Comité Editorial Ranmses Ojeda
Diseño Gráfico
Alejandra Enríquez
Colaboradores
Ángel Ismael Luna García Patricia Torres Villarruel Laura Viridiana Ruiz Gálvez Alexa Pineda Axtle Juan Jorge Farías Rodríguez Calos Ernesto Navarrete Coronado Michelle Denise Rojano Valdez Ismael Hernández Valencia Ranmses O. Barreto Mtro. Ranmses Ojeda Barreto
Director de la Revista
Departamento de Difusión Cultural Lic. Dora María Gómez Alonso
Jefa de Departamento
Mtro. Ranmses Ojeda Barreto
Encargado de Intercambio Cultural y Evaluación Prof. Israel Reyes Zuñiga
Encargado de Comunicación Cultural Grupo de Escritura Creativa
Departamento de Difusión Cultural Universidad Intercontinental Insurgentes Sur 4303 Colonia Santa Úrsula Xitla, Tlalpan, México D.F.
@Agora_VirtualEC
Índice
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Sobre el impulso a la vida en Descartes Ángel Luna García
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Palpables testimonios geográficos Michelle Rojano Valdez
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Índice
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Alexa Pineda Axtle
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Presentación Ranmses Ojeda
Mala Jugada
Patricia Torres Villarruel
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Luz de Enero
Carlos Navarrete
Tánatos
Laura Ruiz Gálvez
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Al mirar por la ventana Cintia Nájera
Muriendo Lento
Jorge Farías Rodríguez
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La Faz In Ante
Directorio
Me crié en la tierra blanda y húmeda
Carlos Navarrete Coronado
Desierto
Cintia Nájera
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Vida, Sufrimiento
Ismael Hernández Valencia
Roce de labios Ranmses Ojeda
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Ágora es una publicación de carácter universitario sin fines de lucro.
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Las opiniones enunciadas en la expresión artística son responsabilidad de sus realizadores. La Universidad Intercontinental, en un ejercicio de extensión de la cultura, abre un espacio para su difusión. Pero no representa la opinión de la Universidad.
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Presentación Hay un momento en nuestra existencia que inevitable enfrentamos aquello, que la mayoría de nosotros desearía nunca hacerlo, la muerte. El enigma que a través de muchas concepciones del mundo se ha tratado de descifrar. Es por ello que encontramos múltiples interpretaciones respecto a ella, tantas como las necesarias para explicar el dolor que provoca un acontecimiento así en nuestra vida. La tercera publicación de Ágora Virtual tiene como tema central la muerte. Una publicación que representa un enorme esfuerzo, en ocasiones casi insostenible, de todos los que colaboramos para que este espacio universitario permanezca. Entre Eros y Tánatos es presentado desde muchos enfoques, desde el ensayista, narrativo, y poético, hasta el psicoanalítico. Todos desde un peculiar punto de vista sobre el sentido inexplicable del inicio y término de la existencia. Cada uno de los textos arrebata la atención sobre la interpretación que le damos a este acontecimiento. Constituyen un punto de encuentro entre los significados más profundos y dolorosos de la existencia. Quizá sea una verdad lo que dicen: lo mejor de la vida es la muerte, por eso, está al final. Ranmses Ojeda
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Ángel Luna García Un tema que ha motivado amplios debates, congresos y escritos en el ámbito psicoanalítico es el correspondiente a las pulsiones de vida y muerte (Eros y Thanatos), en particular sobre la clasificación y naturaleza atribuidas por Freud en sus últimos escritos. En el presente artículo se considera dicha noción en Freud para retomar y reflexionar algunos aspectos de la vida y obra del filósofo que se dedicó a la búsqueda de la verdad, y por novelesco que suene, el filósofo que se dedicó a la búsqueda de la vida misma, René Descartes. Ya desde 1920 (Laplanche y Pontalis, 1967) Freud planteó lo que serían los dos grupos de pulsiones que consideraría durante el resto de su obra, las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte; las primeras serían dirigidas a la conservación de las unidades vitales existentes, permitiendo la construcción de unidades más amplias. El segundo grupo de pulsiones estaría constituido por aquellas que tienden a la destrucción de las unidades vitales, buscando con ello, una nivelación radical de tensiones y un retorno al estado inorgánico; como consecuencia, se generaría una pugna entre ambas tendencias constitucionales, donde cada una buscará la satisfacción propia, repercutiendo en la antagónica. Es en este punto donde podemos realizar un puente entre dicha noción y la vida de Descartes.
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Scharfstein (1980) refiere que desde los inicios, la vida de Descartes estuvo matizada por experiencias de pérdida y muerte, pues su madre muere en parto cuando él tiene trece meses de vida, siendo que la pequeña nacida de aquel trágico momento, moriría al poco tiempo. Señala también (Scharfstein, 1980) que durante su infancia, Descartes vivió las constantes ausencias de su padre debido a los múltiples viajes que exigía su diplomática labor, por lo que el cuidado del pequeño fue delegado a su abuela y nodrizas. Su padre muere cuando el filósofo cuenta con catorce años de edad, momento en que vivía en un internado. Es, al padre Charlet, a quien formalmente Descartes agradece la guía, atenciones y paternalismo, que lo motivan a concebir la búsqueda de la verdad como el último fin valioso de la existencia. Se puede afirmar que, a pesar de que a temprana edad el pequeño Descartes mostraba una insaciable curiosidad por conocer las causas y los efectos de todo (por lo que merece que su padre lo llame “mi filósofo”), no es sino por el empuje de Charlet, así como por la posterior amistad con Isaac Beeckman, que aparece la figura del genio, reflejada en sus vastos escritos (Scharfstein, 1980). Retomaré un sueño de Descartes para posteriormente profundizar y relacionarlo con el tema de interés; Scharfstein (1980) señala que a la edad de veintitrés años, el joven filósofo tuvo
Con respecto a sus investigaciones médicas, lo cual evidencia una constante búsqueda de la comprensión sobre la enfermedad, la vida y la muerte, Descartes escribió: “en lugar de encontrar los medios para conservar la vida he hallado otro, mucho mas fácil y seguro, que consiste en no temer a la muerte”3.
tres sueños que resultaron paradigmáticos y determinantes en su vida. En el primero y más significativo según el autor, Descartes se encuentra a sí mismo paseando por las calles y curvado hacia la izquierda para contrarrestar una enorme debilidad que siente en el lado derecho; en el sueño se siente avergonzado y trata de enderezarse; señala: “como un solitario caminante al anochecer, decidí avanzar lentamente y poner tanta circunspección en todas las cosas que, a cambio de adelantar poco, al menos evitaría caer”1.
Una característica en Descartes es la búsqueda de amistades en la gente honesta y corriente, aquellas personas que quizás no había leído muchos libros, pero que poseían un auténtico buen sentido y uso de la razón natural, pues para el filósofo, dichos individuos podían juzgar las cosas mejor que muchos pensadores (Scharfstein, 1980). Son estas personas quienes lo guiaron en la búsqueda de la verdad empírica, con el único fin de aumentar el poder y la salud de los hombres, como él mismo se refería a su vocación de vida:
Descartes opta por la aceptación de todo lo que ocurre, atribuyéndolo a un Dios que configura lo existente, que dota a los seres humanos de límites en cuanto a la comprensión, que siempre se mantiene presente y motivando el entendimiento de los fenómenos de la naturaleza, pero con el debido respeto. Se considera que Descartes era cuidadoso con respecto a su insaciable curiosidad, según su biógrafo Baillet, quien refiere que en sus últimos momentos, el filósofo señaló que aceptaría el sacrificio voluntario que le ofrecía la expiación de todas su faltas en la vida, pues el libre uso de su razón le permitió abstenerse a querer penetrar con demasiada curiosidad en los decretos de Dios. Otro rasgo significativo de la vida de Descartes fue su gran distancia emocional con respecto a las personas que le rodearon, así como la orgullosa declaración de buscar lo mejor por sí mismo, siendo que nadie
“la meta principal de mis estudios fue siempre la conservación de la salud”2. Los filósofos y sus vidas, Scharfstein, 1980, pág. 141 Los filósofos y sus vidas, Scharfstein, 1980, pág. 144 3 Los filósofos y sus vidas, Scharfstein, 1980, pág. 141 1 2
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debía nada a nadie. Se caracterizó también por su gusto a la soledad, por el valor y la inteligencia para encontrar un camino metódico que lo llevara a mantener su existencia y seguir adelante. Finalmente, tras responder a la invitación de la reina Christina (quizás con la perspectiva de convertirse en el filósofo de la reina) murió en Suecia probablemente de neumonía en 1650 (Scharfstein, 1980). Retomando los primeros años de existencia, podemos comprender el empuje por mantener y comprender su vida, pues son estas tempranas heridas, aunadas con el constante cuidado de su abuela y nodriza, lo que marca la vocación del pequeño que sobrevive con una culpa inconsciente al considerarse el causante de la muerte de su madre. Esto nos permite lanzar una hipótesis, pues será en la búsqueda de la vida e inevitable encuentro con representaciones de la muerte, que Descartes persiga a su propia madre, pero temiendo el castigo que trae la culpa, debilidad confirmaba por su constante exposición a enfermedades y pérdidas durante los primeros años; es Descartes por lo tanto, el gran expositor de la pugna entre Eros y Thana-
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tos, el primero, atribuido por el nacimiento, el segundo, heredado a nivel psicológico y evocado en las diversas experiencias de enfermedad y pérdida. Se puede pensar en el padre de Descartes como aquel que al señalarlo como “mi filósofo”, lo motiva a continuar con su insaciable curiosidad y uso de sus facultades intelectuales, las cuales se verán reconocidas y estimuladas por figuras como Charlet y Beeckman, a lo que el filósofo las aceptará, explotándolas a favor del conocimiento y de su propia existencia, generando un legado incomparable. La tendencia al aislamiento, renuencia al contacto afectivo y el valor que otorgaba a la razón, se pueden comprender como medidas defensivas ante el recuerdo y dolor que implica la pérdida, así como por el riesgo percibido en delegar la felicidad a otro individuo, siendo que el control le brindará la completa responsabilidad de él mismo. No es justo enjuiciar estas tendencias en Descartes, sino el comprenderlas como una propensión a la vida y resguardo ante el frágil cuerpo y sentimientos melancólicos del filósofo, una
clara evidencia de la pugna constitucional que planteaba Freud. Serán la búsqueda de la vida y la verdad, la culpa inconsciente sobre la muerte de su madre, las primeras pérdidas, el temor a su propio fallecimiento y la renuencia a pagar el precio que implica un vínculo íntimo, los ejes guias en la obra y concepción de la vida en el filósofo. Se guía también con el respeto a los limites que señala el Dios que le acompaña, representación de su ideal de padre, y de Charlet, Dios que le brinda comprensión y capacidades a cambio del respeto por su figura y límites establecidos; ¿no implica el respeto a la vida, el respeto a los limites propios, del otro y de la naturaleza?. Es con base en las capacidades intelectuales y cognitivas, que Descartes encuentra una compensación a su lado derecho débil en el sueño (representación de la culpa, pérdidas y debilidades); compensación que sirve de instrumento para la ejecución dinámica y económica de una fuerte pulsión de vida, reforzada por sus capacidades de genio, que no sólo lo mantienen vivo, sino le dan energía suficiente como para
dejar un legado a la humanidad vigente, como por ejemplo, lo correspondiente a sus estudios matemáticos. Será pues menester entender las vías por las que la pulsión de vida suele manifestarse, comprender la posibilidad de sublimar la misma existencia para provecho de la humanidad, generando un tesoro que resulta invaluable. No me queda más que concluir que tan amplia como es la vida y obra de Descartes, lo es la concepción de las pulsiones de vida y muerte, pero sobre todo, la forma en que actúan sobre los seres humanos, la forma en que nosotros mismos tomamos estos recursos para mantenernos en la constante dinámica de la existencia, no sólo orgánica, sino a nivel psíquico expresada no sólo en mecanismos, sino en la espontaneidad, la creatividad, la entrega y la experiencia misma de vida. Ángel Luna García. Pasante de la Maestría en Psicoterapia Psicoanalítica. UIC.
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Patricia Torres Villarruel
Mala Jugada 9
Son las 3:00 de la mañana y no encuentro nada productivo que hacer. Ya encendí y apagué la lámpara de mi buró tantas veces como he podido. Doy vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Sinceramente no quiero dormir, tengo mucho miedo de hacerlo, ahora que la muerte de mi padre está tan reciente. Falleció ayer a las 6:00 de la tarde. Él llevaba varios años en cama sufriendo a causa de cáncer en el esófago. Ambos deseábamos que el momento justo llegara para que no siguiera aguantando tanto dolor. Por eso estoy triste, me he quedado solo. Soy hijo único. Mi madre falleció en un accidente aéreo. Yo tenía siete años. Venía de regreso a la ciudad. Efectuó un viaje hacia Guadalajara donde vivía su hermano mayor, con quien quedó de verse para arreglar asuntos de la herencia. No tengo muchos recuerdos de ella, mi padre me contaba que era una mujer extraordinaria. De mi madre sólo conservo algunos objetos, que sé, eran preciados para ella, un trébol y la caja de un regalo de navidad que me dio a los cinco años. Conservo esa caja porque en ella me regaló el primer libro en inglés que leí. En sí, la caja no tiene nada de maravilloso, es sólo que tiene un gran valor estimativo para mí. El trébol pasó de generación en generación, desde tatarabuelos hasta llegar a ella, y así, llegar conmigo. Mi madre, me pidió que lo cuidara por siempre, que procurara llevarlo conmigo a cualquier lugar al que fuera para que éste me brindara suerte y protección. Nunca he creído en la suerte, simplemente cada persona va formando su destino día con día dependiendo de las acciones que realice. Creo que no se debe dejar algo tan importante como es la vida, al azar o a la suerte. Aunque debo reconocer que cada vez que he
llevado ese trébol conmigo, las cosas han fluido de manera sorprendentemente satisfactoria. No sé a qué se deba, supongo que es milagroso, pero insisto, no creo en eso. Sigo dando vueltas en la cama. Me levantaré por un vaso de agua. Tengo sueño, evidentemente porque estoy desvelado por el funeral, pero no puedo dormir. Ya son las 3:40 de la mañana. Debería estar descansando porque dentro de unas horas viajaré a Barcelona, la ciudad natal de mi padre. El vuelo sale a las 2:00 de la tar-
de, pero tengo que estar en el aeropuerto dos horas antes. Será un viaje corto, me regresaré pasado mañana. Es una ciudad que me trae recuerdos tristes porque viajé para allá en varias ocasiones, es por ello que no quiero permanecer ahí por mucho tiempo. Iré únicamente a depositar las cenizas de mi padre en una iglesia a la que solíamos ir cada domingo durante el tiempo que vivimos allá. No he hecho mis maletas, ni he preparado algo importante que quiero dejar en Barcelona, la brújula que le re-
galó a mi padre el papá de su mejor amigo de la infancia. Es muy antigua. La tengo guardada en el clóset. Mi padre días antes de morir, me pidió que dejara sus cenizas en Barcelona y junto con ella, la brújula. No puedo dormir, de una buena vez realizaré mis maletas para el viaje. Abro el clóset y la brújula no está. Estoy seguro de que la tenía ahí guardada en una bolsa oscura. ¿Qué haré? Quiero cumplir la última voluntad de mi padre y de no encontrar la dichosa brújula, no se podrá. Tal vez en el momento
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en que se veló el cuerpo de mi padre, aquí en la casa, alguien subió, entró a la habitación y la robó. Pero ¿qué hago para saber si fue así o no? y en caso de que si, ¿cómo saber quién lo hizo? No sé, tal vez estoy exagerando. Creo que mejor intentaré dormir. Será un día pesado y necesito pensar qué hacer. Quizá moví la brújula de lugar y no lo recuerdo. Son las 7:00 de la mañana. Pensé que todo había sido un sueño, pero en cuanto abrí el clóset, me di cuenta que no era así. Me senté en la cama, cerré los ojos y con las manos sobre mi rostro, de repente el teléfono sonó. Contesté y era mi primo Bernardo. Nunca me llevé bien
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con él, es una persona ventajosa y egoísta. Pregunté quién era y al soltar su carcajada me percaté de que era él. Con un tono burlón y desesperado me confesó que él había robado la brújula. Me condicionó para poder tener la brújula de vuelta conmigo. Jamás hubiera imaginado que me pidiera algo así, tan bajo. Supongo que estaba demasiado enojado con Betty, o tal vez sentido por algo que le hizo, pero eso no justificaba lo que él me pedía, definitivamente no era la opción. Tampoco imaginé llegar a hacer algo así. Bernardo me devolvería la brújula bajo la única condición de que matara a su ex-esposa Betty. Era problema mío armar el asesinato. Él sólo quería verla muerta.
Era increíble que me estuviera pasando algo así, son las 7:10 de la mañana y debo hacer el viaje. Lo más importante es llevar conmigo la brújula y las cenizas. Pero matar a Betty iba en contra de mis principios. Estoy desesperado, pero no me queda más que hacer. Conozco la dirección del trabajo de Betty, está a unas cuantas calles de aquí, la seguiré y encontraré el momento oportuno para acabar con su vida. Salí de mi casa a las 9:00. Me subí al coche, prendí un cigarro y me dirigí al trabajo de Betty. Me estacioné enfrente del lugar, atravesando la calle. Desde ahí la observé durante 15 minutos, después salió caminando por la calle principal
y dobló en un callejón. Agarré un pedazo de lazo, salí de prisa del carro y corrí hacia el mismo callejón. La abordé y la estrangulé, fue muy rápido y fácil. Aparentemente nadie me vio.
Regresé al interior del carro, lloré inconsolablemente por largo tiempo y manejé al aeropuerto. No podía permanecer en el país ni un minuto más. Llegué a las 10:45, las horas parecían eternas y mi vuelo salía a las 2:00 Corrí de nuevo al carro, estallé de la tarde. Por fin llegó la hora, en llanto, me sentía la peor per- abordé el avión y en cuestión sona, como pude tomé el celu- de segundos despegó. lar y le hablé a Bernardo. El trabajo ya estaba hecho, quería la Patricia Torres Villarruel. Librújula de regreso. Y fue entre cenciada en Derecho. UIC risas que me agradeció y me dijo que la brújula siempre había estado conmigo. La noche del funeral dejé la cajuela de mi carro abierta, Bernardo la tomó y ahí la guardó, quería fastidiar mi vida y lo logró. Maté a una buena mujer. Aventé el celular al asiento del copiloto, me salí a buscar en la cajuela y efectivamente ahí estaba la brújula.
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Luz de enero
Carlos Navarrete
Se ha muerto el aire, pero el oxigeno continúa luciendo vida a sus pulmones. La ilusión encalló en las pestes de tu cuerpo curtido por el tiempo, opacado por la esencia de otra fe. Pero en ella sigue firme. Fugarse con el sol de la mañana siguiente. Los pasos acompañan su decisión y el amor se agotó, por esta vez continuará siendo delgada e impasible. El lapso en sus rodillas sucias abandonarán sin pensarlo la piel vencida por los años. Las manos perderán el calor que de ellas crean para estimular la carne, dando un jalón tras otro, para estallar en fuego lo que una multitud atrae a saciarse del placer carnal. Sigue tirando por la calle amor sucio – que las notas de mi partitura vivirán los silencios y los corchetes - revestidos de obsesión con la diamantina, por brillantes de pureza hervida. La época del saldo acabó, pero consigues iluminar de llanto y amargura lo que en tu día, recibiste. La envergadura de tus alas perderán color y serán el espectro de tu cuerpo tallado en piedra blanca. Poco a poco, depravaste la galería del músculo, y rosa humeante, que nació con ella. Los trovadores florean con sus dedos las discrepancias entre el corazón, la emoción y la verdad en sus piernas indiscretas. Y llegarás tú como un ser anhelado por la tristeza y la mala compañía. Tenderás los brazos para ahuyentar al frío rostro de tu incondicional compañero, pero no te llevarás la verga con que sostenías la vela, de la puta que derrumbó su estadía en los cuartos de la bendita luz de enero. Carlos Ernesto Navarrte. Estudiante de Bachillerto UIC
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Tanatos
Laura Ruiz Gálvez
Siempre he tenido la convicción de que la muerte está sólo a tres pasos de mí. Ni tan cerca, ni tan lejos. A la distancia exacta donde logro percibir su insaciable y seductora sed de poseerme. Casi logra conquistarme. Un susurro suave y frío en mi oído hace que mi piel se estremezca, y en pleno coqueteo, viene Eros y me arrebata el pensamiento…
Era una mañana fresca y despejada como cualquier otra. Por la ventana podía ver los matorrales pasar como sombras tan doradas como el mismo sol. Un señor de aspecto serio y formal, leía un periódico míentras galantemente tomaba su taza de café. La abuela dejaba caer sus dientes en un vaso con agua y salpicaba en mí la idea de poder desprenderme también algún día de esas partes de mi cuerpo que no me gustan. La señora del asiento de atrás, un poco pasada de peso, sonreía y platicaba con sus hijos en voz alta. Todos parecían felices, o al menos a los cinco años de edad, eso parecía. Era como una fiesta campirana en aquel tren tan humeante como una chimenea en invierno. –Tu abuelo nos espera. La operación va a salir bien pero tenemos que llegar, tu abuelo nos espera…- repetía mi madre viendo hacia el horizonte con una preocupación mal disimulada. No supe ni cómo, ni cuándo, ni en qué momento, pero todo cambió. Recuerdo que hubo un estallido ensordecedor y después silencio. Un enorme silencio. El tiempo se detuvo. La vida misma se congeló. El dolor punzante en mi rodilla me hizo recapacitar. Nada a mi alrededor tenía sentido: -Mamá ¿dónde está el señor?;
se le cayó su café! Mamá, y ¿la abuela?- Nadie respondía. Ni siquiera yo podía escucharme. Más pronto de lo que podía asimilarlo, el olor metálico me saturó el olfato. Eros, ¿dónde estás, por qué nos has abandonado? Las imágenes empezaron a guardarse sin sentido en mi memoria; mi vista sólo ubicaba personas y cosas. Desde mi asiento podía ver el caos, la sangre, los mutilados… los muertos. La señora gordita gritaba fuerte, aunque no la escuchaba. Se agarraba la pierna, o aquello blanco que salía de ahí -¿Y si la echamos al agua? Mi abuela cuando se quita los dientes los echa al agua, así no le duele.Años más tarde comprendí que aquel día Tánatos nos había hecho una visita incómoda y se apresuraba a disfrutar su propia fiesta. Creo que solo él lo hacía. Mi abuela apareció metros más adelante en el pasillo. – ¿Está dormida mamá? Fue hace tanto que me sorprende recordarlo. A veces creo que fue sólo un mal sueño, una pesadilla, pero las cicatrices de mi madre y mi abuela pronto desaniman esta idea. Y cuando el reinado de Tánatos se abría paso entre los ausentes y comenzaba a consumirnos la piel, la carne y la vida, apareció un héroe en el camino. Todavía me pregunto de dónde sacó mi madre tantas fuerzas, muchos dicen que fue la adrenalina, yo digo que fueron las ganas de vivir.
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Eros se apersonó en aquella mujer que se echó al hombro el cuerpo de su propia madre, agarró las maletas, y me cargó en su único, aunque ocupado, brazo disponible. El sol me caló en los ojos, a penas y pude vislumbrar la silueta de los dos trenes que se encontraron en el mismo camino. No había manera de ganar. En ese error macabro, todos perdimos. Quién lo diría, aquel día las tres sobrevivimos. Lamento que hubieran operado a mi abuelo sin nosotras, pero es que mi abuela estaba en la misma sala de operaciones a kilómetros de distancia luchando por su propia vida. Hay otros momentos en los que he visto a Tánatos tan cerca, que a penas y puedo respirar con el temor de que sea mi último aliento, no así aquel día. Aquel día era sólo un ángel negro sobrevolando los cuerpos, me parecía tan lejano que no había forma de que me abrazara, pues mi madre me cuidaba. Me sostenía en su pecho protegiéndome de los golpes y el dolor, armándose de toda la vida que su cuerpo contenía, desafiando las garras de ese fiero depredador, salvando tres generaciones a la vez.
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Llegará el día en él que venga por ella, por mi y por todos nosotros. Mientras tanto, Eros nos inyecta esperanza, esa misma que huele a humedad y a tierra mojada, esa misma que cala en los ojos al despertar, esa brisa que te eriza la piel y por un segundo recuerdas que estás vivo. Ese aire que no cabe en tus pulmones. La batalla no está perdida, Tánatos va a tener que seguir esperando, porque de momento aquí me quedo. Laura Viridiana Ruiz Gálvez. Estudiante de la Maestría en Psicoterapia Psicoanalítica. UIC
Cintia Nájera Hoy es uno de esos días en los que quisiera cerrar los ojos y no volver a abrirlos jamás. Puedo respirar la tristeza y la monotonía en el aire de mi cuarto. Un día más, de nuevo estoy postrado en mi cama viendo hacia la ventana, cuyas cortinas son blancas y dejan pasar unos pocos rayos solares que intentan alegrarme un poco la existencia. Debo decir, desafortunada y desesperadamente, que no lo logran. Ni siquiera puedo ya mirar por la ventana. Quisiera que el sol desapareciera, que la luz y la felicidad se esfumasen de la faz de la tierra. Esos rayos solares sólo me recuerdan lo perdido. Hoy cumplo un día más de estar entre la vida y la muerte.
los amigos. Recuerdo que se sentó a mi lado en clase de inglés. Ella era muy tímida y rara vez hablaba. Pasaron dos meses antes de que me dirigiera la palabra y otros dos para que me atreviera a invitarla a salir. Me rechazó un par de veces, pero la perseverancia alcanza. Solíamos caminar por el parque cada tarde, platicábamos, a veces comíamos un helado sentados en nuestra banca preferida, la que estaba frente al columpio. Otras veces nos recostábamos en el pasto para observar las nubes.
Acabábamos de entrar a la universidad cuando nos enteramos de que seríamos padres. Ella estudiaba literatura y yo leyes. Fue uno de los momentos Recuerdo mi vida pasada con melancolía. Hoy me más aterradores de mi vida, yo sería responsable doy cuenta de que jamás valoré suficientemente de un pequeño, a mis veinte años… Sólo entendí lo que poseía, jamás valoré a mi familia, y hoy, que que fue la mejor bendición del cielo muchos años no puedo abrazarlos ni expresarles mi cariño, sien- después. to pena por mí. En fin, observábamos las nubes en una tarde apaCuando podía moverme, pasaba el tiempo enoja- cible cuando me lo dijo. Me petrifiqué, el sólo esdo por tener que ir a trabajar, por no haber termina- cuchar su voz diciéndome: “Seremos padres”; me do la universidad y por haberme casado tan joven. heló la sangre. Por supuesto que me hice cargo, Verán, yo conocí a la que hoy es mi esposa en la por supuesto que le propuse matrimonio y la llevé preparatoria. Yo era un chico normal, iba a clases, gustoso al altar. ¡Yo amaba a esa mujer! tenía problemas con mis padres y mi mundo era
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Pero mis sueños murieron cuando di el sí definitivo, me convertí en un hombre hecho y derecho de un día para otro. Debo admitir que viví con remordimiento y rencor por casi diez años. Yo no podía ser feliz enclaustrado en un trabajo todos los días para alimentar a mi familia, había dejado las fiestas y mis amigos atrás. Sin embargo, procuré lo mejor para mi familia y, aunque amargado, me lo tragué como deben hacer los hombres; ese rencor era mío y nada más. Y como todo ser humano amado por otros lo olvidaba de vez en cuando. Pasé buenos momentos con ellos, no tantos como hubiera querido, para ser sincero, creo que mi disgusto se notaba más de lo que yo quería.
Ojalá hubiera valorado a mi esposa mientras estuve sano, postrado en esta cama no puedo demostrarle cuanto la amo. En algún momento del matrimonio me embargó la necesidad de hacer cosas nuevas, de arriesgarme y vivir la vida loca. Le fui infiel con otra mujer, una compañera del trabajo a la que no le importó que estuviera casado, y cómo iba a importarle, si lo nuestro no era nada más que una aventura. Cuando Claudia, mi esposa, se enteró de mi indiscreción, ni siquiera me lo reclamó. Sólo mandó al niño con su madre y se encerró en la recamara por tres días, lloraba sin parar, no me dirigía la palabra. Creí que me dejaría y que jamás me perdonaría; sin embargo, lo hizo.
El instinto paternal no me llegó hasta que mi bebé nació. Lo cargué entre mis brazos delicadamente como si fuera un copo de nieve y él tomó mi dedo con su manita, estoy seguro de que me sonrió amorosamente. El rencor del que antes les hablé se evaporó por completo en ese instante.
Me di cuenta, por fin, de lo mucho que valía y me propuse hacerla feliz el resto de la vida. La recompensaría cada minuto de cada día.
Enseñarle a atar sus agujetas, a andar en bicicleta y a verlo jugar en los columpios sentado junto a mi banca favorita fue fantástico. Es sólo que el rencor se acentuaba cuando se portaba mal.
Pero esta enfermedad no me deja en paz, apenas puedo mover los ojos, inmovilizado de pies a cabeza. Ojala pudiera cambiarlo, ojala hubiera disfrutado cuando tuve la oportunidad, ahora mi esposa y mi hijo deben lidiar con un hombre que no sólo les falló sino que no puede ni valerse por sí mismo. Cintia Nájera. Estudiante de la licenciatura en Traducción UIC
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Muriendo Lento Josué quita sus ojos del retrato que se encuentra a un costado de la cama, y mira al techo. Es blanco, como todo en el hospital. Las paredes son blancas, los pisos son blancos, las sábanas son blancas, las batas que usan todos son blancas; hasta las malditas enfermeras que lo vienen a despertar cada media hora le parecen de entero blancas. El blanco lo desquicia, no quiere verlo más. El problema es que cuando cierra los ojos sin tener sueño se marea. Las flores que se encuentran en el otro costado de la cama, han perdido toda su gracia, y le parecen un triste adorno cuyo destino final, al igual que el suyo, es única e irremediablemente una muerte triste y lenta, muy lenta.
Jorge Farías Rodríguez
El único refugio que encuentra es volver su mirada al retrato. Ese retrato, que a simple vista, sólo muestra a un hombre con una mujer y dos niños divirtiéndose en la playa. Una familia como cualquier otra. Pero para él es mucho más que eso, es un recuento de todo, es lo que le trae los malditos recuerdos, y peor aún, lo que le recuerda que está vivo.
Fue en esa época, cuando en verdad sintió que podría ser feliz. En ese lugar caribeño, de arena blanca y agua cristalina. Josué recuerda cómo disfrutaba observando al viento mecer a las enormes palmeras, y sintiendo al sol dorar su piel, mientras una leve brisa lo refrescaba. Recostado sobre un camastro, era un rey que desde ahí lo controlaba todo. A su lado estaba su reina, esa mujer tan bella y de temperamento cándido como el de una flor. Sus dos hijos, Francisco, que en ese tiempo contaba ocho años y Marcela, que es dos años menor; jugaban felices a construir castillos de arena. En ese momento, como el rey todo poderoso, cuyo llamado provoca obediencia y exalta las emociones de sus vasallos, mandó llamar a sus hijos, quienes acudieron de inmediato. Era, según su consideración, indispensable capturar ese momento. Los colocó
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en el orden que se le figuraba más adecuado, y programó la cámara. La imagen quedó guardada para siempre, lo que él aun no sabía, era que las emociones y los sentimientos no pueden encerrarse en una imagen para conservarlos eternamente.
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No está seguro de en qué preciso momento empezó a cambiar todo. Lo único que tiene como verdad irrefutable es que la bebida fue el principal detonante de todo. Ese maldito vicio que lo tomó de improviso y que lo fue consumiendo de a poco, barriendo al mismo tiempo con todo lo que él amaba. Fue en una de tantas noches, en las que se iba con los compañeros del trabajo a tomar un trago. Recuerda que él nunca había tomado, jamás, ni siquiera en la universidad, cuando todos sus compañeros lo hacían cada fin de semana. En realidad no le había llamado la atención. Sin embargo, en esa ocasión, le dio curiosidad probar lo que se sentía relajarse con
unos tragos después de romperse el lomo en el trabajo. Parecía algo tan inofensivo, quién iba a pensar que ese momento en el que se sintió tan liberado y tan feliz, sería el inicio del fin. Los doctores dicen que es algo genético, hay gente que es así, prueba una copa y ya no puede parar. Pronto dejaron de ser copas, y empezaron a ser botellas. Los compañeros del trabajo, lo comenzaron a evadir, y entonces conoció a su nuevos amigos, esos amigos que en cuanto se le acabó el dinero y comenzó a beber botellas de perfume en los basureros, lo abandonaron sin dudarlo. A su familia, la fue destruyendo paulatinamente. Por varios años, su mujer, se mantuvo a su lado e intentó rescatarlo de todas las maneras. Pero las garras del vicio, ya lo tenían bien sujeto y no estaban dispuestas a soltarlo. Él se comportaba como un necio y le decía una y otra vez que
todo estaba bien y que él se encontraba en total control de la situación. Sí, como no, él ya no controlaba nada, y mucho menos a sí mismo. Ella inclusive acudió a Bernardo, su mejor amigo, el único que en verdad lo quiso por lo que él era. Pero de nada sirvió, al contrario, al sentirse acorralado por el amor y la razón, enfureció y se tornó brutal. La riña con su amigo fue tan violenta que a partir de ese momento no le ha vuelto a dirigir la palabra. Sus hijos, al igual que su fiel esposa, mantuvieron su ofrenda de amor por muchos años. Él se dedicó a pisotearla una y otra vez. Recuerda muy bien sus ojos, esos ojos que llenos de terror, inundados por el llanto, y que aun así en el fondo seguían llenos de amor; del amor más puro que pueda a existir. Su hijita, tan pequeña y tierna… En esas noches, en las que él llegaba borracho y violento, y los encontraba a ellos como las víctimas perfectas, Francisco intentaba comportarse como un hombrecito y proteger a su mamá y a su hermanita. Pero era tan sólo un niño. Un niño que debía ser protegido por ese hombre que en lugar de eso profería insultos y rompía cosas. La misma situación siguió por años, hasta que un día esos ojos inundados, se cristalizaron y por primera vez reflejaron odio. Él no fue capaz
de soportarlo y en ese momento, decidió irse de la casa. Fue entonces, cuando se consumó su decadencia. Dejó también su trabajo y se gastó sus últimos centavos en licor barato y malas compañías. Cuando se le terminó el dinero, comenzó a beber cualquier cosa que contuviera alcohol y acabó viviendo en la indigencia alrededor de los basureros. La congestión alcohólica lo hubiera matado, de no ser porque una señora, al notar la calidad de su traje y lo poco que quedaba de ese hombre de buen aspecto y nivel social, lo creyó víctima de un asalto y llamó a una ambulancia. Él hubiera preferido que lo dejaran ahí, pudriéndose. Según las enfermeras, ya lleva más de un mes en el hospital, sabrá Dios quién se encarga de pagar la cuenta. Probablemente, la misma persona que le envió las flores. Nadie lo ha venido a visitar en todo este tiempo. No los culpa. Seguramente, todos desean su muerte. Él mismo la desea. Los doctores han hablado con él y le han explicado que su hígado se encuentra dañado, sin remedio y que su salud ira en decremento, hasta que finalmente muera, pero también le han asegurado que no será rápido. Josué mira de nuevo la insoportable blancura del techo, sin embargo, el cruel recuerdo de quien fue rey y terminó como el peor de los mendigos, no se borra. Ahora está desahuciado, y no tiene opción alguna que no sea observar cómo se proyectan esas imágenes que lo torturan en ese techo que se ha convertido en la pantalla que presenta las desventuras de su vida; mientras espera a que la muerte se lo lleve poco a poco, lenta, muy lentamente. Jorge Farías Rodríguez. Estudiante de la Maestría en Guionismo
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Michelle Rojano Valdez
Al recordar los castillos de cartón, me enamoré. La miré, esas, sus curvas en los ojos; en sus manos; las muñecas de las mismas; sus dedos deformes parejamente a sus rodillas, las curvas de sus sientes hermosamente chuecos, la estructura de sus curiosos senos, la mire y la curvé. Ese culo, la forma en que su caminar y sus fogosas sustancias fórmulas le hacían el amor al pavimento, se lo follaba, lo lamia con los pies. Sus cabellos me miraron, me sedujeron; y la geografía de su erotismo tiene más de mil ojos. Me hundí en el océano que traigo dentro, el placer de sentir el olor de sus muslos caminando; bailándome, tiene una grandeza a la hora de llorar. Llora por los poros, por las uñas, por los pezones, por las orejas, por el sexo, pero sus gestos y el
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placer gramatical de sus movimientos son culpables de mi agonizante movimiento llamado Eros. Mi cuerpo, mis geografías femeninas se hacen potentes cuando me dice que soy lo maldito de un poema. El significado de un recuerdo, las texturas delirantes de las imágenes deseables en la memoria. Que infortunio es tenerte en mis recuerdos, mujer. Te hago de todo en mis recuerdos, tanto que este poema está escrito en el recuerdo de ti. Michelle Rojano Valdez. Estudiante de Comunicación UIC
Me crié en la tierra blanda y húmeda
Carlos Navarrete
Me crie en la tierra blanda y húmeda, que alimentaba de pureza el paisaje en el que viajaba. Sus ríos eran la verdad que corría de su cuerpo hecho montaña, pero la soledad embargaba el ambiente de un eco, que pronunciaba mi nombre por las mañanas. ¿Por qué el tiempo abre brechas, en lugar de puertas dignas para su hijo de calor y arena? Estaba frente a mí, un sol de medio día. Tenía los rayos por delgadas hebras; su luz se concentraba en lo blanco de la piel. Y el cuerpo era distinto, durante las noches de estrellas y lunas brillantes era mi figura arrastrada por la veleidad de su canto sordo, no tuve voluntad propia para ofrecer mis rezos a aquellos bellos ojos. Pero algo hacia tan humana su figura, que retomaba en lo complejo de la mente, el contorno que tras la luz no tenía sentido explicar, su origen único. -¡Oh!, sí Xibalba tuviera cabida en un mundo destruido como éste. Mi castigo sería, ser devorado por el jaguar noche tras noche Estiró las manos para ofrecer en ellas, lo que alimentaba a una población gris. Con cierto tino tome, lo que era algo estrepitoso corriente a la vez, pero original de colores que no tenían la textura del amate y los colores corrientes de la tinta de hollín o el rojo áspero de hematita. Agarró dos hilos imaginarios con la yema del pulgar y el índice, la otra mano repitió el mismo ejercicio y se unió a su hermana de carne
y estructura para estirar el hilo dos veces – no entendía que decía—pero sus señales pedían que imitara el movimiento. Con torpeza hice a un lado lo que recibí de su gentil hartazgo, pero el vahó de su boca choco con mi aire y respire por primera vez lo que sería el acíbar de mis días en primavera, cuando el cuerpo acaba sudando y fatigado por la explosión de emociones que exacerban su mayor amistad con los sentidos del cuerpo y los receptores de aquello que la gente habla para copular en el entretiempo, estío y el frío suelo de octubre a diciembre. Te escribo una carta con los dedos, en la azotea de un edificio que dicen, se encuentra en el centro de la ciudad, pero con franqueza aportaré a la descripción lo que yo llamaría, falta de organización poblacional. Las estrellas, tenues bajo el cielo de nata gris, no me han devuelto la respuesta de la última carta que te envíe. Esperaría que tu respuesta fuera de manera horizontal, para no perder la costumbre de leer que eres tú, nuestro orgullo pictográfico. Dibuja en ella, lo que los viejos han contado, lo que el cauce del río lleva en su torrente de vida. Saluda al jefe, a mi padre, a mi madre y sobre todo cuéntale al sacerdote que estoy con el sol de viento. Huitzilihuitl Carlos Ernesto Navarrte. Estudiante de Bachillerto UIC
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Cintia Nájera
Al verme al espejo puedo adivinar que mi interior es el de una anciana de ochenta años atrapada en el cuerpo de una de veinte. Más seco que un desierto, incluso me parece más sencillo que algo tenga vida en uno de ellos. No hay nada en mi interior que pueda darme lo que busco, estoy vacía… hueca y podrida por dentro. Aseguro que si pudiera ver mi interior, vería no un cuerpo hermoso y glorioso en sus primeros años de vida sino un cuerpo lleno de yagas, úlceras y porque no, también espinas. ¡Ay Sofía, Sofía, Sofía! Me dice Carlota-- ya no digas tonterías ya no pienses esas cosas ¿acaso no ves que Dios nos ha dado el don más maravilloso de todos? Podemos vivir una vida libre, sin problemas ni complicaciones. Jamás sufriremos lo que sufren todas las madres, jamás tendremos la desgracia de llorar por un hijo. Carlota continua parloteando mientras yo veo mi vientre vacío y plano. Siguió zumbando como una avispa al asecho. En mi cuerpo no hay más que estrías, el único remanente de que alguna vez tuve la oportunidad de ser madre. Después de algunos minutos reacciono y me doy cuenta de que debo ir al trabajo, me pongo un vestido negro y unos tacones del mismo color. Salgo a toda prisa del departamento. Ah Sofía, Sofía, somos tan afortunadas. Miremos a esa madre con su niño (el niño es hermoso y es un pequeño, apenas si puede caminar)… miremos como se enoja y como se desespera… ya no aguanta. Pensemos que nunca perderemos la figura. Siempre seremos hermosas. Nunca nos desvelaremos por darle pecho, no nos preocuparemos cuando esté enfermo, no lloraremos cuando vaya a la escuela ni cuando crezca y diga que nos odia. Tampoco sufriremos porque se va de nuestro lado para hacer una familia. No lo necesitamos. De pronto alguien me empuja para rebasarme, estoy caminando hacia el trabajo, sólo me faltan un par de calles. Aunque no recuerdo cómo fue que llegue hasta aquí. Últimamente Carlota me distrae demasiado, no para de hablar y yo no pongo atención a lo que hago. Además ya ni siquiera me deja sola, antes se iba con
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Sin embargo, sé que no lo era, como a la una de la tarde comencé a tener hambre, tenía antojo de fresas con crema y además casi era hora de salir a comer. Carlota fruncía el ceño. Fuimos a comer al restaurante de la esquina de la oficina. Sí había fresas con crema, así que me comí un plato entero, Carlota no quiso, estaba de malas de seguro quería copiarme y decir que también estaba embarazada, ella y sus ascos falsos. En cambio yo si tenía ascos reales, de esos mareos matutinos que te duran todo el día y que te recuerdan que estás esperando a un ser hermoso a un ser humano tan pequeño y hermoso que apenas podría sostener mi dedo índice con toda su manita. Llegué a casa con Carlota corriendo casi volando, ella sugirió que debíamos ir a la farmacia a comprar la prueba de embarazo para que saliéramos de dudas o más bien yo saliera de dudas porque ella estaba segura de lo que pasaba me decía: Sofía, Sofía esto no es más que un invento tuyo.
Calla le dije—y fuimos a comprar la prueba de que ella estaba mal y yo bien porque no me equivocaba yo era muy intuitiva.--Santiago, mi esposo, llegaría en cualquier instante y se alegraría de la noticia. Últimamente teníamos muchos problemas por mi situación, me reclamaba todo el tiempo, Carlota era la única que me defendía, ella siempre argumentaba que así éramos felices y que no necesitábamos de nada de eso. Y le decía que podía irse y abandonarnos. Ella me cuidaría, ella vería por mi bienestar y felicidad. Con mucha emoción regrese al departamento y destape la prueba había que esperar cinco minutos. Unos cinco minutos muy largos porque caminaba en círculos sin quitar la mirada de encima de la prueba. Carlota se recargaba en la pared y me miraba con desaprobación. Cuando por fin pude ver el resultado ella me dijo... no los dije, ¿no lo hice? Somos como un desierto, somos una anciana, atrapadas en el cuerpo de una de veinte… gritaba cada vez más fuerte; hueca, vacía, seca. Se burlaba, se mofaba de mí y me decía cosas horribles, cosas que ya no podría soportar. Así que no lo pensé dos veces y le tapé la boca con las manos y la sostuve con el cordón de la cortina del baño hasta que se calló.
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ta me pregunta que me sucede. Respondo: Carlota, siento que por fin tendré lo que más deseo en esta tierra. Sofía, Sofía, Sofía… cuando aprenderemos. No podemos tenerlos, resignémonos, aprendamos a ser felices de esa forma. Cuando lleguemos a casa iremos por una prueba rápida. Sólo para que salgamos de engaños. Sólo faltan unas horas.
sus amigos a divertirse o iba a la escuela. Pero ya no me deja, ahora camina todo el tiempo a mi lado izquierdo. Si por ella fuera me acompañaría hasta en mis sueños. La señora con él hijo que Carlota me describía volvió a mi mente. Tenía razón ya no aguantaba al pobre niño…entonces si la señora ya no lo quería yo podría quedármelo, podría darle una buena educación. Podría amarlo y protegerlo con mi vida por el resto de mis días. Me doy la media vuelta para buscar a esa señora, ella no se merece tener un hijo tan hermoso pero yo sí porque yo lo quiero, es sólo que no puedo tenerlo. Mi cuerpo es como un basurero. No, no, no hagamos eso—interviene ella—Carlota me dice que eso es malo, que no lo hagamos. Que si decido hacerlo estoy sola. Porque además debemos retroceder, debemos ir a trabajar, ya es tarde. Y entonces siento como mis entrañas cambian de lugar, como si mis intestinos se comprimieran hacia arriba casi hasta el pecho para hacer espacio a la bolsa donde crecería mi bebé. Siento como mis costillas se abren. Me retuerzo un poco por el dolor y Carlo-
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Apenas eran las once de la mañana y yo salía hasta las seis de la tarde, estaba sentada en mi oficina esperando a que pasaran las horas. Estaba ansiosa y me paraba de cuando en cuando para caminar en círculos. La gente de las oficinas contiguas me miraba con extrañeza. Y claro, tenían plena justificación, parecía yo una leona enjaulada. Carlota se reía de mí, porque decía que era demasiado exagerada. Cintia Nájera. Estudiante de la licenciatura en Traducción UIC
Ismael Hernández Valencia Desde tiempos ancestrales la muerte ha sido representada por el miedo y la obscuridad. Miedo a dejar asuntos incompletos, a no vivir el sueño deseado, a no conocer a la persona con la que pudimos pasar el resto de nuestros días. ¿Por qué representamos así a la muerte, si no conocemos nada de ella? Sólo observamos desde una perspectiva ajena lo que la muerte produce; lo que nos produce a nosotros: el dolor, la importancia y el sufrimiento. Deseamos que aquellos que se han ido regresen, y daríamos lo que fuese por tenerlos con nosotros de nuevo; vivos. Lo irónico de la vida es que este tipo de sentimientos los vivimos día a día. Podemos contemplar como nuestras ilusiones y felicidades se derrumban ante nuestros ojos, y no podemos hacer nada para impedirlo. La vida es una pesada carga en los hombros que los muertos no tienen que soportar. La felicidad
que llegáramos a tener, se compensa con una profunda decepción futura, y, aunque ésta no llegue, la esperamos y esto nos impide disfrutar aquello que nos hace sonreír. ¿Quién maneja este sádico equilibrio? Para los griegos, Eros era la contraparte de Tánatos. Eros propiciaba placer y amor, mientras Tánatos propiciaba la muerte. ¿La percepción del placer siempre está ligada al sufrimiento? ¿Por qué muchos rehúyen del amor, siendo el amor la contraparte del sufrimiento? La vida, desde mi perspectiva, es un constante dolor, que se alivia y se puede llevar con pequeñas dosis de felicidad. Pero, hasta ese momento, hasta que Tánatos tome tu mano, hasta que el último aliento salga de la boca, estás ligado a este mundo físico, lleno de desagradables acciones y seres. No es posible mejorarlo, pero si cambiarlo. Ismael Hernández Valencia. Estudiante de Bachillerato UIC
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La Faz In Ante Alexa Pineda Axtle
In: Muchos te temen niña mía, ja, ja, ja… Anhelo de llegada, consejo y consuelo, el día que cesará mi espera. Krisnaloka será la próxima parada, no más medios. Felicidad y tristeza sin alborozo, nada puede ya descontrolar mi buen juicio. La restricción de mis sentidos apartados y conciencia inamovible, abren las puertas hacia el oculto néctar de la mama rosa y el trance hacia el último viaje, idolatrada llegada después de cientos; inagotables y aparentemente irracionales. Sin rencores y sincera, mujer consistente, con el trabajo más complicado de todos. El no tomar venganza y simplemente castigar a quien no cumple su palabra. Tú, aquélla que siempre me acompaña sin decir una palabra, compartiendo a mi lado el cinismo, mejor que la hipocresía. Si he de morir, no quiero perder tu recuerdo. Fuiste en la encrucijada de esta vida ya perdida, la luz de mi ocaso, quien se sentó frente a mí, sacó mis pies del lodo sin tocarme un sólo dedo; simplemente se burló de mi mediocridad, obligándome a ganarle, a ese candado que me ataba al vacío, mis vicios. Jamás olvidaré tu aliento a la mitad de mi podrida vida, en la que ahora bailo. Estoy dispuesta a contárselo a todos… Al regalarle el sol “Santa Muerte”, le otorgué un día de luz a mi sombra.
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Ante: Mortal… Egoísmos inhumanos, únicos de gente pensante, tributos falsos e inconsciencia, ríen, pero no escucho felicidad en su voz vacía, hechizados de nacimiento, aptos únicamente para ver la ilusión material, mal educados al cuestionar su identidad; escondites llenos de gran vacío. Son ustedes la fría sequedad que aparece, cuando no existen. La necesidad de decidir aparece si toco, como una sombra húmeda, cuando busco su fría soleada, congeladas cimas de resguardo aparentes, las montañas más claras, me reflejan su estancia. Humillo cualquier estado que ignore mi presencia y con ella no se transforme. Aún no he pedido desesperadamente por ti, ustedes son el compuesto que me llena eterna, pasarán los siglos y seguiré regresando aquí, planeta medio. El día que me abandones al traicionar tus sensaciones, jamás volveré a verte. A la postre saciaré la sed más seca del pobre humano y castigaré el desperdicio del rico animal. Las oréades los acogen y los impulsan hacia tierras ya disueltas en pavimento sin color, calles tristes, infestadas del ser más vacío. Algún día el Levante tocará con delicadeza sus cuerpos, pero no existirá ya distancia entre tiempo y espacio, todo quedará reducido, vulgarizado, siniestro. Urim y Tumim renacerán, cada uno vivirá un destino personal, no importa cuánto tiempo pase. Esconden su gran vacío en lo que tienen y nunca llegan a ser. Renuncia a poseer e indaga hacia adentro, al encontrar las respuestas tropezarás una y otra vez, con la imagen de esta silla, y mi sonrisa. Alexa Pineda Axtle. Estudiante de la Maestría en Guionismo UIC
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Un Roce de Labios Ranmses Ojeda
Cuando la vio, mientras se miraba por el espejo, sintió el frío que le calaba hasta los huesos, como si de repente una marejada de emociones se colisionara instantánea y continuamente dentro de él. Alejo logró ver su cuerpo temblando, empapado, cruzando los brazos, abrazándose para evitar sentir frío; protegiéndose, sin saber de qué. Sólo logró verla por un instante para después enloquecer. Habían pasado quizá seis o siete días después del funeral de Lucia. Alejo había perdido la consciencia del tiempo. Desde entonces el día y la noche pasaban desapercibidos para él. Era como si Alejo estuviera en el tiempo pulsando a un ritmo diferente, con el alma errática por el agudo dolor que tenía por la ausencia de Lucia.
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gente murmuraba que la vida de Lucia junto a Alejo, se había convertido en un suplicio de indiferencia por no haberle dado hijos.
Duró llorando, inevitablemente, durante muchos días. Había perdido el control de sus emociones, las lágrimas le salían sin poder impedirlo, en automático, como si con ellas estuviera vaciando un mar de angustia.
Alejo siempre imaginó que se amarían por mucho tiempo, que la vida les tenía aún muchas sorpresas por compartir, como el viaje a Marrakech, que planearon desde que fueron novios, las miles de tardes que pasarían en el café discutiendo su impresión estética después de salir del cine, o los cuatro perros que criarían en su casa de Bahía Kino, junto a sus tres hijos; cuando estos nacieran.
Nunca creyó perder así a Lucia. Se había ahogado en la piscina de su casa, mientras nadaba. Aunque en el funeral muchos murmuraron que lo había hecho a propósito. La
Alejo se preguntó miles de ocasiones, durante todos esos días, cuáles habían sido las razones de la muerte de Lucia, porque muy en el fondo los rumores le hacían ruido y comenzaron a in-
quietarle. Ni siquiera pudo despedirse de ella. Ni siquiera pudo ver sus ojos por última vez, para insertar eternamente en su memoria la imagen de Lucia. Al verla en el reflejo del espejo, lo único que logró hacer fue suspirar. No pudo reaccionar de inmediato. Se quedó azorado, con la mente confundida y conmocionada. En ese tiempo Alejo hubiera querido abrazarla, preguntarle el por qué de su determinación, pero la impresión lo paralizo.
dad empezó a disiparse de sus sentidos. Al abrir los ojos la imagen de Lucia se había desvanecido entre la obscuridad de su habitación y la de su alma. Con un roce de labios, en la boca de Alejo, Lucía había dicho adiós y esta vez para siempre. Ranmses Ojeda.
Cerró los ojos por un instante, un poco más del tiempo de un parpadeo, para asegurarse de que no se trataba de una alucinación. Entonces sintió un aire gélido que se metía en su alma, cuando advirtió la presencia de Lucia a su lado y un instante después el roce de sus labios fríos en su boca. Durante ese momento un torrente de recuerdos cruzaron por su pensamiento. Y la tranquili-
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Ágora Virtual
Revista digital te invita a publicar un texto con los siguientes lineamientos: • Los textos pueden ser literarios o no literarios. • Los textos deberán ser originales en idioma español o cualquier otro idioma. En caso de otro idioma incluir la traducción al español (abstrac). • Tener una extensión de dos cuartillas como mínimo y cinco cuartillas como máximo. • El tema del cuarto número es Entre la guerra y la paz. • Enviarse en formato digital Word a 12 puntos, letra arial, espacio sencillo. • Citar las referencias bibliográficas mediante el sistema americano (APA). • Las citas textuales se harán al pié de página, al igual que notas de traducción, si es el caso. • La bibliografía al final del escrito, si es el caso. • Incluir ficha del autor: nombre completo, licenciatura o posgrado, semestre y datos de contacto. • El plazo es a partir de la publicación de la convocatoria hasta el 30 de junio de 2013. • Los textos presentados quedarán sujetos a la aprobación del editor para publicarse. • Los textos deberán ser enviados al correo: rojeda@uic.edu.mx.
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