Entre RIQUEZA y POBREZA
Número 6 Año 6 Noviembre 2016
Colaboradores Rocío García Rey Juan José Farías Alan Monterrubio Pablo Penella Abner Melo Diseño gráfico original Óscar Saldivar López Diseño gráfico Norma Isela Nava García Corrección de estilo Eva González Pérez Director de la publicación Ranmses Ojeda Barreto Grupo de Escritura Creativa Coordinación de Difusión Cultural Universidad Intercontinental Insurgentes sur 4303 Santa Úrsula Xitla, Tlalpan, Ciudad de México @Agora_VirtualEC
Todos los derechos reservados. Esta publicación es de carácter universitario, sin fines de lucro y no puede ser reproducida total o parcialmente por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico o cualquier otro, sin permiso previo de los titulares de las obras. La revista Ágora Virtual es una publicación de carácter universitario. Las opiniones enunciadas son responsabilidad de sus realizadores. La Universidad Intercontinental abre un espacio para la expresión artística como un ejercicio de extensión de la cultura; no obstante, el contenido de la publicación no representa necesariamente la opinión de la institución.
Índice
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Presentación La venta / Rocío García Rey Elogio de la locura (fragmento) / Erasmo de Rotterdam Arriba y abajo
/ Juan José Farías
Discurso sobre el origen de la desigualdad (fragmento) / J. J. Rousseau
8 Riqueza y pobreza / Alan Monterrubio 9 Antología poética (fragmento) / Francisco de Quevedo 10 ¡Soñé con la lotería! / Pablo Penella 12 Soy Rico (fragmento) / Netzahualcóyotl 13 Y en tu piel / Abner Melo
Presentación Samuel Smiles, ensayista escocés, declaró: “Mucha de la miseria existente es producida por el egoísmo […] La acumulación de dinero se ha convertido en el gran deseo y la gran pasión del siglo. La riqueza de las naciones, y no la felicidad de las naciones, es el objeto principal.” El número seis de Ágora Virtual, “Entre la riqueza y la pobreza”, presenta una perspectiva del dilema sobre la riqueza y la pobreza. La crítica de la riqueza material y el elogio moral de la pobreza ha sido el punto de partida de muchas discusiones a lo largo de la historia de la humanidad, y ante ellas no se ha llegado a un acuerdo. Ágora Virtual cumple seis años como un espacio para las inquietudes sobre creación literaria, así como al pensamiento crítico desde y para los universitarios. Presentamos con orgullo este número con una prospectiva para consolidar el proyecto.
Mtro. Ranmses Ojeda Barreto Director de la Publicación Ciudad de México, noviembre 2016
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LA VENTA Rocío García Rey
C
Rey
uando ella era niña, el padre tuvo que salir a vender aguacates. “La mala venta nos va a amolar la mercancía. Me voy a vender a la carretera”. La niña observó a los padres colocar los aguacates en un cucurucho. “A ver si no se maduran más”, dijo la madre. La hija no vio salir al padre, pero le tranquilizaba saber que no iba en bicicleta; no quería que volviera a caerse en la carretera, como cuando iba a la fábrica. En la tarde, llegó el papá. “Pude vender todo”. Ella sabía que los papás estarían, entonces, menos preocupados; sin embargo, la cara de él no era de tranquilidad. La niña oyó que algo cuchicheaban. Pensó que quizá el papá había decidido salir todos los días a vender a esa carretera polvorienta que a ella le daba tanto miedo, “porque hay borrachos y el papá se puede pelear”. La cara del padre, también esa tarde, era de derrota. Una derrota que ella, a sus siete años bien sabía descifrar. La voz tensa. Pasaba saliva con dificultad, además no tomó cerveza para premiar su trabajo. El pasaje quedó en el féretro de los recuerdos, que llegado el momento no se revelan ante su exhumación. Ella, la hija, también había decidido salir a vender. No había carretera, pero el camino era sinuoso porque la vergüenza y la inseguridad la habitaban toda. Sabía que la gente sospecharía de la calidad del producto. “La mala venta nos va amolar la mercancía”, retumbó en su memoria, en su cuerpo. Ella también con dificultad pasó saliva para impostar su voz con la gama de la seguridad. Se acercó a cada mesa de la lujosa cafetería. Sabía que la veían como a una intrusa. Algunos, como al papá antes de que hablara, le dijeron: “No, gracias”. “Si el producto vale, porque vienes a venderlo aquí”, esperaba que alguno le espetara. Ella explicaba, como el padre, que lo ofrecido era de buena calidad, pero que no podía competir con las grandes tiendas. “Tal vez los convenciste porque hablaste como si dieras clase”, le dijo su hermana. Probablemente el padre convencía a los compradores porque hablaba fuerte y claro, como en las asambleas. Ella, dentro de la cafetería, quiso virar cuando los vio; era la pareja que en un congreso la había mirado de arriba abajo y había reído mientras alguno dijo: “¿Entonces, en qué tianguis dices que compraste tu pantalón?” La saludaron fingiendo ser sus amigos. “¿Qué libro vendes?”, le preguntaron. “Yo lo escribí”, fue la respuesta lacónica. No supo si esta vez también la veían de arriba abajo. No lo supo porque la turbación y la vergüenza la obnubilaron. Le compraron dos ejemplares.
III El día que tu papá vendió los aguacates, llegó, y lo primero que me dijo fue: “Entré al restaurante de la carretera, estaba el ingeniero y su esposa. Sentí vergüenza, vieja. Ellos fueron quienes me llamaron y me compraron dos cucuruchos”. Después tu papá tuvo que aguantarse la pena y a veces, cuando las manzanas tampoco se vendían, iba a ofrecerlas a la central camionera. Ella, por fin, armó aquel pasaje de la historia del padre, de la madre, de las hermanas, de la familia. El recuerdo del padre, el libro que ella tenía en la mano, las imágenes de las grandes librerías exhibiendo los libros famosos, la hizo dudar de seguir escribiendo. El recuerdo seguía ahí. Veía claramente al padre cargando los huacales y las cajas con la fruta. La duda por la escritura se disipó, y se convenció que también ella seguiría vendiendo sus libros en lugares insólitos, siempre acompañada del recuerdo del padre.
Rocío García Rey es candidata a Doctora en Letras, por la unam. Es autora de los libros La otra mujer zurda, Versodestierro, 2010 y Mapa del cielo en ruinas, Mezcalero Brothers, 2014.
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Elogio de la locura (Fragmento)
Erasmo de Rotterdam En resumen, si pudierais observar desde la luna, como en otros tiempos Menipo, las agitaciones innumerables de la tierra, pensaríais ver un enjambre de moscas o moscardones que se baten entre ellos, que luchan y se ponen trampas, se roban, juegan, brincan, caen y mueren; no podrías imaginar cuántas dificultades, qué tragedias produce un animalillo tan minúsculo, destinado a perecer en breve. [Cada cosa] muestra dos caras. La cara exterior muestra la muerte; contémplese el interior: allí está la vida, o viceversa. La belleza encubre la fealdad, la riqueza la indigencia, la infamia la gloria, el saber la ignorancia. En suma, abrid el Sileno, encontraréis allí lo contrario de lo que muestra.
Fuente: Erasmo de Rotterdam (1983). Elogio de la locura. México: Espasa.
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Arriba y abajo Juan Jorge Farías Rodríguez Es la madrugada de un sábado, la noche está en completa calma, hasta que el chirriar de las llantas de un Mustang amarillo rompe el silencio. El auto lo conducen dos jóvenes, que ríen, mientras derrapa en una curva. Una botella de tequila sale volando por la ventana y se hace añicos en el pavimento. El auto desaparece en la oscuridad dejando un rastro con olor a llantas quemadas. Joaquín observa la escena por la ventana. Le parece extraño que coches de ese tipo circulen por su colonia. “Seguramente, pasaron con el Chamo a comprar droga”, piensa mientras regresa a la cama. Joaquín se queda con otro pensamiento en la mente: cómo le gustaría poder manejar un auto como ése. Es domingo, y la familia de Joaquín se prepara para salir a desayunar. Su padre, que ostenta el mismo nombre, calienta el coche, un modelo japonés con más de 30 años de antigüedad. La familia sale de la pequeña casa cuyas paredes visten una pintura resquebrajada. Se suben en la parte trasera, su madre, Doña Teresa, y sus dos hermanas menores, Laura y María. Joaquín entra ágilmente en el asiento del copiloto. Don Joaquín conduce hasta un mercado al que acostumbran acudir los domingos para desayunar. En esta ocasión, eligen un local donde venden pancita. La familia se sienta, Don Joaquín ordena y todos conversan y comen gustosos. Minutos más tarde, entran dos jóvenes con exceso de gel en el cabello y ropa cara. Son Xavier y Aarón, los jóvenes que conducían ayer por casa de Joaquín. Él no los reconoce, porque no alcanzó a verlos, sólo vio el coche. Los jóvenes se sientan a unas mesas de distancia, pero su conversación se escucha hasta la mesa de Joaquín. — Estoy crudísimo, güey, dice Xavier. — Yo también, güey, responde Aarón. — No mames, pinche Aarón, ¿por qué me trajiste aquí? — Tranquis, Xavi, ¿qué no ves que la pancita es buena para la cruda? — ¿Ah sí? Yo siempre me como unos jochos después de la peda. — No güey, vas a ver que con esto y una chela vas a quedar de diez. Así le hacen los naquitos y nunca andan cruz. El rostro de Don Joaquín demuestra la antipatía que le provocan los jóvenes. Joaquín también se empieza a molestar. Doña Teresa se percata y hace un comentario para distraerlos, Laura de inmediato le
sigue la corriente. Padre e hijo se tranquilizan y la familia disfruta el resto del desayuno. Salen del restaurante y caminan hasta el carro. Joaquín le abre la puerta a su madre y a sus hermanas que le agradecen y entran. Cierra la puerta y ve pasar a los jóvenes que miran con desprecio el coche de su papá y siguen de frente hasta el Mustang amarillo. Aarón lo enciende, el motor ruge estruendosamente y pasan frente a ellos a gran velocidad. Joaquín los mira con rabia y piensa que algún día tendrá un coche como ése. Meses después, Joaquín convence al Chamo de que le dé trabajo. Básicamente, lo tiene de chalán, lo manda a comprar tortas, refrescos, etcétera. Pero, Joaquín está feliz de ganar algunos pesos, además, está seguro de que ése será su camino para algún día ser rico y comprarse un carrazo. Joaquín viene regresando de un mandado, cuando ve que el Mustang amarillo se detiene frente a la casa del Chamo. Xavier y Aarón se bajan del coche, se acomodan sus ajustados jeans y entran a la casa. Joaquín entra detrás de ellos. Los jóvenes saludan al Chamo. Joaquín deja una bolsa sobre la mesa del comedor, voltea a ver a los jóvenes, pero ellos ni siquiera notan su presencia. El Chamo les da una bolsa de papel y ambos se retiran. Meses más tarde, Joaquín es ascendido. Ahora acompaña a Toño, un tipo moreno, como de un metro noventa que cobra a los deudores del Chamo. Normalmente, van a ver a chavos de la misma colonia, pero hoy van a una colonia de ricos. Se detienen frente a una casa enorme con una gran reja negra. Toño toca el timbre y pregunta por Aarón por el interfon. La reja se abre y Toño conduce hasta la entrada de la casa. Se bajan y caminan hasta la puerta, donde ya los espera la sirvienta. Pasan a la sala y se sientan. Aarón baja y se sienta frente a ellos con desparpajo. — Qué onda, güey, ¿cómo están? ¿Les ofrezco algo? Toño hace un gesto negativo con la cabeza. — No hay pedo, la chacha les trae lo que quieran. — No venimos a comer, dice Toño con voz amenazante. El semblante de Aarón cambia de inmediato, ya no se ve tan confiado. — El Chamo quiere que le pagues lo que le debes. — Ah, por eso no te preocupes, güey… — Si me vuelves a decir güey te rompo un dedo. — No, no, perdón, digo que no te preocupes, yo le voy a pagar. Lo que pasa es que mi pa’ no me ha dado mi lana del mes, pero en cuanto la tenga yo mismo se las llevo. Toño se le queda viendo unos segundos. Aarón traga en seco. Toño se levanta y se retira sin decir palabra. Joaquín lo sigue. Meses después, el Chamo lee el periódico en la sala de su casa, Toño y Joaquín están sentados en la barra de la cocina a un lado suyo. Algo le llama la atención.
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— No mames, estos cabrones… Le entrega el periódico a Toño que lee la noticia y mueve la cabeza. El Chamo le hace una seña para que le pase el periódico a Joaquín. La noticia narra la detención de un empresario acusado de lavado de dinero y nexos con el narco. — ¿Sabes quién es ese cabrón?, pregunta el Chamo a Joaquín. — No. — Es el papá de uno de tus cuatitos. De los riquillos. — Ah, los de Mustang. — Exacto. Toño hay que cobrarles antes de que les incaute todo. — Sí, jefe. Horas más tarde, el Mustang amarillo se detiene frente a la casa del Chamo, seguido por el coche de Toño, que se estaciona adelante. Aarón sale del coche, camina y se detiene justo en la entrada, Toño le da un fuerte empujón. El Chamo los espera en la sala. — Mira nada más, por fin aparece la princesa. — Hola, Chamo. No te he podido pagar, porque nos congelaron las cuentas. — Pues, ya me debes un chingo, cabrón. — Ya sé, pero, ¿qué quieres que haga? — Pues, veo que todavía tienes el cochecito ese amarillo. — No, mi nave no, es lo único que me queda. — Toño, las llaves. Toño mete su mano con brusquedad en los bolsillos de Aarón, saca las llaves y se las entrega al Chamo. — Ya te puedes ir. Toño, dale un aventón, no queremos parecer descorteces. Aarón quiere reclamar, pero Toño lo saca a empujones de la casa. — Mi Joaco, ven para acá. Mañana es tu cumpleaños, ¿verdad? — Sí, Chamo. — Toma, dice el Chamo mostrándole las llaves del Mustang, es tu regalo. — ¿Neto? Joaquín toma las llaves y las mira como si fueran de oro. — ¡Muchas gracias! ¡No mames, no mames, qué chingón! El día siguiente, Joaquín sopla las velas de su pastel en el comedor de su casa, mientras toda su familia lo celebra. Termina de comer su rebanada, se levanta y le da un beso en la frente a su madre. — Voy a salir con mis amigos. — Bueno, pero con cuidado, mijo. Joaquín camina hasta la casa del Chamo, donde tiene estacionado su coche. Su familia no sabe que trabaja para el Chamo y, si apareciera en su casa con un Mustang, su padre seguramente lo regañaría y lo obligaría a devolverlo. Sube al auto, enciende el motor y escucha maravillado cómo ruge. Conduce hasta una casa vecina y toca el claxon.
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Una bella joven se asoma: es Karina, una joven que siempre le ha gustado a Joaquín. — Ven, súbete. Karina se sube y le pregunta maravillada. — ¿Y este coche? — Es mío. — ¿Y ladronde? — Me lo gané trabajando. — Ay, está padrísimo. Joaquín arranca y le sonríe a Karina, como si fuera un galán de cine. Llegan a un bar donde brindan por el cumpleaños de Joaquín. Otros amigos se unen al festejo. Joaquín se besa con Karina y se siente el rey del lugar invitando a sus amigos las bebidas. Ya de madrugada, Joaquín sale del bar tambaleándose y abrazado de Karina. Suben al coche y Joaquín conduce a toda velocidad. Ambos ríen y se besan mientras él conduce. De pronto, una sombra se cruza en su camino y se oye un fuerte golpe. Joaquín frena y ambos se bajan del auto. A unos metros ven un bulto inmóvil sobre el pavimento. Se acercan y ven que es una señora. Joaquín ve sangre y entra en pánico. Le ordena a Karina que regrese al auto y se retiran de inmediato del lugar. Al día siguiente, dos policías tocan en casa de Joaquín y preguntan por él. En cuanto se asoma le comunican que está arrestado. — Pero, si yo no he hecho nada. — No mienta, joven; un vecino del lugar vio el Mustang amarillo, mismo que localizamos frente al domicilio del Chamo. Al preguntarle, te delató rapidito, le dice sonriendo uno de los policías mientras lo esposa ante la mirada atónita de su familia. Los policías introducen en la patrulla a Joaquín que mira por la ventana a su padre que aún no puede creer lo que está sucediendo y a sus hermanas que intentan confortar a su madre que llora inconsolable.
Juan Jorge Farías Rodríguez es egresado de la Maestría en Guionismo, de la Universidad Intercontinental.
Discurso sobre el origen de la desigualdad (Fragmento)
J. J. Rousseau
Georgios Kollidas / Shutterstock.com
Que nuestros políticos se dignen suspender sus cálculos…y que aprendan de una vez que se tiene todo con el dinero, excepto buenas costumbres y ciudadanos.
Fuente: J. J. Rousseau (1990). Discurso sobre el origen de la desigualdad. México: Porrúa.
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Riqueza y pobreza Alan Monterrubio
Cuesta hasta el cofre para despedirse, Y las púas del alambre para proteger. No basta nunca a los que tienen hambre, Un simple abrazo de buena fe. En mi corazón hay fuerza y rezos, Y siempre amo al pez que aso. Mas aparte al preso y al necio, Siempre doy luto sereno y santo. Pero, El que quiera vivir en ciudad Que se cuide de sudar pagado, Porque aunque sea buen cristiano, La mano vacía no alcanza pa’ pedir. El billete sí da, hermano. Aunque te ame no te voy a servir. Trae el plato del otro, sal de la fila o Tírate a morir. Aunque el espíritu reviente De buena fe y bendiciones, Es más rico el que trabaja, Es más pobre que él lo robe. Aunque sea con buenas intenciones, Aunque tenga o no el cobre.
Alan René Monterrubio Arteaga es estudiante de Traducción, de la Universidad Intercontinental.
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Antología poética (Fragmento) Francisco de Quevedo
¿Quién hace al tuerto galán y prudente al sin consejo? ¿Quién al avariento viejo le sirve de río Jordán? ¿Quién hace de piedras pan, sin ser el Dios verdadero? el dinero. ¿Quién con su fiereza espanta el cetro y corona al rey? ¿Quién, careciendo de ley, merece nombre de santa? ¿Quién con la humildad levanta a los cielos la cabeza? la pobreza. ¿Quién los jueces con pasión, sin ser ungüento, hace humanos, pues untándolos las manos los ablanda el corazón? ¿Quién gasta su opilación con oro y no con acero? el dinero.
Fuente: Francisco de Quevedo (1989). Antología Poética. Madrid: Castalia.
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¡Soñé con la lotería! Pablo Penella Nunca he tenido ningún sentido del ahorro, si acaso el mínimo. Eso es un problema, considerando que mi ingreso es mínimo. Llevábamos un año separados por el inmenso Atlántico. Desde hacía meses perdimos la esperanza de reencontrarnos de la misma manera romántica con la que soñamos en el gélido monte de Montjuïc. Judit mostraba siempre escepticismo cuando se tocaba el tema de que ella viniera a México; yo habría ido a Barcelona antes, de tener el dinero. Me molesta pensar que necesito dinero para verla. Si pudiera, cruzaría ‘el charco’ para poder verla. Digo, tenía mi vida hecha en México, no me faltaba nada. Mi familia, mis estudios, mi ciudad. Sin embargo, tenía tantas ganas de volver, hubiera dado tantas cosas por poder besar sus ojos pardos y sus rojos labios por primera vez. En México vivía en un estado conformista totalmente apartado de alguna posibilidad entrópica de cambio. A finales de noviembre, le pegué a la lotería. ¡Qué agasajo! Llamé a Judit, le dije que la iría a ver con los veinte mil pesos que gané. Mi idea era quizás estar un mes a lo mucho surcando las calles engentadas en mis vacaciones: la Rambla, Vía Laietana, María Cristina. Sólo quería verla. Ella sonaba muy emocionada, perpleja de shock por la noticia tan abruptamente presentada. Tenía la fecha programada para el diez de diciembre, día en el que dejé los rumbos catalanes hacía ya un año, así que era una fecha simbólica. Hice mi maleta con cinco prendas de ropa, obsequios modestos y algunos dulces mexicanos que durarían un par de días a lo mucho. Mi boleto no era redondo; supuse que me quedaría un mes a lo mucho y no habría problema en poner en pausa la universidad por un tiempo. Mi vuelo salió de la ciudad de México a las cinco de la mañana; nadie me acompañó al aeropuerto; me encontraba desayunando en el café más barato que pude encontrar leyendo el Excélsior. Ambos estábamos muy emocionados; lo que no habíamos platicado en meses, nos pusimos al tanto en cuatro días. En el avión, no dormí las once horas de la emoción. Al descender y
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recorrer los altos pasillos industriales del aeropuerto de Madrid, saqué un poco de efectivo para cuando llegara a Barcelona. Aterricé a las dos de la tarde en Barcelona. Al salir por la puerta principal, allí estaba ella, tan radiante como la recordaba, con sus chinos perfectamente acomodados y su flequillo sensual colgando a la altura de sus ojos pardos. Nos miramos unos segundos, corrimos a estrecharnos: ha sido el abrazo más cálido que jamás he recibido. En el camino a su casa, platicamos y reímos como enanos, tomados de las manos en su auto nuevo ‘Jack’. Me invitó a dormir con ella las primeras noches, pero preferí, por mera modestia a dormir en su sofá (deseos me sobraban). Pasaron unos días, yo estaba bien de dinero, tenía reservados unos cuantos euros en el banco; sin embargo, no tenía ingreso alguno. Ya dormíamos en la misma cama para entonces. Era bellísimo escuchar su respirar matutino, ver su postura estética de descanso. A veces la acompañaba al trabajo y tomaba fotografías de la vista enigmática de Mundet, era hermoso; frío, pero hermoso. Tomaba fotografías del Laberinto d’Horta. No pasó mucho tiempo para que me pusiera a venderlas a un lado del metro. Era un dinero extra para consentir a Judit; no me cobraba renta y me gustaba a invitarla a sus lugares favoritos con relativa frecuencia. A las tres semanas que llegué, hicimos el amor por primera vez. Nunca había experimentado tal sensación. El rozar de sus piernas con las mías, su aliento tibio en mi cuello, su quedo gemir y su pelo húmedo sobre mi cara. Esa noche, mientras ella dormía a la altura de mi pecho, compasando el palpitar de mi corazón, decidí que me quedaría un rato más en Barcelona. Deduje que con el dinero que llevaba no sería suficiente, necesitaría un trabajo más estable. Empecé a trabajar en un bar no muy lejos de nuestra casa como barista, “Ryan’s Irish Pub”, en el barrio de Gràcia. Era cómodo, ganaba lo suficiente como para poder compartir la renta con Judit. Aunque nuestros horarios no siempre coincidían, era bello esperarnos despiertos al umbral de la cama. El día que canjeé mi primer cheque, llegó un aviso de la universidad en México, notificándome que a falta de reinscripción en el sistema, se me daría de baja. No me importó; yo estaba gozoso al lado de mi mujer, sus caricias eran mi desayuno predilecto, sus corajes mi botana y besos como plato fuerte. Al cabo de tres meses soñados, nos tuvimos que mudar, ya que la renta subió. Alquilábamos un piso en las afueras, en Tirinitat Nova. Era un soberano desierto, pero nos teníamos el uno al otro, vivíamos como reyes a nuestro
modo. A veces venían a visitar sus amigos; cotorreábamos y bebíamos, era ‘guai’. En los cuatro meses que llevaba, no había recibido ni una carta de la familia. Después de que cortaron mi tarjeta —cuyo saldo consistía en lo sobrante de la lotería, que ya era una vacilada—, no volví a oír de ellos. Me era indiferente lo que pensaran; yo estaba rehaciendo mi vida. A los seis meses, nos cortaron el internet y el teléfono; ni los usábamos tanto. ¡Así teníamos más tiempo para nosotros! En mayo, le pedí matrimonio a Judit. ¡Dijo que sí! No recuerdo día más feliz como cuando que me casé. Una pequeña ceremonia con unos cuantos amigos, festejamos en la playa hasta el amanecer. La imagen de mi mujer en un vestido blanco, descalza, disfrutando de un Dehesas Viejas de siete euros, riendo frente a mí, nunca lo olvidaré. Es diciembre de nuevo, cada vez es más difícil cumplir con las deudas y los gastos. Estoy pensando en volver a México, quizás. O quizás no. Aquí tengo mi vida hecha, no me falta nada. No tengo ‘pasta’, pero tengo a mi familia, mi trabajo y a mi mujer.
Pablo Penella es estudiante de Comunicación, de la Universidad Intercontinental.
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Soy rico Netzahualcóyotl
Soy rico, Yo, el señor Netzahualcóyotl Reúno el collar, Los anchos plumajes de quetzal, Por experiencia conozco los jades, ¡Son los príncipes amigos! Me fijo en sus rostros, Por todas partes águilas y tigres, Por experiencia conozco los jades, Las ajorcas preciosas…
Fuente: Nezahualcóyotl (s/f) en Trece poetas del mundo azteca. Portilla, M.L. Antólogo. México: unam.
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Y en tu piel Abner Melo …Y en tu piel Madera seca de todo líquido vital, (de todo cariño y amor) Fuente incesante de perversión y avaricia Corriendo como savia por tu cuerpo, Alimentando tu soledad. La que alguna vez era La más hermosa, De todas las esculturas Criadas por la naturaleza, Rebosante de vida y frescura, En su piel esmeralda, Embellecida con delicadas estrellas (rocío de tu corporal belleza) Trastocando tu dulce perfume mortal… Fue tu codicia… Parásito navegando En los océanos de tus venas, Corrompiendo tus espinas, Retorciendo tu tallo y marchitando tus pétalos. ¿A dónde fue la belleza que te rodeaba? ¿Dónde están los años de tu prosperidad? La avaricia te dejo trastornada, …arruinada, Porque mientras más riquezas ganabas, Más pobre te volvías, Y cuando más pobre eras, Mas riquezas habías ganado.
Abner Melo es estudiante de Filosofía, de la Universidad Intercontinental.
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“La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos.” Platón
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