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Protege tu casa
MI CASA ME PROTEGE… AHORA ME TOCA PROTEGERLA
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Por: Lic. Francisco Romero / Romero & Asociados
odos tenemos espacios favoritos por toda la ciudad: el agradable café con un ambiente cálido y postres variados, el gimnasio donde socializamos con quienes comparten la misma afición, o el centro comercial con cine incluido. En todos ellos nos sentimos relajados. Pero ninguno como el hogar. Que nos brinda seguridad. Tanto poseerlo como habitarlo.
Nuestro refugio son esos muros y techo que nos acogen, no sólo a nosotros sino también a lo más preciado que tenemos: la familia. Es el sitio que mayor paz nos da. La casa y en general todo nuestro patrimonio, es el mayor activo que tenemos sólo después de la salud.
Independientemente del tamaño que cada vivienda tenga, por lo general la admiramos por fuera, robusta, imponente, con una dureza en sus paredes que la creemos incapaz de sufrir algún daño. Pero el riesgo siempre está al acecho: sufrir un incendio por alguna fuga de gas, una lluvia torrencial que colapse la red de alcantarillado y nuestros muebles terminen flotando por los pasillos, robos, asaltos y en general actos vandálicos, o lo que ya hemos visto y como mexicanos conocemos bien: sismos que terminan con todo en minutos. Bueno, estoy convencido que necesito proteger mi patrimonio, ¿por dónde empiezo?
Determina el valor de tu vivienda para saber que la suma asegurada sea suficiente. Un error frecuente, es calcular el valor de la casa como si se fuera a vender. Ya que ahí se estaría incluyendo el valor del terreno. Únicamente debe calcularse –en primera instancia- el valor de Reconstrucción de la vivienda. Si esta fuera destruida en su totalidad, ¿cuál sería el costo de reconstrucción? También, hay que incluir en el valor todo lo que hay dentro. Pensar lo siguiente: ¿cuánto costaría reponer mi refrigerador, estufa, sillas de la sala, mesa, comedor, camas, electrónicos, TODO, absolutamente todo lo que se encuentra dentro de la casa. Si, incluso la ropa, perfumes, joyas, calzado. A esta cantidad de cosas en su conjunto, se le llama “menaje”, y aunque nunca nos detenemos a pensar en ellas, son indispensables para nuestro quehacer y convivir diario.
Identifica riesgos.
Dado que las coberturas de los seguros son cada vez más configurables, vale la pena enlistar posibles sucesos de acuerdo con la zona donde se encuentra mi casa, para poner mayor atención en ello. Ejemplo: “no vivo en una zona sísmica, pero sí en una de deslaves”, “vivo en un coto con vigilancia 24/7 y veo menos probable un robo, pero un fenómeno hidrometeorológico podría afectar los valiosos contenidos que tengo en mi casa”.
Ubica qué coberturas necesitas.
En el mercado asegurador, hay productos cada vez con un alcance mayor en cuanto los riesgos que debemos cubrir. Un ejemplo de cobertura que no puede faltar es la responsabilidad civil. Porque normalmente nuestra vivienda colinda con otras 3 casas: izquierda, derecha y parte posterior. Cualquier desafortunado evento que inicie en nuestra propiedad y afecte a las demás, nos hace responsables. Ejemplo: una fuga de agua de nuestro tinaco que provoque daños en el exterior – y quizá el interior- de la casa vecina.
Mitos sobre el seguro de casa habitación.
“Son caros”. No es así, de hecho, suelen costar la mitad de un seguro de auto. “Si no tengo facturas de mis cosas, no me las pagan”. Si bien ayudan, también son válidas otras formas de demostrar la preexistencia de los bienes reclamados: tickets, fotografías, instructivos, por mencionar algunos.
“Si soy inquilino, no puedo contratar un seguro”. Sí que es posible. Y muy común en otros países. Al propietario le correspondería tener asegurada la vivienda y al inquilino lo que hay dentro de ella.
“Si tengo un seguro hipotecario, no lo necesito”. El seguro hipotecario es distinto del seguro de casa habitación, ya que únicamente cubre el saldo que aún se deba al banco.