apuntan con sus armas. Aún así, los pescadores, sin temor, se quedan en pie y mirándolos de frente, inmóviles. La presión hace que los guardias se retiren, no sin antes amenazar con volver. Los pescadores celebran una victoria, pero aún queda guerra por luchar. Ignacio y Martín regresan a casa con la satisfacción de haber hecho su trabajo. Sobre el embarcadero, Martha los espera con un bebé en brazos. En la playa cercana, unas pequeñas tortugas emergen de la arena y se desplazan poco a poco hacia la orilla. Las olas las arrastran hacia el océano. Algunas morirán en el intento, pero otras tendrán oportunidad de mantener sus ilusiones de sobrevivir.

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QUIJOTE EN NEGRO José María Llobell Medina* (España) Finalista

…Abrió las mandíbulas y los músculos del cuello se le hincharon. —Ya le he dicho, mister Marlowe, que fue mi nuera quien sustrajo la moneda. La miré y ella me miró. Sus ojos eran más duros que los ladrillos de la pared de enfrente. Desvié la mirada y dije: —Dando eso por supuesto, ¿qué quiere usted que haga yo? —En primer lugar, quiero que la moneda me sea devuelta. Y en segundo lugar, quiero el divorcio para mi hijo. ¡Ah!, y lo quiero sin gastos. Usted sabrá cómo se arreglan estas cosas. Se rió mientras apuraba de un trago el vino que quedaba en el vaso… —Joven, ¿quiere encargarse del asunto, sí o no? —Contestaré que sí en el caso que me diga todo lo que hay y cuando me permita actuar como yo crea… De otra forma, si a cada paso me ha de poner dificultades, me iré y en paz.” Levantó la vista del libro y pasó su lengua seca por los labios, como quien se relame de algo gustoso, como hacía siempre. Solía utilizar un marcapáginas en forma de pistola que le regalé después de mi viaje a Londres para dejar constancia de las pausas. Aquella pausa, como todas, la hizo de mala gana, como siempre, porque le gustaría seguir leyendo, pero su vista extremadamente cansada y la hora del paseo por recomendación médica lo obligaban a dejar su pasatiempo preferido, o mejor sería decir su vida, la llamada “novela negra”: Chandler y Hammett como padres del género, y un largo etcétera de escritores, sin despreciar obras de autores europeos: Boris Vian, Simenón, o desconocidos; incluso españoles y modernos, Silva, Pedregosa… u otros que se salen fuera de las características rigurosas


del género, como Le Carré. Le resultaba imprescindible la intervención de algún ingrediente del conjunto que representa este tipo de historias, como un detective, la femme fatale, los gánster, la policía, los espías, las armas y, por supuesto, la muerte. También adoraba obras populares de investigación, de ingenio, como Doyle y su Sherlock Holmes, o Agatha Christie y su Poirot. Pero sin duda prefería ese realismo sucio característico de la escuela americana. Su dominio del inglés le facilitaba leer en versión original, y lo hacía tanto como en castellano. Con las películas del mismo género complementaba y alimentaba su imaginación para disfrutar de un mundo lleno de luces y sombras; de hecho tengo la impresión de que últimamente veía el mundo real en blanco y negro, como los toros, con reflejos de formas clásicas y expresivas. Recuerdo cómo se enfadaba cada vez que veía por casa alguna colorida revista de las llamadas del corazón, de las que compraba mi madre, tipo Hola o Semana. —Esto de la prensa rosa es un timo delante de nuestras narices. ¡Qué vergüenza! —refunfuñaba con frecuencia—. Qué lástima, ya no queda prensa interesante, como El Caso. Creo que odiaba más que el contenido los destellos coloristas propios del papel cuché. Mi padre, Alfonso Quintanilla, un hombre de 67 años, culto, serio e introvertido, famoso médico internista de la ciudad, hasta que hace unos años se le detectaron los primeros síntomas de esquizofrenia, con lo que acabó jubilándose de forma prematura. Mi madre, Matilde Pérez, una mujer recta e íntegra pero risueña y divertida, lo vigilaba y cuidaba con verdadero cariño, aunque no siempre podía, por eso me llamaba con frecuencia, para que lo fuese a buscar, hablase con él y lo tuviese controlado. Yo, Sancho Quintanilla, un joven de 30 que acababa de independizarse tras un par de años trabajando en el mundo de la publicidad por cuenta propia. Soy hijo único que siente un profundo respeto por mi madre y una gran admiración distante por lo que representaba la figura de mi padre. Nuestra relación fue poca a lo largo de la vida; lo asumía como algo normal, ya que siempre lo recuerdo trabajando y leyendo. Aquel día, como otros, se puso una larga gabardina hasta los pies, se subió el cuello y se caló su sombrero a la moda de Chicago, años 20, ropa que encontró en la profundidad del fondo del armario hacía algunas semanas. También me consta que en el bolsillo guardaba una réplica de una pistola Smith & Wesson que se compró no hace mucho. —Tómate la medicina —le requirió mi madre dándole el agua y la

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pastilla mientras le bajaba el cuello y le colocaba bien la corbata antes de que cruzara la puerta de la calle. Estoy seguro de que, como siempre, nada más salir se subía el cuello y escupía la pastilla. Según me contó Pepe, el dueño del bar La Bastilla, al que solía ir a jugar con sus amigos jubilados al dominó, a las cartas o al ajedrez, del que era un gran maestro, ese día, en lugar de pedir el habitual café en una de las mesas, se sentó en la barra y pidió un whisky doble. Pepe se lo sirvió sin salir de su asombro, mientras mi padre, apoyado sobre los codos con la cabeza entre los hombros y mirada perdida, se encendía un cigarro. Hacía por lo menos 20 años que no fumaba y hacía ya días que no jugaba con los amigos, no obstante, ellos, desde su mesa, e incluso los habituales del local, se dirigían a él en tono de broma. Pero no contestaba, hablaba cada vez menos y medía sus palabras a través de citas de los propios libros y películas que conocía a la perfección. —¡Alfonso, qué duro que eres, coño! —se mofaba Don Antonio mientras no dejaba de mirar sus cartas. —Que voy al servicio Jumprey, no me pegues un tiro —al levantarse el guasón de Gutiérrez. —¡Hostias! Aquí huele a muerto. Anda, Alfonso, investiga, a ver… —se reía el cochino de don Jorge tapándose la cara con las cartas. Mi padre, impasible, se limitaba a repasar la prensa diaria y a no dejar de mirar al infinito o algún detalle de su campo visual que le pudiera resultar sospechoso para poder poner en pie un caso susceptible de investigación. Sólo se espabiló cuando llegó al local una chica joven. Todos se apercibieron del hecho, lo que les sirvió para recrudecer la mofa generalizada hacia su persona. Dulce es la dependienta de una papelería, simpática y extrovertida, acostumbraba cuando cerraba la tienda a esperar allí a una amiga mientras tomaba una cerveza. Viste de manera muy normal: vaqueros, blusa, botas de medio tacón; es rubia y siempre lleva coleta. Una chica atractiva, pero corriente. Cuando ella se ausentó para ir al servicio, Pepe, el dueño de La Bastilla, llegó a preguntarle a mi padre con confianza. —Alfonso, ¿cómo puede ser? Si es que se te cae la baba con esa chica, ¡coño! —Mira, Pepe, cuando entró por la puerta fue exactamente como cuando el director de una orquesta da unos golpecitos en el atril con su batuta, alza los brazos y los inmoviliza en el aire —reflexivo y pensando, casi regodeándose en sus palabras. Al aparecer de nuevo la chica y situarse en la barra, con su despar-

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pajo, producto del trato habitual con gente, no se incomodó por las atenciones de aquel hombre y hasta le dio conversación, algo que mi progenitor agradeció. —Pepe, ponle otro trago a esta muñeca —dijo mi padre sin perder el gesto frío y sin lograr esconder su admiración. —No, gracias, pero, ¿me podría usted invitar a otra cosa, encanto? —siguiéndole la corriente y refiriéndose, sin duda, a alguna tapa de boquerones en vinagre o un pincho de tortilla. —Suelta por esa boquita —mi padre se incorporó del taburete y aproximó su rostro al de ella en actitud dura y chulesca. —Pues ya que se pone… alguna joya, no sé… un reloj de oro —la chica se reía, por dentro más que por fuera, llevando la broma un poco más lejos. A cuenta de la situación arreciaron nuevos comentarios en el bar, también silbidos. Incluso don Jorge, cuando se acercó a pagar a la barra, le echó la mano por el hombro a mi padre. —Eres un machote. Cómo te las gastas —con sorna y una dosis de envidia. Ante la indiferencia de mi padre, insistió. —Alfonso, tú me odias, ¿verdad? —Probablemente te odiaría si en algún momento pensara en ti — dijo mi padre mirándolo de reojo. Los ecos de aquella tarde-noche en el bar llegaron a oídos de mi madre, por lo que para la salida del día siguiente me pidió encarecidamente que lo acompañara. Y allí estaba yo, paseando lentamente con mi padre por unas calles solitarias e iluminadas cenitalmente por potentes farolas. La mínima conversación que llevábamos, llena de trivialidades, me incomodaba, ya que notaba que su mente sólo se motivaba con posibles casos sospechosos: se paró interesado ante un indigente que rebuscaba entre los contenedores, también frente una pareja que discutía acaloradamente y que se cortó de forma inmediata ante aquel intruso de su intimidad. En este sentido, intenté aliviar mi curiosidad. —Papá, ¿te consideras un buen detective? —con timidez por acercarme a un terreno personal creo que por primera vez en mi vida. Después de tomarse su tiempo, contestó para dejarme completamente planchado. —Nunca ningún buen detective se casó jamás. Cuando nos adelantó apresurado un hombre de aproximadamente mi edad, cargado de bolsas de las típicas que guardan material fotográfico de envergadura, observé que mi padre lo seguía con la

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mirada muy interesado, incluso cuando nos había sacado bastante distancia. Por ello se percató de un pequeño objeto que se le caía de la chaqueta o de las propias bolsas y que cuando llegamos a la altura se agachó a recoger. Era un pen drive de color rosa que guardó de inmediato. Sorprendido por la acción, tardé en reaccionar. —¡Papá, dame eso inmediatamente, hay que devolvérselo a su dueño! —dije muy en serio, ofreciéndole mi mano. —Métete en tus asuntos —me contestó con un manotazo, rotundidad y gesto altivo. Empecé a buscar infructuosamente a aquel hombre por las calles perpendiculares a la de nuestra marcha, pero ya había desaparecido. Me contó mi madre que aquella noche lo encontró levantado tarde, sentado ante el ordenador de su despacho que no utilizaba desde que dejó su trabajo, muy interesado, absorto, y que tardó en volver a la cama. Temo qué es lo que lo tenía tan entretenido. Por ello, al día siguiente, sentado junto a él en La Bastilla, mientras jugábamos al ajedrez, decidí indagar en el tema, y lo hice de sopetón. —¿Qué había en el pen drive? —No sé de qué me hablas. —Venga, papá, me tienes preocupado, tranquilízame. ¿De quién era el pen drive? —¡Pues investiga, diablos! ¿Qué quieres, que te lo dé todo mascado? Ante mi perplejidad, siguió mirando el tablero de juego y me hizo un gesto enérgico para que moviera de una vez. Lo hice, pero, francamente, no sabía qué decir, y por supuesto que no sabía lo que había movido. Entretanto, él realizó su jugada. —¡Jaque mate! —casi sin mutar el gesto—. Te voy a dar una pista, que es que eres muy torpe, Sancho, hijo. Mira, aquel imbécil era uno de esos periodistas que se ocupan de pamplinas, uno de esos… Pude intuir rápidamente a qué se refería. —¿Un paparazzi? —Eso parece. En principio me sentí más tranquilo. Se me empezó a disipar la curiosidad, pero mi madre me la reavivó al día siguiente. Me contó que papá había pasado una hora hojeando revistas del corazón de las que ella guardaba y que se había entretenido en leer detenidamente alguna que otra. Me surgió la pregunta lógica: ¿qué contenía el pen drive de aquel periodista que había despertado el interés por este tema de alguien tan reacio? No me lo pensé dos veces. Recordaba que me había dado carta blanca para jugar a detectives y

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delincuentes con él, y le dije a mi madre que me avisara cuando mi padre saliera de la casa. Así lo hizo. Cuando marchaba rápido por la calle, ansioso del registro al que sometería su despacho, lo vi dentro de una cabina, él a mí no. Me quedé escondido para sus ojos detrás de una furgoneta que había aparcada cerca. Pude apreciar cómo manejaba una libreta donde apuntaba y observaba cosas mientras hablaba por teléfono. ¿Por qué no llamaba desde casa? ¿Qué tenía entre manos que no quería que nadie lo escuchara? Más corrí en busca de ese pen drive. No hubo que buscar mucho. Allí estaba, en el primer cajón de la mesa. Lo enchufé rápido al portátil que había traído. Un sinfín de fotografías y algunos documentos se desplegaron ante mi vista. Había unas cuantas de estudio; ahí pude comprobar que se trataba de una chica que conocía de la televisión, una chica llamada Mónica, de apellido de origen vasco, un poco complicado de recordar. Mónica es rubia —no conozco si de bote—, sinuosa en curvas —no sé si moldeadas con silicona—, alta y estilosa. Participó hace algunos años en el concurso de Miss España; es realmente atractiva —aunque, para mi gusto, tiene una nariz un poco chata—. Es la típica chica que una vez conseguida la fama a través de un escándalo, la prolonga a plazos temporales apareciendo en los medios con algún amigo actor o promocionando su último trabajo, aunque su trabajo no esté del todo determinado: no se puede decir que fuera cantante, pero había grabado un disco; no se puede decir que fuese actriz, pero había participado en dos películas y en una serie de televisión; no se puede decir que fuera presentadora, pero presentó un concurso en una cadena autonómica. Declaró en cierta ocasión que se marchaba a América a recibir clases de arte dramático y frecuentemente comentaba que quería ser conocida por su trabajo y no por su vida privada. Recuerdo que hace ya tiempo que aparece en los medios como novia de un famoso multimillonario, empresario y alemán, casi 30 años mayor, un poco gordo, con bastante pelo pero totalmente cano, y mucho más bajo que ella. Sin embargo, en muchas fotografías que parecían “robadas”, de las de aquel pen drive, aparecía en actitud más que cariñosa con un hombre completamente desconocido, o por lo menos a mí no me sonaba de nada. En los documentos de Word y escaneados se podían apreciar facturas de hotel y otros registros difíciles de identificar, pero claramente se podía leer en algunos el nombre de ella y de un tal Antonio Gómez, del que aparecía, en otro escrito, su biografía: un parado que vive en un barrio periférico y no hizo en su vida nada notorio. Acto seguido, después de recrearme con algunas

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fotografías de playa de gran calidad, hojeé las revistas del corazón de la última temporada, donde se supone que mi padre había ampliado la información sobre el personaje. De entre todas las referencias que aparecían diseminadas, se destacaba en El Hola un reportaje de grandes fotografías a todo color donde Mónica, además de responder a una larga entrevista, enseñaba, estancia por estancia, el gran palacio donde vivía después de su fastuosa boda, y además presumía orgullosa un llamativo reloj de oro con incrustaciones de piedras preciosas que su chico le había regalado como compromiso previo. Bien, ¿y qué? Hasta aquí, todo lo que pude averiguar, pero no tenía ninguna clave para comprender su comportamiento. ¿Qué es lo que pretendía? ¿Qué es lo que se le pasaba por esa compleja cabeza? Temía por él y sentía vergüenza al pensar en los líos en los que se podría meter. La personalidad de mi padre levantó mi curiosidad como nunca antes lo había hecho. Empecé a interesarme por la novela negra y policiaca, busqué documentación en Internet. También me traje de casa algunos libros representativos para intentar investigar en su propia mente qué lo había llevado a este desequilibrio y entender, en lo posible, el sentido de sus acciones. Una noche, en La Bastilla, mientras le dábamos un repaso a la prensa, intenté investigar un poco más a través de sus respuestas. —Papá, ¿te suena el nombre de una “famosa” llamada Mónica? Como no obtenía respuesta, me empeñé en seguir —Si, una chica rubia que… —Una vulgar ramera —me interrumpió con el mayor de los desprecios. —Sí, pero yo sé que estuviste investigando sobre ella. —¿Y qué? Es divertido investigar, sobre todo en el piso alto de las rubias. —¿No puedes decirme la verdad? —intenté mostrarme sereno y seguro, a su altura. —No es tan sencillo decir la verdad cuando se ha perdido la costumbre —igual de sereno y seguro. Por más intentos que hice, no conseguí sacarle nada más sobre el asunto. Siempre que lo acompañaba, me sorprendía. Cuando menos me lo esperaba, llamaba la atención a cualquiera por cualquier pequeño detalle, incluso llegó a sacar la pistola en un par de ocasiones; menos mal que la mayoría de los habitantes de La Bastilla lo conocían, porque si no podríamos haber tenido problemas. Aunque la verdad es que yo estaba bastante harto de las burlas; todo el mundo se reía de

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él. Mi madre, con preocupación, me había pedido que hiciera lo posible para convencerlo de alguna manera de que no saliera de casa, por lo menos no tanto. Tampoco ella se fiaba; quería controlarlo, y a mí me parecía lo lógico. Después de darle muchas vueltas, no conseguía encontrar una fórmula que acabara con este desquiciado y perenne carnaval con visos de prosperar. Se me ocurrió que debía ponerme a su altura, a su nivel de locura. Delante del ordenador, mirando citas célebres de Raymond Chandler, encontré un comentario interesante: “Cuando tengo dudas al escribir, un hombre armado entrando por la puerta siempre funciona”. Yo tenía dudas, por lo que me faltaba encontrar a un hombre que se vistiera y armara de película para darle un escarmiento a mi progenitor. Casualmente tengo un amigo que trabaja en una compañía de teatro y que se sintió encantado de interpretar ese papel. La tarde convenida fue muy especial. Estábamos sentados en la barra de La Bastilla. Yo, nervioso, esperaba el desenlace de esta situación, mi padre, ajeno a todo lo que se urdía a sus espaldas, estaba en su mundo, como siempre. De pronto se abrió la puerta del local. Di un respingo. No era todavía mi amigo, sino Dulce, la chica que tenía encandilado a mi padre. Él se levantó rápidamente y le ofreció su asiento. La chica no parecía que llegase, ese día, de buen humor. —No, quite, déjeme pasar —con malos modos. —¡He dicho que te sientes aquí o te abofeteo la cara! —¡¿Pero qué dices?! ¡Viejo asqueroso! Lo apartó de un empujón al que no pudo responder porque yo también lo tenía agarrado. Se volvió a sentar, pero no la perdía de vista. —Mira, papá, olvídate de ella, es una vulgar ramera —dije intentando conectar en su onda. —¡Retira inmediatamente lo que estás diciendo! —Pero papá —todavía sin salir del desconcierto—. Lo retiro, lo retiro… Dime, ¿por qué admiras tanto a esa chica? —Ella me enseñó una sonrisa que pude sentir en el bolsillo —ensimismado por su propio recuerdo. —Olvídate —intentando tranquilizarlo—. Siéntate y tómate la copa. Se sentó pensativo y bebió un trago de su whisky. —Sabes, hijo, el otro día hablé por teléfono con una mujer —yo me acordaba perfectamente de haberlo visto en la cabina—, y cuando ella colgó me dejó la curiosa sensación de haber estado hablando con

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alguien que no existía. Dos mujeres muy distintas: esa chica, Mónica se llama, pertenece al mundo de los sueños, a la fantasía, ésta, Dulce, sin embargo, pertenece a nuestro mundo, a la asquerosa realidad. ¿Entiendes? —¿Y qué me dices de mamá? Siempre te olvidas de ella. —No metas a tu madre en esto. Ella debe quedar al margen. No entendía nada. Me daba mucho coraje, pues para algo llevaba yo dedicando tiempo a estudiar la novela negra y policial, llegando a estas alturas sin comprender ninguna de sus ideas. En esos momentos mi amigo irrumpió en el bar. Estaba perfectamente disfrazado del Tony Montana que recordaba haber visto en Scarface. Llegó decidido, dirigiéndose rápido a mi padre. —¿Es usted Alfonso Quintanilla? —muy serio y bien en su papel. —Sí, soy yo… ¿A quién debo el honor? —sin levantar la vista de su vaso, sin curiosidad por ver quién lo interpelaba. —Sargento de la policía Thomas —sacando una chapa, también perfectamente documentada. Mi padre se volvió hacia él y se le quedó mirando. El silencio se mantuvo un rato en el local. Toda la gente estaba pendiente de la acción. —¿Qué quiere de mí? —dijo mi padre después de estudiar a su interlocutor. —Vengo a detenerlo. —¿De qué se me acusa? —De actuar de espaldas a la justicia. Ha acumulado varias denuncias, especialmente una de ellas es un caso de extrema gravedad en el que.. —¡No! No era mi intención, pero la vida es así. Sus ojos azules estaban tan vacíos como los agujeros de un antifaz, ella no se merecía otra cosa y… Mi amigo me miraba de reojo un poco desconcertado por aquellas declaraciones, como dudando qué improvisar sobre lo estudiado de nuestro guión, pero lamentablemente estuvo rápido en reaccionar: cortó de golpe la confesión que yo tenía tantas ganas de escuchar. —¡Oiga, pare! Eso se lo cuenta usted al juez. Creo que pasará una buena temporada a la sombra. ¡Venga conmigo! —De eso, nada —apretando los dientes, había sacado su pistola y lo apuntaba. Siempre había considerado a mi amigo un actor un poco histriónico, y hasta ese mismo momento me había llamado la atención porque se mostró muy comedido. De hecho, no llegó a sacar la pistola

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de juguete que traía guardada, ni las esposas. En aquella situación decidió desarrollar todo su esplendor interpretativo: de un manotazo violento le arrebató la pistola y además, con la mano que le sobraba, le dio dos bofetadas, una en cada mejilla, casi sin fuerza física pero con rotundidad sobre la dignidad de mi padre. En aquel momento me arrepentí de haber montado todo aquello. Me inspiraba mucha pena y ternura viéndolo como se mostraba a punto de que se le saltasen las lágrimas y muerto de vergüenza, mirando a todos aquellos espectadores que disfrutaban de la representación, unos en silencio, otros riendo. Pero era ya tarde, había que seguir con la farsa. Me miró, creo que pidiendo algo. Sólo me salió una cosa. —Perdona, papá. —No te preocupes, hijo, no hay trampa más mortal que la que se prepara uno mismo. Mi padre no dijo nada más. Se marchó cabizbajo, hundido y encañonado por mi amigo hasta la casa, de donde se le ordenó que no podía salir, ya que se trataba de un arresto domiciliario en el que tendría que esperar nuevas noticias. Así lo entendió porque no volvió a tener intención de salir de ella, ni tampoco volvió a abrir un libro. Al mes de estar encerrado cayó gravemente enfermo de una neumonía. La enfermedad se fue complicando con otras patologías y, por supuesto, con el espíritu autodestructivo que emanaba de él desde aquel día, o tal vez ya venía de lejos. Sentí un gran cargo de conciencia ante aquella situación. Me sentía culpable, responsable de la falta de interés de mi padre por todo, de su negativa a luchar por la vida. Aunque lo ingresamos en el hospital, su salud fue empeorando y tras unos días, falleció. Envuelto y abrumado todavía por mis problemas de conciencia, me dediqué, por recomendación de mi madre, a ordenar y guardar las cosas personales de mi padre. Después de hacer algunas cajas, me encontré con el cajón en el que ese día encontré el pen drive rosa. Creo que presentí algo antes de abrirlo, una sensación extraña me recorría el cuerpo. Lo hice rápido y, efectivamente, me encontré con algo más que las dos agendas y el propio pen drive rosa que ya existían en aquel espacio. En otro de los consejos de escritura de Chandler decía que la solución, una vez revelada, debe parecer inevitable, y con respecto a mi padre creo que así lo era, sólo quedaba mi intervención para darle un final consecuente a esta historia y sospecho que mi padre había dejado aquello para que yo lo encontrase: varios recortes de revistas en los que aparecía la famosa Mónica. En uno de ellos, quizá en el más pequeño, se la veía asistiendo a un entierro; su rostro serio con-

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trastaba con el gesto curioso de la gente que la rodeaba. Mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí, en una de esas caras, la de mi padre. Su expresión era extraña: a diferencia del resto, tenía la mirada como perdida, ausente, pero muy próxima a la de la mujer que tanto había estudiado. Después de un rato analizando la fotografía, me di cuenta de que mi garganta estaba seca, tenía sed. No sé el tiempo que llevaba con la boca abierta, pero me empeñé en seguir sumergido en la profundidad de aquel cajón. Sabía que me depararía, en esta secuencia de fuegos de artificio, una traca final. Al principio me extrañó, pues al fondo había una gran bola arrugada y deteriorada de papel cuché. En ella pude reconocer la hoja del reportaje de la chica, en la que enseñaba el chalet y su reloj de compromiso. Al cogerla advertí que pesaba demasiado. No era lógico. Cuando tiré de uno de sus bordes, pugnaron por salir unos punzantes destellos que, además de cegarme parcialmente, me maravillaron como nunca pensé que algo así lo haría. Allí estaba aquel reloj, el que había visto en la revista, allí, con todo su peso, con la solidez de algo real, de algo que estaba en mis manos y no en los colores de una fotografía, ni en los puntos de luz de una emisión televisiva. Era el mismo reloj... o tal vez no. Me agobiaba pensar en la palabra chantaje, pero con el tiempo me preocupaba más intentar comprender el objetivo que motivó ese crimen. ¿Un reloj para su femme fatale o un reloj para seguir jugando conmigo? ¿Realismo sucio o fantasía igual de asquerosa? ¿Fantasía dentro de la realidad o realidad dentro de la fantasía? Sólo tenía claro que mi padre optó por el rol de delincuente y a mí me había tocado hacer de investigador negado. Aquel tesoro, abandonado en un rincón, ha sido mi gran secreto, nuestro gran secreto, el de mi padre y el mío, justo cuando empezaba a echar de menos el haber compartido con él más tiempo, más diálogos, algo más. Sin embargo, tengo previsto casarme con mi novia dentro de algunos meses, y creo que poseo el regalo de boda perfecto... gracias a mi padre.

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EL QUE BUSCA ENCUENTRA Penélope Martínez (México) Finalista

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stoy de nuevo en el Distrito Federal. No digo que nunca debí haber salido de aquí, pero me pregunto si era necesaria una conmoción tan fuerte para descubrir la extraña manera de ser de esas personas a quienes me une un lazo sanguíneo. En definitiva, éstas fueron unas vacaciones que no olvidaré jamás. No viajes en viernes 13 Ese viernes 13, a causa de la neblina, el avión no podía aterrizar. Nos tuvieron sobrevolando 20 minutos, luego nos llevaron a Mexicali y de ahí, después de media hora, a nuestro destino. Ese viernes 13 sentí por primera vez el calor abrazador de Baja California. Todo era nuevo para mí, aunque la gente diga que Tijuana puede parecerse a muchas otras ciudades. Yo no iba por el sueño americano. Yo buscaba a mis “parientes”. Y entonces me fui a Tijuana, donde no hay más México hacia el norte, donde la gente habla spanglish, donde las vías rápidas son demasiado rápidas. Traía colgado al cuello un cristal, el cual, por algún motivo, se fracturó: la premonición de muchas cosas que sucederían en unos cuantos días. Me aferré a hacer de lo evitable algo inevitable. Pese a todas las advertencias me fui a Tijuana, buscando algo que ni yo misma sabía qué era. Primeras impresiones Después de una larga espera, mi tía María llega por mí al aeropuerto. Es una mujer nerviosa que habla sin pausa. No puedo evitar


pensar que es capaz de aturdir a cualquiera. Me dice un montón de cosas que no entiendo bien, luego que si me parezco mucho a mi madre y a la tía fulana y a la prima perengana… Soy esa curiosidad traída desde el Distrito Federal. En su casa conozco a mis primos César y Luis, sus hijos, y a José, el hijo de otra tía que dejó su casa para vivir con ellos. Todos son muy amables, lo amable que se puede ser con una persona a quien no se conoce y que está de visita. Welcome to Tijuana María me sube de nuevo a su coche, un modelo viejísimo con una visible abolladura a un costado; hubo un accidente en el que un autobús le pegó. Maneja con rapidez brutal. Yo busco el cinturón de seguridad y ella me aclara que aunque lo encuentre, no sirve… Me sujeto del asiento. Mi tía trabaja únicamente los viernes, y me toca acompañarla. Administra una empresa dedicada a los transportes, así que hoy es un ir y venir para dejar facturas, hacer cobros y depositar pagos: Abarrotes el Florido, Plaza Caliente, un montón de lugares que conozco de pasada. En una de las breves paradas aprovecho para comprar mercancía oficial de Los Xoloitzcuintles de Tijuana, “el equipo sin fronteras”. Aquí son un fenómeno y la gente los ama de tal modo que hay camisetas, chamarras, gorras, plumas y una infinidad de productos inspirados en el equipo patrocinado por el Casino Caliente. Desde que llegué le dije a mi tía que quiero conocer la frontera; yo no tengo muy claro si es un muro, una puerta o una valla. Las películas, los documentales y la música hablan de “el otro lado”, y Tijuana está llena tanto de gente que trabaja allá con visado y se levanta diario de madrugada para cruzar la línea, como de quienes esperan a que algún pollero los pase. Una vez concluidos los asuntos de trabajo, mi tía decide que iremos a Tecate (que está muy cerca), y llama a uno de sus conocidos para que nos acompañe. Me presenta a Quique, quien resulta ser el hermano de Becky, una de las mejores amigas de mi madre durante su juventud. El Mejor Pan de Tecate es una panadería curiosa. Tiene una enorme variedad de bizcochos, está abierta las 24 horas y además te regalan café para que disfrutes sentado en una de las pequeñas mesas que hay afuera. Una cosa así no la he visto nunca en el Distrito

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Federal, así que, como turista japonés, tomo varias fotos. María recuerda mi petición, y en Tecate también hay frontera. Después de caminar unas cuadras, mis ojos se topan con un largo muro que en medio tiene unas puertas. Del otro lado está Estados Unidos de América. En un fragmento de la pared hay una obra de arte urbano en la que se observa a una mujer de rasgos autóctonos que lleva a un niño a sus espaldas. Puede leerse la frase “El sueño americano”. Ha sido un día muy largo. Es hora de ir a dormir. Tijuana makes me happy A lo lejos se escucha una voz a través de un megáfono: alguien ofrece trabajo en una fábrica; no se necesita mucha experiencia, sólo ganas de trabajar. Aquí hay muchas maquiladoras. De joven mi madre trabajó en una de costura y en otra donde ensamblaba circuitos electrónicos. César le dice a María que alguien le está reclamando un dinero. Mi primo se dedica a traer coches de Estados Unidos y revenderlos. Una clienta le dio un anticipo de 200 dólares y ahora ya no quiere la mercancía pero sí su dinero. Creo que se va a quedar queriendo. Hoy se une a la excursión mi tía Juana. A ella ya la conozco, hace algunos años fue de visita a mi casa. Se dedica a las ventas, sobre todo de ropa y productos de Avon. Vende entre sus conocidos y en el llamado “sobreruedas”, lo que en Chilangolandia conocemos como tianguis. Primera parada: playas de Tijuana. Ya había escuchado que ese lugar es considerado la última esquina de América Latina. Alcanzo a ver una valla. Juana me explica que esa es frontera con Estados Unidos de América y que del otro lado está la guardia fronteriza (“la migra”, como la conocemos). Parecería fácil cruzar, cosa de nada. Entonces levanto los ojos y me encuentro con varios nombres escritos en los barrotes, el recuerdo de quienes han muerto en el intento. Se me eriza la piel… Luego me detengo en una frase que lo resume todo: “Aquí es donde rebotan los sueños”. Recorremos el malecón, con sus negocios de comida y sus cafés. Es un lugar alegre, lleno de vida. Las familias disfrutan tirarse en la arena y la gente joven se reúne para caminar y pasar el rato. Ya en las calles del centro (yo supongo que es el centro), María frena frente a la Plaza Santa Cecilia, me dice que me baje y tome fotos, que por allá adelante me espera. Yo salgo corriendo con el

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celular en la mano. Minutos después se aparece Juana jadeando tras pegar tremenda carrera: —¿Cómo se le ocurre a María mandarte sola? Agarra bien tu bolsa. Por lo que sé, aquí hay muchos carteristas. El lugar es pintoresco. Hay un trío norteño tocando. Es curioso cómo se asume la mexicanidad en el norte. Lo mexicano son los sombreros enormes, los bigototes, las trenzas… pero es que yo siento todo muy forzado. Son mexicanos queriendo ser más mexicanos porque les preocupa parecerse a los gringos. La avenida Revolución (“la Revu”) es uno de los principales atractivos turísticos y el corazón de la vida nocturna. Lo único que tengo en mente es cumplir mi deseo de tener una fotografía de un burro-cebra. Después de pagar 25 pesos, logro mi cometido; ahora sí tengo la máxima prueba de que estuve en Tijuana. Mis tías también me llevan a conocer la zona norte o “zona de tolerancia”, donde la prostitución está permitida. Pasamos por el famoso Callejón Coahuila, un sector lleno de tugurios frente a cuyas puertas se ofrecen mujeres jóvenes (muchas que seguramente ni siquiera son mayores de edad) a las que llaman “las paraditas”. Además visitamos la frontera de Tijuana con San Isidro, donde hay largas filas de automóviles esperando pasar al otro lado, y la UABC (Universidad Autónoma de Baja California), que también tiene un campus en Mexicali y otro en Ensenada; su símbolo, me cuenta mi tía Juana, es el borrego cimarrón. Terminamos el recorrido en la Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas, donde mi madre estudió un tiempo antes de partir al Distrito Federal, y de la que siempre me ha hablado con mucha nostalgia, pues en aquel entonces no pudo concluir sus estudios. Pero yo creo que eso ya es lo de menos. Terminó la preparatoria abierta con un matrimonio y tres hijos, luego entró al sistema abierto de la UNAM y ya hasta tiene título.

Los Zepeda López A mi abuela Esperanza, la madre de mi madre, la he visto dos o tres veces en mi vida, una cuando ni tenía uso de razón. La verdad es que ella no me quiere mucho; no le preocupa cómo me va. Es más, creo que ni siquiera sabe a qué me dedico. Pero no la culpo, casi nunca nos tratamos. Mi tía Karla (a quien ya conozco porque nos ha visitado un par


de veces) acaba de llamar para decir que doña Perita se siente mal; le dio una fuerte impresión saber que mi avión se había retrasado. Ahora está en una clínica del IMSS, donde verificarán que todo está en orden. Toda la familia se reunirá para ir a verla, incluida yo, el objeto de sus preocupaciones. Hago un repaso mental: llegué el viernes temprano, es sábado por la noche, ella sabe que ya estoy en Tijuana, no ha llamado para preguntar cómo me encuentro, y hasta ahora se siente mal… Creo que no la entiendo. Pero bueno, acompañaré a todos, y de pasada aprovecho para saludarla y hacer de cuenta que nos guardamos un cariño añejo… Ajá. En un principio estábamos María, Juana, su esposo y yo, cuando de repente se suman Rosalía y Arcelia. Con el simple hecho de escuchar que llegaron siento incomodidad. Una vez, por teléfono, mi tía Rosalía —Chali, como la llaman— le dijo a mi madre que nosotros, los Martínez Zepeda, no éramos más que extraños. Ahora tengo que saludarla. Arcelia, Chela, es menos dura de lo que la imaginaba. Me impresiona lo mucho que se parece físicamente a mi madre. Pues sí, supongo que alguna semejanza debo tener con toda esta gente, sin importar lo raro que me miren; aunque no les guste, mi bonita nariz respingada se la debo a mi abuelo Abraham. Mi primo Salvador, el Chava, es caso aparte. En cuanto le dicen que soy la hija mayor de Marisa me aclara que él no tiene ni primos ni tíos, que a él no le gustan esos títulos. Entonces le extiendo la mano. —Bueno, pues, mucho gusto en conocerte. No sé qué seamos, pero normalmente la gente se presenta como un acto de amabilidad. —¿Pos ésta qué trae? Miren si es rara. ¿Ya la vieron? Para mí que quiere venir a bromear con todos. —Tú eres quien dice que no somos nada, pero eso no quita que podemos presentarnos, ¿no? Suelo tomar todo con el mejor sentido del humor posible, pero veo que aquí mi actitud los desconcierta. De cualquier manera, yo no esperaba un gran recibimiento; antes de empacar mis cosas ya sabía que muchos de mis parientes me tenían mala voluntad de manera gratuita y aún sin conocerme. Por fin Esperanza sale de urgencias. Se ve algo cansada, pero bien. Me da un abrazo un poco seco y me saluda: —¿Cómo estás, mija? —Bien, abuela. ¿Usted cómo se siente? —Bien


Después de eso, ella y yo no volvemos a cruzar palabra en todo el camino. Finalmente todos se reúnen en casa de mi abuela y yo paso por el respectivo interrogatorio grupal: ¿cómo le va a mi mamá?, ¿cómo me llevo con ella?, ¿cómo están mi papá y mis hermanos?, ¿qué estudié?, ¿en qué trabajo?, ¿se gana bien en el Distrito Federal?, ¿quién de la familia tiene coche?... Al menos nadie pregunta si ya voy a casarme. Fin de mi segundo día aquí.

Cambio de planes Es domingo y me levanto a las 10:00AM; bastante tarde, según yo. Ayer quedé con mi tía Juana que me llevaría a la Ruta del Vino, en Valle de Guadalupe, así que sólo me queda bañarme y estar lista para cuando ella llegue. María lleva días organizando una comida para festejar el cumpleaños de mi primo César, así que decide de manera repentina que la hará hoy en un par de horas en casa de mi abuela. Para ser honesta, me siento aliviada de no tener que estar presente. Sé muy bien que no les agrado mucho. Reconozco que es absurdo, pero algunos de mis parientes me dan miedo; percibo la hostilidad. Según yo, venía a ver sólo a algunas tías, pero uno no puede llegar aquí y esconderse de todos los demás. Sus relaciones son raras. Sé que incluso hay varios que no se soportan entre ellos. Nos perdimos y nunca llegamos a la dichosa Ruta del Vino… pero no importa. De todos, mi tía Juana y su esposo Enrique me parecen los más agradables, así que pasar con ellos el domingo me hace mucho más feliz.

American citizens Que yo sepa, tengo tres primos que son american citizens y que viven en Tijuana: José, el hijo de Rosalía; César, el hijo de María; Andrea, la hija que acaba de tener mi tía Karla. A Rosalía y a María las ayudó mi tío Abraham. Él pagó un pollero y les dio dinero para los gastos médicos. De Andrea no sé mucho, sólo eso, que también nació allá. “En realidad, más que un servicio de salud, el negocio es que te

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venden la nacionalidad”, me dice María. Esa es la condición: un niño será ciudadano siempre y cuando se paguen los gastos médicos. Otro beneficio que buscan las madres mexicanas como mis tías es que, cumplidos los 21 años, sus hijos pueden solicitar la ciudadanía para ellas. Me resulta muy curioso mi primo José. Cada vez que opina sobre algún asunto de “interés nacional” concluye haciendo la aclaración de que se siente mexicano (a pesar de haber nacido en San Diego). Para mí él es más bien “norteño”, con su pronunciación cantada y sus modos un tanto rudos, y con su lenguaje gracioso cuando dice que algo está “suave” o “perrón”. Ya es 16 de septiembre y me paso la noche conversando con José. Desde mi llegada sentí afinidad con él; percibí una especie de recibimiento secreto. Con frecuencia uno quiere saber cómo son las personas con quienes se comparten genes. Él y yo no somos la excepción. Mi primo comienza a contarme que está en el primer semestre de la licenciatura en derecho y que trabaja para pagarse una escuela privada mientras puede cambiarse a la UABC. A veces le ayuda a su papá, otras se dedica a labores temporales, como ahora que está en un lugar donde arman estuches de regalo para relojes que se venderán en Cotsco durante la época navideña. Me llama la atención el entusiasmo con que habla José a pesar de no tener ni 20 años. Lo escucho con atención. —Yo quiero aspirar a otras cosas, no quiero ser como la mayoría… como mi madre… No quiero entrar a trabajar a una maquiladora y quedarme ahí para siempre, ¿sí me entiendes? No quiero ser conformista, digo, sí, se compran un departamentito y luego lo pagan toda su vida… Yo no quiero eso. Quiero aprender cosas, y quizás, más adelante, tener un negocio. Por eso admiro a mi papá aunque no convivamos mucho… Él es bueno para los negocios, y creo que en eso me parezco a él. No quiero ser como la mayoría… ¿sí me entiendes? Después de exponerme sus ideas, José me pregunta qué hay de mí. —¿Y tú qué? ¿De qué la haces? ¿A qué te dedicas? Hablamos un rato más, hasta que nos viene el sueño. Debe ser difícil para José haber crecido distanciado de su padre y ahora estar lejos de sus hermanas porque su padrastro no lo acepta. Debe ser difícil desafiar al destino… Me siento muy contenta de haber conocido a mi primo, de haber hablado con él. Nos despedimos y nos vamos a dormir.

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Tijuana-Ensenada Ordeno mis cosas porque María y yo nos vamos a Ensenada con mi tía Karla. Decido llevarme lo necesario y dejar mi chamarra favorita —que traía puesta cuando llegué—, además de los regalos que he comprado para mis compañeros del trabajo y para mi familia. Al verme, Karla baja de su camioneta y me da un abrazo, no tan efusivo como me lo esperaba. Por fin conozco a su hija Andrea, quien tiene dos meses de nacida y no para de llorar. Me subo adelante y me pongo el cinturón. María decide ir atrás para cuidar a la niña. Sobre la carretera Tijuana-Ensenada hacemos algunas paradas para que yo conozca y tome fotografías. La primera es Popotla, un poblado de pescadores donde comemos tamales y capturo imágenes del mar y las gaviotas. Las otras dos son Playa la Misión y Playa Salinas. Por fin llegamos a Ensenada. Voy mirando por la ventana y pongo atención en cada detalle del camino; siempre he sido muy curiosa. Mi tía vive en un fraccionamiento donde hay varias casas pequeñas, todas muy parecidas unas a otras. Me queda muy grabado que estamos muy cerca de un Casino Caliente. Siempre es bueno saber esos detalles… por si algo se ofrece.

Aquí nadie se pierde A pesar de estar muy cansada, sólo consigo dormir un rato. No vine de tan lejos para quedarme encerrada. María está medio dormida, así que le invento que debo hacer algo del trabajo y que iré a buscar un café con Internet. Tomo mi mochila y salgo a la calle sin rumbo fijo. En un lugar tan pequeño (en comparación con la ciudad de México), nadie puede extraviarse. Antes de comenzar a alejarme, memorizo algunas calles de referencia, luego camino hacia la enorme bandera donde, según me han dicho, se ubica el puerto. De paso entro a algunas de las llamadas tiendas duty free a oler perfumes y a darme una idea de los precios. No es tan barato como pensé. Un letrero llama mi atención: Wi-Fi gratis. No es mala idea revisar el correo y conversar con mis hermanos o con algún amigo; hacer esas tareas en el celular siempre me ha resultado bastante desesperante. El Café Torino es un lugar muy agradable, y me atre-

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vo a decir que aquí sirven uno de los mejores pasteles tiramisú que he probado en mi vida. Aún no quiero regresar, así que después de pagar decido caminar en línea recta a ver qué encuentro. Cansada de ver tiendas de curious (curiosidades) y liquors (licores), me propongo darle una sorpresa a mi tía y llegar a su trabajo, el Californa Express Carwash. Con la dirección anotada en un papel, le hago la parada a un taxi y le pido que me lleve a avenida Reforma y calle Octava. Por mi acento el chofer se da cuenta de que no soy de Ensenada. Le explico que vengo de la Ciudad de México. También le cuento que tengo muchas ganas de ir a La Bufadora, pero que no sé de ningún transporte que me pueda llevar. Me da una tarjeta del sitio. Cualquier unidad puede llevarme, esperarme una hora y traerme de regreso el día que yo quiera.

Fractura definitiva Karla se muestra un poco sorprendida de verme. Tras terminar de hacer sus pagos me muestra el lugar, cómo funciona el sistema de lavado y cuáles son los paquetes que ofrecen. También me cuenta que tiene problemas, que hace unos días peleó con sus jefes y por lo visto dejará el trabajo. El plan de esta noche es ir a comer pizza a un restaurante argentino, por lo que Karla llama a la babysitter para que cuide a Andrea. Después de rogarle un poco, María accede a acompañarnos. Ambas se arreglan y se maquillan. Como yo soy más práctica, sólo me siento a esperarlas. Es 16 de septiembre, la mayoría de los lugares están cerrados. Por fin encontramos un pequeño lugar donde sólo hay un par de señoras rubias sentadas en una mesa. El mesero trae la carta de los cocteles. Les comento que nunca he probado un Martini y que reunirme con ellas es la mejor ocasión para pedir uno y celebrar. Noto que ambas me miran de una manera extraña. Es Karla quien comienza a hablar. —Así que tu hermano fue a contarle a tu madre que aquí lo tratamos muy mal, ¿no? Es un malagradecido. Yo la miro sin alcanzar a entender lo que ocurre. Entonces trato de explicarle lo que sé de la historia. —No se trata de ustedes, se refería a otras personas. Ustedes deben saber a quién…

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—Sí, a tus tíos, mis hermanos. ¿Ustedes creen que pueden venir a criticarnos? ¿Ustedes creen que son mejores porque tienen estudios? Siento un nudo en la garganta y me embarga una enorme confusión. Sólo alcanzo a articular algunas palabras, intentando no empeorar las cosas: —Un momento… Yo… Yo no vengo a esto. No vengo a que me hablen mal de mi familia. Vengo a conocerlas… Somos parientes. —¿Parientes? María no tarda en hacerle segunda. —Pero seguramente ustedes no saben muchas cosas de tu hermano… Se me escapan unas lágrimas que luego me escurren por las mejillas: —No es necesario todo esto… Sólo les pido que me lleven por mis cosas, yo puedo quedarme en un hotel. Dejo sobre la mesa un billete. —Esto es de lo mío. Las espero afuera. Ya en la camioneta las agresiones aumentan, pero convertidas en gritos. Comienzo a sentir algo muy parecido al miedo. María apoya en todo a Karla, quien se muestra cada vez más enfurecida. —¿No quieres oír lo que no te gusta? —No quiero estar aquí… Ya no quiero. —Pues me vas a escuchar… Me vas a escuchar hasta que te canses… Eres como tus hermanos, que nos desprecian. ¿Por qué sienten que son superiores? —Sólo llévame por mis cosas. —Me vas a seguir escuchando hasta que yo quiera. De repente recuerdo que en la mochila que dejé en su casa está mi computadora. —Tienes que regresarme mis cosas. —No te voy a dar ni madres. —Siempre hay modos… Tienes que devolvérmelas. —¿Modos? No te voy a regresar nada. —Llévame por mis cosas o llamo a la policía. —Quiero ver que lo hagas. Quiero ver que seas capaz… Saco de mi bolsillo el celular. Dudo un poco en marcar… —¿A quién vas a llamar? —me pregunta María. —Karla, párate. Mejor nosotras le marcamos primero a su madre. La camioneta comienza a estacionarse frente a un Oxxo. En un

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descuido de ambas desabrocho el cinturón, abro la puerta y salgo corriendo. Corro con todas mis fuerzas; alcanzo a escuchar sus gritos. Sigo corriendo hasta que no puedo más y me detengo. Cuál será mi suerte que al levantar la mirada me encuentro con un módulo de la policía municipal. Le explico a un oficial la situación: soy del Distrito Federal, vine a conocer a unos parientes que prácticamente son unos extraños para mí, dos tías me agredieron, tienen mis pertenencias y no quieren regresármelas. Después de solicitar una unidad llegan dos policías y me suben a una patrulla. No recuerdo la dirección exacta, pero sé que la casa de mi tía está en un fraccionamiento cerca del Casino Caliente. En el camino le llamo a mi madre y le explico la situación. Mis tías ya se habían comunicado antes, pero fue mi padre quien les contestó y les advirtió que las hacía responsables por cualquier daño hacia mi persona. Mi buena memoria nos lleva al domicilio. Cinco minutos después llegan mis tías, y Karla comienza a gritarme de nuevo. —¿A esto viniste de tan lejos? Mejor te hubieras quedado en tu casa. Aquí nadie te quiere. Mientras tanto María le dice a uno de los policías que seguramente estoy bajo el influjo de alguna droga porque por la tarde me ausenté misteriosamente. En ese momento ya todo comienza a parecerme más gracioso que trágico; mis tías están locas… No les queda de otra, deben devolverme mis cosas. Ya con la mochila puesta y antes de que la patrulla deje el lugar, comienzo a correr de nuevo. Es media noche y no hay tantas opciones, así que me hospedo en un pequeño motel de nombre Colón, el cual anuncia orgulloso que tiene “TV a color”. Me recibe un hombre de unos 60 años que me mira un poco preocupado y trata amablemente de suavizar las circunstancias. —Muy bien… ¿Qué número le gusta, niña? Tengo el 9, el 11, el 12… —El 12 está bien. —Le voy a pedir una identificación. —Sí, no hay problema. —¿Penélope? El hombre comienza a cantar “Penélope, con su bolso de piel marrón…”, mientras yo me seco las lágrimas y sonrío. —No se preocupe, aquí todo es muy tranquilo. Le entrego su llave y el control de la televisión, señorita. Una vez instalada en la habitación, llamo a mis padres, quienes me ofrecen cambiar la fecha de mi vuelo de regreso. No acepto. Ya

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estoy aquí, es lunes, todo estaba planeado para que vuelva hasta el jueves. Siempre he pensado que las cosas pasan por algo. Tengo dinero, no mucho, pero alcanza para un poco de aventura. Eso sí, no pienso regresar a Tijuana hasta que sea momento de tomar mi vuelo. No quiero más sorpresas desagradables de las que ya he recibido.

En plan de turista Al día siguiente me despierto con los ojos hinchados. Me baño con el pequeño jabón Rosa Venus y marco el número de la tarjeta que me dio el conductor el día anterior. Iré a conocer La Bufadora. Antes de salir, me dirijo a la recepción del hotel, donde me atiende otra persona. Se trata de un hombre blanco de ojos azules, un poco mayor que el de anoche. —¿Podría darme la dirección exacta de aquí? — Avenida Guadalupe 134, casi esquina con avenida López Mateos. ¿Vendrán a buscarla o le harán un envío? —No soy de aquí, no conozco, y necesito la dirección para que me traigan de regreso. —¿De dónde viene? —Del Distrito Federal —Bueno, pues le recomiendo que no se lo diga a nadie. Aquí no los quieren mucho… —Sí, gracias Me pongo a pensar: mis parientes no me quieren por muchas cosas que no entiendo y, encima, este sujeto me odia por venir de “la capital”… Taxi Express envía por mí al señor Carlos, con quien desde un inicio entablo conversación. Él es de Jalisco y su hermano es dueño de la base donde trabaja. Hablamos de muchas cosa: del Distrito Federal, de Ensenada… Yo le cuento la “triste historia” de cómo me quedé sola en el puerto, y él me anima a pasar bien el resto de mis vacaciones. La Bufadora no es un géiser marino como todos creen. Se trata de la combinación de una cueva, el oleaje y la presión. Más allá del espectáculo que produce la enorme columna de agua, el sonido que emite es impresionante; La Bufadora resopla como un animal enfurecido. Es martes, no hay muchos visitantes, así que somos ella y yo. De regreso en el centro de Ensenada me decido, de una vez, a visitar por fin Valle de Guadalupe. Es increíble cómo va cambiando el

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paisaje, del mar y el puerto a los viñedos y los olivos. Don Carlos me cuenta que en esa zona las condiciones climáticas son muy parecidas a las del suroeste francés, aunque a veces un poco más extremas, con una temperatura que en un mes como este, septiembre, puede llegar a los 40 °C. Visitamos la casa L. A. Cetto. El señor Carlos espera en el taxi mientras yo me uno a un recorrido durante el cual nos muestran las enormes instalaciones y que concluye con una cata de vinos. Compro algunas botellas y un aceite de oliva para mi madre. El chico que me ha atendido se muestra un poco sorprendido de que viaje sola y antes de despedirnos me desea suerte. Regresamos al centro, al motel Colón. Me despido de Carlos, no sin antes agradecerle todas sus atenciones más allá del servicio. —Me da gusto haberlo conocido… Siempre es grato encontrar personas amables y buenas. —Nada qué agradecer. Pásela bien, señorita. Y no se preocupe, cualquier cosa que necesite, ya sabe que el sitio está aquí enfrente. Ensenada es un lugar tranquilo. Dejo mis cosas en la habitación, aún tengo ánimos de salir a caminar. No pienso reclamar mis pertenencias que se quedaron en casa de María, por lo tanto aprovecho para comprar de nuevo algunos pequeños regalos. Luego me dirijo a la avenida Ruiz, donde están todos los bares. No puedo irme sin visitar la cantina Hussong’s, la más vieja de toda Ensenada. Pido una cerveza con Clamato y comienzo a beber sola mientras observo al resto de la concurrencia. Cumplido mi capricho, pido la cuenta y vuelvo al motel a dormir.

De pasada, Puerto Nuevo Me levanto tarde, como a las 10:00AM. Me baño y acomodo todo. Dejo la llave y el control de la televisión en recepción. Debo volver a Tijuana para abordar mi avión y regresar al Distrito Federal. Desayuno un aguachile en los mariscos El Primo Nava, que también me recomendó Carlos. Después de comprar de nuevo mercancía de los Xolos en una tienda oficial (no quiero volver con las manos vacías), un taxi me lleva a la Central de Autobuses de Ensenada. Se me ocurre que en lugar de llegar directo pasaré a Puerto Nuevo, pues mi madre me dijo varias veces que ahí se come una deliciosa langosta con frijoles. En la terminal me explican que ningún

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autobús va para allá. Lo que queda es pedirle al chofer que me baje en el poblado más cercano y caminar. La mochila ya comienza a pesarme. Con algo de trabajo me acomodo en el asiento. Vamos sobre la carretera Ensenada-Tijuana cuando, en el kilómetro 54, el chofer me indica que debo bajarme, atravesar un puente para llegar a Primo Tapia, y de ahí buscarle. Según me dicen, aún estoy lejos. Entonces tomo una calafia (así le llaman al transporte público) que, otra vez, me deja sobre la carretera, la cual debo atravesar. Ya del otro lado, frente a mis ojos está Puerto Nuevo, una tranquila localidad ubicada a orillas del mar. Entro al único restaurante donde hay gente. Ya son las 6:00PM. Me sorprende el vistoso platillo… Lo disfruto con toda calma. Descanso un poco. Son las 7:00PM y ya está oscuro. Según las indicaciones de los meseros, todavía debo atravesar de nuevo la carretera, tomar una calafia que me lleve a Rosarito, y de ahí otra que me deje en Mesa de Otay. Ya en Rosarito, antes de subirme al transporte, le llamo a mi tía Juana para despedirme. Ella se ofrece a llevarme al aeropuerto, a lo cual accedo pidiéndole como único favor que no le diga a nadie que estoy de nuevo en Tijuana. Quedamos de vernos justo donde me dejará el transporte, en un Oxxo.

Tijuana, de nuevo Me siento un momento y saco mi libreta; la había comprado para hacer anotaciones de mi viaje… Por muchas circunstancias se quedó en blanco. Arranco dos hojas para escribirle una carta a mi abuela. En ella le explico que, a pesar de todo, estoy muy orgullosa de mi madre y, por tanto, de ser una Zepeda. Le escribo sólo a ella porque mi abuelo ya murió y jamás pudimos conocernos. Luego entro al Oxxo y le pido al dependiente que me explique cómo hacer una llamada a la Ciudad de México. Le cuento que soy del Distrito Federal, que estoy esperando a alguien, y le pido que me deje quedarme dentro de la tienda porque ya es algo tarde. Él accede. Se trata de un jovencito que, según me platica, estudia la preparatoria y trabaja. Cuando le cuento que trabajo en publicidad me pregunta si conozco a algún famoso. Yo sólo sonrío y le aclaro que mis labores no son como él imagina. Además me pregunta si en “la capital” la gente es igual de prepotente porque, al menos en Tijua-

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na, los clientes muchas veces tienen malos modos. Veo el auto de Juana estacionarse. Con mucho trabajo me pongo la mochila en la espalda y tomo todas mis bolsas. Antes de irme le dejo al muchacho una tarjeta de presentación y una del metrobús. —¡Por si un día vas a la Ciudad de México! ¡Muchas gracias por todo, de verdad! ¡Hasta la vista, Tijuana! En menos de 10 minutos ya estamos en el Aeropuerto Internacional General Abelardo L. Rodríguez. Con lágrimas en los ojos me despido de Juana. —Bueno, tía, las cosas no salieron como esperaba. A veces así pasa… Nunca conocí a mi abuelo, pero al menos ya estuve aquí, donde nació mi madre. Me da gusto que estés feliz, que estés bien. Por favor, le das esta carta a mi abuela. También estoy agradecida con Juana y con su esposo por los buenos momentos. Sé que ella no puede llevarme a su casa, pues podríamos meternos en problemas con el resto de la “familia”. Por eso mismo decidí pasar mi última noche en el aeropuerto. Además me daba miedo hospedarme en un hotel, quedarme dormida o tener algún contratiempo y perder el vuelo. Dormito un poco abrazada a mi mochila. Qué diferente es todo de cuando salí del Distrito Federal. El personal del aeropuerto revisa meticulosamente mi equipaje. Al momento de documentar me doy cuenta de que mi mochila pesa 13 kilos, mismos que anduve cargando mientras caminaba por lugares que nunca antes supe que existían. Abordo el avión con rumbo a la ciudad de México. Nos piden abrochar nuestro cinturón; estamos a punto de despegar. Dejo escapar un suspiro que estaba contenido en mi pecho… Tantos años esperando este viaje y nada salió como estaba planeado. Sin embargo, aprendí mucho. No soy la misma que cuando llegué aquí. No cabe duda: todo tiene una razón de ser… y el que busca encuentra.

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LOS AMATEURS Jorge Villa y Juan Collado* (España) Finalista

“Esto no es una guerra, es una ópera cómica con alguna muerte ocasional ... como es bien sabido, la guerra atrae a mucha gentuza” GEORGE ORWELL Homenaje a Cataluña

Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”

ALBERT CAMUS El año 1936 está finalizando y ESPAÑA se encuentra sumida en una GUERRA CIVIL. El país se ha roto en dos bandos ideológicamente irreconciliables que enfrentan a padres contra hijos, hermanos contra hermanos, patrones contra obreros, laicos y anticlericales frente a la Iglesia y a los más conservadores... La sublevación de un grupo de militares contra la II REPÚBLICA se ha convertido en un cruento conflicto que sacude las conciencias del resto del mundo. Seis jóvenes veinteañeros, niños bien y universitarios de EEUU y GRAN BRETAÑA, se conocen en una travesía en barco rumbo a ESPAÑA. Acuden en auxilio de la República. Solidarios, excitados y deseosos de aventuras, quieren defender


una noble causa en un lugar donde igualdad, justicia social y libertad podrían convertirse en algo más que simples palabras. Año 2000. Se estrena póstumamente en el Teatro Nacional la última obra del ínclito y polémico literato español JACINTO PORTO: LOS SIETE MAGNÍFICOS. Se trata de una revisión dramática de las aventuras y desventuras de SEIS JÓVENES BRIGADISTAS INTERNACIONALES durante la GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. El acontecimiento sirve como invitación de ESPAÑA a esos combatientes extranjeros en los que se basa la obra para condecorarles y otorgarles la nacionalidad española por sus heroicos y desinteresados servicios al país, siempre en favor de la libertad y la justicia. El homenaje a estos nonagenarios, justo antes del estreno, resulta muy emocionante; la obra, brillante, divertida y polémica; el cierre del telón, desagradable y sorprendente porque entre vítores y aplausos se escuchan los improperios e insultos de estos abuelos, quienes incluso lanzan sus condecoraciones contra el escenario: lo que acaban de presenciar es la historia de seis simpáticos pijos, mujeriegos, indolentes, canallas y borrachos durante la GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. A partir de este suceso comenzamos a repasar las correrías de estos guiris amateurs durante la GUERRA CIVIL. LOS AMATEURS es un relato tragicómico narrado como ficción (película o miniserie de tv) con elementos introductorios y recursos de falso documental. A través de “aparentes” documentos y fuentes de la época (prensa, radio, películas, fotografías, trucajes... todos ellos convenientemente manipulados), declaraciones de LOS AMATEURS ya ancianos, especialistas, ex-combatientes... y fragmentos grabados de los ensayos y representación de la obra LOS SIETE MAGNÍFICOS (ficticia), se apuesta por el humor y la mala leche para reflejar lo más pueril, inverosímil y absurdo de todas las guerras y el día a día de quienes las sufren. LOS AMATEURS tiene como premisa introducir en un contexto histórico, veraz y real (la GUERRA CIVIL ESPAÑOLA) toda una ficción surrealista —pero de lo más verosímil— con el fin de retratar una época, radiografiar determinadas conductas y jugar con íconos (JFK, cowboys, mafia italiana, judíos errantes, sportsmen británicos, moda Oxford, musical americano, New Deal, fascismo, comunismo, pop, folk, copla, musical americano, vanguardias...) universales de varias generaciones en un ejercicio de postmodernismo guasón. Se trataría de unas anti-memorias históricas muy bien documentadas (en apariencia) en las que la ficción entra sin llamar a la puerta. Para lograr este aparente collage de re-

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ferencias, LOS AMATEURS se plantea con elementos introductorios de aparente falso documental (todo estará dramatizado y es una ficción pura) en el que se jugará con la manipulación de periódicos de la época, fotografías, grabaciones, recreaciones, testimonios (reales y falsos de especialistas en la materia y protagonistas) y los fragmentos representados de una supuesta obra teatral de un autor ficticio (JACINTO PORTO), fechada en 1940 y que lleva por título LOS SIETE MAGNÍFICOS. La revisión de la Historia, del contexto y hechos acontecidos, a través de la fábula/ficción cinematográfica, con la intención de ofrecer un punto de vista diferente y esperpéntico que no la falsea. Narrar una ficción dentro de una época tiene muchos y muy diversos ejemplos. Las referencias a la hora de pergeñar LOS AMATEURS han sido, ya sea por su tono, espíritu, género o formato, abundantes. Sin embargo, queremos destacar las siguientes. Por el uso de las declaraciones de aquellos que vivieron una época para la rememoración de un tiempo y la recreación de una historia que pasó a la Historia. PERSONAJES LOS AMATEURS es un grupo constituido por cuatro jóvenes norteamericanos, dos británicos y un niño español que coincidieron en un determinado momento y lugar históricos (1936-1939) y formaron un particularísimo grupo de BRIGADISTAS INTERNACIONALES. En el año 2000 se estrena la obra teatral LOS SIETE MAGNÍFICOS, escrita en 1940 por JACINTO PORTO, y que versa sobre la aventuras de estos jóvenes. Ellos son: AMATEURS AMERICANOS -JOHN FRANCIS KELLOGG (J.F.K).NEWPORT. 19 AÑOS EN EL 36. La mejor juventud en las peores manos. La República del Irlandés. JACK es el segundo hijo de una familia de católicos irlandeses de Boston, Massachusetts. Su padre, Joseph, es un hombre que se hizo a sí mismo; armó una fortuna con el contrabando y dignificó su dinero casándose con la primogénita de un coronel veterano de la

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Guerra de Cuba, amigo del alma y compañero de fatigas de TEDDY ROOSEVELT. JACK es el pródigo de la familia y su padre no tiene puesta ninguna esperanza en él; simplemente le paga las facturas. Sin embargo, a su madre, ELEANOR, el chico le hace mucha gracia, pues ve en él al difunto abuelo, al coronel. JACK ha crecido a la sombra de su brillante hermano mayor, SEAN. JACK estudia en HARVARD, tal y como lo hizo SEAN, pero a diferencia de éste, JFK ha conseguido llegar hasta allí gracias a las generosas donaciones pecuniarias de la familia a tan prestigiosa institución. Destacado sportsman (tenis, golf, fútbol americano, polo, atletismo) y jefe de su hermandad, tiene veleidades literario-inguinales, es decir, ha firmado un par de cuentos publicados en The New Yorker, manufacturados por profesionales ghost writers (negros) que le han servido para vivir apasionados romances con varias bohemias del village. Y es que JACK pasa más tiempo de juerga en la Gran Manzana, donde mantiene su garçonier, que en la Catedral del Saber. Se trata de un joven progresista, ideológicamente intachable, aunque espiritualmente indolente. Con la asignación que recibe de su familia, decide viajar a ESPAÑA en secreto, vivir aventuras y luchar por unos ideales. Realmente, JACK es un bon vivant que huye a España amenazado por deudas de juego. Prefiere batallar contra las hordas fascistas que enfrentarse a papi y a sus acreedores. EN EL 2000, ES SENADOR DEMÓCRATA POR NEW HAMPSHIRE Y EL MÁS ANTIGUO CON ESE PUESTO EN EEUU. -BUTCH LONEFELLOW SILVER. DILLON (TEXAS). 20 AÑOS EN EL 36. De grana y oro. La mano izquierda de un cowboy. Cadete de West Point. Capitán del equipo de fútbol americano de la academia. Ingenuo, apasionado por la mecánica, la velocidad y el riesgo; lo mismo le da montar en rodeos que participar en una carrera de coches o pilotar una avioneta. Es un bruto y siente que se le escapa la vida. Piensa que jamás entrará en combate porque la Gran Guerra se la pasó entre biberones (2 años) y EEUU no tiene ningún conflicto a la vista. Hijo de un magnate petrolífero y ranchero, quizás por ello siente una especial fascinación por los toreros desde que vio de chaval a Rodolfo Valentino en Sangre y arena. Aparentemente se marcha a la contienda española por la pura necesidad de luchar y para ser matador (torero). Sin embargo, la

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desobediencia a su entrenador durante el último partido de liga universitaria y el estado de buena esperanza de su prometida también contribuyen mucho a la decisión. Las reglas de honor de la escuela de oficiales prohíben contraer matrimonio antes de graduarse y la vida de padre civil y dorado heredero a los veinte le aterra. Al coincidir en la travesía con JFK y el resto del grupo, decide alistarse en el bando republicano. Antes de esto no lo tenía muy claro; en el fondo lo que quería era simplemente luchar. EN EL 2000 ES INDUSTRIAL PETROLÍFERO Y GANADERO. SHERIFF RETIRADO DEL CONDADO DE DILLON. PADRINOTÍO DE DOS EX-PRESIDENTES REPUBLICANOS. -GEORGE ELIAS WASHINGTON III. BROOKLYN (NUEVA YORK). 23 AÑOS EN EL 36. L´America al dente. Un soplón de aire fresco. El verdadero nombre de GEORGE ELIAS WASHINGTON III es GIORGIOS ELIAS VERRANZANO y se trata de un tipo duro y listo. Es el más pequeño de nueve hermanos en una familia de emigrantes italianos cuyos padres apenas hablan inglés. Él es el único de su familia que estudió primaria y ha trabajado en todo tipo de cosas (desratizador, recolector de algodón, chico de los recados, vendedor de periódicos, mamporrero, palafrenero....). Está hasta las narices de curres de mierda y lo que más le sulfura de todo es que le hablen del “sueño americano”. Un verano y gracias a una sarta de mentiras que copia de un Reader’s Digest que se encuentra mientras trabaja de basurero, consigue un trabajo de jardinero en Los Hamptons. Su poder de observación, su inventada carrera de Química en Stanford y un especial talento como latin lover de maduras desatendidas conquista a la aún atractiva mujer de MR. KELLOGG, madre de JFK, quien le contrata para velar por la vida del despreocupado JOHN FRANCIS. La suma es importante y GEORGE ELIAS no tiene inconveniente en seguir al chico de oro hasta ESPAÑA. Una vez allí, GEORGES mantiene todas sus mentiras, pero se solidariza más con la causa de los más desarrapados y, como el más desarrapado es él, practica un egoísmo pueril sin fisuras. AÑO 2000. EMPRESARIO JUBILADO. FUE IMPORTADOR DE ACEITE DE OLIVA ESPAÑOL EN EEUU. GRAN PADRINO DE LA FAMILIA VERRANZANO -DICK (RICHARD) STANLEY NEWMAN. L.A. (CALIFORNIA). 22 AÑOS EN EL 36. Rapsodia en rojo de un errante. La llave de un nuevo hombre.

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Hijo de judíos emigrantes, sus padres se divorciaron cuando él era un niño. Siempre ha vivido a caballo entre Los Ángeles, con su madre (GOLDA, guionista de cine) y Nueva York (su padre, ISAAC, profesor de literatura austrohúngara en Stanford). DICK es un compositor y pianista judío formado en Berkley y Julliard. Está fascinado por la música de RODGERS & HART, de IRVING BERLIN, de COLE PORTER, de GEORGE GERSHWIN y XAVIER CUGAT... Acaba de estrenar un musical infantil producido por la red nacional de teatros, pero ha sido un fracaso. La repentina muerte de ISAAC cambia la vida de DICK. La herencia consta de 15 millones de dólares y una antiquísima llave de lo que fue la casa de sus ancestros sefarditas en TOLEDO (España). Estas circunstancias y la GUERRA CIVIL resultan decisivas para que DICK emprenda su viaje hasta ESPAÑA con el fin de luchar por la libertad, abrir una puerta y, sobre todo, encontrar su sonido en esas exóticas tierras peninsulares que en otros tiempos habitaron sus orígenes. Necesita inspiración para componer otro musical, TOLEDO, y una sinfonía, RHAPSODY IN RED. EN EL 2000 ES UN ACLAMADO Y MÍTICO COMPOSITOR DE BANDAS SONORAS Y MUSICALES. LOS TONYS Y OSCARS PUEBLAN LAS ESTANTERÍAS DE LAS MANSIONES DE ESTE ANCIANO AMATEURS BRITÁNICOS -SEBASTIAN GIELGUD. WIMBLEDON (LONDRES). 21 AÑOS EN EL 36. Un espíritu olímpico en la revolución. Juegos de amor prohibidos. Grandísimo remero y tenista. Es todo un sportsman. Hijo de Lord James Gielgud, vizconde de Chesterfield (Escocia), y huérfano de madre británica, nacida en la India; acaba de terminar sus estudios en Oxford. Mantiene una secreta y tormentosa relación con una bellísima madura, ganadora de Wimbledon. Viene a ESPAÑA con la excusa de hacer un somero y epistemológico estudio antropológico para la Royal Society Geographic. Conoce a LAWRENCE BRITTEN desde su infancia y son íntimos amigos. Fueron a universidades antagónicas y se enfrentaron varias veces en las regatas Oxford-Cambridge,, pero pertenecen al mismo club. Realmente es LAWRENCE quien convence a SEBASTIAN para que le acompañe a ESPAÑA. La intención de LAWRENCE no es otra que ayudar a su amigo a olvidar su reciente desamor. TRAS LA GUERRA LLEGÓ A PRESIDIR EL COMITÉ OLÍM-

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PICO BRITÁNICO. ORGANIZÓ LOS JUEGOS DE LONDRES Y ES MIEMBRO VITALICIO DE LA EJECUTIVA DEL COI. ES UN LORD. -LAWRENCE BRITTEN. LONDRES. 21 AÑOS EN EL 36. Inspiración sin transpiración. Fabulosas narraciones proletarias de un gentleman romántico. Remero de Cambridge, mal estudiante y muy, muy rico. Expulsado de la universidad por su talante excéntrico e ideales socialistas. Se viene a ESPAÑA como corresponsal de guerra siguiendo la tradición familiar (su padre lo fue en La Guerra de los Bóers). Es amigo de SEBASTIAN desde el colegio y son colegas de Eaton. Hijo de un ingeniero de minas y empresario metalúrgico, se trata de un snob. Aficionado al rugby y al football, su familia tuvo negocios en Almería y, seguramente, trajeron el balompié a la península. LAWRENCE y SEBASTIAN conocieron juntos el sexo sin chicas. Se quieren y se lo pasan bien juntos en el county, o donde sea, bebiendo, divagando, leyendo, boxeando o integrándose con el vulgo en las tabernas y pubs de cualquier pueblecito. A veces, también les gustan las mujeres, cada vez más. AÑO 2000. SIR LAWRENCE BRITTEN ES PRESIDENTE HONORARIO DEL FOREIGN OFFICE. EX-DIRECTOR DEL TIMES. AMATEUR ESPAÑOL -JACINTO PORTO ROJO (MICKY ORATÓN). BARCELONA (CATALUÑA). 13 AÑOS EN EL 36. Radiografía de un chico listo. La educación sentimental de un soñador con los pies en el suelo. Chavalillo de padre desconocido y una prostituta. JACINTO es listo como él solo y conoce a todo el mundo en el puerto de BARCELONA. Chapurrea varios idiomas y es un as del contrabando y conseguidor. Se rumorea que es hijo bastardo de DURRUTI. JACINTO sólo se mueve por dinero. LOS AMATERUS le fichan como ayudante y traductor. Junto a ellos pasará toda la GUERRA CIVIL, un trienio en el que crece, madura y experimenta su despertar a la vida. Con los años se convertirá en un magnífico y afamadísimo escritor e intelectual español, quizás el más importante del Siglo XX. Al morir deja una obra teatral inédita y manuscrita en el año 1940. Se titula LOS SIETE

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MAGNÍFICOS, y en ella se narran las venturas y desventuras de un grupo de siete jóvenes extranjeros que batallaron a su manera en defensa de la República Española. El estreno póstumo de esta obra supone todo un acontecimiento, y el gobierno aprovecha la coyuntura para homenajear a los siete magníficos, ya ancianos, y entregarles la nacionalidad española. La televisión entrevista en profundidad a estos abuelos y todos los fastos resultan de lo más emocionante para estos viejos camaradas. Sin embargo, la representación les parecerá sorprendente a estos vejestorios: se trata de un ajuste de cuentas de JACINTO (MICKY) hacia sus patrones y ex-compañeros de armas. FALLECE EN EL 2000 CONVERTIDO EN UN ILUSTRE, PREMIADO Y CONTROVERTIDO ESCRITOR Y DRAMATURGO ESPAÑOL.

CAPÍTULO 1. PARECE QUE FUE AYER Los medios de comunicación anuncian el fallecimiento del gran escritor español JACINTO PORTO ROJO. El país está conmovido y las manifestaciones de condolencia resultan emocionantes. El Ministerio de Cultura le organiza un homenaje póstumo que incluye la representación de LOS SIETE MAGNÍFICOS, legendaria obra teatral inédita, fechada en 1940, que el autor jamás quiso que viera la luz hasta después de su muerte. LOS SIETE MAGNÍFICOS es una pieza en la que se tratan, a través de una serie de cuadros dramáticos, las venturas y desventuras de SEIS JÓVENES BRIGADISTAS INTERNACIONALES y el propio autor durante la GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. Los seis ancianos brigadistas libertarios que aparecen en la obra regresan a ESPAÑA para el homenaje a su difunto amigo. Reciben condecoraciones, la nacionalidad española honorífica y son los invitados especiales del estreno. Mediante entrevistas (totales) de especialistas y de los propios magníficos ya ancianos (LOS AMATEURS), fotos, películas, música, grabaciones de los ensayos de la obra y prensa de la época, conocemos las circunstancias generales (políticas, artísticas y económicas) de ese tiempo, qué hacían estos chicos justo antes de venir a ESPAÑA, por qué decidieron alistarse para combatir y cómo recuerdan a ese chiquillo español, JACINTO, a quien ellos llamaban MICKY, que llegaría a ser años después el famoso intelectual y escritor JACINTO PORTO.

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Los ancianos se toman fotos con los actores que les van a interpretar en la obra, reciben los homenajes y se disponen a ver la representación. Continúan las entrevistas; en ellas los ancianos recuerdan. La documentación, imágenes, películas, fotos familiares... indican que todo lo que dicen los MAGNÍFICOS pude no ser exacto. La obra finaliza y se cierra el telón entre aplausos. Los actores salen de nuevo a escena a saludar. Entre los vítores se escuchan varios abucheos, insultos e improperios. Los seis ancianos gritan indignados con una sola proclama: HIJOS DE PUTA. También lanzan sus condecoraciones al escenario. A uno de ellos, incluso, le da un vahído (resultará ser un trombo o un ictus). La escena es de lo más desagradable y nadie entiende nada.

CAPÍTULO 2. HOMENAJE A CATALUÑA Prólogo. Una entrevista, emitida en los años 70 por TVE, de JOAQUÍN SOLER SERRANO a JACINTO PORTO ROJO (Programa: A fondo). JOAQUÍN SOLER pregunta a JACINTO cómo recuerda la Guerra Civil. JACINTO responde: “Me pilló en el bando republicano, y por primera vez en mi vida comencé a hacer tres comidas al día”. --Vemos opiniones especializadas (estilo PAUL PRESTON: historiadores, ex-combatientes...) imágenes, fotos y portadas de prensa de la época sobre las circunstancias de ESPAÑA y BARCELONA durante los inicios de la guerra (1936). También vemos declaraciones de LOS AMATEURS, o MAGNÍFICOS (los seis ancianos) en las que relatan su recuerdo de la primera vez que pisaron suelo español y cómo conocieron a JACINTO PORTO. Ocurrió en el puerto de BARCELONA. Para la gente, LOS AMATEURS eran como marcianos. BRITTEN y GIELGUD vestían como si llegaran al África para cazar elefantes. Echando mano de los recursos que se utilizarán durante los seis capítulos (aparentes declaraciones, grabaciones de los ensayos de la obra teatral que nos sumergen en el flashback, fotos reales y manipuladas, peliculitas reales y manipuladas, archivo periodístico real y manipulado... Eso parecerá, aunque todo será ficción).

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LOS AMATEURS necesitan un coche que les lleve al Hotel Palace y alguien que les portee el ingente y el equipaje que han traído. Mientras tanto, un grupo de milicianos exaltados se dedica a rebautizar todos los barcos del puerto cuyos nombres huelen a imperialismo y bando nacional. LOS AMATEURS ceden una botella de champán para que el bautismo se haga como exige la tradición. El sonido al descorchar la botella (parecido a un disparo) pone en guardia a los milicianos, quienes encañonan a LOS AMATEURS. Nuestros protagonistas intentan explicarse en inglés, pero nadie les comprende y la cosa se pone muy mal. Sólo la intervención de un jovencito, canijo, de 13 años, bilingüe y que hace estallar la botella contra el casco de uno de los barcos amarrados evita el desastre. También ayudan las otras tres cajas de champán que LOS AMATEURS, solidariamente, comparten con los allí congregados. Comienza la juerga (confesiones de gente que lo vivió, fotos, películas, ensayos de la obra...). Algunos de los que hablan, insultan y califican a LOS AMATEURS de pijos y golfos, sobre todo por su despreocupación en unas circunstancias tan importantes y dramáticas. Tras la pantagruélica juerga, LOS AMATEURS amanecen en una colectivizada sede de alimentos, instrumentos musicales, alcohol, y amor (PUTICLUB) de BARCELONA. BUTCH duerme sobre una cama con cuatro camaradas putas sobre el suelo, a su vera. NEWMAN se ha quedado traspuesto con la cabeza apoyada sobre las teclas de un piano, rodeado de copas de champán y varias damas; BRITTEN y GIELGUD se despiertan juntos y abrazados; están semidesnudos, llevan boas de plumas y tienen los ojos pintados. GEORGE WASHINGTON III (GEORGE) es el único que no ha dormido en toda la noche y se ha mantenido sobrio. GEORGE se acaba de agenciar un arma y ha arramplado con todas las carteras que ha podido. El despertar de LOS AMATEURS se produce por el tremendo ruido que hace la entrada de un grupo de milicianos guiados por un chavalillo (JACINTO PORTO). El grupo lo comanda un tipo grande, serio y adusto (¿responde al nombre de BUENAVENTURA?). Los milicianos se dirigen a una de las habitaciones. Derriban la puerta y allí se encuentran con JFK, que yace con una bellísima mujer. Vemos declaraciones sobre este hombre malencarado al que todos obedecen y sobre la relación que mantenía con la mujer que se había encamado con JFK; incluso hay comentarios sobre la relación

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del chaval (MICKI-JACINTO) con la mujer y el hombre (BUENAVENTURA). ¿Es hijo de ambos? Se trata de pura rumorología, no exenta de leyenda. También vemos documentos y declaraciones especializadas sobre los centenares de grupos anarcosindicalistas y políticos de izquierdas que luchaban entre ellos en la BARCELONA de esos años y sobre los paseíllos de ambos frentes (nacional y republicano). LOS AMATEURS caminan por las calles de BARCELONA delante de los rifles de los milicianos que les abordaron en el colectivizado almacén puticlub. Parece que les van a fusilar (aparenta un paseíllo), pero no. Llegan al Palace, un gran hotel que ahora se ha cooperativizado, donde se encuentran todo el equipaje que llevaban. Todo queda listo para que se instalen; se ha encargado JACINTO (MICKY). El hombre serio se presenta como BUENAVENTURA DURRUTI y le dice a BRITTEN que le conceda una entrevista. Entre declaraciones sobre DURRUTI, LOS AMATEURS (ancianos, claro está, siempre hablan en presente, año2000) rememoran sus experiencias con él: a BUTCH le quitó su COLT 45; a JFK le arreó un bofetón tras ganarle al póquer y descubrir que no tenía líquido y que, además, hacía trampas; a BRITTEN y GIELGUD les concedió una entrevista que se aplazó por un viaje que BUENAVENTURA tuvo que realizara MADRID. Sin embargo, alguno de LOS AMATEURS recuerda que alguien intentó disparar a BUENAVENTURA y ellos le salvaron, por lo que les nombró su escolta personal y le acompañaron a MADRID (vemos que es falso). En verdad no sucede eso. LOS AMATEURS se quedan en BARCELONA, contratan a MICKY como conseguidor y le piden según sus intereses: los británicos, GIELGUD y BRITTEN, le encargan ropas milicianas a medida de las mejores sastrerías que haya; JFK y WASHINGTON le piden que les enseñe las mejores zonas de juergas, partidas clandestinas y mujeres de BARCELONA; NEWMAN, por su parte, le pide que le acompañe a escuchar el folclore catalán y republicano; BUTCH quiere ver toros... Al cabo de unos días vemos a LOS AMATEURS en las calles de BARCELONA, todo guapos y perfectamente pertrechados de milicianos, que se van a tirar una foto de grupo. Por delante de ellos pasa un coche fúnebre. En él llevan a DURRUTI, quien ha muerto, no se sabe muy bien cómo. Aparece en el TIMES la última entrevista que le hicieron en vida, firmada por un tal BRITTEN (inventada).

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CAPÍTULO 3. STRAWBERRY FIELDS FOREVER Prólogo. Estamos en pleno FRENTE DE ARAGÓN. Vemos a JFK vestido de miliciano corriendo, y parece que le disparan. Esa imagen se congela en una fotografía asombrosamente parecida, por no decir que exacta, a la del miliciano abatido de ROBERT (BOB) CAPA. JFK cae y yace aparentemente muerto. De repente se incorpora y le dice a alguien: ¿Qué tal ha quedado ésta, BOB? BOB duda, contesta que no está muy seguro. El resto de LOS AMATEURS (menos G. WASHINGTON) dice que sí, que la foto está de puta madre. JFK: “OK, pues enviamos ésta...” --Aparecen declaraciones de LOS AMATEURS y de especialistas hablando sobre la instrucción que recibían los milicianos y los brigadistas antes de acudir al frente (alguien lee algún párrafo del libro de GEORGE ORWELL, HOMENAJE A CATALUÑA: “Quien tenía fusil mandaba porque casi no había; ‘ni un miliciano sin fusil’ era la frase emblemática que demostraba la carestía de medios...”) LOS AMATEURS y otra gente recuerdan cómo fue su instrucción y el papel decisivo que ejerció MICKY en ese tiempo (GIELGUD y BRITTEN cuentan que les ayudaba a entenderse y cómo traducía sus palabras al castellano). Vemos imágenes o fotos de los británicos intentando enseñar a jugar al tenis a unos milicianos. BUTCH explica cómo recuperó su COLT 45 y que tardaría más de un año en ver un toro. Otra gente habla sobre la COLT 45 que tenía DURRUTI y su legendaria procedencia. JFK explica que su verdadera amistad con MICKY se forjó en ese tiempo. Vemos a JFK jugando al póquer y pidiéndole dinero prestado a MICKY. También lo vemos como monitor de equitación para milicianas y sus intentos por conquistarlas. NEWMAN habla (y luego vemos) de las canciones populares que, con bandurrias y guitarras, entonaban los milicianos y cómo aquel sonido mezclado con los estruendos del fuego enemigo y las bombas le inspiró la obertura de RHAPSODY IN RED. GEORGE WASHINGTON es el único que dice no recordar demasiado bien ese periodo. Lo cierto es que el resto de LOS AMATERUS comenta que durante una pequeña escaramuza tomaron preso a GEORGE. Vemos la lucha cuerpo a cuerpo entre GEORGE y un camisa ne-

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gra italiano. Todo indica que GEORGE va a ser aniquilado en la pugna. Casi rendido, GEORGE exclama una palabrota en italiano: bafanculo. Su enemigo lo entiende perfectamente y le pregunta que de dónde es. GEORGE responde que su familia es de ROZZONDELA. El fascista también es de allí. Al final resulta que son primos y GEORGE no tiene dificultad, ni física ni moral, de adherirse con la ayuda de su primo al grupo fascista, ni de disfrutar de la buena vida que llevaban las escuadras mussolinianas en el bando nacional (buena comida, bellas mujeres, copas gratis...). Sin embargo, un día GEORGE ve en un diario la imagen de JFK cayendo por una bala. Su misión de vigilante y escudo de JFK y, lo que es peor, el gran capital que recibe de los KELLOGG por ello, han acabado. La instrucción espartana de los nacionales, la disciplina que debe cumplir como soldado raso nacional (en contraposición con la del bando republicano en el que cualquiera opinaba), la infinidad de guardias que se chupa y la misa diaria, le incitan a fugarse. Una noche que GEORGE se encuentra de guardia en primera línea, decide huir. Mientras tanto, LOS AMATEURS organizan una pequeña fiesta para celebrar la despedida de las últimas cinco botellas de whisky que les quedan. Totalmente borrachos e idiotizados, LOS AMATEURS se encaminan sin pudor hacia el bando enemigo. Los milicianos, al creer que LOS AMATEURS se van a pasar al otro bando (prófugos), comienzan a dispararles (ex-milicianos hablando: “Creíamos que huían, pero no era así. No podíamos estar más equivocados”). La escena resulta de lo más aparatosa y surrealista: parece que seis brigadistas están atacando la trinchera enemiga a pecho descubierto y se topan y apresan a un fascista (GEORGE WASHINGTON III). El reencuentro resulta emocionante. ROBERT CAPA les hace una foto de la circunstancia, pero sale velada. La primera línea nacional del frente, ocupada exclusivamente y a modo experimental por camisas negras (popularmente tildados de cobardes), se retira por el ruido de las balas y los seis locos. LOS AMATEURS (involuntariamente) han tomado la línea enemiga y con ella un pueblo entero. Al amanecer, LOS AMATEURS y su batallón encuentran que el pueblo posee abundantes existencias y víveres. Incluso hay una camioneta militar llena de fresas que el coronel italiano (vizconde de Monti Santi) había ordenado traer. A instancias de GEORGE (pretende que se publique en todo el mundo), ROBERT CAPA les tira una fotografía conquistando un nuevo territorio (teatral). La celebración resulta apoteósica. Los británicos aprovechan la

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coyuntura para, con la ayuda de cuatro bayonetas, montar una red y jugar tenis. También aprovechan los cascos falangistas olvidados para llenarlos de fresas y dárselos a cada habitante desnutrido del pueblo. BRITTEN y GIELGUD se ponen a jugar tenis, JFK invita a unas damas a ver el partido, NEWMAN dirige una destartalada orquesta y se tocan los himnos. Milagrosamente comienza a nevar y los copos caen sobre las fresas. GIELGUD y BRITTEN están emocionados; parecen fresas con nata, como en los partidos de WIMBLEDON.

CAPÍTULO 4. LOS GAVILANES DEL ESTRECHO Prólogo. Especialistas, ex-combatientes y LOS AMATEURS hablan sobre la rutina del frente, aunque, como bien apuntan nuestros héroes, eso no impidió que se conmocionaran y horrorizaran con la muerte y la miseria (en contraposición vemos fotos de sus juergas, borracheras y negligencias...). LOS AMATEURS vuelven a BARCELONA de permiso y se lo pasan en grande. Llega un momento en que, tras una “cagada”, son arrestados. Los liberan y se entrevistan con VICENTE ROJO (el general). Les encomiendan una misión: deben escoltar a J.A. CASTRO IZAGUIRRE hasta GIBRALTAR, amainar un poco el cabreo británico (conflicto diplomático, ellos hablan inglés y hay dos compatriotas) y ayudar en lo que se pueda a este jovencísimo capitán para que su destructor de la clase Churruca, el JOSÉ LUIS DÍEZ, regrese a Cartagena. Todos LOS AMATEURS aceptan. BUTCH LONEFELLOW SILVER también acepta, pero a mitad de trayecto en tren (o coche), durante una parada, se separa del equipo. Quiere ser torero y qué mejor lugar que ANDALUCÍA para entregarse al noble arte de Cúchares. --Vemos a varios especialistas (historiadores de defensa) hablar sobre el destructor JOSÉ LUIS DÍEZ, popularmente conocido en la época como “PEPE EL DEL MUELLE”, y sobre sus vicisitudes durante la GUERRA CIVIL (famoso en Euskadi por la incompetencia de sus mandos, su manifiesta cobardía y negligencia hasta que toma el mando J.A. CASTRO IZAGUIRRE). Incluso alguien

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espeta: “LOS AMATEURS y el JOSÉ LUIS DÍEZ estaban destinados a cruzarse”. También aparecen varios especialistas taurinos que hablan sobre los toros durante la guerra y de una época en que muchos extranjeros, llenos de afán aventurero, quisieron ser toreros (WELLES, HEMINGWAY...). BUTCH recuerda cómo se adentró en zona azul y habla sobre las ganaderías que había, sobre cómo se encuentra en SEVILLA con un grupo de chavalillos que le invitan a que les acompañe a una ganadería a “hacer la luna”. El resto de LOS AMATEURS hablan sobre el jovencito capitán del destructor JOSÉ LUIS DÍEZ, CASTRO IZAGUIRRE. También relatan su llegada a GIBRALTAR y las atenciones recibidas. BRITTEN y GIELGUD vuelven a su “tierra”, donde se sienten como en casa. Incluso explican la a un amigo de sus “papis”. Todos recuerdan que MICKY, por su parte, viaja hacia África y trae a unos técnicos para arreglar el casco del destructor. BUTCH llega a la ganadería con sus nuevos amigos y se desnuda. Todos los chavalillos, desnudos y sin otra luz más que la de la luna, intentan lidiar una res de media sangre. Aparece un grupo de militares y captura a lo chavalillos justo cuando BUTCH intenta hacer faena. BUTCH mata al toro a balazos y mantiene a raya a los militares nacionales. Les acompaña el mayoral de la ganadería: un señorito falangista que invita a BUTCH quedarse unos días como invitado en la finca. JFK, harto de tanta diplomacia y aburrimiento, se ofrece voluntario para acudir de juerga a la LÍNEA DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN. La excusa es entablar amistad con algunos soldados nacionales y entretenerles mientras el JOSE LUIS DÍEZ intenta salir de GIBRALTAR y llegar a CARTAGENA. Durante su misión se topa con BUTCH, que volvía a GIBRALTAR a reincorporarse tras su aventura taurina. De hecho, porta la cabeza del toro que ejecutó como triunfo. Vemos declaraciones de JFK y BUTCH (ilustradas por imágenes de señoritos banderilleando y picando a jóvenes, es decir, lidiándolos) en las que ambos ancianos confiesan que algo había visto el vaquero (BUTCH) durante su periplo que le transformó; era una persona diferente. Como siempre, JFK intenta animarlo de la mejor manera que sabe. Le organiza una juerga, lo emborracha y lo lleva de putas junto a varios mandos nacionales. Por desgracia, no sirve de nada. El JOSÉ LUIS DÍEZ recibe en PUNTA EUROPA dos cañonazos que le obligan a volver a GIBRALTAR. A pesar de las dificultades, ni la flota

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nacional ni los cañones de la costa consiguen hundirlo. El gobierno británico encarcela a toda la flota por el “marrón” diplomático en que le ha metido tan bravo destructor. JFK y BUTCH (completamente ebrios) regresan a GIBRALTAR, se enteran de la noticia y acuden al rescate de sus compañeros y de toda la tripulación. Consiguen sacarles de la cárcel gracias a lo que se conoció como “el hito de JFK”: por única vez en toda la guerra, JFK consigue ganar un juego de póquer, una partida eterna que finaliza al día siguiente y en la que se jugaba la libertad de todos los encarcelados del JOSÉ LUIS DÍEZ. LOS AMATEURS se despiden del CASTRO IZAGUIRRE, quien le regala la bandera republicana de popa al gobierno gibraltareño antes de marchar a BARCELONA por carretera. LOS AMATEURS tienen que quedarse porque el amiguito de los padres de GIELGUD y BRITTEN resulta ser un encargado del Servicio Secreto Británico y, con el beneplácito del gobierno republicano, tiene una misión para ellos con un objetivo claro: matar a FRANCO.

CAPÍTULO 5. OPERACIÓN PARAÍSO: CAUDILLO VOLANTE NO IDENTIFICADO Prólogo. Declaraciones en las que expertos y ex-combatientes hablan sobre la marcha de BRIGADAS INTERNACIONALES de ESPAÑA. NEGRÍN sorprendió a todos en septiembre del 38 al anunciar la retirada unilateral de todas las tropas que conformaban este grupo de extranjeros. Otros especialistas explican que el verdadero motivo del Primer Ministro de la República era que, tras el PACTO DE MUNICH, ALEMANIA e ITALIA retiraran sus escuadrones de ayuda a FRANCO (mucho más eficaces). Un total de 12, 673 brigadistas supervivientes se marchan (la 15ª Brigada actuó en el Ebro por última vez el 22 de Septiembre de 1938). LOS AMATEURS explican que a ellos no les afectó esta decisión porque técnicamente no estaban en ESPAÑA; siempre sí habían ido a su bola y tenían nueva misión. Especialistas comentan que JULIÁN BESTEIRO viajó a LONDRES para proponer que las grandes potencias arreglaran el conflicto diplomáticamente. INGLATERRA está a favor, pero ITALIA y ALEMANIA se niegan. Sin

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embargo, BESTEIRO no se marcha con las manos vacías. En GIBRALTAR, el amigo de los “papis” de BRITTEN y GIELGUD, que ha resultado pertenecer al Servicio Secreto Británico, les encarga a LOS AMATEURS una misión: MATAR A FRANCO. --Vemos cómo se encontraba dividida ESPAÑA a finales del 38 y los avances del conflicto; ya casi todo pertenece al bando nacional. LOS AMATEURS se hacen pasar por turistas en MALLORCA (han recibido armas y una gran cantidad de dinero; hay quien comenta que buena parte proviene de lo recaudado por MALRAUX y PICASSO). Mediante declaraciones, vemos que el objetivo de matar a FRANCO resultaba casi imposible: se trataba de un caudillo muy bien custodiado, un militar de carácter que pocos años atrás no había tenido reparos en encabezar a sus tropas durante la GUERRA DE ÁFRICA. Se dice que FRANCO tenía dobles y que contaba con una especie de baraka que le hacía inmune a las balas (alguien cuenta alguna leyenda sobre su persona en ese aspecto). Uno de LOS AMATEURS dice: “pero nosotros lo conseguimos; nos cargamos a FRANCO BAHAMONDE”. LOS AMATEURS hablan sobre MALLORCA. Nuestros chicos viven a cuerpo de rey, se han afincado en una preciosa casa en DEIÀ que el Servicio Secreto Británico les consiguió gracias a que su inquilino (ROBERT GRAVES) se las ha cedido una temporada. LOS AMATEURS lo pasan de miedo, holgazaneando y de fiesta en fiesta. Algunos ex-combatientes y especialistas hablan sobre el encargo de LOS AMATEURS. Explican que estos siete tipos eran unos impresentables que jamás lo conseguirían y que quizás por eso les encargaron semejante misión. LOS AMATEURS recuerdan su entrega al paraíso (MALLORCA). JFK entabló amistad con una BOTIFARRONA y reconoce que la relación no iba ni para adelante ni para atrás (carácter mallorquín). BRITTEN y GIELGUD entran en depresión al enterarse de la muerte del BARÓN DE COUBERTIN (padre del olimpismo). NEWMAN se entrega a CHOPIN y a las HABANERAS. GEORGE dice que recibió una carta de la familia KELLOGG en la que le decían que se acababa su misión y que a menos que hiciera volver a su hijo, dejaría de cobrar; quieren presentarle al SENADO, ya que papi se retira y su hermano mayor ha muerto de una extraña

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enfermedad. Le informan que papá KELLOGG ha pagado todas las deudas del chico en EEUU. También comentan que MICKY (JACINTO) se enamoró de una preciosa AL-LOTA que conoció un día en la SIERRA DE LA TRAMONTANA (Centro de la Isla). Se enamora de ella y la lleva a que conozca el mar. JFK también lo intenta con esa zagala, pero la chica prefiere a MICKY y comienza el declive de la relación entre estos dos amigos. BUTCH descubre OVNIS en VALLDEMOSSA (un ufólogo comenta que MALLORCA es una gran cuna de avistamientos; hasta el mismo ROBERT GRAVES los vio en los 70). Sus vidas comienzan a hacerse tediosas. Tanta placidez les aburre y sólo les queda esperar a que se pongan en contacto con ellos para entregarles las órdenes exactas. Durante una velada de la clase alta, BUTCH conoce a un importante militar que dice haber sido el primero en cruzar el Atlántico por aire. BUTCH se ofende. Ese fantasma está apropiándose del logro de su gran ídolo: CHARLES LINDBERGH. Encima, comenta que esta semana le toca hacer una proeza mayor, seguramente la más importante de su carrera como piloto: la vuelta al mundo. Al final, BUTCH acaba intentando agredir a este hombre, pero no lo consigue. La guardia le apresa y le encierra en el calabozo. Mientras tanto, el resto de LOS AMATEURS contacta en la misma fiesta con su enlace. Parece que FRANCO visitará MALLORCA en secreto esta semana. MICKY consigue liberar a BUTCH con la ayuda de GEORGE WASHINGTON. JFK, NEWMAN, BRITTEN y GIELGUD también quieren vengar a su amigo. Piensan que el aviador que encarceló a BUTCH va a dar la vuelta al mundo, por lo que a modo de entrenamiento joden su avión (o al menos lo intentan). BUTCH, ya libre, vuelve a avistar otros platillos y los ve destrozar un avión. LOS AMATEURS se enteran de que FRANCO ha muerto; su avión ha sufrido un accidente mientras se disponía a cumplir la misión de bombardear la costa catalana, aún republicana. LOS AMATEURS lo celebran con jolgorio. BUTCH mantiene que han sido los ovnis. Da lo mismo, en definitiva FRANCO ha muerto, RAMÓN FRANCO (cuya cara coincide con el hombre que, según LOS AMATEURS, pretendía apropiarse del éxito de LINDBERGH), concretamente: el hermanísimo.

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CAPÍTULO 6. SIEMPRE NOS QUEDARÁ SPAIN Prólogo. Varios especialistas hablan sobre el año 39. La victoria era prácticamente segura en el bando nacional, y sólo unos pocos sitios como MADRID resistían bajo el lema “NO PASARÁN”. NEWMAN recuerda que sus compañeros (LOS AMATEURS) le debían un favor. Vemos a LOS AMATEURS en TOLEDO. NEWMAN se dispone a introducir su heredada llave en el portón de una secular casona toledana (lo cuenta, vemos fotos...). La llave entra, NEWMAN abre la puerta y vemos que dentro no hay nada. Se trata de un trampantojo, los bombardeos sólo han dejado la fachada del edificio. Vemos una foto de NEWMAN en la puerta mientras por delante desfilan tropas nacionales. --LOS AMATEURS vagan por la milenaria TOLEDO borrachos como arvejos. Varios historiadores hablan sobre las circunstancias mundiales del año 1939: la II Guerra Mundial se encuentra muy cerca, Hitler ha invadido POLONIA, los SUDETES... La GUERRA CIVIL está a punto de terminar y la situación en MADRID resulta dramática. Gracias a la faceta de corresponsal de BRITTEN, LOS AMATEURS llegan a MADRID. Ahí recuerdan lo de “NO PASARÁN”, el hambre, las calamidades, el PAN que tiraron los aviones fascistas desde el aire (cómo algunos, a pesar de la miseria, no los comían, pues se pensaba que estaban envenenados), los últimos paseíllos que hacen los rojos a nacionales escondidos y, finalmente, LA ENTRADA DE LAS FUERZAS NACIONALES A MADRID. Con la victoria de FRANCO, LOS AMATEURS presencian varias venganzas y paseíllos (extrañamente, algunos de los ejecutores que fusilan a los rojos eran antes milicianos que fusilaban nacionales...). LOS AMATEURS comprenden que ya no tiene nada que hacer en ESPAÑA y por eso deciden despedirse a lo grande y en su línea: organizan un fiestón. Desgraciadamente, esta gran despedida termina con LOS AMATEURS arrestados. Acaban peleándose entre ellos y montando follón. Había poca comida y alcohol, pero en el fondo discuten y se pelean por antiguos reproches y por mujeres. Los nacionales pasean enjaulados a LOS AMATEURS por MADRID junto a cientos de

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REPUBLICANOS. Las embajadas británica y norteamericana consiguen sacarles de allí. LOS AMATEURS recuerdan que fueron recibidos como héroes en sus países (sobre todo por mediación de la familia KELLOGG, que publicitó las hazañas de su hijo de cara a la presentación de JFK a las elecciones para el SENADO) y explican qué hicieron luego. Ninguno sirvió durante la II Guerra Mundial (vemos algún comentario especializado que afirma con rotundidad: “menos mal, si no, es posible que jamás hubieran ganado la guerra los Aliados”). JFK sirvió a su país desde el SENADO. BUTCH se marchó a México, donde debutó desastrosamente como torero, pero con la repentina muerte de su padre se hace cargo de los negocios rancheros y petrolíferos de la familia y también es elegido sheriff del condado de DILLON durante 30 años. STANLEY NEWMAN estrena TOLEDO y RHAPSODY IN RED, que reciben críticas desiguales. Al final se dedica a escribir bandas sonoras, consigue un puñado de Oscars y, con la ayuda de BRITTEN, estrena otro musical en LONDRES, que le consagra. BRITTEN se marcha a la INDIA como corresponsal antes de volver a INGLATERRA para dirigir el TIMES. GIELGUD se marcha a la INDIA como adjunto del Foreign Office y profesor de tenis del MARAJÁ de KAPURTALA. Regresa a su país como organizador de los JJOO de Londres y termina presidiendo el Comité Olímpico Británico. GEORGE WASHINGTON III se queda un poco más en ESPAÑA antes de regresar a EEUU para montar, con los ahorrillos que le reportaron su custodia de JFK, una empresa de importación de aceite de oliva con la ayuda de varios ex-miembros de la guardia mora franquista; funda su propia “familia” y ejerce de padrino. LOS AMATEURS recuerdan emocionados aquellos años juveniles y su relación con el único español: MICKY (JACINTO PORTO). Hablan también cada una de las seis mujeres que tuvo JACINTO PORTO (cada una le atribuye un carácter distinto y similar al de cada uno de los otros AMATEURS). Todos hablan sobre sus logros y de cómo se enteraban de ellos. Al hablar de esa época, LOS AMATEURS confiesan que fueron los años más importantes de sus vidas y reconocen que no mantuvieron el contacto (salvo en momentos esporádicos). Volvemos a ver el final del estreno de LOS SIETE MAGNÍFICOS. Todo el mundo aplaude menos LOS AMATEURS, quienes abuchean y lanzan al escenario sus condecoraciones, aunque en el fondo lloran de emoción.

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CAMINO A LAREDO Olga Lydia Alanís González* (México) Finalista

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entada al borde de una fuente me dejo salpicar por la cristalina agua. Un señor se acerca, saluda y me invita a unas conferencias sobre gnosticismo. Me explica lo que son sin dejarme hablar. Al final dice no, tú no vas a entender. Mientras me habla sobre las conferencias, veo cómo tres niñas idénticas de cabello rizado y rojizo pasan de largo frente a nosotros. Se ven muy tiernas. Sus caritas semejan la de una hermosa muñeca, sólo que cada una me ve con una expresión distinta; eso las hace diferentes. Aquellas miradas atrapan mi atención, distrayéndome de las palabras del hombre de blanco, al cual veo alejarse sin entender qué sucede. El aspecto limpio de aquella figura, la pulcritud de su ropa, su mirada brillante y lo que dice contrastan con el aroma podrido que emana de su cuerpo. Su fetidez es insoportable. Aquel olor sale de unas heridas o llagas que esconde con vendas bien pronunciadas bajo su ropa blanca. De pronto viene una camioneta a toda velocidad con dos niñas dentro. Al parecer las han secuestrado. Las niñas me piden ayuda a gritos. Yo vuelo hasta ellas, entro por una de las ventanas y tomo el volante. Llegan más camionetas con hombres armados, la figura de aspecto extraño los acompaña. Sé que no puedo hacer nada, mi instinto me lo dice. Yo, de pie y rodeada por ellos, los miro fijamente, sin temor. Después abro los brazos y vuelo, vuelo hasta la inmensidad del universo, hasta estar en medio de las estrellas, sintiendo su luz y su grandeza… No hay palabras con las que pueda describir lo que sentí al ver semejante espectáculo. Las estrellas han quedado atrás, todo lo rodea el “aireagua”. Continúo volando aún más alto, hasta un lugar donde nada tiene forma, sólo la luz. “No temas, nada puede hacerte daño. Yo estoy contigo…” Las palabras vinieron a mí mientras veía cuerpos


mutilados, sangre, fuego en las ciudades, imágenes incomprensibles, una tras otra. Despierto asustada, con la cara en mis rodillas. Abro los ojos y veo que estoy cubierta por agua. No puedo pararme. Estoy dentro de una gota, la gota en manos de una niña. Vuelvo mi cara a las rodillas, tratando de entender qué sucede. Escucho “La voz” nuevamente: “No temas, yo estoy contigo.” Sudorosa, agitada, tratando de ordenar mis pensamientos. Aún despierta escucho esa voz: “Las van a secuestrar…”Otra pesadilla. Es medianoche y yo aquí, diciéndome a mí misma: “Paola, tranquila, es un sueño. No tengas miedo, tranquila. Ya sabes…” Ya no sé si esta es mi realidad o los sueños son mi mundo, pero recordar cómo se siente volar entre las estrellas, tan libre, fuerte y protegida me hizo sonreír. La voz me dijo alguna vez en sueños que este mundo es una realidad aparente a la que damos forma, que fuimos enviados aquí para aprender y ayudarnos a encontrar el camino de regreso a casa, que esta realidad no existe, que se diluye con el despertar de la conciencia, que los que han partido sin conocer esta verdad esperan su turno para volver, que ellos son como sombras grises fuera del tiempo, que esto es lo que llaman infierno y que no es aquí a donde hemos de volver. He tenido muchos sueños a lo largo de mi vida, pero me decía a mí misma que éste no era cosa común. Algo estaba por suceder, y no sólo a mí. Muchos otros estarían involucrados, quizá hasta un país entero. Lunes. Otra semana de tortura. La situación empeora. Las ventas bajan cada día más y los cobradores y el banco siguen tan puntuales como siempre. A la gente no le interesan los libros, por lo menos no aquí, no en esta tierra de narcos. Después de ocho años me doy cuenta de que no fue tan buena idea agregar libros al inventario de mi negocio. Parece que esta semana sería igual a las otras. La única diferencia acaso es la amenaza de embargo. De nuevo me preguntaba cómo llegué a esta situación. Miércoles. Una amiga me pide que la lleve a Nuevo Laredo. —Te doy para la gasolina y aparte te pago por llevarme. Considerando la situación, ¿cómo negarme? Obtendría un dinero extra. Una luna hermosa apareció entre las nubes, iluminándolo todo. Luna llena. Eran las 7:30AM de ese día cuando llegamos a la gasolinera del entronque entre las carreteras Laredo-Monterrey. Estacioné el coche frente a una tienda de conveniencia. Clara brincó de gusto al ver que ahí estaba su novio esperándola para guiarnos al rancho.

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— No, no te bajes. La tomé del brazo. Fue mi instinto el que habló. —¿Qué te pasa? —No me importa, no te bajas —dije con voz más que autoritaria. Clara estaba asustada. No le quedó más que esperar a que el tipo se acercara a mi coche. Entre arrumacos se pusieron de acuerdo, y yo volteada hacia el lado opuesto, escuchando La voz, como siempre. ¿Qué podía hacer? Ya estábamos allí. Manejé de reversa hasta la pompa de gas. Clara quiso bajarse del coche de nuevo, esta vez para tomar el dinero de la gasolina. La detuve por segunda vez. —Discúlpame, ya me conoces, pero la primera vez que no te dejé bajar fue porque a un lado de él estaba sentada la Muerte. ¡Eso vi! ¡Créeme! Ella me conocía lo suficiente como para quedarse en el coche. —¡Pero cálmate! —me dijo —. Quizás sea tu imaginación. ¡El que va con él es un amigo! — OK, OK, pero yo me regreso nada más dejándote en el rancho. No me importa si ya es de noche. Ya con el tanque lleno de gasolina, continuamos el viaje. Íbamos detrás del novio de Clara, siguiendo su Suburban muy de cerca, pero de pronto, al dar la vuelta para tomar la carretera, pisó el acelerador a fondo y se nos perdió de vista entre los cientos de tráileres que transitaban a esa hora. Me dio una rabia… —¿Qué se cree ese tipo? ¿Que no lo alcanzo? Déjame le enseño, para que vea cómo se maneja. Y ahí me tienen sumiendo a fondo el pedal de mi Crown Victoria, mucho más viejo que aquella Suburban del año. Al tiempo que viajábamos a toda velocidad, pude advertir que una camioneta que venía atrás nos hacía cambio de luces una y otra vez. Imaginando que quería rebasarme, sumí el acelerador todavía más, pero la larga fila de tráileres no me permitía darle paso. ¡Oh, error! El tiempo pareció detenerse. Todo sucedía tan lentamente que incluso estaba al tanto de los latidos ralentizados de mi corazón. Vimos la Suburban volando por entre el camellón lleno de rocas y rebotar tres veces rodeada por el zumbido de las balas. Sin más, estábamos solas. Los cientos de tráileres habían desaparecido. ¿A dónde se fueron? Sin perder tiempo, encendí las luces interiores y las preventivas, luego eché el coche en reversa. Afortunadamente el lado derecho de la carretera era plano, lo noté cuando pasamos por allí. Sólo alcancé a retroceder unos metros. De repente nos vimos rodeadas: una Titán al frente, una Ford doble cabina a la izquierda,

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las dos de atrás no las recuerdo. Había tipos armados al lado de cada puerta, vestidos de negro, con las siglas de la AFI en sus gorras. Respiré aliviada pensando que era la ley. De repente sacaron a Clara de un jalón. Yo veía todo como en una película, sin atinar a reaccionar; aquello sucedía demasiado rápido. Recuperé el control cuando sentí que me jalaban del brazo y me ordenaron a gritos que bajara. —Déjame quito el cinturón —contesté con voz autoritaria—. ¿Qué sucede? Uno de ellos puso el arma larga frente a su cuerpo, sin apuntarme, y de inmediato, como resorte, mis manos se alzaron. ¿Qué demonios estaba pasando? Me llevó a la parte trasera del coche. Yo seguía peguntando qué sucedía. Esta vez mi mente iba al mil por hora. Ya no necesité respuestas al ver los pies de Clara pasar frente a mi rostro cuando la echaron dentro de la cajuela. —¡No me toques! ¡Yo me subo sola! —repliqué al instante, apuntándole a aquel hombre con mi dedo (¡por Dios, como si mi dedo tuviera poder alguno!). Pude advertir la confusión en ellos. No esperaban esa reacción de mi parte. Eran ocho, la mayoría altos; sólo vi un chaparro, moreno. Aunque todos andaban armados, sólo uno tenía cara de maldito: la barba bien afeitada, los gestos del rostro endurecidos. La mayoría eran muchachillos de entre 22 y 28 años. Al que le noté aire de jefe nada más me veía con ojos inexpresivos, como si quisiera adivinar quién era yo y cómo osaba hablarles así. Por unos segundos sólo sonó el viento. El ambiente pesaba con la indolencia de todos. —¡Yaahhh! —sonó la voz afeminada del cara de maldito, un poco en descontrol de su actitud, e hizo bajar mi mano que todavía seguía apuntando como pistola. Me acomodé en la cajuela. Ya dentro nos preguntaron qué estábamos haciendo. Les dije que mi amiga me había pedido que la trajera a ver a su novio y que yo me regresaría, después expliqué en breve quién era yo. El jefe me preguntó si no conocía a alguien de “la gente”, algún comandante o guardia. Contesté que no, que lo único que sabía era que acababan de poner a un tal “Zalva” y que el comandante de Miguel Alemán se llamaba “Zacarías”. Llamaron a Zalva por radio, me lo comunicaron y le expliqué lo que andaba haciendo. El tipo hablaba como si me conociera por más que yo jurara no conocerlo. Les dijo que sabía quién era, que hablaría con sus jefes para que nos dejaran ir y se comunicaría con ellos más tarde. Después de aquello, se hizo la corredera de todos a sus camionetas.

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Dos de ellos tomaron mi coche. Clara, ya en lo oscuro y al borde de la histeria, comenzó a llorar y a gritar. —¡Te callas! —ordené—. ¡Si me voy a morir, no será llorando! Ponte a rezar. Recientemente había leído El libro tibetano de la vida y de la muerte, donde dice que la muerte es el momento más importante de nuestra vida. Pensé que quiero morir consciente de ello. —Perdón, Paola, por mi culpa estás aquí y vamos a morir. —No es culpa de nadie. Yo estoy aquí porque acepté venir contigo, no me obligaste. Se hizo el silencio y seguí en lo mío. En ese momento agradecí a Dios por mi vida, mi familia, mis amigos. Pero entonces recordé a mis hijos. Le dije a Dios: “Ya no me quiero morir, pero si esa es tu voluntad, en ti confío que ellos estarán bien. Si tú me llevas ahora, para mí significará que ellos están listos para estar sin mí. Hágase tu voluntad.” Esos minutos de oración me desconectaron de la realidad inmediata. La tranquilidad me invadió, respiré calmada por unos momentos y escuché La voz. —No temas, van a estar mejor de lo que puedes imaginar. Confía en mí. —¿Cómo nos cuidarás en medio de todo esto? —PA las va a cuidar… —¿PA? ¿Quién es PA? —Miguel las va a cuidar… —¿PA es un viejito? ¿Es el guardia? ¿Quién es? —No temas, confía… El rugir del motor me devolvió a la realidad. No conozco esa carretera y no sé si hay curvas, pero nuestros cuerpos rebotaban de un lado al otro con cada giro del volante. Quizá lo hacían para que gritáramos. Escuché los sollozos de Clara. —Cálmate, todo va a estar bien, mejor de lo que piensas. Nos van a cuidar, me han dicho. Guardamos silencio. Minutos después, el coche se detuvo. Chisté a Clara para que no hiciera ruido. —Espera, veamos qué hacen, y por favor, pregunten lo que pregunten, contesta rápido. Si te preguntan por el baboso de Patrick, ¡habla! Las voces de fuera se escuchaban muy bajo. De pronto oímos a alguien que tocaba en la cajuela. —Toc toc toc. ¿Las mujeres del coche? —Toc toc toc. Soltaron las carcajadas.

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—¡’Inches viejas! Abrieron la cajuela y nos interrogaron. —¿Dónde está el rancho del tipo que estaba con ustedes? —Kilómetro 45, carretera Laredo —contesté rápido. —¿A qué distancia de la carretera se encuentra el rancho? —5 kilómetros hacia dentro, señor… La luz azul no dejaba de caer directo a mis ojos, y yo, sin parpadear, con los ojos bien abiertos, no dejaba de seguirla. —¿Dónde está el dinero? —¿Qué dinero? ¿De qué hablas? No podía verlos; apenas advertí la siluete de mi interrogador. No cerré los ojos ni por un momento. —¿Quién es este cabrón? —Pues el rancho ya está rodeado de militares. Este es un infiltrado —contestó otra voz. Cerraron la cajuela. De nuevo a oscuras. No supe cuánto tiempo pasó. Seguimos en silencio, rebotando contra el hierro del coche. La noche era fría… Alcé mi mano y comencé a orar por que alguien parara el coche, pues Clara empezó a susurrar su larga lista de posibilidades horrorosas: que si tiran el coche, que si lo queman con nosotras dentro, que si nos dejan en la cajuela y morimos asfixiadas… —¡Para! No sigas…Eso es lo que quieren, que llores y grites. No actúes como ellos esperan. El motor no aguantará mucho. Espera, yo lo sé. Seguí orando. De pronto a la cajuela le entró humo. Tronó el motor del coche y todo se estaba ahumando dentro. Tosimos y tosimos y no nos abrían. —¡No hables! —insistí en voz muy baja. El momento nos pareció eterno. Finalmente abrieron y nos ayudaron a salir. No parábamos de toser y arrojar flema y moco negro. La Titán llegó por nosotras. Rápido nos hicieron abordarla y dejaron el coche abandonado. Ordenaron que nos reclináramos y nos echaron sus chaquetas encima, no sin antes enseñarnos las armas para que obedeciéramos. Nos inclinamos una frente a la otra. Estuvimos así varias horas, hasta que nos dieron ganas de orinar. Clara y yo habíamos empezado la dieta del agua, y ese día habíamos tomado la suficiente como para que nos urgiera desalojarla del cuerpo. —Paola, no les diga nada, nos van a matar. Méate mejor. —No me importa, yo no aguanto. Lo pensé mejor e intenté aguantar tanto como pude. Mi vejiga ya no podía más. Escucharon mis quejidos y preguntaron qué sucedía.

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Les dije que necesitaba orinar. —Orínate allí, sentada. —¿Quieres que me orine aquí? Sí sabes que la peste a orina no las vas a quitar en días, ¿verdad? Y en una camioneta nuevecita… Anda, háblale a tu jefe. Ya para entonces me había enderezado sin quitar la chaqueta de mi rostro. Llamaron a su jefe, quien ordenó que nos bajaran. —No abran los ojos. Ya saben, traemos pistola en mano. Me prendí de un brazo. Aun con los ojos cerrados pude darme cuenta de que era el gordo. De hecho, así lo llamaban: Gordo, Payaso, Pájaro, sus tres apodos. Esa noche la luna estaba llena y en todo su esplendor. Abrí levemente los ojos sin que se dieran cuenta. Estábamos en unas bodegas, y había muchos tráileres dentro. —Ya, orina donde sea. —¿Puedo abrir los ojos un momento? —Está bien. Pero ciérralos pronto. Y así lo hice. Lo primero que vi fue una pileta con una llave de agua. Le apunté con un dedo y volviendo a cerrar los ojos, dije: —Llévame allí. El gordo me hizo caso. Empecé a orinar. —Ah, ¡qué descanso! No paraba de orinar. El gordo se desesperó. —Oye, ¿qué pasa? ¿Por qué orinas tanto? —Estoy haciendo la dieta del agua… ¿Nunca has hecho dietas? No contestó. Clara orinó en el piso. Ya de vuelta en la camioneta nos obligaron a inclinarnos otra vez. —Trata de dormir —me dijo ella. —No inventes. ¿Cómo voy a dormir? Recordé que todo lo que había dejado en el coche: mi visa, mis cosas, mi chaqueta. —¿Nos puedes llevar al coche por mi visa? Puro silencio. Imagino que se voltearon a ver entre sí. —¿Qué? —preguntó uno, tal vez pensando que no había escuchado bien. —Sí, necesito mi visa. Yo vendo mercancía en Texas, desde Laredo hasta Brownsville. Sin ella estoy desarmada; es de lo que vivo… Por favor, llámale a tu jefe. —Estás loca —me dijo Clara —. ¿Pretendes que nos maten? ¿Qué te importa la visa?

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Fue tal mi insistencia que llamaron al jefe. Éste, tal vez por curiosidad, vino hasta donde estábamos. Seguí insistiéndole, amablemente y con toda clase de argumentos, que me dejaran recuperar la visa. Funcionó. Nos llevaron hasta donde estaba el coche. Ya para entonces la policía local estaba allí. Bajamos todos, y el policía saludó al jefe con toda cortesía. —¿Cómo está, comandante? —Ya venimos a requear el coche, como nos ordenó. Vi que uno de los tipos traía puesta una chaqueta tipo gabardina de piel negra; mi chaqueta. Era el más chaparro de todos, al que llamaban “la Rata”. Sentí nauseas al ver cómo la policía casi reverenciaba al jefe. Tomamos cuanto se pudo y nos fuimos de allí. Más tarde nos avisaron que habíamos llegado y que por ningún motivo abriéramos los ojos porque iban a llevarnos hasta el comandante. Al bajar de la camioneta alcancé a ver que ya clareaba el día. Quizá eran las seis de la mañana. Jueves. Entramos al lugar con los ojos bien cerrados y la cabeza gacha y cubierta. Nos sentaron sobre un sofá. Todo estaba en silencio. Pasaron unos minutos. Clara no pudo más y soltó unos sollozos que más bien parecían gemidos de perrito perdido. Al escucharla, el jefe nos dice: —¡Ya! A ver, descúbranse el rostro. Observé todo. Estábamos en un cuarto de motel, espacioso, sentadas en un sofá-cama color café. A mi derecha se abría una puerta grande que enmarcaba una mesita de mármol y un jacuzzi en el extremo opuesto. A mi izquierda, hacia atrás, se abría otra habitación con un gran espejo y el lavamanos; el baño quedaba a la izquierda del lugar. Frente a nosotras, la cama y un televisor enganchado a la pared, sintonizando las noticias. Obama estaba en todos los canales. En eso entró el Gordo y dijo: —Ya está, PA, como usté ordenó. ¿PA? ¿Este es PA? Respiré aliviada. Él nos va a cuidar, yo confío… No podía creer que le llamaran así. —Vamos a platicar —dijo PA—. Vengan, siéntense acá conmigo, en la cama. La cama era tamaño king size. Clara corrió a sentarse a su lado. Me había dejado claro que si planeaban violarnos, ella no iba a resistirse. Prefería ser violada a que la mataran, pero a mí me parecía más bien que se estaba ofreciendo…Yo me puse en la esquina de la cama, junto a la ventana. PA era un tipo muy, muy alto, de piel

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blanca y barba cerrada, negra, muy bien recortada. Su nariz era pequeña, sus ojos negros, las pestañas rizadas, su cabellera abundante y negra, el rostro de rasgos finos que contrastaban la corpulencia de su cuerpo y una prominente panza. Tenía una personalidad que me recordó a Pablo Escobar. Recién había comprando el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar; aún no lo leía. Pensé que todos los jefes del narco se parecen. —Duerman un rato, para que descansen —nos dijo y siguió viendo el televisor. Clara comenzó a sollozar de nuevo. —¡A ver! —dijo PA, levantándose—. ¿Tienen hambre? ¡Pájaro! Ve y dile al Rata y a Bola que vayan por comida…. ¿Qué les pido? ¿Qué quieren comer? —Yo quiero un café, pero negro; me gusta negro. De comer lo que sea. Clara me miró desconcertada, pero luego se aventuró también. —Otro café. Con leche, por favor. —¡Tú, Bola! Ven, vamos a platicar. Bola era la mente del Grupo. 33 años, pelo a ras, alto, corpulento, moreno. Al tipo le faltaban dos dedos de una mano; los perdió en un accidente. Era originario de Monterrey. Lo habían enviado a tomar cursos de entrenamiento militar a Irak y Estados Unidos, o al menos eso nos contó días después. A mí me parecía un tipo común. No paraba de observarlo desde que nos comentó acerca de su entrenamiento. Hasta llegué a ponerlo nervioso de tanto mirar. Decidí detenerme cuando le noté el nervio. No creí que estuviera tan entrenado; digo, si con tan sólo verlo se ponía así… Después de comer, PA nos dijo que todo estaría bien. Llamó a sus hombres, y al parecer eran más de los que había visto por la noche. Nos presentó y les dijo que no quería que nos fastidiaran. Dejó a Pájaro para que nos cuidara y mantuviera alejado a cualquiera de ellos que quisiera molestar. —‘Ta bueno, PA —dijeron todos al unísono. —Todo va a estar bien. ¡Van a estar mejor de lo que imaginan! —fueron sus palabras. Después de que partieron, Bola comenzó el interrogatorio. PA sólo observaba. Bola había estado leyendo el diario que siempre traía conmigo en el bolso. Les inquietaba saber para quién trabajaba, qué era lo que hacía. Todo lo escrito en el diario le llamó la atención. —Pero eso lo vemos después. Ahora quiero que hablen todo lo

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que sepan acerca del Gringo. Y para que te enteres, niña, —le dijo a Clara —, llamamos al Gringo y no da nada por ti, no le importas. Díganme, ¿es un infiltrado? ¿Qué saben del gringo bastardo? Ella contestó a todo lo que pudo contestar, pues llevaba sólo tres meses de conocerlo. Sólo sabía que era socio en un criadero de venados que vendían a otros ranchos para la caza, tan acostumbrada por estos rumbos. Ella sólo había visitado el lugar una vez. Lo conoció en la presa Marte R. Gómez durante un torneo de pesca que él ganó. Después lo acompañó a otros torneos: uno en la presa Falcón y otro en El Cuchillo, en Nuevo León. De él sólo conocía peces, anzuelos y lanchas. Bola nos dijo que tenían tiempo siguiéndole los pasos. Ellos creían que era un infiltrado del FBI y lo querían a como diera lugar. Esa noche de los disparos, el acompañante de Patrick resultó herido. No supieron decirnos si sobrevivió. Sólo vieron al Gringo echarse el cuerpo al hombro y perderse entre matorrales y espinas. No le dieron alcance. Querían saber dónde podrían encontrarlo. Clara ya no supo qué contestar. Entonces yo intervine. —Pues checa los torneos de pesca, así de fácil. Él va a todos. ¿Tienes una lap? ¡Tráela! Te digo cómo lo buscas. Digo, de algún modo tenía que entender que nosotras no sabíamos nada. Patrick Storns, Google, YouTube… El tipo tenía videos y todo ese tipo de cosas; fotos de los torneos, del rancho. Era un buen de información. Con eso nos dejaron en paz. Luego llegó mi turno. Querían el dinero… —¿Cuál dinero? —insistí—. ¿De qué hablas? —Ustedes son unas chiveras. Yo nada más me le quede viendo y pensando “¿Qué chingaos es eso?”. —¿Qué es eso? Disculpa mi ignorancia, pero no te entiendo. —Sí, todas las chiveras usan esos carros porque corren fuerte. Te vi manejar. Tú no vendes sólo libros. Dime qué más haces. Trabajas con ellos. Tú eres algo, tu forma de manejar me lo dice. ¿Para quién trabajas? Ni idea tenía de que la forma de manejar dijera algo. —¿Algo? ¿Como de qué? No te entiendo. Manejo fuerte porque ando mucho en carretera y te acostumbras, es todo. Voy y vengo a Laredo, Monterrey, Victoria; desde Laredo hasta Brownsville. Negocios, negocios, negocios ¿Que quieres que te diga si no hay nada más? Todo ese día hablamos de lo mismo. Hasta parecía que yo tam-

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bién andaba buscando a Patrick desde hace rato para atraparlo. En la noche, PA pidió la cena para todos. Después de comer, aprovechando que estaba tranquilo, le pedí que me dejara llamar a mis hijos. —Sólo una, por favor. Déjame hacerles saber que estoy bien… ¡Por favor! Me dio mi celular. Apenas lo encendí, entró una llamada. Mis hijos y mis amigas de la tienda no habían parado de llamar, esperanzados en que contestara. Cuando por fin contesté, escuché la voz de mi hijo mayor. Sonaba lleno de angustia. Ese fue el instante en el que me quebré y mis ojos se llenaron de lágrimas. —¡Madre! ¿Dónde está? ¿Qué pasó? ¡Dime! No paraba de gritar mientras yo hacía lo posible porque me escuchara. Mi amiga le quitó el teléfono y entre sollozos me preguntó: —¿Qué pasó, Paola? Dime, ¿dónde estás? —Aleida, estoy bien, por favor, estoy bien. Espérenme tranquilos. Cuida a mis hijos. Bye. —¡Paola! ¡Paola! ¡Dime qué pasa! Colgué. PA se bañó y se arregló. Dejó a Pájaro cuidándonos y dio la orden de que nadie entrara al cuarto. Dormimos poco. Como se mueven durante la noche, se escuchaban afuera las camionetas yendo y viniendo. PA entró al cuarto dos o tres veces para ver cómo estábamos. Dormí sólo a ratos. Quería mantenerme despierta mientras anduvieran ocupados; no quería que la sorpresa me agarrara dormida. Horas más tarde, PA volvió y se tiró en la cama. Fue a ver al doctor porque se sentía mal. Regresó rápido y pasó todo el día con nosotras. Envió a Pájaro para que ocupara su lugar; era su hombre de confianza. Antes de que se fueran, los mandó por comida, pastelitos, botanas y todo tipo de chucherías. —Bola, ve al pueblo y trae unas milanesas. Deben probar las milanesas de Doña Juana, pa’ que vean que son las mejores milanesas, algo exquisito. Quiero que cuando se vayan se acuerden bien de mí y no digan que las trate mal. Pasamos todo el día plática y plática. Él nos habló de cuando era niño, de su juventud en la secu, de cómo años más tarde comenzó la vida que tiene. Vivió en Laredo. Al parecer había sido pobre. Nos contó que él y sus amigos se juntaban con hombres gay para sacarles dinero. —Nunca hicimos nada, sólo que los güeyes ya te compraban lo que quisieras con tal de que los vieran con uno de jovencito y chulo —dijo acariciándose la barba.

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Habló de su esposa que sólo pedía dinero y dinero, de sus hijos, de cómo duraba hasta cinco días en el monte cuando andaba escondiéndose de la ley, de su rancho que ya no le dejaba ganancia; eso de tener rancho ya era un lujo, la tierra no producía. Hablar del rancho lo puso furioso, pues lo hizo pensar en su padre. A lo mejor recordó algo triste. Maldijo a la gente del gobierno por encarecer las semillas y el diesel hasta hacer que los campesinos perdieran todo lo que trabajaron. Por eso le entró a esta vida… Nada de eso era nuevo para mí. Mi papá habla de lo mismo. Pasa cada año en el rancho tratando de sacar fruto a esas tierras que ahora sólo producen pleitos de herencia. Aún así, sigue intentando sacarle algo al suelo. PA decidió su vida hace mucho. Habló y habló. Clara veía la tele y yo nada más lo escuché hasta que ya no tuvo más que decir. Después me pidió que le contara mi vida. Y bien, pensé yo, ¿qué es esto? ¿Qué piensa este tipo? Al parecer le inspiré mucha confianza. —Bueno, yo soy sola, tengo dos hijos y una pequeña tienda donde vendo mi mercancía a negocios de Texas. Por eso te insistí en mi visa; gracias por llevarnos por ella. De mi vida no hay mucho que contar… Sólo problemas. Este es uno de ellos. PA no contestó. Cambió de tema. —¿Lees mucho? —¿Sí? —Dime, ¿sabes de sueños? Ya leí tu diario —me aclaró, tal vez esperando que así no le mintiese—. Yo siempre tengo muchos sueños, pero no entiendo. Pasamos otro buen rato platicando, o más bien él la pasó hablando y yo escuchando. Pude darme cuenta de que, como todos los narcos, era supersticioso. Tenía a su brujo, un santero y prestanombres al que conocí días después. —Ya es hora de mi inyección. ¿Cuál de ustedes sabe inyectar? Antes de que contestara, Clara se adelantó. —Paola. Paola sabe inyectar…Ah, y también sabe dar masaje. ¡Por Dios! Nada más a ella se le ocurre decir eso. Preparé la inyección. Él, con el arma en la mano, se recostó boca abajo, advirtiéndome que tuviera cuidado. Aclaro que fue mi primera inyección, aunque había visto a mi mamá hacerlo muchas veces, así que actué como si no fuera gran cosa hacerlo. Después del piquete me pidió el masaje, a lo cual le advertí con mi acostumbrada manera de hablarles: —Yo nada más sé de reflexología, así que acomódese y deme sólo sus pies.

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Se retorcía de dolor dejando escapar uno que otro gemido. Después le masajee las manos, y aproveché para disque leérsela. —Tiene una vida muy larga, así que cuídese de no caer en la cárcel, porque si son 100 años los que vivirá, pasará los 100 encerrado. Fue la primera vez que advertí un gesto en su rostro. Reí para mis adentros. Le pedí que volteara el cuerpo para presionar los puntos en el rostro y tronar su cuello. Apenas mencioné lo del cuello, Bola y Pájaro se plantaron uno a cada lado de él. —Relájese. Si tensa el cuello, lo voy a lastimar. Relájese. Podía sentir la tensión de los músculos en mis manos. —Bueno, por lo que veo anda muy tensionado. ¿Tiene miedo a que le tuerza el cuello? Dígame, ¿qué le puedo hacer si lo flanquean estos tipos? ¿Me creen tan estúpida como para intentar hacerle algo? Mire mis manos: no son tan grandes como su cuello. Quizá sólo alcance a hundir mis dedos, jalar su tráquea y romperla. Se relajó y ordenó a los tipos que salieran del cuarto. Sabía que me estaba burlando. Ya no tenía la certeza de si era de día o de noche, ni a qué estábamos, pero el tiempo pasó rápido entre conversaciones y terapia. Aparentemente todo estuvo tranquilo, al menos para nosotras. Esa noche PA no despertó, ni escuchamos los ya acostumbrados ronquidos. Nadie se atrevía a despertarlo, y como no roncaba ni se movía, me preguntaron que qué le había hecho. —Nada, sólo está relajado. Dormí hasta que nos levantaron unas horas después. Empiezan su vida ya entrada la noche. Era un ir y venir de hombres al cuarto. Bola había parado un camión que venía desde Laredo, Texas, rumbo a Sonora. Al parecer se dedicaba a traficar fayuca, aparatos electrónicos. Según escuchamos, al hombre no le fue bien. Pájaro ordenó que le quitaran dinero y parte de la mercancía. Más noche llegó un tabasqueño a visitar a PA. Antes de pasarse al cuartito de la mesita de mármol, PA nos presentó ante el tabasqueño como sus “secuestradas de lujo”. —Sí, es un lujo. A ningún secuestrado lo atendemos así; todos están amarrados, con los ojos tapados y sin comida. A ver, díganme, ¿hace cuánto que no les llevan la comida a la cama? Mira, ella es mi doctora, y ella es su amiga. Después pasaron al cuartito para hablar en privado. No alcancé a escuchar lo que decían, sólo que el tipo viajaría a Colombia y algo referente a los cambios por venir en la política, a quiénes pondrían

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de alcaldes en las ciudades bajo su mando. PA tuvo que irse, ya se sentía mejor. Pájaro se quedó nuevamente cuidándonos. —Yo las veo muy relajadas. ¿En serio no tienen miedo? Ni siquiera han preguntado si las vamos a soltar o qué les vamos a hacer. —¿Estás loco? Para mí esto no es un secuestro. Estoy descansando. ¿Sabes acaso lo que es ser viuda, batallar con hijos adolescentes, hacer que se levanten diario a la escuela y que no quieran, tener un negocio que está muriéndose y lidiar con los cobradores que hablan diario desde temprano? Ya no sé si contestarles, están por embargarme. Tengo un montón de problemas, duermo sólo cinco horas por la noche, estoy firmando en el penal por una estupidez de la esposa de un pendejo, ya no soporto a la gente donde vivo porque me cuelgan a cuanto pendejo se atraviesa… No, gordito, yo, yo estoy descansando, son vacaciones para mí… Por cierto, este sábado tengo que ir a firmar al penal. Si no me van a soltar, de perdido llévenme a firmar. Dile a PA. El tipo no podía creer lo que acababa de escuchar. No dijo nada y se salió. De rato entraron él, Bola, el Hielo, la Rata, el Rastra y la Muñeca; no supe cómo se llamaban los otros. Se sentaron a ver tele. Casi todos anduvieron fumando marihuana, otro se metió coca. El lugar apestaba horrible. Ese día me bañé tres veces porque no aguantaba el olor en mi ropa y mi piel. Estar bajo el chorro de la regadera me relajaba. Pedí a Dios por mis hijos, era lo único que me preocupaba. Cuando salí de la ducha estaban todos allí: tres en el sofá-cama, otros tres en la cama, unos cuantos en las sillas del comedorcito; estaban por todos lados. Caminé entre ellos, viéndolos fumar mota y meterse coca. No pude evitar sentirme como David entre los leones. Cuán grande es mi Dios, pensé, que así me cuida. Llena de ese sentimiento, me dirigí hacia el que traía el control de la tele. —Dámelo. Me toca ver la televisión. Ya sálganse de aquí, que quiero dormir. Voltearon a verse entre ellos y, sin chistar, salieron. Sólo Pájaro observaba todo. En eso Clara me dice: —Estás loca. ¿Qué te pasa? Mira ésta, ya se cree que manda. Yo no le hice caso y me recosté a dormir. De rato llegó PA. Se bañó, mandó por comida y nuevamente pidió algo especial para nosotras. Mientras comíamos me pregunto acerca de eso de “firmar en el penal”. Le conté lo que pasó y por qué tenía que firmar. El asunto ya iba para dos años y los abogados no resolvían nada. Le

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dije que estaba indignada porque había leído en una noticia que al “Hummer” le darían dos años por encontrarle armas y dinero, y yo llevaba el mismo tiempo firmando por una cachetada a la esposa de un narco. No era justo. Él prometió ayudarme con eso. —¿Tú? ¿Cómo? Contestó con una sonrisa. —¿No te has dado cuenta de quién soy? Yo mando en todo eso. Eres tan inocente como te vez. ¿O estás fingiendo?… En eso entraron Bola, Hielo y otros más. No supe por qué, pero de repente estaban ahí discutiendo y uno puso el boquete del arma en la sien del otro. Se gritaban palabras obscenas, todo ahí, frente a mí. Yo nada más observaba desde el sofá, y PA hacía lo mismo sentado en una de las sillas al costado. Algo le dijo Pájaro a PA. A mí se me hacía que todo eso era puro show para asustarnos. Parecían tan infantiles. Verlos me hizo recordar las peleas entre mis dos hijos, y no pude evitar una sonrisa. En innumerables ocasiones intervine en sus luchas; mi hijo mayor es cinta negra, el menor y yo somos cinta café. PA deslizó sus dedos por mi rostro, apenas si tocándome. El gesto me pareció lleno de ternura. PA los hizo salir a todos. Más tarde estábamos viendo las noticias: era tiempo de inscripción de los candidatos para las alcaldías municipales. PA se la pasó haciendo llamadas a las oficinas donde registran a los candidatos y le indicaba a las secretarias a quién quería de alcalde en tal o cual ciudad de los alrededores. Por lo que pude notar, tenía cierto poder; era jefe de un área de Nuevo León. De pronto escuché el sonido de unos tacones. Miré hacia la ventana, que en todo ese tiempo nunca pudimos abrir. A través de ella se distinguían siluetas de mujeres. Se abrió la puerta y entró una mujer maquillada hasta el abuso; parecía más bien un travesti. La seguían un trío de niñas de entre 14 y 15 años, igual de maquilladas y perfumadas que ella. Una por una saludaron de beso al comandante. Al verme sentada en la esquina del colchón (ese era mi espacio ya), pegada a la ventana y la pared, la mujer preguntó por mí. PA, con botellas de whisky en mano, contestó que era su doctora. La llegada de las niñas trajo un desfile de hombres al cuarto. Pusieron música, y en presencia de todo aquello yo sólo me le quedé viendo al comandante a los ojos. Lo miré con asco, reprochándole que eran sólo niñas. Entre ellas había una de cabellera muy larga, piel blanca y el bile rojo. Esa era de él. Estoy segura de que para entonces el comandante supo por qué lo miraba. Entendió mis pensamientos. Mientras los demás andaban baile y baile, él no se levantó de la

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cama en toda la noche. Me acosté boca abajo con la almohada en la cabeza para apagar un poco el murmullo de risas y besuqueos, de música y tacones…Las tres de la mañana. Esto estaba llegando al límite. —¡Yaaaaaa! Sin pensar, me había enderezado y soltado un grito. Todo se detuvo. PA volteó y, sin dejar de verme, ordenó: —¡Sálganse ya! Todos se fueron enfadados a seguirle con la noche en el otro cuarto, repartiéndose las niñas entre ellos. Volví a taparme con la almohada. Bola regresó y se acostó junto a Clara, de modo que quedé en medio de todos. Recostada, dando la espalda a PA, sentí su mano deslizarse por mi espalda. Giré rápidamente y tomé su mano. —No me toques, por favor. Sólo me miró a los ojos tanto tiempo que, a pesar de que en su mirada sólo había ternura, por primera vez en esos momentos sentí temor. Se levantó sin decir nada. Fui tras él. Nos sentamos en las sillas del comedorcito y estuvimos así un buen rato, sin hablar. Clara se levantó al baño. Ella había accedido a los deseos de Bola. No hubo violación ni abuso, simplemente dejó que pasara. Cabe mencionar que en todo ese tiempo jamás nos molestaron. Nunca hubo intentos de abuso. Volví a la cama. PA salió sin decir nada. Horas más tarde llegó Pájaro. —¿Qué quieres hoy de almorzar, MA? —¿Y a ti qué te pasa? ¿Por qué me llamas así? —Ya nos dimos cuenta de todo. ¿A poco no te gustaría quedarte y ser MA? ¡Ándale, àndale! ¿Sí? Llegó PA muy contento. Habían traído un pastor alemán entrenado. Todos andaban jugando con el perro. PA me pidió que me asomara por la ventana. Fue la primera vez que pude ver dónde estábamos: era un motel en la carretera de Paras, Nuevo León. Había muchas tiendas alrededor. En el motel no se hospedaba nadie más que ellos. Lo supe porque vi las camionetas por todos lados. Eran más de los que había visto dentro del cuarto. —¿Quieres jugar con el perro? Ponte el protector en el brazo, ándale —me decía PA. Aproveché que andaba contento para preguntarle cuándo nos iban a dejar ir. Esta vez no contestó. Nada más dejó de sonreír y me miró. Ya era sábado, el día en el que habían prometido dejarnos ir, o al menos eso le había sacado Clara a Pájaro. PA ni estaba enterado. Entró PA al cuarto seguido por sus hombres. Verlos todos juntos

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me dio mala espina, pero la expresión en sus rostros me tranquilizó. Todos estaban realmente serios. PA se dirigió a ellos para hablarles de mí. —A ver, bola de cabrones, delante de ustedes le quiero pedir a esta mujer que se quede con nosotros. ¿Les gusta para que sea MA? ¿Te quieres quedar? —dice volviéndose hacia mí—. Si te quedas, tú vas a mandar a toda esta bola de cabrones. Tú tienes más cojones que todos ellos juntos. Te ganaste mi respeto. ¿Qué dices? ¿Te quedas? A mí me gustaría que te quedaras… —Nunca. Como en otras ocasiones, me limité a mirarlo a los ojos con mi ya acostumbrado temple. Entendió. —¡Pájaro! Háblale al mecánico. A ver si ya tiene el coche listo — ordenó y todos salieron detrás de él. Pasaron un par de horas antes de que escuchara la llegada del coche. Le cambiaron el motor, ya estaba listo. PA entró al cuarto con las llaves en la mano y las puso a un lado de sus armas, las cuales estaban adornadas con oro, diamantes y las iniciales CDG. Se recostó en la cama y empezó a quitarse los zapatos. —Dame otro masaje en los pies antes de que te me vayas. —Sólo los pies, las manos y la cara no —le advertí un tanto enfadada. Tomé el aceite, y mientras le masajeaba los pies, lo escuché decir: —¿Sabes? Yo mando traer una vez al mes una masajista de Monterrey. Trae su camilla especial con temperatura y me pone piedras calientes en la espalda, también aceites…Pero ni con todo lo que me pone me han dado un masaje como el tuyo. ¿Quieres que mande por ti una vez al mes? Te pago bien… ¿Qué dices? Seguí con el masaje. Me levanté y le pedí las llaves, a punto de perder la calma. Clara observaba todo. Ella me conocía, por eso me tomó del brazo y dijo: —Cálmate, por favor. Ya falta poco. Ya nos vamos… Encendí el coche. Las manos me temblaban, no podía colocar la llave. Rabia, frustración, coraje, impotencia, miedo, todo amenazaba con desbordarse después de permanecer reprimido durante esos días. Sentí que tardaba una eternidad en encender el coche. —Llora —me dijo Clara—. Necesitas llorar. Pájaro nos siguió un buen rato en su camioneta, guiándonos por el camino de regreso. Nos paró y se despidió. —Qué afortunadas han sido. Ni siquiera imaginan con quién han estado. Es uno de los jefes más grandes de estas regiones.

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—¿Se llama Miguel? —Es el amigo de todos los niños —me contestó—. Chavelo. Nuevamente puse el coche en marcha. Más adelante vi una pequeña iglesia. Detuve el carro y entramos. Dimos gracias de rodillas, sin parar de llorar. Regresamos al camino y no hubo palabra alguna por un rato, sólo lágrimas y silencio. Todavía no podíamos sentirnos a salvo, pues vimos camionetas en diferentes puntos de la carretera, vigilando. Llegando a la ciudad, noté que las puertas del negocio estaban cerradas. Al ver el coche, mi hijo salió a recibirme. Entramos rápido. Ahí estaban todas mis amigas. Nos abrazamos y expliqué en breve lo que me sucedió, sin mucho detalle. La mayor de mis amigas pidió que nos tomáramos de las manos e hiciéramos una oración de gratitud. Nadie supo qué pasó, y quienes se enteraron, al verme sin un rasguño, se quedaron con la idea de que todo fue un chisme más. Yo les contestaba con una sonrisa. —¿Qué? Jajaja. Yo andaba de vacaciones. PA me contactó dos semanas después por medio de su brujo, a quien apodaban “el Paisa”. Hizo unas llamadas al comandante en turno y consiguió que dieran por cerrada la demanda en la que estaba envuelta. Por boca del comandante me enteré que en el Penal de Miguel Alemán se hacía lo que PA mandaba. —No te preocupes ya, olvídate de todo. Al día siguiente recibí la visita de un tránsito local. Me informó que ya no había por qué preocuparse del embargo de mi negocio. PA y el comandante se habían encargado de mantener lejos del pueblo a los licenciados a cargo de ejecutar la misión. Una vez cumplido el encargo de PA, el Paisa llegó a despedirse. Le di las gracias; de cualquier manera me había ayudado. Antes de que se fuera, me atreví a contarle el último sueño que tuve. A fin de cuentas era brujo santero, él entendería eso. —Soñé que un maizal muy extenso se incendiaba. Al frente del fuego estaban PA y usted. Uno de los dos moría. Cuídense. Me retiré sin esperar respuesta. Veía cómo empeoraban las cosas día a día. Después de unas cuantas reuniones, nos prevenimos. Todas emigramos con nuestras familias a Texas antes de que estallara la guerra de los narcos. En mi pueblo comenzaron los enfrentamientos en febrero de 2010. Me enteré por noticias del pueblo que mataron al Paisa. Nos enterábamos de cómo estaba la situación por medio de redes sociales. Poco a poco, entre 2012 y 2013, volvimos a nuestras

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vidas. Unas regresaron, otras se quedaron. Quizá no todo es como antes, pero uno intenta adaptarse a estos tiempos. Sé que pude soportarlo todo porque Dios se mantuvo siempre a mi lado, haciéndome sentir su presencia y protección, igual que en ese sueño entre las estrellas.

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EPÍLOGO: En las entrañas del Premio Bengala Manuel Larios

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cá en la Roma Norte de la Ciudad de México, entre paredes blancas de marfil que contrastan el negro de la mesa rectangular y las sillas de piel sintética, cinco tipos con un interés común están reunidos para concluir una frenética cacería de historias iniciada el 14 de agosto de 2013. Como en cualquier otra cacería, existe una recompensa que todos quieren pero sólo uno podrá obtener. Sin embargo, acá nadie carga pistolas o escopetas, ni sueña con sangre y animales muertos para coleccionar. En esta cacería, que terminará en el ocaso del primer martes de noviembre, un editor de libros con alma de poeta (Andrés Ramírez), un reportero renuente a ser catalogado como escritor (Diego Osorno), un actor convertido en director y productor de cine (Gael García) y un guionista y escritor (Kyzza Terrazas) —acompañados por el “clon” con pelo rizado de Quentin Tarantino (Gabriel Nuncio) — van tras el rastro de una historia que será llevada al cine y/o la televisión. Acá, en la Roma Norte, está a punto de definirse al ganador del primer Premio Bengala-UANL. La cacería casi termina. Las historias, como las ideas, flotan siempre en el aire. El reto de periodistas, cineastas, editores y escritores es encontrar el relato adecuado para narrar. Por eso, antes de que Andrés Ramírez, Diego Osorno, Gael García y Kyzza Terrazas pudieran llegar al último día de caza, Bengala —una agencia dedicada al desarrollo de historias para cine y televisión ideada por Gabriel Nuncio y Diego Osorno— lanzó la convocatoria para buscar historias inéditas en castellano —reales o ficticias— susceptibles de ser transformadas en argumentos cinematográficos.


“Surge de la iniciativa por crear un puente entre el escritor/guionista y los directores y productores, con el objetivo de estimular el desarrollo de historias para cine en sus primeras etapas”, se lee en la convocatoria del premio, anunciada públicamente este 14 de noviembre en la edición 2013 del Baja International Film Festival que se realiza en Los Cabos, Baja California Sur. La respuesta a la convocatoria fue tan variopinta como el jurado y sobrepasó por mucho la expectativa de sus promotores. En 50 días recibieron 415 trabajos hasta de 20 cuartillas, provenientes de 21 países distintos. Llegaron textos desde México, Argentina, España, Colombia y Venezuela, pero también le entraron escritores de habla hispana radicados en Estados Unidos, Rusia y Suiza. Entre los aspirantes al premio hubo 305 hombres y 124 mujeres. El rango de edad de los autores iba de los 16 a los 71 años. Los perfiles personales fueron tan variados como el repertorio de mentiras de un político mexicano. SE CAZA MEJOR CON MEZCAL Son casi las 6:00PM y uno de los integrantes del jurado trae una botella de mezcal artesanal recién desembarcado de Oaxaca. Ante la oferta de un brindis, el jurado —autorizado para resolver cualquier caso no previsto en la convocatoria y cuyo juicio es inapelable— decide que las 6:00PM es buena hora para un par de mezcalitos. Gracias a esta decisión, nadie probará el café ni las galletitas con forma de corazones y flores preparados ex profeso para la reunión. Mi ignorancia en materia de deliberaciones y jurados me impide valorar lo acertado de la decisión, pero lo cierto es que después del primer trago de mezcal, Gabriel Nuncio inicia con la explicación de los criterios para culminar con la cacería incitada por Bengala. —Lo más importante es el fondo de la historia —recuerda Nuncio y agrega que la narrativa del argumento debe contener elementos y escenas que hagan viable la conversión del texto al lenguaje audiovisual. Después pide a Kyzza Terrazas mencionar sus cinco textos favoritos. El guionista nombra La Marabunta, un argumento que enmarca el origen de la Mara Salvatrucha en el contexto de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles ’84; le pareció el más completo. En segundo lugar menciona a Ya no estoy aquí, un relato del desplazamiento forzado de un cholombiano regio a Nueva York; le gustó mucho, aunque el final le pareció apresurado. Su siguiente selección fue Pancho Valentino, confesor de curas, seguida por Camino a Laredo y El Quijote negro.

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Tras la intervención de Terrazas, se sirve la segunda ronda de mezcal y Osorno enlista sus historias predilectas: “Por la atmósfera de tensión real” que contiene la historia de una vendedora de libros secuestrada por un capo del narcotráfico en el noreste del país, su primera opción es Camino a Laredo. La segunda va para La Marabunta, luego Ilusiones —sobre unos pescadores oaxaqueños amenazados por los japoneses y el narco—, Amateurs —una tragicomedia de siete extranjeros peleando en el bando republicano durante la Guerra Civil Española— y, al final, Ya no estoy aquí. Toca el turno a Gael García. Su historia número uno es Ya no estoy aquí. Luego dice que La fiebre le gusta para una serie televisiva “muy local y underground”. En tercero se va con Amateurs, y concluye con La Marabunta —por su novedoso contexto— y Oscarito. El último jurado en dar sus cinco favoritas es Andrés Ramírez. Su primer lugar, por “original y sorprendente”, es Ya no estoy aquí. Su segunda selección se la lleva Pancho Valentino, confesor de curas, pues “da para una historia mucho más larga y podría ser una novela corta”, advierte el director literario de Random House Mondadori. El “auditor” Nuncio observa en ese momento que Ya no estoy aquí también fue la primera opción del escritor Yuri Herrera, quien no pudo asistir a la deliberación debido a su participación en la Feria Internacional del Libro de Oaxacapero. De todos modos, Herrera mandó su lista de historias preferidas por correo electrónico, la cual incluye a La Marabunta, La mujer pez, Pancho Valentino, confesor de curas y El Quijote negro. Con la cacería recién concluida, el jurado procede a ordenar los otros textos finalistas que se publicarán en un libro conmemorativo editado por Bengala y la Universidad Autónoma de Nuevo León. Éstos también se incluirán en la convocatoria de la Incubadora de Bengala, donde serán desarrollados hasta quedar listos para el cine o la televisión. Un miembro del jurado solicita otra ronda de mezcal, pero nadie cayó en cuenta de que el destilado de agave había quedado peligrosamente cerca de Nuncio. Con el mezcal extinto, la sesión se levanta por la contingencia y el jurado ejerce nuevamente su poder para levantar la sesión de deliberación y trasladar las pláticas, proyectos, anécdotas, relatos y brindis a la cantina más cercana. Pero esa es otra historia.

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DATOS DE LOS AUTORES

FERNANDO FRÍAS:

(México DF, 1979). Estudió en la Universidad Iberoamericana y actualmente cursa una maestría en la Universidad de Columbia.Ha recibido apoyos del FONCA y la beca Fulbright. Fernando tiene una larga trayectoria como director, cinefotógrafo y editor de cortometrajes, videos y series de televisión. Su documental Calentamiento local (2009) fue premiado como mejor documental digital en el FICCO 2009, así como mejor documental para televisión en DOCSDF 2009. Su primer largometraje Receta (2012) obtuvo el gran premio del jurado para mejor película en el festival de Slamdance 2014 y ha sumado diferentes reconocimientos en múltiples festivales nacionales e internacionales.

EMMA FRIEDLAND: Nacida en Nueva York. Criada en Los Ángeles. Hecha en México. Soy una mezcla random. Una serie de incoherencias, como la noche que fui con un vaquerón a un partido de Los Lakers cuando Los Tigres del Norte estaban tocando next door. Cuando lo que parece un error es en realidad una bendición. “Sos rara, vos”, me dijo el otro día un cronista de El Salvador de visita en L.A., mientras yo canturreaba una canción de banda en mi camioneta pickup y él, del lado del pasajero, me miró como si yo fuera un marciano. ¿Cómo desanudar una revoltura que incluye un par de abuelos anglosajones del estado maicero de Delaware, y al otro lado judíos ateos de Brooklyn vía Rusia y Polonia? Y un esposo mexicano y tres años en el barrio bravo de Analco en Guadalajara. Tres años en México, que más bien parecieron una eternidad, por su profundo impacto. Mi identidad está abierta a la interpretación, y la historia todavía está por escribir. Sin una idea muy fija de mi misma, deja libre a mi imaginación. Me deja libre a interesarme con personas ajenas, tierras lejanas. A traducir crónicas oscuras y ponerme en el lugar tanto del escritor como del sujeto. A empezar a escribir por mi cuenta, a narrar esta realidad interamericana que es lo único que me define. Y contar.


CÉSAR VIDAL: César Vidal Gil nace en agosto de 1968 en Zaragoza, España. Segundo de tres hermanos, fanáticos del cine que emite Televisión Española cada sábado por la tarde, se zampa sin pestañear los ciclos de Alan Ladd, Errol Flynn o Raoul Walsh, entre otros. Del resto de la infancia, casi no vale la pena recordar nada que no haya en la biografía de cualquier otro niño, salvo una ocasión en que, a los diez años, es detenido por la policía. Se da la circunstancia de que ha perdido un abrigo, al parecer valioso, y su madre le ha advertido que a casa no se le ocurra regresar sin él. Como el chaval sabe que esa noche no podrá volver porque el abrigo quedó en el portaequipajes del autobús que cubrió por la mañana la ruta de su casa al colegio, decide quedarse a dormir en la puerta de la escuela, y recuperarlo al día siguiente, cuando llegue el vehículo. De madrugada, las luces de la sirena policial le despiertan y descubre a su madre angustiada viniendo hacia él. La mujer, sin ayuda de los agentes, le mete a coscorrones en el coche patrulla. Desde esa noche, César siente pasión por los coches policiales. Hay otra pasión, por la que tampoco deja de recibir coscorrones, el fútbol, pero no en el terreno de juego sino en casa. Su familia es humilde, y cada vez que le compran unos zapatos, César los destroza automáticamente a patadas, soñando que algún día será futbolista. Como se ve, películas, fútbol e historias de policías ilustran esos años. Con el paso de la vida, crece y a su madre se le hace más difícil darle coscorrones porque la nuca le queda muy arriba, por lo que, a salvo de la violencia materna y contra los deseos de sus padres de ser un hombre de provecho, decide estudiar Ciencias de la Imagen en la Complutense madrileña y dedicarse al cine y la televisión. En 1992, uno de sus mejores amigos, Nacho, participa en 1,2,3, clásico concurso de Televisión Española, y allí Nacho sufre la humillación de tener que vestir unos leotardos apretados porque el programa es un especial sobre la Edad Media. Sin embargo, el sacrificio tiene premio ya que el director del concurso, Chicho Ibáñez Serrador, se ríe tanto con él o más bien de él que le propone aparecer en todos los programas. Pero Nacho rechaza la amable oferta porque lo que quiere es ser guionista, el deseo más tonto que una persona pueda pedir. De ese modo, Chicho le concede tal deseo recomendándole a Luis Murillo, profesional de éxito de la época, y éste contrata a Nacho, y poco después a toda su banda, incluido César, que debuta en televisión con un programa de cámara oculta. Se rumorea que todos los amigos fueron con leotardos medievales a su primer día de trabajo por si había que hacer reír a Murillo, pero no ha podido ser contrastado. Enseguida empieza a escribir series de ficción, como Los ladrones van a la oficina y Colegio Mayor. Hacia 1995 conoce a Manuel Valdivia, socio fundador de Globomedia junto a Emilio Aragón y otros profesionales que pretenden cambiar la historia de la ficción en España. Valdivia le promete que ellos dos y un grupo de elegidos crearán series televisivas de éxito. César no le cree, pero no tiene otra cosa mejor que hacer en ese momento y acepta trabajar con Valdivia. Desde ese mo-

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mento, participa en la creación, dirección o escritura de series de gran éxito como Médico de Familia, Menudo es mi padre, Compañeros, Mis adorables vecinos o la adaptación de la novela de Elvira Menéndez El corazón del océano. Conviene añadir que César ha escrito también varios largometrajes, entre los que destaca La mano de Dios, sobre el auge y caída del astro argentino Diego Maradona, dirigida por Marco Risi en 2007. El fútbol y las películas vuelven a ser importantes en su vida. En los últimos tiempos, César se ha centrado en la creación de series policíacas, Cruzar la línea, Ibiza, Cuenta atrás o Punta escarlata, y gracias a eso, también los coches patrulla han recobrado la importancia que antaño tuvieron. Todo ello demuestra que César sigue disfrutando de las mismas cosas de su infancia gracias al privilegio de escribir.

J. M. SERVÍN: Ciudad de México, 1962. Autodidacta. Narrador, periodista y editor de publicaciones periféricas. Publica regularmente ficción, periodismo y ensayo en suplementos, revistas y periódicos de circulación nacional y del extranjero. Parte de su obra ha sido traducida al francés y al inglés y forma parte de diversas antologías. Ganador del Premio Nacional de Testimonio 2001 y del Premio Nacional de Periodismo cultural Fernando Benítez 2004 en la categoría de reportaje escrito. Beneficiario del Programa de Residencias Artísticas Mexico-Colombia 2005. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2005. Su narrativa explora en “la epopeya del hombre común” sin un afán protagónico; profundamente vitalistas y autobiográficas casi siempre, las historias de Servín sumergen al lector en abismos plagados de absurdo, escatología y violencia estridente. Entre sus obras de ficción destacan las novelas Cuartos para gente sola (novela del año: periódico Reforma, 2004. Joaquín Mortiz y reedición por Almadía 2012), Por amor al dólar (mejor libro de testimonio: periódico Reforma 2006. Joaquín Mortiz y reedición por Almadía 2012) y Al final del vacío (novela del año: periódico Reforma 2007. Mondadori), y el libro de relatos Revólver de ojos amarillos (Almadía 2008). En periodismo y ensayo ha publicado los siguientes títulos: Periodismo charter; DF Confidencial, crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro (mejor libro de crónicas: Reforma 2010), publicado por Almadía en 2010; Del duro oficio de vivir, beber y escribir desde el caos, Cal y Arena 2012 (mejor libro de ensayo: Reforma 2012); Anforismos (Edición de autor 2012). Coordina el proyecto de periodismo narrativo Producciones el Salario del Miedo.

ENRIQUE RENTERÍA:

Mexicano. Arquitecto titulado en la UNAM. Estudió cine en el CUEC y dirección teatral en el CUT. Participó en taller de dramaturgia con Hugo Argüelles, novela con Guillermo Arriaga, miembro activo del taller de Vicente Leñero desde el 97. Su guión Andrómeda, ganó primer lugar del concurso

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Primera Bienal de Guiones en 1995, año en que la UNAM le otorgó el Reconocimiento a las Artes y la Cultura. Ha impartido cursos en el CUT, el CCC, CUEC, Universidad Ibero, UAM, y la ECYTV de Cuba. Asesor de guiones para el Screen Writers Lab Sundance-Fundación Toscano, en IMCINE para guiones y desarrollo de proyectos, imparte talleres en la Sección de Autores de Cine. Ha sido miembro del Comité de FOPROCINE y Consejo de EFICINE para producción. Taller de guiones de terror y series de tv, en la Sociedad de Directores Cinematográficos. A sido asesor, tallerista y jurado en Cinematografía de Colombia. Tiene filmados nueve guiones de largometraje, destacan: Todo el poder, Ciudades oscuras nominada al Ariel por mejor guión, ganadora al Mejor Guion en el Festival de Cine de Rosario Argentina 2003, El mago, mejor ópera prima en Montreal y mejor película en Guadalajara FIGC, Las lloronas y Viento en contra. El corto El columpio del diablo, es su opera prima como realizador. Su guion Madrid México ganó el Primer Concurso de la Comisión Bilateral SOGEM y Motion Pictures de América, promovido en Hollywood, ese guion se convirtió en su ópera prima como director de largometraje, compitió en Guadalajara FIGC 2011 con el título Al acecho del leopardo. Ha escrito telenovela: Casa del naranjo TV Azteca y series el El Pantera, de Televisa. A dirigido doce obras de teatro profesionalmente. Publicó su primera novela Cartografía de animales celestes en la editorial Tusquets, y otras tres: Los delirios de Adrián, La noche del pez, y En los ojos de los gatos, misma editorial.

ERNESTO GODOY. Nació en Ciudad de México. En un principio quería ser pintor, pero animado por sus padres presentó una solicitud para entrar en el CEA y quedó.1 En 1990 Carla Estrada lo llamó para participar en la telenovela Cuando llega el amor, protagonizada por Lucero y Omar Fierro. Allí encarnó a Guero, uno de los personajes jóvenes que intervenían en la historia, alternando con otros futuros grandes actores como Alexis Ayala y Sergio Sendel (también compañeros suyos en el CEA). También el mismo año participa en otra telenovela de Carla Estrada, Amor de nadie. En 1991 Ernesto Alonso lo llama para participar en la telenovela Atrapada protagonizada por Christian Bach. Allí interpretó a un joven retraído y con traumas debido a la nula comunicación con sus padres.2 Siguió colaborando con la productora Carla Estrada en telenovelas como Los parientes pobres y Alondra realizando destacadas interpretaciones. Pronto se convirtió en uno de los actores jóvenes más conocidos de la televisión, actuando en telenovelas como Pobre niña rica, Sentimientos ajenos, Mi querida Isabel, Ángela y Por un beso. En 1994 participa en la película Una luz en la escalera interpretando a Alejandro Bernal. En 2001 forma parte de la telenovela El noveno mandamiento de la productora Lucero Suárez realizando una participación especial. Al terminarla se cambia a TV Azteca donde participa en la telenovela Agua y aceite producida por Christian Bach y Humberto Zurita.

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En 2002 interpretó a Huber Matos en la película ¡Fidel! basada en la vida de Fidel Castro. En 2003 interpretaría a un villano en la telenovela La hija del jardinero, sin embargo declinó la invitación pues quería dedicarse a la dirección y escritura de guiones.Su primer trabajo como director fue el cortometraje Brusco despertar, el que también fue su primer trabajo como guionista. También ejerció la docencia, enseñando en la escuela de teatro de Patricia Reyes Spíndola. En 2009 participó en la película Cabeza de buda alternando con actores como Kuno Becker, Vanessa Bauche e Irán Castillo.

CÉSAR BÁRCENAS CURTIS: Nací el 5 de junio de 1973 en la Ciudad de México, Distrito Federal. A partir de 1992 realicé estudios de Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1996 inicié mis actividades como investigador documental en la Cineteca Nacional colaborando en la edición del Programa Mensual de la Cineteca hasta el año 2000. Durante este etapa, mi interés por dedicarme a la escritura cinematográfica me llevó a ingresar al curso de guion del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), en el cual estuve inscrito de 2000 a 2002. En 2004, estas experiencias se enriquecieron con una beca de la Agencia Española de Cooperación y Desarrollo (AECID) para asistir a los cursos de posgrado en guion de series de televisión de larga duración y guion de largometrajes de ficción en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC). De 2005 a la fecha trabajo como profesor de asignatura de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, lo que me llevó a iniciar en 2007 los estudios de la Maestría en Comunicación en la UNAM, los cuales me permitieron en 2009 realizar una estancia académica y de investigación en la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente soy candidato a doctor en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación por la UNAM. Durante estos años, el trabajo docente y académico también me ha permitido desarrollar un guion de largometraje, un proyecto para serie de televisión y guiones de cortometraje, así como algunos argumentos, proyectos que en general, tienen la intención de ser cristalizados.

JOSÉ MARÍA LLOBELL MEDINA: Nací el 18 de Febrero de 1962 en Tetuán (Marruecos), en la colonia de españoles que quedaba por allí en aquellos tiempos. A los cinco meses, por motivo de trabajo de mis padres, nos trasladamos a Marbella (Málaga), ciudad en la que he crecido, me he educado, vivido y trabajado la mayor parte de mi vida. Ya desde pequeño mostraba mucho interés por las cuestiones artísticas, especialmente por el dibujo, sin embargo gané algún que otro concurso escolar de redacción o de cuento y no de pintura como hubiese sido mi primer deseo. El mundo del cómic fue mi gran pasión y, después de que me regalaran una caja de óleos, la caída en las redes de la pintura fue inevitable dedicado a tomar de modelo

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todas las imágenes que me gustaban y decidido a convertirme en artista. A comienzos de los ochenta marché a Sevilla para cursar estudios universitarios de Bellas Artes. Me gradué en la especialidad de pintura. Trabajé como becario durante tres cursos en la propia Facultad de Bellas Artes, impartiendo clases en la asignatura Creación pictórica mientras simultaneaba trabajos de ilustración para algunas editoriales, diseños publicitarios y participaba en algunas exposiciones pictóricas. También, a finales de los ochenta, doné un cuadro al recién creado Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Sevilla. A comienzos de los noventa, además de casarme, realizo las oposiciones de Enseñanzas Medias y empiezo a trabajar de forma ininterrumpida en distintos centros de bachillerato de la geografía andaluza como profesor de artes plásticas hasta la actualidad, en la que llevo diez cursos con destino definitivo en el IES Rio Verde de Marbella, impartiendo clases en el Bachillerato de la especialidad de Artes, donde asignaturas como dibujo artístico, diseño o cultura audiovisual son mi dominio habitual. A finales de los noventa mi pintura tiene un estilo eminentemente narrativo y me hace enganchar fácilmente con otra de las artes visuales, el cine, afición que siempre me fascinó. Comienzo a recibir numerosos cursos sobre cinematografía y en concreto sobre el tema del guion literario; Llegué a ganar un concurso de guion vinculado a uno de estos cursos. Organizo y coordino, durante algunos años, grupos de trabajo para la elaboración de material didáctico y metodológico para las enseñanzas del audiovisual. Uno de los trabajos realizado como práctica, “Arte y arrebato”, se convierte en finalista del certamen Internacional de Cortometrajes de la Diputación de Almería. En 2008 ganó el primer premio del concurso organizado por el Ayuntamiento de Marbella para el diseño del cartel anunciador de la Feria de la localidad, y comienzo a pintar con más continuidad, aunque entre tanto y tanto escribo algún relato o guion, pero ni pinturas ni escritura ven la luz más allá de mi casa. En 2010 sufro un grave accidente deportivo que me supone la rotura de las dos muñecas; en estas lamentables circunstancias preparo una exposición de cuadros que me anima en estos últimos años a airear mi obra, no sólo pictórica sino narrativa. De hecho, ha coincidido en el tiempo la selección como finalista del concurso de proyectos cinematográficos Bengala con haber sido seleccionado para la Feria Internacional de Arte de Valencia Incubarte.

PENÉLOPE MARTÍNEZ:

Mi nombre es Penélope, pero todos me dicen China. Nací un 10 de octubre de 1983 en el Distrito Federal y soy la mayor de tres hermanos. Mi padre es David Martínez Puente, originario del Distrito Federal, y mi madre es Marisa Zepeda López, quien nació en Tijuana, Baja California, y decidió partir a la Ciudad de México a los 18 años de edad. Estudié la carrera de Ciencias de la comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y me especialicé en el área de periodismo. Pensé que me dedicaría al diarismo, pero en la búsqueda de oportunidades terminé por aplicar a una vacante de corrector de

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estilo, y fue así como llegué al mundo editorial. Durante varios años fui correctora y editora de textos educativos, lo cual me llevó a aprender un poco de todo, y a que en mi familia me apodaran La Reader’s Digest (por aquello de tener la cabeza llena de datos curiosos de temas como geografía, literatura, matemáticas, química y hasta comercio electrónico). Desde 2009 escribo en Facebook la bitácora de un personaje urbano y meloso conocido como China Aparicio, y hace un par de años, por azares del destino, mi adicción a lnternet y a las redes sociales se convirtió en mi trabajo. Uno debe tener cuidado con lo que desea: ahora soy community manager en una agencia de publicidad digital. Recientemente, movida por la curiosidad por saber más de mis orígenes, antes de cumplir mis 30, emprendí un viaje para conocer a los parientes de mi madre. No encontré exactamente lo que buscaba, pero viví una aventura que inició en la frontera y se extendió hasta el puerto de Ensenada, misma que luego escribí y decidí enviar a la convocatoria del Premio Bengala. Estoy más que convencida de que la realidad supera la ficción. Para mí la vida cotidiana es una inagotable fuente de anécdotas increíbles y de personajes entrañables… Uno de mis más grandes sueños es poder compartir con otros todas esas historias que, sin duda, merecen ser contadas.

JORGE VILLA ROMERO. Nació en Tarragona hace treinta y muchos años. Es licenciado en periodismo (University of Wales) y graduado en dirección y guion por la Universidad de León. Su carrera se ha desarrollado en el mundo de la prensa como Redactor, corresponsal y Columnista en diferentes periódicos (Diario e León, El Día de Valladolid, Diario de Cádiz y Europa Sur, entre otros) así como guionista y director de distintos programas y ficciones de la televisión nacional y autonómica de España (Fama, Súper Modelo, Gran Hermano, Terapia de Grupo, La tarde Con Cristina, Inocente inocente...). También ha desarrollado varios formatos y biblias para diferentes proyectos. Como director de cine acaba de estrenar el cortometraje ¿Demasiado Corazón? (Seminci 2013), su primera experiencia en 10 años desde el polémico Una razón de Peso (2004).

JUAN COLLADO RUBIO: (Torrelavega 1976), es guionista de televisión. Con estudios en comunicación audiovisual y guion por la Universidad de Salamanca y la Universidad de León, ha creado junto a Jorge Villa más de 35 formatos y biblias para diferentes productoras y cadenas de España. Actualmente se encuentra enfrascado en el montaje de su primer largometraje documental como director: Troyanas. Los Amateurs es el relato de un proyecto para cine y/o televisión creado por ambos. Una revisión a modo de comedia agridulce de un tiempo, un país y de un conflicto de valores. Como dijera Albert Camus: “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”.

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OLDA LYDIA ALANÍS GONZÁLEZ: Me dejaron aquí en este mundo un día de tormenta y al sonido de un estruendoso rayo me abrí paso a la vida, para mí fue un instante mágico, siempre me gusto escuchar que mi madre relatara el momento en que nací y lo que sintió mi padre cuando me tomo entre sus brazos, mi madre asustada, pues a ella le horrorizan las tormentas, contrario a mí que me encanta sentir el sonido de la fuerza del viento, la lluvia y sus poderosos rayos, nací en Miguel Alemán, aunque el transcurso de mi vida se desarrolló en Camargo. Alanís, por mi padre con sus raíces en Nuevo León y González por mi madre de León Guanajuato. Nacida en septiembre 9 de 1973, me recuerdo a mí misma desde niña siempre observando, callada, tratando de comprenderlo todo en medio de un mundo nuevo para mí. Con 2 hermanas, 3 hermanos en casa no había mucho lugar para mí, así que pase mi niñez entre la casa de mi abuela materna y mis dos tías paternas; mi abuela, ella era ‘’rezandera’’ así que el conocer de Dios y mi fe, se la debo a ella, además de pasar las mejores posadas navideñas, pues siempre la acompañábamos mi hermano menor y yo, y por ser nietos de la rezandera nos daban todos los dulces, pastel y tamales que quisiéramos; con mis tías lo pasaba una semana en cada una de sus casas respectivamente, no recuerdo cuantos años viví así pero mi favorita era mi tía la de la librería, y allí sobre costales de libros, a mis 5 años de edad, pasaba mis horas sentada sobre ellos me enamore de ese olor tan particular y aunque no sabía leer aun, me deleitaba disfrutando, observando letras y dibujos; no asistí al jardín de niños así que tuve que esperar entrar a la primaria, pero eso si fui la primera en la clase en aprender a leer, después de eso no he parado. Siempre me gusto leer de todo, nunca tuve un tema en especial, leía cuanto libro llegara a mis manos, no importaba el tema, lo importante para mí era conocer, aunque sí puedo decir que los temas de psicología eran mis favoritos. Ahora soy más selectiva con lo que leo, solo leo cuando un tema roba mi atención, para mi es importante lo que metes a tu cabeza, lo que lees, tanto como lo que observas. De la primaria recuerdo a mi maestra Toña con mucho cariño, la maestra Herlinda aun me da escalofríos, en la secundaria la maestra Chagua mi favorita, ¡o trabajan, o trabajan! Era su frase, en cualquier dificultad recuerdo esas palabras. Así que la aplico de diversas formas, una de ellas es ¡o actúas o actúas! Hay que aprender a disfrutar del paisaje de la vida de frente. Aunque siempre conseguí muy buenas calificaciones en mis grados, mis estudios concluyeron al terminar la preparatoria, pues mi padre no tenía los recursos para enviarme a estudiar carrera alguna. En la época de estudiante siempre traía mi diario conmigo, escribía y dibujaba cuanto pensamiento e idea llegara a mi mente además de todo lo que me sucedía, después de escribir páginas y páginas, los destruía quemándolos. Era un extraño ‘’ritual’’ en el cual yo sentía que algo de esa energía perdida volvía a mi renovándome, liberándome, pues a lo largo de mi vida han sido muchas las experiencias difíciles. Cuando compre mi primer computador el quemar mis diarios los cambie por un delete. Así que el escribir me ayuda

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para revisar mis actos, mis decisiones y mis elecciones en la vida, el borrarlos me libera. Me case a muy corta edad y enviude a mis 28 años, quedándome con mis dos hijos varones, y trabajando en la librería de la cual era propietaria. Con la librería a mi cargo, conocí muchas personas, y una de ellas, un proveedor de libros y gran amigo, me dijo esto: Sra. si usted quiere vender libros piénselo bien pues ’’los libros tienen algo de malditos y de benditos’’ así que si entra a este mundo, se enamorara de ellos y después no los podrá dejar. Lo que no sabía él, era que yo, ya amaba los libros. Me limité a sonreír.

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Deliberaciรณn del premio


Bengala es: Alexandro Aldrete Teresa Blanco Andrés Clariond Juan Farré Daniela García Alheli Guerrero Dariela Guerrero Cristina Guerrero Jessica Guerrero Jaime Guerrero Abdul Marcos Gabriel Nuncio Diego Osorno

Primavera de 2014



ÍNDICE

PRESENTACIÓN / Gabriel Nuncio y Diego Osorno • 7 YA NO ESTOY AQUÍ / Fernando Frías • 9 LA MARABUNTA / Emma Friedland • 19 LA FIEBRE / César Vidal • 37 PANCHO VALENTINO, CONFESOR DE CURAS / J. M. Servín • 55 NUEVE ESTANCIAS EN EL DESIERTO / Enrique Rentería y Ernesto Godoy • 73 ILUSIONES / César Bárcenas Curtis • 85 QUIJOTE EN NEGRO / José María Llobell Medina • 91 EL QUE BUSCA ENCUENTRA / Penélope Martínez • 103 LOS AMATEURS / Jorge Villa y Juan Collado • 119 CAMINO A LAREDO / Olga Lydia Alanís González • 139 EPÍLOGO: En las entrañas del Premio Bengala / Manuel Larios • 159 LOS AUTORES • 163



EL LIBRO NEGRO DE BENGALA. Se terminรณ de imprimir en el mes de marzo de 2014. En su composiciรณn se utilizaron fuentes NewBskvllBT de 24, 18, 14, 12, 11, 10 y 9 puntos. El cuidado de la ediciรณn estuvo a cargo del autor. Formaciรณn electrรณnica Casa del Libro Universitaria.




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